En la presente clase nos centraremos en trabajar sobre los procesos de socialización que inciden en
nuestros aprendizajes en relación a cómo vincularnos, qué lugar y expresión darles a las emociones,
cómo nos posicionamos en las relaciones sexo-afectivas y también sobre el abordaje del
consentimiento y de la responsabilidad afectiva como conceptos claves en la promoción de
vinculaciones saludables y de cuidado recíproco.
Vinculaciones sexo-afectivas
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Nos interesa analizar aquí las dimensiones culturales y sociales que condicionan esos aprendizajes y
los aspectos que operan obstaculizando el cuidado de la salud sexual y la prevención de embarazos
no intencionales durante el tránsito por las adolescencias.
A lo largo del curso virtual de ENIA 1, hemos visto que la dimensión afectiva es muy importante si se
trabaja con el enfoque de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral. Así también hemos
profundizado en los ejes conceptuales de la ESI, uno de los cuales propone valorar la afectividad ya
que constituye una dimensión fundamental del desarrollo de la sexualidad. En este sentido
puntualizamos que no incluir aspectos vinculados a los sentimientos, a los valores y a las emociones
sería caer en un reduccionismo que no se condice con la perspectiva integral de la sexualidad.
Ahora bien ¿qué significa incluir la dimensión afectiva en la ESI? Y esta pregunta puede llevarnos a
muchas otras cuando pensamos en la educación más allá de la trasmisión de contenidos académicos.
Podríamos preguntarnos también si la afectividad tiene lugar solo dentro del abordaje de la ESI o si
tendríamos que considerarla en la educación en general. Y otras preguntas como las siguientes: ¿qué
papel juegan las emociones y sentimientos en el aprendizaje? ¿Qué lugar tienen los vínculos entre
las personas? ¿Constituyen estos vínculos el contexto del aprendizaje, o lo condicionan? ¿Las
emociones pueden transformarse en contenidos de aprendizaje? ¿Se puede educar para tener
mayores recursos a fin de poder expresar emociones y sentimientos? ¿Es posible desarrollar en la
escuela capacidades emocionales como la empatía, la solidaridad y la expresión de los sentimientos
en el marco del respeto por los demás? ¿Por qué necesitamos pensar en los vínculos durante las
adolescencias si nuestro propósito es prevenir los embarazos no intencionales en esta etapa de la
vida?
La invitación en esta clase es, entonces, a reflexionar conjuntamente en todos estos interrogantes
que se nos abren cuando abrimos la puerta a esta dimensión ineludible para abordar temáticas
relacionadas con la salud sexual y (no) reproductiva.
Si partimos de reconocer que la vida es posible solo a partir de los vínculos y que no aprendemos en
aislamiento, en un vacío social, sino junto a otras personas desde nuestra más temprana infancia, no
podemos dejar de comprender que los vínculos son condición necesaria para desarrollarnos personal
y socialmente. El acto pedagógico mismo es posible solo a partir de un vínculo con otro/a. Y en este
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sentido reflexionar sobre ello se torna indispensable en nuestro rol docente. Es así que podemos
afirmar que los vínculos son condición para el acto pedagógico a la vez que también son materia de
enseñanza y aprendizaje. Algunos de los temas que se pueden abordar desde la dimensión afectiva
de la ESI, y presentes en sus lineamientos curriculares son la amistad, el enamoramiento, la expresión
de los sentimientos, los vínculos sexo-afectivos y con pares, la prevención de cualquier expresión de
las violencias en los mismos, entre otros.
Al abordar dichos temas no podemos dejar afuera la contemplación de que el conflicto y las
relaciones de poder se hacen presentes habitualmente en las relaciones sociales, muchas veces
restringiendo las libertades y la posibilidad del disfrute compartido. Por ello, parte de la tarea de la
escuela, es brindar a las y los estudiantes oportunidades reiteradas de tematizar los conflictos,
ponerles palabras, promover capacidades que permitan gestionarlos y atravesarlos con respeto, sin
provocar o sufrir daños. Entre las habilidades requeridas para ello se pueden plantear: la
verbalización de sentimientos, necesidades, emociones o problemas; la autonomía en la toma de
decisiones, no dando lugar a la presión del grupo de pares o de la pareja; el desarrollo de la
autoestima y la posibilidad real de poner en práctica el consentimiento, la corresponsabilidad y el
cuidado afectivo.
Hoy sabemos que contar con información en cuanto a recursos y a medidas de protección de la salud,
y más específicamente de la salud sexual, es sumamente importante pero insuficiente si la misma no
se aborda en diálogo con otras dimensiones de nuestras vidas que también influyen en esa toma de
decisiones. Resulta necesario, también, revisar los modos de significar y de vivenciar los vínculos y el
mundo emocional por parte de los/as adolescentes y al interior de los grupos desde un enfoque
situado. Conocerlos y abordarlos, a partir de las voces de sus protagonistas nos dará mayores
herramientas para prevenir problemáticas ligadas a la sexualidad que afectan la salud en sentido
integral: embarazos no intencionales, infecciones de trasmisión sexual, falta de autonomía o
padecimiento de vínculos abusivos que atentan contra la libertad y los derechos de las personas.
La escuela suele habilitar y a su vez proscribir ciertas manifestaciones afectivas entre estudiantes,
entre docentes, y entre estos/as y los y las estudiantes. Cada ambiente, espacio y tiempo que hace a
la vida institucional están signados por este tipo de normativas, muchas de ellas explícitas pero otras
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también implícitas. Al abordar la afectividad como una dimensión de la ESI en tanto contenido
curricular, es indispensable que también la escuela trabaje sobre la significación y valoración que se
le da a la expresión de sentimientos y emociones en la cotidianidad escolar para poder ser coherentes
entre lo que la escuela “hace” y lo que “dice”. Este hacer, estas prácticas que se ponen en acto,
pueden llegar a ser mucho más contundentes que lo que se aborda como contenido de enseñanza.
En este sentido, si por un lado se trabaja sobre la igualdad de trato y oportunidades para todos/as, a
través de ciertos contenidos curriculares, y luego se pautan las interacciones en el recreo en forma
desigual, se estará negando en los hechos lo que se expresa con la palabra. La idea es que lo que
sucede fuera del aula en cuanto a esta dimensión de emociones y sentimientos, también se convierta
en un contenido y en ocasión de aprendizaje.
Por otra parte, la afectividad también aparece en episodios que irrumpen en la cotidianeidad escolar.
Muchas veces la visibilidad de estas manifestaciones afectivas está vinculada a que se generan
peleas, enojos, cargadas, angustias pero también curiosidad acerca de la sexualidad o de eventos
familiares o asociados al crecimiento. ¿Cuándo pueden aparecer? Son absolutamente imprevisibles,
puede darse en los recreos, en el marco del trabajo áulico, entre pares, en las parejas entre
adolescentes, entre docentes y estudiantes, entre docentes. Tal vez poner la mirada sobre este
asunto sea el mayor desafío: poder visibilizar los conflictos, poner palabras para enunciar lo que
sentimos, lo que nos pasa ante tal o cual evento, valorar el espacio reflexivo para generar cada vez
mejores climas en las aulas, de diálogo, de cuidado y de contención para todos los que día a día hacen
la escuela.
En el curso virtual I de ENIA hemos desarrollado y trabajado sobre los ejes conceptuales de la ESI, los
cuales constituyen los grandes nortes a los cuales orientar los propósitos formativos de la ESI y los
aprendizajes esperados. Considerados en conjunto, nos garantizan la integralidad del enfoque,
cualquiera sea la temática que nos ocupe.
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En esta oportunidad abordaremos los procesos que forman parte del aprendizaje de los modos de
vincularnos, tema que da relevancia a la dimensión de la afectividad, pero sin dejar de mirarlos desde
el enfoque de derechos, considerando la diversidad de pertenencias, de biografías y de expresiones
de la identidad de las personas e incorporando la perspectiva de género. Con esta finalidad y, para
lograr una mirada integral de la dimensión de la afectividad, la analizaremos desde los cinco ejes de
la ESI.
La valoración de la afectividad
En esta clase nos interesa poner el foco en cómo los modos de concebir y de transitar las relaciones
y vínculos en nuestras vidas, incluidos los de pareja, se encuentran fuertemente ligados a los modelos
y a las concepciones transmitidas por la cultura en cada momento, a lo vivenciado al interior de los
contextos de los que hemos y continuamos formado parte y a los singulares procesos de apropiación
y resignificación que hacemos, cada quien, de los sentidos compartidos social y grupalmente. Muchas
veces, perdemos de vista que esos modos de tratarnos no han nacido con nosotras/os sino que han
sido aprendidos y, en ese sentido, decimos, pueden ser objeto de revisión y de modificación en
aquellos aspectos que resultan perjudiciales para la salud y para el respeto a los derechos de cada
persona.
Han sido las ciencias sociales las que han reconocido a las emociones y a los patrones de vinculación
como componentes (entre otros) de la cultura, parte constitutiva del mundo simbólico de las
personas, siempre construidos y sostenidos en contextos determinados. Es así que el análisis de las
emociones, en tanto construcciones culturales, nos ayuda a comprender mejor la vida social y cuanto
de ella favorece integración o produce discriminación y vulneraciones; toda vez que ciertos sentidos
y creencias son empleados para valorar o excluir a las personas.
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ejemplo, cuántos/as estudiantes padecen insultos, burlas y atropellos en sus
derechos, al interior de la escuela, cuando dan indicios de estar transitando un
proceso de incertidumbre o de transición en relación a su identidad de género o de
encontrarse viviendo una relación de pareja no heterosexual. O tantos niños, niñas
o adolescentes que sufren agravios y desvalorización por pertenecer a un pueblo
originario o formar parte del colectivo de personas migrantes de algún país vecino.
O por tener un cuerpo diferente al instituido como parámetro por la norma corporal
del promedio.
Persisten aun creencias en las familias y demás educadoras/es en cuanto a que los/as jóvenes con
discapacidad (sobre todo con discapacidad intelectual) son como “niños/as eternos” que no sienten
necesidades de disfrutar de su propio cuerpo, de sus fantasías o interés por explorar en relaciones
de intimidad. Habitualmente se asume que son seres asexualizados o, por el contrario, que tienen
una sexualidad compulsiva e irrefrenable o que no entienden de sexo o emociones y que por ende
no necesitan información al respecto.
Es necesario entonces reconocer el derecho de chicos y chicas con discapacidad de poder establecer
nuevos modos de vinculación con pares o una relación de pareja. Los vínculos externos a la familia
abren las posibilidades de ampliar los recursos de crecimiento. Ellas/os tienen necesidades de sentir
ternura y placer, de establecer relaciones sexoafectivas y de vivir su sexualidad tan plenamente como
todas las personas.
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sentimientos, es importante la distancia que se requiere para verlos con claridad, reconocerlos,
identificarlos, enunciarlos. De estas capacidades dependen muchas de las habilidades necesarias
para generar vínculos saludables. Por ejemplo, la empatía como posibilidad de interpretar los
sentimientos ajenos, constituye una percepción y movimiento interior hacia otras y otros que se basa
en la posibilidad de poder hacerlo primero con los propios. O el desarrollo de la capacidad de tomar
decisiones, que dependerá no solamente de contar con la información necesaria, sino también con
la valoración de lo que cada una/o puede, sabe, tiene, ha logrado en el camino de una mayor
autonomía, sin someterse a las presiones de otras personas
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distintas en los varones y en las mujeres. Según las mismas, algunas conductas y formas de ser, serían
esperables solo para los varones y otras serían exclusividad de las mujeres.
En relación con el cuerpo, para los varones, un cierto estereotipo impone la idea de que su cuerpo
masculino es la sede del ejercicio de la fuerza, el poder, el dominio de los espacios públicos, el
empleo, rasgos asociados al modo preponderante de entender a la masculinidad. Y para las mujeres,
el cuerpo no solo se relaciona con características opuestas a las anteriores –debilidad, fragilidad,
reproducción, pasividad, lo doméstico como espacio exclusivo– sino que adquiere una mayor
centralidad ya que se considera que en él mismo reside su feminidad. Esto quiere decir que el cuerpo
femenino se convierte en sede del «ser mujer», cuerpo que debe ser bello, agradable, muchas veces
«cuerpo-objeto». Podríamos decir que hay un doble discurso en relación al cuerpo femenino: por un
lado, es visto desde el rol tradicionalmente atribuido a la mujer como madre, encargada de la crianza
de los hijos, ocupando el ámbito doméstico. Por otro lado, el cuerpo femenino es mirado como objeto
de deseo sexual y medido desde parámetros estéticos hegemónicos, tanto por los varones como por
las mismas mujeres.
Por otro lado, el modelo social dominante, que da cuenta de la virilidad y de la “verdadera hombría”,
promueve la demostración de un cuerpo fuerte, tolerante ante el dolor y las enfermedades. En este
sentido, los varones hacen un verdadero aprendizaje de desconexión con las dolencias y necesidades
corporales lo que impide la asunción, por parte de ellos, de prácticas de cuidado de su salud, en las
relaciones sexuales y la exposición, muchas veces, a conductas de peligro o a accidentes. En lo
referido a las prácticas sexuales, a la vez de que se espera una sexualidad genital activa y evidente,
los varones son socializados para desentenderse de la responsabilización y anticipación en las
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decisiones atinentes a la prevención de embarazos o de infecciones de trasmisión sexual las cuales
se supone deben asumir las mujeres.
En función de lo desarrollado anteriormente, un buen ejercicio sería analizar a fondo por donde pasa
hoy en día la femineidad y la masculinidad hegemónicas (este último será tema de la próxima clase)
y cómo estos modos de vivir el cuerpo, conforme al género, condicionan los vínculos en la pareja.
Problematizar estos modelos, las desigualdades de género que favorecen y trabajar en la escuela
para la expresión de las distintas masculinidades y feminidades (corridas de los mandatos) puede
favorecer modos de relación más equitativos y saludables.
https://www.youtube.com/watch?v=IKIvGorudbw
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Mirando los vínculos con las lentes de la perspectiva de género
Las expectativas sociales dan sustento y reproducen, como ya lo hemos mencionado antes, los
llamados estereotipos de género que asignan de manera diferente, para mujeres y varones, tareas y
roles, valoraciones, mandatos de relación con el propio cuerpo y también formas de expresar las
emociones y de posicionarse en los vínculos. Estos estereotipos no solo favorecen diferencias de
género, sino también relaciones de desigualdad entre varones y mujeres e identidades feminizadas 1,
que, generalmente, se naturalizan y, por lo tanto, se perciben como atributos normales e
incuestionables.
Como estos mandatos y creencias se transmiten a través de los grupos y de las instituciones no
debemos olvidarnos de que también son parte de los imaginarios compartidos en las escuelas. En
este sentido se torna necesario comprender que la mirada de las/os docentes y otras personas
adultas de la escuela va a incidir en el abordaje curricular y en las prácticas vinculares que se
aprenden, se habilitan o se limitan. Pensemos en un ejemplo. Los mensajes que recibimos en nuestra
propia socialización, en el hogar y en la escuela, han adjudicado a los niños ciertas habilidades
típicamente “masculinas”: la mayor capacidad para la fuerza y destreza motora, el mejor manejo de
herramientas, más ingenio para resolver problemas o manifestaciones de conductas más agresivas.
Los varones son sometidos al mandato de tener que mostrase invulnerables. Aprenden desde
pequeños un verdadero blindaje emocional de repliegue de registros sensitivos y con canales de
expresión (E. Faur, 2005). En todo caso la rabia, el enojo y la agresividad si parecen ser emociones
permitidas a los varones como modo de expresar autoridad y dominio de las situaciones. Pero no se
1 Utilizamos el concepto de identidades feminizadas cuando hablamos de personas a las que, social y culturalmente, se
les asigna roles, tareas, funciones o expectativas asociadas con los estereotipos de género femeninos. Esto implica que,
generalmente, se les suele demandar que ajusten sus comportamientos a lo que es esperable para las mujeres cisgénero
aunque no lo sean. Por ejemplo, es muy común que el cuidado de niñas/os y personas mayores quede a cargo de un
miembro de la familia que se identifica como varón cisgénero gay.
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les enseña el cuidado afectivo de otros/as, no se estimulan experiencias y aprendizajes que
desplieguen la capacidad de sentir y demostrar ternura, tristeza o temor dado que estos aprendizajes
y capacidades son asociados culturalmente con el mundo de lo femenino. En la socialización
diferencial por género, que transmiten los modelos de género tradicionales, expresar emociones
asociadas a la feminidad implica perder la condición de varón y por ello se les tornan ajenas.
Mientras tanto a las mujeres se les han atribuido y se fomenta en ellas capacidades para el cuidado
de otros, para estar a disposición y para la expresión de las emociones y de la sensibilidad. Esta
socialización diferencial es la que produce desigualdad y coarta la posibilidad de la reciprocidad en
las relaciones no solo sexo-afectivas sino también con pares, familiares, etcétera. Resulta necesario
preguntarnos, entonces, acerca de estos supuestos y preconceptos que recortan nuestra mirada,
generan actitudes discriminatorias y favorecen la reproducción de las desigualdades de género que
alimentan vínculos empobrecidos, limitantes, dependientes y muchas veces coercitivos y abusivos.
El siguiente video forma parte de una serie de audiovisuales titulado #Amigo Date
Cuenta de la Iniciativa Spothligh para Argentina (ONU). Los mismos pueden ser
útiles para abordar con adolescentes los aprendizajes de la socialización tradicional
masculina que favorecen las inequidades y las violencias entre los géneros.
El que sigue cuestiona los mandatos masculinos que limitan el registro y la expresión
saludable de las propias emociones.
https://youtu.be/0fL-pJho_iU
En función de lo que venimos señalando, desde la perspectiva de género resulta indispensable tener
una posición crítica respecto de la reproducción de los estereotipos y mandatos o de la heteronorma 2
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que supone que los vínculos sexo-afectivos implican o deberían incluir solo las relaciones
heterosexuales, negando y discriminando otras formas de vivir la sexualidad.
Profesora de Biología- Es que los varones tienen una capacidad distinta para
ciertas cosas, tienen un cerebro más lógico, mientras que las mujeres son
más detallistas. Los varones pueden hacer cosas complejas, mientras que
las mujeres somos más del detalle y de la atención.
Profesora de Lengua: - Yo no estoy de acuerdo con eso, quien dijo que los
varones tienen más capacidad que las mujeres o que las mujeres tenemos
ciertas habilidades y otras no.
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Profe De biología: - Si, como que no… la mujer está preparada para ciertas
cosas para las que los hombres no, cuando estás con los chicos te das
cuenta.”
En segundo lugar, continuando con la mirada sobre los vínculos desde la perspectiva de género,
queremos detenernos a problematizar el modelo del amor romántico, como ideal transmitido
socialmente, que reproduce prescripciones heteronormativas, inequidades de género y posiciones
de dominio masculino al interior de las relaciones sexo-afectivas. En este sentido, nos interesa
relacionar este modelo con la reproducción de las inequidades y distintas expresiones de la violencia
por motivos de género, particularmente las que ocurren durante el tránsito por las adolescencias.
Si tomamos en cuenta la dimensión del género, diferentes estudios académicos nos dicen que, así
como las cualidades genéricas o modelos de género se han asociado históricamente con el sexo
asignado al nacer, también se han naturalizado maneras diferenciadas de vivir la afectividad, los
vínculos y las experiencias amorosas o sexo-afectivas tanto para las masculinidades como para las
feminidades.
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Por otro lado, se ha visibilizado que las formas de sentir, socialmente establecidas y diferenciadas
por género refuerzan las jerarquías, reproducen la heteronormatividad, la subordinación de las
feminidades, y, con ello, las posibilidades de padecer discriminación o alguna forma de violencia de
quienes no se ajustan o responden a los modelos tradicionales de concebir las identidades, las
orientaciones y las expresiones sexuales.
El modelo de amor romántico forma parte de los modos sociales vigentes de concebir pautas
esperables en las relaciones amorosas. Desde este modelo las formas de vivenciar esas relaciones, lo
que se espera y las respuestas a sus vicisitudes se corresponden con los mandatos genéricos
diferenciales, excluyentes, binarios que favorecen condiciones de inequidad. De allí que los
posicionamientos jerárquicos se sostengan y profundicen así como también las dimensiones
subjetivas diferenciales puestas en juego. En este sentido Ana Fernández (1993) señala que “en el
circuito amplio de la producción histórica de las subjetividades la misma ha estado marcada por los
signos de la complementariedad y la desigualdad ya que habría de celebrarse entre un sujeto que
despliega su relación con el mundo y consigo mismo desde una posición de ser para sí y otro sujeto
que estructuraría sus relaciones desde una posición de ser de otro y para otro. Mujer socializada más
en su deseo de ser reconocida que en el reconocimiento de su propio deseo.”
Compartimos aqui un video que nos explica acerca de este modelo de vinculación
en las relaciones sexo afectivas
https://youtu.be/yJwgag8bQIE
Tal y como expresan Bosch y Ferrer (2013) “La violencia de género está intrínsecamente ligada a
nuestro imaginario social sobre el amor, los modelos amorosos y los modelos de atractivo, a como
nos hemos socializado y nos socializamos continuamente en ellos”. El concepto de amor romántico,
con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega que todavía se les inculca a muchas
mujeres puede generar angustia y sometimiento a la pareja. Desde la incorporación de este modelo
de amor, de los mitos que de él se derivan, y de estilos de vinculación dependientes y posesivos
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suelen naturalizarse o minimizarse actitudes abusivas. Se suele considerar que el amor (y la relación
de pareja) es lo que determina el sentido de la propia vida; que como el amor todo lo puede han de
ser capaces de allanar cualquier dificultad que surja en la relación y/o de cambiar a su pareja cuando
maltrata y que los celos, el afán de posesión y/o los comportamientos de control son muestra del
amor de alta intensidad. Estas creencias y posicionamientos en las experiencias amorosas son las que
sostienen los vínculos desiguales y, muchas veces, violentos.
Les invitamos a conocer la actividad “Todo… o casi todo sobre el amor” de la Cartilla de ENIA II para
realizar con estudiantes. El propósito de esta actividad es favorecer una mirada crítica en relación al
modelo del amor romántico, y a los supuestos que de él derivan, como grandes postulados en cuanto
a lo que significa “un verdadero amor”. La intención con esta actividad es que, las/los adolescentes
puedan identificar esos mandatos diferenciados por género que guían las experiencias amorosas, el
orden jerárquico que promueven, excluyente para las vinculaciones no heterosexuales y cómo los
mismos se reproducen a través de distintas expresiones culturales. También, es de esperar que logren
visualizar, con esta actividad, los mitos del amor romántico como expectativas ideales que favorecen
relaciones dependientes y desiguales.
Si hay algo que nos caracteriza a las personas es la multiplicidad de pertenencias y adscripciones
identitarias 3 que podemos ir construyendo a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, muchas veces, al
referirnos a las/os otras/os o aún a nosotros/as mismos/as nos olvidamos de la multiplicidad de
espacios, gustos y hábitos, experiencias laborales, recorridos geográficos, vivencias vinculares,
3 La adscripción identitaria pone de manifiesto las preferencias, los intereses, las simpatías, rechazos, sentidos de pertenencia y las
afiliaciones de las personas en su vida en sociedad, la cual implica también su forma de percibir al mundo, a los demás y, por ende, la
dirección de sus actuaciones particulares o grupales ante ciertas circunstancias y modos de vinculación.
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tránsitos institucionales, artísticos, por ejemplo, que han poblado el devenir de quienes hoy somos.
Podríamos decir, entonces, que cada una de estas pertenencias nos constituye y enriquece la
biografía de cada persona y que no hay nada en nuestra historia como sujetos que pueda utilizarse
como único criterio de definición de nuestra identidad.
Muchas de las concepciones que sostenemos en los grupos crean y sostienen, como lo venimos
desarrollando, estereotipos (categorizaciones cerradas de clase, de género, de edades vitales, de
estéticas, entre otras) que impregnan los distintos ámbitos sociales. En este orden de cosas los
estereotipos y creencias sociales también indican y promueven regulaciones y modalidades de
interacción estructurando jerarquías sociales y discriminación hacia quienes son inferiorizados
desde los imaginarios o las concepciones que prevalecen. Definir valoraciones diferenciadas,
atributos, prerrogativas o carencias genera relaciones de poder y también su distribución social de
manera diferencial. Quienes son reconocidos como “otros, diferentes” quedan vulnerabilizados ya
que los estereotipos los colocan en un rango simbólico de inferioridad que, a su vez, justifica las
vulneraciones y destratos que padecen. En este sentido, podríamos reconocer que la discriminación
en relación con cualquier condición personal puede ser fuente de profundo padecimiento y de
exclusión.
Aquí nos viene bien conocer el concepto de interseccionalidad el cual nos ayuda a comprender que
esos atributos por los cuales alguien sufre desvalorización pueden ser más de uno y entonces
profundizarse esa condición de discriminación y exclusión.
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Interseccionalidad:
En tanto categorías cerradas, la inscripción o adhesión a esos estereotipos impide que podamos
desarrollar nuestra singularidad y subjetividad, y, de este modo, se transforman en un corsé, ya que
validan prejuicios o mandatos sobre lo que debemos ser. A su vez, las complejidades de los grupos y
las múltiples pertenencias desaparecen si se ubica a cada persona firmemente incorporada en una
sola filiación, ya que se reemplaza la riqueza de la pluralidad que nos constituye por la estrechez
estereotipada de insistir en que toda persona está situada exclusivamente en alguna categoría
restrictiva. Así, se degrada el valor de la pluralidad de nuestra humanidad cuando se busca acomodar
las múltiples filiaciones que nos atraviesan a sistemas de clasificación que se vuelven dominantes.
Ejemplos de ello podrían ser dichos tales como “las mujeres no sirven para manejar”; “los inmigrantes
tienen más resistencia para el trabajo pesado”; “los jóvenes están perdidos”, etcétera.
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Entonces, es necesario mencionar nuevamente que muchas de esas categorizaciones y sistemas de
creencias circulan y pueblan los comentarios en las reuniones familiares, en charlas de amigos/as,
entre vecinos/as y también en los espacios de nuestras instituciones.
Por todo lo dicho, la perspectiva de la ESI nos propone revisar y problematizar, individual y
colectivamente, en un proceso sostenido, la presencia naturalizada de estas categorizaciones. Partir
de la reflexión sobre los sentidos y posicionamientos que sostenemos, personalmente y como
colectivo escolar, resulta un primer paso ineludible si se quieren promover aprendizajes para la
democratización de los vínculos, el respeto y el ejercicio de los derechos, así como la adquisición de
capacidades establecer vinculaciones saludables.
“Una de las anécdotas que se me viene a la mente es de hace unos dos años, en una
de las escuelas secundarias en las que trabajo. En todos los recreos los alumnos
jugaban al fútbol y no dejaban que algunas compañeras, que querían jugar, lo
hicieran. El comentario de una preceptora era que no podían porque no era
apropiado, ya que eran chicas y hacerlo sería actitud de “machonas”. Un día
lograron que las dejaran jugar y profesores y preceptores miramos el partido con
mucha alegría. Parece algo anacrónico, pero todavía sucede”.
“Recuerdo una situación en una de las escuelas que trabajo. A un alumno que se lo
veía aislado, sufría hostigamiento porque es gay (según sus manifestaciones en
forma verbal, con dichos que él mismo comunicó sin titubeos ni vergüenza). Esto
provocaba conflictos, dentro y fuera del aula, los demás muchachos continuamente
lo insultaban y era el objeto de burlas, incluso ante la presencia de docentes. Cuando
por alguna razón debía transitar en el aula comenzaban a tirarle besos y a llamarlo
“mamita” o “chiquita”. Luego de haberme enterado de la situación recordé que uno
de los objetivos de las propuestas de ESI es cambiar las situaciones de violencia
basadas en la orientación sexual o en la identidad de género”.
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Respetar la diversidad, en el marco de la ESI, implica también dar visibilidad a la heterogeneidad de
prácticas y de manifestaciones emocionales, afectivas y sexuales que conforman el universo vincular
de las personas. Es decir, contemplar, y valorar en pie de igualdad, las múltiples formas de vivir y de
expresar el deseo, el placer, el amor, respetando cualquier identidad sexual. En la situación de
jóvenes con discapacidad implica reconocer que tienen los mismos derechos que sus pares sin
discapacidad. Y que, para hacerlos efectivos, las instituciones educativas deben adoptar medidas que
implementen los apoyos específicos que igualen la accesibilidad y las oportunidades.
Si consideramos los vínculos sexo-afectivos, superar los desencuentros, las frustraciones, las
coerciones y todo aquello que no permite vivir saludable y placenteramente los vínculos implica,
necesariamente, repensar, con las/os adolescentes, nuevos modos de construir y de habitar los roles
de género y de proyectar/vivir las experiencias amorosas. Necesitamos poder cuestionar las
relaciones de poder tal cual están instituidas entre los géneros y poner en valor la diversidad de
expresiones de las identidades, promoviendo pautas de relación que se basen en el respeto, en la
equidad, la reciprocidad y el disfrute en igualdad de condiciones.
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- derecho a recibir información científicamente validada para poder cuidar su
propio cuerpo y asumir conductas responsables y solidarias en relación a los
otros y las otras,
La dimensión de la afectividad, pensada en clave de derechos, incluye tanto a los aprendizajes acerca
del cuidado y la protección en los vínculos como así también el rechazo a toda forma de violencia. Se
trata de darles un lugar preponderante como temáticas al respeto y al cuidado por el propio cuerpo
y el de las/os demás y al poder decir “no” ante situaciones que vulneren derechos. Es importante
generar espacios de confianza y de apoyo para que las y los adultos/as de la escuela puedan intervenir
frente a la sospecha de cualquier expresión de violencia.
Trabajar escolarmente desde el enfoque de derechos implica poner la lupa sobre cualquier
vulneración de los derechos por motivos basados en la condición de género o en cualquier otra que
resulte devaluada. También, facilitar el análisis de los vínculos para poder identificar si se basan en
jerarquías de poder o en la igualdad de derechos.
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Cosas que pasan en la escuela…
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estudiante ya no se sentía mujer, sino que se sentía hombre y quería
que la llamen de determinada manera, voy al salón a empezar mi
clase. Apenas entro y saludo, se dio el siguiente diálogo:
Trabajar sobre los derechos de las/los adolescentes, implica también educar para promover cambios
en los vínculos, en las relaciones de género e inter-generacionales en la vida cotidiana y, de este
modo, promover saberes y habilidades necesarias para la toma de decisiones conscientes y críticas
en relación con el cuidado propio y de otras/os. En función de ello los derechos de los/as estudiantes
son reconocidos también cuando se contemplan sus opiniones, emociones, sus modos de
relacionarse, aspectos que forman parte del proceso de educar y que debe garantizar la escuela.
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Propósitos formativos que promuevan la igualdad de derechos en los vínculos nos conducen,
necesariamente, a trabajar a favor de habilitar mayores capacidades en los/as adolescentes de
nuestras aulas para la comunicación, el cuidado mutuo, la equidad en la toma de decisiones, en la
asunción de responsabilidades en sus vinculaciones y para la habilitación del disfrute sin mandatos
inhabilitantes.
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/lineamientos_0.pdf
El enfoque de la ESI busca poner la lupa sobre todas las expresiones de las inequidades por motivos
de género, o de cualquier otro orden, que pueden surgir en los vínculos sexo-afectivos como
producto de los aprendizajes y de las vivencias transitadas a partir de las propias pertenencias
institucionales y sociales. En este sentido se espera, desde esta propuesta curricular, que podamos
corrernos de posicionamientos punitivos o que favorezcan enjuiciamientos personales al tratar estos
temas con adolescentes. Darles el carácter social y cultural que tienen nos permite, de otra manera,
generar la reflexión y deliberación necesarias sobre los mismos y cuestionar los soportes simbólicos
colectivos que nutren las inequidades, las violencias y las reeditan.
Superar los desencuentros, las frustraciones, las coerciones y todo aquello que no permite vivir
saludable y placenteramente los vínculos implica, necesariamente, repensar con las/os
adolescentes, nuevos modos de construir y de habitar los roles de género y de proyectar/vivir las
experiencias amorosas. Para ello necesitamos poner en cuestión las relaciones de poder tal cual están
23
instituidas entre los géneros, los modos tradicionales de ejercer la seducción, el cortejo, la toma de
decisiones, tan impregnados aún por pautas y expectativas sociales que reproducen la
complementariedad y posiciones desiguales.
Para abordar pedagógicamente y favorecer vínculos pensados en clave de respeto a los derechos hay
dos conceptos que nos resultan de interés y utilidad. Por un lado, el concepto de consentimiento se
nos presenta como una herramienta potente, cuyo aprendizaje promueve la corresponsabilidad y
el cuidado mutuo en las relaciones. Asi también, desde hace unas décadas, aparece el concepto de
responsabilidad afectiva el cual se vincula con la posibilidad de establecer relaciones sexo-afectivas
más allá de los modelos convencionales del amor, la heteronormatividad y la estabilidad de un
proyecto común. Instala la posibilidad del diálogo para llegar a acuerdos y de establecer formas
nuevas y equitativas de distribución del poder y del goce en las parejas; implica otras maneras de dar
lugar a los deseos, más contemplativas y recíprocas, corridas de los modelos y mandatos.
Pensar los vínculos desde la corresponsabilidad y con lugar para el ejercicio equitativo del
consentimiento implica salir de la lógica de las relaciones jerárquicas, complementarias, con roles y
posiciones fijas. Incluye lo que podemos llamar una ética del cuidado afectivo donde las decisiones
tienen lugar a partir de acuerdos intersubjetivos, es decir, entre dos personas con todo lo que portan,
anhelan, temen, sienten.
Sin embargo, no intentamos generar una comprensión facilista del proceso que implica poner en
juego el propio consentimiento y la corresponsabilidad en los vínculos. Queremos favorecer una
lectura un poco más compleja de estos procesos considerando los condicionantes sociales y
subjetivos dentro de los cuales las personas deciden, o no lo hacen, en una cultura patriarcal que
reproduce posiciones desiguales. ¿Es posible pensar que desde el vamos cada miembro de la pareja
es libre por igual para decidir con autonomía o muchas veces las decisiones se ven condicionadas por
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lo esperable socialmente para cada género? ¿Cómo inciden las experiencias vinculares previas? Esta
clase intenta favorecer la reflexión sobre esas representaciones, creencias e ideas que vamos
aprendiendo desde las infancias y van configurando una forma de amar, de querer y de asumir
posiciones en las relaciones bajo un sistema patriarcal que configura subjetividades generizadas y
desigualdades.
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En los tiempos que corren, las escuelas están siendo lugares de resonancia, pero también de
participación en los debates y luchas sociales que cuestionan y buscan erradicar las bases culturales
del patriarcado. Algunos de esos debates se tornan confrontativos y meramente denunciantes y otros
buscan ir más allá con intenciones de cambios más profundos. Las luchas feministas y de los
colectivos LGTTIBQ+ 4contra el patriarcado y contra los efectos restrictivos de éste en las
subjetividades se han instalado muy fuertemente y sobre todo en las juventudes. En los últimos años,
las adolescentes han comenzado a problematizar el modo en que se producen los intercambios entre
chicas y chicos dentro y fuera de la escuela. Múltiples y crecientes resultan los debates y los temas
puestos en cuestión: los modos de la seducción, los juegos de la sexualidad, las diferencias entre
seducción y violencia, el cuestionamiento de los binarismos. A su vez, se van replicando las preguntas
por las identidades sexuales, por las formas desiguales en las que se transitan las maternidades y las
paternidades adolescentes, por las expresiones que asume la violencia de género y también por la
profundización de la ESI en sus escuelas.
Hoy, estamos en presencia de contextos donde las tensiones nos invitan a codificar las
reconfiguraciones sociales y culturales que vienen aconteciendo: tanto chicas como chicos coinciden
en la necesidad de que los varones se vayan “deconstruyendo”, para desarmar sus roles tradicionales
de género. Sin embargo, los nuevos feminismos también alertan en la necesidad de repensar
respuestas de las identidades históricamente devaluadas que no impliquen el revés y reedición de
otras jerarquías. No olvidemos que también las mujeres y personas LGBTTIQ+ se constituyeron bajo
esos mismos modelos donde se admiten lugares asimétricos que podrían revertirse sin superar la
lógica jerárquica; como si fuera dar vuelta un guante, y caer en formas meramente denuncistas o
excluyentes que no lograrían superar las formas tradicionales de vinculación.
4 Sigla que se utiliza para nombrar a las identidades lesbianas, gays, travestis, trans, bisexuales, intersexuales, queer,
etcétera. Esta sigla va incorporando identidades en la medida en las que se las visibiliza y reconoce.
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que impliquen actitudes de coacción y sometimiento? ¿Cómo podría pensarse un nuevo guión entre
los géneros que no reedite un ejercicio abusivo de poder? ¿Cómo dar lugar a la ternura recíproca en
los vínculos para desterrar las vulneraciones que implica ese abuso de poder? ¿Los malestares
actuales nos hablan de que se acabó la creencia en el amor o se estaría cuestionando un tipo de amor
preestablecido y las relaciones tradicionales entre los géneros de la cultura patriarcal? ¿Podrían estar
surgiendo otras formas de amar con mayor lugar para el deseo compartido, la autonomía y la
equidad?
Momento oportuno este, entonces, para ligar a estos procesos la profundización del abordaje de la
ESI en las escuelas y aportar desde allí a la transformación social y cultural en el sentido de promover
vinculaciones y prácticas de convivencia más saludables, basadas en el respeto, la equidad y la
reciprocidad.
Desde hace unas décadas, a partir de los cuestionamientos al modelo del amor romántico, aparece
el concepto de responsabilidad afectiva el cual se vincula con la posibilidad de establecer relaciones
sexo-afectivas más allá de los modelos convencionales del amor, la heteronormatividad y
expectativas de perdurabilidad como indicador del éxito de una relación. Instala la posibilidad de un
diálogo fluido para reformular acuerdos y establecer formas nuevas de distribución del poder y el
goce; otras maneras de construir y satisfacer deseos.
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sentido es que se busca hacer visible que no podemos desentendernos de las consecuencias de
nuestros actos y prácticas vinculares.
Como se menciona más arriba, el enorme desafío es romper con esa manera complementaria y
jerárquica que nos han enseñado para amar o vincularnos, en donde los varones deben insistir por
ese “sì” de todas las formas posibles sin registrar que esas prácticas vulneran derechos. Poder
reconocer que es esa manera de vincularnos que aprendimos a partir en una educación sexual
tradicional la que reproduce heternormatividad, discriminación y desigualdad. Por todo lo planteado,
entonces, destacamos la necesidad ineludible de la profundización de las ESI en todos los espacios
escolares, revalorizando el enfoque de derechos, la perspectiva de género y de la diversidad que la
misma conlleva.
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También pueden resultar de utilidad para abordar estos temas con
estudiantes, las actividades sugeridas 1 y 2 del taller “Vínculos violentos
en parejas de adolescentes”, incluido en el Cuaderno II de ESI para
Secundaria (ver págs. 87, 88 y 89)
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/esi_cuaderno_secunda
ria_ii.pdf
https://youtu.be/EBItJ0z6S2c
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las/os mismas/os jóvenes quienes ocupan un importante protagonismos en estos escenarios, de
reedición y transformación, los cuales también se hacen presentes en las escuelas.
Las lógicas de poder en los vínculos y en las relaciones sexo-afectivas, tal como las hemos aprendido
en la educación sexual tradicional, se han puesto bajo la lupa y con ello todos los aspectos de las
desigualdades naturalizadas e invisibilizadas. Y en este contexto la ESI tiene mucho para aportar
abriendo el juego a la participación de todos los actores de la escuela desde un proceso de
implementación que se requiere sea institucional y sistemático.
La invitación es a pensar la afectividad no solo desde los propósitos formativos curriculares. Aportar
a una cultura para las convivencias y los vínculos saludables implica también acoplar con la
perspectiva de la ESI los sentidos y prácticas que se despliegan en el día a día escolar, más o menos
formal y explícitamente. Incluye, además, reparar y acompañar las situaciones de vulneración de
derechos desde procesos reflexivos y el establecimiento de lazos con las familias y otras
organizaciones que aportan a la tarea educativa.
Pensar y contribuir a la prevención de los embarazos no intencionales durante las adolescencias nos
moviliza a adentrarnos en temas tan sensibles como son los modos de vivenciar los roles de género,
sus aperturas, los viejos y nuevos términos de intercambio y negociación en las relaciones sexo-
afectivas más o menos inclusivas de la implicación sentimental. Registrar y abordar cuánto de las
experiencias amorosas actuales reeditan los postulados del amor romántico o se basan en nuevas
regulaciones corridas de los mandatos, las dependencias y la desigualdad entre géneros.
Esperamos que esta clase haya contribuido a introducir algunos temas de relevancia en cuestiones
de la afectividad los que serán ampliados y articulados con otros en las próximas clases.
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Actividades
En esta oportunidad, les vamos a pedir que sigan paso a paso los siguientes
ítems:
https://www.youtube.com/watch?v=ODkvBuSKzPI
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Julián: “Muchas veces me ha pasado que me digan que no…y te quedás ahí
en el medio, no sabes qué decir, quedás descolgado… te quedás mal… porque
si te dice que no, te bajoneás, estás ahí a un costado mal, no es que te vas a
poner a llorar, nada por el estilo, pero te bajoneás… no sé…”
Ramiro: “Una o dos veces me pasó que tus amigos te ven que estás con una
piba y te dicen dale, andá, transátela… esa va a los hechos de una. O te dicen
que con esa no porque es una zorra y te quemás. Y si no hacés lo que te dicen
después te entran a gastar una, dos semanas… De última arrancás y decís
bueno, dale, vamos…”
Félix: “No sé por qué pero yo siempre creo que si a una mujer la presionás un
poquito, después termina aflojando… pero si me preguntás por qué, no sé por
qué. Por ahí porque quiere parecer más recatada o algo así. A veces no quiere
decir no, depende la situación, depende del tono de voz. A veces te dice un
nooooo, noo, no y es un si, o sea que se está haciendo la difícil pero en el
fondo es un sí.”
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otras cuestiones que pueden surgir en una relación sexoafectiva?
(Pueden ayudarse con las abordadas en esta clase y/o con los
lineamientos curriculares de ESI para secundaria).
Bibliografía de referencia
Bosch Fiol, E. y Ferrer Pérez, V. (2013): “Del amor romántico a la violencia de género. Para una
coeducación emocional en la agenda educativa.” En Profesorado. Revista de currículum y formación
del profesorado. Vol. 17, Número 1, enero-abril de 2013. Universidad de Granada. España, pp 105-
108.
Faur, E. (2005): Capítulo IV “Masculinidades y familia” del Libro “Sexualidad y familia. Crisis y desafíos
frente al siglo XXI, Buenos Aires: Noveduc.
Illouz, E. (2016): Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Katz Ediciones y Capital
Intelectual. Buenos Aires.
Programa Nacional de Educación Sexual Integral. (2020): Clase 1. El enfoque de la ESI y sus ejes
conceptuales. Curso virtual La ESI en la escuela: Vínculos saludables para prevenir la violencia de
género. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
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Créditos
Autor/es:
Programa Nacional de Educación Sexual Integral y Plan ENIA. Dirección de Educación por los
Derechos Humanos, Género y ESI. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de
Educación. Ministerio de Educación de la Nación.
Programa Nacional de Educación Sexual Integral y Plan ENIA (2021): Clase Nro. 1: Vínculos y
socialización afectiva. Curso virtual: ESI en la escuela: el abordaje pedagógico del Embarazo No
Intencional en la Adolescencia (ENIA) II. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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