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Polisemia de los términos «civilización y barbarie», en un breve excursus desde

sus orígenes hasta nuestros días.

Buenas tardes a los presentes y gracias en primer lugar al Dr. Luis Eduardo
Primero Rivas, a Iván Kopylov, a Diana Romero Guzmán y a todos los que
organizaron e hicieron posible esta jornada de mesa redonda sobre el tema
«Civilización y barbarie».

Como ya mencionó [Iván/Diana], el título de mi ponencia es la Polisemántica o


polisemia de los términos «civilización» y «barbarie», haciendo de manera paralela
un breve excursus, es decir, una digresión a partir de lo que se haya dicho aquí y
en las fuentes que se citan ordinariamente para tratar el tema.

De manera que me centraré en primer lugar en enumerar los puntos que a mi


modo de ver resultar relevantes, para luego hacer una reflexión a partir de ellos.
Entiendo que no es posible abordar aquí tanto como indico en el plan de mi
investigación, por eso es que sólo me concentraré en el primer punto, que es el que
se refiere a los conceptos de civilización y barbarie en la antigüedad, y veré si logro
abordar alguno de los puntos sucesivos.

Mi primer punto de referencia, al cual le debo la motivación para abordar este


tema, fue el artículo del Dr. Primero Rivas, titulado «Civilización o barbarie. Un
lema moderno fracasado». Las fuentes que cita y sobre todo el enfoque con que
lleva a cabo su investigación y propuesta me resultaron reveladoras y de suma
importancia para hacer un examen crítico sobre lo que significan dichos conceptos,
pero principalmente para abundar en investigaciones ulteriores sobre el terreno
real en el cual se enfrentan ambos conceptos, es decir en la vida práctica y en los
marcos teóricos, políticos o sociales en los cuales se desenvuelve la vida de las
personas, desde las altas cúpulas de poder y las élites del pensamiento hasta los
estratos sociales inferiores.

Volveré a dicho artículo al final de mi presentación. Sin embargo ahora parto de la


noción general que tuvieron los griegos de la Edad Clásica, y en particular según
Platón, que fue uno de los más grandes pensadores acerca del hombre, su
naturaleza y sus instituciones.

Una referencia significativa a este respecto la da el platónico romano Apuleyo de


Madaura, que vivió entre el 125 y 170 después de Cristo, en el norte de África. En
su obra De Platone et eius dogmate, es decir Sobre Platón y su doctrina, cuando hace
referencia a las dos partes de la retórica en cuanto disciplina o arte, dice que una de
ellas es la disciplina contemplatrix bonorum, es decir la disciplina que mira al bien, que
por cierto es conveniente con la finalidad que se propone el gran filósofo de
Atenas, cuyo fin principal antes que nada es la formación de los futuros políticos,
según noticia del filósofo italiano Giovanni Reale en el estudio monográfico sobre
Aristóteles, cuando habla de la formación del Estagirita en la Academia. La
segunda parte de la retórica, sin embargo, es la que llamará Apuleyo de Madaura
la scientia adulandi, que literalmente podríamos traducir como el arte de la adulación,
que no es propiamente la persuasión, aunque la retórica sea una captatrix
verisimilium en nomenclatura apuleyana, que quiere decir aquella que capta lo
verosímil.

Esta segunda parte de la retórica se parece más a lo que grandes sofistas griegos
como Isócrates o Gorgias de Leontino desarrollaron y promovieron, es decir una
concepción de la retórica meramente intrumental que servía para convencer de
cualquier argumento, independientemente de que fuera o no verdadero, haciendo
de la retórica un instrumento de instigación irracional de los sentidos. Por eso
más adelante Apuleyo señala que en este sentido la retórica se asemeja más a una
prática carente de razón, lo que él llama el usus nulla ratione collectus.

Ahora bien, ¿Por qué parto de este punto? Porque más adelante Apuleyo señalará
que justamente esta práctica, que Platón con sus propias palabras definirá como
δύναμις τοῦ πείθειν ἄνευ τοῦ διδάσκειν, es decir la capacidad de convencer sin
tener que enseñar, es lo que el filósofo de Atenas denominará como una umbra
articuli civilitatis, es decir una sombra de una parte constitutiva de la «civilización».

«Dicha «civilización» –cito a Apuleyo de Madaura– que Platón llama «política»,


quiere él que así sea entendida por nosotros a fin de que la consideremos a ella [es
decir a la política o civilización] como una de las virtudes». [Fin de cita].

El término griego, entonces, para decir «civilitas», civilización en latín, es


«πολιτική», que podría traducirse justamente en los idiomas modernos como
política.

Este breve excursus, pues, o digresión, me sirve para dar un paso más allá de lo
que ordinariamente se suele decir cuando se habla de civilización y principalmente
barbarie en el ámbito de los antiguos griegos, en los que de manera general se dice
que «bárbaro» o «barbarie» se utilizaban como un término onomatopéyico para
designar a los pueblos o las gentes que hablaban diferente de los griegos, y que ya
por ellos eran considerados como no civilizados. En realidad no es tan exacta dicha
descripción.
Se trata pues de intentar superar los esquemas generales, que sirven sólo para dar
una idea primera, pero no logran abarcar la realidad dinámica en que se
desenvuelven. Por ello parto de la idea de que el argumento de autoridad tiene
validez sólo en el ámbito introductorio, pero más allá hay necesidad de nuestro
juicio y nuestra capacidad de determinar por nosotros mismos con base en la razón
aquello que se acerca más a la verdad de aquello que se le aleja. Y puesto que no se
trata de repetir a pies juntillas la historia intelectual de los conceptos «civilización»
y «barbarie», puesto que para ello tenemos ya valiosas aportaciones, de las cuales
nos da noticia el mismo Dr. Primero Rivas, y por citar sólo uno, menciono el
artículo de la Dra. Martha Eugenia Delfín Guillaumin, «Civilización y barbarie.
Historia de dos conceptos», quiero poner aquí de manifiesto respecto a este primer
período que corresponde a la Grecia clásica, que es verdad que grandes filósofos
tuvieron intuciones geniales sobre la naturaleza, el ser humano y sus instituciones,
pero sobre todo una concepción insuperable del alma; no por nada el mismo
filósofo italiano Giovanni Reale en su estudio monográfico sobre Sócrates, afirmó
de éste sin lugar a dudas que él, es decir Sócrates, había sido el gran descubridor
del alma humana. Y es por demás sabido que Sócrates fue el gran maestro de
Platón.

Para continuar, pues, con esta primera consideración diremos que «barbarie» –el
término legítimamente opuesto a «civilización»– según el sentir del pensador
griego antiguo en general, es más que una diferencia de lenguaje. Y esto es una
obviedad que todos ustedes, aquí presentes, saben. Sólo quiero poner en evidencia
una consideración que viene a cuento gracias a esta definición genérica de
«barbarie» en su sentido onomatopéyico, es decir ese «bar, bar» de los pueblos que
no saben hablar griego. Para Aristóteles el pensamiento es lenguaje, y hoy
diversas ramas del saber como la lingüística, la semiología, la epistemología y
principalmente la antropología, no tendrían reparon en afirmar que los límites del
lenguaje suelen ser los límites del pensamiento.

Por ello un filósofo de la talla de Sócrates, Platón o Aristóteles, habría de advertir


que ese lenguaje por el cual aquellos pueblos no griegos ni helenizados eran
llamados bárbaros, representaba algo más que puras palabras o estructuras
gramaticales. El genio griego florece cuando todas las circunstancias y accidentes
geográficos, políticos, históricos y sociales convergen en el dominio del lenguaje y
que no se da antes en ningún otro pueblo sino entre los griegos a partir del siglo
VIII antes de Cristo. La gran literatura occidental, es decir la primera escuela de
civilización, se da en las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, cuyos orígenes
datan justamente del siglo VIII, y que no sólo son las primeras obras de la
literatura occidental, sino quizá las más perfectas y acabadas.

Un grande teórico de la comunicación, el canadiense Marshall McLuhan, en la


década de los 50's y 60's puso de manifiesto un aspecto olvidado de la naturaleza
del lenguaje. Haciendo análisis sobre la evolución de las tecnologías de la
comunicación, advirtió que la evolución de la tecnología en general se remontaba
miles de años atrás más allá de las revoluciones científicas, tecnológicas e
industriales de los siglos XVII, XVIII y XIX respectivamente. El proceso de la
formación de la racionalidad del hombre, y por ende, de la civilización, ha
implicado poco más de cientos de miles de años, como lo implicó aquel gran
período que se llama la Era Cuaternaria, que va del seicientos mil (600,000) hasta el
ocho mil (8,000) antes de Cristo. En el Pleistoceno inferior ya se encuentra el homo
habilis, desde el 600,000 antes de Cristo. En el 400,000 es decir el Pleistoceno medio,
ya aparece el homo erectus, y a partir del 100,000 el homo sapiens sapiens, en la época
del Pleistoceno superior.

Retomo estas fechas como referencia no sólo por el hecho de que ponen de
manifiesto uno de los fenómenos más interesantes para entender en sí los términos
«civilización» y «barbarie», como indicaré más adelante, sino porque nos hablan ya
de aquello que caracterizará al hombre a lo largo de su historia. El hombre surge al
mismo tiempo que su instinto por la técnica, la primitiva tecnología, esa capacidad
de usar instrumentos para alcanzar sus fines, puesto que a direfencia de los demás
animales, él no cuenta en su desnudez primigenia con nada que le permita
protegerse de las inclemencias del tiempo o defenderse de la bestialidad de los
animales. El titán Epimeteo, según dice Platón en su Protágoras en uno de sus mitos
más representativos, al repartir los dones entre los animales, se olvidó en un
principio del hombre, por lo que al final, después de haber repartido fuerza, vigor,
pelaje, agilidad, etcétera, al hombre no le quedó sino su desnudez. Y fue su
hermano, el titán Prometeo, quien para remediar dicha falta, robó el fuego de los
dioses, que más que un símbolo, en nomenclatura mcluhiana, sería el primer
instrumento que daría origen a la racionalidad del hombre, y por tanto a la
civilización.

Quiero recalcar una cosa, y es que durante el período prehistórico del Cuaternario
se llevaron a cabo obras que hasta la segunda mitad del siglo XIX se ignoraba que
pudieran ser hechas por el hombre primitivo prehistórico. En el año de 1875 el
santanderino Marcelino de Sautuola descubrió no sólo instrumentos sino pinturas
rupestres, en la cueva que le había indicado uno de sus pastores, que había
descubierto unos años atrás, en 1868, en el norte de España. Dicha cueva, que hoy
se conoce como la Cueva de Altamira, fue puesta en entredicho durante muchos
años por la élite intelectual francesa que en aquel entonces señoreaba los estudios
antropológicos del momento.

Sólo hasta que se confirmó su vericidad se pudo apreciar un aspecto de la vida del
hombre que no había podido ser considerado hasta entonces, y que sabemos que es
relevante para la correcta comprensión de los términos «civilización» y «barbarie»,
y fue que aquella persona que trazó las siluetas de bizontes, cabras y caballos, lo
hizo no sólo con tal maestría sino con una impresionante disposición del lugar,
adaptando cada imagen a la tesura perculiar del techo de aquella cueva que le
fuera más conveniente, como si el pintor hubiese visto dichas siluetas en los
accidentes del techo antes de dibujarlas, similar a lo que decía hacer Miguel Ángel
Buonarroti cuando tallaba la piedra para hacer una escultura: «yo no esculpo las
estatuas, sólo quito lo que le sobra al mármol».

Las pintutas ruprestres de Altamira están datadas entre los años 36,000 y 12,500
antes de Cristo. Pero lo interesante a rescatar, es que no es posible que un ser
hubiera pintado dichas obras, si no fuera porque en él habitaba ya un alma
humana completa, la única parte del ser humano que es capaz de hacer
«civilización» o degenerar en «barbarie». Por eso el gran pintor español Pablo
Picasso llegará a decir de aquellas pinturas que se conocen como la «Capilla sixtina
del arte rupreste»: "Después de Altamira todo es decadencia".

Por falta de tiempo, concluyo aquí mi ponencia, evidenciando sólo un aspecto que
habíamos referido tangencialmente al hablar de la civilización como política, según
el ideario griego antiguo, cuya arma principal se había vuelto la retórica, y es que
la retórica no logra ser un instrumento perfecto de educación sin la dialéctica, es
decir, sin esa referencia continua e inmediata a la realidad que descubre la razón
discursiva. La educación, es así, uno de los elementos principales de la civilización
contra la barbarie. Por eso puedo consentir total y abiertamente con el Dr. Luis
Eduardo Primero Rivas, que en su artículo escribió: [cito]

«La eduación es una ontología, una fuerza creadora del ser y sus partes, y puede
dirigir al mal, a lo incivilizado, o puede buscar un concepto de civilización que
afirma que ser civilizado es optar por el bien, lo bueno, lo productivo, el interés
común o social, antes que el particular, y que defina al bien, a lo bueno, como
aquello que es útil a la vida, particularmente a la humana, y sirve para el
enriquecimiento colectivo o común, y benéfico para la propiedad, igualmente
colectiva». [Fin de cita]
Muchas gracias por su atención.

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