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LA UNIDAD SIGNO DE COMUNION CON CRISTO

Como seres humanos hemos de ser conscientes que cada ser está compuesto de una

dualidad irrevocable (alma-cuerpo) y esto nos remite a pensar en que estas dos realidades

tiene un mismo origen en cuanto a la existencia, por lo que nos permite adentrarnos a

estudiar estas dos partes una que es complemento de la otra. Por ello, al pensar en la realidad

corpórea vemos que su inicio se da desde la concepción y alterno a ella vemos que el ser de la

vida espiritual también se forma intrínsecamente a esta.

Sin embargo, con la vida espiritual vemos que se puede presentar una acepción, en

cuanto a su verdadera eficacia y transcendencia, entendiendo esto como la búsqueda de la

perfección de esta parte en cuanto a su existencia , es por ello, que hemos de preguntarnos

como se da el verdadero inicio para el bienestar de esta dimensión de la vida humana; por

tanto, que para comprenderla debemos de adentrarnos un poco en la parte de la vida

sacramental que instauró Jesucristo en su paso por la tierra.

Es decir, que mediante los efectos producidos por la gracia de los sacramentos y de

manera especial por el sacramento del bautismo, se da el inicio a la verdadera transcendencia

de la parte espiritual, por tanto, al recibir la gracia de este sacramento la persona es admitida

a una institución de carácter humano-divino como es la Iglesia y comienza a pertenecer a la

familia cristiana, que a su vez es un cuerpo conformado por muchos miembros, que

finalmente tienen un mismo fin que es llegar a la salvación.

En continuidad de esta realidad, hemos de ver que al ser introducidos a esta

comunidad el ideal es que permanezcan fielmente unidos, sin embargo, en la vida

experiencial se puede percibir de una manera diferente, en cuanto que pese a las

interpretaciones de la fe y a la divergencia doctrinal de la Sagrada Escritura; se puede divisar

como una puerta que da paso a no mantener esta unión, tal como lo podemos constatar en la
transcurso de la historia , que siendo la Iglesia católica una sola institución donde se

agrupaban todos los cristianos se da la división dentro de la misma, evidenciado en el Cisma

de Oriente y posteriormente la reforma protestante.

En consecuencia es que el concilio vaticano II ha dado un especial cuidado especial a

este parte ecuménica y también repercutido en los sucesores de Pedro, tal como lo indica la

carta encíclica Ut unum sint, de San Juan Pablo II donde se manifiesta el claro deseo de

volver a la unidad de todos los cristianos, tal como lo vemos en los apartados de este

documento.

Para empezar nos propone ver el compromiso ecuménico de la Iglesia católica, que

como enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de

comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo; a ser para todos “sacramento

inseparable de unidad”. Mediante la dinámica misionera y ecuménica, debido a que este

sentimiento de unidad se puede percibir no solo en el nuevo Pueblo de Dios, sino que se

pude ver esta realidad desde la experiencia del pueblo primitivo como lo expresa el profeta

Ezequiel (37, 16-28) recurriendo al símbolo de dos maderos primero separados, después de

acercados uno al otro expresaba la voluntad divina de congregar de todas partes, a los

integrantes del pueblo herido: “seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

Y con mayor fuerza aún sigue suscitando este sentir para congregar a todo el pueblo

que evoca el nombre de Dios, y de manera particular a todos los redimidos, de manera que se

pueda hacer vivas las palabras del Señor que todos seamos uno, lo que vendría a significar en

el ut unum sint, creer en Cristo es querer la unidad; querer la unidad es querer la Iglesia; y

querer la iglesia, significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del

Padre desde toda la eternidad.


En efecto, esto nos lleva a pensar que en la Iglesia católica, tal afirma el concilio

vaticano II, subsiste la Iglesia de Cristo, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos

en comunión con él y al mismo tiempo se reconoce algo que es de gran importancia para el

vínculo de la unidad como es que fuera de la estructura visible pueden encontrarse muchos

elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la iglesia de Cristo

empujan hacia la unidad católica.

Por tanto, las Iglesias y Comunidades no católicas, aunque creemos que padecen

deficiencias, de ninguna manera carecen de significación y peso en el misterio de la

salvación, debido a que el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medio de

salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la

Iglesia católica.

Por lo que, la Iglesia afirma que durante los dos mil años de historia, ha permanecido

en la unidad con todos los dones que Dios quiere dotar a su Iglesia, En efecto, los elementos

de santificación y de verdad presentes en las demás Comunidades cristianas, en grado diverso

unas y otras, constituyen la base objetiva de la comunión existente, aunque imperfecta, entre

ellas y la Iglesia católica, La Constitución Lumen gentium señala que la Iglesia católica « se

siente unida por muchas razones »  a estas Comunidades con una cierta verdadera unión en el

Espíritu Santo.

En continuidad, nos encontramos con algunos elementos de santificación y de verdad

que se encuentran y actúan por fuera de los limites estructurales de la Iglesia católica

reflejado en, los que veneran la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida y manifiestan

un amor sincero por la religión, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en el Hijo de

Dios Salvador y están marcados por el Bautismo, por el que están unidos a Cristo, e incluso

reconocen y reciben en sus propias Iglesias o Comunidades eclesiales otros sacramentos.


Algunos de ellos tienen también el Episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la

devoción a la Virgen Madre de Dios. Se añade a esto la comunión en la oración y en otros

bienes espirituales, incluso una cierta verdadera unión en el Espíritu Santo.

Sin embargo, frente a estas apreciaciones que hace el documento, vale la pena

preguntar ¿Qué pasa con el bautismo de las denominaciones religiosas no católicas, que

realizan este sacramento con una formula distinta a la de la Iglesia? ¿Es válido, se les puede

considerar cristianos legítimos? Teniendo en cuenta que este fenómeno se ve más palpable en

el continente americano y que día a día se prolifera en gran extensión y rapidez por estos

territorios, creando un alto grado de confusión dentro de la fe de quienes se encuentran en

este fenómeno religioso, de tal modo, que las personas comienzan a indagar ¿cuál será la

verdadera Iglesia? ¿En dónde puedo encontrar el camino verdadero de salvación?

Entonces, llegados a este punto también tendríamos que ver que la parte dogmática es

una ficha para buscar la unidad, sin embargo, no podemos limitarnos a cambiar cosas de las

que ya se tiene en los tratados para dar una apertura y encaje a otros pensamientos

dogmáticos, es decir no se trata de modificar sino más bien buscar esa unidad querida por

Dios que sólo se puede realizar con la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada,

e ir tras la auténtica verdad, además hemos de comprender que la expresión de la verdad

puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesario para

transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado.

De igual modo, hay que tener en cuenta, que una manera de tener un acercamiento a

lo anterior, se hace mediante la conversión de corazón y santidad de vida, junto con las

oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el

alma de todo el movimiento ecuménico y puede llamarse con razón ecumenismo espiritual,

porque así se puede avanzar en el camino que lleva a la conversión de los corazones según el
amor que se tenga a Dios y al mismo tiempo a los hermanos, incluso a los que no están en

plena comunión con nosotros. Del amor nace la unidad por lo que nos dirige a Dios como

fuente de perfecta comunión, como se manifiesta en la de comunidad trinitaria, la unidad del

Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para así suscitar la misma comunión entre las personas.

En continuidad, la oración se convierte en esa fuente verdadera de donde se puede

suscitar la verdadera comunión, por ello cuando los cristianos rezan juntos la meta de la

unidad aparece más cercana, y se puede evidenciar la súplica que el Señor pidió al padre la

unidad de sus discípulos, para que esta fuera testimonio de su misión el mundo pudiese creer

que el Padre lo había enviado (Jn 17,21). Es decir, que debemos entender que esta unidad

comienza con un diálogo como lo expresa Jesús en su oración y se nos invita también como

seres humanos a tomar este camino, teniendo en cuenta que el diálogo no es sólo un

intercambio de ideas. Siempre es de todos modos un « intercambio de dones ».

Es por tanto, que en el decreto conciliar sobre el ecumenismo, siendo consciente de la

importancia que juega el leguaje dentro de la comunicación ha propuesto en primer plano

“todos los esfuerzos, para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la

justicia y la verdad, a la condición, de los hermanos separados y que por lo mismo hagan más

difíciles las relaciones mutuas con ellos. De tal modo que se pueda entrar en un verdadero

diálogo donde cada una de las partes congregadas en el círculo religioso pueda exponer lo

que han encontrado de la verdad y sirva de ayuda en la compresión de todos, de modo que

todos adquieran un conocimiento más auténtico y una estima más justa de la doctrina de la

vida de cada comunión.

En efecto, esta búsqueda de la verdad lleva a una formación de conciencia y orienta su

actuación en favor de la unidad y para ello se debe de partir de un principio Antropo-

teológico como es que cada discípulo reconozca su pecado de tal modo que llegue a una
conversión personal, para que también se dé cuenta que ha cometido pecado contra la unidad

de la Iglesia, esto haciendo referencia a todos los que conforman la Iglesia, tanto pastores

como líderes religioso y laicos. Por eso se invita al hecho del perdón e ir al mismo tiempo un

poco más allá de la superación del pecado personal y social sino a cambiar las estructuras que

se han contribuido a la división y a su consolidación.

De modo, que esto nos lleve a incrementar como Iglesia un método de anunciar la fe

católica es decir, presentar la doctrina con claridad, por lo que ésta a su vez no puede ser un

obstáculo para el dialogo con los demás hermanos. Ciertamente es posible testimoniarla

propia fe y explicar la doctrina de un modo correcto, leal y comprensible y tener presente

contemporáneamente tanto las categorías mentales como la experiencia concreta del otro. De

modo que las divergencias se puedan afrontar con espíritu sincero de caridad fraterna, de

respeto de las exigencias de la propia conciencia y la del prójimo con profunda humildad y

amor a la verdad.

En consecuencia de lo anterior, como en todo cultivo se espera tras de su siembra

recoger algo, pues los frutos de esta conversión común al Evangelio de la que el Espíritu de

Dios ha hecho instrumento al movimiento ecuménico. Por tanto, el diálogo no se desarrolla

sólo en relación a la doctrina, sino que abarca toda la persona y es necesario que los católicos

reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos procedentes del

patrimonio común, que se encuentran en nuestros hermanos no católicos.

Es por ello, que de manera muy positiva y considerada como una esperanza de avance

de unidad es la buena relación que se tiene con la Iglesia de oriente, de manera particular con

los Ortodoxas que están en plena comunión con la sede de Roma y donde se recuerda que

durante el primer siglo se vivió en la unidad, mas después al no vivirla en la comunión plena

se sigue percibiendo los abundantes frutos de la gracia. Pero por desgracia el progresivo
distanciamiento entre las Iglesias de Occidente y de Oriente las ha privado de la riquezas de

sus dones y ayudas mutuas, San Pablo nos amonesta “ayudaos mutuamente a llevar vuestras

cargas” Ga 6,2 y adaptándola en el ahora en el término tradicional de “Iglesias Hermanas”.

En efecto, lo que busca la Iglesia católica es que haya comunión entre las dos iglesias

de Oriente y Occidente, del mismo modo que se vivió la fe en el primer milenio, y de este

modo con aquellos que van en busca de la verdad y que cada vez se hace de manifiesto

mediante, el deseo de muchos cristianos en el mundo entero de luchar por el respeto de la

dignidad humana, para promover el bien la paz, la aplicación social del Evangelio, para hacer

presente el Espíritu cristiano en las ciencias y en las artes.

De modo, que todos los esfuerzos realizados cada día comiencen a generar abundantes

frutos sobre el pueblo de Dios, para que así, se pueda percibir en la sociedad actual la unidad

entre los cristianos del mundo. Adicionalmente, a este sentir podemos nombrar los esfuerzos

que realiza el hombre que actúa como signo de la unidad entre los discípulos de Cristo en la

tierra como es el Obispo de Roma, quien tiene esa gran misión de trabajar incansablemente

para que se pueda alcanzar esta realidad, y continuo a él se une el colegio de los demás

Obispos que son sus colaboradores directos, y estos a su vez cuentan con los demás

miembros de la Iglesia.

Finalmente, hemos de tener en cuenta que todo esto se ha hecho posible gracias a la

guía y dirección del Espíritu Santo, que se convierte en el artífice que construye y sostiene la

obra eclesial y que finalmente ilumina la trayectoria que se debe de continuar para hacer

posible unidad de los cristianos: primero la oración que se muestra como ese camino que

debemos emprender cada cristiano para sumir aquella inquietud que es anhelo de unidad en el

amor que tenemos a Cristo y por el padre rico, en misericordia. Y que se muestra a través de
la acción de gracias, porque es el Espíritu el que viene en nuestra ayuda para interceder por

nuestras necesidades.

Y sobre todo manteniendo la esperanza en el Espíritu, qosue sabe alejar de nosotros

los aspectos del pasado y los recuerdos dolorosos de la separación; el nos concede lucidez,

fuerza y valor para dar los pasos necesarios, de modo que nuestro empeño sea cada vez mas

auténtico.

REFERENCIA

vatican.va. (25 de mayo de 1995). Obtenido de http://www.vatican.va/content/john-paul-


ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25051995_ut-unum-sint.html

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