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Michel de Montaigne

Ensayos escogidos
Daniel Dumonstier (1574-1646), retrato de Michel de Montaigne, óleo, 1585
Michel de Montaigne
Ensayos escogidos

Traducción y notas de Constantino Román y Salamero


Selección y prólogo de Felipe Restrepo David

Biblioteca Clásica para Jóvenes Lectores

Editorial Universidad de Antioquia


Editorial Universidad de Antioquia
Biblioteca Clásica para Jóvenes Lectores
Editora: Doris Elena Aguirre Grisales

© De esta edición, Editorial Universidad de Antioquia


ISBN: 978-958-714-367-6

Traducción de Constantino Román y Salamero


Prólogo de Felipe Restrepo David

Les Essais, Michel de Montaigne


Primera edición en la Editorial Universidad de Antioquia: abril de 2010
Diseño y diagramación: Luisa Fernanda Bernal Bernal, Imprenta Universidad
de Antioquia

Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier


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contenido

michel de montaigne, ix

la pasión de andar, xi

el autor al lector, 3

libro i

Del miedo, 5. Que filosofar es prepararse a morir, 8. De la fuer-


za de imaginación, 26. De la amistad, 38. De los caníbales, 53.
De cómo reímos y lloramos por la misma causa, 70. De la so-
ledad, 74. De la desigualdad que existe entre nosotros, 87. De
los nombres, 101. De la edad, 108.

libro ii

De la inconstancia de nuestras acciones, 112. De la embriaguez,


120. De los libros, 131. De la crueldad, 147. Cada cosa quiere
su tiempo, 165. Defensa de Séneca y de Plutarco, 170. De tres vir-
tuosas mujeres, 178. De los hombres más relevantes, 187.

libro iii

Del arrepentimiento, 195. Del arte de platicar, 213.

bibliografía, 241
michel de montaigne

1533. Nace Michel Eyquem de Montaigne el 28 de febrero en


Burdeos, hijo de Pedro Eyquem y Antoinette de Louppes.
1535. Inicia el aprendizaje del latín como lengua materna.
1539. Ingresa al colegio de Guyena.
1549. Perfecciona sus estudios de filosofía y derecho en la Es-
cuela de Tolosa.
1554. Es nombrado Consejero de la Corte de Subsidios del Pe-
rigord.
1557. Ingresa al Parlamento de Burdeos.
1558. Empieza su fraternal amistad con Esteban de la Boëtie,
a quien conoció en una fiesta.
1563. Muere La Boëtie el 18 de agosto. Montaigne, que lo
asistió en su agonía, demorará años en reponerse.
1565. Contrae matrimonio con Françoise de la Chassagne.
1569. Publica su traducción de la Teología natural de Rai-
mundo Sabunde, tarea que le tomó años.
1570. Renuncia al cargo de Magistrado. Publica los poemas
y traducciones de La Boëtie. Nace su primera hija, que
muere a los dos meses.
1571. Decide recluirse en su castillo en el tercer piso de la
torre para meditar y escribir. Es nombrado Caballero de la
Orden de San Miguel. Nace Leonor, su segunda hija.
1572. Inicia la escritura de sus Ensayos.
1573. Nace su tercera hija, que vive siete semanas.
x • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

1574. Nace su cuarta hija, que muere a los tres meses.


1577. Nace su quinta hija, que vive un mes. Sufre los prime-
ros ataques del “mal de piedra” (cálculos urinarios), que lo
aquejará el resto de su vida.
1580. Publica la primera edición de sus Ensayos. Inicia su viaje
por Italia, Francia y Suiza.
1581. Regresa a Burdeos para ejercer el cargo de alcalde.
1582. Publica la segunda edición de sus Ensayos.
1583. Es reelegido alcalde. Nace su sexta hija, que vivirá pocos
días.
1585. Abandona su cargo político y huye con su familia a cau-
sa de la peste.
1587. Publica la tercera edición de sus Ensayos.
1588. Publica la cuarta edición de sus Ensayos con numerosas
adiciones. Conoce a María de Gournay, a quien considerará
como su hija adoptiva. Montaigne decide recluirse aun más
en su castillo para entregarse a la lectura y a la corrección
de su libro.
1592. Muere el 13 de septiembre. Su corazón fue depositado en
la iglesia de St. Michel, mientras que su cuerpo fue enterrado
en la iglesia de Feuillants, en Burdeos. Su biblioteca ahora es
un museo.
la pasión de andar

Cuentan que Montaigne fue un exce- harían Cervantes en la novela y Sha-


lente actor cuando estudiaba en el co- kespeare en la dramaturgia. Ningu-
legio de Guyena. A sus catorce años no de los tres sabía que había em-
y gracias al teatro, ya había olvidado prendido una de las renovaciones
el perfecto latín que había aprendi- más trascendentales en sus respec-
do en su infancia al lado de severos tivas lenguas, y que las transforma-
y ortodoxos instructores. Por su- rían para siempre.
puesto, a su padre no le gustó que Michel de Montaigne nació el 28
su hijo, además de haberse iniciado de febrero de 1533 y murió el 13 de
en el camino de las compañías artís- septiembre de 1592, en la misma
ticas, eligiera la comedia y no la tra- ciudad: Burdeos. En 1580 salió de
gedia, el vulgo y no la aristocracia, Francia rumbo a Italia, Austria y
la mofa y no el patetismo. Alemania, para emprender el único
Este lenguaje cómico, con el que viaje de su vida, del que escribió un
se familiarizó tanto, fue una de sus diario —que fue encontrado dos-
primeras lecciones de estilo. El ensa- cientos años después, en 1770, ol-
yista que habría de llegar a ser pre- vidado en el fondo de un viejo baúl
firió escribir en un francés coloquial en su castillo—. Pero, a pesar suyo,
más cercano al pueblo (como Ra- regresó pronto para posesionarse
belais y Villon) y, de cierta mane- como alcalde en Burdeos en 1581.
ra, más indigno para su clase social, De los seis hijos que tuvo, sólo uno
embebida en solemnes latinismos, sobrevivió: Leonor; y de su esposa,
estáticos y excluyentes. Es la misma al menos por lo que confiesa en sus
elección que, a inicios del siglo xvii, ensayos, no conservó muy grato re-
xii • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cuerdo. Al final de sus días, una jo- que no fueron pocos. Montaigne se
ven amiga parisina, María de Gour- extasiaba en la variedad y en lo cam-
nay, fue su compañía. biante, por eso sus digresiones, tan
Siempre lo aquejó el “mal de comunes en sus ensayos, semejan
piedra” (cálculos urinarios), del que los múltiples afluentes de un gran
había muerto su padre y, al parecer, río e, incluso, contrariando el cau-
también su abuelo. La enfermedad ce normal de la corriente, él sí pre-
fue una de sus mayores preocupa- fería devolverse a su antojo.
ciones filosóficas y literarias. De Montaigne es nuestro contempo-
ella se sirvió para su creación y, más ráneo por muchas razones. Su estilo
que una pesada carga, fue una mis- se nos muestra tranquilo, ligero y es-
teriosa e inusitada experiencia, no pontáneo, cercano a la oralidad, pro-
para conocerse, sino para encontrar- curando reflejar la naturaleza de la
se con su cuerpo y espíritu, que eran conversación cotidiana: algo desor-
puro movimiento, tal como él creía. denada, sin rumbo fijo, entre agra-
Aquella teoría de Aristóteles sobre la ciada y risueña; no en vano este en-
melancolía de los hombres de genio, sayista descreyó de las preceptivas
algo ensimismados y un tanto calla- que prefería más bien pasar por alto.
dos e inasibles, como a un lado del Con las palabras procuró dibujar su
mundo, para la época del ensayista humanidad, y no tanto su talento,
conservaba toda su vigencia no sólo del que desconfiaba y se burlaba. Sus
médica sino mística; es sabido que el frases son cortas, evitan la grandi-
Renacimiento tardío concebía una locuencia y los largos periodos su-
idea integral de la sabiduría. bordinados. De allí que afirmara
Era un vigía de sí mismo, perse- que su escritura era doméstica y
guía sus propias ideas y emociones frívola y que tenía como fin ser “los
procurando adivinar adónde lo lle- ensayos de mi vida”: la huella de su
vaban, pero sólo por divertimiento, existencia, fiel y sincera a sí misma.
pues nunca le interesaron las certi- Apreciaba, como pocos, la fecundi-
dumbres ni lo acosó la perturbado- dad del silencio.
ra necesidad de demostrar algo. Su Su obra completa es un solo libro:
escritura conserva con vivacidad el Ensayos, que sufrió dos modificacio-
registro de los lugares recorridos, nes en la cantidad de notas y citas
La pasión de andar • xiii

(esas sí en griego y en latín) que él La tradición literaria universal ubi-


mismo pudo agregar en vida, en las ca con justicia a Montaigne como el
sucesivas ediciones de 1580 y 1588; padre del ensayo, el inventor de una
sin embargo, nunca recortó: lo que nueva forma de nombrar el mun-
está escrito, incólume debe per- do. Aquella que consiste en el libre
manecer, decía. Además, creía que y meditado examen de sí, y de toda
si cambiaba lo que había sentido e la realidad histórica e imaginaria,
imaginado tiempo atrás, era como que tiene como fin último la prepa-
cercenar una parte de sí mismo, mu- ración para una muerte digna y se-
tilar la memoria. Él se tomaba más rena. El sujeto, en esta escritura, es
tiempo en pensar y reflexionar acer- el dato esencial, y su punto de vista
ca de sus ideas que en escribirlas, y único y original es el blanco de las
para hacerlo escogía el día y no la saetas. Sin embargo, no importa el
noche. tema sino su tratamiento, el filtro
La suya es una obra de madu- personal. Aquí, la obra de arte es el
rez que empezó a forjar casi a los retrato del hombre, hecho de pa-
cuarenta años cuando se retiró de labras tan vivas y vasculares que si
la vida pública a la torre de su casti- se cortaran sangrarían, como dijo
llo, que en realidad era su biblioteca alguna vez Emerson a propósito de
personal, dispuesta en perfecta for- Montaigne, su maestro.
ma circular, y en la que permaneció Montaigne era más intuitivo que
rodeado de los libros heredados de racional, por eso prefería a Séneca
su padre y de su amigo La Boëtie. y no a Cicerón, a Sócrates y no a
Ese era su íntimo refugio, al que na- Aristóteles. Poco estimó la historia
die, excepto él, podía ingresar. En y sus generalidades; al contrario, se
su castillo murió a los cincuenta y deslumbraba con los detalles de la
nueve años, y cuentan que los últi- vida privada y cotidiana: Diógenes
mos tres días perdió el habla a cau- Laercio y Plutarco fueron su deleite.
sa de una hinchazón en su lengua, y Le gustaba imaginar lo que hacía
que sólo a través de breves notas lo- Alejandro Magno en su habitación,
graba comunicarse. Cuando expiró solo o con sus amigos, y no su par-
pronunció unas palabras que nadie ticipación en las batallas que le die-
pudo descifrar. ron la gloria y el poder. Él pensaba
George Braun y Franz Hogenberg, “Quizá
pueda representarse así a Montaigne en un viaje
a caballo” en Civitates orbis terrarum, 1572,
publicada en Francis Jeason, Montaigne, París,
Editions du Seuil, 1994
xvi • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

que la grandeza de un hombre sub- la soledad, la imaginación, los li-


yacía en otra instancia muy distinta bros, el Nuevo Mundo, entre muchos
a la pública. En uno de sus más con- otros. Sus reflexiones y comentarios
tundentes ensayos, “De los hombres aún conservan la frescura de quien
más relevantes” cuenta las historias piensa desde el mismo corazón de
de tres personajes fundamentales de los conflictos y de los dilemas mo-
la antigüedad: Homero, Alejandro rales; tal actitud se evidencia en “De
y Epaminondas, y en “De tres mu- los caníbales”, donde sostuvo que
jeres virtuosas” menciona un grupo los pueblos de América (sobre todo
de heroínas, resaltando su valor, en- el brasilero, que conoció más de cer-
trega e inteligencia: una anónima, ca gracias a un criado mestizo) nada
Arria y Paulina Pompeia. tenían de bárbaro por el hecho de
En estos dos ensayos, como en cultivar otras costumbres diferentes a
“De la embriaguez” y “De los nom- las europeas; que más tenían de bár-
bres”, nos muestra una de sus fa- baro, a su parecer, las guerras de los
cetas más atrayentes: la del narra- fanatismos religiosos y las terribles
dor que se esmera, como un buen conquistas de los imperios que bus-
interlocutor, en contar las historias caban subordinar otras naciones.
que le gustan, tanto las que escucha El fluir del pensamiento y de las
como las que lee; a propósito, nun- narraciones que corren por las líneas
ca desligó el folclor de su erudición de sus ensayos son más sorprenden-
porque para él representaban dos tes mientras más se meditan; la gra-
maneras de una misma expresión cia y la sinceridad de ese hombre
humana. Desde su nacimiento, el que se desnuda y que logra conver-
ensayo ha deslindado todos los gé- sar con nosotros desde su intimidad
neros, por eso es falso que sea sólo como un amigo que aparece sin es-
pensamiento y argumentación, ya perarse, son las que maravillaron a
que desde un principio la imagi- Shakespeare con su alegría vital (y
nación, es decir la poesía, ha sido que tanto influyó en La tempestad), a
esencial a su forma literaria. Nietzsche con su relativismo moral,
Los temas de sus ensayos, sin a Freud con su profundidad psico-
duda, nos interesan a los lectores de lógica, a Proust con su “yo” narra-
este tiempo: la muerte, la crueldad, dor, y a Lévi-Strauss con su genero-
La pasión de andar • xvii

sa tolerancia por los hombres y las antes que Locke. Por eso el padre
culturas, de la que también hacían del ensayo señaló los caminos que
parte los animales; hay una afirma- otros habrían de seguir, tanto en el
ción que lo dice todo al respecto: pensamiento como en la literatura, y
“Cuando juego con mi gata, ¿quién para demostrarlo están las obras de
sabe si no es ella la que está divir- Robert Louis Stevenson, Oscar Wil-
tiéndose conmigo, más bien que yo de, Gilbert Chesterton, Andre Gide,
con ella?”. Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges,
Su amistad de juventud con Es- Augusto Monterroso, por sólo nom-
teban de La Boëtie es legendaria, brar a algunos de los autores más in-
como la de Agustín y Alipio, o la de fluenciados por él, no en los temas,
Orestes y Pilades. Cuando La Boëtie sino en la naturaleza de su creación:
murió, al poco tiempo de conocidos, una originalidad que emerge de una
cuenta Montaigne que sintió como búsqueda espiritual.
si su propia vida se desgarrara en Es una búsqueda como la del via-
mil pedazos: “Yo era él, y él era yo”, jero que vagabundea por los caminos
confiesa. Su amigo, durante los cin- sin una meta de llegada. La necesi-
co años que estuvieron juntos, lo fue dad del encuentro con el ser interior
todo: confidente y maestro. Algunos se inicia en el desconocimiento de lo
escritores dicen, entre ellos Arreola, que está a la vuelta de la colina o del
que sus ensayos quizás no sean otra río. Y tal camino, como en sus ensa-
cosa que una conversación imagina- yos, va apareciéndose en la medida
ria con la que él intenta conservar que se transita: Montaigne, cuando
viva la memoria de aquel que ya no escribe, sabe lo que dice pero no lo
está a su lado. Uno de los más di- que dirá; su creación no se construye
vulgados es el que lleva por nombre bajo una estructura arquitectónica e
“De la amistad”, y en el que cuenta inamovible, sino que se gesta bajo la
esta bella y triste historia. actividad orgánica de lo mutable que
Antes que Rousseau, Montaigne a cada instante toma giros inespera-
ya había concebido al “buen salvaje”; dos. Es la pasión de andar, que es la
al igual que la duda y el escepticismo del peregrino solitario que se per-
antes que Descartes; y los conceptos mite vivir en incesante migración,
de formación lúdica para los niños como buen renacentista que era. Su
xviii • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

característico espíritu de riesgo y de arrebatara sería como desprender


incertidumbre fue el que tanto sedu- la propia piel. Individualidad es la
jo al impetuoso Byron, otro andarie- palabra clave.
go impenitente. Una de las imágenes más bellas
En una época como la nuestra de escritas en homenaje a Montaig-
tristes violencias y de crueles intole- ne se le ocurrió al crítico francés
rancias, como la que vivió Montaigne del siglo xix: Sainte-Beuve, otro de
con las guerras religiosas entre cató- sus ilustres discípulos. Él recreo la
licos y protestantes (con el terrible muerte del gran ensayista como una
recuerdo de la matanza de la noche singular obra de teatro: Shakespea-
de San Bartolomé en 1572), regresa re, su hermano mayor en genio y
a nosotros un ejemplo definitivo: él poder, encabeza la corte funeraria;
eligió la libertad individual. Después atrás marchan Racine, quien de-
de un tremendo cansancio como rrama calladas lágrimas, y Molière,
magistrado y alcalde, y de lidiar sin que no muestra su rostro; después,
éxito con su mezquina y codiciosa con expresiones algo desencajadas,
sociedad, se retiró a su castillo para el corazón en la mano y la mirada
entregarse al estudio, la meditación perdida, caminan con lentitud La
y la escritura. Allí empezó a construir Fontaine, La Bruyère, Montesquieu,
su propia vida, de manera que nadie Rousseau, Voltaire y Mme. de Sévig-
pudiera penetrar la soledad interior, né; mientras que, en una esquina,
su mayor tesoro. ora Pascal a Aquel que es todas sus
Optó por alejarse de la masa oscu- estrellas.
ra y descorazonada en la que se sen-
tía cada vez más atrapado. La propia Felipe Restrepo David (Chigorodó-An-
salvación era la única posibilidad si tioquia, 1982). Ensayista e investigador.
quería preservarse. En esencia, es el Estudió Filosofía en la Universidad de An-
mismo principio de Voltaire: cultivar tioquia. Ha publicado dos libros de ensa-
el propio jardín; y de Stefan Zweig: yos: Voces en escena: dramaturgia antioqueña
huir hacia sí mismo. Cuidar el ser y del siglo xx (Atrae, 2008) y Conversaciones
volverlo una expresión de libertad desde el escritorio: siete ensayistas colombianos
silenciosa, firme y constante; y si se del siglo xx (Universidad Eafit, 2008).
Bordeaux, 1650, Archives Municipales de Bordeaux
el autor al lector

Este es un libro de buena fe, lector. ra de ser sencilla, natural y ordinaria,


Desde el comienzo te advertirá que sin estudio ni artificio, porque soy yo
con él no persigo ningún fin tras- mismo a quien pinto. Mis defectos
cendental, sino sólo privado y fami- se reflejarán a lo vivo: mis imperfec-
liar; tampoco me propongo con mi ciones y mi manera de ser ingenua,
obra prestarte ningún servicio, ni en tanto que la reverencia pública lo
con ella trabajo para mi gloria, que consienta. Si hubiera yo pertenecido
mis fuerzas no alcanzan al logro de a esas naciones que se dice que vi-
tal designio. Lo consagro a la como- ven todavía bajo la dulce libertad de
didad particular de mis parientes y las primitivas leyes de la naturaleza,
amigos para que, cuando yo muera te aseguro que me hubiese pintado
(lo que acontecerá pronto), puedan bien de mi grado de cuerpo entero y
encontrar en él algunos rasgos de mi completamente desnudo. Así, lector,
condición y humor, y por este medio sabe que yo mismo soy el contenido
conserven más completo y más vivo de mi libro, lo cual no es razón para
el conocimiento que de mí tuvieron. que emplees tu vagar en un asunto
Si mi objetivo hubiera sido buscar tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues.
el favor del mundo, habría echado
mano de adornos prestados; pero no, De Montaigne, a 12 días del mes de junio
quiero sólo mostrarme en mi mane- de 1580 años.
del miedo

Obstupui, steteruntque comae, et vox faucibus haesit


[Estupefacto, la voz se apaga en mi garganta y se erizan mis cabellos
Virgilio, Eneida, II, 774]

No soy buen naturalista según di- en la cruz roja y viceversa. Cuando el


cen, y desconozco por qué suerte de condestable de Borbón se apoderó
mecanismo el miedo obra en noso- de Roma, un portaestandarte que es-
tros. Es el miedo una pasión extra- taba de centinela en el barrio de San
ña y los médicos afirman que nin- Pedro, fue acometido de tal horror,
guna una otra hay más propicia a que a la primera señal de alarma se
trastornar nuestro juicio. En efecto, arrojó por el hueco de una muralla,
he visto muchas gentes a quienes el con la bandera en la mano, fuera de
miedo ha llevado a la insensatez, y la ciudad, yendo a dar en derechura
hasta en los más seguros de cabeza, al sitio donde se encontraba el ene-
mientras tal pasión domina, en- migo, pensando guarecerse dentro
gendra terribles alucinaciones. de la ciudad; cuando vio las tropas
Dejando a un lado el vulgo, a del condestable, que se aprestaban
quien el miedo representa ya sus en orden de batalla, creyendo que
bisabuelos que salen del sepulcro eran los de la plaza que iban a salir,
envueltos en sus sudarios, ya bru- conoció su situación y volvió a entrar
jos en forma de lobos, ya duendes y por donde se había lanzado, hasta
quimeras, hasta entre los soldados, a internarse trescientos pasos dentro
quienes el miedo parece que debía del campo. No fue tan afortunado el
sorprender menos, cuantas veces les enseña del capitán Julle, cuando se
ha convertido un rebaño de ovejas apoderaron de la plaza de San Pablo
en escuadrón de coraceros; rosales y el conde de Burén y el señor de Reu,
cañaverales en caballeros y lanceros, pues dominado por un miedo horri-
amigos en enemigos, la cruz blanca ble arrojose fuera de la plaza por una
6 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cañonera y fue descuartizado por los do nos empuja hacia los actos esforza-
sitiadores. En el cerco de la misma dos, que antes no realizamos faltando
fue memorable el terror que opri- a nuestro deber y a nuestro honor. En
mió, sobrecogió y heló el ánimo de la primera memorable batalla que los
un noble que cayó en tierra muerto romanos perdieron contra Aníbal,
en la brecha, sin haber recibido he- bajo el consulado de Sempronio, un
rida alguna. Terror análogo acomete ejército de diez mil infantes a quien
a veces a muchedumbres enteras. En acometió el espanto, no viendo sitio
uno de los encuentros de Germánico por donde escapar cobardemente,
con los alemanes, dos gruesas colum- arrojose al través del grueso de las co-
nas de ejército partieron, a causa del lumnas enemigas, las cuales deshizo
horror que de ellas se apoderó, por por un esfuerzo maravilloso causan-
dos caminos opuestos; una huía de do muchas bajas entre los cartagine-
donde salía la otra. Ya nos pone alas ses. Así, afrontando igual riesgo como
en los talones, como aconteció a los el que tuvieran que haber desplegado
dos primeros, ya nos deja clavados para alcanzar una gloriosa victoria,
en la tierra y nos rodea de obstáculos huyeron vergonzosamente.
como se lee del emperador Teófilo, Nada me horroriza más que el
quien en una batalla que perdió con- miedo y a nada debe temerse tan-
tra los agarenos, quedó tan pasmado to como al miedo; de tal modo so-
y transido que se vio imposibilitado brepuja en consecuencias terribles
de huir, adeo pavor etiam auxilia formi- a todos los demás accidentes. ¿Qué
dat [El miedo que horroriza de todo desconsuelo puede ser más intenso
hasta de aquello que pudiera soco- ni más justo que el de los amigos de
rrerle. Quinto Curcio, III, 11], hasta Pompeyo, quienes encontrándose en
que uno de los principales jefes de su su navío fueron espectadores de tan
ejército, llamado Manuel, le sacudió horrorosa muerte? El pánico a las
fuertemente cual si le despertara de naves egipcias, que comenzaban a
un sueño profundo, y le dijo: “Si no aproximárseles, ahogó sin embargo
me seguís, os mataré; pues vale más de tal suerte el primer movimien-
que perdáis la vida que no que caigáis to de sus almas, que pudo advertirse
prisionero y perdáis el imperio”. Ex- que no hicieron más que apresurar
presa el miedo su última fuerza cuan- a los marineros para huir con toda
Del miedo • 7

la diligencia posible, hasta que lle- tanto que los pobres, los desterrados
gados a Tiro, libres ya de todo te- y los siervos, suelen vivir alegremen-
mor, convirtieron su pensamiento a te. El número de gentes a quienes el
la pérdida que acababan de sufrir, y miedo ha hecho ahorcarse, ahogarse
dieron rienda suelta a lamentacio- y cometer otros actos de desespera-
nes y lloros, que la otra pasión, más ción, nos enseña que es más impor-
fuerte todavía, había detenido en sus tuno o insoportable que la misma
pechos. muerte.
Reconocían los griegos otra clase
Tum pavor sapientiam omnem mihi ex de miedo que no tenía por origen
animo expectorat. el error de nuestro entendimiento,
[El horror ha alejado la energía lejos de y que según ellos procedía de un
mi corazón. Ennio en Cicerón, Tuscula- impulso celeste; pueblos y ejércitos
nas, VI, 8]. enteros veíanse con frecuencia poseí-
dos por él. Tal fue el que produjo en
Hasta a los que recibieron buen nú- Cartago una desolación horrorosa: se
mero de heridas en algún encuentro oían voces y gritos de espanto; veíase
de guerra, ensangrentados todavía, a los moradores de la ciudad salir de
es posible hacerlos coger las armas el sus casas dominados por la alarma,
día siguiente; mas los que tomaron atacarse, herirse y matarse unos a
miedo al enemigo, ni siquiera osa- otros como si hubieran sido enemi-
rán mirarle a la cara. Los que viven gos que trataran de apoderarse de
en continuo sobresalto por temer de la ciudad: todo fue desorden y furor
perder sus bienes, y ser desterrados hasta el momento en que por medio
o subyugados, están siempre sumi- de oraciones y sacrificios aplacaron la
dos en angustia profunda; ni comen ira de los dioses. A este miedo llama-
ni beben con el necesario reposo, en ron los antiguos terror pánico.
que filosofar es prepararse a morir

Dice Cicerón que filosofar no es otra luego, pues ¿quién pararía mientes
cosa que disponerse a la muerte. Tan en el que afirmara que el designio
verdadero es este principio, que el que debemos perseguir es el dolor
estudio y la contemplación parece y la malandanza? Las disensiones
que alejan nuestra alma de nosotros entre las diversas sectas de filósofos
y le dan trabajo independiente de la en este punto son sólo aparentes;
materia, tomando en cierto modo un transcurramus solertissimas nugas [No
aprendizaje y semejanza de la muer- nos detengamos en esas fugaces ba-
te; o en otros términos, toda la sabi- gatelas. Séneca, Epístolas, 117]; hay
duría y razonamientos del mundo se en ellas más tesón y falta de buena fe
concentran en un punto: el de en- de las que deben existir en una pro-
señarnos a no tener miedo de mo- fesión tan santa; mas sea cual fuere
rir. En verdad, o nuestra razón nos el personaje que el hombre pinte,
burla, o no debe encaminarse sino siempre se hallarán en el retrato las
a nuestro contentamiento, y todo su huellas del pintor.
trabajo tender en conclusión a guiar- Cualesquiera que sean las ideas de
nos al buen vivir y a nuestra íntima los filósofos, aun en lo tocante a la vir-
satisfacción, como dice la Sagrada tud [Montaigne emplea casi siempre
Escritura. Todas las opiniones del la palabra virtud en la acepción la-
mundo convienen en ello: el placer tina, más amplia y comprensiva que
es nuestro fin, aunque las demos- la actual; lo mismo expresa con ella
traciones que lo prueban vayan por la fuerza, vigor y valor, que la inte-
distintos caminos. Si de otra manera gridad de ánimo y bondad de vida]
ocurriese, se las desdeñaría desde misma, el último fin de nuestra vida
Que filosofar es prepararse a morir • 9

es el deleite. Pláceme hacer resonar actos la hacen austera e inaccesible,


en sus oídos esta palabra que les es allí donde mucho más propiamente
tan desagradable, y que significa el que a la voluptuosidad ennoblecen,
placer supremo y excesivo conten- aguijonean y realzan el placer divino
tamiento, cuya causa emana más y perfecto que nos proporciona. Es
bien del auxilio de la virtud que de indigno de la virtud quien examina
ninguna otra ayuda. Tal voluptuosi- y contrapesa su coste según el fruto, y
dad por ser más vigorosa, nerviosa, desconoce su uso y sus gracias. Los
robusta, viril, no deja de ser menos que nos instruyen diciéndonos que
seriamente voluptuosa, y debemos su adquisición es escabrosa y labo-
darle el nombre de placer, que es riosa y su goce placentero, ¿que nos
más adecuado, dulce y natural, no prueban con ello sino que es siempre
el de vigor, de donde hemos sacado desagradable? porque ¿qué medio
el nombre. La otra voluptuosidad, humano alcanza nunca al goce abso-
más baja, si mereciese aquel hermo- luto? Los más perfectos se conforman
so calificativo debiere aplicárselo en bien de su grado con aproximarse a
concurrencia, no como privilegio: la virtud sin poseerla. Pero se equi-
encuéntrola yo menos pura de mo- vocan en atención a que de todos los
lestias y dificultades que la virtud, y placeres que conocemos el propio
además la satisfacción que acarrea intento de alcanzarlos es agradable:
es más momentánea, fluida y cadu- la empresa participa de la calidad de
ca; la acompañan vigilias y trabajos, la cosa que se persigue, pues es una
el sudor y la sangre, y estas pasio- buena parte del fin y consustancial
nes en tantos modos devastadoras, con él. La beatitud y bienandanza
producen saciedad tan grande que que resplandecen en la virtud ilu-
equivale a la penitencia. Nos equi- minan todo cuanto a ella pertenece
vocamos grandemente al pensar y rodea, desde la entrada primera,
que semejantes quebrantos aguijo- hasta la más apartada barrera.
nean y sirven de condimento a su Es, pues, una de las principales
dulzura (como en la naturaleza, lo ventajas que la virtud proporciona
contrario se vivifica por su contra- el menosprecio de la muerte, el cual
rio); y también al asegurar cuando provee nuestra vida de una dulce
volvemos a la virtud que parecidos tranquilidad y nos suministra un
10 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

gusto puro y amigable, sin que nin- tinua de tormento, que de ningún
guna otra voluptuosidad sea extinta. modo puede aliviarse. No hay lugar
He aquí por qué todas las máximas de donde no nos venga; podemos
convienen en este respecto; y aunque volver la cabeza aquí y allá como si
nos conduzcan de un común acuerdo nos encontráramos en un lugar sos-
a desdeñar el dolor, la pobreza y las pechoso: quae quasi saxum Tantalo,
otras miserias a que la vida humana semper impendet [Es siempre amena-
está sujeta, esto no es tan importante zadora, como la roca de Tántalo.
como el ser indiferentes a la muerte, Cicerón, De los fines, I, 18]. Con fre-
así porque esos accidentes no pesan cuencia nuestros parlamentos man-
sobre todos (la mayor parte de los dan ejecutar a los criminales al lugar
hombres pasan su vida sin experi- donde el crimen se cometió; du-
mentar la pobreza, y otros sin dolor rante el camino hacedles pasar por
ni enfermedad, tal Xenófilo el músi- hermosas casas, dispensadles tantos
co, que vivió ciento seis años en cabal agasajos como os plazca,
salud), como porque la muerte pue-
de ponerles fin cuando nos plazca, y Non Siculae dapes
cortar el hilo de todas nuestras desdi- Dulcem elaborabunt saporem;
chas. Mas la muerte es inevitable: Non avium citharaeque cantus
Somnum reducent:
Omnes eodem cogimur; omnium [Ni los platos de Sicilia podrán despertar
Versatur urna serius, ocius, su paladar; ni los cánticos de las aves, ni los
Sors exitura, et nos in aeternum acordes de la lira podrán tampoco devol-
Exsilium impositura cymbae: verle el sueño. Horacio, Odas, III, 1, 18].
[Todos estamos obligados a llegar al
mismo término; la suerte de cada uno ¿pensáis, acaso que en ello reci-
de nosotros se encuentra en la urna birán satisfacción, y que el designio
para salir de ella tarde o temprano y final del viaje, teniéndolo fijo en el
hacernos pasar de la barca fatal al des- pensamiento, no les haya trastor-
tierro eterno. Horacio, Odas, II, 3, 25]. nado el gusto de toda comodidad?

y por consiguiente si pone miedo Audit iter, numeratque dies, spatioque viarum
en nuestro pecho, es una causa con- Metitur vitam; torquetur peste futura.
Que filosofar es prepararse a morir • 11

[Preocúpase del camino, cuenta los días nos, teniéndola como de mal agüero,
y mide su vida por la extensión de la solían ablandarla y expresarla con
ruta, vive sin cesar atormentado por la perífrasis: en vez de decir ha muerto,
idea del suplicio que le espera. Claudia- decían ha cesado de vivir, vivió; con
no, Contra Rufino, II, 137]. que se pronunciara la palabra vida,
aunque ésta fuera pasada, se consola-
La muerte es el fin de nuestra ca- ban. Hemos tomado nuestro difunto
rrera; el objeto necesario de nuestras señor Juan de esa costumbre roma-
miras: si nos causa horror, ¿cómo es na. Como se dice ordinariamente,
posible dar siquiera un paso adelan- la palabreja vale cualquier cosa. Yo
te sin fiebre ni tormentos? El reme- nací entre once y doce de la maña-
dio del vulgo es no pensar en ella, na, el último día de febrero de mil
¿mas de qué brutal estupidez puede quinientos treinta y tres, conforme al
provenir una tan grosera ceguera? cómputo actual que hace comenzar
Preciso le es hacer embridar al asno el año en enero. Hace quince días
por el rabo: que pasé de los treinta y nueve aires,
y puedo vivir todavía otro tanto. Sin
Qui capite ipse suo instituit vestigia retro. embargo, dejar de pensar en cosa
[Puesto que en su torpeza quiere avan- tan lejana sería locura. ¡Pues qué!,
zar echándose atrás. Lucrecio, IV, 474]. a jóvenes y viejos ¿no sorprende la
muerte de igual modo? A todos los
No es maravilla si con frecuencia tal atrapa como si acabaran de nacer;
es atrapado en la red. Sólo con nom- además no hay ningún hombre por
brar la muerte se asusta a ciertas gen- decrépito que sea, que acordándose
tes y la mayor parte se resignan cual si de Matusalén no piense tener por lo
oyeran el nombre del diablo. Por eso menos todavía veinte años en el cuer-
le pone mano en su testamento hasta po. Pero, ¡oh pobre loco!, ¿quién ha
que el médico le desahucia; entonces fijado el término de tu vida? ¿Acaso
Dios sabe, entre el horror y el dolor te fundas para creer que sea larga, en
de la enfermedad, de qué lucidez de el dictamen de los médicos? Más te
juicio disponen los que testan. valiera fijarte en la experiencia dia-
Porque esta palabra hería con ex- ria. A juzgar por la marcha común de
tremada rudeza los oídos de los roma- las cosas, tú vives por gracia extraor-
12 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

dinaria; has pasado ya los términos da del papa Clemente, mi paisano,


acostumbrados del vivir. Y para que en Lyon? ¿No has visto sucumbir en
te persuadas de que así es la verdad, un torneo a uno de nuestros reyes, en
pasa revista entre tus conocimientos, medio de fiestas y regocijos? Y uno
y verás cuántos han muerto antes de de sus antepasados, ¿no murió de un
llegar a tu edad; muchos más de los encontrón con un cerdo? Amenaza-
que la han alcanzado, sin duda. Y de do Esquilo de que una casa se des-
los que han ennoblecido su vida con plomaría sobre él, para nada le sirvió
el lustre de sus acciones, toma nota, la precaución ni el estar alerta pues
y yo apuesto a que hallarás muchos pereció del golpe de una tortuga que
más que murieron antes que después en el aire se había desprendido de
de los treinta y cinco años. Es bien ra- las garras de un águila; otro halló la
zonable y piadoso tomar ejemplo de muerte atravesando el grano de una
la humanidad misma de Jesucristo, pasa; un emperador con el arañazo
que acabó su vida a los treinta y tres de un peine, estando en su tocador;
años. El hombre más grande, pero Emilio Lépido por haber tropezado
que fue sólo hombre, Alejandro, no en el umbral de la puerta de su casa;
alcanzó tampoco mayor edad. ¡Cuán- Aufidio por haber chocado al entrar
tos medios de sorprendernos tiene la contra la puerta de la cámara del
muerte! Consejo; y hallándose entre los mus-
los de mujeres, Cornelio Galo, pre-
Quid quisque vitet, numquam homini satis tor; Tigilino, capitán del Gueto en
Cautum est in horas. Roma; Ludovico, hijo de Guido de
[El hombre no puede prever nunca, Gonzaga, marqués de Mantua. Más
por avisado que sea, el peligro que indigno es que acabaran del mismo
le amenaza a cada instante. Horacio, modo Speusipo, filósofo platónico, y
Odas, II, 13, 13]. uno de nuestros pontífices. El infeliz
Bebis, juez, mientras concedía el pla-
Dejando a un lado las calenturas zo de ocho días en una causa, expiró
y pleuresías, ¿quién hubiese jamás repentinamente; Cayo Julio, médi-
pensado que todo un duque de Bre- co, dando una untura en los ojos de
taña hubiera de ser ahogado por la un enfermo, vio cerrarse los suyos, y
multitud como lo fue éste a la entra- en fin si bien se me consiente citaré
Que filosofar es prepararse a morir • 13

a un hermano mío, el capitán San Dum mea delectent mala me, vel denique
Martín, de edad de veintitrés años, fallant,
que había dado ya testimonio de su Quam sapere, et ringi.
valer: jugando a la pelota recibió un [Consiento en pasar por loco o por
golpe que le dio en la parte superior inerte, siempre que el error me sea gra-
del ojo derecho, y como le dejó sin to, o que yo no lo advierta, mejor que
apariencia alguna de contusión ni ser avisado y padecer con mi sapiencia.
herida, no tomó precaución de nin- Horacio, Epístolas, II, 2, 126].
gún género, pero cinco o seis horas
después murió a causa de una apo- Pero es locura pensar por tal medio
plejía que le ocasionó el accidente. en rehuir la idea de la muerte. Unos
Con estos ejemplos tan ordinarios vienen, otros van, otros trotan, dan-
y frecuentes, que pasan a diario ante zan otros, mas de la muerte nadie ha-
nuestros ojos, ¿cómo es posible que bla. Todo esto es muy hermoso, pero
podamos desligarnos del pensamien- cuando el momento les llega, a sí pro-
to de la muerte y que a cada momen- pios, o a sus mujeres, hijos o amigos,
to no se nos figure que nos atrapa les sorprende y los coge de súbito y
por el pescuezo? ¿Qué importa, me al descubierto. ¡Y qué tormentos, qué
diréis, que ocurra lo que quiera con gritos, qué rabia y qué desesperación
tal de que no se sufra aguardándo- les dominan! ¿Visteis alguna vez nada
la? También yo soy de este parecer, tan abatido, cambiado ni confuso?
y de cualquier suerte que uno pueda Necesario es ser previsor. Aun cuando
ponerse al resguardo de los males, tal estúpida despreocupación pudiese
aunque sea dentro de la piel de una alojarse en la cabeza de un hombre
vaca, yo no repararía ni retrocedería, de entendimiento, lo cual tengo por
pues me basta vivir a mis anchas y imposible, bien cara nos cuesta lue-
procuro darme el mayor número de go. Si fuera enemigo que pudiéramos
satisfacciones posible, por poca glo- evitar, yo aconsejaría tomar armas de
ria ni ejemplar conducta que con ello la cobardía, pero como no se puede,
muestre: puesto que nos atrapa igual al poltrón
y huido que al valiente y temerario
Praetulerim... delirus inersque
videri, Nempe et fugacem persequitur virum;
14 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Nec parcit imbellis juventae fiestas y alegrías tengamos presente


Poplitibus, timidoque tergo, siempre esta idea del recuerdo de
[Persigue al que huye, y castiga sin pie- nuestra condición; no dejemos que
dad al cobarde que vuelve la espalda. el placer nos domine ni se apodere
Horacio, Odas, III, 2, 14]. de nosotros hasta el punto de olvidar
de cuántas suertes nuestra alegría se
y ninguna coraza nos resguarda, aproxima a la muerte y de cuán di-
sea cual fuere su temple, versos modos estamos amenazados
por ella. Así hacían los egipcios, que
Ille licet ferro cautus se condat et aere, en medio de sus festines y en lo me-
Mors tamen inclusum protrahet inde jor de sus banquetes contemplaban
caput, un esqueleto para que sirviese de ad-
[Es inútil que os cubráis de hierro y vertencia a los convidados:
bronce; la muerte os atajará bajo vues-
tra armadura. Propercio, III, 18, 25]. Omnem crede diem tibi diluxisse
supremum:
sepamos aguardarla a pie firme, Grata supervienet, quae non sperabitur
sepamos combatirla, y para empezar hora.
a despojarla de su principal ventaja [Imagina que cada día es el último que
contra nosotros, sigamos el camino para ti alumbra, y agradecerás el ama-
opuesto al ordinario; quitémosle la necer que ya no esperabas. Horacio,
extrañeza, habituémonos, acostum- Epístolas, I, 4, 13].
brémonos a ella. No pensemos en
nada con más frecuencia que en la No sabemos dónde la muerte nos
muerte; en todos los instantes ten- espera; aguardémosla en todas par-
gámosla fija en la mente, y veámosla tes. La premeditación de la muerte
en todos los rostros; al ver tropezar es premeditación de libertad; quien
un caballo, cuando se desprende una ha aprendido a morir olvida la ser-
teja de lo alto, al más leve pinchazo de vidumbre; no hay mal posible en la
alfiler, digamos y redigamos constan- vida para aquel que ha comprendi-
temente, todos los instantes: “Nada do bien que la privación de la mis-
me importa que sea éste el momen- ma no es un mal: saber morir nos
to de mi muerte”. En medio de las libra de toda sujeción y obligación.
Que filosofar es prepararse a morir • 15

Paulo Emilio respondió al emisario Jam fuerit, nec post unquam revocare
que le envió su prisionero el rey de licebit.
Macedonia para rogar que no le [Muy pronto el tiempo presente des-
condujera en su triunfo: “Que se aparecerá y ya no podremos evocarle.
haga la súplica a sí mismo.” Lucrecio, III, 915].
A la verdad en todas las cosas,
si la naturaleza no viene en ayuda, Ni éste ni ningún otro pensa-
es difícil que ni el arte ni el ingenio miento ponían el espanto en mi áni-
las hagan prosperar. Yo no soy me- mo. Es imposible que al principio no
lancólico, sino soñador. Nada hay sintamos ideas tristes; pero insistien-
de que me haya ocupado tanto en do sobre ellas y volviendo a insistir,
toda ocasión como de pensar en la se familiariza uno sin duda; de otro
muerte, aun en la época más licen- modo, y por lo que a mí toca, halla-
ciosa de mi edad: ríame constantemente en continuo
horror y frenesí, pues jamás hom-
Jucundum quum aetas florida ver ageret. bre alguno estuvo tan inseguro de
[Cuando mi edad florida gozaba su su vida; jamás ningún hombre tuvo
alegre primavera. Catulo, LXVIII, 16]. menos seguridad de la duración de
la suya. Ni la salud que he gozado
Hallándome entre las damas y hasta hoy, vigorosa y en pocas ocasio-
en medio de diversiones y juegos, nes alterada, prolonga mi esperanza,
alguien creía que mi duelo era oca- ni las enfermedades la acortan: figú-
sionado por la pasión de los celos, raseme a cada momento que escapo
o por alguna esperanza defrauda- a un gran peligro, y sin cesar me re-
da; sin embargo, en lo que pensa- pito: “Lo que puede acontecer ma-
ba yo era en alguno que habiendo ñana, puede muy bien ocurrir den-
sido atacado los días precedentes tro de un momento”. Los peligros,
de unas calenturas, al salir de una riesgos y azares nos acercan poco o
fiesta parecida a la en que yo me nada a nuestro fin, y si consideramos
encontraba, con la cabeza llena de cuántos accidentes pueden sobreve-
ilusiones y el espíritu de contento, nir además del que parece ser el que
murió rápidamente, y a mi memo- nos amenaza con mayor insistencia,
ria venía aquel verso de Lucrecio: cuántos millones de otros pesan so-
16 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

bre nuestras cabezas, hallaremos que [¿Por qué en una existencia tan corta
nos siguen lo mismo en la mar que formar tan vastos proyectos? Horacio,
en nuestras casas, en la batalla que Odas, II, 16, 17].
en el reposo, frescos que calenturien-
tos: cerca está de nosotros en todas de todas habremos menester para
partes: Nemo altero fragilior est; nemo in tal trance. Uno se queja más que de
crastinum sui certior [Ningún hombre la muerte, porque le interrumpe la
es más frágil que los demás; ninguno marcha de una hermosa victoria; otro
tampoco está más seguro del día si- porque le es preciso largarse antes de
guiente. Séneca, Epístolas, 91]. Lo que haber casado a su hija o acabado la
he de ejecutar en vida me apresuro a educación de sus hijos; otro lamenta
rematarlo; todo plazo se me antoja la separación de su mujer, otro la de
largo, hasta el de una hora. su hijo, como comodidades princi-
Alguien hojeando el otro día mis pales de su vida. Tan preparado me
apuntes encontró una nota de algo encuentro, a Dios gracias, para la
que yo quería que se ejecutara des- hora final, que puedo partir cuando
pués de mi muerte; yo le dije, como al Señor le plazca, sin dejar por acá
era la verdad, que hallándome cuan- sentimiento de cosa alguna. De todo
do la escribí a una legua de mi do- procuro desligarme. Jamás hom-
micilio, sano y vigoroso, habíame bre alguno se dispuso a abandonar
apresurado a asentarla, porque no la vida con mayor calma, ni se des-
tenía la certeza de llegar hasta mi prendió de todo lazo como yo espero
casa. Ahora en todo momento me hacerlo. Los muertos más muertos
encuentro preparado, y la llegada de son los que no piensan en el último
la muerte no me sorprenderá, ni me viaje:
enseñará nada nuevo. Es preciso es-
tar siempre calzado y presto a partir Miser!, o miser, aiunt, omnia
tanto como de nosotros dependa, y ademit
sobre todo guardar todas las fuerzas Una dies infesta mihi tot praemia vitae
de la propia alma para el caso: [¡Ay, infeliz de mí!, exclaman; un solo
día, un instante fatal me roba todas
Quid brevi fortes jaculamur aevo las recompensas de la vida. Lucrecio,
Multa? III, 911].
Que filosofar es prepararse a morir • 17

y el constructor dice: [No añaden que la muerte aleja de no-


sotros el pesar de lo que abandonamos.
Manent opera interrupta, minaeque Lucrecio, III, 913].
Murorum ingentes.
[Partiré con el dolor de dejar sin acabar Es preciso desprenderse de tales
mis edificios suntuosos. Virgilio, Eneida, preocupaciones, que sobre vulgares
IV, 88]. son perjudiciales. Así como los ce-
menterios han sido puestos junto a las
Preciso es no emprender nada iglesias y otros sitios los más frecuen-
de larga duración, o de emprender- tados de la ciudad, para acostum-
lo, apresurarse a darle fin. Vinimos brar, decía Licurgo, al bajo pueblo,
a la tierra para las obras y la labor: las mujeres y los niños, a no asustarse
cuando ven a un hombre muerto, y
Quum moriar, medium solvar et inter opus. a fin de que el continuo espectáculo
[Quiero que la muerte me sorprenda en de los osarios, sepulcros y convoyes
medio de mis trabajos. Ovidio, Amor, II, funerarios sea saludable advertencia
10, 36]. de nuestra condición:

Soy partidario de que se trabaje y Quin etiam exhilarare viris convivia caede
de que se prolonguen los oficios de Mos olim, et miscere epulis spectacula dira
la vida humana tanto como se pueda, Certantum ferro, saepe et super ipsa cadentum
y deseo que la muerte me encuentre Pocula, respersis non parco sanguine mensis;
plantando mis coles, pero sin temer- [Antiguamente se acostumbraba a ale-
la, y menos todavía siento dejar mi grar con homicidios los festines y a po-
huerto defectuoso. He visto morir a ner ante los ojos de los invitados com-
un hombre que en los últimos mo- bates horrorosos de gladiadores; a veces
mentos se quejaba sin cesar de que su éstos caían en medio de las copas del
destino cortase el hilo de la historia banquete e inundaban las mesas con su
que tenía entre manos, del quince o sangre. Silio Itálico, XI, 51].
diez y seis de nuestros reyes:
y como los egipcios, después de
Illud in his rebus non addunt: nec tibi earum sus festines, mostraban a los invita-
Jam desiderium rerum super insidet una. dos una imagen de la muerte por
18 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

uno que gritaba: “Bebe, y... alégrate, material nos falta para temerla; si es
pues cuando mueras serás lo mismo”, más larga, advierto que a medida que
así tengo yo la costumbre, así tengo la enfermedad se apodera de mí voy
yo por hábito guardar, no sólo en la teniendo en menos la vida. Entiendo
mente, sino en los labios, la idea y la que tales pensamientos y resolucio-
expresión de la muerte. Y nada hay nes deben practicarse hallándose en
de que me informe con tanta solici- buena salud, y así yo me conduzco,
tud como de la de los hombres: “qué con tanta más razón cuanto que en
palabra pronunciaron, qué rostro mí comienza ya a flaquear el amor
pusieron, qué actitud presentaron”, a las comodidades y la práctica del
ni pasaje de los libros en que me fije placer. Veo la muerte con mucho
con más atención; así se verá que en menos horror que antes, lo cual me
la elección de los ejemplos muestro permite esperar que cuanto más vie-
predilección grande por esta mate- jo sea, más me resignaré a la pérdida
ria. Si compusiera yo un libro, haría de la vida. En muchas circunstancias
un registro comentado de las diver- he tenido ocasión de experimentar
sas suertes de morir. Quien enseñase la verdad del dicho de César, quien
a los hombres a morir los enseña a aseguraba que las cosas nos parecen
vivir. Dicearco compuso una obra de más grandes de lejos que de cerca, y
título análogo, mas de diverso y me- así, en perfecta salud, he tenido más
nos útil alcance. miedo a las enfermedades que cuan-
Se me responderá, acaso, que el do las he sufrido. El contento que me
hecho sobrepuja de tal modo la idea, domina, el placer y la salud, muéstra-
que no hay medio que valga a atenuar me el estado contrario tan distinto,
la dureza de nuestro fin. No importa. que mi fantasía abulta por lo menos
La premeditación proporciona sin el mal, el cual creo más duro estando
duda gran ventaja; y además, ¿no es sano que pesando sobre mí. Espero
ya bastante llegar al trance con tran- que lo propio me acontezca con la
quilidad y sin escalofrío? Pero hay muerte.
más. La propia naturaleza nos da la Estas mutaciones y ordinarias
mano y contribuye a inculcar ánimo alternativas nos muestran cómo la
en nuestro espíritu; si se trata de una naturaleza nos hace apartar la vista
muerte rápida y violenta, el tiempo de nuestra pérdida y empeoramien-
Que filosofar es prepararse a morir • 19

to. ¿Qué le queda a un viejo del vi- ataques de la muerte. Pues como es
gor de su juventud y de su existen- imposible que permanezca en repo-
cia pasados? so mientras la teme, si logra ganar
la calma (cosa como que sobrepuja
Heu!, senibus vitae portio quanta manet! la humana condición), de ello pue-
[¡Cuán pequeña es la parte que queda de alabarse entonces, pues es harto
a un anciano en el festín de la vida! difícil que la inquietud, el tormento
Pseudo-Galo, I, 16]. y el miedo, ni siquiera la menor mo-
lestia se apoderen de ella.
Un soldado de la guardia de
César, que se hallaba molido y des- Non vultus instantis tyranni
trozado, pidió al emperador licen- Mente qualit solida, neque Auster
cia para darse la muerte. César, al Dux inquieti turbidus Adriae,
contemplar su decrépito aspecto, le Nec fulminantis magna Jovis manus.
contestó ingeniosamente: “¿Acaso [Ni la mirada cruel del tirano ni el ábre-
crees hallarte vivo?” Mas, guiados go furioso que revuelve los mares, nada
por su mano, por una suave y como puede alterar su firmeza, ni siquiera la
insensible pendiente, poco a poco, y mano terrible, la mano del tonante Júpi-
como por grados, acércanos a aque- ter. Horacio, Odas, III, 3, 3].
lla miserable situación y nos fami-
liariza con ella de tal modo, que no Conviértese en dueña de sus con-
advertimos ninguna transición vio- cupiscencias y pasiones, dueña de
lenta cuando nuestra juventud aca- la indigencia, de la vergüenza, de la
ba, lo cual es en verdad una muerte pobreza y de todas las demás inju-
más dura que el acabamiento de rias de la fortuna. Gane quien para
una vida que languidece, cual es la ello disponga de fuerzas tal ventaja.
muerte de la vejez. El tránsito del Tal es la soberana y verdadera liber-
mal vivir al no vivir, no es tan rudo tad que nos comunica la facultad de
como el de la edad floreciente a una reírnos de la fuerza y la injusticia,
situación penosa y rodeada de ma- a la vez que la de burlarnos de los
les. Del cuerpo encorvado se amino- grillos y de las cadenas.
raron ya las fuerzas, y lo mismo las
del alma; habituémosla a resistir los In manicis et
20 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Compedibus, saevo, te sub custode tenebo. el venir a la vida nos trae al par el
Ipse deus, simul atque volam, me solvet nacimiento de todas las cosas, así la
Opinor, muerte hará de todas las cosas nues-
Hoc sentit: Moriar. Mors ultima linea tra muerte. ¿A qué cometer la locura
rerum est. de llorar porque de aquí a cien años
[Te cargaré de cadenas en pies y manos, no viviremos, y por qué no hacer lo
te entregaré a un cruel carcelero. —Algún propio porque hace cien años no
dios me libertará en el momento que yo vivíamos? La muerte es el origen
quiera. —Ese dios, así lo creo, es la muer- de nueva vida; al entrar en la vida
te: la muerte es el término de todas las lloramos y padecemos nuestra for-
cosas. Horacio, Epístolas, I, 16, 76]. ma anterior; no puede considerar-
se como doloroso lo que no ocurre
Nuestra religión no ha tenido más que una sola vez. ¿Es razonable
más seguro fundamento humano siquiera poner tiempo tan dilatado
que el menosprecio de la vida. No en cosa de tan corta duración? El
sólo el discernimiento natural lo trae mucho vivir y el poco vivir son idén-
a nuestra memoria, sino que es ne- ticos ante la muerte, pues ambas co-
cio que temamos la pérdida de una sas no pueden aplicarse a lo que no
cosa, la cual estamos incapacitados existe. Aristóteles dice que en el río
de sentir después. Y puesto que de Hypanis hay animalillos cuya vida
tan diversos modos estamos amena- no dura más que un día; los que de
zados por la muerte, ¿no es mayor la ellos mueren a las ocho de la maña-
pena que ocasiona el mal de temer- na acaban jóvenes su existencia, y los
los todos para librarnos de uno solo? que mueren a las cinco de la tarde
¿No vale más que venga cuando lo perecen de decrepitud. ¿Quién de
tenga a bien, puesto que es inevita- nosotros no tornaría a broma la con-
ble? Al que anunció a Sócrates que sideración de la desdicha o dicha de
los treinta tiranos le habían conde- un momento de tan corta duración?
nado a morir, el filósofo contestó La de nuestra vida, si la compara-
que la naturaleza los había condena- mos con la eternidad, o con la de
do a ellos. ¡Qué torpeza la de ape- las montañas, ríos, estrellas, árboles
narnos y afligirnos cuando de todo y hasta con la de algunos animales,
duelo vamos a ser libertados! Como ¿no es menos ridícula?
Que filosofar es prepararse a morir • 21

Mas la propia naturaleza nos obli- Nascentes morimur; finisque ab origine


ga a perecer. “Salid, nos dice, de este pendet.
mundo como en él habéis entrado. [Nacer es empezar a morir; el último
El mismo tránsito que hicisteis de momento de nuestra vida es la conse-
la muerte a la vida, sin pasión y sin cuencia del primero. Manilio, Astronómi-
horror, hacedlo de nuevo de la vida cas, IV, 16].
a la muerte. Vuestro fin es uno de
los componentes del orden del uni- “Todo el tiempo que vivís se lo
verso, es uno de los accidentes de la quitáis a la vida: lo vivís a expensas
vida del mundo. de ella. El continuo quehacer de
vuestra existencia es levantar el edi-
Inter se mortales mutua vivunt. ficio de la muerte. Os encontráis en
(…) la muerte mientras estáis en la vida;
Et, quasi cursores, vitae lampada tradunt. pues estáis después de la muerte
[Los mortales se prestan la vida por un cuando ya no tenéis vida, o en otros
momento; la vida es la carrera de los jue- términos: estáis muertos después de
gos sagrados en que la antorcha pasa de la vida; mas durante la vida estáis
mano en mano. Lucrecio, II, 75, 79]. muriendo, y la muerte ataca con
mayor dureza al moribundo que
“¿Cambiaré yo por vosotros esta al muerto, más vivamente y más
hermosa contextura de las cosas? La esencialmente. Si de la vida habéis
muerte es la condición de vuestra hecho vuestro provecho, tenéis ya
naturaleza; es una parte de vosotros bastante: idos satisfechos.
mismos; os huís a vosotros mismos.
La existencia de que gozáis pertene- Cur non ut plenus vitae conviva recedis?
ce por mitad a la vida y a la muerte. [¿Por qué no salís del festín de la vida
El día de vuestro nacimiento os en- como de un banquete cuando estáis
camina así al morir como al vivir. hartos? Lucrecio, III, 938].

Prima, quae vitam dedit, hora, carpsit. “Si no habéis sabido hacer de ella
[La hora misma en que nacimos dismi- el uso conveniente, si os era inútil,
nuye la duración de nuestra vida. Sé- ¿qué os importa haberla perdido?
neca, Hércules furioso, III, v. 874]. ¿Para qué la queréis todavía?
22 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Cur amplius addere quaeris, jez del mundo: con ello ha hecho su
Rursum quod pereat male, et ingratum partida; después comienza de nue-
occidat omne? vo, y siempre acontecerá lo mismo.
[¿A qué querer multiplicar los días, que
dejaríais perder lo mismo que los ante- Versamur ibidem, atque insumus usque.
riores, sin emplearlos mejor? Lucrecio, [El hombre da vueltas constantemente
II, 941]. en el círculo que le encierra. Lucrecio,
III, 1093].
“La vida no es, considerada en
sí misma, ni un bien ni un mal; Atque in se sua per vestigia volvitur annus.
es lo uno o lo otro según vuestras [El año comienza sin cesar de nuevo la
acciones. Si habéis vivido un día lo ruta que antes ha recorrido. Virgilio,
habéis visto todo: un día es igual a Geórgicas, II, 403].
siempre. No hay otra luz ni otra os-
curidad distintas. Ese sol, esa luna, “No reside en mí la facultad de
esas estrellas, esa armonía de las forjaros nuevos pasatiempos:
estaciones es idéntica a la que vues-
tros abuelos gozaron y contempla- Nam tibi praeterea quod machiner,
ron, y la misma que contemplarán inveniamque
nuestros nietos y tataranietos. Quod placeat, nihil est: eadem sunt omnia
semper.
Non alium videre patres, aliumve nepotes [No puedo encontrar nada nuevo ni
Adspicient. producir nada nuevo en vuestro favor;
[Vuestros nietos no verán sino lo que vie- son y serán siempre los mismos place-
ron vuestros padres. Manilio, I, 524]. res. Lucrecio, III, 945].

“La variedad y distribución de “Dejad a los que vengan el lu-


todos los actos de mi comedia se gar, como los demás os lo dejaron a
desarrollan en un solo año. Si ha- vosotros. La igualdad es la primera
béis parado vuestra atención en el condición de la equidad. ¿Quién
vaivén de mis cuatro estaciones, puede quejarse de un mal que todos
habréis visto que comprenden la in- sufren? Es, pues, inútil que viváis; no
fancia, adolescencia, virilidad y ve- rebajaréis nada del espacio que os
Que filosofar es prepararse a morir • 23

falta para la muerte: para ello todos Nec desiderium nostri nos afficit ullum.
vuestros esfuerzos son inútiles. Tan- [Entonces no nos preocupamos de la
to tiempo como permanecéis en ese vida ni de nuestra persona... entonces
estado de temor, nada vale ni a nada no nos queda ningún amargor de la
conduce. Igual da que hubierais existencia. Lucrecio, 932, 935].
muerto cuando estabais en brazos de
vuestra nodriza: “Es la muerte menos digna de ser
temida que nada, si hubiera alguna
Licet, quod vis, vivendo vincere secla, cosa más insignificante que nada.
Mors æterna tamen, nihilominus illa
manebit. Multo mortem minus ad nos esse
[Vivid tantos siglos como queráis, la putandum.
muerte seguirá siendo eterna. Lucrecio, Si minus esse potest, quam quod nihil
III, 1126]. esse videmus.
[La frase precedente es la traducción de
“Y si a tal estado de ánimo lle- estos dos versos de Lucrecio, III, 934].
garais, no experimentaríais descon-
tento alguno: “Ni muertos ni vivos debe con-
cernirnos; vivos, porque existimos;
In vera nescis nullum fore morte alium te, muertos, porque ya no existimos.
Qui possit vivus tibi te lugere peremptum, Nadie muere hasta que su hora es
Stansque jacentem? llegada. El tiempo que dejáis era tan
[¿No sabéis que la muerte no dejará subsis- vuestro u os pertenecía tanto como
tir otro individuo idéntico a vosotros, que el que transcurrió antes de que na-
pueda gemir ante vuestra agonía y llorar cierais, y que tampoco os concierne.
ante vuestro cadáver? Lucrecio, III, 898].
Respice enim, quam nil ad nos ante acta
“ni desearíais una vida cuya pér- vetustas
dida sentís tanto. Temporis aeterni fuerit.
[Considerad los siglos sin número que
Nec sibi enim quisquam tum se, nos han precedido; ¿no son esos siglos
vitamque requirit. para nosotros como si no hubieran
(…) existido jamás? Lucrecio, III, 985].
24 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

“Allí donde vuestra vida acaba [Jamás la sombría noche ni la risueña


está toda comprendida. La utilidad aurora visitaron la tierra, sin oír a la vez
del vivir no reside en el tiempo, sino los gritos lastimeros de la infancia en la
en el uso que de la vida se ha hecho: cuna, y los suspiros del dolor exhalados
tal vivió largos días que vivió poco. ante un féretro. Lucrecio, V, 579].
Esperadla mientras permanecéis en
el mundo: de vuestra voluntad pen- “¿A qué os sirve retroceder? Bas-
de, no del número de años el que tantes habéis visto que se han encon-
hayáis vivido bastante. ¿Pensáis aca- trado bien hallados con la muerte
so no llegar al sitio donde marcháis por haber ésta acabado con sus mi-
sin cesar? No hay camino que no serias. ¿Mas, habéis visto alguien
tenga su salida. Y por si el mal de mal hallado con ella? Gran torpeza
muchos sirve a aliviaros, sabed que es condenar una cosa que no habéis
el mundo todo sigue la marcha que experimentado ni en vosotros ni en
vosotros seguís. los demás. ¿Por qué tú te quejas de
mí y del humano destino? Aunque tu
...Omnia te, vita perfuncta, sequentur. edad no sea todavía acabada, tu vida
[Las razas futuras van a seguiros. Lu- sí lo es; un hombrecito es hombre
crecio, III, 981]. tan completo como un hombre ya
formado. No se miden por varas los
“Todo se estremece al par de vo- hombres ni sus vidas. Quirón recha-
sotros. ¿Hay algo, que no envejezca za la inmortalidad, informado de las
cuando vosotros envejecéis y como condiciones en que se le concede por
vosotros envejecéis? Mil hombres, el dios mismo del tiempo, por Satur-
mil animales y mil otras criaturas no, su padre. Imaginad cuánto más
mueren en el propio instante que vo- perdurable sería la vida y cuán me-
sotros morís. nos soportable al hombre, y cuanto
más penosa de lo que lo es la que yo
Nam nox nulla diem, neque noctem le he dado. Si la muerte no se hallare
aurora sequuta est, al cabo de vuestros días, me malde-
Quae non audierit mistos vagitibus ciríais sin cesar por haberos privado
aegris de ella. De intento he mezclado, al-
Ploratus, mortis comites et funeris atris. guna amargura, para impediros, en
Que filosofar es prepararse a morir • 25

vista de la comodidad de su uso, el pondríanse los ejércitos de médicos


abrazarla con demasiada avidez, con y de llorones); y siendo la muerte lo
indiscreción extremada. Para lleva- mismo para todos, he considerado
ros a una tal moderación, para que también que la aguardan con mayor
no huyáis de la vida ni tampoco de resignación las gentes del campo y
la muerte que exijo de vosotros, he las de condición humilde que los
entreverado la una y la otra de dul- demás. En verdad creo que todo de-
zores y amarguras. Enseñé a Thales, pende del aparato de horror de que
el primero de vuestros sabios, que el la rodeamos el cual pone más mie-
morir y el vivir eran cosas indiferen- do en nuestro ánimo que la muerte
tes, por eso al que le preguntó por misma; los gritos de las madres, de
qué no moría, respondiole pruden- las mujeres y de los niños; la visita
tísimamente: “Porque da lo mismo”. de gentes pasmadas y transidas; la
El agua, la tierra, el aire, el fuego y presencia numerosa de criados pá-
otros componentes de mi edificio, lidos y llorosos; una habitación a
así son instrumentos de tu vida como oscuras; la luz de los blandones; la
de tu muerte. ¿Por qué temes tu últi- cabecera de nuestro lecho ocupada
mo día? Tu último día contribuye lo por médicos y sacerdotes: en suma,
mismo a tu muerte que los anteriores todo es horror y espanto en derre-
que viviste. Él último paso no produ- dor nuestro: henos ya bajo la tierra.
ce la lasitud, la confirma. Todos los Los niños tienen miedo de sus pro-
días van a la muerte: el último llega”. pios camaradas cuando los ven dis-
Tales son los sanos advertimientos frazados; a nosotros nos acontece lo
de nuestra madre naturaleza. propio. Preciso es retirar la máscara
Con frecuencia he considerado lo mismo de las cosas que de las per-
por qué en las guerras, el semblan- sonas, y una vez quitada no hallare-
te de la muerte, ya la veamos en mos bajo ella a la hora de la muerte
nosotros mismos ya en los demás, nada que pueda horrorizarnos. Fe-
nos espanta mucho menos que en liz el tránsito que no deja lugar a los
nuestras casas (si así no fuera com- aprestos de semejante viaje.
de la fuerza de imaginación

Fortis imaginatio generat casum [Una sola imaginación produzca las fie-
imaginación robusta engendra por bres y la muerte de los que no sa-
sí misma los acontecimientos], di- ben contenerla. Hallándome en
cen las gentes disertas. Yo soy de una ocasión en Tolosa en casa de
aquellos a quienes la imaginación un viejo pulmoníaco, de abundan-
avasalla: todos ante su impulso se te fortuna, el médico que le asistía,
tambalean, mas algunos dan en tie- Simón Thomas, facultativo acre-
rra. La impresión de mi fantasía me ditado, trataba con el enfermo de
afecta, y pongo todo esmero y cui- los medios que podían ponerse en
dado en huirla, por carecer de fuer- práctica para curarle y le propuso
zas para resistir su influjo. De buen darme ocasión para que yo gustase
grado pasaría mi vida rodeado sólo de su compañía; que fijara sus ojos
de gentes sanas y alegres, pues la en la frescura de mi semblante y su
vista de las angustias del prójimo pensamiento en el vigor y alegría
angústiame materialmente, y con en que mi adolescencia rebosaba,
frecuencia usurpo las sensaciones y que llenase todos sus sentidos de
de un tercero. El oír una tos con- tan floreciente estado; así decía el
tinuada irrita mis pulmones y mi médico al enfermo que su situación
garganta; peor de mi grado visito a podría cambiar, pero olvidábase de
los enfermos cuya salud deseo, que añadir que el mal podría comuni-
aquellos cuyo estado no me intere- carse a mi persona. Galo Vibio apli-
sa tanto: en fin, yo me apodero del có tan bien su alma a la compren-
mal que veo y lo guardo dentro de sión de la esencia y variaciones de
mí. No me parece maravilla que la la locura, que perdió el juicio; de tal
De la fuerza de imaginación • 27

suerte que fue imposible volverle a do el día anterior con interés grande
la razón. Pudo, pues, vanagloriar- a una lucha de toros, y toda la noche
se de haber llegado a la demencia soñó que tenía cuernos en la cabeza;
por un exceso de juicio. Hay algu- y efectivamente, el calor de su fan-
nos condenados a muerte en quie- tasía hizo que le salieran. La pasión
nes el horror hace inútil la tarea comunicó al hijo de Creso la palabra,
del verdugo; y muchos se han visto de que la naturaleza lo había privado.
también que al descubrirles los ojos Antíoco tuvo recias calenturas a cau-
para leerles la gracia murieron en sa de la belleza de Stratonice, cuya
el cadalso por no poder soportar la hermosura habíase sellado profun-
impresión. Sudamos, temblamos, damente en su alma. Refiere Plinio
palidecemos y enrojecemos ante las haber visto cambiarse a Lucio Cosicio
sacudidas de nuestra imaginación, de hombre en mujer el mismo día de
y tendidos sobre blanda pluma sen- sus bodas. Pontano y otros autores,
timos nuestro cuerpo agitado por sí cuentan análogas metamorfosis ocu-
mismo algunas veces hasta morir; rridas en Italia en los siglos últimos.
la hirviente juventud arde con ím- Y por vehemente deseo, propio y de
petu tal, que satisface en sueños sus su madre,
amorosos deseos:
Vota puer solvit, quae femina voverat,
Ut, quasi transactis saepe, omnibus, Iphis.
rebus, profundant [Ifis pagó siendo muchacho las prome-
Fluminis ingentes fluctus, vestemque sas que hizo cuando doncella. Ovidio,
cruentent. Metamorfosis, IX, 793].
[El texto de Montaigne parafrasea es-
tos dos versos de Lucrecio, IV, 1029, en En el Vitry francés vi a un sujeto
las dos líneas que los preceden]. a quien el obispo de Soissons había
confirmado con el nombre de Ger-
Aunque no sea cosa desusada ver mán; todas las personas de la locali-
que le salen cuernos por la noche a dad le conocieron como mujer hasta
quien al acostarse no los tenía, el su- la edad de ventidós años, y le llama-
cedido de Cipo, rey de Italia, es por ban María. Era, cuando yo le conocí,
demás memorable. Había éste asisti- viejo, bien barbado y soltero, y con-
28 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

taba que, habiendo hecho un esfuer- tonces declaraba haber oído voces,
zo al saltar, aparecieron sus miem- que al parecer sonaban a lo lejos, y
bros viriles. Aun hoy hay costumbre echaba de ver sus heridas y quema-
entre las muchachas del Vitry de duras. Que el accidente no era fingi-
cantar unos versos que advierten do sino natural, probábalo el hecho
el peligro de dar grandes brincos, de que mientras era presa de él, la
que podría exponerlas a verse en víctima no tenía pulso ni alentaba.
la situación de María-Germán. No Verosímil es que el crédito que se
es maravilla encontrar con frecuen- concede a las visiones, encantamien-
cia el accidente referido, pues si la tos y otras cosas extraordinarias pro-
imaginación ofrece poder en cosas venga sólo del poder de la fantasía; la
tales, está además tan de continuo cual obra más que en las otras en las
y tan fuertemente identificada con almas del vulgo, por ser más blandas
ellas, que para no volver al mismo e impresionables. Tan firmemente
pensamiento y vivo deseo, procede arraigan en ellas las creencias, que
mejor la fantasía al incorporar de creen ver lo que no ven.
una vez para siempre la parte viril Casi estoy por creer que esos
en las jóvenes. burlones maleficios con que algu-
A la fuerza de imaginación atribu- nas personas suelen verse trabadas
yen algunos las cicatrices del rey Da- (y no se oye hablar de otra cosa)
goberto y las llagas de san Francisco. reconocen por causa la aprensión
Otros, el que los cuerpos se eleven de y el miedo. Por experiencia sé que
la tierra. Refiere Celso que un sacer- cierta persona de quien puedo dar
dote levantaba su alma en éxtasis tan fe como de mí mismo, en la cual
grande, que su cuerpo permanecía no podía haber sospecha alguna,
largo espacio sin respiración ni sen- de debilidad ni encantamiento, ha-
sibilidad. San Agustín habla de otro biendo oído relatar a un amigo suyo
a quien bastaba sólo oír gritos lasti- el suceso de una extraordinaria de-
meros, para ser trasportado instan- bilidad en que el del cuento había
táneamente tan fuera de sí, que era caído cuando más necesitado se ha-
del todo inútil alborotarle, gritarle, llaba el vigor y fortaleza, el horror
achicharrarle y pincharle hasta que del caso asaltó de pronto la imagi-
recobraba de nuevo los sentidos. En- nación del oyente o hízole atrave-
De la fuerza de imaginación • 29

sar situación análoga. De entonces un amigo le haya asegurado que se


en adelante experimentó repetidas encuentra provisto de una contra-
veces tan desagradable accidente, batería de encantamientos, seguros
porque el importuno recuerdo de a preservarle. Pero mejor será que
la historia le agobiaba y tiranizaba refiera el caso menudamente.
constantemente. Pero encontró al- Un conde de alcurnia distinguida,
gún remedio a la ilusión de que era de quien yo era amigo íntimo, casó
víctima con otra parecida, y fue que con una hermosa dama que antes
declarando de antemano la calami- había sido muy solicitada y requerida
dad que le amarraba, ensanchose la por uno de los que asistían a la boda.
contención de su alma, pues con- El desposado hizo entrar en cuidado
siderando el mal como esperado a sus amigos, principalmente a una
y casi irremediable, pesábale me- dama de edad, parienta suya, en
nos la preocupación. Cuando tuvo cuya casa tenía lugar la ceremonia, y
ocasión, libremente (encontrándose que la presidía, mujer humorosa de
su pensamiento despejado y a sus estas brujerías, quien así me lo con-
anchas, y su cuerpo en la situación fesó. Por casualidad guardaba yo en
normal), de comunicar y sorpren- mi cofre una piececita de oro delga-
der el entendimiento ajeno, quedo da, que tenía grabadas algunas figu-
curado por completo. La desdicha ras celestes, y que era remedio eficaz
de que hablo no debe temerse sino contra las insolaciones y el dolor de
en los casos en que nuestra alma se cabeza, colocándola, en la sutura del
encuentre extraordinariamente em- cráneo; para que la medallita pudie-
bargada por el deseo y el respeto, ra llevarse estaba sujeta a un cordón
y también allí donde todo lo allanó suficientemente largo que podía ro-
la facilidad y la urgencia precisa. Yo dear la cara, y anudarlo junto a la
sé de alguien a quien procuró me- garganta; ensueño es este idéntico al
dio el satisfacerse en otra parte para de que voy hablando. Santiago Pelle-
calmar los ardores de su furor, y que tier [Matemático, poeta y gramático;
por la edad se encuentra menos im- nació en el Mans en 1517 y murió en
potente precisamente por ser me- París en 1582], viviendo en mi casa,
nos potente; y de otro, a quien ha me había hecho tan singular presen-
sido de utilidad grandísima el que te. Ocurriome sacar de él algún par-
30 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

tido, y dije al conde que también él que yo lo daba en la cintura y se apli-


podía correr peligro de impotencia cara la medalla que con él iba sujeta
a causa del encantamiento de algún a los riñones, teniendo el cuerpo en
rival, añadiendo que se acostara en determinada posición; y por último,
seguida, que yo me encargaba de que, después de haber practicado es-
prestarle un servicio de amigo, y que crupulosamente todas mis instruccio-
ponía a su disposición un milagro, nes sujetara bien el cordón, a fin de
cuyo poder de realizarlo residía en que no pudiera desatarse ni moverse
mis manos, siempre y cuando que del lugar en que lo tenía, y que se di-
por su honor me jurase guardar el rigiese con tranquilidad completa a
más profundo secreto, y que le reco- su labor, sin olvidarse de tender mi
mendaba únicamente que durante la traje sobre la cama, de modo que los
noche, cuando fuéramos a llevarles cubriera a los dos. Todas estas patra-
la colación al lecho, si las cosas no ñas constituyen lo principal del efec-
habían ido a medida de sus deseos, to; nuestra mente no puede rechazar
me hiciera una señal, convenida pre- el que medios tan extraños no pro-
viamente. Había tenido el alma tan cedan de alguna ciencia abstrusa; su
intranquila y los oídos le chillaron insignificancia misma los reviste de
tanto por mis palabras, que sufrió los autoridad, y hace que se respeten. En
efectos de su imaginación y me hizo conclusión; es lo cierto que los signos
la señal a la hora prescrita. Yo le dije de la medalla se mostraron más ve-
entonces, sin que nadie nos oyera, néreos que solares, más activos que
que se levantara con el pretexto de prohibitivos. Fue un capricho repen-
echarnos de la alcoba, y que, como tino y malicioso lo que me invitó a tal
jugando, se apoderase de mi bata acción, alejado por lo demás de mi
(éramos de estatura casi idéntica) y se naturaleza. Soy enemigo de las accio-
cubriera con ella mientras practicaba nes sutiles y fingidas; odio las finezas,
la recomendación que le hiciera, lo no sólo las recreativas, sino también
cual ejecutó; añadí que cuando nos las provechosas. Si el acto en sí mis-
marcháramos saliera a orinar, recitara mo no es vicioso, en cambio el proce-
tres veces ciertas oraciones y ejecuta- dimiento sí lo es.
ra ciertos movimientos; que cada una Amasis, rey de Egipto, casó con
de esas tres veces se ciñera el cordón Laodice, hermosísima joven griega.
De la fuerza de imaginación • 31

Mas el soberano, que se había mos- principia mal, el espíritu se altera y


trado vigoroso con las demás muje- despecha del accidente, que persiste
res, no acertó a disfrutar de Laodice, en las ocasiones sucesivas.
y la amenazó con darla muerte, cre- Los casados, como tienen por
yendo que la causa de su debilidad suyo todo el tiempo, no deben bus-
fuera cosa de brujería. Para remediar car ni apresurar el acto si no están
la desdicha recomendole la dama la en disposición de realizarlo. Prefe-
práctica de actos devotos, y habien- rible es incurrir en falta en el estre-
do ofrecido a Venus ciertas prome- no de la cópula nupcial, llena de
sas, encontrose divinamente fuerte agitación y fiebre, y aguardar oca-
la noche que siguió a las oblaciones y sión más propicia y menos revuel-
sacrificios. Hacen mal las mujeres en ta, a caer en una perpetua miseria
adoptar continente melindroso de por la desesperación que acarrea el
contrariedad; todo eso nos debilita y primer fracaso. Antes de la pose-
acalora. Decía la suegra de Pitágoras sión debe el paciente de cuando en
que la mujer que se acuesta con un cuando hacer ensayos sin acalorar-
hombre debe con su chambra dejar se ni extremarse para asegurarse así
también la vergüenza y tomarla de de sus fuerzas. Y los que son en este
nuevo con las enaguas. El alma del punto de naturaleza fácil, procuren
varón, intranquila por alarmas di- por imaginación contenerse.
versas, piérdese fácilmente; aquel a Con razón se ha advertido la in-
quien la imaginación hizo sufrir una dócil rebeldía de este órgano, que se
vez tal percance (no acontece esto subleva importunamente, cuando de
sino en los primeros ayuntamientos, ello no hemos menester, y se aplaca,
por lo mismo que son más hirvientes más importunamente todavía, cuan-
y rulos; y también por el temor de do tenemos necesidad de lo contra-
que no salga el disparo, recelo que rio. Tan imperiosamente se opone
la vez primera es mucho más grande a nuestra voluntad, que rechaza con
el sobrecogimiento) habiendo em- altivez y obstinación indomables lo
pezado mal, ve su espíritu alterado mismo nuestras solicitaciones men-
por el accidente y se torna aprensi- tales que las manuales. Sin embargo
vo, por lo que el mal persiste en las de que se censura su rebelión y por
ocasiones subsiguientes. Y cuando se ello se la condena, si estuviese yo en-
32 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cargado de defender su proceder, el deseo o el temor; la mano se di-


acaso hiciera cómplices a los otros rige con frecuencia donde nosotros
miembros, sus compañeros, de ha- no la ordenamos que vaya; la lengua
berle motejado por pura envidia de enmudece y la voz se apaga cuando
la importancia y dulzura de sus fun- se las antoja; en ocasión en que no
ciones; de haber todos juntos cons- tenemos viandas ni agua a nuestro
pirado contra él y de hacerle cargar alcance prohibiríamos de buen gra-
con la responsabilidad de una culpa do a nuestro apetito la excitación y
común. Considerad, si no, si hay haríamos que nuestra sed se aplaca-
siquiera una sola parte de nuestro ra, pero no alcanza a tanto nuestro
cuerpo que no se oponga con fre- poder; nos ocurre lo mismo que con
cuencia más que sobrada a la deter- el otro apetito de que antes hablé;
minación de nuestra voluntad. Cada las ganas de comer nos abandonan
cual tiene sus pasiones propias que la cuando se les antoja. Los órganos
despiertan o adormecen sin nuestro que sirven a descargar el vientre se
consentimiento. ¡Cuántas veces de- dilatan o contraen por sí mismos, e
clara nuestro rostro los pensamien- igualmente los que desocupan los
tos que guardamos secretos y nos riñones. Lo que san Agustín escribe,
traiciona ante las personas que nos para demostrar el poderío de nues-
rodean! La causa misma que vivifica tra voluntad, de alguien que ordena-
el órgano de que hablo anima tam- ba a su trasero expeler tantos pedos
bién, sin que nos demos cuenta de como quería, y que Vives, glosador
ello, el corazón, el pulmón y el pul- del santo, apoya con otro ejemplo
so; la vista de un objeto grato espar- de su época, diciendo que algunos
ce imperceptiblemente en nosotros tienen la facultad de expeler vientos
la llama de una emoción febril. ¿Aca- musicales, que concuerdan con el
so son sólo los músculos y las venas tono de voz que se les impone, no
los que se aplacan o ponen rígidos, supone ninguna obediencia del tra-
sin licencia, no ya sólo de nuestra sero, pues en general, puede decir-
voluntad, sino tampoco de nues- se que no hay órgano más imperti-
tro pensamiento? No ordenamos a nente y tumultuario. Sé de uno tan
nuestros cabellos que se ericen, ni turbulento y rebelde, que lleva ya
a nuestras carnes que tiemblen por cuarenta años obligando a su dueño
De la fuerza de imaginación • 33

a peer constante e incesantemente argumentos y cargos tales, vista la


y que le llevará así al sepulcro. Y a condición de las partes, no pueden
Dios pluguiera que hubiese tenido en modo alguno pertenecer ni con-
noticia por las historias de semejante cernir a dicho consocio, pues el fin
monstruosidad. ¡Cuantísimas veces, de éste es a veces invitar a destiem-
por oponernos a la salida de un solo po, pero nunca oponerse, y también
pedo, nuestro vientre nos coloca en invitar sin esfuerzo, todo lo cual es
el dintel de una muerte angustiosísi- prueba palmaria de la animosidad e
ma! El emperador que nos dio liber- ilegalidad de los acusadores. De to-
tad absoluta de peer [Claudio, em- dos modos, protestando que los abo-
perador romano] en todas partes, gados y jueces pierden el tiempo al
no nos hubiera podido otorgar lo emitir quejas y formular sentencias,
mismo la facultad de hacerlo cuando la naturaleza seguirá la marcha que
lo tuviéramos por conveniente. Pero le acomode y habrá obrado acerta-
nuestra voluntad, a que acusamos de damente aun cuando haya dotado
impotencia en este particular, po- a este miembro de algún privilegio
dríamos igualmente censurarla de particular, como agente de la única
rebelión y sedición en otros puntos obra inmortal entre los mortales.
por su desorden y desobediencia. Por eso consideraba Sócrates la ge-
¿Quiere en toda ocasión lo que de- neración como acto divino, y el amor
searíamos que quisiera? ¿No sucede como deseo de inmortalidad y espí-
muchas veces que anhela aquello ritu inmortal.
que la prohibimos, precisamente lo Hay quien a causa del efecto de
que nos daña? ¿Acaso se deja con- su imaginación deja aquí las escrófu-
ducir por los principios de nuestra las [Es fama que los antiguos reyes de
razón? En conclusión diré, en bene- Francia tenían el privilegio de curar]
ficio de mi defendido [Montaigne que su compañero llevará a España.
parodia en este pasaje la forma de Por eso, para tales casos acostumbra-
una oración forense] que me place ba a recomendarse que el espíritu se
considerar que su causa está insepa- encontrara en buena disposición. Por
rable e indistintamente unida a la de idéntica razón preparan los médicos
un consocio; y sin embargo, aquél de antemano la fe de sus pacientes en
sólo carga con los vidrios rotos, y por los medicamentos, con tantas prome-
34 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

sas falsas de curación, a fin de que mendábale dos o tres más en forma
el efecto de la fantasía supla la in- idéntica. Jura mi testigo que para
utilidad de sus pócimas. Saben bien economizar el gasto, pues el enfer-
que uno de los maestros de su arte mo pagaba como si las hubiera re-
les dejó escrito que hubo personas cibido, la mujer de éste le presentó
a quienes hizo el efecto sólo la vis- varias veces sólo agua tibia; el efecto
ta de la medicina. Hame venido lo nulo descubrió el engaño, y por ha-
apuntado a la memoria recordando ber encontrado inútiles las últimas,
la relación que me hizo un boticario fue necesario volver a las preparadas
que estaba al servicio de mi difun- por la farmacopea.
to padre, hombre sencillo, suizo de Una mujer que creía haber traga-
nación, que es un pueblo nada char- do un alfiler con el pan que comía,
latán ni embustero. Contome haber gritaba y se atormentaba como si
tratado largo tiempo en Tolosa a un sintiera en la garganta un dolor in-
comerciante enfermizo, sujeto al mal soportable, donde, a su entender, te-
de piedra, que tenía con suma fre- níalo detenido; pero como no había
cuencia necesidad de darse lavativas hinchazón ni alteración en la parte
y se las hacía preparar por los mé- exterior, una persona hábil que esta-
dicos, según las alternativas del mal; ba junto a ella consideró que la cosa
luego que le presentaban el líquido no era más que aprensión, que obe-
con todos los adminículos veía si es- decía a algún pedacito de pan que la
taba demasiado caliente, y héteme había arañado al pretender tragarlo;
aquí a nuestro enfermo tendido boca hizo vomitar a la mujer y puso a es-
abajo, con todos los preparativos ad- condidas en lo que arrojó un alfiler
mirablemente dispuestos, pero que torcido. La paciente, creyendo en
en fin de cuentas no tomaba lavativa realidad haberlo expulsado, sintiose
alguna. Alejado el médico de la alco- de pronto libre de todo mal y dolor.
ba, el paciente se instalaba como si Sé que un caballero que había dado
realmente se hubiese aplicado el re- un banquete a varias personas de la
medio y experimentaba efecto igual buena sociedad se vanagloriaba, por
al que sienten los que le practican. pura broma, pues la cosa no era cier-
Y si el facultativo consideraba que ta, de haber hecho comer a sus invita-
no se había puesto bastantes, reco- dos un pastel de gato; una señorita de
De la fuerza de imaginación • 35

las convidadas se horrorizó tanto al calizan a otro cuerpo que no es el


saberlo que cayó enferma con calen- suyo. La antigüedad creía que ciertas
turas, perdió el estómago y fue impo- mujeres de Escitia, cuando tenían a
sible salvarla. Los animales mismos alguien mala voluntad, podían ma-
vense como nosotros sujetos al influ- tarle con la mirada. Las tortugas y
jo de la imaginación; acredítanlo los los avestruces incuban sus huevos
perros que se dejan sucumbir de do- con la vista sola, prueba evidente
lor a causa de la muerte de sus amos; de que poseen alguna virtud ocular.
vémoslos ladrar y agitarse en sueños, Dícese que los brujos tienen dañina
y a los caballos relinchar y desasose- la mirada.
garse. Todo lo cual puede explicarse
por la estrecha unión de la materia y Nescio quis teneros oculus mihi fascinat
el espíritu, que se comunican entre sí agnos
sus estados mutuos; por eso la imagi- [No sé quién fascina mis tiernos corde-
nación actúa a veces, no ya contra el rillos con su mirada maligna. Virgilio,
propio cuerpo, sino también contra Églogas, III, 103].
el ajeno. De la misma suerte que un
cuerpo comunica el mal a su vecino, Pero yo no doy crédito a la ciencia
como se ve en las epidemias, en las de mágicos y adivinos. Por experien-
bubas y en los males de los ojos, que cia vemos que las mujeres producen
pasan de unos en otros: en el cuerpo de las criaturas que
paren los signos de sus caprichos,
Dum spectan oculi laesos, laeduntur et ipsi; como la que parió un moro. A Car-
Multaque corporibus los, emperador rey de Bohemia, fue
transitione nocent. presentada una muchacha cubierta
[Mirando los ojos de una persona que de pelos erizados, cuya madre decía
los tiene malos el mal se comunica a la haber sido así concebida a causa de
que los mira, y las enfermedades pasan una imagen de san Juan Bautista que
a veces de unos cuerpos a otros. Ovidio, tenía colgada junto al lecho.
Remedios de amor, 615]. Lo propio acontece a los animales,
como vemos por las ovejas de Jacob
así la imaginación, sacudida con y por las perdices que la nieve blan-
vehemencia, lanza dardos que al- quea en las montañas. Poco ha viose
36 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

en mi casa un gato que acechaba a pre y cuando que sean verosímiles,


un pájaro colocado en lo alto de un me sirven como si fuesen auténticos.
árbol; los ojos del uno estuvieron cla- Acontecido o no, en Roma o en Pa-
vados en los del otro un corto espacio rís, a Juan o a Pedro, siempre será la
y luego el pájaro se dejó caer como cosa un rasgo de la humana capaci-
muerto entre las patas del gato, bien dad que yo utilizo. Léolo y aprové-
trastornado por su propia imagina- cholo igualmente en sombra que en
ción, bien atraído por alguna fuerza cuerpo; en los casos diversos que las
peculiar del felino. Los amantes de la historias citan me sirvo de los que
caza de halconería conocen el cuento son más raros y dignos de memoria.
del halconero que, fijando obstinada- Hay autores cuyo único fin es relatar
mente su mirada en la de un milano los acontecimientos; el mío, si a él
que volaba, apostaba que le hacía dar acertara a tocar, sería escribir, no lo
en tierra por virtud de la sola fuerza acontecido, sino lo que puede acon-
de su mirada, y ganaba la apuesta, tecer. Lícito es, en las discusiones de
según cuentan; pues debo advertir filosofía, atestiguar con cosas verosí-
que las historias que traigo aquí a miles cuando no existen las reales; yo
colación déjolas sobre la conciencia no voy tan allá, sin embargo; y sobre-
de aquellos en quienes las encontré. paso en escrupulosidad a las historias
Mías son las reflexiones, que pueden mismas. En los ejemplos que saco de
demostrarse por la razón, sin echar lo que he leído, oído, hecho o dicho
mano de casos particulares. Cada tengo por sistema no alterar ni modi-
cual puede acomodar a la doctrina ficar siquiera las más inútiles circuns-
sus ejemplos, y quien no los tenga, tancias: mi conciencia no falsifica ni
que no sea incrédulo, en atención a una coma; de mi falta de ciencia no
número y variedad de los fenómenos puedo responder lo mismo.
de la naturaleza. Si me sirvo de ejem- Creo yo que la ocupación de es-
plos que no cuadran exactamente con cribir la historia conviene bien a un
los asuntos de que hablo, que otro los teólogo o a un filósofo, y en general a
acomode más pertinentes. De mane- los hombres prudentes, de conciencia
ra que, en el estudio que aquí hago exacta y exquisita. Sólo ellos pueden
de nuestras costumbres y transpor- deslindar su fe de las creencias del
tes, los testimonios fabulosos, siem- pueblo, responder de las ideas de
De la fuerza de imaginación • 37

personas desconocidas y mostrar sus tante; ni que nada hay tan contrario
conjeturas como moneda corriente. a mi estilo como una narración dila-
De las acciones que pasan ante su tada. Falto de alientos, deténgome a
vista y que se prestan a interpreta- cada momento. Ignoro más que una
ciones varias opondríanse a prestar criatura los vocablos y frases que se
juramento ante un juez, y por íntimo aplican a las cosas más comunes; por
trato que tuvieran con un hombre eso he tomado a mi cargo el escri-
rechazarían igualmente el responder bir sólo sobre aquellas materias que
con plenitud de sus intenciones. Ten- se acomodan a mis fuerzas. Si me
go por menos aventurado escribir impusiera un asunto determinado,
sobre las cosas pasadas que sobre las mi medida podría faltar a la suya,
presentes, entre otras razones porque y como la libertad mía es tan gran-
en las primeras el escritor no tiene de, emitiría juicios que, en mi sentir
que dar cuenta sino de una verdad mismo y conforme a las luces de la
prestada. razón, serían injustos y censurables.
Me invitan algunos a relatar los Plutarco nos diría seguramente
sucesos de mi tiempo, consideran- que en sus obras no es él responsable
do que los veo con ojos menos des- si todos sus ejemplos no son entera-
apacibles que los demás, y más de mente auténticos; que fueran útiles a
cerca, por la proximidad en que la la posteridad y estuvieran presenta-
fortuna me ha puesto de los jefes de dos de modo que nos encaminaran
los distintos partidos. Pero no saben a la virtud, fue lo que procuró. No
aquéllos que por alcanzar la gloria ocurre lo mismo que con las medici-
de Salustio no me procuraría ningún nas con los cuentos antiguos: en és-
mal rato, como enemigo jurado que tos es indiferente que la cosa pasara
soy de toda obligación asidua y cons- así, o de otro modo diferente.
de la amistad

Considerando el modo de trabajar no le alcanzo, pues mi capacidad no


de un pintor que en mi casa empleo, llega, ni se atreve, a emprender un
hanme entrado deseos de seguir sus cuadro magnífico, trazado y acaba-
huellas. Elige el artista el lugar más do según los principios del arte. Así
adecuado de cada pared para pin- que se me ha ocurrido la idea de to-
tar un cuadro conforme a todas las mar uno prestado a Esteban de La
reglas de su arte, y alrededor coloca Boëtie, que honrará el resto de esta
figuras extravagantes y fantásticas, obra: es un discurso que su autor
cuyo atractivo consiste sólo en la va- tituló La servidumbre voluntaria. Los
riedad y rareza. ¿Qué son estos bos- que desconocen este título le han de-
quejos que yo aquí trazo, sino figu- signado después acertadamente con
ras caprichosas y cuerpos deformes el nombre de El contra uno. Su autor
compuestos de miembros diversos, lo escribió a manera de ensayo, en
sin método determinado, sin otro su primera juventud, en honor de la
orden ni proporción que el acaso? libertad, contra los tiranos. Corre ya
el discurso de mano en mano tiempo
Desinit in piscem mulier formosa superne. ha entre las personas cultas, no sin
[La parte superior es una mujer her- aplauso merecido, pues es agradable
mosa, y el resto el cuerpo de un pez. y contiene todo cuanto contribuye
Horacio, Arte poética, v. 4]. a realzar un trabajo de su naturale-
za. Cierto que no puede asegurarse
En el segundo punto corro pa- que es lo mejor que su autor hubiera
rejas con mi pintor, pero en el otro, podido componer, pues si más ade-
que es el principal, reconozco que lante, en el tiempo que yo le conocí,
De la amistad • 39

hubiera formado el designio que yo pos pasados, ni entre nuestros con-


sigo de transcribir sus fantasías, hu- temporáneos se ve parecida. Tantas
biéramos visto singulares cosas que circunstancias precisan para fundar
lindarían de cerca con las produccio- una amistad como la nuestra, que no
nes de la antigüedad, pues a ciencia es peregrina que se vea una sola cada
cierta puedo asegurar que a nadie tres siglos.
he conocido que en talento y luces Parece que nada hay a que la na-
naturales pudiera comparársele. Sólo turaleza nos haya encaminado tanto
el discurso citado nos queda de La como al trato social. Aristóteles ase-
Boëtie, y eso casi de un modo casual, gura que los buenos legisladores han
pues entiendo que después de escrito cuidado más de la amistad que de la
no volvió a hacer mérito de él, dejó justicia. El último extremo de la per-
también algunas memorias sobre el fección en las relaciones que ligan a
edicto de 1588, famoso por nuestras los humanos, reside en la amistad;
guerras civiles, que acaso en otro por lo general, todas las simpatías
lugar de este libro encuentren sitio que el amor, el interés y la necesidad
adecuado. Es todo cuanto he podido privada o pública forjan y sostienen,
recobrar de sus reliquias. Con reco- son tanto menos generosas, tanto
mendación amorosa dejó dispuesto menos amistades, cuanto que a ellas
en su testamento que yo fuera el he- se unen otros fines distintos a los de
redero de sus papeles y biblioteca. Yo la amistad, considerada en sí misma.
le vi morir. Hice que se imprimieran Ni las cuatro especies de relación
algunos escritos suyos, y respecto al que establecieron los antiguos, y que
libro de La servidumbre..., le tengo llamaron natural, social, hospitalaria
tanta más estimación, cuanto que fue y amorosa, tienen analogía o paren-
la causa de nuestras relaciones, pues tesco con la amistad.
mostróseme mucho tiempo antes Las relaciones que existen entre
de que yo viese a su autor, y me dio los hijos y los padres están fundadas
a conocer su nombre, preparando en el respeto. Aliméntase la amis-
así la amistad que hemos manteni- tad por la comunicación, la cual no
do el tiempo que Dios ha tenido a puede encontrarse entre hijos y pa-
bien, tan cabal y perfecta, que no es dres por la disparidad que entre ellos
fácil encontrarla semejante en tiem- existe, y además porque chocaría los
40 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

deberes que la naturaleza impone; sión de bienes, los repartimientos y


pues ni todos los pensamientos ínti- el que la riqueza de uno ocasione la
mos de los padres pueden comuni- pobreza del otro desliga la soldadura
carse a los hijos, para no dar lugar fraternal; teniendo los hermanos que
a una privanza perjudicial y dañosa, conducir la prosperidad de su for-
ni los advertimientos y correcciones, tuna por igual sendero y por modo
que constituyen uno de los prime- idéntico, fuerza es que con frecuen-
ros deberes de la amistad, podrían cia tropiecen. Más aún, la relación y
tampoco practicarse de los hijos a los correspondencia que crean las amis-
padres. Pueblos ha habido, en que, tades verdaderas y perfectas, ¿qué ra-
por costumbre, los hijos mataban a zón hay para que se encuentren entre
los padres, otros en que los padres los hermanos? El padre y el hijo pue-
mataban a los hijos para salvar así las den ser de complexión enteramente
querellas que pudieran suscitarse en- opuesta, lo mismo los hermanos. Es
tre los unos y los otros. Filósofos ha mi hijo, es mi padre, pero es un hom-
habido, que han desdeñado la natu- bre arisco, malo o tonto. Además,
ral afección y unión de padres e hijos; como son amistades que la ley y obli-
Aristipo entre otros, el cual cuando se gación natural nos ordenan, nuestra
le hacía presente el cariño que a los elección no influye para nada en
suyos debía por haber salido de él, se ellas; nuestra libertad es nula y ésta a
ponía a escupir diciendo que su sa- nada se aplica más que a la afección y
liva tenía también el mismo origen, a la amistad. Y no quiere decir lo es-
y añadía que también engendramos crito que yo no haya experimentado
piojos y gusanos. Habla Plutarco de los goces de la familia en su mayor
otro a quien deseaban poner en bue- amplitud, pues mi padre fue el mejor
na armonía con su hermano, que de los padres que jamás haya existido,
objetó: “No doy importancia mayor y el más indulgente hasta en su extre-
al accidente de haber salido del mis- ma vejez; y mi familia fue famosa de
mo agujero”. El nombre de hermano padres a hijos, y siempre ejemplar en
es en verdad hermoso, e implica un punto a concordia fraternal:
amor tierno y puro, por esta razón
nos lo aplicamos La Boëtie y yo. Mas Et ipse
entre hermanos naturales la confu- Notos in fratres animi paterni.
De la amistad • 41

[Conocido yo mismo por mi afección E sol dietro a chi fugge affretta il piede:
paternal hacia mis hermanos. Horacio, [Así en medio de los fríos y los calo-
Odas, II, 2, 6]. res el cazador va en seguimiento de la
liebre, al través de montañas y valles;
La afección hacia las mujeres, aun- mientras le escapa desea darla alcance,
que nazca de nuestra elección, tam- y cuando la coge ya no hace caso de
poco puede equipararse a la amistad. ella. Ariosto, Orlando furioso, canto X,
Su fuego, lo confieso, estrofa 7].

Neque enim est dea nescia nostri, luego que se convierte en amis-
Quae dulcem curis miscet amaritiem, tad, es decir, en el acuerdo de am-
[No soy desconocido a la diosa que bas voluntades, se borra y languide-
mezcla una dulce amargura con las pe- ce; el goce ocasiona su ruina, como
nas del amor. Catulo, LXVIII, 17]. que su fin es corporal y se encuentra
sujeto a saciedad. La amistad, por el
es más activo, más fuerte y más contrario, más se disfruta a medida
rudo, pero es un fuego temerario, que más se desea; no se alimenta ni
inseguro, ondulante y vario; fuego crece sino a medida que se disfru-
febril, sujeto a accesos e intermiten- ta, como cosa espiritual que es, y el
cias que no se apodera de nosotros alma adquiere en ella mayor finura
más que por un lado. En la amistad, practicándola. He preferido antaño
por el contrario, el calor es general, otras fútiles afecciones a la amistad
igualmente distribuido por todas perfecta, y también La Boëtie rindió
partes, atemperado; un calor cons- culto al amor; sus versos lo declaran
tante y tranquilo, todo dulzura y sin demasiado. Así es que las dos pasio-
asperezas, que nada tiene de violen- nes han habitado en mi alma, y he
to ni de punzante. Más aún, el amor tenido ocasión de conocer de cerca
no es más que el deseo furioso de una y otra; jamás las he equipara-
algo que huye de nosotros: do, y actualmente considero que en
mi espíritu la amistad mira de un
Come segue la lepre il cacciatore modo desdeñoso y altivo al amor y
Al freddo, al caldo, alla montagna, al lito; le coloca bien lejos y muchos grados
Né piú l’estima poi che presa vede; por bajo.
42 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

En cuanto al matrimonio, sobre costumbres, la diferencia de edad y


ser un mercado en el cual sólo la en- oficios de los amantes tampoco se
trada es libre, si consideramos que su aproximaba a la perfecta unión de
duración es obligatoria y forzada, y que vengo hablando: Quis est enim
dependiente de circunstancias ajenas iste amor amicitiae. Cur neque deformem
a nuestra voluntad, ordinariamente adolescentem quisquam amat, neque for-
obedece a fines bastardos; acontecen mosum senem? [¿En qué consiste ese
en él multitud de accidentes que los amor amistoso? ¿Cómo no busca
esposos tienen que resolver, los cua- su objeto en un joven sin belleza ni
les bastan a romper el hilo de la afec- tampoco en un viejo guapo? Cice-
ción y a alterar el curso de la misma, rón, Tusculanas, V, 34]. La Academia
mientras que en la amistad no hay misma no desmentirá mi aserto, si
cosa que le ponga trabas por ser su digo que el furor primero inspira-
fin ella misma. Añádase que, a decir do por el hijo de Venus al corazón
verdad, la inteligencia ordinaria de del amante, siendo causado por la
las mujeres no alcanza a que puedan tierna juventud, al cual eran lícitos
compartirse los goces de la amistad; todas las insolencias apasionadas,
ni el alma de ellas es bastante firme todos los esfuerzos que pueden pro-
para sostener la resistencia de un ducir un ardor inmoderado, estaba
nudo tan apretado y duradero. Si así siempre fundamentado en la belle-
no aconteciera, si pudiera fundamen- za exterior, imagen falsa de la ge-
tarse y establecerse una asociación neración corporal. La afección no
voluntaria y libre, de la cual no sólo podía fundamentarse en el espíri-
las almas participaran sino también tu, del cual estaba todavía oculta la
los cuerpos, en que todo nuestro ser apariencia, antes de la edad en que
estuviera sumergido, la amistad sería su germinación principia. Si el fu-
más cabal y más viva. Pero no hay ror de que hablo se apoderaba de
ejemplo de que el sexo débil haya un alma grosera, los medios que
dado pruebas de semejante afección, ésta ponía en práctica para el logro
y los antiguos filósofos de declaran a de su fin eran las riquezas, los pre-
la mujer incapaz de profesarla. sentes, los favores, la concesión de
En el amor griego, justamente dignidades y otras bajas mercancías,
condenado y aborrecido por nuestras que los filósofos reprueban. Si la pa-
De la amistad • 43

sión dominaba a un alma generosa, primitivo verdor de su adolescencia,


los medios que ésta empleaba eran el más hermoso para los griegos.
generosos también; consistían en- Después de esta comunidad general
tonces en discursos filosóficos, ense- la parte principal de la misma, que
ñanzas que tendían al respeto de la predominaba y ejercía en sus ofi-
religión, a prestar obediencia a las cios, dicen que producía utilísimos
leyes, a sacrificar la vida por el bien frutos en privado y en público; que
de su país, en una palabra, ejemplos era la fuerza del país lo que acogía
todos de valor, prudencia y justicia. bien el uso y la principal defensa de
El amante procuraba imponer la la equidad y de la libertad, como
gracia y belleza de su alma, acabada lo prueban los salubres amores de
ya la de su cuerpo, esperando así fijar Harmodio y Aristogitón. Por eso la
la comunicación moral, más firme y llamaban sagrada y divina, y según
duradera. Cuando este fin llegaba ellos, sólo la violencia de los tiranos
a sazón pues lo que no exigían del y la cobardía de los pueblos tenía
amante en lo relativo a que aportase como enemigos. En suma, todo
discreción en su empresa, exigíanlo cuanto puede concederse en honor
en el amado, porque este necesitaba de la Academia, es asegurar que era
juzgar de una belleza interna de di- el suyo un amor que acababa en
fícil conocimiento y descubrimiento amistad, idea que no se aviene mal
abstruso, entonces nacía en el ama- con la definición estoica del amor:
do el deseo de una concepción espi- Amorem conatum esse amicitiae facien-
ritual por el intermedio de una be- dae ex pulchritudinis specie [El amor
lleza espiritual también. Esta era la es el deseo de alcanzar la amistad
principal; la corporal era accidental de una persona que nos atrae por su
y secundaria, al contrario del aman- belleza. Cicerón, Tusculanas, IV, 34].
te. Por esta causa prefieren al ama- Y vuelvo a mi descripción de una
do, alegando como razón que los amistad más justa y mejor compar-
dioses le dan también la primacía, tida. Omnino amicitiae, corroboratis
y censuran mucho al poeta Esquilo jam, confirmatisque et ingeniis, et aeta-
por haber en los amores de Aqui- tibus, judicandae sunt [La amistad no
les y Patroclo, hecho el amante del puede ser sólida sino en la madurez
primero, el cual se encontraba en el de la edad y en la del espíritu, Ci-
44 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cerón, De la amistad, c. 20]. Lo que nada desde entonces nos tocó tan de
ordinariamente llamamos amigos cerca como nuestras personas. Es-
y amistad no son más que uniones cribió él una excelente sátira latina,
y familiaridades trabadas merced a que se ha impreso, en la cual explica
algún interés, o merced al acaso por la precipitación de una amistad que
medio de los cuales nuestras almas llegó con tal rapidez a ser perfecta.
se relacionan entre sí. En la amistad Habiendo de durar tan poco tiem-
de que yo hablo, las almas se enla- po su vida y habiendo comenzado
zan y confunden una con otra por tan tarde nuestras relaciones (pues
modo tan íntimo, que se borra y no ambos éramos ya hombres hechos,
hay medio de reconocer la trama él me llevaba algunos años), no te-
que las une. Si se me obligara a de- nían tiempo que perder, ni necesita-
cir por qué yo quería a La Boëtie, ban tampoco acomodarse al patrón
reconozco que no podría contestar de las amistades frías y ordinarias,
más que respondiendo: porque era en las cuales precisan tantas precau-
él y porque era yo. Existe más allá ciones de dilatada y preliminar con-
de mi raciocinio y de lo que particu- versación. En la amistad nuestra no
larmente puedo declarar, yo no sé había otro fin extraño que le fuera
qué fuerza inexplicable y fatal, me- ajeno, con nada se relacionaba que
diadora de esta unión. Antes de que no fuera con ella misma; no obede-
nos hubiéramos visto, nos buscába- ció a tal o cual consideración, ni a
mos ya, y lo que oíamos decir el uno dos ni a tres ni a cuatro ni a mil; fue
del otro, producía en nuestras almas no sé qué quinta esencia de todo
mucha mayor impresión de la que reunido, la cual habiendo arrolla-
se advierte en las amistades ordina- do toda mi voluntad condújola a
rias; diríase que nuestra unión fue sumergirse y a abismarse en la suya
un decreto de la Providencia. Nos con una espontaneidad y un ardor
abrazábamos por nuestros nombres, igual en ambas. Nuestros espíri-
y en nuestra entrevista primera, que tus se compenetraron uno en otro;
tuvo lugar casualmente en una gran nada nos reservamos que nos fuera
fiesta de una ciudad, nos encontra- peculiar, ni que fuese suyo o mío.
mos tan prendados, tan conocidos, Cuando Lelio, en presencia de
tan obligados el uno del otro, que los cónsules romanos, quienes des-
De la amistad • 45

pués de la condenación de Tiberio inclinaciones, que dirigían y guiaban


Graco persiguieron a todos los que por la razón mutua; y como sin esto
habían pertenecido al partido de es completamente imposible que las
éste, preguntó a Cayo Blosio (que amistades vivan, la respuesta de Blo-
era el principal de sus amigos) qué sio fue tal cual debió ser. Si los actos
hubiera sido capaz de hacer por él, de ambos hubieran discrepado, no
Blosio respondió: “—Lo hubiera he- eran amigos, según mi criterio, ni el
cho todo. —¿Cómo todo? —siguió uno del otro, ni en sí mismos. Por
Lelio— ¿pues qué, hubieras cumpli- lo demás, tal respuesta no difiere de
do su voluntad si te hubiera manda- la que yo daría a quien me pregun-
do poner fuego a nuestros templos? tase: “Si vuestra voluntad os orde-
—Jamás me hubiera ordenado tal nara dar muerte a vuestra hija, ¿la
cosa —repuso Blosio. —¿Pero y si lo mataríais?” y que yo contestara afir-
hubiera hecho? —añadió Lelio. —Le mativamente, nada prueba de mi
hubiera obedecido —respondió”. Si consentimiento a realizar tal acto,
era tan perfecto amigo de Graco, porque yo no puedo dudar de mi
como la historia cuenta, no tenía por voluntad, como tampoco de la de un
qué asustar a los cónsules haciéndo- amigo como La Boëtie. Ni en todos
les la última atrevida confesión y no los razonamientos del mundo reside
podía separarse de la seguridad que el poder de desposeerme de la cer-
tenía en el designio de Tiberio Gra- teza en que estoy de las intenciones
co. Los que acusan de sediciosa esta y alcance de mi juicio: ninguna de
respuesta no penetran su misterio, sus acciones podría mostrárseme,
y no presuponen, como en realidad sea cual fuere el cariz que tuviera, de
debía acontecer, que Blosio era so- la cual yo no encontrara en segui-
berano de la voluntad de Graco, por da la causa. Tan unidas marcharon
poder y por conocimiento: ambos nuestras almas, con cariño tan ar-
eran más amigos que ciudadanos; diente se amaron y con afección tan
más amigos que enemigos o amigos intensa se descubrieron hasta lo más
de su país, y que amigos en la ambi- hondo de las entrañas, que no sólo
ción o el desorden: confiando pro- conocía yo su alma como la mía, sino
fundamente el uno en el otro, eran que mejor hubiera fiado en él que en
dueños perfectos de sus respectivas mí mismo.
46 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Que no se incluyan en este ran- mente perfecta hace que se pierda el


go esas otras amistades corrientes; sentimiento de semejantes deberes,
yo he mantenido tantas como cual- al par que alejar y odiar entre ellas
quiera otro, y de las más perfectas esas palabras de división y diferen-
en su género, pero no aconsejo que cia, acción buena, obligación, reco-
se confundan, pues se padecería un nocimiento, ruego, agradecimiento
error lamentable. Es preciso proce- y otras análogas. Siendo todo co-
der en estas uniones con prudencia y mún entre los amigos: voluntades,
precaución; el enlace no está anuda- pensamientos, juicios, bienes, muje-
do de manera que no haya nada que res, hijos, honor y vida; no siendo su
desconfiar. “Amadle, decía Quilón, voluntad sino una sola alma en dos
como si algún día tuvierais que abo- distintos cuerpos, según la definición
rrecerle; odiadle como si algún día exacta de Aristóteles, nada pueden
tuvierais que amarle”. Este precepto, prestarse ni nada tampoco darse. He
que es tan abominable en la amistad aquí la razón de que los legisladores,
primera de que hablo, es saludable para honrar el matrimonio con algu-
en las ordinarias, y corrientes, a pro- na semejanza imaginaria de ese divi-
pósito de las cuales puede emplearse, no enlace, prohíban las donaciones
una frase familiar a Aristóteles: “¡Oh entre marido y mujer, concluyendo,
amigos míos, no hay ningún amigo!” por esta prohibición que todo perte-
En aquel noble comercio los servicios nece a cada uno de ellos, y que nada
que se hacen o reciben, sostenes de tienen que dividir ni que repartir.
las otras relaciones, no merecen si- Si en la amistad de que hablo el
quiera ser tomados en consideración; uno pudiera dar alguna cosa al otro,
la entera compenetración de nues- el que recibiera el beneficio sería el
tras voluntades es suficiente, pues del que obligaría al compañero, pues
propio modo que la amistad que yo buscando uno y otro, antes que todo,
profeso no aumenta por los benefi- prestarse mutuos servicios, aquel que
cios que hago en caso de necesidad, facilita la ocasión es el que practica
digan lo que quieran los estoicos, y mayor liberalidad, proporcionando
como yo no considero como mérito a su amigo el contentamiento de
el servicio proporcionado, la unión realizar lo que más desea. Cuando
de tales amistades siendo verdadera- el filósofo Diógenes tenía necesidad
Rafael Sanzio, Autorretrato del artista con un amigo, 1518, óleo sobre madera, 99 x 83 cm,
Museo del Louvre, metáfora de “De la amistad” publicada en Jean-Yves Pouilloux, Montaigne.
Que sais-je?, París, Gallimard, 1996
48 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

de dinero, decía que lo reclamaba, amigo, que nada le queda para dis-
no que lo pedía. Y para probar cómo tribuir a los demás; al contrario, le
esto se practica en realidad, traeré entristece la idea de no ser doble, tri-
a colación un singular ejemplo an- ple o cuádruple; de no ser dueño de
tiguo. Eudomidas, corintio, tenía varias almas y varias voluntades para
dos amigos: Carixeno, cioniano, y confiarlas todas a una misma amis-
Areteo, también corintio. Cuando tad. Las amistades comunes pueden
murió, como estaba pobre y sus dos dividirse; puede estimarse en unos la
amigos eran ricos, hizo así su testa- belleza, en otros el agradable trato,
mento: “Lego a Areteo el cuidado en otros la liberalidad, la paternidad,
de alimentar a mi madre y de sos- la fraternidad, y así sucesivamente;
tenerla en su vejez; a Carixeno le mas la amistad que posea el alma y la
encomiendo el casamiento de mi gobierna como soberana absoluta, es
hija, y además que la dote lo mejor imposible que sea doble. Si dos ami-
que pueda. En el caso de que uno de gos pidieran ser socorridos al mismo
los dos venga a morir, encomiendo tiempo, ¿a cuál acudiríais primero?
su parte al que sobreviva”. Los que Si solicitaran opuestos servicios, ¿qué
vieron primero este testamento se orden emplearíais en tal apuro? Si
burlaron, pero advertidos los here- uno confiara a vuestro silencio lo
deros de su alcance lo aceptaron, con que al otro fuera conveniente saber,
singular contentamiento. Habiendo ¿qué partido tomaríais? La princi-
muerto cinco días después Carixeno, pal y única amistad rompe toda otra
Areteo mantuvo largamente a la ma- obligación; el secreto que juro no
dre y de su fortuna, que consistía en descubrir a otro puedo sin incurrir
cinco talentos, entregó dos y medio a en falta comunicarlo a otro, es decir,
su hija única, y otros dos y medio a la a mi amigo. Es un milagro grande el
hija de Eudomidas. Las dos bodas se duplicarse y no lo conocen bastante
efectuaron el mismo día. los que hablan de triplicarse. Nada
Este ejemplo es bien concluyen- es tan raro como poseer su semejan-
te, y sería practicado si no hubie- te; quien crea que de dos personas
ra tantos amigos en el mundo. La estimo a la una lo mismo que a la
perfecta amistad es indivisible: cada otra, o que dos hombres se quieran
uno se entrega tan por completo a su y me estimen tanto como yo los esti-
De la amistad • 49

mo, convierten en varias unidades la de que todos los resortes sean per-
cosa más única e indivisible; una sola fectamente nítidos y seguros.
es la cosa más rara de encontrar en En las relaciones que nos procu-
el mundo. El resto de aquella historia ran algún auxilio o servicio no hay
se acomoda bien con lo que yo decía, para qué preocuparse de las imper-
pues Eudomidas considera como un fecciones que particularmente no
favor que proporciona a sus amigos se relacionan con el motivo de las
el emplearlos en su servicio, deján- mismas. Nada me importa la reli-
dolos como herederos de su libera- gión que profesen mi médico ni mi
lidad, que consiste en procurarles el abogado, tal consideración nada
medio de favorecerle; y sin duda la tiene que ver con los oficios de la
fuerza de la amistad se muestra con amistad que me deben; en las rela-
mayor esplendidez en este caso que ciones domésticas que sostengo con
en el de Areteo. En conclusión: son los criados que me sirven, sigo la
estos efectos que no puede imaginar misma conducta. Me informo poco
el que no los ha experimentado, y de si mi lacayo es casto; más me in-
que me hacen honrar sobremane- teresa saber si es diligente: no temo
ra la respuesta que dio a Ciro un tanto a un mulatero jugador, como a
soldado joven, a quien el monarca otro que sea imbécil, ni a un cocinero
preguntó qué precio quería por un blasfemo, como a otro ignorante de
caballo con el cual había ganado el las salsas. No me mezclo para nada
premio de la carrera, añadiendo si en dar instrucciones al mundo de lo
lo cambiaría por un reino: “No en que es preciso hacer, otros lo hacen
verdad, señor; pero lo daría de buen de sobra; sólo hablo de lo que con-
grado por adquirir un amigo, si yo migo se relaciona.
encontrara un hombre digno de tal
alianza”. No decía mal “si yo encon- Mihi sic usus est: tibi, ut opus est facto, face.
trara”, pues se tropieza fácilmente [Tal es mi procedimiento; seguid voso-
con hombres propios para mante- tros el vuestro. Terencio, Heautontimo-
ner una amistad superficial; pero rumenos, I, 1, 28].
en la otra en que nada se reserva ni
nada se exceptúa, en que se obra con A la familiaridad de la mesa aso-
abandono completo, hay necesidad cio lo agradable, no lo prudente; en
50 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

el lecho antepongo la belleza a la encontrar solamente la sombra de


bondad; cuando estoy en sociedad un amigo; razón tenía para decirlo,
prefiero el lenguaje amable y el bien hasta en el caso en que hubiera en-
decir, al saber y aun a la probidad, y contrado alguno. Si comparo todo el
así por el estilo en todas las demás resto de mi vida —aunque ayudado
cosas. De la propia suerte que el que de la gracia de Dios la haya pasado
fue sorprendido cabalgando sobre dulce, gustosa y, salvo la pérdida
un bastón, jugando con sus hijos, de tal amigo, exenta de aflicciones
rogó a la persona que le vio que no graves, llena de tranquilidad de es-
se lo contara a nadie hasta que él fuese píritu, habiendo disfrutado ventajas
padre, estimando que la pasión que y facilidades naturales que desde mi
entonces nacería en su alma le haría cuna gocé, sin buscar otras ajenas—,
juez equitativo de tal acción, así yo si comparo, digo, toda mi vida con
quisiera hablar a personas que hu- los cuatro años que me fue dado dis-
biesen experimentado lo que digo; frutar de la dulce compañía y socie-
pero conociendo cuán rara cosa dad de La Boëtie, el otro tiempo de
es y cuán apartada de lo ordinario mi existencia no es más que humo,
una amistad tan sublime, no espe- y noche pesada y tenebrosa. Desde
ro encontrar ningún buen juez. Los el día en que la perdí,
mismos discursos que la antigüedad
nos dejó sobre este asunto me pare- Quem semper acerbum,
cen débiles al lado del sentimiento Semper honoratum (sic, Di, voluistis!)
que yo guardo; y los efectos de éste habebo.
sobrepasan a los preceptos mismos [¡Día fatal que debo llorar, que debo hon-
de la filosofía. rar toda mi vida, puesto que tal ha sido,
oh dioses inmortales, vuestra suprema
Nil ego contulerim jucundo sanus amico. voluntad! Virgilio, Eneida, V, 49].
[Mientras la razón no me abandone,
nada encontraré comparable a un ami- no hago más que arrastrarme
go cariñoso. Horacio, Sátiras, I, V, 44]. lánguidamente; los placeres mismos
que se me ofrecen, en lugar de con-
El viejo Menandro llamaba di- solarme, redoblan el sentimiento de
choso al que había podido siquiera su pérdida; como lo compartíamos
De la amistad • 51

todo, me parece que yo le robo la en todo saber y virtud, así me sobre-


parte que le correspondía. pujaba también en los deberes de la
amistad.
Nec fas esse ulla me voluptate hic frui
Decrevi, tantisper dum ille abest meus Quis desiderio sit pudor, aut modus
particeps. Tam cari capitis?
[Y yo creo que ningún placer debe ser- [Antes me avergüence de mí mismo,
me lícito ahora que ya no existe aquel que deje de verter lágrimas por un
con quien todo lo compartía. Terencio, amigo tan entrañable. Horacio, Odas,
Heautontimorumenos, I, 1, 97.]. I, 24, 1].

Me encontraba yo tan hecho, tan O misero frater adempte mihi!


acostumbrado a ser el segundo en Omnia tecum una perierunt gaudia nostra,
todas partes, que se me figura no ser Quae tuus in vita dulcis alebat amor.
ahora más que la mitad. Tu mea, tu moriens fregisti commoda, frater;
Tecum una tota est nostra sepulta anima
Illam meae si partem animae tulit Cujus ego interitu tota de mente fugavi
Maturior vis, quid moror altera? Haec studia, atque omnes delicias animi.
Nec carus aeque nec superstes Alloquar?, audiero nunquam tua verba
Integer. Ille dies utramque luquentem?
Duxit ruinam... Nunquam ego te, vita frater amabilior,
[Puesto que un destino cruel me ha roba- Adspiciam posthac? At certe semper amabo.
do prematuramente esta dulce mitad de [¡Oh hermano mío, qué desgracia para
mi alma, ¿qué hacer de la otra mitad se- mí la de haberte perdido! Tu muerte aca-
parada de la que para mí era mucho más bó con todos nuestros placeres. ¡Contigo
cara? El mismo día nos hizo desgracia- se disipó toda la dicha que me procu-
dos a los dos. Horacio, Odas, II, 17, 5]. raba tu dulce amistad; contigo toda mi
alma está enterrada! ¡Desde que tú no
No ejecuto ninguna acción ni pasa existes he abandonado las musas y todo
por mi mente ninguna idea sin que le lo que formaba el encanto de mi vida!...
eche de menos, como hubiera hecho ¿No podré ya hablarte ni oír el timbre
él si lo le hubiese precedido, pues así de tu voz? ¡Oh, tú que para mí eras más
como me sobrepasaba infinitamente caro que la vida misma!, ¡oh, hermano
52 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

mío! ¿No podré ya verte más? ¡Al menos creyera lo que escribió, pues ni en
me quedará el consuelo de amarte toda broma era capaz de mentir; me
mi vida! Catulo, LXVIII, 20, LXV, 9]. consta también que si en su mano
hubiera estado elegir, mejor hubie-
Pero oigamos hablar un poco a este ra nacido en Venecia que en Sarlac,
joven cuando tenía dieciséis años. y con razón. Pero tenía otra máxima
Porque veo que este libro ha sido soberanamente impresa en su alma:
publicado con malas miras por los la de obedecer y someterse religio-
que procuran trastornar y cambiar samente a las leyes bajo las cuales
el estado de nuestro régimen po- había nacido. Jamás hubo mejor
lítico, sin cuidarse para nada de si ciudadano, ni que más amara el
sus reformas serán útiles, los cuales reposo de su país, ni más enemigo
han mezclado la obra de La Boëtie de agitaciones y novedades; mejor
a otros escritos de su propia cosecha hubiera querido emplear su saber
personal, renuncio a intercalarla en en extinguirlas que en procurar los
este libro. Y para que la memoria medios de excitarlas más de lo que
del autor no sufra crítica de ningún ya están: su espíritu se había mol-
género de parte de los que no pu- deado conforme al patrón de otros
dieron conocer de cerca sus accio- tiempos diferentes de los actuales.
nes o ideas, yo les advierto que el En lugar de esa obra seria publicaré
asunto de su libro fue desarrollado otra [Los veintinueve sonetos de La
por él en su infancia y solamente a Boëtie, del capítulo siguiente] que
manera de ejercicio, como asunto igualmente escribió en la misma
vulgar y ya tratado en mil pasajes época de su vida, y que es más loza-
de muchos libros. Yo no dudo que na y alegre.
de los caníbales

Cuando el rey Pirro pasó a Italia, rra, al cual puso por nombre Fran-
luego que hubo reconocido la or- cia antártica. Este descubrimiento de
ganización del ejército romano que un inmenso país vale bien la pena
iba a batallar contra el suyo: “No sé, de ser tomado en consideración.
dijo, qué clase de bárbaros sean éstos Ignoro si en lo venidero tendrán lu-
(sabido es que los griegos llamaban gar otros, en atención a que tantos y
así a todos los pueblos extranjeros), tantos hombres que valían más que
pero la disposición de los soldados nosotros no tenían ni siquiera pre-
que veo no es bárbara en modo al- sunción remota de lo que en nues-
guno”. Otro tanto dijeron los griegos tro tiempo ha acontecido. Yo recelo
de las tropas que Flaminio introdujo a veces que acaso tengamos los ojos
en su país, y Filipo, contemplando más grandes que el vientre, y más
desde un cerro el orden y disposi- curiosidad que capacidad. Lo abar-
ción del campamento romano, en camos todo, pero no estrechamos
su reino, bajo Publio Sulpicio Galba. sino viento.
Esto prueba que es bueno guardarse Platón nos muestra que Solón
de abrazar las opiniones comunes, decía haberse informado de los sa-
que hay que juzgar por el camino cerdotes de la ciudad de Saís, en
de la razón y no por la voz general. Egipto, de que en tiempos remotí-
He tenido conmigo mucho tiempo simos, antes del diluvio, existía una
un hombre que había vivido diez o gran isla llamada Atlántida, a la en-
doce años en ese mundo que ha sido trada del estrecho de Gibraltar, la
descubierto en nuestro siglo, en el cual comprendía más territorio que
lugar en que Villegaignon tocó tie- el Asia y el África juntas; y que los
54 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

reyes de esta región, que no sólo la de Chipre de Siria y la de la


poseían esta isla, sino que por tierra isla de Negroponto de Beocia, y que
firme extendíanse tan adentro que juntó territorios que estaban antes
eran dueños de la anchura de Áfri- separados, cubriendo de arena y
ca hasta Egipto, y de la longitud de limo los fosos intermediarios.
Europa hasta la Toscana, quisieron
llegar al Asia y subyugar todas las Sterllisque diu palus, aptaque remis,
naciones que bordea el Mediterrá- Vicinas urbes alit, et grave sentit aratrum.
neo, hasta el golfo del Mar Negro. A [Una laguna, estéril mucho tiempo, que
este fin atravesaron España, la Galia hendían los remos de la barca, conoce
o Italia, y llegaron a Grecia, donde hoy el arado y alimenta las ciudades ve-
los atenienses los rechazaron; pero cinas. Horacio, Arte poética, v. 65].
que andando el tiempo, los mismos
atenienses, los habitantes de la At- Mas no hay probabilidad de que
lántida y la isla misma, fueron su- esta isla sea el mundo que acabamos
mergidos por las aguas del diluvio. de descubrir, pues tocaba casi con
Es muy probable que los destrozos España, y habría que suponer que
que éste produjo hayan ocasionado la inundación habría ocasionado un
cambios extraños en las diferentes trastorno enorme en el globo terrá-
regiones de la tierra, y algunos di- queo, apartados como se encuentran
cen que del diluvio data la separa- los nuevos países por más de mil dos-
ción de Sicilia de Italia; cientas leguas de nosotros. Las nave-
gaciones modernas, además, han de-
Haec loca, vi quondam et vasta convulsa mostrado que no se trata de una isla,
ruina, sino de un continente o tierra firme
(…) con la India oriental de un lado y las
Dissiluisse ferunt, quum protenus tierras que están bajo los dos polos
utraque tellus de otro, o que, de estar separada, el
Una foret... estrecho es tan pequeño que no me-
[Dícese que en lo antiguo estas tierras rece por ello el nombre de isla.
eran un mismo continente; por un em- Parece que hay movimientos na-
puje violento las separó el mar embra- turales y fuertes sacudidas en esos
vecido. Virgilio, Eneida, III, 414 ss.]. continentes y mares como en nues-
De los caníbales • 55

tro organismo. Cuando considero la teles, dado que el “libro de las mara-
acción que el río Dordoña ocasiona villas” lo haya compuesto el filósofo.
actualmente en la margen derecha En esta obrilla se cuenta que algu-
de su curso, el cual se ha ensanchado nos cartagineses, navegando por el
tanto que ha llegado a minar los ci- Océano atlántico, fuera del estrecho
mientos de algunos edificios, me for- de Gibraltar, bogaron largo tiempo y
mo idea de aquella agitación extraor- acabaron por descubrir una isla fér-
dinaria que, de seguir en aumento, la til, poblada de bosques y bañada por
configuración del mundo se cambia- ríos importantes, de profundo cau-
ría; mas no acontece así, porque los ce; estaba la isla muy lejos de tierra
accidentes y movimientos, ya tienen firme, y añade el mismo libro que
lugar en una dirección, ya en otra, ya aquellos navegantes, y otros que los
hay ausencia de movimiento. Y no siguieron, atraídos por la bondad y
hablo de las repentinas inundaciones fertilidad de la tierra, llevaron con-
que nos son tan conocidas. En Me- sigo sus mujeres o hijos y se aclima-
doc, a lo largo del mar, mi hermano, taron en el nuevo país. Viendo los
el señor de Arsac, ha visto una de sus señores de Cartago que su territorio
fincas enterrada bajo las arenas que se despoblaba poco a poco, prohi-
el mar arrojó sobre ella; todavía se bieron, bajo pena de muerte, que
ven los restos de algunas construccio- nadie emigrara a la isla, y arrojaron
nes; sus dominios y rentas hanse tro- a los habitantes de ésta, temiendo,
cado en miserables tierras de pastos. según se cree, que andando el tiem-
Los habitantes dicen que, de algún po alcanzaran poderío, suplantasen
tiempo acá, el mar se les acerca tanto, a Cartago y ocasionaran su ruina.
que ya han perdido cuatro leguas de Este relato de Aristóteles tampoco se
territorio. Las arenas que arroja son refiere al novísimo descubrimiento.
a manera de vanguardia. Vense gran- El hombre de que he hablado era
des dunas de tierra movediza, distan- sencillo y rudo, condición muy ade-
tes media legua del océano, que van cuada para ser verídico testimonio,
ganando el país. pues los espíritus cultivados, si bien
El otro antiguo testimonio que observan con mayor curiosidad y
pretende relacionarse con este descu- mayor número de cosas, suelen glo-
brimiento lo encontramos en Aristó- sarlas, y a fin de poner de relieve la
56 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

interpretación de que las acompa- de una fuente y que en lo demás sea


ñan, adulteran algo la relación; ja- lego en absoluto. Sin embargo, si le
más muestran lo que ven al natural, viene a las mientes escribir sobre el
siempre lo truecan y desfiguran con- río o la fuente, englobará con ello
forme al aspecto bajo el cual lo han toda la ciencia física. De este vicio
visto, de modo que para dar crédi- surgen varios inconvenientes.
to a su testimonio y ser agradables, Volviendo a mi asunto, creo que
adulteran de buen grado la materia, nada hay de bárbaro ni de salvaje en
alargándola o ampliándola. Precisa, esas naciones, según lo que se me ha
pues, un hombre fiel, o tan sencillo, referido; lo que ocurre es que cada
que no tenga para qué inventar o cual llama barbarie a lo que es ajeno
acomodar a la verosimilitud falsas a sus costumbres. Como no tenemos
relaciones, un hombre ingenuo. otro punto de mira para distinguir la
Así era el mío, el cual, además, me verdad y la razón que el ejemplo e
hizo conocer en varias ocasiones idea de las opiniones y usos del país
marineros y comerciantes que en en que vivimos, a nuestro dictamen
su viaje había visto, de suerte que en él tienen su asiento la perfecta
a sus informes me atengo sin con- religión, el gobierno más cumplido,
frontarlos con las relaciones de los el más irreprochable uso de todas las
cosmógrafos. Habríamos menester cosas. Así son salvajes esos pueblos
de geógrafos que nos relatasen cir- como los frutos a que aplicamos igual
cunstanciadamente los lugares que nombre por germinar y desarrollarse
visitaran; mas las gentes que han espontáneamente; en verdad creo yo
estado en Palestina, por ejemplo, que más bien debiéramos nombrar
juzgan por ello poder disfrutar el así a los que por medio de nuestro
privilegio de darnos noticia del res- artificio hemos modificado y aparta-
to del mundo. Yo quisiera que cada do del orden a que pertenecían; en
cual escribiese sobre aquello que los primeros se guardan vigorosas y
conoce bien, no precisamente en vivas las propiedades y virtudes natu-
materia de viajes, sino en toda suer- rales, que son las verdaderas y útiles,
te de cosas; pues tal puede hallarse las cuales hemos bastardeado en los
que posea particular ciencia o expe- segundos para acomodarlos al pla-
riencia de la naturaleza de un río o cer de nuestro gusto corrompido; y
De los caníbales • 57

sin embargo, el sabor mismo y la de- o del arte. Las más grandes y magní-
licadeza se avienen con nuestro pa- ficas proceden de una de las dos pri-
ladar, que encuentra excelentes, en meras causas; las más insignificantes
comparación con los nuestros, diver- e imperfectas, de la última.
sos frutos de aquellas regiones que Esas naciones me parecen, pues,
se desarrollan sin cultivo. El arte no solamente bárbaras, en el sentido
vence a la madre naturaleza, grande de que en ellas ha dominado esca-
y poderosa. Tanto hemos recargado samente la huella del espíritu hu-
la belleza y riqueza de sus obras con mano, y porque permanecen toda-
nuestras invenciones, que la hemos vía en los confines de su ingenuidad
ahogado; así es que por todas partes primitiva. Las leyes naturales diri-
donde su belleza resplandece, la na- gen su existencia muy poco bastar-
turaleza deshonra nuestras invencio- deadas por las nuestras, de tal suerte
nes frívolas y vanas. que, a veces, lamento que no hayan
tenido noticia de tales pueblos, los
Et veniunt hederae sponte sua melius; hombres que hubieran podido juz-
Surgit et in solis formosior arbutus antris; garlos mejor que nosotros. Siento
Et volucres nulla dulcius arte canunt. que Licurgo y Platón no los hayan
[La hiedra crece sin cultivo; el árbol no conocido, pues se me figura que lo
es nunca más frondoso que cuando pros- que por experiencia vemos en esas
pera en los abismos solitarios... el canto naciones sobrepasa no sólo las pin-
de las aves es más dulce sin el concurso turas con que la poesía ha embelle-
del arte. Propercio, I, 2, 10 ss.]. cido la edad de oro de la humani-
dad, sino que todas las invenciones
Todos nuestros esfuerzos juntos que los hombres pudieran imaginar
no logran siquiera edificar el nido para alcanzar una vida dichosa, jun-
del más insignificante pajarillo, su tas con las condiciones mismas de
contextura, su belleza y la utilidad la filosofía, no han logrado repre-
de su uso; ni siquiera acertarían a sentarse una ingenuidad tan pura y
formar el tejido de una mezquina sencilla, comparable a la que vemos
tela de araña. en esos países, ni han podido creer
Platón dice que todas las cosas tampoco que una sociedad pudiera
son obra de la naturaleza, del acaso sostenerse con artificio tan escaso
58 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

y, como si dijéramos, sin soldadura guan los que lo vieron, es muy raro
humana. Es un pueblo, diría yo a encontrar un hombre enfermo, le-
Platón, en el cual no existe ninguna gañoso, desdentado o encorvado
especie de tráfico, ningún conoci- por la vejez. Están situados a lo lar-
miento de las letras, ningún cono- go del Océano, defendidos del lado
cimiento de la ciencia de los núme- de la tierra por grandes y elevadas
ros, ningún nombre de magistrado montañas, que distan del mar unas
ni de otra suerte, que se aplique a cien leguas aproximadamente. Tie-
ninguna superioridad política; tam- nen grande abundancia de carne y
poco hay ricos, ni pobres, ni contra- pescados, que en nada se asemejan
tos, ni sucesiones, ni particiones, ni a los nuestros, y que comen cocidos,
más profesiones que las ociosas, ni sin aliño alguno. El primer hom-
más relaciones de parentesco que bre que vieron montado a caballo,
las comunes; las gentes van desnu- aunque ya había tenido con ellos
das, no tienen agricultura ni me- relaciones en anteriores viajes, les
tales, no beben vino ni cultivan los causó tanto horror en tal postura
cereales. Las palabras mismas que que le mataron a flechazos antes de
significan la mentira, la traición, el reconocerlo. Sus edificios son muy
disimulo, la avaricia, la envidia, la largos, capaces de contener dos o
detracción, el perdón, les son des- trescientas almas; los cubren con la
conocidas. ¡Cuán distante hallaría corteza de grandes árboles, están fi-
Platón la república que imaginó de jos al suelo por un extremo y se apo-
la perfección de estos pueblos! Viri a yan unos sobre otros por los lados,
diis recentes [Hombres son éstos que a la manera de algunas de nuestras
salen de las manos de los dioses. Sé- granjas; la parte que los guarece lle-
neca, Epístolas, 90]. ga hasta el suelo y les sirve de flan-
co. Tienen madera tan dura que la
Hos natura modos primum dedit. emplean para cortar, y con ella ha-
[Tales fueron las primitivas leyes de la cen espadas, y parrillas para asar la
naturaleza. Virgilio, Geórgicas, II, 20]. carne. Sus lechos son de un tejido
de algodón, y están suspendidos del
Viven en un lugar del país, pin- techo como los de nuestros navíos;
toresco y tan sano que, según atesti- cada cual ocupa el suyo; las mujeres
De los caníbales • 59

duermen separadas de sus maridos. correr el recinto, el cual tiene unos


Levántanse cuando amanece, y co- cien pasos de longitud. No les reco-
men, luego de haberse levantado, mienda sino dos cosas el anciano: el
para todo el día, pues hacen una valor contra los enemigos y la bue-
sola comida; en ésta no beben; así na amistad para con sus mujeres, y
dice Suidas que hacen algunos pue- a esta segunda recomendación aña-
blos del Oriente; beben sí fuera de de siempre que ellas son las que les
la comida varias veces al día y abun- suministran la bebida templada y
dantemente; preparan el líquido en sazón. En varios lugares pueden
con ciertas raíces, tiene el color del verse, yo tengo algunos de estos ob-
vino claro y no lo toman sino tibio. jetos en mi casa, la forma de sus le-
Este brebaje, que no se conserva chos, cordones, espadas, brazaletes
más que dos o tres días, es algo pi- de madera con que se preservan los
cante, pero no se sube a la cabeza; puños en los combates, y grandes
es saludable al estómago y sirve de bastones con una abertura por un
laxante a los que no tienen costum- extremo, con el toque de los cuales
bre de beberlo, pero a los que es- sostienen la cadencia en sus danzas.
tán habituados les es muy grato. En Llevan el pelo cortado al rape, y se
lugar de pan comen una sustancia afeitan mejor que nosotros, sin otro
blanca como el cilantro azucarado; utensilio que una navaja de madera
yo la he probado, y tiene el gusto o piedra. Creen en la inmortalidad
dulce y algo desabrido. Pasan todo del alma, y que las que han mereci-
el día bailando. Los más jóvenes do bien de los dioses van a reposar
van a la caza de montería armados al lugar del cielo en que el sol nace,
de arcos. Una parte de las mujeres y las malditas al lugar en que el sol
se ocupa en calentar el brebaje, que se pone.
es su principal oficio. Siempre hay Tienen unos sacerdotes y profe-
algún anciano que por las mañanas, tas que se presentan muy poco ante
antes de la comida, predica a todos el pueblo, y que viven en las monta-
los que viven en una granjería, pa- ñas. A la llegada de ellos celébrase
seándose de un extremo a otro y una fiesta y asamblea solemne, en la
repitiendo muchas veces la misma que toman parte varias granjas; cada
exhortación hasta que acaba de re- una de éstas, según queda descrita,
Théodore de Bry, Americae
Tertia Pars, 1562
62 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

forma un pueblo, y éstos se hallan ria, cuyo fundamento reside fuera


situados a una legua francesa de de los límites da nuestro conoci-
distancia. Los sacerdotes les hablan miento, ¿por qué no castigarlos en
en público, los exhortan a la virtud razón a que no mantienen el efecto
y al deber, y toda su ciencia moral de sus promesas, al par que por lo
hállase comprendida en dos artí- temerario de sus imposturas?
culos, que son la proeza en la gue- Los pueblos de que voy hablando
rra y la afección a sus mujeres. Los hacen la guerra contra las naciones
mismos sacerdotes pronostícanles que viven del otro lado de las mon-
las cosas del porvenir y el resultado tañas, más adentro de la tierra firme.
que deben esperar en sus empresas, En estas luchas todos van desnudos;
encaminándolos o apartándolos de no llevan otras armas que arcos, o
la guerra. Mas si son malos adivi- espadas de madera afiladas por un
nos, si predicen lo contrario de lo extremo, parecido a la hoja de un ve-
que acontece, se los corta y tritura nablo. Es cosa sorprendente el con-
en mil pedazos, caso de atraparlos, siderar estos combates, que siempre
como falsos profetas. Por esta razón, acaban con la matanza y derrama-
aquel que se equivoca una vez, des- miento de sangre, pues la derrota y el
aparece luego para siempre. pánico son desconocidos en aquellas
La adivinación es sólo don de tierras. Cada cual lleva como trofeo la
Dios, y por eso debiera ser castigado cabeza del enemigo que ha matado y
como impostor el que de ella abusa. la coloca a la entrada de su vivienda.
Entre los escitas, cuando los adi- A los prisioneros, después de haber-
vinos se equivocaban, tendíaseles, les dado buen trato durante algún
amarrados con cadenas los pies y tiempo y de haberlos favorecido con
las manos, en carros llenos de reta- todas las comodidades que imaginan,
ma, tirados por bueyes, y así se los el jefe congrega a sus amigos en una
quemaba. Los que rigen la conduc- asamblea, sujeta con una cuerda uno
ta de los hombres son excusables de de los brazos del cautivo, y por el ex-
hacer para lograr su misión lo que tremo de ella le mantiene a algunos
pueden; pero a esos otros que nos pasos, a fin de no ser herido; el otro
vienen engañando con las seguri- brazo lo sostiene de igual modo el
dades de una facultad extraordina- amigo mejor del jefe; en esta disposi-
De los caníbales • 63

ción, los dos que le sujetan destrozan un hombre vivo que comérselo muer-
a espadazos. Hecho esto, le asan, se to; desgarrar por medio de suplicios
lo comen entre todos, y envían algu- y tormentos un cuerpo todavía lleno
nos trozos a los amigos ausentes. Y no de vida, asarlo lentamente, y echarlo
se lo comen para alimentarse, como luego a los perros o a los cerdos; esto,
antiguamente hacían los escitas, sino no sólo lo hemos leído, sino que lo
para llevar la venganza hasta el últi- hemos visto recientemente, y no es
mo límite; y así es en efecto, pues ha- que se tratara de antiguos enemigos,
biendo advertido que los portugueses sino de vecinos y conciudadanos, con
que se unieron a sus adversarios po- la agravante circunstancia de que
nían en práctica otra clase de muer- para la comisión de tal horror sir-
te contra ellos cuando los cogían, la vieron de pretexto la piedad y la re-
cual consistía en enterrarlos hasta la ligión. Esto es más bárbaro que asar
cintura y lanzarles luego en la parte el cuerpo de un hombre y comérselo,
descubierta gran número de flechas después de muerto.
para después ahorcarlos, creyeron Crisipo y Zenón, maestros de la
que estas gentes del otro mundo, lo secta estoica, opinaban que no había
mismo que las que habían sembra- inconveniente alguno en servirse de
do el conocimiento de muchos vicios nuestros despojos para cualquier
por los pueblos circunvecinos, que se cosa que nos fuera útil, ni tampoco
hallaban más ejercitadas que ellos en en servirse de ellos como alimento.
todo género de malicia, no realiza- Sitiados nuestros antepasados por
ban sin su por qué aquel género de César en la ciudad de Alesia, deter-
venganza, que desde entonces fue a minaron, para no morirse de ham-
sus ojos más cruel que la suya; así que bre, alimentarse con los cuerpos de
abandonaron su antigua práctica por los ancianos, mujeres y demás per-
la nueva de los portugueses. No dejo sonas inútiles para el combate.
de reconocer la barbarie y el horror
que supone el comerse al enemigo, Vascones, ut fama est, alimentis talibus usi
mas sí me sorprende que compren- Produxere animas.
damos y veamos sus faltas y seamos [Cuéntase que los vascones prolonga-
ciegos para reconocer las nuestras. ron la vida nutriéndose con carne hu-
Creo que es más bárbaro comerse a mana. Juvenal, Sátiras, XV, 93].
64 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Los mismos médicos no tienen de todos. Estos últimos dejan a sus


inconveniente en emplear los restos herederos la plena posesión de sus
humanos para las operaciones que bienes en común, sin más títulos que
practican en los cuerpos vivos, y los el que la naturaleza da a las criatu-
aplican, ya interior ya exteriormen- ras al echarlas al mundo. Si sus ve-
te. Jamás se vio en aquellos países cinos trasponen las montañas para
opinión tan relajada que disculpase sitiarlos y logran vencerlos, el botín
la traición, la deslealtad, la tiranía y del triunfo consiste únicamente en
la crueldad, que son nuestros peca- la gloria y superioridad de haberlos
dos ordinarios. Podemos, pues, lla- sobrepasado en valor y en virtud,
marlos bárbaros en presencia de los pues de nada les servirían las rique-
preceptos que la sana razón dicta, zas de los vencidos. Regresan a sus
mas no si los comparamos con noso- países, donde nada de lo preciso les
tros, que los sobrepasamos en todo falta, y donde saben además acomo-
género de barbarie. Sus guerras son darse a su condición y vivir conten-
completamente nobles y generosas; tos con ella. Igual virtud adorna a
son tan excusables y abundan en ac- los del contrario bando. A los prisio-
ciones tan hermosas como esta en- neros no les exigen otro rescate que
fermedad humana puede cobijar. la confesión y el reconocimiento de
No luchan por la conquista de nue- haber sido vencidos; pero no se ve ni
vos territorios, pues gozan todavía uno solo en todo el transcurso de un
de la fertilidad natural que los pro- siglo que no prefiera antes la muerte
cura sin trabajo ni fatigas cuanto les que mostrarse cobarde ni de palabra
es preciso, y tan abundantemente ni de obra; ninguno pierde un adar-
que les sería inútil ensanchar sus lí- me de su invencible esfuerzo, ni se
mites. Encuéntranse en la situación ve ninguno tampoco que no prefie-
dichosa de no codiciar sino aquello ra ser muerto y devorado antes que
que sus naturales necesidades les or- solicitar el no serlo. Trátanlos con
denan; todo lo que a éstas sobrepasa entera libertad a fin de que la vida
es superfluo para ellos. Generalmen- les sea más grata, y les hablan ge-
te los de una misma edad se llaman neralmente de las amenazas de una
hermanos, hijos los menores, y los muerte próxima, de los tormentos
ancianos se consideran como padres que sufrirán, de los preparativos que
De los caníbales • 65

se disponen a este efecto, del magu- mos sobre nuestros enemigos, que
llamiento de sus miembros y del fes- no son comúnmente sino prestadas
tín que se celebrará a sus expensas. y no peculiares nuestras. Más propio
De todo lo cual se echa mano con es de un mozo de cuerda que de la
el propósito de arrancar de sus la- fortaleza de ánimo el tener los bra-
bios alguna palabra blanda o alguna zos y las piernas duros y resistentes;
bajeza, y también para hacerlos en- la buena disposición para la lucha es
trar en deseos de fluir para de este una cualidad muerta y corporal; de
modo poder vanagloriarse de ha- la fortuna depende el que venzamos
berlos metido miedo y quebrantado a nuestro enemigo, y el que le des-
su firmeza, pues consideradas las lumbremos. Es cosa de habilidad y
cosas rectamente, en este solo punto destreza, y puede estar al alcance de
consiste la victoria verdadera: un cobarde o de un mentecato el ser
consumado en la esgrima. La esti-
Victoria nulla est, mación y el valer de un hombre resi-
Quam quae confessos animo quoque den en el corazón y en la voluntad;
subjugat hostes. en ellos yace el verdadero honor. La
[La sola victoria verdadera es la que valentía es la firmeza, no de las pier-
fuerza al enemigo a declararse vencido. nas ni de los brazos, sino la del vigor
Claudio, Del sexto consulado, v. 218]. y la del alma. No consiste en el valor
de nuestro caballo ni en la solidez de
Los húngaros, combatientes be- nuestra armadura, sino en el temple
licosísimos, no iban tampoco en la de nuestro pecho. El que cae lleno
persecución de sus enemigos más de ánimo en el combate, si succiderit,
allá de ese punto de reducirlos a su de genu pugnat [Si cae en tierra com-
albedrío. Tan luego como de ellos bate de rodillas. Séneca, De Providen-
alcanzaban semejante confesión, los cia, c. 2]; el que desafiando todos los
dejaban libres, sin ofenderlos ni pe- peligros ve la muerte cercana y por
dirles rescate; lo más a que llegaban ello no disminuye un punto en su
las exigencias de los vencedores era fortaleza; quien al exhalar el último
a obtener promesa de que en lo suce- suspiro mira todavía a su enemigo
sivo no se levantarían en armas con- con altivez y desdén, son derrotados
tra ellos. Bastantes ventajas alcanza- no por nosotros, sino por la mala
66 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

fortuna; muertos pueden ser, mas país, y les ordenó que partieran; con
no vencidos. Los más valientes son aquellos cuya muerte era de menor
a veces los más infortunados, así trascendencia decidió defender el
que puede decirse que hay pérdidas desfiladero, y con la muerte de to-
triunfantes que equivalen a las victo- dos hacer pagar cara a los enemi-
rias. Ni siquiera aquellas cuatro her- gos la entrada, como sucedió efec-
manas, las más hermosas que el sol tivamente, pues viéndose de pronto
haya alumbrado sobre la tierra, las rodeado por todas partes por los
de Salamina, Platea, Micala y Sicilia, arcadios, en quienes hizo una atroz
podrán jamás oponer toda su gloria carnicería, él y los suyos fueron lue-
a la derrota del rey Leónidas y de los go pasados a cuchillo. ¿Existe algún
suyos en el desfiladero de las Termó- trofeo asignado a los vencedores que
pilas. ¿Quién corrió nunca con glo- no pudiera aplicarse mejor a estos
ria más viva ni ambiciosa a vencer vencidos? El vencer verdadero tiene
en el combate que el capitán Iscolas por carácter no el preservar la vida,
a la pérdida del mismo? ¿Quién con sino el batallar, y consiste el honor
curiosidad mayor se informó de su de la fortaleza, en el combatir, no en
salvación que él de su ruina? Estaba el derrotar.
encargado de defender cierto paso Volviendo a los caníbales, diré
del Peloponeso contra los arcadios, que, muy lejos de rendirse los pri-
y como se sintiera incapaz de cum- sioneros por las amenazas que se les
plir su misión a causa de la natura- hacen, ocurre lo contrario; durante
leza del lugar y de la desigualdad los dos o tres meses que permane-
de fuerzas, convencido de que todo cen en tierra enemiga están alegres,
cuanto los enemigos quisieran hacer y meten prisa a sus amos para que
lo harían, y por otra parte, conside- se apresuren a darles la muerte, de-
rando indigno de su propio esfuerzo safiándolos, injuriándolos, y echán-
y magnanimidad, así como también doles en cara la cobardía y el núme-
del nombre lacedemonio, el ser de- ro de batallas que perdieron contra
rrotado, adoptó la determinación los suyos. Guardo una canción com-
siguiente: los más jóvenes y mejor puesta por uno de aquéllos, en que
dispuestos de su ejército reservo- se leen los rasgos siguientes: “Que
los para la defensa y servicio de su vengan resueltamente todos cuanto
De los caníbales • 67

antes, que se reúnan para comer mi nicación y trato con las demás, las
carne, y comerán al mismo tiempo suyas ponen cuanto está de su parte
la de sus padres y la de sus abuelos, para que ocurra lo contrario. Abri-
que antaño sirvieron de alimento gando mayor interés por el honor de
a mi cuerpo; estos músculos, estas sus maridos que por todo lo demás,
carnes y estas venas son los vues- emplean la mayor solicitud de que
tros, pobres locos; no reconocéis son capaces en recabar el mayor nú-
que la sustancia de los miembros de mero posible de compañeras, puesto
vuestros antepasados reside toda- que tal circunstancia prueba la virtud
vía en mi cuerpo; saboreadlos bien, de sus esposos. Las nuestras tendrán
y encontraréis el gusto de vuestra esta costumbre por absurda, mas no
propia carne”. En nada se asemeja lo es en modo alguno, sino más bien
esta canción a las de los salvajes. Los una buena prenda matrimonial, de
que los pintan moribundos y los re- la cualidad más relevante. Algunas
presentan cuando se los sacrifica, mujeres de la Biblia: Lía, Raquel,
muestran al prisionero escupiendo Sara y las de Jacob, entre otras, fa-
en el rostro a los que le matan y ha- cilitaron a sus maridos sus hermosas
ciéndoles gestos. Hasta que exhalan sirvientes. Livia secundó los deseos
el último suspiro no cesan de desa- de Augusto en perjuicio propio. Es-
fiarlos de palabra y por obras. Son tratonicia, esposa del rey Dejotaro,
aquellos hombres, sin mentir, com- procuró a su marido no ya sólo una
pletamente salvajes comparados hermosísima camarera que la servía,
con nosotros; preciso es que lo sean sino que además educó con diligen-
a sabiendas o que lo seamos noso- cia suma los hijos que nacieron de la
tros. Hay una distancia enorme en- unión, y los ayudó a que heredaran
tre su manera de ser y la nuestra. el trono de su marido. Y para que no
Los varones tienen allí varias mu- vaya a creerse que esta costumbre se
jeres, en tanto mayor número cuanta practica por obligación servil o por
mayor es la fama que de valientes autoridad ciega del hombre, sin re-
gozan. Es cosa hermosa y digna de flexión ni juicio, o por torpeza de
notarse en los matrimonios, que en alma, mostraré aquí algunos ejem-
los celos de que nuestras mujeres plos de la inteligencia de aquellas
echan mano para impedirnos comu- gentes. Además de la que prueba la
68 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

canción guerrera antes citada, tengo cuantas cosas encierra una gran ciu-
noticia de otra amorosa, que princi- dad. Luego alguien quiso saber la
pia así: “Detente, culebra; detente, a opinión que formaran, y deseando
fin de que mi hermana copie de tus conocer lo que les había parecido
hermosos colores el modelo de un más admirable, respondieron que
rico cordón que yo pueda ofrecer a tres cosas (de ellas olvidé una y estoy
mi amada; que tu belleza sea siempre bien pesaroso, pero dos las recuerdo
preferida a la de todas las demás ser- bien): dijeron que encontraban muy
pientes”. Esta primera copla es el es- raro que tantos hombres barbudos,
tribillo de la canción, y yo creo haber de elevada estatura, fuertes y bien ar-
mantenido suficiente comercio con mados como rodeaban al rey (acaso
los poetas para juzgar de ella, que no se referían a los suizos de su guar-
sólo nada tiene de bárbara, sino que da) se sometieran a la obediencia de
se asemeja a las de Anacreonte. El un muchachillo, no eligieran mejor
idioma de aquellos pueblos es dulce uno de entre ellos para que los man-
y agradable, y las palabras terminan dara. En segundo lugar (según ellos
de un modo semejante a las de la la mitad de los hombres vale por lo
lengua griega. menos la otra mitad), observaron que
Tres hombres de aquellos países, había entre nosotros muchas perso-
desconociendo lo costoso que sería nas llenas y ahítas de toda suerte de
un día a su tranquilidad y dicha el comodidades y riquezas; que los otros
conocimiento de la corrupción del mendigaban de hambre y miseria, y
nuestro, y que su comercio con no- que les parecía también singular que
sotros engendraría su ruina, como los segundos pudieran soportar in-
supongo que habrá ya acontecido, justicia semejante y que no estrangu-
por la locura de haberse dejado en- laran a los primeros, o no pusieran
gañar por el deseo de novedades, y fuego a sus casas.
por haber abandonado la dulzura de Yo hablé a mi vez largo tiempo
su cielo para ver el nuestro, vinieron con uno de ellos, pero tuve un intér-
a Ruán cuando el rey Carlos IX re- prete tan torpe o inhábil para enten-
sidía en esta ciudad. El soberano los derme, que fue poquísimo el placer
habló largo tiempo; mostráronseles que recibí. Preguntándole qué ven-
nuestras maneras, nuestros lujos, y tajas alcanzaba de la superioridad
De los caníbales • 69

de que se hallaba investido entre los la guerra duraba aún su autoridad,


suyos, pues era entre ellos capitán, contestó que gozaba del privilegio,
nuestros marinos le llamaban rey, al visitar los pueblos que dependían
díjome que la de ir a la cabeza en de su mando, de que lo abriesen
la guerra. Interrogado sobre el nú- senderos al través de las malezas y
mero de hombres que le seguían, arbustos, por donde pudiera pasar a
mostrome un lugar para significar- gusto. Todo lo dicho en nada se ase-
me que tantos como podía contener meja a la insensatez ni a la barbarie.
el sitio que señalaba (cuatro o cinco Lo que hay es que estas gentes no
mil). Habiéndole dicho si fuera de gastan calzones ni coletos.
de cómo reímos y lloramos
por la misma causa

Cuando leemos en las historias que su estado: triste bajo un semblante alegre,
Antígono desaprobó por completo alegre bajo un semblante triste. Petrarca,
que su hijo le presentara la cabeza del fol. 23, edición de Gabriel Giolito].
rey Pirro, su enemigo, que acababa
de encontrar la muerte en un com- Refieren los historiadores que, al
bate contra aquél, y que habiéndola presentar a César la cabeza de Pom-
visto vertió abundantes lágrimas; que peyo, aquél volvió a otro lado la mi-
el duque Renato de Lorena, lloró rada, cual si se tratase de contem-
también la muerte del duque Carlos plar un espectáculo repugnante.
de Borgoña, a quien acababa de ven- Había existido entre ambos una tan
cer, y que vistió de luto en su entierro; dilatada inteligencia y sociedad en
que en la batalla d’Auray, ganada por el manejo de los negocios públicos,
el conde de Montfort contra Carlos tal comunidad de fortuna, tantos
de Blois, rival suyo en la posesión del servicios y alianzas recíprocos, que
ducado de Bretaña, el vencedor, en- no hay razón alguna para creer que
contrando muerto a su enemigo, ex- la conducta de César fuese falsa y si-
perimentó duelo grande, no hay que mulada, como estima Lucano:
exclamar con el poeta:
Tutumque putavit
Et cosi avven, che l’animo ciascuna, Jam bonus esse socer; lacrymas non
Sua passion sotto’l contrario manto sponte cadentes
Ricopre, co la vista or chiara, or bruna. Effudit, gemitusque expressit pectore laeto.
[Así el alma oculta sus secretos movimien- [Desde el momento que creyó poder
tos, adoptando una apariencia contraria a mostrarse sensible a las desgracias de
De cómo reímos y lloramos por la misma causa • 71

su yerno sin correr ningún peligro, de- los niños los que se dejan llevar por
rramó unas cuantas lágrimas forzadas y la naturaleza, y ríen y lloran por
arrancó algunos gemidos de un corazón una misma causa, sino que ningu-
lleno de alegría. Lucano, IX, 1037]. no de nosotros puede preciarse de
que, por ejemplo, al emprender al-
pues bien que la mayor parte gún viaje, al separarse de su familia
de nuestras acciones no sean sino y amigos, no haya sentido decaer su
puro artificio, y que a las veces pue- ánimo; y si las lágrimas no brotan
da ser cierto que abiertamente de sus ojos, al menos
puso el pie en el estribo con rostro
Heredis fletus sub persona risus est, melancólico y triste. Por grande que
[Las lágrimas de un heredero no son sea la llama que arde en el corazón
sino risas que la máscara oculta. Publio de las jóvenes bien nacidas, precisa
Sirio citado por Aulio Gelio, XVIII, 14]. todavía arrancarlas del cuello de sus
madres para entregarlas a sus espo-
es preciso considerar que nues- sos, diga Catulo lo que quiera:
tras almas se encuentran frecuen-
temente agitadas por pasiones diver- Estne novis nuptis odio Venus?, anne
sas y encontradas. De igual suerte parentum
que los médicos afirman que en Frustrantur falsis gaudia lacrymulis
nuestros cuerpos hay un conjunto Ubertim thalami quas intra limina fundunt?
de humores diferentes, de los cua- Non, ita me divi, vera gemunt, juverint.
les uno solo manda en los demás, [¿Es acaso Venus odiosa a las recién ca-
según la naturaleza de nuestro tem- sadas?, ¿o se burlan éstas de sus padres
peramento, así acontece en nues- simulando lágrimas que derraman en
tras almas; bien que diversas pasio- abundancia en el umbral de la cámara
nes las agiten, es preciso que haya nupcial? ¡Que yo muera si tales lloros
una que domine; este predominio son sinceros! Catulo, LXVI, 15].
no es completo sino en razón de la
volubilidad y flexibilidad de nues- No es, pues, de maravillar el que
tro espíritu y a veces los más débiles se llore cuando muerto a quien en
movimientos suelen dominar. Por modo alguno quisiera verse vivo.
esta razón vemos que no son sólo Cuando yo lanzo alguna fuerte repri-
72 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

menda a mi criado, lo regaño con to- Largus enim liquidi fons luminis
das mis fuerzas, diríjole verdaderas y aetherius sol
no fingidas imprecaciones, pero pa- Inrigat assidue coelum candore recenti,
sado el acaloramiento, si el mucha- Suppeditatque novo confestim lumine
cho tuviera necesidad de mí, halla- lumen.
ríame de todo en todo propicio, pues [El sol, manantial fecundo de luz, inun-
cambio pronto de humor. Cuando lo da el cielo con un resplandor sin cesar
llamo bufón y ternero, no pretendo renaciente, remplazando de continuo sus
colgarle para siempre tales motes, ni rayos con nuevos rayos. Lucrecio, V, 282].
creo contradecirme llamándole hom-
bre honrado poco después. Ninguna Artabano reprendió a Jerjes, su
cosa se apodera de nosotros comple- sobrino, por el repentino cambio de
ta y totalmente. Si no fuera cosa de su continente. Considerando la des-
locos el hablar a solas, apenas habría mesurada grandeza de las fuerzas
día en que yo dejara de propinarme guerreras que mandaba a su paso
recriminaciones a gritos, y sin embar- por el Helesponto, cuando se diri-
go no siempre me recrimino ni me gía a la conquista de Grecia, sintióse
desprecio. Quien por verme frío o primero embargado por el contento,
cariñoso con mi mujer estimara que al ver a su servicio tantos millares de
uno de esos dos estados fuese fingido, hombres, y su rostro dio claras mues-
se equivocaría neciamente. Nerón al tras de alegría; mas de pronto, casi
separarse de su madre, a quien man- en el mismo instante, pensando en
dó ahogar, experimentó sin embargo que tantas vidas se apagarían antes de
la emoción del adiós maternal y sin- que transcurriera un siglo, su frente
tió el horror y la piedad juntamente. se ensombreció, y se entristeció hasta
Dicen que la luz solar no es de una verter lágrimas.
sola pieza, sino que el astro nos en- Perseguimos con voluntad deci-
vía vivamente, sin cesar, nuevos ra- dida la venganza de una injuria y ex-
yos, unos sobre otros, de suerte que perimentamos contento singular por
no podemos apreciar el intervalo ni nuestra victoria; mas a pesar de ello
la solución de continuidad. Así nues- lloramos, no por la ofensa vengada,
tra alma lanza sus dardos uno a uno, pues en nosotros nada ha cambiado,
aunque imperceptiblemente. sino porque nuestra alma considera
De cómo reímos y lloramos por la misma causa • 73

la cosa desde otro punto de vista y se [Nada tan activo como el alma en sus
la representa de distinto modo; cada concepciones o sus actos; entonces es
cosa ofrece diversos aspectos y mati- más movible que todo cuanto la natu-
ces diferentes. raleza pone ante nuestros ojos. Lucre-
El parentesco, las relaciones y cio, III, 183].
amistades antiguas se apoderan de
nuestra imaginación y la apasionan por esta razón, pretendiendo de
según las circunstancias, según la todas estas formas pasajeras deducir
ocasión, mas la sacudida es tan fu- una consecuencia, nos equivocamos.
gitiva que no podemos apreciarla ni Cuando Timoleón llora la muerte
medirla: que cometiera, después de madura y
generosa deliberación, no lamenta la
Nil adeo fieri celeri ratione videtur, libertad que dio a su patria; tampoco
Quam si mens fiet propouit, et inchoat ipsa. lamenta la desaparición del tirano,
Ocius ergo animus, quam res se perciet ulla, sino que llora a su hermano. Una
Ante oculos quarum in promptu natura parte de su deber está desempeña-
videtur da, dejémosle desempeñar la otra.
de la soledad

Dejemos a un lado la acostumbrada zos libres. El bien y el mal pueden


comparación de la vida solitaria con practicarse en todas partes; mas sin
la vida activa. Y por lo que toca a la embargo, si damos crédito a la frase
hermosa sentencia con que se ampa- de Bias, quien asegura que “la peor
ran la ambición y la avaricia, o sea: parte de los humanos es la mayor”, o
“que no hemos venido al mundo para a lo que dice el Eclesiastés, “que entre
nuestro particular provecho, sino mil hombres no hay uno justo”,
para realizar el bien común”, consi-
deremos sin reparo a los que toman Rari quippe boni: numero vix sunt
parte en la danza; que éstos sondeen totidem quot
también su conciencia y reconozcan Thebarum portae, vel divitis ostia Nili,
por el contrario que los empleos, car- [Los hombres de bien son raros, apenas
gos, y toda la demás trapacería del podrían contarse tantos como puertas
mundo, se codician principalmente tiene Tebas o embocaduras el Nilo. Ju-
para sacar de la fortuna pública pro- venal, XIII, 26].
vecho particular. Los torcidos proce-
dimientos de que se echa mano en convendremos en que el conta-
nuestro tiempo para alcanzar esas gio es inminente en la multitud. En
posiciones, muestran bien a las claras medio de la sociedad hay que imitar
que el fin vale tanto como los medios. el ejemplo de los malos o hay que
Digamos que la misma ambición nos odiarlos; ambas cosas son difíciles:
hace buscar la soledad, pues aquélla asemejarse a ellos, porque son mu-
es la que con mejor voluntad huye la chos, odiarlos mucho porque las
sociedad, procurando tener los bra- maldades de cada uno son diferen-
De la soledad • 75

tes. Los comerciantes que viajan por malos todos los que frecuentaban la
mar siguen una conducta prudente mala compañía, y entiendo que An-
cuando procuran que los que van en tístenes no satisfizo con su respuesta
el mismo barco no sean disolutos, a quien le censuró su trato con los
blasfemos, ni malos, estimando pe- perversos, cuando dijo que también
ligrosa toda sociedad. Por esta razón los médicos viven entre enfermos,
Bias dijo ingeniosamente a los que pues si ayudan a la salud de éstos,
sufrían con él el peligro de una fuer- deterioran la propia por el contagio,
te tormenta y llamaban a los dioses la vista continua y la frecuentación
en su auxilio: “Callaos, que no se de las enfermedades.
enteren de que estáis en mi com- El fin último de la soledad es, a
pañía”. Otro ejemplo más reciente mi entender, vivir sin cuidados y
de la misma índole: Alburquerque, agradablemente; mas para el logro
virrey de la India en nombre de Ma- del mismo no siempre se encuentra
nuel, rey de Portugal, hallándose en el verdadero camino. Créese a veces
inminente peligro en el mar, echó dejar las ocupaciones, y no se hace
sobre sus hombros un muchacho, sino cambiarlas por otras: no ocasio-
con objeto de que en su compañía na cuidados menores el gobierno de
la inocencia del niño le sirviera de una familia que el de todo un Esta-
salvoconducto para procurarse el fa- do. Donde quiera que el alma esté
vor divino y no perecer. Sin duda el ocupada, toda ella es absorbida; por
que es virtuoso puede vivir en todas ser los quehaceres domésticos menos
partes contento; puede estar solo importantes, no dejan de ser menos
hasta entre la multitud de la corte; importunos. Por habernos alejado
mas si reside en su mano la elección, de la corte y de los negocios, no que-
huirá hasta la vista de aquélla; en damos en situación más holgada en
caso de necesidad absoluta sopor- punto a las principales rémoras que
tará la sociedad palaciega; pero si acompañan nuestra vida:
de su voluntad depende el cambio,
escapará a ella. No le basta haber- Ratio et prudentia curas,
se desligado de los vicios si precisa Non locus effusi late maris arbiter, aufert;
después que discuta con los de los [No son las hermosas soledades que
otros. Carondas consideraba como dominan la extensión de los mares las
76 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

que disipan las penas: mas sí la razón [¿Por qué ir en busca de regiones alum-
y la prudencia. Horacio, Epístolas, III, bradas por otro sol? ¿Acaso basta para
1, 40]. huirse a sí mismo el huir de su país?
Horacio, Odas, II, 16, 18].
la ambición, la avaricia, la irre-
solución, el miedo y la concupis- Si el cuerpo y el alma no se desli-
cencia no nos abandonan por cam- gan del peso que los oprime, el mo-
biar de lugar: vimiento concentrará sólo la carga,
como en un navío las mercancías
Et ocupan menos espacio después del
Post equitem sedet atra cura; viaje. Mayor mal que bien se procu-
[Las penas montan a la grupa y galopan ra al enfermo haciéndole cambiar
con nosotros. Horacio, Odas, III, 1, 40]. de lugar; el mal se comprime con
el movimiento, como la estaca se
a veces nos siguen hasta los si- introduce más en la tierra cuanto
tios más recónditos y hasta las es- más se la empuja. No basta dejar el
cuelas de filosofía: ni los desiertos, pueblo, no basta cambiar de sitio, es
ni los abismos, ni los cilicios, ni los preciso apartarse de la general ma-
ayunos sirven a desembarazarnos: nera de ser que reside en nosotros,
es necesario recogerse y entrar de
Haeret lateri lethalis arundo. lleno en la posesión de sí mismo.
[El dardo mortal queda en el flanco.
Virgilio, Eneida, IV, 13]. Rupi jam vincula, dicas:
Nam luctata canis nodum arripit; attanem
Como dijeran a Sócrates que un illi,
individuo no había modificado su Quum fugit, a collo trahitur pars longa
condición después de haber hecho catenae.
un viaje: “Lo creo, respondió, sus [He roto mis ligaduras, me diréis.
vicios le acompañaron”. ¿Pero acaso el perro que después de
prolongados esfuerzos logra por fin
Quid terras alio calentes escapar, no lleva casi siempre consigo
Sole mumatus? Patriae quis exsul buen trozo de su cadena? Persio, Sáti-
Se quoque fugit? ras, V, 158].
De la soledad • 77

Llevamos con nosotros la causa Así, pues, es inevitable que aqué-


de nuestro tormento. No poseemos lla se recoja y se asile en sí misma: tal
libertad completa; volvemos la vis- es lo que constituye la soledad verda-
ta hacia lo que hemos dejado y con dera, que puede gozarse en medio
ello llenamos nuestra imaginación: de las ciudades y de los palacios, pero
que se disfruta, sin embargo, con ma-
Nisi purgatum est pectus, quae praelia nobis yor comodidad en el aislamiento.
Atque pericula tunc ingratis insinuandum? Y pues que tratamos de vivir solos,
Quantae conscindunt hominem cuppedinis prescindiendo de toda compañía,
acres hagamos que nuestro contentamien-
Sollicitum curae?, quantique perinde to dependa únicamente de nosotros;
timores? desprendámonos de todo lazo que
Quidve superbia, spurcitia, ac petulantia, nos sujete a los demás; ganemos
quantas conscientemente el arte de vivir con-
Efficiunt ciades?, quid luxus, desidiesque? forme a nuestra satisfacción.
[Si nuestra alma no está bien gobernada, Habiendo Estilpón escapado con
¡cuántos son los combates que tenemos vida del incendio de su ciudad, en el
que sostener y cuántos los peligros que mal perdió mujer, hijos y bienes de
tenemos que afrontar! ¿Qué cuidados, fortuna, Demetrio Poliorcetes, vién-
qué temores, qué inquietudes no desga- dole en tan terrible ruina sin mani-
rran al hombre víctima de sus pasiones? festar ninguna pena, preguntole si
¿Qué estragos no producen en su alma por ventura no había experimenta-
el orgullo, la licencia, la cólera, el lujo y do ninguna pérdida, a lo cual Estil-
la ociosidad? Lucrecio, V, 44]. pón respondió que no, que gracias
a Dios nada suyo había perdido. La
Radica el mal en nuestra alma, y misma idea expresó ingeniosamente
por consiguiente de ella no puede el filósofo Antístenes, cuando dijo
desligarse; que el hombre debía proveerse de
municiones que flotasen en el agua y
In culpa est animus, qui se non affugit que pudieran salvarse con él a nado
unquam. del naufragio. Y así debe ser en efec-
[Montaigne traduce este verso antes de to; el verdadero filósofo nada ha per-
citarlo]. dido si salvó su conciencia y su cien-
78 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cia. Cuando la ciudad de Nola fue que puede replegarse en sí misma;


arrasada por los bárbaros, Paulino, ella sola es capaz de acompañarse;
su obispo, que perdió cuanto poseía ella sola puede atacar y defenderse,
y fue además encarcelado, rogaba puede ofrecer y recibir. No temamos,
así a Dios: “Señor, líbrame de sentir pues, en esta soledad que la ociosi-
esta pérdida, pues bien sabes que a dad fastidiosa nos apoltrone:
nada han llegado todavía de lo que
es mío”. Las riquezas que le hacían In solis sis tibi turba locis.
rico y los bienes que le hacían bueno [Sé un mundo para ti mismo en solita-
estaban todavía intactos. He aquí un rios lugares. Tibulo, IV, 13, 12].
modo acertado de escoger los teso-
ros que pueden librarse de la injuria, La virtud se conforma consi-
y de ocultarlos en lugar donde nadie go misma, sin necesidad de echar
vaya, donde nadie pueda ser traicio- mano de disciplinas, palabras ni
nado más que por sí mismo. Tenga otros auxilios. Entre todas las accio-
en buen hora mujeres, hijos, bienes, nes que practicamos, de mil no hay
y sobre todo salud quien pueda, mas siquiera una sola que nos interese
no se ligue a ellos de tal suerte que en realmente. Ese que ves escalando
su posesión radique su dicha; es ne- las ruinas de esa fortificación, fu-
cesario reservar una trastienda que rioso y fuera de sí, expuesto a reci-
nos pertenezca por entero, en la cual bir el disparo de los arcabuces, ese
podamos establecer nuestra libertad otro cubierto de cicatrices, transido
verdadera, nuestro principal retiro y y pálido por el hambre, decidido
soledad. En ella precisa buscar nues- a morir antes que abrirle la puerta,
tro ordinario mantenimiento moral, ¿crees que tales proezas las realizan
sacándolo de recursos propios, de tal por sí mismos? Las llevan a cabo por
suerte que ninguna comunicación un hombre a quien jamás vieron, el
ni influencia ajenas alteren nuestro cual no se cura siquiera de que exis-
propósito; discurrir y reír cual si no tan en el mundo; por un hombre su-
tuviéramos mujer, hijos, bienes ni mido en la ociosidad y en los deleites.
criados, a fin de que cuando llegue Ese otro que ves abandonar el estu-
el momento de perderlos no nos sor- dio a media noche, legañoso, acome-
prenda su falta. Tenemos un alma tido por la tos y mugriento, ¿piensas
De la soledad • 79

acaso que busca en los libros el me- grado al mundo su vida más activa
dio de mejorar su condición moral, y floreciente, conforme al ejemplo
de alcanzar vida más satisfecha y de Thales. Bastante se ha vivido
prudente? Nada de eso; llegará su para los demás; vivamos en lo suce-
última hora, y reventará, o habrá sivo para nosotros, al menos lo que
enseñado a la posteridad la medi- nos resta de existencia; dirijamos a
da de los versos de Plauto y la rec- nosotros y a nuestro sabor nuestras
ta ortografía de una palabra latina. intenciones y pensamientos. No es
¿Quién no cambia gustoso la salud, cosa nimia la de buscar acertada-
el reposo y la vida por la reputación mente su retiro; éste es por sí solo
y la gloria, que es la moneda más ocupación sobrada sin que con él
inútil, vana y falsa que exista para mezclemos otras empresas. Puesto
nuestro provecho? Como si nuestra que Dios nos da lugar para dispo-
propia muerte no bastara a darnos ner de nuestra partida del mundo,
miedo, preocupámonos también preparémonos, hagamos nuestro
de la de nuestras mujeres, de la de equipaje, despidámonos con tiem-
nuestros hijos y de la de todos nues- po de la sociedad, desprendámo-
tros servidores. Como si nuestros nos de todo lo ajeno a nuestra de-
asuntos peculiares no nos ocasio- terminación, y de todo lo que nos
naran sobrados cuidados, echamos aleja de nosotros mismos.
sobre nuestros hombros los de nues- Es indispensable desposeerse de
tros vecinos y amigos para atormen- toda obligación importante; y bien
tarnos Y rompernos la cabeza. que se guste de esto o de aquello,
no inquietarse más que de sí mis-
Vah!, quemquamne hominem in animum mo; que si alguna cosa nos interese
instituere, aut no sea en tal grado que esté como
Parare, quod sit charius, quam ipse est sibi? pegada a nuestra naturaleza, de tal
[¿Es posible que el hombre vaya a obs- suerte que no pueda separársela sin
tinarse en amar alguna cosa más que a arrancarnos la piel y llevarse consigo
sí mismo? Terencio, Adelfos, I, l, 13]. alguna parte de nuestro ser. La pri-
mera de todas las cosas de este mun-
Paréceme más adecuada la sole- do es saber pertenecerse a sí mismo.
dad para aquellos que han consa- Tiempo es ya de que nos desatemos
80 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

de la sociedad, puesto que nada po- tades afectivas son delicadas y no se


demos procurarla, y quien no pue- pliegan fácilmente, a los cuales per-
de prestar, impóngase el sacrificio de tenezco yo por natural complexión y
no pedir prestado. Los alientos nos raciocinio, se avendrán mejor con la
faltan, retirémonos y concentrémo- soledad que las almas activas y labo-
nos en nosotros. Aquel que pueda riosas, que todo lo abrazan y a todo
echar por tierra, sacándolas de sus se ligan, se apasionan por todas las
propias fuerzas, las obligaciones de cosas, se ofrecen y se hacen visibles
la amistad y de la sociedad, que lo en toda circunstancia. Es preciso ser-
haga. En el período del decaimien- virse de estas cualidades accidenta-
to que convierte al hombre en ser les, que no dependen de nosotros,
inútil, pesado o importuno a los en tanto que su ejercicio nos sea
demás, líbrese a su vez de ser im- grato, mas sin hacer de ellas nues-
portuno a sí mismo, pesado o inútil. tra principal ocupación; la razón y
Alábese y acaríciese, y sobre todo la naturaleza se oponen a ello. ¿Por
gobiérnese, respetando y temiendo qué contra sus leyes hacer depen-
su razón y su conciencia hasta tal der nuestra calma y tranquilidad
punto que no pueda, sin que pa- del poder y voluntad de otro? Ade-
dezca su pudor, tropezar en presen- lantar además los accidentes de la
cia de ellas. Rarum est enim, ut satis fortuna; privarse de las comodida-
se quisque vereatur [No es frecuente des que se tienen a la mano, como
profesarse a sí mismo todo el respe- algunos hicieron por religiosidad y
to necesario. Quintiliano, X, 7]. De- los filósofos por principio; privarse
cía Sócrates que los jóvenes debían de servidores, tener por lecho las
instruirse; los hombres ocuparse piedras, saltarse los ojos, arrojar al
en la práctica del bien, y los viejos agua las riquezas, buscar el dolor,
apartarse de toda ocupación civil los unos con el designio de alcan-
y militar, viviendo libres, sin obli- zar por el tormento de esta vida la
gación ninguna determinada. Hay dicha en la otra, los otros porque
naturalezas que son más propicias estando colocados en la condición
que otras a estas condiciones del más baja quieren asegurarse contra
retiro. Aquellos cuya percepción es nueva caída, acciones son todas és-
débil y floja, cuya voluntad y facul- tas que acusan una virtud excesiva.
De la soledad • 81

Las naturalezas más fuertes y mejor oro y plata, según que sus medios se
templadas, hasta con su alejamien- lo consentían; al contrario; con me-
to del mundo realizan un acto ejem- jores méritos le creo porque empleó
plar y glorioso: su fortuna moderada y liberalmente,
que si de su riqueza se hubiera pri-
Tuta et parvula laudo, vado. Comprendo hasta qué límites
Quum res deficiunt, satis inter vilia fortis: puede llegar la necesidad natural, y
Verum, ubi quid melius contingit et unctius, cuando veo un pobre mendigo a mi
idem puerta, a veces más contento y más
Hos sapere, et solos aio bene vivere, quorum sano que yo, me coloco en su lugar
Conspicitur nitidis fundata pecunia villis. e intento aplicar mi alma en la suya;
[En cuanto a mí, aun cuando no pueda y continuando del propio modo con
encontrarme en situación más holgada, los otros casos, aunque crea tener la
me conformo con poco y enaltezco la muerte, la pobreza, el desdén del
apacible medianía: si mi suerte mejora, prójimo sobre mí, me determino fá-
digo que nadie aventaja en dicha ni en cilmente a no horrorizarme por lo
prudencia a aquellos cuyas rentas están que no causa horror a un hombre
fundamentadas en la posesión de hermo- que vale menos que yo, el cual reci-
sas tierras. Horacio, Epístolas, I, 15, 42]. be aquellos males con paciencia; y no
me resigno a creer que la bajeza de
En cuanto a mí, me basta con alma pueda más que el vigor o que el
mucho menos, sin ir tan lejos como esfuerzo de raciocinio para soportar
esas almas fuertes. Bástame, con la las desdichas. Conociendo cuán poco
ayuda de la fortuna, prepararme a valen las comodidades accesorias de
su disfavor; con representarme, es- la vida, nunca dejo de suplicar a Dios
tando en situación grata, la desdicha en mis oraciones que siembre el con-
venidera, tanto como la imaginación tento en mi espíritu por los bienes que
puede realizarlo, de la propia suerte nacen de mí. Yo veo jóvenes gallardos
que nos acostumbramos a las justas y que disfrutan de salud excelente, los
torneos simulando la guerra en ple- cuales se proveen anticipadamente
na paz. No tengo al filósofo Arcesilao de píldoras para tomarlas cuando el
como menos ordenado en sus cos- romadizo los moleste, al cual temen
tumbres porque usara utensilios de tanto menos cuanto que creen tener
82 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

el remedio a la mano; esa conducta Democriti pecus edit agellos


hay que seguir, y más aún: por si una Cultaque, dum peregre est animus sine
dolencia más fuerte nos ataca, pro- corpore velox.
veámonos de los medicamentos que [Los ganados pastaban las mieses de
adormecen la parte dolorida. Demócrito, mientras su espíritu, sepa-
La ocupación que precisa elegir rado de su cuerpo, viajaba por el espa-
en la vida solitaria, no debe ser de cio. Horacio, Epístolas, I, 12, 12].
índole penosa ni ingrata; de otro
modo, ¿para qué nos serviría ha- Oigamos el precepto que Plinio el
ber buscado el reposo? Aquélla de- joven da a Cornelio Rufo, su amigo,
pende del gusto particular de cada para vivir en el retiro: “Te recomien-
uno. El mío en manera alguna se do, le dice, que en esa completa y es-
acomoda al manejo de los negocios pléndida soledad en que vives dejes a
domésticos; los que de ellos gustan, tus gentes el abyecto y bajo cuidado
entréguense con moderación: doméstico; conságrate al estudio de
las letras para sacar de él algo que te
Conentur sibi res, non se submittere rebus. pertenezca por entero”. Plinio alude a
[Intenten mejor hacerse superiores a la reputación, de la cual tenía un con-
las cosas que ser esclavos de ellas. Ho- cepto análogo al de Cicerón, quien
racio, Epístolas, I, 1, 19]. quería emplear su soledad y aparta-
miento de los negocios en procurarse
De lo contrario, practicase un ofi- por sus escritos vida inmortal.
cio servil, consagrándose con ahínco
a la economía doméstica, como la Usque adeone
llama Salustio. Ésta, sin embargo, in- Scire tuum nihil est, nisi te scire hoc, sciat
cluye algunas cosas que no son indig- alter.
nas, como el cuidado de los jardines, [¡Pues qué!, ¿vuestra ciencia no signi-
que según Jenofonte ocupaba a Ciro, fica nada, si no se conoce de antema-
y puede encontrarse un término me- no que estáis dotados de ella? Persio,
dio entre aquella ocupación bajuna Sátiras, I, 23].
y la profunda y extrema desidia, que
lo deja caer todo en el abandono, Parece cosa razonable, puesto
como acontece a muchos: que se habla de alejarse del mun-
De la soledad • 83

do, que de él se aparte la vista por y el que puede abrasar su alma con
completo. Los que se curan de la ardor de fe tan viva y esperanza tan
fama, no la desvían sino a medias; grande por modo real y constante,
ocúpanse en hacer proyectos para créase en la soledad una existencia
cuando hayan salido de él; mas el llena de goces y delicias muy por en-
provecho de su designio pretenden cima de toda otra suerte de vivir.
sacarlo todavía fuera del mundo, Ni el fin ni los medios del conse-
del cual están ausentes merced a jo que daba Plinio a Rufo me satis-
una contradicción ridícula. facen; diríase que recaemos siempre
La imaginación de las personas de fiebre en calentura. La ocupa-
piadosas que por devoción buscan ción del estudio es tan penosa como
la soledad, llenando su ánimo con cualquiera otra, e igualmente que
la seguridad de las promesas divinas las demás enemiga de la salud, que
en la otra vida, está más plenamente es cosa esencialísima, razón por la
satisfecha que la de aquéllos. Propo- cual no hay que dejarse adormecer
niéndose como norma el servicio de por el placer que aquél procura. El
Dios, objeto infinito en bondad y en gusto que su pasión nos comuni-
poder el alma, halla siempre medio ca es semejante al que pierde a los
de aplacar sus deseos bien de su gra- emprendedores, a los avariciosos, a
do; las aflicciones, los dolores, con- los voluptuosos y a los ambiciosos.
viértense para ellas en cosas prove- Los filósofos nos enseñan de sobra a
chosas empleadas en la conquista de guardarnos de la traición de nuestros
la salud y dicha eternas; la muerte las apetitos, a distinguir los verdaderos
procura el paso a un estado tan per- placeres de los que van mezclados
fecto; la rigidez de su regla de vida se y entreverados con mayor trabajo;
atenúa al punto por la costumbre, y pues la mayor parte de nuestros go-
los apetitos carnales se ven enfriados ces, dicen aquéllos, nos cosquillean y
y adormecidos por la inacción, pues nos abrazan para luego estrangular-
nada los aumenta más que el uso y nos, como hacían los ladrones que los
ejercicio. Este solo fin de otra vida egipcios llamaban filistas. Si el dolor
dichosamente inmortal, merece leal- de cabeza se apoderase de nosotros
mente que abandonemos las como- antes de la borrachera, nos guardaría-
didades y dulzuras de este mundo; mos de beber demasiado; mas el de-
84 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

leite, a fin de engañarnos, va delante de no tocar más adentro, allí donde


y nos oculta las consecuencias. Los la pena comienza a tomar parte. En
libros son gratos, pero si a causa de cuanto a ocupación y trabajo, bastan
su frecuentación perdemos la alegría sólo los suficientes para mantener-
y la salud, que son nuestros mejores nos en vigor y librarnos de las inco-
atributos, echémoslos a un lado; yo modidades que acompañan a los que
soy de los que creen que el fruto del caen en el extremo de una ociosidad
estudio no puede compensar aque- cobarde y adormecida. Hay ciencias
lla pérdida. Del propio modo que los que de suyo son estériles y espino-
hombres que de antiguo se sienten sas; la mayor parte de ellas han sido
debilitados por alguna indisposición forjadas para el mundo, y deben de-
concluyen por echarse en brazos de jarse a los que al servicio del mundo
la medicina, y hacen que se les orde- se consagran. Para mi uso no gusto
ne un régimen de vida para practi- más que de libros agradables y poco
carlo religiosamente, así quien se re- complicados, que me regocijen, o de
tira disgustado y aburrido de la vida los que me consuelan y contribuyen
común debe acomodar su vivir a los a ordenar mi vida y a disponerme a
preceptos de la razón, ordenarlo pre- una buena muerte:
meditada y discursivamente. Debe
despedirse de toda suerte de traba- Tacitum sylvas inter reptare salubres
jo, de cualquier naturaleza que sea, Curantem, quidquid dignum sapiente
y huir en general las pasiones ene- bonoque est.
migas de la tranquilidad del cuerpo [Paseándome en silencio por los bosques,
y del alma, “eligiendo el camino que y ocupándome en todo aquello que me-
mejor se avenga con su carácter”, rece los cuidados de un hombre cuerdo y
virtuoso. Horacio, Epístolas, I, 4, 4].
Unusquisque sua noverit ire via.
[Propercio, II, 25, 38]. Los hombres superiores pueden
forjarse un reposo espiritual, pues-
En el gobierno doméstico, en el to que están dotados de un alma
estudio, en la caza, en cualquiera vigorosa; la mía es vulgar, y preci-
otro ejercicio, puede llegarse hasta sa por ello que yo contribuya a mi
el último límite del placer y cuidar sostenimiento, ayudándome con las
De la soledad • 85

comodidades corporales. La edad [Viejo caduco, ¿trabajas sólo para dis-


me ha desposeído de las que eran traer la ociosidad del pueblo? Persio,
de mi agrado, y ahora trato de afi- Sátiras, I, 22].
narme para disfrutar aquellas que
más convienen a mis años. Es in- Sólo se han echado atrás para to-
dispensable defender con garras y mar carrera de un modo más seguro,
dientes el uso de los placeres de la para proveerse de un movimiento
vida, que la edad nos va arrancando más fuerte y abrir así mejor la bre-
sucesivamente: cha entre la multitud. ¿Queréis con-
venceros de que no se apartaron ni
Carpamus dulcia; nostrum est, un ápice de las vanidades terrenas?
Quod vivis: cinis, et manes, et fabula fies. Pongamos en parangón el parecer
[Gocemos; sólo los días que consagra- de dos filósofos y de dos sectas bien
mos al placer nos pertenecen. Muy opuestas. Escribiendo el uno a Ido-
pronto no serás más que un puñado de meneo y el otro a Lucilio, sus ami-
ceniza, una sombra, una ficción. Persio, gos, a fin de alejarlos del manejo de
Sátiras, V, 151] los negocios y grandezas de la vida:
“Habéis vivido hasta ahora, les de-
En cuanto a perseguir como fin cían Epicuro y Séneca, nadando y
la gloria, según nos proponen Cice- flotando; venid a morir al puerto;
rón y Plinio, mi designio está bien habéis consagrado a la luz todo el
lejos de ello. La disposición de áni- tiempo que vivisteis; consagrad a la
mo que más se aparta del retiro, es sombra lo que os resta. Es imposi-
precisamente la ambición; gloria y ble dejar los negocios si al mismo
reposo son dos cosas que no pue- tiempo no se deja el fruto; desha-
den cobijarse bajo el mismo techo ceos, pues, de todo lo que se llama
a mi dictamen, aquellos no tienen renombre y gloria, porque es posi-
sino los brazos y las piernas fue- ble que el resplandor de vuestras
ra de la sociedad, su espíritu y su acciones pasadas os ilumine dema-
alma permanecen más que nunca siado y os acompañe hasta vuestra
amarrados al mundo: gruta. Dejad con los otros deleites
el que produce la alabanza del mun-
Tun’, vetule, auriculis alienis colligis escas? do, y que vuestra ciencia y vuestros
86 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

merecimientos no os preocupen ya, ante quienes jamás osarais incurrir


que no quedarán sin recompensa si en falta; hasta que poseáis el pudor
vosotros los superáis. Acordaos de y respeto de vosotros mismos, obver-
aquel a quien preguntaron por qué sentur species honestae animo [Llenad
razón se desvelaba tanto en alcanzar vuestro espíritu de nobles imáge-
competencia en un arte de que casi nes. Cicerón, Tusculanas, II, 22];
nadie podía tener conocimiento: ‘Yo aparezcan siempre a vuestra mente
me conformo con poca cosa, res- las figuras de Catón, Foción y Arís-
pondió; con una persona me basta, tides, en presencia de los cuales,
y con ninguna también me basta’, y hasta los locos ocultarían sus faltas.
decía bien. Vosotros y un amigo sois Sin apartar la vista de ellos exami-
suficiente teatro el uno para el otro, nad vuestros actos; si éstos no son
o cada uno distintamente para vivir rectos, la reverencia de aquellos va-
consigo mismo. Es una ambición co- rones os conducirá al buen camino;
barde el pretender alcanzar gloria ellos os sostendrán en la dirección
de la ociosidad del retiro; imitemos verdadera, que no consiste sino en
a los animales que borran la huella contentaros de vosotros mismos, en
que marcaron con sus pasos a la en- no buscar nada que de vosotros no
trada de sus guaridas. Lo que preci- provenga, en detener y sujetar vues-
sa buscar no es que el mundo hable tra alma en el recogimiento, donde
de vosotros, sino que vosotros ha- pueda encontrar su encanto. Y ha-
bléis con vuestras almas respectivas. biendo ya comprendido cuáles son
Recogeos en vosotros mismos mas los verdaderos bienes, aquellos que
preparaos previamente a encontra- se disfrutan mejor cuanto más recta-
ros en disposición de recibiros; sería mente se aprecian, conformarse con
insensato el fiaros en vosotros si ca- ellas, sin acariciar el menor deseo de
recéis de fuerzas para gobernaros. aumentar el renombre”. He aquí lo
Hay ocasión de incurrir en falta lo que preceptúa y aconseja la filosofía
mismo en la soledad que en el mun- sencilla y verdadera, que en nada se
do. Hasta que la perfección resida parece a la otra, amiga de la ostenta-
en vuestras almas de tal suerte que ción y la charla, la cual patrocinaban
lleguéis a asemejaros a las personas Cicerón y Plinio el joven.
de la desigualdad que existe
entre nosotros

Dice Plutarco, en un pasaje de sus Y a propósito del juicio que se hace


obras, que encuentra menos diferen- de los hombres, es peregrino que,
cia entre dos animales que entre un salvo personas, ninguna otra cosa
hombre y otro hombre; y para sen- se considere más que por sus cua-
tar este aserto habla sólo de la capa- lidades peculiares. Alabamos a un
cidad del alma y de sus cualidades caballo por su vigor y destreza,
internas. Yo, a la verdad, creo firme-
mente que Epaminondas, según yo Volucrem
lo imagino, sobrepasa en grado tan Sic laudamus equum, facili cui plurima
supremo a tal o cual hombre que palma
conozco (y hablo de uno capaz de Fervet, et exultat rauco victoria circo,
sentido común) que a mi entender [Se estima un corcel arrogante y ani-
puede amplificarse el dicho de Plu- moso, que muestra en la carrera su vi-
tarco, diciendo que hay mayor di- gor hirviente; a quien nunca abate la
ferencia de tal hombre a cual otro, fatiga, y que sobre la plata cubriose mil
que entre tal hombre y tal animal: veces con el polvo que levantó su casco.
Juvenal, VIII, 57].
Hem!, vir viro quid praestat?
[¡Cuán superior puede ser un hombre no por los arreos que le adornan;
a otro! Terencio, Eunuco, II, 3, 1]. a un galgo por su rápida carrera, no
por el collar que lleva; a un halcón por
y que existen tantos grados en el sus alas, y no por sus adminículos ve-
espíritu humano como razas de la natorios; ¿por qué no hacemos otro
tierra al cielo, y tan innumerables. tanto con los hombres, estimándo-
88 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

les sólo por las cualidades que cons- y hermoso el semblante, como acontece
tituyen su naturaleza? Tal individuo con frecuencia, el comprador no se deje
lleva una vida suntuosa, es dueño seducir por la redondez de la grupa, la
de un hermoso palacio, dispone de delicada cabeza o por el cuello levanta-
crédito y rentas, pero todo eso está do y apuesto. Horacio, Sátiras, I, 2, 36].
en su derredor, no dentro de él. Si
tratáis de adquirir un caballo, le des- ¿por qué al poner nuestra aten-
pojáis primero de sus arneses, le veis ción en un hombre le consideramos
desnudo y al descubierto; o si tiene completamente envuelto y empa-
algo encima, como antiguamente se quetado? Así no nos muestra sino
presentaban a nuestros príncipes las cosas que en manera alguna le
cuando querían comprarlos, sólo pertenecen, y nos oculta aquellas por
les cubre las partes principales, cuya las cuales solamente puede juzgar-
vista es menos necesaria para for- se de su valer. Lo que se busca es el
mar idea de sus cualidades, a fin de valor de la espada, no el de la vaina
que no se repare en la hermosura que la cubre; por aquélla no se daría
del pelo o en la anchura de sus an- quizás ni un solo ochavo si se viera
cas, sino más principalmente en las desnuda. Es preciso juzgar al hom-
manos, los ojos y el casco, que son bre por sí mismo, no por sus adornos
los miembros que prestan al animal ni por el fausto que le rodea, y como
mayores servicios: dice ingeniosamente un antiguo fi-
lósofo: “¿Sabéis por qué le creéis de
Regibus hic mos est: ubi equos mercantur, tal altura? Porque no descontáis los
opertos tacones”. El pedestal no entra para
Inspiciunt, ne, si facies, ut saepe, decora nada en la estatua, medidle sin sus
Molli fulta pede est, emptorem inducat zancos; que ponga a un lado sus ri-
hiantem, quezas y honores, y que se presente
Quod pulchrae clunes, breve quod caput, en camisa. ¿Tiene el cuerpo bien dis-
ardua cervix puesto a la realización de todas sus
[Cuando los príncipes compran sus ca- funciones? ¿Goza de buena salud, y
ballos acostumbran a examinarlos cu- está contento? ¿Cuál es el temple de
biertos, temiendo que si por ejemplo su alma? ¿Ésta es hermosa, capaz, y
un animal tiene los remos defectuosos se halla felizmente provista de todas
De la desigualdad que existe entre nosotros • 89

las prendas que constituyen un alma Un hombre de tales prendas está


perfecta? ¿Es rica por sus propios a quinientas varas por encima de rei-
dones, o por dones prestados? ¿Le es nos y ducados. Él mismo constituye
indiferente la fortuna? ¿Es capaz de su propio imperio,
aguardar los males con presencia de
ánimo? ¿Posee empeño en saber si el Sapiens... pol ipse fingit fortunam sibi,
lugar por donde la vida nos escapa es [El hombre prudente labra su propia
la boca o la garganta? ¿Tiene el alma dicha. Plauto, Trinummus, II, II, 48].
tranquila, constante y serena? He
aquí todo cuanto es indispensable ¿qué más puede desear?
considerar para informarse de la ex-
trema diferencia que existe entre los Nonne videmus,
hombres. Es, como Horacio decía: Nil aliud sibi naturam latrare, nisi ut, quoi
Corpore sejunctus dolor absit, mente fruatur
Sapiens, sibique imperiosus; Jucundo sensu, cura semotu metuque?
Quem neque pauperies, neque mors, neque [Oíd la voz de la naturaleza. ¿Qué es
vincula terrent; lo que de vosotros solicita?, un cuerpo
Responsare cupidinibus, contemnere exento de dolores; un alma libre de te-
honores rrores o inquietudes. Lucrecio, II, 16].
Fortis; et in se ipso totus teres atque
rotundus, Comparad con él la turba estú-
Externi ne quid valeat per laeve morari; pida, baja, servil y voluble, que flota
In quem manca ruit semper fortuna? constantemente a merced del soplo
[¿Es virtuoso y dueño de sus acciones?, de las múltiples pasiones que la em-
¿sería capaz de afrontar la indigencia, pujan y reempujan, y que depende
la esclavitud y la muerte?, ¿sabe resistir por entero de la voluntad ajena, y
el empuje de sus pasiones y menospre- encontraréis que hay mayor distan-
ciar los honores? Encerrado consigo cia entre uno y otro que la que existe
mismo y semejante a un globo perfecto del cielo a la tierra. Y sin embargo
a quien ninguna aspereza impide rodar, la ceguedad de nuestro espíritu es
¿ha logrado que nada en su existencia tal que en las cosas dichas no repa-
dependa de la fortuna? Horacio, Sáti- ramos al juzgar a los hombres, allí
ras, II, 7, 83]. mismo donde si comparásemos un
90 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

rey y un campesino, un noble y un disfrutar sus vergonzosos placeres. Lu-


villano, un magistrado y un particu- crecio, IV, 1123].
lar, un rico y un pobre, preséntanse
a nuestra consideración, por extre- vedle detrás del telón; no es más
mos diferentes, y no obstante po- que un hombre como los demás, y a
dría decirse que no lo son más que veces más villano que el último de
por el vestido que llevan. sus súbditos: ille beatus introrsum est;
El rey de Tracia distinguíase de istius bracteata felicitas est [La felicidad
su pueblo por modo bien caracterís- del hombre cuerdo reside en él mis-
tico y altanero; profesaba una reli- mo. La exterior no es más que una
gión distinta; tenía un dios para él dicha superficial y pasajera. Séneca,
solo, que a sus súbditos no les era Epístolas, 115]; la cobardía, la irreso-
permitido adorar, Mercurio, y des- lución, la ambición, el despecho y la
deñaba las divinidades a que sus envidia, le agitan como a cualquiera
vasallos rendían culto: Marte, Baco otro hombre:
y Diana. Tales distinciones no son
más que formas externas, que no Non enim gazae, neque consularis
establecen ninguna diferencia esen- Summovet lictor miseros tumultus
cial, pues a la manera de los cómicos Mentis, et curas laqueata circum
que en escena representan ya un du- Tecta volantes
que o un emperador, ya un criado o [Ni los amontonados tesoros, ni las car-
un miserable ganapán, y ésta es su gas consulares pueden libertarle de las
condición primitiva, así el empera- agitaciones de su espíritu, ni de los cui-
dor cuya pompa os deslumbra en dados que revolotean bajo sus artesona-
público, dos techos. Horacio, Odas, II 16, 9].

Scilicet et grandes viridi cum luce smaragdi y la intranquilidad y el temor le do-


Auro includuntur, teriturque thalassina vestis minan aun en medio de sus ejércitos.
Assidue, et Veneris sudorem exercita potat:
[Porque en sus dedos brillan engastadas Re veraque metus hominum, curaeque
en el oro las esmeraldas más grandes y sequaces
del verde más deslumbrador; porque va Nec metuunt sonitus armorum, nec fera
siempre ataviado con ricas vestiduras al tela;
De la desigualdad que existe entre nosotros • 91

Audacterque inter reges, rerumque potentes vierais acostados en plebeyo lecho. Lu-
Versantur, neque fulgorem reverentur ab crecio, II, 34].
auro.
[El temor y las preocupaciones, inse- Los cortesanos de Alejandro Mag-
parable cortejo de la vida humana, no no le hacían creer que Júpiter era su
se asustan del estrépito de las armas; padre. Un día que fue herido, al mi-
muéstranse ante la corte de los reyes, y rar cómo la sangre salía de sus venas:
sin respetos hacia el trono se sientan a ¿Qué me decís ahora? —dijo. ¿No es
su lado. Lucrecio, II, 47]. esta sangre roja como la de los demás
humanos? Es bien diferente de la que
La calentura, el dolor de cabeza Homero hace brotar de las heridas
y la gota, le asaltan como a nosotros. de los dioses”. El poeta Hermodoro
Cuando la vejez pesa sobre sus hom- compuso unos versos en honor de
bros, ¿podrán descargarle de ella los Antígono, en los cuales le llamaba hijo
arqueros de su guardia? Cuando el del sol; éste contestó que no había tal,
horror de la muerte le hiere, ¿podrá y añadió: “El que limpia mi sillón de
tranquilizarse con la compañía de servicio, sabe muy bien que no hay
los nobles de su palacio? Cuando se nada de eso”. Es un hombre como to-
halla dominado por la envidia o el dos los demás, y si por naturaleza es
mal humor, ¿le calmarán nuestros un hombre mal nacido, el mismo im-
corteses saludos? Un dosel cubierto perio del universo mundo no podrá
de oro y pedrería carece por com- darle un mérito que no tiene.
pleto de virtud para aliviar los sufri-
mientos de un doloroso cólico. Puellae
Hunc rapiant; quidquid calcaverit hic,
Nec calidae citius decedunt corpore febres, rosa fiat.
Textilibus si in picturis, ostroque rubenti [Que las doncellas se lo disputen, que
Jactaris, quam si plebeia in veste por doquiera nazcan las rosas bajo sus
cubandum est. plantas. Persio, II, 38].
[La fiebre no os abandonará con mayor
premura por estar tendidos sobre la púr- ¿Qué vale ni qué significa toda
pura, o sobre tapiz rico y costoso. Con la la grandeza si es un alma estúpida
misma fuerza os dominará que si estu- y grosera? El placer mismo y la di-
92 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cha no se disfrutan careciendo de po y de espíritu. Para quien se encuentra


espíritu y de vigor: atormentado por el temor y el deseo, to-
das esas riquezas son como el calor para
Haec perinde sunt, ut illius animus, qui un gotoso, o como la pintura para aquel
ea possidet: cuya vista no puede soportar la luz. Ho-
Qui uti scit, ei bona; illi, qui non utitur racio, Epístolas, I, 2, 47].
recte, mala.
[Estas cosas son lo que su poseedor las Si una persona es tonta de remate,
trueca: bienes, para quien de ellas sabe si su gusto está pervertido o embru-
hacer un uso acertado; males, para tecido, no disfruta de aquéllos, del
quien no. Terencio, Heautontimorume- propio modo que un hombre consti-
nos, I, III, 21]. pado no puede gustar la dulzura del
vino generoso, ni un caballo la rique-
Para gozar los bienes de la fortuna za del arnés que le cubre. Dice Platón
tales cuales son es preciso estar dota- que la salud, la belleza, la fuerza, las
do del sentimiento propio para dis- riquezas, y en general todo lo que
frutarlos. El gozarlos no el poseerlos, llamamos bien, se convierte en mal
es lo que constituye nuestra dicha. para el injusto y en bien para el justo,
y el mal al contrario. Además, cuan-
Non domus el fundus, non aeris acervus, do el alma o el cuerpo sufren, ¿de
et uri, qué sirven las comodidades externas,
Aegroto domini deduxit corpore febres, puesto que el más leve pinchazo de
Non animo curas. Valeat possessor oportet. alfiler, la más insignificante pasión
Qui comportatis rebus bene cogitat uti: del alma bastan a quitarnos hasta el
Qui cupit, aut metuit, juvat illum sic placer que podría procurarnos el go-
domus, aut res, bierno del mundo? A la primera ma-
Ut lippum pictae tabulae, fomenta nifestación del dolor de gota, al que
podagram. la padece, de nada le sirve ser gran
[Esta soberbia casa, estas tierras dilata- señor o majestad,
das, estos montones de oro y plata ¿ale-
jan las enfermedades y los cuidados de Totus et argento confiatus, totus et auro
su dueño? Para disfrutar de lo que se [Todo cubierto de plata, todo resplan-
posee precisa encontrarse sano de cuer- deciente de oro. Tibulo, I, 2, 70].
De la desigualdad que existe entre nosotros • 93

¿no se borra en su mente el des. En cuanto al mandar, que pare-


recuerdo de sus palacios y de sus ce tan fácil y hacedero, si se consi-
grandezas? ¿Si la cólera le domi- dera la debilidad del juicio humano
na, su principalidad le preserva de y la dificultad de elección entre las
enrojecer, de palidecer, de que sus cosas nuevas o dudosas, yo creo que
dientes rechinen como los de un es mucho más cómodo y más grato
loco? En cambio, si se trata de un el obedecer que el conducir, y que
hombre de valer y bien nacido, la constituye un reposo grande para el
realeza añade poco a su dicha: espíritu el no tener que seguir más
que una ruta trazada de antemano, y
Si ventri bene, si lateri est, pedibusque el no tener tampoco que responder
tuis, nil de nadie, más que de sí mismo:
Divitiae poterunt regales addere majus
[¿Tienes el estómago en regla y el pe- Ut satius multo jam sit parere quietum,
cho robusto? ¿Te encuentras libre del Quam regere imperio res velle.
mal de gota? Las riquezas de los reyes [Vale más obedecer tranquilamente que
no podrían añadir ni un ápice a tu bie- echarse a cuestas la pesada carga de los
nandanza. Horacio, Epístolas, I, 12, 5]. negocios públicos. Lucrecio, V, 1126].

verá que los esplendores y gran- Decía Ciro que no pertenecía el


dezas no son más que befa y enga- mando sino a aquel que es superior
ño, y acaso será el parecer del rey a los demás. El rey Hierón, en la his-
Seleuco, el cual aseguraba que quien toria de Jenofonte, dice más todavía
conociera el peso de un cetro no se en apoyo de lo antecedente: que en
dignaría siquiera recogerlo del suelo el goce de los placeres mismos son
cuando lo encontrara por tierra; y los reyes de condición peor que los
era ésta la opinión de aquel príncipe otros hombres, porque el bienestar
por las grandes y penosas cargas que y la facilidad de los goces les quitan
incumben a un buen soberano. No el sabor agridulce que nosotros en-
es ciertamente cosa de poca mon- contramos en los mismos.
ta tener que gobernar a los demás
cuando el arreglo de nuestra propia Pinguis amor, nimiumque potens, in taedia
conducta nos ofrece tantas dificulta- nobis
Pieter Brueghel, el viejo, Los proverbios
flamencos, 1559, óleo sobre madera,
117 x 163,5 cm, Staatliche Museum
96 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Vertitur, et, stomacho dulcis ut esca, nocet. [Los grandes gustan de la variedad;
[El amor disgusta cuando recibe buen bajo la humilde techumbre del pobre
trato. Es un alimento grato, cuyo exce- una comida frugal aleja los cuidados de
so daña. Ovidio, Amores, II, 19, 25]. sus pechos. Horacio, Odas, III, 29, 13].

¿Acaso los monaguillos que can- Nada hay tan molesto ni que
tan en el coro encuentran placer tanto empache como la abundan-
grande en la música? La saciedad la cia. ¿Qué lujuria no se asquearía
convierte para ellos en pesada y abu- en presencia de trescientas mujeres
rrida. Los festines, bailes, mascara- a su disposición, como las tiene ac-
das y torneos divierten a los que no tualmente el sultán en su serrallo?
los presencian con frecuencia, a los ¿Qué placer podría sacar de la caza
que han sentido anhelo por verlos; un antecesor del mismo, que jamás
mas a quien los contempla a diario salía al campo sin la compañía de
le cansan, son para él insípidos y des- siete mil halconeros? Yo creo que el
agradables; tampoco las mujeres cos- brillo de la grandeza procura obstá-
quillean a quien puede procurárselas culos grandes al goce de los place-
a su sabor; el que no aguarde a tener res más dulces. Los príncipes están
sed, no experimentará placer cuan- demasiado observados, en eviden-
do beba; las farsas de los titiriteros cia siempre, y se exige de ellos que
nos divierten, pero a los que las re- oculten y cubran sus debilidades,
presentan los fatigan y dan trabajo. Y pues lo que en los demás mortales
la prueba de que todo esto es verdad, es sólo indiscreción, el pueblo lo
es que constituye una delicia para los juzga en ellos tiranía, olvido y me-
príncipes el poder alguna vez disfra- nosprecio de las leyes. Aparte de la
zarse, descargarse de su grandeza, inclinación al vicio diríase que los
para vivir provisionalmente con la soberanos juntan el placer de bur-
sencillez de los demás hombres: larse y pisotear las libertades públi-
cas. Platón en su diálogo Gorgias
Plerumque gratae principibus vices, entiende por tirano aquel que tiene
Mundaeque parvo sub lare pauperum licencia para hacer en una ciudad
Coenae, sine aulaeis et ostro, todo cuanto le place; por eso en
Sollicitam explicuere frontem. muchas ocasiones la vista y publici-
De la desigualdad que existe entre nosotros • 97

dad de los monarcas es más daño- Alfonso que los asnos eran en este
sa para las costumbres que el vicio punto de condición mejor que los
mismo. Todos los mortales temen soberanos; sus dueños los dejan pa-
ser vigilados; los reyes lo son hasta cer a sus anchas, y los reyes no pue-
en sus más ocultos pensamientos, den siquiera alcanzar tal favor de
hasta en sus gestos; todo el pue- sus servidores. Nunca tuve por co-
blo cree tener derecho e interés modidad ventajosa, para la vida de
en juzgarlos. Además, las manchas un hombre de cabal entendimiento,
adquieren mayores proporciones el que tenga una veintena de ins-
según el lugar en que están colo- peccionadores cuando se encuentra
cadas; una peca o una verruga en sentado en su silla de asiento; ni
la frente parecen mayores que en que los servicios de un hombre que
otro lugar no lo sería una profunda tiene diez mil libras de venta, o que
cicatriz. He aquí por qué los poe- se hizo dueño de Casai y defendió
tas suponen los amores de Júpiter Siena, fueran mejores y más acep-
conducidos bajo otro aspecto dife- tables que los de un buen ayuda del
rente del suyo verdadero; y de tan cámara lleno de experiencia. Las
diversas prácticas amorosas como ventajas de los príncipes son casi
le atribuyen, no hay más que una imaginarias; cada grado de fortuna
sola en que aparezca representado tiene alguna imagen de principado;
en toda su grandeza y majestad. César llama reyezuelos a los señores
Pero volvamos a Hierón, el cual de Francia, que en su tiempo tenían
refiere también cuántas molestias su derecho de justicia. Salvo el nombre
realeza le proporciona, por no po- de Sire, que los particulares no te-
der ir de viaje con entera libertad, nemos, todos somos poderosos con
sintiéndose como prisionero dentro nuestros reyes. Ved en las provincias
de su propio país, y a cada paso que apartadas de la corte, en Bretaña,
da, viéndose rodeado por la mul- por ejemplo, el lujo, los vasallos, los
titud. En verdad, al ver a nuestros oficiales, las ocupaciones, el servicio
reyes sentados solos a la mesa, sitia- y ceremoniales de un caballero reti-
dos por tantos habladores y mirones rado, que vive entre sus servidores;
desconocidos, he experimentado ved también el vuelo de su imagi-
piedad más que ojeriza. Decía el rey nación; nada hay que más de cerca
98 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

toque con la realeza; oye hablar de ¿Puedo yo tomar en serio su hablar


su soberano una vez al año, como humilde y cortés reverencia, si consi-
del rey de Persia, y no le reconoce dero que no depende de él proceder
sino por cierto antiguo parentesco de otro modo? El honor que nos tri-
que su secretario guarda anotado en butan los que nos temen, no merece
el archivo de su castillo. En verdad tal nombre; esos respetos tribútanse
nuestras leyes son sobrado liberales, a la realeza, no al hombre:
y el peso de la soberanía no toca a
un gentilhombre francés apenas dos Maximum hoc regni bonum est,
veces en toda su vida. La sujeción Quod facta domini cogitur populus sui
esencial y efectiva no incumbe entre Quam ferre, tam laudare.
nosotros sino a los que se colocan [La ventaja mayor de la realeza consis-
al servicio de los monarcas, y tra- te en que los pueblos están obligados
tan de enriquecerse cerca de ellos, no sólo a soportarla, sino también a
pues quien quiere mantenerse obs- alabar las acciones de sus soberanos.
curamente en su casa, y sabe bien Séneca, Tiestes, II, I, 30].
gobernarla sin querellas ni procesos,
es tan libre como el dux de Venecia. ¿No veo yo que esos honores y re-
Paucos servitus, plures servitutem tenent verencias se consagran por igual al
[Pocos hombres están sujetos a la ser- rey bueno o malo, al que se odia lo
vidumbre; muchos más son los que mismo que al que se ama? De igua-
a ella se entregan voluntariamente. les ceremonias estaba rodeado mi
Séneca, Epístolas, 22]. Hierón insiste predecesor; de idénticas lo será mi
principalmente en la circunstancia sucesor. Si de mis súbditos no recibo
de verse privado de toda amistad y ofensa, con ello no me testimonian
relación social, en la cual consiste el afección alguna. ¿Por qué interpre-
estado más perfecto y el fruto más tar su conducta de esta suerte, si se
dulce de la vida humana. Porque, en considera que no podrían inferirme
realidad, puede decirse el monarca: daño aun cuando en ello pusieran
“¿Qué testimonio de afecto ni de empeño? Ninguno me sigue, ama,
buena voluntad puedo yo alcanzar ni respeta por la amistad particular
de quien me debe, reconózcalo o no, que pueda existir entre él y yo, pues
todo cuanto es y todo cuanto tiene? la amistad es imposible donde fal-
De la desigualdad que existe entre nosotros • 99

tan la relación y correspondencia; Diocleciano, que ostentó una dia-


mi altura me ha puesto fuera del dema tan afortunada y reverenciada,
comercio de los hombres; hay entre resignola para entregarse al placer
éstos y yo demasiada distancia, de- de una vida recogida; algún tiempo
masiada disparidad. Me siguen por después, las necesidades de los nego-
fórmula y costumbre, o más bien cios públicos exigieron de nuevo su
que a mí a mi fortuna, para acrecen- concurso, y Diocleciano contestó a
tar la suya. Todo cuanto me dicen los que le rogaban que tomara otra
y todo cuanto hacen no es más que vez las riendas del gobierno: “No in-
artificio, puesto que su libertad está tentaríais persuadirme con vuestros
coartada por doquiera, gracias al deseos si hubierais visto el hermoso
poder omnímodo que tengo sobre orden de los árboles que yo mismo
ellos; nada veo en derredor mío que he plantado en mis jardines y los her-
no esté encubierto y disfrazado”. mosos melones que he sembrado”.
Alabando un día sus cortesanos En opinión de Anacarsis, el esta-
a Juliano el emperador porque ad- do más feliz sería aquel en que todo
ministraba una justicia equitable, el lo demás siendo igual, la preemi-
monarca les contestó: “Enorgullece- nencia y dignidades fueran para la
ríanme de buen grado esas alaban- virtud, y lo sobrante para el vicio.
zas si viniesen de personas que se Cuando Pirro intentaba invadir
atrevieran a acusar o a censurar mis la Italia, Cineas, su prudente con-
actos dignos de reproche”. Cuan- sejero, queriéndole hacer sentir la
tas ventajas gozan los príncipes son vanidad de su ambición, le dijo: “¿A
comunes con las que disfrutan los qué fin, señor, emprendéis ese gran
hombres de mediana fortuna (sólo designio? —Para hacerme dueño
en manos de los dioses reside el po- de Italia—, contestó al punto el so-
der de montar en caballos alados y berano. —¿Y luego —siguió el con-
alimentarse de ambrosía), no gozan sejero— cuando la hayáis ganado?
otro sueño ni apetito diferentes de —Conquistaré la Galia y España.
los nuestros; su acero tampoco es de —¿Y después? —Después subyuga-
mejor temple que el de que noso- ré el África; y por último, cuando
tros estamos armados, su corona no haya llegado a dominar el mundo,
les preserva de la lluvia ni del sol. descansaré y viviré contento a mi
100 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

gusto. —Por Dios, señor —repuso [No conocía los límites que deben su-
Cineas al oír esto— decidme: ¿por jetar los deseos; ignoraba hasta dónde
qué no realizáis desde ahora vuestro puede llegar el placer verdadero. Lu-
intento?, ¿por qué desde este mo- crecio, V, 1431].
mento mismo no tomáis el camino
del asilo a que decís aspirar, y evitáis Cerraré este pasaje con una an-
así el trabajo y los azares que vues- tigua sentencia que creo singular-
tras expediciones acarrearán?” mente adecuada al asunto de que
hablo: Mores cuique sui fingunt for-
Nimirum, quia non bene norat; quae esset tunam [Cada cual se prepara a sí
habendi mismo su destino. Cornelio Nepos,
Finis, et omnino quoad crescat vera voluptas. Vida de Ático, II].
de los nombres

Cualesquiera que sea la diversidad nombre de Guiena. Esta derivación


de hierbas de que se componga, el parecerá extraña a primera vista,
conjunto se comprende siempre bajo pero todavía se encuentran algunas
el nombre de ensalada; así, con mo- cosas más peregrinas en las obras de
tivo de hablar aquí de los nombres, Platón mismo.
quiero hacer un picadillo de diversos Es una cosa sin importancia, mas
artículos. sin embargo digna de memoria por
Cada nación tiene algunos que su extrañeza, y escrita por testigo
se toman, no sé por qué razón, en ocular, que Enrique, duque de Nor-
mala parte, y entre nosotros los de mandía, hijo de Enrique II, rey de
Juan, Guillermo [Según el Diccio- Inglaterra, en ocasión en que daba
nario de Trévoux, en lo antiguo se un banquete en Francia, los nobles
llamaba Guillermo en Francia a las concurrieron a la fiesta en número
personas de que no se hacía gran tan considerable, que habiendo por
caso] y Benito. Parece haber en la pasatiempo dividídose en grupos
genealogía de los príncipes ciertos por la semejanza de sus nombres, en
nombres fatalmente predestinados a el primero, que fue el de los Guiller-
determinados países, como el de To- mos, hubo hasta ciento diez caballe-
lomeo en Egipto, el de Enrique en ros sentados a la mesa que llevaban
Inglaterra, el de Carlos en Francia y este nombre, sin contar los criados,
el de Balduino en Flandes. En nues- ni los que no eran más que simples
tra antigua Aquitania teníamos el gentilhombres.
de Guillermo, de donde se dice que Tan curiosa como distribuir las
por una singular casualidad deriva el mesas por los nombres de los asis-
102 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

tentes era la costumbre del empera- tiers, debió su origen a que un jo-
dor Geta, el cual ordenaba el servicio ven de malas costumbres que vivía
de los diversos platos de carnes aten- allí, habiendo llevado a su casa una
diendo a la letra con que éstas em- doncella a quien preguntó su nom-
pezaban; servíanse primero aquellas bre, que era el de María, sintiose tan
cuya inicial era la M, y así los demás vivamente ganado, al oírlo, por los
manjares. sentimientos piadosos y por el respe-
Dícese que es conveniente tener to del dictado sacrosanto de la Vir-
buen nombre, es decir, reputación y gen, madre de nuestro Salvador, que
crédito; pero además es también útil no sólo la dejó marchar, sino que se
tener uno sonoro y que fácilmente enmendó de sus yerros para todo el
pueda pronunciarse y retener en la resto de su vida. En consideración de
memoria, pues de tal suerte los reyes este milagro fue edificada en la mis-
y los grandes nos conocen con ma- ma plaza donde estaba la casa del
yor facilidad, y nos olvidan menos. joven, una capilla bajo la advocación
Entre los criados de nuestro servi- de Nuestra Señora, y luego la igle-
cio, mandamos más ordinariamente sia que hoy vemos. Esta conversión,
y empleamos con más frecuencia a vocal y auricular, tocó derecha en el
aquellos que tienen uno cuya pro- alma del pecador. La siguiente, del
nunciación es cómoda y que viene mismo género, insinuose por me-
a la lengua con mayor facilidad. Yo diación de los sentidos corporales.
he visto al rey Enrique II no poder Estando Pitágoras en compañía de
mentar a derechas a un gentilhom- unos jóvenes, a quienes oía fraguar
bre de esta provincia de Gascuña; y una conjuración, enardecidos como
porque era muy raro el que llevaba se hallaban por la fiesta que celebra-
una camarera de la reina, el mismo ban, que tenía por fin asaltar una
rey Enrique II creyó oportuno de- casa de mujeres honradas, ordenó
signarla con el dictado general de la que la orquesta cambiara de tono, y
casa a que pertenecía. Sócrates esti- merced a una música grave, severa
maba digno del cuidado paternal el y espondaica, encantó dulcemente el
dar a los hijos un nombre hermoso. ardor juvenil, y lo adormeció.
Refiérese que la fundación de La posteridad no dirá que nues-
Nuestra Señora, la Grande, de Poi- tra reforma religiosa actual no ha
De los nombres • 103

sido de todo punto escrupulosa, pues criben las historias en latín, dejaran
no sólo ha combatido vicios y erro- los nuestros como son en francés,
res y llenado la tierra de devoción, pues haciendo de Vaudemont Va-
humildad, obediencia, paz, y toda llemontanus, y metamorfoseándolos
suerte de virtudes, sino que también así para aderezarlos a la griega o a
ha llegado hasta a combatir nuestros la romana, no sabemos dónde esta-
antiguos nombres de Carlos, Luis, mos, y perdemos el conocimiento
Francisco, para poblar el mundo de de ellos.
Ezequieles, Malaquías y Matusale- Para concluir con este aserto,
nes, los cuales están mucho más con- diré que es una costumbre detes-
formes con la verdadera fe cristiana. table en nuestra Francia y de muy
Un gentilhombre, vecino mío, com- malas consecuencias, el designar a
parando las ventajas del tiempo vie- cada uno por el nombre de su tierra
jo con el nuestro, no se olvidaba de o señorío, contribuyendo además a
señalar la altivez y magnificencia de confundir y a hacer que las familias
los nombres que llevaba la nobleza se desconozcan. El menor de una
de antaño, los Grumedan, Quedra- casa rica, que recibió en herencia
gan, Agesilan; y añadía que sólo al una tierra con el nombre de la cual
oírlos resonar se advertía que aque- ha sido conocido y honrado, no
llos que los ostentaban eran gentes puede, procediendo buenamente,
de otro temple que los Pedros, Gui- abandonarle; diez años después de
llot y Migueles. su muerte la tierra cae en manos de
Yo apruebo a Santiago Amyot el un extraño que toma igual dictado;
haber dejado los nombres en latín calcúlese, pues, cómo de tal modo
en un sermón francés, sin alterarlos vamos a conocer a los hombres. No
ni cambiarlos para darles una ca- hay necesidad de buscar otros ejem-
dencia nacional. Esto parecía algo plos: podemos encontrarlos, sin sa-
rudo al principio, pero ya el uso, lir de la casa real de Francia, pues
merced al crédito que alcanzó su en ella ha habido tantas reparticio-
traducción de Plutarco, ha hecho nes como sobrenombres, por lo cual
que ninguna extrañeza veamos en desconocemos el dictado mismo del
dejarlos sin alterar. También he de- tronco. Hay tan grande libertad en
seado con frecuencia que los que es- estos cambios, que en mis tiempos
104 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

no he visto a nadie elevado por la haber incurrido hasta entonces en


fortuna a alguna categoría extraor- la temeridad de considerarlos como
dinaria, a quien no se haya agrega- a compañeros; y pues que había
do enseguida títulos genealógicos sido informado de sus timbres de
nuevos o ignorados de sus padres, nobleza, comenzaba a honrarlos
y a quien no se haya hecho injertar según sus respectivas categorías, no
con alguna rama ilustre; las familias siéndole ya dable sentarse en medio
más obscuras son las más suscepti- de tantos príncipes. Después de esta
bles de falsificación. ¿Cuántos gen- broma, lanzóles mil injurias: “Con-
tilhombres tenemos en Francia que tentémonos, les dijo, por Dios, con
se creen descender de linaje real? lo que nuestros padres se conforma-
Mayor número, según sus cuentas, ron, y con lo que somos; somos lo
que según las cuentas de los demás, suficiente, si cada cual sabe mante-
dijo ingeniosamente uno de mis nerse en su papel, no reneguemos
amigos. Hallábanse varios reunidos de la fortuna y condición de nues-
a fin de solventar la querella de un tros abuelos, y desechemos esas
señor contra otro; el uno tenía a la fantasías estúpidas, que no pueden
verdad cierta prerrogativa de títulos menos de poner en ridículo a quien
y alianzas que le colocaban por en- tiene el mal gusto de alegarlas”.
cima de la común nobleza. Sobre el Ni los escudos de armas ni los so-
propósito de tal prerrogativa, cada brenombres tienen seguridad algu-
cual quería igualarle, quién alegan- na de duración y permanencia. Mis
do un origen, quién otro, quién la atributos son el azul sembrado de
semejanza del nombre, quién la de tréboles de oro, y una garra de león
las armas, quién un viejo pergami- del mismo metal, armada de gules,
no de familia, y el que menos de- que lo cruza. ¿Qué privilegio tiene
mostraba ser biznieto de algún rey este escudo para pertenecer siem-
ultramarino. Como la cosa aconte- pre a mi casa? Un yerno vendrá que
ció estando para sentarse a la mesa, lo trasladará a otra familia: algún
el primero, en lugar de ocupar su comprador mezquino hará quizás
sitio, retrocedió deshaciéndose en de él sus primeras armas. No hay
profundas reverencias, suplicando cosa que esté más sujeta a mutación
a la asistencia que le excusara por y a confusión.
De los nombres • 105

Esta consideración me lleva a tra- bría aquí para cuestionar que en Lu-
tar otro asunto diferente. Sondee- ciano, quien escribió la disputa de la
mos de cerca, consideremos en qué ∑ y la T; pues como Virgilio, sienta:
fundamos esa gloria y reputación
por la cual el mundo se desquicia. Non levia aut ludicra petuntur
¿Sobre qué fundamentos se sostie- Praemia:
ne ese renombre que vamos mendi- [No se trata aquí de un premio de poca
gando e implorando a costa de tan monta. Virgilio, Eneida, XII, 764].
hercúleo trabajo? ¿Es, en conclusión,
Guillermo o es Pedro quién merece el caso es importante; trátase de
la recompensa, aquél a quien co- saber cuál de esas dos letras debe
rresponde el galardón? ¡Oh, enga- ser retribuida por el honor ganado
ñadora esperanza que en una cosa en tantos sitios, batallas, heridas,
perecedera remontas en un mo- prisiones y servicios prestados a la
mento al infinito, la inmensidad, la corona de Francia por aquel su fa-
eternidad, y llenas la indigencia de moso condestable.
tu dueño de la posesión de todas las Nicolás Denisot no ha conservado
cosas que puede imaginar y desear! más que las letras de su nombre, que
La naturaleza suministró con esto forman anagrama, y cambió toda la
un agradable juguete. Y ese Pedro contextura del mismo para edificar el
y ese Guillermo, qué son en con- de Conte de Alsinois, al cual ha gratifi-
clusión, sino una palabra, o tres o cado con la gloria de sus obras poéti-
cuatro trazos de la pluma, tan fáciles cas y pictóricas. El historiador Sueto-
de alterar, que yo preguntaría como nio no guardó más que el sentido del
la cosa más natural del mundo: ¿a suyo; y desechando el Lenis, que era
quién corresponde el honor de tan- el sobrenombre de su padre, se que-
tas victorias? ¿A Guesquin [Menage dó con el de Tranquilo, heredero de
en su Diccionario etimológico dice que la reputación de sus escritos. ¿Quién
se llamó a Duguesclin de catorce ma- creerá que el capitán Bayardo no tuvo
neras distintas: du Guécliu, du Gaya- más honor que el que le prestaron las
quin, du Guesquin, Guesquinius, Gues- acciones de Pedro del Terrail, y que
clinius, Guesquinas, etc.] o Glesquin, o Antonio Escalin se dejó robar a ojos
a Gueaquin? Mayor fundamento ha- vistas el honor de tantas expedicio-
106 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

nes y cargos como hizo y ejerció por Consillis nostris laus est attirita Laconum,
mar y tierra, por el capitán Poulin y [Ante mi gloria Esparta abatió su orgu-
por el barón de la Garde? [Antonio llo. (Este verso, traducido del griego por
Escalin era su nombre verdadero]. Cicerón, Tusculanas, V, 17, es el primero
Consideremos además que los de los cuatro que se pusieron en el pe-
nombres son sólo trazos caligráficos, destal de la estatua de Epaminondas)].
comunes a millares de individuos.
¿Cuántas personas existen en todas ni Escipión el Africano de estos
las razas con igual nombre y apelli- otros:
do? La historia habla de tres Sócra-
tes, cinco Platones, ocho Aristóteles, A sole exoriente, supra Maeoti paludes,
siete Jenofontes, veinte Demetrios y Nemo est qui factis me equiparare queat.
veinte Teodoros. Imagínese cuántos [Desde que la aurora aparece hasta que
habrán vivido de quienes aquélla no el sol se oculta no hay un guerrero cuya
habla para nada. ¿Quién impide a mi frente esté cubierta de tan nobles lau-
palafrenero el llamarse Pompeyo el reles. Cicerón, Ibíd.].
Grande? Mas, después de todo, ¿qué
medios ni qué recursos existen para ¿Los vivos se embriagan con la
impedir que mi mismo palafrenero dulzura de tales elogios, e inspirados
una vez muerto, y aquel otro hombre por ellos, sedientos de celo y deseo
a quien cortaron la cabeza en Egipto, prestan inconsideradamente por
compartan la voz gloriosa de la fama, fantasía a los muertos la pasión que
y que de ella reciban el fruto? a ellos les anima? Y poseídos de una
engañadora esperanza se creen a su
Id cinerem et manes credis curare sepultos? vez fuertes para experimentar aqué-
[¿Acaso pensáis que todo eso puede inte- lla. ¡Dios lo sabe! De todos modos,
resar a las frías cenizas y a los manes que
la tierra cubre? Virgilio, Eneida, IV, 34]. Ad haec se
Romanus, Graiusque, et Barbarus
¿Qué conocimiento tienen los induperator
dos émulos en valor, Epaminondas, Erexit; causas descriminis atque laboris
de este glorioso verso que tantos si- Inde habuit: tanto maior famae sitis est, quam
glos ha corre de boca en boca: Virtutis!
De los nombres • 107

[¡He aquí la esperanza que inflamó a tan evidente es que el hombre está más
los generosos griegos, a los romanos y sediento de gloria que de virtud! Juve-
a los bárbaros, y lo que les hizo sufrir nal, Sátiras, X, 137].
mil penalidades y afrontar mil peligros:
de la edad

No puedo aprobar la manera cómo en que los optimistas creen. ¡Qué


entendemos el tiempo que dura ilusión la de esperar morir de la fal-
nuestra vida. Yo veo que los filósofos ta de fuerzas, que a la vejez extrema
la consideran de menor duración acompaña, y la de creer que nues-
de lo que en general la creemos no- tros días acabarán sólo entonces!
sotros. “¡Cómo!, dice Catón el jo- Esa es la muerte más rara de todas,
ven a los que querían impedir que la menos acostumbrada, y la llama-
se matase, ¿estoy yo en edad, a los mos natural, como si tan natural no
años que tengo, de que se me pue- fuera morir de una caída, ahogar-
da reprochar el abandonar la vida se en un naufragio, sucumbir en
con anticipación?” Tenía entonces una epidemia o de una pleuresía, y
sólo cuarenta y ocho años, y estima- como si nuestra constitución ordi-
ba que esta edad era ya madura y naria no nos abocara todos los días
avanzada, considerando cuán pocos a semejantes accidentes. No confie-
son los hombres que la alcanzan. mos en esas esperanzas; el que se
Los que creen que el curso de la realicen es cosa siempre rara; antes
vida, que llaman natural, promete bien debe llamarse natural a lo que
pasar de aquel tiempo, se engañan; es general, común y universal.
podrían asegurarse de mayor du- Morir de viejo es una muerte sin-
ración, si gozaran de un privilegio gular y extraordinaria, mucho menos
que los librase del número grande frecuente que las otras; es la última y
de accidentes a que todos fatalmen- extrema manera de morir, y cuanto
te nos encontramos sujetos, y que más lejos estamos de la vejez, me-
pueden interrumpir el largo curso nos debemos esperar ese género de
De la edad • 109

muerte. Pero es la ancianidad el lí- bienes hasta que no haya cumplido


mite más allá del cual no pasaremos, los veinticinco años, y apenas será
y el que la ley natural ha prescrito dueño entonces del gobierno de su
para no ser traspuesto; mas es un existencia. Augusto suprimió cinco
privilegio otorgado a pocos el que la de las antiguas leyes romanas para
vida dure hasta una edad avanzada, que la mayor edad fuera declarada, y
excepción que la naturaleza concede acordó también que bastaban trein-
como un favor particular a uno solo ta para desempeñar un cargo en la
en el espacio de dos o tres siglos, des- judicatura. Servio Tulio eximió a los
cargándole de las luchas y dificulta- caballeros que habían pasado de los
des que interpuso en carrera tan di- cuarenta y siete años de las fatigas de
latada. Así yo considero que la edad la guerra, y Augusto a los que con-
a que por ejemplo somos llegados, taban cuarenta y cinco. El enviar a
alcánzanla pocas personas. Puesto los hombres al descanso antes de los
que ordinariamente los hombres no cincuenta y cinco o sesenta años no
la viven, prueba es de que estamos me parece muy puesto en razón. En-
ya muy avanzados en el camino; y tiendo que nuestra ocupación o pro-
puesto que traspusimos ya los límites fesión debe prolongarse cuanto se
acostumbrados, que son la medida pueda mientras podamos ser útiles
verdadera de nuestra vida, no de- al Estado; el defecto, a mi entender,
bemos esperar ir más allá, habiendo reside en el lado opuesto, en no em-
escapado a la muerte en mil ocasio- plearnos en el trabajo antes del tiem-
nes en que otros muchos tropezaron. po en que se nos emplea. Augusto
Debemos, por tanto, reconocer que fue juez universal del mundo cuan-
una fortuna tan extraordinaria como do sólo contaba diecinueve años, y se
la nuestra, que nos coloca aparte de exige que nosotros tengamos treinta
la común usanza, no ha de durarnos para que demos razón del lugar en
largo tiempo. que hay una gotera.
Es también un defecto de las le- Yo creo que nuestras almas se en-
yes mismas el que consideren la du- cuentran suficientemente desarrolla-
ración de la vida como dilatada; las das a los veinte años; a esta edad son
leyes no consienten que un hombre ya lo que deben ser en lo sucesivo y
sea capaz de la administración de sus prometen cuantos frutos puedan dar
110 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

en el transcurso de la vida; jamás cuerpo se han debilitado más que


espíritu que no haya mostrado en- fortalecido: he retrocedido más que
tonces prenda evidente de su fuerza, avanzado. Es posible que en aque-
presentará después la prueba. Los llos que emplean bien su tiempo,
méritos y virtudes naturales hacen la ciencia y la experiencia crezcan a
ver en aquel término, o no lo hacen medida que su vida avanza; pero la
ver nunca, lo que tienen de esforza- vivacidad, la prontitud, la firmeza y
do y hermoso: otras varias cualidades más impor-
tantes y esenciales, son más nues-
Si l’espine non picque quand nai, tras, cuando jóvenes; luego se agos-
A pene que picque jamai, tan y languidecen:
[Si la espina no pica cuando nace, ape-
nas picará ya jamás]. Ubi iam validis quassatum est
viribus aevi
dicen en el Delfinado. Entre to- Corpus, et obtusis ceciderunt viribus artus,
das las acciones nobles de que tengo Claudicat ingenium, delirat linguaque,
noticia, sea cual fuere su naturaleza, mensque.
puedo asegurar que son en mayor [Cuando el esfuerzo poderoso de los
número las que fueron realizadas, años ha encorvado los cuerpos y gasta-
así en los siglos pasados como en el do los resortes de una máquina agota-
nuestro, antes que después de los da, el juicio vacila, el espíritu se obscu-
treinta años, y muchas veces en la rece y la lengua tartamudea. Lucrecio,
vida misma de un hombre ocurre lo III, 452].
propio. ¿No puedo asegurarlo así
de Aníbal y de Escipión, su grande Ya es el cuerpo el que primero
adversario? La primera hermosa sucumbe a la vejez, ya el alma: he
mitad de sus vidas ganaron la glo- visto muchos hombres cuyo cerebro
ria que gozaron luego; fueron des- se debilitó antes que el estómago y
pués grandes hombres, sin duda, las piernas, mal tan desconocido al
comparados con otros, pero no con que lo sufre como peligroso. Por to-
ellos mismos. En cuanto a mí, ten- das estas consideraciones y razones
go por probado que desde que pasé encuentro desacertadas las leyes, no
de aquella edad mi espíritu y mi porque nos dejen permanecer has-
De la edad • 111

ta demasiado tarde en la labor, sino está expuesta, no debiera repararse


porque no nos ocupen antes. Paré- tanto en el año en que nacimos, ni
ceme que si se reflexionara en la fra- dejarnos tanto tiempo en la inacti-
gilidad de nuestra vida y en los mil vidad, ni emplearlo tan de sobra en
escollos ordinarios y naturales a que nuestro aprendizaje.
de la inconstancia de nuestras acciones

Los que se emplean en el examen puede hallarlos en sí mismo, y yo en-


de las humanas acciones, nunca se cuentro peregrino el ver que las per-
encuentran tan embarazados como sonas de entendimiento se obstinen
cuando pretenden armonizar y pre- en armonizar actos tan contradicto-
sentar bajo el mismo tono los actos rios, en vista de que la irresolución
de los hombres, los cuales se contra- me parece el vicio más común y vi-
dicen comúnmente de tan extraña sible de nuestra naturaleza, como lo
manera, que parece imposible el que acredita este famoso verso de Publio,
pertenezcan a un mismo cosechero. el poeta cómico:
El joven Mario mostrose unas veces
hijo de Marte, e hijo de Venus otras. Malum consilium est, quod mutari non
Del pontífice Bonifacio VIII dícese potest.
que entró en el ejercicio de su cargo [No es un plan excelente el que no
como un zorro, que se condujo como puede modificarse. Publio Siro en Aulo
un león y que murió como un pe- Gelio, XVII, 14].
rro. ¿Y quién hubiera jamás creído
de Nerón, imagen verdadera de la Puede haber asomo de razón en
crueldad, que al presentarle para que juzgar a un hombre por los más co-
la firmase una sentencia de muerte, munes rasgos de su vida, pero en
respondiese: “¡Pluguiera a Dios que atención a la natural instabilidad
nunca hubiera aprendido a escribir!” de nuestras costumbres e ideas, en-
Tal dolor lo ocasionaba la condena- tiendo que hasta los buenos autores
ción de un hombre. Ejemplos seme- hacen mal obstinándose en formar
jantes son abundantísimos; cada cual del hombre una contextura sólida y
De la inconstancia de nuestras acciones • 113

constante: eligen un principio gene- más que desarreglo y falta de medi-


ral, y de acuerdo con él ordenan o da y, por consiguiente, es imposible
interpretan las acciones, y si no lo- suponerle constancia. Atribúyese a
gran acomodarlas a la idea precon- Demóstenes la siguiente máxima:
cebida, toman el partido de disimu- “El fundamento de toda virtud es
lar las que no entran en su patrón. la consultación y deliberación; su
Augusto escapa a sus apreciaciones, fin la perfección y constancia”. Si
pues en tal hombre se reunieron mediante la razón emprendiéra-
una variedad de actos tan rápidos mos determinado camino, toma-
y continuos durante todo el curso ríamos el mejor, mas nadie abriga
de su vida, que no ha sido posible, tal pensamiento:
ni siquiera a los historiadores más
arriesgados, formular sobre él un Quod petiit, spernit; repetit quod nuper
juicio estable. Creo que la cualidad omisit;
dominante en los hombres es la Aestuat, et vitae disconvenit ordine toto.
inconstancia; la cualidad contraria [Abandona lo que quería poseer; de
rara vez se ve en ellos; quien los nuevo vuelve a lo que ha dejado; siem-
juzgare al por menor, menudamen- pre flotante, él mismo se contradice sin
te se acercará más a la verdad. Es cesar. Horacio, Epístolas, I, 198].
difícil encontrar en toda la antigüe-
dad una docena de hombres que Nuestra ordinaria manera de vi-
hayan dirigido su vida conforme a vir consiste en ir tras las inclinacio-
principios seguros, lo cual consti- nes de nuestros instintos; a derecha
tuye el fin principal de la filosofía; e izquierda, arriba y abajo, confor-
comprenderla en síntesis, dice un me las ocasiones se nos presentan.
escritor antiguo, y no acomodarla a No pensamos lo que queremos, sino
nuestra vida, es querer y no querer en el instante en que lo queremos,
constantemente una misma cosa; y experimentamos los mismos cam-
yo me permitiría añadir, siempre y bios que el animal que toma el co-
cuando que la voluntad fuese justa, lor del lugar en que se le coloca.
pues si no lo es, es imposible que Lo que en este momento nos pro-
sea constantemente una. En efecto, ponemos, olvidámoslo en seguida;
yo sé de antiguo que el vicio no es luego volvemos sobre nuestros pa-
114 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

sos, y todo se reduce a movimiento Flotamos entre pareceres diver-


e inconstancia; sos; nada queremos libremente,
absolutamente, constantemente. Si
Ducimur, ut nervis alienis mobile lignum. alguien se trazara y se establecie-
[Nos dejamos llevar como el autómata ra determinadas leyes y régimen
sigue a la cuerda que lo conduce. Ho- concreto de vida, veríamos que en
racio, Sátiras, 7, 82]. su conducta brillaba una armonía
cabal, y en sus costumbres un or-
Nosotros no vamos, somos lle- den y una correlación infalibles, lo
vados, como las cosas que flotan, ya mismo que en todos los actos de su
dulcemente, ya con violencia, según existencia. Empédocles advirtió la
que el agua se encuentra iracunda o siguiente contradicción en los agri-
en calma: gentinos, quienes se entregaban a
los placeres como, si hubieran de
Nonne videmus,
morir al otro día, y edificaban como
Quid sibi quisque velit, nescire, et quaerere
si su vida hubiera de durar siempre.
semper,
El plan de vida sería bien fácil de
Commutare locum, quasi onus deponere
realizar, como puede verse por el
possit?
ejemplo de Catón, el joven: quien
[¿Acaso no vemos que el hombre busca
ha tocado una tecla, las ha tocado
siempre algo, sin saber lo que desea, y
todas; es una armonía de sonidos
que cambia sin cesar de lugar como sí
bien acordados que no puede des-
así pudiera verse libre de la carga que lo
mentirse. No seguimos nosotros tan
abruma? Lucrecio, III, 1070].
prudente ejemplo; formamos tan-
cada día capricho nuevo; nues- tos juicios particulares como actos
tras pasiones se mueven al compás realizamos. Lo más seguro, en mi
de los cambios atmosféricos: opinión, sería acomodarlos a las
circunstancias próximas, sin entrar
Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse en investigación más detenida, y sin
Juppiter auctiferas lustravit lumine terras. deducir otra consecuencia.
[Los pensamientos de los mortales, sus Durante los estragos de nuestro
duelos y alegrías, cambian con los días pobre Estado me contaron que una
que Júpiter les envía. Odisea, XVIII, 135]. muchacha nacida cerca del lugar
De la inconstancia de nuestras acciones • 115

en que yo me hallaba, se había pre- tando tiempo hacía; y advirtiendo


cipitado de lo alto de una ventana después de la curación que cumplía
para escapar a los ardores de un flojamente con sus deberes, le pre-
soldado, huésped suyo; la caída la guntó quién le había cambiado y he-
dejó con vida, y para comenzar de cho cobarde: “Vos mismo, señor, res-
nuevo su empresa quiso clavarse pondió el soldado, al descargarme
en la garganta un cuchillo, inten- de los males que me hacían la vida
to que al pronto pudo impedirse, indiferente”. Un soldado de Lúculo
pero luego se hirió fuertemente. fue desvalijado por sus enemigos y
Confesó la joven que el soldado no llevó a cabo contra ellos una lucida
había empleado con ella más que hazaña; cuando se hubo reintegra-
juegos, solicitaciones y presentes, do de la pérdida, Lúculo le tuvo en
pero que sintió miedo de que lo- buena opinión, y quiso emplearle en
grara su propósito; al hablar así, una expedición arriesgada valiéndo-
sus palabras, su continente y hasta se de las mejores advertencias que se
la sangre que brotaba de su cuerpo le ocurrieron para animarle
daban testimonio de su virtud, cual
si fuera nueva Lucrecia. Pues bien, Verbis, quae timido quoque possent addere
yo he sabido que antes y después mentem:
de este suceso la muchacha había [En términos capaces de animar al más
sido mujer alegre, y no tan difícil tímido. Horacio, Epístolas, II, 2, 36].
de abordar. Como dice el cuento:
“Por hermoso y honrado que seas “Servíos, le contestó, de algún
no deduzcas, al no conseguir tu miserable soldado saqueado”,
propósito, que tu amada es casta
e inviolable; no puede asegurarse Quantum vis, rusticus: Ibit,
que algún mulatero deje de encon- Ibit eo, quo vis, qui zonam perdidit, inquit
trarla en su cuarto de hora”. [Grosero y todo como era, respondió:
Habiendo Antígono cobrado “Irá allí quien haya perdido su caudal”.
afecto a uno de sus soldados por Horacio, Epístolas, II, 2, 39].
su esfuerzo y valentía, ordenó a sus
médicos que le curasen de una larga y rechazó resueltamente el ir
enfermedad que le venía atormen- donde se le mandaba. Cuando lee-
116 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

mos que Mahoma ultrajó y trató con que tan brusca diversidad de actos
dureza excesiva a Chasán, jefe de emanaran de un solo espíritu.
los genízaros, porque a pesar de ver No sólo me afectan los acciden-
sus tropas malparadas por las de los tes exteriores, sino que además yo
húngaros se conducía cobardemen- mismo experimento alteración y
te en el combate, y que Chasán por mudanza por la instabilidad de mi
toda respuesta se lanzó solo, furio- posición; y quien detenidamente se
samente, en el estado en que se en- examine encontrará que el mismo
contraba, con las armas en la mano, estado de espíritu rara vez se repite
en el primer cuerpo enemigo que de nuevo. Yo imprimo a mi alma ya
se presentó ante sus ojos, la acción un aspecto, ya otro, según el lado a
no es en el fondo justificación, sino que la inclino. Si de mí mismo ha-
enajenamiento; no es proeza na- blo unas veces de diverso modo que
tural, sino nuevo despecho. Aquel otras, es porque me considero tam-
a quien ayer visteis tan dado a las bién diversamente. Todas las ideas
aventuras no extrañáis verle pol- más contradictorias se encuentran
trón mañana; merced a la cólera, a en mi alma, en algún modo, confor-
la necesidad, a la compañía, al vino, me a las circunstancias y a las cosas
o al sonido de una trompeta había que la impresionan: vergonzoso, in-
hecho de tripas corazón; su arrojo solente; casto, lujurioso; hablador,
no tuvo por origen el sereno racio- taciturno; laborioso, negligente; in-
cinio, las circunstancias le impelie- genioso, torpe; malhumorado, de
ron, y no es maravilla que sea otro buen talante; mentiroso, veraz; sa-
hombre movido por acontecimien- bio, ignorante; liberal, avaro y pródi-
tos contrarios. Esta variación y con- go; todas estas cualidades las veo en
tradicción tan versátiles que se ven mí sucesivamente, según la dirección
en nosotros, han sido causa de que a que me inclino. Quien se estudie
algunos piensen que tenemos dos atentamente encontrará en sí mismo
almas, y otros que estamos dotados y hasta en su juicio igual volubilidad
de dos fuerzas distintas, las cuales y discordancia. Yo no puedo formu-
nos acompañan y agitan de modo lar ninguno sobre mí mismo que sea
diverso, hacia el bien la una y la otra concluyente, sencillo y sólido, sin
hacia el mal, porque no concibieron confusión y sin mezcla, tampoco re-
De la inconstancia de nuestras acciones • 117

sumirlo en una palabra: Distingo es el tarse luego por la pérdida de un hijo


término más universal de mi lógica. o por la de un proceso; cuándo co-
Aun cuando yo me incline siem- barde hasta la infamia, cuándo firme
pre a elogiar las buenas obras y a in- en la miseria; y otros a quienes asusta
terpretar más bien en buena parte las la navaja de afeitar del barbero, que
acciones que muestran ser dignas de permanecen firmes contra la espada
alabanza, sucede que la singularidad de sus adversarios. La acción es dig-
de nuestra condición hace que por na de alabanza en todos esos casos,
el vicio mismo muchas veces seamos no el hombre que la realiza. Algu-
impulsados a practicar el bien (si el nos griegos, dice Cicerón, no po-
bien obrar no se juzgase por la sola dían soportar la vista del enemigo,
intención que lo guía), según lo cual y en cambio resistían tranquilos las
un hecho valeroso no presupone un enfermedades. Los cimbrios y los
hombre valiente: el que lo fuera en celtíberos experimentaban lo con-
realidad seríalo siempre, en todas trario: Nihil enim potest esse aequabile,
ocasiones. Si se tratara realmente de quod non a certa ratione proficiscatur
una virtud acostumbrada y no de un [Para seguir una conducta uniforme
rasgo imprevisto, la acción valerosa es necesario tomar como punto de
haría al hombre igualmente resuel- partida un principio invariable. Ci-
to para afrontar todos los accidentes cerón, Tusculanas, II, 27].
que le sobrevinieran, lo mismo en- No hay valor que pueda compa-
contrándose solo que acompañado; rarse, en el orden militar, con el de
así en campo cerrado como en una Alejandro Magno, pero el esfuerzo
batalla, pues dígase lo que se quiera de su ánimo, aunque de una sola
no hay distinto valor en la calle que especie, y en esta misma incom-
en campo raso; tan valientemente parable, como todo, tiene todavía
soportaría una enfermedad en su sus puntos débiles, los cuales hacen
cama, como una herida en un cam- que le veamos descomponerse ante
pamento, no temería la muerte en las más leves sospechas de las ma-
su lecho como no la tiene miedo al quinaciones que los suyos trama-
encontrarse en un asalto; no vería- ban contra su vida, y conducirse en
mos al mismo hombre conducirse ellas con vehemente injusticia y con
unas veces con bravura y atormen- un temor que oscurecía las luces
118 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

de su razón. La superstición, que viento le lleva, como reza la divisa


también le dominaba, es en algún de nuestro Talebot.
modo prueba de pusilanimidad; No es maravilla, dice un escritor
y el exceso de penitencia que hizo antiguo, que el acaso pueda tanto
con motivo de la muerte de Clito sobre nosotros, pues que por acaso
testifica igualmente la desigualdad vivimos. Quien no ha enderezado
de su ánimo. Nuestra conducta se su vida hacia un determinado fin es
compone de partes heterogéneas y imposible que pueda ser dueño de
desligadas, con las cuales pretende- sus acciones particulares; es imposi-
mos alcanzar un honor ilegítimo. ble que ponga en orden las piezas
La virtud no consiente ser practica- de que se compone un conjunto,
da sino por ella misma, y si muchas quien no tiene de antemano en el
veces se aparenta su aspecto para espíritu la idea de ese mismo con-
ejecutar un acto que se aparte de junto. ¿Para qué serviría la provisión
ella, muy luego nos arranca la más- de colores a quien no supiera lo que
cara del semblante; es la virtud a tenía que pintar? Ninguno hace de
manera de vivísimo e intenso colo- su vida designio determinado, ni
rido que no se separa del alma sino delibera sino por parcelas. El arque-
haciéndola añicos. He aquí por qué ro debe primeramente saber el pun-
para juzgar a un hombre es preciso to donde dirige el dardo; luego aco-
seguir sus pasos desde los comien- modar la mano, el arco, la cuerda y
zos, e inquirirse de los pormenores los movimientos: nuestros consejos
más nimios; si la constancia no se nos extravían porque carecen de di-
descubre en sus acciones, cui viven- rección y de fin; ningún viento sopla
di via considerata atque provisa est [De para el que no se dirige a un puer-
modo que siga sin desviarse jamás to determinado. No soy del parecer
del camino que se ha trazado. Ci- de los jueces que encontraron que
cerón, Paradojas, V, I]; si la variedad Sófocles era apto para el manejo de
de acontecimientos modifica la di- las cosas domésticas contra la acusa-
rección de sus pasos (no digo la ra- ción de su hijo, por haber presen-
pidez, porque el paso puede apre- ciado la representación de una de
surarse o acortarse), dejadle correr, sus tragedias; ni apruebo tampoco
ése sigue la dirección adonde el lo que los parios conjeturaron cuan-
De la inconstancia de nuestras acciones • 119

do fueron enviados para reformar a cado en la sombra y en la ociosidad,


los milesios: al visitar aquéllos la isla y hacer que se lance muy lejos del
se fijaron en las tierras que estaban hogar doméstico a la merced de las
mejor cultivadas y en las casas de la- ondas y de Neptuno irritado, en un
bor mejor gobernadas; registraron frágil barco; puesto que también en-
el nombre de los dueños de unas y seña la discreción y la prudencia, y
otras, reunieron luego a los habi- Venus provee de resolución y arrojo
tantes de la ciudad y confirieron a a la juventud que permanece toda-
aquéllos los cargos de gobernadores vía bajo la disciplina y la vara, al par
y magistrados, juzgando, que como que subleva el tierno corazón de las
eran cuidadosos en sus negocios doncellas, aún en el regazo de sus
privados seríanlo también en los ne- madres:
gocios públicos. No somos más que
seres fragmentarios de una contex- Hac duce, custodes furtim transgressa
tura tan informe y diversa, que cada jacentes,
pieza de las que nos forman, y cada Ad juvenem tenebris sola puella venit:
momento de nuestra vida, hacen un [Instigada por Venus, la joven pasa
juego distinto, y se encuentra dife- furtivamente junto a los que la vigilan,
rencia tan grande entre nosotros y y sola, durante la noche, se dirige en
nosotros mismos, como la que existe busca de su amante. Tibulo, II, 1, 75].
entre nosotros y los demás hombres:
Magnam rem puta, unum hominem age- no es de ningún modo cuerdo ni
re [Vivid persuadido de que es bien sensato el juzgarnos solamente por
difícil ser constantemente el mismo nuestras acciones exteriores, es pre-
hombre. Séneca, Epístolas, 120]. ciso introducir la sonda hasta lo más
Puesto que la ambición puede recóndito de nuestra alma y ver cuá-
enseñar a los mortales la práctica les son los resortes que la ponen en
del valor, la de la templanza, la de movimiento. Empresa ardua, elevada
la liberalidad y hasta la de la justicia; y sujeta a mil conjeturas, en la que yo
puesto que la codicia puede llevar quisiera ver ocultos a muy pocos, por
bríos al pecho de un marmitón edu- las muchas dificultades que encierra.
de la embriaguez

El mundo no es más que variedad Qui teneros caules alieni fregerit horti,
y desemejanza; los vicios son todos Et qui nocturnus divum sacra legerit...
parecidos, en cuanto todos son vi- [Nunca se probará con buenas razones
cios, y de esta suerte es en ocasio- que robar coles en una heredad sea un
nes el parecer de los estoicos; pero crimen tan grande como saquear un tem-
aunque todos lo sean igualmente, plo. Horacio, Sátiras, I, 3, 115].
no por ello son vicios iguales, y
aquel que ha franqueado el límite Hay en materia de vicios tanta
cien pasos más allá, diversidad como en cualquiera otra
acción humana. La confusión en la
Quos ultra, citraque nequit consistere categoría y medida de los pecados es
rectum, peligrosa: los asesinos, los traidores
[Así, pues, es imposible desviarse en y los tiranos tienen interés sobrado
ningún sentido sin perder el camino en que esa confusión exista, pero no
verdadero. Horacio, Sátiras, I, 1 107]. hay motivo para que su conciencia
encuentre alivio porque otros sean
es sin duda de peor condición ociosos, lascivos o poco asiduos en
que el que no traspuso más que la devoción. Cada cual considera de
diez; no es creíble, por ejemplo, mayor gravedad el delito de su com-
que el sacrilegio no sea peor que el pañero y trata de aligerar el suyo. Los
robo de una col de nuestra huerta. educadores mismos suelen clasificar
mal los pecados, a mi entender. Así
Nec vincet ratio hoc, tantumdem ut peccet, como Sócrates decía que el principal
idemque, oficio de la filosofía era distinguir los
De la embriaguez • 121

bienes de los males, así nosotros, en su andar es incierto, su paso inseguro,


quienes hasta lo mejor es siempre vi- su lengua se traba, su alma parece aho-
cioso, debemos decir lo mismo de la gada y sus ojos extraviados. El hombre
ciencia de distinguir las culpas, sin la borracho lanza impuros eructos y tar-
cual los virtuosos y los malos perma- tamudea injurias. Lucrecio, III, 475].
necen mezclados, sin que se distin-
gan los unos de los otros. El estado más deplorable del
La embriaguez, entre todos los hombre es aquel en que pierde el
demás, me parece un vicio grosero conocimiento, imposibilitándose de
y brutal. El espíritu toma una par- gobernarse a sí mismo; y dícese,
ticipación mayor en otros; los hay, entre otras cosas, a propósito de él,
por ejemplo, que tienen no sé qué que como el mosto cuando hierve
de generosos, si es lícito hablar así; en una cuba eleva a la superficie
algunos existen, a que la ciencia con- todo lo que hay en el fondo de la
tribuye, la diligencia, la valentía, la misma, así el vino hace desbordar
prudencia, la habilidad y la fineza. los secretos más íntimos a los que
En la embriaguez, todo es corporal han bebido demasiado.
y terrenal. De suerte que, la nación
menos civilizada de las que existen Tu sapientium
en el día, es solamente el lugar don- Curas, et arcanum jocoso
de tiene crédito. Los otros desórde- Consilium retegis Lyaeo.
nes alteran el entendimiento; éste lo [En medio de tus alegres transportes,
derriba y además embota el cuerpo: ¡oh Baco!, el sabio se deja arrancar su
secreto. Horacio, Odas, III, 21, 1].
Quum vini vis penetravit...
Consequitur gravitas membrorum, Josefo refiere que hizo cantar cla-
praepediuntur ro a cierto embajador que sus ene-
Crura vacillanti, tardescit lingua, madet migos le habían enviado, haciéndole
mens, beber copiosamente. Sin embargo,
Nant oculi; clamor, singultus, jurgia, Augusto, que confió a Lucio Piso, el
gliscunt. conquistador de Tracia, los negocios
[Cuando al hombre doma la fuerza del más delicados que tuvo, no encontró
vino, sus miembros pierden la ligereza; motivos de arrepentirse en su elec-
122 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

ción; ni Tiberio de Cosso, en quien hubiese leído en las historias que


abandonó sus secretos más recón- Atalo convidó a cenar con intención
ditos, aunque sepamos que ambos de cometer con él una grave infamia
eran tan aficionados al vino, que más a Pausanias, que más tarde mató a
de una vez hubo que sacarlos del se- Filipo (por tratar de inferirle la mala
nado porque estaban borrachos, partida de que aquí se habla), rey de
Macedonia, soberano que por sus
Hesterno inflatum venas, de more, Lyaeo bellas prendas dio testimonio de la
[Las venas todavía inflamadas a causa educación que recibiera en la casa y
del vino que bebiera la víspera. Juve- compañía de Epaminondas. Atalo
nal, XV, 41]. dio de beber tanto a su huésped que
pudo convertir su cuerpo, insensi-
con igual confianza que a Casio,
blemente, en el de una prostituta
bebedor de agua, encomendóse a
cuartelera para los mulateros y mu-
Címber el designio de matar a Julio
chos abyectos servidores de su casa.
César, aunque Címber se emborra-
Otro hecho me refirió una dama a
chaba con frecuencia; a esta comisión
quien honro y tengo en grande es-
repuso ingeniosamente el amigo de
tima: cerca de Burdeos, hacia Cas-
Baco: “Yo, que no puedo vencer al
tres, donde se encuentra la casa de
vino, menos podré acabar con el ti-
mi amiga, una aldeana, viuda y de
rano”. Los alemanes, aun cuando
costumbres honestas, advirtió los
estén ebrios a más no poder, van
primeros síntomas del embarazo y
derechos a su cuartel, y recuerdan la
dijo a sus vecinas que a tener ma-
consigna y su lugar en las filas:
rido creería encontrarse preñada;
Nec facilis victoria de madidis, et como aumentaran de día en día las
Blaesis, atque mero titubantibus. pruebas de tal sospecha y por últi-
[Aunque ahogados en el vino, tartamu- mo la cosa fuese de toda evidencia,
deando y dando traspiés, es difícil ven- la mujer hizo que se anunciara en
cerlos. Juvenal, Ibíd., 47]. la plática que se pronunciaba en su
iglesia, que a quien fuera el padre
Nunca hubiera imaginado si- de la criatura y lo confesara, le per-
quiera que pudiese existir borrache- donaría y consentiría en casarse con
ra tan tremenda y ahogadora, si no él si lo encontraba de su agrado y el
De la embriaguez • 123

hombre quería. Entonces uno de sus Ciro, rey tan renombrado, ale-
criados, muchacho joven, anima- ga entre otras cosas de que se alaba
do con el anuncio, declaró haberla para probar su superioridad sobre
encontrado un día de fiesta profun- su hermano Artajerjes, que sabía
damente ebria durmiendo junto al beber mucho mejor que él. Entre
hogar y con las ropas tan arreman- las naciones mejor gobernadas esta-
gadas, que había podido usar de ella ba muy en uso el beber a competen-
sin despertarla. Este matrimonio cia hasta la embriaguez. Yo he oído
vive hoy todavía. decir a Silvio, excelente médico de
La antigüedad no censura gran París, que para hacer que las fuerzas
cosa la embriaguez. Los escritos mis- de nuestro estómago no se dejen
mos de algunos filósofos hablan de ganar por la pereza, es conveniente,
ella casi contemporizando; y hasta siquiera una vez al mes, despertarlas
entre los estoicos, hay quien aconse- por este exceso de bebida, y excitar-
ja el beber alguna vez que otra a su las para evitar que se adormezcan.
sabor y emborracharse para alegrar Hase dicho también que los persas
el espíritu. discutían sus negocios más impor-
tantes después de beber.
Hoc quoque virtutum quondam certamine Mi gusto y complexión naturales
magnum son más enemigos de este exceso
Socratem palmam promeruisse ferunt. que mi razón, pues aparte de que
[Dícese que en esta noble justa ganó la pal- yo acomodo fácilmente mis opinio-
ma el gran Sócrates. Pseudo Galo, I, 47]. nes a la autoridad de los antiguos, si
bien encuentro que la embriaguez es
Al severo Catón, corrector y cen- un vicio cobarde y estúpido, lo creo
sor de los demás, se le reprochó su menos perverso y dañoso que los
cualidad de buen bebedor: demás, los cuales van casi todos en
derechura contra la sociedad públi-
Narratur et prisci Catonis ca. Y si como dicen los estoicos, no
Saepe mero caluisse virtus. podemos procurarnos placer algu-
[Refiérese también del viejo Catón que no sin que nos cueste algún sacrifi-
el vino enardecía su virtud. Horacio, cio, creo que el vicio de que hablo
Odas, III, 21, 11]. es menos gravoso que los otros para
124 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

nuestra conciencia; tampoco es difí- ban bebiendo noches enteras y a


cil proveerse de la primera materia, veces empalmaban las noches con
circunstancia no indigna de tenerse los días; así que nos cumple am-
en cuenta. Un hombre digno, de pliar más este placer. He conoci-
edad avanzada, me decía que de los do un gran señor, persona a quien
tres placeres que en la vida le queda- adornaban elevadas prendas y que
ban, era éste uno; y efectivamente, había salido victorioso en grandes
¿dónde encontraremos gustos que empresas, que sin esfuerzo alguno
aventajen a los naturales? Pero esa en sus comidas escanciaba diez bo-
persona se colocaba en mala dispo- tellas de vino; luego despachaba
sición: es preciso huir la delicadeza sus negocios con todo acierto, mos-
y el cuidado exquisito en la elec- trándose quizás más avisado que en
ción del vino, porque si el origen situación normal. El placer que de-
del placer reside en beberlo exce- bemos reservarnos en el transcurso
lente, os veréis obligados a sopor- de nuestra vida exige que conce-
tar el dolor de beberlo malo alguna damos mayor tiempo a la bebida,
vez. Es preciso tener el gusto más hasta el punto de que, como los
libre y amplio; un buen bebedor muchachos de las tiendas y las gen-
debe estar dotado de un paladar tes que ejercen un trabajo manual,
bien resistente. Los alemanes be- no rechacemos ninguna ocasión de
ben casi con igual placer todos los empinar el codo y tengamos cons-
vinos; su fin es tragarlos más bien tantemente vivo en la imaginación
que paladearlos. De ese modo les el deseo de hacerlo. Diríase que a
va mucho mejor: así el placer que diario acortamos los placeres del
experimentan es más grande y en- paladar y que en nuestras casas el
cuentran más a la mano el procu- número de comidas no es tan gran-
rárselo. Beber a la francesa, en las de como en tiempos pasados; yo he
dos comidas y de una manera mo- visto los desayunos, almuerzos, ce-
derada por cuidado de la salud, es nas, meriendas, piscolabis. ¿Será la
restringir demasiado los favores del causa que en alguno de nuestros
dios Baco; es preciso ocupar más defectos hayamos tomado el cami-
tiempo y desplegar mayor constan- no de la enmienda? No, en verdad;
cia en el beber. Los antiguos pasa- lo que acaso en mi sentir ocurre es
De la embriaguez • 125

que nos hemos lanzado en la con- naban en general más a la supersti-


cupiscencia mucho más que nues- ción que a razonar; era de pequeña
tros padres. Este vicio y el de la be- estatura, lleno de vigor, derecho y
bida son dos cosas que se repelen: bien proporcionado; su rostro era
aquélla ha debilitado nuestro estó- agradable, más bien moreno, y su
mago, y la flojedad nos ha hecho destreza no reconocía competencia
más delicados y adamados para la en ninguna suerte de ejercicios de
práctica del amor. habilidad o fuerza. He visto algunos
Merecerían consignarse, por lo bastones rellenos de plomo, de los
singulares, las cosas que oí referir cuales se servía para endurecer sus
a mi padre a propósito de la cas- brazos; lanzaba diestramente la ba-
tidad de su siglo; y en verdad que rra, arrojaba piedras con maestría
sentaban bien en sus labios tales pa- y tiraba al florete; a veces gastaba
labras, pues era hombre de galan- zapatos con las suelas cubiertas de
tería extrema con las damas por in- plomo para alcanzar mayor agilidad
clinación y reflexión. Hablaba poco, en la carrera y en el salto. En todas
pero bien, y entreveraba su lenguaje estas cosas ha dejado memoria de
con ornamentos sacados de libros pequeños portentos; yo le he visto,
modernos, principalmente españo- cuando contaba ya sesenta años,
les; entre éstos era muy aficionado burlarse de nuestros juegos, lanzar-
al Marco Aurelio [Reloj de príncipes, se sobre un caballo estando vestido
o vida de Marco Aurelio y de su mu- con un traje forrado de pieles, girar
jer Faustina. Bayle en su Diccionario alrededor de una mesa apoyándo-
Histórico-crítico consagra un artículo se sobre el dedo pulgar y subir a su
a Guevara], del obispo de Mondo- cuarto saltando las escaleras de cua-
ñedo, don Antonio de Guevara. Era tro en cuatro. Volviendo a las damas,
su porte de una gravedad risueña, contábame mi padre que en toda
muy modesto y humilde; ponía una provincia apenas se encontraba
singular cuidado en la decencia y una sola señora de distinción cuya
decoro de su persona y vestidos, ya reputación no fuera dudosa; rela-
fuera a pie o a caballo; la lealtad de taba también casos de singulares
sus palabras era extraordinaria, y privaciones, principalmente suyas,
su conciencia y religiosidad le incli- hallándose en compañía de mujeres
126 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

honradas, limpias de toda mancha, morada. Por lo mismo no se me al-


y juraba santamente haber llegado canza cómo algunos llevan el abuso
al estado de matrimonio completa- de la bebida hasta hacer uso de ella
mente puro, después de haber to- cuando no tienen sed ninguna, for-
mado parte durante largo tiempo jándose imaginariamente un apetito
en las guerras de tras los montes, de artificial contra naturaleza; mi estó-
las cuales nos dejó un papel diario mago se encuentra imposibilitado de
escrito por su mano, en que relata ir tan lejos; gracias si puede admitir
todas las vicisitudes que le aconte- lo que por necesidad ha menester
cieron y las aventuras de que fue contener. Yo apenas bebo sino des-
testigo. Contrajo matrimonio sien- pués de comer, y el último trago es
do ya algo entrado en años, en el de siempre mayor que los precedentes.
1528 que era el treinta y tres de su Porque al llegar la vejez solemos te-
nacimiento, a su regreso de Italia. ner el paladar alterado por el reuma
Pero volvamos a nuestras botellas. o por cualquiera otra viciosa cons-
Las molestias de la vejez, que tie- titución, el vino nos es más grato a
nen necesidad de algún alivio, acaso medida que los poros del paladar se
pudieran engendrar en mí el placer abren y se lavan, al menos yo a los
de la bebida, pues es como si dijé- primeros sorbos no le encuentro bien
ramos el último que el curso de los el gusto. Admirábase Anacarsis de
años nos arrebata. Los buenos bebe- que los griegos bebieran al fin de sus
dores dicen que el calor natural, en comidas en vasos mayores que al co-
la infancia, reside principalmente en mienzo; yo creo que la razón de ello
los pies; de los pies se traslada a la es la misma que la que preside a la
región media del cuerpo, donde per- costumbre de los alemanes, quienes
manece largo tiempo, y produce, se- dan principio entonces al combate
gún mi dictamen, los únicos placeres bebiendo con intemperancia.
verdaderos de la vida corporal; los Prohíbe Platón el vino a los ado-
otros goces duermen, comparados lescentes antes de los dieciocho años,
con el vigor de éste; hacia el fin de y emborracharse antes de los cuaren-
la existencia, como un vapor que va ta, mas a los que pasaron esta edad
subiendo y exhalándose, llega a la los absuelve y consiente el que en sus
garganta, en la cual hace su última festines Dionisio predomine amplia-
De la embriaguez • 127

mente, pues es el dios que devuelve narse con ocupaciones de cada uno,
la alegría a los hombres y la juven- ni tampoco la noche que se destine a
tud a los ancianos; el que dulcifica y engendrar los hijos.
modera las pasiones del alma, de la Cuéntase que el filósofo Stilpón
propia suerte que el hierro se ablan- agravó su vejez hasta el fin de sus días
da por medio del fuego. El mismo y a sabiendas por el uso del vino puro.
filósofo en sus Leyes encuentra útiles Análoga causa, aunque no voluntaria,
las reuniones en que se bebe, siem- debilitó las fuerzas ya abatidas por la
pre que en ellas haya un jefe para edad del filósofo Arcesilao.
gobernarlas y poner orden, puesto Es una antigua y extraña cues-
que, a su juicio, dice, la borrachera tión la de saber “si el espíritu del
es una buena y segura prueba de la filósofo puede ser dominado por la
naturaleza de cada uno, al propio fuerza del vino”:
tiempo que comunica a las personas
de cierta edad el ánimo suficiente Si munitae adhibet vim sapientae.
para regocijarse con la música y con [Si el vino puede dar al traste con la
la danza, cosas gratas de que la vejez prudencia más firme. Horacio, Odas,
no se atreve a disfrutar estando en III, 28, 4].
completa lucidez. Dice además Pla-
tón que el vino comunica al alma la ¡A cuántas miserias nos empuja
templanza y la salud al cuerpo, pero la buena opinión que nos formamos
encuentra, sin embargo, en su uso las de nosotros! El alma más ordenada
siguientes restricciones, tomadas en del mundo, la más perfecta, tiene
parte a los cartagineses: que se beba demasiada labor con esforzarse en
la menor cantidad posible cuando contenerse, con guardarse de caer
se tome parte en alguna expedición en tierra impelida por su propia de-
guerrera, y que los magistrados y bilidad. Entre mil no hay ninguna
jueces se abstengan de él cuando que se mantenga derecha y sosega-
se encuentren en el ejercicio de sus da ni un sólo instante de la vida; y
funciones, o se hallen ocupados en el hasta pudiera ponerse en tela de jui-
despacho de los negocios públicos; cio si dada la natural condición del
añade además que no se emplee el alma pudiera tal situación ser viable;
día en beber, pues el tiempo debe lle- mas pretender juntar la constancia,
128 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

que es la perfección más acabada, es preciso es que cierre los ojos ante
casi absurdo. Considerad, si no, los el golpe que le amenaza, que se de-
numerosos accidentes que pueden tenga y tiemble ante el borde del pre-
alterarla. En vano Lucrecio, poeta cipicio como un niño; la naturaleza
eximio, filosofa y se eleva sobre las se reservó esos ligeros testimonios
humanas miserias, pues que un filtro de su poderío, tan inexpugnables a
amoroso le convierte en loco insen- nuestra razón como a la virtud estoi-
sato. Los efectos de una apoplejía ca para enseñarle su caducidad y de-
alcanzan lo mismo a Sócrates que a bilidad: de miedo palidece, enrojece
cualquier mozo de cordel. Algunos de vergüenza y gime por un cólico
olvidaron hasta su propio nombre a violento, si no con ayes desesperados
causa de una enfermedad terrible; y lastimeros, al menos con voz ronca y
una leve herida bastó a dar al traste quebrada:
con la razón de otros. Aunque admi-
tamos en el hombre la mayor suma Humani a se nihil alienum putet.
de prudencia, no por ello dejará de [Que no se crea, pues, al abrigo de ningún
ser hombre, es decir, el más caduco, accidente humano. Terencio, Heautonti-
el más miserable y el más insigni- morúmenos, I, I, 25. Montaigne modifica
ficante de los seres. No es capaz la el sentido de este verso para adaptarlo a
cordura de mejorar nuestras condi- la idea del texto].
ciones naturales:
Los poetas que imaginan cuanto
Sudores itaque, et pallorem exsistere toto les place, ni siquiera osaron pintar-
Corpore, et infringi linguam, vocemque nos a sus héroes sin verter lágrimas:
aboriri,
Caligare oculos, sonere aures, succidere artus, Sic fatur lacrymans, classique immittit
Denique concidere, ex animi terrore, videmus habenas.
[Así, cuando el alma se aterroriza, todo [Así hablaba Eneas, con los ojos ba-
el cuerpo palidece y se cubre de sudor, ñados en lágrimas y su flota vagaba a
tartamudea la lengua, la voz se extingue, toda vela. Virgilio, Eneida, VI, 1].
la vista se enturbia, los oídos chillan y el
organismo todo se trastorna. Lucrecio, Confórmese, pues, el hombre con
III, 155]. sujetar y moderar sus inclinaciones,
De la embriaguez • 129

pues hacerlas desaparecer no reside su envoltura”. Cuando oímos a los


en su débil poderío. Plutarco, tan mártires, rodeados por las llamas,
perfecto y excelente juez de las ac- gritar al tirano: “Esta parte ya está
ciones humanas, al considerar que bastante asada; córtala, cómela, ya
Bruto y Torcuato dieron muerte a está cocida; asa el otro lado”; cuando
sus hijos, dudó de si la virtud podía vemos en Josefo la heroicidad de un
llegar a tales hechos, y si esos per- muchacho que fue desgarrado con
sonajes no habían sido movidos por tenazas y agujereado con leznas por
alguna otra pasión. Antíoco, que en medio de la tortura
Todas las acciones que sobrepa- le desafiaba con voz firme y segura,
san los límites ordinarios están suje- exclamando: “Pierdes tu tiempo, ti-
tas a interpretación falsa, por la sen- rano, heme aquí lleno de placer”;
cilla razón de que nuestra condición “¿dónde está el dolor?, ¿dónde los
no alcanza lo que está por encima tormentos con que me amenazabas?,
de ella ni lo que está por debajo. ¿no se te alcanzan otros medios? Mi
Dejando a un lado la secta estoica bravura te causa mayor dolor del que
que hace tan extrema profesión de yo siento, por tu crueldad. ¡Cobarde,
fiereza, hablemos de la otra que se imbécil! Mientras tú te rindes, yo re-
considera como más débil y oigamos cobro vigor nuevo; ¡haz que me que-
las fanfarronadas de Metrodoro: Oc- je, haz que sufra, haz que me rinda si
cupavi te, Fortuna, atque cepi; om- puedes! Comunica a tus satélites y a
nesque aditus tuos interclusi, ut ad tus verdugos el valor necesario; helos
me adspirare non posses [¡Oh fortu- ahí ya, tan faltos de ánimo, que ya no
na!, te preví, logré domarte y forti- pueden más; ármalos de nuevo, haz
fiqué todas las avenidas por donde de nuevo que se encarnicen”. Menes-
pudieras llegar hasta mí. Cicerón, ter es confesar que en tales almas hay
Tusculanas, V, 9]. Cuando, Anaxar- algún desorden o algún furor, por
co, por orden de Nicocreon, tirano santo que sea. Al oír estas exclama-
de Chipre, fue metido en una pila ciones estoicas, “Prefiero ser furioso
profunda y deshecho a martillazos, que voluptuoso” [Aulio Gelio, IX, 5;
decía sin cesar: “Sacudidme y des- Diógenes Laercio, VI, 3. Montaigne
garradme; no es Anaxarco el que traduce estas palabras antes de ci-
machacáis; machacáis solamente   
tarlas], 
130 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

 
 en el original], como decía de la refriega empuja a los soldados a
Antístenes, cuando Sextio nos ase- realizar actos tan temerarios, que lue-
gura que prefiere ser encadenado go que la calma renace, ellos son los
por el dolor antes que serlo por el primeros en sobrecogerse de admi-
placer; cuando Epicuro intenta rego- ración por las heroicas hazañas que
cijarse con el mal de gota, y volunta- llevaron a cabo. Lo propio acontece
riamente abandona el reposo y la sa- a los poetas cuando la inspiración es
lud desafiando las dolencias, rechaza ya pasada; ellos mismos admiran sus
los dolores menos rudos y desdeña propias obras y no reconocen las hue-
combatir la enfermedad con la cual llas que les condujeron a tan florido
adquiere sufrimientos duraderos, in- camino; es lo que se llama en el artis-
tensos, dignos de él; ta ardor o fuego sagrado. Inútilmen-
te, dice Platón, llama a las puertas
Spumantemque dari pecora inter inertia de la poesía el hombre cuyo espíritu
votis es tranquilo. Aristóteles asegura que
Optat aprum, aut fulvum descendere ninguna alma privilegiada está com-
monte leonem. pletamente exenta de locura, y tiene
[Desdeñando esos inofensivos animales, razón en llamar así todo arrebato,
quisiera que se presentara ante él un ja- por laudable que sea, que sobrepa-
balí con la boca cubierta de espuma, o sa nuestra propia razón y raciocinio,
que un león descendiera de la monta- puesto que la cordura consiste en el
ña. Virgilio, Eneida, IV, 158]. acertado gobierno de las acciones
de nuestra alma para conducirla con
¿Quién no juzga que tales arran- adecuada medida y justa propor-
ques son los respiraderos de un valor ción. Platón sustenta así su principio:
desequilibrado? Nuestra alma, en su “Siendo la facultad de profetizar su-
estado normal, no podría volar a ta- perior a nuestras luces, preciso es
les alturas; para alcanzarlas precisa que nos encontremos transportados
que se eleve, y que cogiendo el freno cuando la practicamos: indispensable
con los dientes, conduzca al hombre es que nuestra prudencia sea alterada
a una distancia tan lejana, que él mis- por el sueño, por alguna enfermedad
mo se pasme luego de la acción que o arrebatada de su asiento por algún
llevó a cabo. En los combates, el calor arrobamiento celeste”.
de los libros

Bien sé que con frecuencia me acon- bien esclarecidas; yo de ello no me


tece tratar de cosas que están mejor acuerdo, pues bien que sea hombre
dichas y con mayor fundamento y que amo la ciencia, no retengo sus
verdad en los maestros que escri- enseñanzas; así es que no aseguro
bieron de los asuntos de que hablo. certeza alguna, y sólo trato de asen-
Lo que yo escribo es puramente un tar el punto a que llegan mis conoci-
ensayo de mis facultades naturales, mientos actuales. No hay, pues, que
y en manera alguna del de las que fijarse en las materias de que hablo,
con el estudio se adquieren; y quien sino en la manera como las trato, y
encontrare en mí ignorancia no hará en aquello que tomo a los demás,
descubrimiento mayor, pues ni yo téngase en cuenta si he acertado a
mismo respondo de mis aserciones ni escoger algo con que realzar o soco-
estoy tampoco satisfecho de mis dis- rrer mi propia invención, pues pre-
cursos. Quien pretenda buscar aquí fiero dejar hablar a los otros cuando
ciencia, no se encuentra para ello en yo no acierto a explicarme tan bien
el mejor camino, pues en manera como ellos, bien por la flojedad de
alguna hago yo profesión científica. mi lenguaje, bien por debilidad de
Contiénense en estos ensayos mis mis razonamientos. En las citas atén-
fantasías, y con ellas no trato de ex- gome a la calidad y no al número;
plicar las cosas, sino sólo de darme a fácil me hubiera sido duplicarlas, y
conocer a mí mismo; quizás éstas me todas, o casi todas las que traigo a co-
serán algún día conocidas, o me lo lación, son de autores famosos y anti-
fueron ya, dado que el acaso me haya guos, de nombradía grande, que no
llevado donde las cosas se hallan han menester de mi recomendación.
132 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Cuanto a las razones, comparaciones capaz de advertir al mostrármelos;


y argumentos, que trasplanto en mi pero la enfermedad del juicio es no
jardín, y confundo con las mías, a ve- echarlos de ver cuando otro pone el
ces he omitido de intento el nombre dedo sobre ellos. La ciencia y la ver-
del autor a quien pertenecen, para dad pueden entrar en nuestro espí-
poner dique a la temeridad de las ritu sin el concurso del juicio, y éste
sentencias apresuradas que se dic- puede también subsistir sin aquéllas:
taminan sobre todo género de es- en verdad, es el reconocimiento de
critos, principalmente cuando éstos la propia ignorancia uno de los más
son de hombres vivos y están com- seguros y más hermosos testimonios
puestos en lengua vulgar; todos ha- que el juicio nos procura. Al trans-
blan y se creen convencidos del de- cribir mis ideas, no sigo otro camino
signio del autor, igualmente vulgar; que el del azar; a medida que mis
quiero que den un capirotazo sobre ensueños o desvaríos aparecen a mi
mis narices a Plutarco y que injurien espíritu voy amontonándolos: unas
a Séneca en mi persona, ocultando veces se me presentan apiñados,
mi debilidad bajo antiguos e ilus- otras arrastrándose penosamente
tres nombres. Quisiera que hubiese y uno a uno. Quiero exteriorizar mi
alguien que, ayudado por su claro estado natural y ordinario, tan des-
entendimiento señalara los autores ordenado como es en realidad, y me
a quienes las citas pertenecen, pues dejo llevar sin esfuerzos ni artificios;
como yo adolezco de falta de memo- no hablo sino de cosas cuyo desco-
ria, no acierto a deslindarlas; bien nocimiento es lícito y de las cuales
comprendo cuáles son mis alcances, puede tratarse sin preparación y
mi espíritu es incapaz de producir con libertad completa. Bien quisiera
algunas de las vistosas flores que es- tener más cabal inteligencia de las
tán esparcidas por estas páginas, y cosas, pero no quiero comprarla por
todos los frutos juntos de mi enten- lo cara que cuesta. Mi designio con-
dimiento no bastarían a pagarlas. siste en pasar apacible, no laboriosa-
Debo, en cambio, responder de la mente, lo que me resta de vida; por
confusión que pueda haber en mis nada del mundo quiero romperme
escritos, de la vanidad u otros defec- la cabeza, ni siquiera por la ciencia,
tos que yo no advierta o que sea in- por grande que sea su valer.
De los libros • 133

En los libros sólo busco un entre- me consagro a la lectura cuando el


tenimiento agradable, si alguna vez fastidio de no hacer nada empieza a
estudio, me aplico a la ciencia que dominarme. Apenas leo los nuevos,
trata del conocimiento de mí mismo, porque los antiguos me parecen más
la cual me enseña el bien vivir y el sólidos y sustanciosos; ni los escritos
bien morir: en lengua griega, porque mi espíritu
no puede sacar partido del ínfimo
Has meus ad metas sudet oportet, equus. conocimiento que del griego tengo.
[Hacia este fin deben tender mis corce- Entre los libros de mero entrete-
les. Propercio, IV, 1, 70]. nimiento me placen entre los mo-
dernos El Decamerón, de Boccaccio,
Las dificultades con que al leer el de Rabelais, y el titulado Besos
tropiezo, las dejo a un lado, no me [Juan Segundo Everardi; poeta lati-
roo las uñas resolviéndolas, cuando no moderno nació en La Haya en
he insistido una o dos veces. Si me 1511 y murió en Tournai en 1536,
detengo, me pierdo, y malbarato el antes de haber cumplido veinti-
tiempo inútilmente; pues mi espí- cinco años], de Juan Segundo. Los
ritu es de índole tal que lo que no Amadises y otras obras análogas, ni
ve desde luego, se lo explica menos siquiera cuando niño me deleitaron.
obstinándose. Soy incapaz de hacer ¿Añadiré además, por osado o te-
nada mal de mi grado, ni que su- merario que parezca, que esta alma
ponga esfuerzo; la continuación de adormecida no se deja cosquillear
una misma tarea, lo mismo que el por Ariosto, ni siquiera por el buen
recogimiento excesivo, aturden mi Ovidio? La espontaneidad y facun-
juicio, lo entristecen y lo cansan; mi dia de éste me encantaron en otro
vista se trastorna y se disipa, de suer- tiempo, hoy apenas si me interesan.
te que tengo que apartarla y volverla Expongo libremente mi opinión so-
a fijar repetidas veces, a la manera bre todas las cosas, hasta sobre las
como para advertir el brillo de la es- que sobrepasan mi capacidad y son
carlata se nos recomienda pasar la ajenas a mi competencia; así que los
mirada por encima en diversas di- juicios que emito dan la medida de
recciones y reiteradas veces. Cuando mi entendimiento, en manera algu-
un libro me aburre cojo otro, y sólo na la de las cosas mismas. Si yo digo
134 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

que no me gusta el Axioco de Platón Mas, siguiendo con los autores,


[Este diálogo no es de Platón, como diré que siempre coloqué en primer
lo reconoció ya Diógenes Laercio], término en la poesía a Virgilio, Lu-
por ser una obra floja, si se tiene en crecio, Catulo y Horacio; considero
cuenta la pluma que lo escribió, no las Geórgicas como la obra más acaba-
tengo cabal seguridad en mi juicio, da que pueda engendrar la poesía;
porque su temeridad no llega a opo- si se las compara con algunos pasa-
nerse al dictamen de tantos otros fa- jes de la Eneida, se verá fácilmente
mosos críticos antiguos, que consi- que su autor hubiera retocado éstos,
dera cual gobernadores y maestros, de haber tenido tiempo para ello. El
con los cuales preferiría engañarse. quinto libro del poema me parece el
Mi entendimiento se condena a sí más perfecto. Lucano también es de
mismo, bien de detenerse en la su- mi agrado, y lo leo con sumo placer,
perficie, porque no puede penetrar no tanto por su estilo como por la
hasta el fondo, bien de examinar la verdad que encierran sus opiniones
obra bajo algún aspecto que no es el y juicios. Por lo que respecta al buen
verdadero. Mi espíritu se conforma Terencio y a las gracias y coquete-
con librarse del desorden o pertur- rías de su lengua, tan admirable me
bación, pero reconoce y confiesa de parece, por representar a lo vivo los
buen grado su debilidad. Cree inter- movimientos de nuestra alma y la
pretar acertadamente las aparien- índole de nuestras costumbres, que
cias que su concepción le muestra, en todo momento nuestra manera
las cuales son imperfectas y débiles. de vivir me recuerda sus comedias;
Casi todas las poesías de Esopo en- por repetidas que sean las veces que
cierran sentidos varios; los que las lo lea, siempre descubro en él algu-
interpretan mitológicamente eligen na belleza o alguna gracia nuevas.
sin duda un terreno que cuadra Quejábanse los contemporáneos de
bien a la fábula; mas proceder así es Virgilio de que algunos comparasen
detenerse en la superficie; cabe otra con Lucrecio al autor de la Eneida;
interpretación más viva, esencial e también yo creo que es una compa-
interna, a la cual no supieron llegar ración desigual, mas no la encuentro
los eruditos. Yo prefiero el segundo tan desacertada cuando me detengo
procedimiento. en algún hermoso pasaje de Lucre-
De los libros • 135

cio. Si tal parangón les contrariaba, mueve a cuajarlas de peripecias es


¿qué hubieran dicho de los que hoy la desconfianza de poder sostener el
le comparan, torpe, estúpida y bár- interés con sus propios recursos; es
baramente con Ariosto, y qué pen- preciso que dispongan de algo sóli-
saría Ariosto mismo? do en que apoyarlas, y no pudiendo
extraerlo de su numen, quieren que
O seclum insipiens et inficetum! los cuentos nos diviertan. Lo con-
[¡Oh siglos sin gusto ni discernimien- trario acontece con Terencio, cuyas
to! Catulo, XLIII, 8]. perfecciones y bellezas nos hacen ol-
vidar sus argumentos; su delicadeza y
Me parece que los antiguos de- coquetería nos detienen en todas las
bieron lamentarse más de los que escenas; es un autor agradable por
equipararon a Plauto y Terencio todos conceptos,
(éste muestra bien su aire de noble-
za), que de los que igualaron Lucre- Liquidus, puroque simillimus anni
cio a Virgilio. Para juzgar del mérito [Con tanta facilidad y pureza brota.
de aquéllos y conceder a Terencio la Horacio, Epístolas, II, 2, 120].
primacía, constituye una razón pode-
rosa el que el padre de la elocuencia y llena de tal suerte nuestra alma
romana profirió con frecuencia su con sus donaires que nos hace olvi-
nombre como el único en su línea, dar los de la fábula. Esta considera-
y la sentencia que el juez más com- ción me lleva de un modo natural
petente de los poetas latinos emi- a las siguientes: los buenos poetas
tió sobre Plauto. Algunas veces he antiguos evitaron la afectación y lo
considerado que los que en nuestro rebuscado, no sólo de los fantásticos
tiempo escriben comedias, como los ditirambos españoles y petrarquistas
italianos, que son bastante diestros sino también de los ribetes mismos
en el género, ingieren tres o cuatro que constituyen el ornato de todas
argumentos, como los que forman la las obras poéticas de los siglos suce-
trama de las de Terencio o de Plau- sivos. Así que, ningún censor com-
to, para componer una de las suyas; petente encuentra defectos en aque-
en una sola amontonan cinco o seis llas obras, como tampoco deja de
cuentos de Boccaccio. Y lo que les admirar infinitamente más entre las
136 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

de Catulo la pulidez, perpetua dul- dad representando el porte ingenuo


zura y florida belleza de sus epigra- de su gracia ordinaria; he reparado
mas, comparadas con los aguijones también que los payasos que ejer-
con que Marcial aguza los suyos. cen su profesión diestramente sacan
Lo propio que dije ha poco sien- todo el partido posible de su arte
ta también Marcial cuando escribe: aun estando vestidos sencillamente,
Minus illi ingenio laborandum fuit, in con la ropa de todos los días, mien-
cuius locum materia successerat [No ha- tras que los aprendices, cuya com-
bía menester de grandes esfuerzos; petencia es mucho menor, necesitan
el asunto mismo suplía a la gracia. enharinarse la cara, disfrazarse y
Marcial. Prefacio del libro VIII]. hacer multitud de muecas y gesti-
Los viejos poetas, sin conmover- culaciones salvajes para movernos a
se ni enfadarse, logran el efecto que risa. Mi opinión aparecerá más clara
buscan; sus obras son desbordantes comparando la Eneida con el Orlan-
de gracia y para alcanzarla no nece- do: en la primera se ve que el poeta
sitan violentarse. Los modernos han se mantiene en las alturas con soste-
menester de socorros ajenos; a me- nido vuelo y continente majestuoso,
dida que el espíritu les falta necesi- siguiendo derecho su camino; en el
tan mayor cuerpo; montan a caballo segundo el autor revolotea y salta
porque no son suficientemente fuer- de cuento en cuento, como los pa-
tes para andar sobre sus piernas, del jarillos van de rama en rama, por-
propio modo que en nuestros bailes que no confían en la resistencia de
los hombres de baja extracción que sus alas sino para hender un trayec-
ejercen el magisterio de la danza, to muy corto, deteniéndose a cada
como carecen del decoro y apostu- paso porque temen que les falten el
ra de la nobleza, pretenden reco- aliento y las fuerzas:
mendarse dando peligrosos saltos
y efectuando movimientos extrava- Excursusque breves tentat.
gantes a la manera de los acróbatas; [Sólo intenta excursiones breves. Virgi-
las damas representan un papel más lio, Geórgicas, IV, 191].
lucido cuando las danzas son más
complicadas que en otras en que se He ahí, pues, los poetas que son
limitan a marchar con toda naturali- más de mi agrado.
De los libros • 137

Cuanto a los autores en que la manera sencilla y sabia. El estilo de


enseñanza va unida al deleite, en Plutarco es uniforme y sostenido, el
los cuales aprendo a poner orden en de Séneca culebrea y se diversifica;
mis ideas y en mi vida, los que más éste ejecuta todos los esfuerzos posi-
me placen son Plutarco, desde que bles para procurar armas a la virtud
Amyot lo trasladó a nuestra lengua, contra la flaqueza, el temor y las in-
y Séneca el filósofo. Ambos tienen clinaciones viciosas. Plutarco parece
para mí la incomparable ventaja, no tener tanta cuenta del esfuerzo,
que se acomoda maravillosamente es más indulgente, y profesa las apa-
con mi modo de ser, de verter la cibles ideas platónicas acomodables
doctrina que en ellos busco de una a la vida. Las de Séneca son estoicas
manera fragmentaria, y por consi- o de Epicuro, y se apartan más del
guiente no exigen lecturas dilata- uso común, pero en cambio, a mi
das, de que me siento incapaz: los entender, son más ventajosas y sóli-
opúsculos de Plutarco y las epístolas das, particularmente aplicadas. Di-
de Séneca constituyen la parte más ríase que Séneca transige algún tan-
hermosa de sus escritos al par que to con la tiranía imperial, pues yo
la más provechosa. Para emprender entiendo que si condena la causa de
tal lectura no he menester de esfuer- los generosos matadores de César
zo grande, y puedo abandonarla allí los condena violentando su espíritu.
donde bien me place, pues ninguna Plutarco se muestra enteramente li-
dependencia ni enlace hay entre los bre en todo. Séneca abunda en ma-
capítulos de ambas obras. Estos dos tices; Plutarco en acontecimientos,
autores coinciden en la mayor parte hechos y anécdotas. El primero nos
de sus apreciaciones e ideas útiles y emociona y conmueve, el segundo
verdaderas; la casualidad hizo que nos procura mayor agrado y prove-
vieran la luz en el mismo siglo; uno cho. Plutarco nos guía, Séneca nos
y otro fueron preceptores de dos empuja.
emperadores romanos, uno y otro Por lo que toca a Cicerón, lo que
fueron nacidos en tierra extranjera, de él prefiero son las obras que tra-
ambos fueron ricos poderosos. La tan particularmente la moral. Mas a
instrucción que procuran es la flor confesar abiertamente la verdad, y
de la filosofía, que presentan de una puesto que se franqueó ya la barre-
138 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

ra, la timidez sería inoportuna, su tos que descarguen, desde luego,


manera de escribir me parece pe- sobre lo más difícil de la duda; los
sada, lo mismo que cualquiera otra de Cicerón languidecen alrededor
que se la asemeje: sus prefacios, del asunto: son útiles para la dis-
definiciones, divisiones y etimolo- cusión, el foro o el púlpito, donde
gías consumen la mayor parte de nos queda el tiempo necesario para
su obra, y la médula, lo que hay de dormitar, y dar un cuarto de hora
vivo y provechoso queda ahogado después de comenzada la oración
por aprestos tan dilatados. Si le leo con el hilo del discurso. Así se habla
durante una hora, lo cual es mu- a los jueces, cuya voluntad quiere
cho para mí, y trato luego de recor- ganarse con razón o sin ella, a los
dar la sustancia que he sacado, casi niños y al vulgo, para quienes todo
siempre lo encuentro vano, pues al debe explanarse con objeto de ver
cabo de ese o no llego aún a los ar- lo que produce mayor efecto. No
gumentos pertinentes al asunto de quiero yo que se gaste el tiempo
que habla, ni a las razones que con- en ganar mi atención, gritándome
cretamente se refieren a las ideas cincuenta veces: “Ahora escucha”,
que persigo. Para mí, que no trato a la manera de nuestros heraldos.
de aumentar mi elocuencia, ni mi En su religión los romanos decían
saber, sino mi prudencia, tales pro- hoc age, para significar lo que en la
cedimientos, lógicos y aristotélicos, nuestra expresamos con el sursum
son inadecuados; yo quiero que se corda; son para mí palabras inútiles,
entre desde luego en materia, sin porque me encuentro preparado de
rodeos ni circunloquios; de sobra antemano. No necesito salsa ni in-
conozco lo que son la muerte o el centivo, puedo comer perfectamen-
placer, no necesito que nadie se de- te la carne cruda, así que, en lugar
tenga en anatomizarlos. Lo que yo de despertar mi apetito con seme-
busco son razones firmes y sólidas jantes preparativos, se me debilita
que me enseñen desde luego a sos- y desaparece. La irrespetuosidad
tener mi fortaleza, no sutilezas gra- de nuestro tiempo consentirá aca-
maticales; la ingeniosa contextura so que declare, sacrílega y audaz-
de palabras y argumentaciones para mente, que encuentro desanimados
nada me sirve. Quiero razonamien- los diálogos de Platón; las ideas se
Giuseppe Arcimboldo, El bibliotecario, 1566, óleo sobre lienzo, 97 x 71 cm,
colección privada, Suecia
140 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

ahogan en las palabras, y yo lamen- de la teoría de aquellos mismos que


to el tiempo que desperdicia en in- tan a maravilla se condujeron en la
terlocuciones dilatadas e inútiles un práctica. Y porque son cosas que
hombre que tenía tantas cosas me- difieren esencialmente: el predicar
jores que decir. Mi ignorancia de su del obrar, así gusto de Bruto en las
lengua me excusará si digo que no biografías de Plutarco como en él
descubro ninguna belleza en su len- mismo; me agradaría más saber a
guaje. En general, me gustan más ciencia cierta la conversación que
los libros en que la ciencia se trata sostuvo en su tienda de campaña
que los que la teorizan. Plutarco, Sé- con sus amigos íntimos, la víspera
neca, Plinio y otros escritores análo- de una batalla, que lo que al día si-
gos no echan mano del hoc age; se guiente de la misma decía a sus sol-
las han con gentes ya adiestradas, dados; más las ocupaciones que lle-
y si se sirven de aquella adverten- naban su tiempo en su gabinete que
cia es porque tiene su significación lo que hacía en la plaza pública y en
aparte. Leo también con placer las el Senado. Respecto a Cicerón, par-
epístolas a Ático, no sólo porque ticipo de la opinión general; creo
contienen una instrucción muy am- que, aparte de la ciencia, no había
plia de la historia y de las cosas de muchas excelencias en su alma; era
su tiempo, sino más principalmente buen ciudadano, de naturaleza bo-
porque descubren sus privadas incli- nachona, como en general suelen
naciones, pues me inspira curiosidad serlo los hombres gordos y alegres
singular, como he dicho en otra par- que como él son abundantes en pa-
te, el conocimiento del espíritu y los labras; mas la blandura y vanidad
juicios ingenuos de mis autores. Pue- ambiciosa entraban por mucho en
de formarse idea del mérito de los su carácter. No es posible excusarle
mismos, mas no de sus costumbres de haber considerado sus poesías
ni de sus personas, por el aparato dignas de ver la luz pública, pues,
fastuoso de sus escritos, que mues- si bien no constituye delito el escri-
tran al mundo. Mil veces he lamen- bir malos versos, lo es el no haber
tado la pérdida del libro que Bruto sabido conocer cuán indignos eran
compuso sobre la virtud, porque los suyos de la gloria de su nombre.
procura placer tener conocimiento En punto a su elocuencia, entiendo
De los libros • 141

que no hay quien pueda comparár- que era una elocuencia desquiciada
sele, y creo que nadie jamás llegará y derrengada: fractam et elumbem.
a igualarle en lo porvenir. El joven Los oradores posteriores a Cicerón
Cicerón, que sólo en el nombre se reprendieron en él la cadencia ex-
asemejó a su padre, hallándose tremada y mesurada del final de
mandando en Asia, congregó una sus períodos, e hicieron notar las
vez en su mesa a algunos extranje- palabras esse videatur, que con tan-
ros, entre los cuales se hallaba Ces- ta frecuencia empleaba. Yo prefiero
tio, colocado en un extremo, como una cadencia más rápida, cortada
suelen deslizarse a veces los intru- en yambos. Alguna vez adopta un
sos en los banquetes de los grandes. hablar más rudo, pero en sus dis-
El anfitrión preguntó quién era a cursos menudean más los párrafos
uno de sus criados, el cual le dijo su medidos, simétricos y rítmicos. En
nombre; mas como Cicerón estuvie- uno de ellos recuerdo haber leído:
ra distraído y no parara mientes en Ego vero me minus diu senem esse ma-
la respuesta, insistió de nuevo en la lem, quam esse senem ante, quam essem
pregunta dos o tres veces; entonces [Por lo que a mí toca, preferiría ser
el sirviente, por no contestar siem- durante menos tiempo viejo que de-
pre con palabras idénticas, con obje- caer antes de que la ancianidad sea
to de dar a conocer a Cestio por al- llegada. Cicerón, De senectud, c. 10].
guna particularidad, añadió: “Es la Los historiadores son mi fuerte.
persona de quien se os ha dicho que Son gratos y gustosos, y en ellos se
no hace gran caso de la elocuencia encuentra la pintura del hombre,
de vuestro padre comparada con la cuyo conocimiento busco siempre;
suya”. Molestado súbitamente Cice- tal diseño es más vivo y más cabal
rón, ordenó que cogieran al pobre en aquéllos que en ninguna otra
Cestio, e hizo que le azotaran en su clase de libros; en los historiadores
presencia. ¡Huésped descortés, en se encuentra la verdad y variedad de
verdad! Entre los mismos que juz- las condiciones internas de la per-
garon incomparable la elocuencia sonalidad humana, en conjunto y
del orador romano, hubo algunos en detalle; la diversidad de medios
que no dejaron de encontrarla tam- de sus uniones y los accidentes que
bién defectos. Bruto, su amigo decía las amenazan. Así que, entre los que
142 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

escriben las vidas de personajes cé- en sí mismo, en sus acciones y en lo


lebres, prefiero los que se detienen milagroso de su grandeza; ya repa-
más en las consideraciones que en ro en la pureza y pulidez inimitable
la relación de los sucesos, más en de su lenguaje, en que sobrepasó no
lo que deriva del espíritu que en sólo a todos los historiadores, como
lo que en el exterior acontece; por Cicerón dice, sino, a trechos, a Ci-
eso Plutarco es en todos los respectos cerón mismo; habla de sus propios
mi autor favorito. Lamento que no enemigos con sinceridad tal que, sal-
tengamos una docena de Laercios, o vo las falsas apariencias con que pre-
al menos que el que tenemos no sea tende revestir la causa que defiende y
más extenso y más explícito; pues me su ambición pestilente, entiendo que
interesa por igual la vida de los que puede reprochársele el que no hable
fueron grandes preceptores del mun- más de sí mismo: tan innumerables
do como también el conocimiento de hazañas no pudieron ser realizadas
la diversidad de sus opiniones y el de por él a no haber sido más grande
sus caprichos. En punto a obras his- de lo que realmente se nos muestra
tóricas, deben hojearse todas sin dis- en su libro.
tinción; deben leerse toda suerte de Entre los historiadores prefiero
autores, así los antiguos como los mo- los que son muy sencillos a los maes-
dernos, los franceses como los que no tros en el arte. Los primeros, que
lo son, para tener idea de los diversos no ponen nada suyo en los sucesos
asuntos de que tratan. Julio César que historian y emplean toda su di-
me parece que merece singularmen- ligencia en recoger todo lo que llegó
te ser digno de estudio, y no ya sólo a su noticia, registrando a la buena
en concepto de historiador, sino de Dios todo cuanto pueden, sin se-
también como hombre; tan grandes lección ni elección, dejando nuestro
son su excelencia y perfección, cua- juicio en libertad cabal para el cono-
lidades en que sobrepasa a todos los cimiento de la verdad; tal, por ejem-
demás, aunque Salustio sea también plo, el buen Froissard, el cual caminó
autor de gran mérito. Yo leo a César en su empresa de manera tan franca
con reverencia y respeto mayores de o ingenua que, cuando incurre en
los que generalmente se emplean en un error, no tiene inconveniente en
las obras humanas; ya lo considero reconocerlo y corregirlo tan luego
De los libros • 143

como ha sido advertido; Froissard sante para nosotros; omiten como


nos muestra la multiplicidad misma cosas inverosímiles o increíbles todo
de los rumores que corrían sobre lo que no entienden, y acaso tam-
un mismo suceso y las diversas re- bién por no saberlo expresar en
laciones que se le hacían; compuso buen latín o en buen francés. Lícito
la historia sin adornos ni formas re- es que nos muestren su elocuencia y
buscadas, y en sus crónicas cada cual su discurso y que juzguen a su ma-
puede sacar tanto provecho como nera, pero también lo es el que nos
entendimiento tenga. Los maestros consientan juzgar luego que ellos lo
en el género tienen la habilidad de hayan hecho, y mucho más aún el
escoger lo que es digno de ser sabi- que no alteren nada ni nos dispen-
do; aciertan a elegir de dos relacio- sen de nada, por sus acortamientos y
nes o testigos el más verosímil; de selecciones, de la materia que tratan;
la condición y temperamento de los deben mostrárnosla pura y entera
príncipes, deducen máximas, atribu- bajo todos sus aspectos.
yéndoles palabras adecuadas, y pro- Generalmente se elige para des-
ceden acertadamente al escribir con empeñar esta tarea, sobre todo en
autoridad y acomodar nuestras ideas nuestra época, a personas vulgares,
a las suyas, lo cual, la verdad sea di- por la exclusiva razón de que son ati-
cha, está en la mano de bien pocos. nadas en el bien hablar, como si en
Los historiadores medianos, que son la historia buscáramos el aprendizaje
los más abundantes, todo lo estro- de la gramática. Y siendo ésa la cau-
pean y malbaratan; quieren servir- sa que les puso la pluma en la mano,
nos los trozos mascados, permítense no teniendo más armas que la char-
emitir juicios, y por consiguiente in- la, hacen bien en no curarse de otra
clinar la historia a su capricho, pues cosa. Así a fuerza de frases armonio-
tan pronto como la razón se inclina sas nos sirven una tartina preparada
de un lado ya no hay medio hábil con los rumores que recogen en las
de enderezarla del otro; permítense callejuelas de las ciudades. Las úni-
además escoger los sucesos dignos cas historias excelentes son las que
de ser conocidos y nos ocultan con fueron compuestas por los mismos
sobrada frecuencia tal frase o tal ac- que gobernaron los negocios, o que
ción privada, que sería más intere- tomaron parte en la dirección de los
144 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

mismos, o siquiera por los que des- dirigió, ni a los soldados mismos el
empeñaron cargos análogos. Tales dar cuenta de lo que cerca de ellos
son casi todas las griegas y romanas, aconteció, si a la manera de una in-
pues como fueron escritas por mu- formación judicial no se confrontan
chos testigos oculares (la grandeza y los testimonios, y si no se escuchan
el saber encontrábanse comúnmen- las objeciones cuando se trata de
te juntos en aquella época), si en probar los menores detalles de cada
ellos hay errores, es en las cosas muy suceso. El conocimiento que de nues-
dudosas o secundarias. ¿Qué luces tros negocios tenemos no es tan fun-
pueden esperarse de un médico que damental; pero todo esto ha ido ya
habla de la guerra o de un escolar suficientemente tratado por Bodin
que diserta sobre los designios de un [Jurisconsulto francés del siglo xvi,
príncipe? Si queremos convencernos autor del libro titulado Methodus ad
del celo con que los romanos busca- facilem historiarum cognitionem, 1566]
ban la exactitud en las obras históri- y conforme a mi manera de ver. Para
cas, bastará citar este ejemplo: Asinio remediar algún tanto la traición de
Polión encontraba algún error en las mi memoria y la falta de la misma,
obras mismas de César, a que le ha- tan grande que más de una vez me
bía inducido la circunstancia de no ocurrió coger un libro en mis manos
haberle sido dable esparcir por igual que había leído años antes escrupulo-
la mirada por todos los lugares que samente y emborronado con mis no-
ocupó su ejército, y el haber tomado tas y considerado como nuevo, acos-
como artículo de fe las comunicacio- tumbro hace algún tiempo a añadir
nes que recibía de sucesos a veces no al fin de cada obra (hablo de las que
del todo demostrados, o también no leo más que una vez) la época en
por no haber sido exactamente in- que terminé su lectura y el juicio que
formado por sus lugartenientes de la misma me sugirió en conjunto, a
los asuntos que éstos habían dirigido fin de representarme siquiera la idea
en su ausencia. Puede de aquí con- general que formó de cada autor.
cluirse si la investigación de la ver- Transcribiré aquí algunas de estas
dad es cosa delicada, puesto que la anotaciones.
relación de un combate no se puede He aquí lo que escribí hará unos
encomendar a la ciencia de quien lo diez años en mi ejemplar de Guic-
De los libros • 145

ciardini (sea cual fuere la lengua que como si estas prendas estuvieran en
mis libros empleen, yo los hablo el mundo enteramente extintas. De
siempre en la mía): “Es un historia- todas las acciones, por hermosas que
dor diligente en el cual, a mi enten- sean por sí mismas, achaca la causa a
der, puede conocerse la verdad de alguna viciosa coyuntura, o a algún
los negocios de su época, con tanta interés bajo y puramente material.
exactitud como en cualquiera otro, Imposible es imaginar que entre el
puesto que en la mayor parte de infinito número de sucesos que juzga
ellos desempeñó un papel y un pa- no haya habido alguno emanado por
pel honorífico. En él no se ve ningu- la moralidad y la hombría de bien.
na muestra de que por odio, favor Por general que sea la corrupción de
o vanidad, haya disfrazado los su- una época, alguien escapa siempre
cesos. Acredítanlo los juicios libres del contagio. Aquel su criterio per-
que emite sobre los grandes, princi- manente me hace temer que haya
palmente sobre las personas que le emanado sólo de la naturaleza del
ayudaron a alcanzar los cargos que historiador. Acaso haya juzgado de
desempeñó, como el papa Clemen- los demás conforme a sus peculiares
te VII. Por lo que toca a la parte de y genuinos sentimientos”.
su obra de que parece prevalerse En mi Felipe de Comines se lee lo
más, que son sus digresiones y dis- que sigue: “Encontraréis en esta obra
cursos, los hay buenos, y enriqueci- lenguaje dulce y grato, de sencillez in-
dos con hermosos rasgos, pero en genua; la narración es pura y en ella
ellos se complació demasiado; pues resplandece evidentemente la buena
por no haber querido dejarse nada fe del autor; exento de toda vanidad
en el tintero, como trataba un asun- cuando habla de sí mismo y de afec-
to tan amplio, tan rico, casi infinito, ción y envidia cuando habla de los
en ocasiones su estilo es descosido demás. Sus discursos y exhortaciones
y denuncia la charla escolástica. He van acompañados más bien de celo y
advertido también que entre tantas de verdad que de alarde de saber. En
almas y acciones como juzga, entre todas sus páginas la gravedad y auto-
tantos acontecimientos y pareceres, ridad muestran al hombre mecido en
ni siquiera uno solo achaca a la vir- buena cuna y educado en el gobierno
tud, a la religión y a la conciencia, de los negocios importantes”.
146 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

En las Memorias del señor del Bellay sos con sobrada frecuencia, y a veces
[Estas Memorias son menos conoci- sin fundamento, en ventaja nuestra,
das que las obras precedentes; con- omitiendo cuanto pudiera haber de
tienen diez libros, de los cuales los escabroso en la vida del adversario
cuatro primeros y los tres últimos del emperador. Pruébalo el olvido en
fueron escritos por Guillaume Du que dejaron las maquinaciones de los
Bellay, y los restantes por su herma- señores de Montmorency y de Brion,
no, Guillermo de Langeay; por eso y el nombre de la señora de Etampes,
Montaigne escribe en plural “seño- que ni siquiera figura para nada en
res del Bellay” después de haber ha- el libro. Pueden ocultarse las accio-
blado de un solo autor] escribí: “Es nes secretas, pero callar lo que todo
siempre grato ver las cosas relatadas el mundo sabe, y sobre todo aquellos
por aquellos que por experiencia hechos que produjeron efectos de
vieron cómo es preciso manejarlas; trascendencia pública, es una falta
mas es evidente que en estos dos au- imperdonable. En conclusión; para
tores se descubre una falta grande de conocer por entero al rey Francisco
franqueza y no toda la libertad que los hechos acontecidos en su tiem-
fuera de desear, como la que brilla po, búsquense otras mentes si quie-
en los antiguos cronistas, en Joinvi- re creerse mi dictamen. El provecho
lle, por ejemplo, amigo de san Luis; que de aquí puede sacarse reside en
Eginard, canciller de Carlomagno, y la relación de las batallas y expedi-
de fecha más reciente, en Felipe de ciones guerreras en que los de Bellay
Comines. Estas memorias son más tomaron parte, en algunas frases y
bien una requisitoria en favor del acciones privadas de los príncipes de
rey Francisco contra el emperador la época, y en los asuntos y negocia-
Carlos V, que una obra histórica. No ciones despachados por el señor de
quiero creer que hayan alterado nada Langeay, donde se encuentran mu-
de los hechos principales, pero sí chas cosas dignas de ser sabidas y re-
que modelaron el juicio de los suce- flexiones nada vulgares”.
de la crueldad

Entiendo yo que la virtud es cosa anterior. El primero obraría bien;


distinta y más elevada que las ten- el segundo ejecutaría una acción
dencias a la bondad que nacen virtuosa; la conducta de aquél po-
en nosotros. Las almas que por sí dría llamarse bondadosa, la de éste
mismas son ordenadas y de bue- encierra la virtud además de la
na índole siguen siempre idéntico bondad, pues parece que ese nom-
camino y sus acciones representan bre presupone dificultad y contra-
cariz semejante al de las que son riedad y que no puede practicarse
virtuosas; mas el nombre de vir- sin encontrar oposición. Por eso
tud suena en los humanos oídos aplicamos al Criador el dictado de
como algo más grande y más vivo bueno, fuerte, justo y misericordio-
que el dejarse llevar por la razón, so, pero no el de virtuoso, porque
merced a una complexión dichosa, ninguna de sus obras lleva el sello
suave y apacible. Quien por facili- del esfuerzo, y todas el de la facili-
dad y dulzura naturales desdeñara dad. No sólo los filósofos estoicos,
las injurias recibidas, realizaría una también los que siguieron la doc-
acción hermosa y digna de alaban- trina de Epicuro (y tomo esta apre-
za; mas aquel que, molestado y ul- ciación del común sentir, que es el
trajado hasta lo más vivo por una más recibido, aunque falso, diga lo
ofensa, se preservara con las armas que quiera la sutil respuesta de Ar-
de la razón contra todo deseo de cesilao, al que le censuraba porque
venganza, y después del conflicto muchos pasaban de su escuela a la
lograra dominarse, ejecutaría una de Epicuro, y no al contrario: “La
acción mucho más meritoria que el razón es clara, decía; de los gallos
148 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

salen bastante capones, pero entre que no basta mantener el alma en


los capones no puede salir ningún lugar acomodado, bien ordenada y
gallo”. A la verdad, como firmeza bien dispuesta para la práctica de la
y rigor de opiniones y preceptos, virtud, como tampoco el sostener
de ningún modo cede la secta de nuestras resoluciones y nuestra ra-
Epicuro a la estoica. Un estoico que zón por encima de todos los vaive-
discutía con mejor fe que los argu- nes do la fortuna, sino que es pre-
mentadores de oficio, quienes para ciso además buscar ocasiones en
combatir a Epicuro y hacer la cosa que ponerla a prueba; quieren que
obvia le hacen decir precisamente se salga al encuentro del dolor que
aquello en que jamás pensara, des- producen en el alma el desdén y las
naturalizando sus palabras, argu- miserias para rechazarlos y mante-
mentando con reglas gramaticales, ner así el espíritu en perpetuo para
partiendo de sentido contrario a la combate: Multum sibi adicit virtus la-
mente del filósofo, y de opiniones cessita [La virtud se acrisola con la
diversas a las que mantenía en su lucha. Séneca, Epístolas, 13].
alma y practicaba en sus costumbres, Una de las razones que Epami-
dice que dejó de seguir a Epicuro, nondas, que pertenecía a una terce-
entre otras razones, porque encuen- ra secta, alega para desechar las ri-
tra el camino que lleva a las ideas quezas que la fortuna colocó en su
del filósofo demasiado elevado e mano por medios absolutamente
inaccesible; et ii, qui, ϕυλ δονοι vo- legítimos, es el poder luchar contra
cantur, sunt ϕυλ καλοι et ϕυλοδυκα la pobreza, y en la más extrema vivió
οι [ϕυλοη καιοι en el original], siempre. Sócrates, a mi modo de ver,
omnesque virtutes et colunt, et retinent torturaba su alma todavía con mayor
[Aquellos a quienes llamamos ami- rudeza, pues para procurarse sufri-
gos del placer aman igualmente la mientos soportaba la malignidad de
honradez y la justicia, y respetan y su mujer, lo cual equivale a aplicarse
practican todas las virtudes. Cice- hierro candente. Entre todos los se-
rón, Epístolas, XV, 19]): volviendo a nadores romanos sólo Metelo tomó a
mi interrumpido argumento, digo pechos, por esfuerzo de su virtud, el
que entre los estoicos y los epicú- hacer frente a la violencia de Saturni-
reos hubo muchos que juzgaron no, tribuno del pueblo en Roma, que
De la crueldad • 149

quería a todo trance que se aprobara este discurso ocúrreseme que el alma
una ley injusta en favor de los ple- de Sócrates, que es la más perfecta
beyos; y habiendo por su conducta de cuantas conocí, sería, según lo
incurrido en la pena capital, que Sa- expresado anteriormente, un alma
turnino había establecido contra los poco elevada; pues en manera algu-
intransigentes, decía, condenado ya, na puedo imaginar en aquel filósofo
a los que le acompañaban a la plaza el esfuerzo más insignificante contra
pública, “que practicar el mal es ta- viciosa concupiscencia: dado el tem-
rea facilísima y muy cobarde, y que ple de su virtud altísima, no puedo
hacer bien allí donde el peligro no suponer en él ninguna dificultad
amenaza, es cosa vulgar, pero que el ni violencia. Conozco su razón, tan
realizarlo cuando le sigue el peligro fuerte y tan serena, que jamás dio
es oficio propio del hombre virtuo- lugar a que germinara siquiera en
so”. Estas palabras de Metelo nos re- su alma el más insignificante asomo
presentan de una manera palmaria de apetito vicioso. A una virtud tan
lo que yo quería probar: que la vir- relevante como la suya nada puede
tud no admite la facilidad por com- ser superior; paréceme verle cami-
pañera, y que el fácil camino de pen- nar con ademán triunfante y pom-
diente suave por donde discurren posamente, sin ninguna suerte de
las almas ordenadas, dotadas de una impedimentos ni de trabas. Si la vir-
buena inclinación natural, no es el tud no puede lucir sin el combate de
de la verdadera virtud; ésta ha me- encontrados deseos, ¿habremos de
nester una ruta espinosa y erizada; asegurar por ello que tampoco existe
necesita dificultades con que comba- cuando no tiene que rechazar el vi-
tir, como hizo Metelo, por medio de cio y que sea necesario este requisito
las cuales la fortuna se complace en para que la honremos y la pongamos
quebrantar la rigidez de su carrera, en crédito? ¿Qué sería en este caso
o la procura las internas dificultades el generoso placer de los discípulos
que acompañan a los apetitos desor- de Epicuro, quienes hacen profesión
denados y a las imperfecciones de la expresa de acariciar blandamente y
humana condición. procuran contentamiento a la virtud
Mi disquisición llega hasta aquí con la deshonra, las enfermedades,
sin dificultad alguna; mas al fin de la pobreza, la muerte y la tortura? Si
150 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

presupongo que la perfecta virtud vida contento de haber hallado un


sabe combatir y soportar el dolor pa- motivo para darse la muerte. Cice-
cientemente, resistir los dolores de la rón, Tusculanas, I, 30]. Tan decidido
gota sin alterarse en lo más mínimo; estuvo a la muerte que experimen-
si la aplico como cosa indispensa- tó, que yo dudo si habría aceptado
ble las dificultades y los obstáculos, el que se le hubiera desposeído de
¿qué será entonces la virtud que la ocasión de realzar acción tan her-
haya llegado a tal punto, que no sólo mosa; y si su bondad de alma, que le
desdeña el dolor sino que en él se hacía preferir los intereses públicos a
complace y regocija, como practican los suyos propios, no me contuviera,
los discípulos de Epicuro, los cuales creería que dio gracias a la fortuna
por sus acciones nos dejaron de ello por haber sometido su virtud a una
pruebas indudables? Otros muchos prueba tan hermosa, y a César que
hubo que sobrepasaron, a mi juicio, acabó con la antigua libertad de su
las reglas mismas de su disciplina, patria. Paréceme leer en esa acción
como Catón el joven. Cuando le veo yo no sé qué regocijo de su alma, al
morir y desgarrarse las entrañas, no par que una emoción, llena de placer
puedo resignarme a creer que su extraordinario y de voluptuosidad
alma estuviera totalmente exenta viril cuando aquella considerase la
de alteración o trastorno; no puedo nobleza y elevación de su empresa:
concebir que se mantuviera firme en
la situación que las doctrinas estoicas Deliberata morte ferocior;
lo ordenaban, tranquilo, sin emo- [Más altiva porque había resuelto mo-
ción, impasible; había, a mi juicio, rir. Horacio, Odas, I, 37, 29. Lo que el
en la virtud de aquel hombre dema- poeta dice de Cleopatra, Montaigne lo
siado verdor y frescura para detener- aplica al alma de Catón].
se en los preceptos estoicos, y estoy
seguro de que sentía placer y gozo no asegurada por esperanza algu-
al realizar una acción tan noble y de na de gloria, como pensaron algunos
que a ella se consagró con mayor vo- hombres vulgar y afeminadamente,
luntad que a todas las demás de su la cual sería demasiado rastrera para
vida: Sic abiit e vita, ut causam moriendi tocar un pecho tan generoso, altivo
nactum se esse gauderet [Abandonó la y firme, sino por la belleza sola de
De la crueldad • 151

la acción misma, que Catón vio con sada, al parecer, que siguió a una
mayor claridad y en toda su per- existencia débil, juzgo que fue oca-
fección, de un modo que nosotros sionada por una causa igualmente
no podemos alcanzar, por haber débil y adecuada a la persona que
manejado todos los resortes. Pláce- la experimentó. La satisfacción, la
me la opinión de que juzgan que facilidad con que aquella muerte
un abandono tan hermoso de la fue soportada por Catón, y a cuyo
vida no hubiera sido digno en nin- estado llegó por la sola fuerza de su
guna otra existencia si no es en la alma, ¿habremos de considerar que
de Catón; sólo a él incumbió aca- rebajan en lo más mínimo el bri-
bar sus días de la manera que los llo de su virtud? ¿Quién que tenga
acabó; por eso ordenó con razón en su cerebro algún tinte, siquiera
a su hijo y a los senadores que le sea ligero, de la verdadera filosofía,
acompañaban que miraran por su puede imaginar que Sócrates estu-
seguridad y se pusieran en salvo. viera libre de todo temor en su pri-
Catoni, quum incredibilem natura tri- sión, encadenado y condenado? ¿Y
buisset gravitatem, eamque ipse perpetua quién no reconoce en este filósofo
constantia roboravisset, semperque in pro- no ya sólo la firmeza y la constancia,
posito consilio permansisset, moriendum que tal era su estado normal, sino
potius, quam tyranni vultus adspiciendus, también no sé qué nuevo contenta-
erat [Catón, a quien la naturaleza miento y una alegría regocijada en
dotó de una severidad inflexible, las palabras que pronunció y en los
fue siempre constante en sus prin- ademanes que adoptó en sus últi-
cipios y en sus deberes, y fortificó mos instantes? El estremecimiento
por la costumbre la firmeza de su de placer que sintió al pasar la mano
carácter. Por eso prefirió la muer- por su rodilla cuando le despojaron
te antes que soportar la presencia de los hierros, ¿no acusa el estado
de un tirano. Cicerón, De oficios, I, de placidez de su alma al verse des-
31]. La muerte de un individuo es poseído de las molestias pasadas y
siempre semejante a su vida; no nos puesto ya un pie en el camino de las
convertimos en otros para morir. Yo cosas venideras? La memoria de Ca-
juzgo de la muerte según la vida, y tón me sea indulgente, pero yo con-
si se me cita alguna serena y repo- sidero su muerte como más trágica
152 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

y más severa; mas la de Sócrates es semillas mismas del vicio sean des-
todavía, yo no sabría explicar el por arraigadas, que el impedir a viva
qué, más hermosa. Aristipo contes- fuerza su progreso, y habiéndose
tó a los que se compadecían de su dejado sorprender por las emocio-
suerte: “Los dioses lo quieren así”. nes primeras de la pasión, armarse
Vese en las almas de Sócrates y Catón y fortificarse para detener su curso
y en los que los imitaron (pues dudo y vencerlas, y asegurar que el segun-
mucho que haya existido quien los do estado no sea aún más perfecto
haya igualado), una tan perfecta que el de estar simplemente dotado
costumbre en la práctica de la vir- de una naturaleza de buena índole y
tud, que se diría que entró a formar verse por sí mismo libre de desórde-
parte de la naturaleza de ambos. nes y vicios, no creo que ni siquiera
No es una virtud penosa, produci- merezca ser puesto en duda. Si efec-
da por el esfuerzo, ni conforme a tivamente la última manera de ser
los preceptos que la razón dicta; la hace al hombre inocente no le hace
esencia misma de sus almas, su vida virtuoso; si bien le libra de ejecu-
normal y ordinaria eleváronla a tal tar malas acciones, no le hace apto
altura, merced al prolongado ejerci- para realizar las buenas. Esta con-
cio de los consejos de la filosofía, la dición es además tan cercana de la
cual encontró en ellos una naturale- imperfección y de la debilidad, que
za espléndida y hermosa; así que las yo no acierto a distinguir los límites
pasiones viciosas que en nosotros que las separan; por lo mismo los
nacen y germinan, no encontraron calificativos de bondad e inocencia
brecha por donde penetrar en sus empléanse a veces con significación
espíritus; la rigidez y firmeza de sus desdeñosa. Algunas virtudes, como
almas ahogó y extinguió las concu- la castidad y la sobriedad y la tem-
piscencia tan luego como éstas in- planza, podemos poseerlas merced
tentaron agitarlas. a la debilidad corporal; la firmeza
Ahora bien; que no sea más her- ante el peligro (si es lícito llamarla
moso, merced a una resolución ele- así), el menosprecio de la muerte, la
vada y divina oponerse al nacimiento resignación en los infortunios, se en-
de las tentaciones y haberse forma- cuentran a veces en el hombre por no
do a la virtud de tal suerte que las juzgar acertadamente de semejantes
De la crueldad • 153

accidentes, por no concebirlos tales Haud ignarus... quantum nova gloria in


cuales son. La falta de previsión y la armis,
torpeza simulan así en ocasiones ac- Et praedulce decus, primo certamine, possit.
tos de virtud. Yo he visto más de una [Sabida es la fuerza que comunica a un
vez que algunos hombres fueron ala- guerrero mozo la sed de gloria y la dul-
bados por cosas que merecían cen- ce esperanza del primer triunfo. Virgi-
sura. Un caballero italiano hablaba lio, Eneida, XI, 154].
del siguiente modo en desventaja
de su país, hallándome yo presente: Por todas estas razones, cuando
“La sutileza y vivacidad de mis com- se juzga de una acción señalada es
patriotas, decía, es tan grande que necesario considerar todas las cir-
prevén los peligros y accidentes que cunstancias que la motivaron y tam-
pueden sobrevenirles, de tan lejos, bién el hombre que la realizó, antes
que no hay que extrañar el verlos a de bautizarla.
veces en la guerra velar por su segu- Por escribir una palabra de mí
ridad, aun antes de haber reconoci- mismo, diré que a veces mis amigos
do el peligro”. Añadía que nosotros llamaron en mí prudencia a lo que
y los españoles no tenemos tan buen en realidad no era más que resulta-
olfato, lo cual nos hace temerarios, y do natural de la fortuna; lo juzgaron
que nos precisa ver el peligro y tocar- acto de vigor y paciencia a causa de
lo con la mano para atemorizarnos. la buena opinión que yo les mere-
Cuando este caso llega, añadía, no cí, y me atribuyeron cualidades, ya
sabemos afrontarlo. Los alemanes y buenas ya malas, caprichosamente.
los suizos, concluía, más groseros y Por lo demás, me encuentro tan le-
embotados, ni siquiera se dan cuen- jos de aquel grado de excelencia en
ta del peligro hasta después de aba- que la virtud se trueca en costum-
tidos por el golpe. Bien puede suce- bre, que ni siquiera del segundo es-
der que todos estos pareceres sean tado di nunca prueba alguna. No he
pura broma; mas de todas suertes, necesitado desplegar esfuerzo gran-
es cosa cierta que en la guerra los de para domar los deseos que me
novicios se lanzan con arrojo mayor dominaron; mi virtud es sólo ino-
a los azares que luego que están ya cente, accidental y fortuita. Si hu-
escarmentados: biera nacido con un temperamento
154 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

más desordenado, creo que mis su- Natalis horae, seu tyrannus
frimientos hubieran sido grandes, Hesperiae Capricornus undae:
pues casi nunca intenté oponer la [Sea que yo haya visto la luz bajo el
firmeza de mi alma al embate de las signo de Libra o el de Escorpión, cuya
pasiones; por poco vehementes que mirada es tan terrible en el momento
éstas hubiesen sido en mí, las hubie- del nacimiento, o bien bajo el de Ca-
ra dado rienda suelta. De suerte que pricornio, que reina en los mares de
no tengo gran cosa que agradecer si Occidente. Horacio, Odas, II, 17].
me encuentro completamente libre
de muchos vicios, sea como fuere, es lo cierto que
profeso horror a la mayor parte de
Si vitiis mediocribus et mea paucis los vicios. La respuesta que dio An-
Mendosa est natura, alioqui recta; velut si tístenes a quien le preguntó cuál era
Egregio inspersos reprehendas corpore, naevos; el mejor aprendizaje que había de
[Mis defectos son insignificantes y en seguirse para llegar a la virtud, que
escaso número; podrían compararse estaba formulada en dos palabras,
con las pecas esparcidas en un semblan- las cuales eran: “Olvidar el mal” no
te hermoso. Horacio, Sátiras, I, 6, 65]. parece poder aplicarse a mí, dada
la naturaleza de mi carácter en este
pues lo debo más al acaso que al punto. Odio el vicio, como llevo di-
discernimiento. Hízome descender cho, por razones tan individuales,
la fortuna de una raza famosa en tan mías, que el instinto mismo con
hombría de bien, de un padre bue- que nací lo he conservado sin que
nísimo, quien yo no sé si inoculó en nada haya sido fuerza bastante para
mí una parte de su naturaleza; o aca- alterarlo; ni siquiera mis propias
so los ejemplos del hogar doméstico reflexiones, que por haberse apar-
y la buena educación de mi infancia tado en algunos puntos del camino
hayan ayudado insensiblemente a mi ordinario, pudieran haberme lan-
condición moderada, o quién sabe si zado fácilmente a la ejecución de
nací tal cual soy: actos que mi inclinación natural me
hiciera odiar. Diré algo que parece-
Seu Libra, son me Scorpius adspicit rá inexplicable y hasta monstruoso:
Formidolosus, pars violentior mis costumbres son más morigera-
De la crueldad • 155

das que mi entendimiento; mi con- hombre deriva de una causa oculta


cupiscencia menos desordenada que encerrada en la contextura del que
mi razón. Aristipo profesaba ideas lo es? Los desórdenes que yo realicé
tan atrevidas en pro de la riqueza y no fueron de los más reprobables,
los placeres, que llegó a escandali- en buena hora lo diga; yo los con-
zar a los demás filósofos; mas por dené en mi fuero interno según su
lo que toca a sus costumbres fueron magnitud, pues no llegaron a infec-
morigeradas. Habiéndole presenta- cionar mi discernimiento, antes al
do Dionisio el tirano tres hermosas contrario, acúsolos con mayor rigor
jóvenes para que entre ellas eligiera, en mí que en otro cualquiera. A esto
contestó que se quedaba con las tres, se reduce todo mi vigor de alma,
y que Paris obró torpemente al esco- pues por lo demás me dejo caer con
ger una entre las otras compañeras; facilidad grande en el otro lado de
pero a pesar de haberlas conducido la balanza. Yo no hago más que im-
a su casa, las dejó salir intactas sin pedir la mezcla de unos vicios con
haber disfrutado de ninguna. Una otros, peligro a que todos estamos
vez que su criado iba cargado por avocados si no cuidamos de reme-
un camino con una cantidad gran- diarlo con tiempo. Yo procuró ais-
de de dinero, le ordenó que tirara lar los míos, y además atenuarlos y
todo el que le embarazaba. Epicu- aminorarlos:
ro, cuyas doctrinas son irreligiosas
y voluptuosas, condújose en su vida Nec ultra
muy devota y trabajosamente; par- Errorem foveo.
ticipa a un amigo suyo que no vive [Aparte de eso, no soy de índole vicio-
más que de agua y pan moreno, y sa. Juvenal, Sátiras, VIII, 164].
le ruega le envíe un poco de queso
para cuando le pase por las mien- Cuanto a la opinión de los estoi-
tes celebrar un suntuoso banquete. cos, que afirman que el filósofo al
¿Será verdad que para estar dota- realizar una acción congrega todas
do de singular bondad de alma no sus virtudes, aunque una de ellas
sean precisos ley que cumplir, razón sea más visible según la naturaleza
que ilumine, ni ejemplo que imitar? del acto, idea que concuerda en al-
¿Admitiremos que la bondad del gún modo con el desarrollo de las
156 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

pasiones que nos avasallan, pues la Las buenas cualidades que yo


cólera, por ejemplo, no se produce poseo, débolas, por el contrario, a
en el hombre si todos los humores la buena estrella de mi nacimiento,
no concurren aunque la cólera sola y no las alcancé por ley, precepto ni
predomine; si los estoicos, como dije aprendizaje; la inocencia de mi alma
antes, deducen de ahí que al que es bobalicona; vigor tengo poco y de
incurre en falta le precisa hallarse arte carezco. Detesto la crueldad en-
poseído de todos los vicios juntos, tre los demás vicios, tanto por tem-
yerran a mi entender, o yo no com- peramento como por raciocinio, y
prendo su doctrina en este punto, la conceptúo como el más horrible
pues veo por experiencia propia de todos; no puedo sin experimen-
que sucede precisamente todo lo tar disgusto ni siquiera ver retorcer
contrario; son tales ideas agudezas el pescuezo a una gallina; oigo con
sutiles y sin fundamento, en que la dolor los gemidos de la liebre bajo
filosofía se detiene a veces. Si yo los dientes de mis perros, aunque la
soy víctima de algunos vicios, huyo caza sea de suyo un placer que debe
en cambio de otros como pudiera incluirse entre los violentos. Los
hacerlo un santo. Los peripatéticos que combaten el goce voluptuoso se
niegan esta conexión y unión in- valen del argumento siguiente para
disolubles, y Aristóteles sienta que probar que es una pasión entera-
un hombre prudente y justo pue- mente viciosa y de las más absurdas:
de ser también incontinente y falto cuando se encuentra en su mayor
de templanza. Sócrates confesaba a grado de vigor y fuerza se apodera
los que reconocían en su fisonomía de nosotros de tal suerte que nos
cierta inclinación al vicio, que así priva del uso de la razón; para pro-
era en verdad, pero que valiéndose barlo alegan los efectos que todos
de una severa disciplina había con- sentimos cuando nos hallamos en
seguido aniquilarla. Los discípulos contacto con mujeres:
del filósofo Stilpo contaban que,
habiendo nacido con tendencias al Quum jam praesagit
vino y a las mujeres, logró domar gaudia corpus,
ambas pasiones y convertirse en Atque in eo est Venus, ut muliebria
hombre abstinentísimo. conserat arva;
De la crueldad • 157

[En la proximidad del placer, en el ins- somos dueños de disponer libremen-


tante en que Venus fecunda su domi- te de nuestra razón; como el goce no
nio. Lucrecio, IV, 1099]; es tan grande, las sorpresas son ma-
yores, por lo cual nuestra atención
juzgan que el placer nos transpor- maravillada pierde la ocasión de
ta tan lejos de nosotros, que la razón mantenerse apercibida a la casuali-
no podría entonces ejercer sus fun- dad, cuando después de una larga
ciones, arrobada como se encuentra busca la pieza aparece bruscamente
por la voluptuosidad. Yo sé que pue- en el lugar donde menos se la espe-
de acontecer de diverso modo, y que raba; estos incidentes, y la algarabía
también el alma puede apoderarse de los gritos, nos emocionan de tal
de distintos pensamientos en el mis- modo que sería muy difícil, a los
mo instante del gozar, mas para ello que gustan de este género de caza,
es preciso fortificarla expresamente. apartar de pronto su pensamiento
Yo sé por experiencia que puede hacia otras ideas en el instante mis-
contenerse el esfuerzo del placer, y mo en que el animal surge. Los poe-
no considero a Venus diosa de tanto tas hicieron a Diana victoriosa de la
imperio como algunos, más mode- antorcha del amor y de las flechas
rados que yo, testimonian. Tampo- de Cupido:
co atribuyo a cosa de milagro, como
la reina de Navarra en uno de los Quis non malarum, quas amor curas
cuentos de su Heptamerón (libro habet,
agradable a pesar de su contexto), Haec inter abliviscitur?
ni creo que sea cosa de dificultad [¿Es posible, en medio de estas diver-
grande el pasar noches enteras con siones, dejar de olvidar los cuidados del
tranquilidad y calma cabales al lado cruel amor? Horacio, Epodos, II, 37].
de una mujer durante largo tiempo
deseada, cumpliendo el juramento Volviendo a mi interrumpido asun-
prometido con caricias, besos y to- to, diré que me entristecen grande-
camientos. Entiendo que el ejemplo mente las aflicciones ajenas, y que
del placer que la caza proporciona lloraría fácilmente por simpatía si
serviría mejor a probar que cuando fuera capaz de llorar. Nada hay que
a tal ejercicio nos consagramos no tiente tanto mis lágrimas como el
158 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

verlas en otros ojos, y no sólo las tiranos romanos habían puesto en


verdaderas me hacen efecto, sino moda.
también las fingidas o pintadas. No Por lo que a mí toca, hasta en los
compadezco a los muertos, más bien mismos actos de justicia me parece
los envidiaría; pero los moribundos cruel todo cuanto va más allá de la
inspíranme piadosos sentimientos. simple muerte; y más cruel todavía
Los salvajes son para mí menos re- en nosotros, que debiéramos cui-
pulsivos al asar y comerse el cuerpo dar de que las almas abandonaran
de sus víctimas, que los que ator- la tierra sosegadamente, lo cual es
mentan y persiguen a los vivos. Las imposible cuando se las ha agitado
ejecuciones mismas de la justicia, y desesperado por medio de tor-
por legítimas que sean, tampoco mentos atroces. Un soldado que no
puedo verlas con serenidad. Para ha muchos días se encontraba pri-
probar la clemencia de Julio César, sionero, advirtió desde lo alto de la
decía un escritor latino: “Era tan torre que le servía de cárcel que el
dulce en sus venganzas que, habien- pueblo se reunía en la plaza y que
do forzado a rendirse a unos piratas algunos carpinteros levantaban un
que le habían hecho prisionero y tinglado; creyendo que la cosa iba
exigían un rescate por su persona, por él, desesperado, formó la reso-
se limitó a estrangularlos, aunque lución de matarse, para lo cual no
los amenazara con crucificarlos, lo encontró a mano más que un clavo
cual ejecutó, pero después de es- viejo de carreta cubierto de moho,
trangulados. A Filemón, su secreta- con que la casualidad le brindó;
rio, que había querido envenenarle, primeramente se hirió con el hie-
no lo castigó con dureza alguna, rro dos veces junto a la garganta,
limitose a matarle solamente”. Sin pero viendo que no lograba su in-
decir quién era el historiador latino tento se plantó el clavo en el vientre
[Suetonio, César, c. 74] que se atreve y cayó desvanecido. Al entrar en la
a considerar como un acto clemente celda uno de sus guardianes, lo ha-
el matar a los que nos ofendieron, lló vivo todavía, tendido en el suelo
fácil es adivinar que estaba conta- y desprovisto de fuerzas a causa de
minado de los repugnantes y horri- las heridas; entonces, con objeto
bles ejemplos de crueldad que los de aprovechar el poco tiempo de
De la crueldad • 159

vida que le quedaba, leyéronle la esta pintura y la pusieron por encima


sentencia, y luego que hubo oído de la muerte misma:
que se le condenaba solamente a
cortarle la cabeza, pareció reco- Heu!, reliquias semiassi regis, denudatis
brar vigor nuevo, aceptó un poco ossibus
de vino que antes había rechazado, Per terram sanie delibutas foede divexarier!
dio gracias a sus jueces por la ines- [¡Ah!, no dejéis que se arrastren por es-
perada templanza de su condena, tos campos desoladores los sangrientos
y declaró que había tomado la de- restos medio abrasados y descarnados
terminación de llamar a la muer- hasta los huesos de un rey víctima del
te, por el temor de un cruel supli- infortunio. Cicerón, Tusculanas, I, 44].
cio, creencia a que le movieron los
aprestos que había visto prepararse Encontreme un día en Roma,
en la plaza, en vista de los cuales en el momento en que se ejecutaba
se echó a pensar que se le aplicaría a Catena, ladrón famoso; prime-
una pena terrible. ramente le estrangularon, sin que
Yo aconsejaría que esos ejem- los asistentes manifestaran por ello
plos de rigor, por medio de los cua- emoción alguna, pero cuando em-
les quiere mantenerse el respeto del pezaron a descuartizarle, el verdu-
pueblo, se practicaran solamente con go no daba un solo golpe sin que
los despojos de los criminales; el ver- el pueblo le acompañara con vo-
los privados de sepultura, el verlos ces quejumbrosas y exclamaciones
hervir y el contemplarlos descuar- unánimes, como si todo el mundo
tizados, produciría tanto efecto en lamentase la suerte de aquellos des-
las gentes, como las penas que a los pojos miserables. Ejérzanse tan in-
vivos se hacen sufrir, aunque en reali- humanos excesos con la envoltura,
dad aquél sea escaso o insignificante, no con el cuerpo vivo. Así ablandó
pues como dice la Sagrada Escritura, Artajerjes la rudeza de las antiguas
qui corpus occidunt, et postea non habent leyes persas, ordenando que los se-
quod faciant [Matan el cuerpo y des- ñores que habían incurrido en al-
pués de muerto nada más pueden gún delito en el cumplimiento de
hacer. San Lucas, XII, 4]. Los poetas sus cargos, en lugar de azotarlos,
sacaron gran partido del horror de fuesen desposeídos de sus vestidu-
160 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

ras, y éstas castigadas por ellos; y cedoras voces de un moribundo que


en vez de arrancarles los cabellos, acaba sus horas lleno de angustia.
se les quitaba la tiara. Los egipcios, Este es el grado último que la
tan amigos de cumplir escrupulosa- crueldad puede alcanzar: Ut homo
mente las prácticas de su religión, hominem, non iratus, non timens, tan-
creían satisfacer a la divina justicia tum pectaturus, occidat [Que el hombre
sacrificando cerdos simulados. In- mate a su semejante sin que a ello le
vención atrevida la de querer pagar impelan la cólera ni el temor, sino
con objetos ficticios a quien es sus- tan sólo por el placer de ver morir.
tancia tan esencial. Séneca, Epístolas, 90]. Jamás pude
Yo vivo en una época pródiga contemplar sin dolor la persecución
en ejemplos increíbles de cruel- y la muerte de un animal inocente e
dad, ocasionados por la licencia de indefenso de quien ningún daño re-
nuestras guerras intestinas; ningún cibimos; comúnmente acontece que
horror se ve en los historiadores el ciervo, sintiéndose ya sin aliento
antiguos semejante a los que todos ni fuerzas, no encontrando ningún
los días presenciamos, a pesar de lo recurso para salvarse, se rinde y tien-
cual no he logrado familiarizarme de a los mismos pies de sus perse-
con tan atroces espectáculos. Ape- guidores, pidiéndoles gracia con sus
nas podía yo persuadirme, antes de lágrimas:
haberlo visto con mis propios ojos,
de que existieran almas tan fero- Questuque, cruentus,
ces que, por el solo placer de ma- Atque imploranti similis:
tar, cometieran muertes sin cuento, [Y cubierto de sangre, parece solicitar
que cortaran y desmenuzaran los gracia con sus lágrimas. Virgilio, Enei-
cuerpos, que aguzaran su espíritu da, VII, 501].
para inventar tormentos inusita-
dos y nuevos géneros de muerte, siempre consideré dolorosamente
sin enemistad, sin provecho, por tal espectáculo. Ningún animal cae
el solo deleite de disfrutar el grato en mis manos que no le deje inme-
espectáculo de las contorsiones y diatamente en libertad; Pitágoras los
movimientos, dignos de compasión compraba a los pescadores y pajare-
y lástima, de los gemidos y estreme- ros para hacer con ellos otro tanto:
De la crueldad • 161

Primoque a caede acogida por diversas naciones, prin-


ferarum cipalmente por los druidas:
Incaluisse puto maculatum sanguine
ferrum. Morte carent animae; semperque, priore
[Yo creo que el primer acero que se forjó relicta
fue manchado con la sangre de los ani- Sede, novis domibus vivunt, habitantque
males. Ovidio, Metamorfosis, XV, 106]. receptae:
[Las almas no mueren; cuando aban-
Los que para con los animales donan su primera vivienda pasan a ha-
son sanguinarios denuncian su natu- bitar residencias nuevas. Ovidio, Meta-
raleza propensa a la crueldad. Luego morfosis, XV, 158].
que los romanos se habituaron a los
espectáculos en que las bestias reci- la religión de los antiguos galos
bían la muerte, vieron también go- profesaba la creencia de que las al-
zosos fenecer a los mártires y a los mas eran eternas, y que jamás deja-
gladiadores. La naturaleza misma, ban de cambiar de lugar, trasladán-
lo recelo al menos, engendró en el dose de unos cuerpos en otros; con
hombre cierta tendencia a la inhu- esa idea iba mezclada además la vo-
manidad; nadie ve con regocijo a los luntad de la divina justicia, pues se-
irracionales en sus juegos y caricias, gún los pecados del espíritu, cuando
y todos gozan al verlos pelear y des- éste había permanecido, por ejem-
garrarse. Y porque nadie se burle plo, en Alejandro, decían que Dios
de la simpatía que me inspiran, diré le ordenaba luego que habitase otro
que la teología misma nos ordena cuerpo semejante al primero en que
que los tratemos bondadosamente. había vivido.
Considerando que el Criador nos
puso en la tierra para su servicio, y Muta ferarum
que así el hombre como los brutos Cogit vincia pater truculentos ingerit ursis,
pertenecen a la familia de Dios, hizo Praedonesque lupis; fallaces vulpibus addit.
bien la teología al recomendarnos (…)
afección y respeto hacia ellos. Pitágo- Atque ubi per varios annos, per mille
ras tomó de los egipcios la doctrina figuras
de la metempsicosis, que luego fue Egit, Lethaeo purgatos flumine, tandem
162 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Rursus ad humanae revocat primordia animales, yo no le doy grande im-


formae; portancia, como tampoco al hecho
[Él aprisiona las almas en el cuerpo de de que algunas naciones, señalada-
los animales; la que es cruel habita en mente las más antiguas y nobles, no
las entrañas de un oso; la del ladrón el sólo admitieron a los animales en su
cuerpo de un lobo; el zorro alberga la sociedad y compañía, sino que los
de un bellaco... Sometidas por espacio colocaron en un rango más elevado
de un prolongado cielo de años a mil que el de las personas, considerán-
metamorfosis diversas, llegan por fin a dolos como familiares y favoritos
purificarse en el río del olvido, y Dios de sus dioses, respetándolos y reve-
hace que recobren su forma primitiva. renciándolos como a la divinidad.
Claudiano, Contra Rufino, II, 482-491]; Pueblos hubo, que no reconocieron
otra divinidad ni otro dios. Belluae
si el alma había sido valiente, de- a barbaris propter beneficium consecra-
cían que se acomodaba en el cuerpo tae [Los bárbaros divinizaron a los
de un león; si voluptuosa, en el de un animales porque de ellos recibieron
cerdo; si cobarde, en el de un ciervo beneficios. Cicerón, De la naturaleza
o en el de una liebre; si maliciosa, en de los dioses, I, 36]:
el de un zorro, y así sucesivamente,
hasta que, purificada por el castigo Crocodilon adorat
de haber vivido en tales cuerpos, tras- Pars haec; illa pavet saturam serpentibus
ladábase nuevamente al humano: ibin;
Effigies sacri hic nitet aurea cercopitheci;
Ipse ego, nam memini, Trojani tempore (…) Hic piscem fluminis, illic
belli, Oppida tota canem venerantur.
Panthoides Euphorbus eram. [Unos adoran el cocodrilo; otros con-
[Yo mismo, todavía me acuerdo, era Eu- templan con horror religioso el pája-
forbe, hijo de Panteo, en la época de la ro Ibis, que se alimenta de serpientes:
guerra de Troya. Ovidio hace hablar así aquí, en los altares resplandece la esta-
a Pitágoras en las Metamorfosis, XV, 160]. tua de oro de un mono de larga cola;
allá adoran a un pez del Nilo; pueblos
Por lo que toca a este próximo enteros se prosternan ante un perro.
parentesco entre el hombre y los Juvenal, XV, 2-7].
De la crueldad • 163

La interpretación misma que Plu- benignidad y gracia, a las demás


tarco hace de este error, que es muy criaturas que pueden ser capaces de
atinada, recae también en honor de acogerlas; existe cierto comercio en-
los antiguos; pues asegura que, por tre ellas y nosotros y cierta obligación
ejemplo, los egipcios no adoraban mutua. Yo no tengo inconveniente
individualmente al gato o al buey, alguno en confesar la ternura de mi
sino que en ambos animales rendían naturaleza, tan infantil, que no pue-
culto a la personificación del poder de rechazar a mi perro las caricias
divino: en el segundo la paciencia y intempestivas con que me brinda,
el provecho, y en el primero la viva- ni las que me pide. Los turcos piden
cidad o, como nuestros vecinos los limosnas y tienen hospitales para el
borgoñones y también los alemanes, cuidado de los animales. Los roma-
el desasosiego por verse encerrados, nos cuidaron con exquisito esmero
con lo cual representaban la liber- de las ocas, por cuya vigilancia se
tad, que ponían por encima de toda salvó el Capitolio. Los atenienses
otra facultad divina. Cuando veo en ordenaron que las mulas y machos
los que practican opiniones más mo- que habían prestado servicios en la
deradas los razonamientos con que construcción del templo llamado
procuran mostrarnos la cercana se- Hecatompedón no trabajaran más,
mejanza que existe entre nosotros y y fueran libres de pastar donde los
los animales, las facultades que nos placiera, sin que nadie pudiera im-
son comunes y la verosimilitud con pedírselo. Los agrigentinos enterra-
que a ellos se nos compara, quito ban ceremoniosamente los animales
mucho lustre a nuestra presunción y a quienes habían profesado cariño,
me despojo de buen grado del reina- como los caballos dotados de alguna
do imaginario que sobre las demás rara cualidad, los perros y las aves
criaturas se nos confiere. cantoras, y hasta los que habían ser-
Aun cuando todo esto fuera dis- vido a sus hijos de pasatiempo. La
cutible, existe sin embargo cierto res- magnificencia que les era inheren-
peto y un deber de humanidad que te en las demás cosas, resplandecía
nos liga, no ya sólo a los animales, también en el número y suntuosi-
también a los árboles y a las plantas. dad de los monumentos elevados a
A los hombres debemos la justicia; aquel fin, los cuales existieron hasta
164 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

algunos siglos después y sus egipcios antiguo hizo enterrar a su perro en


daban sepultura en tierra sagrada a un promontorio situado en la costa
los lobos, los osos, los cocodrilos, los del mar que después llevó su nom-
perros y los gatos; embalsamaban los bre, y Plutarco consideraba como
cuerpos y llevaban luto cuando mo- caso de conciencia el vender y en-
rían. Cimón dio honrosa sepultura viar a la carnicería, por alcanzar un
a las yeguas con que ganó tres veces provecho insignificante, un buey
consecutivas el premio de la carrera que por espacio de mucho tiempo le
en los juegos olímpicos. Xantipo el había servido.
cada cosa quiere su tiempo

Los que igualan con el Censor a Ca- da. Este rasgo no me parece muy
tón el joven, matador de sí mismo, laudable; es lo que con razón llama-
colocan en el mismo rango dos na- mos “caer de nuevo en la infancia”.
turalezas hermosas y de carácter Todas las cosas tienen su época ade-
análogo. El primero dio a la suya cuada, hasta las más óptimas, y yo
diversidad mayor de ocupaciones puedo rezar el padre nuestro sin ve-
y sobresalió en las empresas milita- nir a cuento. Quintilio Flaminio fue
res y en el desempeño de los cargos destituido del mando, ejerciendo el
públicos, mas cuanto a la virtud del cargo de general, porque le vieron
joven, sobre ser blasfemia ponerla separado de las tropas en el mo-
frente a ninguna otra en punto a vi- mento del conflicto dando gracias a
gor, es más pura que la del antiguo. Dios en una batalla que ganara.
Y en efecto, ¿quién osaría aligerar a
éste de ambición y envidia, habién- Imponit finem sapiens et rebus honestis.
dose atrevido a atacar el honor de [El hombre prudente es dueño de sus
Escipión, el cual sobrepuja en bon- acciones aun para hacer el bien. Juve-
dad y en todo género de excelencias nal, VI, 444].
no ya al viejo Catón, sino a todos los
demás hombres de su siglo? Como Eudemónides viera a Je-
Cuéntase entre otras cosas del nócrates, ya caduco, asistir puntual-
primer Catón, que hallándose ya en mente a las lecciones de su escuela:
la vejez extrema se puso a estudiar la “¿Cuándo llegará éste, dijo, a saber
lengua griega con deseo ardiente, algo si a estas horas aprende toda-
como para aplacar una sed atrasa- vía?” Encomiaban algunos al rey
Thiénon, Louis-Désiré, Vista de la torre que
servía de habitación a Montaigne, 188?,
dibujo de pluma con tinta china; 9,5 x 14,8 cm,
Biblioteca Nacional de Francia
168 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Tolomeo porque endurecía su per- sa; digo adiós a todos los lugares
sona todos los días en el ejercicio de que abandono, y a diario de lo que
las armas, pero Filopómeno decía: tengo me desposeo. Olim jam nec
“No es cosa digna de alabanza que perit quidquam mihi, nec acquiritur...
un monarca de su edad se ejercite plus super est viatici quam viae [Hace
en ellas; fuera mejor que supiera ya mucho tiempo que mis bienes ni
alcanzar partido para lo venidero”. crecen ni menguan; para lo que
Debe el joven hacer sus preparati- me queda por vivir tengo de sobra.
vos, el anciano disfrutarlos, dicen Séneca, Epístolas, 77].
los filósofos, y el vicio mayor que
éstos advierten en el hombre es que Vixi, et quem dederat cursura fortuna
nuestros deseos rejuvenecen sin ce- peregi.
sar. Constantemente comenzamos a [Viví y cumplí la misión que el destino me
vivir de nuevo. tenía mandada. Virgilio, Eneida, IV, 653].
Nuestro estudio y nuestro anhe-
lo debieran sentir algunas veces la Y en conclusión, todo el alivio
vejez. Tenemos ya un pie en la se- que en mi vejez encuentro consiste
pultura, y nuestros apetitos y perse- en que me amortigua varios deseos y
guimientos no hacen sino renacer: cuidados, los cuales apartan el sosie-
go de la vida: el cuidado del trato so-
Tu secanda marmora cial, el de las riquezas, el de la gran-
Locas sub ipsum funus, et, sepulcri deza, el de la ciencia y el de la salud
Immemor, struis domos. de mi individuo. Aprende aquél
[Haces tallar mármoles cuando la muer- [Catón el Censor] a hablar: cuando
te te amenaza, y piensas sólo en edificar le precisa enseñarse a callarse para
casas sin acordarte de construir un se- siempre. Puede el estudio continuar-
pulcro. Horacio, Odas, II, 18, 17]. se en todo tiempo, pero no el apren-
dizaje: ¡en verdad que es cosa triste
El más delicado de mis designios un anciano deletreando el a b c!
cuenta sólo un año de duración:
pienso sólo desde ahora en acabar, Diversos diversa juvant; non omnibus
me desentiendo de toda esperan- annis
za nueva y de toda nueva empre- Omnia conveniunt.
Cada cosa quiere su tiempo • 169

[A diferentes personas convienen cosas luntad firme e instrucción, tenía


distintas, y cada cosa sirve en su sazón. más que Platón mismo haya podi-
Pseudo-Galio, I, 104]. do almacenar en sus escritos. Es-
taban su ciencia y su vigor, en este
Si hace falta estudiar, ocupémo- particular, por encima de la filoso-
nos en un estudio adecuado con fía; empleose en aquella lectura no
nuestra condición, a fin de que nos para el servicio de su muerte, sino
sea dable contestar como aquel a que, como quien no interrumpe ni
quien preguntaron a que fin se siquiera las horas de su sueño con
quebraba la cabeza, ya decrépito: la importancia de tamaña delibera-
“Para partir mejor y más a mi gus- ción, continuó también sus estudios
to”, respondió. Tal fue la labor de sin modificación ninguna lo mismo
Catón, el joven, quien al sentir su que las demás acostumbradas ac-
fin próximo echó mano del discur- ciones de su vida. La noche en que
so de Platón sobre la inmortalidad fue rechazado de la pretura, la pasó
del alma; y no hay que creer que no jugando; la en que debía morir, la
estuviera de antemano provisto de pasó leyendo: así la pérdida de la
toda suerte de municiones para una vida como la del cargo eran para él
mudanza semejante: seguridad, vo- cosas indiferentes.
defensa de séneca y de plutarco

La familiaridad que mantengo con desaciertos. A mi entender, con es-


estos dos personajes y la asistencia tos juicios se honra demasiado a
que procuran a mi vejez y mi libro, dicho señor cardenal, pues aunque
edificado del principio al fin con yo sea de los que estiman grande-
sus despojos, me obligan a defen- mente su espíritu, elocuencia, celo,
der el honor de ambos. religión y servicio de su rey, al par
Cuanto a Séneca, entre los cen- que su buena estrella de haber na-
tenares de librejos que propagan cido en un siglo en que le fue dado
los partidarios de la pretendida re- ser hombre singular, y juntamen-
ligión reformada en defensa de su te, necesario a la vez para el bien
causa, que a veces proceden de bue- público, que pudo contar con un
na mano, y es gran lástima que no eclesiástico de tanta nobleza y dig-
tengan mejor asunto, vi hace tiem- nidad, sin embargo, a juzgar sin
po uno que por aparejar y mostrar ambages la verdad, yo no juzgo su
palmaria la semejanza del reinado capacidad, ni con mucho, al nivel
de nuestro Carlos IX con el de Ne- de la de Séneca ni su virtud tan
rón, coloca en el mismo rango que pura, tan cabal y tan constante.
Séneca al cardenal de Lorena, con- Este libro de que hablo para lle-
siderando igual la fortuna de am- gar a su designio, traza de Séneca
bos. Como es sabido, los dos fue- un injuriosísimo retrato y encuentra
ron los primeros personajes en el los vituperios en el historiador Dión,
gobierno de sus príncipes respecti- de quien yo rechazo el testimonio. A
vos y tuvieron iguales costumbres, más de que este autor es inconstante,
idénticas condiciones y los mismos pues después de haber llamado al
Defensa de Séneca y de Plutarco • 171

preceptor de Nerón varón pruden- de escribidores de su siglo; merece,


tísimo y enemigo mortal de los vicios pues, que se le estudie y considere.
de su discípulo, le califica de avari- Yo lo encuentro algo atrevido en el
cioso, usurero, ambicioso, cobarde y pasaje de su Método de la Historia en
voluptuoso, y añade que encubría to- que acusa a aquél, no solamente de
das estas perversas cualidades bajo el ignorancia (en lo cual nada tendría
manto de la filosofía. A mi ver, la vir- yo que reponerle, por no ser asun-
tud de Séneca aparece en sus escri- to de mi competencia), sino también
tos resplandeciente y vigorosa, y su de escribir a veces “cosas increíbles
defensa contra algunas de aquellas y completamente fabulosas”; tales
imputaciones es tan clara y evidente son las palabras que Bodin emplea.
como el cargo de su riqueza y fausto Si hubiera dicho sólo “que relataba
excesivos; yo no creo, pues, ningún los hechos distintamente de como
testimonio en contrario. Con mayor son”, la censura no habría sido
razón debe aprobarse en tales aser- grande, pues aquello que no vimos
tos a los historiadores romanos que lo tomamos de ajenas manos y así le
a los griegos y extranjeros: Tácito y prestamos crédito. Yo veo que adre-
los otros autores latinos hablan muy de refiere diversamente la misma
honrosamente de su vida y de su historia, como el juicio de los tres
muerte, pintándonosle en todos sus mejores capitanes que hayan jamás
actos como personaje excelentísimo existido, formulado por Aníbal, es
y virtuosísimo; no quiero alegar otra diferente en la vida de Flaminio y en
réplica contra el juicio de Dión más la de Pirro. Mas acusarle de haber
que ésta de incontestable peso: tan considerado como moneda contante
desacertadamente juzga las cosas y sonante cosas increíbles e imposi-
romanas, que se atreve a sostener bles, es suponer falta de pondera-
la causa de Julio César contra Pom- ción al más juicioso autor del mun-
peyo y la de Marco Antonio contra do. He aquí lo que Bodin señala:
Cicerón. “cuando refiere que un muchacho
Volvamos a Plutarco. Juan Bodin de Lacedemonia se dejó desgarrar
es un buen autor de nuestro tiem- el vientre por un zorro que había
po, cuyos escritos encierran mu- robado y guardaba oculto bajo su
cho más juicio que los de la turba túnica, prefiriendo morir mejor que
172 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

mostrar su latrocinio”. En primer en ese pasaje para tal efecto, fácil


lugar creo mal escogido este ejem- es penetrarse de ello, por lo que en
plo; puesto que es muy difícil limi- otro lugar nos refiere sobre el mis-
tar los esfuerzos de las facultades mo tema de la paciencia de los mu-
del alma mientras que las fuerzas chachos lacedemonios, con ocasión
corporales tenemos más medios de de sucesos acaecidos en su tiempo
conocerlas y medirlas; por esta ra- más difíciles a persuadirnos, como
zón sino me hubiera impuesto la ta- el que Cicerón testimonió antes que
rea de buscar contrasentidos a nues- él “por haberse encontrado (a lo
tro autor hubiera más bien escogido que dice) en el lugar donde aconte-
un ejemplo de esa segunda catego- ció”, o sea que hasta su época veían-
ría. De la cual los hay en Plutarco se criaturas aptas para soportar esa
mucho menos creíbles, como el que prueba de paciencia, a la cual se las
de Pirro cuenta, diciendo “que en- experimentaba ante el altar de Dia-
contrándose herido sacudió un tan na, que sufrían el ser azotadas basta
tremendo sablazo a un enemigo ar- que la sangre las corría por todo el
mado de todas armas, que lo partió cuerpo, no solamente sin gritar sino
de arriba abajo, de tal suerte que el también sin gemir, y que algunas allí
cuerpo quedó en dos partes dividi- dejaban voluntariamente la vida. Y
do”. En el ejemplo que Bodin elige lo que Plutarco también refiere, jun-
nada encuentro de milagroso, ni tamente con cien otros testimonios,
admito tampoco la excusa con que de que en el sacrificio un carbón
a Plutarco disculpa, de haber aña- encendido se deslizó en la manga
dido estas palabras: “según cuen- de un niño lacedemonio cuando
tan”, para advertirnos mantener en estaba incensando el ara, dejándose
guardia nuestro crédito, pues a no abrasar todo el brazo hasta que el
tratarse de las cosas recibidas por au- olor de la carne chamuscada llegó
toridad y reverencia de autoridad o a las narices de los asistentes. Tan
de religión, no hubiera pretendido imbuido estoy yo en la grandeza de
ni acoger él mismo, ni proponernos aquellos hombres que no solamente
para que las creyéramos cosas de no me parece, como a Bodin, increí-
suyo increíbles. Y lo de que esta fra- ble el relato de Plutarco, sino que ni
se, “según cuentan”, no la emplee siquiera ni a raro ni a singular me
Defensa de Séneca y de Plutarco • 173

sabe. Llena está la historia esparta- llevado al siguiente a soportar las


na de mil ejemplos más rudos y más mismas crueldades, con todos los
peregrinos; extrañamente conside- miembros quebrados, formó una la-
rada, toda ella es un puro milagro. zada con un girón de su túnica en el
Con ocasión del robo, Marcelino brazo de la silla donde estaba, a ma-
refiere que en su época no se había nera de nudo corredizo, y metiendo
logrado encontrar ninguna suerte de por él la cabeza se estranguló con el
tormento que forzase a los egipcios a peso de su cuerpo. Teniendo el va-
declararlo cuando se los sorprendía lor de morir así y hallando tan a la
en ese delito, entre ellos muy común, mano el escapar a los primeros tor-
como su nombre lo declara. mentos, ¿no parece haber de intento
Conducido al suplicio un campe- prestado su vida a semejante prueba
sino español a quien se consideraba de paciencia el precedente día para
como cómplice en el homicidio del burlarse del tirano, animando a otros
pretor Lucio Piso, gritaba, en me- a semejante empresa contra él?
dio del tormento, “que sus amigos Quien se informe de nuestros sol-
no se movieran, asistiéndole con dados en punto a los sufrimientos que
seguridad cabal, y que del dolor no en nuestras guerras civiles sopor-
dependía el arrancarle una palabra taron hallará efectos de paciencia,
de confesión”; no dijo otra cosa du- obstinación y tenacidad en nuestros
rante el primer día. Al siguiente, siglos miserables, en medio de esa
cuando le llevaban para comenzar turba más que la egipcia blanda y
de nuevo su tormento, arrancándo- afeminada, dignos de ser compara-
se de entre las manos de sus guar- da con los que acabamos de referir
dianes se magulló la cabeza contra de la virtud espartana.
un muro, y se mató. Yo sé que se vio a simples campe-
Como Epicaris cansara y hartara sinos dejarse abrasar las plantas de
la crueldad de los satélites de Ne- los pies, aplastar el extremo de los
rón resistiendo el fuego y los azotes dedos con el gatillo de una pistola, y
o instrumentos de suplicio durante sacar los ensangrentados ojos fuera
todo un día sin que ninguna palabra de la cabeza a fuerza de oprimirles
pronunciaran sus labios de la conju- la frente, con una cuerda, antes de
ración en que había tomado parte, pretender siquiera ponerse a salvo.
174 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

A uno vi dejado como muerto, com- de la que por ninguna corrección ni


pletamente desnudo en un foso, amenazas ni palos cesaba de llamar
con el cuello magullado e inflado piojoso a su marido, la cual, preci-
por una soga que de su cuerpo aun pitada en el agua, alzaba todavía las
pendía, con la cual le habían sujeta- manos (ahogándose ya) por encima
do toda la noche a la cola de un ca- de su cabeza para hacer el signo de
ballo; su cuerpo estaba atravesado aplastar piojos, imaginó un cuento
en cien sitios diferentes con heridas del que se ve todos los días señal y
de arma blanca, que le asestaron expresa imagen en la testarudez de
no para matarle, sino para hacerle las mujeres. Testarudez hermana de
sufrir e infundirle miedo. Todo lo la constancia, a lo menos en vigor y
había soportado, hasta la pérdida firmeza.
del uso de la palabra y de las sen- No hay que juzgar de lo posible
saciones, resuelto, a lo que me dijo, y de lo imposible según lo creíble y
a morir mejor de mil muertes (y en lo increíble para nuestros sentidos,
verdad que en lo tocante a sufri- como en otra parte dije; y es defec-
miento había soportado una bien to grave, en el cual, sin embargo,
cabal), antes que ninguna prome- casi todos los hombres incurren (y
sa se le escapara; este hombre era, esto no va con Bodin), el oponerse
sin embargo, uno de los más ricos a creer del prójimo lo que ellos no
labradores de la comarca. ¿A cuán- querrían, o no serían capaces de lle-
tos no se vio dejarse pacientemente var a cabo. Piensa cada cual que la
quemar y asar por sustentar ajenas soberana forma de la humana natu-
opiniones, ignoradas y descono- raleza reside dentro de él mismo, y
cidas? Cien y cien mujeres conocí que según ella precisa reglamentar
(pues dicen que las cabezas de Gas- a todos los otros: las maneras que
cuña gozan de alguna prerrogativa con las propias no se relacionan son
en este respecto), a quienes hubie- simuladas o falsas. ¡Bestial estupidez
seis más bien hecho morder hie- si las hay! ¿Proponen a un hombre
rro candente que abandonar una alguna calidad de las acciones o fa-
idea concebida en un momento de cultades de otro? Lo primero que
cólera; la violencia y los golpes las de su juicio consulta es su propio
exasperan, y quien forjó el cuento ejemplo, y conforme a él debe an-
Defensa de Séneca y de Plutarco • 175

dar el orden del mundo. ¡Borricada era en Grecia cosa nueva el ver a al-
perjudicial e insoportable! Por lo que gunos castigados y desterrados por
a mí toca, considero a algunos hom- el delito de agradar de sobra a sus
bres muy por encima de mi medida, paisanos, como lo prueban el ostra-
principalmente entre los antiguos; y cismo y el petalismo.
aun cuando reconozca claramente Hay aún otra acusación en el mis-
mi impotencia para seguirlos ni a mo pasaje que me sienta mal por
mil pasos, mi vista no deja de con- Plutarco: donde Bodin escribe que
templarlos ni de juzgar los resor- aquel acomodó, de buena fe, los ro-
tes que así los elevan, de los cuales manos con los romanos y los griegos
advierto en mí la semilla en cierto entre sí, pero no los griegos con los
modo: hago lo propio con la extre- romanos; pruébanlo, dice, Demós-
ma bajeza de los espíritus, que no tenes y Cicerón, Catón y Aristides,
me espanta, y en la cual tampoco Sila y Lisandro, Marcelo y Pelópi-
dejo de creer. Penetro bien la forta- das, Pompeyo y Agesilao, conside-
leza que para remontarse emplean, rando que favoreció a los griegos
admiro su grandeza y sus ímpetus, procurándoles compañeros tan des-
que encuentro hermosísimos, abra- emejantes. Este cargo va contra lo
zándolos. Si mis ánimos no llegan a que Plutarco tiene de más excelente
tan encumbradas cimas, mis fuerzas y laudable, pues en sus comparacio-
se aplican a ellas gustosísimas. nes (que constituyen la parte más
El otro ejemplo que Bodin ale- admirable de sus obras, en la cual, a
ga entre las cosas increíbles y ente- mi ver, tanto a sí mismo se plugo), la
ramente fabulosas, dichas por Plu- fidelidad y sinceridad de sus juicios
tarco, es lo de “que Agesilao fuera igualan su profundidad y su peso:
multado por los eforos por haber Plutarco es un filósofo que nos ense-
sabido ganar el corazón y la volun- ña la virtud. Veamos si nos es dable
tad de sus conciudadanos”. No me libertarle de ese reproche de preva-
explico la marca de falsía que en ricación y falsía. Lo que se me antoja
ello encuentra, mas lo que si diré es haber motivado tal juicio, es el bri-
que Plutarco en este punto habla de llo resplandeciente y grande de los
cosas que debían serle mucho me- nombres romanos que nuestra ca-
jor conocidas que a nosotros; y no beza alberga; no admitimos que De-
176 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

móstenes pueda igualar la gloria de lado, si tuviera que quejarme por


un cónsul, procónsul y pretor de esa los griegos, ¿no podría decir que
gran república; mas quien conside- mucho menos es Camilo compara-
re la verdad de la cosa y los hombres ble a Temístocles, los Gracos a Agis
por sí mismos (a lo cual Plutarco y Cleomenes y Numa a Licurgo?
enderezó sus miras), y quien logre Pero es locura el pretender juzgar
equilibrar las costumbres de unos y de las cosas que tan distintos aspec-
otros, la naturaleza y la capacidad tos muestran.
de su fortuna, creerá conmigo, al re- Cuando Plutarco los compara, no
vés de Bodin, que Cicerón y Catón por ello los iguala: ¿quién podría ad-
el antiguo son deudores a sus com- vertir sus diferencias con competen-
pañeros. Para sustentar el designio cia y conciencia mayores? ¿Quiero
de nuestro escritor hubiera yo más parangonar, por ejemplo, las victo-
bien elegido el ejemplo de Catón rias, los hechos de armas, el pode-
el joven puesto al lado del Foción, río de los ejércitos conducidos por
pues en esta pareja podía encon- Pompeyo, y sus triunfos, con los de
trarse más verosímil disparidad en Agesilao? “Yo no creo, dice, que el
provecho del romano. En cuanto mismo Jenofonte, si hubiera vivido,
a Marcelo, Sila y Pompeyo, bien se a pesar de haberle dejado escribir
me alcanza que sus expediciones cuanto quiso en ventaja de Agesi-
militares son de mayor relieve, más lao, osara establecer una compara-
gloriosas y más pomposas que las ción”. ¿Coloca a Lisandro frente a
de los griegos que Plutarco colocó Sila? “No hay comparación posible,
frente a ellos; pero las acciones más escribe, ni en número de victorias,
hermosas y virtuosas, así en la gue- ni en arriesgadas batallas, pues Li-
rra como en la paz, no son siempre sandro ganó tan sólo dos combates
las más sonadas. Con frecuencia veo navales”. No es esto aminorar a los
muchos nombres de capitanes aho- romanos. Por haberlos simplemente
gados bajo el esplendor de otros cu- presentado ante los griegos, ningu-
yos merecimientos son más chicos: na injuria pudo haberlos inferido,
así lo acreditan Labiano, Ventidio, cualquiera que sea la disparidad
Telesino y algunos más. Tratándo- que pueda haber entre unos y otros.
se de censurar a Plutarco por este Plutarco no los contrapesa por en-
Defensa de Séneca y de Plutarco • 177

tero; en conjunto, en él no se descu- juicio particular, o decir en general


bre ninguna preferencia; compara que incurrió en tal falta no compa-
las partes y circunstancias unas tras rando tal griego con tal romano, en
otras y las juzga separadamente. Por atención a que había otros más apro-
donde, si acusársele quisiera de favo- piados para aparejarlos y cuyas vidas
ritismo, sería preciso analizar algún mejor se relacionaban.
de tres virtuosas mujeres

De esta índole no se encuentran a que no los aman sino muertos! La


docenas como todos sabemos, y to- vida estuvo preñada de querellas y
davía menos en lo tocante a los de- a la muerte siguieron el amor y la
beres matrimoniales. El matrimonio cortesía. Del propio modo que los
es una aventura llena de circunstan- padres esconden la afección que a
cias tan espinosas, que es muy raro sus hijos profesan, así las mujeres
que la voluntad de una mujer se ocultan de buen grado la suya a sus
mantenga cabal en él durante largo esposos para el mantenimiento de
tiempo. Y aun cuando los hombres un respeto lleno de honestidad. No
procedan en esta unión de manera es de mi grado este misterio; inútil
más cumplida que ellas, les es cos- es que se arranquen los cabellos y
toso sin embargo conseguirlo. El que se arañen, siempre me queda la
toque de un buen matrimonio y la duda de cómo pasaron las cosas en
verdadera prueba del mismo miran vida, y deslizo al oído de la donce-
al tiempo que la unión dura, y a si lla o del secretario: “¿Cómo proce-
ésta fue constantemente dulce, leal dieron antaño? ¿De qué condición
y tranquila. En nuestro tiempo las fue la sociedad que mantuvieron?”
mujeres guardan más comúnmente Siempre vienen estas palabras a mi
el hacer gala de sus buenos oficios, memoria: jactancius maerent, quae
así como de la vehemencia afecti- minus dolent [Los que menos sufren
va, para cuando los maridos ya no muestran mayor aflicción. Tácito,
existen, buscando entonces la ma- Anales, II, 77]; su rechinar de dien-
nera de dar testimonio de su bue- tes es odioso a los vivos e inútil a los
na voluntad. ¡Tardío o inoportuno muertos. Consentiríamos de buena
testimonio, con el cual acreditan gana que rieran después con tal de
De tres virtuosas mujeres • 179

que hubieran reído durante nuestra hablaré aquí de tres mujeres que
vida. ¿No es para resucitar de despe- emplearon también el efecto de su
cho el ver que quien me escupió a la afección y bondad hacia sus maridos
cara cuando me tenía delante venga cuando éstos se encontraban próxi-
a cosquillearme los pies cuando ya mos a morir. Son, sin embargo, ca-
no existo? Si algún mérito encie- sos algo distintos de lo que vemos, y
rra el llorar a los maridos, éste no de una convicción tan palmaria que
pertenece sino a las que en vida les costaron la vida a quienes los pusie-
rieron; las que deshonraron que se ron en práctica.
rían luego por fuera y por dentro. Tenía Plinio el joven un vecino que
Así que, no paréis mientes en esos se hallaba horriblemente atormenta-
ojos húmedos, ni en esa voz lasti- do por algunas úlceras que le habían
mera. Considerad más bien el por- salido en las partes vergonzosas. La
te, el tinte y las mejillas gordas bajo mujer de éste, viéndole en perfecto
los velos enlutados. Por ahí sólo estado de languidecimiento, rogole
hablan con elocuencia y claridad, y que consintiera en que ella examina-
son contadas aquellas cuya salud no ra con todo detenimiento y de cerca
va mejorando, circunstancia que no el estado de su mal para luego decir-
miente jamás. Ese continente cere- le francamente el desenlace que de
monioso no mira tanto a lo que pasó la enfermedad podía esperarse. Lue-
como a lo que pueda venir; más go de obtenida licencia de su marido
que pago, es adquisición. Recuerdo y de haberle curiosamente reconoci-
que siendo niño vi a una dama ho- do, convenciose la mujer de que la
nesta y muy hermosa, viuda de un curación era imposible, y de que todo
príncipe, la cual vive todavía, que cuanto podía esperarse era arrastrar
llevaba más adornos de los que las penosamente y por tiempo dilatado
leyes de nuestra viudez consienten. una existencia dolorosa y lánguida.
A los que la censuraban contestaba En consecuencia, aconsejole como
diciendo que no frecuentaba nuevas remedio soberano que se diera la
amistades y que no pensaba en vol- muerte; mas como le viera algo rea-
ver a casarse. cio para realizar tan dura empresa,
Para no ponernos en abierta con- díjole: “No creas, ¡oh amigo mío!
tradicción con nuestras costumbres que los dolores que te veo sufrir no
180 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

me hacen penar tanto como a ti, y Las otras dos de que voy a hablar
que por librarme quisiera servirme eran nobles y ricas; entre éstas los
de la medicina que te ordeno; quiero ejemplos virtuosos se encuentran
acompañarte en la curación como te difícilmente.
acompañé en la enfermedad; aleja Arria, esposa de Cécina Peto,
ese temor de tu alma, y está segu- personaje que ejercía la dignidad
ro de que solo placer hallaremos en consular, fue madre de otra Arria,
el tránsito que debe libertarnos de casada con Trasea Peto, aquel cuya
tantos tormentos; contentos y juntos virtud fue tan renombrada en tiem-
partiremos”. Dicho esto y reaniman- po de Nerón, y por medio de este
do el vigor de su marido resolvió la yerno abuela de Fannia. Necesario
esposa que se lanzarían al mar por es consignar estos detalles, porque
una ventana de la casa, y para llevar la semejanza de los nombres y for-
hasta el fin la afección vehemente y tuna de estos personajes hizo a mu-
leal con que en vida lo había amado chos incurrir en error. Como Cécina
quiso que muriera entre sus brazos; Peto fuera reducido a prisión por las
a este fin, no teniendo en ellos se- gentes del emperador Claudio des-
guridad cabal, y temiendo que des- pués de la derrota de Escriboniano,
pués de enlazados se soltaran por cuyo partido había seguido, su es-
la caída y el pavor, se hizo ligar es- posa suplicó a los que le conducían
trechamente con él, abandonando a Roma que la recibieran en el na-
así la vida por el reposo de la de su vío, donde su presencia evitaría el
marido. Esta mujer era de extrac- número considerable de personas
ción baja, y sabido es que entre tales que había de serles necesario para
gentes no es peregrino el tropezar su servicio, al par que los gastos
con algún rasgo de singular bondad consiguientes, pues ella se encarga-
y fortaleza: ba de servir de camarera y cocinera
y a llenar todos los demás oficios.
Extrema per illos Rechazada su proposición, se lanzó
Justitia excedens terris vestigia fecit. en una barquilla pescadora que al-
[La justicia al abandonar estas tierras quiló al instante y siguió a su esposo
deja en ellas sus últimos vestigios. Vir- de esta suerte desde Esclavonia a
gilio, Geórgicas, II, 473]. Roma. Llegados a la ciudad, un día,
De tres virtuosas mujeres • 181

encontrándose el emperador pre- dose furiosamente del sitial donde


sente, Junia, viuda de Escriboniano, se encontraba, su cabeza chocó con
dirigiéndose familiarmente a Arria, todas sus fuerzas contra la pared
como dama que pertenecía al mismo vecina; siguió a esta tentativa un
rango, fue rudamente repelida con largo desvanecimiento, y muchas
estas palabras: “¡Hablar yo contigo heridas, y luego que a duras penas
ni escuchar siquiera, tú en cuyo re- la hicieron volver en sí, profirió es-
gazo Escriboniano recibió la muerte tas palabras: “¡Bien os decía que si
y tienes todavía la desfachatez de poníais obstáculos a algún medio
vivir!” Esta expresión, con algunos fácil de matarme elegiría otro por
otros indicios, hicieron presumir a penoso que fuera!” El desenlace de
su familia que Arria trataba de darse tan admirable fortaleza femenina
la muerte no pudiendo soportar las tuvo lugar del modo siguiente: ca-
desdichas de su marido. Entonces reciendo su marido por sí mismo
Trasea, su yerno, suplicándola que de valor suficiente pasa darse la
no se perdiera, hablola así: “¡Pues muerte a que la crueldad del em-
qué! ¿si mi situación fuera un día la perador le condenara, un día, entre
misma que la de Cécina anhelaríais otros, Arria, después de haber pri-
que mi esposa, vuestra hija, imita- meramente empleado las razones y
ra vuestra conducta?¡Ya lo creo que exhortaciones adecuadas a su inten-
lo anhelaría, si mi hija había vivido to, que era el instigar al suicidio a
tanto tiempo y en tan buena armo- su esposo, cogió el puñal que éste
nía contigo como yo he vivido con llevaba, y blandiéndolo desnudo,
mi marido!” Esta respuesta aumentó concluyó su exhortación diciendo:
el cuidado que les inspiraba, e hizo “¡Haz así, Peto!” Y en el mismo ins-
que su vida se vigilara más de cerca. tante se asestó en el pecho una heri-
Un día, después de haber dicho a da mortal. Luego, arrancándola de
los que la custodiaban: “¡Es inútil sus carnes, presentole el arma a su
que tengáis constantemente los ojos marido, acabando su vida con esta
puestos en mí; podéis conseguir frase noble, generosa e inmortal:
que fenezca de más dura muerte de Paete, non dolet. No la quedó espacio
la que imagino, pero no seréis capa- sino para proferir esas tres palabras
ces de imposibilitar mi fin”, lanzán- de una tan hermosa trascendencia:
182 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

“¡Toma, Peto, a mí no me ha hecho sin duda de haber necesitado una


ningún daño!” tan cara y preciosa enseñanza.
Pompeya Paulina, nobilísima y
Casta suo gladium quum traderet Arria joven dama romana, casó con Séne-
Praeto, ca cuando éste se encontraba ya en
Quem de visceribus traxerat ipsa suis: la vejez extrema. Nerón, su lindo
Si qua fides, vuinos quod feci non dolet, discípulo, enviole sus satélites para
inquit, que le comunicaran la orden de su
Sed quod tuo facies, id mihi, muerte, la cual era costumbre noti-
Paete, dolet. ficarla del siguiente modo: cuando
[Cuando la casta Arria, arrancándose los emperadores romanos de esta
de sus entrañas la espada con que aca- época condenaban a algún hom-
baba de herirse, la ofrece a su amado bre de calidad preguntábanle por
Peto, le dice así: “La herida que me medio de sus oficiales cuál era el
hice no me duele, créeme; pero la que género de muerte que deseaba es-
tú te harás, Peto, ésa sí me duele”. Mar- coger, y hacíanle saber el plazo que
cial, I, 14]. le prescribían con arreglo al temple
de su cólera, el cual era corto o largo
La realidad es mucho más viva pero casi siempre disponía la víctima
y de más rico alcance que como el del tiempo necesario para poner en
poeta la interpretó, pues así las he- orden sus negocios aun cuando al-
ridas del marido como las propias, guna vez le faltara por la brevedad
la muerte del mismo como la suya, del plazo. Cuando dudaba el con-
nada pesaban a Arria, habiendo denado en cumplir las imperiales
sido de ambas cosas consejera y órdenes, enviábanle gentes propias
promovedora. Mas luego de reali- a su ejecución, quienes o le corta-
zada la empresa tan alta y valerosa ban las venas de los pies y las de los
sólo por la ventaja de su esposo, brazos, o le hacían a la fuerza tomar
nada más que a él tuvo presente veneno. Las personas de honor no
en el último trance de su vida para aguardaban este desenlace, y para
alejar de su ánimo el temor de se- tales operaciones servíanse de sus
guirle, muriendo también. Peto se propios médicos y cirujanos. Séne-
clavó el mismo puñal, vergonzoso ca oyó la orden que le comunicaban
De tres virtuosas mujeres • 183

con apacible y sereno semblante, zos, rogola que soportara con cal-
y pidió que le llevaran papel para ma su desventura por el amor que
hacer su testamento; como le recha- le profesaba, y la dijo además que
zara el capitán este servicio, volvio- había llegado la llora de mostrar, no
se del lado de sus amigos y les dijo: por discursos ni disputas, sino por
“Puesto que no puedo dejaros otra efectos, el fruto que de sus estudios
cosa en reconocimiento de lo que os había sacado, y que creía abrazar la
debo; os otorgo lo mejor que poseo, muerte no ya sólo sin dolor, sino con
o sea la imagen de mis costumbres y regocijo. “Por lo cual amiga mía, de-
de mi vida, las cuales os ruego con- cía Séneca, te ruego que no la empa-
servéis en vuestra memoria, a fin ñes con tus lágrimas a fin de que no
de que practicándolas así adquiráis parezca que tú misma te prefieres a
la gloria de sinceros y verdaderos mi buen nombre; apacigua tu dolor;
amigos”. Al mismo tiempo el filóso- sírvate de consuelo el conocimiento
fo, ya dulcificaba sus palabras para que tuviste de mi vida y de mis ac-
contrarrestar la amargura del dolor ciones, gobernando el resto de la
que los veía sufrir; ya las hacia gra- tuya con las honestas ocupaciones
ves para reprenderlos: “¿Dónde se a las cuales estás habituada”. A esto
fueron, decía, los hermosos precep- Paulina, algo más animada, alentan-
tos filosóficos? ¿Qué se hicieron las do la magnanimidad de su alma por
provisiones que durante tantos años una afección nobilísima: “No, Séne-
hicimos contra las desventuras de la ca, respondió, no puedo privaros de
vida humana? ¿Por ventura era para mi compañía en trance semejante;
nosotros cosa nueva la crueldad no quiero que penséis que los vir-
de Nerón? ¿Qué podíamos esperar tuosos ejemplos de vuestra vida no
de quien matara a su madre y a su me hayan todavía enseñado a saber
hermano, sino que diera también morir bien; ¿y cuándo podría acabar
muerte a quien le gobernara, enca- mejor, ni más dignamente, ni mas a
minara y educara?” Luego de haber mi gusto que con vosotros? Estad,
dirigido a todos estas palabras, vol- pues, seguro de que nos vamos jun-
viose hacia su mujer, que agobiada tos”. Entonces el filósofo, conside-
por el dolor desfallecía de ánimo y rando como buena la deliberación
de fuerzas; estrechola entre sus bra- de su mujer, y al mismo tiempo por
184 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

libertarse del temor de dejarla des- efecto, pues a causa de la frialdad y


pués de su muerte a la merced de la debilidad de sus miembros no pudo
crueldad de sus enemigos, habló así: llegar al corazón; de suerte que pre-
“Te había dado consejos que servían paró además un baño muy caliente,
a gobernar felizmente tu vida, pero y entonces, sintiendo su fin cercano,
puesto que prefieres mejor el honor mientras le duró el aliento continuó
de la muerte, en nada te lo envidia- sus excelentísimos razonamientos so-
ré; que la firmeza y la resolución bre el estado en que se encontraba,
sean iguales en nuestro común fin, que sus secretarios recogieron mien-
pero que la hermosura y la gloria del tras les fue dable oír su voz. Las úl-
mismo sea más grande de tu parte”. timas palabras que pronunció per-
Esto dicho, se les cortaron al mismo manecieron durante largo tiempo
tiempo las venas de los brazos, pero en crédito y honor en los labios de
como las de Séneca estuvieran opri- todos (y es bien de lamentar que no
midas a causa de sus muchos años, hayan llegado a nosotros). Como
y también por su abstinencia, ma- advirtiera los últimos síntomas de la
naban poco sangre y muy despacio, muerte, tomó agua del baño, ensan-
por lo cual ordenó que le abrieran grentada como estaba, y la derramó
las de los muslos. Temiendo que el por su cabeza, diciendo: “Consagro
tormento que sufría enterneciera el esta agua a Júpiter el libertador”.
corazón de su mujer, al par que para Advertido Nerón de todo lo acon-
libertarse él mismo de la aflicción tecido, temiendo que la muerte de
que le causaba verla en tan lastimo- Paulina, que pertenecía a las damas
so estado, luego de haberse despe- mejor emparentadas de la nobleza
dido de ella amantísimamente, rogó romana, y a quien no profesaba ren-
que se permitiera que le trasladaran cor ninguno, se le achacara también,
a la habitación vecina, como se hizo. mandó con toda diligencia que se la
Mas como todas las incisiones que ligaran las venas como así se hizo,
en su cuerpo se habían practicado mas sin que ella lo advirtiera, pues-
eran insuficientes para hacerle mo- to que se encontraba medio muerta
rir, ordenó a Estacio Anneo, su mé- e insensible. El tiempo que contra
dico, que le suministrara un brebaje su designio estuvo en el mundo vi-
venenoso, que apenas hizo tampoco violo honestísimamente, como a su
De tres virtuosas mujeres • 185

virtud pertenecía, mostrando por la profesaba. A juicio nuestro no hay


palidez de su semblante cuánta vida gran compensación en este cambio;
dejara escapar por sus heridas. mas según el criterio estoico, entien-
Estas son mis tres verídicas rela- do que Séneca pensaría haber hecho
ciones, que a mi entender son tan tanto por su esposa al alargar la pro-
interesantes y tan trágicas como las pia existencia en su favor, como si
que aderezamos a nuestro albedrío por ella hubiera muerto. En una de
para procurar placer al pueblo. Me las cartas que escribe a Lucilio, des-
admira que a los que se dedican a pués de contarle cómo las calenturas
forjarlas no se les ocurra elegir más habiéndole asaltado en Roma montó
bien diez mil lindas historias que se de repente en un vehículo para tras-
encuentran en los libros, donde con ladarse a una de sus casas de campo,
menos molestia procurarían mayor contra el parecer de su mujer, que
regocijo y provecho. Quien quisie- quería detenerle, y a quien él había
re edificar un cuerpo entero en que repuesto que la calentura que tenía
las unas fueran unidas a las otras no no emanaba del cuerpo sino del lu-
habría menester poner de propio gar donde vivía, concluye así: “De-
más que el enlace, como la solda- jome partir recomendándome que
dura de otro metal. Por este medio me cuidara mucho, y yo que pongo
podría amontonar numerosos acon- su vida en la mía empiezo a reme-
tecimientos verídicos de todas suer- diar mis males por aliviar los suyos.
tes, disponiéndolos y diversificándo- El privilegio que mi vejez me había
los según que la belleza de la obra otorgado al convertirme en más fir-
lo exigiera, sobre poco más o menos me y resuelto para muchas cosas, lo
como Ovidio ha cosido y remendado pierdo cuando a mi memoria viene
sus Metamorfosis con un gran número la idea de que en este anciano hay
de diversos mitos. una joven a quien aquél rinde servi-
Digno es de reflexión en la últi- cios. Puesto que no la puedo obligar
ma pareja considerar que Paulina a amarme con mayor firmeza, ella
sacrifica gustosa su vida en aras del me fuerza a mí mismo a quererme
amor de su marido, y que éste había con mayor celo. Preciso es condes-
en otra ocasión escapado a la muer- cender con nuestras legítimas afec-
te sólo por el amor que a su mujer ciones; y a veces, aun cuando todo
186 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

nos llevara a la muerte, retener en sí, tables así lo hicieron. Es un rasgo de


aun a costa de sufrimientos, el soplo bondad singular el conservarse en la
vital que nos escapa. El hombre pro- vejez (cuya ventaja mayor es la negli-
bo debe permanecer aquí bajo no gencia de su duración y un más vale-
solamente mientras no se encuen- roso menosprecio de la existencia),
tre mal hallado, sino mientras su cuando se ve que es dulce, agradable
permanencia sea necesaria. Aquél y provechosa a alguna persona que-
a quien el cariño de su mujer o el rida. Con ello se recibe una placen-
de un amigo no mueven a prolon- tera recompensa; porque, ¿qué pue-
gar sus días; aquél que se obstina de haber más grato que ser tan caro
en morir, es demasiado delicado y a su esposa que por ello sea uno más
demasiado blando. Preciso es que el caro para sí mismo? Así mi Paulina
alma se amarre a la vida cuando el impúsome no solamente sus cuida-
provecho de los nuestros lo requiere. dos, sino también los míos. No me
Necesario es a veces que nos sacri- bastó considerar, con cuánta resolu-
fiquemos a nuestros amigos, y que ción podría yo morir, consideré ade-
aun cuando quisiéramos morir in- más la flaqueza con que ella sopor-
terrumpamos nuestro designio por taría mi muerte. Obligueme a vivir
ellos. Es un testimonio de grandeza y alguna vez vivir es magnánimo”.
de ánimo el volver a la vida por in- Tales son las palabras de Séneca, ex-
terés ajeno, y muchos hombres no- celentes como todas las suyas.
de los hombres más relevantes

Si se me pidiera que escogiese entre principalmente debe Virgilio gran


todos los hombres que vinieron a parte de su mérito; que es su maestro
mi conocimiento, paréceme que me y su guía, y que un solo pasaje de la
quedaría con tres excelentes, que es- Iliada proveyó de cuerpo y argumen-
tán por encima de todos los demás. to a la grande y divina Eneida. Yo no
Uno es Homero, y no es que Aris- fundamento en esto mi opinión, sino
tóteles y Varrón no fueran quizás tan que tengo presentes muchas circuns-
sabios como él, ni que en su arte, tancias que para mí hacen a Home-
Virgilio no pueda serle comparable: ro admirable; considérolo casi por
dejo estos extremos al inicio de aque- encima de la humana condición, y
llos que los conocen a ambos. Yo que verdad me extraña a veces que quien
no conozco más que a uno puedo creó y dio crédito en el mundo mer-
decir solamente que a mi entender ced a su exclusiva autoridad a tantas
ni las musas mismas sobrepujaron al deidades no haya también ganado
romano: divino rango. Siendo ciego o indi-
gente; habiendo vivido antes de que
Tale facit carmen docta testudine, quale las ciencias florecieran y merecieran
Cynthius impositis temperat articulis. asenso, conociolas tanto, que cuan-
[Compone versos en su docta lira como tos después gobernaron pueblos o
el mismo Cintio modula sus armonio- mandaron ejércitos escribieron, idea-
sos cánticos. Propercio, II, 34, 79]. ron cultos o filosofaron en cualquier
secta, o trataron de las artes, sacaron
En esta apreciación, sin embargo, provecho de él como de un maestro
no hay que olvidar que a Homero perfectísimo en todas las cosas, y de
188 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

sus libros como de un semillero don- Omnis posteritas lacites in carmina duxit.
de se guarda toda suerte de saber: Amnemque in tenues ausa est deducere
rivos,
Qui, quid sit pulchrum quid turpe, quid Unius foecunda bonis.
utile, quid non, [Del cual, como de fuente inagotable,
Plenius ac melius Chrysippo et Crantore la posteridad sacó raudales de poesía,
dicit: y de él sólo nacen bienes fecundos,
[Mejor y más sabiamente que Crisipo y como un manantial da origen a nume-
Crantor nos declara lo que es honesto rosos arroyuelos. Manilio, II, 8].
y lo que es inmoral, lo útil y lo inútil.
Horacio, Epístolas, I, 2, 3]. Contra lo que conforme al orden
natural acontece, produjo la obra
y como dice Ovidio, más excelente que pueda imaginar-
se, pues cuando las cosas nacen son
A quo, ceu fonte imperfectas, luego van puliéndose y
perenni, fortificándose a medida de su creci-
Vatum Pieriis ora rigantur aquis; miento. Homero llevó a cabal sazón
[En cuyas fuentes perennes las bocas la infancia de la poesía y de las otras
de los vates beben las aguas del Perme- artes dejándolas cumplidas y per-
so. Ovidio, Amor, III, 9, 25]. fectas. Por eso puede llamársele el
primero y el último poeta, confor-
y Lucrecio, me al testimonio que de él nos dejó
la antigüedad, o sea “que no habien-
Adde Heliconiadum comites, quorum unus do tenido nadie a quien poder se-
Homerus guir, tampoco encontró ninguno que
Sceptra potitus; imitarle pudiera después”. Sus pala-
[Agrega los compañeros del Helicón, bras, según Aristóteles, son las úni-
entre los cuales Homero es el único so- cas que tengan movimiento y vida,
berano. Lucrecio, III, 1030]. las únicas sustanciales. Como Ale-
jandro el Grande encontrara entre
y Manilio, los despojos de Darío una suntuosa
arquilla, ordenó que se la reservaran
Cujusque ex ore profuso para guardar su Homero, diciendo
De los hombres más relevantes • 189

que era el mejor y el más fiel de sus Nada hay tan vivo en los labios de
consejeros que le guiara en las cosas los hombres como su nombre y sus
militares. Por la misma razón decía obras; nada tan conocido y tan reci-
Cleomenes, hijo de Anaxandridas, bido como Troya, Helena y sus gue-
“que era el poeta favorito de los la- rras, que acaso jamás hayan existi-
cedemonios, como ejemplar maes- do: designamos todavía a nuestros
tro en la disciplina guerrera”. A jui- hijos con los nombres que él forjó
cio de Plutarco merece Homero esta hace tres mil años; ¿quién no co-
singular y particularísima alabanza: noce a Héctor y a Aquiles? No ya
“¡Es el único autor del mundo que sólo algunos pueblos particulares,
no haya jamás causado ni hastiado a sino la mayor parte de las naciones
los hombres, mostrándose al lector buscan su origen en las invencio-
siempre distinto, y constantemen- nes del poeta. Mahomet, segundo
te floreciente en nuevos encantos”. de este nombre, emperador de los
Aquel calavera de Alcibíades pidió turcos, escribió a nuestro pontífice
en una ocasión a un individuo que Pio II, diciéndole: “Me sorprende
ejercía las letras un ejemplar de Ho- que los italianos se levanten en ar-
mero, y sacudiole un sopapo porque mas contra mí, en atención a que
no lo tenía. La cosa le produjo im- somos de un origen común; los dos
presión igual como si alguien hubie- pueblos descendemos de los troya-
ra encontrado hoy a un clérigo sin nos, y yo, como ellos, tengo empe-
breviario. Jenófanes quejábase un ño en vengar la sangre de Héctor
día a Hierón, tirano de Siracusa, de contra los griegos, a los cuales los
que estaba tan pobre que ni siquie- italianos están favoreciendo contra
ra podía sustentar a dos criados, a mí”. ¿No constituye esto una noble
lo cual, aquél repuso: “Homero, comedia que los reyes, los empera-
que era mucho más pobre que tú, dores y las repúblicas vienen tantos
alimenta más de diez mil, muerto siglos ha representando, y a la cual
y todo como está”. Elogio grande este inmenso universo sirve de tea-
hacía Panecio de Platón cuando le tro? Siete ciudades griegas entraron
nombraba “el Homero de los filó- en debate sobre el lugar de su naci-
sofos”. Aparte de todo esto, ¿qué miento: ¡hasta tal punto su obscuro
gloria puede equipararse a la suya? origen procurole honor!
190 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Smirna, Rhodas, Colophon, Salamis, ginar algo por encima del hombre;
Quios, Argos, Athenaes. que dio origen entre sus soldados a
Otro de mis hombres relevantes tantas dinastías reales, dejando des-
es Alejandro Magno, pues conside- pués de su muerte el mundo dividi-
rando la edad en que comenzó sus do entre cuatro sucesores, simples
expediciones guerreras; los pocos capitanes de su ejército, cuyos des-
medios con que contó para realizar cendientes gobernaron después, tan
un designio tan glorioso; la autoridad dilatados años, manteniéndose en
que supo ganar en su infancia entre posesión de reinos tan amplios; tan-
los más grandes y experimentados tas eximias virtudes como se guarda-
capitanes de todo el mundo, de los ban en su alma: justicia, templanza,
cuales iba seguido; el extraordinario liberalidad, cumplimiento de las
favor con que la fortuna abrazó y fa- palabras, amor a los suyos y huma-
voreció tantas y tantas expediciones nidad para con los vencidos, pues
arriesgadas y casi temerarias: en sus costumbres no se encuentra
ningún punto débil, como no sea en
Impellens quidquid sibi summa petenti alguna de sus acciones, particulares,
Obstaret, gaudensque viam fecisse ruina; raras y extraordinarias; mas preciso
[Derribando cuanto se oponía a su afán es considerar la imposibilidad de
de gloria, y alegre abriéndose camino concluir tan imponente movimiento
por entre las ruinas. Lucano, I, 149]. conforme a los preceptos comunes
de la justicia. Tales hombres deben
aquella grandeza de haber, a la ser juzgados en conjunto, con arre-
edad de treinta y tres años, paseado glo al fin principal de sus miras.
sus armas victoriosas por toda la tie- Entre aquellas que pudieran engen-
rra habitable, y en media vida haber drar algún cargo figuran la ruina de
desarrollado todo el esfuerzo de que Tebas y de Persépolis, la muerte de
la humana naturaleza sea capaz, de Menandro, la del médico de Efes-
tal suerte que no es dable imaginar tión o tantos prisioneros persas y
la legítima duración de su existencia soldados indios con quien acabó de
con la continuación de su crecimien- súbito, contraviniendo a la palabra
to en fortaleza y fortuna hasta un dada, y el asesinato de los coscia-
razonable término de años, sin ima- nos, de quienes aniquiló hasta los
De los hombres más relevantes • 191

niños de corta edad. Todos éstos son Qualis, ubi Oceani perfusus Lucifer unda,
arranques difíciles de justificar; y por Quem Venus ante alios astrorum diligit
lo que toca a la muerte de Clito, la ignes,
culpa fue enmendada con demasía. Extulit os sacrum caelo, tenebrasque
Esta, como todas sus demás accio- resolvit;
nes, testimonian lo bondadoso de su [Cual bañado en las ondas del océano
complexión, por sí misma inclinada el rey de la luz, cuyo fuego ama Venus
a lo justo excelentemente y hecha a la más que el de los otros astros, muestra
bondad; por lo cual se dijo de él con al cielo su rostro sagrado y disipa las
sumo acierto “que de la naturaleza tinieblas. Virgilio, Eneida, VIII, 539].
recibió sus virtudes y los vicios de las
circunstancias de su vida”. Cuanto a la excelencia de su saber y capa-
lo de ser un poco amigo de alabar- cidad; la duración y grandeza de su
se y algo impaciente en punto a oír gloria, pura, nítida y exenta de man-
hablar mal de su persona, como por cha y envidia, y el que todavía largo
lo que toca a los pesebres de sus ca- tiempo después de su muerte se tu-
ballos, arneses y frenos que esparció viese por religioso artículo el creer
en las Indias, todas estas cosas, a mi que sus medallas fueran presagio
ver, son atribuibles a su edad y a la de felicidad para los que las lleva-
extraña bienandanza de su fortuna. ban; el hecho de que tantos reyes y
Quien consideró al propio tiempo príncipes hayan escrito sus gestas
tantas virtudes militares: diligencia, con profusión mayor de la que los
previsión, paciencia, disciplina, su- historiadores trazaran los de todos
tileza, magnanimidad, resolución y los reyes y de todos los príncipes; y
acierto, en todo lo cual, aun cuando hasta la circunstancia misma de que
la autoridad de Aníbal no nos lo hu- aún hoy los mahometanos, que me-
biera enseñado, fue el primero entre nosprecian todos los demás libros,
todos los hombres; la singular belle- reciban y honren sólo el de su vida
za y raras condiciones de su persona por especial privilegio, confesará
hasta rayar en lo milagroso; aquel que tuve razón de preferirlo al mis-
porte y aquel ademán venerables mo César, el cual únicamente le es
bajo un semblante tan joven, sonro- comparable. No puede sin embargo
sado y resplandeciente: negarse que haya más labor propia
192 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

en las expediciones de éste y mayor otros tan glorioso (tampoco la glo-


influjo de la buena estrella en las de ria es ingrediente indispensable
Alejandro. En muchas cosas son los para la esencia de la cosa), mas en
dos héroes idénticos, y acaso César cuanto a resolución y valentía (y no
le aventaja en algunas: fueron dos de aquellas que la ambición aguza,
rayos, dos raudales capaces de deso- sino las que la prudencia y la ra-
lar el mundo por motivos diversos: zón pueden implantar en un alma
bien gobernada), era dueño de to-
Et velut immissi diversis partibus ignes das cuantas pueden concebirse. Dio
Aremtem in silvam, et virgulta sonantia tantas pruebas de esas sus virtudes
lauro; peculiares, cual el propio Alejandro
Aut ubi decursu rapido de montibus altis. y como César, pues aun cuando sus
Dant sonitum spumosi amnes et in expediciones guerreras no sean tan
aequora corrunt frecuentes ni tan ruidosas, conside-
Quisque suum populatus iter. radas detenidamente en todas sus
[Y como fuegos encendidos en diversas circunstancias, no dejan de ser tan
partes de la espesa selva y en las ramas importantes y vigorosas como las de
crujientes del laurel, o cual en veloz ca- aquellos, al par que suponen igual
rrera desde los altos montes los torren- suma de arrojo y capacidad militar.
tes espumosos corren al mar asolando Concediéronle los griegos, el honor
cuanto en su camino encuentran. Vir- de nombrarle, sin contradicción, el
gilio, Eneida, XII, 521]. primero de entre todos ellos; y ser el
primero en Grecia viene a ser lo mis-
Aun cuando la ambición del ro- mo que ser el primero del mundo.
mano fuese más moderada, la acom- Por lo que toca a su entendimiento y
paña tanta desdicha, puesto que aca- sabiduría, este parecer antiguo lle-
bó con la entera ruina de su país gó a nosotros: “que jamás ningún
y el universal empeoramiento del hombre supo tanto ni habló tan
mundo, que, todo bien pesado y poco como él”, pues pertenecía a
medido, no puedo menos de incli- la escuela de Pitágoras; y en lo que
narme del lado de Alejandro. habló, nadie le llevó ventaja: era
El tercero, y a mi ver el más exce- orador excelente, incomparable
lente, es Epaminondas. No es como en la persuasión de sus oyentes. En
De los hombres más relevantes • 193

punto a costumbres y conciencia, tanto honor y contemple con tan


sobrepujó con mucho a cuantos al amorosa mirada.
manejo de los negocios se hayan Cierto que su obstinación por
consagrado; esta parte, de prefe- permanecer en la pobreza la en-
rencia a las otras, debe ser exami- cuentro en algún modo escrupulo-
nada, como que designa realmente sa, tal y como sus mejores amigos
quiénes somos; con ella contrapeso nos la pintan. Esta sola acción, que
yo todas las demás reunidas, y en a pesar de todo es altísima y muy
ella ningún otro filósofo lo aventa- digna de ser admirada, se me anto-
ja, ni siquiera el propio Sócrates. jó agrilla para deseármela confor-
El candor en Epaminondas es una me él la practicaba.
cualidad propia, dominadora, cons- Tan sólo Escipión Emiliano, por
tante, uniforme e incorruptible. El su fin altivo y magnífico y por su co-
de Alejandro, comparado con él, se nocimiento de las ciencias, tan pro-
nos muestra subalterno, incierto, fundo y universal, podría colocarse
adulterado, blando y fortuito. en contraposición en el otro platillo
Juzgó la antigüedad que al exa- de la balanza. ¡Cuán enorme con-
minar por lo menudo todas las trariedad me ocasionaron los siglos
acciones de los otros grandes capi- apartando precisamente de nuestros
tanes, en cada uno de ellos se en- ojos, de las primeras, la más noble
cuentra alguna especial cualidad pareja de vidas que Plutarco encie-
que lo ilustra: en éste solamente rre, las de esos dos personajes que,
se reconoce una virtud y una capa- conforme al común consentimiento
cidad, a las cuales nada falta, mos- del mundo, fueron el primero de los
trándose de un modo permanente; griegos uno, y el otro el primero de
nada deja que apetecer en todos los romanos! ¡Qué asunto el de sus
los deberes de la vida humana, ya existencias! ¡qué artífice el biógrafo
se trate de ocupación pública y pri- que las describiera!
vada, pacífica o guerrera; lo mismo Para un hombre que no sea santo,
en el vivir que en el morir grande sino lo que nosotros llamamos varón
y gloriosamente: no conozco nin- cumplido, de costumbres urbanas y
guna categoría, ni ninguna fortu- corrientes, y de una moderada ele-
na humanas que yo considere con vación, la más rica vida, digna de
194 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

ser vivida que yo conozca entre los “que en una batalla había que huir
vivos, como generalmente se dice, el encuentro de un amigo que mi-
adornada de mejores y más apeteci- litara en el partido contrario, sin
bles prendas, es a mi ver la de Alci- sacrificar su vida”. Y como su hu-
bíades, todo bien considerado. manidad para con sus mismos ene-
Mas como Epaminondas dio migos le hiciera sospechoso a los
siempre muestras de una bondad ojos de los beocios, porque luego
excesiva, quiero apuntar aquí algu- de haber forzado milagrosamente
nas de sus opiniones. El más dulce a los lacedemonios a abrirle el paso
contentamiento que en toda su vida que pretendían obstruir a la entra-
experimentara, según él mismo tes- da de Morea, cerca de Corinto, se
timonia, dice que fue el placer que conformó solamente con vencerlos
procuró a su padre y a su madre con sin perseguirlos tenazmente, fue
su victoria de Leuctres; relegábase honrosísimamente desposeído del
de buen grado, prefiriendo el pla- cargo de capitán general por seme-
cer de ellos al propio contentamien- jante causa. Avergonzados sus con-
to, tan justo y tan pleno en una tan ciudadanos, tuvieron por necesidad
gloriosa acción: no creía “que fuera que reponerle pronto en su grado,
lícito, ni siquiera para recobrar la li- reconociendo cuánto dependían de
bertad de su país, el dar la muerte él la gloria y la salvación de todos:
a un hombre sin conocimiento de la victoria le seguía como su sombra
causa”; por eso desplegó tan poco por los sitios todos donde guiaba, y,
ardor en la expedición de Pelópi- cuando murió, acabó también con
das, su compañero de armas en la él la prosperidad de su país, como
liberación de Tebas. Decía también con él había nacido.
del arrepentimiento

Los demás forman al hombre: yo lo blo dice, de siete en siete años, sino
recito como representante de uno de día en día, de minuto en minu-
particular con tanta imperfección to: precisa que acomode mi historia
formado que si tuviera que mode- a la hora misma en que la refiero,
larle de nuevo le trocaría en bien pues podría cambiar un momento
distinto de lo que es: pero al pre- después; y no por acaso, también
sente ya está hecho. Los trazos de intencionadamente. Es la mía una
mi pintura no se contradicen, aun fiscalización de diversos y movibles
cuando cambien y se diversifiquen. accidentes, de fantasías irresueltas,
El mundo no es más que un balan- y contradictorias, cuando viene al
ceo perenne, todo en él se agita caso; bien porque me convierta en
sin cesar, así las rocas del Cáuca- otro yo mismo, bien porque acoja
so como las pirámides de Egipto, los objetos por virtud de otras cir-
con el movimiento general y con el cunstancias y consideraciones, es
suyo propio; el reposo mismo no el hecho que me contradigo fácil-
es sino un movimiento más lángui- mente, pero la verdad, como decía
do. Yo puedo asegurar mi objeto, Demades, jamás la adultero. Si mi
el cual va alterándose y haciendo alma pudiera tomar pie, no me
eses merced a su natural claridad; sentaría, me resolvería; mas cons-
tómolo en este punto, conforme es tantemente se mantiene en prueba
en el instante que con él converso. y aprendizaje.
Yo no pinto el ser, pinto solamen- Yo propongo una vida baja y
te lo transitorio; y no lo transitorio sin brillo, mas para el caso es indi-
de una edad a otra, o como el pue- ferente que fuera relevante. Igual-
196 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

mente se aplica toda la filosofía bre más sabio que existir pueda; en
moral a una existencia ordinaria y segundo lugar, ningún mortal pe-
privada que a una vida de más rica netró nunca en su tema más aden-
contextura; cada hombre lleva en sí tro, ni más distintamente examinó
la forma cabal de la humana con- los miembros y consecuencias del
dición. Los autores se comunican mismo, ni llegó con más exactitud
con el mundo merced a un distin- y plenitud al fin que propusiera a
tivo especial y extraño; yo, princi- su tarea. Expuse la verdad, no hasta
palmente, merced a mi ser general, el hartazgo, sino hasta el límite en
como Miguel de Montaigne, no que me atrevo a exteriorizarla, y me
como gramático, poeta o juriscon- atrevo algo más envejeciendo, pues
sulto. Si el mundo se queja porque parece que la costumbre concede a
yo hablé de mí demasiado, yo me esta edad mayor libertad de charla,
quejo porque él ni siquiera piensa y mayor indiscreción en el hablarse
en sí mismo. ¿Pero es razonable que de sí mismo. Aquí no puede aconte-
siendo yo tan particular en uso, pre- cer lo que veo que sucede frecuen-
tenda mostrarme al conocimiento temente, o sea que el artesano y
público? ¿Lo es tampoco el que pro- su labor se contradicen: ¿cómo un
duzca ante la sociedad, donde las hombre, oímos, de tan sabrosa con-
maneras y artificios gozan de tanto versación ha podido componer un
crédito, los efectos de naturaleza, libro tan insulso? O al revés: ¿cómo
crudos y mondos, y de una natura- escritos tan relevantes han emana-
leza enteca, por añadidura? ¿No es do de un espíritu cuyo hablar es tan
constituir una muralla sin piedra, flojo? Quien conversa vulgarmente
o cosa semejante, el fabricar libros y escribe de modo diestro declara
sin ciencia ni arte? Las fantasías de que su capacidad reside en un lugar
la música el arte las acomoda, las de donde la toma, no en él mismo.
mías el acaso. Pero al menos voy de Un personaje sabio no lo es en to-
acuerdo con la disciplina, en que das las cosas; mas la suficiencia en
jamás ningún hombre trató asunto todo se basta, hasta en el ignorar:
que mejor conociera ni entendiera vamos conformes y en igual senti-
que yo entiendo y conozco el que do, mi libro y yo. Acullá puede re-
he emprendido; en él soy el hom- comendarse, o acusarse la obra in-
Del arrepentimiento • 197

dependientemente del obrero; aquí cio cabal no acuse, pues muestran


no; pues quien se las ha con el uno todos una fealdad e incomodidad
se las ha igualmente con el otro. tan palmarias que acaso tengan ra-
Quien le juzgare sin conocerle se zón los que los suponen emanados
perjudicará más de lo que a mí me de torpeza e ignorancia; tan difí-
perjudique; quien le haya conocido cil es imaginar que se los conozca
me procura satisfacción cabal. Por sin odiarlos. La malicia absorbe la
contento me daré y por encima de mayor parte de su propio veneno
mis merecimientos me consideraré, y se envenena igualmente. El vicio
si logro solamente alcanzar de la deja como una úlcera en la carne y
aprobación pública el hacer sentir a un arrepentimiento en el alma que
las gentes de entendimiento que he constantemente a ésta araña y ensan-
sido capaz de la ciencia en mi pro- grienta, pues la razón borra las de-
vecho, caso de que la haya tenido, más tristezas y dolores engendrando
y que merecía que la memoria me el del arrepentimiento, que es más
prestara mayor ayuda. duro, como nacido interiormente,
Pasemos aquí por alto lo que a la manera que el frío y el calor
acostumbro a decir frecuentemen- de las fiebres emanados son más
te, o sea que yo me arrepiento rara rudos que los que vienen de fue-
vez, y que mi conciencia se satisface ra. Yo considero como vicios (mas
consigo misma; no como la de mi cada cual según su medida) no sólo
ángel o como la de un caballo, sino aquellos que la razón y la naturale-
como la de un hombre, añadiendo za condenan, sino también los que
constantemente este refrán, y no ce- las ideas de los hombres, falsas y
remoniosamente sino con sumisión todo como son, consideran como
esencial e ingeniosa: “que yo hablo tales, siempre y cuando que el uso
como quien ignora e investiga, re- y las leyes las autoricen.
mitiéndome para la resolución pura Por el contrario, no hay bondad
y simplemente a las creencias co- que no regocije a una naturaleza
munes y legítimas”. Yo no enseño ni bien nacida. Existe en verdad yo no
adoctrino, lo que hago es relatar. sé qué congratulación en el bien
No hay vicio que esencialmente obrar que nos alegra interiormente,
lo sea que no ofenda y que un jui- y una altivez generosa que acompa-
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ña a las conciencias sanas. Un alma rante como éste; la buena estima del
valerosamente viciosa puede aca- pueblo es injuriosa. ¿A quién con-
so revestirse de seguridad, mas de fiáis el ver lo que es laudable? ¡Dios
aquella complacencia y satisfacción me guarde de ser hombre cumplido
no puede proveerse. No es un plan conforme a la descripción que para
baladí el sentirse preservado del dignificarse oigo hacer todos los
contagio en un siglo tan dañado, días a cada cual de sí mismo! Quae
y el poder decirse consigo mismo: fuerant vitia, mores sunt. [Los vicios
“Ni siquiera me encontraría culpa- de antaño son las virtudes de oga-
ble quien viese hasta el fondo de ño. Séneca, Epístolas, 39]. Tales de
mi alma, de la aflicción y ruina de entre mis amigos me censuraron y
nadie, ni de venganza o envidia, ni reprendieron abiertamente, ya mo-
de ofensa pública a las leyes, ni de vidos por su propia voluntad, ya ins-
novelerías y trastornos, ni de falta al tigados por mí, cosa que para cual-
cumplimiento de mi palabra; y aun quier alma bien nacida sobrepuja no
cuando la licencia del tiempo en ya sólo en utilidad sino también en
que vivimos a todos se lo consienta dulzura los oficios todos de la amis-
y se lo enseñe, no puse yo jamás la tad; yo acogí siempre sus catilinarias
mano en los bienes ni en la bolsa de con los brazos abiertos, reconocida
ningún hombre de mi nación, ni viví y cortésmente; mas, hablando ahora
sino a expensas de la mía, así en la en conciencia, encontré a veces en
guerra como en la paz, ni del traba- reproches y alabanzas tanta escasez
jo de nadie me serví sin recompen- de medida, que más bien hubiera
sarlo”. Placen estos testimonios de incurrido en falta que bien obrado
la propia conciencia, y nos procu- dejándome llevar por sus consejos.
ra saludable beneficio esta alegría Principalmente nosotros que vivi-
natural, la sola remuneración que mos una existencia privada, sólo vi-
jamás nos falte. sible a nuestra conciencia, debemos
Fundamentar la recompensa de fijar un patrón interior para acomo-
las acciones virtuosas en la aproba- dar a él todas nuestras acciones, y
ción ajena es aceptar un inciertísimo según el cual acariciamos unas ve-
y turbio fundamento, señaladamen- ces y castigamos otras. Yo tengo mis
te en un siglo corrompido e igno- leyes y mi corte para juzgar de mí
Del arrepentimiento • 199

mismo, a quienes me dirijo más que siones nos arrastran, pero aquellos
a otra parte; yo restrinjo mis accio- que por dilatado hábito permane-
nes con arreglo a los demás, pero cen anclados y arraigados en una vo-
no las entiendo sino conforme a mí. luntad fuerte y vigorosa no están ya
Sólo vosotros mismos podéis saber sujetos a contradicción. El arrepen-
si sois cobardes y crueles, o leales y timiento no es más que el desdecir
archidevotos; los demás no os ven, de nuestra voluntad y la oposición
os adivinan mediante ciertas conje- de nuestras fantasías, que nos llevan
turas; no tanto contemplan vuestra en todas direcciones haciendo des-
naturaleza como vuestro arte, por aprobar a algunos hasta su virtud y
donde no debéis ateneros a su sen- continencia pasadas:
tencia, sino a la vuestra: Tuo tibi ju-
dicio est utendum... Virtutis et vitiorum Quae mens est hodie, cur cadem non puero
grave ipsius concientiae pondus est: qua fuit?
sublata, jacent omnia [Poned a con- Vel cur his animis incolumes non redeunt
tribución vuestro propio juicio... El genae?
testimonio interno que la virtud y [¡Ay!, ¡que no pensara yo antaño como
el vicio se procuran es cosa de gran actualmente! ¡o que no dispusiera yo hoy
peso: prescindid de esta conciencia, incólume del lustro con que mi juventud
y todo cae por tierra. Las primeras brillaba! Horacio, Odas, VI, 104].
palabras están sacadas de Cicerón,
Tusculanas, I, 25; y la frase siguien- Es una vida relevante la que se
te del mismo autor en De la natu- mantiene dentro del orden hasta en
raleza de los dioses, III, 35]. Mas lo su privado. Cada cual puede tomar
que comúnmente se dice de que el parte en la mundanal barahúnda y
arrepentimiento sigue de cerca al representar en la escena el papel de
mal obrar, me parece que no pue- un hombre honrado; mas interior-
de aplicarse al pecado que llegó ya mente y en su pecho, donde todo
a su límite más alto, al que dentro nos es factible y donde todo perma-
de nosotros habita como en su pro- nece oculto, que el orden persista
pio domicilio; podemos desaprobar es la meta. El cercano grado de esta
y desdecirnos de los vicios que nos bienandanza es practicarla en la
sorprenden y hacia los cuales las pa- propia casa, en las acciones ordina-
200 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

rias, de las cuales a nadie tenemos como suceso extraordinario el ver-


que dar cuenta, y donde no hay es- me en letras de molde, en la misma
tudio ni artificio; por eso Bías, pin- proporción que el conocimiento de
tando un estado perfecto en la fa- mi individuo se aleja de mi vivien-
milia, dijo “que el jefe de ella debe da, y así valgo más a los ojos de mis
ser tal interiormente por sí mismo paisanos; en Guiena compro los im-
como lo es afuera por el temor de presores, y en otros lugares soy yo el
la ley y el decir de los hombres”. Y comprado. En esta particularidad se
Julio Druso respondió dignamen- escudan los que se esconden vivos y
te a los obreros que mediante tres presentes para acreditarse muertos
mil escudos le ofrecían disponer su y ausentes. Yo mejor prefiero gozar
casa de tal suerte que sus vecinos menos honores; lánzome al mundo
no vieran nada de lo que pasara en simplemente por la parte que de
ella, cuando dijo: “Os daré seis mil ellos alcanzo, y llegado a este punto
si hacéis que todo el mundo pueda los abandono. El pueblo acompaña
mirar por todas partes”. Advierten a un hombre hasta su puerta des-
en honor de Agesilao que tenía la lumbrado por el ruido de un acto
costumbre de elegir en sus viajes público, y el favorecido con su ves-
los templos por vivienda, a fin de tidura abandona el papel que des-
que así el pueblo como los dioses empeñara, cayendo tanto más hon-
mismos pudieran contemplarle en do cuanto más alto había subido, y
sus acciones privadas. Tal fue para dentro de su alojamiento todo es tu-
el mundo hombre prodigioso en multuario y vil. Aun cuando en ella
quien su mujer y su lacayo ni siquie- el orden presidiera, todavía precisa
ra vieron nada de notable; pocos hallarse provisto de un juicio vivo y
hombres fueron admirados por sus señalado para advertirlo en las pro-
domésticos; nadie fue profeta no ya pias acciones privadas y ordinarias.
sólo en su casa, sino tampoco en su Montar brecha, conducir una emba-
país, dice la experiencia de las histo- jada, gobernar un pueblo, son accio-
rias; lo mismo sucede en las cosas in- nes de relumbrón; amonestar, reír,
significantes, y en este bajo ejemplo vender, pagar, amar, odiar y conver-
se ve la imagen de las grandes. En sar con los suyos y consigo mismo,
mi terruño de Gascuña consideran dulcemente y equitativamente, no
Del arrepentimiento • 201

incurrir en debilidades, mantener en la mediocridad. Como aquellos


cabal su carácter, es cosa más rara, que nos juzgan y por dentro nos
más difícil y menos aparatosa. Por sondean, reparan poco en el res-
donde las existencias retiradas plandor de nuestras acciones públi-
cumplen, dígase lo que se quiera, cas, viendo que éstas no son más que
deberes tan austeros y rudos como hilillos finísimos y chispillas de agua
las otras; y las privadas, dice Aris- surgidos de un fondo cenagoso, así
tóteles, sirven a la virtud venciendo los que nos consideran por la arro-
dificultades mayores y de modo más gante apariencia del exterior con-
relevante que las públicas. Más nos cluyen lo mismo de nuestra consti-
preparamos a las ocasiones eminen- tución interna; y no pueden acoplar
tes por gloria que por conciencia. El las facultades vulgares, iguales a las
más breve camino de la gloria sería propias con las otras que los pasman
desvelarnos por la conciencia como y alejan de su perspectiva. Por eso
nos desvelamos por la gloria. La vir- suponemos a los demonios forma-
tud de Alejandro me parece que re- dos como los salvajes. ¿Y quién no
presenta mucho menos vigor en su imaginará a Tamerlán con el entre-
teatro que la de Sócrates en aquella cejo erguido, dilatadas las ventanas
su ejercitación ordinaria y obscura. de la nariz, el rostro horrendo y la
Concibo fácilmente al filósofo en el estatura desmesurada, como lo se-
lugar de Alejandro; a Alejandro en ría la fantasía que lo concibiere gra-
el de Sócrates no lo imagino. Quien cias al estruendo de sus acciones?
preguntara a aquél qué sabía hacer Si antaño me hubieran presentado
obtendría por respuesta. “Subyu- a Erasmo, difícil habría sido que yo
gar el mundo”; quien interrogara no hubiese tomado por apotegmas
a éste, oiría: “Conducir la vida hu- y adagios cuanto hubiera dicho a su
mana conforme a su natural condi- criado y a su hostelera. Imaginamos
ción”, que es ciencia más universal, con facilidad mayor a un artesano
legítima y penosa. haciendo sus menesteres o encima
No consiste el valer del alma en de su mujer, que en la misma dis-
encaramarse a las alturas, sino en posición a un presidente, venerable
marchar ordenadamente; su grande- por su apostura y capacidad; paré-
za no se ejercita en la grandeza, sino cenos que éstos desde los sitiales
202 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

preeminentes que ocupan no des- su orgullo, diríase que aprendieron a


cienden a las modestas labores de soportar el dominio del hombre; mas
la vida. Como las almas viciosas son si por acaso una poca sangre acierta a
frecuentemente incitadas al bien tocar sus inflamadas fauces, su rabia se
obrar movidas por algún extraño despierta, su garganta se hincha, se-
impulso, así acontece a las virtuosas dienta del líquido cuyo gusto viene a
en la práctica del mal; precisa, pues, excitar su sed: arden en deseos de sa-
que las juzguemos en su estado de ciarse de él, y su crueldad se abstiene
tranquilidad, cuando son dueñas apenas de devorar al amo, que tiembla
de sí mismas, si alguna vez lo son, de terror. Lucano, IV, 237].
o al menos cuando más con el repo-
so están avecinadas en su situación las cualidades originales no se ex-
ingenua. tirpan, se cubren y ocultan. La len-
Las inclinaciones naturales se ayu- gua latina es en mí como natural e
dan y fortifican con el concurso de la ingénita (mejor la entiendo que la
educación; mas apenas se modifican francesa); sin embargo, hace cuaren-
ni se vencen: mil naturalezas de mi ta años que de ella no me he servido
tiempo escaparon hacia la virtud o para hablarla y apenas para escribir-
hacia el vicio al través de opuestas la, a pesar de lo cual, en dos extre-
disciplinas, mas y repentinas emociones en que
vino a dar dos o tres veces en mi vida,
Sic ubi desuetae silvis in carcere clausae, una de ellas viendo a mi padre en
Mansuevere ferae, et vultus posuere minaces, perfecto estado de salud caer sobre
Atque hominem didicere pati, si torrida mí desfallecido, lancé siempre del
parvus; fondo de mis entrañas las primeras
Venit in ora cruor, redeunt rabiesque palabras en latín; mi naturaleza se
furorque, exhaló y expresó fatalmente en opo-
Admonitaeque tument gustato sanguine sición de un uso tan dilatado. Este
fances; ejemplo podría con muchos otros
Fervet, et a trepido vix abstinet ira magistro: corroborarse.
[Así cuando las fieras en su prisión Los que en mi tiempo intentaron
sombría olvidan las selvas, parecen corregir las costumbres públicas con
haberse dulcificado; despojándose de el apoyo de nuevas opiniones, re-
Del arrepentimiento • 203

forman sólo los vicios aparentes, los idea de su enmienda emporcada, la


esenciales los dejan quedos si es que penitencia enferma y empecatada,
no los aumentan, y este aumento es tanto aproximadamente como la
muy de tener en aquella labor. Re- culpa. Algunos, o por estar colados
pósase fácilmente de todo otro bien al vicio con soldadura natural, o por
hacer con estas enmiendas externas, hábito dilatado, no reconocen la
arbitrarias, de menor coste y de ma- fealdad del mismo; para otros (entre
yor mérito, satisfaciéndose así con los cuales yo me encuentro), el vicio
poco gasto los otros vicios naturales, pesa, pero lo contrabalancean con
consustanciales o intestinos. Dete- el placer o cualquiera otra circuns-
neos un poco a considerar lo que tancia, y lo sufren y a él se prestan, a
acontece dentro de vosotros: no hay cierto coste, por lo mismo viciosa y
persona, si se escucha, que no descu- cobardemente. Sin embargo, acaso
bra en sí una forma suya, una forma pudiera imaginarse una despropor-
que domina contra todas las otras, ción tan lejana, en que el vicio fuera
que lucha contra la educación y con- ligero y grande el placer que reca-
tra la tempestad de las pasiones que bara, por donde justamente el peca-
la son contrarias. Por lo que a mí res- do podría excusarse, como decimos
pecta, apenas me siento agitado por de lo útil; y no sólo hablo aquí de los
ninguna sacudida; encuéntrome casi placeres accidentales de que no se
siempre en mi lugar natural, como goza sino después del pecado come-
los cuerpos pesados y macizos; si tido, como los que el latrocinio pro-
no soy siempre yo mismo, estoy muy cura, sino del ejercicio mismo del
cerca de serlo. Mis desórdenes no me placer, como el que ayuntándonos
arrastran muy lejos; nada hay en mí con las mujeres experimentamos,
de extremo ni de extraño, y sin em- en que la incitación es violenta, y
bargo vuelvo sobre mis acuerdos por dicen que a veces invencible. Ha-
modo sano y vigoroso. llándome días pasados en las tierras
La verdadera condenación, que que uno de mis parientes posee en
arrastra a la común manera de ser Armaignac conocí a un campesino
de los hombres, consiste en que el a quien todos sus vecinos llaman el
retiro mismo de éstos está preña- Ladrón, el cual relataba su vida por
do de corrupción y encenagado; la el tenor siguiente: como hubiera na-
204 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cido mendigo y cayera en la cuenta su arrepentimiento no deja lugar a


de que con el trabajo de sus manos duda; mas considerando el robo,
no llegaría jamás a fortificarse con- según su escuela, contrabalancea-
tra la indigencia, determinó hacerse do y compensado, no se arrepiente
ladrón, y en este oficio empleó toda en modo alguno. Este proceder no
su juventud, con seguridad cabal, constituye la costumbre que nos in-
merced a sus fuerzas robustas, pues corpora al vicio y con él conforma
recolectaba y vendimiaba las tierras nuestro entendimiento mismo, ni es
ajenas con esplendidez tanta que tampoco ese viento impetuoso que
parecía inimaginable que un hom- va enturbiando y cegando a sacu-
bre hubiera acarreado en una no- didas nuestra alma y nos precipita,
che tal cantidad sobre sus costillas; como asimismo a nuestro juicio, en
cuidaba además de igualar y disper- las garras del vicio.
sar los perjuicios ocasionados, de Ordinariamente realizo yo por en-
suerte que las pérdidas importaran tero mis acciones y camino como un
menos a cada particular de los roba- cuerpo de una sola pieza; apenas ten-
dos. En los momentos actuales vive go movimiento que se oculte y aleje
su vejez, rico, para un hombre de su de mi corazón y que sobre poco más
condición, gracias a ese tráfico que o menos no se conduzca por con-
abiertamente confiesa; y, para aco- sentimiento de todas mis facultades,
modarse con Dios, a pesar de sus sin división ni sedición intestinas: mi
adquisiciones, dice que todos los juicio posee íntegras la culpa o la ala-
días remunera a los sucesores de los banza, y si de aquélla me di cuenta
robados y añade que si no acaba con una vez, en lo sucesivo lo propio me
su tarea (pues proveerlos a un tiem- aconteció, pues casi desde que vine
po no le es dable), encargará de ello al mundo es uno, con idéntica incli-
a sus herederos en razón a la ciencia, nación, con igual dirección y fuerza;
que él solo posee, del mal que a cada y en punto a opiniones universales,
uno ocasionara. Conforme a esta desde mi infancia que coloqué en el
descripción, verdadera o falsa, este lugar donde había de mantenerme
hombre considera el latrocinio como en lo sucesivo. Hay pecados impe-
una acción deshonrosa, y lo detes- tuosos, prontos y súbitos (dejémos-
ta, si bien menos que la indigencia; los a un lado), mas en esos de rein-
Anónimo, La muerte de Montaigne, óleo, siglo xix
206 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cidencia, deliberados y consultados, ción nada dejan aparecer. La cura-


pecados de complexión o de profe- ción no existe si la carga del mal no
sión y oficio, no puedo concebir que se ceba a un lado; si el arrepenti-
permanezcan plantados tan dilata- miento pesara sobre el platillo de
do tiempo en un mismo ánimo sin la balanza, arrastraría consigo la
que la razón y la conciencia de quien culpa. No conozco ninguna cosa
los posee los quiera constantemente tan fácil de simular como la devo-
y lo mismo el entendimiento; y el ción, si con ella no se conforman
arrepentimiento de que el pecador las costumbres y la vida; su esencia
empedernido se vanagloria hallarse es abstrusa y oculta, fáciles y enga-
dominado en cierto instante pres- ñadoras sus apariencias.
crito, es para mí algo duro de ima- Por lo que a mí incumbe, puedo
ginar y de representar. Yo no sigo la en general ser distinto de como soy;
secta de Pitágoras, quien decía “que puedo condenar mi forma univer-
los hombres toman un alma nueva sal y desplacerme de ella; suplicar a
cuando se acercan a los simulacros Dios por mi cabal enmienda y por el
de los dioses para recoger sus orá- perdón de mi flaqueza natural, pero
culos”, a menos que con esto no qui- entiendo que a esto no debo llamar
siera significar la necesidad de que arrepentimiento, como tampoco a
sea extraña, nueva y prestada para la contrariedad de no ser arcángel
el caso, puesto que la nuestra tan ni Catón. Mis acciones son ordena-
pocos signos ofrece de purificación das y conformes a lo que soy y a mi
condignos con ese oficio. condición; yo no puedo conducirme
Hacen los pecadores todo lo con- mejor, y el arrepentimiento no reza
trario de lo que pregonan los precep- con las cosas que superan nuestras
tos estoicos, los cuales nos ordenan fuerzas, sólo el sentimiento. Yo ima-
corregir las imperfecciones y los vi- gino un número infinito de natura-
cios que reconocemos en nosotros, lezas elevadas y mejor gobernadas
pero nos prohíben alterar el repo- que la mía, y sin embargo no en-
so de nuestra alma. Aquéllos nos miendo mis facultades, del propio
hacen creer que sienten disgustos modo que ni mi brazo ni mi espí-
y remordimiento internos, mas de ritu alcanzaron vigor mayor por
enmienda, corrección, ni interrup- concebir otra naturaleza que los
Del arrepentimiento • 207

posea. Si la imaginación y el deseo embargo, fueron bien encaminadas,


de un obrar más noble que el nues- según el cariz que los acontecimien-
tro acarreara el arrepentimiento de tos presentaron; lo mejor de todo es
nuestras culpas, tendríamos que tomar siempre el partido más fácil y
arrepentirnos hasta de las acciones seguro. Reconozco que en mis deli-
más inocentes, a tenor de la exce- beraciones pasadas, conforme a mi
lencia que encontráramos en las na- regla procedí cuerdamente, confor-
turalezas más dignas y perfectas, y me a la cosa que se me proponía, y
querríamos hacer otro tanto. Cuan- haría lo mismo de aquí a mil años
do reflexiono, hoy que ya soy viejo, en ocasiones semejantes. Yo no miro
sobre la manera como me conduje en este particular el estado actual
cuando joven, reconozco que ordi- de las cosas, sino el que mostraban
nariamente fue de un modo orde- éstas cuando sobre ellas deliberaba:
nado, según la medida de las fuer- la fuerza de toda determinación ra-
zas que el cielo me otorgó; es todo dica en el tiempo; las ocasiones y los
cuanto mi resistencia alcanza. Yo no negocios ruedan y se modifican sin
me alabo ni dignifico; en circuns- cesar. Yo incurrí en algunos grose-
tancias semejantes sería siempre el ros y trascendentales errores duran-
mismo: la mía no es una mancha, te el transcurso de mi vida, no por
es más bien una tintura general que falta de buen dictamen sino por es-
me ennegrece. Yo no conozco el casez de dicha. Existen lados secre-
arrepentimiento superficial, media- tos en los objetos que traemos entre
no y de ceremonia; es preciso que manos, e inadivinables, principal-
me sacuda universalmente para que mente en la naturaleza de los hom-
así lo nombre; que pellizque mis bres; condiciones mudas y que por
entrañas y las aflija hasta lo más re- ningún punto se muestran, a veces
cóndito cuanto necesario sea para desconocidas para el mismo que las
comparecer ante el Dios que me ve, posee, que se producen y despiertan
y tan íntegramente. cuando las ocasiones sobrevienen; si
Por lo que a los negocios respec- mi prudencia no las pudo penetrar
ta yo dejé escapar muchas ocasio- ni profetizar, no por ello quiero mal
nes excelentes a falta de dirección a mi prudencia; la misión de ésta
adecuada; mis apreciaciones, sin se mantiene dentro de sus límites:
208 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

si el acontecimiento me derrota, si o conocimiento de la cosa. Mas en


favorece el partido que había yo re- aquellas en que sólo mi buen o mal
chazado, el suceso es irremediable, entender precisa, las razones ex-
no me culpo a mí, culpo a mi mala trañas pueden servirme de apoyo
fortuna y no a mi obra. Esto no se pero poco a desviarme de mi cami-
llama arrepentimiento. no: todas las oigo favorable y deco-
Foción dio a los atenienses cierto rosamente, pero que yo recuerde
consejo que no fue puesto en prácti- no he creído hasta hoy más que las
ca, y como la cuestión que lo motiva- mías. A mi juicio, no son éstas sino
ra aconteciese prósperamente con- moscas y átomos que pasean mi vo-
tra lo que él previera, alguien le dijo: luntad. Poco mérito hago yo de mis
“Que tal, Foción, ¿estás contento de apreciaciones, mas tampoco estimo
que los sucesos vayan tan a maravi- grandemente las ajenas. Con ello el
lla? —Contentísimo estoy, contestó, acaso me paga dignamente, pues si
de que haya ocurrido lo que hemos no recibo consejos, doy tan pocos
visto, pero no me arrepiento de mi como recibo. Si bien soy muy poco
consejo”. Cuando mis amigos se di- requerido, todavía soy menos creí-
rigen a mí para ser encaminados, les do, y no tengo nuevas de ninguna
hablo libre y claramente sin detener- empresa pública o privada que mi
me, como casi todo el mundo acos- parecer haya dirigido y encamina-
tumbra, puesto que siendo la cosa do. Aun aquellos mismos a quienes
aventurada puede ocurrir lo contra- la casualidad había a ello en algún
rio de mis previsiones, por donde modo dirigido, se dejaron con me-
aquéllos puedan censurar mis luces. jor gana gobernar por otro cerebro
Lo cual no me importa, pues errarán con preferencia al mío. Como quien
si tal camino siguen, y yo no debí ne- es tan celoso de los derechos de su
garles el servicio que me pedían. tranquilidad como de los de su au-
Yo no achaco mis descalabros e toridad, prefiérolo mejor así. De-
infortunios a otro, sino a mí mismo, jándome de tal suerte, se procede
pues rara vez me sirvo del consejo conforme a mi albedrío, que con-
ajeno si no es por ceremonia y bien siste en establecerme y contenerme
parecer, salvo en el caso en que me dentro de mí mismo. Me es agrada-
son necesarios ciencia, instrucción ble mantenerme desinteresado en
Del arrepentimiento • 209

los negocios ajenos y desligado de nosotros cuando en ella ponemos


la salvaguardia de los mismos. nuestra planta, en la cual nada veo
En toda suerte de negocios, cuan- en que la conciencia tenga que ver:
do ya son pasados, de cualquier modo el dolor moral y la debilidad física
que hayan acontecido, tengo poco nos imprimen una virtud cobarde
pesar, pues la consideración de que y catarral. No debemos tanto y tan
así debieron suceder aparta de mí el por completo dejarnos llevar por
resentimiento. Helos ya formando las alteraciones naturales que bas-
parte del torrente del universo, en el tardeemos nuestro juicio. El placer
encadenamiento de las causas según y la juventud no hicieron antaño
las doctrinas estoicas; vuestra fanta- que yo desconociera el semblante
sía no puede por deseo e imagina- del vicio en la voluptuosidad, ni en
ción remover un punto sin que todo el momento actual el hastío con que
el orden de las cosas se derribe, así el los años me obsequiaron hace que
pasado como el porvenir. desconozca el de la voluptuosidad
Detesto además el accidental arre- en el vicio: ahora que ya no estoy en
pentimiento a que la edad nos enca- mis verdes años, me es dable juzgar
mina. Aquel que en lo antiguo decía como si lo estuviera. Yo que la sa-
estar obligado a los años porque le cudo viva y atentamente encuentro
habían despojado de los placeres que mi razón es la misma que goza-
voluptuosos, profesaba opiniones ba en la edad más licenciosa de mi
diferentes a las mías. Jamás estaré yo vida, si es que con la vejez no se ha
reconocido a la debilidad, por mu- debilitado y empeorado; y reconoz-
cha calma que me procure: nec tam co que oponerse a internarme en
aversa unquam videbitur ab opere suo ese placer por interés de mi salud
Providentia ut debilitas inter optima in- corporal, no lo hará como antaño
venta sit [Jamás la Providencia será no lo hizo por el cuidado de la salud
tan enemiga de su obra para consen- espiritual. Por verla fuera de com-
tir que la debilidad sea colocada en bate no la juzgo más valerosa: mis
el rango de las cosas mejores. Quin- tentaciones son tan derrengadas y
tiliano, Institución oratoria, V, 12]. mortecinas, que no vale la pena que
Los apetitos son raros en la vejez; la razón las combata; con extender
una saciedad intensa se apodera de las manos las conjuro. Que se la co-
210 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

loque frente a la concupiscencia an- ra de estimárseme no por lo que fui,


tigua y creo que tendrá menos fuer- sino por lo que dejó de ser.
za que antaño para rechazarla de A mi entender es el “vivir di-
las que entonces desplegaba. No veo chosamente”, y no como Antístenes
que mi discernimiento juzgue de decía “el morir dichosamente”, lo
la voluptuosidad diferentemente que constituye la humana felicidad.
de como antaño juzgaba; tampoco Yo no aguardé a sujetar monstruo-
encuentro en ella ninguna claridad samente la cola de un filósofo a la
nueva, por donde caigo en la cuenta cabeza de un hombre ya perdido, ni
de que si hay convalecencia, es una quise tampoco que este raquítico fin
convalecencia maleada. ¡Miserable hubiera de desaprobar y desmentir
suerte de remedio el de deber la sa- la más hermosa, cabal y dilatada
lud a la enfermedad! No incumbe a parte de mi vida: quiero presentar-
nuestra desdicha cumplir este oficio me y dejarme ver en todo unifor-
sino a la bienandanza de nuestro memente. Si tuviera que recorrer
juicio. Nada se me obliga a hacer lo andado, viviría como hasta ahora
por las ofensas y las aflicciones si no he vivido; ni lamento el pasado, ni
es maldecirlas; éstas sólo mueven a temo lo venidero, y, si no me engaño,
las gentes que no se despiertan sino mi existir anduvo por dentro como
a latigazos. Mi razón camina más li- por fuera. Uno de los primordiales
bremente en la prosperidad, al par beneficios que yo deba a mi buena
que está mucho más distraída y ocu- estrella, consiste en que en el cur-
pada en digerir los males que los so de mi estado corporal cada cosa
bienes: yo veo con claridad mayor haya acontecido en su tiempo: vi las
en tiempo sereno; la salud me go- horas, las flores y el fruto, y ahora
bierna más alegre y útilmente que tengo la sequía delante de mis ojos,
la enfermedad. Avancé cuanto pude dichosamente, puesto que es natu-
hacia mi reparación y reglamento ral que así suceda. Soporto los ma-
cuando de ellos tenía que gozar: me les con dulzura, porque en la época
avergonzaría el que la miseria e in- vivo de sufrirlos, y además porque
fortunio de mi vejez hubiera de ser traen halagüeñamente a mi memo-
preferida a mis buenos años, sanos, ria el recuerdo de mi larga y dichosa
despiertos y vigorosos, y que hubie- vida pasada. Análogamente, mi cor-
Del arrepentimiento • 211

dura puede muy bien haber sido de más importunas que en la juventud;
la misma índole en el tiempo pasa- así lo decía yo cuando mozo, y en-
do y en el presente, pero entonces tonces mi apreciación no era enten-
era más fuerte, y mostraba un con- dida a causa de mis pocos años; y lo
tinente más gracioso, fresco, alegre repito ahora que mis cabellos grises
e ingenuo; ahora la veo baldada, me otorgan crédito. Llamamos cor-
gruñona y trabajosa. Renuncio, por dura a la dificultad de nuestros humo-
consiguiente, a estas enmiendas ca- res, a la repugnancia que las cosas
suales y dolorosas. Necesario es que presentes nos ocasionan; mas en ver-
Dios toque nuestro ánimo; preciso dad acontece que no abandonamos
es que nuestra conciencia se en- tanto los vicios cuanto por otros los
miende por sí misma, mediante el cambiamos, a mi entender de peor
refuerzo de nuestra razón y no con catadura: a más de una altivez torpe
el ayuda de la debilidad de nuestros y caduca, un charlar congojoso, los
apetitos: la voluptuosidad no es en humores espinosos e insociables, la
esencia pálida ni descolorida por- superstición y un cuidado ridículo
que la adviertan ojos engañosos y en atesorar riquezas cuando no tene-
turbios. mos en qué emplearlas, descubro yo
Debe amarse la templanza por más envidia, injusticia y malignidad;
ella misma y por respeto al Dios suministran los años más arrugas al
que nos la ordenó, como asimismo espíritu que al semblante y apenas
la castidad; la que los catarros nos se ven almas, o por lo menos rara-
prestan, y que yo debo al beneficio mente, que envejeciendo dejen de
de mi cólico, ni es castidad ni tem- mostrar agrura y olor a moho. El
planza. No puede vanagloriarse de hombre camina íntegramente hacia
menospreciar y combatir el goce vo- su crecimiento lo mismo que hacia
luptuoso, quien no lo ve, quien lo ig- su decrecimiento. En presencia de la
nora, quien desconoce sus gracias y sabiduría de Sócrates, considerando
sus ímpetus y sus bellezas más iman- algunas circunstancias de su conde-
tadas; yo que conozco uno y otro na, osaría yo creer que a ella se prestó
puedo decirlo con fundamento. Pero hasta cierto punto por prevaricación
me parece que en la vejez nuestras y de propio intento, tocando tan de
almas están sujetas a imperfecciones cerca, a los setenta años que ya con-
212 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

taba, el embotamiento de las ricas para evitar las imperfecciones que


prendas de su espíritu y el obscure- nos acarrea, o al menos para debilitar
cer de su acostumbrada clarividencia. el progreso de las mismas. Yo siento
¡Qué metamorfosis la veo yo hacer a que a pesar de todos mis esfuerzos va
diario en muchas de mis relaciones! ganando en mí terreno palmo a pal-
Es una enfermedad vigorosa que se mo; cuanto puedo me sostengo, pero
desliza natural o imperceptiblemen- ignoro dónde me llevará. De todas
te; provisión grande de estudio y pre- suertes, me congratula que se sepa el
caución no menor hanse menester lugar de donde caeré.
del arte de platicar

Es una costumbre de nuestra justi- [¿No veis que el hijo de Albio vive mal
cia el condenar a los unos para ad- y que Barro se ve reducido a la mise-
vertencia de los otros. Condenarlos ria? Estos ejemplos nos enseñan a no
simplemente porque incurrieron en disipar nuestro patrimonio. Horacio,
delito, sería torpeza, como sienta Sátiras, I, 4, 109].
Platón, pues contra lo hecho no hay
humano poder posible que lo des- publicando y acusando mis im-
haga. A fin de que no se incurra en perfecciones alguien aprenderá a te-
falta análoga, o de que el mal ejem- merlas. Las prendas que más estimo
plo se huya, la justicia se ejerce: no en mi individuo alcanzan mayor ho-
se corrige al que se ahorca, sino a los nor recriminándome que recomen-
demás por el ahorcado. Igual es el dándome; por eso recaigo en ellas
ejemplo que yo sigo: mis errores son y me detengo más frecuentemente.
naturales e incorregibles, y como los Y todo considerado, nunca se habla
hombres de bien aleccionan al mun- de sí mismo sin pérdida: las propias
do excitando su ejemplo, quizás pue- condenaciones son siempre acrecen-
da yo servir de provecho haciendo tadas, y las alabanzas descreídas.
que mi conducta se evite: Puede haber algún hombre de mi
complexión: mi naturaleza es tal que
Nonne vides, Albi ut male vivat filius?, mejor me instruyo por oposición
utque que por semejanza, y por huida que
Barrus inops? magnum documentum, ne por continuación. A este género de
patriam rem disciplina se refería el viejo Catón
Perdere quis velit; cuando decía “que los cuerdos tie-
214 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

nen más que aprender de los locos, malos contemplaba: mas con ello me
que no los locos de los cuerdos”; y proponía una tarea invencible.
aquel antiguo tañedor de lira que se- El más fructuoso y natural ejerci-
gún Pausanias refiere, tenía por cos- cio de nuestro espíritu es a mi ver la
tumbre obligar a sus discípulos a oír conversación: encuentro su práctica
a un mal tocador, que vivía frente a más dulce que ninguna otra acción
su casa, para que aprendieran a odiar de nuestra vida, por lo cual si yo aho-
sus desafinaciones y falsas medias: el ra me viera en la precisión de elegir,
horror de la crueldad me lanza más a lo que creo, consentiría más bien en
adentro de la clemencia que ningún perder la vista que el oído o el habla.
patrón de esta virtud; no endere- Los atenienses, y aun los romanos,
za tanto mi continente a caballo un tenían en gran honor este ejercicio
buen jinete, como un procurador o en sus academias. En nuestra época
un veneciano, caballeros. Un lengua- los italianos conservan algunos ves-
je torcido corrige mejor el mío que tigios, y con visible provecho, como
no el derecho. A diario el torpe con- puede verse comparando nuestros
tinente de un tercero me advierte y entendimientos con los suyos. El es-
aconseja mejor que aquel que place; tudio de los libros es un movimiento
lo que contraría toca y despierta más lánguido y débil, que apenas vigori-
bien que lo que gusta. Este tiempo za: la conversación enseña y ejercita
en que vivimos es adecuado para en- a un tiempo mismo. Si yo converso
mendarnos a reculones, por discon- con un alma fuerte, con un probado
veniencia mejor que por convenien- luchador, este me oprime los ijares,
cia; mejor por diferencia que por me excita a derecha a izquierda; sus
acuerdo. Estando poco adoctrinado ideas hacen surgir las mías: el celo, la
por los buenos ejemplos, me sirvo de gloria, el calor vehemente de la dis-
los malos, de los cuales la lección es puta, me empujan y realzan por enci-
frecuente y ordinaria. Esforceme por ma de mí mismo; la conformidad es
convertirme en tan agradable, como cualidad completamente monótona
cosas de desagrado vi; en tan firme, en la conversación. Mas de la propia
como blandos eran los que me rodea- suerte que nuestro espíritu se fortifi-
ban; en tan dulce, como rudos eran ca con la comunicación de los que
los que trataba; en tan bueno, como son vigorosos y ordenados, es impo-
Del arte de platicar • 215

sible el calcular cuánto pierde y se pirronianos, que privamos a nuestro


abastarda con el continuo comercio espíritu del derecho de emitir decre-
y frecuentación que practicamos con tos, consideramos blandamente la
los espíritus bajos y enfermizos. No diversidad de opiniones, y si a ellas
hay contagio que tanto como éste se no prestamos nuestro juicio procurá-
propague: por experiencia sobrada moslas el oído fácilmente. Allí donde
sé lo que vale la vara. Gusto yo de uno de los platillos de la balanza está
argumentar y discurrir, pero con completamente vacío dejo yo osci-
pocos hombres y para mi particular lar el otro hasta con las soñaciones
usanza, pues mostrarme en espec- de una vieja visionaria; y me parece
táculo a los grandes, y mostrar en excusable si acepto más bien el nú-
competencia el ingenio y la charla, mero impar, y antepongo el jueves
reconozco ser oficio que sienta mal al viernes; si prefiero la docena o el
a un hombre de honor. número catorce al trece en la mesa; y
Es la torpeza cualidad detestable; de mejor gana una liebre costeando
pero el no poderla soportar, el despe- que atravesando un camino, cuando
charse y consumirse ante ella, como viajo, y el dar de preferencia el pie
a mí me ocurre, constituye otra suer- derecho que el izquierdo cuando
te de enfermedad que en nada cede me calzo. Todas estas quimeras que
en importunidad a aquélla. Este vi- gozan de crédito en torno nuestro
cio quiero ahora acusarlo en mí. Yo merecen al menos ser oídas. De mí
entro en conversación y en discusión arrastran sólo la inanidad, pero al
con libertad y facilidad grandes, tan- fin algo arrastran. Las opiniones vul-
to más cuanto que mi manera de gares y casuales son cosa distinta de
ser encuentra en mí el terreno mal la nada en la naturaleza, y quien así
apropiado para penetrar y ahondar no las considera cae acaso en el vicio
desde luego los principios: ninguna de la testarudez por evitar el de la
proposición me pasma, ni ninguna superstición.
creencia me hiere, por contrarias Así pues, las contradicciones en
que sean a las mías. No hay fanta- el juzgar ni me ofenden ni me alte-
sía, por extravagante y frívola que ran; me despiertan sólo y ejercitan.
sea, que deje de parecerme natural, Huimos la contradicción, en vez de
emanando del humano espíritu. Los acogerla y mostrarnos a ella de buen
216 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

grado, principalmente cuando vie- cia quien me contradice, siempre y


ne, del conversar y no del regentar. cuando que me instruya: la causa de
En las oposiciones a nuestras miras la verdad debiera ser común a uno y
no consideramos si aquéllas son jus- otro contrincante. ¿Qué contestará
tas, sino que a tuertas o a derechas el objetado? La pasión de la cólera
buscamos la manera de refutarlas: obscureció ya su juicio: el desorden
en lugar de tender los brazos afila- apoderose de él antes que la razón.
mos las uñas. Yo soportaría el ser du- Sería conveniente que se hicieran
ramente contradicho por mis ami- apuestas sobre el triunfo en nuestras
gos; el oír, por, ejemplo: “Eres un disputas; que hubiera una marca
tonto; estás soñando”. Gusto, entre material de nuestras pérdidas, a fin
los hombres bien educados, de que de que las recordáramos, y de que
cada cual se exprese valientemente, por ejemplo mi criado pudiera de-
de que las palabras vayan donde va cirme: “El año pasado os costó cien
el pensamiento: nos precisa fortifi- escudos en veinte ocasiones distin-
car el oído y endurecerlo contra esa tas el haber sido ignorante y porfia-
blandura del ceremonioso son de do”. Yo festejo y acaricio la verdad
las palabras. Me placen la sociedad cualquiera que sea la mano en que
y familiaridad viriles y robustas, una la divise. Y en tanto que con arro-
amistad que se alaba del vigor y ru- gante tono conmigo no se procede,
deza de su comercio, como el amor o por modo imperioso y magistral,
de las mordeduras y sangrientos me regocija el ser reprendido y me
arañazos. No es ya suficientemente acomodo a los que me acusan, más
vigorosa y generosa cuando la que- bien por motivos de cortesía que de
rella está ausente, cuando dominan enmienda, gustando de gratificar y
la civilidad y la exquisitez, cuando alimentar la libertad de los adver-
se teme el choque, y sus maneras no timientos con la facilidad de ceder,
son espontáneas: Neque enim dispu- aun a mis propias expensas.
tari, sine reprehensione potes. [Porque Difícil es, sin embargo, atraer a
no hay discusión sin contradicción. esta costumbre a los hombres de mi
Cicerón, De los fines, I, 8]. Cuando se tiempo, quienes no tienen el valor
me contraría, mi atención despier- de corregir, porque carecen de fuer-
ta, no mi cólera; yo me adelanto ha- zas suficientes para sufrir el ser ellos
Del arte de platicar • 217

corregidos a su vez; y hablan ade- que me amonestan que la de los que


más con disimulo en presencia los me temen. Es un placer insípido y
unos de los otros. Experimento yo perjudicial el tener que habérnoslas
placer tan intenso al ser juzgado y con gentes que nos admiran y hacen
conocido, que llega a parecerme lugar. Antístenes ordenó a sus hijos
como indiferente la manera cómo “que no agradecieran nunca las ala-
lo sea. Mi fantasía se contradice a sí banzas de ningún hombre”. Yo me
misma con frecuencia tanta, que me siento mucho más orgulloso de la
es igual que cualquiera otro la corri- victoria que sobre mí mismo alcanzo
ja, principalmente porque no doy cuando en el ardor del combate me
a su reprensión sino la autoridad inclino bajo la fuerza del raciocinio
que quiero: pero me incomodo con de mi adversario, que de la victoria
quien se mantiene tan poco transi- ganada sobre él por su flojedad. En
gente, como alguno que conozco, fin, yo recibo y apruebo toda suerte
que lamenta su advertencia cuando de toques cuando vienen derechos,
no es creído, y toma a injuria el no por débiles que sean, pero no pue-
ser obedecido. Lo de que Sócrates do soportar los que se suministran a
acogiera siempre sonriendo las con- expensas de la buena crianza. Poco
tradicciones que se presentaban a me importa la materia sobre que se
sus razonamientos puede decirse discute, y todas las opiniones las ad-
que de su propia fuerza dependía, mito: la idea victoriosa también me
pues habiendo de caer la ventaja de es casi indiferente. Durante todo un
su lado aceptábalas como materia día cuestionaré yo sosegadamente si
de nueva victoria. Mas nosotros ve- la dirección del debate se mantiene
mos, por el contrario, que nada hay ordenada. No es tanto la sutileza ni
que trueque en suspicaz nuestro la fuerza lo que solicito como el or-
sentimiento como la idea de pre- den; el orden que se ve todos los días
eminencia y el desdén del adversa- en los altercados de los gañanes y de
rio. La razón nos dice que más bien los mancebos de comercio, jamás en-
al débil corresponde el aceptar de tre nosotros. Si se apartan del cami-
buena gana las oposiciones que le no derecho, es en falta de modales,
enderezan y mejoran. De mejor gra- achaque en que nosotros no incurri-
do busco yo la frecuentación de los mos, mas el tumulto y la impacien-
218 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cia no les desvían de su tema, el cual ¿A qué viene colocaros en camino de


sigue su curso. Si se previenen unos buscar lo que es con quien no adopta
a otros, si no se esperan, se entien- paso ni continente adecuados para
den al menos. Para mí se contesta ello? No se infiere daño alguno a la
siempre bien si se responde a lo que materia que se discute cuando se la
digo; mas cuando la disputa se tras- abandona para ver el medio como
torna y alborota, abandono la cosa y ha de tratarse, y no digo de una
me sujeto sólo a la forma con indis- manera escolástica y con ayuda del
creción y con despecho, lanzándome arte, sino con los medios naturales
en una manera de debatir testaru- que procura un entendimiento sano.
da, maliciosa e imperiosa, de la cual ¿Cuál será el fin a que se llegue, yen-
luego me avergüenzo. Es imposible do el uno hacia el oriente y hacia el
tratar de buena fe con un tonto; no occidente el otro? Pierden así la mira
es solamente mi discernimiento lo principal y la ponen de lado con el
que se corrompe en la mano de un barullo de los incidentes: al cabo de
dueño tan impetuoso, también mi una hora de tormenta, no saben lo
conciencia le acompaña. que buscan; el uno está bajo, el otro
Nuestros altercados debieran alto y el otro de lado. Quién choca
prohibirse y castigarse como cuales- con una palabra o con un símil; quién
quiera otros crímenes verbales: ¿qué no se hace ya cargo de las razones
vicio no despiertan y no amonto- que se le oponen, tan impelido se ve
nan, constantemente regidos y go- por la carrera que tomó, y piensa en
bernados por la cólera? Entramos continuarla, no en seguiros a voso-
en enemistad primeramente contra tros; otros, reconociéndose flojos de
las razones y luego contra los hom- ijares, lo temen todo, todo lo recha-
bres. No aprendemos a disputar sino zan, mezclan desde los comienzos y
para contradecir, y cada cual contra- confúndenlo todo, o bien en lo más
diciéndose y viéndose contradicho, recio del debate se incomodan y se
acontece que el fruto del cuestionar callan por ignorancia despechada,
no es otro que la pérdida y aniquila- afectando un menosprecio orgullo-
miento de la verdad. Así Platón en so, o torpemente una modesta huida
su República prohíbe este ejercicio a de contención: siempre que su acti-
los espíritus ineptos y mal nacidos. tud produzca efecto, nada le impor-
Del arte de platicar • 219

ta lo demás; otros cuentan sus pala- públicas disputas de los hombres que
bras y las pesan como razones; hay las ciencias profesan? Mejor preferi-
quien no se sirve sino de la resisten- ría que mi hijo aprendiera a hablar
cia ventajosa de su voz y pulmones, en las tabernas que en las escuelas de
otro concluye contra los principios charlatanería. Procuraos un pedago-
que sentara; quién os ensordece con go y conversad con él; ¿cuánto no os
digresiones e inútiles prolegómenos; hace sentir su excelencia artificial,
quién se arma de puras injurias, bus- y cuánto no encanta a las mujeres y
cando una querella de alemán para a los ignorantes, como nosotros so-
librarse de la conversación y socie- mos, por virtud de la admiración y
dad de un espíritu que asedia el suyo. firmeza de sus razones, y de la her-
Este último nada ve en la razón, pero mosura y el orden de las mismas?
os pone cerco, ayudado por la cerra- ¿Hasta qué punto no nos persuade y
zón dialéctica de sus cláusulas y con domina como le viene en ganas? Un
el apoyo de las fórmulas de su arte. hombre que de tantas ventajas dis-
Ahora bien, ¿quién no desconfía fruta con las ideas y en el modo de
de las ciencias, y quién no duda si de manejarlas, ¿por qué mezcla con su
ellas puede sacarse algún fruto sóli- esgrima las injurias, la indiscreción y
do para las necesidades de la vida, la rabia? Que se despoje de su cape-
considerando el empleo que del sa- ruza, de sus vestiduras y de su latín;
ber hacemos? Nihil sanantibus litteris? que no atormente nuestros oídos
[De esas letras que ningún mal cu- con Aristóteles puro y crudo, y lo to-
ran. Séneca, Epístolas, 59]. ¿Quién al- maréis por uno de entre nosotros, o
canzó entendimiento con la lógica? peor aún. Juzgo yo de esta complica-
¿Dónde van a parar tantas hermosas ción y entrelazamiento del lenguaje
promesas? Nec ad melius vivendum, que para asediarnos emplean, como
nec ad commodius disserendum? [No de los jugadores de pasa-pasa. Su
enseño ni a vivir mejor ni a razonar flexibilidad fuerza y combate nues-
ventajosamente. Cicerón, De los fines. tros sentidos, pero no conmueve en
Así pensaba Epicuro de la dialéctica lo más mínimo nuestras opiniones:
de los estoicos, al decir de Cicerón]. aparte del escamoteo, nada ejecutan
¿Acaso se ve mayor baturrillo en la que no sea común y vil: por ser más
charla de las sardineras que en las sabihondos no son menos ineptos.
220 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Venero y honro el saber tanto como vuestro adversario que la de mos-


los que lo poseen, el cual, empleado trarle la imposibilidad de comba-
en su recto y verdadero uso, es la más tiros? Cuando ganáis la ventaja de
noble y poderosa adquisición de los vuestra proposición, es la verdad la
hombres. Mas en los individuos de que sale ventajosa; cuando os pro-
que hablo (y los hay en número in- curáis la supremacía que otorgan
finito de categorías), que establecen el orden y la dirección acertados de
su fundamental suficiencia y saber, los argumentos, sois vosotros los que
que recurren a su memoria, en lugar salís gananciosos. Entiendo yo que
de apelar a su entendimiento, sub en Platón y en Jenofonte Sócrates
aliena umbra latentes [Envolviéndose discute más bien en beneficio de los
en la sombra ajena. Séneca, Epísto- litigantes que en favor de la disputa,
las, 33], y que de nada son capaces y con el fin de instruir a Eutidemo y
sin los libros, lo detesto (si así me a Protágoras en el conocimiento de
atrevo a decirlo) más que la torpeza su impertinencia mutua, más bien
escueta. En mi país y en mi tiempo que en el de la impertinencia de su
la doctrina mejora bastante las faltri- arte: apodérase de la primera mate-
queras, en manera alguna las almas: ria como quien alberga un fin más
si aquélla las encuentra embotadas, útil que el de esclarecerla; los espíri-
las empeora y las ahoga como masa tus es lo que se propone manejar y
cruda o indigesta; si agudas, el saber ejercitar. La agitación y el persegui-
fácilmente las purifica, clarifica y su- miento pertenecen a nuestra pecu-
tiliza hasta la vaporización. Cosa es liar cosecha: en modo alguno somos
la doctrina de cualidad sobre poco excusables de guiarlos mal o imper-
más o menos indiferente; utilísimo tinentemente; el tocar a la meta es
accesorio para un alma bien nacida; cosa distinta, pues vinimos al mun-
perniciosa y dañosa para las demás, do para investigar diligentemente la
o más bien objeto de uso preciosísi- verdad: a una mayor potencia que
mo, que no se deja poseer a vil pre- la nuestra pertenece ésta. No está la
cio: en unas manos es un cetro, y en verdad, como Demócrito decía, es-
otras un muñeco. condida en el fondo de los abismos
Mas prosigamos. ¿Qué victoria sino más bien elevada en altitud in-
mayor pretendéis alcanzar sobre finita, en el conocimiento divino. El
Del arte de platicar • 221

mundo no es más que la escuela del dez de sus alegaciones, excusas y de-
inquirir; no se trata de meterse den- fensas asnales y brutales, andamos
tro, sino de hacer las carreras más lu- todos los días tirándonos los trastos
cidas. Lo mismo puede hacer el ton- a la cabeza: ni penetran lo que se
to quien dice verdad que quien dice dice, ni el por qué, y responden por
mentira, pues se trata de la manera, idéntico tenor; ocasionan motivos
no de la materia del decir. La ten- bastantes para desesperar a un san-
dencia mía es considerar igualmen- to. Mi cabeza no choca rudamente
te la forma que la sustancia, lo mis- sino con el encuentro de otra; mejor
mo al abogado que a la causa, como transijo con los vicios de mis gentes
Alcibíades ordenaba que se hiciera; que con sus temeridades, importu-
y todos los días me distraigo en leer nidades y torpezas: que hagan me-
diversos autores sin percatarme de nos, siempre y cuando que de hacer
su ciencia, buscando en ellos exclusi- sean capaces; vivís con la esperanza
vamente su manera, no el asunto de de alentar su voluntad, pero de un
que tratan, de la propia suerte que cepo no hay nada que esperar ni
persigo la comunicación de algún que disfrutar que la pena valga.
espíritu famoso, no con el fin de que Ahora bien, ¿qué decir si yo tomo
me adoctrine, sin para conocerlo, las cosas diferentemente de lo que
y una vez conocido imitarle si vale son en realidad? Muy bien puede
la pena. Al alcance de todos está el suceder, por eso acuso mi impacien-
decir verdad, mas el enunciarla or- cia, considerándola igualmente vi-
denada, prudente y suficientemente ciosa en quien tiene razón como en
pocos pueden hacerlo; así que no quien no la tiene, pues nunca deja
me contraría el error cuando deriva de constituir una agrura tiránica el
de ignorancia; lo que me subleva es no poder resistir un pensar diverso
la necedad. Rompí varios comercios al propio. Además, en verdad sea
que me eran provechosos a causa de dicho, hay simpleza más grande
la impertinencia de cuestionar con ni más constante tampoco ni más
quienes los mantenía. Ni siquiera estrambótica que la de conmover-
me molestan una vez al año las cul- se e irritarse por las insulseces del
pas de quienes están bajo mi férula, mundo, pues nos formaliza princi-
mas en punto a la torpeza y testaru- palmente contra nosotros. Y a aquel
222 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

filósofo del tiempo pasado [Herá- advertimiento, ¿no puede volverse


clito] nunca mientras se consideró contra mí?” Sentencias sabias y divi-
estuvo falto de motivos de lágrimas. nas que azotan al más universal y co-
Misón, uno de los siete sabios, cu- mún error de los hombres. No ya sólo
yos humores eran timonianos y de- las censuras que nos propinamos los
mocricianos, interrogado sobre la unos a los otros, sino nuestras razo-
causa de sus risas cuando se hallaba nes también, nuestros argumentos y
solo, respondió: “Río por lo mismo, materias de controversia pueden or-
por deshacerme en carcajadas sin dinariamente volverse contra noso-
tener ninguna compañía”. ¿Cuán- tros: elaboramos hierro con nuestras
tas tonterías no digo yo y respondo armas, de lo cual la antigüedad me
a diario, según mi dictamen y natu- dejó hartos graves ejemplos. Inge-
ralmente, por consiguiente, mucho niosamente se expresó, y de manera
más frecuentes al entender de los adecuada, aquel que dijo:
demás? ¿Qué no harán los otros si
yo me muerdo los labios? En con- Stercus cuique suum bene olet.
clusión, precisa vivir entre los vivos [Cada cual gusta el olor de su esterco-
y dejar el agua que corra bajo el lero. Proverbio latino].
puente sin nuestro cuidado, o por
lo menos con tranquilidad cabal de Nada tras ellos ven nuestros ojos:
nuestra parte. Y si no, ¿por qué sin cien veces al día nos burlamos de
inmutarnos tropezamos con alguien nosotros al burlarnos de nuestro ve-
cuyo cuerpo es torcido y contrahe- cino; y detestamos en nuestro pró-
cho y no podemos soportar la pre- jimo los defectos que residen en
sencia de un espíritu desordenado nosotros más palmariamente. Y de
sin montar en cólera? Esta dureza ellos nos pasmamos con inadver-
viciosa deriva más bien de la apre- tencia y cinismo maravillosos. Ayer,
ciación que del defecto. Tengamos sin ir más lejos, tuve ocasión de
constantemente en los labios aque- ver a un hombre sensato, persona
llas palabras de Platón: “Lo que veo grata, que se burlaba tan ingeniosa
juzgo malsano, ¿no será por encon- como justamente de las torpes ma-
trarme yo en ese estado? Yo mismo, neras de otro, quien a todo el mun-
¿no incurro también en culpa? Mi do rompe la cabeza con metódico
Del arte de platicar • 223

registro de sus genealogías y unio- otro donde la semilla sea menos ma-
nes, más de la mitad imaginarias ligna y rebelde. Tampoco me parece
(aquéllos se lanzan de mejor grado adecuada respuesta a quien no ad-
en estas disquisiciones cuyos títulos vierte mi culpa decirle que en él re-
son más dudosos y menos seguros), side igualmente. Nada tiene que ver
y sin embargo, él, de haber parado eso, pues siempre el advertimiento
mientes en sí mismo, hubiérase re- es verdadero y útil. Si tuviéramos
conocido no menos intemperante buen olfato, nuestra basura debiera
y fastidioso en el sembrar y hacer apestarnos más, por lo mismo que es
valer la prerrogativa de la estirpe nuestra; y Sócrates es de parecer que
de su esposa. ¡Importuna presun- aquel que se reconociera culpable, y
ción, de la cual la mujer se ve ar- a su hijo, y a un extraño, de alguna
mada por las manos de su marido violencia e injuria, debería comen-
mismo! Si supiera éste latín, preci- zar por sí mismo a presentarse a la
saríale decir con el poeta: condenación de la justicia o implo-
rar para purgarse el socorro de la
Agesis!, haec non insanit satis sua sponte; mano del verdugo en segundo lugar
instiga. a su hijo, y al extraño últimamente si
[¡Ánimo! Si no está bastante loca, irrita este precepto es de un tono elevado
más su locura. Terencio, Andria, IV, II, 3]. en demasía, al menos quien culpa-
ble se reconozca debe presentarse el
No se me alcanza que nadie acuse primero al castigo de su propia con-
no hallándose limpio de toda man- ciencia.
cha, pues nadie censuraría, ni siquie- Los sentidos son nuestros pecu-
ra estando como un crisol, en la mis- liares y primeros jueces, los cuales
ma suerte de mancha; mas entiendo no advierten las cosas sino por los
yo que nuestro juicio, al arremeter accidentes externos, y no es maravi-
contra otro del cual se trata por el lla si en todos los componentes que
momento, deja de librarnos de una constituyen nuestra sociedad se ve
severa jurisdicción interna. Oficio una tan perpetua y general promis-
propio de la caridad es que quien no cuidad de ceremonias y superficiales
puede arrancar un vicio de sí mismo apariencias, de tal suerte que la par-
procure, no obstante, apartarlo en te mejor y más efectiva de las poli-
224 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

cías consiste en eso. Constantemente y no se les muestra otra cosa que


nos las hemos con el hombre, cuya aprobación y reverencia, os aturden
condición es maravillosamente cor- con la autoridad de su experiencia:
poral. Que los que quisieron edificar oyeron, vieron, hicieron, os consu-
para nuestro uso en pasados años un men con sus ejemplos. De buena
ejercicio de religión tan contemplati- gana les diría que el provecho de la
vo e inmaterial no se pasmen porque experiencia de un cirujano no reside
se encuentre alguien que crea que se en la historia de sus operaciones, re-
escapó y deshizo entre los dedos, si cordando que curó a cuatro apesta-
es que ya no se mantuvo entre no- dos y tres gotosos, si no sabe de ellas
sotros como marca, título e instru- sacar partido para formar su juicio,
mento de división y de partido más y si no acierta a hacernos sentir que
que por ella misma. De la propia su vista es más certera en el ejerci-
suerte acontece en la conversación: cio de su arte; como en un concierto
la gravedad, el vestido y la fortuna instrumental no se oye un laúd, un
de quien habla, frecuentemente pro- clavicordio y una flauta, sino una ar-
curan crédito a palabras vanas y es- monía general, reunión y fruto de
túpidas; no es de presumir que una todos los aparatos músicos. Si los via-
persona en cuyos pareceres son tan jes y los cargos los enmendaron, há-
compartidos, tan temida, deje de al- ganlo ver con las producciones de su
bergar en sus adentros alguna capa- entendimiento. No basta contar las
cidad distinta de la ordinaria; ni que experiencias, precisa además pesar-
un hombre a quien se encomiendan las y acomodarlas; hay que haberlas
tantos cargos y comisiones, tan des- digerido y alambicado para sacar de
deñoso y ceñudo, no sea más hábil ellas las razones y conclusiones que
que aquel otro que le saluda de tan encierran. Jamás hubo tantos his-
lejos y cuyos servicios nadie quiere. toriadores; siempre es bueno y útil
No ya sólo las palabras, también los oírlos, pues nos proveen a manos
gestos de estas gentes se toman en llenas de hermosas y laudables ins-
consideración, se pesan y se miden: trucciones sacadas del almacén de su
cada cual se esfuerza en darles algu- memoria, que es a la verdad un ins-
na hermosa y sólida interpretación. trumento necesario para el socorro
Cuando al hablar llano descienden de la vida; pero no se trata de esto
Del arte de platicar • 225

ahora, se trata de saber si esos reci- sus hombros; por eso se ven tantas
tadores y recogedores son dignos de torpes almas entre los hombres de
alabanza por sí mismos. estudios más que entre los otros
Yo detesto toda suerte de tiranía, hombres; de aquéllos se hubieran
lo mismo la verbal que la efectiva; alcanzado varones excelentes, como
me sublevo fácilmente contra esas padres de familia, buenos comer-
vanas circunstancias que engañan ciantes, cumplidos artesanos: su
nuestro juicio por la mediación de vigor natural no medía mayor nú-
los sentidos, y, manteniéndome ojo mero de codos. La ciencia es cosa
avizor en lo tocante a grandezas que pesa grandemente: ellos se do-
extraordinarias, encontré que éstas blegan bajo su peso. Para ostentar
se componen en su mayor parte de y distribuir esta materia rica y po-
hombres como todos los demás: derosa, para emplearla y ayudarse,
su espíritu carece de vigor y pericia;
Rarus enim ferme sensus communis in illa sólo dispone de poderío sobre una
Fortuna. naturaleza robusta. Ahora bien, las
[En efecto, el sentido común es raro en de esta índole son bien raras, las
tan alto grado. Juvenal, VIII, 73]. débiles, dice Sócrates, corrompen
la dignidad de la filosofía al traer-
Acaso se los considera y advierte la entre manos; semeja esta inútil y
más chicos de lo que realmente son, viciosa cuando está mal guardada.
por cuanto ellos emprenden más y se Así los hombres se estropean y a sí
ponen más en evidencia: no respon- mismos se enloquecen:
den a la carga que sobre sus hombros
echaron. Es necesario que haya resis- Humani qualis simulator simius oris,
tencia y poder mayores en el llevar Quem puer arridens pretioso stamine serum
que en el echarse a cuestas; quien Velavit, nudasque nates ac terga reliquit,
no llenó por completo su fuerza os Ludibrium mensis.
deja adivinar si le queda todavía re- [Tal ese mono remedador del hombre a
sistencia pasado ese límite, y si fue quien un niño cubre riendo con vistosa
probado hasta el último término. tela de seda; pero le deja el trasero al
Quien sucumbe ante la carga des- descubierto regocijando así a los invita-
cubre su medida a la debilidad de dos. Claudiano, Contra Eutropio, I, 303].
226 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Análogamente, aquellos que nos mi tiempo, prestó servicios relevantí-


rigen y gobiernan, los que tienen simos el adoptar mi semblante esti-
el mundo en su mano, no les bas- rado y taciturno, sirviéndolas como
ta poseer un entendimiento or- título de prudencia y capacidad!
dinario, ni poder lo que nosotros Las dignidades y los cargos se
podemos: están muy por bajo de otorgan necesariamente más por for-
nuestro nivel cuando no se encuen- tuna que por mérito; y muchas veces
tran muy por encima: de la propia se incurre en grave error al culpar de
suerte que más prometen, deben ello a los monarcas: por el contrario,
también cumplir más. maravilla que la fortuna los acompa-
Por eso les sirve el silencio, no ñe casi siempre desplegando para
ya sólo como continente de respe- ello tan poco acierto:
to y gravedad, sino también como
instrumento de provecho y buen Principis est virtus maxima, nosse suos:
gobierno, pues Megabizo, como visi- [La mayor virtud de un príncipe es el
tara a Apeles en su obrador, perma- perfecto conocimiento de sus súbditos.
neció largo tiempo sin decir palabra, Marcial, VIII, 15].
y luego comenzó a discurrir sobre lo
que veía cuyos discursos le valieron pues naturaleza no los favoreció
esta dura reprimenda: “Mientras te con mirada tan vasta que pudieran
callaste, parecías algo de grande a extenderla a tantos pueblos como
causa de las cadenas que te adornan rigen para discernir la principalidad
y de tu pomposo continente; pero de ellos, y penetrar luego nuestros
ahora que se te ha oído hablar te me- pechos, donde se albergan nuestra
nosprecian hasta mis criados”. Esos voluntad y el valor más precioso.
adornos magníficos, la resplande- Preciso es, por consiguiente, que nos
ciente profesión que desempeñaba, escojan por conjeturas y a tientas,
no le consentían permanecer igno- movidos por la familia a que perte-
rante como el vulgo y lo empujaron necemos, por nuestras riquezas, por
a hablar impertinentemente de lo doctrinas y por la voz del pueblo,
que no entendía: debió mantener que son argumentos debilísimos.
muda esa externa y presuntuosa ca- Quien pudiera encontrar medio de
pacidad. ¡A cuantas almas torpes, en que justamente se nos conociera y
Del arte de platicar • 227

de elegir los hombres por razones el persa Siramnes respondió a los


fundamentales, establecería de gol- que se admiraban de que sus nego-
pe y porrazo una perfecta forma de cios anduvieran tan perversamente,
gobierno. en vista de que sus propósitos es-
“Dígase lo que se quiera, acertó taban impregnados de prudencia:
a resolver este importante negocio”. “Que él tan sólo era dueño de sus
Algo es algo, sin duda, pero eso no es iniciativas, mientras que del éxito
bastante, pues esta sentencia es jus- de sus negocios lo era la fortuna”;
tamente recibida. “Que no hay que las gentes de que hablo pueden res-
juzgar de los dictámenes en presen- ponder por idéntico tenor, aunque
cia de los acontecimientos que re- por razones contrarias. La mayor
sultan”. Castigaban los cartagineses parte de las cosas de este mundo se
los torcidos pareceres de sus capita- hacen por sí mismas;
nes aun cuando fueran enmenda-
dos por un dichoso desenlace; y el Fata viam inveniunt
pueblo romano rechazó muchas ve- [Los destinos se abren camino. Virgi-
ces el triunfo a victorias provechosas lio, Eneida, III, 395].
y grandes, porque la dirección del
jefe no anduvo de par con su buena el desenlace a las veces denun-
estrella. Ordinariamente se advierte cia una conducta estúpida: nues-
en las mundanales acciones que la tra intermisión apenas sobrepuja
fortuna para mostrarnos su poderío la rutina, y comúnmente obedece
sobre todas las cosas y como se gozó más a la consideración del uso y al
en echar por tierra nuestra presun- ejemplo que a la razón. Maravilla-
ción, no habiendo podido trocar a do por la grandeza de una hazaña,
los necios en avisados, los convierte supe antaño por los mismos que la
en dichosos, en oposición con todo realizaron los motivos del acierto.
sano principio, favoreciendo las eje- En ellos no encontré sino ideas vul-
cuciones, cuya trama es puramente gares; y las más ordinarias y usuales
suya. Por donde vemos a diario que son también acaso las más seguras
los más sencillos de entre nosotros y las más cómodas en la práctica,
consiguen dar cima a empresas si no son las que al exterior apare-
magnas privadas y públicas; y como cen. ¿Qué decir, si las más ínfimas
228 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

razones son las mejor asentadas, y mayor circunspección y prudencia


si las más bajas y las más flojas y las militar de las que se ven a veces entre
más asendereadas son las que me- nosotros; ¿será la causa que se tema
jor se adaptan a la solución de los extraviarse en el camino, reserván-
negocios? Para conservar su autori- dose para la catástrofe de ese juego?
dad a los consejos de los reyes hay Más diré: nuestra prudencia misma
que evitar que los profanos en ellos y nuestra consultación siguen casi
participen y que no vean más allá siempre la dirección de lo impre-
de la primera barrera: debe reve- visto: mi voluntad y mi discurso se
renciarse, merced al ajeno crédito remueven ya de un lado ya de otro,
y en conjunto, quien seguir preten- y hay muchos de estos movimientos
de alimentando su reputación. La que se gobiernan sin mi concurso;
consultación mía, personal, bos- mi razón experimenta impulsiones y
queja algún tanto la materia, con- agitaciones diarias y casuales:
siderándola ligeramente por sus
primeros aspectos: el fuerte y prin- Vertuntur species animorum, et pectora
cipal fin de la tarea acostumbra a motus
resignarlo al cielo: Nunc alios, alios, dum nubila ventus agebat
Concipiunt.
Permitte divis cetera. [La disposición del alma cambia cons-
[Encomienda lo demás a los dioses. tantemente; cuando una pasión la agi-
Horacio, Odas, I, 9, 9]. ta, la mutación del viento hará que otra
la arrastre. Virgilio, Geórgicas, I, 420].
La dicha y la desdicha son, a mi
entender, dos potencias soberanas. Considérese quiénes son los más
Es imprudente considerar que la hu- pudientes en las ciudades, y quié-
mana previsión pueda desempeñar nes los que mejor cumplen con su
el papel de la fortuna, y vana es la misión; se verá ordinariamente que
empresa de quien presume abarcar son los menos hábiles. Sucedió a las
las causas y consecuencias, y condu- mujerzuelas, a las criaturas y a los
cir por la mano el desarrollo de su tontos el mandar grandes Estados
obra: vana sobre todo en las delibe- al igual que los príncipes más capa-
raciones de la guerra. Jamás hubo ces; y acierta mejor (dice Tucídides)
Del arte de platicar • 229

la gente ordinaria que la sutil. Los el mismo?, se dice. ¿No era antes
efectos del buen sino achacámolos más aventajado? ¿Los príncipes se
a prudencia; conforman con tan poco? ¡A la ver-
dad, estábamos en buenas manos!”
Ut quisque fortuna utitur, Cosas son éstas que yo he visto en
Ita praecellet; atque exinde sapere illum mi tiempo con frecuencia: hasta los
omnes dicimus: personajes notables de las comedias
[Si os eleváis por el favor de la fortuna, nos impresionan en algún modo, y
todos alabarán vuestra habilidad. Plau- nos engañan. Aquello que yo mismo
to, Pseudolus, II, 3, 13]. adoro en los monarcas es la multi-
tud de sus adoradores: toda inclina-
por donde hablo cuerdamente al ción y sumisión les es debida, salvo
decir que en todas las cosas los acon- la del entendimiento; mi razón no
tecimientos son testimonios flacos está hecha a doblegarse, son mis
de nuestro valer y capacidad. rodillas las que se humillan. Solici-
Decía, pues, que no basta ver a tado el parecer de Melancio sobre
un hombre en un lugar relevante: la tragedia de Dionisio: “No la he
aun cuando tres días antes le haya- visto, contestó, tan alborotado es su
mos conocido como sujeto de poca lenguaje”. De la propia suerte, casi
monta, por nuestras apreciaciones todos los que juzgan las conversa-
se desliza luego una imagen de ciones de los grandes debieran de-
grandeza y consumada habilidad; y cir: “Yo no he oído lo que dijo, tan
nos persuadimos de que al medrar impregnado estaba de gravedad, de
en posición y en crédito, por hom- grandeza y majestad”. Antístenes
bre de mérito se le tiene. Juzgamos persuadió a los atenienses para que
de él no conforme a su valer, sino ordenaran que sus borricos fueran
a la manera como consideramos las empleados, lo mismo que sus caba-
fichas, según la prerrogativa de su llos, en el trabajo de la tierra, a lo
rango. Mas que la fortuna cambie, cual se le repuso que esos animales
que caiga y vaya a mezclarse con las no habían nacido para tal servicio:
masas, y entonces todos se inquie- “Es lo mismo, replicó el filósofo; la
ren, pasmados, de la causa que le cosa no ha menester sino de vuestra
había izado a semejante altura. “¿Es ordenanza, pues los hombres más
230 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

incapaces a quienes encomendáis la o cambiarla con autoridad magis-


dirección de vuestras guerras no de- tral, el defenderse contra la opo-
jan de trocarse al punto en dignísi- sición ajena con un movimiento
mos porque en ello los empleáis”; a de cabeza, con una sonrisa, con el
lo cual mira la costumbre de tantos silencio, ante un concurso que se
pueblos que canonizan al de entre estremece de puro respeto y reve-
ellos elegido, y no se contentan con rencia. Un hombre de monstruosa
honrarle, sino que además le ado- fortuna que interponía su parecer
ran. Los de Méjico, luego de ter- en una conversación ligera llevada
minadas las ceremonias de la pro- al desgaire en su mesa, comenzaba
clamación, no se atreven ya a mirar de este modo sus reparos: “Quien
a la cara de su soberano, cual si le en contrario se exprese no puede
hubieran deificado por su realeza; ser más que un embustero o un ig-
entre los juramentos que le hacen norante...”. Seguid tan puntiaguda
proferir, a fin de que mantenga la filosofía con un puñal en la mano.
religión, leyes y libertades, y de que He aquí otra advertencia de que
sea valiente, justo y bondadoso, jura alcanzo yo gran provecho: en las dis-
también que hará al sol seguir su putas y conversaciones todas las pa-
curso con su claridad acostumbra- labras que nos parecen buenas no
da, que las nubes se descargarán en deben incontinenti ser aceptadas.
tiempo oportuno, que los ríos se- La mayor parte de los hombres son
guirán su curso y que la tierra pro- ricos en capacidad extraña; puede
ducirá todas las cosas necesarias a muy bien acontecer a tal individuo
su pueblo. proferir un rasgo feliz, una buena
Yo soy por naturaleza opuesto a respuesta o una recta sentencia, y
esta común manera de ser; y más llevarlas adelante desconociendo
desconfío de la capacidad cuando su fuerza. Que no se es poseedor
la veo acompañada de grandeza, de todo lo que prestado se recibe
de fortuna y recomendación popu- podré quizás comprobarlo con mis
lar: precísanos considerar de cuánta propios recursos. No hay que ceder
ventaja sea el hablar a su hora, el al punto por verdad o belleza que la
escoger el verdadero punto de vis- proposición encierre; hay que com-
ta, el interrumpir la conversación batirla de intento o echarse atrás, so
Del arte de platicar • 231

pretexto de no entenderla, para tan- emplean, nada dicen; son propios


tear por todas partes de qué suerte de gustos que saludan a todo un
habita en el que la emite; y aun así pueblo en masa y al barullo; los que
y todo, puede ocurrir que nos afe- de él tienen conocimiento verdade-
rremos, ayudando al adversario más ro le saludan y advierten en núme-
allá de sus alcances, y que le demos ro y especificando; mas esto es una
luz. Antaño empleé yo la réplica mo- empresa arriesgada: por donde yo
vido por la necesidad y aprieto del he visto, con mayor frecuencia que
combate, que fueron más allá de mi a diario, acontecer que los espíritus
intención y de mi esperanza: sumi- débilmente constituidos, queriendo
nistrábalas en número y acogíaselas alardear de ingeniosos en el juicio
en ponderación. De la propia suer- que les sugiere la lectura de alguna
te que cuando yo debato contra un obra, procurando señalar la belleza
hombre vigoroso me complazco en culminante de la misma, detienen
anticipar sus conclusiones y le alla- su admiración con tan desdichado
no la tarea de interpretarse, procu- tino, que en lugar de enseñarnos la
rando prevenir su imaginación, na- excelencia del autor nos muestran su
ciente e imperfecta aún (el orden y propia ignorancia. Esta exclamación
la pertinencia de su entendimiento es de efecto seguro: “Eso es hermo-
me advierten y amenazan de lejos), so”, habiendo oído una página ente-
con aquellos otros, inconscientes, ra de Virgilio. Por ahí se salvan los
hago todo lo contrario: nada hay diestros; mas la empresa de seguir-
que entender sino lo que material- le por lo menudo y en detalle, con
mente nos dicen, ni nada hay que juicio expreso y escogido; el querer
presuponer. Si juzgan en términos señalar por dónde un buen autor
generales, diciendo: “Esto es bueno; sobresale, pesando las palabras, las
aquello no lo es”, porque los encuen- frases, las invenciones y sus diversos
tran a la mano, ved si es la casuali- méritos, uno después de otro, ¡qué si
dad la que los encontró en vez de quieres! Videndum est, non modo quid
ellos: que circunscriban y restrinjan quisque loquatur, sed etiam quid quisque,
un poco su sentencia explicando el sentiat, atque etiam qua de causa quis-
por qué y el cómo. Esos juicios uni- que sentiat [No basta oír lo que todos
versales, que tan ordinariamente se dicen, hay que examinar además
232 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

lo que piensa cada cual y por qué lo pa de mi lengua”. Soplad, y veréis lo


piensa. Cicerón, De las obligaciones, I, que queda. Es necesario echar mano
41]. Diariamente oigo proferir a los hasta de la malicia misma para co-
tontos palabras que no lo son; dicen rregir esa torpe altivez. El principio
una cosa buena: sepamos hasta dón- de Hegesías, según el cual “no hay
de la penetran: veamos por qué lado que odiar ni acusar, sino instruir”, es
la agarraron. Nosotros los ayudamos razonable en otros respectos: aquí
a emplear esa bella expresión y esa es injusto e inhumano el socorrer y
razón hermosa, que no poseen sino enderezar a quien nada puede hacer
que simplemente almacenan: acaso con semejantes beneficios y a quien
las produjeron por casualidad y a con ellos vale menos. Yo me com-
tientas: nosotros se las acreditamos plazco en dejarlos encenagarse y
y avaloramos; les prestamos nuestra atascarse más todavía de lo que ya lo
mano, ¿y para qué? Nada os lo agra- están y tan adentro, si es posible, que
decen, y con vuestra ayuda se truecan al fin lleguen a reconocerse.
en más ineptos: no los secundéis; de- La torpeza y el trastornamiento
jadlos que caminen solos; manejarán de los sentidos no son cosas que se
el principio que soltaron cual gentes curan con simples advertencias;
que tienen miedo de escaldarse; no podemos en verdad decir de esta
se atreven a cambiarlo de lugar, ni a enmienda lo que Ciro respondió a
presentarlo bajo distinto aspecto ni a quien le impulsaba para que alen-
profundizarlo: removedlo por poco tase a su ejército en el comienzo de
que sea, y les escapa; lo abandona- una batalla, o sea: “que los hom-
rán fuerte y hermoso como es: son bres no se truecan en valerosos y
armas hermosas, pero torpemente belicosos instantáneamente, por
empuñadas. ¡Cuántas veces he visto los efectos de una buena arenga;
de ello la experiencia! En conclusión, como tampoco convierte a nadie
si llegáis a iluminarlos y a confirmar- en músico el oír una buena can-
los, incontinenti atrapan y hurtan la ción”. Es necesario el aprendizaje
ventaja de vuestra interpretación: previo alimentado por educación
“Eso es lo que yo quise decir: he ahí dilatada y constante. Este cuidado
cabalmente cuál era mi concepción; lo debemos a los nuestros, y lo mis-
si yo no la expresé así, fue por cul- mo la asiduidad en la corrección
Del arte de platicar • 233

o instrucción, mas ir a sermonear siempre la temeridad de lenguaje


al primer transeúnte, o regentar la y la alegría del semblante los hace
ignorancia o ineptitud del primero salir gananciosos para con la asis-
con quien topamos es costumbre tencia, que es comúnmente débil e
que detesto. Rara vez procedo yo de incapaz de bien juzgar y discernir
esa suerte, ni siquiera en las conver- las ventajas verdaderas. La obstina-
saciones en que tomo parte; prefie- ción y el ardor de la opinión son las
ro abandonarlo todo por completo más seguras muestras de estupidez:
a venir a dar en esas instrucciones ¿hay nada tan resuelto, desdeñoso,
atrasadas y magistrales; mi humor contemplativo, grave y serio como
tampoco se acomoda a hablar ni a el asno?
escribir para uso de los principian- ¿Por qué no mezclar en nuestras
tes. En las cosas que se dicen en conversaciones y comunicaciones los
común o entre extraños, por falsas rasgos puntiagudos y entrecortados
y absurdas que yo las juzgue, ja- que la alegría y la privanza intro-
más me pongo de por medio como ducen entre amigos, chanceando, y
enderezador, ni de palabra ni con chanceándose grata y vivamente los
ningún signo. unos de los otros? Ejercicio al cual
Por lo demás, nada me despecha mi alegría nativa me hace bastante
tanto en la torpeza como el verla apto; y si no es tan tendido y se-
complacerse más de lo que ninguna rio como el otro de que acabo de
razón es capaz de hacerlo sensata- hablar, no es menos agudo ni in-
mente. Es desdicha que la prudencia genioso, ni tampoco menos prove-
os impida satisfaceros y contentaros choso, como Licurgo opinaba. Por
de vosotros mismos, y que os recha- lo que a mí toca, yo llevo a los colo-
ce siempre malcontento y temeroso, quios mayor libertad que gracia, y
donde mismo la testarudez y temeri- me auxilia más bien el acaso que la
dad hinchen a sus propios huéspedes invención; en el soportar soy cum-
de seguridad y regocijo. Corresponde plido, pues resisto el desquite, no
a los más estultos el mirar a los demás solamente rudo, sino también in-
hombres por encima del hombro re- discreto, sin molestarme para nada;
tornando siempre del combate hin- y a la carga que se me viene enci-
chados de gloria y satisfacción; y casi ma, si no tengo con qué reponer en
234 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

el acto bruscamente, tampoco voy de su hablar o su espíritu le placen.


entreteniéndome, en reponer de Quiero evitar esas hermosas excusas
un modo pesado y enfadoso, raya- que dicen: “Lo hice distrayéndome:
no en la testarudez; la dejo pasar,
y agachando alegremente las orejas Ablatum mediis opus est incubidus istud.
remito el hallar a mano mi razón [Esta obra, todavía imperfecta, ha sido re-
para una hora más propicia: no es tirada del telar. Ovidio, Tiestes, I, 6, 29].
buen comerciante quien siempre
sale ganancioso. La mayor parte No me costó una hora siquiera;
de los hombres cambian de sem- después no volví a poner en ello
blante y de voz en el punto y hora mano”. Así que, yo digo: dejemos
en que la fuerza les falta; y a causa todas esas fórmulas; otorgadme una
de la cólera importuna, en lugar de que os represente por entero por la
vengarse, acusan su debilidad al cual os plazca ser medidos, y luego
par que su impaciencia. En estos ¿cuál es lo mejor que reconocéis
desahogos pellizcamos a veces las en vuestra obra? ¿Es esta parte o
secretas cuerdas de nuestras imper- la otra? ¿La gracia, el asunto, la in-
fecciones, las cuales aun permane- vención, el juicio o la ciencia? Pues
ciendo en calma no podemos tocar ordinariamente advierto que tanto
sin consecuencias, y así entread- se yerra al juzgar de la propia labor
vertimos útilmente al prójimo de como al aquilatar la ajena, no sólo
nuestras imperfecciones. por la pasión que en el juicio va
Hay otros juegos de manos, ru- mezclada, sino también por caren-
dos e indiscretos, a la francesa, que cia de capacidad, conocimiento y
yo odio mortalmente; mi epidermis costumbre de discernir: la obra por
es sensible y delicada. Durante el su propia virtud y fortuna puede se-
transcurso de mis días vi enterrar cundar al obrero y llevarle más allá
a causa de ellos a dos príncipes de de su invención y conocimientos. En
nuestra sangre real. Es de pésimo cuanto a mí, no juzgo del valor de
gusto pelearse cuando se loquea. otra tarea con menos precisión que
Por lo demás, cuando yo quiero de la mía, y coloco los Ensayos, ya
juzgar de alguien pregúntole cuánto bajos ya altos, por manera dudosa
de sí mismo se contenta: hasta dón- o inconstante. Hay algunos libros
Del arte de platicar • 235

útiles en razón de las cosas de que antevenere, pro gratia odium redditur
tratan, de los cuales el autor no al- [Los beneficios son gratos mientras
canza recomendación ninguna; y pueden ser remunerados, mas si so-
hay buenos libros, como igualmente brepujan nuestros medios de reco-
buenas obras, de que el obrero tiene nocimiento, nos aparecen odiosos.
que avergonzarse. Si yo discurriera Tácito, Anales, IV, 118]: y en Séneca:
sobre la naturaleza de nuestros ban- Nam qui putat esse turpe non reddere,
quetes y de nuestros vestidos (y es- non vult esse cui feddat [Porque quien
cribiese malamente); si publicase los como vergonzoso considera el no
edictos de mi tiempo y las cartas de devolver, quisiera que nadie hubie-
los príncipes que llegan a manos del ra a quien estar obligado. Séneca,
público; si hiciera compendio de un Epístolas, 81]; y Cicerón con consis-
buen libro (y toda abreviación de un tencia menor: Qui se non putat satis-
libro bueno es un compendio torpe) facere esse nullo modo polest [Quien
el cual se hubiere perdido, o algu- cree haber pagado vuestras obliga-
na cosa semejante, la posteridad al- ciones no podrá ser vuestro amigo.
canzaría singular provecho de tales Quinto Cicerón, De la candidatura
composiciones; pero yo ¿qué otro al consulado, 9]. El asunto, supues-
honor sino el de mi buena fortuna? ta su naturaleza, puede hacer a un
Buena parte de los libros famosos hombre erudito y de feliz memoria;
son de esta condición. mas para juzgar en las partes que
Cuando leí a Felipe de Comines mejor le pertenecen, que son al par
hace algunos años (autor excelen- las más dignas (la fuerza y la belle-
te en verdad), advertí esta frase, za de su alma), necesario es saber lo
considerándola como riada vulgar: que es suyo y lo que no lo es, y en
“Que precisa guardarse de prestar esto último cuánto se le debe en lo
a su dueño un tan grande servicio tocante a la elección, disposición,
el cual le imposibilite de encontrar ornamento y lenguaje que prove-
la debida recompensa”, debí en- yó. ¡Qué decir si tomó prestada la
comiar la invención, no a quien la materia y estropeó la forma, como
escribió, pues la encontré en Tácito acontece con frecuencia! Nosotros
poco ha: Beneficia eo usque laeta sunt, que mantuvimos escaso comercio
dum videntur exsolvi posse; ubi multum con los libros encontrámonos con
236 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

este impedimento: cuando vemos muertes cual si temiera cansarnos


alguna invención hermosa en un con su multiplicación constante y
nuevo poeta, o algún argumento dilatada. Esta manera de historiar
poderoso en un predicador, no nos es con mucho la más útil: las agi-
atrevemos, sin embargo, a alabarlos taciones públicas dependen más
por ello antes de que hayamos sido del acaso, las privadas de nosotros.
instruidos por algún erudito de si Hay en Tácito más discernimiento
ambas cosas les fueron propias o que deducción histórica, y más pre-
extrañas; hasta saberlo, yo me man- ceptos que narraciones; mejor que
tengo siempre en guardia. un libro para leer, es un libro para
He recorrido de cabo a rabo las estudiar y aprender. Tan lleno está
historias de Tácito, cosa que me de sentencias que por todas partes
acontece rara vez. Hace veinte años se encuentra henchido de ellas: es
que apenas retengo libro en mis ma- un semillero de discursos morales
nos una hora seguida. No conozco y políticos para ornamento y provi-
autor que sepa mezclar a un “regis- sión de aquellos que ocupan algún
tro público” de las cosas tantas con- rango en el manejo del mundo.
sideraciones de costumbres e incli- Aboga siempre con razones sólidas
naciones particulares, y entiendo lo y vigorosas, de manera sutil y pun-
contrario de lo que él imaginaba, o tiaguda, según el estilo afectado de
sea que, habiendo de seguir espe- su siglo. Gustaban tanto los auto-
cialmente las vidas de los empera- res inflarse por aquel tiempo, que
dores de su tiempo, tan extremas y donde hallaban las cosas desprovis-
diversas en toda suerte de formas, tas de sutileza, se la procuraban por
tantas notables acciones como prin- medio de las palabras. Su manera
cipalmente la crueldad de aquéllos de escribir se asemeja no poco a la de
ocasionaba en sus súbditos, tenía a Séneca: Tácito me parece más sus-
su disposición un asunto más fuerte tancioso; Séneca más agudo. Sus es-
y atrayente que considerar y narrar, critos son más apropiados para un
que si fueran batallas o revueltas lo pueblo revuelto y enfermo, como el
que historiase: de tal suerte que a nuestro al presente: frecuentemen-
veces lo encuentro asaz conciso, co- te diríase que nos pinta y que nos
rriendo por encima de hermosas pellizca.
Del arte de platicar • 237

Los que dudan de su buena fe presenta bajo un solo aspecto. No


acusan de sobra su malquerencia. tiene necesidad de excusa por haber
Sus opiniones son sanas y se coloca aprobado la religión de su época,
del lado del buen partido en los ne- según las leyes que le mandaban,
gocios romanos. Un poco me contra- e ignorado la verdadera: esto es su
ría, sin embargo, el que haya juzga- desdicha, mas no su defecto.
do a Pompeyo con severidad mayor He considerado principalmente
de la que envuelve el parecer de las su juicio, y en todo él no estoy muy
gentes honradas que le trataron y al cabo; como tampoco comprendo
con él vivieron: el que le estimara estas palabras de la carta que Tibe-
en todo semejante a Mario y Sila, rio, viejo y enfermo, enviaba a los se-
aparte del carácter, que consideraba nadores: “¿Qué os escribiré yo, seño-
menos abierto. Sus intenciones no le res, o cómo os escribiré, o qué no os
eximieron de la ambición que lo ani- escribiré en este tiempo? Los dioses
maba en el gobierno de los negocios, y las diosas me pierden peor que si
ni tampoco de la venganza; y hasta yo me sintiera todos los días perecer,
sus mismos amigos temieron que la sin embargo yo no lo sé”; no advierto
victoria le hubiera arrastrado más por qué las aplica con certeza tanta a
allá de los límites de la razón, pero un pujante remordimiento que ator-
no hasta una medida tan desenfre- mentaba la conciencia del empera-
nada: nada hay en su vida que nos dor, al menos cuando tenía su libro
haya amenazado de una tan expresa en la mano no lo eché de ver.
crueldad y tiranía. No hay que con- También me pareció algo co-
trapesar la sospecha con la eviden- barde que necesitando decir que
cia, de suerte que yo no participo de había ejercido cierto honroso cargo
esa creencia. Que las narraciones de en Roma, vaya excusándose de que
Tácito sean ingenuas y rectas podrá no es por varia ostentación como lo
quizás ponerse en tela de juicio, pues dice; este rasgo se me figura de baja
no se aplican siempre con exactitud estofa para un alma de su temple,
a las conclusiones de los suyos, los pues el no atreverse a hablar en re-
cuales sigue conforme a la pendien- dondo de sí mismo acusa alguna fal-
te que tomara, a veces más allá de la ta de ánimo: un juicio rígido y altivo,
materia que nos muestra, la cual no que discierne sana y seguramente,
238 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

usa a manos llenas de sus propios pegadas y muertas, separándose de


ejemplos personales como de los ex- sus brazos. Acostumbro en tales aser-
traños, y testimonia francamente de tos a inclinarme bajo la autoridad de
sí mismo cual de un tercero. Preciso tan respetables testimonios.
es pasar por encima de estos precep- Lo que cuenta de que Vespasiano
tos vulgares de la civilidad en benefi- por merced del Dios Serapis curó en
cio de la libertad y la verdad. Yo me Alejandría a una mujer ciega untán-
atrevo no solamente a hablar de mí dola los ojos con su saliva, y no re-
mismo, sino a hablar de mí mismo cuerdo que otro milagro, hácelo por
solamente: me extravío cuando ha- ejemplo y deber de todos los buenos
blo de otra cosa, apartándome de mi historiadores, quienes registran los
asunto. No me estimo por manera acontecimientos de importancia:
tan indiscreta, ni estoy tan atado y entre los sucedidos públicos figuran
mezclado a mí mismo que no pueda también los rumores y opiniones
distinguirme y considerarme a un populares. Es su papel relatar las
lado como a un vecino o como a un creencias comunes, no el endere-
árbol: lo mismo se incurre en defec- zarlas: esta parte toca a los teólogos
to no viendo hasta dónde vale, que y a los filósofos, directores de las
haciendo más de lo que se ve. Mayor conciencias. Por eso prudentísima-
amor debemos a Dios que a noso- mente éste su compañero, grande
tros mismos y lo conocemos menos, como él, dijo: Equidem plura transcri-
a pesar de lo cual hablamos de él a bo, quam credo; nam nec affirmare sus-
nuestro sabor. tineo, de quibus dubito, nec subducere,
Si los escritos de Tácito nos mues- quae accepi [En verdad digo más de
tran algún tanto su condición, debe- lo que creo, mas si no pretendo afir-
mos creer que era un grave persona- mar las cosas de que dudo, tampoco
je, animoso y lleno de rectitud; no de suprimo aquellas de que estoy muy
una virtud supersticiosa, sino filosó- cierto. Quinto Curcio, IX, I], y este
fica y generosa. Podrá encontrárselo otro: Haec neque affimare, neque refe-
arriesgado en sus testimonios, como llere operae pretium est... famae rerum
cuando asegura que llevan de un sol- standum est [No debemos inquietar-
dado un haz de leña, sus manos se nos por afirmar o negar estas cosas;
pusieron rígidas de frío y quedaron remitámonos lo que la fama declara.
Del arte de platicar • 239

Tito Livio, I, y VIII, 6]. Escribiendo los cuales desconfío, y ciertas finezas
en un siglo en que la creencia en verbales que me hacen sacudir las
los prodigios comenzaba a declinar, orejas; pero las dejo correr al acaso.
dice, sin embargo, que no quiere Yo veo que algunos se dignifican con
dejar de insertarla en sus anales, ni tales cosas: no me incumbe sólo el
menospreciar una cosa recibida por juzgarlos. Preséntome en pie tendi-
tantas gentes de bien y con reveren- do; de frente y de espaldas, a dere-
cia tan grande vista de la antigüe- cha o izquierda, y en todas mis acti-
dad: muy bien dicho. Que los histo- tudes naturales. Los espíritus, hasta
riadores nos suministren la historia, aquellos mismos que son iguales en
más según la reciben que como la consistencia, no lo son siempre en
consideran. Yo que soy soberano de aplicación y gusto.
la materia que trato y que a nadie Esto es cuanto la memoria me su-
debo dar cuentas, no me creo por giere en conjunto y de un modo bas-
ello en todos los respectos: arriesgo tante incierto; todos los juicios gene-
a veces caprichos de mi espíritu, de rales son descosidos e imperfectos.
bibliografía

Capítulos de los Ensayos de Michel de Montaigne


incluidos en esta edición

Libro I
Capítulo 17, Del miedo
Capítulo 19, Que filosofar es prepararse a morir
Capítulo 20, De la fuerza de imaginación
Capítulo 27, De la amistad
Capítulo 30, De los caníbales
Capítulo 37, De cómo reímos y lloramos por la misma causa
Capítulo 38, De la soledad
Capítulo 42, De la desigualdad que existe entre nosotros
Capítulo 46, De los nombres
Capítulo 57, De la edad

Libro II
Capítulo 1, De la inconstancia de nuestras acciones
Capítulo 2, De la embriaguez
Capítulo 10, De los libros
Capítulo 11, De la crueldad
Capítulo 28, Cada cosa quiere su tiempo
Capítulo 32, Defensa de Séneca y de Plutarco
Capítulo 35, De tres virtuosas mujeres
Capítulo 36, De los hombres más relevantes
242 • Michel de Montaigne. Ensayos escogidos

Libro III
Capítulo 2, Del arrepentimiento
Capítulo 8, Del arte de platicar

Algunas traducciones de Michel de Montaigne


al español
Ensayos, traducción de Constantino Román y Salamero, París,
Garnier Hermanos, 1899, 542 p. (tomo primero), 552 p.
(tomo segundo).
Ensayos escogidos, traducción de Manuel Granell, Buenos Ai-
res, Espasa-Calpe, 1949, 149 p.
Ensayos, traducción de Ezequiel Martínez Estrada, Buenos Ai-
res, Clásicos Jackson, 1950, 380 p.
Ensayos completos, traducción de Juan G. de Luaces, México,
Porrúa, 1991, 956 p.
Páginas inmortales, traducción de J. G. López Guix, Barcelona,
Tusquets, 1993, 177 p.
Ensayos completos, traducción de Almudena Montojo, Madrid,
Cátedra, 2006, 1.120 p.
Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), tra-
ducción de J. Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008,
1.738 p.

Algunos textos (libros y ensayos) sobre Michel


de Montaigne en español
Arreola, Juan José, “Prólogo”, en: Obras, México, Fondo de
Cultura Económica, 2003, pp. 679-690.
Bloom, Harold, “Michel de Montaigne”, en: Genios, Bogotá,
Norma, 2005, pp. 77-84.
Burke, Peter, Montaigne, Madrid, Alianza, 1985, 104 p.
Castañón, Adolfo, Por el país de Montaigne, México, Paidós,
2000, 208 p.
Bibliografía • 243

Dreano, Maturin, Montaigne, Buenos Aires, Columba, 1967,


96 p.
Emerson, Ralph Waldo, “Montaigne o el escepticismo”, en:
Carlyle y Emerson, De los héroes / Hombres representativos,
México, Clásicos Jackson, 1973, pp. 115-138.
Gide, André, “Montaigne”, en: Montaigne, Michel de, Pági-
nas inmortales, Barcelona, Tusquets, 1993, pp. 11-35.
Lacouture, Jean, Montaigne a caballo, Fondo de Cultura Eco-
nómica, México, 1999, 454 p.
Lampedusa, Giuseppe Tomasi di, “Montaigne”, en: Conversa-
ciones literarias, Barcelona, Bruguera, 1983, pp. 155-185.
Lezama Lima, José, “Montaigne y sus mejores lectores”, en:
Obras completas, tomo II, México, Aguilar, 1977, pp. 266-272.
Martínez Estrada, Ezequiel, “Estudio preliminar”, en: Mon-
taigne, Michel de, Ensayos, Buenos Aires, Clásicos Jackson,
1950, pp. ix-xcii.
Montoya, Pablo, “Viaje hacia Montaigne”, en: Revista Univer-
sidad de Antioquia, 294, Medellín, 2008, pp. 16-27.
Navarro Reyes, Jesús, Pensar sin certezas. Montaigne y el arte de con-
versar, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2007, 352 p.
Reyes, Alfonso, “Montaigne y la mujer”, en: Obras completas,
tomo III, México, Fondo de Cultura Económica, 1995,
pp. 171-179.
Saenz Hayes, Ricardo, Miguel de Montaigne, Buenos Aires, Es-
pasa-Calpe, 1939, 429 p.
Thiebaut, Carlos, “Montaigne como pretexto”, en: Revista de
Occidente, 130, España, 1992, pp. 27-49.
Zweig, Stefan, Montaigne, traducción de Joan Fontcuberta,
Barcelona, Acantilado, 2008,112 p.

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