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En virtud al amplio recorrido realizado por peritos vicentinos en torno a la vida comunitaria
en la CM y a su tarea misionera, no deseo ubicar aquí una aproximación del concepto, ni
mucho menos enclaustrar en un artículo todas las ideas presentadas por dichos estudiosos,
daré por supuesto que quien se acerque a este sencillo artículo posea de antemano un
conocimiento sucinto de los conceptos desde la espiritualidad vicentina.
Hoy en medio de un presente espíritu secularista, ligado a las ideas de resignificación y
reestructuración de los modelos, presentes en todos los campos humanos, se expresan
propuestas que de manera idílica pretenden escapar a esta inminente transformación socio-
cultural; en el campo de la vida consagrada evidenciamos fenómenos como el sin sentido
carismático, al igual que la mutación del carisma a manera de hibrido, propuestas que no
responden ni al espíritu primigenio, ni a las necesidades acuciantes.
La Congregación de la Misión no es ajena a esta transformación, podrá asentarse en una
posición anquilosada pereciendo de manera progresiva o adelantarse reproponiendo el
carisma con el Espíritu siempre nuevo de Jesucristo. Aquí expondré a manera de propuesta
la necesidad de hacer de nuestro Nous una realidad concreta, no porque no se esté
evidenciando sino porque necesita aún más fuerza, dicha fuerza la presento como la inter –
retro –relación de los componentes: individuo, comunidad y pobres.
En lo que respecta al individuo hago una pequeña explicitación de la necesidad de su
reconocimiento en la historia, comprendiéndolo como un ser afectivo y anhelante de
sentido a través de su propuesta o proyecto vital.
Cuando hablo de comunidad ubico como corazón de la misma el don del Carisma,
definiéndolo y tratando de algún modo de diferenciarlo de lo que se concibe como
estructura, a fin de no alentar tergiversaciones que, en no pocos casos, se hacen
evidenciables en el cotidiano; posicionadas estas perspectivas doy paso a la necesidad de la
renovación y a las implicaciones que esta supone.
En tercer lugar presento la realidad de los pobres como el resultado de un sistema
inequitativo que condena la humanidad del hombre y la posiciona por debajo de lo que en
proyecto fue, posteriormente remito al lector a la comprensión de la necesidad y culmino
con la relectura del concepto pobre y su capacidad transformadora.
Concluyo el artículo con la afirmación de que la utopía expresada en nuestra insignia se
hace posible mientras sea posible la inter-retro-relación de los componentes ya expuestos.
Bajo la afirmación, real por cierto, de que la pobreza ha tomado diversos modos de ser
comprendida, el proceso de servicio y evangelización a los más pobres se ha visto, de igual
manera, altamente alterado; comprender la pobreza de una manera ampliada a derogado el
compromiso directo con la pobreza expresa por Vicente de Paul, no es no tener en cuenta
las demás pobrezas, pero sí es posicionar en la categoría de valor correspondiente a la
pobreza material, que es inhumana; a este respecto hay que aclarar que tampoco es saciar la
necesidad, apoyando un sistema cada vez más voraz y salvaje como es el capitalismo, sino
que hay que valorar al pobre como hermano de camino que debe ser resignificado,
escuchando su voz e integrando su opinión en la trasformación del sistema socio-político-
económico.
Esta empresa genera animadversión porque exige compromiso directo, la realidad es cada
vez más el resultado de una cultura del descarte, como lo afirma el Papa francisco, que se
advierte en algunos misioneros y consagrados a través de su individualismo, crisis de
identidad cristiana y caída del fervor (Cf. EG #78); pero esto va más allá de la
comprensión de la realidad circundante, implica el reconocimiento de las necesidades que
hacen que una población descartada por el sistema inicie un proceso de dignificación, y
digo inicie porque el misionero no es el genius que impide la proliferación de necesidades
particulares, el misionero nace en la comunidad y se hace para la comunidad, su misión es
con la comunidad.
La captación de esta realidad permite al misionero vicentino ser consciente de que debe
ayudar, a la población, a reconocer la capacidad de transformación que se haya en sí
misma; es así como el pobre, sin minusvalorar la comprensión de la afirmación para San
Vicente, ya no es el amo y señor a quien se sirve, sino el hermano de camino que sirve en la
transfiguración de la realidad a la manera del Reino de Dios.
Concluyo este artículo con la explicación del por qué el título del mismo, y con la
ampliación de la conclusión a la que he llegado.
Alguno se preguntará por lo paradójico del título y otro afirmará que es hasta inapropiado,
apelando al recorrido histórico que se evidencia en los muchos frutos de la CM; a mi
parecer tienen derechos las dos tendencias a afirmar sus posiciones. No pretendo mediante
el título negar los abundantes frutos que la CM ha recolectado por años, a través del trabajo
misionero de tantos vicentinos, solo quiero darle una mirada en el sentido escatológico, que
irrumpe en la existencia humana para reconocerle su valor y hacerle ver su carencia.
La evangelización es al igual que la ciencia, un proceso que se hace inacabado, a estas las
diferencia la finitud humana que dirige a la última y la fuerza del Espíritu que secunda a la
primera. Misión, y misión con y entre los pobres es un llamamiento evangélico que parece
que no tiene fin (Mc 14, 7ª), no obstante la gracia del Espíritu resuelve los limites humanos,
haciendo de la imposibilidad posibilidad como respuesta dinámica. Pero la realización de lo
imposible, resultado de la fuerza del Espíritu, solo es posible en comunidad; la comunidad
es el núcleo vital del Evangelio, que aunque no está encadenado (II Tim 2, 9), recurre a ella
porque ha brotado de ella (perijóresis).
Esclarecido el por qué, me limito en este último párrafo a cargar de más sentido, la
afirmación, que en principio planteé como conclusión; Afirmar que la utopía expresada en
nuestra insignia se hace posible mientras sea posible la inter-retro-relación de los
componentes ya expuestos, no es un cliché, es el resultado fenomenológico de un proceder
evangélico; El ser humano no es una colcha de retazos y no es posible catalogarlo en
función de dicha visión segmentísta; hoy por hoy cada ciencia se clasifica en campos de
estudio y, dentro de los mismo, existen sub-campos que alivianan el estudio genérico; no
estamos lejos de apropiarnos de este proceder con ánimo de alivianar la carga; cada
misionero es una historia, cada historia vitaliza la comunidad como oportunidad de avance,
y es la comunidad la precursora de un anhelo expansional que se funde en el anhelo
expansional del Evangelio, dentro de la realidad de los pobres y descartados; es por esto
que se hacen indisolubles las partes en el todo y el todo en las partes.
León Redondo, Martiniano. “Amigo de los pobres, San Vicente de Paul”. Caracas,
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A vino nuevo odres nuevos, Pontificia Comisión para los Institutos de vida
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Conferencia del 6 de agosto de 1656: Sobre el espíritu de compasión y misericordia.
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Extracto de una charla de enero de 1657: Sobre el amor a los pobres. #87,p.276
Conferencia del 6 de diciembre de 1658: Sobre la finalidad de la Congregación de la
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