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Para vivir el
teatro Esther Seligson
Es difícil explicar tan tenaz pasión por el teatro sin Es cierto, como señala Vicente Leñero (quien le dio
remontarse a una infancia en la que no existía la televi- el título a este libro y me invitó a escribir en Proceso), que
sión, y asistir al cine o al teatro era un acontecimiento de nunca di clases de actuación, que nunca subí a un esce-
tal magnitud que los preparativos llevaban, entre ve s t i r- nario para actuar (¿quién va a creer que tengo pánico
se con lo mejor que se tenía en el guardarropa, peinarse escénico?), que aún no he escrito una obra de teatro y
con esmero, sestear a veces los niños (no fueran a dormir- que no sería capaz de dirigir ninguna porque carezco de la
se durante la función), y acicalarse los adultos igual que mínima paciencia necesaria que re q u i e ren los abru m a-
si fueran a una gran gala, más tiempo que lo que podían dores y contagiosos estados de ánimo, conflictos exis-
durar las funciones propiamente dichas. Y mi madre era tenciales y veleidades de los actores. Paradójico. Y sin em-
una entusiasta del teatro y del cine —pero sobre todo de bargo, amo insensatamente todo lo que se relaciona con
la ópera donde iba sola, pues, ahí sí, mi hermana y yo la puesta en escena, su materia viva, demiúrgica, pro t e i-
apenas le entramos ya adultas, y mi padre era absoluta- ca, el misterio de ver encarnada a la Palabra en el cuerpo
mente reacio, amén de trabajar seis días a la semana en de los actores, en la iluminación, el vestuario, la esceno-
su changarro de relojería allá en las calles de Corre g i d o- grafía, la música, el trazo de la dirección, las improv i s a-
ra y no tener tiempo para dedicarse a esos “ocios”. ciones, los nervios de las noches de estreno, esa euforia
Fascinación irrestricta: no tengo otra forma de nom- “mistérica” (con la contraparte “histérica”) de cada noche
brar a esa incondicionalidad física, emocional y mental de función posterior con todos sus altibajos y desenga-
que “padezc o” en cuanto me convierto en espectadora de ños, también, ¿por qué no?, al fin y al cabo el Teatro es
una obra de teatro. Al cine —que fue igual un alimento como la vida misma, si no es que más re a l, con sus trai-
tan enriquecedor como la lectura desde tempranísima ciones, desilusión y demáses…
edad— llego con otra disposición, quizá porque siempre Al releer estas crónicas, reflexiones, críticas, como
fue un acontecimiento más cotidiano (alguna de nues- quiera que cada lector las considere, veinticinco años
tras nanas, generalmente acompañada por el novio, nos después de haberlas iniciado en Proceso (posteriormen-
“invitaba” a escondidas de mi madre a las funciones do- te lo hice en La Jornada Semanal y, a partir de 1995
bles del Teresa o del Gl o r i a,incluidos dulces y palomitas hasta 1999, seguí escribiéndolas en La Jornada y el su-
a cuenta del acompañante, claro) y en el que, hasta la plemento cultural de Ovaciones, aunque no con tanta
fecha, siento una especie de “e va s i ó n”, de ánimo, de asiduidad), me maravilla comprobar cuán férreas siguen
ensoñamiento que no me producen ni el teatro ni la siendo la voluntad y la vocación de teatristas mexicanos
lectura donde invariablemente encuentro a un inter- cuyo trabajo aún está presente en los escenarios, madu-
locutor directo, presente, “de carne y hueso” digamos ro, incansablemente abierto a nuevas propuestas expe-
para abreviar. rimentales y, a la vez, cuántos jóvenes —universitarios