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Las reflexiones siguientes giran todas en torno al Espíritu de Jesú s, señ or y dador de vida.
Jesucristo es criatura del Espíritu (cf. Mt. 1, 18-20: Lc. 1,35), ungido por el Espíritu como Mesías
(cf. Lc. 4,18), portador y dador suyo (cf. Jn 39; Hch 2,23), El Espíritu actú a particularmente en
Jesú s, como él mismo dice: “El Espíritu es el que da vida… Las palabras que os he dicho son
espíritu y vida” (Jn. 6,63).
El seguimiento implica un deseo de configurarse con “el hombre Cristo-Jesú s” (1 Tim 2,5),
por la participació n de su Espíritu, haciéndolo todo por Cristo, con él y en él. Como enseñ a la
Gaudium et Spes: “El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito
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entre muchos hermanos (cf. Rm 8,29); Col 3, 10-14), recibe las primicias del Espíritu, las cuales le
capacitan para cumplir la ley nueva del amor (cf. Rm 8, 1-11). Por medio de este Espíritu, que es
prenda de la herencia (Ef.1-14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la
redenció n del cuerpo (Rm 8,23). La cristificació n no es un medio má s para el creyente, sino el fin
señ alado por seguimiento de Jesú s.
Esta orientació n de la vida cristiana da consistencia y actualidad a las enseñ anzas de
Vicente de Paú l, a quien no se le oculta la complejidad y riqueza del término espíritu, que, como
ocurre con las traducciones de la Escritura, no sabe si llamarlo con mayú scula o minú scula.
Cuando habla del Espíritu de Dios, de Jesucristo, del Hijo, o simplemente del Espíritu Santo, se está
refiriendo a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad; pero, cuando emplea el término genérico
de espíritu, puede designar el talante espiritual de Jesú s, una fuerza sicoló gica, intelectual, o un
principio inmaterial, ético, opuesto a lo sensible, a lo corporal, a lo sensual.
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Rm 6,3-5). Todos los consejos de san Vicente van orientados hacia la prá ctica de esta mística:
«Acuérdese —escribe al P. Portail— de que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo, y
que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar
oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como
Jesucristo».
A otro sacerdote de la Misió n le recomienda la misma prá ctica, atendida la vocació n y
misió n del seguidor de Jesú s: “Le pido a nuestro Señ or que podamos morir a nosotros mismos
para resucitar con él, que él sea la alegría de nuestros corazones, el objeto y el alma de sus
acciones y su gloria en el cielo. Así será si nos humillamos ahora como él se humilló , si
renunciamos a nuestras satisfacciones para seguirle, llevando nuestras pequeñ as cruces, y si
entregamos voluntariamente nuestras vidas, como él dio la suya por nuestro pró jimo, a quien él
ama tanto y quiere que nosotros le amemos como a nosotros mismos”.
La vida en Jesucristo conduce a la santidad verdadera, “asunto éste má s del Espíritu Santo
que de los hombres”. San Vicente no distingue, de acuerdo con la doctrina de san Pablo, entre “vida
en Cristo” y “vida en el Espíritu”, fó rmulas que se intercambian fá cilmente en el lenguaje
escriturístico. La expresió n original ”bautizados en Cristo” –eis Christon- indica un movimiento,
una tensió n hacia la incorporació n plena en Cristo Jesú s. Los textos paulinos expresan dicha
comunió n vital por el uso corriente del prefijo “con”. Los bautizados en Cristo han muerto con él –
conmortui-, han sido injertados en él –complantati-, vivificados con él –convivificati-. Con razó n
comenta san Agustín: “El cristiano es otro Cristo, y nada má s verdadero. Pero es preciso no
equivocarse. Otro no significa aquí diferente. No somos otro Cristo diferente del Cristo verdadero.
Estamos destinados a ser el Cristo ú nico que existe”.
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má s que una palabra, pero me parece que dice muchas cosas. Quiere decir que debemos obrar de
tal forma que aspiremos siempre a lo que se nos recomienda, que trabajemos incesantemente por
el Reino de Dios, sin quedarnos en una situació n có moda y parados, prestar atenció n a su interior
para arreglarlo bien… Buscad a Dios en vosotros, ya que san Agustín confiesa que, mientras lo
andaba buscando fuera de él, no pudo encontrarlo… Se necesita vida interior, hay que procurarla;
si falta, falta todo».
La semá ntica del verbo buscar —zetein en griego, quaerere en latín— incluye en su raíz
cierta tensió n del hombre por encontrarse consigo mismo y con Dios. La experiencia de san
Agustín confirma la necesidad de ser interiores, de saber entrar dentro de sí mismo, donde se
gusta la presencia del Espíritu de Dios y se actualiza vivencialmente el Reino encarnado y
predicado por Jesú s. De nuevo insiste san Vicente: «Procuremos, hermanos míos, procuremos
hacernos interiores, hacer que Jesucristo reine en nosotros; busquemos, salgamos de ese estado
de tibieza y de disipació n, de esa situació n secular y profana, que hace que nos ocupemos de los
objetos que nos muestran los sentidos, sin pensar en el Creador que los ha hecho».
En las exhortaciones vicencianas no quedan plenamente reflejados nuestros actuales
planteamientos sobre la secularizació n y el secularismo. Estos fenó menos socio-religiosos
contienen hoy aspectos má s amplios que los simplemente contemplados por san Vicente, aunque
ya en su tiempo apareciera la «secularizació n», con la paz de Westfalia (1648), para designar la
transferencia de terrenos y propiedades de la Iglesia al Estado. En labios de san Vicente, la
situació n secular —de saeculum— significa una actitud de mundanidad, de apego a las realidades
terrenas, a lo sensorial, sin excluir el derecho a «usar y gozar de las criaturas en pobreza y con
libertad de espíritu, segú n el dicho de san Pablo: «Todo es vuestro: vosotros sois de Cristo, y Cristo
es de Dios (1 Cor 3,22-23)».
Lo mismo cabe decir del estado «profano» —pro-fanum, que significa una actitud de
frialdad y de alejamiento de la religió n. El hombre profano se niega a entrar en el santuario
interior donde habita el Espíritu, animando y santificá ndolo todo. El profano prefiere detenerse en
la periferia del templo, atraído por el espejismo de lo creado y por la figura que pasa de este
mundo.
El concepto de lo «sagrado» también ha evolucionado mucho desde el Renacimiento hasta
nuestros días. Es innegable la prevalencia de lo «sacro» en el pensamiento de san Vicente, pese a
sus esfuerzos por no caer en una sacralizació n de los fenó menos atmosféricos, culturales y
cú lticos. Su temperamento prá ctico y realista le ponía en guardia contra el fetichismo y lo má gico
de las gentes. No pocas de las ironías del Santo recaían sobre esas gentes crédulas e ingenuas.
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El Espíritu actualiza en la historia a Jesucristo, su persona, sus palabras y sus obras. Por la
primera regla enunciada, el cristiano descubre a Jesú s presente en todas las personas que ostentan
alguna autoridad y en los má s débiles. «Cuando Dios quiso llamarme —dice el Sr. Vicente—a casa
de la Sra. Generala de las galeras, yo miraba al Sr. General como a Dios y a la Sra. Generala como a
la Santísima Virgen… No recuerdo haber recibido nunca sus ó rdenes má s que como venidas de
Dios; no sé que haya obrado nunca en contra de eso».
El Santo atribuye a ese espíritu de fe las bendiciones que recibieron sus obras. De igual
modo se había comportado san Francisco de Sales. El descubrimiento de Dios y de su Hijo en la
persona sobre todo de los pobres sensibiliza el juicio y acció n del creyente comprometido.