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c. Oposición a la elección de los ministros por el pueblo
Son variados los testimonios en la primitiva Iglesia sobre la participació n del pueblo en la
elecció n de los ministros. Pero también hubo testimonios disidentes, que se pueden agrupar unos
de tipo canó nico, otros de la reflexió n teoló gica.
En el concilio de Laodicea (320), se determina que la turba no ha de elegir a quienes han de ser
constituidos sacerdotes. En el canon 4 del I Concilio de Nicea (325), se dispone que la elecció n del
obispo la lleven a cabo los restantes obispos y la confirme el metropolitano. San Jeró nimo
reconoce el hecho eclesial de la elecció n de los ministros por el pueblo, pero lo pone en tela de
juicio, por considerar que no es el procedimiento má s adecuado para conseguir que los mejores
asciendan al episcopado y sean rechazados los peores. Argumenta contra Joviniano, que justifica la
admisió n en el ministerio de hombres casados, segú n las cartas de 1 Timoteo y a Tito, en los que se
consiente que el obispo sea casado. Jeró nimo opina que en la elecció n de los ministros dominan
quienes no buscan a los mejores, sino a los má s acordes con su vida poco abnegada. Afirma que el
juicio del vulgo se equivoca muchas veces, y, al elegir a los ministros, la mayoría procura favorecer
a sus propias costumbres y no busca a los má s perfectos, sino a sus semejantes. La plebe no elige a
los mejores, sino a los má s astutos, y llega incluso a considerar que los simples e inocentes son
ineptos. A los que son peores, a ésos les concede la plebe el ministerio.
Sin embargo, la prá ctica de la participació n del pueblo en la elecció n de los ministros perduró
en la vida canó nica de la Iglesia medieval, cuando de una forma u otra el pueblo tomaba parte
junto con los clérigos en la elecció n de los obispos que realizaban los canó nigos, y llegó a estar
presente con gran resonancia en las discusiones del concilio de Trento, donde fue defendida por
Pedro de Soto como una prá ctica de derecho divino, susceptible de ser aplicada de maneras
diversas.
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por los presbíteros. Otro testimonio lo aduce Eutiquio, patriarca melquita de Alejandría, en el siglo
X, quien en su libro Anuales narra que el evangelista Marcos constituyó en Alejandría doce
presbíteros con un patriarca, de tal forma que, cuando vacaba el patriarcado, los presbíteros
elegían a uno de ellos para patriarca, y después incorporaban otro presbítero al presbiterio, de tal
manera que siempre hubiese doce presbíteros con el patriarca. Segú n estos textos, en Alejandría
los presbíteros elegían, ordenaban y entronizaban al presbítero que tenía que presidirles como
obispo. Segú n el parecer de Duchesne, es probable que tal comportamiento hubiese sido seguido
también por las Iglesias de Antioquía, Lyó n e incluso Roma. En cambio, Lécuyer, concluye que no
se les puede otorgar crédito, porque lo dicho sobre la costumbre de la Iglesia de Alejandría se
reduce a una mera leyenda.