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“AL FINAL DE LA CUERDA”

De Alfonso Paso

Personajes:
Luisa

Faustina

Robert

Casilda

Jesús

Herminia

Eduardo

Angel

Elena

Daniel

Enrique

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Un living en un departamento moderno de 1960. Hay un ventanal practicable que da
paso a una pequeñ a terraza desde donde se puede ver la ciudad. En el centro hallamos
la puerta de acceso al piso con su mirilla. En la izquierda, rozando el foro, hay una
puerta de arco que da paso al resto de las habitaciones. Y en la derecha a primer
término existe una puerta que comunica el living con un dormitorio. A primer
término en la izquierda otra puerta y en el foro, bien visible, una gran chimenea. Sofá .
Una mesita con un par de vasos delante. Y cercana otra má s baja llena de botellas. Un
tocadiscos. Teléfono sobre la mesita. En las paredes má scaras africanas, algunas
lanzas y flechas de agudísima punta artísticamente dispuestas.

(Al levantarse el telón la escena está a oscuras. Un foco ilumina el teléfono sobre
la mesita. Suena una vez, dos, tres, cuatro, cinco. Debajo de la puerta del foro se
ve como si hubieran encendido la luz general de la escalera. El teléfono sigue
sonando. El ruido de un ascensor que se detiene. El teléfono deja de sonar. La
puerta del foro se ha abierto y hemos oído cómo una llave entraba en la
cerradura. En el umbral, una mujer. Advertimos una pared neutra al otro lado de
la puerta. La mujer entra tanteando. Otra mujer de menor altura, en el umbral.
La mujer primera tropieza con una silla derribándola.)

FAUSTINA: No entrés todavía, Casilda, que me acabo de comer una silla. Esperá .
(Tantea.) ¿tenés un encendedor?
CASILDA: (Con voz ingenua.) ¿Para qué?
FAUSTINA: Para prender fuego a la casa, estú pida. ¿Para qué querés que sea? En algú n
lugar debe estar la luz.
CASILDA: Faustina. Esto de entrar en una casa y que esté oscura es raro.
FAUSTINA: ¿Y có mo va a estar prendida si no hay nadie? Dame el encendedor de una
vez.
CASILDA: (Tendiéndole una caja.) Tomá .
FAUSTINA: (Tanteando el aire.) Dame. (toca el supuesto encendedor.) Casilda. ¿Qué es
esto?
CASILDA: ¡Ay! Te di los chicles. (Buscando en el bolso.). Acá esta.

(Le da el encendedor. FAUSTINA lo enciende. Divisa un interruptor. Lo enciende.)

FAUSTINA: Listo. Cerrá .

(CASILDA empuja la puerta, mientras FAUSTINA cruza para accionar un


interruptor que encuentra cerca. CASILDA es una chica de 25 años. Viste un traje

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de cocktail con bastante escote y calza unos zapatos de tacón alto. Está mirando
las caretas con cierta fijeza que molesta a FAUSTINA, trajeada de modo muy
similar. FAUSTINA tiene, sin embargo, cuarenta. Un poquito ajada, con
demasiado maquillaje.)

¿Qué miras?
CASILDA: Vos me oíste hablar de Lorenzo, ¿no? Bueno esta es la cara que puso cuando
le dije que iba a ser padre.
FAUSTINA: Tengamos la noche en paz. Y deja de hablar de Lorenzo. ¿Se me olvida
algo? ¡Ah, sí! Cerrar la puerta otra vez con llave.

(Acude a la puerta del foro y procede a cerrarla con llave.)

CASILDA: ¿Para qué?


FAUSTINA: É l me dijo: “Faus, vos llegas con tu amiga. Entras, y cierran con llave y
procuran no hacer ruido que enseguida llegamos nosotros”
CASILDA: Yo me voy a sentar, Faustina. Sé que te molesta pero me siento porque no
puedo con el vestido, esto tiene menos tela que una servilleta nena!
FAUSTINA: (Desesperada.) ¡Bueno!
CASILDA: Este capricho tuyo de que me sume a "tu profesió n" no va a funcionar.
FAUSTINA: ¡Bueno volvé a zapatear al crucero!
CASILDA: ¡Bueno! ¡Pero entendeme, me pone nerviosa! Ú ltimamente sabés que no
tengo suerte con nada.
FAUSTINA: ¡Ah, sí! ¿Con nada tenés suerte? (con dureza.) ¿Dó nde estabas vos, Casilda?
CASILDA: En el crucero trabajando.
FAUSTINA: ¿Y qué te pasó , Casilda?
CASILDA: Que me puse de novia con Lorenzo.
FAUTINA: ¿Profesió n?
CASILDA: Bailarín.
FAUSTINA: ¿Qué má s?
CASILDA: ¿Qué má s qué?
FAUSTINA: (Furiosa.) ¿Qué má s?!
CASILDA: No te entiendo, Faustina.
FAUSTINA: Te vas de moza a trabajar a un crucero, te ponés "de novia" con uno de los
bailarines del barco que "hacía playback de Judy Garland". Una diva, ¿nada de esto te
hacia ruido Casilda?. Y como te gustaba tanto, una noche le regalaste 11 tragos, te
fuiste con él, y todavía no sabemos ¡có mo quedaste embarazada de ese maricó n!
¡Casilda, MA - RI - CÓ N! Que mientras te pasaba sus espermatozoides pensaría que
estaba en la cama con Marlon Brando, ¿me podes decir que no te dabas cuenta?.
Ahora la señ ora cae en el bar donde el querido Lorenzo se disfraza de Pin-Up, ¡a
decirle que tiene un nene de 6 meses! ¿Pero qué esperabas? ¡¿Que te diga: Casi, que
noticia maravillosa, quiero reconocerlo y mantenerlo aunque tenga que trabajar en
el puerto?! ¡Lo mínimo que puede pasar es que se le caiga el postizo de un infarto,
Casilda!
CASILDA. Sí.
FAUSTINA: ¿Y qué?

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CASILDA: Que ya lo sé.
FAUSTINA: Pero quiero escuchar que lo digas vos.
CASILDA: Lo admito... Lorenzo, es gay.
FAUSTINA: ¡Ah, bueno! ¡Milagro! Un poco tarde para darse cuenta pero bueno, ahora
con un crío, en tu casa que te dan la espalda, y lo ú nico que te quedamos somos tu
prima y yo.
CASILDA (Con timidez): Vos solamente.
FAUSTINA: ¡Que estú pida que sos, eh! ¿Por qué me meteré yo en estos líos? Bueno,
basta. Pero no me digas que tenés mala suerte cuando te abrí las puertas de mi casa,
a vos y a esa criatura que está n hace 6 meses en “mi” vivienda.
CASILDA: Bueno, no te pongas así. Que yo quiero aprender y que vos me enseñ es, pero
es que estoy muy débil y por cualquier cosa me sobresalto o me largo a llorar. Ya lo
sabés, Faustina, no te tenemos má s que a vos en el mundo.
FAUSTINA: ¡Bueno, no empecemos con la lá grima, eh!.
CASILDA: Bueno.
FAUSTINA: Y en el trabajo no soy Faustina, soy Faus. Y vos no sos Casilda…
CASILDA: Sino Casi.
FAUSTINA: Y viniste a Buenos Aires a hacer la carrera de Filosofía y Letras. Sos de
Có rdoba pero no tenes tanto acénto porque estas hace mucho ya acá .
CASILDA: Bueno.
FAUSTINA: Del resto, no hace falta que te enseñ e tanto. Después del Bachillerato
acelerado que te mandaste con Lorenzo. ¡Cuidado con la bebida! Te mojas los labios
y te reís mucho para fingir que te está haciendo efecto el champagne. Ensayá ... alegrá
esa cara y tratá de pasarla bien. Y olvidate de Lorenzo. Vas a encontrarte con un tipo
encantador que te va hacer reír, te va a tratar divina...
CASILDA: ¡Y me va a perforar como un taladro, mejor dejalo así!, ¿y tu chico que tal? El
amigo que trae digo...
FAUSTINA: No lo conozco, pero es lo de menos, lo importante es él. (Con un suspiro.)
Desde hace muchos añ os que lo conozco. ¡Enrique!. Tiene amigos con mucha plata.
CASILDA: El mío es el dueñ o de este departamento.
FAUSTINA: No. El dueñ o de este departamento es un diplomá tico. Se fue hoy de viaje y
le dejo a Enrique la llave. (Le muestra la llave con que cerró la puerta.) Ya sabes. Entre
hombres se suele hacer mucho eso. Cuando uno se va afuera los amigos de confianza
le piden la llave del departamento. Todo consiste en no hacer lío, en usarlo siempre
de noche para que el portero no se entere, y en comportarse decentemente. Quiero
decir, no romper vasos, ni ventanas. Vos relajate. Y si quieres que tu hijo sea de
grande una persona decente, procura no serlo vos ahora. Es la alternativa. (Sirve en
los vasos que había encima de la mesa.) Toma. Eso no te puede hacer mal. Es whisky.
Quedate quieta. Voy a mirar por acá .
CASILDA: Tengo hambre, Faus.
FAUSTINA: ¡Vos tenés hambre desde los 6 meses! Esperá acá .
CASILDA: ¿Y si entran?
FAUSTINA: No hay má s llaves que esta. Tienen que golpear. Si escuchá s unos
golpecitos en la puerta, me avisas. Y les abro yo. Tomate ese whisky.

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(Hace mutis por la derecha. Mientras CASILDA toma un vaso de whisky. Intenta
prender un cigarrillo y lo hace con cierta soltura, por lo que no se pone muy
optimista. Cuando intenta quitárselo de los labios se le queda medio pegado.
Trata de sacarlo de muchas formas y haciendo muchas maniobras. Al final,
grita.)

CASILDA: ¡Faustina! ¡Faustina!

(Aparece FAUSTINA por la derecha.)

FAUSTINA: ¿Qué? ¿Son ellos? ¿Llegaron?


CASILDA: El cigarrillo, se me pego en los labios.
FAUSTINA: ¡Nena! ¿Pero no te tengo dicho que lo humedezcas con la lengua… (Agarra
un cigarro de una caja de plata que hay sobre la mesita. Ejecuta la operación.) Así. (Le
enseña.) ¡Ahora vení y mira que cocina! ¿No tenías hambre? Bueno la heladera está
hasta el tope. (La obliga a levantarse.) ¡Dale, desganada! Que buen principio tiene mi
organizació n.

(La empuja hacia la derecha, saliendo tras ella. Una pausa. En la cerradura entra
una llave. Da vuelta el cerrojo. Acaban de prender la luz de la escalera. Entra
EDUARDO. Treinta y ocho años. Viste con elegancia. Es algo temeroso, un poco
vacilante y bastante inquieto. Prende la luz.)

EDUARDO: Pasá . (En el umbral de la puerta una chica joven e inocente. Tiene un
vestuario simpático y decente.) Pasá .
HERMINA: No quiero.
EDUARDO: Pero, Herminia…
HERMINIA: Esta no es la casa de tu tía Asunció n.
EDUARDO: Sí, Herminia.
HERMINIA: ¿Y para qué tiene tu tía tantas lanzas?
EDUARDO: Bueno es que de joven practicaba lanza. ¿No te había dicho?
HERMINIA: No.
EDUARDO: Bueno, ahora sí.
HERMINIA: ¿Y tu prima?
EDUARDO: ¡Ah, Marita!
HERMINIA: Dijiste Anita.
EDUARDO: Sí. Es que se llama Anita, pero todos le decimos Marita. Bueno… ¿pasamos?

(HERMINIA entra con cierto recelo. EDUARDO se apura a cerrar y pone llave.)

HERMINIA: ¿Qué hacés?


EDUARDO: ¡Ah! ¡Nada! Cerrar con llave. Es que la tía Asunció n me lo repite
constantemente. “Eduardo, no te olvides de poner llave”.
HERMINIA: Bueno pero yo tengo que salir.
EDUARDO: Sí, claro.

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HERMINIA: Vine porque querías presentarme a tu familia y porque le dije a mi mamá
que iba al cine. Son las doce y media. A la una y cuarto tengo que estar en casa.
EDUARDO: Vamos a llegar antes.
HEMRINIA: Tenelo en cuenta.
EDUARDO: Obvio.

(Intenta darle un beso en la mejilla.)

HERMINIA: (Retirándose.) Eduardo, no sé qué está s haciendo.


EDUARDO: Somos novios, ¿no?
HERMINIA: Hace media hora.
EDUARDO: Bueno, está bamos bailando, te dije: “¿querés ser mi novia”?, vos
contestaste sí y…
HERMINIA: ¿Y eso es suficiente para darme un beso? Yo no sé dó nde te educaste.
EDUARDO: Ya te dije: en los Maristas.
HERMINIA: En los Maristas no les enseñ an esas cosas. Está n acá tu tía y tu prima.
Pueden entrar en cualquier momento. Supongo que si tu tía es como me dijiste, no le
gustaría nada que salieras con una chica que se deja besar así porque sí.
EDUARDO: Así porque sí…
HERMINIA: Reconocélo. A no ser que tu tía…
EDUARDO: No, no. Tía Asunció n es muy moralista. Tiene un cura que la confiesa y un
guía espiritual, ya te lo dije, y Anita no sale de la iglesia. Pero creí que un beso en la
mejilla y má s siendo novios como somos…
HERMINIA: Eduardo, me conociste hace una semana. Ibas con un tal Enrique que no
me dio una buena impresió n. No sé por qué me pareció que estaban un poco alegres.
Me sacaste el nú mero de teléfono, salgo hoy con vos prá cticamente por primera vez,
te me declará s y ya me querés besar.
EDUARDO: Enrique es un buen chico.
HERMINIA: Mejor para él. Pero es necesario que comprendas que ahora nos queda por
delante una larga etapa: intimar, conocernos…
EDUARDO: (Con evidente malestar.) Si, si… de a poco.
HERMINIA: En fin, ir prepará ndonos para ser esposo y esposa. Y ya llegará el día en
que me beses.
EDUARDO: Tres o cuatro meses después de casarnos.
HERMINIA: Qué tonto sos… ¿me das un poco de agua?
EDUARDO: Bueno, lo que se dice agua... ¿No es igual whisky?
HERMINIA: Si te pido agua es porque quiero agua.
EDUARDO: Es que la cortaron. Bueno, no. No la cortaron. Si no te parece mal, quería
que brindá ramos por nuestro noviazgo y por ese beso lejano.

(Llena uno de los dos vasos de whisky. Y en el otro echa un chorrito.)

HERMINIA: No tengo ningú n inconveniente. (Toma el vaso con más whisky y chocan
ambos los vasos. Ella bebe un buen trago.) ¿Qué sos?
EDUARDO: (Con orgullo.) Argentino.
HERMINIA: Digo de profesió n.

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EDUARDO. ¡Ah, de todo!
HERMINIA: ¿Có mo de todo?
EDUARDO: Quiero decir… ingeniero.
HERMINIA: Me gusta. Le concedo tanta importancia a la base material del amor. (Bebe
otro vaso de whisky.) ¿Cuá nto ganá s?
EDUARDO: Depende. Unos meses mucho; otros meses menos…
HERMINIA: Pongamos un promedio de…
EDUARDO: 10.000 pesos.
HERMINIA: Suficiente para empezar. Si creías que ibas a tener una esposa frívola sin
tener idea de lo que hace y donde va su marido, está s equivocado.
EDUARDO: Yo quería… (HERMINIA se está mirando en un espejito de mano que ha
sacado del bolso.) O sea, Herminia, no tengo mucho interés en apurar las cosas…
HERMINIA: ¿El bañ o?
EDUARDO: ¿Pero no tomá s má s?
HERMINIA: Después. ¿El bañ o?
EDUARDO: No sé…
HERMINIA: ¿Vivis acá y no sabes dó nde está el bañ o?
EDUARDO: Claro que sé… supongo… que por acá . Porque sería tonto que dé
directamente al living y…
HERMINIA: ¿Pero qué decís?
EDUARDO: (Señalando a la izquierda.) Ló gicamente tiene que estar por ese pasillo.
HERMINIA: ¡No te entiendo!
EDUARDO: Yo te acompañ o y así de paso despierto a la tía Asunció n.
HERMINIA: Me parece muy bien. (Van hacia la izquierda. HERMINIA se detiene ante el
tocadiscos.) ¡Ah, le gusta la mú sica a tu tía!
EDUARDO: Sí. Siempre está escuchando a Violeta Rivas.
HERMINIA: (Agarrando un disco.) Pero esto es de "Los 5 Latinos".
EDUARDO: También, también. Le gusta un poco de todo.
HERMINIA: Es un disco muy lindo.
EDUARDO: (Con alguna esperanza.) ¡Ah, bueno ponelo!
HERMINIA: ¿No se enojará n?
EDUARDO: ¿Qué se van a enojar? (Toma el disco. Lo coloca en el equipo y empieza a
funcionar. Sonríe.) Pasá … Yo voy adelante.

(HERMINIA lo sigue. Desaparecen ambos por la segunda izquierda. Comienza a


sonar la música. Pausa. La puerta de la derecha se abre y asoma la cabeza
FAUSTINA, comiéndose una banana. La sigue CASILDA masticando. Escuchan. Se
miran. FAUSTINA se acerca al tocadiscos. Lo observa. Se rasca la cabeza. Corre
hacia la puerta. Acciona el pasador. Está cerrado con llave.)

CASILDA: ¿No fueron ellos?


FAUSTINA: La puerta está cerrada con llave.
CASILDA: Bueno, pero…
FAUSTINA: Nena… ¿Cuá ntas veces te dije que no hay má s llaves que ésta? Enrique me
lo dijo bien claro: “Cuidado, no pierdas la llave”. (Mira el tocadiscos. Detiene el disco.)
Ya sé. Está programado.

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CASILDA: ¿No habrá n entrado ladrones…?
FAUSTINA: ¿Ladrones? La puerta está cerrada. Mirá el ventanal. (Lo mueve
demostrando que está cerrado.) Tal como lo encontramos. (Va hacia ella.) ¿A qué
viene eso?
CASILDA: Yo sé que los ladrones se enteran de cuando un departamento está vacío. Y
saben el día y la hora en que el dueñ o se va y levantan un plano de todo y entran y ya
se conocen donde está la luz y no necesitan encendedor, como tuvimos que hacer
nosotras.
FAUSTINA: ¡Que decís! ¿A vos te hace mal comer? Dale. Vamos a ver q hay. Tampoco
quiero que esos dos se crean que estamos muertas de hambre. ¡Ladrones! ¡Qué
cabeza nena! A lo que hay que tenerle miedo es a la policía.

(La empuja hacia la derecha y salen ambas, cerrando la puerta. Una pausa. Se
escucha un ruido de una llave al entrar en la cerradura. La puerta del foro se
abre. La figura de un hombre en el umbral. No prendió la luz de la escalera. El
hombre, un joven vestido con blue-jeans y camisa de cuadros, el pelo cortado a la
italiana, dice hacia fuera.)

ROBERTO: ¡Pase!

(Y toca el interruptor de la luz con lo que consigue apagarla. La vuelve a


encender y retrocede un paso. Por el foro entra LUISA. Es una viejita
aparentemente inofensiva, vestida de negro, que se apoya en un bastón. Muy
delicada, muy dulce.)

LUISA: Roberto… ¿cuá ntas llaves había?


ROBERTO: Una. La de Augusto.
LUISA: La del dueñ o de esta casa.
ROBERTO: Sí.
LUISA: Y de esa, vos sacaste la copia.
ROBERTO: Sí.
LUISA ¿Y está s seguro de que él se llevó la llave?
ROBERTO: Lo vi meterse el llavero en el bolsillo.
LUISA: Vos lo conocías bien, si fuiste asistente suyo acá dos meses. Y me afirmaste que
nunca le dejó la llave a nadie...
ROBETO: Sí.
LUISA: Entonces, si tuviste que abrir la puerta con llave para entrar… ¿quién querés
que esté? Se habrá dejado encendida la luz. ¡Dale, estú pido! (ROBERTO asiente y sale
al descanso. Entra dos valijas negras voluminosas. Cierra la puerta.) ¡Con llave!
(Mientras la vieja ha encendido un habano fino y largo, ROBERTO ejecuta la
operación.) ¡Adelante! (Señala la puerta de la izquierda primer término.) Por el
dormitorio. Tranquilo. Sin perder la serenidad. No vayas a hacer como el otro día,
que te tropezaste con la alfombra del oso y gritaste socorro. Cuando terminemos,
bajo yo. Si te llega a ver alguien, nos estamos mudando. En la calle a nadie le va a
extrañ ar que ayudes a una pobre anciana. (Se toma un trago generoso de whisky.)
¡Vamos, querido!

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(ROBERTO entra por la primera izquierda con las dos valijas. LUISA tras él.
Cierran. Una pausa. Entra EDUARDO por la segunda izquierda. Mira tras de sí.
Va hacia el teléfono. Marca con sigilo. Se lleva mecánicamente el vaso de whisky a
la boca, suponiéndolo casi lleno. Ve que está vacío. Lo vuelve hacia abajo. Se
rasca la cabeza. Al teléfono).

EDUARDO: ¡Hola!… ¿está Enrique? De parte de Eduardo. ¡Ah, sos vos, Marcos!
Escuchame… Si llegara a haber un cura acá nos casaríamos ahora mismo. Ni un beso.
Y por lo que veo resiste la bebida mejor que un carabinero. Sí, la encontramos en el
baile. Estaba como confundida. O capaz estaba haciendo trabajo de catequesis. Lo
que te digo es que esta mina no es como decía Enrique. ¿La conocía bien? Es má s
mentiroso. ¿Dó nde está Enrique? No apareció a cenar… ¡Mierda! Estoy en un lío. Vos
sabes que le saqué antes de ayer la llave de casa a Augusto Soriano. Bueno, es igual,
se la saqué y mandé a hacer una copia. No. É l no lo sabe. Me prometió que me iba a
dejar la llave hoy para que usara el departamento pero, ya lo conoces, no confié. No,
no. Me aseguró que no venía esta noche. Que esta noche el departamento era para
mí. ¿Qué hago, Marcos? ¿Có mo saco a la chica ésta de acá ? Quiere conocer a mi tía
Asunció n. No tengo ninguna tía Asunció n, imbécil. Eso es lo malo. Se va a armar un
quilombo. Bueno. Bueno. Despreocupate.

(Cuelga rápidamente. Mira al equipo de audio. Se rasca la cabeza. Se encoge de


hombros. Vuelve a conectarlo y hace mutis por la segunda izquierda. Suena la
canción. La puerta de la derecha se abre y aparecen FAUSTINA y CASILDA muy
divertidas.)

CASILDA: ¿Pero qué le pasa a ese disco, Faus?


FAUSTINA: No sé.
CASILDA: ¿Llamamos a la policía?
FAUSTINA: ¡Está s loca! A la policía se la llama en casos extremos. Acá pasa algo raro.
(Va hacia la puerta.) Y muy raro, porque la puerta sigue cerrada con llave.
CASILDA: ¿No oís?
FAUSTINA: ¿Qué?
CASILDA: Tacos. Yo escucho unos tacos.

(Por la segunda izquierda aparece HERMINIA. Viene dándose los últimos toques
al peinado. Sorpresa al ver a las dos mujeres.)

HERMINIA: Disculpenme. Que desubicada que soy. (CASILDA se refugia detrás de


FAUSTINA.). No me las imaginaba yo así.
FAUSTINA: ¿Ah, no?
HERMINIA: A usted me la imaginaba má s vieja.
FAUSTINA: ¡Mira vos!
HERMINIA: Y a usted en cambio má s joven.
CASILDA: Lo soy.
FAUSTINA: ¡Cá llate!

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HERMINIA: Me habló mucho de ustedes Eduardo.
FAUSTINA: ¿Eduardo?
HERMINIA: Su sobrino.
FAUSTINA: ¿El tonto?
HERMINIA: ¿Qué tonto?
FAUSTINA: ¿El que tenía la mano así?
HERMINIA: ¿Có mo?
FAUSTINA: Paralítica.
HERMINIA: No, no. Este tiene la mano con mucho movimiento.
CASILDA: Vá monos, Faus.
FAUSTINA: Quieta.
HERMINIA: Ya sé lo devota que es usted y que en cuanto llega a Lujá n no sale de la
basílica. Y lo de las lanzas. En fin, estoy encantada de conocerlas. A su disposició n
siempre, señ ora. Y a usted… ¿qué le voy a decir? (dándole la mano.)

(Aparición de EDUARDO, que se queda mudo de sorpresa.)

HERMINIA: Eduardo, tu familia es encantadora. Le hubieses dicho a tu tía y a tu prima


que no se pusieran así para recibirme.
EDUARDO: (Aterrado.) ¿Eh…? ¡Ah, sí, claro! ¿Por qué se pusieron así?
CASILDA: Pá lidas, ¿no?
EDUARDO: Apenas las dejas solas se ponen así. El día del padre se disfrazan de
piratas; son unas locas!…
HERMINIA: Pero…
EDUARDO: ¡Vá monos! Debe haber algú n escape de gas. ¿No sienten olor a gas?
FAUSTINA: A pelo quemado.
EDUARDO: Bueno, también hace mal el pelo quemado. ¡Vamos!

(Se dirige hacia la puerta del foro cuando salen por la primera izquierda LUI
SA y ROBERTO, éste cargado con una valija. ROBERTO queda inmóvil. LUISA
observa a todos. Y todos, como imbéciles, comienzan a saludarse.)

LUISA: Buenas noches.


ROBERTO: Buenas…
EDUARDO: Hola, buenas.
CASILDA: Muy buenas.
FAUSTINA: Buenas.
HERMINIA: Buenas noches.

(Una pausa. Se empiezan a dar la mano nerviosamente, murmurando saludos. Al


final hasta CASILDA le da la mano a FAUSTINA. Una nueva pausa. Silencio.)

LUISA: Nosotros nos íbamos…


EDUARDO: Y nosotros.
FAUSTINA: Nosotras también.

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(Y sacan cada uno una llave. Se observan. Sonríen.)

EDUARDO: Abra usted…


LUISA: No, por Dios, usted.
EDUARDO: Las señ oras primero.

(LUISA va a abrir cuando suena el timbre de la puerta. Silencio. LUISA retrocede.


HERMINIA va a decir algo y EDUARDO le tapa la boca. Suena el timbre otra vez.
Tensión. Se escuchan unos pasos alejándose.)

HERMINIA: ¿Qué pasa acá ? ¿Por qué no abren esa puerta? ¿Quiénes son ustedes?
Supongo que no les importará que llame a la policía. (Se dirige al teléfono. Todos los
demás ponen la mano sobre el aparato.) Bien… ¿qué es lo que pasa?
EDUARDO: A la policía, no.
HERMINIA: ¿No?

(LUISA enciende un habano, largo y fino.)

HERMINIA: ¿Ustedes?
FAUSTINA: La policía nunca.
HERMINIA: Bien. Hay cinco personas metidas en un departamento que no quieren
llamar a la policía y se quieren ir. ¿Por qué? ¿Quiénes son?
CASILDA: ¿Qué insinuá s?
FAUSTINA: ¡Casilda!
CASILDA: No somos familia de acá . Somos dos trabajadoras.
HERMINIA: ¿Qué?
FAUSTINA: Dos señ oritas con inclinaciones perversas.
HERMINIA: ¿Y cuá les son esas inclinaciones?
FAUSTINA: Sacarle el dinero a los hombres sin casarnos con ellos.
LUISA: De paso, cañ azo.
HERMINIA: ¿Y ustedes?
LUISA: Vinimos a hacer un registro sin mandamiento.
EDUARDO: ¡Son ladrones!
LUISA: De los que dan la cara.
HERMINIA: ¡Divino! ¿Y vos?
EDUARDO: Estoy casado.
HERMINIA: ¡Ah bueno!
EDUARDO: Y soy premio a la Natalidad. Catorce hijos.
CASILDA: ¿Por tener hijos dan premios?
EDUARDO: Sí.
CASILDA: Yo tengo uno y no me dieron má s que cachetadas.
FAUSTINA: Depende como se tengan, imbécil.
HERMINIA: ¿De modo que tu tía Asunció n…
EDUARDO: Nada.
HERMINIA: ¿Y tu prima?
EDUARDO: Menos. Soy un asco.

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CASILDA: Bueno no te quejes que tenés los catorce.
EDUARDO: Perdoname.
HERMINIA: Bueno. Tomá . Con catorce hijos es un crimen quitarte esto.

(Le devuelve la billetera.)

EDUARDO: ¡Mi billetera!


HERMINIA: (Sacándolo de la cintura.) Tomá .
EDUARDO: Mi reloj. ¿Pero có mo me lo quitaste sin que me entere?
HERMINIA: (Sacándosela de la manga.) Tomá .
EDUARDO: Una má quina de afeitar.
HERMINIA: Estaba en el bañ o.

(Se sacude la falda y comienzan a caer peines, ceniceros.)

LUISA: ¡Ah bueno!


HERMINIA: Agarre todo al pasar.
ROBERTO: ¡Ladrona, Luisa!
LUISA: (Que se ha inclinado a agarrar uno de los encendedores) Y un encendedor,
Roberto. (Enciende de nuevo el habano.) Plata. No pierde el tiempo, no.
EDUARDO: Pero…
HERMINIA: Lo hago con mucha soltura. Me hago la decente, voy al departamento en
cuestió n, me llevo lo que puedo y si te he visto no me acuerdo.
EDUARDO: ¡Pero qué tremenda!
HERMINIA: Bastante.
EDUARDO: ¡Qué indecencia!
HERMINIA: La indecencia es ser premio de natalidad y no escarmentar.
CASILDA: Faus, estamos entre amigos.
LUISA: Tan entre amigos, que vamos a solucionar este asunto dentro del má s cordial
de los climas. Roberto, vaciá la valija. Vá monos todos. Comportémonos por una vez
como personas decentes, y cada cual a su casa.
FAUSTINA: No es tan fá cil.
LUISA: ¿Por qué? Todos tenemos algo que ocultar, excepto ustedes, que ademá s tienen
que mostrar. En fin, todos sabemos el secreto del otro.
ROBERTO: Podemos irnos divinamente.
FAUSTINA: En cualquier momento van a llegar los dos que nos citaron acá . Si se
encuentran esto como está …
HERMINIA: Esto se junta ahora mismo.

(Se inclina en el suelo para tomar los objetos caídos.)

LUISA: Exacto. Y se va poniendo en su lugar. ¡Vamos!

(Todos se ponen en el suelo a juntar las cosas, frente a la chimenea. Es entonces


cuando lentamente comienzan a bajar unos pies de hombre por el hueco de la
gran chimenea y quedan visibles hasta la rodilla.)

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CASILDA: ¿Esto?

(Por un cenicero.)

HERMINIA. Es del comedor.

(CASILDA al dejar el cenicero observa los pies del hombre. Comenta.)

CASILDA: Que mal puesta está la televisió n.


FAUSTINA: ¿Qué televisió n, Casilda?
CASILDA: Esa.
FAUSTINA: Pero sí, está mal puesta. (Le da en el hombro a EDUARDO.) ¿Te fijaste có mo
está la televisió n?
EDUARDO: ¡Ay, Dios!
LUISA: ¿Qué pasa?
EDUARDO: ¡Esos pies!
LUISA: Correte, Roberto, que está s pisando al señ or.
EDUARDO: ¡No! Esos pies.

(Se incorporan todos gritando, excepto LUISA.)

LUISA: ¡Quietos!
CASILDA: ¡Un ahorcado, Faus!
FAUSTINA: Yo me voy.
LUISA: De acá no se mueve nadie. Roberto, ¿dó nde vas?
ROBERTO: No voy, Luisa. Tiemblo.
EDUARDO: Oiga, señ ora. Esto es grave. Vamos a salir corriendo.
LUISA: ¡Dije quietos! (Se acerca a la chimenea. Empuja los pies y estos se mueven
macabramente. Observa. Dice.) Buen cuero. (Levanta el dobladillo del pantalón. Toca
una media.) Nylon. (Toca el pantalón.) Lana.
CASILDA: ¡Hasta que llegue al Documento de Identidad nos va a tener en suspenso!
LUISA: Voy por dentro. No se muevan. (Gatea y se introduce en la chimenea. Un
silencio. Sólo se ven sus piernas.) Roberto, dame un encendedor.
ROBERTO: ¿No ve usted, Luisa?
LUISA: Se me apagó el habano. (ROBERTO mete la mano dentro de la chimenea. Un
silencio. LUISA sale gateando con el habano entre los labios.) Está má s muerto que
Once de noche.(Movimiento de inquietud.) ¿Quieren quedarse quietos?
HERMINIA: ¿Pero quién es?
LUISA: No sé. Está negro.
EDUARDO: ¿Có mo quiere que esté? ¿Colorado?
ROBERTO: ¿Y en los bolsillos?
LUISA: No miré bien. Fijate, ocupate de eso.
EDUARDO: ¿Yo? ¡No!
LUISA: ¿Nunca viste un muerto?
EDUARDO: Colgado, no, señ ora. Los vi echados, que es lo normal.

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LUISA: Anda, Roberto.
ROBERTO: Doñ a Luisa… yo…
LUISA: Te dije que vayas.
ROBERTO: Sí, doñ a Luisa.

(ROBERTO se introduce en la chimenea.)

LUISA: ¿Los que tocaron el timbre pueden ser sus amiguitos?


FAUSTINA: Puede ser.
CASILDA: ¿Qué nos va a pasar?
LUISA: Nos pueden pasar muchas cosas. Lo ú nico que sé es que no llamo a la policía
aunque estuvieran colgando tres má s como ese.
FAUSTINA: Yo sí.
HERMINIA: ¡Hermana! ¿Tocaste el piano?
FAUSTINA: De chiquita.
HERMINIA: Me refiero si te pintaron los dedos alguna vez.
FAUSTINA: Sí.
HERMINIA: A mi también… y seguramente también a la señ ora y a su amigo.

(LUISA asiente.)

EDUARDO: Pero yo…


HERMINIA: A vos te falta un hijo para la quincena y no te lo vas a querer perder. Se te
arma un lío gordo y lo sabes. ¡Cinco fichados y un padre de familia numerosa! O seis
desesperados. ¿Qué má s quiere la policía? En cuanto entren por esa puerta no nos
salvamos ninguno.
CASILDA: Con un muerto las cosas se ponen muy difíciles.
EDUARDO: ¿Pero por qué?
LUISA: Usted lo mató .
EDUARDO: ¿Yo?
LUISA: Vino el dueñ o, lo encontró con la señ orita, peleó y lo colgó en la chimenea.
EDUARDO: Así, como el que cuelga un jamó n.
LUISA: Viste qué fá cil es resultar sospechoso. Há ganme caso todos. Este muerto es
nuestro. No podemos separarnos de él. O nos va a mandar a la cá rcel mientras se
aclara el asunto.
CASILDA: Yo creo…
FAUSTINA: Tiene razó n, Casilda.
ROBERTO: (Apareciendo lleno de objetos.) Luisa… Luisa.
LUISA: Sí, Roberto. Veamos. Un pañ uelo. Un block. Cuarenta pesos. (Se los guarda.)
Una billetera. (Revisa.) Ni tarjetas, ni Documento de Identidad, ni carnets. Una
estampita de San Expedito. (La besa.) Monedas. Cigarrillos. ¿Los querés?
CASILDA: ¡Ay, no!
FAUSTINA: Agarrá los. ¿Le tenés asco a un ahorcado y no le tenías asco a Lorenzo que
le había salido un sarpullido en la garganta?

(CASILDA toma los cigarrillos.)

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LUISA: Nada en el block. (Señala la chimenea.) ¿Có mo está ?
ROBERTO: Mal el hombre, muy mal.
LUISA: Idiota. Te pregunto que có mo lo colgaron.
ROBERTO: Hay una barra de hierro que cruza de lado a lado. Es muy fuerte. Pasaron la
cuerda por ahí.
LUISA: ¿Y dó nde lo ataron?
ROBERTO: A un gancho que hay a la derecha. Eso es lo malo, porque el nudo se corre y
apenas uno se descuida aparecen los pies del señ or.
LUISA: Hay que bajarlo.
EDUARDO: Yo me voy.
HERMINIA: Vos te quedas como nos vamos a quedar todos.
LUISA: Dale cuerda, Roberto.
ROBERTO: Sí, Luisa.

(ROBERTO se arrodilla, deshace el nudo y empieza a aflojar. Da cuerda. El


ahorcado comienza a bajar poco a poco.)

EDUARDO: ¡Por Dios, qué despacito!


CASILDA: Si, por favor, de un tiró n y listo.

(El ahorcado se frena.)

LUISA: ¿Qué pasa?


ROBERTO: Que se traba con algo.
LUISA: Mira a ver.
ROBERTO: Se le quedó la pera en un saliente.
LUISA: Hay que hamacarlo.
EDUARDO: Entonces lo hamaca usted.
LUISA: Vos sos hombre.
EDUARDO: Si, pero no para hamacarlo.
LUISA: Dame una mano, nena.
HERMINIA: Sí, doñ a Luisa.

(Las dos se ponen a empujar el cadáver.)

LUISA: ¿Ya…?
ROBERTO: Un poquito má s.
LUISA: (A HERMINIA.) ¿Comprendés ahora por qué las mujeres se quejan de que los
hombres son pesados?
HERMINIA: Sí, señ ora.
ROBERTO: Ya…

(Afloja la cuerda. El cadáver continúa descendiendo.)

FAUSTINA: Ya le vamos a ver la cara.

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CASILDA: ¡Mirá si lo conocemos!
FAUSTINA: Cá llate.
LUISA: ¡Atenció n, la cabeza! (Todos se cubren la cabeza como idiotas.) La cabeza del
señ or… que ya está ahí. (ROBERTO afloja la cuerda del todo. Cae el cuerpo de un
hombre. Un gemido. LUISA se inclina.) Bueno, muchachos. La cosa se complica. No
murió ahorcado. Lo asesinaron. (Muestra a la curiosidad de los presentes un cuchillo
que acaba de arrancar del cuerpo del hombre.) Y la cuerda, como ven, no está en el
cuello sino por debajo de los brazos. Está má s claro que el agua. Lo mataron y lo
escondieron ahí. (A HERMINIA.) Traeme una toalla mojada. Vamos a limpiarle la
cara.

(HERMINIA asiente y desaparece por la segunda izquierda.)

FAUSTINA: Eso. Y después le ponemos perfume.


LUISA: ¿Qué decís?
FAUSTINA: Que no está bien lavarle la cara a un muerto.
CASILDA: Hay gente que los afeita.
FAUSTINA: Será en tu familia porque son muy bestias. Pero todos los míos se fueron al
otro mundo con barba de tres días. Ya es suficiente. No aguanto un minuto má s.
LUISA: El que cruce esa puerta le va a tener que explicar a la policía por qué salió
corriendo. (FAUSTINA se detiene.) Este muerto es como si fuera nuestro padre, mal
comparado. ¿Abandonarías a tu padre?
FAUSTINA: No.
LUISA: Bueno, a éste tampoco. O lo enterramos o nos entierra. (HERMINIA con una
toalla.) Gracias, hija. Agarrale la cabeza, Roberto.

(Le limpia la cara al cadáver.)

CASILDA: Lo que es arreglarse un poco, Faus. Ya parece otra cosa.


LUISA: ¿Alguno lo conoce?
ROBERTO: Creo que…
LUISA: ¿Qué?
ROBERTO: Sí. Es un tipo que vino varias veces a hablar con Don Augusto.
LUISA: Don Augusto es el dueñ o de la casa. El diplomá tico.
ROBERTO: Sí, seguro que es él.
LUISA ¿No sabés có mo se llama?
ROBERTO: No. Sé que visitó a Don Augusto. Y los escuché discutir en má s de una
ocasió n.
LUISA: Roberto fue el asistente del diplomá tico. Bueno, Don Augusto lo echó .
EDUARDO: Entonces denunciemos a Don Augusto.
LUISA: Está viajando por América en un avió n. Seguro que citó a este hombre, lo mató
y lo colgó ahí arriba.
EDUARDO: ¿Pero por qué?
LUISA: ¿Cabe en la heladera?
EDUARDO: No.
LUISA: ¿Sacarías un muerto al balcó n?

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EDUARDO: No.
LUISA: Imaginá te que sacando la heladera y el balcó n, el lugar má s fresco de una casa,
cuando no está encendida, es la chimenea. Pensó : só lo hay un lugar donde no lo van a
buscar si alguien lo extrañ a y donde se va a conservar en buen estado. Había que
ganar tiempo para tomar el avió n. Está claro.
EDUARDO: Y está claro lo que hay que hacer. Agarrar el teléfono y dejar que la policía
pida la captura de Don Augusto.
HERMINIA: Con toda la casa llena de nuestras huellas. No seas pavo. Hay que llevar
ese cadá ver al campo.
FAUSTINA: O tirarlo en algú n valdío lejos de acá .
LUISA: ¿Quién tiene auto?
HERMINIA: Eduardo. Y con un portaequipajes espléndido.
LUISA: Entonces, hay entierro, Eduardo.
EDUARDO: En mi auto, no.
CASILDA: ¡No querrá que paremos un taxi!
EDUARDO: Podemos dejarlo en un valdío por acá .
HERMINIA: Eso. Nos vamos a poner a buscar valdíos en la calle. Escuchá , Eduardo,
Doñ a Luisa manda. Y si querés salvarte, hacele caso.
LUISA: Voluntarios para hacer de cadetes. (Nadie se mueve.) Los dos hombres. ¿Quién
les da una mano?
FAUSTINA: Si hace falta.
CASILDA: ¿Pero lo vas a tocar?
LUISA: Sacale la cuerda, Roberto. ¡Vamos! (Lo agarran entre los tres. DOÑ A LUISA
mete la llave en la cerradura. Los cadetes se llevan por delante una mesita,
derribándola.) ¡Quieto! Déjenlo en el suelo. (Y los tres sueltan, sacudiéndose el
cadáver de un golpe.) ¡No! Que por muy muerto que esté, queda feo.
CASILDA: Trá tenlo con má s delicadeza.
LUISA: Agarren esos cacharros. Pó nganlos en su lugar. La mesita… vamos. (CASILDA y
HERMINIA obedecen. EDUARDO está secándose la transpiración.) ¿Y a vos qué te
pasa?
EDUARDO: Abrió un ojo.
LUISA: ¿Quién?
EDUARDO: (Señalando el cadáver.) É ste. Le juro por mi padre que abrió un ojo.
FAUSTINA: No alarmés a la gente.
LUISA: Pero, ¿có mo va a abrir un ojo? ¿Vos viste que abriera un ojo?
ROBERTO: No, doñ a Luisa.
LUISA: Si lo abrió , ya lo cerró .
EDUARDO: Eso es lo malo. Porque si lo hubiera dejado abierto, a lo mejor era cuestió n
de un mú sculo, pero abrirlo y cerrarlo ya es cuestió n de guiñ o.
LUISA: Escuchame, le dieron una puñ alada en el corazó n.
EDUARDO: Yo los conozco a estos. Muy pá lidos, muy quietos, pero te engañ an una
barbaridad.
HERMINIA: Por Dios santo. ¿No tenemos bastante con este lío? Tranquilizate.
LUISA: ¿Listos? (Agarran al muerto. DOÑ A LUISA abre la puerta del foro. Oscuridad.)
Atrá s mio los tres. Ustedes esperen. Hay que dejar todo como está . (Avanzan. Luz en
la escalera. Motor del ascensor.) ¡El ascensor!

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(Cierra la puerta. Los tres vuelven a soltar al muerto, que se pega su
correspondiente porrazo.)

CASILDA: A este hombre lo van a matar.


FAUSTINA: ¿Querés callarte, Casilda? Se me aflojan las manos.
LUISA: No lo pueden soltar así. Va a hacer un agujero en el suelo. Silencio. Ya se frenó .

(Escuchan.)

ROBERTO: Debe ser en el tercero. Vive un ginecó logo.


CASILDA: Si llegan a dar a luz las señ oras que estén embarazadas esta noche, al tipo de
la chimenea lo sacamos el mes que viene.
LUISA: Ya está bajando de nuevo. (Se escucha el motor del ascensor.) ¡Vamos! (Agarran
el cadáver. Suena el timbre. Desconcierto.) El que lo suelte se come un golpe.
(Timbre.) Vamos para adentro. Roberto, hacé del asistente. Y despachá a quien sea.
ROBERTO: Pero Doñ a Luisa…
LUISA: Obedecé. Por ahí.

(Todos entran a la primera y segunda izquierda.)

ROBERTO: ¿Y si es la policía?
LUISA: ¿Y si te meto un cachetazo? (Timbre.) ¡Vamos!

(Se oculta en la primera izquierda. ROBERTO abre la puerta. Un señor de


mediana edad, en pijama y bata, en el umbral.)

ANGEL: ¿Qué? ¿Van bien las obras?


ROBERTO: ¿Qué obras?
ANGEL: ¿No está n abriendo un pasadizo para llegar al subte?
ROBERTO: No, señ or.
ANGEL: Podría ser tranquilamente, porque se venía el techo abajo.
ROBERTO: ¡Ah! ¿Es usted el inquilino del quinto?
ANGEL: Sí, señ or. Y tengo un bebé de quince días. Los bebés son muy raros. Cuando se
despiertan, se largan a llorar. ¿No lo escucha desde acá ?
ROBERTO: No.
ANGEL: Vino mi suegra para cuidar al nene y está n durmiendo mi suegra y mi mujer
en mi cama y yo tengo que quedarme al lado del bebé. Y con todo el quilombo que
está n haciendo acá arriba, se despertó todo el mundo menos mi suegra.
ROBERTO: Es que se nos cayó un muerto… Un puerto, el vuelco, se vuelca…
ANGEL: ¿Pero qué dice?
ROBERTO: Esta mesita que la empujé sin querer mientras hacía la limpieza de todas
las mañ anas.
ANGEL: Pero si es de noche.
ROBERTO: Es que acá nos regimos por el horario de otras regiones: a las dos de la
mañ ana ducha y limpieza, a las tres vestirse y desayunar y a las cuatro a la calle todo

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el mundo, a trabajar como alemanes. Y así en vez de morirnos de miseria nos
morimos del corazó n que es mucho má s dramá tico.
ANGEL: ¿De verdad no le pasa nada?
ROBERTO: No, no.
ANGEL: Tenga má s cuidado. Voy a ver si consigo que se duerma el nene otra vez y
ponerme a mirar las estrellas.
ROBERTO: Vaya nomá s.
ANGEL: ¿Está solo usted?
ROBERTO: Solo. El señ or se fue a un pequeñ o viaje. Buenas noches.

(Cierra la puerta tras ANGEL con prisa. Asoman la cabeza los demás.)

HERMINIA: Ya les dije que se iba a armar lío.


LUISA: Tengan má s cuidado.
ROBERTO: Doñ a Luisa, ese tipo puede atestiguar que me vió acá .
LUISA: Ya vamos a dejar todos los cabos atados. ¡Vamos! (ROBERTO entra por la
segunda izquierda. DOÑ A LUISA ordena a CASILDA y HERMINIA) Dejen la habitació n
má s o menos como estaba. Rá pido. (CASILDA y HERMINIA obedecen. EDUARDO y
ROBERTO traen el cadá ver) Ahora hay que bajarlo a upa. Pulso firme. Apenas lo
hayamos metido en el portaequipaje, salen corriendo para la esquina de Cabildo y
Juramento. Nos encontramos ahí en media hora. ¿Entendido?
ROBERTO: De acuerdo.
LUISA: Vamos.

(En la puerta golpean con un toque característico. Todos quedan quietos)

ENRIQUE (desde fuera): ¡Faus! ¡Apurate! ¡Abrí!


LUISA: ¿Quién es?
FAUSTINA: Los chicos que nos citaron acá .
LUISA: Apagá la luz.

(ROBERTO va a hacerlo cuando se escucha la voz de ENRIQUE)

ENRIQUE: Vamos, Faus. Dejá de hacerte desear. ¡Estamos viendo la luz!

(Y da más golpecitos de puerta.)

LUISA: ¿Qué pueden hacer?


FAUSTINA: Van a ir hasta la cocina.
EDUARDO (Está mirando por la mirilla): ¡Es Enrique!
FAUSTINA: ¿Lo conocés?
EDUARDO: Sí, obviamente.
LUISA: ¿No hay manera de echarlos?
FAUSTINA: Podemos probar. Pero hay que abrirle la puerta.

(Más golpes y ahora el timbre con el mismo ritmo.)

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ROBERTO: Van a despertar al vecino.
LUISA: Rá pido. Ponele la soga. (ROBERTO obedece.) Hay que ponerlo en el lugar que
estaba.
EDUARDO: Pero…
LUISA: No se van a asomar. Es el lugar má s seguro. Por eso lo eligió el diplomá tico.
¡Ayudale! ¡Contestá !

(EDUARDO, HERMINIA y ROBERTO proceden a colgar el cadáver)

FAUSTINA: Sí… ¿Sos Enrique?


ENRIQUE: ¡Dale, abrí de una vez! Sí. Soy Enrique. Y vengo con Jesú s.
FAUSTINA: Esperá , bombó n. No encuentro la llave.
LUISA: Apurensé (Ya lo metieron a la chimenea.) ¡Vamos, sú banlo!

(Empiezan a tirar de la cuerda con toda su alma)

CASILDA: Faus… Yo me vuelvo a La Laguna.


LUISA: ¿Es pescadora?
FAUSTINA: Es de La Laguna, provincia de Có rdoba.
CASILDA: Esto no es para mí. Si tu asociació n de mujeres perdidas hay que hacerla a
base de muertos… yo me vuelvo para allá .
FAUSTINA: No me hinches las pelotas, Casilda. Y aguantá al tipo. Que no se vayan a dar
cuenta. ¡Fiesta y alegría, se lo estoy avisando a mi cara! Y tenemos que tratar de
sacarlos en cinco minutos.
LUISA: Agarrá bien el nudo.
ROBERTO: Ya está .
LUISA: Má s fuerte. Todos a la cocina. En la despensa, que tiene llave. Nos encerramos
de adentro. Ustedes apurensé.

(Golpes en la puerta)

FAUSTINA: Ya está , hermoso. Ya la encontré. (Los demás salen corriendo y desaparecen


por la derecha.) ¡Quieta, Casilda! ¡Acá ! ¡Disimulemos!

(Abre la puerta. ENRIQUE y JESUS, dos hombres jóvenes, en el umbral.)

ENRIQUE: ¡Pero que demora!


FAUSTINA: ¿Y qué querés? Se me había perdido la llave.
ENRIQUE: Tené má s cuidado que es la ú nica que hay.
FAUSTINA (A CASILDA.): ¿No te da risa?
ENRIQUE: ¿Có mo…?
FAUSTINA: Nada, nada.
ENRIQUE (Por CASILDA): ¿Esta es la belleza provinciana?
FAUSTINA: É sta. Que ademá s tiene muchas ganas de bailar. Salgamos a bailar.

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ENRIQUE (Mirando a CASILDA que permanece quieta en el sofá): ¿Vos tenés ganas de
bailar?
CASILDA: Se me mueven solos los pies.
ENRIQUE: ¿Pero a dó nde?
CASILDA: Adonde sea.

(El amigo de ENRIQUE está temblando.)

ENRIQUE: Jesú s, ¿escuchaste…? ¿Pero Jesú s, otra vez?


JESUS: Me siento muy mal. A mí me pasa algo grave y vos te lo tomá s en joda. Estoy
que me muero.
ENRIQUE: Vinimos a divertirnos.
JESUS: ¿Y a mí qué? Yo me quiero divertir pero mi corazó n dice que no.
ENRIQUE: Y dale con el corazó n. ¿Está s enfermo del corazó n?
JESUS: ¡No! ¿Y vos?
ENRIQUE: ¡Que yo sepa…!
JESUS: ¿Ves? Que yo sepa. ¿Te crees que los paros cardíacos avisan?.
ENRIQUE: Escuchá , imbécil. Estoy harto de tus nervios. No te pasa nada.
FAUSTINA: Está pá lido en serio.
JESUS: ¿En serio?
FAUSTINA: Y se le aflojan las piernas. A este muchacho hay que meterlo en la cama.
JESUS: Ahora mismo.
ENRIQUE: Jesú s, son nervios.
JESUS: Angustia.
ENRIQUE: Eso.
JESUS: Y me mareo.
ENRIQUE: Nervios.
JESUS: Y en la calle me tuviste que agarrar porque me caía.
ENRIQUE: Acá te va a atender ésta…

(Le da un golpe en la espalda que lo hace trastabillar.)

FAUSTINA: Quique…
ENRIQUE: ¡Bueno, ya está ! Servime un whisky.
CASILDA: Quiero bailar.
ENRIQUE: Después. Augusto tenía un jamó n sin empezar en la despensa y lo vamos a
inaugurar.
FAUSTINA: ¡No, en la despensa no!
ENRIQUE: Dejame. É sta es como si fuera mi casa. Dale Jesusito, prendete un buen
fuego en la chimenea, vas a ver como se te pasa lo del corazó n.

(JESUS toma unos troncos mientras ENRIQUE hace mutis por la derecha)

CASILDA: ¡Vá monos!


FAUSTINA: Eso nunca.
CASILDA: Lo va a ver.

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FAUSTINA: Entretenelo. Ayudalo…

(FAUSTINA se pega a la segunda izquierda. CASILDA agarra los troncos)

CASILDA: Apa… tiene las manos bastante chiquitas.


JESUS: Si. Son chiquitas. Pero las chimeneas las prendo muy bien.
CASILDA: Hay que poner los troncos formando eso de Cleopatra.
JESUS: Pirá mide.
CASILDA: Eso. ¿Ve? Así. Usted esté atento acá abajo.
JESUS: Yo siempre pongo en el medio un diario de esos de la iglesia y le prendo fuego.
Pero soy muy cató lico.
CASILDA: Yo también. ¿Tiene hijos?
JESUS: No. ¿Y usted?
CASILDA: Uno.
JESUS: ¿Pero sin casarse?
CASILDA: Si, señ or.
JESUS: Pero… ¿por qué?
CASILDA: Así son las cosas.
JESUS: ¡Con lo lindo que es casarse!

(ENRIQUE entra)

ENRIQUE: Faus, pá same una hebilla del pelo.


FAUSTINA: ¿Qué pasa?
ENRIQUE: Que el imbécil de Augusto dejó cerrada la despensa. Pero con un alambrito
se puede abrir la cerradura.
FAUSTINA: No tengo.
ENRIQUE: ¿Y vos?
CASILDA: Ni uno.
ENRIQUE: Esto me va a servir. (Agarra un alambre que está al borde de la chimenea.)
Dale, Jesú s. Prendé que ya traigo el jamó n.

(Hace mutis de nuevo)

CASILDA: Faus... ¿y si nos metemos a monjas?


FAUSTINA: Callate. Entretenelo. Que no la prenda.
CASILDA: (Quitándole a Jesús los fósforos.) ¿Me podría prestar la cajita... para limarme
las uñ as?
JESUS: Con mucho gusto.

(Y saca un encendedor.)

CASILDA: Que hermoso encendedor.


JESUS: ¿Si?
CASILDA: Precioso.
JESUS: Quedeselo.

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CASILDA: ¿De verdad me lo regala?
JESUS: Claro que sí.

(Y saca otra caja de fósforos. Prende uno y CASILDA se lo apaga.)

CASILDA: Ya sabe usted lo que tiene que hacer.


JESUS: Prender otro.
CASILDA: Por cada fó sforo apagado es un beso.
JESUS: Para esas cosas me siento bastante bien.

(Cuando van a besarse, aparece ENRIQUE.)

ENRIQUE (Pensativo.): Que cosa tan rara...


FAUSTINA: La vieja del habano, ¿no?
ENRIQUE: ¿Qué vieja?
FAUSTINA: ¿No viste a la vieja del habano?
ENRIQUE: No, Faustina. Abrí la cerradura y cuando fui a tirar de la puerta, no se abría.
Es imposible. Pero te juro que parecía que había cinco o seis personas tirando del
otro lado.
FAUSTINA: ¡Que tontería!
ENRIQUE: En fin, encontré este queso nomá s. Servinos whisky. (A CASILDA que va a
hablar.) Ya vas a bailar. No lo repitas má s. Dale, Jesú s. Poné buena cara y serví
whisky.

(Y mientras CASILDA y FAUSTINA se apuran a agarrar las botellas, ENRIQUE se


queda mirando la chimenea.)

FAUSTINA: No hay má s solució n que emborracharlos.


CASILDA: ¿Y si no quieren?
FAUSTINA: Dejame a mí.

(ENRIQUE prendió una fogata enorme poniendo un fósforo en los troncos.)

CASILDA: Lo está n ahumando.


FAUSTINA: ¿Pero qué hiciste?
ENRIQUE: Prendí la chimenea.
FAUSTINA: Vamos a apagarlo.
ENRIQUE: Así vamos a estar má s calentitos. ¡Dale!
FAUSTINA (Mientras prepara el whisky): Pegale una miradita, Casilda.

(CASILDA va a la chimenea. Y usa mil trucos para mirar hacia arriba.)

ENRIQUE: ¿Está s má s flaca, Faus?


FAUSTINA: Y lo que estoy adelgazando.
ENRIQUE: Te queda muy bien. Te queda sexy.

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(CASILDA va hacia FAUSTINA y la informa.)

CASILDA: Se le prendieron fuego los pantalones.


FAUSTINA: ¡Ay, Dios!
CASILDA: Y lo malo es que los zapatos tienen suela de cuero y va a haber mucho olor
en cualquier momento.
FAUSTINA: Toma. Dale ese vaso al tuyo.
CASILDA (Por la cantidad): Vos. Está mal y si toma todo esto tenemos otro cuerpo que
sacar.
FAUSTINA: ¡Hay que emborracharlos!

(CASILDA se sienta en el sofá junto a JESUS. FAUSTINA va atrás con su vaso.)

CASILDA: ¿Un traguito?


JESUS: Me va a hacer mal.
ENRIQUE: ¿Qué te va a hacer mal? El whisky cae mal cuando uno está débil. Vamos,
daselo… ¿Có mo te llamas?
CASILDA: Marilina.
ENRIQUE: Daselo, Marilina.
CASILDA: Mira… mira como lo tomo yo. (Se toma un trago) Así. Dale. (JESUS se toma
otro trago.) Muy bien. Pero muy bien. Otro traguito el bebé. Así, así… como yo.

(Y se toma otro trago. JESUS repite. Y CASILDA lo va forzando, obligándolo a


tomar una gran cantidad. Todo iría muy bien si de la chimenea no empezara a
salir una humareda azul bastante visible.)

ENRIQUE: ¿Está n fritando algo?


FAUSTINA: ¿Qué querés que fritemos?
ENRIQUE: Escucho como si estuvieran fritando algo. Una cosa así como cuando se
tiran papas al aceite. Y huele…
JESUS: A cuero quemado… ¿no?
CASILDA: ¡Qué locura… tomá , tomá !

(Y lo obliga a tomar. Con el calor, el nudo se ha ido deshaciendo y aparecen las


piernas del cadáver. Los pantalones están negros.)

ENRIQUE: ¿No hay humo?


JESUS: Sí, parece.
ENRIQUE: Andá , Jesú s. Fijate que no tiene que tirar humo la chimenea. Vení acá ,
princesa.

(Agarra a FAUSTINA. JESUS se levanta. CASILDA aterrada corre y se pone frente


a la chimenea)

¡Ah, Jesú s! ¡Y si te veo con mala cara de nuevo así, no volvemos a salir juntos!

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(Todo este párrafo es aprovechado por CASILDA para tirar de la cuerda hacia
arriba. LUISA con el habano en la boca, ROBERTO y HERMINIA, han aparecido en
el umbral de la derecha y sin ser vistos le hacen señas de que lo suba. Como la
infeliz no puede, DOÑA LUISA cruza tras el sofá y se pone a ayudarle. Con lo cual
no la ve ENRIQUE, pero sí JESUS)

Y ya me conocés. Seré todo lo sinvergü enza que vos quieras, pero cuando digo esto
es palabra de honor. Ahora mismo. ¿Por qué te quedaste pá lido? Hablá . ¿Qué te pasa
para quedarte blanco? Nada.

(DOÑA LUISA agachada vuelve hacia la derecha después de dar por cumplida su
misión. Desaparece ante el asombro de JESUS)

Hay cosas que son má s importantes que tu malestar. No me vengas con má s


boludeces.
JESUS (Como una estatua, de pronto): ¿Quién habló acá de la vieja del habano?
FAUSTINA: ¿La vieja del habano?
ENRIQUE: No le des bolilla. Se hace el gracioso. Si se va a caer de un momento a otro.
JESUS: ¿Por qué anda por la casa una vieja con un habano?
FAUSTINA: Será cubana…
ENRIQUE (Lo agarra de la ropa): Jesú s. Estamos solos y lo sabés. Y las viejas no fuman
habanos.
JESUS: Te digo que vi una vieja con un habano.

(FAUSTINA ayuda a CASILDA a apagar la chimenea. Están pisoteando los


troncos.)

ENRIQUE: ¡Que porquería! Estoy harto de tus ilusiones ó pticas. Una vieja con un
habano. Dentro de poco hasta capaz vez a un ahorcado. (Las dos mujeres lanzan un
gemido. Para disimular aplauden y fingen bailar.) ¿Qué les pasa?
FAUSTINA: Nada. Es la alegría.
ENRIQUE: ¿Y por qué apagaron el fuego?
CASILDA: Se apagó solo.
ENRIQUE: Esa chimenea no tira el humo. Asó mate, Jesú s.
FAUSTINA: No, no.
CASILDA: ¿Pero por qué se va a asomar este hombre con lo mal que está ?
FAUSTINA: Nos asomamos nosotras.
CASILDA: Para eso estamos. Para asomarnos.
FAUSTINA: Deja a Marilina. Vos vení conmigo que te quiero contar un cuento. (La
retira hacia el sofá.) Marilina (CASILDA se acerca.) Ocú pate de la chimenea y no dejes
a Jesú s que se vaya, de ninguna forma.
CASILDA: Despreocupate.

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(Lo malo es que el nudo ha vuelto a aflojarse y los pies y piernas del cadáver
descienden majestuosamente ante el horror de JESUS que se frota los ojos.
CASILDA lo advierte e intenta subir los pies del cadáver como puede.)

¡Ah… es que ponemos siempre acá el traje para que se seque! Como hay tanta
humedad… eh… (El cadáver está descendiendo con toda su alma.) A éste ya no hay
forma de pararlo. (JESUS se desploma al suelo.) ¡Faus… Faus…!
FAUSTINA: Se cayó .
ENRIQUE: Pero este imbécil… (Lo zarandea.) ¡Jesú s! ¡Jesú s! ¡Vamos! ¿Qué te pasa? (Lo
cachetea.) ¡Jesú s!
JESUS:(Abriendo los ojos.) Enrique…
ENRIQUE: ¿Qué? ¿Viste al ahorcado?
JESUS: Sí.
ENRIQUE: Tranquilo. Lo pró ximo que vas a ver es un esqueleto.

(Corre hacia la puerta.)

ENRIQUE: (Deteniéndolo.) Pero, Jesú s.


JESUS: Siempre te gustaron mucho las bromas, pero esta de ahora, y por como me
siento, es para llevarte preso.
ENRIQUE: ¡Jesú s!
JESUS: Ya está . Me podrías haber avisado. ¡Vamos!
ENRIQUE: ¿Pero qué decís?
JESUS: ¿Es que no ves?

(Le vuelve la cabeza.)

ENRIQUE: Sí. Dos piernas. (Aterrado.) ¡Dos piernas! (Corre a la chimenea. Mira.) Un
hombre. ¡Colgado! (Tira de la cuerda. El cadáver cae al suelo. Lo arrastra. Mira.) ¡Dios
mío! Si es…

(La luz general se apaga. Gritos. Carreras. La voz de DOÑA LUISA tratando de
imponerse.)

LUISA: ¡Quietos! ¡Quietos!


HERMINIA: ¿Quién apagó la luz?
LUISA: ¡Quietos!
JESUS: ¿Pero por qué me pegan?
LUISA: Debe ser el cortacorrientes. Está detrá s de esa puerta.

(Luz de nuevo. Todos en escena. JESUS se frota la cara. EDUARDO lo tiene


agarrado. En primer término, con una lanza de mango corto clavada en la
espalda, está ENRIQUE. Tirado en el suelo. La lanza falta de la pared.)

¡Dios mío!

26
(Todos está n contemplando la escena.)

LUISA: (A JESUS) ¿Por qué lo hiciste?


JESUS: ¿Qué?
LUISA: Clavarle un cuchillo a tu amigo.
JESUS: Oiga. ¿Quién es usted?
LUISA: ¿Por qué lo mataste?
JESUS: Yo no lo maté.
CASILDA: Se lo debe haber clavado él mismo en la espalda. Tenía cara de masoquista.
JESUS: ¿Pero quiénes son ustedes?
LUISA:¡Uno no puede confiar ni en los amigos!
JESUS: Pero…
LUISA: Nosotros somos comprensivos. Queremos saber por qué mataste a tu
compañ ero.
JESUS: Yo no lo maté.
LUISA: ¿Quién fue?
JESUS: No esperará que señ ale con el dedo... como si fuera tan simple.
LUISA: ¿Quién fue?
FAUSTINA: Casilda… ¿lo mataste vos?
CASILDA: ¡Pero por favor! No maté a Lorenzo, ¿voy a matar a este!?
FAUSTINA: Es que yo sé lo que es odiar a un tipo.
CASILDA: ¿Tengo cara de asesina yo?
LUISA (A HERMINIA): Chiquita… (HERMINIA niega con la cabeza. LUISA se dirige a
EDUARDO.) Todos sabemos lo que es pagarle el colegio a catorce chicos. ¿Tu señ ora
es buena?
EDUARDO: Es una combinació n entre amable y sargento.
LUISA: ¡Con una mujer así y catorce bocas para alimentar es entendible que se le clave
un cuchillo a alguien en un apagó n!
EDUARDO: Yo no le clavé un cuchillo a nadie. Me impresiona hasta pinchar las
aceitunas rellenas y las agarro con los dedos. Enrique era amigo mío. ¿Y usted?
LUISA: Me hago cargo de lo que hago yo y lo que hace Roberto. (A JESUS.) Somos gente
que no le debe nada a nadie. Supongo, muchacho, que vas a querer llamar a la policía.
(Un silencio.) ¿Querés o no?
JESUS: Creo que no.
LUISA: ¡Ah bueno! Eso está bien. ¿Por qué no?
CASILDA: ¿Por débil?
JESUS: No, por cagó n.
LUISA: Yo creo que la cosa está muy clara, entre nosotros hay un asesino. Y nos vemos
en el aprieto de ocultarlo si no queremos ir todos presos llamando a la policía.
FAUTINA: ¿Có mo?
LUISA: ¿A vos te importa quién mató a este? Lo que importa es no verse mezclado en
su muerte. No sé si somos del pueblo que má s cumple con la ley, ¡pero si somos del
que le tiene má s miedo a la ley!
CASILDA: Eso no hay duda.
LUISA: Bueno vamos a sacarlo.
EDUARDO: ¿No pensará que vamos a meter a este también en mi auto no?

27
LUISA: ¿Cabe en el portaequipaje?
HERMINIA: De sobra, y queda lugar para un gato.
EDUARDO: ¡No, me niego!¡Si alguien me para le voy a tener que decir que estoy
llevando dos muertos!
ROBERTO: No entendés nada. Cuando la policía indague damos tu nombre y listo.
Podés haberlo matado. Eran amigos, se conocían.
EDUARDO: A ver...
FAUSTINA: También era amigo nuestro. O nos salvamos todos o todos vamos adentro.

(Un silencio.)

JESUS: Me parece un planteo muy ló gico.


HERMINIA: ¡Vamos!

(Un gesto de ROBERTO, que con la ayuda de JESUS y EDUARDO, retiran a


ENRIQUE a segundo término.)

JESUS: ¿El de la chimenea quién es?


LUISA: Lo mató el dueñ o de la casa. Un diplomá tico que está de viaje.
ROBERTO: ¿Ponemos en filita los muertos?
LUISA: Dale. Acomodalos como puedas. Ese detrá s del sofá . Vamos a sacar primero al
má s calentito. ¡A ver… las chirusas!
CASILDA y FAUSTINA: Diga.
LUISA: Corranse. La rubia va atrá s. Vos vas a recibir la informació n.
FAUSTINA: Y le leo el horó scopo.
LUISA: Recibís la informació n de tu amiga. En cuanto se aseguren de que la escalera
está libre, salimos nosotros. Buena suerte, chicas. (Las empuja por la puerta del foro.)
Sin prender la luz y sin usar el ascensor. (Desaparecieron las dos.) Herminia,
asegurá te de que está todo en orden ahí adentro. (HERMINIA desaparece por la
segunda izquierda.) Agarrá la otra valija, Roberto. (ROBERTO hace mutis por la
primera izquierda.) Es raro, muy raro.
EDUARDO: ¿Qué?
LUISA: Lo mataron por algo en particular. Si apenas vio al muerto. Pero quien lo mató
supuso que no era bueno que viera el cadá ver del amigo del diplomá tico.
JESUS: ¿Y qué supone?
LUISA: Anda a saber.
JESUS: Pero, no creerá …
LUISA: Vos está s libre de sospechas. No conocías la casa y el cortacorriente esta atrá s
de la puerta. (Señala la de la derecha.) Y hay algo con una llave que me preocupa
muchísimo. ¿Qué encontramos en el hombre de la chimenea y qué no encontramos?
EDUARDO: A ver, si decidimos no hacernos preguntas y sacarnos los muertos de
encima, pare acá nomá s y terminemos.
LUISA: Está bien.
ROBERTO (Sacando la otra valija.): Todo en orden.
HERMINIA (Apareciendo por la segunda izquierda.): Todo en orden.

28
LUISA: Roberto. Ponete al lado del muerto 1. Y por nada del mundo se les ocurra
soltarlo.
JESUS: Parece que alguien está subiendo.
LUISA: ¡Atentos!

(CASILDA pálida.)

CASILDA: Doñ a Luisa… Vamos a tener que meter a estos dos en la cama porque de acá
no los sacamos ni a palos.
LUISA: ¿Qué pasa ahora?

(Entra FAUSTINA y cierra la puerta. Está desencajada.)

FAUSTINA: Esto ya es desgracia.


EDUARDO: Carajo… ¿qué pasa?
CASILDA: ¿Escuchaste el ascensor del tercero…?
ROBERTO: Sí. Casa del ginecó logo. Lo habrá n llamado para un parto.
CASILDA: No, señ or. Le traían unas cosas que está n haciendo falta acá .
HERMINIA: ¿El qué?
FAUSTINA: La madre del ginecó logo pasó a mejor vida.
LUISA: ¡No!
CASILDA: Si. Y está la escalera llena de viejas y visitas dando el pésame que no se
puede ni pasar.
JESUS: ¡Dios!
CASILDA: A mí me abrazó un señ or y me empezó a decir: “Era muy buena. Era muy
buena…”
FAUSTINA: ¡Vos sos la ú ltima en enterarte de todo!
CASILDA: ¿Y vos? Al que te agarró del brazo y te preguntó : “¿sufriste mucho?” ¡Y le
empezaste a contar tu infancia, infeliz!
FAUSTINA: ¡Y yo que sabía! ¿Có mo puedo imaginarme que el edificio está lleno de
muertos?
LUISA: Si yo fuera supersticiosa sería para creer que el portero es yeta.
JESUS: A ver, ¿qué hacemos…?
HERMINIA: Doñ a Luisa…
LUISA: Quietos, muchachos. Un momento de reflexió n. Tengo en la cabeza una serie de
cosas que no me dejan pensar. ¿Dó nde tenés el auto?
EDUARDO: Acá abajo.
LUISA: Bueno. Si vos no podés sacar una cosa por la puerta… ¿por dó nde la sacarías?
EDUARDO: Que se yo, por la ventana.
LUISA: Exacto, por la ventana Roberto.

(ROBERTO acude al ventanal. Lo abre)

ROBERTO: El auto está justo acá abajo en la cortada, acá no pasa nadie porque es calle
sin salida.
LUISA: ¿Y a puerta de entrada?

29
ROBERTO: Está doblando pero no se ve.
JESUS: No irá usted...
LUISA: Si, a bajarlos por la ventana.
EDUARDO: ¡Ah, ¿pero usted que está fumando?!
LUISA: ¿Te animá s a bajarlos por la escalera?
EDUARDO: ¡No!
LUISA: Entonces no hay má s que hablar del asunto.
JESUS: ¿Tiene pensado bajarme a mi también?
LUISA: No, ¿por qué?
JESUS: Porque en diez minutos estoy listo.
CASILDA: Está muy mal de los nervios, pobre.
LUISA: Herminia...
HERMINIA: Si.
LUISA: Solamente hay un inconveniente (Señala la ventana.) Hay que alejar al sereno
que está en la esquina.
HERMINIA: ¿Có mo?
LUISA: Vas y le sacá s conversació n. Le contá s de algo tuyo, que te gustá tomar té
caliente, no se. Y poné en prá ctica todo eso de la "chica decente" que le hiciste creer a
Eduardo, para llevarlo un rato a un bar medio alejado. Tratá de no agarrarle cariñ o a
nada de valor del sereno, porque éste no te va a perdonar nada.
HERMINIA: Perfecto.
LUISA: ¡Total concentració n! Esperá ver a Roberto al lado del auto y ahí me hacés la
señ al. Suerte. (HERMINIA baja por las escaleras) Roberto, abajo, y ni bien baje los
cuerpos, los ponés como sea en el portaquipajes.
ROBERTO: Bueno.
LUISA: Vamos. (Desaparece ROBERTO.) Desatá la cuerda. Vamos a pasá rsela a éste.
Ayudá me.

(EDUARDO se pone manos a la obra e intenta desatar el nudo de la chimenea.)

LUISA: ¡Vamos!
CASILDA: ¿Usted no tendrá un cigarrillo?

(LUISA le tira un paquete.)

FAUSTINA: ¡Casilda! ¡Sacate ese vicio!

CASILDA: Bueno me calma los nervios.


EDUARDO: Lista la cuerda.

(La sacó de la chimenea y de los hombros del primer cadáver.)

LUISA: ¿Suficientemente larga?


EDUARDO: No da para seis pisos.
LUISA: En el lavadero hay mucha má s.

30
(Una señal a FAUS. FAUS sale por la derecha.)

CASILDA: ¿Fuego?
JESUS: Como no.
LUISA (Pensativa.): Billetera, dinero…
JESUS: ¿Qué dice?
LUISA: Trato de acordarme qué es lo que le faltaba a ése. Hay algo anormal. Yo vi algo
anormal que no me puedo acordar.
JESUS: Déjelo de una vez.
LUISA: Si. Hay que dejarlo.

(FAUSTINA con dos rollos de cuerda.)

FAUSTINA: ¿Sirve?
LUISA: De sobra. Vamos a empalmar.
JESUS: ¿A empalmar o palmar?¡No puedo má s! (Angustiado)
LUISA: Por el momento empalmamos, que de palmar siempre hay tiempo.

(Proceden todos a anudar a la otra cuerda, la nueva.)

JESUS: ¿Ladrona?
LUISA: Desde chiquita.
JESUS: ¿Y el otro?
LUISA: Cuando hay un negocio importante me llama. Lo conozco hace un añ o.
JESUS: ¿El del auto?
CASILDA: Se casó .
JESUS: Y quiere vengarse.
EDUARDO: Pretendía echarse una cañ ita al aire.
FAUSTINA: Es padre de familia numerosa. Ya lo escuchaste. Catorce hijos.
LUISA: Está fuerte.
JESUS: Si, divino.
LUISA: Digo la cuerda. Pasá sela al muerto 2 por los hombros. (EDUARDO y JESUS
acondicionan el cadáver de ENRIQUE.) Con cuidado. Por debajo de los brazos. Así.
Trá iganlo acá . ¡No, no lo arrastren! ¡El vecino de abajo! Que ayuden las tilingas.
(FAUS Y CASILDA ayudan a EDUARDO y JESUS. Llevan al balcón el cadáver.) Ya está
Roberto abajo y Herminia preparada. Ustedes dos, (A FAUS y CASILDA) Agarren el
extremo de la cuerda, y aguanten. (FAUS y CASILDA al centro de la escena. Se
preparan.) Levá ntenlo.
EDUARDO: Nos van a ver desde una ventana.
LUISA: Pó nganlo en la baranda. (Obedecen.) ¡Chicas, con fuerza, no sea que se vayan
ustedes también de cabeza! (A los otros.) ¡Suelten! (JESUS y EDUARDO dejan caer el
cadáver de ENRIQUE. La cuerda en el centro del escenario se pone tensa. LUISA lanza
una señal con la mano. Suenan unas palmadas y la voz de HERMINIA llamando
“Sereno”. Otra voz masculina: “Voy”) Está bien, larguen soga. De a poco.

(FAUS y CASILDA obedecen.)

31
CASILDA: Tengo ganas de estornudar.
FAUSTINA: Te aguantá s, porque si estornudá s, aflojá s y si aflojá s hacemos un vuelo
sin escalas.
CASILDA: ¡Ay!
FAUSTINA: Ponete el dedo en la nariz, imbécil.
CASILDA: ¿Qué dedo?
FAUSTINA: Doñ a Luisa… ¿quiere ponerle el dedo en la nariz a mi amiga? Es que va a
estornudar.
LUISA: Eso es un reflejo nervioso. (Le pone el dedo en la nariz.) ¿Querés que te la
limpie?
CASILDA: No hace falta. Ya estoy mejor.
JESUS: Ya va por el tercero.
EDUARDO: Por la casa del ginecó logo.
CASILDA: Van a ver cuá ndo lo vean los del velatorio. Se van a creer que es un amigo de
arriba que le viene a dar la bienvenida a la muerta.
LUISA: Suelten de a poco, Roberto lo espera. Herminia está en la otra esquina (El
timbre de la puerta) ¡Todos quietos! ¿Dó nde vas vos? (A JESUS)
JESUS: A meterme directo en la chimenea y me atan la soga y listo.
LUISA: ¡Pero es posible que la ú nica que este tranquila sea yo! No se muevan. (Mira
por el cerrojo.) El vecino de abajo. Les dije que no arrastraran el cuerpo. Empú jenlo
debajo del sofá , por favor. (Introducen el cadáver debajo del sofá.) Agarren la punta
de la cuerda y atenlo al silló n macizo que está en la entrada del pasillo. Es pequeñ o
pero pesa una tonelada. (EDUARDO se introduce en la segunda izquierda con la
cuerda que aún sostiene las tilingas.) Jesú s atendelo vos, despachalo como puedas y
justifica esa cuerda.
JESUS: ¿Qué le digo?
LUISA: ¡Inventá ! Nosotros a la cocina.
JESUS: Pero...
LUISA: ¡Vamos!

(Desaparecen los 4 por la derecha. Y la cuerda queda atravesando la escena


desde el ventanal hasta perderse por la segunda izquierda. JESUS abre la puerta,
ANGEL en ella.)

ANGEL: ¿Se acuerda de lo que le dije antes?


JESUS: No.
ANGEL: Claro, ¿có mo se va a acordar si no es el mismo?¿Dó nde está ?
JESUS: (Nervioso.) ¿Cuá l de los dos? Porque tenemos uno debajo del sofá y el otro
tomando fresco.
Angel: ¡¿Có mo?!
JESUS: No me haga caso.
ANGEL: ¿Y el secretario?
JESUS: Tenía unos papeles que entregar.
ANGEL: ¿A la madrugada?

32
JESUS: Si, en realidad tiene que entregarlos al mediodía, pero en Salta y vió que hay
unas cuantas horitas hasta allá . (Se saca el sudor.)
ANGEL: ¿Y usted?
JESUS: Soy un primo. Vine a darle una mano… y como hay tanto que tender vio…

(Señala la cuerda.)

ANGEL: Ah entiendo… es por el nene.


JESUS: ¿Se murió , no?
ANGEL: No, por Dios.
JESUS: Bueno sá quelo del edificio porque se muere.
ANGEL: Escucheme. Ya se lo dije a su primo. Duermo ahí. La ventana da al frente. Y el
nene al lado… Y entre la señ ora de abajo, que no respeta los horarios de sueñ o y acá
que no hacen má s que arrastrar sillas, me lo volvieron a despertar.
JESUS: No se preocupe, no va a volver a pasar.
ANGEL: ¿Pero pasa algo?
JESUS: ¿Acá ? Nada. ¿Qué va a pasar? (La cosa quedaría muy bien si no fuera porque por
la segunda izquierda aparece un sillón. La cuerda se está venciendo por el otro lado y
el sillón no tiene peso suficiente para evitarlo. El estupor de ANGEL no tiene límites.)
Las cosas comunes que pasan en cualquier casa de vecino. (La silla cruza ante él.)
Mire. Como todas las noches. Ya se va a tomar aire. (Empuja a ANGEL hacia el foro.)
No se preocupe, que en seguida la volvemos a encerrar. (Abre la puerta.) Lo hace
siempre. Es una silla de costumbres. Quedese tranquilo. Ya no despertamos má s al
nene. Hasta luego.

(Saca afuera a ANGEL y cierra la puerta. LUISA aparece seguida de FAUSTINA,


CASILDA y EDUARDO.)

LUISA: ¡Imbécil! No dije a esta silla, dije al silló n grande.


EDUARDO: Es que no veo.
LUISA (En la terraza): ¡Bueno! Lo acaba de agarrar Roberto. Soltó la cuerda. Tiren.
(Tiran todos recobrando la cuerda, mientras LUISA habla.) ¡Lo metió en el baú l! ¡No
me falló ! ¡Genial! ¡Nos queda el otro!
JESUS: Usted es una ladrona, especuladora, ¡con un cará cter horrible! No aguanto má s.
Me cansé.
LUISA: ¿Cuando ya hicimos lo má s difícil?
CASILDA: Es que ésta situació n nos va a matar. Usted está muy tranquila, pero a
nosotros ¡nos va a dar un paro cardíaco!
FAUSTINA: Casilda. Queda nada má s que el amigo del diplomá tico. Un esfuerzo y nos
vamos a casa.
EDUARDO (Señalando la puerta del foro.): Ese sube otra vez.
LUISA: Cuando quiera subir ya vamos a haber terminado. Vayan enganchando. (Toma
la silla y desaparece por la primera izquierda mientras los otros cuatro se dedican a
colocarle el nudo al otro cadáver que sacan apartando un poco hacia adelante del sofá.
LUISA aparece inmediatamente.) ¡Rá pido, muchachos! Ese pesa menos.
EDUARDO: ¿Por qué se pone mal la tilinga?

33
(En efecto, CASILDA se cubre el rostro con las manos.)

FAUSTINA: ¿Qué te pasa, Casilda? ¿Está s llorando?


CASILDA: Es que ya me acostumbre a la cara y me parece de la familia.
EDUARDO: Ya está .
LUISA: ¡Al balcó n! Ustedes como antes. Sostengan fuerte. (Se repite la misma
operación. FAUS y CASILDA con la cuerda en el centro de escena y EDUARDO y JESUS
en la baranda.) Arriba. ¡Upalala! (El cadáver en la baranda.) Suave. Suéltenlo. Sujeten
las chicas. Den cuerda… den cuerda… poco a poco. Acaba de llegar al piso de abajo.
¡Quietos!
FAUSTINA: ¿Qué pasa?
LUISA: Se quedó en el balcó n del vecino de abajo. Encima éste en un rato salía a mirar
las estrellas.
JESUS: Debe haber sido un golpe de viento.
LUISA: Y ademá s sentado en una silla.
CASILDA: Claro. Si tiene que estar re cansado.
LUISA: Tiren de la cuerda. Ustedes dos también. (EDUARDO y JESUS ayudan.) Ya está
fuera del balcó n. Suelten… despacio. ¡Mierda! Se encaprichó en quedarse sentado y
no hay quien lo saque. Tiren…

(La puerta del foro comienza a abrirse lentamente. ELENA en el umbral. Es una
mujer joven y hermosa. No ve los que están en escena.)

ELENA: ¿Qué hace tanta gente en la escalera?

(Una voz de hombre.)

DANIEL: Debe haberse muerto alguien.


ELENA: Si, cuando pasé por el ascensor se sentía gente llorar. Prendé la luz.
(Durante este diálogo los cinco personajes que están en escena, horrorizados, sueltan la
cuerda, LUISA la larga hasta el ventanal y les hace seña para que se pongan detrás de
ella a la derecha. Todos obedecen. ELENA entra en escena. Mira a su alrededor. El sonido
del ascensor que ha comenzado a bajar. Se sirve un trago. Entra DANIEL. Joven. Bien
vestido.)
DANIEL: Ya tomaste demasiado hoy.

(Deja el vaso. DANIEL lo limpia con el pañuelo.)

DANIEL: Y no toques nada, Esposa de Augusto Soriano


ELENA: Por favor.
DANIEL: ¿No sos su mujer?
ELENA: Si, pero no por gusto.
DANIEL: Eso espero. Cuantas quisieran estar en tu lugar. Un diplomá tico por marido y
vos te querés divorciar. (La besa.) ¿Por qué temblá s? Es un tipo despreciable. Má s de 3

34
millones de dolares escondidos por ahí y te tiró a la calle sin darte ni un centavo. Se
merece que le quitemos todo.
ELENA: No sé dó nde está . Ya te lo dije. Los guardaba muy bien.

(DANIEL comienza a colocarse unos guantes y ELENA lo imita.)

DANIEL: Es preciso estar tranquilos, calmados. Y terminar con esta situació n horrible
de una vez. Te echó de esta casa hace tres meses. ¿Tenés ahí la carta?
ELENA: Sí.
DANIEL: Leela de nuevo así repasamos todo.
ELENA (Lee exageradamente.): “Elena. Reconozco que te obligué a abandonar la casa.
Que probablemente me excedí en mis insultos. Pero me desespera que no me quieras
como antes. Me niego y me negaré siempre al divorcio. Por lo que a mí respecta
jamá s será s libre. O tal vez lo seas el día que me harte de mí mismo y me tire por el
balcó n. Te aseguro…”
DANIEL: Basta. Con eso basta. Guardala bien. Augusto se va a tirar por el balcó n. Quizá
alguien lo empuje. Pero eso no me importa. La policía sabrá que un diplomá tico se
tiró por el balcó n y que ya lo había anunciado dos meses antes.
ELENA: ¡Daniel!
DANIEL: Es nuestra ú nica oportunidad.
ELENA: Pero no quiero, no quiero llegar a esto, ¡vamos!
DANIEL: ¡No!
ELENA: No quiero.
DANIEL: Elena, vos misma me lo dijiste: “Si él se muriera yo sería libre”. Bueno, en eso
estamos. Y te vas a poder quedar con todo.
ELENA: ¡Anda a saber dó nde tiene guardada la plata!
DANIEL: La policía va a hacer un registro. Ahora tené paciencia y en cuanto hayamos
tirado a Augusto por el balcó n trata de salir sin ser vista. Yo te voy a seguir. Las
circunstancias nos favorecen. Puerta abierta y gente en la escalera. Nadie se va a fijar
en nosotros. ¿El asistente?
ELENA: Sé que lo despidió ayer.
DANIEL: ¿Va a venir seguro?
ELENA: Viene directamente del club.
DANIEL: Cuando vos llamaste acá hace una hora…
ELENA: No atendieron el teléfono. Ya te lo dije. Y al club no había llegado.
DANIEL: Bueno. No queda má s que esperar. (En el ventanal.) Una noche hermosa.
Como dice el poema: Todos los asesinos viven esperando al asesino. Pues cada
criminal tiene otro aguardando para vengar su crimen anterior.
ELENA: ¿Querés callarte?
DANIEL: Mira. (Agarra la cuerda.) Mi papá decía que nunca se sabe lo que hay al final
de una cuerda. “¿Quién sabe lo que pusieron en la otra punta?” Es mejor no adivinar
lo que ataron al final de la cuerda.
ELENA: ¿Por qué no te callas?
DANIEL: Estoy tratando de divertirte. (Suelta el cabo.) ¡Vamos, Elena, confía en mí!
Mira el cielo. ¿Sabés? A veces me gusta dormirme mirando a las estrellas.

35
(Y en ese instante suena un aullido desgarrador.)

ELENA: ¿Qué fue eso?


DANIEL: No sé.
ELENA: ¡Gritaron ahí!

(Señala el ventanal.)

DANIEL: No. Estoy seguro que fue en la escalera.


ELENA: Ahí.
DANIEL: Sea donde sea no importa. Hay un muerto en la casa. Lo estará n llorando.
¡Tranquilizate! ¿Ves? No se escucha má s. ¡Vamos, Elena!

(Suena insistentemente el timbre de la puerta. Los dos se quedan mirando.)

DANIEL: ¿Puede ser él?


ELENA: Tiene llave. Y al asistente lo despidió .
DANIEL: ¿Seguro?
ELENA: Seguro. A veces le dejaba la llave a algunos amigos para que vinieran con
mujeres. A lo mejor es alguno de ellos.

(DANIEL mira por la ventanilla.)

DANIEL: No se ve nada.
ELENA: Probablemente es él.
DANIEL: Escuchá . Métete en el dormitorio y dejame a solas con tu marido. Cuando
termine todo te llamo.

(Atención. Durante el párrafo los cinco salieron dirigidos por LUISA y subieron el
cadáver nuevamente por el balcón. Luego lo retiran haciendo mutis por la
derecha.)

ELENA: Dejalo, Daniel. Vamos. Es un crimen espantoso.


DANIEL: Es la ú nica salida para que nos quedemos juntos. ¡Dale!
ELENA: Pero…
DANIEL: Hacéme caso.

(ELENA asiente y desaparece por la primera izquierda. DANIEL se prepara. Abre


la puerta con precaución. En el foro está ANGEL con los ojos desorbitados y un
bebé en los brazos.)

ANGEL: Desde acá . ¡Por mi hijo! Me lo colgaron de acá . Yo vi que venía de este balcó n.
Confiese… No, no confiese nada, porque usted no es el mismo.
DANIEL: Ehh…
ANGEL: ¿Cada vez que subo acá me tiene que recibir un señ or diferente? ¿Dó nde está n
los otros?

36
DANIEL: ¿Qué otros?
ANGEL: Uno se fue a Salta. ¿Y el del silló n?
DANIEL: Le aseguro que no sé de qué está hablando.
ANGEL: ¿Por qué me pusieron un muerto en el balcó n?
DANIEL: ¿Un muerto…?
ANGEL: Sí. Colgado de una cuerda. Y le acertaron a una silla y debe haber estado
articulado porque hasta cruzo las piernas. Yo entre dormido abrí los ojos y cuando
veo por la ventana, digo: ¡Uh, la suegra tomando aire en el balcó n! Pero no... ¡Un
muerto! Entiendo que entre mi suegra y un muerto no hay mucha diferencia de
belleza, pero cada uno que se haga cargo del muerto que le toca.
DANIEL: Y segú n usted lo bajaban desde acá .
ANGEL: Sí.
DANIEL: En el balcó n no hay nada.
ANGEL: Nada.
DANIEL: Ni siquiera una cuerda. (Pensativo.) Aunque debía haber una cuerda. Hay dos
pisos má s encima de este. Téngalo en cuenta.
ANGEL: Escucheme. No me importa nada. No sé a quién le va a tocar la guardia dentro
de cinco minutos. No sé si la pró xima vez que llame me va a abrir el papa. Ya ni me
importa que se desplacen las sillas… pero un muerto no… un muerto no me lo
manden. ¡Ustedes se pusieron de acuerdo con el portero para que deje el
departamento!
DANIEL: Quizá s sean ideas suyas.
ANGEL: ¡Lo vi!
DANIEL: Estaba adormecido, seguro que se quedó pensando en que ha había una
muerte en la casa. Abrió los ojos y creyó ver un cadá ver.
ANGEL: Pero…
DANIEL: Pasa mucho. A mí mismo me paso también.
ANGEL: ¿Y usted quién es?
DANIEL: Soy el asistente de Augusto.
ANGEL: ¿Ve? Las dos veces anteriores me han recibido…
DANIEL: Lo recibí yo mismo, señ or.
ANGEL: ¿Usted?
DANIEL: Sí, señ or.
ANGEL: ¿Y qué me dijo?
DANIEL: La primera se refirió al bebe. Preguntó si nos molestaba su llanto. Yo dije que
no.
ANGEL: ¿Y la segunda?
DANIEL: Se quejó de algunos ruidos. Y estuvimos hablando de Boca.
ANGEL: Pero si soy de River.
DANIEL: Ya lo sabía. Las rarezas se saben siempre. (ANGEL lo mira desconcertado.)
Tó mese una aspirina y un vaso de leche bien caliente. Se va a mejorar.
ANGEL: Sí, señ or.
DANIEL: O lea un poco. Tranquilícese.
ANGEL: Sí, señ or. ¿Esto es un nene, verdad?
DANIEL: Un nene.
ANGEL: Y mi mujer me dijo que es mío.

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DANIEL: Cuando su mujer se lo dijo hay, por lo menos, un treinta por ciento de
probabilidades de que sea suyo.
ANGEL: Bueno… por este nene le juro que la pró xima atracció n que tenga por la
ventana, la comparto pero con la policía. Acá pasa algo raro o yo me estoy volviendo
loco. Y no me voy a quedar con la duda. Buenas noches.

(Sale. DANIEL cierra la puerta. ELENA está ya en la primera izquierda.)

DANIEL: ¿Cuá ntas llaves había?


ELENA: La de Augusto y la que yo me llevé.
DANIEL: Bueno Augusto está en la casa. O estuvo. Y va a sonar rarísimo pero parece
que el que cometió un crimen fue el.
ELENA: Ese hombre…
DANIEL: Tenía razó n. Yo mismo agarré el final de la cuerda cuando te hablaba y ahora
no está .
ELENA: ¿Pero alguien puede descolgar un cadá ver…?
DANIEL: É l es capaz de todo.
ELENA: Vá monos.
DANIEL: Sí. Se complicó la cosa. Pero a nuestro favor. Hay que encontrar ese muerto
como sea. Hay que contarle a la policía en la cara que Augusto es un asesino. Eso te
deja libre. (La puerta del foro se abre silenciosamente un poco.) ¡Andate! Es asunto
mío. Espérame en el auto. Mezclate entre la gente del velorio y bajá . Andá .
ELENA: No, sola no.
DANIEL: ¡Haceme caso!

(Abre la puerta del foro. La cierra tras ELENA. Acude al ventanal. Mira.
Desaparece por la derecha. Una pausa. Por la derecha entra LUISA, seguida de
EDUARDO y JESUS, que llevan el cadáver en brazos.)

LUISA: ¿Dó nde está ?


EDUARDO: En el cuarto de servicio.
JESUS: Nos habrá visto pasar.
LUISA: No.
EDUARDO: Va a encontrar a las tilingas.
LUISA: Les dije que tiraran con toda su alma de la puerta de la despensa.
JESUS: Es igual. Va a encontrarse con el fiambre.
LUISA: Hay una puerta de comunicació n entre el dormitorio y el pasillo.
EDUARDO: Sí.
LUISA: Adentro.

(JESUS y EDUARDO hacen mutis siguiendo a DOÑA LUISA por la primera


izquierda. Aparece DANIEL. Parece haber percibido algo. Corre y entra por la
primera izquierda. Una pausa. Por la segunda izquierda salen DOÑA LUISA,
EDUARDO y JESUS cargando el cadáver. Vuelven a entrar por la segunda
izquierda. Por la segunda sale DANIEL. Vacila y entra por la primera izquierda.
Salen por la segunda los tres con el cadáver.)

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JESUS: No puedo má s. Me voy a caer.
LUISA: Adelante.

(Entran por la primera izquierda. Por la segunda sale DANIEL. Penetra por la
primera. Por la segunda salen LUISA y EDUARDO con el cadáver.)

¿Se lastimó mucho?

EDUARDO: No sé. Se cayó redondo. Y usted le dio un puntapié para ponerlo debajo de
la cama.
LUISA: Sentalo ahí.

(EDUARDO lo deja en una silla. LUISA quita la funda de la otra)

EDUARDO: ¿Qué va a hacer?


LUISA: Ayudame.

(Colocan la funda sobre el cadáver. Desaparecen por la primera izquierda. Por la


segunda entra DANIEL. Mira a su alrededor. Se seca el sudor. Piensa algo. Y
despacio se sienta en el sillón ocupado por el cadáver. Enciende un cigarrillo y se
apoya en el brazo. Mira a los pies. Y descubre que en lugar de los dos suyos hay
cuatro. Toca uno. El suyo. Ahora el del muerto. Se levanta. Enrolla la funda.
Descubre el rostro del cadáver. Retrocede.)

DANIEL: ¡Pero si es…! ¡No!

(Corre hacia la puerta del foro y la abre. Sale cerrando tras de sí. Aparecen LUISA
y EDUARDO sosteniendo en brazos a JESUS.)

LUISA: ¡Despertalo! ¡Vamos!

(Aparece por la derecha FAUSTINA y CASILDA. Ésta con la cuerda en la mano.)

FAUSTINA: ¿Lo descubrió ?


LUISA: Sí, lo descubrió .
CASILDA: A ver. Otra solució n: en vez de usar la cuerda para bajar muertos, nos
bajamos entre nosotros y nos vamos metiendo en el portaequipajes todos juntitos.
LUISA: ¡No!
JESUS: ¿Por qué tengo que estar viviendo esto? Mi Dios...
LUISA: Ese hombre va a tardar cinco minutos en llamar a la policía y la policía en cinco
minutos estaría acá . Tenemos diez minutos.
EDUARDO: Pero ellos eran unos asesinos. Querían liquidar a Augusto.
LUISA: Y nosotros somos inocentes, pero entre nosotros está el que mató a Enrique.
Lo mejor es salir ya y no dejar rastro. ¡Agarrenló !
JESUS: Me niego.

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LUISA: Pero ¡que infeliz!

(EDUARDO y FAUSTINA agarran el cadáver del hombre, lo sacan al balcón.


LUISA se hace cargo e la cuerda, ayuda para colgar la soga en el cuerpo del muerto.)

CASILDA: ¡Por Dios! Hubiera sido má s fá cil llamar a la policía desde un principio.
FAUSTINA: ¡Que graciosa!
LUISA: La chica es bruta. Pero ahora tiene razó n. Si no éramos culpables, ¿por qué no
llamar a la policía? ¿No sabe que só lo un veinte por ciento de los habitantes del
mundo puede llamar a la policía impunemente? Yo lo aprendí muy rá pido. (Han
atado el cadáver.) Levá ntenlo. Yo sostengo la cuerda por el otro lado.
FAUSTINA: No se vaya a caer de cabeza usted ahora.
LUISA (En el centro de escena con la punta de la cuerda.): Suelten. (La cuerda se tensa.)
Voy a ir aflojando de a poco. Traten que no caiga en el balcó n de abajo o ese hombre
se nos sube a dormir acá .
FAUSTINA: Cuerda. ¡Cuidado! Suelte fuerte cuando le avise que va a pasar por el
ventanal.
JESUS: ¿Le juego algo a que oímos otro grito?
CASILDA: Lo que me gustaría saber es quien va a recibirlo, ahora.
JESUS: Lo recibimos los dos y le digo que me casé. Y vos sos mi mujer.
CASILDA: Eso. Y la vieja es tu madre.
FAUSTINA: Bueno. ¡Dale!

(LUISA larga la cuerda.)

EDUARDO: ¡Pasó ! Adelante. Despacio.


FAUSTINA: Por el tercero. Segundo.
LUISA: ¿El sereno?
EDUARDO: Esta con Herminia que lo está entreteniendo.
LUISA: ¿Roberto?
EDUARDO: Al lado del auto.
LUISA: Bien. Suelto.
FAUSTINA: Primero. ¡Vía libre!
EDUARDO: Lo agarró . Tirá de la cuerda.
FAUSTINA: Esperá que todavía no lo soltó y lo volvió a subir. (LUISA suelta la cuerda.)
¡Listo! (LUISA empieza a juntar la cuerda.) Dale. ¡Vamos!
LUISA: Calma.
EDUARDO: Herminia viene hacia acá .
FAUSTINA: Se está despidiendo del sereno.
LUISA: Tenemos todavía tres minutos. Ú senlos como quieran.

(EDUARDO marca un número al teléfono. JESUS y CASILDA se están mirando con


profunda simpatía.)

JESUS: Usted también está mal de salud.


CASILDA: Un poco.

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JESUS: Y con esa vida de ustedes llena de alegría.
CASILDA: La empezaba hoy. Y si todo es como lo de esta noche, me voy a meter a
monja.
JESUS: ¿Tenés un numero donde llamarte?
CASILDA: Si. 222-22-22 (Pausa.) ¿Se lo va a acordar?
EDUARDO (Al teléfono.): ¿Que pasa que tardas tanto en atender el teléfono? Sí, mujer.
Bueno. ¿Có mo está n los chicos? Sarampió n. ¿Cuá l? Emilito. ¿Emilito es el del jersey
azul? ¡Ah! El que come poco. Ahora voy para allá . ¿Vos có mo está s? Ahora voy para
allá . Ahora voy para allá .

(Y cuelga.)

LUISA: De acuerdo, chicos. Cuando nos separamos, todos nos vamos a olvidar de los
nombres de los demá s. Un esfuerzo… por fin libres y… ¡a vivir! (Abre la puerta del
foro y cae a escena el cuerpo inanimado de un hombre. Todos retroceden. LUISA cierra
la puerta. Lo mira y dice.) ¡Otro!
FAUSTINA: ¡Buenas noches!
EDUARDO: Con su permiso.
LUISA: ¡Ustedes no se van!
EDUARDO: ¡Señ ora, por Dios!
CASILDA: ¡Pero que es esta lluvia de muertos!
LUISA: ¡Hay que…!
EDUARDO: Irse. Eso es lo que hay que hacer. ¡Irse!
JESUS: Eso. Y que vayan llegando.
LUISA: Les ordeno que se queden.
EDUARDO: Usted no puede ordenar nada, señ ora. Usted no tiene fuerza moral. Usted
dice ¡a vivir! y nos mandan otro muerto.
LUISA: Hay una confusió n.
CASILDA: ¡Sí! Se está n confundiendo este departamento con la morgue ¡por favor!
LUISA: Eso es una locura.
JESUS: ¡Fuera má scaras! Usted no es una vieja, sino un muerto disfrazado.
LUISA: Y vos algo peor que un muerto: ¡un pelotudo!
EDUARDO: ¿Pero qué esperamos para irnos? ¿No se dan cuenta? Si tiene la cuerda en
la mano. Dos minutos má s acá y otra vez estamos todos descolgá ndolo por la
ventana.
FAUSTINA: ¡Déjenos pasar!
LUISA: No.
EDUARDO: ¡Fuera!

(La puerta del foro se ha abierto. HERMINIA en el umbral)

HERMINIA: ¿Pero por qué no bajan? (LUISA le señala al muerto nuevo.) ¡Ay por Dios!

(ROBERTO tras ella)

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ROBERTO: Doñ a Luisa… hay que correr. Ya está todo en orden (Ve el cadáver.) ¡No
joda! (Cierra la puerta.) Pero si es…
LUISA: ¿Lo conoces?
ROBERTO: Si. Es un periodista. Vino a hablar varias veces con Augusto. No parecían
llevarse muy bien.
LUISA: No. Es que se llevaba muy bien con su mujer.
HERMINIA: Entonces…
LUISA: Estuvo también la mujer. Y se puso unos guantes. Esperaban al asesino, al
diplomá tico, para mandarlo también a mirar flores desde abajo.
EDUARDO: ¿Qué nos importa todo eso? Tengo un hijo con sarampió n. Vá monos y
acabemos con esta pesadilla. Es preferible la cá rcel antes que encontrarse muertos
debajo de las alfombras.
CASILDA: Confiese, vieja picarona. ¿Dó nde nos ha puesto usted el pró ximo?
LUISA: El caso es que este pobre hombre descubrió el cadá ver del amigo del
diplomá tico, soltó el famoso… “¡pero si es!”… salió corriendo y le dieron un mal
golpe en la cabeza. Y lo dejaron apoyado en nuestra puerta.
FAUSTINA: ¿Entendido? Bueno andando.
HERMINIA: De acá no se mueve nadie.
FAUSTINA: Sos policía, ¿cierto? Lo pensé desde que te vi.
HERMINIA: Tenés un ojo como para que te operen de cataratas. No nos movemos de
acá …
LUISA: Hasta que descubramos esta serie de crímenes en cadena.
HERMINIA: Exactamente.
LUISA: Eso es lo sensato.
JESUS: Pero usted dijo que teníamos diez minutos solamente.
LUISA: Porque no contaba con que alguien iba a impedir a éste que llamara a la policía.
CASILDA: ¡Está el padre de la criatura! El de abajo.
LUISA: Intentemos no hacer ruido. Entre nosotros hay un asesino y tenemos la
necesidad de descubrirlo. Vamos.
EDUARDO: No estoy de acuerdo. No voy a dejar que descubramos nada. Porque
apenas nos acerquemos al sospechoso, se apaga la luz y tenemos que bajar a otro
muerto por el balcó n.
HERMINIA: Dejá a la vieja que haga su trabajo.
ROBERTO: Tiene un cerebro de primera calidad.

(EDUARDO intenta marcharse.)

LUISA: Lo ú nico que me falta por saber es có mo mataste a éste.


EDUARDO (Pá lido.): ¿Qué dice?
LUISA: Los otros no tienen misterio. Pero éste… ¿có mo se las arregló usted?
EDUARDO: ¿Se volvió loca?
LUISA (Toma el teléfono.): Voy a llamar a la policía y vos le explicas detenidamente
có mo tenés dos muertos en el portaequipajes del auto.
EDUARDO: Quieta.

(La detiene.)

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LUISA: ¿Por qué fingiendo que no estabas conforme nos ayudaste tan rá pido a
deshacernos de los cadá veres? ¿Y por qué conocías a Enrique y có mo sabías su
participació n en este rompecabezas? ¿Y có mo…?
EDUARDO: Bueno, está bien. La ayudo a descubrir al asesino.
LUISA: Así me gusta.
FAUSTINA: Pero nosotras…
LUISA: Ustedes conocían la existencia de 3 millones de dó lares escondidos en el
departamento, que se los contó Enrique, que lo mataron para que no estorbara,
porque ya habían encontrado el botín.
CASILDA: ¡Mira como se las ingenia la vieja!
JESUS: Eso es una mentira.
LUISA: Vos estabas complotadas con ellas. En el fondo te sentías atraído por la tilinga
jovencita. (Todos se miran.) Lo que va a resultar dificilísimo probar es que esta pobre
vieja sin fuerzas estuvo jugando al sube y baja con tres muertos. (Un silencio.) ¿Qué?
HERMINIA: La escuchamos.
LUISA: Entre nosotros hay un asesino.
FAUSTINA: O una asesina.
LUISA: Naturalmente, las mujeres también somos buenas tejedoras. Un asesino torpe
y muerto de miedo que a toda costa quiere conseguir algo y no dudará de matar a
quien se interponga. El fin justifica los medios. Un asesino tonto hasta los huesos.

(Todos miran a JESUS.)

JESUS: ¿Qué pasa? ¿Soy el ú nico tonto? La chica también es tonta, ¿o no?
CASILDA: Perdida. Y mi amiga es idiota.
JESUS (Señ alando a EDUARDO): Y aquí el señ or.
EDUARDO: ¿Quieren callarse? Dejen hablar a esta vieja de mierda.
LUISA: Nos queda para completar la lista de sospechosos la mujer del diplomá tico
dispuesta a matarlo y que huyó . Y que pudo haber asesinado a su amante cuando
salían y lo abandonó acá .
EDUARDO: Entonces...
LUISA: Aquí hay una cuerda. Una larga cuerda como ésta. Al final está el asesino.
¿Tiramos entre todos de ella?
FAUSTINA: Tire de una vez.
LUISA: Roberto… ¿qué encontraste en el cadá ver?
ROBERTO: ¿En cuá l?
LUISA: En el 1. El amigo del diplomá tico.
ROBERTO: Un pañ uelo. Un block.. Una billetera.
LUISA: Una billetera. ¿Qué no encontraste en la billetera?
ROBERTO: …
LUISA: ¿Encontraste tarjetas?
ROBERTO: No.
CASILDA: ¿Ni Documento de Identidad?
ROBERTO: No.
LUISA: ¿Ni fotos?

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ROBERTO: No.
LUISA: Pero en cambio encontramos una llave.
ROBERTO: Sí. Se la guardó usted.
LUISA: Es ésta. Querida, (A CASILDA.) como está usted a los toqueteos con el enfermo
no me atrevo a pedirle una cosa.
CASILDA: ¿Qué le pegue?
LUISA: Que salgas al hall.
CASILDA: Claro. Y me asesinan.
JESUS: Salgo yo.
LUISA: Claro. Si el muerto 1 vino a ver a Don Augusto y Don Augusto lo mató , ésta es la
llave de casa del muerto. Bueno, intentá meterla en la cerradura y entrar con ella.
(JESUS toma la llave y sale.) Si esa llave funciona es nada menos que la quinta llave. Y
esa es la que abre de verdad la puerta. Las otras son todas copias. Atenció n. (Todos
miran a la puerta.) Meté la llave en la cerradura. (Ruido característico.) Intentá abrir.

(Varios ruidos. Forcejeo fuera.)

FAUSTINA: ¡No abre¡


CASILDA: Conteste... Ay... ¡Ya lo deben haber matado!

(La puerta se abre y entra JESUS.)

LUISA: Esta llave abre la puerta y esta llave identifica al cadá ver. Tenemos ausencia de
documentació n, llave del departamento y un detalle má s que lo dejo para el final.
Necesitamos un mó vil.
CASILDA: ¿Otro auto?
LUISA: Y lo tenemos. El robo de los tres millones de dó lares. Podrían haber sido los
celos de este tipo hacia la mujer del diplomá tico. Pero ya escuchamos que no. A ver...
en esta casa hay un bolso con tres millones de dó lares y voy a aclarar todo este
asunto. ¿Qué buscaba la mujer del diplomá tico?
FAUSTINA: Que el amante, pobrecito, matara a su marido, denunciarlo y después
quedarse con toda la herencia.
LUISA: Exacto. Por eso le insinuó tantas veces que "Si se muriera su marido, ella sería
libre"... Pero... ¿por qué lo mataron?
CASILDA: Porque reconoció el cadá ver. Porque dijo: "Pero si es..."
LUISA: ¿Alguien que se va de viaje, se deja la má quina de afeitar?
JESUS: ¡No!
LUISA: ¿Por qué el muerto 1 no tiene Documento de Identidad?
JESUS: Porque se lo quitaron para que no lo identifiquemos.
LUISA: No.
HERMINIA: Porque no lo tuvo nunca.
LUISA: Exacto. Porque lo que tuvo fue un pasaporte diplomá tico. Porque el muerto
que colgaba de la chimenea es quien nosotros pensá bamos que era el asesino.
Porque el muerto 1 no es un amigo del diplomá tico sino EL DIPLOMÁ TICO.
FAUSTINA: Siga... siga...

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LUISA: Y el verdadero asesino mató al muerto 2 para que no reconociera al
diplomá tico y a éste otro, por el mismo motivo. Pero con este se traicionó .
CASILDA: ¿Por qué?
LUISA: Porque para matar a éste, tiene que haberlo visto entrar. Y estar afuera de la
casa o ser vecino de ella y tener mucho interés en averiguar quién hay dentro y qué
es lo que pasa.
EDUARDO: Termine de una vez.
LUISA: En fin, só lo una persona podía saber que el diplomá tico guardaba tres millones
de dó lares, só lo una persona podía conocer a sus visitas habituales, só lo una persona
podía saber que el cortacorrientes de la luz estaba detrá s de esa puerta.
JESUS: Usted gritó “el cortacorriente está ahí”, cuando nos quedamos a oscuras.
LUISA: Porque me sabía la casa de memoria, porque había levantado esta mañ ana un
plano de ella y porque me lo dijeron. Y porque este departamento y el de abajo
tienen el interruptor en el mismo lugar. (HERMINIA le da a LUISA el teléfono. Marca
tres cifras.) ¿101? Desde la casa de Augusto Soriano, diplomá tico... hubo tres
asesinatos. Espere. La direcció n se la doy al final. Soy ladrona. Sí. Y me rodean seis
personas que ustedes detendrían en el acto. Y la verdad, es que no tenemos ganas de
estar presos. Anote. Vine a robar, pero en realidad me trajo alguien para que
registrara la casa. (ROBERTO da un paso adelante y la vieja saca una pistola del bolso
con la que lo encañona.) Y era el asistente de la casa. Debe haberse peleado con el
señ or. Si, con el diplomá tico.
ROBERTO: Me encontró buscando en su caja fuerte. Quería denunciarme. Tuve que
hacerlo.
LUISA: ¿Lo escuchó ?
ROBERTO: No sabía dó nde escondió la plata. Estuve má s de cuatro meses buscá ndola.
Quise convencer a todo el mundo de que se había ido de viaje y lo colgué de la
chimenea.
LUISA: ¿Está oyendo?
ROBERTO: No podía fallar. Nadie mira en el cañ ó n de una chimenea. Había que ganar
tiempo y registrar la casa. Por otra parte yo había planeado ya el robo con usted.
Estaba entre la espada y la pared.
CASILDA: ¿Lo escucha?
LUISA: No, no. No cuelgue. Hasta el final no le doy la direcció n.
ROBERTO: Pensé que usted encontraría los tres millones. Es un cerebro de primera
clase. Si usted registraba como sabe los encontraríamos. Todo el plan se arruinó
cuando me descubrió buscando en la caja fuerte y quiso denunciarme.
LUISA: Ya le diré como se llama. No se ponga nervioso.
ROBERTO: Desde la calle vi al periodista y a la mujer del diplomá tico entrar. Pensé
que todavía quedaba el cadá ver de Augusto acá , que lo podía reconocer, y aproveché
un instante, subí y lo golpee en la escalera.
FAUSTINA: Tranquilos. Se puso verborrá gico.
LUISA (A EDUARDO que tiene a ROBERTO agarrado por las solapas.): Soltá al chico. No
lo traten mal. Es un ser humano. (A ROBERTO.) Te vas a entregar… ¿no? ¿Qué
ganarías corriendo? Las cá rceles son có modas y hay cosas peores que una cá rcel. Los
ciudadanos pagan para que te mantenga el Estado. Te entregá s, ¿no? (ROBERTO
asiente y solloza. LUISA al teléfono.) Inspector, encontrará los dos cadá veres

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pegados a la puerta del edificio. Sí. É l lo va a esperar. No. Nosotros justo nos
está bamos yendo. Muy amables. Se llama Roberto Sierra. Juramento 2606. Sexto
piso. No se confundan y vayan a entrar en el quinto. Gracias, Inspector. Descuide. No
nos llevamos nada. (Cuelga.) ¡Bueno, muchachos! Ahora sí que hay que apurarse. ¡Al
fin libres!

(Abre la puerta y ANGEL está en el umbral.)

EDUARDO: ¡Adió s!
HERMINIA: ¡Virgen santa!

(Le cierran la puerta en las narices.)

CASILDA: ¿Qué hacemos?


FAUSTINA: Nos agarra la cana.
LUISA (Con la cuerda.): ¡Primera para bajar!
CASILDA: ¿Por dó nde?
LUISA: Por donde baja todo el mundo, hija mía. ¡Por la ventana!

(Se dirige hacia el ventanal, mientras cae rápidamente el…

TELON.

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