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CARTA ABIERTA A LA SECRETARIA DE EDUCACIÓN DISTRITAL

Doctora
BIBIANA RINCÓN LUQUE
Secretaria Educación Distrito de Barranquilla
E. S. D.

Atento saludo.

Los docentes a su cargo estamos desplegando nuestro máximo esfuerzo en función de


intentar llegar al máximo número posible de estudiantes en las actuales circunstancias,
sin reservarnos absolutamente nada y cumpliendo a cabalidad con nuestros deberes
por razones de vocación, responsabilidad y ética.

Aun cuando Ud. no nos lo haya preguntado, y seguramente no se haya detenido a


pensar sobre ello, nuestro trabajo se ha triplicado en términos de tiempo, todo en
función de suplir de la mejor manera nuestra ausencia en las aulas, a pesar de lo cual
no ha habido, hasta el momento, queja alguna de nuestra parte, muy a pesar de la
aparición de afectaciones en nuestra salud física por la exposición a largas jornadas de
trabajo bajo condiciones que muy seguramente los expertos en salud ocupacional
reprobarían.

Nuestra columna, nuestros músculos, nuestra vista, por solo mencionar tres factores,
están siendo sometidas a un sobre esfuerzo diario que se expresa en un grado
superlativo de cansancio al finalizar el día y en enormes dificultades para despertarnos
sin dolor corporal al día siguiente. Sin embargo, seguimos cumpliendo casi que de
manera estoica y no en función de lo que ordenen nuestros superiores jerárquicos sino
impelidos por el amor a nuestros estudiantes y a nuestra profesión. Para ello no han
sido óbice las enfermedades de base que muchos arrastramos como consecuencia o
secuelas de un ejercicio profesional no suficientemente reconocido. Nos ha tocado
oficiar, aparte de docentes, de agentes de call center, encuestadores, trabajadores
sociales, sociólogos y hasta psicólogos sin serlo y sin que por ello se nos remunere.

Pero más allá de lo meramente corporal, no debería olvidarse que las condiciones de
confinamiento, la incertidumbre, los temores, los requerimientos y presiones al interior
de nuestras familias, en términos de tiempo, las preocupaciones frente a cómo se
distribuyen en nuestros hogares los equipos para hacer teletrabajo y las obligaciones
cotidianas impostergables, sumadas a la preocupación por aquellos estudiantes a los
que la pobreza y la desigualdad excluyen, sin que el Estado actúe efectivamente para
protegerlos y salvaguardar sus derechos e intereses también pueden generar un
silencioso, pero no por ello inexistente, deterioro de nuestra condición y salud mental.

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Si el contratista de Salud del Magisterio, en lugar de beneficiarse económicamente de la
disminución de la demanda de servicios como efecto de la pandemia se dedicara a
hacer telemedicina y medicina domiciliaria, con profesionales en distintas áreas, pero
más en el de la salud mental, ya podría haberse percatado de los episodios de
irritabilidad y depresión que se esconden muy seguramente en muchos de los espacios
habitacionales de los maestros.

Lo que esperaríamos los educadores, bajo estas difíciles circunstancias, es que no se


nos deje de percibir humanamente. Que no se nos mitifique como el sector de la
sociedad inexpugnable a los efectos indirectos de la pandemia. Agradeceríamos de
nuestros superiores acompañamiento, comprensión de nuestras circunstancias y que,
de conformidad con el artículo 83 Constitucional, se presumiera en todo momento
nuestra buena y no nuestra mala fe como profesionales.

No obstante, lo que venimos encontrando y así lo dan a entender las permanentes y


cambiantes exigencias que de parte de Secretaría se hacen a nuestros directivos
docentes para que ellos nos la transfieran a los docentes, es que desde valoraciones
subjetivas y juicios a priori se cree que los maestros no están justificando debidamente
el sueldo y que, en consecuencia, hay que incrementar sobre ellos presiones y
exigencias de evidencias que fácilmente enmarcan ya en conductas de acoso laboral
que agravan nuestro ya de por si desfavorable panorama, conductas que, valga decir,
son sancionables, además, disciplinaria y penalmente.

Lo más grave de la situación, a mi juicio, es que se maneja un doble discurso. Mientras


públicamente se habla de flexibilizar procesos, de adecuar contenidos y formas de
evaluación y de priorizar el aspecto psicosocial con los estudiantes, privadamente se
exigen cumplimiento de contenidos en tiempos, desconociendo aspectos de nuestra
realidad como los graves problemas de calidad de conectividad en el país (que también
han quedado evidenciados con el aumento de la demanda del servicio) y las constantes
interrupciones del fluido eléctrico que atentan contra el normal desarrollo de las clases.
Para colocarle un solo ejemplo, el día martes no se aún cómo voy a desarrollar clases,
(con un celular cuya batería ya falla) cuando ELECTRICARIBE ha anunciado un
mantenimiento (que ha podido hacer el lunes festivo) que va de 7:30 AM a 5:30 PM.

Imponderables de esta naturaleza, que no son excepcionales sino frecuentes, atentan


contra el desarrollo ideal de las actividades escolares que la Secretaría y, quizás, los
directivos docentes imaginan. Pero más allá de ello hay razones de índole pedagógica
que al parecer no son suficientemente tenidos en cuenta. Para quien no ha estado o
seguramente dejó de ejercer hace ya algún tiempo la docencia quizás se conciba el
acto educativo facilistamente como la entrega de unos materiales para que en una
especie de lógica del "sálvese quien pueda" los estudiantes y sus padres los desarrollen
y los devuelvan para inmediatamente atiborrarlos con nuevas obligaciones del mismo
tipo.

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Para quienes ejercemos la docencia y no devengamos nuestro sustento desde la
comodidad de una oficina o tras un escritorio, es claro desde hace mucho rato, que el
docente debe mediar y guiar los procesos, atendiendo a factores tales como las
diferencias en los ritmos de aprendizaje, lo que nos obliga a hacer permanentes
adecuaciones en función, no de estrictamente entregar contenidos sino de ayudar a
construir saberes que resulten significativos.

Créame que desde la exigencia mensual de entregas periódicas de información a la


Secretaría, que entre otras cosas no dispone del personal suficiente y de la capacidad y
tiempo de revisión de los materiales de los varios miles de maestros que conforman su
planta de personal, uno de los únicos propósitos que efectivamente se logra es el de
distraer y sustraer al docente de lo esencial que es en si el acto pedagógico. Si
permanentemente se nos coloca a diligenciar formatos y papeles que a alguna persona,
haciendo gala de su sapiencia diseñó, se interfiere con el libre ejercicio y desarrollo de
nuestra profesión y con su cometido esencial.

No habría que perder de vista, además, que con las exigencias de entregas
permanentes de evidencias, en desmedro de lo estrictamente pedagógico, se envía un
mensaje equivocado al maestro que termina por entender que colocados en una
balanza pesan más el desarrollo apresurado de contenidos que los procesos
pedagógicos mismos.

Tal situación viene precisamente transfiriendo horas y cargas excesivas de trabajo


hacia los estudiantes, que sin la madurez mental suficiente para afrontar las presiones
excesivas puede también afectarse en su salud física y mental, lo que constituye un
crimen imperdonable y con serias repercusiones sociales en el corto, mediano y largo
plazo. Ya hay expresiones de preocupante cuadros e depresión en varios de nuestros
estudiantes. ¿Tocará acaso esperar a que se presente una situación irreparable en
algunos de los miembros de la comunidad educativa para salir a lamentarlo y entonces
si anteponer lo humano sobre el afán desmedido de medir y mostrar resultados? La
concepción de que el estudiante es una especie de “tabla rasa” por llenar, en pleno
siglo XXI, es anacrónica.

Ahora bien, desde el punto de vista jurídico, si bien es cierto que el artículo 67
Constitucional otorga al Estado la misión de “regular y ejercer la suprema inspección y
vigilancia de la educación con el fin de velar por su calidad”, tal preceptiva en ningún caso
puede interpretarse ni tiene el alcance de colocarse por encima de otras normas
superiores y/o no pueden ejercerse con menoscabo o invalidando los alcances del
artículo 27 Superior (anterior y prevalente) en el que el Constituyente dejó
taxativamente expresado que: “El Estado garantiza las libertades de enseñanza,
aprendizaje, investigación y cátedra”, norma que se haya en perfecta concordancia con los
también artículos constitucionales 20; 68 (inciso 3), entre otros.

En otras palabras, valga acotar que el ejercicio de la función docente está protegida
contra injerencias e interferencias externas, en tanto goza de una protección de rango
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superior derivada del artículo 27 mentado. La inobservancia de tal norma implica una
clara extralimitación del servidor público que lo hiciere.

Además, y no como un elemento menor, en concordancia con el artículo 83 Constitucional


se presume que en virtud de los procesos de selección transparente (concurso) que
adelanta el propio Estado la enseñanza está “…a cargo de personas de reconocida
idoneidad moral, ética, pedagógica y profesional…” (Artículo 110 de la Ley 115 de
1994) y que, para el caso específico de los educadores, constituyen única prueba de tal
idoneidad profesional “… el título, el ejercicio eficiente de la profesión y el cumplimiento
de la ley”. (Artículo 119 de la Ley 115 de 1994). ¿De dónde entonces deviene que los
docentes deban ser controlados y vigilados como menores de edad y no hablando
precisamente en términos cronológicos sino kantianos?

Como si lo anterior no fuese suficiente, y en el mismo orden de ideas, el artículo 77 de


la ley marco de la educación (Ley 115 de febrero 8 de 1994) y en armonía con lo ya
expresado señala que las instituciones de educación formal “gozan de autonomía…”
entre otras muchas cosas, para “…organizar las áreas fundamentales de conocimiento
para cada nivel… adaptar algunas áreas a las necesidades y características regionales,
adoptar métodos de enseñanza y organizar actividades formativas…”, confiriéndole el
parágrafo inmediatamente posterior a las secretarías de educación responsabilidades
en términos de asesoría. (Subrayado fuera del texto original).

Dicho todo lo anterior, concluyo respetuosamente ante Ud., que los docentes no
requerimos del factor coercitivo ni de presiones excesivas, indebidas y constantes para
el desempeño libre y responsable de nuestro ejercicio profesional. Se equivocan
quienes así lo sienten, lo piensan y lo expresan. Los docentes requerimos es sentirnos
respetados y respaldados. Valorados en el aporte que día a día y de manera inmanente
hacemos a la sociedad.

La Secretaría debería estar propiciando la complementariedad

Espero que estas líneas que constituyen de alguna manera una forma de desahogo o
de catarsis frente al asedio sean asumidas de manera asertiva y constructiva y sin
ningún tipo de prevenciones ni de retaliaciones.

Con sentimientos de alta consideración y respeto.

Atentamente,

ALBERTO ORTIZ SALDARRIAGA


C.C. 8.765.773 de Soledad Atlántico

Segundo Renglón del Directivo GERMÁN ESPINOSA en ADEA


Miembro del Colectivo ACCIÓN ÉTICA DOCENTE

Correo: accionetica2018@gmail.com Twitter: @accion-etica WhatsApp 300-6680674


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