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¿Para qué sirve la filosofía?

Nadia Yala Kisukidi (Bélgica - Congo, 1978).


“La filosofía es una disciplina que invita a cada cual a poner en relieve sus prejuicios y su
forma de pensar. La base del pensamiento filosófico es la crítica racional justamente para
poner a prueba nuestros enunciados.
“¿Para qué sirve la filosofía?” es la pregunta que se le hace siempre a los filósofos, no se
le plantea nunca a las otras disciplinas, y veo en ello una forma de anti-intelectualismo
porque lo que pone delante la filosofía es el poder del pensamiento y preguntarse si la
filosofía tiene una utilidad es preguntar si el pensamiento mismo tiene algún valor y
eficacia. La filosofía tiene la utilidad que cada quien quiera darle”.
Marina Garcés (España, 1973).
“La palabra nos tiene que servir para perder el miedo a pensar y a
vivir de otra manera. La filosofía no termina, se reinventa cada día,
no es una práctica limitada a la Antigua Grecia, es una práctica
fundamental para afrontar el futuro, la filosofía nace en la calle.
Pero en realidad es esa posibilidad que tenemos los humanos de
hacernos preguntas los unos a los otros que de hecho lo que hacen
es mover los márgenes. La filosofía, más que soluciones, brinda la
posibilidad de generar cambios y rupturas. La filosofía nos da una
arma muy potente contra la resignación”.
Michel Onfray (Francia, 1959).
“Cuanto mayor es en el hombre la adquisición intelectual, más recula en él el mono.
Cuanto menos saber, conocimiento, cultura o memoria hay en un individuo, más lugar
ocupa el animal, más domina, menos conoce la libertad el hombre. Satisfacer las
necesidades naturales, obedecer únicamente a los impulsos naturales, comportarse
como una persona dominada por los instintos, no sentir la fuerza de las necesidades
espirituales, he ahí lo que manifiesta el chimpancé en vosotros. Cada uno lleva consigo su
parte de mono. La lucha para alejarse de esa herencia primitiva es cotidiana. Y hasta la
tumba. La filosofía invita a librar ese combate y ofrece los medios para ello.”
Fernando Savater (España, 1947).

“¿Para qué sirve la filosofía en un mundo


como el actual?
Para nada, afortunadamente.
La filosofía no es sierva de nada ni nadie,
sino expresión de libertad”.
Slavoj Zizek (Eslovenia, 1949) y Alain Badiou (Marruecos-Francia, 1937).

“S. Z.: el primer gesto de un filósofo: tiene que modificar los conceptos mismos del debate.
A.B.: El problema del compromiso filosófico reside, según mi criterio, en que es entendido principalmente como
compromiso crítico. Se toma la filosofía y la crítica como si fueran lo mismo, con la consecuencia de que el
compromiso filosófico se convierte en el veredicto sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre lo que está permitido
y lo que no lo está. La tarea de la filosofía sería pues, en primera instancia, negativa: dudar, tener espíritu crítico,
etc. Creo que hay que revertir esta idea, porque en realidad la esencia de la intervención filosófica es la afirmación.
¿Por qué la afirmación? Si ustedes se inmiscuyen en una situación paradójica..., entonces tienen que introducir un
nuevo marco de pensamiento y decir sí a la posibilidad de pensar esa situación paradójica -naturalmente bajo la
condición de dejar caer algunos parámetros, aunque queda claro que al hacerlo introducen nuevos parámetros-. La
única prueba de ello es, por último, que ustedes proponen una nueva forma de pensar la paradoja. Por eso, el
elemento determinante de la intervención filosófica es la afirmación, en lo cual coincido con Deleuze. Cuando este
dice que la filosofía es esencialmente creación de ideas, pone con razón en primer plano esa dimensión creadora y
afirmativa de la filosofía y desconfía con razón de toda reducción crítica o negadora de ella. (...) Pienso que es
indispensable defender una concepción de la intervención filosófica totalmente distinta. No es casual que la idea
más importante de Platón haya sido la del bien”.
Alain Badiou (Marruecos - Francia, 1937).
“En primer lugar y de modo fundamental, el deseo de filosofía implica una dimensión de
revuelta, por ende no hay filosofía sin un cierto descontento del pensamiento en tanto
que éste se enfrenta con el mundo tal y como es. También implica la lógica, es decir, la
creencia en el poder del argumento y de la razón. Implica universalidad: la filosofía se
dirige a todos los hombres en tanto que seres pensantes y presupone que todos los
hombres piensan. Finalmente, comprende un riesgo: pensar es siempre una decisión
sometida a las circunstancias o al azar. Podemos decir entonces que el deseo de filosofía
tiene cuatro dimensiones: la dimensión de la revuelta, la lógica, la universalidad y el
riesgo”.
Alain Badiou (Marruecos - Francia, 1937).
“La segunda posibilidad es que la filosofía no sea realmente un conocimiento, ni teórico
ni práctico. Y que consista en la transformación directa de un sujeto, que sea una especie
de conversión radical, un vuelco completo, de la existencia. En consecuencia, estará muy
cerca de la religión, aunque los medios sean exclusivamente racionales; estará muy cerca
del amor, pero sin el apoyo violento del deseo; muy cerca del compromiso político, pero
sin la obligación de una organización centralizada; muy cerca de la creación artística, pero
sin los medios sensibles del arte, y muy cerca del conocimiento científico, pero sin el
formalismo de las matemáticas o los medios empíricos y técnicos de la física. Para esta
segunda tendencia, la filosofía no es necesariamente una materia que supone la escuela,
el aprendizaje, la transmisión, los profesores. Es una interpelación libre de alguien a algún
otro. Como Sócrates cuando les habla a los jóvenes en las calles de Atenas”.
Alain Badiou (Marruecos - Francia, 1937).
“La filosofía no es necesariamente una cuestión de escuela, aprendizaje, transmisión y profesores. Es
una dirección libre desde nadie hacia todos. Como Sócrates hablando a los jóvenes en las calles de
Atenas; (...) la filosofía ya no es conocimiento, o conocimiento del conocimiento. Es una acción. Uno
podría decir que lo que identifica a la filosofía no son las reglas de un discurso, sino la singularidad
de un acto. Es este acto el que los enemigos de Sócrates llamaron “la corrupción de los jóvenes”. Y a
causa de esto, Sócrates fue sentenciado a muerte. “Corromper a los jóvenes” no es, después de
todo, un mal nombre para el acto filosófico. Si ustedes entienden adecuadamente el “corromper”.
Aquí “corromper” significa enseñar la posibilidad de rechazar cualquier sumisión ciega a las
opiniones establecidas. Corromper es dar a los jóvenes medios para cambiar su visión acerca de
todas las normas sociales; corromper es sustituir la imitación por la discusión y la crítica racional, e,
incluso, si la cuestión es una cuestión de principios, sustituir la obediencia por la revuelta. Pero esta
revuelta no es espontánea ni agresiva, considerando que es una consecuencia de principios y críticas
racionales”.
Alain Badiou (Marruecos - Francia, 1937).
“Ustedes podrían decir: ¡La filosofía está siempre por detrás! ¿La filosofía está siempre tratando de
alcanzar las novedades filosóficas! Y yo debería decir: ¡Correcto! Ésa fue de hecho la conclusión de
Hegel. La filosofía es el pájaro de la sabiduría, y el pájaro de la sabiduría es la lechuza. Pero la lechuza
alza el vuelo cuando el día ha terminado. La filosofía es la disciplina que viene después del día del
conocimiento, el día de las experiencias, al comienzo de la noche.
El filósofo es útil, porque él (o ella) tiene la tarea de observar la mañana de una verdad, e interpretar
esta nueva verdad contra las viejas opiniones. Si debemos hacer durar nuestros pensamientos toda
la noche, es porque debemos corromper correctamente a los jóvenes. Cuando sentimos que un
acontecimiento-verdad irrumpe la continuidad de la vida ordinaria, tenemos que decir a los demás:
“¡Despierten! ¡El tiempo del nuevo pensamiento y de la nueva acción está aquí!”. Pero, para eso,
nosotros mismos debemos estar despiertos. Nosotros, los filósofos, no tenemos permitido dormir.
El filósofo es, en el campo intelectual, nada más que un pobre vigilante nocturno”
Alain Badiou (Marruecos - Francia, 1937).
"Se ha vuelto difícil enfrentarse a la opinión, pese a que tal parece ser, desde Platón, el deber de toda filosofía (…)
No es la libertad de opinión en nuestros países (…) el contenido inmediato de la libertad más considerada? ¿No es
ella otro nombre de aquello que se sondea, se consiente y, si es posible, se compra, a saber, la opinión pública?
(…) Una verdad no es jamás reductible a una opinión, puesto que su valor es transmundano: su apropiación no se
produce por captura en el mismo mundo, sino por una captura que acepta una dosis, a menudo elevada, de
indiferencia al mundo particular o –lo que es lo mismo- de afirmación de la unidad de los mundos desde el
momento en que se los considera desde el punto de vista de las verdades. Las verdades, y sólo ellas, unifican los
mundos. La opinión es limitada, su libertad es, la mayoría de las veces, el derecho de repetir lo que es dominante,
la ley del mundo. Solo una verdad abre al mundo a lo Uno de un supermundo, que es también el mundo-por-venir,
pero tal como existe ya en la guisa de lo Verdadero. Ante una verdad, como ante un teorema, se puede decir que,
si bien nadie es verdaderamente libre, nadie tampoco es dejado de lado. Sin embargo, también se puede decir que
quienquiera se vincule con la verdad es libre, pero con una libertad nueva que se despliega a la altura de todo el
mundo, y no de uno solo. La filosofía formula una suerte de principio de los principios: para pensar, parte siempre
de la excepción constrictiva de las verdades y no de la libertad de las opiniones. Es un principio obrero en el sentido
siguiente: concierne al pensamiento como labor y no como expresión de sí. Busca el proceso, la producción, la
constricción, la disciplina, y no el consentimiento indolente a las propuestas de un mundo. "El filósofo es un obrero
en otro sentido: al detectar, presentar y asociar las verdades de su tiempo, al reactivar verdades olvidadas, al
fustigar las opiniones inertes, es el soldador de los mundos separados”.
Javier Muguerza (España, 1936 - 2019)

“La filosofía es resistencia”.


Gilles Deleuze (Francia, 1925-1995).
“Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por
irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún
poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es
una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso:
denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la de filosofía, que se proponga la crítica
de todas las mixtificaciones (=falsificaciones), sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las
que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez
que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo
agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el
provecho del Estado, la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del
pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo
esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, a este respecto,
que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían
aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran...
pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo prohíbe”.
Carlos París (España, 1925-2014)
“¿Qué puede, hoy día, representar la filosofía?
Cuando contemplamos con envidia los resultados de la ciencia, impresionantes, no ya por sus consecuencias tecnológicas, sino aún
más por la satisfacción de apretar como fruto del trabajo intelectual algo concreto y tangible, en lugar de agotarse en inacabables
dialécticas verbales. Cuando de la calle llegan al gabinete del filósofo las voces que claman por viejas esperanzas hechas urgencia: la
liquidación de la injusticia, el hambre, la ignorancia y los atavismos. Entonces se mira el filósofo en el espejo, y a veces ve en él la
imagen de un ser desplazado de las verdaderas tareas humanas, de un superviviente de lejanas épocas geológicas, un ornitorrinco.
Hay que responder de verdad. Porque los tiempos desmitificadores exigen su prueba de fuego cotidiana. Saltar al ruedo de la vida y
demostrar capacidad para lidiar con problemas.
Sigo viendo en la filosofía -o como quiera llamarse a la instancia de la actividad humana a la que responde, no es cuestión de nombres-
algo que no sólo no ha perdido sentido, sino que constituye un momento necesario de nuestra salud cultural.
No se trata simplemente de las angustias de una clase profesional o una casta espiritual en retroceso y liquidación. De modo que a los
de afuera, a los externos al manicomio filosófico, no afectará el problema. La cuestión responde a la armonía de nuestra vida cultural y
social. De una vida crítica, que nada sería más falso que presentar repleta de éxito.
Quien se encuentre en el ojo de este huracán problemático y trate de reaccionar racional y creadoramente, más allá de la inmediatez
y la improvisación, es filósofo, lleve o no los distintivos del gremio. La ciencia, en sus éxitos, limitaciones y problemas últimos, la lucha
entre las posibilidades humanistas y negadoras de nuestra cultura, dibujan una constelación de fuerzas en cuyo seno aparece otra vez
la apelación al acto filosófico de reflexión libre. Pero, naturalmente, una filosofía que renace comprometida con los problemas de
nuestro tiempo, no una lánguida prolongación de académicas y polvorientas disputas escolares.”
Mary Midgley (Inglaterra, 1919-2018)
“Filosofar no solo es algo sublime, elegante y difícil, sino también necesario. No es una actividad opcional.
La plomería y la filosofía son actividades que surgen debido a que culturas complejas como las nuestras cuentan,
bajo su superficie, con un sistema bastante intrincado que por regla general pasa inadvertido, pero que a veces no
funciona adecuadamente. En ambos casos, esto puede tener graves consecuencias.
La filosofía existe para satisfacer esa necesidad de reajustar nuestros conceptos. No es una necesidad que sólo
sienta la gente muy culta, su influencia la puede sentir cualquiera que se ponga a pensar. Los esquemas
conceptuales utilizados en cada estudio no son estanques privados; son corrientes que se alimentan de nuestro
pensar cotidiano, que los sabios modifican y que finalmente regresan a nuestra mente, influyendo en nuestras
vidas. ¿Por qué no somos más conscientes de nuestras necesidades conceptuales? La gente tiene la impresión de
que la filosofía nunca ha resuelto ningún problema. Los conceptos creados por los filósofos son herramientas a
utilizar, no una sentencia definitiva del destino o un ídolo a venerar.
Hay otra cosa que ha hecho que me cautive la imagen del agua aplicada a la filosofía. Con todo lo útil y familiar que
es el agua, no es en realidad una materia mansa. Es portadora de vida y es salvaje. Las inundaciones y tormentas
tienen una fuerza espantosa; los mares pueden tragarse a las personas, los ríos erosionan valles. Sin embargo, los
ríos también producen llanuras fértiles y bosques. El agua opera en el corazón de la vida y opera con un
movimiento constante, reaccionando ante lo que pasa a su alrededor. También el pensamiento debería ser
concebido de forma dinámica, como algo que hacemos y debemos seguir haciendo constantemente. Una vez que
se posee una cultura articulada, sí parece necesario un planteamiento explícito y verbal de los problemas”.
Ludwig Wittgenstein (Austria, 1859-1951).
“El trabajo en filosofía —como a menudo el trabajo en la arquitectura— es realmente más una suerte de trabajo en
uno mismo. En la propia manera de pensar. En la manera en que uno ve las cosas.
Filosofar es rechazar falsos argumentos. Quienes no tienen necesidad de transparencia en sus argumentaciones,
están perdidos para la filosofía.
Todo lo que la filosofía puede hacer es destruir ídolos. Y esto significa no erigir ninguno nuevo.
El problema filosófico es una conciencia del desorden en nuestros conceptos y, mediante su puesta en orden,
puede superarse. Debemos arar la totalidad del lenguaje.
La filosofía desata los nudos de nuestro pensamiento; por ello sus resultados tienen que ser sencillos. Pero la
actividad de la filosofía es tan complicada como los nudos que desata.
La enseñanza de la filosofía tiene la misma enorme dificultad que tendría la enseñanza de la geografía si el
estudiante trae consigo multitud de falsas y demasiado simplificadas nociones sobre el curso y situación de los ríos
y cadenas montañosas.
Los problemas se disuelven como un terrón de azúcar en agua.
El objeto de la filosofía es la aclaración lógica del pensamiento. Filosofía no es una teoría, sino una
actividad. Una obra filosófica consiste esencialmente en elucidaciones. El resultado de la filosofía no son
«proposiciones filosóficas» , sino el esclarecerse de las proposiciones. La filosofía debe esclarecer y delimitar
con precisión los pensamientos que de otro modo serían, por así decirlo, opacos y confusos”.
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