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Me daría tanto miedo, volver a extrañar a la soledad, intentar dejarte, y que no te importase, porque

aunque la extrañe, no significa ni por asomo, quererla tanto como tú.

Casi no recuerdo la sensación de sentirse solo, y realmente contrario a la expectante idea del
alivio del mismo, caigo como una alabanza al miedo. Era finales del invierno, cuando ya no
apuñala el frío, y el agua de hojas cae por las rendijas del tejado, el alfeizar tenia por
consiguiente un charquito por encima de mi cabeza que daba a la cama, ese día me había
acostado el suficiente tiempo como extrañar a lo que no podía ver durante todo el invierno,
el frío que calcaba una tos que me martillaba el pecho, y la piel se me rompía en el temblor
de las pocas prendas que tenía para tal temporal. Ella, porque siempre se ha de tratar de lo
que uno desconoce, era fácil darse cuenta de la compañía de uno mismo; es clara cuando a
lo que más te dedicas es a mirarte impío, simplemente es soportarte. Caminaba en mejores
tiempos por la hiede del pedregal que me olía húmeda, las calles iban solas, y de vez en
cuando supuse que me había acostumbrado al camino de flores.
Pero, me siento molesto por la razón más tonta que podría haberse escrito, era tal mi agobio
a la misma, que la idea de hablarla o surrurarme confirmaría la idea de que me empezaba a
gustar. El manejar dicho sentimiento, tendría que ser por ley una omisión, al sentir el hecho
de que podía merecer el augurio del sentimentalismo me asustaba, el único sentimentalismo
que obtuve alguna vez, era el asco que causaba por razones de las cuales tal vez mi inteligencia
no era capaz de ver, mi padre tenía por concepción el hecho de ser fuertes en todo momento,
el cambio de personalidad con cada roce que tuve con el me dio por consiguiente el mayor
miedo que uno espera, dejar de ser uno, y no enamorarse del mismo bajo el espejo, a lo mejor
no es lo que voy a querer, pero es lo que voy a necesitar. El Alfeizar charcoso, cumplía en
alianza a mis propios miedos, dejar rebosar el agua, y cuando mis ideas fuesen lo
suficientemente fuertes, convenciéndome de morir al sentimiento, morir a la idea de que
merecía algo o pensar que podría intentar no creerme lo inútil, frívolos e incompetentes
intentos de hacerme feliz, al final mi mente tenia de labor, romperme los iris, calcinar mis
parpados, y secarme en el pequeño afluente de lágrimas que camufle todos los días con el
agua rebosada del alfeizar, en la mañana cuando me viesen, no verían realidad alguna, al final
quien me había hecho llorar no era yo, sino el charquito a mi cabeza, esperando algún día no
me hable solo por la noche lo suficiente como para que en verdad el único manjar cristalino
que me toque y me carcoma un poco la piel, sea el agua de lluvia que bajaba del techo.
Caminar era así un consuelo, la pedregada hacia suficiente ruido como para no escucharme,
el viento cortaba mis oídos y los pequeños frutos de cerezos rosáceos me daban todo el
cariño que necesitaba, comenzaba a ser invierno en el instante. Era la estación donde estabas
de pie, no recuerdo en lo más mínimo el aspecto que tenías, pero de hacerlo valedero, te
imaginare en aquella vez como al caminar del frio de los cristales del año, me dio por gusto
verte, con ese saco verde mucho más grande que tú. El tiempo le gusta ese pequeño juego
de olvidar detalles, a lo mejor es por enamorarse, o a lo mejor es por el odio que le tiene a lo
que se pierde, ella podría en su mente de a poco perder la idea de la pasión, y a mi odiar el
hecho de conocerme, de no olvidarme. El invierno por consiguiente te da suficiente frescura,
para no ahogarte al conocerlo. No sabré cuales son las voces que hacen caer cada hilera de
gotas hasta cortar la pedregada, cortar los cerezos, y pararme en medio y esperar que me
corten lo suficiente, tenía al menos como idea decirme a la noche, “esta vez, alguien
reemplazo tu inutilidad para acabarte”.
Sé, es un poco deprimente pensarte en analogías truculentas, es decir, es difícil pensarte en
otra cosa que no se me haya dado, hay un poco de incredulidad en cada nueva idea de ser
mejor, hay un poco de experticia en no poder creerme las palabras bondadosas. No tenía
nada más que las palabras que me recordaban lo indigno de ser humano, al final solo tenía a
mi padre diciéndome a viva voz, su odio por intentar preferirme, se es un poco deprimente
que al final termine creyéndomelo, odio de pensar en el hecho de que esa vez pude
convencerme, ahora en la cabecera, el alfeizar ahogándose no pudo convencerme de que no
soy yo el que se lastima. ¿Pero, tú tienes algo que ver?, era claro que al final con tanta ida y
vuelta hasta lastimarme la punta de mis pies de la cantidad de piedras, de ver los cerezos
caerte, y no comprender tu idea de la belleza, te enamoraste de mí.
No pienses en tal dependencia, no hay en el amor algo que no pude darme antes. Piénsalo,
como las palabras que resonaban más fuerte que mis ideas, a lo mejor por el momento te
mienta al fingir creerte que soy bueno, merecer de tu cariño, en la bondad, en que alguna vez
deje de intentar odiarme. Aun así, alguna vez olvide mis propias palabras, como olvidé mis
lágrimas con el alfeizar.

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