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Mujer medieval y pobreza

Carmen LóPEZ ALONSO


(Universidad Complutense, Madrid)

La pobreza, realidad cotidiana y generalizada en el mundo medie-


val, es también una realidad ambigua. Dicha ambigüedad viene dada
por lo fluido de sus límites y por el hecho de que con el término se
puede hacer referencia a situaciones muy dispares, tanto en lo que
hace al plano objetivo de las necesidádes estrictamente materiales
del sujeto o del grupo social que sufre la pobreza cuanto en lo relati-
vo al plano de las representaciones colectivas vigentes. La pobreza
real surgirá, obviamente, de la confluencia de ambos planos; en au-
sencia de cualquiera de ellos su realidad resultaría mutilada.
Creemos, no obstante esta ambigüedad de partida, que existen una
serie de características comunes a las situaciones de pobreza que per-
miten una aproximación al contenido de la misma. Hablar de pobre-
za supone, en primer término, hacer referencia a una situación de
precariedad material. Esta situación admite grados y matices -se-
gún sea la posición personal ocupada y las obligaciones que la mis-
ma comporta socialmente-, si bien su nota característica es que la
misma viene determinada por el hecho de que aquel que la sufre no
tiene otro recurso material de subsistencia que la propia fuerza de
trabajo y, eventualmente, unos mínimos instrumentos para su reali-
> Pobre es, según Alonso de Palencia, aquel que •manda poco y tiene poco,
pero algo• (J. M. Hill, Registro de voces españolas internas en el Universal Vo-
cabulario de Alonso de Palencia. Madrid, 1957, pág. 147). Son muy útiles las pre-
cisiones que, sobre este tema, se pueden encontrar en J. A. Maravall, •Pobres
y pabreza del medievo a la primera modernidad. (Para un estudio histórico-
social de la picaresca)•, Cuadernos Hispa.noa1nericanos, Madrid, 1981, núme-
ros 367-368, págs. 189-242 (vid. págs. 2()6.211). También en M. Mollat, Les fauvres
au Moyen Age, París, 1978; G. Duby, Los tres 6rdenes o lo imaginario de feuda-
lismo, Madrid, 1980 (vid. págs. 130 y ss.). Puede verse también C. López Alonso,
La pobreza en la España medieval (en prensa), cap. 1 y la bibliograf(a de refe-
rencia allí citada. ·

La condición de la mujer en la Edad Media. Ed. Universidad Complutense. Madrid, 1986


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zac1on. Pobre es, por tanto, aquel que tiene algo, aunque sea poco 1 •
No es pobre, en consecuencia, únicamente el indigente, si bien todo
indigente es pobre; esto, que ha sido repetidamente señalado por va·
rios autores, explica actitudes y comportamientos sociales ante las
situaciones de pobreza 2 •
Cualquier cosa que afecte al normal desenvolvimiento de los me-
dios de subsistencia de aquel que vive en Ja precariedad amenaza con
hacerle traspasar el umbral de la pobreza y verse obligado a acudir
a la ayuda material de los demás para poder subsistir, bien sea me-
diante la mendicidad, bien a través del recurso a las distintas formas
de asistencia que existen dentro de la sociedad medieval.
La precariedad conlleva, por tanto, la necesidad material y la de-
pendencia, de una parte, y, de otra, el desamparo y la sensación y/o
conciencia de impotencia que el pobre tiene para poder salir de esa
situación en la que se halla, la cual de no ser por el socorro ajeno,
puede muy bien convertirse en estado.
Cuando los textos medievales -y no únicamente los literarios o los
de índole marcadamente doctrinal- hablen de la pobreza suf1ida in-
dividualmente, estarán haciendo referencia, casi invariab lemente, a al·
guno de los siguientes tipos : el enfermo, el huérfano, el viejo, la
viuda, el cautivo, la doncella pobre. En todos ellos la situación de
desamparo y la dependencia son notas esenciales . Sin embargo, hay
matices ya que, entre todo este conjunto, existen dos tipos exclusi·
vamente femeninos: las viudas y las doncellas pobres. En ellas la po·
breza parece, en principio, venirles dada por su pertenencia a un de·
tenninado sexo, a diferencia de lo que sucede en los tres primeros
casos, en los que la pobreza viene condicionada por una debilidad fí-
sica que impide la normal consecución del sustento material mediante
el trabajo.
Lo primero que cabe deducir de lo anteriormente expuesto es que
en una sociedad en la que la identidad propia es en gran medida
adscriptiva (se es en tanto en cuanto se pertenece a algo o a alguien)
la mujer, para ser, parece necesitar del amparo del hombre o del
grupo familiar en torno a él constituido; aquellas que carezcan del
mismo serán como huérfanos, precisados de ayuda y t utela ajenas
para subsistir. El tratamiento doctrinal cara a la mujer corrobora en
muchas ocasiones lo que acabamos de decir 3 •

2 Lo señalado por F. Hernández Iglesias, La beneficencia en España (1876).


tomo l. pág. 323, puede servir como pauta: •Son pobres los que no poseen
otro medio de subsistencia que el producto de su trabajo, cuando es insu·
ciente o apenas les basta para satisfacer sus necesidades diarias; indigentes Jos
que no tienen ni trabajan para adquirir; miserables los indigentes habituales
y harapientos, y rnendigos los indigentes que piden públicamente limosna.•
3 Nos remitimos, para mayor ampliación, a las aportaciones contenidas en
Mujer medieval y pobrez.a 263

No obstante, éstas son sólo las primeras apariencias: la mujer


viuda únicamente será pobre en el caso de no tener bienes con los
que proveer a su subsistencia en condiciones iguales o similares a las
anteriores a la muerte de su marido (son ampliamente conocidos los
casos de viudas que aparecen firmando cootrauis, haciendo donacio-
nes o dejando importantes legados testamentarios). La pobreza no
es, ni en el hombre ni en la mujer, una simple cuestión de dependen-
cias personales, sino de necesidades y dependencias materiales: es
cuando las unas se conjuntan con las otras cuando se puede hablar con
corrección de pobreza. La viuda es pobre, tan sólo cuando carece
de los necesarios bienes materiales, si bien, a diferencia del hombre,
a esta carencia se le sobreañade la soledad y la des-protección. Es co-
herente, por tanto, que no se encuentren rastros de viudos pobres, re-
señados como tales por el hecho de su viudedad, y sí. en cambio, abun-
dancia de viudas en los padrones municipales en los que se detalla
el número de pobres•. No pensamos que ello se deba únicamente al
hecho de una más temprana mortalidad masculina que hace que el
número de viudas sea notablemente superior al de viudos en la épo-
ca, si bien éste puede ser un dato a no desdeñar totalmente.
En muchos aspectos similar al de la viuda es el caso de la donce-
lla pobre, aquella que carece de lo suficiente como para poder cons-
tituir una dote con que poder casarse. Las jóvenes, aunque sean her-
mosas, encuentran dificultades para hallar un marido que esté dis-
puesto a casarse sin dote. La literatura, una vez más, ilumina lo que
en la realidad sucede, pudiendo servir de ejemplo una famosa narra-
ción, viva en todo el Occidente europeo y que la literatura castellana
recoge&: se trata de un padre que tenla tres hijas, hermosas pero po-
bres, por lo que no las podía casar, viéndose tentado a cfaser una
cosa muy fea e baldia•. La milagrosa intervención de un santo -que
la tradición hace coincidir con San Nicolás, el Patrón de los niños-
impide que las hijas acaben siendo prostituidas por su padre: sen-
das pellas de oro, que a éste le llegan inexplicablemente, permiten
constituir la dote y la consiguiente boda de las tres. Estas dificulta-
des, que la leyenda muestra, se encuentran documentadas en la rea-
lidad social de la Baja Edad Media, en la que proliferan los legados
este mismo volumen, asi como a la obra de G. Duby (1981), ú che..a/ier, la fem-
me, et le prttre, París. o la más reciente de R. Pemoud (1933), La femme au
temps des cathtdraus, París, asf como la ya cl'5ica de E. Power (1975), Medie-
val \\lomen, entre otras.
• Ver, por ejemplo, lo señalado por J. Valdcón Baruque (1973), en cProbl.,.
mática para un estudio de tos pobres y de la pobrc1.a en Castilla a fines de la
Edad Media., en Actas de las Primeras Jornadas luso-españolas de Historia
Medieval sobre A pobreza e a asistencia aos pobres na Peninsula Jberica du·
rante a /dade Media, Lisboa, págs. 899 y ss., tomo 11.
3 Entre otros, lo recogen los Castigos e doc11mentos del rey doii Sancho
y el Rimado tJ;¡ Palacio del canciller Pedro lópct de Ayaln.
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a favor de pobres doncellas, orfenes a maridar, puellis maritandis, etc.


Esto se produce aun cuando buena parte de las jóvenes que reciben
las ayudas no provengan de medios indjgentes o marginados social·
mente. M. Teresa Vinyoles ha mostrado cómo muchas son hijas de
famiHas de artesanos o de trabajadores urbanos de todo tipo, que por
diversas circunstancias (falta de trabajo, excesivo número de hljas
a dotar, etc.) no pueden lograr la dote necesaria para su boda. e Estas
ayudas dotales son recibidas -sostiene la citada autora- no sólo por
las doncellas pobres de solemnidad: huérfanas, sirvientas, esclavas
o prostitllidas, sino también por hijas de artesanos que trabajan nor-
malmente y que se ven obligadas a aceptar una limosna para poderse
casar debido a la cuantía de las dotes comparada con las posibiHda-
des de un trabajador de recursos menguados• 6 . Es decir, estas jóve-
nes se encuentran, como las viudas a que antes nos referíamos, des-
protegidas y necesitadas de ayuda ajena para salir de su situación.
Aquf habría que hacer una breve referencia a los varones pobres que
también precisarían ayudas para casarse; pero, aunque en la última
etapa bajomedieval se encuentran quejas, en gran medida retóricas,
por parte de algunos de ellos, denunciando cómo su situación les im-
9ide encontrar pareja', lo cierto es que solamente serán las jóvenes
las que se considera han de ser ayudadas materialmente, siguiendo así
un planteamiento traclicional que concibe a la mujer como un ser dé-
bil y desamparado, que, al igual que el niño con el que frecuentemente
se la compara, no sólo en España, sino en el resto del Occideo te eu-
ropeo a, reqlliere protección.

La respuesta social particularizada:


la asistencia económico-moral

Dos actitudes básicas definen la respuesta social cara a las situa-


ciones de pobreza: la asistencia (cuya base teórica descansa sobre
planteamientos caritativo-religiosos) y la represión. En el caso con-

6 M. T. Vinyoles (1980). •Ajudes a doozelles pobres a maridar•, en M. Rius


et allii, La p0bret.a y la a.sistencia a los p0bres en la Cataluña 1nedieval, Bar·
celona, págs. 350 (el texto es traducción del original catalán) .
'1 Vet, pOr ejemplo, la composición de Ferrant Calavera. en el Cancionero
de Baena, núm. 529, o el refrán, recogido en el Glosario del Escorial, que dice
•non se fazen las bodas de fongos más de dineros redondos•, que insiste en
algo que se halla múltiples veces presente en el refranero tradicional.
8 G. Duby (1980), Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, París, pá·
¡¡ina 424, y (1981). Le chevalier, la femme et le pretre, París, en donde señala
cómo la mujer funciona en la sociedad medieval como un objeto de intercam·
bio: •Parce <¡u'ellc doit cnfantcr, la fcmme est un objet de prix, je le repele.
Entendon,s.nous: objct d'échange. Elle cst une piCce dans un jeu, mais ce sont
les hommes qui joueot>, pág. 250.
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creto de las mujeres pobres a que se está haciendo referencia, el dis-


curso social camina fundamentalmente en la primera dirección: a viu-
das y huérfanos es a quienes se ha de dirigir con preferencia la aten-
ción del rey, que, si bien ces tenudo de guardar todos los de la su
tierra, señaladamente lo debe facer á estos porque son asi como des-
amparados et mas sin consejo que los otros• 9 • Es, no obstante, el caso
de las doncellas pobres el que resulta más significativo: la ayuda a las
mismas es necesaria, como señalan las Partidas -entre otros muchos
textos similares-, porque hay que evitar que ccon la pobreza no ha-
yan a seer malas mugeres• 10• Los legados para con estas jóvenes, cre-
cientes en estos dos últimos siglos medievales, cumplen implícita, y ex-
plícitamente en algunos, esta intención: la ayuda a las doncellas po-
bres se hace -sostiene M. T. Vinyoles- con un sentido más religioso
y moral que social 11 • la proliferación de legados testamentarios, fun-
daciones dirigidas a dotar pobres doncellas, las referencias en los tes-
tamentos a que, en el caso de que quedara sin utilizar alguna canti-
dad, que Ssta sea destinada a huérfanas ca maridar., es notable en
los siglos XIV y XV, tanto en la corona de Aragón como en la castella-
na. Son las doncellas pobres las beneficiarias principales de la cari-
dad hecha por el cabildo cordobés 12, e importantes son los dones en
los testamentos analizados por Sánchez Herrero para la zona del valle
del Duero; también existe documentación sobre cómo los hospitales
castellanos reciben legados a favor de las pobres doncellas. Algo si-
milar ocurre en Valencia, Aragón o Cataluña 13• Esto no es, de otra
parte, algo exclusivo de la Penfnsula, ya que se produce, como es bien
sabido, en todo el resto del Occidente europeo.
Vemos, por tanto, que parte de las donaciones se hace de forma
indeterminada a favor del grupo de doncellas necesitadas, bien me-

9 Partidas, Partida !JI, t. XXIII, ley XX.


10 Partidas, Partida lll, t. XXV!ll, ley Xll.
11 M. T. Vinyoles, op. cit. (1980): cEI dot com a obra ben~flca queda ciar a
tots els tipus de documents que hem trobat, més aviat amb un sentit religiós o
moral q_ue social; es a dir, s ajuda a les noies en sufragi de !'ánima del difunt
o perque la donzella no cal¡¡ui en una vida de pecat per manca d'aixovar• (pá-
ginas 349-350).
u Torres DelJado (1973), •El ejercicio de la caridad en Aodalucla Occiden-
tal: Córdoba, ba¡a edad media•, en Actas das Primeras Jornadas luso españolas
de Historia Medieval sobre A pobtt'l.tl e a a.sslstencia..., op. cit., L II, pág. 831.
13 Vid., por ejemplo, Sáncñez Herrero, J. (1978), La di6cesis dd reino de
León, siglo XIV y XV, León; Martlnez García, L. (1981), La asistencia a los p<r
bre.s en Burgos en la baja edad rntdia. El Hospital do Santa Maria la Real
(1341-1500), Burgos; Borrás y Feliú (1980), •L'ajuda aJs pobres en els testaments
de Catalunya y Valencia del se¡Je XV•, en La pobrelJJ y la asistencú2 a los pobres
en la Cataluna rneditval, op. cit., Barcelona, pá¡. 369. Tambitn en Burns, R. l.
(1965), •los hospitales MI reino de Valencia en el siglo x:m•, en AEM, pág. 153,
o en Rubio Vela, A. (1984), Pobreta, enfermedad y asistencú2 hospitalaria en la
Valencia del si~lo X IV, Valencia, entre otras. INos remitimos a la bibtiograUa
citada en La pobrtUJ en la Espaifa medieval, ciL noca l, para más datos.)
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diante fundaciones particulares para ello, bien entregándolas a Jos


hospitales, sedes catedralicias o iglesias parroquiales que cuentan con
un arca de limosnas destinadas a tal fin. Pero en muchos casos la
donación se dirige hacia jóvenes conocidas -ya sean pertenecientes
a la familia, ya sirvientas-'\ y es relatiyamente frecuente que el rey
o el señor, en su caso, ayuden de este modo a la formación de la pa·
reja, cumpliendo así con una de sus teóricas obligaciones, claramente
señaladas en las que enmarcan la relación señor-vasallo, como subraya
M. Carmen Carié"·
La costumbre de ayudar, total o parcialmente, a que las jóvenes
puedan realizar su matrimonio (y no sólo las que podrían ser cali·
ficadas de absolutamente pobres, sino también aquellas que, pertene-
cientes a familias artesanas, no logran reunir las elevadas cantidades
a que la dote asciende en estos dos últimos siglos, en los que llega
incluso a superar la cuantía de las arras), es algo que seguirá vigente
en los siglos posteriores. Bennassar, por ejemplo, lo señala en su clá·
sico estudio sobre Valladolid, afirmando algo que es perfectamente
acorde con lo que sucede en la España bajomedieval: •La Jutte contre
la mi~re --dice- s'accompagne de la défense de Ja vertu• 1•.
Lucha contra la miseria y defensa de la virtud, por tanto, lleva-
das a cabo mediante la ayuda prestada unidireccionalmente hacia la
mujer y hecha sobre la base de un principio moral que le es dirigido
específicamente y en el que el hombre no parece encontrarse inserto
en la misma medida. Existe un trato diferenciado desde el momento
mismo en que la mujer, sea viuda, huérfana o doncella pobre en sus
diversos grados, es tratada como un menor de edad, débil y despro-
tegido al que es preciso ayudar a integrarse en la sociedad, ya sea
siguiendo la vía del matrimonio, ya sea a través de la entrada en re-
ligión, pero todo ello sin alterar en modo alguno el papel que pre-
viamente se le considera asignado. En este sentido estaríamos de
acuerdo con Ja afirmación hecha por C. Dolan Leclerc al estudiar los
testamentos franceses en el siglo XVI, la cual entiende estas ayudas
a las doncellas pobres dentro de unos planteamientos tendentes a lo-
grar la reinserción social de un tipo de pobre marginali:iado involun·
tariamente, pero todavía recuperable 17•
14 Se puede ver, para el caso concreto de las ayudas prestadas para dotar
a doncellas, hijas o próximas a los cofrades de las diversas cofradías medie-
vales, que insutuyen dotes para doncellas pobres, Rumeu de Armas, A. (1942),
Hisroria de la Previsidn Socíal en EspaM., Madrid, útU en muchas de sus re-
ferencias.
15 M. C. Carié (1980), •El matrimonio en la edad media española•, Cuadtr·
nos de Historia de España. t. LXIll·LXN.
18 B. Bennassar (1967). Valladolid et ses campagnu au XT/I siecle, París,
págs. 446.
17 Dolan Leclerc, CL (1979), cCortege funebre et société au XVI siecle a Aix
en Provence: la préscnce des pauvres•, en Colloque Montréal, págs. 97 y ss.:
Mujer medieval y pobreza 267

Esta tendencia a la fijación de la mujer (porque de fijación inte-


gradora se trata) se encuentra no sólo en las dotes para las doncellas
pobres, sino en instituciones que, como el Padre de Huérfanos y otros
cargos de nombres similares, surgen en los dos siglos finales de la
Edad Media. Jaime II de Aragón creará el C!'rgo el 6 de marzo de
1306 por el •Privilegii super cura orfanos• 1s. Se trata de un cargo
municipal, ejercido durante un período de tres años ~n el caso za-
ragozano--, cuyos primeros estatutos conocidos · hasta el momento
datan de finales del siglo xv 19• El magistrado nombrado para tal car-
go deberá ocuparse, según en los mismos se hace constar, de la edu-
cación y cuidado de la juventud abandonada, buscando acomodo y tra-
bajo a los huérfanos y dotando a las huérfanas pobres cuando vayan
a casarse. La persona elegida para tal función habrá de ser abonada
y de buena fama, y entre sus múltiples obligaciones se encontrarán
las de ayudar y aconsejar en todas las causas de los huérfanos, requi-
riendo a los abogados que hayan de defenderlos. En cuanto a las jó-
venes, habrá de tener en su casa dos camas en que acogerlas •tres
o cuatro días hasta firmarlas con amo•; deberá asimismo buscarles
marido ccomo si fuese su hija», procurando también que la dueña
la vista •honestamente par desposarla, y desposada darle luego la
cuantidad que con el Padre estará concertada.. Tiene, por tanto, el
Padre de Huérfanos una misión asistencial cara a la joven, a la que
debe insertar dentro de la sociedad, ayudándole a ser siendo casada
y madre.

TA respuesta social igualitaria: la represión

Interesa también ver la otra cara de la realidad, los casos en que


la mujer, en tanto que tal, no recibe, ni siquiera en el plano teórico,
un trato diferenciado con respecto al hombre. Y ello se da claramen-
te en todo lo que hace referencia al tema de las gentes baldías, ocio-
sas y frecuentemente vagabundas, que viven csin señor y sin oficio-,
tal como se señala en múltiples documentos de la época. La mujer,
en este caso, sufre la amenaza de las mismas penas y a ella se dirige
un idéntico discurso represor.
El fenómeno de proliferación de gentes sin trabajo, en número lo

«Cette préeminence des pauvres fiJJes a marier montre que les testateurs de la
deuxi~me partie du xvt siCcle, quand ils s'intéresseot aux pauvres, insistent
d'abord sur la :réinsertion dans la société d'un certain type de pauvre margina·
lisé par une con<lition involontaire. La femmc, subissant ici les effets d'une
pauvreré qu'on ne souhaite plus qu'elle asume, réunit en elle la double fonction
du pauvre ailné de Dieu et du marginal encore recupérable para la société.>
fa Rojas, F. (1927). El Padre de Huérfanos de Valencia, Valencia.
19 Se trata de los Estatutos pertenecientes al cargo zaragozano, del año 1475.
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suficientemente elevado como para constituir un problema social, es


conocido en toda la Europa bajomedieval y su estudio ha sido abor-
dado desde hace años desde distintos ángulos. No trataremos aquí
del tema en sus múltiples aspectos, ya que lo que nos interesa es se-
ñalar cómo las leyes dictadas contra los ociosos, desde las primeras
del siglo XIII hasta las de finales del siglo xv, forman un todo inte-
grado con el discurso y los comportamientos caritativo-asistenciales
anteriormente expuestos. En ambos casos nos encontramos con el in-
tento de integración, ya sea vía caritativa, ya vía represora.
Y lo que ocurre en el caso del Padre de Huérfanos puede resultar,
pensamos, altamente significativo. Encargado de velar por la aten-
ción de las jóvenes encontrándoles, amo primero, marido después,
está también obligado a •ir por las carnicerías, plazas y lugares públi-
cos de la ciudad, por si hallare algunos que siendo sanos y pudiendo
servir amo se echan a la gallofería y comen de lo de los pobres•. Lo
que ha de hacer, una vez hallados •tales gallofos los puede hacer ir
a trabajar o firmar con amo, y si no quieren los puede echar de la
ciudad, con conminación de cient azotes si más andan gallofeando
y demandando•. El Padre de Huérfanos habrá de buscar también en
los lugares públicos, en los hostales, plazas, casas de nobles, etc., a los
«rufianes, ladrones, renegadores y otras malas gentes que no tienen
oficio alguno, y receptores de tales gentes•, notificando su hallazgo
a los jurados, que habrán de perseguirlos según es su obligación. Re-
cogerá, igualmente, •a los muchachos que van perdidos demandando
por Dios•, poniéndolos con amo para que trabajen, puesto que, como
señalan los Estatutos, una de las obligaciones de su cargo es •hacer
que no puedan pedir por Dios los pobres, así hombres como mujeres,
que tienen disposición de trabajar• 20 •
Estas medidas, de fines del siglo xv, dadas en el territorio de la
Corona de Aragón, forman parte de un más amplio proceso de res-
puesta a la presencia progresiva de gentes que •por sus trabajos o por
menesteres que hao podrían ganar de que visquiesen ellos et otros,
et non lo facen, antes quieren mas andar por casas agenas gobernan-
dose• 21 como se expone en este texto de las Partidas que se acaba de
citar-. Contra dichas personas se dictarán disposiciones ya desde me-
diados del siglo XIII, y así, en las Cortes de Jerez de 1268, se ordenará
que ningún peón ande baldío •e sy lo fallaren dé rrecabdo con quien
ande, e sy lo non diere prendanlo, e sy fuere omne que ande comien-

20 Arco, R. del (1955) , • Una notable institución social: el Padre de Huérfa-


nos•, en Estudios de Historia Social de España, vol. III. Madrid. (Las citas en-
trecomilladas corresponden a las págs. 192-196 de la cit. cd.). Se puede ver, asi-
mismo, San Vicente Pino, A. (1965), El oficio de Padre de Huérfanos en Zara.
goza. Tesis Facultad Derecho, Zaragoza.
21 Partidas, Partida l. t. V, ley XL.
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do delo ageno pidiendolo o tomandolo por fuer~ o rrobandolo o pren-


dandolo, enforquenlo por ello; e sy fuere labrador e non quisiere
labrar prendanlo e faganlo labrar por fuer~a. e sy lo non quisieren
tomar a soldada po.r este pr~io sobredicho, prendanlo e tenganlo
preso fasta que dé buenos fiadores que sirua el tiempo para lo que
quisieren» 22•
Será, no obstante, en el siglo XIV cuando la presencia de gentes
que andan ociosas se irá haciendo más acuciante (ya desde principios
de siglo, pero sobre todo tras la acometida de la peste negra). Ello
suscitará quejas por parte de los procuradores en Cortes, seguidas
generalmente de medidas represivas . En las mismas se mencionará
a todos los que andan baldíos condenándolos a diferentes penas. Así.
en 1312, reinando Fernando IV, todos aquellos que fueren hallados sin
trabajo •intentando procurar cartas de la mi chancilleria por algo
que les den-. o los que anden por la corte, sin señor, serán castiga-
dos con cien azotes la primera vez, con el desorejamiento la segunda
y, finalmente, la muerte en caso de nueva reincidencia. Un castigo si-
milar recibirán las mujeres •baldias e dannqsas• :ai.
La represión de los que son •Sanos e podrian seruir e non quie-
ren, e por no afanar, dexan algunos menesteres que saben, por do
podren beuir, e porque non pueden excusar de comer, ponense a fur-
tar e a rrobar e a fazer otros muchos males andando baldios• se rea-
liza, por tanto, mediante la obligación al trabajo. La misma se regu-
la pormenorizadamente en el Ordenamiento de Menestrales de 1351,
dictado en las Cortes de Valladolid de la misma fecha; en el mismo
se señala la obligación de cada uno de los oficios, conminando a vi-
vir cpor lauor de sus manos• a todos los aptos para ello, salvo los en-
fermos, viejos y menores de doce años 24 • Medidas similares se toman
en todo el Occidente europeo, si bien todo parece indicar que en In-
glaterra la aplicación de estas leyes fue mucho más dura 25 .
No entraremos aquí en el análisis del significado económico y po-
lítico de estas medidas que se han dictado ni el de aquéllas que les si-
guen hasta el final de la Edad Media (es claro que con ellas se tien-
de, de una parte, a frenar el absentismo, mientras que, de otra, se
trata de limitar los costes de pr9ducción, tanto en la ciudad como en
22 La cita corresponde a la petición núm. 36.
23 Cortes de Valladolid 1312, pets. 38 y 54 (tomo I, págs. 206-210).
:u Cortes de Valladolid 1351, pet. 33 (tomo U, cuaderno l. págs. 19-20). Orde-
namiento de Menestrales (tomo U, págs. 76 y ss.).
:is Las leyes inglesas, dictadas en 1349, coinciden en obligar al trabajo a todo
hombre válido, fijándolo en su puesto y regulando su salario. El modo de lograr
la citada regulación es mediante un sistema de multas que se aplicará tanto a
los trabajadores que pidan más de lo debido como a aquellos que lo paguen.
Lo mismo se dispone en 1351 en Valladolid, La diferencia. decimos, reside en
la materiafüación de las medidas. (Se puede ver la ya clásica obra de L. La·
llemand, 1910, flistoire de la cho.rilé, tomo 111.)
270 Carmen López Alonso

el campo, si bien dejando en libertad los precios, con el consiguiente


beneficio para los nobles y los burgueses de las ciudades, grupos am-
bos de los que el rey precisa ayuda). Lo que nos interesa señalar es
cómo esta obligación concierne a todos los considerados aptos para
el trabajo, ya sean hombres, ya mujeres: todos son tratados de forma
esencialmente similar y condenados, en su caso, como si de delincuen-
tes se tratara. No obstante, se pueden hallar interesantes matizaciones
dentro de la regulación general del trabajo, como Ja que prohíbe es-
pigar a las •mujeres que fueren para ganar jornales, pero que espi-
guen las mujeres viejas e flacas e los menores que no son para ga-
nar jornales• 26 : sólo las mujeres viejas y débiles son aquí equipara-
das a los niños, no el resto de las mujeres trabajadoras.
El problema planteado por los baldíos, por los vagabundos que,
en lugar de trabajar, viven ociosos, no es únicamente su elevado nú-
mero, progresivamente creciente a juzgar por las quejas de los procu-
radores de las Cortes (los • muchos ornes e mugeres baldios• de que
hablan los Cuadernos de las mismas), sino también el efecto mimé-
tico que su conducta puede provocar, puesto que esa vida que lle-
van, a costa del sudor de los otros -como dicen los procuradores-,
hace que quienes les ven hacer aquella vida holgada y ociosa sigan su
ejemplo, •por lo qua! dexan de trabajar e tornanse a la vida dellos,
e por ende non sse pueden fallar labradores e fincan muchas hereda-
des por labrar e vienen sse a hermar» 27 •
La negativa a trabajar, o la petición de excesivas soldadas, coinci-
de con la masiva aparición del problema de los salarios en todo el
Occidente europeo 28 -los señores se ven obligados a contratar, me-
diante el pago por los servicios prestados, a gentes que anteriormen-
te realizaban estas labores como una más de las obligaciones feuda-
les debidas a su respectivo señor-. El mal ejemplo, por tanto, con-
lleva unas indudables consecuencias económico-productivas. Pero tie-
ne también otra faceta, generadora ésta de temor y malestar socia-
les: muchos de los que andan baldíos se niegan a aprender ningún
oficio y viven a costa de los demás, haciendo muchas veces cfurtos
e rrobos e otros males• 29, e integrando el grupo de los que, progre-
sivamente, serán calificados de rufianes y asimilados claramente a de-
lincuentes. Estos •muchos ornes e mugeres valdios• de que hablan
repetidamente los cuadernos de Cortes se lanzan •con malicia a pe-
dir por Dios e a otros oficios miserables, con entención de no traba-
jar nin afanar sus cuerpos a ningund ofic;io, seyendo ornes e mugeres

26 Cortes de Toro, 1369, pet. 35 (tomo II, pág. 175).


27 Cortes de Briviesca, 1387, pet. 5, tratado III (tomo II, págs. 370.371).
28 R. Romano y A. Tenenti, Los fundamentos del mundo moderno, Madrid,
1971, págs. 20.
29 Cortes de Burgos de 1379, pet. 20 (tomo II, pág. 294).
Mujer medieval y pobreUJ 271

para ello•, cuando lo cierto es que todos ellos podrfan realizar traba-
jos que • podrfan aprouechar al pueblo e ellos non andarían valdios
como andan nin comerían su pan folgando• "°·
Añadamos a esto el
hecho de que muchos de estos vagabundos se acogen a la protección
de los nobles malhechores, sirviéndolos en sus malfretrías 31 •
El problema que estas gentes representan, esquemáticamente ex-
puesto, es abordado socialmente con respuestas represivas, encami-
nadas todas ellas a lograr que el trabajador reaUce su labor, siga ejer-
ciendo su ofício y, en el caso de carecer del mismo y no tener niQgún
scí'lor de quien depender, busque forzosamente •Sennores con quien
biuao e a quien siruan e les deo sus mantenimientos e las otras cosas
que fueren ygualados de que puedan beuir. 32•
Es decir, se trata de fijar al trabajador a su lugar y oficio, inten-
tando evitar -mediante las graduales medidas represivas- su inde-
pendencia. Son, por tanto, disposiciones reactivas, que marcan a Ja
par una innovación y un ensayo de vuelta atrás, un intento de apun-
talamieto de un sistema social caracterizado por el privilegio de los
unos y la dependencia de los más.
Las medidas, repetimos, se dirigen por igual a los hombres y a las
mujeres. En el caso de que la mujer opte por una vía de •falsa po-
breza•, integrándose en el colectivo de gentes baldías o que siga una
vía de pobreza voluntaria calificada negativamente -en Ja medida
en que no se considere un camino ortodoxo, como sucede en el caso
de la herejía o el de las «falsas beguinas• 33_, la respuesta represiva
es similar, en sus líneas básicas, a Ja dirigida contra los hombres:
cuando la mujer forma parte de algo que puede ser entendido como
un problema colectivo global no hay dfaeurso represivo especialmente
diferenciado.
Con esta afirmación no estamos negando el hecho de que existan
actitudes diferenciadas cara a la mujer por el hecho de su sexo: es
"° Vid.,
31
Cortes de Madrid, 14&5, peL 38 (tomo III, pk. 236).
entre otros, Moreta Velayos. S. (1978), ltlalhechores feudales. Violen-
cia. anta¡onismos y alian¿as de clases en Castilla, siglos XIII-XIV, Madrid.
También en López Alonso, Carmen (1978), •Conflictividad social y pobreza en
la edad media según las actas de las cortes castellano-leonesas•, Hispania, to-
mo XXXVIII, páJ!s. 475-567.
S2 Cortes de Madrid, 1435, pet. 38. Esta cita es meramente un ejemplo ilus-
trativo, entre otros muchos, de un fenómeno generalizado. Vid., López Alonso, C.
(en prensa), La ~obreza en la España medieval, cap. Ill.
3$ Vid., Por CJCmplo, Gonzál"" Giménet, M. (ed.), 19n, •Beguinos en Castilla.
Nota sobre un documento sevillano-. HIO, núm. 4. Sobre la participación de las
mujeres en la herejía puede verse también Avalle Arce, J. B., •Los herejes de
Durango•, en llomenaje a Rodriquez. Monúlo, Madrid, 1966; también en Perar~
nau. J. (1976), Dos tratados •espirituales• de Arnau de Vilanova en traducci6n
castellana medreval, Roma. Sigue siendo útil la consulta de la obra de Menén·
dez Peloyo, M., Historia de los heterodoxos espallolts, Madrid, 1967 (aparte sus
interpretaciones, en algunos casos muy discutiblec, es cierto que aporta datos
en a:ran medida utilizables¡.
272 Carmen Ldpez Alonso

obvio que las hay, pero creemos que es preciso integrar su análisis
en otro que, más globalmente, aborde el problema de los desprotegi-
dos, débiles e impotentes en la sociedad medieval, de los que viven
en una situación material caracterizada por la precariedad; de los
pobres, en fin, en su sentido amplio. El discurso asistencial-integrador,
dirigido a la mujer, es esencialmente coincidente con el que se pro-
duce ante el pobre que, en otro lugar, hemos denominado como •po-
bre domesticado• (en el doble sentido de la palabra: dominado y de-
pendiente, de una parte, y conocido, perteneciente al ámbito domés-
tico, de otra). El discurso represivo, suscitado por el que, de una u otra
forma, se niega a serlo, no importa sea hombre o mujer, tiende a lo-
grar Ja fijación y vuelta al origen del que, eventualmente, había in·
tentado independizarse. Cuando no lo logra, el transgresor es coloca·
do al margen. En el caso de Ja mujer, por tanto, creemos que puede
ser válido lo que decíamos anteriormente al explicar la caridad para
con ella en el hecho de que es uno de los pobres todavía recupera-
bles e integrables dentro de Ja sociedad. Ahora bien, creemos que es
necesario añadir que esa integración y recuperación se hacen median-
te la vía de la fijación y la dependencia, lo mismo que en el caso del
•pobre domesticado»- Ciertamente que a esa .igualdad por abajo• con
el hombre es preciso añadir el hecho de que la mujer ve sobrepuesta,
a su pobreza de partida, la pertenencia a un sexo que la convierte en
especialmente débil y desprotegida, incrementando así las caracterís-
ticas de desamparo e impotencia propias de todo pobre en la socie-
dad medieval y, también, en la moderna.

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