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zac1on. Pobre es, por tanto, aquel que tiene algo, aunque sea poco 1 •
No es pobre, en consecuencia, únicamente el indigente, si bien todo
indigente es pobre; esto, que ha sido repetidamente señalado por va·
rios autores, explica actitudes y comportamientos sociales ante las
situaciones de pobreza 2 •
Cualquier cosa que afecte al normal desenvolvimiento de los me-
dios de subsistencia de aquel que vive en Ja precariedad amenaza con
hacerle traspasar el umbral de la pobreza y verse obligado a acudir
a la ayuda material de los demás para poder subsistir, bien sea me-
diante la mendicidad, bien a través del recurso a las distintas formas
de asistencia que existen dentro de la sociedad medieval.
La precariedad conlleva, por tanto, la necesidad material y la de-
pendencia, de una parte, y, de otra, el desamparo y la sensación y/o
conciencia de impotencia que el pobre tiene para poder salir de esa
situación en la que se halla, la cual de no ser por el socorro ajeno,
puede muy bien convertirse en estado.
Cuando los textos medievales -y no únicamente los literarios o los
de índole marcadamente doctrinal- hablen de la pobreza suf1ida in-
dividualmente, estarán haciendo referencia, casi invariab lemente, a al·
guno de los siguientes tipos : el enfermo, el huérfano, el viejo, la
viuda, el cautivo, la doncella pobre. En todos ellos la situación de
desamparo y la dependencia son notas esenciales . Sin embargo, hay
matices ya que, entre todo este conjunto, existen dos tipos exclusi·
vamente femeninos: las viudas y las doncellas pobres. En ellas la po·
breza parece, en principio, venirles dada por su pertenencia a un de·
tenninado sexo, a diferencia de lo que sucede en los tres primeros
casos, en los que la pobreza viene condicionada por una debilidad fí-
sica que impide la normal consecución del sustento material mediante
el trabajo.
Lo primero que cabe deducir de lo anteriormente expuesto es que
en una sociedad en la que la identidad propia es en gran medida
adscriptiva (se es en tanto en cuanto se pertenece a algo o a alguien)
la mujer, para ser, parece necesitar del amparo del hombre o del
grupo familiar en torno a él constituido; aquellas que carezcan del
mismo serán como huérfanos, precisados de ayuda y t utela ajenas
para subsistir. El tratamiento doctrinal cara a la mujer corrobora en
muchas ocasiones lo que acabamos de decir 3 •
«Cette préeminence des pauvres fiJJes a marier montre que les testateurs de la
deuxi~me partie du xvt siCcle, quand ils s'intéresseot aux pauvres, insistent
d'abord sur la :réinsertion dans la société d'un certain type de pauvre margina·
lisé par une con<lition involontaire. La femmc, subissant ici les effets d'une
pauvreré qu'on ne souhaite plus qu'elle asume, réunit en elle la double fonction
du pauvre ailné de Dieu et du marginal encore recupérable para la société.>
fa Rojas, F. (1927). El Padre de Huérfanos de Valencia, Valencia.
19 Se trata de los Estatutos pertenecientes al cargo zaragozano, del año 1475.
268 Carmen López Alonso
para ello•, cuando lo cierto es que todos ellos podrfan realizar traba-
jos que • podrfan aprouechar al pueblo e ellos non andarían valdios
como andan nin comerían su pan folgando• "°·
Añadamos a esto el
hecho de que muchos de estos vagabundos se acogen a la protección
de los nobles malhechores, sirviéndolos en sus malfretrías 31 •
El problema que estas gentes representan, esquemáticamente ex-
puesto, es abordado socialmente con respuestas represivas, encami-
nadas todas ellas a lograr que el trabajador reaUce su labor, siga ejer-
ciendo su ofício y, en el caso de carecer del mismo y no tener niQgún
scí'lor de quien depender, busque forzosamente •Sennores con quien
biuao e a quien siruan e les deo sus mantenimientos e las otras cosas
que fueren ygualados de que puedan beuir. 32•
Es decir, se trata de fijar al trabajador a su lugar y oficio, inten-
tando evitar -mediante las graduales medidas represivas- su inde-
pendencia. Son, por tanto, disposiciones reactivas, que marcan a Ja
par una innovación y un ensayo de vuelta atrás, un intento de apun-
talamieto de un sistema social caracterizado por el privilegio de los
unos y la dependencia de los más.
Las medidas, repetimos, se dirigen por igual a los hombres y a las
mujeres. En el caso de que la mujer opte por una vía de •falsa po-
breza•, integrándose en el colectivo de gentes baldías o que siga una
vía de pobreza voluntaria calificada negativamente -en Ja medida
en que no se considere un camino ortodoxo, como sucede en el caso
de la herejía o el de las «falsas beguinas• 33_, la respuesta represiva
es similar, en sus líneas básicas, a Ja dirigida contra los hombres:
cuando la mujer forma parte de algo que puede ser entendido como
un problema colectivo global no hay dfaeurso represivo especialmente
diferenciado.
Con esta afirmación no estamos negando el hecho de que existan
actitudes diferenciadas cara a la mujer por el hecho de su sexo: es
"° Vid.,
31
Cortes de Madrid, 14&5, peL 38 (tomo III, pk. 236).
entre otros, Moreta Velayos. S. (1978), ltlalhechores feudales. Violen-
cia. anta¡onismos y alian¿as de clases en Castilla, siglos XIII-XIV, Madrid.
También en López Alonso, Carmen (1978), •Conflictividad social y pobreza en
la edad media según las actas de las cortes castellano-leonesas•, Hispania, to-
mo XXXVIII, páJ!s. 475-567.
S2 Cortes de Madrid, 1435, pet. 38. Esta cita es meramente un ejemplo ilus-
trativo, entre otros muchos, de un fenómeno generalizado. Vid., López Alonso, C.
(en prensa), La ~obreza en la España medieval, cap. Ill.
3$ Vid., Por CJCmplo, Gonzál"" Giménet, M. (ed.), 19n, •Beguinos en Castilla.
Nota sobre un documento sevillano-. HIO, núm. 4. Sobre la participación de las
mujeres en la herejía puede verse también Avalle Arce, J. B., •Los herejes de
Durango•, en llomenaje a Rodriquez. Monúlo, Madrid, 1966; también en Perar~
nau. J. (1976), Dos tratados •espirituales• de Arnau de Vilanova en traducci6n
castellana medreval, Roma. Sigue siendo útil la consulta de la obra de Menén·
dez Peloyo, M., Historia de los heterodoxos espallolts, Madrid, 1967 (aparte sus
interpretaciones, en algunos casos muy discutiblec, es cierto que aporta datos
en a:ran medida utilizables¡.
272 Carmen Ldpez Alonso
obvio que las hay, pero creemos que es preciso integrar su análisis
en otro que, más globalmente, aborde el problema de los desprotegi-
dos, débiles e impotentes en la sociedad medieval, de los que viven
en una situación material caracterizada por la precariedad; de los
pobres, en fin, en su sentido amplio. El discurso asistencial-integrador,
dirigido a la mujer, es esencialmente coincidente con el que se pro-
duce ante el pobre que, en otro lugar, hemos denominado como •po-
bre domesticado• (en el doble sentido de la palabra: dominado y de-
pendiente, de una parte, y conocido, perteneciente al ámbito domés-
tico, de otra). El discurso represivo, suscitado por el que, de una u otra
forma, se niega a serlo, no importa sea hombre o mujer, tiende a lo-
grar Ja fijación y vuelta al origen del que, eventualmente, había in·
tentado independizarse. Cuando no lo logra, el transgresor es coloca·
do al margen. En el caso de Ja mujer, por tanto, creemos que puede
ser válido lo que decíamos anteriormente al explicar la caridad para
con ella en el hecho de que es uno de los pobres todavía recupera-
bles e integrables dentro de Ja sociedad. Ahora bien, creemos que es
necesario añadir que esa integración y recuperación se hacen median-
te la vía de la fijación y la dependencia, lo mismo que en el caso del
•pobre domesticado»- Ciertamente que a esa .igualdad por abajo• con
el hombre es preciso añadir el hecho de que la mujer ve sobrepuesta,
a su pobreza de partida, la pertenencia a un sexo que la convierte en
especialmente débil y desprotegida, incrementando así las caracterís-
ticas de desamparo e impotencia propias de todo pobre en la socie-
dad medieval y, también, en la moderna.