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1. El mercado financiero
2. Deuda: letras, bonos y
obligaciones
3. La bolsa
4. ¿La bolsa o el ladrillo?
5. Divisas
6. Oro, materias primas,
joyas, arte
7. Las ventajas de invertir en
bolsa
8. Conclusión
4 El especulador
1. Especuladores, políticos y el
mercado
2. El especulador medio pierde
dinero
3. Dominar al especulador que
llevamos dentro
4. El análisis técnico
5. Analistas irreductibles y
moderados
6. Promediar costes
7. Autodiagnóstico
5 El inversor
1. El inversor activo
2. La revolución financiera
3. El inversor pasivo
4. ¿Por qué no hay inversores
pasivos?
5. Frente al mercado
Nuestro proyecto
7
1. Cinco enemigos de nuestra
inversión
2. Nuestro asesor
3. Un proyecto de cinco puntos
4. Dos buenas prácticas
Hacia el futuro
8
1. Cuándo y cuánto ahorrar
2. Cómo y dónde invertir
Prólogo
El libro que el lector tiene entre sus manos está escrito por alguien que tiene
una sólida formación académica en las mejores instituciones de España,
IESE, y Estados Unidos, Stanford. Ha desarrollado su vida profesional en
un gran banco como alto directivo responsable de su Tesorería; por ello, el
autor de este libro es una de las personas que conozco con más oficio en
esta materia.
Juan Antonio Palacios Raufast nació con una inteligencia especial para
simplificar el arduo mundo de las finanzas y hacerlo accesible a los
empresarios y directivos. En la década de los setenta fue el responsable,
junto a otros profesores, del diseño del seminario Finanzas para no
financieros, que hoy se imparte en la gran mayoría de las escuelas de
negocio del mundo.
Presentación
Este libro presenta unas ideas simples y eficaces para invertir bien. No son
mis ideas: es el resultado de la investigación financiera de los últimos años
en las mejores universidades. En concreto, el libro se centra en cuatro
reglas o principios básicos para invertir bien propuestos por el profesor
William F. Sharpe, premio Nobel de Economía de 1990. Conocí al profesor
Sharpe en la Universidad de Stanford en 1970, cuando me preparaba para
escribir mi tesis doctoral, y tuve la suerte de que se ofreciese para
dirigírmela, además de sugerirme el tema: la bolsa española. A partir de ahí
y gracias a él, todo fue bastante fácil. Desde entonces, ha sido mi maestro y
mi referencia en el campo de las finanzas.
Estoy convencido de que aplicar sus cuatro reglas es la manera más fácil y
segura de llegar a invertir bien. A pesar de ello, casi nadie invierte en
España como el profesor Sharpe recomienda, es decir, como habría que
hacerlo según la nueva ciencia financiera. Algunos inversores prudentes se
acercan bastante, pero la gran mayoría lo hace
Presentación
Este libro presenta unas ideas simples y eficaces para invertir bien. No son
mis ideas: es el resultado de la investigación financiera de los últimos años
en las mejores universidades. En concreto, el libro se centra en cuatro
reglas o principios básicos para invertir bien propuestos por el profesor
William F. Sharpe, premio Nobel de Economía de 1990. Conocí al profesor
Sharpe en la Universidad de Stanford en 1970, cuando me preparaba para
escribir mi tesis doctoral, y tuve la suerte de que se ofreciese para
dirigírmela, además de sugerirme el tema: la bolsa española. A partir de ahí
y gracias a él, todo fue bastante fácil. Desde entonces, ha sido mi maestro y
mi referencia en el campo de las finanzas.
Estoy convencido de que aplicar sus cuatro reglas es la manera más fácil y
segura de llegar a invertir bien. A pesar de ello, casi nadie invierte en
España como el profesor Sharpe recomienda, es decir, como habría que
hacerlo según la nueva ciencia financiera. Algunos inversores prudentes se
acercan bastante, pero la gran mayoría lo hace con otras ideas −algunas
muy peligrosas− que, al final, les hacen perder dinero. A pesar de esto, creo
que no hay que ser pesimista. En Estados Unidos pasaba lo mismo hace
treinta años, pero hoy todo ha cambiado y los ahorradores que saben
invertir bien son cada día más numerosos y crecen año tras año. En España
y en Europa antes o después pasará lo mismo y acabaremos por seguir los
pasos de Estados Unidos.
3. Según los datos disponibles, las familias españolas no invierten bien sus
ahorros, que están poco diversificados y consiguen una rentabilidad
exigua.
Este libro no es para expertos. Está escrito para que cualquier inversor lo
entienda y pueda descubrir unas ideas nuevas que le ayuden a invertir
mejor. He intentado que sea un libro práctico y breve. He suprimido el
lenguaje técnico y las fórmulas matemáticas. Creo que puede leerse con
calma en unas pocas horas. El libro está dividido en dos partes: la primera
presenta las ideas básicas para invertir bien y propone un plan concreto
para conseguirlo. La segunda contiene una serie de anexos que amplían
algunos puntos con un contenido más técnico que la primera parte. La
lectura de estos anexos es opcional y el lector que lo desee puede prescindir
de ellos sin perder ninguna idea importante.
8. En buena parte esto ocurre porque las gestoras y los bancos no ofrecen
productos para el inversor pasivo, aunque esta situación debe cambiar
en el futuro. En Estados Unidos los inversores pasivos crecen cada día y,
antes o después, ocurrirá lo mismo con nuestros ahorradores.
Estas ideas, tal vez poco habituales, nos pueden ayudar a reflexionar sobre
lo que hacemos con nuestros ahorros y nuestra inversión. Pero no serán
aceptadas por todos. Siempre habrá especuladores o inversores activos que
las rechacen, lo que no es malo para el mercado financiero, que necesita a
estos dos grupos para ser eficiente. Pero pueden ayudar a muchos
ahorradores a llevar mejor sus asuntos financieros. El libro sugiere un plan
de cinco puntos, basado en estas ideas, para invertir bien nuestro
patrimonio.
Agradecimientos
Mi agradecimiento a mis maestros de finanzas William Sharpe, Jack
McDonald, Paul H. Cootner y Rafael Termes. Rafael Termes, además de
finanzas, me enseñó a ser profesor. Mi agradecimiento también al profesor
Eugénio Viassa Monteiro, antiguo director del AESE de Lisboa, a Antonio
García de Castro, director del Instituto Internacional San Telmo, y a
Jacinto Artiles, director del Instituto Internacional Bravo Murillo, por el
interés que mostraron desde un principio por este proyecto.
Nuestros gobiernos han contribuido a crear esta situación, aunque tal vez
sin ser muy conscientes de ello. En el último siglo, los países occidentales
han avanzado mucho en la solución de los problemas de salud de sus
ciudadanos, al divulgar información útil y facilitar el acceso a los médicos.
Han restringido también prácticas nocivas, como fumar, y han prohibido el
consumo de drogas. Pero la actitud de estos gobiernos cambia cuando se
trata de nuestra salud económica.
4. Finanzas personales
Aunque el tema de nuestras finanzas es amplio, este libro es breve y se
centra en el principal problema financiero de cualquier familia: la gestión
de su patrimonio. Se han omitido muchos temas que, sin dejar de ser
importantes, considero que son menores y pueden encontrarse en otras
publicaciones. No conozco ningún libro en España dedicado a este tema,
aunque confío en que puedan aparecer pronto, pues los necesitamos
mucho. En Estados Unidos hay una gran variedad de libros sobre finanzas
personales que abordan con detalle muchos temas.
Como muestra de estos temas se pueden citar, por ejemplo: cómo fijar
nuestros objetivos financieros, la necesidad de tener un presupuesto
familiar, consejos para reducir los gastos, cuándo hay que pedir un
préstamo, cómo se debe usar la tarjeta de crédito, la inversión en productos
financieros (incluidos planes de pensiones y seguros), cómo preparar la
declaración de la renta, la protección contra fraudes y estafas, cómo usar el
ordenador para manejar nuestras finanzas, etc. Estos libros aportan mucha
información útil, pero a veces no dan criterios claros para decidir cómo hay
que invertir. En cualquier caso, si el lector se decide a leer alguno de los
mejores, no perderá el tiempo, pero se dará cuenta de que la mitad del libro
le sirve de poco, porque habla de alternativas inviables en nuestro país o de
productos ajustados a la legislación e impuestos de Estados Unidos.
La segunda parte describe con cierto detalle dos formas básicas que
empleamos para manejar nuestro patrimonio y ahorro: la especulación, en
el capítulo 4, y la inversión, en el capítulo 5. En este último veremos que se
puede ser inversor activo (la forma de invertir tradicional), o inversor
pasivo (según la aportación de la nueva teoría financiera). En estos dos
capítulos se analizan estas tres posibilidades −especulador, inversor activo
e inversor pasivo− y se concluye que la inversión pasiva es la más rentable
y segura para la inmensa mayoría de los ahorradores. A pesar de ello, la
información que tenemos sugiere que en España, y en Europa, hay una
mayoría de especuladores, mientras que los inversores pasivos
prácticamente no existen.
Finalmente, la tercera parte intenta poner en práctica las enseñanzas de las
finanzas modernas. El capítulo 6 presenta los cuatro principios básicos
para invertir bien que ya hemos comentado. Estos principios son como una
red protectora que impide nuestra caída al vacío, al desastre financiero. El
capítulo 7 se acerca más a la realidad y comenta cómo podemos diseñar
nuestro proyecto personal basado en las cuatro reglas anteriores. Por
último, el capítulo 8 busca ejemplos que habría que seguir en otros países
y prevé cambios importantes en la oferta de productos de inversión que
ahora recibimos.
Este capítulo comenta tres factores clave que configuran nuestro problema
financiero: la falta de educación financiera, la amenaza de la demografía y
la composición de nuestros ahorros. Conociéndolos mejor, será más fácil
pensar luego cómo tenemos que resolver nuestro problema.
1. La educación financiera
Una mañana de febrero hace algunos años, cuando todavía no habíamos
entrado en el euro, un directivo fue a ver al director de una oficina bancaria.
Cuando estuvo en su despacho, le explicó el motivo de su visita. Quería
hacer un ingreso de 15.000.000 de pesetas. Y añadió: «podéis invertir este
dinero como os parezca mejor. No te digo más porque no entiendo de estas
cosas; pero vosotros me conocéis y sabréis elegir mejor que yo lo que más
me conviene».
Suelo hacer esta misma pregunta a mis alumnos del Programa EMBA del
IESE y he podido comprobar que son pocos los que se han preocupado
alguna vez por este problema. Solo en una ocasión hubo un alumno que
había llegado a hacer una estimación de su pensión de jubilación. El anexo
1 presenta un esquema simple que nos da una primera respuesta a este
problema y el anexo 2 es una variación del anterior desde otro supuesto de
partida. El anexo 3 considera cuál puede ser el momento más adecuado
para empezar a ahorrar para nuestra jubilación.
No hay que olvidar que las empresas también están sujetas a estos riesgos.
Mientras escribo estas líneas (septiembre de 2010), la prensa da la noticia
de que el fabricante de relojes Swatch ha demandado por casi 30.000.000
de dólares a UBS. Swatch afirma que el banco le aseguró que el importe de
su inversión no corría ningún riesgo. Noticias como esta son cada vez más
frecuentes. Muchas empresas tienen acceso directo al departamento de
Tesorería de su banco para poder contratar ciertos productos que su oficina
habitual no les puede ofrecer. Esta medida resuelve el problema, pero tiene
sus peligros. A veces, el director financiero de la empresa desconoce el
riesgo de los productos que contrata, y entonces el mercado también se
convierte en un lugar muy peligroso para él y para su compañía.
La diferencia más importante entre estas dos iniciativas es que los planes
privados se basan en el principio de capitalización, que supone aportar
unas cantidades periódicas a un fondo que se invierte en el mercado
financiero y que se espera que pague nuestras pensiones futuras. En
cambio, la Seguridad Social funciona bajo el sistema de reparto, que
consiste en obligar a los trabajadores en activo al pago de una contribución
que sirve para costear las pensiones de los que se han retirado. Con este
sistema no hay ninguna acumulación de capital, el interesado no toma
ninguna decisión y todo queda predeterminado por el Estado.
Entonces, ¿por qué los depósitos son, con mucha diferencia, los activos
financieros preferidos por nuestros ahorradores? Parece haber dos
razones. La primera es que durante muchos años los depósitos han sido la
única opción disponible y esto ha creado un hábito que los bancos han
conseguido mantener. La segunda es que la alternativa hoy abierta del
mercado financiero, y en particular la de la bolsa, les parece a muchos
ahorradores un riesgo alto que prefieren evitar. Pero el precio que se paga
por esta decisión puede llegar a ser muy alto: frente a la rentabilidad de
las letras y depósitos −digamos un 3%− está la de la bolsa, que ha sido en
promedio del 10% anual en las últimas décadas. Es una diferencia muy
grande, a pesar del distinto riesgo asumido, como veremos en el capítulo
3.
1. El mercado financiero
Antes de entrar en la descripción de alternativas concretas, conviene hacer
un breve comentario sobre el mercado financiero, todavía poco conocido
entre nuestros inversores. En este mercado podremos comprar bonos,
obligaciones y acciones, que son elementos básicos para construir una
buena cartera de inversión.
El sistema financiero sirve para trasladar el dinero desde los ahorradores
hacia los inversores finales que necesitan esta financiación. Cumple bien
esta función cuando consigue llevar el ahorro disponible a las inversiones
más productivas y rentables, y entonces los ahorradores consiguen
rentabilidades altas y la economía del país crece. El sistema financiero está
formado por el mercado financiero y también por los bancos, cajas y otras
instituciones financieras.
Podemos clasificar a los países en tres grupos, según cómo hayan decidido
organizar su sistema financiero. En el primer grupo están los países donde
esta función la hace exclusivamente el Estado y no existen ni empresarios
ni inversores. En el segundo grupo están los países con libertad para
emprender, pero que restringen los movimientos de sus ahorradores, de tal
suerte que sus bancos pueden captar todos sus ahorros sin competencia.
Finalmente, están los países que permiten a sus ciudadanos invertir su
dinero donde les parezca mejor, incluso en el extranjero.
Estas son son cifras para Estados Unidos, mientras que para España la
inflación ha sido del 7,7%, sin tener la oportunidad de invertir durante la
mayor parte de aquel tiempo en un mercado de deuda libre que nos hubiera
protegido de esta fuerte subida de precios.
3. La bolsa
Pasemos ahora a ver lo que podemos esperar de la inversión en acciones de
bolsa. El cuadro 3.2 abarca la historia de la bolsa en los últimos 70 años,
vista a través de la evolución del índice Standard & Poors (S&P 500),
formado por 500 compañías norteamericanas y que incluye los pagos en
dividendos. Este cuadro está dividido en cuatro gráficos que reflejan lo que
les hubiera pasado a cuatro inversores con plazos de inversión distintos:
desde un año hasta los 15, pasando por los 5 y 10 años. El gráfico superior
refleja lo que es la bolsa para un inversor a un año. La rentabilidad media
anual es el 10%, pero el riesgo es terrible. La bolsa puede subir un año el
50% (1954), y bajar otro casi el 40% (2008). De los 70 años de historia que
recoge el cuadro 3.2, hay 16 −un 23%− en los se ha perdido dinero. Invertir
en bolsa a un plazo de un año es propio de especuladores; ningún inversor
sensato lo haría. Warren Buffet ha dicho: «no invierta en bolsa si no está
dispuesto a perder la mitad de su dinero en un año».
Los datos que conocemos de varias bolsas indican que es raro perder dinero
invirtiendo a plazos superiores a diez años. Cuando Wall Street celebró sus
dos siglos de vida, en mayo de 1992, confirmó este hecho y dijo además que
una inversión a 20 años en acciones, hecha en cualquier momento de su
historia, hubiera superado siempre a otra equivalente en bonos y
obligaciones.
Los cuadros del anexo 12 nos sirven para ver cómo nos ha protegido la
inversión en acciones contra la inflación en los 70 últimos años. Como
vimos en el apartado anterior, la inflación media anual en Estados Unidos
fue el 4% en este período, mientras que la rentabilidad de las acciones fue
el 11,1%, lo que equivale a una rentabilidad real de un 7%, muy superior a
la conseguida por la deuda.
El cuadro 3.3 solo compara índices de precios, por lo que el índice S&P 500
no incluye los dividendos, a diferencia del cuadro 3.2. Para calcular la
rentabilidad completa de estas dos inversiones habría que añadir a la bolsa
los dividendos, y a los inmuebles las rentas por alquiler menos los gastos
de mantenimiento e impuestos. Con esta corrección, la bolsa superaría a
los inmuebles por una diferencia aún mayor que la que aparece en el
cuadro.
Parece, por lo tanto, que los inmuebles protegen contra la inflación pero
son menos rentables y menos líquidos que la bolsa, lo que los convierte en
una inversión financiera bastante dudosa. Los que todavía recuerdan el
dinero que han ganado invirtiendo en inmuebles deberían pensar si su
beneficio no es más que el reflejo de la suerte que han tenido al jugar con
una burbuja especulativa, y considerar bien si quieren entrar de nuevo en
este juego en el futuro.
5.Divisas
El mercado de divisas es un mercado descentralizado, sin ubicación física
concreta, en el que participan todo tipo de instituciones financieras. Es el
mercado financiero mayor y más líquido del mundo. En mis tiempos de
tesorero (los años ochenta y los noventa), el volumen de contratación diario
era de un billón de dólares, mientras que hoy es ya de cuatro billones. Es
un mercado al que acuden los tesoreros de los bancos para cumplimentar
las órdenes de sus clientes −en su mayoría importadores, exportadores e
inversores en divisas− y también para operar por cuenta propia. La mayor
parte de estas últimas operaciones son especulativas y a muy corto plazo, y
casi siempre se cierran el mismo día en el que se inician. Pueden
representar cerca del 90% del volumen total de este mercado.
Como se ve, este grupo de expertos solo había podido pronosticar bien la
tendencia a tres meses del cambio entre el dólar y la libra, mientras que en
todos los demás casos se habían equivocado y su previsión no tenía más
valor que la que se hubiera podido conseguir echando una moneda al aire.
Estas previsiones únicamente servían para saber cómo pensaban algunos
grandes bancos, pero no ayudaban lo más mínimo para invertir en divisas.
Existen también una gran cantidad de activos que se suelen presentar como
inversiones interesantes: joyas, arte, muebles, sellos, monedas antiguas,
etc. Todos estos productos son más propios para coleccionistas que para
inversores. Se negocian en mercados muy opacos, son poco líquidos, no dan
renta ni dividendos y tienen unos costes de transacción muy altos. Con
muchos de ellos no es raro que, al tratar de venderlos, nos ofrezcan
únicamente la mitad del precio que habíamos pagado tan solo dos meses
después de haberlos comprado. No son una buena inversión financiera
para nuestros ahorros, como hemos podido ver recientemente en nuestro
país con un gran número de inversores que habían concentrado su
inversión en sellos, para descubrir, de pronto, que la mayoría de sus
ahorros se había perdido.
Antes de terminar este capítulo, vamos a ver con un ejemplo las ventajas
que puede tener invertir en el mercado financiero siguiendo estas ideas.
El cuadro 3.5 indica qué parte de nuestros ingresos anuales hemos de
ahorrar para poder mantener nuestro nivel de vida actual cuando nos
jubilemos. Este cuadro se ha preparado para una persona de 30 años que
espera jubilarse a los 65, y que todavía no ha acumulado ningún
patrimonio. Se basa en los cálculos del anexo 1, pero en vez de suponer,
como hace este anexo, que la rentabilidad real de nuestra inversión es el
3%, nos muestra los resultados para varios rendimientos posibles situados
en el eje horizontal que van desde el 0 al 10%. Recordemos que estas cifras
se refieren a la rentabilidad real de la inversión, después de descontar la
inflación que se haya producido.
Como la esperanza de vida de la mujer es superior a la del hombre,
aparecen dos curvas distintas para cada caso, y aquí surge una pequeña
sorpresa. Lo lógico sería esperar que la mujer tenga que ahorrar más, ya
que tiene una jubilación más larga que la del hombre.
Vemos que esto es lo que pasa con rentabilidades de la inversión bajas, pero
cuando la rentabilidad sube, la diferencia desaparece y tanto ella como él
tienen que ahorrar lo mismo. ¿Por qué el hombre y la mujer son distintos
con tipos bajos pero iguales cuando los tipos suben? La respuesta está en
un principio financiero elemental conocido por todos. Tal vez al lector le
apetezca descubrir por sí mismo la clave de este misterio. Si lo consigue,
hay que felicitarle porque ha asimilado muy bien un principio básico de las
finanzas. Lo normal es no encontrar la respuesta, y esto revela que hay
principios que conocemos bien, y que creemos que guían nuestra conducta,
pero a veces no están presentes ni en nuestra forma de razonar ni de actuar.
De los dos primeros casos se puede deducir que si las familias españolas
consiguiesen mejorar la rentabilidad de sus ahorros en solo 2 o 3 puntos,
sus ingresos disponibles −después de invertir para su pensión− pasarían
del 60% de sus ingresos totales al 83%, lo que supone un aumento de casi
el 40% en sus ingresos disponibles, y un cambio espectacular en su
situación financiera. Este resultado es muy importante y no debemos
olvidarlo.
Tampoco hay que olvidar que las familias jóvenes que compran su vivienda
con una hipoteca están haciendo una inversión con un riesgo parecido al
del último supuesto. Es un misterio por qué el legislador favorece con
estímulos fiscales este tipo de inversión en detrimento de las se pueden
hacer en el mercado financiero. Para mayor desconcierto, en Estados
Unidos sucede justo lo contrario.
8. Conclusión
Hemos cubierto bastante terreno y es un buen momento para recapitular.
En el capítulo 2 hemos repasado la situación del ahorrador español: su
pensión de la Seguridad Social será insuficiente y la inversión que ha hecho
para complementarla −concentrada en vivienda y depósitos bancarios−
está mal diversificada y es poco rentable. La inversión en el mercado
financiero le ayudaría a mejorar su situación, pero suele evitar esta opción
porque percibe peligro. Esta actitud es prudente, pero le perjudica, aunque
lanzarse a estas inversiones sin ideas claras sería mucho peor. Sabe que
cuando lo ha hecho las cosas no han ido bien, como le ha ocurrido hace
poco con las participaciones preferentes que ha comprado a los bancos. No
entiende bien estos productos complejos y se siente vulnerable e inseguro.
Así las cosas, le cuesta mucho salir de su situación.
El especulador
−Lo que pasa es que piensas como un inversor, pero los inversores hoy
no cuentan. Son los especuladores los que mueven la bolsa.
Eran los especuladores: los títulos les quemaban en las manos, pero al final
eran los que fijaban el precio de su acción. Hace años, el plazo medio de
inversión de un accionista se medía en años, no en meses como ahora.
Aquella era una bolsa de inversores, hoy es de especuladores. El
responsable de una empresa puntera de nuestra bolsa estima que la mitad
del volumen de contratación de sus acciones corresponde a compras de
especuladores que venden después dentro del mismo día (noviembre de
2010).
Pero salió el sol y poco después de ese día la bolsa empezó a subir sin parar,
hasta que terminó el año con una subida del 40%: un ejercicio espléndido.
Recuerdo que en diciembre hablaba de esto con un inversor profesional:
1. Nadie sabe lo que va a pasar con la bolsa a corto plazo. Nadie. No hay
verdaderos expertos sobre este tema, y entrar y salir en bolsa cada vez
que hablan acaba saliendo mal.
Ser muy inteligente o tener una gran formación no sirve para especular con
éxito. Además de los dos profesores de finanzas citados antes, hay otros
ejemplos, como el de Sir Isaac Newton −padre de la física clásica y sin duda
uno de los hombres más inteligentes de la historia−, que en 1720 perdió
20.000 libras, una fortuna en aquellos tiempos, especulando con la burbuja
de los Mares del Sur. No encajó bien esta pérdida y se dice que palidecía a
la menor mención de esta burbuja durante el resto de su vida2. Tampoco
están libres de estos riesgos los grandes especuladores que han tenido
éxito, como ocurrió con los hermanos Hunt, que quedaron arruinados
después de acumular una gran fortuna especulando en el mercado de la
plata cuando el precio de este metal se hundió en marzo de 1980. Después
serían condenados por manipular este mercado. Igual que una burbuja
especulativa crece, estalla y desaparece, así ocurre a veces con la fortuna de
los especuladores.
Alguna vez algún pequeño especulador puede tener suerte durante un corto
período de tiempo, como le ocurrió a Hillary Clinton en 1978, cuando
convirtió en diez meses su inversión inicial de 1.000 dólares en 100.000,
especulando en el mercado de materias primas. Durante estos diez meses,
asumió riesgos muy grandes que podían suponer pérdidas de 3.000.000
de dólares, equivalentes a 30 veces el patrimonio de entonces de los
Clinton. Lo más curioso fue que apostó en contra de los expertos, por lo que
por una vez la presa ganó a los depredadores, y se retiró a justo a tiempo 3.
Especular es parecido a jugar a la ruleta, pero a veces con un riesgo mucho
mayor.
Ejemplos de esta presión son también algunos libros tóxicos que aparecen
continuamente y nos prometen hacernos millonarios. Hace un año
encontré uno de ellos titulado I Will Teach You To Be Rich [Le enseñaré a
hacerse rico] en un lugar destacado de una librería de Nueva York.
Probablemente ya nadie presta atención a este libro, pero entonces su
autor, con aspecto de gurú indio, salió en la televisión después de las
noticias de la tarde para promocionarlo. La aparición incesante de estos
libros indica que se venden bien, sin que sus compradores hayan caído en
la cuenta de que si lo que el libro promete fuera verdad, su autor sería rico
y no necesitaría escribirlo para ganarse la vida.
4. El análisis técnico
Otra presión muy importante que nos impulsa a especular es el análisis
técnico, ampliamente divulgado en las páginas de nuestra prensa
económica, así como en los programas de radio y televisión. Recuerdo que
en 1974, recién llegado de Estados Unidos, di una conferencia sobre este
tema en Madrid, invitado por el Instituto Español de Analistas Financieros.
Ninguno de los cien analistas asistentes a aquel acto parecía entonces tener
noticias del análisis técnico, pero desde la situación ha cambiado por
completo.
Para muchos profesores, los analistas técnicos son como los astrólogos que
preparaban horóscopos para predecir el futuro en la Edad Media. En el
siglo XVIII se vio que esta actividad no tenía ninguna base científica y cayó
en desuso, aunque algunos periódicos siguen publicando todavía el
horóscopo diario. Algo parecido pasó en la década de los sesenta con el
análisis técnico, pese a lo cual sigue invadiendo las páginas de los
periódicos y puede que lo haga todavía durante mucho tiempo. Los
analistas técnicos han ganado la batalla mediática a los profesores porque
generan titulares llamativos y los profesores no. Por desgracia, la difusión
de esta información contribuye a crear especuladores y estimula su
actividad.
EL profesor Malkiel nos habla −en su libro A Random Walk Down Wall
Street− de John Magee, uno de los dos autores del libro básico de los
analistas técnicos. Magee tenía su despacho en Springfield con las ventanas
siempre tapadas con unas cubiertas, para impedir que ninguna influencia
exterior le distrajera de su análisis. Decía Magee:
«Cuando llego a mi despacho, me olvido del mundo y me concentro
por completo en mis gráficos. Mi despacho tiene siempre el mismo
aspecto, tanto si nieva como si hace sol. De esta forma, no puedo
cometer el error de decirle a mis clientes o a mí mismo “compra”
simplemente porque hace sol o “vende” porque llueve»4.
Cuando leí por primera vez estas líneas, en 1973, me llamaron la atención
y todavía las recuerdo. Luego he podido comprobar que los analistas
técnicos más radicales son así, y pueden analizar un gráfico de cotizaciones
sin conocer siquiera el nombre de la compañía para evitar todo tipo de
influencia ajena a sus creencias. En mi etapa de tesorero tuve ocasión de
comprobar que este tipo de analista existe y no es producto de ninguna
fantasía.
−Por cierto, he leído que los analistas técnicos más ortodoxos prefieren
trabajar con un gráfico sin ninguna identificación para así poder
concentrarse mejor en su trabajo. ¿Es cierto?
−Así es.
−Y si yo te doy uno de estos gráficos, ¿podrías analizarlo?
Lo dijo con tanta seguridad que no pude evitar mirar por la ventana para
ver si acertaba. Le pedí enseguida disculpas y le expliqué de donde venía el
grafico. Al darse cuenta de todo, dijo inmediatamente:
«El Ibex ha rebotado con fuerza en los 8.000 puntos y ahora podría
llegar incluso a los 10.000. Pero no es descartable un nuevo recorte».
Con todo esto no quiero decir que los analistas técnicos no ganen nunca
dinero. Pueden llegar a ganarlo muchas veces. El punto importante es que
sus beneficios son casi siempre menores que los de un inversor pasivo que
mantenga una cartera bien diversificada, tal como veremos más adelante.
Si el análisis técnico funcionase, como sugieren sus libros, su capacidad de
generar beneficios sería enorme y se manifestaría en muy poco tiempo.
Pero vemos que esto no ocurre, ya que estos analistas no se suelen retirar
de su profesión enriquecidos antes de tiempo. En vez de esto, continúan
dando sus consejos en las páginas de la prensa económica o en los
programas de radio. No tengo noticia de ninguno de los grandes
especuladores, como los de la foto del cuadro 4.1, que haya llegado a donde
está gracias al análisis técnico.
Hay otro argumento importante para dudar del análisis técnico. Si este
análisis tuviera algún poder predictivo, el uso de sus reglas relativamente
simples se extendería cada vez más, pero a medida que esto sucediera,
perdería su capacidad de predecir, debido al creciente número de analistas
que lo aplicaría. Esto se puede generalizar para cualquier regla simple para
invertir. Por ejemplo, algunos autores como Siegel o Thaler han señalado
(en 2002 y en 1994, respectivamente) la posible utilidad de algunas reglas
de inversión simples, como las siguientes:
1. El efecto enero.
La bolsa tiende a subir en enero.
4. El efecto tamaño.
En la bolsa, las empresas pequeñas son más rentables que las grandes.
Hay bastantes más reglas simples como estas, todas ellas adecuadas para
especuladores. No he seguido muy de cerca la investigación sobre estos
temas, pero sí lo suficiente para saber que el efecto enero y el efecto tamaño
han dejado de funcionar en los últimos años. Con el resto de estas reglas,
antes o después pasará lo mismo y dejarán de funcionar, si es que alguna
vez realmente lo hicieron.
6. Promediar costes
Hay muchos inversores que adoptan ante el análisis técnico una posición
ecléctica y un tanto ambigua. Piensan que hay formas mejores para elegir
valores −por ejemplo, las que se basan en la capacidad de una empresa de
generar beneficios−, pero que el análisis técnico puede resultar útil para
decidir el momento de invertir. Según esta idea, el análisis técnico no indica
tanto en qué invertir, sino cuándo hacerlo. Esta postura, muy extendida, no
tiene ningún fundamento sólido, ya que el análisis técnico no ha
demostrado ser útil para anticipar los movimientos de bolsa.
1 30 6 5
2 30 10 3
3 30 2 15
4 30 6 5
Total 120 28
este ejemplo tenemos tres posibilidades contra cuatro de hacerlo mejor que
un especulador que se arriesgue a hacer la inversión de golpe en un
momento dado. El único trimestre favorable para el especulador es el
tercero, pero en los otros tres trimestres nuestro precio de compra es mejor
que el suyo. Además, estamos siempre seguros de no correr el riesgo de
invertir en el peor momento (cuando la acción esté más cara), mientras que
el especulador nunca está libre de esta posibilidad.
Especular puede ser fascinante, mientras que invertir suele ser bastante
aburrido. Por eso la lista de especuladores es inacabable e incluye a
personas tan distintas como Isaac Newton o Hillary Clinton. Mi experiencia
es que no se puede cambiar la conducta de un especulador con
razonamientos; es como tratar de convencer a un fumador empedernido
con argumentos médicos. Pero si tenemos tendencia a especular, es bueno
que, por lo menos, lo sepamos. Las preguntas anteriores nos pueden ayudar
a descubrirlo.
El inversor
1. El inversor activo
El inversor activo no trata de anticipar lo que va a hacer el mercado a corto,
como ocurre con el especulador. Aunque reconoce que la psicología del
mercado es cambiante e influye en los precios, sabe que no tiene capacidad
para poder predecirlos. A diferencia del especulador, al inversor activo le
interesa, además del precio, el valor de la inversión y solo invertirá si cree
que la inversión vale más que su precio, y viceversa.
Para poder actuar así, necesita tener un sistema o modelo que le permita
averiguar el valor de las inversiones, y confiar en que tarde o temprano el
mercado acabará por acercar sus precios a las valoraciones de su modelo.
Este tipo de inversor es mucho más estable que el especulador y trabaja con
plazos bastante más largos. Lo que le mueve a actuar no es el estado de
ánimo que pesa en el mercado, sino la relación precio-valor de las
inversiones. A esta forma de invertir se la conoce también como inversión
en valor (value investment) y como análisis fundamental, en
contraposición al análisis técnico del capítulo 4.
Las ideas de Graham y Buffet son simples, pero al mismo tiempo difíciles
de aplicar con éxito. Como veremos enseguida, muchos profesionales
intentan hacerlo, pero sin conseguir resultados destacados. La sencillez de
este modelo ha permitido que se escriban libros breves y accesibles para
muchos, como el de Browne, que permiten entender bien lo que hay que
hacer para seleccionar buenas inversiones. Pero ponerse a hacerlo es una
tarea difícil y laboriosa, solo al alcance de los profesionales. Por ejemplo, el
libro citado explica en dos de sus capítulos cómo hay que analizar las
cuentas de una empresa, pero este análisis es imposible sin una
preparación mínima, sin un acceso adecuado y directo a la dirección de la
empresa, y sin dedicar mucho tiempo a este trabajo. Por ello, esta tarea
queda fuera del ámbito del inversor particular, sin otra solución que buscar
las conclusiones a las que hayan llegado los mejores profesionales.
2. La revolución financiera
Un inversor de 1950 solía pensar y actuar igual que uno del siglo XIX,
cuando las finanzas se reducían a algunas reglas prácticas y mucha
sabiduría popular. Por ejemplo, la razón que se daba para diversificar era
no poner todos los huevos en la misma cesta, como se dice todavía. Una
recomendación más precisa aparece en el Talmud (escrito entre 1.500 a.C.
y 500 d.C.) y dice:
En una versión más moderna, podríamos sustituir negocio por las acciones
y la reserva por deuda, además de efectivo, lo que daría como resultado una
regla prudente que invita a diversificar. Otras reglas empíricas que han
aparecido son, por ejemplo:
2. La regla de los 45 años, que sugiere que basta con empezar a ahorrar a
esta edad para poder crear unos ahorros suficientes para nuestra
jubilación. El anexo 3 explica por qué esta regla es poco recomendable
3. La regla del 4%, que afirma que las personas jubiladas pueden consumir
cada año este porcentaje de sus ahorros de forma estable (durante 30
años), suponiendo que el 60% de estos ahorros se invierte en acciones y
el 40% en deuda. Sharpe y otros autores han demostrado, en un trabajo
que aparece en la bibliografía, que este no es un buen sistema de
administrar nuestros fondos después de jubilarnos. Con esta regla se
corre un riesgo significativo: que se nos acabe −o nos sobre− el dinero, y
además se llega normalmente a desperdiciar un 20% de nuestros
ahorros.
Este tipo de reglas empíricas eran frecuentes antes de los años cincuenta y
todavía lo son. Entonces, la rentabilidad era el concepto central de las
finanzas −prácticamente el único− y se había avanzado algo en cómo
medirla, pero poco más. La única excepción notable a esta situación era el
modelo de descuento de dividendos de Williams que acabamos de
comentar.
Las finanzas han avanzado en varios frentes. Hoy conocemos mucho mejor
el riesgo y sabemos cómo medirlo. Entendemos cómo actúa la
diversificación y por qué reduce el riesgo. Tenemos ahora una idea más
clara de cuántos valores tiene que tener una cartera para estar bien
diversificada. Hemos aprendido mucho sobre la relación que hay entre
rentabilidad y riesgo en los mercados, aunque esto no nos ha permitido
avanzar mucho en un cálculo más preciso de la prima de riesgo, de la que
hemos hablado en el punto anterior. Pero este avance sí nos sirve, por
ejemplo, para saber cuándo un objetivo de inversión es viable o es
simplemente imposible. Sabemos ahora que para conseguir más
rentabilidad hay que asumir más riesgo, como siempre se ha intuido; pero
hemos descubierto que hay cierto tipo de riesgo que hay que evitar siempre,
ya que no aporta rentabilidad como se creía y solo destruye el valor de
nuestra inversión. Hemos aprendido a valorar las opciones financieras de
forma precisa, lo que abre las puertas a una infinidad de aplicaciones, como
la de diseñar una inversión a nuestra medida y poder eliminar los riesgos
que no queremos.
Esta hipótesis explica por qué los inversores que intentan superar al
mercado no lo consiguen, ya que la información que manejan está
descontada en los precios y no pueden beneficiarse de ella. Pensar esto hace
60 años era inconcebible: entonces se creía que un profesional estaba para
superar al mercado; pero hoy sabemos que esto no es posible hacerlo de
forma regular y sostenida. Es más: está demostrado que las carteras
manejadas por expertos se quedan por detrás de la rentabilidad del
mercado, en promedio y después de gastos, como veremos enseguida. Hay
pocas excepciones a este principio, lo que nos permite concluir que el
mercado financiero se comporta de manera bastante eficiente. Esto es una
buena noticia para el pequeño inversor que debe saber que −si diversifica y
controla sus gastos− conseguirá una rentabilidad mejor que la que le
ofrecen la mayoría de los profesionales y las instituciones financieras. Esta
es la idea básica detrás del concepto de inversor pasivo, una idea surgida
de la teoría financiera.
3. El inversor pasivo
El inversor pasivo es el que intenta mantener en todo momento una cartera
equivalente a la representada por la totalidad del mercado financiero
global. Es, por definición, un inversor que no hace apuestas contra el
mercado, como ocurre con el especulador o con el inversor activo. El
especulador discrepa del mercado en cuanto a la tendencia, y el inversor
activo, en cuanto al valor de las inversiones. El primero apuesta por
cambios en los precios a corto plazo, y el segundo apuesta también por
cambios a más largo plazo en el valor real de las inversiones. Pero el
inversor pasivo cree que los precios del mercado son correctos y no apuesta
contra ellos. Para él, los precios del mercado son la mejor señal del valor de
cualquier inversión, y piensa que sus estimaciones no pueden superar las
que dan estos precios, por mucho que lo intente.
Años más tarde, John Bogle divulgaría esta forma de invertir con su gestora
de fondos Vanguard. Vanguard lanzó una serie de fondos índice de bajo
coste dirigidos a todos los inversores, que además resolvían el eterno
problema del conflicto de intereses entre la gestora y los partícipes del
fondo, ya que los beneficios de la gestora se repartían entre los partícipes
del fondo.
Se han hecho estudios empíricos que apoyan de forma clara este argumento
en muchos países, que se basan en comparar la rentabilidad de los fondos
de inversión con la del índice de la bolsa. Si la inversión activa funcionase,
cabría esperar que estos fondos, gestionados por profesionales bien
informados y preparados, superasen en su mayoría los resultados del
mercado. Pero sucede justamente lo contrario, como se puede ver en el
libro de Ellis para el caso de Estados Unidos. Lo mismo ocurre de forma
mucho más clara en España y en Europa.
Los tres últimos consiguieron en estos diez años una rentabilidad anual
negativa, justo en un período claro de alza de la bolsa. Llaman la atención
los resultados de los siete fondos índice que aparecen en la muestra,
representados por puntos blancos, que debían haber conseguido una
rentabilidad del orden del 6%, pero se quedaron en promedio más de cinco
puntos por debajo de esta cifra. De estos cinco puntos, 1,4 son comisiones
de gestión. Un resultado absolutamente inaceptable.
Los resultados que aparecen en el cuadro 5.1 son los que hubiera
conseguido el inversor de los fondos después de deducir los gastos de
gestión. Pero incluso antes de gastos, los resultados obtenidos no mejoran
lo suficiente para cambiar ninguna de nuestras conclusiones, que
confirman que la bolsa española se comporta para los gestores de fondos
como un mercado muy eficiente. En otras palabras, y salvo tres
excepciones, nos conviene más invertir de forma pasiva −que nos hubiera
permitido conseguir con seguridad la rentabilidad del mercado− que en
estos productos de inversión activa ofrecidos por las gestoras españolas.
Las dos primeras creencias, suscritas por los especuladores, y la última, por
los inversores activos, explican por qué se venden tantos y tantos productos
de inversión caros, muy rentables para las gestoras, pero poco
recomendables para nosotros.
5. Frente al mercado
En el capítulo 2 vimos que nuestro dinero está invertido sobre todo en
vivienda y en depósitos bancarios. Ahora estamos en condiciones de
conocer mejor lo que hacemos en el mercado; es la diferencia entre una foto
fija y el movimiento del cine. Sobre este punto tenemos mucha menos
información que sobre la composición del ahorro de nuestras familias, pero
como esta composición cambia poco a lo largo del tiempo, podemos
deducir que muchos man tenemos nuestros hábitos y nuestro dinero sigue
fluyendo a la vivienda y a los depósitos bancarios. Algunos, más atrevidos,
se han lanzado a invertir directamente en bolsa, lo que se convierte en una
aventura peligrosa si no se tienen ideas claras de cómo hacerlo. También
hay otros que han comprado diversos productos ofrecidos por las entidades
financieras que no parecen haber mejorado mucho su situación.
1. El inversor activo
El inversor activo no trata de anticipar lo que va a hacer el mercado a corto,
como ocurre con el especulador. Aunque reconoce que la psicología del
mercado es cambiante e influye en los precios, sabe que no tiene capacidad
para poder predecirlos. A diferencia del especulador, al inversor activo le
interesa, además del precio, el valor de la inversión y solo invertirá si cree
que la inversión vale más que su precio, y viceversa.
Para poder actuar así, necesita tener un sistema o modelo que le permita
averiguar el valor de las inversiones, y confiar en que tarde o temprano el
mercado acabará por acercar sus precios a las valoraciones de su modelo.
Este tipo de inversor es mucho más estable que el especulador y trabaja con
plazos bastante más largos. Lo que le mueve a actuar no es el estado de
ánimo que pesa en el mercado, sino la relación precio-valor de las
inversiones. A esta forma de invertir se la conoce también como inversión
en valor (value investment) y como análisis fundamental, en
contraposición al análisis técnico del capítulo 4.
Al final, este proceso resulta ser un buen modelo cualitativo −que nos
señala cuáles son las variables clave que determinan el valor de una
inversión−, pero es muy impreciso si se intenta hacer una estimación
cuantitativa, ya que las opiniones sobre los ingresos futuros y su riesgo
varían mucho de un analista a otro. La estimación de estas variables se
convierte en una tarea difícil que es más arte que ciencia. Algunos
inversores que tienen tras de sí una historia de éxitos −como Benjamín
Graham, Philip Fisher o Warren Buffet− han aplicado este modelo.
Las ideas de Graham y Buffet son simples, pero al mismo tiempo difíciles
de aplicar con éxito. Como veremos enseguida, muchos profesionales
intentan hacerlo, pero sin conseguir resultados destacados. La sencillez de
este modelo ha permitido que se escriban libros breves y accesibles para
muchos, como el de Browne, que permiten entender bien lo que hay que
hacer para seleccionar buenas inversiones. Pero ponerse a hacerlo es una
tarea difícil y laboriosa, solo al alcance de los profesionales. Por ejemplo, el
libro citado explica en dos de sus capítulos cómo hay que analizar las
cuentas de una empresa, pero este análisis es imposible sin una
preparación mínima, sin un acceso adecuado y directo a la dirección de la
empresa, y sin dedicar mucho tiempo a este trabajo. Por ello, esta tarea
queda fuera del ámbito del inversor particular, sin otra solución que buscar
las conclusiones a las que hayan llegado los mejores profesionales.
2. La revolución financiera
Un inversor de 1950 solía pensar y actuar igual que uno del siglo XIX,
cuando las finanzas se reducían a algunas reglas prácticas y mucha
sabiduría popular. Por ejemplo, la razón que se daba para diversificar era
no poner todos los huevos en la misma cesta, como se dice todavía. Una
recomendación más precisa aparece en el Talmud (escrito entre 1.500 a.C.
y 500 d.C.) y dice:
2. La regla de los 45 años, que sugiere que basta con empezar a ahorrar a
esta edad para poder crear unos ahorros suficientes para nuestra
jubilación. El anexo 3 explica por qué esta regla es poco recomendable
3. La regla del 4%, que afirma que las personas jubiladas pueden consumir
cada año este porcentaje de sus ahorros de forma estable (durante 30
años), suponiendo que el 60% de estos ahorros se invierte en acciones y
el 40% en deuda. Sharpe y otros autores han demostrado, en un trabajo
que aparece en la bibliografía, que este no es un buen sistema de
administrar nuestros fondos después de jubilarnos. Con esta regla se
corre un riesgo significativo: que se nos acabe −o nos sobre− el dinero, y
además se llega normalmente a desperdiciar un 20% de nuestros
ahorros.
Este tipo de reglas empíricas eran frecuentes antes de los años cincuenta y
todavía lo son. Entonces, la rentabilidad era el concepto central de las
finanzas −prácticamente el único− y se había avanzado algo en cómo
medirla, pero poco más. La única excepción notable a esta situación era el
modelo de descuento de dividendos de Williams que acabamos de
comentar.
Las finanzas han avanzado en varios frentes. Hoy conocemos mucho mejor
el riesgo y sabemos cómo medirlo. Entendemos cómo actúa la
diversificación y por qué reduce el riesgo. Tenemos ahora una idea más
clara de cuántos valores tiene que tener una cartera para estar bien
diversificada. Hemos aprendido mucho sobre la relación que hay entre
rentabilidad y riesgo en los mercados, aunque esto no nos ha permitido
avanzar mucho en un cálculo más preciso de la prima de riesgo, de la que
hemos hablado en el punto anterior. Pero este avance sí nos sirve, por
ejemplo, para saber cuándo un objetivo de inversión es viable o es
simplemente imposible. Sabemos ahora que para conseguir más
rentabilidad hay que asumir más riesgo, como siempre se ha intuido; pero
hemos descubierto que hay cierto tipo de riesgo que hay que evitar siempre,
ya que no aporta rentabilidad como se creía y solo destruye el valor de
nuestra inversión. Hemos aprendido a valorar las opciones financieras de
forma precisa, lo que abre las puertas a una infinidad de aplicaciones, como
la de diseñar una inversión a nuestra medida y poder eliminar los riesgos
que no queremos.
Esta hipótesis explica por qué los inversores que intentan superar al
mercado no lo consiguen, ya que la información que manejan está
descontada en los precios y no pueden beneficiarse de ella. Pensar esto hace
60 años era inconcebible: entonces se creía que un profesional estaba para
superar al mercado; pero hoy sabemos que esto no es posible hacerlo de
forma regular y sostenida. Es más: está demostrado que las carteras
manejadas por expertos se quedan por detrás de la rentabilidad del
mercado, en promedio y después de gastos, como veremos enseguida. Hay
pocas excepciones a este principio, lo que nos permite concluir que el
mercado financiero se comporta de manera bastante eficiente. Esto es una
buena noticia para el pequeño inversor que debe saber que −si diversifica y
controla sus gastos− conseguirá una rentabilidad mejor que la que le
ofrecen la mayoría de los profesionales y las instituciones financieras. Esta
es la idea básica detrás del concepto de inversor pasivo, una idea surgida
de la teoría financiera.
3. El inversor pasivo
El inversor pasivo es el que intenta mantener en todo momento una cartera
equivalente a la representada por la totalidad del mercado financiero
global. Es, por definición, un inversor que no hace apuestas contra el
mercado, como ocurre con el especulador o con el inversor activo. El
especulador discrepa del mercado en cuanto a la tendencia, y el inversor
activo, en cuanto al valor de las inversiones. El primero apuesta por
cambios en los precios a corto plazo, y el segundo apuesta también por
cambios a más largo plazo en el valor real de las inversiones. Pero el
inversor pasivo cree que los precios del mercado son correctos y no apuesta
contra ellos. Para él, los precios del mercado son la mejor señal del valor de
cualquier inversión, y piensa que sus estimaciones no pueden superar las
que dan estos precios, por mucho que lo intente.
Años más tarde, John Bogle divulgaría esta forma de invertir con su gestora
de fondos Vanguard. Vanguard lanzó una serie de fondos índice de bajo
coste dirigidos a todos los inversores, que además resolvían el eterno
problema del conflicto de intereses entre la gestora y los partícipes del
fondo, ya que los beneficios de la gestora se repartían entre los partícipes
del fondo.
Se han hecho estudios empíricos que apoyan de forma clara este argumento
en muchos países, que se basan en comparar la rentabilidad de los fondos
de inversión con la del índice de la bolsa. Si la inversión activa funcionase,
cabría esperar que estos fondos, gestionados por profesionales bien
informados y preparados, superasen en su mayoría los resultados del
mercado. Pero sucede justamente lo contrario, como se puede ver en el
libro de Ellis para el caso de Estados Unidos. Lo mismo ocurre de forma
mucho más clara en España y en Europa.
Los tres últimos consiguieron en estos diez años una rentabilidad anual
negativa, justo en un período claro de alza de la bolsa. Llaman la atención
los resultados de los siete fondos índice que aparecen en la muestra,
representados por puntos blancos, que debían haber conseguido una
rentabilidad del orden del 6%, pero se quedaron en promedio más de cinco
puntos por debajo de esta cifra. De estos cinco puntos, 1,4 son comisiones
de gestión. Un resultado absolutamente inaceptable.
Los resultados que aparecen en el cuadro 5.1 son los que hubiera
conseguido el inversor de los fondos después de deducir los gastos de
gestión. Pero incluso antes de gastos, los resultados obtenidos no mejoran
lo suficiente para cambiar ninguna de nuestras conclusiones, que
confirman que la bolsa española se comporta para los gestores de fondos
como un mercado muy eficiente. En otras palabras, y salvo tres
excepciones, nos conviene más invertir de forma pasiva −que nos hubiera
permitido conseguir con seguridad la rentabilidad del mercado− que en
estos productos de inversión activa ofrecidos por las gestoras españolas.
Las dos primeras creencias, suscritas por los especuladores, y la última, por
los inversores activos, explican por qué se venden tantos y tantos productos
de inversión caros, muy rentables para las gestoras, pero poco
recomendables para nosotros.
Durante muchos años, esto ocurrió también en Estados Unidos, pero la
situación ha cambiado y evoluciona con rapidez. Aunque hace 40 años
tampoco había inversores pasivos en aquel país, ahora su número crece y
es ya muy considerable. A finales de septiembre de 2010 aparecía
en Blomberg la noticia de que Vanguard −la gestora de fondos
diversificados y de bajo coste− había desplazado a Fidelity del primer lugar
por volumen de activos gestionados. Fidelity es una gestora tradicional que
ocupaba este puesto desde hacía 20 años, y cuyo principal producto son
fondos de gestión activa. Esto significa que el número de inversores pasivos
ha crecido mucho y gana terreno de forma sostenida a los inversores activos
y a los especuladores. Para que esto ocurra se han necesitado varias décadas
y el esfuerzo de algunos emprendedores, como John Bogle, al que sus
competidores trataban de ridiculizar llamándole Saint Jack. Todo esto
debe ser una advertencia para las gestoras e inversores europeos, como
veremos en el capítulo 8.
5. Frente al mercado
En el capítulo 2 vimos que nuestro dinero está invertido sobre todo en
vivienda y en depósitos bancarios. Ahora estamos en condiciones de
conocer mejor lo que hacemos en el mercado; es la diferencia entre una foto
fija y el movimiento del cine. Sobre este punto tenemos mucha menos
información que sobre la composición del ahorro de nuestras familias, pero
como esta composición cambia poco a lo largo del tiempo, podemos
deducir que muchos man tenemos nuestros hábitos y nuestro dinero sigue
fluyendo a la vivienda y a los depósitos bancarios. Algunos, más atrevidos,
se han lanzado a invertir directamente en bolsa, lo que se convierte en una
aventura peligrosa si no se tienen ideas claras de cómo hacerlo. También
hay otros que han comprado diversos productos ofrecidos por las entidades
financieras que no parecen haber mejorado mucho su situación.
2000 2 -10 12
2001 14 -16 30
2002 12 -25 37
2003 16
6
Cuatro principios para invertir bien
1. Diversificar.
2. Reducir gastos.
3. Personalizar.
4. Poner en contexto.
1. Diversificar
La teoría financiera y el sentido común nos dicen que para conseguir más
rentabilidad hay que asumir más riesgo. Pero la teoría nos enseña, además,
algo poco intuitivo: que hay dos tipos de riesgo, uno bueno y otro malo.
Formalmente, al riesgo bueno se le conoce como riesgo sistemático o de
mercado y al riesgo malo, como riesgo no sistemático. El riesgo bueno es el
que, al asumirlo, nos recompensa con una rentabilidad esperada mayor;
mientras que el malo destruye el valor de nuestra inversión sin darnos nada
a cambio. Nuestra inversión puede tener una mezcla de estos dos riesgos.
Por ejemplo, si invertimos en acciones de una sola empresa tendremos un
25% de riesgo bueno y un 75% del malo, y por eso concentrar nuestros
ahorros en una sola empresa no es una buena idea. Hay que eliminar el
riesgo malo y la mejor manera de hacerlo es diversificar.
A medida que añadimos títulos a nuestra cartera, ocurre algo muy notable:
la rentabilidad de los títulos se promedia, pero el riesgo malo no se
promedia, sino que desaparece. Una cartera bien diversificada solo tiene
riesgo bueno, que sirve para mejorar nuestra rentabilidad. La teoría nos
dice que para conseguir una cartera bien diversificada no necesitamos tener
muchos valores; en condiciones normales, una cartera con 15 o 20 valores
consigue eliminar el 90% del riesgo malo de cada uno de sus títulos. Sin
embargo, la experiencia de los últimos años nos indica que es mejor
diversificar más. Si invertimos en fondos de inversión bien diversificados,
entonces, con repartir nuestra inversión entre dos o tres será suficiente. No
necesitamos más.
Finalmente, una observación para los directivos que pactan una pensión de
jubilación que su empresa pagará con sus ingresos anuales sin llegar a
constituir un fondo. Algunos, al jubilarse, tienen además su ahorro
concentrado en acciones de su propia empresa como han hecho siempre.
Conocen los beneficios de diversificar pero no lo aplican a su caso, y corren
un riesgo alto e innecesario. Es otro ejemplo de la falta de coincidencia
entre nuestros principios y nuestra conducta, como vimos al hablar de las
diferencias financieras entre el hombre y la mujer. Cualquiera que sea la
razón para obrar así, está claro que es una mala práctica que un inversor
prudente rechazaría.
2. Reducir gastos
Los gastos pueden llevarse por delante nuestros ahorros. Si invertimos en
fondos de inversión podemos encontrar algunos que aplican comisiones
muy bajas −0,2% anual sobre el patrimonio gestionado− ya que no tienen
costes de negociación porque mantienen una cartera estable. Por el
contrario, muchos fondos españoles cobran la comisión de gestión máxima
legal del 2,25% más la comisión de custodia. Además, tienen otros gastos
−como los de negociación−, que pueden ser importantes en fondos con una
rotación alta.
Las gestoras extranjeras que operan en España no suelen ser muy distintas
y se han adaptado a nuestras costumbres. En cierta ocasión, un gestor
extranjero me habló de españolizar sus fees, es decir, de cobrar comisiones
más altas en España que las que aplicaba en otros países. En estos temas,
el regulador debería ser más diligente y no limitarse a fijar unas comisiones
máximas, como hace ahora, que acaba siendo una medida bastante
ineficaz. Sabemos que los precios bajan cuando hay competencia, no
cuando hay controles de precios. Si las gestoras no compiten en comisiones
es porque sus clientes, en general, no se dan cuenta de lo que pagan
distraídos por las promociones comerciales y los regalos. El regulador, en
lugar de poner estos límites, debe pedir más transparencia a las gestoras
para generar más competencia, como ocurrió con la banca hace algunos
años, cuando el Banco de España le exigió publicar la TAE −tasa anual
equivalente−, que es el interés real de sus depósitos y créditos. Solo a partir
de entonces los bancos empezaron a competir en precio.
En el estudio sobre los fondos españoles comentado en el capítulo 4, vimos
que su rentabilidad se ha quedado, en promedio, más de cuatro puntos por
debajo de la bolsa cada año. La rentabilidad media anual del mejor fondo
fue 15,7%, y la del peor, -2,7%. ¡Una diferencia anual de 18,4 puntos
durante diez años! No todos los fondos son iguales y merece la pena
elegirlos bien. De los 49 fondos estudiados, solo tres consiguieron superar
a la bolsa: Bestinver Bolsa, EDM-Inversión y Fonbilbao Acciones. Los dos
primeros son independientes y están gestionados por dos másteres del
IESE.
Vimos también que este estudio revela que los fondos índice quedaron más
de cinco puntos por debajo de la bolsa cada año, un resultado inaceptable.
Estos fondos no dan lo que su nombre promete y resulta llamativo que el
supervisor no haya hecho nada para corregir esta situación. Un fondo
índice debe quedarse siempre a muy pocas décimas de la rentabilidad de la
bolsa.
3. Personalizar
Cada inversor es distinto: hay diferencias en la situación familiar,
profesional, patrimonial, actitud ante el riesgo, etc. La tarea de un buen
asesor es fundamental para ayudar al inversor a definir sus objetivos y
diseñar un plan, como se comenta en el capítulo 7. La investigación
financiera ha prestado mucha atención a la aversión al riesgo y a cómo los
cambios en esta variable afectan a las inversiones. En lugar de entrar en
este tema, prefiero comentar una contribución útil de la teoría que nos
permite distinguir entre objetivos de inversión viables y los que no lo son.
Los primeros son propios de los inversores y los segundos, de los
especuladores.
Para muchos que tienen una tolerancia al riesgo mayor, que les permite
conseguir una rentabilidad más alta, esta alternativa no es muy popular.
Para ellos, una inversión bien diversificada en bolsa supone un riesgo
mayor, pero permite esperar con el tiempo una rentabilidad también
mayor, centrada en el 10%.
Estos tres principios que acabamos de ver son la clave para invertir bien.
No necesitamos nada más para conseguirlo y para la mayoría de nosotros
son suficientes. Pero si los tres principios anteriores bastan, ¿para qué
necesitamos el cuarto? Como podríamos decir coloquialmente, el cuarto es
para nota. Es para los más exigentes, para los que aspiran a mejores
resultados que los que da el mercado a cambio de complicarse un poco más
la vida. En estos inversores ha pensado el profesor Sharpe cuando ha
formulado el cuarto principio.
4. Poner en contexto
Hemos visto que hay dos formas de invertir: la activa y la pasiva. Los
gestores pasivos piensan que el mercado es eficiente y solo aspiran a
replicar su rentabilidad. Los gestores activos buscan batir al mercado
porque creen que tienen información que no está descontada en los precios,
y para ello hacen apuestas contra el consenso general. A veces apuestan por
los mercados emergentes, otras veces por el sector energético, según vean
lo que puede hacer el precio del petróleo, por los bancos según las
perspectivas de tipos de interés, o por sectores cíclicos, basados en lo que
va a hacer la economía, etc. Hay que recibir estas recomendaciones con
cautela, ya que a veces es difícil trazar la línea que separa lo que es inversión
de lo que es especulación. Lo que este principio nos dice es que estas
apuestas han de estar razonadas y que se han de apoyar en un modelo
formal de precios del mercado. No pueden ser simples corazonadas o
sentimientos.
Hemos terminado nuestro repaso a los cuatro principios y solo nos queda
aplicarlos a nuestra situación personal, como hacemos en el capítulo 7.
Nuestro proyecto
En este capítulo intentaremos ver cómo todo lo anterior se puede integrar
en un proyecto que guíe nuestras acciones. Gobernar bien nuestros asuntos
financieros no es una tarea fácil. Conviene empezar por tener muy claro
cuáles son los enemigos principales de nuestra inversión. Para vencer estos
obstáculos, un buen asesor puede ser decisivo. Ha llegado también el
momento de ver cómo tiene que ser. Todo ello, antes de empezar el diseño
de nuestro proyecto.
1. El riesgo de mercado.
2. La especulación.
3. Los gastos.
4. La inflación.
5. Los impuestos.
Una inflación del 3%, que consideramos normal, reduce todos los años el
valor de nuestra inversión en este porcentaje. Pero, además, se queda con
más de la tercera parte de nuestros beneficios anuales si invertimos en
bolsa, y con todos los que podemos conseguir de una letra del Tesoro o de
un depósito bancario. El anexo 12 comenta los destrozos que ha causado la
inflación en los inversores de nuestro país.
2. Nuestro asesor
Si volvemos a nuestro símil con la medicina, nos conviene saber que se
conoce como iatrogenia cualquier tipo de daño producido por el médico a
su paciente. De forma similar, podríamos llamar riesgo del gestor a los
daños que puede ocasionar la mala práctica de un gestor a su cliente. Ahora
estamos en condiciones de identificar los rasgos que debe reunir nuestro
asesor para evitar este riesgo:
1. Preparación financiera.
2. Independencia.
3. Pensar como inversor, no como especulador.
4. Buen conocimiento de su cliente.
2.2. Independencia
Nuestro asesor debe ser independiente: sin conflictos de intereses. Si no es
así, su ética profesional le exige al menos que no nos oculte las comisiones
que gana −él o su empresa− al vendernos un producto financiero, o que nos
informe de cualquier otra situación de conflicto en la que se encuentre. Hay
pocos asesores independientes en España, pues parece que, entre asesorar
o vender, la mayoría de nuestros profesionales ha optado por lo último.
Si no tenemos asesor, tal vez podamos ver los puntos siguientes como los
capítulos de un manual de supervivencia. El mercado financiero puede ser
un lugar peligroso. Si hemos de entrar en la selva sin un guía,
necesitaremos toda la ayuda que podamos encontrar. Los puntos siguientes
están pensados para protegernos de depredadores y otros peligros. Si los
seguimos, saldremos bien parados de esta aventura. Los cinco puntos son:
1. Diagnóstico.
2. Objetivos.
3. Productos financieros.
4. Criterios de selección.
5. Plan de acción.
3.1. El diagnóstico
Un buen diagnóstico es imprescindible para resolver nuestro problema.
Como se suele decir, la solución será tan buena como pueda serlo el
diagnóstico. A nuestros efectos, no es una tarea muy compleja: se trata de
buscar algún momento para haber una reflexión tranquila sobre nuestros
proyectos y nuestro dinero, y empezar a elegir −tanto en uno como en otro
caso− qué queremos hacer y hasta dónde queremos llegar. Como esto
pertenece a nuestro ámbito más personal y supera lo que es el ámbito
financiero, lo mejor es ir a ver a nuestro asesor con el diagnóstico casi
hecho.
1. Tiene que ser suficiente para conseguir lo que nos hemos propuesto.
2. Tiene que ser viable y respetar la disciplina del mercado, como vimos en
la capítulo 6.
3. Tenemos que sentirnos cómodos con el riesgo que corremos al asumirlo.
Una regla empírica, que se cita a veces como guía para elegir nuestro
objetivo financiero es la regla de la edad, que dice que el porcentaje que
hemos de invertir en renta fija es nuestra edad y el resto debe ser renta
variable. Según esto, una persona de 35 años debería tener el 35% en deuda
y el 65% en acciones. Estas proporciones se pueden traducir en un objetivo
de rentabilidad que, en este caso, se situaría alrededor de un 7,5%. Como
toda regla empírica, esta tiene también un valor relativo y, por lo que he
podido ver, la mayoría de los inversores la considera demasiado
conservadora.
3.3. Productos
Hay decenas de miles de productos de inversión esperando nuestro dinero.
La situación del inversor se puede comparar a la del comprador que entra
en un supermercado donde hay unos 50.000 artículos distintos y se lleva
solo 15. Nuestro problema es el mismo: tenemos que elegir 15 productos de
entre 50.000. La poca transparencia de muchos de estos productos
financieros −complejos y sin etiqueta explicativa− y la presión publicitaria
hacen que nos sintamos mucho más desorientados que el cliente del
supermercado. La única solución es tener buenos filtros −los criterios del
punto siguiente− para eliminar de entrada miles de opciones que no nos
convienen. No podemos hablar aquí en detalle de todas las alternativas
disponibles, por lo que nos limitamos a comentar de forma breve algunas
familias de productos en el apéndice 1 y a identificar a una decena de
productos peligrosos, que se deben evitar, en el apéndice 2.
«Hace mucho tiempo, Sir Isaac Newton nos dio las tres leyes del
movimiento, que son la obra de un genio. Pero no aplicó sus talentos a
invertir. Perdió una fortuna con la burbuja de los Mares del Sur y,
según dijo más tarde: “Puedo predecir el movimiento de los astros pero
no la locura de los hombres”. Si no hubiera quedado traumatizado por
esta pérdida, creo que podría haber llegado a descubrir la Cuarta Ley
del Movimiento: para la mayoría de los inversores, la rentabilidad de
su cartera baja cuando aumenta su movimiento».
Si no vamos a ser capaces de seguir este consejo, Buffet tiene otro para los
que no pueden resistir su vena especuladora: «a la hora de invertir, el
pesimismo es tu amigo; la euforia, tu enemigo»1.
En otras palabras, si estamos buscando un buen momento para entrar en
bolsa, hagámoslo cuando nadie lo hace y nunca cuando lo hacen todos. Los
especuladores descontentos con el excelente año de bolsa en 2009 −de los
que hablé antes− hicieron justo lo contrario y también suelen hacer lo
mismo los pequeños inversores. Bogle nos recuerda que el pequeño
inversor suele entrar en bolsa en los momentos de euforia y salir cuando
truena, y ha calculado que esta conducta reduce la rentabilidad de su
inversión en unos tres puntos por año, frente a la del inversor que aguanta
el chaparrón.
Hacia el futuro
En el capítulo 2 de este libro me he referido a las finanzas personales como
un problema que nos supera. Nuestro ahorro y nuestra inversión son las
decisiones financieras más importantes que hemos de tomar en cada
momento. A lo largo de nuestra vida, nuestros ingresos no se ajustan a lo
que necesitamos gastar cada momento. Al principio gastamos más de lo
que ganamos y necesitamos endeudarnos. Más tarde deberíamos gastar
menos de lo que ganamos para devolver nuestra deuda, y generar el ahorro
necesario para nuestro retiro. Pero no estamos seguros de lo que tenemos
que ahorrar, ni tampoco sabemos cómo hemos de invertir. Nadie se ha
preocupado de prepararnos para tomar estas decisiones, y son muy pocos
los que saben resolver bien este problema.
Imitar a los demás es una forma de resolver este problema mucho más
popular que guiarnos por principios financieros. Pero si queremos avanzar
por esta vía, lo mejor será guiarnos por buenos ejemplos y seguir a los que
lo han hecho bien. El problema está en que si nos fijamos en lo que han
hecho otros países, cuesta mucho encontrar alguno ejemplar. Mi opinión
es que las finanzas personales están escandalosamente mal resueltas en
casi todas partes.
1. Nadie tiene la menor idea de lo que tiene que ahorrar para su jubilación.
2. Las finanzas no entran en nuestro esquema mental para resolver este
problema. Cualquier solución financiera que nos propongan caerá en
saco roto.
3. Abordamos este problema siguiendo otras pistas como, por ejemplo, ver
lo que hacen los demás y seguir su ejemplo.
4. Nos encanta que alguien nos quite este problema de encima, y estamos
dispuestos a pagar por ello. Por eso aceptamos bien la Seguridad Social
y confiamos mucho en ella.
Está claro que Estados Unidos nos ha enseñado a gastar, pero no a ahorrar.
¿Dónde podemos encontrar algún país que sea un ejemplo de ahorro?
Akerlof y Shiller nos hablan de China y Singapur. Son países convencidos
desde hace varios años de que el ahorro es el motor del crecimiento, y sus
resultados parecen darles la razón. China tiene una de las tasas de ahorro
más altas del mundo y su crecimiento económico también lo es. Pero el
ahorro en estos países es coactivo, sin ningún respeto hacia la libertad
personal, y por eso no creo que sean buenos ejemplos para nosotros.
Son ya muchos los que invierten de esta forma, y este grupo crece mucho
más deprisa que los inversores de los otros dos grupos. Sin ninguna duda,
la inversión pasiva es la solución del futuro para la mayoría de los
ahorradores. La ciencia financiera es todavía muy joven y lleva más de 200
años de retraso con relación a la medicina. Pero, como ha pasado con esta,
terminará por prevalecer sobre otras prácticas alternativas sin ningún
fundamento científico.
Cuando en mis clases hablo de estos temas, no suelen quedar muchas dudas
sobre el ahorro. Pero con la inversión, siempre hay una pregunta que me
cuesta contestar. Algún alumno, que ha decidido probar con la inversión
pasiva, levanta la mano y pregunta:
2.1. ¿Dónde puedo comprar en España
diversificación a coste bajo?
La respuesta es difícil. En primer lugar, porque nadie publica información
sobre estos productos. Los medios de comunicación nos hablan de
productos para especular y de inversión activa, que es lo que interesa a sus
lectores. Como no hay inversores pasivos, ¿para qué hablar de
diversificación a coste bajo? Otro ejemplo: si en -tramos en el −por otra
parte excelente− buscador de fondos de Morningstar y tratamos de
conseguir una lista de fondos índice, no lo conseguiremos porque esta
categoría de fondos no aparece como opción de búsqueda. Lo mismo ocurre
con el portal de la CNMV.
Durante algún tiempo no ocurrió nada, hasta que las reglas del juego
saltaron por los aires en septiembre de 1989, cuando el Banco de Santander
lanzó al mercado su supercuenta, con una remuneración muy superior a la
de sus competidores, quienes, cogidos por sorpresa, no supieron
reaccionar. El banco mayor de entonces, el BBV, estaba en su primer año
de fusión y, tal vez por eso, no fue capaz de dar ninguna respuesta a esta
amenaza tan clara a su posición. Finalmente, después de seis largos meses
en los que el Santander aprovechó para crecer con fuerza, vino la primera
respuesta del Banesto. A partir de entonces, el resto de grandes bancos
entró en la lucha de precios, con la excepción del Popular y, en menor
medida, del Central. Pero la ventaja conseguida por el Santander era ya
muy grande y aumentaría aún más en los meses siguientes.
Esta experiencia nos recuerda que para que un mercado sea eficiente y
competitivo necesita tener libertad de precios, transparencia y que haya por
lo menos alguna empresa del sector dispuesta a competir. Volviendo ahora
nuestra mirada hacia el negocio de la gestión de fondos, creo que el
momento crítico no se ha producido todavía en Europa. Hay competencia
pero no hay transparencia, ni tampoco hay una entidad de ámbito global
que haya decidido cambiar las reglas del juego, como lo hizo el Santander
en su día. En Estados Unidos, el momento crítico se produjo años atrás
gracias al esfuerzo pionero de entidades como Wells Fargo o Vanguard.
Pero todavía no ha aparecido un John Bogle europeo, aunque esto tiene que
ocurrir antes o después y los desencadenantes pueden ser diversos.
También podría ayudar que el regulador tomara ejemplo del antiguo Banco
de España de Mariano Rubio, y exigiera más transparencia a las gestoras
de fondos para que sus clientes se den cuenta del coste de los servicios que
pagan y de lo que obtienen de ellos. El anexo 15 comenta lo difícil que es
averiguar cuánto nos cuesta invertir en un fondo. Ayudaría mucho también
que algún medio publicara una columna regular que ayudara a sus lectores
a encontrar productos de diversificación de bajo coste. El profesor Sharpe
me dice que no tiene noticias de ninguna columna como esta en Estados
Unidos, por lo que, si termina por aparecer alguna, sería probablemente la
primera en el mundo.
Apéndices
1. Familias de productos
A continuación se relacionan algunas de las familias de productos de
inversión más importantes. En el primer grupo aparecen los títulos
financieros simples y en el segundo los fondos y otros productos más
complejos. Algunas de las definiciones reproducen las del Glosario de la
CNMV, que se puede consultar en su portal de
Internet: http://www.cnmv.es.
Títulos financieros
5. Participaciones preferentes
Son títulos intermedios entre las acciones y la deuda que dan derecho a una
retribución determinada no acumulativa, condicionada a la obtención de
suficientes beneficios por parte del emisor. Sus titulares tienen prelación
de créditos sobre los accionistas
6. Fondos de inversión
9. Fondos de pensiones
13. Derivados
1. Fondos garantizados
Son los fondos en los que invirtió el directivo de nuestro ejemplo y, como
su nombre indica, están continuamente comprando y vendiendo títulos. No
se pueden considerar fondos de inversión; en realidad son fondos
especulativos que suelen aplicar las comisiones máximas y que además
tienen otros gastos no incluidos en ellas, como los de negociación.
3. Fondos de fondos
5. Gestión discrecional
6. Day Trading
Algunas instituciones nos ofrecen este servicio, que nos permite especular
comprando y vendiendo títulos dentro de un mismo día, como puede
hacerlo un gran especulador o un tesorero de un gran banco. Es como si
nos pusiéramos al volante de un Ford Fiesta para competir con coches de
Fórmula 1. A pesar de que las comisiones por negociación son más bajas
que las corrientes −un 0,15% suele ser frecuente− solo este coste puede
dejar reducida a la mitad nuestra inversión antes de un año. De aquí habrá
que deducir las pérdidas casi seguras que se producirán con nuestra
especulación. Se trata de un juego muy peligroso en el que muchos
profesionales fracasan y en el que los inversores corrientes no tienen
ninguna posibilidad. Van de presas en un mundo de depredadores. Se trata
probablemente del producto más disparatado que se le puede ofre -cer a un
inversor.
8. Endeudarse en divisas
9. Préstamo de títulos
Anexos
Edad de
jubilación 82 años 86 años 89 años 92 años 94 años 97 años
Hombre Mujer Hombre Mujer Hombre Mujer
percentil 50 percentil 50 percentil 75 percentil 75 percentil 90 percentil 90
________________€
–
________________€
Nuestro factor es: 0,085 0,052 0,036 0,027 0,020 0,016 0,013
1. Se espera, como antes, que nuestros ingresos actuales crezcan igual que la
inflación hasta el momento de la jubilación. Se ha supuesto una inflación
media anual del 3%.
2. Se ha supuesto también que en el período activo nuestros ahorros se
invierten un 80% en bolsa y el resto en deuda, y en la jubilación en partes
iguales entre estas dos inversiones. La rentabilidad de la bolsa se supone
del 10% anual medio y la de la deuda, del 3%.
3. Como impuesto de rentas de capital se ha tomado el 21%. Con estos datos,
la rentabilidad real de nuestra inversión después de impuestos es 3,7%
en período activo, y 2,1% en el de retiro.
________________€
–
________________€
Pero veamos ahora lo que hubiera pasado si este ahorrador hubiera tenido
la misma idea 20 años antes y hubiera empezado a ahorrar a los 25 años.
Después de 20 años, al cumplir los 45, habría acumulado un capital de
760.000 euros igual que en el caso anterior. Llegado a este punto,
supongamos que deja ya de ahorrar, pero mantiene esta inversión durante
20 años más, hasta cumplir los 65. En ese momento, la inversión total
realizada es de 240.000 euros, como en el caso anterior; la única diferencia
es que la ha hecho 20 años antes. Pero al anticipar esta inversión ha
quedado ampliamente recompensado, ya que a los 65 años tendrá en su
fondo más de ¡5.000.000 de euros!, casi siete veces más que en el caso
anterior. Visto de otra manera: le habría bastado con ahorrar solo 150 euros
al mes, en lugar de 1.000, para superar el capital final conseguido en el caso
anterior con la regla de los 45 años.
Este ejemplo puede bastar para demostrar el poder del interés compuesto
para generar riqueza y, al mismo tiempo, la debilidad de la regla de los 45
años. Existe otra regla muy sencilla que podemos aprender y que nos
ayudará a tener siempre presente el poder del interés compuesto. Es la
regla del 72. Esta regla es como un atajo que permite sustituir un cálculo
complejo –que requiere por lo general el uso de una calculadora
financiera– por una operación aritmética simple. Según esta regla, la
rentabilidad anual de una inversión multiplicada por el número de años
que tarda en doblarse es igual a 72:
«¡TRABAJA!
«AHORRA HOY,
Se estima que a finales de 2009 los activos netos de las familias alcanzaban
8 billones de euros, de los cuales 1,8 billones eran activos financieros. En
1985, esta cifra era solo de 195.000 millones de euros, por lo que su
crecimiento medio anual desde entonces ha sido del 17%.
El ahorro español con relación al PIB está por debajo de la media europea:
154% frente a 173%. Destacan el Reino Unido, con 242%, Bélgica, con 234%
y Portugal, con 232%.
Las ventas cortas han alcanzado cifras muy importantes en nuestra bolsa
en los últimos años. Valores de primera fila como Telefónica, BBVA,
Santander o Mapfre han llegado a tener hasta el 25% de su capital vendido
en bolsa a través de ventas cortas. Estas ventas de títulos deprimen
temporalmente las cotizaciones de estas empresas, causan preocupación a
sus dirigentes y también a sus inversores, que esperaban tener una
inversión más tranquila. Algunas voces se han alzado para tratar de limitar
estas operaciones.
1. Coste = 0%
Una inversión de 100 euros al 10% de rentabilidad anual se transforma
en 4.526 euros al cabo de 40 años. Está representada por la recta
horizontal superior del cuadro.
2. Coste = 0,25%
En este caso la inversión final es 4.132, un 9% inferior al resultado
anterior. Este supuesto representa la evolución de una inversión con
gastos muy bajos, como sería el caso de un fondo índice de la gestora
Vanguard.
3. Coste = 3%
La inversión final se reduce ahora a 1.497 euros. Los gastos han
eliminado las dos terceras partes del valor final de la inversión.
4. Coste = 5%
La inversión final se queda solo en 704 euros. Un coste del 5% anual es
similar al de la media de los fondos de renta variable españoles y
destruye el 85% de la inversión final a 40 años, y el 60% a 20 años.
Este modelo nos ayuda a ver mejor la ventaja de comprar acciones con
dividendos altos, como ocurre hoy con ciertos valores españoles de primera
fila. La rentabilidad en dividendo de alguno de ellos ha estado
recientemente muy próxima al 10%. Si a esto le añadimos el crecimiento
esperado del beneficio −por bajo que sea−, tendremos una rentabilidad
total que superará con cierta holgura el 10%, que se puede considerar como
la rentabilidad media de una acción en condiciones normales. Pero veamos
esto con un ejemplo.
A finales de 2006, el profesor Lucas y yo terminamos un caso sobre
Telefónica que el Instituto Internacional San Telmo publicó en enero de
2007. Escribir un caso permite acceder a una amplia información y es una
oportunidad única de estudiar a fondo la empresa y conocer a sus directivos
tan bien como puede hacerlo un analista de inversiones. Al trabajar con
todo este material, había un punto que llamaba la atención.
Cuando hablé con algunos profesionales sobre esta previsión, recuerdo que
no tenían nada contra ella pero, para mi sorpresa, no parecían muy
decididos a hacer esta inversión. La única explicación que tengo para esta
conducta es que estaban más pendientes y preocupados por lo que iba a
hacer la bolsa a corto plazo que por invertir a largo.
Sin haber llegado todavía al plazo de cinco años, a día de hoy −1 de octubre
de 2010− la cotización de Telefónica es 18,20 euros, lo que supone una
rentabilidad media anual desde junio de 2006 del 17% contando plusvalía
y dividendos. Este resultado se ha conseguido a pesar de habernos
encontrado por en medio con 2008, el peor año en la historia de nuestra
bolsa. Hasta el momento, la realidad se ha ajustado bastante bien a la
previsión hecha en 2006: 17 frente a 18,7. Aunque nuestra previsión
subestimó la caída de la bolsa −hoy el PER de Telefónica es 8,7 en lugar de
los 12 previstos−, también subestimó el crecimiento real de dividendos y
beneficio, que ha sido mucho mejor que el previsto. La empresa ha ido muy
bien, hasta llegar a contrarrestar la caída que se ha producido en la bolsa.
Es interesante volver a repetir hoy este cálculo y ver dónde nos conduce.
Telefónica ha anunciado un dividendo de 1,40 euros para el ejercicio de
2010 y de 1,75 para 2012. Por lo tanto, su rentabilidad en dividendo hoy es
del 7,7%, muy superior a la de hace cuatro años. Si estimamos un
crecimiento anual del beneficio del 6% para los próximos cinco años, la
rentabilidad prevista es del 13,7%, que vuelve a superar con holgura lo que
cabe esperar de la bolsa en condiciones normales. La diferencia entre la
previsión de hoy y la de 2006 es que el componente principal de aquella era
la expectativa del crecimiento del beneficio, y en la de ahora el término más
importante es la rentabilidad del dividendo.
La previsión actual parece, por lo tanto, más sólida que la anterior, ya que
se apoya más en un dato real y conocido, como es el dividendo, en lugar de
hacerlo sobre una expectativa de beneficio, como entonces. Pero, además,
el riesgo especulativo es mucho menor que hace cuatro años, ya que
partimos ahora de un PER bajo de 8,7, en lugar de 14, y esto juega a su
favor. La rentabilidad esperada del 13,7% supone que el PER dentro de
cinco años será 8,7, como ahora, pero por cada unidad que aumente el PER
de aquí a entonces, la rentabilidad aumenta unos dos puntos. Por ejemplo,
si el PER dentro de cinco años es 11 −un valor razonable para esta
empresa−, nuestra estimación subiría 4 puntos, hasta alcanzar el 17,7%.
Los dos cuadros presentan datos equivalentes a los del cuadro 3.2, pero
para una inversión a más largo plazo. Vemos que la rentabilidad media
anual de la bolsa americana para este período ha sido de 11,1%, y la
española algo superior: 12,4%. Pero la gran diferencia está en la inflación
media: 4% para Estados Unidos y 7,7% para España. Esto supone que la
inflación ha destruido el 36% y el 62%, respectivamente, de sus
rentabilidades anuales. El resultado final es una rentabilidad real del 7% en
Estados Unidos y del 4,4% en España.
Este cuadro ha sido preparado por la gestora alemana MLP y tiene un valor
orientativo. Puede ayudar a elegir con más facilidad nuestra rentabilidad
objetivo.
El asesor inadecuado
−Invertirá nuestro dinero y nos dirá lo que podemos gastar cada año.
−¿Dónde lo invertirá?
−¿Y los fondos de inversión nos cobran algo por hacer esto?
−Sí, pero tendremos aún más porque habrán comprado los mejores
bonos y acciones.
−Son fondos que compran valores buenos y apuestan contra los malos.
De esta forma, ganan dinero cuando el mercado sube y también
cuando baja.
−No.
−¿Dónde?
−No.
−No creo.
−Probablemente no.
−¿Por qué?
−Sí.
−Sí.
−Por supuesto.
−40.000.
−¿Por qué?
−¿Y el otro?
−¿Y luego?
−¿Por qué?
−Carlos dice que los estudios científicos muestran que lo más probable
es que quede mucho dinero para nuestros hijos cuando ya no estemos
aquí.
−Carlos dice que lo podríamos dejar para algunas obras benéficas que
él conoce.
−No podrá ser. Estará con toda su familia haciendo un largo crucero
por México.
−¡Oh!
15. El TER y el gran despiste sobre lo que nos
cuesta invertir en un fondo
Nunca le agradeceremos bastante al Banco de España su decisión de
imponer a bancos y cajas el TAE como medida del coste de un crédito, o de
la rentabilidad de un depósito. Desde entonces, sus clientes pueden
comparar distintas alternativas sin mayores problemas, y tomar una
decisión sobre una base sólida. Antes este problema era prácticamente
intratable.
Los fondos tienen una serie de gastos que siempre acaba pagando el
inversor: comisiones de gestión, comisiones de depósito, a veces también
comisiones de suscripción y reembolso, la parte correspondiente del sueldo
e incentivos de directores y gestores, gastos administrativos, gastos de
auditoria, coste de sus asesores jurídicos y gastos de negociación por
compraventa de títulos. Algunos de estos gastos se cobran directamente al
inversor, pero la mayoría se cargan directamente contra el patrimonio del
fondo y pasan desapercibidos. Hasta que un día el inversor nota que los
resultados de su fondo están por debajo de lo que esperaba y se pregunta
qué ha podido pasar.
Para resolver este problema se inventó el TER (total expenses ratio), que
se supone que nos da los gastos anuales totales del fondo en porcentaje
sobre su patrimonio. Una simple cifra clara y fácil de entender. Pero una
pequeña indagación sobre este concepto en Internet nos puede desanimar
bastante. El concepto tradicional del TER incluía todos los gastos menos
los de negociación de los títulos, que en algunos fondos pueden llegar a ser
muy importante. Pero en Internet vemos que el TER es hoy un concepto
impreciso y ambiguo. Para algunos, parece que incorpora los gastos de
contratación, pero para otros no. Las definiciones son imprecisas y
contradictorias, y para aumentar la confusión ha aparecido un nuevo
término −el MER (Management Expensas Ratio)− todavía más ambiguo
que el anterior. Muchas definiciones confusas y muy pocos datos fiables.
«Este dato indica el porcentaje que suponen los gastos soportados por
el fondo en relación con su patrimonio medio desde el principio del
año natural hasta la fecha. Los gastos totales incluyen las comisiones
de gestión y depositario, los servicios exteriores y otros gastos de
explotación. Cuanto menor sea este porcentaje, mayor beneficio para
los partícipes».
Al comentarle la solución de los dos fondos, me dijo: «La idea es buena pero
la legislación no lo permite». Pero decidimos consultar a un experto y
vimos una posibilidad de mejora. Los planes de pensiones de empleo
prevén la posibilidad de crear subplanes, como han hecho algunas
empresas. Esta posibilidad podría arreglar un poco nuestro problema,
aunque se trataba de una solución rígida y compleja. Pero aquí habíamos
topado con el legislador y poco más se podía hacer. A veces, cuando el
legislador no tiene experiencia práctica y se pone manos a la obra, es el
ejemplo perfecto de lo que estamos comentando en este anexo: el fracaso
de convertir una buena idea en una solución práctica.
Notas
Capítulo 1
1 Todos los libros citados se incluyen en la bibliografía que aparece más
adelante.
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Apéndices
Anexos
ARMOUR, Tommy (1984), How to Play Your Best Golf All the Time, Amereon
Limited.
BOGLE, John (2007), The Little Book of Common Sense Investing, John
Wiley & Sons Inc.
Una buena guía, breve y clara, para cualquier inversor pasivo.
ELLIS, Charles (2002), Winning the Loser’s Game, Nueva York, McGraw-
Hill.
Un libro muy recomendable lleno de buenos fundamentos y de sentido
común. La comparación entre invertir y los deportes aparece en la página
5 de la edición citada. Los resultados que consigue la gestión activa se
pueden ver en los cuadros de las páginas 4, 14 y 15.
PALACIOS, Juan (1975), «The Stock Market in Spain: Test of Efficiency and
Capital Market Theory», en Internacional Capital Markets, editado por
E. J. Elton y M. J. Gruber, North Holland Publising Co., pp.114-149.
ULLOA, Santiago (2009), «Se han estado vendiendo activos que ni el asesor
ni el cliente entendían», El Confidencial, 9 de octubre.
SCOTT, Jason S.; SHARPE, William F. y WATSON, John G., The 4% Rule:
At What Price? (disponible
en http://www.stanford.edu/~wfsharpe/retecon/index.html).
SIEGEL, Jeremy (2002), Stocks for the Long Run, Nueva York, McGraw-Hill.
TOBIAS, Andrew (2005), The Only Investment Book You’ll Ever Need,
Harcourt Inc. (publicado originalmente en 1978).
Lectura muy amena y práctica, pero orientada a la situación de los
inversores estadounidenses.
Índice de materias
Acciones 46-7, 52-3, 55, 57, 59, 63, 67-8, 70, 75, 82-4, 89, 94, 104-
6, 111, 113, 117, 120, 122, 138, 140, 146, 152, 156-7, 166-7, 171-3
Alemania 41, 49-50, 98, 129, 131, 135, 156
Análisis fundamental 89
Análisis técnico 75-81, 86, 90
Banca personal 34
Banca privada 34, 124
Banco Central 130
Banco de España 38, 106, 133-5, 177
Banco de Santander 135
Banco de Vizcaya 18
Banco Popular 37
Banco Urquijo 37
Banesto 134
BBV 134
BBVA 134
Berkshire Hattaway 87
Bestinver Bolsa 94, 106
Bolsa española 18, 47-8, 56, 95, 162-3, 168-70
Bonos del Estado 38, 52
Bundesbank 130
Burbuja de los Mares del Sur 73, 123
Burbuja especulativa 57-8, 73
Burbuja tecnológica 70
Capitalización, principio de 39
CFA (Chartered Financial Analyst) 115
CFD (Contratos por diferencias) 142
Charles Schwab 134
Chile 41
CIIA (Certified Internacional Investment Analyst) 116
CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores) 29, 37-8, 121-
2, 133, 137, 179
Comisiones 34, 38, 95-6, 105-7, 116, 121, 133, 137, 139-45, 173, 178-9
Conflicto de interés 34, 37, 92
Contexto, poner en 103, 110-11, 122, 168
CRSP files 76
Cuatro principios (para invertir) 16, 26-8, 31, 101, 103-11
Day trading 144
Demografía 33, 39, 41
Depósito bancario 51, 114
Derivados 141, 146, 174
Deuda pública 47-8, 51, 64, 140
Diferencial con el bund 49-50
Diversificar 21, 61, 88-9, 103-5, 108, 121, 145, 180
Dollar cost averaging (ver Promediar costes) 81
Edad Media 77
EDM-Inversión 94, 106
Educación financiera 19-20, 29, 33, 37-8, 98, 153
Efecto enero 80
Efecto fin de semana 80
Efecto tamaño 80
Efecto víspera de festivos 80
Eficiencia de mercados, hipótesis de 91
El jugador 74
España 15, 18-9, 30-1, 34, 37-8, 41-2, 47-8, 52, 57, 93, 97-8, 106-8, 114-
6, 132-5, 138-9, 141, 156, 162-3, 170, 177
Especulación de los tulipanes 70
Especulador (especulación/especular) 21, 26, 31, 49-50, 53, 62, 67-86, 91-
3, 95-6, 99-100, 105, 108-9, 115, 117, 123-4, 132, 141, 144-6, 157-8, 185
Estados Unidos 15, 19, 21, 29-30, 35, 37, 41, 47, 52, 55-8, 61, 65, 71, 75-
6, 93, 95, 99, 108, 114-5, 129, 131-5, 138, 154, 163, 170, 177
Estructurados, productos 122, 141-2, 144, 172, 174
ETF (Exchange Traded Funds) 107, 139, 172-3
Federal Reserve Board 68
Fidelity 96
Financial Times 58, 100-1, 129, 179
Fondo Monetario Internacional 35
Fonbilbao Acciones 94, 106
Fondos de fondos 140, 143
Fondos de inversión 34, 37-8, 93, 104-5, 139-41, 143-4, 156, 172-3, 175, 179
Fondos de pensiones 38, 140, 156
Fondos garantizados 142-3
Fondos índice 92, 94, 105-6, 133, 173
Gastos 21, 30, 34, 57, 61-2, 91-3, 95-6, 103, 105-8, 113-4, 122, 124, 140-
3, 160-1, 178-81
Gastos, reducir 105-8
General Foods 62
Gestión discrecional 34, 144, 181
Hedge funds 71, 141, 144, 172-3, 175
Hershey’s 62
Hiperinflación 129, 131
Ibex35 34, 79, 139
Instituto Español de Analistas Financieros 37, 57
IESE 18, 23-4, 36-7, 74, 106
Impuestos 30, 43, 57, 64, 114-5, 147, 149
India 41, 155
Inflación 38, 43, 45, 52, 55-9, 61, 63, 108, 114-5, 129-
31, 138, 147, 149, 152, 162, 168-70, 175-6
Inmuebles 21, 45-6, 56-8, 61, 63, 119
Instituto Internacional San Telmo 72, 97, 166
Inverco 156
Inversión en valor 86
Inversión, revista 74, 97-8
Inversor 18-21, 24, 26-31, 35, 37-8, 45-53, 59, 61-2, 67-70, 72-
4, 79, 81, 84-100, 105-10, 113-24, 132, 134, 139-46, 157-60, 166, 170, 178-
9, 186, 189-90
Inversor activo 21, 31, 85-6, 91, 93, 95-6, 99-100, 132
Inversor pasivo 21, 31, 79, 85, 91-3, 95-9, 132
Jubilación 17, 19, 28, 36, 41, 63, 66, 89, 105, 119, 128, 140, 147-51, 181
Lehman Brothers 174
Letras del Tesoro 52, 108, 137
Ley del movimiento 123-4
Ley del suelo 42
Liquidez 48, 51, 69, 89, 123, 143
Mapfre 158
Materias primas 46, 61-2, 73
Medicina 17-8, 20, 28-9, 36, 99, 115, 132, 188
MER (Management Expenses Ratio) 178
Mercados eficientes 99
México 41, 155, 176-7
MLP 171
Modelo de descuento de dividendos 89
Moody’s 49
Morningstar 121, 133, 158, 160
Negocio personal 17, 27
Nestlé 62
Obligaciones del Estado 138
Oro 21, 42, 46, 61, 108, 121, 180-1
Pagarés de empresa 48
Participaciones preferentes 66, 122, 138
Paseo aleatorio 76
PER 162-5, 167-8
Personalizar 108, 117
Pirámide de población 39
Plan de Educación Financiera 38
Platinum Grove Asset Managenent 68
Portal del Inversor 121, 179
PPP (Paridad del poder adquisitivo) 59
Préstamo de títulos 146
Principios básicos para invertir 18, 31, 103-11
Promediar costes 81-3
Random Walk Theory 76
Ratio de Sharpe 158-60
Regla de la edad 89, 120, 122
Regla de los 45 años 89, 151
Regla del 4 % 89
Regla del 72 151
Regla de oro 21, 108, 121, 180-1
Rentabilidad nominal 55-6, 169
Rentabilidad real 55-6, 63-4, 119, 149, 169-70
Reparto, sistema de 39
Revolución financiera 88
Riesgo de insolvencia 49-51
Riesgo de interés 51
Riesgo de mercado 113-4, 138
S&P 500 52, 54, 56-7, 104, 169
SEC (Securities and Exchange Commission) 37, 177
Segunda Guerra Mundial 129
Seguridad Social 39, 41, 65, 129, 148-9
Servicio de Reclamaciones del Banco de España 133
Short selling (Ver ventas cortas) 157
SICAV (Sociedades de Inversión de Capital Variable) 107, 140
Siglo XIX 52, 88, 90
Société Générale 83
Standard & Poors 49
Swatch 36
TAE (Tasa Anual Equivalente) 106, 133, 177
Talmud 88
Telefónica 111, 158, 164, 166-8
Tendencias 75-6
TER (Total Expenses Ratio) 177-80
The Intelligent Investor 87
Théorie de la Spéculation 76
TIPS (Treasury Inflation Protected Securities) 114, 138
U.S. Census Bureau 39-40, 155
UBS 36, 83
Unión Europea 47, 154, 170
Unión Monetaria Europea 50
Universidad de Chicago 76
Universidad de Stanford 18
Value investment (ver Inversión en valor) 86
Vanguard 92, 96, 105, 134, 161
Ventas cortas 146, 157-8
Ventas en descubierto 157
Vivienda propia 42, 58
Wall Street 53, 90, 174-5
Wells Fargo Bank 92, 134
Wharton Business School 35