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A mediados de la década de los ochenta entró en el diario El País como columnista. Allí, este
trabajador rapidísimo e incansable, de curiosidad desbordante, mostró sus dotes de maestro en
todos los géneros del periodismo, que había practicado desde los dieciocho años. Sólo que
ahora viajaba con soltura y conocía a los intelectuales, escritores y políticos más influyentes.
Además, agregó a las formas tradicionales, que practicaba como nadie -viñeta, sátira, retrato o
parodia-, grandes cuadernos de viaje que algunas veces utilizó como material para su obra
narrativa (tal es el caso del Quinteto de Buenos Aires), mientras que en otras ocasiones
mantuvo la estructura y el tono del reportaje clásico, como el del subcomandante Marcos de
la guerrilla zapatista que realizó en Chiapas.
A partir de 1979, tras la obtención del Premio Planeta por Los mares del Sur, pudo «comprar
tiempo para la literatura». Las dos últimas décadas de su vida estuvieron marcadas por una
voluntaria y ambiciosa transformación de su carrera literaria. Ya no le bastaban la crónica o la
novela negra. Ni tampoco la columna periodística. Sus nuevas novelas fueron más
arriesgadas, más ambiciosas y más libres. Esta peculiar vertiente fue inaugurada en 1985
con El pianista, una obra en la que puso todo su talento y en la que se pueden leer algunos de
los pasajes más conmovedores y verdaderos de la peripecia de la Barcelona de los vencidos.
Fueron aquéllos unos años de producción febril. Por ejemplo, en 1994 publicó Roldán, ni vivo
ni muerto; El estrangulador; Panfleto desde el planeta de los simios, y Pasionaria y los siete
enanitos, además de anunciar una nueva novela de la serie policíaca protagonizada por Pepe
Carvalho, El premio, que aparecería en 1995.
Todo hacía suponer que mantendría los cauces conocidos de sus distintas líneas literarias.
Pero en 2002, la novela Erec y Enide marcó un cambio radical en su concepción del género.
Por primera vez, la fórmula más conocida de sus relatos, que incluía el devenir individual de
personajes imaginarios y reales en un cuidadoso cañamazo histórico y social, fue sustituida
por un relato de honda belleza nostálgica, en el que utilizó un motivo perteneciente al ciclo
artúrico para componer un mosaico de voces actuales que reflexionan sobre los vínculos
amorosos: en Erec y Enide se enlazan los temas de la decadencia de la edad, el amor y la
responsabilidad de manera mucho más intimista y lírica que la habitual en Vázquez
Montalbán.
Proyección internacional
Pero Vázquez Montalbán desconocía el reposo. Entre los años 1989 y 2000 fue sometido a
varias operaciones del corazón (se le habían implantado cuatro bypass), lo que no le impedía
seguir dietas severísimas, adelgazar veinte quilos y volver a engordar con inusitada celeridad,
algo que llevaba haciendo desde mucho tiempo atrás.
Tenía una habilidad única para volver sobre los personajes y descubrir en ellos alguna nota
desconocida. Y los pintó a todos, desde el rey Juan Carlos I hasta Jordi Pujol, pasando
por Josep Tarradellas, Adolfo Suárez o Felipe González. Pero también retrató las anónimas
sensibilidades colectivas de la España de la transición, cuyo repertorio más formidable y
exhaustivo se le debe sin duda.
Días más tarde, en Barcelona, sus restos mortales fueron recibidos por su viuda, Anna Sallès,
y su hijo, Daniel, además de su íntimo amigo, el dirigente y diputado comunista Rafael Ribó.
Junto con los restos llegaron las galeradas de Milenio, la última de sus novelas protagonizadas
por Pepe Carvalho, que llevaba consigo y corregía mientras iba de gira.