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JILAS

~ Journal of Iberian and Latin American Studies, 6:1, July 2000


Manuel Vázquez Montalbán, Y Dios entró en La Habana,
Madrid, El País/Aguilar, 1998, 713 páginas.
En 1993 el periodista español Román Orozco publicaba Cuba roja. Cómo
viven los cubanos con Fidel Castro un interesantísimo y más que
recomendable estudio del día a día de los cubanos de a pie. Entonces, Orozco
se planteaba—y conseguía con un acierto admirable—llevar a cabo un
minucioso análisis de la microhistoria cubana, la de los pequeños santeros,
las jineteras, la política de calle. Seis años más tarde otro español, Manuel
Vázquez Montalbán, nos obsequia con una visión completamente diversa de
la isla, la de la macrohistoria, la de las decisiones políticas de Comité
central y despacho oficial, la de las centrales de inteligencia, obispados y
Asambleas Nacionales. Si Orozco buceaba por los callejones de la política, a
la búsqueda de su lado más humano, Vázquez Montalbán camina por las
grandes avenidas o, más exactamente, por los grandes despachos,
rastreando, valga la redundancia, el lado más político de la política.
El objetivo cardinal de esta obra, en palabras de su autor, consiste en
ofrecer un cuadro general de la expectativa latinoamericana al borde del
milenio, tal como se la ve desde Cuba o desde los movimientos
indigenistas encabezados por Rigoberta Menchú o el subcomandante
Marcos. (. . .) Lo más importante del libro es situar a Cuba dentro de
esas nuevas condiciones de globalización, a partir de las expectativas
creadas por el viaje del Papa. (195)

y a tal fin, Vázquez Montalbán ha recorrido durante dos años, grabadora en


ristre, todos los despachos (y este ‘todos’ difícilmente puede considerarse
exagerado) que albergaran a quien tuviera algo que decir sobre este asunto.
El lector se encuentra nada menos que con veintiséis entrevistas, la
mayoría de una longitud apreciable, absolutamente todas de un interés
indiscutible. Vázquez Montalbán propone, comenta, indaga, usando como
herramienta principal unas preguntas que demuestran no sólo su
conocimiento del tema, sino también, y sobre todo, su anhelo por analizarlo
desde una multitud de puntos de vista. Preguntas, por cierto, que alcanzan
las veinte líneas y logran ser tan interesantes como la respuesta
subsiguiente.
El resultado de tanto ir y venir de despacho en despacho no es sino un
variado y sugerente mosaico en el que, a pesar de lo dicho, Vázquez
Montalbán pretende—y consigue con gran acierto—no imponer su voz sobre
la de los entrevistados.
En un cuerpo de letra diferente al de las entrevistas, cada capítulo se inicia
con unos lúcidos comentarios del autor a la cuestión concreta que se va a
tratar (desde la disidencia a la cocina cubana, pasando por el catolicismo o
el papel de los intelectuales, por citar sólo algunos ejemplos), unos

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comentarios que sirven meramente de introducción y que en ningún caso


quieren predisponer al lector hacia determinado punto de vista ideológico.
Lo que sigue a estos comentarios es la voz de castristas (Alarcón de
Quesada, presidente de la Asamblea Nacional cubana; Carlos Lage, tercer
hombre del régimen; Frei Betto, autor de Fidel y la Religión. . .), de
anticastristas (Eloy Gutiérrez Menoyo; Alberto Rearte, del Partido Popular
español; Max Lesnick, socialdemócrata exiliado), de excastristas (Felipe
González; Jesús Díaz, ex secretario del Partido Comunista Cubano en el
ICAIC), de indigenistas (Rigoberta Menchú, Subcomandante Marcos), de
eclesiásticos (Navarro Valls, de la Oficina de Prensa del Vaticano; Carlos
Manuel Céspedes, Vicario General de La Habana; el Cardenal Roger
Etchegaray, presidente de Justicia y Paz). Todos ellos tienen cabida en Y
Dios entró en la Habana y cada uno ofrece su pieza del puzzle que intenta
componer Vázquez Montalbán.
El lector se topa de tal manera con feroces ataques a Fidel Castro (‘la
Revolución en Cuba la hizo la burguesía para liberarse de Batista. Castro
traicionó una revolución democrática’, 470, entrevista con Alberto Rearte),
defensas cerradas de la Revolución (‘En Cuba, pese a las dificultades, la
sociedad sigue respondiendo a la propuesta de la Revolución’, 365,
entrevista con Abel Prieto, Ministro de Cultura cubano), peticiones de
apertura realizadas desde el interior (en una entrevista sublime, la de
Floreal Borau), desde el exilio de Miami, o desde España (desde donde
oímos a Felipe González anhelando un sistema cubano diferente). Y es al
lector, al fin y al cabo, al que le queda la última palabra; la realidad que se
le ofrece es múltiple y los elementos para analizar innumerables. No es este
un libro de tesis; en todo caso, lo es de un copioso número de ellas, a las
cuales a cada lector le cabe añadir la propia sin sentirse abrumado por una
visión monolítica de la situación cubana.
Por desgracia, el anhelo de ofrecer una visión exhaustiva de la realidad
cubana ha llevado a Vázquez Montalbán a cometer uno que otro exceso.
¿Qué nos aporta la carta del subcomandante Marcos, incluida al final del
libro? Aparte de alguna sonrisa, cuando el guerrillero zapatista rememora
el hambre que le provocaba la lectura de las novelas de Carvalho, tan
plagadas de recetas, poco más. Si lo que se pretendía era establecer una
conexión entre la revolución cubana y la chiapateca, espacio había en las
más de setecientas páginas que preceden a la carta. De igual manera,
excesivo es en ocasiones el número de menciones a personajes y libros
directa o indirectamente relacionados con Cuba. En algunas páginas el
lector se encuentra con una casi farragosa concentración de nombres que
llega a desorientar, si no se posee un conocimiento vastísimo del tema.
Mención aparte merece un pequeño detalle no achacable al autor. ¿Se darán
cuenta alguna vez las editoriales españolas de lo útil que resultan los
índices? Su ausencia en un libro de más de setecientas páginas, con

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alusiones a cientos de personajes y acontecimientos, resulta irritante y, a la
larga, conlleva una pérdida de tiempo más que considerable. Quién sabe,
quizás a fuerza de insistir, algún día tendremos la dicha de consultar
índices de modo habitual.
Pequeñas minucias, sin embargo, comparadas con el acierto general de la
obra. Una inestimable ayuda para entender esta Cuba de hoy y, sin duda, el
desarrollo de los acontecimientos que puedan tener lugar en la isla en los
próximos años.
Carlos Uxó González
Dublin City University

Donald F. Stevens (ed.), Based on a True Story: Latin


American History at the Movies, Wilmington DE,
Scholarly Resources Inc., 1997, 239 pp.
In Screenplay; the Foundations of Screenwriting (New York, Delta Books,
1982), a famous text for screenwriters, Syd Field argues that adaptation
relies on ‘not being true to the original’. (162) Whether it be fact or fiction,
writes Syd, ‘you are not obliged to remain faithful to the original material’
(154):
If you are writing a historical screenplay, you do not have to be accurate
about the people involved, only to the historical event and the result of
that event. (159)
The original material is source material. What you do with it to fashion
it into a screenplay is up to you. You might have to add characters,
scenes, incidents, and events. (155)
He concludes that it is just the ‘integrity of the source material’ (157) that is
important. And there’s the rub—what on earth is the ‘integrity of the source
material’?
Given the popularity and accessibility of videos in contrast to historical
texts and novels, Syd Field’s advice ought to make us cringe about ‘the
future of the past’. (3) Indeed many historians stress that their medium is
print and expect any celluloid presentation of ‘history’ to be fatally flawed.
But if this stance by historians becomes entrenched, it threatens to become
a self fulfilling prophesy, which gives special significance to this new
collection of high quality articles by historians who constructively engage
with films ‘based on a true story’.

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