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Anthony Grafton – El Lector Humanista

-Maquiavelo reconoce que hay dos tipos de libro.

1. Los que sirven de estímulo no para el pensamiento sino para la imaginación, como un
entretenimiento que permitiese al lector despreocuparse por entero.
2. El otro tipo representa a los autores (y a sus personajes) como grandes hombres que se
dignan hablar con él en su estudio, pero no entra en detalles tan insignificantes como
pudieran ser sus nombres.

-Dentro del segundo grupo podemos identificar esos libros con las obras de estadistas y generales y
romanos, cuyas acciones constituían. Entre los autores en cuestión se encontraban filósofos como
Cicerón y tal vez otros, pero la mayoría eran historiadores: Plutarco, Tito Livio, Tácito. En ellos no se
buscaba la distración sino instrucción.

-Dos conjuntos de textos antiguos, dos maneras de leer: una de ellas parece reconocible al instante y
la otra curiosamente remota. Nos resulta fácil imaginar la lectura como medio de aliviar las
dificultades presentes y de estimular los sentimientos eróticos; pero no tan fácil, probablemente,
imaginarla como una serie de lecciones capaces de guiar a un gobierno en su crisis final o de explicar
el fracaso de un ejército y de un Estado.

“El texto sin intermediarios”

-Entre 1930 y 1970 los grandes investigadores europeos –en especial Erwim Panofsky, Hans Baron y
Eugenio Garin- nos enseñaron que los humanistas habían transformado la lectura de manera
uniforme y vigorosa. Los sabios medievales habían leído un conjunto canónico de autoridades –
Aristóteles y sus escoliastas, Ovidio, Boecio- de manera uniforme. Pese a las numerosas diferencias
de origen y de contenido, los lectores medievales consideraban estos textos como componentes de
un sistema único.

-Ellos consideraban los textos no como obras de personas que habían vivido en un época y
lugar determinados, sino como conjuntos impersonales de proposiciones

-Para los humanistas, el enfoque medieval de los comentaristas a los textos antiguos se había
propuesto no explicar el texto en sí mismo, sino actualizar su contenido. Se hallaban en ellos el
precedente de las costumbres modernas.

-Los textos, en definitiva, siguieron siendo populares no porque describiesen un mundo


antiguo, sino porque se adaptaban a las necesidades de uno moderno.

-Sin embargo, los humanistas afirmaron que los glosadores medievales habían distorsionado
sistemáticamente el sentido original de los textos. Petrarca, por ejemplo, abandonó el estudio del
derecho romano por considerar que sus maestros eran incapaces de ver o transmitir la “historia” del
derecho.

-La necesidad de traspasar la cortina que el orden antiguo interponía entre el lector y el texto siguió
siendo un lugar común de la controversia humanística hasta el siglo XVI. Los historiadores describían
a los humanistas leyendo a los clásicos “directamente”, “tal como eran”; como innovadores que
trataban los libros no como los elementos a partir de los cuales podrían construir un moderno
sistema de ideas, sino como una ventana a través de la cual podrían conversar con los venerados
difuntos.
-Petrarca, al fin y al cabo, llegó a escribir cartas a los antiguos, expresando a Virgilio su
respeto por la virtud casi cristiana del poeta latino y manifestando a Cicerón su estupor por la
participación del gran orador en el griterío de la política. Y, que yo sepa, uno se cartea con las
personas, no con los libros.

El Clasicismo y los clásicos: el texto y su marco

-Los humanistas se oponían, desde el punto de vista filológico, no solo al contenido del libro
académico medieval, sino también, desde el punto de vista estético, a su forma. Los textos se
disponían en dos columnas, empleando la tradicional y angulosa letra gótica. Ocupaban un espacio
relativamente pequeño en el centro de una página grande. Y estaban rodeados por un grueso cerco
de comentarios oficiales escritos en letra aún más pequeña y menos atractiva. Tales libros
repugnaban naturalmente a los sabios renacentistas, para quienes representaban una distorsión
tanto visual como intelectual de su propio contenido.

-A comienzos del siglo XV Coluccio Salutati y Poggio Bracciolini diseñaron una nueva minúsucla –
elegante y redondeada- que les parecía más clásica que la gótica de aquella época. Los sabios y los
artistas –en especial Alberti y Mantegna- aprendieron en las inscripciones romana a trazar de
manera convincente letras mayúsculas de aspecto simétrico y grandioso. Otros –especialmente el
erudito Niccoló Niccoli y el copista Bartolomeo Sanvito- inventaron una elegante cursiva que podía
utilizarse con fines menos formales, como la compilación de notas, y permitía colocar más texto en
menos espacio que la tradicional escritura humanística.

-A veces el encuentro entre los nuevos lectores y los nuevos textos salía de los límites formales de la
enseñanza tradicional. Los humanistas leían en escenarios más inesperados aún que el manantial de
Maquiavelo. Petrarca nunca parecerá más moderno que en la famosa carta de su ascensión al monte
Ventoux, en la que cuenta cómo llevaba consigo un ejemplar de bolsillo de las Confesiones de san
Agustín para consultarlo en la cima.

-A medida que los libros impresos iban reemplazando gradualmente a los manuscritos, los nuevos
tipos de libros y las nuevas experiencias de lectura impregnaban el mundo de la cultura europea. Los
caracteres de los impresores instruidos imitaban la escritura de los amanuenses y artistas, en
algunos casos hasta en el más pequeño detalle.

-Sin embargo, los historiadores del libro han demostrado que la forma en que los humanistas
trataban los libros clásicos era todo menos clásica. Incluso los manuscritos y libros impresos más
puramente humanísticos no representaban el resurgimiento de algo antiguo, sino la invención de
algo nuevo. Entre sus materiales había elementos genuinamente clásicos utilizados con nuevas
finalidades, como la mayúscula epigráfica que caracterizaban los títulos, encabezamientos e índices
de materias.

-Pero los copistas y escritores resucitaron también ciertos recursos medievales que habían
caído en desuso. Su caligrafía no imitaba la escritura antigua (pues no había minúscula clásica que
imitar), sino la minúscula de los manuscritos carolingios, tan sobria por su forma como poco clásica
por su origen. Las nuevas modas y estilos, como la cursiva y las letras floreadas de muchas
portadillas, aumentaban el atractivo de los libros renacentistas. Indudablemente, los copistas e
impresores componían textos que parecían clásicos a sus lectores. Pero, como todos los clasicismos,
el suyo incorporaba tanto valores estéticos de su propia época como métodos y modelos
genuinamente antiguos.
-En su propia definitiva, el libro del humanista era el resultado de complejas negociaciones entre
diversas partes. Los cartolai, los copistas, los artistas y los eruditos tenían cada uno su punto de
vista, y los modelos medievales que se siguieron usando parcialmente ejercían de manera sutil su
propia atracción, llevando a los copistas y escritores a emplear abreviaturas y sistemas de
puntuación que hoy no nos parecen nada clásicos.

-Los humanistas florentinos más puristas despreciaban las ilustraciones; pero a los lectores
cortesanos de Milán y otros Estados septentrionales les agradaba que sus antiguas y elocuentes
historias latinas, aunque los textos fuesen clásicos, estuvieran decoradas con las grandes iniciales
iluminadas de los romances medievales.

-En el corazón mismo del clasicismo renacentista, por tanto, coexistían las convenciones medievales
y renacentista, el deseo de actualizar el mundo antiguo y el de reconstruirlo tal como era. El
resultado, tan estético como anacrónico, es una evocación espectacularmente atractiva de un
mundo antiguo que se sitúa junto al presente y tiene bastante poco de clásico. No es de extrañar,
por tanto, que los esquemas decorativos clásicos no reemplazasen siempre a los medievales en
tradiciones textuales específicas.

-Muchos autores italianos combinaban deliberadamente las convenciones clásicas de las


contemporáneas, las humanísticas con las caballerescas.

-Al igual que los intérpretes, los eruditos no experimentaron o representaron al mundo antiguo tal
como era realmente. Lo recrearon con imágenes que les parecían coherentes y agradables. Nadie
diría que su labor fuera insignificante; constituyó, de hecho, una revolución estética en el
tratamiento y presentación de textos literarios.

-Pero también constituyó tanto una construcción imaginaria de un paraíso perdido como una
recreación histórica de una sociedad perdida. Y las dos formas en que Maquiavelo se acercaba a sus
clásicos reflejan los aspectos económicos y estéticos de la actividad editorial en el Renacimiento.

Los intermediarios: Cartolai, impresiones y lectores

-Los libros no surgían por partogénesis. Los empresarios y comerciantes contrataban y daban
instrucciones a los copistas, cajistas e iluminadores que los fabricaban. Por otra parte, los clientes
también influían en los libros que compraban, tanto en el sentido normal de que los libretos
intentaban ofrecerles lo que pedían.

-Los historiadores tienden a comparar la transformación del mundo de los libros por medio de la
imprenta con los últimos años de la revolución industrial. El sistema de producción artesanal, en
virtud del cual cada libro se confecciona para un solo cliente, es reemplazado por un sistema
industrial. La venta al por mayor se sustituye a la venta al por menos, la producción uniforme en
masa reemplaza a la técnica artesanal de los copistas.

-El libro así se convierte en la primera de muchas obras de arte que son alteradas
fundamentalmente por la reproducción mecánica. El lector ya no tiene ante sí un preciado objeto
personal para el cual ha elegido la letra, las ilustraciones y la encuadernación, sino un objeto
impersonal cuyas características han sido establecidas de antemano por otras personas.

-La carga emocional que posee el libro como objeto procede del lugar que ocupa en la
experiencia personal de su propietario, de los recuerdos que evoca, más que de sus propias
características físicas. Algunos contemporáneos, como el cartolaio Vespasiano da Bisticci,
deploraban estos cambios. Vespiano denunció los antiestéticos y efímeros productos de la imprenta,
que le parecían indignos de ocupar espacio en una gran biblioteca.

-Los catolai dominaron la producción y venta de los libros manuscritos durante los primeros años del
siglo XV; a partir de 1450 colaboraron frecuentemente con los impresores, ejerciendo a veces como
tales. Al igual que otros empresarios tardomedievales y renacentistas, ellos trabajaban a gran escala.
Compraban grandes cantidades de papel o vitela, que solía ser el elemento más caro en la
producción de libros.

-Contrataban a copistas e iluminadores y seleccionaban los textos con que se trabajaban los
artesanos; y producían habitualmente múltiples copias de obras individuales, no porque se las
solicitaran los clientes, sino para abastecer sus librerías con vistas a la venta al por menos.

-Ciertamente, los cartolai no se anticiparon a las ferias del libro de la era de la imprenta. En otros
aspectos, sin embargo, prepararon el camino que iban a seguir los impresores. Producían grandes
cantidades de libros de manera especulativa. Anunciaban su mercancía sistemáticamente y
combatían la competencia de los intrusos, tal como harían más tarde los impresores. Ante todo,
colaboraban con sus empleados y sus clientes para crear un catálogo de los libros más meritorios y
establecer unas pautas de formato.

-Los editores e impresores imitaban a los cartolai; sacaban ediciones limitadas en vitela para
especialistas, así como otras más grandes en papel para el mercado ordinario, y contrataban a los
iluminadores más hábiles para satisfacer las exigencias de determinados clientes especiales.

-Los intermediarios influían en el tratamiento que sus clientes más importantes daban a los libros.
Por un parte, dejaron claro que el aspecto exterior de un libro decía algo sobre su contenido y sobre
el público a que iba dirigido. Los escritores sabían perfectamente que la forma del libro podía
garantizar su venta y predisponer al lector.

-Por otra parte, los cartolai y los impresores que seguían su ejemplo defendían también otra serie de
prácticas; una de ellas nos resulta bastante más ajena que las anteriores. Sugerían que el lector culto
no se limitaba a comprar un libro hecho en serie y a consumirlo tal cual, sino que lo personalizaba.
En primer lugar, el lector culto normalmente mandaba encuadernar sus propios libros. Los
materiales lujosos o duraderos eran los que se elegían para los buenos libros. Le encuadernación de
lujo se convirtió en una especialidad para los libreros renacentistas.

-Se empleaban a artistas famosos a fin de que diseñaran intrincados dibujos para las tapas
de piel que protegían sus libros. Los dibujos de las monedas y medallas antiguas les daban
habitualmente un aire clásico, y el nombre, las iniciales o el lema del propietario, identificaban al
mecenas cuyos gustos estaban siendo presentados. El libro que pertenecía a un gran hombre se
distinguía ciertamente por la cubierta. E incluso la gente normal consideraba de mal gusto tener un
libro con cubiertas de papel.

-El lector culto aprendía de los fabricantes de libros a adornar no solo sus cuerpos sino también sus
caparazones. Tanto los cartolai como los impresores daban por hecho que los clientes ricos querían
insertar su escudo de armas en las portadas de los libros. También sabían que tales clientes
deseaban que las páginas iniciales del texto ilustrasen su contenido de manera adecuada: con un
marco de hojas de parra o elementos clásicos, con personajes históricos, mitológicos o modernos
que iluminaran su contenido.

-La visión de la Antigüedad en la que les gustaba adentrarse no tenía nada que ver con el sobrio
mundo de esculturas blanca y elegante sencillez que tanto admirarían los neoclasicistas de un siglo
después. En lo que se refería a la Antigüedad, la abundancia de decoración no era suficiente. Los
colores vivos y las texturas elaboradas caracterizaban las armoniosas ciudades y los paisajes
arcádicos que el resto del texto evocaba en su contenido. Este gusto por las complejas ilustraciones
introductorias no solo sobrevivió en la era de la imprenta, sino que floreció considerablemente.

-Las portadas impresas, evidentemente, podía ofrecer un maco gráfico tan elaborado como
la portada dibujada a mano. Las marcas dibujadas o impresas daban tanta personalidad al libro
como un escudo de armas en la primera inicial. Y en ocasiones algunos lectores mandaban colocar
un sello personal al comienzo de un libro antiguo.

-El libro, comprado con tanta atención, encuadernado tan meticulosamente, se convirtió en mucho
más que un simple texto. Pasó a ser un registro personal, un índice de conexiones literarias y un
confidente de los propios sentimientos.

-El libro que leían los humanistas nos resulta familiar y extraño a la vez. Habitualmente se producía
en seria; pero luego una sufría una metamorfosis y tomaba forma individual, a medida que el
propietario del libro fundía su propia visión con la del empresario que lo editaba.

-El humanista rediseñaba el producto al utilizarlo, cambiando su aspecto, añadiéndole


adornos únicos, personalizando el resultado de la producción en serie.

Los intermediarios: el maestro y el lector

-A lo largo de los siglos XV y XVI, la cualidad oral de los textos escritos seguiría siendo fundamental
tanto para los estudiantes como para los adultos. La primera vez que leía un texto, el humanista
buscaba las cualidades formales que lo hacían fácil de recordar. La métrica, la aliteración y las
combinaciones de sonidos especialmente llamativa se convirtieron en las marcas de unos textos
proyectado de forma más oral que visual. El humanista se sumergía más en el texto cuando
pronunciaba sensualmente las palabras grabadas en el papel o la vitela que cuando interpretaba su
significado.

-Los impresores colocaban una barra de metal entre cada dos líneas de texto, dejando un blanco
amplio entre las líneas impresas donde el estudiante podía introducir el resumen en latín del
profesor. Los impresores usaban también márgenes anchos, en los cuales los estudiantes anotaban
los comentarios más específicos y técnicos; la nitidez de su caligrafía demuestra que realizaban
copias en limpio de anotaciones anteriores.

-El joven lector aprendía a interpretar las palabras e imágenes empleadas por los escritores como
ejemplos de las reglas de la retórica formal. Aprendía a buscar alusiones, a tratar cualquier texto
importante como un cámara de resonancia en la que las palabras alteraban los subtextos que el
escritor habría esperado compartir con lectores de su mismo nivel cultural. Todos los escritores
humanísticos esperaban que sus lectores dominasen este arte de la descodificación.

-Las técnicas formales concretas por medio de las cuales aprendía el alumno a diseccionar un texto
eran técnicas clásicas. En ese sentido los métodos humanísticos habían sido rescatados del mundo
clásico, al igual que el catálogo de textos al que se aplicaban.

-La principal innovación técnica que podemos observar se produjo cuando el estudiando pasó de
analizar e interpretar el texto a aplicarlo, al utilizarlo. A menudo los maestros prescindían de los
intermediarios y aportaban sus introducciones, previamente resumidas, de los clásicos, las cuales se
convirtieron en el núcleo de la pedagogía renacentista.
-El joven príncipe, noble o clérigo o no se adentraba en solitario en el mundo de los clásicos, sino
que algún humanista experto se los servía en bandeja, transformando unos textos cortantes,
inmanejables y a veces peligrosos en fragmentos de información reproducibles y uniformes. Esta
forma de enseñanza sacaba partido de los textos antiguos, también proporcionaba al joven lector un
modelo que imitar en caso de que se propusiera realizar la misma labor de transformación en años
posteriores, cuando leyese por su cuenta. Tenía lugar en las aulas de toda Europa; y a comienzos del
siglo XVI algunos de los maestros más innovadores proporcionaban el mismo tipo de orientación en
forma impresa, creando un aula imaginaria muchísimo más amplia que cualquier aula real. En este
momento convergen la historia de las ideas, la historia del libro y la historia de la lectura.

-Para explicar un jeroglífico, por último, era necesario conocer las propiedades naturales de sus
componentes, las criaturas cuyas imágenes constituían el vocabulario simbólico de los sabios
egipcios.

-El jeroglífico significa el descubrimiento del mensaje oculto bajo la superficie


aparentemente compleja, como metáfora principal para la lectura de los clásicos, lectura que
siempre buscaba significados aceptablemente cristianos bajo la superficie de los escritos paganos.

-Las obras más majestuosas y dramáticas de la prosa latina eran diseccionadas para facilitar el
trabajo del alumno a la hora de familiarizarse con el anecdotario clásico que toda persona instruida
debía conocer. Esta forma de contacto con el mundo clásico, domesticado en su propia
presentación, resultó muy duradera.

-Otros esfuerzos por adaptar los textos antiguos al uso moderno fueron mucho más ambiciosos
desde el punto de vista intelectual. A medida que se multiplicaba el número de textos disponibles y
que la cuestión de cómo leerlos se hacía más urgentes, los eruditos comenzaron a presentar
elaborados y sistemáticos métodos de lectura.

-El Mathodus ad facilem historiarum cognitionem de Jean Bodin ofrecía un método para la
lectura de todos los textos históricos, tanto antiguos como modernos. En vez de proporcionar una
antología, Bodin indicaba al alumno que crease la suya propia, explorando sistemáticamente los
libros en busca de información sobre qué historiadores eran dignos de crédito y qué constituciones
eran válidas para qué pueblos.

-Los jóvenes del Renacimiento leían a los clásicos al principio de una sola manera: no buscaban la
sabiduría antigua tal como fue -desnuda y desafiante-, sino que admiraban la sapientia antigua como
si estuviera expuesta en una especie de museo impreso: dividida en salas, enmarcada y etiquetada
de un modo que predeterminaba el significado de las reliquias exhibidas.

-A comienzos del siglo XVI los humanistas habían conseguido que se dejaran de distribuir gran parte
de los comentarios medievales que no eran de su agrado. Pero no lo lograron suprimiendo por
entero los comentarios, como sugieren algunas fuentes modernas, sino reemplazando los
comentarios anticuados por otros modernos. Las glosas de los maestros humanistas, presentadas
habitualmente al principio como lecciones en las aulas y posteriormente rescritas para la imprenta,
rodeaban los textos de los poetas famosos como Ovidio, Virgilio y Juvenal, los grandes textos en
prosa como la Consolación de Boecio y De inventione de Cicerón, e incluso la propia Biblia. Estos
textos estaban escritos en letras humanística, no en letra gótica. Abordaban problemas triviales y
técnicos, problemas de todo tipo, y a veces con tal prodigalidad que amenazaban con ahogar los
textos originales. Y, pese a los esfuerzos de críticos individuales por impedir su proliferación, dichos
textos florecieron a lo largo del siglo XVI y siguieron siendo cultivados en las ediciones críticas del
siglo siguiente.
-El lector humanístico en la era de la imprenta no esperaba encontrar sobre su mesa un texto clásico
a secas. Cuanto más importantes fuesen el autor y el tema, tanto más cargado de acotaciones
estaría el original. Paradójicamente el texto humanístico había vuelto a ocupar la posición de la
acutoritas medieval. Sus eruditas glosas eran menos opacas que las medievales: el emparrado
clásico sustituía a la muralla gótica. Pero los nuevos comentarios acotaban y condicionaban el texto
de igual modo que los antiguos. Envuelto en la exégesis humanística, el texto parecía importante no
solo por sus propias cualidades sino también porque estaba sujeto nuevamente a un sistema de
enseñanza e interpretación.

-En la Edad Media y en el Renacimiento primitivo, las lecciones sobre un escritor antiguo
comenzaban habitualmente con una descripción extensa, aunque estereotipada, de su vida. Esto
situaba sus obras en un contexto histórico apasionante, haciendo hincapié en su noble linaje, sus
buenas obras y su estrecha relación con los grandes hombres de su época. El humanista, por el
contrario, tendía a dramatizar su propia vida y su entorno.

-El texto humanístico elogiaba a su editor y a sus benefactores tanto como a su autor. Ello llevaba al
lector a buscar dos tipos de discurso en un solo libro. El texto comentado se centraba naturalmente
en una anécdota clásica narrada por un personaje antiguo. Paralelamente, sin embargo, el editor
desarrollaba una doble narración moderna, que podía ser cumplidamente retórica o filológica en su
contenido explícito, pero que con frecuencia resultaba seductoramente autobiográfica entre líneas.
Los ejemplares anotados de tales libros revelan la impaciencia con que los lectores los escudriñaban
en busca no solo de datos sobre el mundo antiguo, sino también sobre los círculos literarios
modernos que habían honrado la Florencia de los Medicis o la Lovaina de Erasmo.

En el estudio

-La lectura no supuso el fin de la enseñanza. Los individuos maduros podían dar usos completamente
imprescindibles a las técnicas que habían aprendido a dominar en la escuela. Estas elaboradas, pero
implícitas, interpretaciones de textos clásicos son demasiado complejas, demasiado variadas y en
ocasiones demasiado ajenas a la experiencia de la lectura como para describirlas aquí con todo
detalle. Pero cualquier historia completa de la lectura en la Europa renacentista tendrá que
confrontarlas e incorporarlas con otra clase de testimonios.

-A veces el humanista leía como si nada, igual que nosotros ahora. Pero, a menudo, la lectura en el
Renacimiento se asemejaba a la danza en aquella misma época: era actividad regidas por reglas
complejas y que exigía una atención constante.

-En primer lugar, el humanista leía pluma en mano, escribiendo a medida que recorría el
texto. A veces la única manera de hacerse con un libro era copiándolo.

-Durante la segunda mitad del siglo XV, los humanistas y los cartolai copiaban los textos con
la misma frecuencia con que los compraban. A menudo no copiaban manuscritos sino textos
impresos.

-Casi todos los investigadores modernos consideran que tales actividades tenían una finalidad
académica, con vistas a la publicación. El humanista copiaba lo que se proponía publicar. La escritura
era en sí misma una forma de lectura, un homenaje letra por letra al poder del original. La
perfección de la caligrafía contribuía a realzar la belleza del texto.

-Así como el alumno podía conocer su texto palabra por palabra porque lo había memorizado y
recitado, así también el erudito solía conocer el suyo porque lo había copiado línea por línea, y
disfrutaba consultándolo de una manera que no se podía compartir, sino que venía impuesta por su
propia caligrafía y su propia elección de lecturas.

-El humanista creaba en su libro un registro único de su propio desarrollo intelectual y de los círculos
literarios en que se movía. Por otra parte, la belleza y la perfección de la caligrafía nos hace pensar
que el autor daba a aquellas notas carácter definitivo.

-La lectura, fuese pública o privada, tenía con frecuencia fines muy concretos: fines tantos políticos
como intelectuales

Huet: el fin de una tradición

-A mediados del siglo XVII, los filósofos comenzaron a argumentar que la lectura por sí sola no era
capaz de proporcionar determinados conocimientos sobre la historia natural o humana. El lector
atento sabía que los distintos pueblos se regían por distintos códigos morales y se consideraban
bárbaros unos a otros. Solo el razonamiento riguroso basado en las matemáticas podía aproximarse
a la verdad. Los humanistas aceptaron de buen grado estas críticas, o al menos admitieron que la
mayoría de los jóvenes instruidos las aceptaban.

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