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Honore Balzac fue el archivero de la sociedad parisina, por tanto sus obras
están dotadas de un realismo impecable, en las cuales él vertió sus observaciones
más minuciosas; por ello vemos que en sus obras hay un discurso que apela a la
emocionalidad exagerada, el melodrama que ya no funciona y es de mal gusto. Esta
es la estética imperante en Balzac, la estética de lo cursi, en tanto que entendemos
lo cursi como “aquella cosa que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es
pretenciosa y del mal gusto” [CITATION Rea \l 8202 ].
Podemos ver esto en la cuarta parte, “La muerte del padre”, cuando
Anastasia y Delfina acuden a su padre con las esperanzas de que él pueda
solventar sus problemas luego de que estas hubieron fracasado en el intento por
resolverlos por sí solas.
—Entonces, ¿es que uno no puede hacer lo que quiere con su sangre? —gritó el
anciano, desesperado— Me entrego al que te salvará, Nasia. Mataré a un
hombre para él. Haré como Vautrin, iré a presidio. Yo... —se detuvo como
fulminado por un rayo—. ¡Nada! —dijo arrancándose los cabellos—. Si supiera
adónde ir para robar... Pero es difícil incluso hallar la ocasión de robar. Y
además, haría falta gente y tiempo para apoderarse de la Banca. Vamos, he de
morir, no tengo más remedio que morir. (Balzac, 1835, pp 262-263).
—¡Ah —repuso el anciano reuniendo sus energías para poder hablar—, era muy
desdichada, pobre hija mía! Nasia no tiene un céntimo desde el asunto de los
diamantes. Había encargado para ese baile un vestido de lentejuelas que debe
sentarle como una joya… El baile es mañana, el vestido está acabado y Nasia
está desesperada. Ha querido que le prestase mis cubiertos para empeñarlos.
Su marido quiere que ella vaya a ese baile para mostrar a todo París los
diamantes que la gente pretende que ella ha vendido… Yo me he hecho cargo
de esto. Su hermana Delfina irá al baile con un vestido precioso. Anastasia no
debe ser menos que su hermana menor. (Balzac, 1835, pp 263).
Más adelante en ese mismo pasaje se nota la podrida decadencia típica de las
acciones de lo cursi, que intentan demostrar una manera de comportarse refinada y
unos sentimientos elevados, pero que no hacen más que generar desagrado, rayar en
lo ridículo y demostrar lo podrido de su esencia:
Me sentí tan humillado al no tener doce mil francos ayer, que habría dado el
resto de mi miserable existencia por poder arreglar este asunto…Sin pensarlo
más, he vendido cubiertos y joyas por valor de seiscientos francos: luego he
empeñado, por un año, mi título de renta vitalicia contra cuatrocientos francos
una vez pagados, a papá Gobseck. ¡Bah, comeré sólo pan! (Balzac, 1835, pp
263).
Hizo una pausa y miró a la concurrencia como un orador que se dispone a decir
cosas sorprendentes.
—Escribid, papá Lachapelle —dijo…— el proceso verbal del arresto. Reconozco
ser Jacques Collin, llamado Burla-la-Muerte, condenado a veinte años de
presidio; y acabo de demostrar que no he robado mi sobrenombre.
...
La señora Vauquer experimentó un gran malestar al oír estas palabras.
—¡Dios mío!, es como para ponerse enferma. ¡Pensar que ayer estaba yo con él
en la Gaité! —dijo a Silvia.
—Vamos, mamá —repuso Collin—. ¿Acaso es una desgracia haber ido ayer
conmigo al teatro? —exclamó—. ¿Sois vos mejor que nosotros? Nosotros
tenemos menos infamia en la espalda que vosotros en el corazón, miembros
podridos de una sociedad gangrenada… (Balzac, 1835, pp 220).
La máscara la lleva Vautrin puesto que es un personaje que a los ojos de quien
nos presenta este mundo, Eugenio de Rastignac, no logra cuadrar bien, no parece
mostrar todo de una manera clara, carece de buenos motivos y es por esta hipocresía
de la alfombra que no se adapta en el buen salón. Siguiendo este discurso de Vautrin:
Por todo este razonamiento podemos entender a Balzac como el padre de la estética
de lo cursi puesto que él en su papel de retratista de la sociedad se interesó por esas
pequeñas motas de polvo que los parisienses quisieron esconder debajo de sus
alfombras; por ello sus personajes, sumidos en los excesos de interés, dramatizan esos
detalles trágicos y cómicos de la decadente sociedad parisina de la primera mitad del
siglo XIX.