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Reflexión sobre ecología y literatura:

Entender la ecología como el estudio de las relaciones entre los seres vivos (entre los
cuales se incluye el ser humano) y entre el medioambiente en que estos se desenvuelven
permite pensar al ser humano respecto de las demás especies que habitan el planeta de una
manera más horizontal, esto es, pensar al hombre, no como el propietario de la tierra y amo
de las criaturas (como han pretendido algunos esquemas sociales, económicos y culturales),
sino más bien como uno de otros tantos huéspedes que habitan el planeta; digamos, como
una parte de un todo más importante.

Precisamente porque para la ecología el ser humano es a un tiempo sujeto y objeto de


estudio, y se encuentra irremediablemente involucrado y tiene responsabilidad en las
cuestiones y problemáticas que esta ciencia se propone investigar, sus conclusiones y
resultados no podrían menos de ser políticos. De aquí que una de las labores principales de
la ecología y de los ecologistas sea la divulgación, la sensibilización y la concientización
sobre el medioambiente y los ecosistemas.

En este sentido, la literatura, al igual que el cine, las artes plásticas y el arte en general
(porque el arte pudiera ser tal vez una de las formas de comunicación más complejas y
eficaces que conoce el hombre), puede servir como medio de difusión y para generar
conciencia ecológica. Por esta razón, desde hace un tiempo suele hablarse de
“ecoliteratura” así como de “ecocrítica”. Algunas obras literarias que invitan a la reflexión
ecológica pudieran ser: las novelas Duna (1965), de Frank Herbert, e Historia de una
gaviota y del gato que le enseñó a volar (1996), de Luis Sepúlveda; y el poemario Hojas de
hierba (1855), de Walt Whitman.

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