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LAS LAGRIMAS

DE EROS

Introducción de J. M. Lo Duca

Tusquets Editores
Barcelona
Título original: Les larmes d'Eros

I.a edición: octubre 1981

© 1961 Y 1971, Jean-Jacques Pauvert

Traducción de David Femández


Diseño de la cubierta: Francis Closas
Diseño interior: Francis Closas
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, Barcelona 1981
Tusquets Editores S. A., Iradier 24, Barcelona-17

ISBN 84-7223-812-1
Depósito Legal: B. 34266-1981

Gráficas Diamante, Zamora 83, Barcelona-18


La conciencia de la muerte

1. El 1•mri.ww, fu 111111.>rte v el diubfn.

La mera actividad sexual es diferente del erotismo; la pri­


mera se da en la vida animaJ. y tan sólo la vida humana muestra
una actividad que determina. taJ vez, un �pecto ,,díabóJicO·· al
cual conviene la denominación de erotbmo
Es cierto que el término «diabólico• se relaciona con el
cri,tianismo. No obstante. según todas las apariencias. cuando
el cristianismo en1 aJgo lejano. la más antigua humanidad cono­
ció ya el erotismo. Los testimonios de la prehistoria son con­
tundentes: las primer.ll> imágene!t del hombre. pintadas en las
pared�s de las cavernas, tienen el sexo erguido. No tienen nada
de estrictamente «diabólico•: son prehistóricas y pese a todo ...
Si «d1ab6hco• significa esenciaJmente la coincidencia de la
muerte y el erotismo, si el diablo no es sino nuestra propia
locura, s1 Uoramos. si profundos sollozos nos desgarran -o
bien si nos domina una risa nerviosa- no podremos dejar de
pen:íbir. vmculada aJ naciente erotismo. la preocupación. la
obsesión de la muerte (de la muerte en un sentido trágico, aun­
que a fin de cuentas, risible). Aquellos que tan frecuentemente
se representaron a sí mismos en estado de erección sobre las
paredes de sus cavernas, no se diferenciaban únicamente de los
animaJes a causa del deseo que de esta manera estaba asociado 37
1 e en i de u er. Lo que bem de
no permn afirmar que abian ---co a que lo animaleo;
ign raban- que m rirí n.
De de muy anu uo. lo ere humano luvi ron un con i­
mienlo temero de la muerte. La im· ene de h mbrc e n el
o erguido datan del Paleolili o upen r; uentan entre 1
má anligu fi ura i ne (precediénd n en veinte o treinta
mil año ). Pero 1 mas antigua epultura • que ate Ligu n e e
e nocimicnto ngu liad de la muene. n e n iderablem ntc
anteriorc ; para el h mbrc del Paleolítico inferior la muerte
tuvo ya un entido tan grave -y tan evidente- que le induj .
al igual que a n tro , a d r epultura a lo. cadávere de lo
uy
A í, la esfera «diabóli a•. a la cual el cri tiani mo torg , ·
orno ·abem . el cntid de la angu tia. e -en u mi ma
e encia- contemporánea de ío hombre más antiguo . A lo
ojo de aquello que creyeron en el diabl , la idea de ultra­
tumba re u haba diabólica ... Pero. de una forma embrionaria. la
e íera •diabóli • e i ti y , de de el ín tantc en que lo h m­
bre --o aJ meno lo precunmrc de u e pecie- reconocier n
que eran mortale ivieron a l e pera. en la angu tia de I·
muerte.

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Tnlnsu]o ubpubianos p-at.do IObre
calaa. Aunllaciensc:
Cf. O Pcyrony: La Fura.u/r, • Prelus­
3 uwu.,, 1. m. 1934.
2. Lm lw111bres prehistúrinn, " !tJs pinturtu dr lm ,·a1•n1111.\
Una singular dificultad nace del hecho de que el ser humano
no sea un modelo acabado al primer intento. Esos hombre� que
por vez primera sepultaron a sus emejantes muenos, y cuyos
huesos encontramos en auténticas tumbas. son muy posteriores
a los más antiguos vestigios humanos. A pesar de ello, esos
hombre�. IOl> primeros en preocuparse por los cadáveres de los
suyos, no eran todavía. exactamente. seres humanos. Los crá­
neos que nos han dejado muel>tran aún rasgos simiescos: su
mandíbula es prominente y, con frecuencia, su arco ,;uperciliar

Cf. H Brcu1I y D. Pcyrony: l:..11a1uilla


Sm duda. •retruécano plistico• (dc5• frmtnlna auriñal'icnsl', tlt:, •Rcv. An­
nudo femenino de aspcc10 f6Jico). Es­ tropol6¡ica•. enero-marzo. 1930. .E.
wuilla auriñaciensc de Sireuil (Dor­ Saccasy della Santa; Figuras humanas
do;nc). vista de frente. )' esquematica­ drl palrol(//,:o supnior ruroaslá1ic-o
mentc al reverso. (196), Anvers, 1947. 39
Lactkb~ Venus de Lcspu¡nc . estalui.
U. en marfil del AuriAat:icnse superior.
vista de frente. de perfil Y por detris.

40 Museo de Saint-Genna;n-en-Laye .
está bestialmente coronado por un reborde óseo. Por otra
parte. estos seres primitivos no moscraban la correcta pos1c1ón
erguida que. moral y fisicamente. nos designa y no caracte­
riza. Sin lugar a dudas. se mnntenían de pie. pero sus piernas
no estaban claramente derechas como las nuestras. Debemos
pensar rambién que. al igual que los simios. poseerían un sis­
tema piloso que los recubrirla y protegería del frío ... No tan
sólo por los esqueletos y sepulturas que dejó. conocemos a
aquel al que los prehistoriadores designan con el nombre de
Hombre de NeanderthaJ. sjno que tenemos también sus útiles y
herramientas de piedra tallada. que rcpresenian un adelanto
con respecto a las de sus antecesores. Estos fueron menos hu­
manos en conjun10 y. por lo demás. el Hombre de Neanderthal
fue superado rápidamente por el • Homo Sapiens•. el cual es.

fuwuilla rcmc:mna de Bnwcmpowy


(cue rpo rcmcruno llamado •la Pera•).
Aunnac:1cnse mcd1<Hnferior

Cf E. Ptcne Lu 1101/1111 J¡, Bru:sJl'm•


p11wv. •L'Anthropoloa, c•, 1. VI, pi l.
1895. 41
. nue tro emcjan e. (A pe de u nom-
r. próximo aún aJ
de · ta fi ico era
can-

A la ,. u,�rda m,uu; �bc:�e de


tAu nsc ,ncchol
42 u o del H ln, Parí
MU\>eu de HIWonll NaturaL Viena.. Cf. 43
Olra cé jebre eswwUa del Auribciense J . Szombauy, . L ' Anlhopolo li e-. l.
superior: la Venus de WiUendorf. XXI , P'I. 699, 1910.
Por último. la aparición de nuestro se mejante . de aquél cuyo
esque leto es tablece sin ningún género de dud as la perte nencia a
nue stra es pecie (si no se tien en en cuenta los res to s aislados de
osa mentas. sino de ab undantes tum bas vinculadas a toda una
civ ilizació n). nos remit e. como máximo , a una an tigüedad de
treinta mil años.

T reint a mil años ... Y es ta vez no se trata de res tos humanos


ofrecidos por las excavacio nes a la cie ncia. a la preh istoria. que
los inte rp retan e xhaustivamente ...
Se trata de se ñales resplandecient es ... de signos que alca n-
zan la más profund a se nsibilidad. y que poseen la fuerza nece-
sa ria para co nmo vemos y para no dejar en ade lante de tur bar -
nos. Esos signos son las pintu ras que los hom bres primitivos
dej aron sobre las pared es de las cavernas . e n donde debieron
ce lebrar sus ceremonias de enca ntamiento .
Ha sta la aparició n del Hombre del Paleolít ico supe rior. al
que la prehi storia ha de signad o co n un nombre poco j ustificado
(el de • Ham o Sapiens.. 1). e l hombre de los prime ros tiemp os
sólo es apare nte mente un inte rmedia rio entre el ani mal y noso-
tros. En su misteriosa osc uridad. es te ser forzosam ent e nos
fascin a, per o en co nj unto los restos que nos has legado no aña-
den cas i nad a a esta inform e fascinación. Aqu ello que sa bemos
de é l y que nos conmueve inte riormente, no va dirigido . ini-
cia lmente. a nue stra sensibilidad ya que . si de sus cos tumbres
funeraria s dedu cimo s que ten ía co ncie ncia de la muert e. es ta
co nclusión es produ cto tan sólo de la reflexión . Pe ro al Hombre
del Paleolítico superior , al - Horno Sa pie ns- , lo co noce mos
actu almente por signos que no sólo nos impres ionan por una
exce pcio na l belleza (sus pintu ras so n a menudo mara villosas).
sino porqu e con stitu yen el múltipl e testimonio de su vida e ró-
tica. El nacim iento de esta inten sa emoció n que designamos
bajo e l nombre de erotismo. y que opo ne el homb re al animal.
es. sin dud a. un aspec to esen cial del aporte que las inves tiga-
cio nes prehi stóricas rea lizan al co noci miento .

l . El celtñc attvo supi ens si¡ nificll exactamente dotado de conocrmremo.


Pero es evidente que el instrumento presupone. por part e de quien lo hace. el
conoci miento de 50 fin. Este conocimiento del fin del instrumento es. precisa-
mente. la base del conocimiento . Por otra parte. el conocimiento de la muerte.
cuyo fundament o pone e n juego la Knsib ilidad y que. por esta razón . es clara-
mente distint o del puro conocimiento discursivo. señala por su parte una etapa e n
el desenvolvimiento humano del conocimiento . El co nocimiento de la muert e.
muy posterior al conocimiento del instru mento. es a su vez muy anterior a la
44 aparición del ser al que la ~hi st oria desiana con el nombre de H omo SCJpj~fU.
<..:r. Salomon Reinach: Es'a l",il/a dt' 45
mujndt's"",dll. - Anthropolo¡i e.., t.IX .
Muje r de snuda de las Cavernas de págs. 2 ~31 , 1898. Museo de Saín-Ger-
Menton. Auriñacie nsc superior. meío-en-Leve.
3. Ef t>roti1mt1, 1•inc·ufudo af cr. nocimi ni(} de lo muerte
del Hombre, tod vía algo imie o, de e nderthaJ
a nue tro emejante, a e h mbre completo, cuyo e queleto en
nada difi re del nue tro y del cual I piniuras o I grab d
n informan que habi perdido el abundante i tem pilo o del
anim 1, fue, in ningún g nero de dud . de i ivo. Hemo vi to
que el veUud Hombre de eanderthal tenia ya conciencia de
la muerte; y e a partir de e lec n cimiento, que opone la vida
se ual del hombre la del animal, cuando aparece el eroli mo.
El problema n h id planteado: en principi , el régimen e­
xual del h mbre que no e!:>, c mo el de la mayoría de lo aní­
male . e 1 , n 1, pare e pr venir del régimen del m no. Pero
el mon difi re e:.encíaJmenle del hombre en que n tiene con­
ci n i de I muerte; el ompon.amiento de un imi ante un
cong·nere muerto e pre tan I indiferen ia. en tanto que

\lu)Cr .-n .:abcl-1 Je: u�ull (Aurifla·


c:ieMC mcd10J 1J,. fr,.,111').
Mujer in beza de in:wl ldr pnfll).

Museo de aint-Oerm n�n-Laye.


La J imÓK"''''J J r IItJ", IN", cml et seso
c-rrchl Jutun J"I Pul".I/liiC'o supe rior,
Cu" ntu n n m r l muy"r númrro J r unti-
IlUUJ fiRu,cU (nflJ ¡x r crJrn "n vrin lr cJ
1r"lnlu mil u'¡(lJJ. er. pá¡s. ll -ll .

PeBOnajc itifálico de la tpoca maadaJe.


nieme:. Altamira .

Penonlije fálico de la ¡ n.ltade Gourdan .


epoca ma¡daleniense .
er. Ed. Pieue : L'on prrtdu'll I'a, r du
r o ."" . Pub . 1907.

el. aun imperfecto. Hombre de Neandert hal, al enterrar los ca-


dáveres de los suyos . lo hace con una supersticiosa solicitud
que revela. al mismo tiempo. respe to y miedo . La conducta
sexual del hombre muestra. como en general la del símio. un
intenso grado de excitaci ón no interrum pido por ningún ritmo
estacional. pero al mismo tiempo está caracterizada por una
discreci ón que los animales en general . y los simios en particu-
lar. de sconocen ... A decir verdad , el sentimiento de incomod i-
dad . de embarazo , con respecto a la ac tividad sexual, recuerda,
al menos en cierto sentido , al experimentado frente a la muerte
o a los muertos . La ..violencia.. nos abru ma curiosamente en
ambos casos, ya que lo que ocurrees ajeno al orden estable-
cido. al cual se opone esta violencia. Hay en la muerte una
indecencia. distinta . sin duda alguna, de aquello que la activi-
dad sexual tiene de incongruente. La muerte se asoc ia, por lo
general, a las lágrimas, del mismo modo que en ocas iones el
deseo sexual se asocia a la risa ; pero la risa no es, en la medida
en que parece serlo. lo opuesto a las lágrimas: tanto el objeto
de la risa como el de las lágrimas se relacionan siempre con un
tipo de violencia que interrumpe el curso regular, el curso ha-
bitual de las cosas. Las lágrimas se vinculan por lo co mún a
aco ntecimientos inesperados que no s sumen en la desolación ,
pero por otra parte un desenl ace feliz e ines perado nos con-
mueve hasta el punto de hacemos llora r. Evidentemente el tor-
bellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en
ocasiones nos transtcma y. una de dos : o nos hace reír o nos
envuelve en la violencia del abrazo .
Es dificil. sin duda. percibir clara y distintamente la unidad
de la muerte . y del erotismo. Inicialmente . el deseo inconteni-
ble. exas perado, no puede oponerse a la vida, que es su resuí-
tado : el aco ntecer eró tico representa . incluso , la cima de la 47
vida. cuya mayor fue rza e intensidad se re velan en el insta nte
en que dos seres se atraen, se aco plan y se perpe t úan. Se trata
de la vida. de re producirla. pero. reproduciénd ose. la vida des-
borda . alca nzando. al desbord ar. el delirio extremo. Esos cuer-
pos enredados que . retorci éndose , desfalleciendo . se sumen en
excesos de voluptuosidad. van en sen tido co ntra rio al de la
muerte que. más larde. los consagrará en el silencio de la co-
rrupción.
En efecto, al j uzgar por las apariencias, el ero tismo está
vinculado al nacimiento . a la reproducción que . incesant e-
mente. repara los estragos de la muerte, No es menos cie rto
que el animal. que el mono. cuya sensualidad en ocasiones se
exaspera. ignora el erotismo; y lo ignora precisamente en la
medid a en que carec e del conocimie nto de la muerte . Por el
contra rio, es debido a que somos human os y a que vivimos e n
la sombria perspecti va de la muert e el que conozca mos la vio-
lencia exas perada. la violencia desesperad a del ero tismo.
Verdaderamente , hablando dentro de los utilitarios límites
de la razó n. entendemos el sentido práctico . y aun la necesi-
dad . del desorden sexual. Pe ro. por su parte . ¿se habrán equi-
vocado aquellos que relacionan su fase ter minal de excitación
con un cie rto sentido fúnebre?

4. La muerte en el fondo del po zo de la cue va de Lascaus

¿ No ha y en las relaciones sombrias -inmediatas- . rela-


cionadas con la muerte y el ero tismo. e n la med ida en que creo
posible ent enderlos. un valor dec isivo . un valor fundamental?
Me he referido al principio a un aspecto «diaból ico- que
tendrían las más viejas imáge nes del hombre que han llegado
hasta nosotro s. Pe ro este elemento «d iabólico », la maldición
ligada a la ac tividad sexual. ¿aparece realmente en dicha s imá-
genes?

Al encontrar ent re los más antiguos documentos prehi stóri -


cos uno de los temas fundamentales de la Biblia. me imagino
que estoy introduciendo . finalment e, el problema más grave.
Enco ntra ndo. al menos diciendo que lo encuentro . en lo más
profundo de la c ueva de Lascaux, ¡el tema del pecado original!.
¡el tema de la leyend a bfblical , ¡la muerte vincul ada al pecado .
a la exaltaci ón sex ual. al ero tismo!
Sea como sea. esta cueva plantea. en una especie de pozo
que no es sino una cavidad natural. un enigma desconcertante.
Bajo la aparie ncia de una pintura excepcional, el Hombre de
48 Lascaux supo ocultar e n lo más profund o de la cav erna el
f 0.9 1 llc.t.auuuxnulanu1 un ,.
J,. /'un. klne, 195,.

49
pájaro de idcn11 o Lraz.o. que e ron la e Lremidad de un e .•
ta a. a aba de de rientam . Algo má, alla. ha ia la j¿.
quierda, un rin er nte. seguramente ajen a la e ena en la
que el bi5onte y el h mbre-páJaro pare en unido. por la pr . j.
midad de la muene. e aleja. El abad Breuil ha sugerido que el
rinoceronte podna aler e lentamente de lo nizante . de ·
pu de haber de trozado el vientre del bi nte: péro. eviden·
temente. el ,entído de la pintura atribuye al h mbre. aJ venabl
que tan sólo la mano del moribundo pud rrojar, el orig n de
la herida. El rin ·eronte, por el c ntn rio. pare e mdepen·
diente de la e� ena prin 1p I que día, por otra parte. qu dar,
para -.iempre. ,m e ph aci n.
¡,Qué podem , c.lecar de e ta ampre,, nante evoca I n, e­
pultada de,dc hace milenio, en esa pr fundidad pt!rdida e ina •
cesible?
1 .lna ce ible '> En nue tro dta'>. exactamente de de hace
veinte año . cuatr pe ona, pueden e ntemplar a la vez la es­
cena que yo pong . y que aJ mi m tiem li! oci . a la le­
yenda del éne , . La cueva de La., au fue de-, ub1ena en
1940 ( e a ta.me me el 12 de eptiem re); de de ent n e , · 10
un redu ·do numcr de personas ha podido de ender ha,ta el
fondo del pozo. pero la ti t grafia ha po ibiht..1d que llegürn­
mo a n er pe� tamente e t e. cepci n pintura: pintura
que, repito. repre enta a un h mbre e n abeza de pajaro. tal
vez muerto, en todo c rudo ante un bi nte moribundo y
enfurecíd
n una bra obre la cueva de aux 2• e crita hace ei,
añ , me pr hib1 a mi mi m interpret r e t orprendente e,­
cena. Limitándome a referir enton e. la interpretad· n de un
antropólogo aleman 3• que la rel cion b con un a rifí io ya­
k u to. y veia en la a titud del h mbre el éx1as1 de un chamán al
que una m · ara conviniera en pájaro. El ch mán -el hechi­
cero- de la era paJeohtica no diferia mucho de un chr.unán. de
un he hicero iberiano, de nue tm da . de ir verdad, e ta
mlerpretaci n no po�e. a mi ojo . más que un mérito, el de
ubrayar la ··rareza·, lo e,nmiio, de la e ena •. Tras d año
de vaciladonel>. me pareció po ible adelantar, carente de una
hipóte i preci . un prin ipio. B ándome en el hech de que
«la expiación con�cutiva a la muene de un animaJ e prccep·
tiva entre pueblo cuy vid asemeja en cierta medida a la
2. G Bauilk, La,ra,a 011 la ai 1,u1u dr /"Art, Gincbr.. lcinl. 19SS.
l H. K.m:bner. Ein lkllrü v,, U'f<'SC'llicl,u d,r dw,na,,;smiu. en •An·
lnlpOS•.l 47, 1952.
4 Subraya wnbl= d hecho de que rnbre del Palcoliuco upcrior no eran
muy dJferemes de cíe n.o. íbt.nanos de kb l1Hl'.I mockmoi. �ro la pru., · n
so de. La1 apmmnaci6n e de una fB&:tlidad poco enibk
descrita en las pinturas de las cavernas » , yo afirmaba en una
nueva obra 5:

"El tema de esta célebre 6 pintura (que ha suscitado nume­


rosas interpretaciones, tan contradictorias como endebles) sería
el crimen y la expiación. »

El chamán expiaría, al morir, la muerte del bisonte, puesto


que ya sabemos que la expiación por la muerte de animales
sacrificados en una expedición de caza es de ritual en numero­
sas tribus de cazadores.
Cuatro años después, la prudencia del enunciado me parece
excesiva. La afirmación, huérfana de comentarios, carece, en
cierta medida. de sentido. En 1957, todavía me limitaba a decir:

«Al menos esta forma de ver las cosas tuvo el mérito de


substituir la evidentemente pobre interpretación mágica (utilita­
ria) de las pinturas de las cavernas, por una interpretación reli­
giosa más acorde con un carácter de suprema apuesta ... ..

En la actualidad me parece esencial ir más lejos; en este


nuevo libro, el enigma de Lascaux, aunque sin ocupar toda la
obra, será el punto desde el cual partiré. Y es por ello por lo
que me esforzaré por mostrar el sentido de un aspecto del ser
humano, al que en vano se intenta descuidar u omitir, y al cual
el nombre de erotismo designa.

S. G. BataiUc, El trotismo, Ed. de Minuit. 1957. (Col. Mar¡inalcs n. 0 61,


Tusquets Editores, 1979).
6. Célebre, por lo menos en el sentido de que ha hecho correr mucha tinta. 51
Bisonte con sexo y piernas ponerion:s
en fonna humana Caverna de los Tn:s
Hermanos. Sanctuair.
Cf Hen: y &!¡o�n y H. Breuil. /uca- Conjunto en el que fi¡ura el detalle re­
11�rnn du Vo/ p. •Ans et M�tiers Gra­ producido en la pá¡ina siguiente. Ca­
ph1que1•. Pon·,. /9JR. vemu de los Tn:s Hermanos.

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