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La democratización en Guatemala:

algunas interpretaciones en contienda


Ricardo Sáenz de Tejada
Resumen

El proceso de democratización en Guatemala ha sido objeto de una diferentes


interpretaciones que postulan tiempos, actores y resultados distintos. El artículo presenta
una discusión en torno a algunas de estas interpretaciones elaboradas tanto desde los
actores en conflicto como desde una perspectiva académica.

Abstract

Democratization process in Guatemala has been subjecto to different interpretations that


postulate different times, different actors and different results. The article presents a
discussion of some of these interpretations drawn both from the actors in conflict and from
an academic perspective.

Palabras Clave:

I. Introducción
Tanto en la tradición del institucionalismo histórico en la ciencia política como en la
sociología histórica existe una reflexión sobre la importancia de la historia (“la historia
importa”) y los legados de determinados eventos y decisiones de los actores en coyunturas
específicas que, hasta cierto punto configuran las instituciones políticas. Es decir, el
momento de génesis institucional establece sus improntas. Aplicando esta reflexión al caso
de la democracia guatemalteca puede plantearse a manera de hipótesis que las condiciones
en las que se sentaron las bases de la institucionalidad democrática – Constitución Política,
Ley Electoral y de Partidos Políticos, Corte de Constitucionalidad, Tribunal Supremo
Electoral entre otras – definieron el carácter esta.

Sobre este período de establecimiento de la institucionalidad democrática, la coyuntura


crítica 1982-1986, cabe hacer un breve recuento. El 23 de marzo de 1982 un grupo de
“oficiales jóvenes” del ejército de Guatemala realizó un golpe de Estado que puso fin a la
presidencia del General Fernando Romeo Lucas García (1978-1982).

Algunos meses después, el presidente de la junta militar de gobierno, el General José Efraín
Ríos Montt, relevó de sus cargos al resto de miembros de la junta, General Horacio
Maldonado Schaad y Coronel Luis Gordillo Martínez. El General Ríos Montt erigido en
presidente, pretendía postergar 7 años la convocatoria a elecciones y en agosto de 1983 fue
a su vez derrocado por un movimiento liderado por el alto mando militar que ubicó en la
jefatura de Estado al General Oscar Humberto Mejía Víctores (1983-1986) y ya bajo su
cargo se dio a conocer una programación del paso del gobierno de militares a civiles que
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incluía la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la reorganización


de partidos políticos y el establecimiento de la libre competencia electoral.

El calendario presentado por Mejía Víctores se cumplió más o menos en el tiempo


estipulado. La ANC fue integrada mediante elecciones y elaboró la nueva
Constitución Política de la República de Guatemala, vigente desde el 14 de enero de 1986,
fecha en la que asumió la presidencia el primer civil electo desde 1966, el licenciado Marco
Vinicio Cerezo Arévalo (1986-1990), con lo que quedó instalada la democracia en
Guatemala y los militares entregaron el poder a los civiles.

Este relato simplificado ha tendido a ser, en términos generales, aceptado por la sociedad
guatemalteca y buena parte de la comunidad académica que, pese a las limitaciones que
pudo tener en su momento este proceso, dio lugar a elecciones no fraudulentas. Entre los
estudiosos de los procesos de democratización, es un hecho aceptado que este período fue
el inicio de la misma y que a partir de ese momento Guatemala pasó a formar parte de las
filas de los países democráticos, esto independientemente del “malestar por la democracia
realmente existente” que se ha venido generando en los últimos años.

Sin embargo, en la narrativa sobre la transición se pasa por alto que las instituciones
políticas en su conjunto son el resultado del conflicto y que, en el diseño de las mismas
imperan finalmente los intereses de las personas o grupos que lograron imponerse frente a
sus adversarios. En el caso de la coyuntura crítica 1982-1986, el relato de la
democratización deja de lado el hecho que, de manera simultánea al establecimiento de las
principales instituciones democráticas del país, los miembros del alto mando militar
desarrollaban un conjunto de acciones represivas; campañas militares, desapariciones
forzosas y asesinatos que eliminaron a una parte importante de la oposición armada; pero
no sólo a esta, sino a aquellas personas y grupos que representaban una amenaza para el
régimen.

Estos procesos, la implantación de la democracia y la eliminación de la oposición, no


ocurrieron de manera paralela, sino que estaban plenamente articulados; la democracia se
instituía sobre la base de limpiar la mesa para abrir paso a una suerte de pacto de exclusión,
por el que los militares cedían parte del control del gobierno a los civiles con la condición
de que se mantuviera la preeminencia del ejército no sólo en el campo de la guerra
contrainsurgente, sino como el gran decidor en materia política; otro elemento de dicho
pacto fue la continuidad del statu quo económico y social, sobre todo en el sentido de
bloquear cualquier posibilidad de implementar políticas distributivas; y, la continuidad de
la proscripción de la izquierda revolucionaria.

Los actores de este acuerdo tácito fueron en primer lugar los miembros del alto mando
militar, que reconociéndose vencedores de la guerra contra las guerrillas ahora decidían,
por distintas razones, entregar el gobierno a los civiles; en segunda instancia, los líderes de
los partidos políticos permitidos, es decir de los grupos políticos que habían aceptado
mantenerse en el campo político delimitado por los militares y que, aunque en algunos
casos como la DC habían sufrido del asesinato de dirigentes sobre todo en los municipios
rurales, se sometían a las reglas del juego político democrático. Finalmente, los grupos
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empresariales que, pese a tensiones, críticas y diferencias con la cúpula gobernante estaban
también convencidos de la necesidad de este cambio de régimen político y lo que
pretendían era evitar que las mayorías les arrebataran por métodos democráticos sus
privilegios.

A esto debe sumarse el papel de los Estados Unidos de América, cuya influencia fue
determinante en todo este proceso y cuyo conocimiento de esta doble agenda: la
institucionalización democrática y el aniquilamiento de los últimos vestigios de la
oposición era reportada por sus funcionarios a la central de inteligencia y al departamento
de Estado.

La secuencia de eventos históricos que dieron inicio al proceso de democratización /


implantación de la democracia ha sido y sigue siendo objeto de una contienda
historiográfica en torno a su sentido e interpretación. El objetivos de este artículo es
confrontar las interpretaciones de dos de los actores en conflicto: el ejército y las
insurgencias respecto a este período y particularmente respecto al sentido de la
democratización.

El artículo presenta en primer lugar un análisis sobre la coyuntura crítica que dio lugar al
inicio de la democratización; posteriormente se presentan las versiones interpretaciones de
miembros del ejército y de la insurgencia; y, al final, algunas conclusiones.

II. Coyuntura Crítica 1982-1985: ¿Transición o Implantación de la Democracia?


Durante la década de 1980 y buena parte de 1990, en la Ciencia Política se instaló un
debate en torno a la democratización de las sociedades. Este debate estuvo influido por la
implosión del bloque socialista y el fin de las dictaduras establecidas en el cono sur de
América. Para autores como Samuel Huntington se trató de la tercera ola democratizadora,
que tuvo su inicio en Portugal en el año 1974 , continúo con Grecia y se extendió por el
resto del mundo. La democratización abarcó tanto a países gobernados por dictaduras
militares conservadoras como las de América Latina como a las llamadas democracias
populares establecidas en el campo socialista.

Aunque los procesos que condujeron al cambio de este tipo de regímenes tuvieron
peculiaridades, algunos estudiosos de las transiciones intentaron captar o reconstruir
algunos aspectos comunes de estos procesos. Estas interpretaciones tendieron a establecer
lo que Carothers denomina el paradigma de la transición, un proceso relativamente
mecánico de cambio político que conduce a la democracia.

Más allá de esta crítica, que es relevante, en el caso guatemalteco y centroamericano en


general se encuentran algunas discrepancias con el modelo típico. En primer lugar, y como
se ha hecho notar por algunos estudiosos, no se trató como en el caso chileno de un retorno
a la democracia, pues se trata de países que no poseen tradiciones democráticas. No se trató
de una vuelta a la democracia, sino del inicio de esta. En segundo lugar, un factor clave en
la discusión lo constituye el hecho de que este proceso se dio bajo la continuidad de guerras
civiles o enfrentamientos armados internos. A diferencia de otros procesos en los que los
grupos en conflicto pactaron la paz y posteriormente la celebración de elecciones libres; en
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Guatemala se celebraron elecciones no fraudulentas en medio de la guerra. Finalmente, y


en contraposición a los países del este europeo e incluso de las dictaduras del cono sur de
América, donde la democratización era una demanda social impulsada por amplios sectores
de la ciudadanía, en este caso la continuidad de la represión había eliminado la
posibilidades de demanda de la sociedad civil y, fueron las elites políticas y militares las
que pactaron las condiciones del cambio político.

Desde una perspectiva analítica, el problema del inicio de la democracia en Guatemala y la


comprensión de la coyuntura crítica 1982 – 1986 debe realizarse en clave regional. La
crisis política y económica que atravesó el país no fue exclusiva de este, sino fue parte de
los procesos de cambio que ocurrían en Centroamérica y en los que jugó un papel
preponderante el derrocamiento de la dictadura de los Somoza en Nicaragua en julio de
1979; el inicio de la guerra civil salvadoreña a principios de la década siguiente, la agresión
contra la revolución nicaragüense por parte del gobierno estadounidense y, el alzamiento
insurgente guatemalteco a partir del segundo semestre de 1980.

Aceptando entonces que la crisis y el conflicto que antecedió los procesos de


democratización tuvo un carácter regional, puede postularse entonces que la salida de la
crisis, es decir la implantación de la democracia tiene esta misma dimensión
centroamericana. Sobre esta base, puede iniciarse la discusión en torno a si las peculiares
transiciones en estos países marcan el fin de la crisis y el inicio de un proceso de estabilidad
o bien, estas son parte de la propia crisis. Para lo que no caben dudas es para afirmar que
estas transiciones se dieron en un contexto general adverso: una situación económica
crítica marcada por el decrecimiento de la economía, la inflación, la caída de las
exportaciones y el aumento de la pobreza; un contexto político marcado por conflictos
armados aún no resueltos que imposibilitaron el libre juego de las fuerzas políticas; un
entorno internacional definido por una reintensificación de la guerra fría en la que la región
resultó ser un teatro de operaciones relevante; y, una polarización social que dificultaba,
cuando no impedía, la articulación de coaliciones políticas que impulsaran un pacto social
distributivo.

Otro problema analítico consiste en intentar delimitar el período temporal al que se hace
referencia cuando se habla de democratización, se trata de una cuestión que sigue siendo
objeto de disputa. La fecha de inicio por ejemplo puede plantearse en el momento en que
se convocaron o realizaron las primeras elecciones de la nueva etapa democrática, o bien,
en los períodos de resquebrajamiento de los regímenes autoritarios. Así, en el caso
nicaragüense puede pensarse en 1984, cuando se realizaron las primeras elecciones libres
en la historia política de ese país, y/o, en julio de 1979 cuando fue derrocada la dictadura de
Somoza. En El Salvador puede pensarse en 1982, año que se realizaron las elecciones para
Asamblea Constituyente y se eligió un presidente provisional y/o octubre de 1979 cuando
la “juventud militar” realizó un golpe de Estado y entregó el gobierno a la junta
revolucionaria. Finalmente, en Guatemala puede hablarse de la convocatoria a
Constituyente en 1984 y el golpe del 23 de marzo de 1982[1].

En cuanto al fin de la transición, dependiendo del indicador puede pensarse en la


conclusión de éstas. Si se considera como marca del final de la transición la terminación de
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los conflictos armados internos, las fronteras del período se ubicarían entre 1991/1992 para
Nicaragua y El Salvador y 1996 en Guatemala. Si el indicador es la alternancia o la
entrega de gobierno de un civil a otro, esto se dio relativamente temprano en los distintos
países: en 1989 en el Salvador, Alfredo Cristiani de ARENA sustituyó a José Napoleón
Duarte del PDC; en 1991, Guatemala, Jorge Serrano Elías del MAS a Vinicio Cerezo
Arévalo de la DCG; y, en 1995 Enrique Bolaños del partido liberal sustituyó a doña Violeta
Barrios de Chamorro de la coalición multipartidista Unión Nacional Opositora. Si se
piensa en una alternancia radical, es decir el cambio de un gobierno de derechas a uno de
izquierdas, la transición se pensaría inconclusa en Guatemala país en el que las fuerzas de
izquierda ni siquiera han podido articular un proyecto capaz de disputar el poder a las elites
y, en El Salvador, tras veinte años de gobierno de ARENA, el FMLN alcanzó la presidencia
hasta el año 2009.

De cualquier forma, se trata de un período relativamente prolongado 1979-1996, diez y


siete años en los que la fisonomía política, económica y social del mundo y de
Centroamérica cambiaron significativamente[2]. Así, mientras en 1979 se iniciaba la
llamada segunda guerra fría que establecía sus nuevos campos de batalla en Afganistán y
Nicaragua, para 1996 el bloque soviético había implosionado y, después de la primera
guerra del golfo estaba en pleno auge el llamado momento unipolar. Mientras que a
principios de la década de 1980 Centroamérica y América Latina en general estaban
hundidos en plena crisis económica y la moratoria del pago de la deuda desencadenaba
procesos inflacionarios y de empobrecimiento pocas veces vistos, a mediados de la década
siguiente la región parecía emerger con cierta estabilidad en materia de crecimiento.

Ahora bien, y como se señaló antes, las instituciones entendidas como reglas del juego en
general, y las instituciones democráticas en particular son el resultado del
conflicto. Actores políticos concretos, con intereses, con poder relativo y sobre la base de
consideraciones intertemporales moldean estas reglas, y su resultado es el de la correlación
de fuerzas que en general se impone. La democratización guatemalteca fue parcialmente el
resultado del conflicto social, político y militar que definió la primera mitad de la década de
1980. Considerando esto, se revisarán las interpretaciones de este proceso de algunos de
los actores en conflicto, que permiten entender los limites y los alcances de dicho proceso..

III.La visión militar


Si se parte de que la implantación de la democracia en Guatemala fue en buena medida una
decisión tomada desde el alto mando militar guatemalteco, debe tomarse en cuenta la
“versión militar” de este proceso que, sometida obviamente al ejercicio de la crítica de
fuentes puede ofrecer algunos elementos para su comprensión. Entre los trabajos
publicados por jefes militares en situación de retiro, se destaca por su especificidad – está
dedicado al tema de la transición – y por la perspectiva – el autor fue protagonista directo
de los eventos que analiza – el libro de Alejandro Gramajo de la Guerra a la
guerra. Gramajo ubica el inicio de la transición en la crisis económica, política y militar
que atravesaba Guatemala a principios de la década de 1980; desde su punto de vista la
capacidad militar y organizativa de la guerrilla constituía un peligro inminente y la
respuesta exclusivamente militar a la misma resultaba insuficiente.
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El relato del golpe de estado del 23 de marzo de 1982 no explicita las razones del
alzamiento, y la descripción de las posiciones en el ejército hacen pensar más en
continuidades que en rupturas. Aunque reconoce que en la conspiración que dio lugar al
golpe participaron elementos conservadores y de la derecha, se afirma que estos fueron
desplazados por el general Efraín Ríos Montt, quien inicialmente presidió la junta militar y
posteriormente asumió la presidencia de la república. Dentro de la proclama del golpe de
estado apenas se hace referencia a la democratización, aunque a partir de esta fecha se
empezó a hablar de un “proyecto militar”.

Sobre este proyecto, Gramajo señala: “Basados en un genuino deseo del Ejército como
institución de ser parte activa de la solución a los problemas, desde ese entonces se
embarcó en un esfuerzo deliberado para corregir y mejorar las cosas. Esta estrategia
nacional, igualitaria, desarrollista y reformista fue diseñada para reemplazar la injertada
doctrina de seguridad nacional, que había enfatizado una política de pura coerción. Se
buscaba en cambio implementar acciones para lograr objetivos nacionales actuales, y dejar
en el pasado, poco a poco, pero efectivamente, los problemas del país. A esta estrategia
algunos observadores, analistas, científicos sociales y políticos, le empezaron a dar el
nombre de ‘el proyecto militar’. Oficialmente y hasta cuando la institución militar la puso a
discusión nacional, esta estrategia sería denominada, la ‘Tesis para la Estabilidad
Nacional’, y se basaba en la premisa que: ‘Por medio de la administración adecuada de los
conflictos sociales, las sociedades cambian y progresan a través del tiempo’. La estrategia
era sencilla: primero, contemplaba que abrir la actividad política era
imprescindible. Segundo, como producto de una actividad política libre se instalarían
administraciones de gobierno legítimas, que dentro del marco democrático, tendrían el
suficiente poder para tomar medidas adecuadas para solventar los problemas económicos
que… en una tercera etapa y en su oportunidad, solventaría los problemas sociales. (…) el
factor subyacente de esta estrategia era el que la actividad política necesita de la
participación y de la tolerancia, por medio de los cuales se pretendía construir una cultura
cívica que modernizara el pensamiento político, mejorara la situación económica y las
condiciones sociales de Guatemala.” (1995:181-182)

Gramajo mencionó los planes estratégicos militares que desde 1982 orientaron la acción de
gobierno, analizó algunas campañas militares. Estas eran parte sustancial de los planes
mencionados y su objetivo era la derrota de la insurgencia.

Por su parte, Gustavo Adolfo Días López en su libro Guatemala en llamas, confirma
algunos aspectos de la interpretación propuesta por Gramajo y agrega otros datos. Coincide
en afirmar que la percepción que se tenía de la amenaza guerrillera era alta e inminente, sin
embargo, afirma que la ofensiva iniciada por la fuerza de tarea Iximché en noviembre de
1981 rápidamente desarticuló dicha amenaza, y aunque las ofensivas continuaron, la
capacidad de respuesta de la insurgencia era limitada. En cuanto al golpe de Estado de
marzo de 1982 apela a la crisis política generada por las elecciones de marzo de ese año y a
la existencia de inconformidad entre los oficiales del ejército. La presidencia de Ríos
Montt fue desde su punto de vista contingente y produjo más conflicto del que pudo
efectivamente controlar.
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Según este autor, a partir del gobierno de Mejía Víctores el ejército propició la
democratización. Señala de manera específica dos planes, el plan reencuentro institucional
de 1984 y el Plan Estabilidad 85, “En el que establecía como objetivo: asegurar el
desarrollo del proceso electoral. En tanto como misión establecía: a) evitar la
reorganización de los insurgentes. B) Reducir el espacio geográfico de maniobra de dichos
grupos. En este nuevo período los gobernantes pusieron todo su empeño en el
fortalecimiento del proyecto de apertura democrática, con el que prácticamente darían el
jaque mata a los grupos de la URNG, al quitarle sus principales banderas políticas,
esperando además que la entrega del poder se hiciera en medio de la aprobación de la
comunidad internacional, con un significativo retorno de asistencia política, económica y
material.” (2008:229)

Esta última afirmación es importante, ya que se establece que el sentido de la


democratización tuvo por objetivo no la instauración de un orden social y político
democrático sino la derrota política de la guerrilla. Igualmente menciona la fuerte
influencia que tenían las organizaciones insurgentes sobre las llamadas organizaciones de
masas.

Mario Mérida por su parte presentó un cuadro resumen de los planes de campaña
realizados por el ejército entre 1982 y 1997. El tema de la democracia aparece en su
recuento hasta el plan “Estabilidad 85” de 1985 y que tenía como objetivo “asegurar el
desarrollo del proceso electoral” y como misión “Evitar la reorganización de los
delincuentes Terroristas y reducir su espacio geográfico de maniobra.” (2003:79)

Por su parte Escribá Pimentel señala que “Aprovechando que el Ejército de Guatemala,
debido a problemas de reconstrucción nacional, había abandonado las áreas de operaciones,
la guerrilla logró consolidarse principalmente en el altiplano del país y en algunos sectores
aislados, principalmente en los departamentos de Huehuetenango, Sololá, Totonicapán,
Quiché y Chimaltenango militarmente, la guerrilla nunca tuvo la capacidad de presentar un
frente definido, ni capacidad para defender un área determinada y en realidad nunca fue un
problema que pusiera en peligro el Estado de Derecho sino simplemente una molestia
constante para todos los guatemaltecos elaborando un ambicioso plan para declarar
territorio libre a dichos departamentos a fin de fortalecer su posición beligerante, y poder
recibir abiertamente ayuda tanto política como económica de países amigos simpatizantes y
de la Organización de Naciones Unidad (ONU).” Este supuesto plan fue contenido por el
golpe de Estado “… encabezado por el General José Efraín Ríos Montt, tomo de nuevo la
iniciativa y empezó a desbaratar el movimiento subversivo a través de planes militares y
políticos mejor elaborados (Plan Victoria 82 y Plan Fusiles y Frijoles) Para los grupos
guerrilleros en general, éstos fueron sus mejores momentos (1978-1981) ya que contaban
con un efectivo aproximado de 8000 hombres sobre las armas y contaban con bastante
apoyo popular principalmente en aldeas y caseríos habitados por indígenas en las cuales no
había presencia gubernamental; a la par de esto, contaba con el apoyo y respaldo de varios
países, instituciones y organizaciones internacionales, sin embargo no fue capaz de soportar
el constante patrullaje y el ataque militar, por lo que se vio obligada a intensificar sus
acciones de guerra política para hacerse oir a nivel internacional.” (2009:171)
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Más adelante el autor mencionado señala que dentro de las filas del ejército existía
oposición a la candidatura del general Angel Aníbal Guevara. Algunos de estos oficiales
depusieron al gobierno “… acusándolo de corromper al ejército y de permitir
descaradamente el fraude electoral a favor del candidato oficial…”. El golpe dañó la
disciplina interna del Ejército, aunque poco a poco se fue restituyendo. “De no haberse
dado este golpe, la guerrilla con el apoyo político y económico que tenía de la comunidad
internacional (principalmente de los gobiernos de España, Francia, México, Cuba y
Nicaragua) hubiera logrado cobrar más beligerancia y sus intenciones de declarar territorio
libre a los departamentos de Huehuetenango, Sololá, Quiché y Chimaltenango, se hubieran
concretado, con lo cual la integridad territorial hubiera sido mancillada y el Ejército de
Guatemala, sin lugar a dudas hubiera perdido la credibilidad de los guatemaltecos.”
(2009:177)

Por su parte, en las entrevistas realizadas por Kruijt y Van Meurs a Julio Balconi, este
declaró que “… la llegada del general Ríos Montt al poder marca realmente un cambio en
el destino de Guatemala. Porque allí es donde principia realmente el proceso de verdadera
democratización del país. Luego en el 83 hay un cambio del general Ríos para el general
Mejía, pero eso tiene más que ver con los criterios para avanzar hacia esa
democratización. Era la intención del ejército que se diera lo más pronto posible, es decir:
entregar, devolver el poder a los políticos, a los civiles que son los que deben gobernar.”
(2000:152)

Como puede constatarse de las citas anteriores, aunque existe una suerte de “relato madre”
de la “transición democrática” desde el punto de vista militar, este no es homogéneo. El
relato común comparte importantes similitudes con el texto de Gramajo, que no sólo fue el
primero en publicarse sino que se basa en trabajos anteriores del autor que fueron
presentados a los oficiales militares en distintos momentos.

Un tema que resulta problemático y hasta cierto punto contradictorio es el de las causas del
golpe de estado del 23 de marzo de 1983. Aunque todos los relatos mencionan la amenaza
guerrillera en el año 1981 y en varios se hace referencia al intento insurgente de crear una
“zona liberada” en el altiplano de Guatemala, se afirma que la campaña iniciada en el
segundo semestre de ese año neutralizó ese riesgo y que el desafío había
desaparecido. Otra razón mencionada es el malestar provocado por la excesiva corrupción
desencadenada en la etapa final del gobierno de Lucas García así como el rechazo al
supuesto fraude electoral realizado para favorecer al candidato oficial General Angel
Aníbal Guevara. A esto se suma la mención de la presión estadounidense por un régimen
democrático.

¿Cuáles fueron las causas del golpe del 23 de marzo? Alguna de las mencionadas, una
combinación de éstas o el simple cuartelazo militar que pretendía deponer a un militar para
poner a otro en el gobierno. Existen otros dos textos que arrojan luces sobre esto:
Intimidades del Proyecto Político de los Militares de Jennifer Schirmer y Guatemala:
Pretorianismo y Democracia estratégica de Fernando Beltranena. Ambos libros, aunque no
fueron escritos por militares se basan en testimonios y entrevistas con altos mandos
militares.
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La democratización en Guatemala: algunas interpretaciones en contienda

El texto de Schirmer es una alucinante recopilación de testimonios e información sobre las


acciones de los militares en Guatemala desde 1982 hasta avanzado el gobierno de Vinicio
Cerezo Arévalo. En el libro se muestran también las contradicciones mencionadas, incluso
de una página a otra, pero permite una reconstrucción de cómo se fue moldeando la
estrategia de los militares en todos los planos de la vida social: el militar, el político, el
económico, el social e incluso el cultural. La utilización de este material requiere un serio
esfuerzo de confrontación ya que se basa en las memorias de los entrevistados que en
muchos casos no se ajustan con precisión a los acontecimientos.

El trabajo de Beltranena por su parte tiene la virtud de combinar tanto la información de


fuentes militares como algunas visiones de los grupos de poder económico del país. En
ese lectura el ejército y de manera particular los oficiales jóvenes se presentan como
interpretes y portadores de los sentimientos nacionales de rechazo a la forma en que la
“cúpula luquista” manejaba los asuntos públicos y se constituyen en una suerte de
expresión de moralidad. El golpe contó inicialmente con el apoyo del MLN, la DC y el
PNR que esperaban una nueva convocatoria a elecciones, cosa que fue dejada de lado por
Ríos Montt. Asimismo, el trabajo de Beltranena confirma que en el ámbito del ejército no
se tomaron represalias significativas ni se castigó a los responsables de actos de corrupción
durante el gobierno de Lucas García.

III.La interpretación insurgente


Buena parte del discurso militar en torno al establecimiento de las entidades y las
instituciones que sentarían las bases de la democratización en Guatemala están basadas en
un contradictorio discurso sobre la amenaza insurgente. Los autores plantean tanto la
amenaza inminente y el desafío popular como el hecho de que con la ofensiva militar
iniciada en noviembre de 1981 la insurgencia estaba ya derrotada. Considerando entonces
la perspectiva de la interacción entre actores políticos, cabe indagar cuál fue la
interpretación de los líderes de las organizaciones guerrilleras sobre este cambio. Para esto
se tomará en cuenta algunos testimonios y documentos oficiales de los grupos guerrilleros
que a partir de febrero de 1982 integraron la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca.

A diferencia de los textos y testimonios elaborados por militares a posteriori, algunos


documentos producidos desde la insurgencia fueron escritos durante el período que
abordan, lo que permite una aproximación a cuál era la percepción que se tenía de la
situación, lo que influyó en sus decisiones.

Debe tomarse en cuenta sin embargo que a partir de la ofensiva contraguerrillera en la


ciudad de Guatemala en el año 81, las organizaciones insurgentes tienen que ponerse a la
defensiva y que, a los golpes que reciben por parte del ejército deben sumarse conflictos
internos que no sólo las debilitaron sino redujeron sus posibilidades de analizar e interpretar
la situación que atravesaban.

En el caso del Partido Guatemalteco del Trabajo – PGT - , en su interior se desencadenaron


conflictos desde mediados de 1978 lo que lo llevó a divisiones internas y a presentar
mayores flancos para los golpes y la infiltración de las fuerzas militares. A principios de
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1984 el partido comunista padeció una nueva ruptura interna que lo llevó a realizar un
balance general no sólo de su situación, sino del contexto político en el que su crisis se
desarrollaba. En un balance de la coyuntura política realizada por la dirección del PGT en
el primer semestre de 1984 señalaban que “La dictadura militar reaccionaria, encabezada
por el Gral. Mejía Víctores es un intento continuista, esencialmente contrainsurgente, de
una camarilla militar más que intenta resolver en su favor la crisis del poder, convirtiéndose
a partir del 8 de agosto de 1983 en fuerza o corriente militar hegemónica, a pesar de la
debilidad que le afecta y los problemas o contradicciones que resume y expresa. El sector
oligárquico en su conjunto no es ajeno al sucesivo desgaste y deterioro del poder
reaccionario. La institución armada, sin embargo, con relativo poder de iniciativa es la que
gobierna, alternándose el poder, mediante sucesivas camarillas, unas más reaccionarias que
otras. Estas sucesivas camarillas reaccionarias gobernantes son las responsables principales
de la crisis institucional imperante en el país, aún antes ya del golpe del 23 de marzo de
1982. El golpe militar reaccionario que derroca a Ríos Montt no logra unificar ni
cohesionar al ejército. Acentúa el distanciamiento y pugnas con los partidos políticos
permitidos. No es capaz tampoco de superar las diferencias existentes con algunos de los
sectores oligárquicos.” (PGT;1984:27)

Señalan que “En tales condiciones, la correlación de fuerzas entre la revolución y la


contrarrevolución en el momento actual, sigue siendo favorable a las fuerzas de la
cotrarrevolución y adversas a las de la revolución. Esta no es precisamente su tendencia a
seguir. Al contrario, su tendencia general es a cambiar a favor de las fuerzas
revolucionarias. El movimiento popular y la lucha revolucionaria objetivamente tienden a
ampliarse y a desarrollarse y ganan y suman fuerzas, le resta base de apoyo al enemigo,
neutralizan a las que es posible neutralizar y golpean a los que corresponde golpear.”
(PGT;1984:28)

En junio y junio de 1984 la dirección nacional de las Fuerzas Armadas Rebeldes FAR
realizó una reunión ampliada en el Petén, al norte de la ciudad de Guatemala. En el análisis
insurgente “principalmente en 1982 se hizo evidente un vacío de poder en Guatemala. Se
expresó con fuerza una aguda confrontación entre las masas populares. Existían grandes
contradicciones en el seno de las clases dominantes y el ejército: serias diferencias entre la
administrción (del presidente estadounidense Ronald) Reagan y el gobierno de Lucas
García. Era grande el aislamiento nacional e internacional. Se impulsaba un proceso
electoral sin presentar realmente una salida política ni económica a la
situación. En aquellos momentos la proclamación de la URNG y su programa, se
convierten en la alternativa más viable. Cuando la crisis alcanzó su punto más agudo y,
como una salida para detenerla, se da el golpe de estado del 23 de marzo, encabezado por
Ríos Montt.” (1988:67)

Desde el punto de vista de los dirigentes de las FAR, Rios Montt consiguió algunos logros
frente al movimiento revolucionario, aunque no le dio salida a otros aspectos de la crisis y
por el contrario, provocó serias contradicciones en el interior del ejército, lo que provocó el
nuevo golpe de estado encabezado por Mejía Víctores que “… tuvo el propósito de resolver
las contradicciones en el seno del ejército; con el gobierno norteamericano; con los partidos
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La democratización en Guatemala: algunas interpretaciones en contienda

políticos de oposición; con los diferentes sectores de las clases dominantes; con la iglesia y
superar el aislamiento internacional.” (68)

Según esta interpretación, la convocatoria a elecciones de ANC es problemática:


“Considerar el proceso electoral sólo como una maniobra contrainsurgente, puede llevarnos
a obviar cuestiones políticas importantes en relación con el ejercicio del poder y la
necesidad existente del reparto entre los distintos sectores de las clases dominantes así
como a no ver sus contradicciones. No es correcto partir del hecho de que las elecciones
son una comedia y una farsa. Esto, nosotros lo sabemos. Pero hay grandes sectores de la
población que sí se confunden y creen en la maniobra. Por eso, subestimar estos procesos
y no ponerles la atención debida, puede llevarnos a cometer errores políticos serios. El
proceso electoral no es solamente un requisito de Reagan para reanudar la
ayuda. Responde también a la necesidad política de supervivencia del régimen. Es una
maniobra política orientada a crear condiciones internas para el restablecimiento del
gobierno y una necesidad para superar el aislamiento y crear una imagen distinta que le
permita a los EEUU reanudar abiertamente la ayuda; y al gobierno abrir de nuevo y
estrechar relaciones con otras fuerzas políticas a nivel internacional.” (72)

La dirección de las Fuerzas Armadas Rebeldes FAR reconocía en 1984 que “los gobiernos
de Ríos Montt y de Mejía Víctores, lograron relativamente algunos objetivos estratégicos
muy importantes sobre el movimiento guerrillero. Redujeron enormemente las bases de
apoyo mediante la represión y el terror, lo que a su vez provocó un gran éxodo de
población hacia México, buscando refugio. Temporalmente neutralizaron, por completo, la
acción de las masas, tanto en el campo como en las ciudades. Consiguieron desarticular el
movimiento democrático.” (FAR;1990:19)

En el Ejército Guerrillero de los Pobres, al igual que en otras organizaciones guerrilleras, se


dieron en la coyuntura crítica estudiada importantes rupturas en las que, además de las
disputas de poder, se expresaron diferencias en torno a la interpretación de los hechos y las
líneas de acción. Mario Payeras, ex dirigente de esa organización aporta algunos
elementos al análisis: “En julio de 1981 da inicio la primera contraofensiva general del
ejército, articulada en campañas sucesivas contra los frentes de la capital, de las áreas
urbanas y suburbanas de la costa sur y del altiplano occidental y centrooccidental. Es una
fase predominantemente militar, cuyo objetivo es impedir los objetivos de las fuerzas
revolucionarias, consistentes en crear las condiciones para la liberación de territorio en
áreas determinadas del país, mediante la generalización de la guerra de guerrillas. Los
objetivos parciales de la contraofensiva residen en desmantelar la retaguardia urbana de las
fuerzas revolucionarias, neutralizar la actividad de sabotaje a la agroexportación en la costa
sur y retomar el control del altiplano central, tratando de colocar a las fuerzas
revolucionarias a la defensiva y obligándolas a cambiar su estrategia militar. En la ciudad y
en el llano la contraofensiva adopta principalmente la forma de operaciones de
inteligencia.” (1991:23)

Según Payeras, en el último trimestre de 1981 inició la fase más sangrienta de la


contrainsurgencia, el ataque a los frentes guerrilleros con el objetivo de “… separar de la
base popular de apoyo a las fuerzas revolucionarias y construir formas de poder local
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Ricardo Sáenz de Tejada

reaccionario”. Más adelante señala que el alto mando militar “en 1984, sin haber
consumado la fase precedente, inicia la de legitimación institucional y de reconstrucción de
sus relaciones internacionales. Es una fase predominantemente política, aunque
manteniendo la presión en las áreas donde se ha restringido la acción militar
revolucionaria. Su objetivo global consiste en privar a las fuerzas revolucionarias de la
iniciativa política en el interior del país, dificultando las condiciones para que aquellas
establezcan o reconstruyan alianzas, e impidiendo externamente su reconocimiento como
fuerzas beligerantes.”

Ricardo Ramírez – comandante en jefe del EGP - por su parte, en su balance anual de los
acontecimientos del año 1984, dado a conocer en enero de 1985 centró su análisis en la
situación interna de dicha organización guerrillera. Al respecto, da cuenta de una
“insubordinación de mandos” en el año 82 y de una fractura profunda en el año 84. El
énfasis en lo interno, reduce el espacio para la discusión del entorno nacional, que indica la
crisis y una suerte de callejón sin salida para los grupos dominantes. En el balance del año
1985, publicado en enero de 1986, días después de la toma de posesión de Cerezo, se hace
referencia a la maniobra aperturista. Asumiendo una lectura realizada por la URNG en su
conjunto, Ramírez afirma que tal como se había dicho “… cualquiera que fuera el resultado
electoral, quienquiera que sea el presidente, quienquiera que sean los que compongan el
Congreso, inclusive cualesquiera que sean las intenciones morales de nos nuevos
gobernantes y el grado de confusión, de expectativa y hasta de esperanza que ha creado en
sectores de población, este no cambiaría el carácter objetivo de la maniobra. (…)El
resultado de las elecciones no le quita al aperturismo su naturaleza contrainsurgente. Pero
por las condiciones en que se producen las elecciones y las circunstancias que rodearon su
realización, el primer impacto de sus resultados puede contribuir a enmascarar más ese
carácter objetivo de maniobra, los rasgos de la componenda que oculta, la ubicación del
aperturismo en el marco de la estrategia contrainsurgente del imperialismo.” (43)

Contando con estas interpretaciones insurgentes del proceso de apertura política iniciado en
marzo de 1982, puede colegirse en primer lugar que desde el campo guerrillero no existió
una interpretación unívoca de estos eventos. En esto jugó en primer lugar la propia crisis
en el interior de las organizaciones, que influyó en que se le prestara más atención a estas
que al entorno; en segundo lugar se constatan distintas apreciaciones, tanto de la
envergadura de la ofensiva contrainsurgente como de los alcances del proceso de
democratización; y, finalmente, una insuficiente comprensión de los procesos sociales y de
las consecuencias de la apertura política.

IV. Conclusión
Aunque en este artículo se ha hecho referencia en particular a las interpretaciones del
momento fundacional de la democracia guatemalteca elaboradas desde el ejército y los
grupos insurgentes, debe tomarse en cuenta que existe un amplio debate académico que
aborda este período. Se destacan en el estudio de la democratización en Centroamérica los
trabajos de Edelberto Torres-Rivas, que constituyen aproximaciones sucesivas a este tema.
Desde el punto de vista del autor de este artículo son dos los ensayos en los que se
encuentra el núcleo de la interpretación de Torres Rivas de este proceso; estos son La teoría
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La democratización en Guatemala: algunas interpretaciones en contienda

de las dos crisis publicado originalmente en 1982 y La democracia posible de


1987. Ambos ensayos fueron publicados por la Editorial Universitaria
Centroamericana EDUAC y FLACSO en 1987.

En la teoría de las dos crisis, Torres Rivas analizó la situación centroamericana de finales
de los setentas y principios de los ochenta, señalado que se trataba de una doble crisis, por
un lado, una suerte de crisis global de dominación, que incluía la crisis económica y estatal
y, por el otro, el colapso final de la dominación oligárquica, que pese a que había iniciado
en la década de los años 30, había continuado a lo largo del siglo XX y a partir de mediados
de los setentas parecía estar en su momento final. En la democracia posible, el autor
reconoce que pese a las limitaciones y peculiaridades, Centroamérica inició un proceso de
democratización en el marco de las posibilidades existentes.

Mario Solórzano Martínez – académico y político socialdemócrata - consideraba el


conflicto político dominante en Guatemala y Centroamérica el establecido entre democracia
y autoritarismo. Frente al autoritarimo la región en su conjunto había presenciado una
verdadera ofensiva revolucionaria cuya cúspide fue la movilización social y militar
generada desde 1978; sin embargo, la respuesta autoritaria incluyó el uso indiscriminado y
brutal de la fuerza y, la impronta del contexto internacional. El análisis de Solórzano es
particularmente relevante porque introduce dos elementos novedosos en el análisis de dicha
coyuntura. Estos son, en primer lugar el tema de la disputa de la definición de democracia
y sus alcances. Adelantándose a debates posteriores, Solórzano señala el carácter electoral
del proyecto contrainsurgente y los alcances democráticos de las otras propuestas en
disputa.

Segundo, en la lectura de Solórzano, los partidos no constituyen marionetas del proyecto


militar ni sujetos planos, estos expresan intereses y proyectos políticos diferenciados, de
manera que los resultados electorales si tienen consecuencias en el mediano y largo
plazo. En la coyuntura crítica mencionada identifica el proyecto de reformismo de derecha
encabezado por la Democracia Cristiana y el liberal del partido Unión del Centro Nacional
UCN: el reformismo de izquierda representado por el partido Socialista Democrático; y; el
proyecto de cambio por la vía armada encabezado por la URNG. (1987:161).

Como suele ocurrir en la historia, las acciones y decisiones de los actores políticos no
siempre generan los resultados esperados por estos. Para el ejército, tal y como pudo
constatarse en los textos citados antes, la democratización de Guatemala no obedeció a una
motivación o espíritu genuinamente democrático, paradójicamente la decisión inicial se
oriento a cambiar para que las cosas siguieran como estaba. Sin embargo, la apertura
política desencadenó procesos de cambio y movilización política que paulatinamente
fueron mermando la propia posición del ejército y modificando las relaciones de poder.

Desde la perspectiva insurgente, no se logró entender los alcances del proceso iniciado, y la
denuncia de la “maniobra aperturista” de los gobiernos militares llevó a que estos actores
rechazaran genéricamente la democracia. Esto explica en parte las dificultades que los
partidos políticos provenientes de la guerrilla han tenido respecto a su participación
electoral.
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Ricardo Sáenz de Tejada

La democracia guatemalteca, originada en una coyuntura crítica definida por la guerra,


conserva los legados establecidos por su momento fundacional: la continuidad del statu quo
económico y social y la exclusión de la izquierda revolucionaria. La comprensión del
entramado institucional que sostiene estos legados, es determinante para construir una
agenda de reformas políticas que efectivamente contribuya al logro de mayores y mejores
niveles de participación y representación.

V. Referencias bibliográficas
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conflicto armado interno 1960-1996. Guatemala: Editorial Oscar de León Palacios. 389 pp.

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puntual sobre los acontecimientos trascendentales del ejército de Guatemala a lo largo de
su historia. Guatemala: Ediciones Papiro. 255 pp.

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transición política en Guatemala. Guatemala: Fondo de Cultura Editorial. 499 pp.

Kruijt, Dirk y Rudie Van Meurs (2000). El Guerrillero y el General: Rodrigo Asturias y
Julio Balconi sobre la guerra y la paz en Guatemala, Guatemala: FLACSO. 234 pp.

Mérida G., Mario A. (2003). Venganza o juicio histórico: una lectura retrospectiva del
informe de la CEH. Guatemala: Litografías Modernas. 123 pp.

O’Donnell, Guillermo y Philipe C. Schmitter (1986). Transiciones de un gobierno


autoritario. Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas.
4. Argentina: Editorial Paidós. 127 pp.

Payeras, Mario (1991). Los fusiles de octubre. Ensayos y artículos militares sobre la
revolución guatemlteca 1985-1988. México: Juan Pablos Editor. 210 pp.

Sabino, Carlos (2008). Guatemala, la historia silenciada (1944-1989) Tomo II. El dominó
que no cayó. Guatemala: Editorial Fondo de Cultura Económica. 430 pp.

Schirmer, Jennifer (2001). Intimidades del proyecto político de los


militares. Guatemala: FLACSO, 481 pp.

Torres Rivas, Edelberto (1987). Centroamérica: la democracia posible. San José: Editorial
Universitaria Centroamericana EDUCA y FLACSO Costa Rica. 186 pp.

Ramírez de León, Ricardo (2002). Saludos revolucionarios. La historia reciente de


Guatemala desde la óptica de la lucha guerrillera (1986- 1996). Guatemala: Fundación
Guillermo Toriello, 488 p.

Solórzano Martínez, Mario (1987). Guatemala. Autoritarismo y Democracias. San


José: Editorial Universitaria de Centroamérica y FLACSO, Costa Rica. 336 pp.

Torres Rivas, Edelberto (1987). Centroamérica: la democracia posible. San José:


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_______ (2006). La piel de Centroamérica. (Una visión epidérmica de setenta y cinco


años de su historia). Guatemala: FLACSO. 282 pp.

_______ (2008). Centroamérica: entre revoluciones y democracia. Argentina: CLACSO.


317 pp.

[1] Cfr. Solórzano (2000:6)

[2] Para el análisis de los sistemas de partidos políticos Artiga ha propuesto a 1979 y 1997
como años que delimitan la transición. Esta temporalidad “… debe tomarse como un
recurso analítico que se justifica en el hecho de que la caída del régimen somocista en
Nicaragua abrió una etapa de crisis política regional que se cerró con la firma y puesta en
marcha de los Acuerdos de Paz del conflicto en Guatemala. Durante este período, cuatro
países centroamericanos cambian de régimen. Transitan desde regímenes oligárquicos
(autoritarios) hacia regímenes democráticos. Actualmente estos países se enfrentan con los
problemas propios de la consolidación” (2000:118).

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