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Carmen Jahtziri Sánchez García

“La Ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1904-1905)


Max Weber.

Weber constata que la religión protestante es la predominante entre las clases capitalistas
alemanas. Siendo la diferencia entre capitalistas protestantes y capitalistas católicos,
enorme, Weber llega a la conclusión de que la ideología protestante promueve de un modo
u otro la construcción del capitalismo.

La ética del capitalismo plantea que el fin supremo de nuestra vida es la adquisición de
riquezas por ellas mismas, la búsqueda del enriquecimiento no es visto como un medio para
un fin; el empresario capitalista no busca enriquecerse para retirarse, sino que busca el
enriquecimiento por sí mismo. El goce, el descanso o el retiro no son los objetivos de la
mentalidad capitalista, aunque sí puede ser el fin de los miembros de las economías
capitalistas poco integrados en el sistema.

“[…] el summum bonum de esta “ética” estriba en la persecución continua de más y más
dinero, procurando evitar cualquier goce inmoderado, carece de toda mira utilitaria o
eudemonista, tan puramente ideado como fin en sí, que se manifiesta siempre como algo
de absoluta trascendencia e inclusive irracional ante la “dicha” o el rendimiento del hombre
en particular. El beneficio no es un medio del cual deba valerse el hombre para satisfacer
materialmente aquello que le es de suma necesidad, sino aquello que él debe conseguir,
pues esta es la meta de su vida.”

del capítulo “El espíritu del capitalismo”)


El capitalismo actúa como un orden extraordinario en el que el individuo queda atrapado
inexorablemente, el empresario que no se amolde a la ética capitalista está abocado a
desaparecer

Sin embargo, no hay que confundir la sempiterna “auri sacra fames”, la simple avaricia con
el capitalismo pues, frente al deseo inmoderado de conseguir dinero de cualquier modo el
capitalismo admite que no todo vale. El fin es la acumulación de beneficios por ellos mismos
pero esta acumulación de beneficios debe realizarse de manera respetuosa con las normas
del juego económico. La estafa, el desfalco o el nepotismo no son comportamientos
aceptables dentro de la economía capitalista, de hecho, la persecución de la corrupción
económica en las sociedades capitalistas es un hito casi sin precedentes en la historia de
la humanidad. A diferencia de la simple ansia de dinero el capitalismo acepta unas reglas
precisas y más o menos inquebrantables para el juego económico.

El capitalismo ha estado muchas veces a punto de instaurarse, en la Antigüedad


mediterránea o en Oriente, pero siempre chocó con la mentalidad “tradicionalista” según la
cual un hombre trabaja con el propósito de vivir o, como mucho, de vivir bien. Muchos
mercaderes hacían un capital que usaban para acceder a la nobleza o para vivir de las
rentas, esto rompía la dinámica capitalista de buscar más y más riquezas e invertir los
beneficios en obtener más beneficios. En pugna con la mentalidad natural según la cual la
riqueza es un medio y no un fin en sí misma, el capitalismo tuvo difícil imponerse como
mentalidad predominante.

El catolicismo que consideraba este mundo manchado por el pecado original se amoldaba
perfectamente a la mentalidad tradicionalista, los retiros monásticos son un ejemplo de esto:
la verdadera vida es la vida contemplativa, alejada del trasiego del mundo. Con Lutero la
visión del trabajo cambió en el cristianismo y se transformó en una manifestación palpable
del amor al prójimo, ante Dios toda profesión tiene el mismo valor. Lo propio de la Reforma
fue acentuar el valor ético del trabajo como profesión. Pero en Lutero aún sigue vivo el
espíritu del tradicionalismo ya que la asunción de la profesión era algo que el hombre debía
realizar como una misión impuesta por Dios; lo único novedoso fue la desaparición de los
llamados “deberes ascéticos” (superiores a los “deberes con el mundo”) y el fin de la
conformidad con la situación asignada a cada cual en la vida social o profesional. El
verdadero punto de inflexión que permitió la instauración del capitalismo fue el nacimiento
del calvinismo.

“El trabajo social del calvinista en el mundo se hace únicamente in majorem Dei gloriam. Y
exactamente lo mismo ocurre con la ética profesional, que está al servicio de la vida terrenal
de la colectividad. Ya en Lutero vimos derivar el trabajo profesional especializado del “amor
al prójimo”. Pero lo que en él era atisbo inseguro y pura construcción mental, constituye en
los calvinistas un elemento característico de su sistema ético. Como el “amor al prójimo”
sólo puede existir para servir a la gloria de Dios y no a la de la criatura, su primera
manifestación es el cumplimiento de las tareas profesionales impuestas por la lex naturae,
con un carácter específicamente objetivo e impersonal: como un servicio para dar estructura
racionalizada al cosmos que nos rodea. Pues la estructura y organización (pletóricas de
maravillosa finalidad) de este cosmos, que según la revelación de la Biblia y el juicio natural
de los hombres parece enderezada al servicio de la “utilidad” del género humano, permite
reconocer este trabajo al servicio de la impersonal utilidad social como propulsor de la gloria
de Dios y, por tanto, como querido por El.”

(del capítulo “Los fundamentos religiosos del ascetismo laico”)


El calvinismo cree en la predestinación de la salvación. El hombre no puede hacer nada
para salvarse, no es nada comparado con Dios; es el mismo Dios el que otorga la gracia a
los elegidos. Mientras el católico puede obtener el perdón de sus pecados en la confesión
y el luterano podía reparar con buenas obras los actos de debilidad, el calvinista no podía
hacer nada para obtener la gracia de Dios ya que provenía de Dios mismo y nada podía
hacer el hombre. Sin embargo, había un signo que delataba a los elegidos por Dios: su
pureza moral que se extiende a todos los actos de su vida, hasta el más nimio. Este
puritanismo moral llevado al ámbito profesional hizo que el cumplimiento del deber del
trabajo por sí mismo, rehuyendo el descanso en la riqueza y la ostentación fueran signos
de la gracia divina. El afanoso puritano calvinista llevaba una vida éticamente planificada y
metodizada en todos los ámbitos de su existencia para buscar en este cumplimiento de la
norma la seguridad de haber obtenido la gracia. Este afán puritano en el trabajo, tan alejado
de la natural mentalidad tradicionalista, fue la que permitió el surgimiento del capitalismo en
los Países Bajos y Centro Europa donde predominaba la población puritana.

Al final, como era de esperar, las riquezas acumuladas pervirtieron el espíritu puritano y lo
fueron debilitando hasta incluso el secularismo laico no obstante, como dice Weber “el
capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en
fundamentos mecánicos”. En otras palabras, una vez que se asentó el capitalismo tomó
vida propia creando necesidades y construyendo los medios para su perpetuación sin
necesidad de que la ideología puritana lo siguiese sustentando.

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