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LA GRAN DÉCADA de la flota aérea estatal (FAMA) y tendió un puente aéreo entre Ciudad de
Guatemala y Buenos Aires para salvar a los refugiados. La prensa norteamericana
redobló sus ataques contra el «dictador sudamericano». Su desafío a los Estados
Unidos no sería olvidado.
Era una época barroca de pagana religiosidad popular. Los dos grandes
héroes cívicos constituían, cosa extraña, un matrimonio. Innumerables procesiones,
manifestaciones o concentraciones populares, homenajes al Presidente, montañas
de flores de agradecidos gremios, campeonatos de fútbol o de sable, de box o de
El Coronel elocuente y la bella actriz eran la «pareja reinante» en un país billar, eran «brindados» a Perón o Evita por los triunfadores. Las placas de bronce
próspero. Si Perón había abandonado el uso del uniforme por vestimentas civiles conmemorativos se acumulaban sobre las escasas paredes para recordar tal o
y aun informales, Eva renunció rápidamente a los vestidos de Christian Dior y las cual ley benéfica. Raúl Alejandro Apold, Secretario de Prensa, se encontraba al
joyas prodigiosas para usar un simple «tailleur» y un breve rodete en la nuca. El frente de una imponente burocracia de papel. Derramaba sobre la República
Presidente era el caudillo de los trabajadores, «El primer trabajador». Y su mujer millones de discursos, reseñas de actos, folletos conmemorativos, fascículos,
pasaba los días y las noches en el edificio del antiguo Concejo Deliberante, ahora volúmenes de propaganda o retratos. Pero ya nadie los veía, leía, conservaba o
Ministerio de Trabajo y Previsión, en la Diagonal Sur, bajo la mirada escéptica de recordaba, tal era su profusión, equivalente a los nombres aduladores de Estaciones
Roca. Día y noche se ocupaba en atender viudas y huérfanos, mujeres de ferrocarriles, capital de provincia, pueblos, calles o provincias enteras: Provincia
abandonadas, madres desesperadas, chicos sin hogar. Todo esto era una sopa Eva Perón, Estación Juan Domingo Perón, calle Eva Perón, Ciudad Evita. La
agria para el paladar de la oligarquía estupefacta. Su vieja hipocresía apenas podía nomenclatura era abrumadora. Perón recibía este diluvio impreso con la más
soportarla; la clase media «culta» imitaba a la aristocracia en el asombro que les perfecta naturalidad y con una sonrisa cautivante. Siempre era locuaz, muchas
producía el gran espectáculo. veces demasiado. Tenía algo de picardía criolla, con una pizca de compadre, y un
Con el fraude y la década infame, el país parecía haber dejado atrás el perpetuo guiño de complicidad en un ojo comprensivo. En sus discursos se permitía
formalismo de Tartufo, de la clase dominante, que escondía sus vicios y crímenes contar algún cuento de Discépolo ante la multitud. Otras veces, en un rapto de
tras los gestos solemnes del formalismo jurídico. El Presidente tenía aires de un furor, como ocurrió después del atentado con bombas homicidas en la Plaza de
«bon enfant», como dijo Ugarte. Su perpetua sonrisa era una especie de símbolo Mayo, el 1 de mayo de 1953, cerró el acto con las palabras de Marx: «Trabajadores
en la Argentina de posguerra. Habíamos salido del gran conflicto como neutrales del mundo, uníos». Agudo y también vulgar, rápido para capturar una buena idea
y en calidad de acreedores. «No se puede caminar por los pasillos del Banco al vuelo y hacerla suya, osado y prudente a la vez, tenía a su lado a una criatura
Central, porque están cubiertos de cajas de oro», se jactaba Perón. Evita, por su impar. Era preciso admitir que se movían ante el vasto público dos actores que
parte, cobró pasión por su trabajo: descubrió la política, las mujeres pobres y la «sobreactuaban» y se disputaban la escena. Era la victoria a dos voces. Parecía
maravilla antiborgeana de que no hay nada más estupendo que el amor colectivo. repetirse aquí la ocurrencia de Jean Cocteau: «Víctor Hugo era un loco que se
Oro en las arcas del Estado, hechizo en la multitud, uso y disfrute del poder ¿qué creía Víctor Hugo».
más podían pedir esa muchacha provinciana y ese maduro oficial sin caer en uno La generación posterior difícilmente puede imaginar el odio que tal pareja
de los defectos del carácter argentino, la fanfarronería? Así es como Eva envió suscitó en la oligarquía tradicional y en la clase media urbana del sector profesional
juguetes a los niños pobres de Nueva York o regaló trigo a España. Pero no todo universitario o «intelectual». Es claro que ese odio social estaba ampliamente
era fanfarronería. Cuando el verdugo Castillo Armas derribó con el dinero de la compensado con el amor que las masas más pobres o desvalidas depositaban en
United Fruits Company al gobierno del Coronel Arbenz en Guatemala, varios Perón y Evita. Esta polarización enseña mucho más que una biblioteca consagrada
centenares de perseguidos se refugiaron en la embajada argentina de la capital. al «populismo» y cuyos estupefacientes ejemplares pueden adquiriese a bajo costo
Las compañías norteamericanas rehusaron venderles pasajes para salir del país. en Europa o en Estados Unidos. Según lo establecía la tradición, las damas de la
las que te amaron, las que te maldijeron, Agallas para hacer de nuevo el mundo.
las que obedientes tiran hijos Tener agallas para gritar basta
La razón de este desencuentro fatal ha sido varias veces explicada a lo largo Borges afirmaba que su familia «había nacido del lado bueno del Arroyo del
de nuestro relato. No será inútil insistir en este hecho: la subordinación argentina al Medio», y aludía a la «horrible historia de América». Gloria Alcorta escribía en
imperialismo engendró una ideología y una estética, una filosofía y una tradición francés, Juan Rodolfo Wilckok se mudó a Italia y mudó también de lengua. Hasta
cívica que correspondía perfectamente al tipo de estructura semicolonial de la el Vicepresidente de la Nación, Dr. Julio A. Roca, publicaba en La Nación pul-
Argentina. cras traducciones de Byron. El Intendente de Buenos Aires, Mariano de Vedia y
La sobreestimación de lo europeo y la formación de una mentalidad traduc- Mitre, lo hacía con poemas de Shelley. Victoria Ocampo, que hablaba inglés con
tora, la aparición de «medievalistas» como José Luis Romero en un país que vivió acento francés, servía té de Ceylán sin fatiga a todas las notabilidades del mundo
entre lanzas emplumadas hasta el siglo XX, la proliferación de la literatura fantás- que condescendían a gozar de su hospitalidad y registraba hasta la minucia, en sus
tica del género de Borges, y de una literatura preciosa para seudo eruditos, la numerosos «Testimonios», las sensaciones que le producían los grandes nombres
existencia de un socialismo amarillo cosmopolita o de un comunismo eslavófilo, la universales. Todo esto era de una banalidad cómica y hasta resulta divertido con-
signar el espanto que la irrupción de la chusma produjo en ese incontaminado
doctrina reinante del librecambio erigida como religión de Estado y la idolatría
académica de las mieses, la adopción del mito intocable de la Constitución del 53, universo. En su testamento legó sus casas a la UNESCO.
la ignorancia o el menosprecio de todo lo criollo y su connotación tácita con la ¿Debería entenderse que toda la inteligencia argentina se nucleaba alrede-
idea del atraso y de lo bárbaro, la glorificación de un liberalismo sin sustancia y el dor del bloque oligárquico? En modo alguno. Los nombres más notables de la
desconocimiento del problema imperialista, tales eran los rasgos distintivos de cultura y las letras nacionales sostuvieron a Perón o de algún modo le prestaron su
una tradición cultural que había convertido a la «inteligencia» oficial en una esclava simpatía, de cerca o de lejos. Basta mencionar a Manuel Ugarte, Leopoldo
de la «maquinaria de prestigio». Marechal, Manuel Gálvez, Elías Castelnuovo, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo
Desde 1880, la integración de la Argentina como provincia agraria de Euro- Jauretche, José María Rosa, Arturo Cancela, Ernesto Palacio, Luis Cané, Nico-
pa y consumidora de sus más sutiles productos, había estratificado un mandarinato lás Olivari, Horacio Rega Molina, José Gabriel, Carlos Astrada, Lucio Moreno
intelectual que impuso su sello, su atmósfera, su obsesivo culto de las formas a la Quintana, César Tiempo, entre las figuras de la generación anterior. Los bardos
cultura semi colonial. Eran las versiones modernas y anticriollas del Sarmiento populares más célebres, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Cátulo Cas-
degollador y del primer Alberdi. Ya referimos la conducta de Martínez Estrada, tillo, Alberto Vacarezza y Claudio Martínez Paiva eran todos peronistas. Ya Homero
como propietario rural y como escritor, frente al mestizo y al peón. Julio Cortázar, Manzi, cantor de los más bellos tangos argentinos, había confiado hacía muchos
antes de adoptar la ciudadanía francesa, había dicho: años a su amigo Jauretche: «Tenía un dilema: antes de ser un hombre de letras
elegí hacer letras para los hombres».
Abandoné Buenos Aires porque los bombos peronistas me im- Pero aunque Ugarte, el valeroso y silenciado precursor de la izquierda na-
pedían escuchar los cuartetos de Bela Bartok cional, había sido durante algunos años Embajador del gobierno argentino en