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Los chicos pobres | Poemas Cuentos Ensayos
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Cuentos
El pintor del Dock Sud 45
Los chicos de La Boca 55
Los cirujas 68
La carnicería 78
Una visita al zoológico 85
El Mesías de la Villa 31 101
El Gauchito Gil 138
Ensayos
La poesía indígena del Churqui Choque Vilca 159
La palabra viva de Eva Perón 187
Sara Gallardo, Eisejuaz y la Gran Historia Americana. 220
La utopía indigenista de César Aira 237
Fronteras interiores: Mansilla viaja “tierra adentro” 255
La Argentina manuscrita: guerra y mestizaje 281
Conquista espiritual: contradiscurso y resistencia 322
Poemas
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Los chicos pobres
Ni la represión policial,
ni las guerras fratricidas,
han resultado eficientes para detener
esa amenaza en expansión de la pobreza,
y ha decidido mandar a sus doctores
en sociología y en genética
a visitar los guetos de África y Latinoamérica
para buscar soluciones permanentes
a este flagelo de la humanidad.
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de acuerdo con su fe
en la compasión del capitalismo
que, ella creía, salvaría al mundo.
Me dejó como recuerdo un dibujo
hecho por un pintor sin manos
del Barrio Portorriqueño de Nueva York.
Yo, a mi vez, prometí enviarle una copia de este poema.
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La Sibila
La hemos aceptado
como parte de nuestra realidad.
Los niños la miran con curiosidad.
Ella vive en su propio mundo.
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El poeta y la peste
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Cuentos
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casi todo el dinero que ganaba. Sólo guardaba para él una parte, para
cruzar a La Boca, comprar los útiles de dibujo y su merienda. Cuando
cumplió quince años la madre le dijo que iba a tener un hermanito.
Martín ya había pensado en dejar la escuela. Estaba en noveno
grado del EGB, y le parecía que aprendía poco. Su verdadera escuela
eran las clases de Verónico, el pintor. Habló con su maestro, quien
le propuso irse a vivir a su inquilinato. En ese momento tenían un
cuarto desocupado. Le dijo que le prestaría el dinero para el alquiler,
y que le pagaría con los dibujos que vendía en el mercado (su puesto
allí ya era oficial, le decían “el pintor del mercado”). Además, podía
ayudarlo a dar clases de dibujo a los chicos que empezaban. Martín
era un muy buen dibujante. Su uso del color aún no era perfecto, pero
había progresado muchísimo. Aceptó. Su madre aprobó su decisión,
ella también quería hacer cambios en su vida. Su hijo estaría bien en
Capital y, para visitarlo, no tenía más que cruzar el Riachuelo.
Martín agregó a su repertorio escenas del mercado donde vendía
sus trabajos. Dibujaba y pintaba acuarelas de La Boca, la Bombonera
y el mercado. Luego tuvo una idea interesante. Empezó a pintar temas
del Dock Sud: las calles del interior, los conventillos de chapa, la salida
al Puente Avellaneda, las torres del Polo Petroquímico. Incluyó escenas
cotidianas de Villa Inflamable, la villa miseria que estaba al lado de
los depósitos de combustible. Martín había caminado por las calles
del Dock mucho tiempo, pero en ese entonces ya vivía en La Boca,
y no fue a pintar a la calle, como hacía antes. Pintaba en su cuarto,
de memoria. Las imágenes se fueron deformando y estilizando. Sus
interpretaciones tenían aspectos oníricos. No dominaba aún bien el
óleo y el acrílico. Prefería la acuarela. Trabajaba con pinceles muy
finos y colores que él mismo preparaba. Muchas veces terminaba los
cuadros superponiendo figuras humanas, verdaderas miniaturas,
dibujadas con un plumín y tinta china, sobre los volúmenes de color.
Estaba buscando su propio lenguaje, su estilo.
Su maestro tenía en su estudio una enciclopedia ilustrada de la
pintura universal, que había salido en fascículos que vendían en los
quioscos, y él había hecho encuadernar. Abarcaba diez tomos. Martín
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los veían. Víctor supuso que podían ser los de la barra brava de Boca,
que eran todos chorros. Rodrigo dijo que los de la barra eran unos
turros, unos pobres tipos, y los que bajaron las armas tenían que ser
delincuentes de más categoría, narcotraficantes, o ladrones de autos.
En la villa él tenía un vecino narco. Llevaba drogas en una avioneta
a Paraguay. Don Carlos dijo que los paraguayos contrabandeaban
drogas a Europa, era un secreto a voces. Rodrigo le aconsejó a Don
Carlos que se llevara algún fierro, esas armas valían mucha plata. El
gordo Víctor estuvo de acuerdo. Don Carlos le contestó que él prefería
no tener armas, no quería ir preso. Rodrigo aseguró que en la villa él
podía esconder fácilmente una pistola y, si hacía falta, la podía vender.
Fue a la bolsa y agarro una 38. Dijo que con una estaba bien, no quería
llevar más.
- Si tenemos algún problema, yo los defiendo - se jactó.
Abrieron la trampa del piso y bajaron al túnel. Ahora la luz estaba
encendida. No había nadie. Buscaron a ver si encontraban un pasadizo
o puerta disimulada en alguna de las paredes. Nada. Se acercaron al
sitio del derrumbe. Casi no llegaba luz desde el exterior. Alguien debía
haber cubierto el agujero del techo del túnel con ramas y hojas.
Empezaron a gritar y dar voces a ver si alguien de afuera los
escuchaba. Nadie respondió. El tiempo fue pasando. Tenían miedo de
que llegaran los de la banda a buscar las armas. El viejo pensaba en
su mujer. Se sentía culpable. No quería quedarse otra noche allí. Se
empezaron a desesperar. Tenían hambre y sed. Don Carlos volvió a
recorrer el túnel. Encontró tirado en un costado un palo largo. Tuvo
una idea. Lo levantó, fue hacia el sitio donde habían caído e introdujo
el extremo del palo en el agujero del techo. Llegaba bien. Con cuidado
hizo caer parte de la tierra y las ramas que impedían que entrara la
luz de afuera. Los chicos, entusiasmados, lo alentaban y le ayudaron
a sostener el palo, que era algo pesado. Dirigió luego la punta a los
bordes del orificio, a ver si podía agrandarlo. La tierra fue cediendo.
Empezaron a percibir ruidos, voces lejanas, bocinas de autos. Eso los
llenó de esperanzas. Se pusieron a gritar y a pedir auxilio. De pronto
oyeron una voz que les hablaba desde arriba. Había alguien. Gritaron
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Los chicos pobres
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¿Por qué querían que fuera con ellos? ¿Qué ganaban? Quizá pensaban
que siendo él más grande podía intimidar al chino. O que lo podían
usar de cabeza de turco si los buscaba la policía.
A las nueve pagaron y se fueron. Caminaron hacia el súper chino.
Miraron desde afuera. Ya todos los empleados aparentemente se
habían ido. Había solo un chino como de cincuenta años en la caja,
seguramente el dueño. En las góndolas vieron a dos mujeres mayores
comprando. Rodrigo, sin dudar, entró, sacó el revólver y le apuntó en
la cabeza al chino.
- ¡La plata! - le gritó.
El chino levantó las manos. Víctor se adelantó y abrió la caja. Agarró
una bolsa de plástico y empezó a meter la plata, que era bastante, en
la bolsa. El chino temblaba. Las dos mujeres miraban, sin decir nada.
Don Carlos estaba junto a los chicos, aterrado. Nunca había hecho
nada así. Rodrigo vio que el chino apretaba con la rodilla un botón
rojo bajo la caja. Estaba avisando a la policía. Reaccionó con rabia y
le dio un golpe en la cabeza con el revólver, y otro. El chino se fue
inclinando y cayó al suelo.
- ¡Chino hijo de puta! - gritó Víctor.
Rodrigo le siguió pegando. El chino estaba tirado en el suelo, le
sangraba la cabeza. La culata del revólver estaba llena de sangre.
- Vamos, vamos - dijo Don Carlos.
Salieron despacio los tres. Don Carlos creyó que lo habían matado.
Se pararon en la puerta y miraron hacia los lados. Se fueron caminando
por Suárez hacia Palos. A los pocos metros vieron a una señora que
venía al supermercado. La mujer miró al viejo.
- Hola, Don Carlos, ¿cómo está? - lo saludó.
Don Carlos se quedó frío y no contestó. Siguió andando. La mujer
llegó al supermercado y entró. Pocos segundos después se escucharon
gritos. Los tres empezaron a correr. Los chicos doblaron en dirección
al Riachuelo y se alejaron con rapidez. Víctor llevaba en la mano la
bolsa con el dinero. Don Carlos no los siguió. No podía más. Dobló
por Palos y se ocultó en un zaguán. Pocos minutos después pasó
un patrullero a toda velocidad, con la sirena encendida. Don Carlos
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Los cirujas
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La carnicería
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El Angelito milagroso
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Todos le decían que era muy hermoso, y que ya tenía otro ángel de la
guarda que la protegiera. El 25 lo enterraron en un pequeño féretro
que le hizo su padre, en el cementerio de Villa Unión, cerca de sus
otros hermanitos muertos. Colocaron una cruz con la inscripción:
“Miguel Ángel Gaitán, q.e.p.d. 9.7.1966 – 24.6.1967”.
La vida siguió su curso. Poco tiempo después asesinaron al Che
en Bolivia. La Gendarmería se tranquilizó y dejaron de patrullar la
zona. En las ciudades la Resistencia popular se hacía sentir. En 1969
los trabajadores de Rosario y Córdoba se rebelaron. Doña Argentina
se enteraba de lo que pasaba por la televisión, que veía a veces en la
casa del médico.
En 1970 Doña Argentina hizo celebrar una misa en Villa Unión en
recuerdo de sus hijos muertos. Ya le habían nacido dos más. En 1971
se le murió una niña y volvió a quedar embarazada. En 1972 tuvo a
su hijo número quince. Le pidió a Dios que no le llevara más hijos.
Tenía nueve niños vivos, y no quería que ninguno más se muriera.
Le rezó a su hijo Ángel. Siempre había sido especial para ella. Fue con
el único que se le apareció Evita. No olvidaba sus palabras. Ahora su
hijo estaba junto a la santa. Argentina escuchó que le habían restituido
el cadáver de Evita a Perón. Había sufrido un largo exilio. Su cuerpo
embalsamado estaba intacto. Doña Argentina se dijo que sería lindo
ver a su hijo Ángel otra vez. Recordaba las palabras de Evita: Ángel la
iba a proteger y ella misma la estaría cuidando desde el cielo.
Se hablaba de que Perón volvería al país. Argentina pensó que le
gustaría ir a Buenos Aires a ver al General alguna vez si regresaba.
Le contaría lo que Evita le había dicho en Villa Unión, y le diría
que se le aparecía en sueños por las noches. Pero estaba tan lejos de
Buenos Aires…sería difícil ir y era probable que no pudiera recibirla…
Finalmente anunciaron que Perón regresaría el 20 de junio de 1973.
En el mes de febrero hubo varios días de tormenta en el pueblo.
Era la temporada del viento Zonda. Llovía mucho, el cielo se cubría
de relámpagos. Doña Argentina tuvo una premonición. Esa noche no
pudo dormir. Sintió miedo. Algo especial iba a ocurrir. Finalmente, a la
mañana siguiente salió el sol. Hacía calor. Cerca del mediodía se apareció
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Los chicos pobres
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Tanto que los han torturado en vida al General y a Evita, dales paz
en la muerte.”
El día 2 volvió a visitar al angelito. Llevaba ropa de bebé. Le había
prometido a Evita que iba a cuidarlo. Al llegar vio que varias personas
de la pequeña ciudad la aguardaban frente a la cripta. Traían a sus
niños. Dijeron que venían a visitar al angelito y a pedirle por sus hijos.
Una niña depositó frente al féretro abierto una muñeca. Un niño le
puso un autito de juguete. Doña Argentina les pidió que la ayudaran a
cambiarlo. Una señora lo sostuvo mientras ella le quitaba la ropa. Tenía
su piel intacta, su cuerpecito fresco. “Es un milagro”, dijo la señora.
Doña Argentina le puso la ropita nueva, limpia. Su hijo quedó
precioso. Los visitantes se pusieron de rodillas ante el angelito
milagroso. La madre salió sin decir nada y los dejó rezando.
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El Mesías de la Villa 31
Marcos, el Mesías
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Los otros foráneos que entraban a la villa miseria eran los políticos.
Se apoyaban en algún puntero para ir ganando influencia. Llegaban de
distintos partidos, pero a los que les iba mejor era a los peronistas. Los
pobres quisieron mucho a Perón y lucharon por su vuelta. Los viejos se
acordaban de él, y los jóvenes habían oído las historias de sus padres.
Los peronistas les consiguieron a algunos la escritura del terreno que
ocupaban. También pusieron plata para la ampliación de la capilla y el
equipamiento del dispensario médico. Ese dispensario le salvó la vida
a más de un muchacho. Aquí hay peleas serias a cada rato. La gente es
brava. La policía no entra. Nadie denuncia a otro cuando le roban o le
pegan. Se defiende como puede y se venga, sólo o con amigos. Heridas
de cuchillo o de bala es lo más común. En el dispensario los atienden y
no les hacen preguntas, siempre y cuando la riña haya ocurrido dentro
de la villa miseria. Cuando la persona fue herida afuera es otra cosa,
sobre todo si se trata de heridas de bala. Ahí los del dispensario tienen
obligación de dar parte a la policía. Casi nunca lo hacen, pero los que
pasan por esa situación raramente van allí.
Hay algunos punteros que tienen bastante influencia, y distribuyen
planes de comida. A los muchachos de la pesada los respetan. Tratan
de mantener buenas relaciones con todos y tenerlos de su parte. Cada
banda es como una pequeña empresa y le da de vivir a más de uno. El
Cholo, por ejemplo, siempre le tira unos pesos al padre para la capilla.
Cada vez que un robo va bien, le hace un buen regalo de dinero al curita.
Este lo usa en el comedor de la villa miseria, que manejan las madres.
Hay muchos pibes huérfanos. Así que entre todos nos arreglamos. De
afuera recibimos poco. Si no robaran les iría mucho peor a los otros. El
robo viene a ser como un impuesto. Como un impuesto de los pobres
a los ricos.
Todos los días por la tarde los chicos y los no tan chicos juegan al
fútbol en el potrero de la villa. Muchos sueñan con salir de aquí a algún
club grande. A veces vienen representantes de los clubes, a ver si ven a
algún pibe interesante, con promesa. Los punteros de la villa miseria
crearon una timba alrededor de los partidos de los sábados. Corre
bastante plata y el equipo tiene un buen director técnico. Se juega a
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las tres de la tarde. Siempre hay algún equipo de otra villa miseria que
nos desafía, y se apuesta. Sé que muchos se juegan bastante dinero, y el
que no paga, la liga. Hubo muchas peleas por culpas de estas apuestas.
También amenazan a los jugadores. Tienen que cumplir, y defender el
nombre de la villa. Si ganan les dan plata. Aquí hay que bancársela y
ninguno es inocente. Aprendemos a defendernos. Sobrevivimos como
podemos.
En la villa miseria la mayoría de la gente trabaja. Son peones,
albañiles, sirvientas, vendedores callejeros, ayudantes de cocina,
hacen de todo, mucho trabajo manual, mal pago. Por eso hay tanta
pobreza. Aquí viven muchos miles de personas. Trabajan salteado,
hacen changas, se las rebuscan. Las que más trabajan son las mujeres.
Hay señoras con muchos hijos, y no les alcanza para mantenerlos.
Siempre alguien las ayuda. Tratamos de que nadie pase hambre.
A la gente le gusta escuchar historias policiales. Por la noche, cuando
se juntan en los bares de la villa miseria a tomar cerveza, los más bravos
cuentan sus hazañas. Yo he escuchado muchas aventuras interesantes.
Alguna vez las voy a escribir. Las mujeres cuentan historias de amor
muy lindas. En la villa hay una mayoría de gente joven. Muchos niños.
Los callejones están muy sucios, la gente tira basura, pero uno se
adapta. Yo estoy bastante contento. ¿Qué voy a hacer, volver a Palermo,
rogarle a mi viejo que me perdone y me permita ser un buen burgués
arrogante? Imaginate, soy judío, la colectividad se reiría de mí y harían
una campaña para internarme en una clínica de enfermos mentales.
Yo siempre quise ayudar a los demás, salvar a alguien. Tengo complejo
de mesías.
Mis padres eran personas cultas. De chico yo me pasaba las tardes
en la biblioteca y faltaba bastante a la escuela. Me gustaba leer. Siempre
he leído mucho. Aquí en la villa miseria los libros se humedecen y
se arruinan. Yo tengo un lector electrónico donde guardo cientos
de libros que pirateo de internet. Tengo de todo y en varias lenguas,
porque leo bien el inglés y el francés. El inglés me lo enseñó un tutor
que me puso mi viejo, un americano de Boston. El francés lo aprendí
por mi cuenta, leyendo y viendo películas francesas en video.
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María, la novia
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Cholo, el ladrón
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para vivir. Soy criollo le dije. La cuestión que nos veíamos seguido,
pero yo no estaba enamorado de María. Hacía el amor muy bien,
tenía un cuerpazo, pero eso era todo. Al tiempo me empezó a aburrir.
Cuando supe que Marcos estaba enamorado de ella me fui apartando.
Marcos era mi ídolo. Primero, porque me invitó al taller, y yo, que
soy un bruto, empecé a sentir la presencia del espíritu en la poesía. Y
después, por lo que pasó con mi hijo, que casi se muere. Él lo salvó.
Le voy a contar cómo nos dimos cuenta que Marcos podía curar.
Un día en un robo llegó la cana y nos empezaron a tirar. Contestamos
el fuego y herimos a uno. Pudimos escapar porque teníamos un auto
rápido, pero el Lombriz se llevó un balazo en el estómago. Volvimos a
la Villa 31 con el herido y lo mandé llamar a Marcos. No lo queríamos
llevar a ningún hospital porque nos venderían. Le dije a ver qué se
le ocurría para salvarlo. Lo miró bien, estaba mal herido, y propuso
llevarlo a lo de su primo, que era médico. Este lo tuvo que operar en
seco, sin anestesia, le hizo un corte y le sacó la bala. Regresamos con
el herido a la villa miseria y lo escondimos en una casilla. Estuvo con
fiebre y delirando varios días. Marcos lo cuidaba, le daba antibióticos,
lo llamaba a su primo por teléfono y seguía sus indicaciones. El
Lombriz sobrevivió. Marcos se la jugó.
El Lombriz pensó que no se salvaba de esa, y que le debía la vida
a Marcos, más que a su primo. Decía que Marcos tenía un halo
especial y que lo había sanado con su presencia, con su aura. Cuando
le cambiaba las vendas sentía una mejoría inmediata. Yo, al principio,
pensé que divagaba el Lombriz, pero la herida le sanaba rápidamente.
Un día, antes de venir Marcos, yo vi que estaba roja e inflamada. Al
rato llegó él, limpió la herida con alcohol, y cuando se fue la herida
estaba bien, la cicatriz ya casi ni se notaba. Yo no sabía a qué atribuirlo.
El Lombriz era un tipo raro, se la pasaba rezando. En mi banda no
hay gente común, yo los recluté porque les vi condiciones. A lo mejor
el Lombriz tenía un santo que lo protegía, pero él decía que había sido
Marcos. El Lombriz es temerario, se pensaba que no le podían hacer
nada, que era invulnerable a las balas. Para tirar se paraba y exponía el
cuerpo, por eso es que lo hirieron. Es un tipo con fe.
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El cura de la villa
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un cura como yo. Pero yo lo que quería era estar junto a los pobres en
la villa miseria. Siempre creí que la pobreza redime, y vuelve mejor a la
gente. Era un poco idealista e inocente, debo reconocerlo. Al tiempo de
estar aquí me empecé a horrorizar de las cosas que veía. Al principio yo
no quería tranzar con nadie, pero el que no negocia y se cree mejor que
los demás aquí no sobrevive, ni siquiera siendo cura. Había algunos
hippies que se habían venido a vivir a la villa. Eran jóvenes de clase
media. Yo les llamaba los “exiliados”. Eran marginados, casi todos
drogadictos, gente con problemas mentales, como Marcos. Escapaban
de algo, de la buena sociedad creo. Preferían vivir en la mugre. En el
fondo eran como yo.
Yo buscaba a dios cerca de los pobres. Los exiliados buscaban
otra cosa. ¿Qué? En el caso de Marcos creo que buscaba su salvación
en el arte, en la poesía. Para él la poesía representaba algún tipo de
verdad trascendente. No era un muchacho particularmente religioso.
La poesía era lo único que le interesaba. Creía que el mundo de la
literatura era autónomo y brillaba allá arriba, con una fuerza espiritual
propia. Le gustaba meditar y no hacer nada, era una especie de gurú
perdido en la basura de Sud América. Los que le pusieron “Mesías”
de sobrenombre creo que acertaron. Se engañan los que lo quieren
considerar santo. Sí creo que dios lo eligió para manifestarse entre los
pobres. Aunque al principio me resistí con rabia e incredulidad, que
dios me perdone. Aún me resulta extraño aceptar este caso. Porque
dios lo eligió a él, un muchacho judío bastante común. De no haber
sido por su drogadicción no hubiera venido a la villa miseria. Su
relación con María era enfermiza: María es una prostituta. Yo luché
para que dejara esa vida y saliera de la Villa 31, pero aún no lo logré.
Insisto en que este caso es un gran misterio: Marcos era un muchacho
de clase media, que le gustaba la literatura, como a tantos otros. Ahora
que lo asesinaron los demás le atribuyen virtudes imaginarias. Era uno
de esos jóvenes que se creen superiores porque han leído unos pocos
libros. Me consta sin embargo que sufría, y quizá eso pueda redimirlo.
Quisiera que nos fuéramos olvidando de todo esto y la vida volviera a
lo que era antes.
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El Gauchito Gil
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Los otros peones miraban con envidia la relación del Gauchito con
la patrona. Alguien hizo llegar al Capitán los rumores sobre las visitas
nocturnas del muchacho a la viuda. Al tiempo regresó a la estancia el
hermano militar de Doña Estrella. Se quedó allí varios días. Venía de la
guerra. Los dos, aparentemente, hablaron de negocios. Después vino el
Capitán. El Capitán lo mandó llamar al Gauchito. Le dijo que se venían
malos tiempos, y que él iba a tener que internarse en el monte con un
rebaño de ganado. Doña Estrella asintió. Había guerra y no querían que
les confiscaran todos los animales.
El Gauchito, junto con otros peones, se llevaron los animales al
monte. Allí vivieron por varios meses. Cuando volvieron a la estancia
los recibió el Capitán Alvarado. No pudo ver a Doña Estrella. El
Capitán le dijo al Gauchito que iba a vivir en un puesto algo alejado de
la casa, y que no abandonara el sitio si él no lo autorizaba. El muchacho,
que extrañaba a su amante, merodeaba por las noches los alrededores
del casco. Intentó acercarse y dos policías que estaban vigilando se le
echaron encima. Se cubrió la cara con el pañuelo, sacó el facón y les hizo
frente. Hirió a uno y logró escapar. Al día siguiente el Capitán lo vino a
buscar con dos policías y se lo llevaron detenido. Lo acusó de tratar de
robar en la casa y de herir a un policía. El Gauchito negó que hubiera
sido él. Lo hizo azotar y estaquear. Lo dejó un día tendido al sol. Doña
Estrella, que se enteró, vino a pedir por él. Dijo que era un buen peón
y que debía perdonarlo. El Capitán no quería entrar a competir con el
muchacho. Le ordenó que se fuera lejos, que no volviera a la estancia.
Era sospechoso de haber herido a un policía y si regresaba podía irle
muy mal.
Estaban reclutando gente para la guerra contra el Paraguay. El
Gauchito lo vio como una oportunidad para probarse. Era 1866, ya
había cumplido veintidós años. Fue a Corrientes y lo destinaron a un
cuerpo de infantería. La guerra se peleaba en los esteros y el Gauchito
conocía ese tipo de terreno. La vida militar no era lo que pensaba. Había
que pasarse mucho tiempo en el campamento, esperando órdenes. Se
aburría. Se hizo de varios amigos. Eran casi todos gauchos como él. Los
oficiales hablaban poco con ellos, venían de las ciudades del litoral.
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Todos los días por la tarde leía un rato en voz alta y los otros escuchaban.
Les gustaba sobre todo el relato de la pasión, cuando entregan a Cristo
y lo crucifican. Decían que el mundo estaba lleno de traidores.
Había transcurrido un año por los menos, y el Gauchito se atrevió a
dejar su escondite para buscar noticias. Enfiló hacia una zona poblada
y se detuvo en una pulpería. El dueño le dijo que la guerra había
terminado. Compró yerba y ginebra. Vio encima de unas barricas
unos cuadernos impresos. Tomó uno y lo hojeó. El cuaderno decía El
gaucho Martín Fierro. Estaba en verso. El pulpero le dijo que lo había
escrito un periodista de Buenos Aires y lo vendía por unos pocos
centavos. Se llevó uno. Le dijo al pulpero que era cazador y quería
vender pieles y plumas. Le preguntó si se las compraba. Este mostró
interés. El Gauchito prometió volver con una carga.
Regresó a los esteros. Sus compañeros de aventura quedaron
encantados con la noticia del fin de la guerra. Podían dedicarse
tranquilamente a cazar nutrias y garzas. Les gustó mucho el libro
que trajo el Gauchito. De ahí en más lo preferían a la Biblia. Todas las
tardes les leía unas estrofas del Martín Fierro. Ellos habían escuchado
a los cantores payar en los fogones y en las pulperías. En las estancias
siempre había una guitarra para el que quisiera improvisar. Pero nunca
habían oído versos tan lindos. Le pedían que les leyera las estrofas una y
otra vez. También discutían lo que el libro decía y se hacían preguntas.
Estaban de acuerdo que en el pasado los gauchos habían sido más
felices que en esos momentos. Muchos paisanos tenían su campito, sus
vacas y su tropilla. Trabajaban en las estancias y nadie los molestaba
ni los perseguía. “Eran otras épocas - dijo Francisco - Eran tiempos
de Rosas”. El Gauchito recordó que el Capitán Mansilla siempre le
decía que ya no quedaban criollos, y que por culpa del gobierno iban a
desaparecer los gauchos. Después de la caída de Rosas habían venido
malos tiempos. Francisco dijo que a su padre un Comandante le quitó
la tierra. Al de Ramiro lo habían perseguido para sacarle la mujer. Lo
mandaron a la frontera de Córdoba, a luchar en los fortines. Su madre
se había ido a vivir con un Sargento y a él lo enviaron lejos a trabajar
de boyero. Ya no volvió a ver a su madre.
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Sintió que todo eso que pasaba era una preparación para otra cosa. En
algún momento tenía que volver al pago que había dejado, y para ese
entonces él sería otra persona. También se le apareció el adolescente
paraguayo que había matado en la guerra. El Gauchito le prometió que
ya no iba a derramar más la sangre del hombre. Finalmente, en 1875 se
decidió a dejar su refugio.
Llevaba una cierta cantidad de dinero que había ahorrado con la
venta de plumas y cueros. Iba muy prolijo. Se afeitó la barba con su
facón y se dejó el bigote. Tenía un facón con mango de asta de ciervo,
muy valorado. Iba con sus boleadoras atadas al pecho. Era un cazador
consumado y no moriría de hambre mientras tuviera sus bolas.
Se mantuvo alejado de los lugares en que había vivido o que antes
frecuentaba. Cuando se sentía convencido de que no había pasado
por esos pagos, se animaba a acercarse a los caseríos. Se detenía en
el rancho de algún paisano y le pedía hospitalidad. Encontró que el
campo estaba menos poblado que antes, había muchas taperas. No
eran buenos tiempos para los gauchos. Llevaba con él su poncho rojo
y cuando le preguntaban si era federal no lo desmentía. Decía que era,
como todos los pobres, defensor de los gauchos.
Una vez se paró en un rancho y encontró una situación desoladora.
Vivían en él un gaucho, su china y sus dos hijos. Un hijo estaba muy
enfermo. Tenía una fiebre que lo consumía. Su cuerpo estaba lleno de
llagas y bubones. Hacía días que estaba inconsciente, y esperaban que
muriera esa noche. Movido por la compasión, el Gauchito se arrodilló
frente a su catre y le tocó la frente. Luego dirigió su mano hacia las
llagas y los bubones. Sacó la Biblia y se puso a leer el capítulo 9 del
Evangelio de San Mateo. Cuando llegó a la parte en que Jesús sana a
los enfermos, el niño moribundo abrió los ojos y se incorporó en el
lecho. Los padres retrocedieron con miedo. El niño se puso de pie y
pidió agua. Le trajeron agua, la bebió y dijo que tenía hambre. El padre
carneó un cordero e hicieron un asado. Le pidieron al Gauchito que se
quedara a pasar la noche en el rancho. A la mañana el niño tenía la piel
bien, no quedaban rastros de las llagas y estaba sonriendo. El Gauchito
anunció que seguía viaje. No lo querían dejar ir. No sabían qué darle.
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con las ideas y conceptos que habían introducido en las artes los
principales movimientos cosmopolitas de la primera mitad del siglo
veinte en Buenos Aires y las grandes ciudades del Litoral argentino.
Sus escritores valoraban las propuestas de las vanguardias artísticas
y el realismo socialista. Defendieron el compromiso del artista con
su medio social, y se distanciaron del realismo costumbrista y el
folklorismo poético. Vieron al Modernismo de principios de siglo, que
había marcado un momento glorioso en nuestra lengua, como a una
poética anticuada y perimida (Pérez 165-75).1
La obra de los escritores y artistas de Tarja tuvo un impacto directo
en la cultura de Tilcara : Néstor Groppa, de origen cordobés, vivió
en el pueblo, y el gran pintor indígena Medardo Pantoja, oriundo
de Tilcara, se mantuvo siempre vinculado a su región y a la ciudad
de Jujuy, donde trabajó. El Churqui lo conoció muy bien. Le dedicó
un admirable poema cuando este murió. Tanto su ejemplo humano
como su pintura influyeron en su personalidad artística y en su obra
(Fantoni 5-28).
La Quebrada es un ámbito geográfico y humano excepcional.
Habitada por pueblos indígenas desde épocas tempranas, integró la
parte sur del Imperio Incaico (García Moritán y Cruz 15-8 ; Nielsen
307-339). Cuando los españoles invadieron, los nativos resistieron
su dominación. Durante la época colonial fue una activa vía de
comunicación entre Lima y el Río de la Plata. Al comenzar en 1810
el proceso revolucionario, los nativos, ciudadanos de un país nuevo,
lucharon valerosamente para independizarse de España (Paz 8-22).
Una vez consolidadas las fronteras, el área mantuvo su identidad
regional.
1
Cuando los poetas de La Carpa comenzaron a publicar en Tucumán, en 1944, el Modernismo era
aún un movimiento valorado dentro de los medios literarios del Noroeste. En 1945 la gran poetisa
modernista chilena Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de literatura. La actividad de los poetas
de La Carpa ayudó a cambiar el gusto poético y difundir y establecer los ideales vanguardistas entre
los jóvenes del Noroeste. La revista Tarja de Jujuy, publicada a partir de 1955, continuó sus ideas y
difundió las poéticas de vanguardia en todo el territorio de la provincia.
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2
La cultura moderna occidental, a diferencia de la indígena, imagina que el tiempo es una línea
ascendente que progresa hacia el futuro. Dentro de este tiempo el hombre puede acumular saber
y riqueza, de manera infinita. Compite con dios, al que considera como él, humano, frágil, débil y
sufriente, y le rinde pobre tributo.
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3
El pintor Medardo Pantoja (1906-1976), oriundo de Tilcara, se formó en Rosario con los grandes
maestros del arte social Berni y Spilimbergo, y regresó luego a Jujuy para crear y vivir con su
gente, tomando como motivos sus paisajes y su vida social, traduciéndolos a un lenguaje realista y
expresionista a la vez. (Fantoni 5-27).
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4
Otra gran poeta, Gabriela Mistral, tampoco aceptó las ideas de las vanguardias. Una de las autoras
más importantes de nuestra lengua, Mistral no renunció a la poética figurativa ni a los ideales
panamericanistas del Modernismo (Blume 101-17). La estética simbolista le permitía expresar lo que
ella deseaba. No aceptó someter su gusto e interés personal al criterio de otros movimientos poéticos
que buscaban imponer un discurso hegemónico, independientemente de las necesidades expresivas
de su sociedad. Mistral murió en 1957. Pocos años antes, en 1954, publicó su último libro de poemas,
Lagar. Es una obra simbolista.
Mistral se mantuvo fiel a las ideas de forma y de métrica que había aprendido de su maestro Rubén
Darío. No incorporó en su poesía las ideas poéticas de las nuevas tendencias europeas que habían
irrumpido en la escena cultural a partir de los años veinte, como sí lo hizo el poeta peruano César
Vallejo, quién publicó en 1918 su libro simbolista Los heraldo negros, y pocos años después, en 1922,
su obra expresionista Trilce, iniciando un radical movimiento de vanguardia en Latinoamérica.
Las tendencias vanguardistas sostenían la necesidad de innovar y renovar la poesía. Si bien no eran
movimentos iniciados originalmente en América, sino estéticas traídas desde Europa, los movimientos
locales los abrazaron como propios. Los sedujo sobre todo la idea de experimentación constante que les
proponían. Era una forma de libertad artística que no habían conocido antes.
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5
Gabriela se había hecho a sí misma en las condiciones más penosas y no temió desafiar al medio
literario. Como Darío, conocía muy bien la historia de la poesía. Valoraba el género y no quiso liquidar
su legado, remplazando la métrica culta por el verso libre, improvisado. Se destacó desde muy joven
como educadora, si bien no tuvo formación universitaria, y fue invitada a México por el Ministro
Vasconcelos para trabajar en la renovación del sistema escolar, luego de la gran revolución que
conmovió al país. Participó en la Liga de Naciones, fue periodista, defendió la revolución sandinista,
fue diplomática durante veinte años y, si bien no aceptaba hablar de su vida privada, vivía en pareja con
mujeres, desafiando la moral de sus contemporáneos.
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Este poema nos transmite una tristeza dulce y melancólica. Ese era
el sentimiento que para el gran crítico peruano José Carlos Mariátegui
identificaba y caracterizaba el sentir de la raza indígena (Mariátegui
330-1). Mariátegui creyó que Vallejo había logrado expresar mejor
ese dolor profundo del alma andina en Los heraldos negros que en su
poesía vanguardista.
En otro poema, “Las hojas muertas”, el Churqui nos habla del ciclo
de vida del mundo natural. La muerte es parte de ese ciclo y, aunque la
vida volverá a regenerase, para nosotros la muerte es un hecho trágico.
La vivimos desde nuestra perspectiva individual. Las hojas mueren
en otoño y el poeta, identificado con ellas, quiere darles un entierro
piadoso y “verde”. Dice:
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Resta por hacerse una edición crítica, que investigue y especifique si los poemas que integran la obra
del Churqui fueron publicados en revistas o diarios previamente a la publicación en los libros; que
rastree posibles variantes, e indique datos relevantes de aquellos poemas que estaban en posesión de
personas o dirigidos a ellos.
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ella se mantiene fiel a sus hijos, los sigue amando, los guarda en
su memoria. Pero el final se acerca y la madre Tierra sufre por eso:
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Eva Perón expresó en su testamento político que deseaba ser recordada como una mujer que había
hecho todo por su pueblo, y quería quedar en su memoria, “vivir eternamente” con su pueblo y con
Perón (Mi mensaje 77). Juan Domingo Perón vio la historia de su patria como un drama en el que él
tenía un importante papel que realizar, aleccionando a su pueblo y movilizándolo, para conducirlo
a un nuevo destino. El objetivo era lograr la liberación nacional, luchando contra el colonialismo
interno y el externo, representados por la oligarquía explotadora y el imperialismo internacional. El
Peronismo procuró unir a las masas y apoyó las organizaciones sindicales (Doz 8-16). Sus lemas eran
simples: soberanía política, independencia económica y justicia social. Trató a los trabajadores como
protagonistas, cuando antes habían sido participantes marginados del juego de los intereses de los
partidos políticos en pugna.
A partir de 1930 los sectores militares de la Argentina se habían manifestado contra el sistema político
democrático y se transformaron en árbitros de la política nacional, apelando tanto a golpes de estado
como a la organización de elecciones condicionadas, respondiendo a intereses sectoriales. Perón surgió
a la política como el líder de un grupo de oficiales del Ejército, el GOU, que planificó el golpe que
derrocó en 1943 al gobierno de un presidente constitucional desprestigiado, Ramón Castillo. En esos
momentos los conservadores preparaban un fraude y planeaban manipular los votos populares en
las próximas elecciones (Page, Perón 41-53). El grupo de Coroneles reaccionó contra la política de los
conservadores y buscó imponer su propio proyecto.
Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, dio prioridad a la organización sindical y a la
implementación de programas de asistencia social. Se definió a sí mismo como un líder y conductor, no
se consideraba un político “profesional”: había entrado a la política para salvar al país de los abusos de
los malos políticos (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 51). Tuvo que participar y competir
en el sistema democrático para darle permanencia a sus reformas sociales y laborales. Como Secretario
movilizó y unió a la clase trabajadora. La Confederación de trabajadores fue la columna vertebral de su
Movimiento político. No se apoyó en los partidos políticos tradicionales. Después de la crisis militar
de octubre de 1945 y de los acontecimientos del 17 de octubre, que demostraron su creciente influencia
sobre el pueblo y pusieron en evidencia el efecto que su política social, organizada desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión a partir de 1943, había tenido en las masas trabajadoras, Perón logró que se llamara
a elecciones presidenciales y se presentó a las mismas en 1946 con un partido formado al efecto, el
Partido Laborista. El partido (disuelto poco tiempo después), compitió por el poder con los partidos
opuestos a su política, que formaron una amplia coalición, que incluía a conservadores, radicales y
comunistas. Estos fracasaron en las elecciones, que le dieron el mandato popular a Perón por amplia
mayoría (Page, Perón 138-51). Desde el poder Perón organizó a sus seguidores en un Movimiento,
que pasó a llamarse a partir de 1949 Justicialista, e incluía a tres sectores: el sindicalismo, el Partido
Peronista Masculino, y el Partido Peronista Femenino, dirigido este último por Eva Perón.
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Perón lideró en la Argentina un Movimiento que aspiraba a crear una democracia directa, dando
amplia participación a las masas populares. En su concepción la asistencia social tomaba prioridad
sobre la política partidaria. Los partidos políticos tradicionales perdieron poder y representatividad
durante el decenio que estuvo Perón en el gobierno, resistieron su política populista y lo consideraron un
Presidente autoritario. Tuvo amplia mayoría en el Congreso y promovió la reforma de la Constitución
Nacional en 1949, incorporando en ella los derechos de los trabajadores y minorías, y haciendo posible
la reelección presidencial, gracias a lo cual pudo llegar a ocupar la presidencia por segunda vez.
Perón, aprovechando su apoyo popular, trató de hacer una revolución desde el poder, iniciando
vigorosas reformas sociales y económicas, guiado por su lema de defensa de la justicia social, la
soberanía nacional y la igualdad económica (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 44-9).
Siguiendo este ideal igualitario, que él definía como de inspiración cristiana, Perón buscó nivelar las
clases sociales. Luego de organizar al proletariado, para darle un papel protagónico en la vida política
nacional, Perón le quitó al rico para darle al pobre, sentando a capitalistas y empresarios en mesas
paritarias frente a los líderes de los trabajadores, para negociar condiciones más justas de trabajo e
ingresos. Apoyado en sus planes quinquenales, Perón quiso alcanzar una transformación económica
duradera y permanente del país. El golpe militar reaccionario de 1955 interrumpió este proceso.
Dentro de esta nueva modalidad y era política que inauguró Perón en la Argentina adquirió
protagonismo la nueva clase trabajadora urbana, formada por los campesinos pobres desplazados a las
ciudades, y por los inmigrantes e hijos de inmigrantes llegados al país en los últimos 50 años. Perón
agrupó y dio identidad a este sector que respondió activamente a sus consignas políticas, lo apoyó
durante toda su gestión y se organizó contra el régimen militar que lo derrocó en 1955, participando
en el movimiento de resistencia popular que acabó trayendo otra vez a Perón al poder en 1973, como
Presidente de la República por tercera vez.
Durante la primera y segunda presidencia apoyaron a Perón los sindicatos de trabajadores, un sector
del empresariado, grupos moderados nacionalistas de clase media e intelectuales disidentes, como
los militantes de FORJA: Scalabrini Ortiz, Jauretche y Manzi, sectores importantes de la Iglesia, una
gran parte del Ejército, y una mayoría de las mujeres que Evita organizó políticamente y aportaron un
sesenta por ciento del voto femenino en las elecciones de 1952.
El espectro político antiperonista era amplio: los conservadores, el Partido Radical, los socialistas y
comunistas, los democristianos. La clase alta, la clase media, los profesionales e intelectuales liberales,
los artistas, los estudiantes universitarios, en su mayor parte se opusieron al Peronismo, al que vieron
como un movimiento dictatorial, demagógico, autoritario, de tendencia fascista (Buchrucker 3-16).
Esto cambió luego del derrocamiento de Perón, en que se realinearon los campos sociales, después
del fracaso de la política golpista, que proscribió al Peronismo, sus ideas y sus líderes. Los sectores de
izquierda y el Radicalismo modificaron paulatinamente su posición sobre el sentido y el carácter del
Peronismo, y su papel histórico. Fue dentro de este rico contexto histórico que surgió y actuó Evita.
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Perón demostró ser un individuo independiente y osado. No era un militar al que le resultara fácil
someterse a la voluntad de los demás. Su elección de Eva, a la que doblaba en edad y sobre la que
pesaba el estigma social con que la alta sociedad mira a las actrices, fue un acto de desafío a la clase
política nacional y al Ejército. También fue provocativa su política populista y su relación pública
simbiótica con las masas populares, en fiestas cívicas que irritaban a los partidos políticos nacionales,
y les recordaban los grandes actos públicos que habían tenido lugar hacía pocos años en Europa, bajo
los regímenes autoritarios de Mussolini y Hitler. La oposición democrática que se enfrentó a Perón
en la campaña presidencial aprovechó el fantasma del totalitarismo, vivo en el recuerdo local ante los
eventos ocurridos en Europa, para acusarlo de filofascista (Page, Perón 139-42).
12
Dijo Perón a T. E. Martínez en 1970: “La acción de Eva fue ante todo social: ésa es la misión de
la mujer. En lo político, se redujo a organizar la rama femenina del Partido Peronista. Dentro del
movimiento, yo tuve la conducción del conjunto; ella, la de los sectores femenino y social. Le dejé
absoluta libertad en ese terreno: era mi conducta con todos los dirigentes” (“Las memorias de Puerta
de Hierro” 52).
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Dice Perón: “Un conductor debe imitar a la naturaleza, o a Dios…Dios actúa a través de la Providencia.
Ese fue el papel de Eva: el de la Providencia. Primero, el conductor se hace ver: es la base para que lo
conozcan; luego se hace conocer: es la base para que lo obedezcan; finalmente se hace obedecer: es la
base para que llegue a ser hasta infalible” (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 51).
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pobre, que no tenía, y era casi una burla de los explotadores hacia los
explotados; la ayuda social, en cambio, en palabras de Eva, “…es la
exteriorización del deber colectivo de los que trabajan, de cualquier
procedencia o clase social, con respecto a los que no pueden trabajar”
(Evita T. I: 450). La ayuda social era más digna porque la brindaba un
trabajador a otro trabajador desvalido. Eva solicitaba preferentemente
apoyo económico de los trabajadores para llevar a cabo su notable obra
en la Fundación de Ayuda Social. Construyó hogares para mujeres, para
ancianos, para niños, hospitales, policlínicos, urbanizaciones obreras.
Mediante su habilidosa intercesión y capacidad de convocatoria,
logró que los sindicatos destinaran parte de los aportes que recibían
de sus miembros a la Fundación. Gracias a estos fondos pudo reunir
importantes capitales, que se transformaron en inmediatas obras
sociales de asistencia a sectores carenciados de la sociedad.
El trabajo con la Fundación la puso en contacto directo con las
necesidades de la población. Ella asumió su labor como un deber casi
religioso, ganándose el afecto del pueblo. Su obra de asistencia social
contribuyó muchísimo a modelar su imagen pública como abanderada
de los humildes, defensora de los pobres y mujer providencial.
A través de la Fundación, Eva practicó un tipo de asistencia social
que, afirmaba ella, no hacía distinción de sexo, raza, religión, origen
y bandería política. La política social del Peronismo había nacido
cuando Perón ocupaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, y Evita
continuó su obra desde ese mismo espacio durante su presidencia.
Perón, como Presidente, no podía gobernar sólo para un sector, tenía
que gobernar para todos, aun cuando centrara su base política en el
movimiento obrero organizado, que constituía la columna vertebral
del Peronismo, y sería el sector más combativo durante los años de la
Resistencia, luego de su caída.
Eva ayudó a Perón a mantener relaciones fluidas con el movimiento
obrero, poniéndose en contacto con las agrupaciones gremiales,
y transformándose en intermediaria entre los gremios y Perón,
operando en funciones casi ministeriales. Si el trabajo en la Fundación
le dio prestigio y visibilidad, su labor sindical fue fundamental para el
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La recopilación de Sergio Olguín, Perón Vuelve. Cuentos sobre el peronismo, es un testimonio involuntario de la
pobreza del corpus, que selecciona obras menores de los autores, como el cuento paródico “La fiesta del monstruo” de
Borges y Bioy Casares, y obras que emplean un lenguaje indirecto y alusivo para hablar del presente, como el cuento
fantástico “Casa tomada” de Cortázar, cuya relación con el mundo político peronista es discutible. En todo caso
“Casa tomada” de Cortázar y “Cabecita negra” de Rosenmacher, pudieran ser ejemplos de los temores y ansiedades
que el populismo provocó en la clase media. El único cuento destacado de la colección que para mí logra reflejar
de forma rica y compleja el efecto que el personaje de Eva Perón tuvo en el Ejército que derrocó a Perón, desatando
consecuencias imprevisibles, es “Esa mujer” de Rodolfo Walsh.
15
La literatura culta ha estado siempre en manos de un sector social determinado. En el caso argentino, desde el
comienzo de nuestra vida independiente, la burguesía urbana monopolizó la producción cultural, y los escritores
en su mayor parte provinieron de sectores sociales identificados con las ideas liberales. La ideología de la burguesía
liberal ha sido universalizante e imperialista: sus intelectuales crearon conceptos como los de civilización y barbarie
para justificar su derecho a invadir, someter y explotar el trabajo y las riquezas de otros pueblos. El Peronismo, siendo
un movimiento político popular y obrero, fue rechazado por la burguesía liberal. Fue marginado por el sector letrado
y quedó sin una representación cultural capaz de crear obras que pudieran competir por sus logros y calidad artística
con las grandes obras de la cultura liberal burguesa.
La literatura hispanoamericana ha defendido a lo largo de su historia sus intereses de clase y ha tenido sus géneros
europeos predilectos. Fueron los colonizadores los que trajeron la literatura a América, que se afincó más en los
centros urbanos blancos y mestizos, y menos en los sectores rurales indígenas. Los colonos poco se interesaron en
el arte indígena, y no procuraron incorporar sus expresiones artísticas al arte colonial. La iglesia procedió de otro
modo, y fue una institución esencial en la integración del indígena y el criollo a América. La iglesia llegó a todos
los sectores sociales, y el indígena y el campesino pudieron entrar en la sociedad colonial a través de la religión. La
iglesia tuvo un papel político y cultural importante desde la colonia, lo cual explica el fervor religioso en los países
y regiones con gran población indígena, como México y Perú, Bolivia, el Noroeste argentino, religiosidad que el
pensamiento liberal erróneamente interpretó como barbarie.
La literatura liberal burguesa no reflejó en sus obras el punto de vista del populismo de Rosas, ni el de Yrigoyen, ni
el de Perón. Escribieron obras contra los caudillos populistas, atacándolos, demonizándolos, y en ellas la burguesía
liberal mostró su odio y su desprecio hacia las clases consideradas inferiores.
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En América fue necesario modificar los géneros literarios europeos más prestigiosos– la poesía, la novela - para
abarcar la experiencia americana. Su literatura acogió géneros extraliterarios – el ensayo interpretativo y la crónica
histórica - que son considerados parte de su literatura, y registraron todo: la conquista, los genocidios, las luchas
coloniales, la gesta de la independencia. Estos géneros extraliterarios se integraron a los géneros literarios europeos
importados a los enclaves coloniales americanos, y nuestras grandes obras literarias de ficción insertaron el ensayo
y la crónica para generar la novela-crónica, la novela-ensayo, la poesía-crónica, y otros géneros derivados de ese
proceso de fusión. También los historiadores, pensadores y periodistas, fascinados por la ficción, se desplazaron
hacia la literatura para crear la crónica novelada, el cine documental, la historia novelada y la biografía. De este
movimiento salieron obras como las de Sarmiento, Mansilla, José Hernández y Rodolfo Walsh, y las obras de Sábato,
Borges y Piglia. Este ha sido el aporte más importante de América a la literatura heredada de los amos imperialistas.
En América ha madurado y sigue madurando una literatura que transforma la literatura europea heredada.
Hay disciplinas de la cultura europea, como la filosofía académica, que no se desarrollaron bien ni arraigaron en
América, pero otras tienen una dinámica nueva. En Argentina son tres: la literatura, la historia y la política. Estas
tres disciplinas forman la matriz de nuestra cultura. En el siglo veinte debemos agregar a estas tres la psicología y la
sociología. Son la base de nuestra cultura nacional que seguirá evolucionando con el tiempo, y a partir de esta matriz
los escritores y artistas crearán grandes obras.
16
La literatura culta ha estado en manos de un sector social y han quedado fuera de la literatura otros sectores,
particularmente los sectores no letrados. Esos sectores se han expresado de otro modo: mediante las artes populares,
la danza, el canto. También con el juego. El pueblo no lee novelas burguesas, pero juega y asiste a los juegos y
espectáculos deportivos, sobre todo al fútbol, pasión popular. En el siglo XIX amaba las carreras de caballos, y en el
XX parte de esa pasión pasó al automovilismo, el amor a los “fierros”.
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Eva se refería a sus logros con la Fundación en casi todos sus discursos, aclarando que la ayuda
social era ayuda del pueblo al pueblo, que se ayudaba a sí mismo, liberándose, y ella solo era el puente
que transmitía esa ayuda. Esa Fundación era parte integral de la concepción de justicia social sobre
la que se basaba el Peronismo. Era una ayuda distinta a la beneficencia que practicaban los ricos en el
pasado: no era ayuda de una clase explotadora a otra explotada, sino de asistencia que les daban los que
trabajan a los que no trabajaban, o estaban en un estado calamitoso de necesidad (Evita T. II: 176-83).
Ella no era más que la intermediaria legítima en ese proceso entre Perón y los “descamisados”, por ser
ella misma pueblo y, por lo tanto, estar autorizada a ayudar a sus iguales.
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Yo no he visto sino por excepción entre los altos dignatarios del clero
generosidad y amor…En ellos simplemente he visto mezquinos
y egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio…No
les reprocho haberlo combatido sordamente a Perón, desde sus
conciliábulos con la oligarquía…Les reprocho haber abandonado a los
pobres; a los humildes, a los descamisados…a los enfermos…y haber
preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les
reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de las turbas…
Yo soy y me siento cristiana…porque soy católica…pero no comprendo
que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio…
El clero de los nuevos tiempos…tiene que convertirse al cristianismo…
viviendo con el pueblo, sufriendo con el pueblo…sintiendo con el pueblo.
Mi mensaje 55-6
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Bibliografía citada
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pileta, y le pidió las manos. Le dijo: “Lisandro, Eisejuaz, tus manos son
mías, dámelas” (Gallardo 19). La autora no explica qué significa “dar
las manos” a Dios, pero el lector puede imaginar que es entregarse
incondicionalmente a su voluntad, para que ese Dios actúe a través de
él. Eisejuaz preguntó qué era lo que debía hacer, y el Señor le respondió
que antes del “último tramo” le iba a decir.
Más tarde llegó una lagartija con un mensaje, y le dijo: “Te va a
comprar el Señor...le vas a dar las manos...El Señor es único, solo,
nunca nació, no muere nunca” (Gallardo 20). Eisejuaz asintió, él estaba
dispuesto a obedecer e iba a darle las manos cuando llegará el último
tramo de su camino.
El Paqui, el enviado del Señor, aparece mucho tiempo después.
Habían transcurrido casi veinte años desde la primera revelación.
Eisejuaz iba a cumplir 35 años y vivía su vida en total obediencia hacia
su Dios, esperando una señal de este.
El mundo de Eisejuaz era un universo mágico y sagrado, en
armonía con las criaturas de su suelo, con las que aceptaba compartir
la existencia, y consideraba sus iguales. La palabra de su Dios le
llegaba a través de objetos y animales. En momentos determinados,
sin esperarlo, podía recibir su palabra, su revelación. En ese mundo,
el blanco, cuando aparece, es un intruso. Lo que conoce del mundo
Eisejuaz está al servicio de su misión divina. Ese objetivo es lo que da
sentido a su vida. Eisejuaz es un elegido, al que Dios le habló y le pidió
sus manos.
Es un hombre muy fuerte, capaz de levantar con sus brazos pesadas
vigas. Su madre le dijo que él había nacido para jefe. Cuando llegó el
Paqui, Eisejuaz lo aceptó; comprendió que era el enviado de su Dios,
al que había estado aguardando. Paqui es un hombre de la ciudad, y
Eisejuaz, para él, es un indio, un salvaje. No le inspira respeto. Para
Kusch, el blanco, en América, utiliza las instituciones europeas para
protegerse y separarse de lo indígena, de lo no occidental. Tiene hábitos
de vida pulcros, practica un formalismo y aislamiento compulsivos,
que tienen algo de ritual y lo separan del hombre nativo de América.
Importa del exterior la cultura occidental, causalista, moderna, y
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cura a los enfermos y hace andar a los paralíticos. El Paqui yace entre
mantas encima de un camión. Cuando ve a Eisejuaz se asusta y grita,
dice que este lo quiere matar.
Eisejuaz deja el pueblo y se va al monte. Hace penitencia por
nueve días, habla con el Señor. El río empieza a crecer y la gente tiene
miedo. El agua entra en las casas y llega al cementerio, los cajones
de los muertos flotan por las calles. El Paqui abandona el lugar, se
va a otros pueblos. Llega el frío y muchos mueren, indios y blancos.
Se pierde la cosecha. Aparece la muchacha mataca, enamorada de
Eisejuaz. Trae con ella un niño mellizo que le regalaron. Eisejuaz
construye una casa para ellos.
Tiempo después, al amanecer, llega el Paqui a la puerta de la casa.
Eisejuaz va a un sitio cubierto de barro que dejó la creciente del río
al retirarse y prepara allí un lugar sagrado. Invoca a Ayó y le pide
consejo. Ayó se aparece cubierto por una piel de jabalí y le dice
que vuelva al pueblo, porque los ángeles mensajeros han ido a
buscarlos a los dos. Eisejuaz siente que “el dorado” y “el camión
blanco” lo llaman por su nombre. Vuelve adonde está la muchacha,
junto al niño mellizo. Una mujer le ha traído una pala de regalo.
El Paqui se enferma y grita que se está muriendo. Una vieja de
una tribu enemiga chahuanca les había traído huevos de sapo
rococó envenenado. El Paqui y Eisejuaz los comieron. El Paqui cae
muerto. Eisejuaz comprende que su Dios lo está llamando, ha llegado
su hora. Ve al espíritu de Quiyiye o Lucía Suárez, su compañera
muerta.
Eisejuaz llama a la muchacha mataca, la “Mensajera del Señor”,
le dice que ha visto a aquel que será su marido y que juntos deben
criar al niño mellizo Felix Monte. Cava un pozo con la pala y le pide
que al expirar lo entierre junto al Paqui, y bautiza el lugar,
diciendo: “Este lugar y estas casas se llaman ahora Lo Que Está
y Es...Y sepan que Agua Que Corre es inmortal y los seguirá
siempre”. “Agua Que Corre” es el espíritu de Eisejuaz. Este muere.
Su espíritu se eleva, mientras su carne vuelve al barro. Concluye la
novela: “Agua Que Corre se levantó, y una alegría lo llenó, y lo pintó
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La utopía indigenista
de César Aira
César Aira (Coronel Pringles 1949 - ) concluyó Ema, la cautiva en
1978 y la publicó tres años más tarde, en 1981. Había terminado su
obra anterior, Moreira, en 1972. A partir de 1978 la producción de Aira
se volvió más prolífica. De 1978 a 1984 escribió cinco novelas. En 1987
terminó cuatro más, entre ellas La liebre, que salió publicada en 1991.
En las novelas Ema, la cautiva y La liebre, Aira nos presentó una visión
utópica de las culturas indígenas. ¿Cómo son estas utopías? ¿Qué ideas
proponen? En mi trabajo responderé a estas preguntas.
Aira nació en 1949 en el pueblo (hoy una pequeña ciudad de algo
más de 20.000 habitantes) de Coronel Pringles, situado a 500 km al
sudeste de la Capital Federal, en la provincia de Buenos Aires, cerca
de las sierras de Pillahuincó. Vivió en el pueblo durante su niñez y
adolescencia y a los diez y ocho años se fue a vivir al barrio de Flores
de la ciudad de Buenos Aires, donde se encuentra aún residiendo.
Jamás olvidó su procedencia pueblerina y el mundo rural donde creció.
Ambientó varias de sus narraciones en Coronel Pringles y en la zona
del sudoeste de la provincia de Buenos Aires.
Se formó como escritor en los años sesenta. Criticó al realismo
y abrazó las ideas de las neo-vanguardias (Contreras 16-9).
Privilegió en sus narraciones la invención, que para él debía ser
radical. En un ensayo de 1988 explicó que centraba su literatura
en el “procedimiento” (“La nueva escritura”). Se valía de recursos
formales originales. Inventaba constantemente. No podía permitir
que su narrativa se “profesionalizara”. Desnaturalizaba la historia
y la sicología de los personajes, proponía una historia otra, ajena,
extraña. Sus relatos, o fábulas, o novelas, crean un mundo con sus
propias reglas y expectativas.
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cuerpo. Algo dentro de ellos los impele a actuar así. Se unen a las tropas
Huilliches. Sus caciques confían en Clarke y le piden que sea el jefe y
dirija la guerra. Comienza el ataque. Clarke utiliza la táctica de la Gran
Sinusoide, un movimiento envolvente y continuo. Durante la batalla
ejecuta con todos sus guerreros una amplia “maniobra disuasoria”, con
muy pocas víctimas, durante dos días (263). Por la noche, mientras
descansa, tiene una visión: se le aparece su doble, vestido de inglés.
Se duerme. Cuando despierta, la batalla había terminado. Carlos le
dice que el triunfo fue absoluto y él es un héroe. Clarke comprenderá
después que el inglés que había venido a visitarlo por la noche era
en realidad su hermano indígena gemelo Namuncurá. Fue él quien
dirigió la batalla final. Su doble había sido real.
En la última parte de la novela, Clarke y Carlos deciden acompañar
a Gauna a la Sierra de la Ventana. Este buscaba a su media-hermana.
La Viuda de Rondeau iba a recibir allí una supuesta gema de un
desconocido mapuche. Gauna quiere hablar con ella. Allí, en la Sierra
de la Ventana, es donde ocurrirá el encuentro y el reconocimiento
definitivo: cada personaje conocerá su verdadera identidad. Clarke,
el inglés, descubre que es un indígena mapuche, hijo de Cafulcurá;
Carlos es su hijo; Iñuy, que acaba de dar a luz mellizos, es su hija;
la feroz Viuda del cacique Rondeau es Rossanna, media-hermana
de Gauna, que había sido amante de Clarke. Clarke se reúne con
Cafulcurá y Juana Pitiley, su padre y su madre, y con su hermano
gemelo, Namuncurá.
Aira inserta varios relatos en la narración general a lo largo de la
novela: la historia de la liebre legibreriana, la historia de la adopción de
Clarke, la historia de Carlos, la historia de amor de Clarke y Rossanna,
la historia de Cafulcurá y Juana Pitiley. Crea una estructura narrativa
compleja, un “dispositivo” formal. Trata de demostrar al lector que es
un escritor vanguardista que lucha por innovar constantemente. Aira
justifica y explica su propósito en un artículo iluminador suyo sobre
el arte de novelar. Allí dice expresamente que la diferencia entre la
novela comercial y la novela artística moderna vanguardista radica
precisamente en la habilidad y el talento de los artistas para inventar un
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Mansilla no se propuso escribir un libro de viajes convencional, ni una simple
memoria de su misión a los toldos ranqueles. Se sabía escritor, y su excelencia
narrativa queda demostrada en sus «cuentos de fogón» incluidos y todas las historias
de gauchos alzados y de cautivas. Era un hombre de ávidas lecturas, actualizado en
todo lo que se publicaba en Francia, y había viajado por Asia y Europa cuando
sólo contaba diecisiete años. Su decisión de escribir «cartas» sobre su «excursión»
muestra su deseo de emplear un punto de vista personal valiéndose de un género
menor. El término «excursión» significa «paseo’’ y también «entrada con gente
armada en país enemigo», pero va a territorio ranquel prácticamente desarmado
y acompañado de una pequeña comitiva.
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Estas obras parecen responder a interrogantes inagotables, según las múltiples
lecturas de comentadores y críticos. Una excursión… ha merecido menos atención
de la crítica que las otras dos mencionadas.
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En el género novela ya contábamos en esa época con una gran obra nacional, la novela histórica
Amalia, 1851, de José Mármol. La novela, la poesía lírica y el drama seguían siendo en Europa los géneros
considerados más representativos y renovados y, por lo tanto, era 1ógico pensar que un pueblo como
el argentino, cuyas élites cultas asumían la superioridad del pensamiento europeo (y eurocéntrico) y la
supremacía de la cultura europea, adoptaran esas grandes formas literarias, de notable tradición desde
la antigüedad (con la excepción de la novela, género moderno). Esteban Echeverría y el mismo José
Mármol, buenos poetas románticos, crearon una destacada poesía de temas populares en lengua culta.
El desarrollo del drama se habría de hacer esperar bastante tiempo, y sólo a fines de siglo se forma una
escena nacional autónoma.
Fue en esa dirección que evolucionó nuestra literatura en el siglo XX, con el paulatino logro de obras
“internacionales”, reconocidas dentro de los géneros y las formas apreciadas en el mundo influenciado
por la cultura europea: el cuento, la novela, el teatro, la lírica. Basta nombrar a L. Lugones. J. L. Borges.
J. Cortázar y la prestigiosa cultura teatral de Buenos Aires, para darnos cuenta del reconocimiento
logrado por la literatura Argentina en Latinoamérica y en el mundo.
21
En otro artículo he estudiado el peso de la tradición literaria colonial en las letras argentinas del siglo
XIX (Pérez, “El imaginario de la República en el Río de la Plata” 9-26).
22
Aquí no nos queda sino reflexionar que la vida militar y política de Lucio V. Mansilla hubiera sido
muy distinta si su tío, el dictador Rosas, no hubiera caído del poder en l852, cuando Lucio tenía 20 años
y estaba en condiciones de empezar su propia carrera militar y política. Su padre, el General Mansilla,
era Jefe del Estado Mayor y, seguramente, Lucio, de excepcional preparación e inteligencia, hubiera
ocupado puestos importantes en el entorno rosista y se le hubiera asignado su cuota de poder. Por otro
lado, caído Rosas, la sombra del Dictador proyectó sobre la familia de los Mansilla la desconfianza
política, que persiguió a Lucio a lo largo de su carrera y lo hizo fácil víctima de sus enemigos (Popolizio
127-130). El carácter disipado y juguetón de Lucio, sus excentricidades y su gusto por el escándalo,
hicieron poco por cambiar esa mala imagen familiar.
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No debemos olvidar en esta lista la hoy admirada breve narración de Echeverría, “El matadero”
(que condena y demoniza, desde la perspectiva liberal, la política popular de Rosas). No fue publicada
en vida del autor, quizá porque la considerara demasiado desprolija e improvisada, a diferencia de su
poema La cautiva, que tanto nombre le había dado en los círculos cultos. Lo cual no significa que no
estuviera consciente de sus méritos (Ramos 144)
Sarmiento, el autor de Facundo, defensor de los valores de la civilización y de la cultura europea en
Argentina, fue un escritor personal, inventivo y anárquico. Se sabía periodista de raza. Escogía, según
su voluntad, tanto el contenido de sus escritos como la forma.
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La prosa informativa y descriptiva, característica del informe militar, contaba con una activa matriz escrituraria
americana, productiva desde los tiempos de la Conquista, que incidió en el desarrollo de la prosa literaria (basta
pensar en las escritos de Cortés, Ulrico Schmidel, etc.). No en vano la Conquista se hizo bajo los signos de la Cruz y
la Espada. La Iglesia, dada la educación de sus miembros y el papel que cumplieron en la enseñanza, también ejerció
un liderazgo cultural excepcional, de gran incidencia en lo escriturario.
Las experiencias de la vida social durante la Independencia y las guerras civiles, cuando sectores mayoritarios
de la población masculina se vieron obligados a participar en empresas militares, fueron muy importantes en la
conformación del imaginario nacional. Participaron en estas guerras tanto el pueblo campesino como las clases
urbanas educadas, de donde saldrían las oficiales y eventualmente los escritores de informes militares y memorias,
así como de historias y novelas. Bastaría sólo mencionar las nombres de Bartolomé Mitre y Lucio V. Mansilla para
comprender la trascendencia que tuvieron estos militares en la cultura periodística, literaria y política del país.
25
Esto marca un momento álgido en su enemistad con el poderoso General Gelly y Obes que lo consideraba un
traidor. El General escribe a su esposa una carta, donde dice: “Dan náuseas ver y leer las cosas que se escriben sobre
el teatro de la guerra como se titulan estas cosas y entre ellas, en primera línea las que escribe Mansilla a quien yo he
dicho por varias veces y en presencia de varios que es un traidor y que si fuese general en jefe, no escribía o dejaba de
mandar cuerpo en el ejército. Todo lo echa a la chacota y a la broma, siguiendo cada vez más insensato en su modo
de apreciar los sucesos y nuestras cosas. Es tal la manía de escribir para la prensa, que para mí es la causa primordial
del desquicio y anarquía en que vivimos” (Popolizio 134).
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Recordemos que Mansilla, como lo había sido antes su padre - Jefe del Estado Mayor de Rosas y héroe de la Vuelta
de Obligado, donde luchó contra la escuadra Anglo-francesa - era militar de carrera, y había revistado a partir de
1868 como Comandante de la línea de fronteras Córdoba-San Luis-Mendoza, con asiento en Río Cuarto, donde hizo
un tratado con los Ranqueles, que después motivó su excursión a territorio indio. Sarmiento lo ataca, como ya lo
indiqué, al regresar de la misma. Mansilla fue dado de baja del Ejército y se encontraba sin trabajo militar al escribir
estas cartas.
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En principio, Mansilla había concertado el tratado con los Ranqueles sin el consentimiento del Gobierno Nacional.
El Gobierno lo enmienda y Mansilla propone hacer una excursión pacífica a los indios para negociar con ellos las
reformas. Se le niega el permiso, Mansilla va de todas maneras, y la autorización para ir finalmente arriba cuando ya
la expedición ha salido (Guglielmini 90).
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De estos episodios uno muy cómico lo cuenta el mismo Mansilla en sus Causeries: al regresar de su largo viaje,
Rosas le fuerza a comer, burlándose y haciéndose el que no entendía, varios platos de arroz con leche (Popolizio
70-72).
Mansilla, durante la Guerra contra el Paraguay, siendo Jefe del 12 de Línea, vestía una capa colorada traída del
África, y se paseaba por encima del parapeto de las trincheras, desafiando a los tiradores enemigos. Dándoles la
espalda, se agachaba exhibiendo su parte posterior y los observaba por debajo de sus piernas, burlándose de ellos,
ante la fascinación y la diversión de sus soldados (Guglielmini 86).
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La fuerza del débil. Competía con los indios empleando sus mismas
armas sicológicas - la desconfianza y la simulación - y en su terreno.
Los padrecitos franciscanos de la expedición hacían lo posible
por acercarse espiritualmente a los indios y comunicarles su fe. Los
Ranqueles también eran débiles, como lo expresaron los caciques
varias veces: eran pobres y no les habían enseñado a trabajar. No
tenía los medios suficientes para defenderse de sus enemigos. Las
tribus estaban en lenta retirada hacia tierras cada vez más secas y más
inhóspitas, por la presión colonizadora del blanco.
Mansilla describe las costumbres y hábitos de vida de la cultura
ranquel. Muchos de éstos resultaban grotescos desde el punto de vista
del blanco. Muestra la actitud responsable que existe en esa sociedad
entre gobernantes y gobernados (igualdad y libertad que, a su juicio,
no existía en la sociedad cristiana, especialmente estando Sarmiento
de Presidente).
La cultura ranquel que presenta Mansilla es limitada e imperfecta.
Describe sus defectos y sus logros. Desde nuestra perspectiva lógica
resulta contradictoria. Los indios son crueles, se emborrachan y se
vuelven violentos bajo el efecto del alcohol, esclavizan a las cautivas,
matan a las ancianas que creen “engualichadas”. Muchas de sus
conductas sociales benefician la convivencia: respetan la autoridad
de los viejos, obedecen al cacique (que asigna enorme importancia
a su función pública, pensando constantemente en sus gobernados
y sufriendo la misma pobreza de medios que ellos), protegen a los
perseguidos políticos de los cristianos (los gauchos federales, que
viven como iguales al refugiarse en un toldo, sin otra obligación que
salir a malón cuando llega el momento, como un indio más). La vida
parlamentaria y política de los Ranqueles es desarrollada y compleja, y
sumamente efectiva: el autor describe el apego a las formas y fórmulas
parlamentarias, y la tradición que respalda la vida política de los
Ranqueles.
La sociedad ranquel ha cambiado sus pautas de comportamiento,
como consecuencia de la proximidad de la civilización cristiana, y de
la guerra. Se encuentra en un avanzado estado de transculturación.
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Guglielmini lo describe como lector insaciable desde su primera juventud, y atribuye las fuentes principales de su
pensamiento a los moralista clásicos franceses: La Bruyere. La Rochefoucald, Montaigne (83).
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Sostiene Mansilla que las lecturas de Sarmiento parecían haber sido muchas, pero en realidad no lo eran; que
amaba la educación y era inculto, y lo califica de “adivino de epígrafes” (Guglielmini 95). Aunque se sabe que el
sanjuanino nunca recibió una educación sistemática ni esmerada, el retrato es exagerado: Mansilla tenía sobradas
razones para sentir despecho y resentimiento contra Sarmiento, a quien había apoyado en su candidatura a la
Presidencia, sin que este le retribuyera favor alguno, y aún más aceptara aplicarle duras reprimendas.
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Sarmiento, en Educación popular, 1849, dice: ‘’ ... es un hecho fatal que los hijos sigan las tradiciones de los padres,
y que el cambio de civilización, de instintos y de ideas no se haga sino por el cambio de razas. ¿Qué porvenir aguarda
a Méjico, a Perú, Bolivia y otros Estados sudamericanos que tienen aún vivas en sus entrañas como no digerido
alimento, las razas salvajes o bárbaras indígenas que absorbió la colonización...?” (lbarra 54).
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Uno de los argumentos que Mansilla utiliza en la asamblea con los Ranqueles para convencerlos de su buena fe es
que él no puede engañarlos porque es igual a ellos y son todos argentinos (305).
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navegó con sus hombres por el río Paraná aguas arriba, luego siguieron
por el río Paraguay. Finalmente desembarcaron y atravesaron valles y
montañas hasta llegar al Perú. Allí llegaron a una ciudad y los recibió
un gran señor rico y poderoso. El Capitán les dijo que iban en nombre
de un rey muy generoso. El señor los colmó de plata y oro y les dio
una escolta de indios para que los acompañaran de regreso. Cuando
llegaron a Santi Espíritu lo encontraron destruido. Regresaron hacia el
oeste con su tesoro y arribaron a la cordillera, desde la cual divisaron
los dos mares y el Estrecho de Magallanes. Ruy Díaz especula que
uno de los mares que vieron era seguramente un lago (107). En este
relato el Capitán César busca y encuentra un tesoro fabuloso, que
era lo que todos deseaban. Los indígenas lo reciben con grandes
honores, lo colman de oro y le dan una escolta para acompañarlo a
su regreso como a un príncipe. Este era el sueño secreto de cada uno
de los soldados: enriquecerse rápidamente y regresar como un señor
poderoso. La realidad a la que se enfrentaban, sin embargo, era muy
distinta. Debían luchar constantemente y afrontaban todo tipo de
peligros. Vivían en el Río de la Plata, donde no había oro ni podían
amasar fácilmente grandes fortunas.
El último relato, el de la Maldonada, aparece en los capítulos doce
y trece de la primera parte. Cuenta la historia de una mujer española
que estaba en Buenos Aires en momentos en que se desató una gran
hambruna, y pasaron todos tanta necesidad que se comían entre ellos.
Ante esa situación la mujer decidió salir del fuerte sola e irse de allí.
Anduvo durante varias horas. Cuando se acercaba la noche vio una
cueva y se metió en ella para dormir. Dentro encontró a una leona que
estaba próxima a parir. La leona se abalanzó hacia ella para atacarla
pero, al verla sola e indefensa, el animal retrocedió. Durante el parto la
mujer la ayudó a que nacieran sus dos cachorros. La leona, agradecida,
compartía con ella la carne que traía de la caza. Un tiempo después
los indios de la zona encontraron a la mujer y se la llevaron. Uno de
ellos la tomó como concubina. Tiempo más tarde apareció en el área
de Buenos Aires una plaga de leones. Un capitán salió a recorrer la
zona y reconoció bajo un árbol a la Maldonada. La llevo al fuerte
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de Mendoza, que venía del Brasil. Le pide que junto a Salazar vaya a
explorar el río Paraná y el Paraguay. Continúa su viaje, pero muere en
el mar antes de llegar.
Gonzalo de Mendoza y Salazar navegan por el Paraná. Llegan a la
confluencia de los ríos, donde los indígenas los hostigan. Siguen por
el río Paraguay, arriban a un paraje que parece ser un buen puerto
y el Capitán Juan de Salazar decide construir allí un fuerte, base de
lo que luego sería la ciudad de Asunción. Salazar deja allí a Gonzalo
de Mendoza y regresa a Buenos Aires. Una vez en la ciudad invita a
una cantidad importante de funcionarios a ir a Asunción. Encuentra a
Domingo Martínez de Irala, que regresaba de una excursión río arriba
por el Paraguay. Irala tenía problemas con el cruel Capitán Francisco
Ruiz, el personaje del episodio de la Maldonada; Ruiz lo hace apresar,
pero luego lo libera. Lo acusa de tratar de ocupar su lugar. Se desarrolla
entre los dos una guerra de intrigas en la que vence Irala.
Ruy Díaz denuncia los crímenes que comete Ruiz. Después de su
regreso a Buenos Aires, este, por sospechas infundadas, mandó atacar
y matar a una gran cantidad de indios. Les robó sus mujeres y niños,
que repartió como botín entre sus soldados. Esta acción arbitraria
del Capitán Ruiz desató una guerra con los nativos de la zona, que
atacaron el fuerte en tal cantidad que los españoles estuvieron a punto
de perecer. Durante la batalla, sin embargo, una aparición celestial
salvó la situación: vieron a San Blas, patrono de la conquista, vestido
de blanco y armado con una espada. Estimulados por la visión, los
soldados reaccionaron y contraatacaron, matando a una gran cantidad
de indios (133).
Durante el resto del primer libro, Ruy Díaz relata las luchas
entre soldados e indígenas con todo el detalle que puede. El General
Juan de Ayolas que, a la muerte del Adelantado Mendoza, como su
Teniente, había recibido el mando, va en una excursión al fuerte de
La Candelaria, con la misión de explorar las islas. Ayolas no regresa
en el tiempo esperado y el Capitán Irala, que lo seguía en la sucesión
de mando, parte a su vez para averiguar qué había pasado. Durante
el viaje los indígenas atacan a Irala. Se entabla una ruda batalla, con
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Conquista espiritual:
contradiscurso y resistencia
El padre Antonio Ruiz de Montoya (Lima 1585-1652) publicó su
Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en
las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape en Madrid en 1639.
Además de escribir su Conquista espiritual, como hoy se conoce a esta
obra, durante su estadía en esa ciudad pudo revisar y publicar su Tesoro
de la lengua guaraní (1639), su Arte y vocabulario de la lengua guaraní
(1640) y su Catecismo de la lengua guaraní (1640), fruto de sus estudios
sobre la lengua indígena y su trabajo misionero, realizados durante los
más de veinticinco años en que había vivido con ellos (Melià 266-67). El
padre jesuita Antonio Ruiz había llegado a Madrid en 1638 y se quedaría
en la península hasta 1643. Fue allá con el objetivo de defender la labor
de su orden religiosa en las misiones y peticionar ante la Corte.
El proceso de evangelización de los guaraníes en el Paraguay había
comenzado durante el provincialato del padre Diego de Torres en
1607. El joven Antonio Ruiz, ordenado sacerdote en 1611, fue parte de
la primera camada de misioneros reclutados por el padre Torres para
realizar su tarea evangélica en la selva entre los nativos. El Gobernador
de Paraguay, Hernandarias, los apoyó. Entre 1615 y 1630 se fundaron
en el área del Guairá más de quince reducciones. Sus líderes principales
fueron el sacerdote paraguayo Roque González de Santa Cruz y el padre
Montoya (Maeder 10-2).
A partir de 1628 los sacerdotes jesuitas comenzaron a tener conflictos
con los bandeirantes portugueses, que invadían la zona en busca de
esclavos y atacaban sus misiones. En 1631 el padre Montoya protagonizó
un importante éxodo de las poblaciones indígenas hacia el sur, al actual
territorio argentino de Corrientes y Misiones, donde refundaron sus
pueblos, para poner a los guaraníes a salvo del ataque de los soldados
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Las órdenes religiosas participaron activamente en el proceso de colonización del continente. Los dominicos
comenzaron a llegar a América a partir de 1510. El padre Bartolomé de la Casas fue uno de los más fervientes defensores
de los derechos de los indios, y el primero en denunciar la crueldad y las masacres que los españoles cometían contra
los nativos (Mora Rodríguez 223-36). En el Río de la Plata tuvo un papel eminente la orden jesuita. Los primeros padres
llegaron a la zona en 1589.
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llevar a cabo una gesta heroica: con los 12.000 nativos que vivían en
estas misiones inició un largo éxodo de más de mil kilómetros hacia
el sur, para escapar de los bandeirantes. Se establecieron en el actual
territorio argentino de Corrientes y Misiones, entre los ríos Paraná
y Uruguay, y volvieron a fundar y organizar sus comunidades. Pero
la amenaza bandeirante no se detuvo y su orden decidió enviar al
padre Montoya a Madrid para peticionar al Rey el derecho a defender
sus comunidades, armando a sus habitantes. Luego de difíciles
negociaciones, el padre Montoya logró que el rey firmara un decreto, en
1640, autorizando a las misiones a tener armas de guerra e instruir a los
indios en su uso para su defensa. Debían, no obstante, pedir permiso
a la autoridad americana, el Virrey, y ponerse de acuerdo con él para
su implementación. Este hecho marcó un momento importantísimo
en el mundo social y laboral americano: significó el reconocimiento
del derecho de los indígenas a defender su libertad por medio de las
armas, a luchar, si era necesario, en una “guerra de liberación”, contra
quienes quisieran privarlos de su libertad.
El padre Montoya explica en el inicio de su Conquista espiritual a
sus lectores que él y sus compañeros fueron a vivir entre los indios y
fundaron trece misiones en medio de la mayor pobreza. Se internaron
en la selva e invitaron a los indígenas, que vivían repartidos por el
territorio en pueblos de no más de seis casas cada uno, a ir a vivir
junto a ellos. Fundaron verdaderas ciudades, en cada una de las cuales
habitaban varios miles de indios. Muy pronto los padres pudieron
expresarse con soltura en la lengua de los nativos y predicar entre
ellos y cristianizarlos. Consumían los mismos alimentos simples que
los indígenas, compuestos en su mayoría de raíces y vegetales. Los
“vecinos y moradores de las villas de San Pablo, Santos, San Vicente
y otras”, desgraciadamente, atacaron once de sus misiones e iglesias,
matando a muchos indios y llevándose a otros prisioneros. En Brasil
vendían a los cautivos como esclavos. Esto había obligado a su orden a
ir a la Corte a peticionar ante el Rey (47).
Describe cómo era el mundo paraguayo: su territorio era muy fértil,
surcado de ríos, tenía un clima tropical admirable. Los españoles
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Montoya pensaba que concebían a Dios como una unidad, lo cual acercaba
su creencia a la idea monoteísta cristiana. Sospechaba que esto se debía a
que el apóstol Santo Tomás había llegado a América hacía mucho tiempo
y dado a conocer su doctrina (Page 92-121). Más adelante en su libro
investigará esta hipótesis a fondo. Contaban solo hasta cuatro, y creían
que en el cielo vivían animales que podían comer los astros y producir
eclipses.
Tenían diversos rituales asociados a la alimentación. Cuando la mujer
paría el hombre ayunaba y se aislaba por 15 días, creyendo que esto protegía
al infante. En las guerras con otras tribus tomaban cautivos. Preparaban
después un gran banquete para bautizar a los niños del grupo. Elegían a
un individuo prisionero y lo engordaban. Le daban libertad para comer
lo que quisiera y podía tener relaciones sexuales con todas las mujeres
de la tribu que le gustaran. Llegado el momento lo sacrificaban en una
ceremonia muy solemne. Repartían trozos de su cuerpo, los cocinaban
de manera especial y comían todos juntos en una gran celebración. Les
ponían a los niños que se bautizaban el nombre del enemigo vencido.
Cuando regresaba alguno de ellos de un largo viaje, o arribaba un
huésped, lo recibían con gran llanto y muestras de dolor. Relataban las
hazañas de todos los miembros de la familia del que llegaba. Luego se
enjugaban las lágrimas y comenzaban los gritos de bienvenida.
Creían que en la muerte el alma acompañaba al cuerpo. Ponían objetos
en las sepulturas para que el alma se acomodase y estuviera a gusto. La
mujer tenía prohibido acercarse a los hombres antes de haber tenido su
primera menstruación. Cuando esta ocurría, la amortajaban, cosiéndola
en una hamaca, y luego de tres días se la entregaban a una mujer para
que la hiciera trabajar en las tareas más cansadoras. Luego de ocho días
le cortaban el pelo, le ponían cuentas de colores y le daban libertad para
estar con los hombres.
El padre Montoya pensaba que habían llegado a ellos noticias
del diluvio bíblico, al que llamaban Yporú, que quería decir gran
inundación. Los magos interpretaban el significado de los cantos
de las aves, y enterraban sapos atravesados por espinas para curar
enfermedades (80).
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hacer con los padres. Los padres estaban al tanto de lo que pasaba: unos
indios les habían avisado que querían matarlos. Otro cacique, Araraá,
que estaba en desacuerdo con Miguel, envió a varios de sus hombres
en canoas para llevarlos a su poblado, donde su gente los defendería.
Los padres se consultaron y creyeron que no debían mostrar cobardía.
Agradecieron el ofrecimiento, pero no lo aceptaron. Se confesaron y se
dispusieron a morir si llegaba el momento, poniendo su vida en manos
de dios.
El cacique Roque no estaba de acuerdo con Miguel, él quería a los
padres y los respetaba. Cuando Miguel se presentó con sus hombres
de guerra, el cacique se adelantó hacia él, lo tomó entre sus brazos, lo
levantó, lo tiró al suelo y lo humilló. Miguel regresó con sus indios a su
aldea y fue a la misión, donde se presentó ante los padres, desarmado.
Entró en la iglesia, se puso de rodillas y les pidió perdón. El padre José
lo abrazó y lo consoló.
Durante los más de veinticinco años que el padre Antonio vivió
entre los guaraníes ocurrieron numerosas confrontaciones de este tipo.
La labor de los misioneros no fue fácil. Se enfrentaban dos mundos
distintos. Los padres llevaron a los nativos su doctrina y les presentaron
su verdad religiosa. Los guaraníes resistieron. Debían conquistarlos.
Ese proceso ocurrió la mayor parte de las veces sin violencia, pero
hubo situaciones, como la referida, en que los indios recurrieron a las
armas. En esa ocasión todo terminó bien. Ellos siempre procuraron
demostrar su determinación heroica, como soldados de Cristo. Su
única arma era la fe.
Los padres tenían una relación muy difícil con los encomenderos,
que criticaban su trabajo con los indios. En Villa Rica empezaron
una campaña de difamación contra ellos. Buscaban que se fueran
de la zona. El padre Antonio estaba consciente de cuáles eran sus
verdaderas razones, deseaban, dice, “…que desamparásemos aquel
rebaño para entrar a la parte del esquilmo” (88). Los encomenderos
querían quitarles los indios de las misiones para obligarlos a servirlos,
y trabajar en sus campos sin compensación alguna. Argumentaban
que los religiosos les sacaban su fuerza de trabajo.
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Francisco Javier (112). Los rebeldes que habían matado a los indios
se integraron a la iglesia, aceptaron el bautismo y se convirtieron en
buenos cristianos.
Los jesuitas supieron transformarse en líderes religiosos de la
comunidad guaraní, a la que hicieron importantes aportes. La
interrelación de culturas fue fructífera y generosa. Se desarrolló entre la
cultura cristiana europea y la indígena un vínculo espiritual y cultural
profundo permanente que permanece hasta hoy y es evidente en las
regiones de habla guaraní, en Paraguay y el noreste de Argentina.
El padre Montoya hace una larga digresión en su narración para
contarnos la historia del apóstol Santo Tomé o Tomás en América.
Cuando ellos viajaban por la provincia para evangelizar a los indios,
siempre a pie y llevando cada uno una cruz alta como insignia, estos
los recibían con mucho amor. Les ofrecían sus alimentos, que eran
raíces y frutos de la tierra. El padre Montoya cree que esto sucedía
porque su venida no les era del todo inesperada: el apóstol había estado
ya en América y había predicado su doctrina antes que lo hicieran
ellos.
Las costumbres guaraníes y las cristianas tenían diferencias y
similitudes. Pensaba que el apóstol les había pedido que se unieran
a una mujer sola, pero que luego lo olvidaron. Por eso, cuando ellos
les solicitaban a los indios que abandonaran las uniones polígamas,
estos comprendían su importancia y lo hacían (115). El padre Antonio
suponía que el apóstol había llegado a Brasil, y de allí se había
desplazado a Paraguay y a Perú en peregrinación. Habla de diferentes
pruebas que los creyentes encontraron de ese viaje, como un camino
por el que había pasado y que quedó marcado en la selva de manera
indeleble, y una piedra donde Santo Tomás apoyó su sandalia y dejo
impresa la huella de su pie.
Varios nativos del pueblo de Carabuco en Perú decían que allí había
hecho milagros. Unos indígenas lo apresaron, lo ataron a un árbol y lo
azotaron, pero bajaban ángeles del cielo y lo desataban (118). Nativos
de distintas regiones contaban anécdotas sobre la visita del Apóstol. El
padre Montoya pensaba que había llegado a América volando desde la
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fe que los animaba. Les llegó un mensaje del gran Cacique Tayaoba. Este
les contaba que los hechiceros habían dicho que ellos eran monstruos y
comían carne humana, pero que él sabía que no era verdad. Les dice que
él ira a verlos. La visita del gran Cacique hizo que los indios cambiaran su
actitud, tan grande era el respeto que infundía.
Los indígenas que seguían a los hechiceros se prepararon para atacarlos.
Tayaoba se dispuso a defenderlos. Les dijo a los padres que aprovecharan
la noche para escapar. Muchos de los indios los habían apoyado, y
lamentaron tener que irse. Salieron y anduvieron hasta la ciudad de
Villa Rica. Cuando los españoles de la ciudad se enteraron de lo que
había pasado, utilizaron la situación como pretexto para organizar una
gran excursión militar, y atacar y reprimir a todos los indios del pueblo.
El padre Montoya, que entendió cuál era la intención de estos, insistió
en acompañarlos en su excursión armada. Salieron setenta españoles
con quinientos indios amigos. Llegaron al lugar. Los indios los atacaron.
Los españoles hicieron un palenque, un cerco de palos, para defenderse.
Disparaban sus arcabuces y los indios amigos sus flechas contra los indios
gentiles. Los otros les respondían y la situación se sostenía sin solución. El
padre Montoya tuvo una idea: les dijo que dejaran ya de arrojar flechas.
Había notado que los enemigos no tenían flechas suficientes y tomaban
del suelo las flechas que les tiraban y se las volvían a arrojar. Los indios
amigos le hicieron caso. Los sitiadores tiraron tres rondas de flechas y se
quedaron sin municiones. Cesó el ataque.
Muchos de los indios que habían apoyado a los padres cambiaron
de bando y vinieron hacia ellos para unirse al grupo. Los españoles,
que no querían regresar sin un botín de hombres que les trabajaran
los campos como mano de obra cautiva, dijeron que iban a apresarlos.
Querían desquitarse de su frustración agrediendo a los indios pacíficos.
Argumentaban que antes de cambiar de bando los habían atacado. Se
proponían acusarlos, juzgar y matar a los caciques, y luego llevarse a
los indios que los seguían para que sirvieran en sus campos. Dice el
narrador: “Los españoles juzgando por caso de deshonra volver a sus
casas cargados de heridas y huyendo y sin ninguna presa, pusieron
la mira en hacerla en aquellas ovejuelas, que fiadas de nosotros nos
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En la primera etapa de la Conquista se había forzado a los indios a trabajar en las condiciones más inhumanas. Las
ideas del padre Bartolomé de las Casas, que denunció el genocidio al que se sometía a la población nativa, habían
llevado a que el Rey aprobara leyes reconociendo la humanidad de los indígenas y prohibiendo se los tratara como
esclavos y se los comprara y vendiera. Las áreas portuguesas, sin embargo, mantuvieron la esclavitud. En las zonas
del Caribe y tierra firme donde el cultivo de la caña requería mucha mano de obra importaron negros de África para
ser esclavos y traficaron con ellos. Aún así, la mano de obra era insuficiente (Mora Rodríguez 223-36).
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templo para brindarle culto cuando muriese. Los padres idearon una
manera, no exenta de crueldad, para que los indios le perdieran el
respeto y vieran que no tenía poderes sobrenaturales: lo invitaron a la
misión durante la Pascua de Navidad, en que se hacían celebraciones y
juegos. Se pusieron de acuerdo con unos mozos para que lo invitaran
a jugar, y él, por vanidad, aunque era contrahecho y se movía con
dificultad, aceptó. Jugaron al gallo ciego y lo pusieron en ridículo.
Resultó víctima de las bromas de los niños. Los padres lo invitaron
a que se quedase en la misión y los ayudara a mantener y limpiar la
casa. Lo bautizaron con el nombre de Juan, y asistía todos los días a
oír Misa. Tiempo después enfermó. Antes de morir llamó a los padres
y les confesó que estaba feliz de morir en Dios y esperaba disfrutar de
la vida eterna (175-6).
El padre Montoya dice que hubo muchos casos edificantes de
conversión como este: eran individuos que se consideraban ajenos o
enemigos de la religión cristiana y terminaron aceptando a Cristo.
Los padres, para reforzar la fe, organizaron entre los creyentes una
Congregación dedicada al culto de la Virgen madre. Seleccionaron
a doce indios muy devotos. Estos seguían una disciplina religiosa
más estricta que el resto y el ejemplo de esta Congregación aumentó
muchísimo la devoción entre los creyentes.
Cuenta la historia milagrosa de una hermosa india, a la que los
bandeirantes habían llevado como esclava a San Pablo y allá la habían
vendido. En Brasil se casó con un indio y convenció a su esposo de
que escaparan de sus amos. Atravesaron con sus dos hijos la selva a
pie, en medio de muchos peligros. Después de haber caminado 1.500
kilómetros llegaron a la misión de Loreto, donde los jesuitas los
protegieron. Se hizo devota de la Virgen, se confesaba y comulgaba
regularmente. Entró en la Congregación de la Virgen y tiempo después
murió. La amortajaron y cuando fueron a velarla vieron que el cuerpo
se movía. Le quitaron la mortaja y comprobaron que estaba viva. Pidió
que llamaran al padre Agustín. Cuando corrió la voz de que había
resucitado, fue todo el pueblo a verla. Ella le dijo al Padre que había
muerto y dios le había dado cinco días más de vida. Le había pedido
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entre ellos todo se hacía por trueque. Eran muy religiosos y, luego de
convertidos al cristianismo, oían misa todos los días. Se confesaban
regularmente y hacían ayuno. Durante los días de la Pasión se
emocionaban visiblemente y lloraban. Los padres les enseñaron como
usar las nuevas herramientas y los instruyeron en diversos oficios. Eran
artesanos habilísimos. Había entre ellos, en esos momentos, excelentes
carpinteros, herreros, sastres, tejedores y zapateros. Araban muy bien
la tierra y sabían construir casas. Les habían enseñado a leer y escribir
en su propia lengua guaraní, y a ejecutar instrumentos de música, que
se fabricaban en las misiones, como arpas, cítaras, vihuelas, cornetas,
fagotes, y otros. Eran muy aficionados a la música y habían formado
excelentes coros para las misas. Dice que el deseo del aprendizaje había
motivado a muchas familias guaraníes a venir a vivir en las misiones,
porque deseaban que sus hijos se instruyeran.
No se embriagaban, porque sus bebidas contenían poquísimo
alcohol. Los padres jesuitas no permitían el amancebamiento dentro
de las misiones, solo aceptaban las uniones entre aquellos que
estaban casados y eran monógamos. Habían levantado hospitales, y
les enseñaron a hacer sangrías. Sus enfermeros atendían a todos. En
sus misiones no vivían españoles, y era mejor así, porque estos en
las ciudades no les daban buenos ejemplos a los indios. Presionaban
siempre a los padres para que les entregaran los guaraníes de las
misiones para el servicio personal, que era una forma disimulada de
esclavitud. El servicio personal había provocado gran mortandad entre
los indios, y para él era algo diabólico. Muchos habían difamado a los
padres, diciendo que hacían trabajar a los indios en beneficio propio
(200). Dice que pone por testigo al oidor Alfaro, de que no era así, y que
el dinero que obtenían lo gastaban en herramientas para los indios,
y que los religiosos habían llegado a vender hasta los ornamentos en
situaciones de necesidad para poder ayudarlos.
Los padres vivían en la más absoluta pobreza, y comían lo mismo
que los indígenas. Cuando los padres Masseta y Mansilla fueron
a San Pablo, para defender, sin mayor suerte, a los cautivos que los
bandeirantes se habían llevado para vender allá, el prelado de Río de
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Janeiro, que los vio, comentó a los otros sobre la pobreza evidente que
mostraban en sus ropas. Nadie podía acusarlos por haber tratado de
dignificar a los guaraníes, educarlos y enseñarles a hacer ropa para
cubrirse; era su obligación como sacerdotes. Le pide al Rey que no
permita más el servicio personal de los indios (202).
A continuación inicia el padre un sumario de la vida en cada una
de las 25 misiones que habían fundado en la provincia del Paraguay.
Resume el esfuerzo que fue en un principio establecer esas misiones,
vencer la resistencia de los naturales y sus hechiceros. Explica los
cambios que introdujeron en sus costumbres, cómo lograron que
los bautizados dejaran la poligamia. El ejemplo de la Virgen fue entre
ellos muy constructivo. Fueron ganándose el corazón de los aborígenes
poco a poco, gracias al trabajo incesante que hacían. Bautizaban a
muchísimos niños y atendían a todos durante las enfermedades.
Uno de los momentos más difíciles que tuvieron que enfrentar fue
el del martirio del padre Roque González, junto a otros dos sacerdotes.
Dice que su muerte solo reafirmó la fe y el compromiso del grupo de
misioneros. Hace una semblanza biográfica encomiable de los padres
y explica la situación que llevó a su muerte. Había en la región un
cacique, Nezú, que no los quería. El padre Roque hizo lo posible por
congraciarse con él, pero el cacique se mostraba desdeñoso. Decía
que por culpa de ellos su pueblo había perdido su antigua libertad.
Ya no podían tener muchas mujeres, como lo habían hecho siempre y
estaban sujetos a una autoridad extranjera. Nezú decidió dar muerte
a los tres padres durante una celebración. Sus indios mataron al padre
Roque y al padre Alonso a golpes de porra, y cortaron sus cuerpos
en pedazos. Destruyeron los ornamentos y la imagen de la Virgen
y fueron a buscar al padre Castillo. Lo ataron y le dijeron que iban
a matarlo, como a los otros. Le arrojaron flechas y le clavaron palos
agudos. El padre les contestó que iban a matar su cuerpo, pero no su
alma. Lo arrastraron luego por unos pedregales y él repetía que moría
de buena gana. Lo remataron tirándole a la cabeza una enorme piedra.
Luego fueron a buscar a los otros padres que vivían en las misiones de
la zona.
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los injuriaron y les rasgaron sus ropas. Por la noche violaron a las
indias.
Luego atacaron una misión cercana: San Cristóbal. Los padres
decidieron mudar a todos los indios que pudieron reunir hacia la
misión de Natividad. El padre Provincial de la orden, Diego de
Boroa, fue a hablar, junto a otros padres, con los bandeirantes a Jesús
María, a ver si podía convencerlos para que se retiraran y se fueran.
Cuando llegaron el hedor de los muertos era insoportable. Dice el
padre Montoya que los bandeirantes habían asado vivos a muchos
niños, mujeres y viejos que no querían llevar con ellos. Igualmente
habían matado a los enfermos. Esto era algo que hacían en todas
sus invasiones: seleccionaban a los indios e indias que querían para
vender en San Pablo, y al resto, niños, viejos y enfermos, los mataban,
para que los que se llevaban e iban a ser esclavos, no escaparan luego
para buscar a sus familias. Los padres se pusieron a enterrar a los
muertos. Los bandeirantes finalmente se fueron pero se llevaron una
gran cantidad de indios cautivos. El padre Montoya dice que esta
realidad era la que lo determinó a venir a la Corte a pedir justicia.
Los indios eran vasallos del Rey, y tenían derecho a gozar de la
misma libertad que todos sus súbditos. Aceptaban pagar el tributo
que el Rey les exigiera.
En la parte final del libro, Antonio Ruiz aporta varios documentos
de importantes funcionarios, que hablan del problema desde
su propia perspectiva. El Obispo de Tucumán había escrito un
exhortatorio, donde reconocía que la Congregación había bautizado
cerca de 100.000 indígenas y le pedía al Rey les enviara al Tucumán
40 religiosos, ya que los que había eran insuficientes. Dice que en
Paraguay muchos españoles odiaban a los misioneros por el amparo
que daban a los indios. Los misioneros: “…están padeciendo el odio
doméstico de los mismos castellanos de aquel obispado, por el amparo
que dan a los indios de aquellas reducciones… doctrinándolos en el
Evangelio”, y sufren las agresiones de “…los moradores de San Pablo
del Brasil, ayudados por los tupis”, que causan “…estragos, muertes y
cautiverios en los indios recién convertidos…asaltando…los pueblos
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