Está en la página 1de 14

Problemas del Mundo Contemporáneo

Unidad IX: La era del imperio, 1875-1914 (b)

Como anunciáramos al final de la clase anterior, en esta nos ocuparemos


de analizar los alcances políticos, sociales y culturales de las transformaciones
resultantes de la expansión y consolidación del imperialismo.
Cabe recordar los ejes temáticos que planteamos en la clase VIII:
B. El afianzamiento y ampliación del sistema democrático.
C. El lugar de los sectores populares y, particularmente, de la clase
trabajadora en el sistema de representaciones.
D. La situación de la burguesía.
E. El nacionalismo y el asentamiento de las bases para la Guerra y la
Revolución.

B. El afianzamiento y ampliación del sistema democrático

Uno de los fenómenos de gran interés en lo que hace a nuestro período


es la estabilidad política que se alcanza en los países cuyo orden social tiene
por faro al sistema democrático, sin que por ello se pueda decir que no se le
presentaran obstáculos y amenazas a su consolidación. Incluso esta
observación nos remite al hecho de que es aún más interesante el que los
movimientos que adquieren su fuerza en la confrontación con el sistema
democrático tienden a ser reabsorbidos por éste como es el caso, por ejemplo,
del Socialismo. Es por ello que muchos historiadores han de concluir que en
esta época la democracia parlamentaria demuestra su compatibilidad
con la estabilidad política y económica del régimen capitalista.

Por un lado, tranquiliza a los dirigentes que apuestan al desarrollo


democrático y capitalista pero, por el otro, decepciona a aquellos cuyas
identidades políticas se forjan al calor de la expectativa revolucionaria y
apuestan a las leyes históricas defendidas por el marxismo que postulan a la
república democrática como la antesala del socialismo.

Desde una mirada retrospectiva al historiador contemporáneo le resulta


insoslayable detectar una gran fragilidad detrás de la proclamada estabilidad
institucional mencionada – más aún si toma en cuenta hitos tales como la
Revolución Rusa, la I Guerra Mundial o la Crisis del 29. Sin embargo, y para
evitar caer en lecturas teleológicas, nuestra mirada debe enfocarse sobre la
manera en que se construye un modelo universal a pesar de la manera en que
impactaron sobre éste los fenómenos históricos que dan cuenta de su
fragilidad estructural.

De esto modo, uno de los elementos que nos interesa rescatar es la


manera en que se da el proceso de democratización de la vida política con
su inseparable correlato: la irrupción de las masas en el escenario político. Si
nos ubicamos sobre el final de la década del 80 del siglo XIX no debe
sorprendernos encontrar una percepción, entre los dirigentes políticos, de que
el sistema democrático lejos de estar consolidándose está siendo herido de
muerte; particularmente, por los reclamos de los no incluidos de participar en
la vida política.

En otras palabras, se sienten amenazados por el avance del país real


sobre el legal (Hobsbawm: 86). De ahí que, cuando se avizora que la
incursión de las masas en el devenir político se hace irrefrenable e inevitable,
el interrogante de que se plantean los líderes políticos de todo signo es ¿Cómo
se hace para encausarla a su favor y, por qué no, manipularla? Si bien
se insiste con algunas medidas tendientes a retrasar su avance – tales como,
establecer restricciones a la participación o llegar a instancias de sabotaje – se
concluye que el curso de acción más provechoso es el de la movilización
política de las masas.
La organización de dicha tarea, montada sobre el desarrollo de la
propaganda y de los medios de comunicación, permite encausar la fuerza del
movimiento a favor de los intereses políticos de quienes logran constituirse en
sus líderes. Una de las maneras que se encuentran para reencauzar la
movilización desarticulando su dimensión “amenazante” se orienta a
desarticular los descontentos, para lo cual se llevan a cabo, por ejemplo,
programas de reforma y asistencia social.

El propósito es en realidad más amplio y apunta a generar nuevas


legitimidades por parte los Estados y las clases dirigentes que hasta ese
entonces no contemplaban un lugar de participación para las masas. De ahí la
insistencia de ciertos estados nación en reforzar símbolos y ritos ya sea a
través de la educación pública como de la legislación de ciertas instancias que
hasta el momento eran parte de la vida privada de los individuos o estaba bajo
la estela de la Iglesia, como ha de ser el matrimonio o la muerte.

De acuerdo con Hobsbawm, la era de la democratización se convirtió


además en la era de la hipocresía política: en la relación entre los políticos y
su “público” domina un discurso muy cuidadoso de no filtrar signos de
desprecio respecto a los reclamos de mayor participación – aunque este fuera
un hecho – y esto se manifiesta, en muchas ocasiones, en un abismo entre la
discurso y la realidad política.

¿Qué es lo que preocupa a los políticos?

Cómo mantener la unidad de los Estados y como mantener la legitimidad


de sus atribuciones en tanto conductores de una sociedad amenazada por
sectores de la población que no sólo reclaman una mayor intervención sino que
además se aglutinan tras un horizonte revolucionario que apela a la
instauración de un nuevo régimen político.

Los únicos que pueden darse el lujo de manifestar sus dudas, críticas o
cuestionamientos al sistema de representación democrático y la política de
masas, eran los intelectuales y algunas minorías educadas sin pretensiones de
ejercer una vida pública. Pero entre estos últimos nos encontramos con
manifestaciones públicas de un pesimismo cultural que evidencia la sensación
de la cultura burguesa retrocede frente al avance de las masas seminalfabetas.
A pesar de ello, no se observa que temieran por la supervivencia de unos
valores o instituciones que eran percibidos como únicos e indispensables para
el progreso secular.

Ahora bien, de qué o quiénes estamos hablando cuando aludimos a las


masas movilizadas hacia la acción política. Veamos distintos actores o
grupos que pueden aglutinarse en tanto grupos sociales como organizar sus
intereses bajo el estandarte de ciertas lealtades sectoriales.

Entre los primeros encontramos:


a) La clase obrera organizada en partidos a partir de una base
abiertamente clasista.
b) La pequeña burguesía tradicional que constituye un
conglomerado de descontentos que pueden percibir como
amenazantes tanto a pobres, proletarios como a ricos. Entre
ellos es común observar a quienes son perjudicados por el
avance de la economía capitalista: artesanos, tenderos, etc.
c) Sectores campesinos que todavía constituyen en algunos
países a la mayoría de su población.
Entre los segundos:
d) Movimientos reunidos por un horizonte de religión,
generalmente bajo la égida conservadora de la Iglesia católica.
Esta institución, a pesar de su rechazo a la organización de
partidos políticos de masas de signo cristiano, termina por
admitirlos como medio para reencauzar y rescatar a la clase
trabajadora de las tentaciones de los líderes que postulan la
revolución atea socialista.
e) Otra de las lealtades sectoriales, que en la mayoría de los
casos se combina con la anterior, es la del fervor nacionalista.
Un ejemplo de ello es el Partido Nacionalista Irlandés que se
funda hacia los primeros años de la década de 1880.

Es en este contexto en que se forjan los principales elementos que


pasarán a constituir las bases de los modernos partidos de masas.
Analicemos algunos de los fundamentales en su carácter de tipo ideal:
1. Se sienta la estructura de organización de sus bases del
partido de masas ideal: se constituye como conjunto de
organizaciones que cuentan con objetivos propios pero que al
mismo tiempo se aúnan en objetivos políticos más amplios.
2. Se estructuran en función de un denominador común de
carácter ideológico. Si se opera en tanto grupo de acción y
presión sobre reclamos específicos o concretos, tiene por faro una
visión global del mundo. En otras palabras, los intereses
materiales, por ejemplo, son reclamados de distinta manera de
acuerdo a que se inscriban bajo una visión socialista, nacionalista,
cristiana, democrática, etc.
3. La movilización adquiere un carácter global. Aunque persiste
la figura del líder, su legitimidad se inscribe en el marco de un
partido. Y es el partido o movimiento el que representa a la voz
de las masas, no un individuo al estilo de la política de los
notables.

C. El lugar de los sectores populares y, particularmente, de la clase


trabajadora en el sistema de representaciones

El objetivo más acuciante para la atención de la dirigencia es el control e


influencia sobre el movimiento obrero socialista y no tanto así sobre los
nacionalistas. Veamos, entonces, algunas de las particularidades de este
movimiento que se va a consolidar como fenómeno de masas hacia 1890.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX, en las regiones donde la política


democrática y electoral determinan el ritmo de la participación, aparecen de
manera creciente partidos de masas cuya base está conformada por la clase
trabajadora. Asimismo, su dirección está en manos de líderes que defienden
las ideas del socialismo revolucionario con una gran habilidad de transmisión
de la doctrina marxista.

Una de las principales características en la conformación de la


representación obrera por el socialismo, es que en términos generales se
puede afirmar que los partidos obreros no logran alcanzar otros estratos
sociales con su convocatoria ya que se plantean como estrictamente
proletarios. Esta identidad partido/proletariado logra imponerse sobre las
propuesta de reformistas, pragmatistas y revisionistas que apelan a generar
una convocatoria de signo socialista que alcance a los sectores populares
superando el marco de las clases trabajadoras.

Otro elemento fundamental al perfil de los partidos socialistas es que,


apoyados en los fundamentos de las leyes de la historia definidas por el
marxismo, orientan su proyecto a partir de la noción de progreso indefinido -
coordenada que domina el clima de ideas del siglo XIX.

¿Cuáles eran las características de los trabajadores?

A lo que hoy podríamos englobar bajo el concepto de clase obrera


subyacía una gran variedad de trabajadores de los que el proletariado clásico
de la industria moderna se distingue con gran claridad. Carecen de
homogeneidad y se les presentan grandes dificultades a la hora de plantear su
cohesión en términos de grupo social.

Entre los elementos que los dividen encontramos aquellos relativos a la


lengua, orígenes sociales, la cultura, la religión e incluso diferencias
geográficas que pueden darse dentro de un mismo país. La estructura
heterogénea de la economía industrial sumada a las mencionadas diferencias,
contribuyen a las dificultades para la organización de una conciencia obrera.
Esto nos lleva a interrogarnos cómo es que se logra unificar a estas
clases.

Podemos decir que son tres los elementos que contribuyen a su


unificación:
 Los anarquistas y socialistas los interpelan desde la posibilidad de
pertenecer a una organización, la cual funciona como portavoz de
sus reclamos e intereses.
 La evolución social y económica sienta las bases para la formación
de una conciencia de clase entre los trabajadores manuales.
 El desarrollo de una economía nacional en el marco de la
consolidación de los Estados nacionales opera como acicate para
la conformación de las organizaciones obreras a escala nacional.
Frente a un Estado nacional el medio de interpelación más
efectivo es el de constituirse en un grupo consciente y organizado
cuyos alcances también sean nacionales.

En palabras de Hobsbawm:
Lo que se producía con mayor frecuencia, estuvieran o no los
trabajadores identificados con su <<partido>>, era la identificación de
clases sin contenido político, la conciencia de pertenecer a un mundo
distinto, el mundo de los trabajadores, que incluía el <<partido del
clase>>, pero que iba mucho más allá” (Hobsbawm, 1990:131).

En este sentido el rol de marxismo es central, particularmente, en tanto


que aporta una teoría de la historia que tiene por protagonista a la clase
obrera como su sujeto y que se apoya en la ciencia para postular la
inevitabilidad histórica de su triunfo definitivo.

Si bien en teoría se propone y defiende una revolución social que sería


producto de la sucesión de una serie de etapas que conducirían al capitalismo
a contribuir a la consolidación de aquella clase que se encargaría de darle
muerte, el problema que se le presenta a las organizaciones obreras, a
principios del siglo XX, sigue siendo cómo alcanzas la nueva sociedad
cuando aún no se hace inminente el fin del capitalismo.

Es interesante observar que en los países que tienen una tradición de


reclamos y movilización de los sectores populares, aquellos que Hobsbawm
identifica como escenario de la revolución dual, se despliega un movimiento
obrero que encuentra en esas revoluciones a sus raíces.

Por otra parte, será en Europa Oriental donde el marxismo y sus


principales exponentes conservarán un impulso revolucionario de gran fuerza y
en fiel relación con las propuestas de Marx y Engels. Aún más, a partir de la 1º
Revolución Rusa de 1905 el impulso revolucionario será impulsado de Oriente a
Occidente.

D. La situación de la burguesía

El avance de las democracias y la consolidación de la clase obrera


constituyen dos elementos fundamentales a la hora de analizar la manera en
que se forja la identidad y cultura burguesas.

Ambos elementos constituyen obstáculos a la definición de a quién le


corresponde sentirse parte de las clases medias, en tanto y en cuanto,
traen aparejada un movilización social que se monta sobre la declinación de las
jerarquías tradicionales y contribuye a la dificultad de trazar claros límites en
las capas intermedias de la sociedad.

Entre los parámetros que aportan a la identificación de a quiénes les


corresponde identificarse con la burguesía, lo más destacados en este período
son:
 Llevar a cabo una forma de vida y sustentar una cultura que los
distinga de las clases trabajadoras, los campesinos o trabajadores
manuales.
 Dar lugar al ocio y actividades deportivas es un elemento de
disfrute exclusivo de las clases medias, pero aún más importante
es el recurrir a la educación formal que, entre otras cosas, sirve
de trampolín para seguir escalando socialmente. De las filas de los
más educados salen los ejecutivos y técnicos de las corporaciones
y empresas capitalistas.

A medida que va cobrando su fuerza de clase, también cobra impulso un


estilo de vida que hasta hoy será identificado como burgués.

Veamos algunas de sus características más destacables:


a) Ante el avance de la democratización de la política los burgueses
retroceden respecto a su influencia pública y política.
b) El gasto de dinero pasa a ser un valor central a la hora de
demostrar status, del mismo modo que lo era el ganarlo. Esto
implica una suerte de ruptura o relajamiento de los principios
puritanos que condenan el ocio y el gasto innecesario. De aquí
nace la imagen de la burguesía como clase ociosa que enarbolará
críticamente desde la derecha conservadora de la I Posguerra
hasta los partidos de izquierda.
c) Los roles de la mujer y de la juventud pierden su connotación
peyorativa.
d) Aquellos que se perciben como miembros de esta clase aumentan
en número y promueven un estilo de vida particularmente
doméstico.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX la ideología burguesa será
objeto de crisis que minará los principios de la identidad que da cohesión a la
cultura burguesa y a la burguesía en tanto clase. No quedan elementos sin ser
puestos en cuestión, entre ellos: el individualismo, la respetabilidad y la
propiedad, el progreso, la reforma y el liberalismo.
Los elementos que operan horadando estos principios son múltiples, y
en muchas circunstancias dependen de las situaciones locales, pero los
principales se destacan por su carácter global: el nacionalismo e imperialismo
y el avance hacia la guerra.

E. El nacionalismo y el asentamiento de las bases para la


Guerra y la Revolución

Aunque el desarrollo imperialista no se condice con los principios de


la burguesía liberal, sus intelectuales son capaces de lograr dar legitimidad a
dicha empresa. Pero en lo que respecta a la profundización del
nacionalismo la cuestión se hace cada vez más difícil, dado que no resulta
posible paliar con el escepticismo con el que la burguesía responde a las
aspiraciones de independencia de aquellos pueblos que se le aparecen como
inviables. Asimismo, la nación es percibida por esta clase como una etapa en la
evolución a una civilización y sociedad de orden global.

Es en este contexto, además, que se observa el avance de una serie de


ideales que tienden a barrer con aquellos que hasta entonces eran baluarte de
la burguesía; en otras palabras, es la era en la que la violencia, el instinto
y la explosión buscan subsumir al ideal de paz, la razón y el progreso.

Para comprender la movilización que se yergue detrás de la Primera


Guerra Mundial no podemos dejar de analizar la forma que adopta el
nacionalismo en este período. Más particularmente si consideramos que la
Guerra del 14 inaugura un nuevo modo de incurrir en la batalla, el cual
comprende una participación masiva que excede los márgenes de los ejércitos
profesionales con creces. Aún más, si tenemos en cuenta que la participación
de los pueblos en la contienda no se explica por su carácter aventurero
o guerrero sino por el hecho de que se sienten convocados en tanto
ciudadanos y civiles en defensa de sus respectivos Estados nacionales.
Grabado que representa una fase de la batalla de Charleroi (Bélgica),
librada el 21 y 23 de agosto.
Fuente: Planeta "Historia Universal", 1989.

Cortejo fúnebre de Francisco Fernando de Trieste.


Fuente: Planeta "Historia Universal", 1989.

Esta masiva movilización, que se puede observar por ejemplo en


imágenes aquí incluidas, es producto del progreso del nacionalismo
particularmente sobre las capas medias de la sociedad. La nación en
tanto comunidad imaginaria – para utilizar un término de B. Anderson – viene
a llenar el vacío dejado por el retroceso de las formas preindustriales que
dejan de funcionar como comunidad real (la aldea, la familia, el gremio, etc.).
También podemos entender al fenómeno como una conclusión de 50 años de
movilidad, tensiones sociales y migraciones masivas frente a los que el
nacionalismo de Estado - a través de una lengua, un sistema de gobierno
englobante, una identidad común, una ideología oficial – responde con la
creación de un patriotismo nacional que da homogeneidad, que aglutina y
moviliza a una gran parte de la población.

En términos de Hobsbawm:
“<<La nación>> era la nueva religión civil de los Estados. Constituía un
nexo que unía a todos los ciudadanos con el Estado, una forma de conseguir
que la nación-Estado llegara directamente a cada ciudadano, y era el mismo
tiempo un contrapeso frente a todos aquellos que apelaban a otras lealtades
por encima de la lealtad del Estado: a la religión, a la nacionalidad o a un
elemento étnico no identificado con el estado, tal vez sobre todo a la clase.”
(Hobsbawm, 1990:150)

Lo que en el período que transcurre entre 1871 y 1914 se convierte en


un recuerdo, en 1914 deviene una realidad: el estallido de la Guerra los
sorprende a todos a pesar de que el clima era propicio para su
desarrollo. De hecho, desde 1815 los blancos de ataque están en suelo
extraeuropeo y salvo la región de los Balcanes el resto del territorio no da
signos de que se avecine un enfrentamiento bélico. Lo que todo historiador se
ha preguntado al observar este período y lo que nos interesa rescatar es el
interrogante de ¿por qué un siglo de paz europea dejo paso a un período
de guerras mundiales?

Ya a principios del siglo XX las rivalidades imperialistas están contenidas,


por lo que aquí no encontramos un disparador de la confrontación. La carrera
de armamentos no fue una causa sino una consecuencia del estallido del
conflicto. Entonces, ¿qué elementos de la situación internacional funcionan
como acicate para que un hecho, otrora intrascendente, como el asesinato del
archiduque austríaco encendiera la mecha de la que se hacen cargo una gran
parte de los países europeos? Detrás de la Triple Entente se infiere un
realineamiento respecto al tradicional sistema de alianzas que no puede dejar
de llamar la atención de sus contemporáneos, dado que encontrar a Gran
Bretaña aliada a Francia y Rusia –hasta entonces sus frecuentes enemigas –
no les resulta menos extraño que verla enfrentada a Alemania.

En cierto modo, esto se explica a raíz de la desestabilización a la que


se somete a la estructura de la política internacional tradicional con el
avance de un nuevo esquema de la política mundial que tiene como
rasgo central la ausencia de límites para la expansión capitalista. El
Reino Unido comienza a avizorar en Alemania a su principal rival cuando se
conjugan una serie de transformaciones al interior del suelo alemán que dan la
pauta de que ésta última pretende disputarle su posición imperial, entre ellas:
el acelerado proceso de industrialización que la convierte en rival económico de
Gran Bretaña, la construcción de una flota armada que reforzara su status
como potencia, y su constitución como fuerza económica y militar dominante
en Europa.

La crisis internacional que se desata a partir de los levantamientos en


los márgenes de las naciones burguesas en 1905, particularmente de la
primera Revolución Rusa mina aún más los cimientos de la estabilidad en la
que reposaban las latentes rivalidades.

En la primera década del siglo XX se dio una suma de factores que


sentaron, de este modo, el derrotero bélico que se inaugura en 1914; las crisis
internacionales se suman a las crisis internas: Rusia está bajo amenaza de
nuevas revoluciones sociales, el Imperio Austro-Húngaro bajo el flagelo de la
desintegración; Alemania tratando de posicionarse como nuevo imperio y al
mismo tiempo lidiando con divisiones políticas internas y Francia con una
asignatura pendiente de revancha contra Alemania luego de perder frente a
ella a Alsacia y Lorena.
Quizás uno de los fenómenos más interesantes y que merece una
profunda reflexión en lo relativo al conflicto, es que más allá de los objetivos
de los gobiernos que deciden la entrada a la guerra, son los pueblos y su
masiva adhesión quienes sellan su destino. Lejos de las expectativas de las
naciones en contienda las masas dan cuenta de un entusiasmo patriótico que
hasta los conduce a abandonar, entre los sectores populares, a los
lineamientos de sus líderes que se oponen a la guerra.

El fin de la paz burguesa trae aparejada el fin en la confianza en el


progreso y la técnica como fuentes de una riqueza creciente e imparable, y
asimismo inaugura un período en el que el liberalismo burgués parece
desvanecerse frente al avance de la guerra, la revolución y la crisis.

En la próxima clase nos abocaremos a analizar una de estas amenazas:


La Revolución Rusa. Para ello tomaremos el texto de S. Fitzpatrick mencionado
en la parte especial del programa.

También podría gustarte