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Problemas del Mundo Contemporáneo

Unidad V- La Revolución Francesa

Nuestra propuesta para la clase de hoy consiste en analizar el


impacto de la doble revolución en la estructura económica, en la estructura
social y en el campo de las ideas. Por un lado, haremos particular hincapié
en las transformaciones relativas al mundo agrario, la incipiente formación
de un movimiento obrero y la emergencia de una clase media. Por el otro,
reflexionaremos sobre el mundo de las ideas, tanto seculares como
religiosas, que son convulsionadas por los procesos de la época al mismo
tiempo que contribuyen a fomentar las transformaciones que los recorren.

En el periodo comprendido entre 1780 y 1840 el mundo económico y


social no cambia con gran significatividad. La mayoría de la población era
campesina y su más profunda transformación es indisociable de un
paulatino desarrollo de la industria y de una serie de factores que
entorpecen el normal funcionamiento del sistema tradicional.

En lo que corresponde a la manera en que se ven afectados la


producción, la posesión y el cultivo de la tierra así como la sociedad agraria
tradicional debemos tener en cuenta ciertas particularidades relativas a
cada caso, especialmente, distinguir la situación de Gran Bretaña, como
epicentro de la revolución industrial, de las demás regiones. Para que se
alcance lo que se ha de denominar “revolución agraria” hace falta que se
desplieguen una serie de iniciativas privadas que sólo están, en efecto,
disponibles en suelo británico.
El avance de las mismas son requisito indispensable para la
transformación del sistema agrario y las relaciones sociales rurales a través
de tres cambios que constituyen las bases de un sistema de producción

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agrícola moderno: la tierra convertida en objeto de comercio, la existencia
de un conjunto de propietarios con la disposición a desarrollar para el
mercado los recursos de la tierra y, finalmente, la transformación de la
masa rural en jornaleros libres y móviles al servicio del creciente sector no
agrícola de la economía.

El impacto de la doble revolución se hace sentir, justamente, sobre


algunas de las trabas para el desarrollo de estas transformaciones, cuya
remoción requiere no sólo de modificaciones de orden económico sino
también de una oportuna decisión política que los favorezca.

En Europa Occidental la aludida revolución agraria se desarrolla


gracias a la abolición de las relaciones legales y políticas propias del
feudalismo y la transformación de los pequeños campesinos en mano de
obra en disponibilidad una vez que pierden sus tierras. Lo que destaca en la
región es una especial dinámica en la instrumentación de estas reformas y
en la consolidación práctica de la abolición del feudalismo y el avance de los
sistemas burgueses de la propiedad de la tierra - exceptuando, por
supuesto, el caso de Inglaterra donde, como mencionamos más arriba, las
restricciones son barridas con anterioridad.

Lo que se observa, lejos de una secuencia de reformas acumulativas,


es una suerte de vaivén que abarca la imposición de reformas legales, las
reacciones económicas y sociales tras la caída de Napoleón, el avance del
liberalismo que va ganando terreno lentamente, la restauración de viejos
regimenes y sus respectivas caídas.

Por su parte, la redistribución de la tierra tampoco tiene resultados


automáticos e iguales en todas las regiones. En otras palabras, no genera
necesariamente una clase de granjeros emprendedores, Aún más, es
interesante observar que incluso se dan casos en los que tiene como
resultado el fortalecimiento de los viejos lazos feudales.

En este plano no podemos soslayar la dimensión conservadora de las


mentalidades en el mundo campesino cuyas resistencias se encuentran, en

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muchas circunstancias, ordenadas a partir de un principio de estabilidad que
se articula a partir de una decodificación idealista del papel de la Iglesia y el
rey – de la que es una clara excepción la situación del campesinado francés.
De ahí que para romper con estos “elementos de estabilidad” baste con
adoptar estrategias como la empleada por Garibaldi, cuyo fin es dar cuenta
que tanto la Iglesia como el supuesto rey justo están asociados a los ricos
locales.

En lo que respecta al desarrollo industrial de la región una de las


consecuencias de mayor significatividad y de largo alcance de la doble
revolución tiene que ver con la conformación de una geografía en la que las
fronteras están marcadas por el nivel de desarrollo de los países. Para
hacerse una imagen de esta división entre países “avanzados” y
“subdesarrollados” hay una frase de E. Hobsbawm que es sumamente
ilustrativa: “El paisaje industrial parecía una serie de lagos salpicados de
islas […]” (Hobsbawm, 1997:179).

Estamos por supuesto aludiendo al continente, cuyo desarrollo


industrial y paisaje urbano distaba con creces del de Inglaterra. Por
empezar, en Gran Bretaña ya se dan los factores de producción necesarios
para el desarrollo capitalista mientras que en el continente todavía queda
un camino por recorrer.

Los ferrocarriles son un buen ejemplo de ello en la medida en que en


Inglaterra se desarrollan las redes por pura iniciativa privada mientras que
en el continente son producto de la decisión política e inversión de cada
Estado. Esto nos lleva a considerar que, en términos generales, los
gobiernos asumen un rol central en el desarrollo industrial porque no se dan
las condiciones e incentivos para el despliegue de una iniciativa privada en
el continente.

El caso de Francia es paradójicamente significativo. A pesar de ser la


cuna de las transformaciones legales e institucionales que permitieron
derribar los cimientos del sistema feudal y contar con las condiciones
favorables para sentar las bases de sistema capitalista, su desarrollo

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económico es lento dado que carece de un mercado y las bases de su
estructura económica están constituidas por campesinos y pequeños
burgueses.

Otro caso paradójico, esta vez saltando el océano, es el de los


Estados Unidos de Norteamérica. Estos no han sido afectados por las
restricciones de un sistema feudal y cuentan con granjeros comerciantes
con la suficiente iniciativa como para favorecer el desarrollo capitalista, sin
embargo las divisiones entre el norte industrial y granjero y el sur
semicolonial no le permiten convertirse en una potencia económica que
pueda disputar su lugar a Gran Bretaña.

Otra división que aparece como producto del avance del mundo
burgués liberal es la de los países “civilizados” y los “bárbaros”, incluyendo
esta última categoría a la masa de trabajadores pobres de cada país. A
medida que se da un crecimiento sistemático de la respetabilidad de los
sectores medios también crece en proporción el desprecio por los pobres e
“incultos” o bárbaros. Ahora bien, cabe preguntarse sobre el surgimiento de
este último concepto, considerando que hasta este entonces la acepción a la
barbarie aludía a la a condición de extranjero.

En el contexto de una sociedad en la que emergen las clases medias


y, en apariencia, constituyen un sector de la sociedad abierto a todos, el
término “bárbaro” es resignificado para referir a aquellos que no logran
acceder a éste por carecer o de energías o de inteligencia o fuerza moral
suficientes.

Entonces podemos decir que la dicotomía “civilización” y “barbarie”


remite, en esta época y contexto, al proceso en el que el creciente
enriquecimiento burgués corre en paralelo con el empeoramiento de las
condiciones de vida del trabajador empobrecido. ¿Cómo explicar este
fenómeno? Para ello hay que remitirse a lo que venimos estudiando
respecto a la ruptura de la sociedad jerárquica de tradición feudal que, si
bien tiene como consecuencia el avance de la igualdad, los primeros pasos
del sistema igualitario son de orden oficial. Con esto queremos decir que a

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partir de la aparición del dinero como elemento de medición de todas las
cosas la igualdad es algo por cuyo goce hay que luchar – cuestión que no
era necesaria cuando los hombres gozaban de la convicción de que sus
derechos y obligaciones les eran otorgados por Dios o la providencia.

Este tema nos conduce a dos ejes problemáticos que explicarían dos
procesos de gran importancia para el avance de la sociedad burguesa liberal
del siglo XIX. Por un lado, el proceso mismo de emergencia de las clases
medias – concepto acuñado a partir de 1812 – con los consiguientes
mecanismos de ascenso y consagración social que le permite a los hombres
de esta clase no sólo ingresar a sus filas sino también mantenerse en ellas.
Por el otro, el surgimiento de una clase trabajadora y la formación de un
movimiento obrero que dará expresión a aquellos trabajadores pobres que
pierden todo al ser arrasados sus tradicionales lazos de sociabilidad,
laborales e identitarios con el avance de la sociedad capitalista.

La emergencia de las clases medias está directamente vinculada a lo


que Hobsbawm denomina la “carrera abierta al talento”. Esta sería la
favorable y optimista contracara de la ruptura con los estáticos ideales del
pasado dado que favorece una posibilidad de mejora social mediante la
apertura de a la capacidad de trabajo y la ambición. Desde este sustrato es
que la burguesía, en tanto clase media, medirá al resto de la sociedad y
lanzará el estigma de la barbarie a los países poco desarrollados a los
pobres locales.

En el caso de Francia lo que debe llamar nuestra atención es que la


sociedad de la restauración se perfila como burguesa en estructura y
valores, que le pone un punto final a la sociedad aristocrática pero preserva
características aristocráticas en su cultura y en los caminos de consagración
simbólica y social.

En Gran Bretaña la tradición aristocrática es sepultada con


anterioridad y lo que funciona como instrumento de legitimidad en términos
desde un punto de vista social es el utilitarismo burgués: enemigo de los
lujos, promotor de una austeridad que favorezca la reinversión productiva

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que dará sustento a la característica confianza de la época en el
enriquecimiento constante. En ambos casos, el actor principal de este
proceso es el parvenue o el self made man: el hombre que se hace a sí
mismo. Aquel que ingresa a las filas de su clase por medio de su laboriosa
dedicación, que encuentra que todo juega a favor de su prosperidad
económica y que define su legitimidad de clase en su función de su
capacidad de crecimiento constante.

De todas las carreras abiertas al talento – los negocios, las artes, los
estudios universitarios y la milicia – los negocios son los que aseguran el
portón más amplio para ingresar a las filas de la enriquecida burguesía. En
menor medida, lo hacen los estudios universitarios, en especial, si los
mismos son encauzados en una carrera de servicio público. Hay que tener
cuidado en no generalizar la noción de apertura, dado que para los pobres
son pocos los caminos que están realmente a su alcance.

Por un lado, para tener acceso a los negocios o a los estudios hacía
falta contar con un capital inicial. Por el otro, lo que también restringe su
acceso es el mismo hecho de que el sistema burgués necesita de una masa
de jornaleros en aumento y disponibilidad. Es por este motivo que si el
trabajador pobre aspira de algún modo a mejorar sus condiciones de
existencia tiene dos horizontes por delante: tratar de ingresar a las filas de
la burguesía o rebelarse. Si ninguna de estas estrategias funciona lo que se
observa es una tendencia a la desmoralización que se manifiesta, entre
otras cosas, en los crecientes problemas de alcoholismo, prostitución,
suicidio que se observan en la época.

Como mencionamos líneas más arriba, el acceso a la burguesía es


muy estrecho, por lo que nos queda analizar la alternativa a la rebelión,
indisociable ésta a la formación de una identidad de los más pobres no ya
en tanto pobres sino en tanto clase trabajadora y del nacimiento del
movimiento obrero. Peor aún es el hecho de que desde 1815 la situación de
los trabajadores pobres de las ciudades y de las zonas industriales empeora
alcanzando una situación de miseria de gran crudeza. De ahí, que parece
corroborarse la teoría malthusiana según la cual las poblaciones crecerían

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más que los medios de subsistencia a su alcance y que no sea tan llamativo
encontrar que los reclamos políticos rara vez no estaban asociados al
hambre.

Entre los distintos actores que componen las filas de la clase


trabajadora, son los artesanos preindustriales quienes se ven más afectados
por el avance de la industrialización. De hecho, serán los trabajadores que
asuman un rol más activo en la militancia política. Esto se debe no sólo a
sufren la despersonalización y pérdida de identidad producto de la casi total
desaparición de sus oficios sino, principalmente, porque pierden inserción
laboral y pasan a engrosar las filas de los empobrecidos y hambrientos.

La situación del proletariado fabril no es menos dura en términos de


no gozaban prácticamente de libertad, sin embargo, cuentan en mejores
condiciones materiales. El término “clase trabajadora” comienza a ser
empleado hacia fines de la década del 20 del siglo XIX y se caracteriza por
compartir una estrategia política (la unión general o sindicatos) y una
táctica (la huelga general). Las primeras manifestaciones serán observables
en G. Bretaña ya en 1818.

Ahora bien, en circunstancias y con estos actores es que el siglo XIX


presenciará el nacimiento de un movimiento obrero donde el elemento
novedoso será, ni más ni menos, que una clase trabajadora portadora de
una conciencia y ambiciones de clase – que no es lo mismo que un
movimiento de pobres contra ricos.

Lo novedoso que se detecta hacia 1815 es la gestación de una unidad


que cobra forma en un incipiente programa e ideología de carácter
proletaria que favorece el nacimiento de un frente común unificado por su
alineamiento contra un conjunto de enemigos delimitado: la clases media
liberal, los reyes y la aristocracia. Este movimiento se monta sobre los
legados de la doble revolución en tanto y en cuanto recibe de la RI la
motivación y necesidad de la movilización permanente y de la RF la
confianza para ponerla en práctica.

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Esta confianza heredada del jacobinismo y de la sans-culotterie es la
que les permite entrar al escenario político a partir de una serie de
reivindicaciones y no posicionarse como víctimas, además de adoptar la
estrategia de compensar la debilidad de la organización con métodos de
agitación radicales y contar con líderes provenientes de la clase media
liberal radical. Por su parte, se instala un ideal socialista que, tanto en
Francia como Gran Bretaña, nace de las discusiones entre intelectuales
hacia 1820 y se perfila como horizonte para la movilización, aparece como
catalizador para la llevar a cabo prácticas que permitan modificar el
presente; es decir, es una matriz para poder pensar una sociedad opuesta y
alternativa a la de sus opresores.

El movimiento obrero funciona como una organización de


autodefensa, protesta y revolución que, en primer lugar, favorece llevar a la
práctica el combate y, en segundo lugar, contiene a la clase trabajadora en
la medida en que permite llenar el vacío que queda tras el avance de la
sociedad burguesa liberal, al ofrecerle los mecanismos para poner en
práctica una forma de vivir alternativa a la que la oprime: colectiva,
cooperativista e idealista. Pero habrá que esperar unos años más para
poder hablar de un movimiento proletario definido como tal por su
ideología, composición y programa.

Uno de los últimos ejes que nos quedan por discutir es la manera en
que la doble revolución repercute sobre el campo de las ideas y las
creencias religiosas. Ambas revoluciones dejan como saldo una fe profunda
en el progreso, un optimismo que orbita en torno a las ideas sobre la
evolución de la humanidad asociada al conocimiento científico y la
capacidad del hombre de controlar la naturaleza – optimismo que estallará
en mil pedazos tras la dura contracara del avance tecnológico que se
desplegará en el I Guerra Mundial.

En relación a este optimismo atenderemos, en particular, a dos


cuestiones. Por un lado, reflexionaremos sobre la emergencia tanto de un
sistema de creencias que en el que encuentra legitimidad la consolidación la
sociedad burguesa como de su contra cara o sistema de creencias opuesto,

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que permite canalizar las inquietudes, reclamos y reivindicaciones de los
más afectados por el avance del sistema capitalista, es decir, la clase
trabajadora.

Por otra parte, estudiaremos la manera en que la pérdida de terreno


y poder institucional de la Iglesia se traduce en una creciente secularización
de las masas.

Empecemos por este último fenómeno. Ya en el siglo XVIII se


observa el funcionamiento recesivo del poder de las ideas religiosas, en
especial, entre las clases educadas o cultas.

Estos ilustrados asumen una nueva religión que pondera la razón


como instrumento para comprender todas las cosas y es contrario a toda
explicación proveniente de la Iglesia en tanto es considerada oscurantista.
Aquí cabe llamar la atención sobre la funcionalidad de los sistemas de ideas
y la manera peculiar en que se difunden si pensamos en la manera en la
que arraigan en la sociedad desde una perspectiva de clases sociales.

Habría de esperarse que las ideas de la ilustración fueran las que


constituyesen la estructura mental de las clases medias burguesas, en la
medida en que son funcionales a la necesidad de legitimar su desarrollo
económico y librarse de las trabas impuestas por la moral religiosa. Sin
embargo, no se observa que abandonen sus creencias.

Este fenómeno puede explicarse en la medida en que como sector


emergente también necesita de una moral que la dote de la disciplina y la
organización necesarias para su cohesión interna así como definición
identitaria. Y qué más útil que la moral que puede asociarse a la de las
religiones existentes.

Entre los sectores populares se observan dos comportamientos


diferentes. Los campesinos siguen apegados al mundo de las supersticiones
mientras que las clases trabajadoras y masas urbanas ya no encuentran
respuesta a sus necesidades en la religión. De hecho, la Iglesia va

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perdiendo terreno en el campo de las prácticas políticas a medida que
pierde el control de ciertas instituciones que le habrían dado grandes
prerrogativas en el funcionamiento de las sociedades.

La religión que en lugar de perder terreno lo gana es el


protestantismo y las sectas que se desprenden de él, aunque encuentra su
límite en los países de larga tradición católica. Max Weber es quien se ha
dedicado a estudiar una de las razones de este fenómeno para llegar a
argüir que lo que juega a su favor es que el protestantismo da el marco
moral ideológico fundamental para los pequeños empresarios y mercaderes
a raíz de su postulación de principios de austeridad moral y de
comunicación directa e individual con Dios.

Esto nos conduce a la manera en que se consolida el sistema liberal


de ideas que hará de marco al crecimiento burgués al mismo tiempo que a
uno de sus más paradójicos productos, el socialismo. Ambos se encuentran
unidos por compartir una misma preocupación, incluso con otras miradas
que les eran contemporáneas. Dado los cambios que se suceden a una
vertiginosa velocidad lo que preocupa a los pensadores de la época es la
naturaleza de la sociedad que tienen frente a sí y la dirección hacia la que
esta está encausada.

A pesar de sus discrepancias respecto a cómo transitar este sendero,


tanto el socialismo como el liberalismo burgués tienen una matriz
evolucionista desde la que miden el avance de la historia y son de este
modo optimistas en su fe en el progreso. La creencia en que la sociedad y el
individuo pueden perfeccionarse progresivamente mediante la aplicación de
las reglas de la razón permea a todas las clases sociales, pero cada una la
decodifica con un signo diferente.

En el caso de uno porque cree inevitable la evolución por distintas


etapas de la historia y en el caso del otro porque considera que el
capitalismo es la base de todo crecimiento y bienestar social. Lo que
distingue al socialismo es porta una visión novedosa sobre el capitalismo en
la medida en que puede detectar en él una serie de contradicciones que le

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son inherentes y que se volverán contra su propio desarrollo y que procrea
a su propio “sepulturero” al incrementar las filas de la clase trabajadora. Los
socialistas se proponen como los que tomarán la posta una vez que estas
contradicciones internas hagan colapsar al capitalismo y quienes liderarán al
proletariado a darle sepultura. Además, en el proceso, se arrogan la
responsabilidad de combatir la alienación o deshumanización que conlleva la
sociedad burguesa.

Si hacemos un paneo general sobre los temas que hemos tratado a lo


largo de las últimas cuatro clases son las palabras transformación, cambio y
revolución las que más se repiten. Y estos conceptos nos remiten,
justamente, a un escenario en el que no queda resquicio sin que se vea
afectado por las novedades que trae aparejado el cambio de siglo. Si bien
no todo lo que remite al sistema tradicional desaparece, en muchos casos
su significado es el que cambia.

Como hemos deslizado tangencialmente líneas más arriba la doble


revolución alcanza al vocabulario empleado a diario. Un conjunto de
términos que hoy forman parte de nuestro vocabulario pero que se va
arraigando a lo largo de un siglo al calor de los procesos. Esto no lleva a
pensar en cómo los cambios en el uso de determinados términos, como
señala R. Williams, dan testimonio de una modificación de la manera de
pensar la vida en común así como a las instituciones sociales, políticas y
económicas, a sus objetivos y sentido.

El significado moderno que desde entonces adquieren palabras tales


como revolución, democracia, industria, clases medias, liberalismo,
socialismo y proletariado, entre otras, nos dan cuenta de la profundidad y
magnitud de la transfiguración social, política, geográfica e institucional que
acompaña a los avances en el mundo de las comunicaciones, la emergencia
de nuevos actores, de nuevas prácticas políticas y de nuevos sistemas de
producción, el desarrollo de la ciencia y la consolidación de la sociedad
burguesa liberal.

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El periodo que hemos analizado en estas clases significará una
apertura a nuevas transformaciones dado que los procesos que se desatan
a fines del siglo XVIII dan por tierra la seguridad de un mundo predecible y
nos ofrecen hacia 1840 uno carente de equilibrio. La corrosión de los
antiguos regímenes y la crisis económica plantearán un agitado escenario
en el que serán necesarios nuevos reacomodamientos institucionales,
sociales y políticos.

En las próximas clases reflexionaremos, justamente, sobre los


fenómenos que quedan latentes y la manera en que se va completando la
institucionalización de los cambios en proceso. Es el caso, por ejemplo, de
las masas cuya movilización las dota de una experiencia política y una
consciencia que las conducirá al centro de la escena revolucionaria de la
segunda mitad del siglo XIX.

La expectativa que ha recorrido a estas cuatro clases, en las que


hemos reflexionado sobre las características del proceso revolucionario
iniciado a finales del siglo XVIII, consiste en que los alumnos se puedan
hacer de una serie de herramientas para el abordaje de los principales ejes
problemáticos a partir de los cuales se puede comprender a los fenómenos
que tienen lugar en este período y a lo que podríamos categorizar como sus
“irradiaciones”.

Con este término queremos referir no sólo al impacto que tiene en las
sociedades que le son contemporáneas sino a las ondas de largo alcance
que perviven y reaparecen una y otra vez en el discurrir de la modernidad.
Aún más, quedará para analizar en las clases en las que estudiemos la era
contemporánea hasta que punto, aunque sea sólo discursivamente, su
influjo no deja de tener su impronta incluso en la posmodernidad.

A continuación les ofrecemos una guía de lectura para que


profundicen los ejes problemáticos tratados en esta clase a partir del texto
de Eric Hobsbawm, La Era de la Revolución, 1789-1848, capítulos 8 al 16
inclusive.1

1
Hobsbawm, E., La Era de la Revolución, 1789-1848, Barcelona, Crítica, 1997.

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 ¿Que propiedades adquiere la revolución agraria en las distintas
regiones de Europa?
 Reflexione sobre los aspectos positivos y negativos de la abolición del
sistema feudal.
 Caracterice la disolución de la sociedad agrícola tradicional entre
1787 y 1848 teniendo en cuenta las particularidades regionales.
 Analice las implicancias de las desigualdades entre el desarrollo
industrial en Gran Bretaña y el continente. ¿De qué manera afecta
esto al desarrollo interior del sistema de producción regional y a la
relación entre las potencias?
 Reflexione y compare las estructuras sociales de G. Bretaña y Francia
de la restauración a 1848. Preste especial atención a los signos que
indiquen la magnitud del impacto de las dos revoluciones en la
estructuración de la sociedad burguesa de cada país y en los
mecanismos de legitimidad con los que la clase media explica su
situación favorable.
 Explique los alcances sociales de la “carrera abierta al talento”. ¿Qué
papel le cabe a la burocracia?
 Caracterice a la figura del trabajador pobre una vez que avanza la
sociedad burguesa: saldo positivo y negativo del impacto de la
revolución industrial, legado de la Revolución Francesa y sus
prácticas políticas, etc.
 Dé cuenta de la formación de la conciencia proletaria y el papel que
le cabe al movimiento obrero en la formación de la misma. ¿En qué
consiste el movimiento obrero a principios del siglo XIX y cuáles son
sus estrategias políticas?
 Analice la manera en que la forma de reacomodamiento de la
estructura social y la emergencia de nuevos actores sociales se
conjuga con el proceso recesivo en el que se ve involucrada la
religión. ¿De qué manera se ven las religiones afectadas por el
avance del proceso de secularización?
 Compare y reflexione sobre los movimientos religiosos que se
difunden en el siglo XIX. ¿Cuál es su alcances sobre los distintos
actores sociales y cuál su relación de fuerzas entre países?¿Qué tipo

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de relación se plantea respecto a la monarquía y al avance del
liberalismo burgués?
 Caracterice y analice el liberalismo burgués de principios del siglo
XIX. Compárelo con los sistemas de ideas que se erigen en su contra
puntualizando las críticas que le hacen.
 Analice las posturas de aquellos que se ubican entre liberalismo y
socialismo.

Concluida esta clase deberán hacer entrega del trabajo práctico 2.

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