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Encuentros y desencuentros entre el pueblo

haitiano y el pueblo dominicano


La evolución y desarrollo de las sociedades integradas por los pobladores
del Este y del Oeste de la Isla de la Española, se ha producido bajo
condiciones de amor y odio sobre todo a partir de la emancipación de los
esclavos de Saint Domingue, quienes como recurso de legítima defensa
y de contrainsurgencia frente a los franceses, se desplazaron hacia el
Oriente insular, cuyo estatuto político había sido modificado sobre la
base de un acuerdo establecido por ambas metrópolis, conocido bajo el
nombre  de “Tratado de Basilea”. Mediante el mismo, España cedió a
Francia el dominio colonial de la colonia fundada en este litoral, desde la
conquista y colonización iniciada a partir del año 1492.
Vale decir que, el germen patógeno de la tirantez entre ambos pueblos
fue inducido por las metrópolis: Francia y España, mediante la resolución
que transfirió los derechos sobre la antigua colonia española a los
franceses, mediante el citado Tratado. Es decir, 1795, año en que se
produjo dicho acuerdo se correspondía con una coyuntura febril en la
que, concomitantemente los esclavos del oeste, luchaban en forma
resuelta por conquistar la independencia, a la vez que por abolir la
esclavitud.
De forma que, transferir a la soberanía de Francia el actual territorio
dominicano, bajo aquellas circunstancias, fue una forma indirecta de
colaborar con el imperio galo, que de este modo utilizó al Este como
trinchera, para intentar revertir el proceso que se libraba en la tierra de
Toussaint, frente a las huestes napoleónicas. Aquella jugada política
imperial no solo contribuía a complicar las luchas políticas de los
esclavos por su emancipación e independencia, sino que además,
expresaba un humillante desamor por un pueblo que como el
dominicano, hacía tiempo ya, había definido sus perfiles culturales, 
tomando como referencia la hispanidad.
Al parecer, el pueblo dominicano nunca le pasó factura ni ajustó cuentas
a la metrópolis o “Madre patria” por aquel acto jurídico-legal doblemente
reprochable, pues no solo transfería a Francia su poder y control sobre
los pobladores del Santo Domingo, otrora español, sino que lo hacía en
condiciones de esclavitud, la que a partir del traspaso se reformularía en
condiciones más severas, en virtud de la tradición implantada entre los
esclavos de la tierra de Toussaint Louverture.
Probablemente se diría que Núñez de Cáceres reivindicó al pueblo
dominicano mediante la proclamación de la Independencia que, no
obstante resultó un evento fallido, en razón de su corta duración, por lo
que fue llamada Independencia Efímera. Y sobre todo porque éste
mantuvo vigente el régimen esclavista. Entonces vale decir que lo que
se independizó fue la élite oligárquica, propietaria de los esclavos que
constituían la mayoría de la población. Y que fueron emancipados tras la
ocupación haitiana de Boyer.
Sin dudas, el acontecimiento que saldó en forma definitiva la deuda
política de la España medieval y colonial con el pueblo dominicano, fue
la Guerra de la Restauración. Pues aunque la Anexión consignó que no
se restituiría la esclavitud en el nuevo proceso colonialista que inició a
partir de febrero de 1861, ya el pueblo dominicano se había empoderado
de sus derechos a la libertad y la soberanía, por cuando mostró su
determinación a no aceptar de forma apacible e impasible la
consumación de ningún acto injerencista, que truncara el legado de los
trinitarios.
Ahora bien, conquistar el respaldo de la metrópolis, y de los colonos
españoles, esclavistas patriarcales, fue un recurso que contribuyó
decisivamente a favor de los franceses, para materializar la
transferencia de los esclavos de España a sus nuevos amos. No
obstante, dicha situación muy pronto desató una cruenta confrontación
entre los líderes de la revolución antiesclavista de Saint Domingue, por
un lado, (Toussaint Louverture, Jean Jacques Dessalines y Henri
Christophe, Petion, entre otros) y por el otro, el ejército de Napoleón,
quien se hizo representar por Víctor Manuel Leclerc, Kerverseau y Juan
Luís Ferrand. Quienes desde sus trincheras en Cabo Haitiano, Montecristi
y Santo Domingo, respectivamente, tenían la encomienda de restablecer
el régimen esclavista a cualquier precio.
El fracaso de la primera tentativa de unificación de la isla, encabezada
por Toussaint, mediante la ocupación en 1801 de la parte Este,
decretando la abolición, sin éxito de la esclavitud, provocó un fuerte
revés para los revolucionarios (esclavos) de la antigua colonia francesa,
dado que su principal líder (Toussaint) fue apresado por Leclerc,
conducido a una cárcel parisina, donde como venganza y escarmiento,
fue dejado morir de hambre y de frío en su celda. Napoleón jamás le
perdonó a éste que, habiendo acordado ambos que, el líder
antiesclavista representaría los intereses de Francia en la Isla unificada
políticamente, Louverture hizo todo lo contrario: una tentativa de
abolición de la esclavitud y declaratoria de independencia, en todo el
universo insular, contraviniendo los intereses de Francia.
La muerte de Toussaint se inscribe en la lógica de que: “muerto el perro
se acabó la rabia”, pero no. En lugar de contribuir a acobardar a los
negros esclavos, la muerte de éste líder martirizado, provocó un
recrudecimiento de la rebelión, que daría al traste con el régimen
esclavista.  En lo adelante, a Dessalines le tocaría la gloria de conducir
exitosamente aquella epopeya libertaria. Y aunque en el proceso
cometería excesos tanto en el lado francés como en el español, eran las
reglas de la guerra, en la que todo era validable.
Este personaje controversial de la historia insular, enfrentó al régimen
esclavista de Ferrand, uno de los principales lugartenientes de Leclerc.
Sobre él se ha tejido mitos, leyendas y verdades, que ameritan ser
replanteadas a la luz de la objetividad y la cientificidad histórica. A pesar
de que sobre dicha coyuntura hay pocas fuentes documentales, el
Historiador Roberto Marte, ofrece datos que resultan de interés capital
para arribar a conclusiones objetivas sobre aquel proceso.
Sostiene el citado investigador que, a partir de febrero de 1805 las
tropas haitianas conducidas por el emperador Dessalines se desplazaron
a la parte española, a fin de enfrentar al régimen esclavista de Ferrand,
y emancipar de la esclavitud a los antiguos súbditos de España.  La
improvisada resistencia encontrada a su paso fue vencida y los
habitantes de algunas poblaciones del interior fueron cruelmente
reprimidos.
La plaza de Santo Domingo en manos de los franceses fue asediada
durante 21 días, y no pudiendo lograr la rendición de las tropas
francesas, retornaron a Haití entre finales de marzo y principios de
abril[1].
Nótese que, dicha derrota a las tropas de Dessalines por parte del
ejército francés, se produjo muy a pesar de lo bien entrenadas que
estaban las fuerzas haitianas en las artes de la guerra. Qué explica
entonces dicha derrota. Al parecer, la causa fundamental radica en la
complicidad que mostraron los colonos españoles con las fuerzas
francesas para mantener la antigua condición social sufrida por los
africanos y descendientes africanos en el litoral Este de la isla.
Una de las medidas históricamente más impopulares, y que ha sido
objeto de diversas manipulaciones e interpretaciones, fue el hecho de
que, Dessalines ordenó que se llevaran a pie para Haití, a centenares de
personas del país, y se incendiaran casas e iglesias en las localidades
que los haitianos encontraron a su paso[2]. Aunque tal medida podría ser
juzgada como inaceptable en periodo de paz, se trataba de una guerra,
no contra el pueblo dominicano sino contra el régimen de Francia en
Santo Domingo Español, encabezado por Juan Luis Ferrand, quien
representaba los intereses del viejo amo de los esclavos de Saint
Domingue. Además ésta era una costumbre de la época; el autor cita por
ejemplo, el saqueo llevado a cabo por los franceses comandados por el
general de Cussy en la Ciudad de Santiago, el 6 de julio de 1690.
También la iglesia católica era símbolo de esclavitud, por lo que los
haitianos la veían como parte del problema; con el agravante de que su
religión siempre fue el Vudú.
Comenta Marte que, en su Compendio de Historia de Santo Domingo,
José Gabriel García describió “el furor salvaje de los haitianos”, en el
avance del general  Christophe  por El Cibao, que las calles inmediatas a
la iglesia Mayor de Santiago “quedaron sembradas de cadáveres
mutilados”, pero como fue usual del Historiador, no citó las fuentes de
donde obtuvo la información. Solo precisó que lo había contado antes,
Don Antonio del Monte y Tejada”. Pero también se sabe que este último
era un enemigo irreconciliable de los haitianos. Es preciso insistir en que,
no se trata de una defensa gratuita al debut de las fuerzas de Dessalines
por la parte Este de la isla, sino de analizar, contextualizar y exponer los
hechos con el mayor rigor científico posible, dado que, la pasión el odio y
el fanatismo, en lugar de contribuir a esclarecer la verdad histórica
contribuye a oscurecerla.
Ahora bien, esa versión de los hechos ofrecida por el citado historiador,
falsa o cierta, contribuyó por igual a cohesionar al pueblo dominicano en
torno a los valores de la hispanidad y en contra de los haitianos. De
forma que, muchos mitos y leyendas, dado la racionalidad que encierran,
se traducen en factores de utilidad para la causa a favor de la cual se
conciben.
Es decir, sí para provocar la indignación de los pobladores de la colonia
hispánica de Santo Domingo en contra de los haitianos, había que
mitificar su monstruosidad, con éste rumor difundido de boca en boca se
logró. Y desde entonces, ésta funcionaría como una poderosa arma
ideológica, necesaria para reforzar y consolidar la identidad dominicana.
Sobre los atropellos cometidos por el ejército de Dessalines en el curso
de su retirada García, según Marte, refirió entre otros pasajes, que
“horroriza la pintura hecha por una de las víctimas”, sin concretar quién
era dicha víctima. También sostiene que, García reprodujo algunos
fragmentos del texto inédito del cura José de Jesús Ayala, para referirse
al hecho.  Estima el citado autor que, si se confrontan los escritos de
García con los de Antonio del Monte y Tejada, se verá que el primero se
apoyó en la Historia de éste último[3], lo cual le resta credibilidad.
En consecuencia, una versión como ésta, sesgada por prejuicios
ideológicos, queda invalidada como testimonio epistémicamente
confiable, para la construcción objetiva de la memoria histórica.

Por tanto repensar el pasado, situando los hechos en el adecuado


contexto, es la responsabilidad de los historiadores del presente, dado
que entre mito e historia hay una frágil frontera, que solo una actitud
objetiva y desapasionada en el abordaje de la realidad descrita, puede
garantizar su separación y diferenciación. No se está insinuando que las
tropas haitianas no cometieron una serie de atrocidades, porque sería
erróneo; lo que se precisa es impedir que la subjetividad sea la mirada
desde la cual se analicen los hechos.
Conviene resaltar que, la animadversión acumulada en el periodo
preguerra contra los haitianos, adquirió mayor criticidad en El Cibao
central, específicamente en Moca, donde la tradición oral registra
acciones genocidas contra los pobladores por parte de Dessalines.
De manera que, sobre la “Campagne de l’est de fevrier de 1805” como
le llaman los historiadores haitianos, al hecho en cuestión, plantea el
citado historiador que, no hay documentos de la época, por cuanto la
narración de los veganos respecto a las supuestas o reales atrocidades
cometidas por los militares haitianos, es producto de la tradición oral y
folklórica[4]. La Vega ostenta un papel protagónico en esta litis histórica,
dado que Moca fue durante mucho tiempo un municipio que integraba
dicha provincia cibaeña, y fue allí donde se produjo el mítico “Degüello
de Moca”.

Hay también informaciones sueltas del año 1805, que se refieren de


modo indirecto, a los daños causados por las tropas haitianas a su paso
por los poblados dominicanos en otras partes de la isla. A esto hace
referencia la carta del cura Fray Francisco Guerrero, párroco de Baní,
enviada al vicario general, en la cual alude a la pobreza del lugar dejada
tras el paso del ejército de Petion. Pero sostiene que, el padre Guerrero
no dijo nada de la supuesta destrucción de Baní, solo escribió sobre las
penurias de los pobladores. Se deduce que, de ser cierta dicha
destrucción, el padre se hubiese referido a tales hechos en otros
términos.
Debe tenerse en cuenta, que cuando los historiadores dominicanos
hablan de la “quema de pueblos” por los haitianos en 1805, no se
refieren a las circunstancias de los hechos. En tal sentido Marte señala
por ejemplo que, cuando un soldado haitiano incendiaba una casa, a
poco ardía el pueblo entero, como ocurrió accidentalmente con el
incendio de Baní, del 18 de marzo de 1822, pues las viviendas eran
construcciones sencillas de madera y yagua. Sobre el incendio de La
Vega a principios de abril de 1805, el padre Amézquita refirió, 17 años
después del hecho que, los edificios que eran de madera, excepto la
iglesia y dos casas de pared sólida fueron reducidas a ceniza[5].
Además, lo que se sabe de estos hechos, se sabe por el relato de
Antonio del Monte y Tejada, y a los testimonios de dos dominicanos de la
época: Las memorias, de “Mí salida de Santo Domingo” de Gaspar
Arredondo, Bernardo Pichardo y un escrito del padre Ayala, titulado
póstumamente: “Desgracias de Santo domingo”, entre otras, son las
únicas referencias testimoniales directas sobre el tema. Céspedes
calificó el escrito de Arredondo y Pichardo de “degradante”, mientras
que Moquete califica dicha obra de importancia capital porque narra con
entrega y objetividad el genocidio de Dessalines en nuestro país en
1805[6].
Es decir, la historia siempre será un instrumento de carácter científico
para descifrar, interpretar, analizar y explicar críticamente los hechos
abordados. Por cuanto sostiene Edward Evans Pritchard que, “La historia
no es la narración de una sucesión de hechos, sino el análisis de la
relación que existe entre cada uno de estos hechos.
Sobre el mito sostiene Evans Pritchard que, a diferencia de la Historia,
éste se manifiesta como una “realidad inmutable” fluye en el pasado y el
presente, uniendo ambas dimensiones temporales, como si se tratase de
una sola; mientras que el hecho histórico se mantiene congelado en el
pasado, sin experimentar cambios. Lo único que cambian son las
interpretaciones que se le dan, según los intereses políticos,
económicos, ideológicos o culturales.
Coincidiendo con Pritchard sostiene Marte que, aun siendo recuperados a
medias, esos escritos (relatos) de experiencias personales, recuerdos o
episódicos, sin dudas ha de tomarse en cuenta que, los recuerdos
autobiográficos no son copias de experiencias vividas, sino
representaciones mentales transitorias de las mismas, que tienden a
inhibir o a distorsionar aquellas informaciones de la memoria, cuando
son incongruentes con los esquemas generales que proveen de
significación a los recuerdos. Es decir, verdades a medias que a la luz del
morbo, el folklore y de la tradición oral, a veces interesada, otras veces
inocente tienden a falsear los hechos concretos, dándoles una dimensión
fantástica que, por lo regular se distancia de la verdad objetiva,
convirtiéndose de este modo en mito.
A la luz de las revelaciones de las fuentes se aprecia que, las
circunstancias que definieron el curso de los acontecimientos
relacionados a la campaña de Dessalines en el Este, permiten entender
ciertos comportamientos en los soldados. Es decir, los soldados
hambrientos y exaltados, en guerra a muerte, porque los jefes de la
parte española aceptaron gustosos el dominio del ejército francés,
contra el que esas mismas huestes haitianas estaban luchando, podría
explicar lo que para algunos fueron actos de crueldad.  Una expresión
que ilustra lo antes dicho es la del general haitiano Bazelais, Secretario
de Dessalines, quien escribió: “S.M. (su majestad) quedó plenamente
convencido de que los antiguos colonos españoles no merecían la
clemencia del ejército haitiano, por hacerse cómplices de los nuevos
amos franceses”[7].
Aunque las versiones servidas por los investigadores consultados deben
ser evaluadas con prudente mesura y ponderación, han de tomarse en
consideración para reescribir la historia, acerca de los orígenes de la
dominicanidad y de las relaciones dominico-haitianas.
De forma que se podrá o no estar de acuerdo con los juicios emitidos en
el presente ensayo, no obstante se requiere asumir la correspondiente
responsabilidad, al exponer algunas ideas clave, para inducir al debate
en torno a una cuestión de interés permanente en el escenario insular. Y
aunque la dominicanidad tiene que ser defendida frente a cualquier
amenaza, es un mito que para hacerlo se precisa de expresiones y
acciones ofensivas, que propendan a la confrontación con los vecinos del
Oeste, como suelen pensar algunos fanáticos. Claro, fanatismo hay a
ambos lados de la frontera, pero los dominicanos debemos ocuparnos,
en primera instancia, de los problemas generados en nuestro país,
responsabilidad que atañe a todos/as los/as que deseamos vivir en paz
en este rincón de El Caribe.

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