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El desarrollo de la

etnohistoria andina
a través de la (re)definición
de lo andino (1970-2005)
The Development of Andean Ethnohistory through
the (re) Definition of lo Andino (1970-2005)

doi: 10.22380/20274688.446
Alejandr a R amos*
Recibido: 23 de diciembre del 2017 Universidad de Buenos Aires, Conicet, Argentina
Aprobado: 3 de abril del 2018 alejandraramos_@hotmail.com

R e s u m e n
El objetivo de este trabajo es abordar cómo historia. Exploro las formas que adquiere
se constituyó una etnohistoria referida lo andino en las producciones académi-
a lo andino y de qué manera esto atrave- cas, sintetizando de qué manera se gestó
só las relaciones entre países, regiones, una etnohistoria definida como andina
disciplinas y temas de investigación. y cuáles fueron las discusiones que se
Me aproximo a la conformación de este dieron dentro de este campo en torno a
campo analizando prácticas colectivas de lo andino. Finalmente, discuto los desa-
investigación. Sitúo el surgimiento de la fíos que la puesta en tensión de lo andino
etnohistoria andina dentro de un conjun- plantea para los estudios etnohistóricos
to de articulaciones entre antropología e en las últimas décadas.

Palabras clave: etnohistoria, Andes, redes académicas.

* Doctora en Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora y docente


de dicha institución y becaria posdoctoral de Conicet. Autora de artículos, capítulos de libros
y libros relativos a la conformación de campos de investigación, sus trasformaciones teórico-
metodológicas y los circuitos formales e informales de circulación de la producción académica.
orcid: 0000-0003-1373-0523.

8 Vo l . 2 3, N.˚ 2. p p. 8-4 3, JU L I O -D I C IEMBR E d e 2 018 F R O N T E R A S de la H I S T O R I A


Alejandra Ramos
A b st r ac t
The objective of this work is to address and History. I explore the forms that lo
how an Andean Ethnohistory was con- andino acquires in academic productions,
stituted and how it crossed relations synthesizing how an Ethnohistory defined
between countries, regions, disciplines as Andean was conceived and what were
and research topics. I approach the con- the discussions that took place within this
formation of this field analyzing collective field around lo andino. Finally, I discuss
research practices. I place the emergence the challenges that the debates about lo
of the Andean Ethnohistory within a set andino implied for the ethnohistorical
of articulations between Anthropology studies in the last decades.

Keywords: ethnohistory, Andes, academic networks.

Introducción 1
n tanto los campos disciplinares no tienen una identidad tras-
cendente, sino dinámica y situada, las formas de investigar
E no obedecen a dictados internos de cada uno de ellos ni a sus
definiciones normativas. Para su estudio es imprescindible es-
tablecer una caracterización a partir de las prácticas concretas
y situadas de los diversos actores que los componen. En el caso de la etnohisto-
ria andina, se debe considerar un contexto disciplinar amplio y la relación con
otras iniciativas contemporáneas, examinando la manera en que las renovaciones
teórico-metodológicas de la historia y de la antropología inciden en la confor-
mación de este campo. Es necesario “desarmar” el nombre y dar cuenta de los
procesos involucrados en la conformación histórica de una etnohistoria como
andina. En este sentido, en un trabajo precedente (Ramos, “Etnohistoria(s)”)
revisé qué tipo de investigaciones se designaban como etnohistóricas, en qué
momento/s surgió esta denominación y qué debates suscitó. En relación con el
segundo término del nombre, surge la pregunta de en qué consiste lo andino

1 En el 2016 fui invitada a brindar una conferencia en el marco del Seminario Internacional de Etno-
historia organizado por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. El tema que abordé
en aquella oportunidad versó en torno a mi investigación doctoral, en la que había reconstruido el
desarrollo de la etnohistoria andina entre 1970 y 2005, siempre en el marco de un interés más general
por las formas de producción y circulación del conocimiento científico (Ramos, La etnohistoria).
Las siguientes páginas conforman una versión revisada y reorientada de aquella presentación.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

para la etnohistoria andina. Téngase en cuenta que, al mismo tiempo que se


consolida una etnohistoria específicamente andina, las investigaciones realizadas
dentro de ese marco contribuyen activamente a una profunda redefinición de
lo andino. El objetivo de este trabajo será exponer de qué manera se constituyó
una etnohistoria referida a lo andino y cómo esto atravesó las relaciones entre
países, regiones, disciplinas y temas de investigación. Para analizarlo, me enfo-
caré principalmente en obras colectivas y encuentros académicos que tuvieron
lugar entre 1970 y el 2005.
Ya desde su nombre la etnohistoria andina se presenta en relación con un
área geográfica de investigación. Desde una aproximación inicial al tema, se
aprecia que este espacio bien puede cubrir toda la extensión de la cordillera de los
Andes, mientras que una visión más acotada lo sitúa desde el sur de Colombia
hasta el centro-norte de Chile y Argentina, aunque también puede ser restringido
a Ecuador, Bolivia y Perú o, incluso, solo a este último país. A partir de lo que
se establezca como andino existe una serie de sociedades que quedarán dentro
y otras fuera de ese espacio. Hay gradientes de andinidad a partir de un centro
en Cusco, y lo andino se difumina a medida que nos alejamos de este punto2.
Esta idea puede ser complejizada, pero como apreciación inicial contribuyó a
establecer en qué lugares enfocar la mirada, ya que no resultaba factible incluir
a todos los países que podían ser definidos como andinos. Por lo tanto, y con
el objetivo de cubrir los distintos gradientes de andinidad, mi investigación se
centró en tres países del área andina: Perú, Bolivia y Argentina3.
Por supuesto, lo andino no fue solo recuperado y discutido con fines aca-
démicos, en tanto durante décadas inspiró acciones y declaraciones de ong,
partidos políticos y movimientos populares, entre otros. En este sentido, puede
decirse que tanto los sentidos que adquiere lo andino como los ámbitos desde los
cuales es retomado son extremadamente variados: ha sido parte de un discurso
político y de propuestas de articulación multinacional, ha sido reclamado por
movimientos indígenas como carta de legitimidad e incluso ha sido reivindi-
cado por sujetos que no se definen como indígenas (Lanata; Martínez, “La

2 Esta idea de gradientes de andinidad es complementaria con la analogía corporal de los Andes
propuesta por Gade.
3 Si bien he revisado el alcance para toda el área andina de las ideas expuestas en este artículo, estas
tienen su origen en una investigación que estudió en profundidad los tres países mencionados.
Por ello, se sugiere al lector que desee profundizar sobre los estudios etnohistóricos en Colombia
ver Pineda, para Chile ver Chiappe y para Ecuador ver Moreno (“La etnohistoria”).

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construcción”)4. Así, lo andino condensa una pluralidad de significados que
incluso pueden ser contrapuestos y que son el resultado de un proceso histórico
que los articula en una red de sentido (sensu Koselleck).
Aunque los investigadores no son los únicos agentes involucrados en la
negociación de tales sentidos, en las siguientes páginas voy a centrarme en las
formas que adquiere lo andino en las producciones académicas y en la manera
en que se vinculan con el desarrollo de la etnohistoria. En primer lugar, situa-
ré la etnohistoria en un marco más general de relaciones entre antropología e
historia y precisaré de qué modo trabajé la etnohistoria andina en mi investiga-
ción. Luego, tras haber indicado la centralidad de lo andino en mi indagación,
presentaré los antecedentes de la conformación del espacio andino como área
de estudio; sintetizaré de qué manera se gestó una etnohistoria definida como
andina, cuáles fueron sus implicancias para el desarrollo de las investigaciones, y
más adelante me detendré en las discusiones que se dieron dentro de este campo
en torno a lo andino. Finalmente, estableceré cuáles son los desafíos que plantea
para los estudios etnohistóricos la puesta en tensión de lo andino.

Consideraciones preliminares
sobre la etnohistoria5
Si bien hay referencias previas al término etnohistoria, las problemáticas sur-
gidas a partir del proceso de descolonización y el interés por dar cuenta de la
transformación social contribuyeron en gran medida a que se diera un acer-
camiento entre la antropología y la historia. De manera que entre las décadas
de 1950 y 1960, pero sobre todo en los años 1970, se hizo habitual el uso de la

4 Aunque he desarrollado estos aspectos en otra oportunidad (Ramos, La etnohistoria), el trabajo


no ahondará sobre estos puntos. A modo de ejemplo, sobre relaciones internacionales es interesan-
te notar que la división de países que forman parte del Pacto Andino y del abc tiene incidencia
sobre cómo se piensan los alcances de trascender las fronteras nacionales. Asimismo, estas formas
de pensar la unidad regional tienen eco en la conformación de las instituciones académicas (con-
sidérese, por ejemplo, la delimitación que establece el Instituto Francés de Estudios Andinos).
Sobre la articulación de movimientos indígenas, las reivindicaciones políticas de la etnicidad y
las condiciones de posibilidad de articular y trascender lo andino, remito al trabajo de Gros. Una
lúcida exploración de la imbricación de sentidos asignados y agentes que reclaman lo andino puede
encontrarse en Martínez (“La construcción”).
5 En este apartado recupero de manera muy sintética los argumentos presentados en Ramos
(“Etnohistoria(s)”).

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palabra etnohistoria para designar investigaciones que se llevaban a cabo en


Estados Unidos, África, los Andes, Mesoamérica y Europa. Por lo tanto, el
término no es unívoco; existen convenciones de sentido en cada uno de estos
espacios de investigación. Se encuentra condicionado además por cómo se en-
tienden la antropología y la historia; el tipo de relación entre estas disciplinas
cobra dinámicas distintas de acuerdo con las corrientes teóricas y las crecientes
especializaciones. La articulación disciplinar, si bien surge de un clima común,
se encuentra anclada en contextos nacionales y continentales, condicionada por
el tipo de material con el que se trabaja y los principales agentes considerados.
Lo anterior no implica que las articulaciones que dieron lugar a investigaciones
etnohistóricas se hayan desarrollado de modo independiente, como queda claro
en el caso de los debates acerca de si la etnohistoria es un método, un enfoque,
una disciplina o una subdisciplina.
Entre las principales discusiones que traspasaron estas articulaciones se
encuentran aquellas vinculadas a su objeto. Por ejemplo, frente a la idea de que la
etnohistoria es el estudio de los grupos étnicos en temporalidades inmediatamente
previas a la Conquista y durante la Colonia, surge la pregunta de si estos grupos
son solo los nativos; ¿sería posible ampliar el abanico de sujetos investigados por
los etnohistoriadores? Pero si la etnohistoria puede lícitamente investigar a los
sujetos tradicionalmente estudiados por los historiadores, ¿qué la diferenciaría
de la historia? En este sentido, algunos investigadores han propuesto que no se
trata tanto de investigar grupos sino de la interacción entre ellos (Bechis).
También se intentó zanjar el debate argumentando que lo que da su es-
pecificidad a la etnohistoria no es el sujeto / objeto de estudio, sino su método.
Si bien se retomó la idea de combinar las técnicas tradicionales de la historia
para el tratamiento de las fuentes con el punto de vista antropológico, esto no
parecía ser suficiente y algunos autores pusieron el énfasis en la importancia
de los estudios comparativos. Por último, se discutió la necesidad de mantener
una designación especial para la historia de “los otros”, ya sean grupos étnicos
o minorías (Trigger)6.

6 En los últimos años, en ciertas academias el término antropología histórica se convirtió en sinó-
nimo de etnohistoria o lo reemplazó completamente. Junto a otros colegas realicé un estudio de
este desplazamiento en las prácticas de un equipo de investigación en Argentina (véase Zanolli,
Ramos, Estruch y Costilla). Dado que, primero, este trabajo se centra en la idea de lo andino y
no se encuentran menciones a una antropología histórica andina y, segundo, que la antropología
histórica tiene una historia propia que no se reduce a ser una opción de sustitución nominal para
la etnohistoria (véase Ramos, “Etnohistoria(s)”), no incluyo mayores detalles sobre este término.

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Desde mi perspectiva, no debería partirse de definiciones normativas sobre
qué es o debería ser la etnohistoria, sino del análisis de las prácticas investigativas
concretas. Estas prácticas —colectivas, espacializadas e institucionalizadas—
suponen ensamblajes de relaciones que se articulan en diferentes escalas. En
mi investigación, evitar definiciones normativas me permitió discutir algunas
interpretaciones cristalizadas, pero escasamente cimentadas. Para implementar
una aproximación que partiera de las prácticas, fue clave identificar un hilo
conductor que atravesara los distintos temas tratados desde la etnohistoria an-
dina y con una marcada continuidad en el tiempo.
En tanto lo andino —a lo largo de mi periodo de estudio— era recuperado
por investigadores de distinta procedencia y formación, incluso con orienta-
ciones teórico-metodológicas opuestas, este pasó a ser el referido “hilo” de mi
investigación. Los sentidos de lo andino se encontraban presentes en aportes y
discusiones en torno a la temporalidad de los estudios etnohistóricos, la geo-
grafía que abarcaban, qué se estaba entendiendo por etnicidad y qué voces era
posible recuperar (y cómo). Se trataba de temas que desafiaban y redefinían
constantemente los límites e incumbencias de la etnohistoria andina, lo que
me permitió revisar las interpretaciones de este campo como una moda y las
lecturas que aseguraban su crisis.
Ahora bien, las referencias a lo andino no eran exclusivas de la etnohisto-
ria ni se habían iniciado con ella. Por este motivo, indagué los elementos que
aportaron a los sentidos de lo andino y que, de forma articulada o superpuesta,
fueron sedimentándose con el tiempo, para luego analizar de qué manera se
retomaron y redefinieron desde la etnohistoria andina. Veamos entonces cómo
fue pensada el área andina, ya que esta será la base a partir de la cual se cons-
truirán los posteriores sentidos de lo andino.

Antecedentes de la conformación
del espacio andino
Redunda decir que el espacio andino no es algo dado, no es una delimitación
geográfica que existe objetivamente más allá de las negociaciones de senti-
do entre múltiples actores. Ciertos elementos son recuperados y esgrimidos
como sostén de los argumentos en pro de una más amplia o más restringida
delimitación del espacio andino, y por ello se vuelve necesario realizar una
reconstrucción del proceso histórico de su conformación.

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Lo primero que hay que tener en cuenta es que, por extraño que parez-
ca, la cordillera no siempre fue concebida como una unidad; esta es una idea
que se remonta al siglo xviii (Gade). En segundo lugar, dado que esta cade-
na montañosa no es uniforme, se han ensayado distintas clasificaciones para
subdividirla. En 1973, el geólogo Augusto Gansser estableció una delimitación
del espacio andino con un eje vertical —que tiene en cuenta su articulación
con los espacios circundantes— subdividido en Andes septentrionales, Andes
centrales y Andes meridionales (figura 1). Aunque las denominaciones puedan
parecer familiares para el lector, si observa el mapa podrá notar que el alcance
de las subáreas del geólogo resulta muy alejado de como ha sido concebido este
espacio por parte de historiadores, antropólogos y arqueólogos.
La diferencia mencionada respecto del alcance de las subáreas puede
comprenderse si se considera el desarrollo de la noción de área cultural en la
antropología y la arqueología. Dicha noción ha sido empleada desde principios
del siglo xx y puede remontarse al difusionismo o Kulturkreislehre, el cual ex-
plicaba el desarrollo de las civilizaciones a partir de la circulación de elementos
culturales desde los centros o núcleos hacia las zonas periféricas (ya sea que se
considere un centro de invención o múltiples centros independientes) (Moreno,
“El altiplano”). Sin embargo, fue en el marco de la guerra fría que esta noción
recibió nuevo impulso por parte de la antropología cultural norteamericana,
ya que la delimitación regional a partir de la relación espacio-cultura resultó
funcional a los intereses de las potencias en pugna7.
Los clásicos volúmenes del Handbook of South American Indias 8 fueron
organizados de acuerdo con un esquema que, al tiempo que proponía una divi-
sión en áreas, indicaba cuáles eran más relevantes y cuáles podían considerarse
marginales. En su trabajo de 1949, “South American Cultures: An Interpre-
tative Summary”, Steward publicó un mapa que reactualizaba la división del
Handbook (figura 2). Allí puede apreciarse cómo fue instalada la idea de mar-
ginalidad para las áreas periféricas en torno a los Andes centrales y, además,

7 La carrera espacial y armamentística incrementó el apoyo financiero para la investigación, y la


puja por el reparto del mundo implicó un mayor conocimiento de los territorios en disputa y de
las sociedades que los habitaban. Abunda la bibliografía sobre la conformación de los estudios
de área y la política internacional norteamericana (Szanton; Wallerstein). Cumings ha reseñado
—a partir del Social Science Research Council (ssrc)— la financiación estatal a los estudios de
área siguiendo la apertura de comités regionales en la década de 1940 y luego su reestructuración
al terminar la guerra fría.
8 El Handbook of South American Indians se publicó en siete volúmenes entre 1946 y 1959.

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➻ ➻ F igu r a 1.
Subdivisión de la cordillera de los Andes
Fuente: elaboración propia con base en Gansser (96).

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cómo los límites quedaron definidos siguiendo las fronteras nacionales. Como
veremos, la discusión acerca del lugar de los actuales límites internacionales
en el establecimiento de áreas geográficas, culturales e históricas atraviesa los
debates académicos a lo largo del todo el siglo xx.
En lo referente al concepto de área, Bennett aseguraba que autores como
J. Tello, M. Uhle o P. Means manejaban una idea de área andina o de área
central andina muy amplia (desde el sur de Colombia hasta el noroeste de Ar-
gentina), y por eso imprecisa. Por lo tanto, delimitó esta extensión a partir de la
identificación de la interrelación de tradiciones culturales en tiempo y espacio
entre la costa peruana desde Lambayaque hasta Mollendo, y en las tierras altas
desde Cajamarca hasta Tiahuanaco. A esta la denominó área de co-tradition
peruana, la cual implicaba una idea de continuidad y de características com-
partidas, más allá de la existencia de subdivisiones regionales (Bennett, “A
Reappraisal”, “Area”).
Por último, en muchos casos la idea de área andina quedó asociada al
territorio conquistado por los incas, delimitación que, además, proviene de la
propuesta de alternancia entre periodos de desarrollos locales y horizontes de
unificación (Ramos, “Max Uhle”). Al traspasar las fronteras nacionales, la ex-
pansión del Imperio incaico contribuyó a que las investigaciones no quedaran
condicionadas por los actuales límites políticos. Sin embargo, se ha argumentado
que un enfoque de este tipo tiende, por un lado, a homogeneizar la diversidad
y, por otro, a subsumir lo andino a lo incaico9. En este sentido, cabe recordar
que —a lo largo de la segunda mitad del siglo xx— el contenido mismo del
área andina fue revisado y redefinido, en gran parte como resultado de investi-
gaciones puntuales en zonas consideradas marginales (Ramos, La enohistoria).

La conformación de una etnohistoria


a partir del espacio andino
Como mencioné anteriormente, el lapso temporal de mi investigación (1970-
2005) se encontraba atravesado por consideraciones sobre el auge y la decadencia
de la etnohistoria, lo que dificultaba la aproximación al periodo en términos de
unidad. Sin embargo, la continuidad de ciertas prácticas invitaba a realizar un

9 Pueden contraponerse en este sentido la idea de logro inca de Rowe y la de logro andino de Murra
(Ramos, La etnohistoria andina antes).

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➻ ➻ F igu r a 2.
“Distribution of Aboriginal Culture Types”, por Julian Steward
Fuente: elaboración propia con base en Silverman e Isbell (4).

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esfuerzo por analizar las transformaciones a lo largo de aquellos años. Si quería


comprender la idea de crisis o abandono de la etnohistoria andina a partir de
los años 1990, primero debía establecer los pilares sobre los que se asentaron las
investigaciones en los años 1970 y 1980. Al tomar como eje lo andino, la primera
fase (que abarca hasta fines de la década de 1980) quedó asociada a la preeminen-
cia de la idea del logro andino (Ramos, “El aporte”), mientras que la segunda a
una atomización y crisis de lo andino. A continuación, presentaré la primera fase,
ligada a la propuesta de algunos investigadores de pensar más allá de lo incaico
y de Cusco. La segunda fase será expuesta en el apartado siguiente.
Un importante hito de la primera fase fue el Congreso Internacional de
Americanistas (cia) realizado en Lima en 1970. Este evento incluyó dos sim-
posios que, desde la arqueología y la etnohistoria, se proponían dar una visión
más amplia y completa del mundo andino, no limitada al Cusco. La Revista
del Museo Nacional publicó de manera conjunta los dos simposios: “Aportes a
la historia cultural de la sierra centro andina”, coordinado por William Isbell
y Rogger Ravines, y “Aportes a la organización social y etnohistoria de la sierra
centro andina”, a cargo de Tom Zuidema y Billie Jean Isbell. De acuerdo con la
presentación de la revista, los trabajos allí reunidos abordaban la “sierra central
de Perú, es decir, el área geográfica comprendida entre los 10° y 14° de latitud
sur y los 71° y 77° de longitud oeste” (Revista del Museo Nacional 13). En este
sentido, es importante notar que el hecho de que “sierra central andina” y “sierra
central de Perú” se vuelvan en el texto referido términos intercambiables puede
leerse en el sentido de lo que Ticona Alejo denominó peruanización de lo andino.
Por la misma época, John Murra aseguraba que se estaban produciendo
estudios que, en lugar de enfocarse en los incas en general, se ocupaban de una
actividad o de un patrón institucional (Murra, “Current”), y que se habían re-
vitalizado las investigaciones en lo que denominó zonas periféricas del Tawan-
tinsuyu: hacia el norte de Huamanga, al sur de Chuquisaca y al oriente en las
yungas (Murra, “La etnohistoria”). Es interesante señalar que los casos trabajados
por Murra para elaborar el modelo de control vertical se ubican por fuera de
los espacios considerados centrales, tanto en los términos de los mencionados
simposios de 1970 como en su propia definición de zonas periféricas (figura 3).
El modelo de control vertical es ampliamente conocido; me limitaré a
recordar que proponía una adaptación al medio a través del acceso a recursos
en distintos pisos ecológicos, con enclaves multiétnicos conectados por lazos
de parentesco. Este ideal de autosuficiencia —que puede observarse con una
distribución panandina desde momentos preincaicos en adelante— enmarca en

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➻ ➻ F igu r a 3 .
Ubicación de los casos trabajados por Murra (1 a 5) en relación con la
delimitación de la sierra central andina (naranja) y las zonas centrales
del Tawantinsuyu (violeta)
Fuente: elaboración propia.

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la práctica la existencia de diferentes formas institucionales, las cuales pueden


variar a partir de la demografía o con la aparición de un Estado centralizado
(Murra, “El “control vertical”). A partir de su difusión, el modelo de Murra
se constituyó en un marco de referencia que englobó investigaciones en una
amplia diversidad de temporalidades y geografías, llevadas a cabo por arqueólo-
gos, antropólogos e historiadores de distintas academias (Ramos, “El aporte”).
Aunque la propuesta de Murra fue inicialmente acompañada de un im-
pulso a las comparaciones Andes-Mesoamérica, luego cobró mayor interés el
estudio de la diversidad en el interior de los Andes. En cuanto al primer punto,
recordemos el simposio “Proyecto de comparación sistemática entre las organi-
zaciones sociales económicas y políticas de las civilizaciones mesoamericanas y
andinas”10, el cual sesionó en el marco del Congreso Internacional de America-
nistas celebrado en Lima en 1970; el Simposio de Correlaciones Antropológicas
Andino-Mesoamericano (Salinas, Ecuador, en 1971) y el Seminario Comparativo
Andes y Mesoamérica (México, 1972). Transcurrida más de una década desde la
realización de estos eventos, Juan Manuel Pérez Zevallos y José Antonio Pérez
Gollán publicaron la compilación La etnohistoria en Mesoamérica y los Andes.
Pese a la intención de poner en diálogo a los investigadores de las dos áreas, la
obra se limitó a reeditar textos de autores destacados.
Ahondar en la relación entre los espacios construidos como Andes y Me-
soamérica requeriría, al menos, un artículo en sí mismo. Me limitaré a señalar
la fuerza que cobró en el plano académico el hecho de que fueran definidos
e instalados como civilizaciones. Medina Hernández nos recuerda que en la
década de 1940 Paul Kirchhoff impulsaba el “reconocimiento de la constitu-
ción de la mesoamericanística como una tradición civilizatoria equivalente a
otras semejantes en el mundo, como la egiptología, la sinología o la dedicada
a Mesopotamia” (83). Más tarde, cuando ya Mesoamérica había alcanzado
el grado requerido por Kirchhoff, fue Murra quien se ocupó de abogar por el
reconocimiento de lo andino como una civilización, en pie de igualdad con otras
civilizaciones tradicionalmente estudiadas (Castro et al.)11.
Entre los eventos importantes en relación con el segundo punto —el es-
tudio de la diversidad dentro del espacio andino, que incluía la discusión de su
alcance mismo— se destaca el Seminario sobre Reinos Lacustres realizado en

10 Coordinado por María Rostworowski, John Murra, Franklin Pease y Salomón Nahmad.
11 Una revisión de la progresiva construcción de Mesoamérica como una categoría operativa y de los
debates que en torno a ello se desarrollaron puede encontrarse en Medina.

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1972. A lo largo de dos meses, alrededor de veinte personas recorrieron zonas
adyacentes de Perú, Chile y Bolivia, participando además en eventos académi-
cos locales, como el Primer Congreso del Hombre Andino realizado en Chile.
Asimismo, algunos de estos investigadores se encontrarían luego en el Congreso
Argentino de Arqueología (1974).
A fines de la década de 1970, un intercambio entre investigadores fue clave
en la discusión sobre los alcances del área andina y sus delimitaciones internas.
Desde el Proyecto Regional de Patrimonio Cultural, dependiente de la Unesco
y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), se impulsó
una revisión de la manera en que se concebía la delimitación del espacio en
la arqueología andina, que estuvo coordinada por el arqueólogo peruano Luis
Lumbreras. Para ello organizó una “Propuesta preliminar para una redefinición
del área andina”, que propició el intercambio entre especialistas12 de distintas
partes del mundo, inicialmente a través de la correspondencia y, más adelante,
en 1979, con la realización en Paracas del coloquio Críticas y Perspectivas de la
Arqueología Andina. Ese mismo año se publicó un informe del coloquio, y dos
años más tarde Lumbreras recuperó los debates en Arqueología de la América
andina. En la presentación del libro, el coordinador del Proyecto Regional de
Patrimonio Cultural señalaba:
La literatura existente hasta hoy sobre la arqueología andina ofrecía una
imagen segmentada, localista, nacional en términos de fronteras actua-
les, del área que, desde el punto de vista arqueológico, comprende todo
el territorio de los Andes, desde Venezuela hasta Argentina. (Mutual 5)

En el mismo intercambio inicial de correspondencia se exponía esta limi-


tación y la dificultad para superarla, dada la imbricación de criterios políticos
y académicos:
En relación con la división de áreas que postulamos en la segunda parte
de este trabajo, Hennomg Bischof (prpca-2:2) nos recomienda tener
cuidado en el trato de problemas que pueden ser usados políticamente;
al respecto comenta: “Yo considero esta demarcación (Sechura-Ayabaca-
Huancamba) como el límite cultural prehispánico más acentuado […]
Pero ¡qué problema si volviera a actualizarse en términos políticos! Es-
ta misma reserva la hemos escuchado de varios colegas de Colombia,

12 Los especialistas convocados no fueron solamente arqueólogos, sino que se incluyó a antropólogos,
historiadores, etnohistoriadores y conservadores.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

Ecuador y Chile, y alguien nos ha indicado que con esto la arqueología


estaría contribuyendo en cierto modo al afán guerrerista de algunos
sectores de nuestros países”. En cambio, otros investigadores como John
Murra señalan que están de acuerdo con que cualquier definición que
se acepte debe ser independiente de las fronteras actuales. (Lumbreras,
Arqueología 35)

Como parte del coloquio, se revisó la idea de área cultural y se insistió en


su dimensión temporal, que comprendía la variación de sus límites y centros de
acuerdo con el periodo analizado. Se trataba, en términos de Lumbreras, de áreas
de desarrollo histórico más que de áreas culturales. A este respecto indicaba:
Entendemos como “área Andina” (o quizás “macro-área”) al territorio
ocupado por los pueblos, cuya relación con el medio ambiente se resuelve
a través de una constante mar cordillera bosque tropical, que configura
una racionalidad económica integracionista, de corte transversal al eje
geográfico de la cordillera; en donde existen, a su vez, áreas menores
de cohesión mayor. (Lumbreras, Arqueología 16-17)

La macroárea andina puede dividirse, abarcando el occidente de los


actuales países de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, el centro de
Chile y el noroeste de Argentina, en: el extremo norte o circuncaribe; Andes
septentrionales; Andes centrales; Andes centro-sur o alrededor del Titicaca;
Andes meridionales; extremo sur (figura 4). Lumbreras, teniendo en cuenta los
últimos avances en las investigaciones, también consideró pertinente pensar en
la incorporación de un área oriental andina.
Como veremos en el siguiente apartado, hacia fines de la década de 1970
—y sobre todo a partir de los años 1980— se produjo una atomización de lo
andino. En este sentido, años más tarde de la elaboración del citado mapa, Lum-
breras (Historia) argumentará que la especificidad de lo andino se encuentra en
su polisemia, designando a la vez unidad y pluralidad; unidad al recuperar el
devenir histórico de un conjunto de pueblos y pluralidad porque no se trata de
un conjunto homogéneo, sino de una articulación e integración de la diversidad
ecológica que se expresa también en lo social.

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Alejandra Ramos

➻ ➻ F igu r a 4 .
Áreas de la región andina
Fuente: elaboración propia con base en Lumbreras (Arqueología 42).

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La reelaboración de lo andino
El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

desde la etnohistoria
En la década de 1970 la diversidad de grupos étnicos dentro de la unidad andina
posibilitó un distanciamiento de la tendencia cuscocéntrica, de acuerdo con la cual
prácticas prehispánicas, coloniales o contemporáneas eran interpretadas como
resultado de la expansión incaica. Como consecuencia de ese nuevo conjunto de
investigaciones, a fines de aquella década y a inicios de la siguiente el imaginario
de lo andino se había consolidado, pero tal como señaló José Luis Martínez,
[…] la homogeneidad inicial había cedido lugar a una cierta fragmenta-
ción y a la búsqueda de algunos bordes de eso “andino” que permitieran
construir nuevas diferencias con otros mundos, los de las selvas ama-
zónicas, las sociedades más tropicales o el mundo de las pampas.
(“La construcción” s. p.)

En la década de 1970 fue clave el surgimiento o la reestructuración de revistas


en las que se publicó buena parte de la producción etnohistórica de aquellos años.
En la década siguiente fue destacable la aparición de espacios de formación como
la Maestría en Etnohistoria de Ecuador y, en Bolivia, la Diplomatura impulsada
por la Flacso. Todo esto contribuyó a un crecimiento de la comunidad académica
ligada a los estudios etnohistóricos, a su especialización y a la circulación de las
investigaciones. A continuación, me centraré en espacios de encuentro y publica-
ciones en las que puede seguirse el debate en torno a lo andino en la etnohistoria.

Una nueva etnohistoria


En 1981, con el auspicio del Joint Committee on Latin American Studies
del Social Science Research Council (ssrc) y del American Council of Learned
Societies, Brooke Larson y Steve Stern prepararon un encuentro en el que par-
ticiparon Carlos Sempat Assadourian, José María Caballero, Magnus Mörner,
John Murra, Silvia Rivera Cusicanqui, Karen Spalding y Enrique Tandeter. El
propósito era diseñar un proyecto sobre la historia andina. Como producto de
la reunión se programaron tres conferencias temáticas cuyo fin era discutir los
avances más recientes en las investigaciones sobre historia y etnología andinas
y sentar las bases para los estudios futuros. Las tres conferencias compartían
un doble objetivo:

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Alejandra Ramos
1. analizar las diversas formas en que los pueblos andinos han partici-
pado en y respondido a los mundos sociales, económicos, culturales y
políticos en que se desenvolvieron, y 2. buscar indagar las motivaciones
y las dinámicas endógenas de la experiencia histórica andina. (Stern 14.
Énfasis en el original)

Los trabajos compartidos en cada encuentro dieron origen a tres publi-


caciones que se convirtieron en clásicos de los estudios andinos.
La primera conferencia, coordinada por Olivia Harris, Brooke Larson y
Enrique Tandeter, se llevó a cabo en 1983 en Sucre (Bolivia) con el nombre de
“Penetración y expansión del mercado en los Andes, siglos xvi-xx”13. Se presen-
taba el proyecto de las tres reuniones como parte de una “nueva etnohistoria”
(Harris et al. 15), en la cual la noción de estrategia se volvía central para discu-
tir la visión de “una prolongada y unívoca historia de resistencia a las fuerzas
coactivas y/o libres del mercado” (Harris et al. 39). El objetivo de este encuentro
en particular era
[...] salvar la distancia tradicional entre etnohistoriadores, que insisten
sobre la durabilidad de las normas culturales e instituciones andinas, y
los historiadores económicos que analizan el poder de transformación
del mercado y el estado durante los periodos colonial y republicano.
(Harris et al. 21)

Steve Stern estuvo a cargo de la segunda conferencia, que llevó el nom-


bre de “Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes, siglos xviii
al xx”, realizada en Madison en 1984. Se buscaba analizar los momentos de
violencia colectiva dentro de temporalidades mayores, atendiendo a las formas
de “adaptación en resistencia”, cuestionar las visiones del campesinado como
meros reactores y demostrar la necesidad de atender a los factores étnicos en los
estudios sobre campesinado. Una de las preocupaciones expresadas por Stern
en la introducción a la compilación es que los avances e innovaciones de los
estudios en el área andina no habían tenido mayor impacto en la reevaluación
de las teorías sobre el campesinado.

13 Esta conferencia tuvo como antecedente la sesión coordinada por Olivia Harris en el marco del 44.°
Congreso Internacional de Americanistas (1982, Manchester, Inglaterra), titulada “Participación
indígena en los mercados andinos”.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

En 1986 se realizó en Quito la tercera conferencia, “Reproducción y trans-


formación de las sociedades andinas, siglos xvi-xx”, a cargo de los coordina-
dores Segundo Moreno Yáñez y Frank Salomon. Interesados en las fuerzas que
ejercieron las organizaciones andinas, buscaban dar un paso hacia una histo-
riografía capaz de captar la práctica histórica de órdenes culturales diferentes.
Se debatieron las unidades de análisis de la historiografía andina, poniendo en
tensión categorías como comunidad andina, comunidad indígena, grupo étni-
co y nación. La pregunta sobre cómo los hechos económicos coloniales fueron
convertidos en hechos andinos tendió un puente con la reunión de Sucre, a
partir del concepto de economía moral (Moreno y Salomon).
Las investigaciones que cambiarían la imagen de un imperio incaico ho-
mogéneo crecían, acompañando esta diversificación y profundización temática.
En el marco del 45.° cia, realizado en Colombia en 1985, se llevó a cabo la sesión
“La frontera del Estado inca”. Más adelante, Tom Dillehay y Patricia Netherly
publicaron con el mismo título la mayor parte de los trabajos allí presentados.
El objetivo del encuentro fue la “identificación y comprensión de las distintas
formas de interacción a lo largo de las fronteras estatales” (3). Se resaltaron los
avances en el conocimiento que había permitido la etnohistoria en cuanto a la
organización del Estado inca y los grupos étnicos bajo su control, y se impul-
saron investigaciones que precisaran aún más las formas de control político,
económico y militar en los márgenes del imperio y su adaptación a las carac-
terísticas locales. Una década más tarde, y en esta misma línea, se realizó el
simposio Variations in the Expression of Inka Power (Dumbarton Oaks, 1997).
Allí se destacaron las distintas estrategias que, de acuerdo con la variedad de
situaciones locales, se implementaron en la expansión incaica, ofreciendo una
renovada imagen de la política incaica, flexible y heterogénea.

Lo andino en los congresos


internacionales de etnohistoria
En 1989 se realizó en Buenos Aires el I Congreso Internacional de Et-
nohistoria (cie). El objetivo del encuentro era “reunir a investigadores que, a
partir de las distintas ciencias sociales, utilizaran el enfoque etnohistórico para
analizar la problemática de las sociedades americanas previa y posteriormente al
momento de la llegada de los europeos” (I circular). Si bien desde el título del
encuentro no se explicitó un recorte regional, los investigadores seleccionados

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Alejandra Ramos
para ser homenajeados en el evento —Gunnar Mendoza 14 y John Murra— le
daban una clara impronta andina.
Como contraparte, en el marco de este primer encuentro Murra dejaba
de manifiesto su interés en pensar una etnohistoria más allá de lo andino. En
una carta en la que respondía a la consulta de la presidenta del I cie, Ana María
Lorandi, sobre qué tipo de exposición quería realizar, expresaba:
No tengo ganas de hacer conferencias, ni tengo algo maravilloso y
nuevo que ofrecer. Pero sí creo que si hay un congreso de eh, hay q[ue]
hablar de ella e indicar su existencia fuera de lo andino. Como ya te
mencioné en ba, sería útil indicar las diversas clases de eh, para q[ue]
no crean q[ue] el uso de crónicas escritas por extrangeros [sic] forma la
única fuente […] Y es importante hablar de las e[tno]historias basadas
en la tradición oral […] (Murra, “Carta”)

En 1991 se celebró el II cie en Coroico (Bolivia). Allí se discutió la rigi-


dez de oposiciones como vencedores/vencidos, opresión/resistencia y moderno/
tradicional; se enfatizaron las afiliaciones múltiples y cambiantes y la necesidad
de considerar el mestizaje como un proceso social. En este sentido, resulta de
interés la ponencia de Thérèse Bouysse-Cassagne y Saignes, titulada “El cholo:
actor olvidado de la historia”. Dos años más tarde, en el III cie, que tuvo lugar
en El Quisco (Chile), se organizó un simposio destinado a “Reflexiones teóricas
y metodológicas en torno a la etnohistoria” (coordinado por Gabriel Martínez y
Tristan Platt). En este espacio la antropóloga francesa Antoinette Molinié (“La
antropología”) planteó que uno de los principales problemas de la etnohistoria
andina era que estaba “fundada sobre la noción de ‘lo andino’”, la cual sugería
“una homogeneidad de las culturas de tierras altas, y una continuidad entre las
culturas prehispánicas y las contemporáneas”. Esto producía una “generaliza-
ción abusiva de los datos etnográficos bajo el pretexto de una ‘andinidad’, más
soñada que demostrada”, de modo que la autora proponía volver la atención
sobre la categoría de mestizos (s. p.).
Si el avance en las investigaciones de las décadas de 1970 y 1980 señalaba
los límites de lo andino y el peligro de la homogeneización que implicaba, por
otro lado, no podía dejar de notarse, como lo hiciera el historiador peruano
Franklin Pease, que “hoy no se discute una historia andina que en la década de

14 Recordado director del Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

los 60 hubiera sido impensable. La Etnohistoria fue, entonces, un canal apro-


piado para estudiar históricamente los Andes y vincular el pasado andino con
los Andes contemporáneos” (14). Estas palabras fueron escritas para las actas
del IV cie (Perú, 1996). El aporte central de la etnohistoria andina habría sido
argumentar que las sociedades (históricas y contemporáneas) de dicho espacio
forman parte de un todo, transformando la manera de concebir los estudios
arqueológicos —habituados a las unidades discretas usualmente asociadas a
sitios—, históricos —centrados solo en lo incaico— y antropológicos —que
habían privilegiado un enfoque de clase— (Martínez, “La construcción”).
El debate en torno a lo andino, lejos de agotarse y con el bagaje de más
de tres décadas de investigaciones etnohistóricas, fue retomado en el VI cie
(Argentina, 2005). En el resumen del simposio “Tradiciones orales, narrativas
y simbolismo” se indicaban “las dificultades para superar la crítica relativista
sobre la posibilidad de acceder a un conocimiento de la realidad prehispánica a
partir de fuentes coloniales”, así como “la aún pendiente discusión acerca de ‘lo
andino’ como visión reduccionista de las sociedades tradicionales y la necesidad
de atender a la heterogeneidad de situaciones que caen bajo esta denominación
general” (Bouysse-Cassagne et al. 264).
Cuando presentamos el I cie comentábamos que se había manifestado una
tensión entre organizar un encuentro de etnohistoria en general y uno andino.
Si bien los cie, desde su denominación, no hacen explícita una delimitación
espacial (y las referencias a este aspecto en los títulos de los simposios pueden
o no estar presentes), la elección de sedes (Argentina, Bolivia, Chile y Perú)
terminó por delinear un área de interés surandina. Sin embargo, acontecimien-
tos recientes —como la elección de Ecuador como sede para 2018— podrían
favorecer el cambio de esta inclinación.

¿Abandonar lo andino o dar cuenta


de su heterogeneidad?
Al auge de la etnohistoria sobrevinieron tiempos de cuestionamientos,
tanto por el avance mismo de las investigaciones como por asuntos que van más
allá de la etnohistoria. La crítica a los esencialismos y la apuesta a la hibridez que
las corrientes posmodernistas y poscoloniales impulsaron se hicieron manifiestas

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Alejandra Ramos
en la etnohistoria andina 15. Si en los 1970 la búsqueda de alcances y límites
del modelo de control vertical ofrecía un eje común a distintas disciplinas, en
los 1990 será fuertemente discutida la propuesta de una continuidad andina a
través de los siglos. El cuestionamiento acerca de la posibilidad de acceso a las
voces “indígenas”, “andinas”, “de los otros” —si bien no era nuevo— adquirió
mayor magnitud, y se desplegó simultáneamente en distintas temporalidades
y campos de indagación.
El problema ya no era cómo acceder a las voces andinas, sino si la exis-
tencia misma de voces andinas era de alguna manera una invención. En tér-
minos generales, esto se asocia, por un lado, a supuestos sobre la posibilidad
y necesidad de deslindar lo hispano de lo indígena en los documentos y, por
otro, a la irresuelta homogeneización dentro de lo andino. Para algunos autores,
la situación de dominación se impone de tal manera que, a través de la docu-
mentación generada desde la Conquista en adelante, pueden estudiarse insti-
tuciones o esquemas mestizos, pero no habría forma de acceder a los sistemas
de organización y pensamiento andinos prehispánicos. Para otros, en cambio,
es posible acceder a una forma propiamente andina de concebir las distintas
formas de la vida social. Salomon (“La textualización”) planteó el problema en
nuevos términos. Partiendo de asumir la imposibilidad de aislar el contenido
propiamente andino del hispano, propuso analizar los procesos involucrados
en la textualización de la memoria oral andina. Se trataba de hacer foco en
los “esfuerzos innovadores para colocar los datos de la memoria en nuevos mar-
cos contextuales” (250), incorporándolos a nuevos géneros, que no implicaban
solo un cambio de soporte, sino que producían modificaciones significativas
en la organización misma del relato.
Se ha señalado también que, si bien en los estudios etnohistóricos se logró
una inclusión de “los otros” como protagonistas de la historia, no se los ha in-
corporado como narradores. Estos comentarios se enmarcan en consideraciones
sobre los aportes de una aproximación que retome las propuestas de los estudios
subalternos, pero también recuperando una de las acepciones de etnohistoria

15 Después de los años 1980 se enfrentaron ciertos límites epistemológicos —ligados principalmente
a las trasformaciones en la noción de verdad— que condujeron a la caída de los grandes relatos, al
cuestionamiento de los lugares de enunciación y a una redefinición del sujeto. Para abordar adecua-
damente cómo estos debates incidieron en la etnohistoria, es necesario reconstruir su despliegue a
una escala mayor, ya que afectó la producción de conocimiento en general. Si bien no me detengo
aquí en este punto, puede consultarse lo expuesto en este sentido en Ramos (La etnohistoria). Para
una introducción detallada a los términos de posmodernidad y poscolonialidad, véase Mellino.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

como “la historia desde el punto de vista de la etnia” (Molinié, “Buscando” 694).
De acuerdo con esta investigadora, más allá de las intenciones, se está impo-
niendo una concepción occidental de la historicidad. Es necesario abocarse a
una reconstrucción de las formas andinas de concebir la historia y el pasado y
de restituir el acontecimiento en la memoria. La hipótesis que guía sus trabajos
es que las sociedades andinas no conciben la relación con el pasado en términos
discursivos, sino de manera performativa. Por lo tanto, es a través del trabajo
etnográfico, acompañado de un buen manejo de los datos de archivo, que sería
posible lograr el proyecto de “otra etnohistoria”.
Desde hace varios años, los investigadores han intentado explorar los
significados y patrones de formas de registro propiamente andinas; el estudio
de los quipus cuenta ya con una tradición bibliográfica nada menor, y paulati-
namente se han ido articulando investigaciones que parten de queros, tablas,
dibujos, arte rupestre y textiles. No es la primera vez que se trabaja con estos
materiales, pero sí es una novedad el intentar ponerlos en diálogo, encontrar
formas recurrentes de organización de la información en distintos soportes que
habrían permitido una circulación de las reflexiones andinas alternativas a la
circulación hegemónica de la letra escrita 16.
En este sentido, José Luis Martínez (“Voces e imágenes”) apunta a una
perspectiva que “acepte que pueden existir determinadas relaciones entre las
prácticas contemporáneas y aquellas prehispánicas, bajo modalidades que ha-
brá que explorar y descubrir, puesto que no se trata de postular aquí un conti-
nuum lisa y llanamente entre las prácticas iniciales y estas de ahora” (s. p.). Esto
plantea el desafío metodológico de “construir a la etnohistoria como un campo
interdisciplinario que utilice estas fuentes regularmente”, en lugar de perpetuar
el uso casi exclusivo de fuentes escritas para la construcción de conocimiento
sobre las sociedades andinas coloniales (Martínez, “Voces andinas” s. p.). Sin
desconocer las profundas transformaciones que el contexto colonial impuso
sobre los soportes mencionados, se plantea que a partir de su estudio es posible
preguntarse por procesos de construcción de la memoria y de autorrepresenta-
ción de las sociedades andinas.

16 De acuerdo con Martínez (“Voces e imágenes”), distintos ciclos —conjuntos de relatos sobre un
mismo tema—, tanto en tiempos prehispánicos como durante la Colonia, podían ser representa-
dos en diferentes soportes, cada uno con su propia lógica, pero capaces de dialogar entre sí. Estos
sistemas de registros —quipus, queros, pinturas rupestres, tablas— habrían sido moldeables, per-
mitiendo así la incorporación de nuevas temáticas generadas a partir de la Conquista.

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Alejandra Ramos
Se discutió asimismo el binomio hispano/indígena y quiénes quedan in-
cluidos como “andinos”: tanto a causa de las diferencias regionales —“‘lo andino’
no suena a lo mismo en Quito, Oruro o Cajatambo” (Saignes 653)—, como por
tratarse de una realidad “profundamente mestizada”, no una “yuxtaposición” o
“mera aculturación”, y que daría lugar a una aproximación “chola” a la historia
(Saignes 655). Por otra parte, y en términos de Xavier Albó, se evidenciaba una
tendencia en los estudios andinos a la vez “interesante” y “peligrosa”: “antes se
buscaban las raíces en los tiempos pre-coloniales, en las crónicas, por ejemplo,
mientras que ahora la búsqueda que se está imponiendo de alguna forma, o
está de moda, consiste en buscarlas en Europa o España” (Gisbert et al. 221).
Además, de acuerdo con Gisbert, “entre indígenas y no indígenas hemos pola-
rizado nuestra memoria dejando fuera un montón de gente” (Gisbert et al. 221).
Se ha propuesto que encarar las continuidades desde las transformaciones
puede resultar una forma de superar estos binomios:
Al debatir sobre los méritos respectivos de los enfoques peninsular y
andino, tiende a reproducirse una falsa dicotomía. Tomar el gobierno
toledano como momento fundacional de la “comunidad andina” tie-
ne sentido solo si nos preguntamos también por la manera en que fue
recibida y resignificada la reforma toledana por las sociedades andinas
en vías de colonización. Y esto nos obliga a indagar sobre la sociedad
prehispánica, además de la sociedad medieval europea. La necesidad de
superar un fácil dualismo en el análisis ya estaba presente en el trabajo
del antropólogo y etnohistoriador John V. Murra. (Guerrero y Platt 97.
Énfasis en el original)

Al ser revisada y discutida la idea de un continuum andino, el debate


alcanzó también a los estudios etnográficos. En 1991 se publicó el polémico
artículo “Missing the Revolution: Anthropologists and the War in Peru”, de
Orin Starn. Allí se afirmaba que las etnografías realizadas en los años previos
al surgimiento de Sendero Luminoso compartían e impulsaban una imagen
idealizada y atemporal anclada en el mundo prehispánico. De acuerdo con
Starn, estos trabajos polarizan en occidental / no occidental, costeño/serrano,
urbano/rural, mestizo/indígena y, a partir de tales oposiciones, se esencializa el
lado serrano. Starn, retomando la obra de Said, proponía el término andinismo
para designar estas prácticas.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

En las páginas de la revista Allpanchis (1992) puede seguirse el devenir de


la discusión, imposible de retomar en detalle aquí 17. Sí me interesa recuperar, a
los fines de este trabajo, que tanto Salomon (“Una polémica”) como Seligmann
remarcaban la retroalimentación que se generó entre historiadores, antropólogos
y etnohistoriadores durante las décadas de 1960 y 1970, que dio sus frutos en
los trabajos posteriores de Langer, Larson, Mallon, Platt, Saignes, Spalding y
Stern, entre otros, de manera que, “a mediados de la década de 1980, la mayor
parte de la etnografía andina proclama, por lo menos, una ruptura del enfoque
de lo ‘andino’” (Salomon, “Una polémica” 111-112).
Thurner, otro de los participantes del número especial de Allpanchis, consi-
deraba que para los propósitos de Starn hubiera sido de interés incluir la discusión
sobre los acontecimientos de Uchuraccay, el informe producido por la comisión a
cargo de Vargas Llosa y el debate posterior que ese informe generó18. El artículo
de Enrique Mayer publicado en Cultural Anthropology, con el título de “Peru
in Deep Trouble: Mario Vargas Llosa’s ‘Inquest in the Andes’ Reexamined”,
justamente trataba los acontecimientos de Uchuraccay a la vez que retomaba el
trabajo de Starn. Mayer argumentó que las posiciones que Starn criticó como
románticas debían entenderse en el contexto político peruano, es decir, teniendo
en cuenta los prejuicios sobre lo andino en la tradición intelectual, representada
en este caso por Vargas Llosa. Los etnógrafos buscaban mostrar a “‘living’ culture
rather than dead ‘survivals’” (Mayer 480), y podía considerarse que
[…] perhaps Andean anthropologists erred a bit in over stating the case,
in drawing the lines all too sharply, and in not being “actor oriented”
or self-reflexive enough. But the Enterprise was worth it as a counter
weight to the prevailing Peruvian national ideology. (Mayer 480)

En una línea similar a los comentarios publicados en la revista Allpanchis,


Mayer no solo cuestiona la contextualización de la producción analizada por
Starn, sino también la arbitraria selección de los fragmentos que este cita para
construir su argumento.

17 Una reconstrucción del debate puede encontrarse en Sendón, así como en Ramos (La etnohistoria).
18 Uchuraccay se encuentra ubicada en la provincia de Huanta (Ayacucho, Perú). En 1983 fueron
asesinados allí ocho periodistas que habían llegado al lugar tras la noticia de que los comuneros
habían matado a siete miembros de Sendero Luminoso. A raíz de la muerte de los periodistas se
nombró una comisión investigadora, presidida por el escritor Mario Vargas Llosa, que elaboró un
informe de lo ocurrido.

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Alejandra Ramos
Más allá de las críticas que recibió la lectura de Starn, la idea de andinismo
se instaló y las investigaciones etnohistóricas, con su énfasis en la continuidad,
quedaron en buena parte subsumidas dentro de este término. En una entrevista
que le fue realizada hacia el final de su carrera, Murra reconocía haber enfati-
zado las continuidades como una táctica para valorizar lo andino. Recordemos
su intención de equipararlo con “otras grandes civilizaciones” (Castro et al.).
Es claro que la preferencia que se impuso en “‘pattern and order’ over ‘varia-
tions and variability’” pudo conducir a una esencialización del objeto de estudio
(Stein s. p.). En este punto me interesa recuperar las palabras de Olivia Harris:
The concept of “the Andean” as developed within the subfield is grounded
in the archaeological horizons, especially the Late Horizon of the Inca
state. The reaches of Andean anthropology in this sense are those of
Tawantinsuyu. The effects of Inca policies were profound and in their
turn shaped the policies of early Spanish administration. There is a
striking parallelism with the concept of Europe; there is general agree-
ment that the effects of the Roman empire —both the Classical polity
and medieval Christendom— were decisive in establishing a level of
shared meanings that accompanied the play of diversity. (27)

No dejan de resonar las preguntas, no solo sobre qué cosas son andinas
o qué alcance —geográfico/temporal— tiene lo andino, sino también sobre
quiénes son los andinos. Como veremos en el siguiente apartado, los debates y
reflexiones sobre lo andino impactan también en cómo la academia se piensa
a sí misma.

Descentrar los Andes y…


¿desarticular la etnohistoria andina?
Los espacios abordados por los investigadores fueron repensados desde los
estudios regionales y de frontera, lo que impulsó un creciente interés por sus
dinámicas específicas en lugar de considerarlos simplemente marginales a los
Andes centrales. De esta manera, se contribuyó a la reafirmación de otros recor-
tes espaciales. Paralelamente, se buscó romper con miradas dicotómicas sobre
procesos y sujetos sociales. Aquí, las nociones de heterogeneidad y mestizaje
desempeñaron un rol central, recuperando la idea de sujetos plurales, identi-
dades variables. En tanto inicié el recorrido de este texto explorando cómo se

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

conformó el espacio andino, es oportuno como punto de llegada notar cómo


en este repensar los espacios se destacan cada vez más las producciones y los
debates en torno a categorías como Andes septentrionales, Amazonia y Chaco
y Andes meridionales. Desde la arqueología se ha puesto en tensión el concepto
de Andes centrales:
How long cultural interactions have characterized the eastern Andes
is yet to be determined, just as is the degree of influence these inter-
actions had on peoples of the highlands and coast, as well as tropical
forest […] But there is at least reason to re-examine the long-accepted
dogma. (Silverman e Isbell 497)

A esto se suma la idea de que los centros y las periferias pueden cambiar
de acuerdo con el tema y el momento histórico que esté investigándose, y el
siempre necesario recordatorio del sesgo que los actuales límites nacionales han
impreso en las investigaciones.
A su vez, las antiguas periferias han cobrado visibilidad en sus propios
términos. Esto puede apreciarse en encuentros y publicaciones específicas, aun-
que no por ello han dejado de compartir ciertas problemáticas y preguntas. Por
ejemplo, en 1994 se llevó a cabo el I Seminario Internacional de Etnohistoria del
Norte de Ecuador y Sur de Colombia. En la introducción a la publicación de los
trabajos que se presentaron se invitaba a reflexionar sobre
¿Cómo dar cuenta de la historia del otro, de mi alteridad cultural, sin
transformar su historia, los códigos y materiales con los que la constru-
ye y continuar mi historia? ¿Cómo hacer coincidir mi medida absoluta
del tiempo, las otras medidas temporales propias de cada singularidad
cultural y, a la vez, espacio-temporal? (Barona 15)

Las Primeras Jornadas de Antropología, Historia y Arqueología de las


Tierras Bajas de Bolivia y Áreas Adyacentes (2013) recuperaron el diálogo y la
articulación disciplinar como vía privilegiada para el avance de las investiga-
ciones. Con respecto al objetivo de este encuentro, Isabelle Combès señala que
se buscaba llenar un vacío:
No solo las tierras bajas han sido postergadas en la investigación boli-
viana, mucho más interesada en los Andes; también es un hecho que
son parientes pobres de la antropología amazónica y que las barreras
nacionales y lingüísticas contribuyeron no poco a su desconocimiento.
(Combès 561)

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Alejandra Ramos
Por otra parte, en las notas introductorias de los trabajos presentados en
el encuentro Cinco Siglos Después: la Integración Sur Andina, y publicados
en 1996, podía leerse:
Creo que el evento tuvo un significado simbólico un tanto especial para
el norte grande de Chile y el noroeste argentino. Mientras que a Perú y
Bolivia se les reconoce como “países andinos”, normalmente se piensa
en Chile y Argentina como parte del Cono Sur. (Arratia 12)

Un recorte especial similar se empleó para el taller Esferas de Interacción


Prehistóricas y Fronteras Nacionales Modernas: los Andes Sur Centrales: “desde
el lago Titicaca hacia el sur hasta el noroeste de Argentina y que actualmente
comprende la mayor parte de Bolivia, el extremo sur del Perú, el norte de Chile
y el noroeste de Argentina” (Lechtman 20). En esa ocasión se produjo una rica
discusión acerca de la noción de lo andino y la homogeneidad que supone. A
este respecto, José Luis Martínez manifestaba:
Yo me inscribo personalmente de manera muy decidida en los intentos
de recuperar heterogeneidades en lo andino y dejar de hablar inclusi-
ve de lo andino para hablar de los andinos derechamente, aunque sea
molesto al momento de enunciarlo. Estamos llenos de situaciones que
son la excepción y son más las situaciones excepcionales que las otras
inclusive, por lo tanto, es extremadamente difícil definir qué es o no lo
andino. (Martínez, cit. en Lechtman 295)

A partir del recorrido realizado hasta aquí, podemos observar la vigencia


y reactualización de dos grandes preocupaciones: 1) concebir delimitaciones
espaciales que no queden atrapadas en las actuales fronteras nacionales, y 2)
no solo dar cuenta de la heterogeneidad dentro de lo que se denomina andino,
sino —sobre todo— establecer que esta diversidad es más una norma que una
excepción.
En síntesis, la etnohistoria fue inicialmente un medio para conocer lo
andino dentro de las posibilidades que abría el mundo de posguerra y descolo-
nización. En esos tiempos, la transformación social se imponía como el centro
de interés, y entre los académicos se había instalado la premisa de que para
poder estudiarla era necesario un diálogo entre la antropología y la historia.
Este interés se ha mantenido en la etnohistoria a lo largo de todo el periodo,
analizado mediante diferentes fórmulas: cambio/continuidad; adaptación/re-
sistencia; etnogénesis/etnificación.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

Si bien no es lo mismo hablar de etnohistoria en 1970 que en el 2005, a lo


largo de este periodo existe un hilo conductor. Se encuentran vigentes algunos
de los intereses fundacionales de la etnohistoria andina (emplear “otras” fuentes,
un enfoque comparativo e interdisciplinario y la búsqueda de categorías propias),
y lo que vemos a lo largo de estos años son intentos, cada vez más complejos, de
abordarlos. La fragmentación de lo andino, la crítica a la división entre indígenas
y no indígenas y el cuestionamiento a enfoques esencialistas forman parte del
desarrollo mismo de la etnohistoria andina. La revisión continua de los límites
espaciales, temporales y conceptuales que caracterizó a la etnohistoria andina
condujo, en sucesivas oportunidades, a la formulación de nuevas preguntas.
Propongo, por lo tanto, que debe revisarse la idea comúnmente aceptada
de una crisis o decadencia de la etnohistoria y para ello ofrezco una explicación
alternativa de su desarrollo, que pone el foco en la redefinición de lo andino.
La idea de andinidad de la mano de la etnohistoria significó correr el foco
del Cusco hacia la diversidad de situaciones que se daban en otras regiones.
Al mismo tiempo, desde la etnohistoria se instaló la imagen de un continuum
andino que conectaba a las sociedades prehispánicas con las contemporáneas.
La andinidad abrió la puerta a una creciente diversidad de grupos étnicos —en
contraposición con el exclusivo foco en lo incaico— y, con ello, al desafío de
encontrar sus voces en los diferentes registros.
Lo andino, como término multívoco y no ajeno a controversias, a partir
de su amplitud de sentidos, posibilitó un marco de referencia común. Si en las
décadas previas este término se aplicaba a diversas indagaciones, ¿qué ocurre
tras su crítica con la comunidad andina de investigadores? Salomon lo plan-
teaba de esta manera:
Los estudios andinos parecen haber superado el estereotipo de “lo an-
dino”, ese supuesto núcleo resistente, estáticamente durable en medio
del tumulto exógeno. Ahora que la tensión entre sociedades y cultu-
ras aparece más y más como la esencia del caso, antes que como una
circunstancia accidental, bajo estas condiciones ¿a qué asignaremos la
palabra “andino”? ¿Es nuestro objeto de estudio la “tradición andina?
¿Un “proyecto andino”? Lo primero parece evocar una mentalidad re-
trospectiva, no muy cinética, y lo segundo da demasiada importancia
al aspecto ideológico. Apenas aprendemos a pensar acerca de la fuerza
que las sociedades “conquistadas” ejercen, o acerca del juego de po-
deres dentro de la sociedad nativa, entonces llegamos a darnos cuenta
de que en cualquier circunstancia —menos en el aislamiento— estos

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poderes son ganados y preservados a través de y no a pesar de, el cada
vez más problemático encuentro con los no nativos. Si esta forma de
hacer-historia se constituye como nuestro tópico, podría volverse menos
fácil delimitar un objeto de estudio a compartir entre las disciplinas.
(Salomon “Introducción” 25-26. Énfasis en el original)

La revisión de lo andino no se trató solo de contraponer patrones continuos


versus variaciones en relación con el “objeto de estudio”; el proceso también im-
plicó una contraposición entre perspectivas rupturistas que enfatizan un cambio
de paradigma y otras que pregonan un avance progresivo de las investigaciones:
siguiendo a Guerrero y Platt, un proyecto antiguo con nuevas preguntas. En
conclusión, puede proponerse que si en tiempos recientes el nombre de etno-
historia puede haber caído en parte en desuso —ya sea por resultar etnocéntri-
co, limitado o por cualquier otra razón que se esgrima—, la necesidad de un
espacio de comunicación trasnacional y transdiciplinar mantendrá su vigencia.

Agradecimientos
Quisiera agradecer al Instituto Colombiano de Antropología e Historia, y en
especial a Jorge Gamboa, por la invitación a participar en el Seminario In-
ternacional de Etnohistoria. Resultaron muy valiosos los comentarios y las
observaciones que los colegas realizaron a mi presentación en dicho encuentro,
como así también los aportes de los tres evaluadores anónimos de este artículo.
Agradezco a Carlos Zanolli y Carlos Chiappe la lectura crítica de una versión
preliminar de este trabajo y a José María López Romera por su colaboración en
la confección de las imágenes.

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El desarrollo de la etnohistoria andina a través de la (re)definición de lo andino (1970-2005)

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