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EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS


NOTAS PARA EXÉGESIS
1ª de Pedro 3: 18-22.
Pbro. Samuel Gallegos

1. Este es uno de los pasajes más difíciles de la Biblia. Hasta donde recuerdo, nunca en la iglesia
presbiteriana (ni en ninguna otra que haya conocido) se ha tocado el tema, a no ser cuando se
recita el credo de los apóstoles, en donde se afirma claramente que Cristo “descendió a los
infiernos”. Pareciera que los escritos o reflexiones en este sentido, ni siquiera se han planteado
como una posibilidad dentro de la reflexión teológica más común y mucho menos en práctica
pastoral. Entonces nos debemos preguntar si tiene alguna relevancia hablar del asunto o sería
una pérdida de tiempo, porque es un hecho innegable que la Confesión de fe de Westminster, no
menciona el “descenso” y esto puede ser interpretado como una muestra de las dificultades que
implica.
2. El catecismo de Heidelberg, escrito por Zacarías Ursino y Gaspar Oleviano por orden del príncipe
Federico III, de Alemania, y que pertenece ahora, junto con la Confesión de fe a las Iglesias
Reformadas de los Países Bajos, dice en su pregunta 44: ¿Porqué añade (refiriéndose al credo
de los apóstoles): descendió a los infiernos? y responde: Para que en mis mayores dolores y
gravísimas tentaciones me asegure y me sostenga con este consuelo: que mi Señor Jesucristo,
por medio de las inexplicables angustias y tormentos, espantos y conturbaciones infernales de
su alma, en los cuales fue sumido en toda pasión, pero especialmente pendiente de la cruz, me
ha librado de las ansias y tormentos del infierno.1 Seguido a esto, trae un comentario en el que
se lee: “Cuando oímos la palabras “descendió a los infiernos”, pensamos: Cristo descendió al
lugar del tormento. Así es como la iglesia de Roma lo explica. Pero la iglesia primitiva quería
decir con ello que Cristo descendió al reino de los muertos. El Señor Jesús estuvo muerto desde
el viernes por la tarde hasta el domingo por la mañana; es decir, estuvo en el Seol, “en el
corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12:40). Estuvo con aquellos muertos sobre los
que la muerte ya no podrá continuar ejerciendo su poder, con los guardados por el Señor, a
quienes la muerte no podrá separar del amor de Dios, en el Paraíso (Lc. 23: 43; Hch. 2: 27, 31;
Ap. 2: 7)”. El comentarista, en contraposición con la iglesia Católica, afirma que Jesús no bajo a
los infiernos, sino al Seol. El problema con esta postura, es que para los judíos no había ningún
tipo de vida o conciencia en el Seol, y la única cita en dónde se podría fundamentar este descenso
es 1ª de Ped. 3: 19 y allí se afirma que Cristo predicó a los espíritus encarcelados, lo cual ya
refiere una actividad que requiere de un tipo de conciencia.
3. Algunos comentarios tampoco son claros en lo que esto pueda significar. Unos son demasiado
técnicos que sólo señalan las dificultades técnicas, otros intentan dar una significación dentro de
la Cristología, pero ninguno intenta una lectura práctica, quizá porque tal lectura es sumamente
complicada.
4. Antes de entrar al texto tenemos que hacernos una pregunta que, aparentemente es innecesaria:
¿De dónde o en dónde nace la idea de que Jesús descendió a los infiernos? Revisemos
primeramente los textos que podrían darnos esa idea. Los citaré todos para tener un panorama
general
 1ª de Pd. 3: 18 y 19: “ Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero
vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados”. 2
 Hechos 2: 31 “viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada
en el Hades, ni su carne vio corrupción.

1
Janse J. C. La confesión de la Iglesia, Fundación Editorial De Literatura Reformada, Barcelona, 1970.
2
Las citas son de la versión de Reina-Valera, revisión 1960. En caso contrario se indicará.
2

 Romanos 10: 7 “o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre
los muertos).
 Efesios 4: 9 “y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las
partes más bajas de la tierra?
Podemos notar con facilidad que los versículos que hablan de esto no son muchos. Sólo uno
(Hechos 2:31) sugiere que el “alma” de Jesús estuvo en el Hades pero que no se dejó allí. Estos
versículos no plantearían ningún problema, sino fuera porque existe 1ª de Pedro, en dónde parece
asumirse (por lo menos en la literalidad del pasaje) que Cristo tuvo actividad después de la
muerte. Aún cuando en 1ª de pedro nunca se menciona que Cristo bajó a los infiernos, el hecho de
que se use la expresión “espíritus encarcelados”, hace suponer que Pedro está pensando en esto.
Por otro lado, debemos notar que en los evangelios nunca se menciona que Jesús descendiera a
los infiernos, a no ser que lo que dice Jesús en Mateo 12: 40 se considere como una prueba del
descenso (Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará
el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches), lo cual no prueba nada en
realidad, porque es muy fácil entender el semitismo “corazón de la tierra” como una referencia al
Seol, como el lugar de los muertos.
5. Como se desprende de los textos antes citados Cristo, solo basados en Hechos 2:31, podríamos
decir que Jesús fue al Hades (el lugar de los muertos según la cultura griega y que efectivamente
se tradujo al español como “infierno”), pero no podemos decir que fue al infierno en el sentido
que adquierió esta palabra, especialmente en el Medievo, como un lugar de tormento y fuego. De
hecho el infierno como tal no existe y no es un tema dentro de la Biblia. El Hades era el lugar con
de “los muertos vivían”, (según la mentalidad griega) en las sombras algunos y otros felices en un
tono menor. Hades significa simplemente las partes inferiores de la tierra.
6. Otra cosa que hay que notar es que, en las traducciones y en el propio Credo de los Apóstoles, se
dice “infiernos”, en lugar de “infierno”. ¿Por qué así? Porque “infierno” es un término teológico
que se refiere a la radical situación de muerte de los que se han apartado de Dios y de Cristo.
7. Los documentos del cristianismo primitivo que se tienen hasta ahora, indican que es después del
año 100 cuando empieza hablarse y reflexionarse sobre el descenso de Cristo a los infiernos. En
un escrito posterior a esta fecha, titulado “Odas de Salomón”, sugiere que Cristo descendió al
Seol. Entre el 150-200 d.C. el obispo Melitón de Sardes, al parecer utiliza un himno litúrgico en
una homilía, en donde se habla de que Jesús bajo a los infiernos y se atribuyen a Cristo estas
palabras: “Soy yo, repitió Cristo, quien ha vencido a la muerte, quien ha triunfado del enemigo,
aplastado al infierno, maniatado al fuerte y conducido al hombre a las alturas del cielo”. A partir
de este período empieza a producirse una abundante literatura en torno a este tema,
consolidándose en escritos apócrifos. Muchos de ellos, con gran tendencia gnóstica, hacen énfasis
a un enfrentamiento entre Cristo y el diablo, el cual se lleva a cabo en los infiernos. Entre el 140-
160 aparece la “Epístola Apostolorum”, probablemente egipcia, en la que se dice que Jesús baja a
bautizar a los justos y a los profetas como condición indispensable para su salvación. En el siglo
III el “Evangelio de Nicodemo” y el “Evangelio de Bartolomé” relatan con cierto detalle, sucesos
de Cristo en los infiernos. En los “hechos de Pilatos”, texto del siglo IV, describe las reacciones
del mundo subterráneo ante los éxitos de Cristo. Existe mucha más literatura, pero pasa a
ocuparse de describir más el infierno, que el propio descenso de Cristo. Parece que después de
este período, ya no se ha vuelto a tocar el tema de manera sistemática.
8. El descenso de Cristo a los infiernos es una afirmación mitológica, en el sentido antropológico
del término, es decir, es una explicación precientífica de una realidad. La tradición griega conoce
varios descensos de personajes mitológicos, como Perseo, a los infiernos. La tradición apócrifa
judía conoce la bajada de Henoc. La interpretación de la bajada de Cristo a los infiernos no es
menos mitológica. Supone que entre el viernes santo y el domingo de pascua, el alma de Cristo
se encontró con los muertos. Hay que notar como cierto, que una afirmación de la separación del
alma del cuerpo, es absolutamente contraria al pensamiento bíblico, especialmente a la
mentalidad hebrea. Solo es posible pensarla desde la mentalidad griega. En ese sentido, diríamos
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que la 1ª Carta de Pedro, no está dirigida a judíos, sino a cristianos griegos. Esta representación
no es ilegítima. Necesitamos imaginar y representar. Lo que sí debemos tener en cuenta es que
nuestras representaciones no son concretas ni hay que confundirlas con verdades en sí mismas.
Sin embargo toda representación mitológica encierra una verdad. En este caso, la bajada y
predicación de Cristo en los infiernos contiene y expresa esta verdad salvífica: la salvación de
Cristo es universal y abarca a los muertos antes de Cristo. Pues bien, en el descenso a los
infiernos de Cristo se realiza la conjunción y el enlace entre las generaciones humanas, entre el
A. y el N.T. En ella se manifiesta la unidad del plan redentor y en cuanto a Dios, y en virtud de
su encarnación redentora futura, alcanza a todos los hombres de todas las épocas.
9. Podemos hablar de tres significados generales respecto de este “descenso”.
A. Lo obvio de estos textos es resaltar la realidad de la muerte de Cristo. En la
representación mítica de la época, Cristo, por su muerte, descendió realmente al
Hades: murió de verdad y participó de la suerte de todos los mortales. Esto sin
embargo no constituye una mera constatación de fallecimiento. La muerte de Cristo
encierra un significado profundo y significativo para la humanidad.
B. El hombre teme a la muerte porque teme el vacío. Fue hecho, no para vivir, sino para
convivir. Cristo al morir, participó de esa situación humana mortal de sentirse
abandonado de la vida, de la corporalidad material, del mundo de los hombres, de las
palabras de consuelo y de la convivencia familiar y amistosa. Por su encarnación lo
asumió todo. En cuanto a la vida experimentó las posibilidades de encuentro
humano, de amor, de crecimiento. En cuanto a la muerte asumió su soledad, tocó las
últimas raíces de la condición humana, la aniquilación y el abandono. “Pero el que
descendió es también el que ascendió” (Ef. 4:10). Si descendió lo hizo para
confrontarnos: no teman, yo tengo las llaves de la muerte; yo he vencido a la muerte;
ahí donde no había presencia alguna, ahí estoy yo; ahí en donde no se escuchaba
palabra alguna, allí esta mi voz; allí en donde residía el último abandono, esta mi
cobijo; allí en donde reinaba la muerte, está la vida. Esto significa que ya no
moriremos solos. Esta interpretación de la muerte no es una abstracción arbitraria y
nos lleva a
C. La muerte en cuanto despedida y soledad es una experiencia de la vida misma. La
muerte no acontece al final de la vida. La vida es mortal, es decir, va muriendo
lentamente hasta acabar de morir. Día a día nos vamos despidiendo de las cosas y de
los hombres. A medida que vamos viviendo y envejeciendo sentimos que la realidad
se nos escapa y se vuelve cada vez más distante. Ya no vibramos como antes ante las
bondades de la vida. Antes, un gesto amigo, una mirada, una palabra nos llenaba de
vida; ahora esas realidades van poco a poco perdiendo su vivacidad. Y así va
muriendo la vida hasta que muere definitivamente. Este proceso comenzó al nacer y
así hemos ido descendiendo a las partes más inferiores del mundo y del hombre.
Jesús vivió esta dimensión humana. Él descendió a los infiernos como cualquier
mortal para elevarnos “hasta los cielos y así llenarlo todo” (Ef. 4: 10).

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