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el sueño de la aldea
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ø efraín huerta
Al incluir este breve texto en una el resumen de todos los insomnios
muestra de poemínimos, Luis Miguel
Aguilar lo explica (o, mejor dicho, lo En octubre de 1965, poco tiempo des-
documenta) con la siguiente nota: “El pués de alcanzar el medio siglo de
anuncio de una compañía de seguros vida, Huerta concluyó su “Borrador para
tenía como ‘lema’: Protección con sentido un testamento”, poema comenzado en
humano.”3 Esa compañía de seguros, lla- 1962. Evodio Escalante afirma: “Es uno
mada Umano, ha explotado por años un de los poemas más intensos de nuestro
eslogan: “Entendemos de protección siglo xx. Sólo a partir de este poema
con sentido humano.”4 Sin embargo, lo puede entenderse lo que significa en
que me importa no es tanto corroborar México pertenecer a una generación
la procedencia del poemínimo (los na- poética.”5 Huerta, en primera persona,
rratólogos dirían: su hipotexto) como va del plural al singular como quien
subrayar, por ahora, sus palabras fi- va del pasado al presente, y al hacerlo
nales, ya que Huerta no parece haber aprieta el nudo entre la experiencia
hecho, en toda su vida, sino escribir juvenil y su rememoración, entre la
en favor de un “sentido humano” que, percepción directa de la realidad y el
por muy general o vago que pueda descubrimiento del poema como es-
parecer, dio nombre a sus intereses y tructura capaz de manifestarla:
preocupaciones literarias más profun-
Las piedras nos calaban. No nos calentaba el
das. sol.
Una espiga nos parecía un templo
de Cultura Económica, col. Poesía, México, y en un poema cabía el universo del amor.
3ª ed., 2014, p. 389. Dije “el amor” como quien nada dice o nada
3
Efraín Huerta, “Poeminimalia”, selec- oye.
ción y notas de Luis Miguel Aguilar, en Nexos, Dije amor a la alondra y a la gacela,
núm. 438, junio de 2014, http://www.nexos. a la estatua o camelia que abría las alas
com.mx/?p=21233. y llenaba la noche de dulce espuma.
4
Como simple curiosidad, téngase presente He dicho siempre amor como quien todo
que Umano registró el eslogan en el Instituto lo ha dicho y escuchado. Amor como azucena.
Mexicano de la Propiedad Industrial apenas
en 2008, fecha muy tardía si se le compara con 5
Evodio Escalante, “La poesía en llamas
el año de publicación de Los eróticos y otros de Efraín Huerta”, en el boletín electrónico de
poemas (véase la ficha en http://es.unibrander. The Mexican Cultural Centre, 4 de abril de 2014,
com/mexico/3227194MX/entendemos-de-pro- http://mexicanculturalcentre.com/2014/04/04/
teccion-con-sentido-humano.html). la-poesia-en-llamas-de-efrain-huerta.
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el sueño de la aldea
Todo brillaba entonces como el alma del alba.6 pedazos de cielo, un algo
de mi muerte se siente.
Huerta, desde luego, no lo declara en Tiniebla tibia, dibujo
de mi voz.7
el “Borrador” explícitamente, pero las
alusiones a la juventud, a los “veinte Aunque tierna, la “palabra” (presa-
años”, al “alma del alba” y a la “mu- gio de una “voz” que sólo tomará forma
chacha ebria” (esto es, al poema titu- después, al final del poema) se “clava
lado “La muchacha ebria” y a la joven en el pecho”. Casi puede comparársele
prostituta que lo habría inspirado) son con un delicado instrumento de auscul-
suficientes para deducir que se refiere tación, ya que “oye” la circulación de
al tiempo en que compuso sus prime- la sangre y detecta procesos impalpables,
ros poemarios: Absoluto amor (1935), como la disolución de un recuerdo sen-
Línea del alba (1936) y Los hombres del sorial. Obsérvese cómo la “resbaladiza
alba (1944). Incluso la dedicatoria del palabra de ternura” reaparecerá, casi
“Borrador para un testamento” a su ami- sin cambios, en otro poema de Absolu-
go y compañero de generación, Octavio to amor, titulado “La edad de niebla”:
Paz, confirma esa relación. El “univer-
La palabra resbala.
so del amor” que, según Huerta, “ca- Palabra sin edad, en huida.
bía” entonces “en un poema” es, por Desnudez en el cielo.8
lo tanto, enorme y diminuto al mismo
tiempo, suave y cortante, tierno e hi- Por otro lado, en “Envío”, también
riente, porque son esos los rasgos que de Absoluto amor, la sempiterna pre-
le atribuía el poeta en los años de Ab- sencia de la luna es registrada con
soluto amor: matices tales que los ámbitos de la
realidad, la conciencia de la realidad
La meditación diaria,
y la restauración de la realidad en la pa-
como una resbaladiza
palabra de ternura, labra escrita parecen, de golpe, clara-
se me clava en el pecho: mente delimitados. No es la luna, sino
seguramente oye la “función insigne de la luna”, la que
la rapidez absurda de mi sangre “asoma enferma de tedio en el poema”.9
o el fin de tu recuerdo
sobre mi piel. Arriba,
donde las palabras se vuelven 7
Efraín Huerta, Op. cit., p. 38.
8
Efraín Huerta, Op. cit., p. 40.
6
Efraín Huerta, Poesía completa, p. 304. 9
Efraín Huerta, Op. cit., p. 42.
7
Ocurrirá un fenómeno parecido en la poeta encuentra un sentido para su poe-
siguiente plaquette de Huerta, Línea del ma cuando logra retirarse de su propia
alba, donde queda bien clara la dife- emoción (renunciando a ella, de ser ne-
rencia entre los idealizados “roman- cesario) y aprende a percibir la emo-
ces cantados con azúcar y azahares en ción de las cosas que lo circundan.
la boca”, por una parte, y una cotidia- Lo anterior quizá encuentre su me-
nidad más brutal de “sonetos envile- jor ilustración en el “Primer canto de
cidos”, por la otra.10 abandono”, también de Los hombres
Cada vez más complejo, el concep- del alba:
to de la poesía elaborado por Huerta
Ya mi voz no suplica ni lastima
conocerá una primera plenitud en Los como la vieja música del mar
hombres del alba. La experiencia eróti- a los marinos tímidos y al cielo.
ca, una vez más, enriquecerá por ana- Si pudiera la haría tan suave
logía el “sentido de lo que cantamos”. como fino suspiro de muchacha,
Pero ese sentido no será dulce, sino como brillo de dientes o poema.
“amargo”, por lo que habrá que some- (…)
Mi voz es el resumen de todos los insomnios:
ter ambos mundos, el del amor y el del mi adolescencia mediocre y sencilla
canto, a una explicación válida para como una ceniza palpitante.12
los dos:
De alguna forma, la juventud reme-
Expliquemos al viento nuestros besos morada en el “Borrador para un testa-
y el amargo sentido de lo que cantamos.
mento” es la edad ligeramente anterior,
No es el amor de fuego ni de mármol. “mediocre y sencilla”, que se menciona
El amor es la piedad que nos tenemos.11 en los versos que acabo de citar. La “voz”
que “no suplica ni lastima”, situada más
El “sentido” del canto es “amargo” allá de la vigilia y del sueño, en un “re-
porque su objeto, el amor, ya no es frío sumen de todos los insomnios”, tiene
ni ardiente: ya no es “de fuego ni de un calor de “ceniza palpitante” que ya,
mármol”. Esto, que parece obvio, so- en cambio, no tiene aquel amor que no
lamente lo es a propósito del amor y no es “de fuego ni de mármol”. Se trata de
lo es tanto a propósito del poema que lo una voz peculiar, como la que se deja
expresa y casi se diría que lo analiza. El oír en “Esta región de ruina”, distinta
10
Efraín Huerta, Op. cit., p. 59.
11
Efraín Huerta, Op. cit., p. 108. 12
Efraín Huerta, Op. cit., p. 125.
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Hacia el amor, las manos, y en las manos, desdeñoso,
gimiendo, mandarlos hacia nunca, hacia siempre,
hojas de yerba amarga del pensamiento gris, hacia ninguna parte…
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la danza del deseo muerto a vuelta de esquina En la cuarta estrofa, de construcción
y un sollozo frustrado gracias a la ternura. anafórica, la rosa del título aparece
Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas, como un poliedro corpóreo, espiritual
el malogrado espíritu de un mensaje que un y cívico –todo a la vez– y es difícil no
día pensar, leyendo sus versos, en el Paraíso
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
de Dante y la visión de la rosa mística.
circula por las venas.
El tercer verso es elocuente: “la inmacu
El rasgo predominante de la terce- lada rosa de la calle”. Simultáneamente
ra estrofa es el empleo del imperativo, pura y callejera, la rosa de Huerta sin-
que por su propia naturaleza implica tetiza el espíritu de contradicción que
un tránsito a la segunda persona. Es así Antonio Alatorre ya observaba en Los
como el yo del comienzo del poema hombres del alba:
dialoga con un tú que no es, probable-
Quédate con la rosa del calosfrío,
mente, sino un reflejo suyo. La estrofa la rosa del espanto estatuario,
es deontológica y, por ello mismo, ética, la inmaculada rosa de la calle,
y no sería extraño que algún lector per- la rosa de los pétalos hirientes,
cibiera en ella un trasfondo religioso en la rosa-herrumbre del fiero desencanto,
vista de su llamado a la castidad, el la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la rosa que no miente,
retiro y la devoción por lo sagrado:
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del latido fecundo y el vivir con un pulso
Nunca digas a nadie que tienes la verdad
de gran deseo hirviendo a flor de labio.
en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.
Más intensa es aún la contradicción
Ama con sencillez, como si nada.
Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto o antítesis de la quinta y última estro-
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus fa, en la cual conviven la serenidad y
odios. la mutilación, la elevación y el desga-
Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada, rramiento:
y equilibra en su centro la rosa primitiva.
Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto La rosa, en fin, de las espinas de oro
hay en ti de hermoso, que nuestra piel desgarran y la elevan
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles, hacia el sereno cielo de donde la poesía
debes verlos con santa melancolía y un aire nos llega mutilada, como ruinas del alba.
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“La rosa primitiva” debe leerse, por tor y hasta discípulo de Juan Ramón
todo lo anterior, como una intervención Jiménez y José Gorostiza, le dictaba
problemática en el debate de la pure- desde un punto situado en 1934 versos
za en la poesía. El poeta puro de 1934 y estrofas completas al Efraín Huerta
y el impuro de 1937 parecen haberse de mediados del siglo xx: “Aire de in-
aliado en el poema de 1950. El pacto teligencia, / raíz de los poemas: / frágil
se mantuvo al menos hasta 1963, fecha y duro dios de la amargura.”28 En su
en que Huerta recogió “En la piel de libro de 1956, Estrella en alto, Huer-
una desconocida” en El Tajín y otros ta cultivará esa misma tensión entre
poemas, texto en el que resuenan múl- violencia y ternura, entre silencio y
tiples ecos de “La rosa primitiva”: estrépito, como en “Verano”:
mi casa era la piel de las mutilaciones Los hombres nunca saben
donde una flor fervorosa nacía de nada cuánta dulzura y cuánto
como gime o duele una palabra quebradizo silencio
digamos la más noble y secreta hay en una palabra29
de las palabras: la no dicha
la no desdichada la que alza o en “Primer poema”, donde se di-
la voz cobriza a la mitad de la vida
rige a su hija Andrea:
cuando todo se hunde
y los ojos comidos y la boca de piedra Es mi voz, hija mía.
son a estas horas la pirámide demolida (…)
la estatua del silencio Que la voz sea el poema y la canción callada,
en un vasto valle de miseria27 que tu delgada piel y esos pequeños dientes
consientan en ser símbolo, atadura y prodigio
Repetir lo ya dicho, aunque hacién- (…)
dolo ahora con el vocabulario del pro- Pues es mi voz, y en ella, gotas de sangre tuya
pio Huerta, sin duda es más convincente: y aquel llanto primero como primera estrofa.
aun habiendo abogado por la impureza (…)
en la poesía, el poeta siguió aspiran- Es el primer poema y es lágrima infinita.
Lágrimas son los versos y es alegría el poema.
do a “la más noble y secreta / de las (…)
palabras: la no dicha”, rasgo más pro- Danza el poema en ti. Danzas tú en el poema,
pio de puros que de impuros. Incluso en el primer poema.30
podría pensarse, con alguna imagina-
ción, que un poeta de veinte años, lec- 28
Efraín Huerta, Op. cit., p. 179.
29
Efraín Huerta, Op. cit., p. 225.
27
Efraín Huerta, Poesía completa, p. 286-287. 30
Efraín Huerta, Op. cit., p. 234.
15
la mentada por la mentada misma tive, le détournement, est donc l’instru-
ment qui permet d’utiliser le langage
Quizás el rasgo más característico de du pouvoir de façon à ce que la criti-
la poesía de Huerta en sus últimos años que qu’il contient devienne une arme
de vida sea la enorme proliferación de pour le saboter et le détruire; en d’au-
poemínimos. En la Poesía completa fi- tres termes, c’est la matière première
guran casi trescientos. Por lo que pue- dont chacun dispose pour réaliser sa
de inferirse a partir de aquellos que se subjectivité radicale, à travers la poé-
publicaron fechados, fueron escritos sie.”31
entre 1969 y 1978, aunque no hay razo- La desviación semántica o détour-
nes para descartar que haya seguido nement es un procedimiento crítico de
escribiéndolos después, entre 1978 y el alto potencial humorístico. Es, en to-
año de su muerte. das las acepciones de la palabra, una
Me parece natural concluir estas no- subversión. El détournement consiste,
tas con una reflexión acerca del poemí- a grandes rasgos, en vaciar un pro-
nimo, ya que son abundantes los que ducto cultural o una práctica cotidiana
se refieren al oficio poético, a la na- manteniendo su forma pero dotándola
turaleza y función de la poesía y, por de un contenido nuevo (tomando, por
supuesto, a la tradición literaria. El ejemplo, una película cualquiera para
poemínimo es, en buena medida, un modificar el doblaje y así darle un senti-
acto de sabotaje contra determinadas do completamente distinto del original,
figuras de autoridad: los diccionarios o presentándose a misa con atuendo de
y enciclopedias, los grandes escritores
y las grandes obras de la literatura, los 31
Gianfranco Marelli, L’amère victoire du
datos presuntamente firmes de la his- situationnisme. Pour une histoire critique de
toria y la educación, los lugares co- l’Internationale Situationniste (1957-1971), tr.
de David Bosc, Sulliver, Cabris, 1998, pp. 207-208.
munes de la religión y el civismo. El
[Traduzco: “La técnica del cambio radical de
poemínimo es un gesto espontáneo de perspectiva o desviación es, entonces, el ins-
resistencia, y juzgo un tanto extraño trumento que permite utilizar el lenguaje del
que ningún estudioso lo haya descrito poder de forma tal que la crítica contenida en
en función del movimiento situacionis- él se convierta en un arma para sabotearlo y
destruirlo. En otros términos, es la materia
ta y sus estrategias de acción política, prima de la que todos disponemos para rea-
empezando por el détournement: “La lizar nuestra subjetividad radical a través de
technique du renversement de perspec- la poesía”.]
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el sueño de la aldea
sacerdote para leer ante los feligreses por el solo procedimiento de la des-
un documento incendiario sobre los crí- contextualización.
menes históricos de la Iglesia). Dado lo anterior, definir el poemíni-
Tómese, por citar un caso, este poe- mo diciendo que se trata de una espe-
mínimo, titulado “Poetitos”: cie de brevísimo poema humorístico no
es inexacto, pero tampoco es del todo
El que
Esté libre satisfactorio. El poemínimo es, por lo
De influencias regular, un desmontaje (de un refrán,
Que tire una cita literaria, un título, una frase
La primera
ya desgastada o fosilizada por el uso) que
Metáfora32
da lugar a un texto corto, casi siempre
El texto, desde luego, recrea un hi- de una sola frase, tipográficamente
potexto (“Quien esté libre de pecado, dispuesto en versos de una o dos pa-
que arroje la primera piedra”, proce- labras, de forma tal que con él no sólo
dente de Juan, 8:7), pero no para inter- se desmonta un mensaje sino también
pretarlo religiosa o moralmente, sino la sintaxis que le resulta propia. El
para situarlo, gracias a un par de pe- mismo Huerta describió el poemíni-
queñas alteraciones, en un ámbito dis- mo como un acto de dislocación, casi
tinto del original, donde su sentido como un trastorno intencional del
también será distinto. La desviación idioma, y situó su función en los al-
semántica implicará, pues, un cambio rededores del insulto (y, en particular,
de contexto –del religioso al poético– de la mentada de madre): “Dislocar y
y de tono –del grave al cómico– pero trastocar; crear, es el único secreto de
también un cambio epistémico, ya que esta singular forma de expresar refe-
la sensatez aparente del discurso evan- rencias maternales sin llegar jamás a
gélico desembocará en un absurdo poé- los extremos líricos y delictuosos de
tico. En otras palabras, Huerta no sólo la mentada por la mentada misma.”33
se mofará de los “poetitos” que, por Es indispensable remitirse a los “Afo-
creerse vírgenes de toda influencia, se rismos del Periquillo”, que Huerta pu-
consideran mejores que sus congéne- blicó en la Revista Mexicana de Cul-
res: también lo hará de un discurso tura entre 1951 y 1952, para encontrar
anterior, el de la doctrina cristiana, 33
Efraín Huerta, “El poemínimo” (pró-
logo a Estampida de poemínimos, libro de
32
Efraín Huerta, Poesía completa, p. 474. 1980), en El otro Efraín, p. 619.
17
el principal antecedente de los poe- Ambos textos, el aforismo y el poe-
mínimos. En esos aforismos, como su- mínimo, desmontan muy obviamente un
cederá después con los poemínimos, mandamiento: “No desearás a la mujer
la prioridad es atentar contra la pala- de tu prójimo” (Éxodo, 20:17). Pero, si
bra del poder y, en ocasiones, también el aforismo desvía el sentido del man-
contra el poder de la palabra. Se diría damiento al sustituir “mujer” por “poe
que Huerta formula sus frases para des- tisa”, el poemínimo lo hace mediante la
programar la preeminencia de tradi- sustitución del verbo desear por el verbo
ciones e instituciones vinculadas con desdeñar. En el primer caso está invo-
la poesía, las humanidades y la pro- lucrada cierta visión de la comunidad
moción artística, de la poesía conven- o gremio de los poetas, ridiculizada
cional (“Siembra sonetos. Recogerás por su promiscuidad; en el segundo,
necedades”) al saber académico (“No el sentido moral del mandamiento bí-
hay peor lingüista que el que no quie- blico sólo es invertido, no trasladado
re hablar”), pasando por la burocracia a otra esfera.
cultural (“El que a buen inba se arri- En última instancia, puede aseverar-
ma, buena sombra le cobija”).34 se que, si bien los poemínimos condensan
En ciertos casos, el aforismo es lite- los temas del resto de la obra poética de
ralmente una prefiguración del poemí- Huerta, también los polarizan (como
nimo. Léase, primero, esta máxima: “No consecuencia, desde luego, de la mis-
desearás a la poetisa de tu prójimo.”35 ma condensación, que al implicar un
Compárese después con el poemínimo énfasis también conlleva la supresión
titulado “Sexogésimo mandamiento”: de algunos matices lingüísticos del
sintagma desmontado). Lo que yo he
No
intentado en estos apuntes ha sido re-
Desdeñarás
La mujer correr a la inversa el mismo camino,
De tu esto es: partir de un poemínimo para
Prójimo 36
entender –valga la redundancia– el
sentido de su “sentido humano”. De
la conquista juvenil de una “voz” al
34
Efraín Huerta, “Aforismos del Periqui- desgarramiento de una poética íntima
llo”, en El otro Efraín, pp. 169, 170 y 171. y social que, deseándose impura, se
35
Efraín Huerta, “Aforismos del Periqui-
llo”, en El otro Efraín, pp. 170. quiere también pura –desgarramiento
36
Efraín Huerta, Poesía completa, p. 564. resuelto, de algún modo, por la misma
18
el sueño de la aldea
1
Alfonso Reyes, “Historia documental
de mis libros”, en Obras completas, vol. xxiv,
La primera noticia que se ha encon-
fce, México, 1990, p. 178.
trado de la traducción al francés es que
2
Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac (1519), en septiembre de 1925 Charles Lesca4
Imprenta Alsina, Colección El Convivio, San notificó a Reyes que una tal Jeanne
José de Costa Rica, 1917. Reyes publicó el
ensayo en San José de Costa Rica atendien-
do una invitación que le extendió Joaquín 3
Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac (1519),
García Monge, el director de la colección El Índice, Madrid, 1923, 2ª ed., Colección Bi-
Convivio, en octubre de 1916. Alberto Enrí- blioteca de Índice núm. 1.
quez Perea, “La América que tanto queremos. 4
Charles Lesca (1871-1948). Nació en Bue-
Alfonso Reyes /Joaquín García Monge”, en nos Aires, Argentina, de padre vasco francés.
Revista Comunicación, vol. 17, año 29, edi- Se estableció en Francia antes del estallido
ción especial, Tecnológico de Costa Rica, de la Primera Guerra mundial. En 1922 fun-
San José de Costa Rica, 2008, pp. 21-22. dó la Revue de l’Amerique Latine. A partir
22
el sueño de la aldea
Pataut, también conocida como Jeanne ción, “Jean Cassou [le] hizo algunos
Guérandel, había traducido su ensayo.5 retoques”,7 pero no especifica ni en qué
En ese entonces Reyes residía en Pa- consistieron ni si fue él quien los solici-
rís, en calidad de ministro de México, tó. También menciona que “tratamos
y había trabado amistad con distingui- de acercarla a los editores, mediante
dos hispanistas franceses como Valery Valery Larbaud”.8 Como se señaló más
Larbaud, Raymond Foulché Delbosc, arriba, en ese momento Reyes ya era
Jean Cassou y Ernest Martineche. Les- amigo de Larbaud. Lo había conocido
ca, por su parte, había fundado en 1922 en Madrid, en 1923, y en junio de ese
la Revue de l’Amerique Latine y seguía año le había enviado un ejemplar de la
con interés el acontecer latinoameri- segunda edición de Visión de Anáhuac.9
cano. Si bien la traductora pudo haber Además, en febrero de 1925 Larbaud
actuado a instancias de Lesca, Reyes había publicado un artículo sobre Re-
dio por sentado que lo hizo motu pro- yes en la Revue de l’Amerique Latine,
prio, como se desprende del hecho de en el que, tras elogiar su obra, había
que se refiriera a ella como la “traduc- expresado su deseo de que se tradu-
tora espontánea de la Visión”.6 jera Visión de Anáhuac.10 Con esos
Reyes cuenta que, hecha la traduc- antecedentes, es de suponer que Lar-
baud solicitara a Gaston Gallimard,
de los años treinta del siglo xx se convirtió el dueño de la Editorial Gallimard, a
en un influyente periodista de ultraderecha. quien le unía una gran amistad, que
Colaboró con los nazis durante la ocupación. publicara la traducción, como sucedió
5
Alfonso Reyes, Diario, t. i, edición críti-
ca, introducción, notas, fichas biobibliográ-
a la postre.
ficas, cronología e índice de Alfonso Rangel
Guerra, fce, México, 2010, p. 209. No se han 7
Reyes, “Historia documental de mis li-
localizado datos sobre Jeanne Guérandel. Só bros”, en Op. cit., p. 184.
lo se ha podido establecer que en noviembre 8
Reyes, Diario, t. i, loc. cit.
de 1926 publicó, en la Revue de l’Amerique 9
El nombre de Larbaud aparece en la re-
Latine, un artículo sobre un viaje que realizó lación de ejemplares de la segunda edición
al Perú. de Visión de Anáhuac que distribuyó Reyes
6
Carta de Alfonso Reyes a Valery Larbaud, tan pronto como dicha edición salió a la luz.
París, 10 de marzo de 1927, en Paulette Patout, Reyes, Diario, t. i, p. 249.
comp., Valery Larbaud-Alfonso Reyes. Corres- 10
Valery Larbaud, “Salutation à Alfonso
pondance, 1923-1952, avant-propose de Mar- Reyes”, Revue de l’Amerique Latine, París,
cel Bataillon, Librairie Marcel Didier, Paris, 1º de febrero de 1925, reproducido en P. Pa-
1972, p. 47. tout, Op. cit., pp. 123-125.
23
En ese momento Reyes fungía como em-
bajador en Argentina y vivía en Buenos
Aires. Tras recibir los primeros ejempla-
res, anotó en su Diario, en abril de 1928:
“El libro es lindo. La traducción media-
na. Es mi primer libro en francés.”13
La crítica no pasó por alto la edición.
En febrero de 1928, Benjamin Crémieux
publicó una reseña en La Nouvelle Re-
vue Française y, al mes siguiente, Jean
Cassou hizo lo propio en Les Nouvelles
Littéraires.14
la traducción al alemán
24
el sueño de la aldea
do un ejemplar desde Buenos Aires, a co- res y las más de las veces no es más
mienzos de marzo de 1929, “por encargo” que un favor personal cuando publican
de Francisco García Calderón.16 En algo”.19 Después de tocar varias puer-
noviembre de 1929 Manz escribió a Re- tas sólo consiguió que su traducción
yes para expresarle que deseaba leer encontrara cabida de forma parcial en
y traducir el ensayo “si V. es tan ama- algunos periódicos: primero en el Ber-
ble de concederme autorización”.17 liner Lokal-Anzeiger 20 y, a continuación,
Reyes accedió gustoso y de inmediato en el Deutsche Allgemeine Zeitung y el
le remitió un ejemplar junto con otro Frankfurter Stadt-Anzeiger.21
de El plano oblicuo. Valiéndose de sus contactos en Ar-
Tras leer Visión de Anáhuac Manz gentina, donde había fungido como
dudó si sería capaz de traducirlo. Ello embajador de México entre 1927 y 1930
ante el temor de no poder “mantener y en Brasil, donde ocupaba dicho car-
la belleza de la dicción” y, por consi- go, Reyes gestionó que los fragmentos
guiente, a “malograr” el valor del texto.18 también se publicaran en el Argenti-
Finalmente, Manz sí acometió la ta- nischer Volkskalender 1933 y el Deuts-
rea pero enfrentó serias dificultades para che Rio-Zeitung .22
publicarlo. En Alemania había, en esa
época, poco interés por la literatura la-
tinoamericana. Al respecto, en mayo 19
Carta de Inés Elfriede Manz a Alfonso
de 1931 comentaba a Reyes, no sin un Reyes, Munich, 31 de mayo de 1931, p. 39.
dejo de frustración, que “nosotros los 20
Alfonso Reyes, “Anáhuac, das Reich
traductores tenemos que luchar efec- des goldenen Kaisers” [Anáhuac, el reino del
emperador de oro], traducción de Inés Elfriede
tivamente por interesar a los redacto- Manz, Berliner Lokal-Anzeiger, Unterhaltungs-
Beilage, núm. 175, Berlín, 23 de julio de 1932,
16
Reyes, Diario, t. ii, p. 108. Carta de He- citado en Ibid., p. 42.
llmuth Petriconi a Alfonso Reyes, Frankfurt 21
Carta de Inés Elfriede Manz a Alfonso
9 de abril de 1929 y carta de Hellmuth Petri- Reyes, s. f., p. 42.
coni a Alfonso Reyes, Frankfurt, 10 de agosto 22
Alfonso Reyes, “Anahuac, das Reich
de 1929, reproducidas en Ugalde Quintana, des goldenen Kaisers”, Argentinischer Volks-
Op. cit., pp. 163-165. kalender 1933, Jahrbuch des Argentinischen
17
Carta de Inés Elfriede Manz a Alfonso Tageblattes und des Argentinischen Wochen-
Reyes, Munich, 12 de noviembre de 1929. blattes, Alemann y Cía., Buenos Aires, 1933,
18
Carta de Inés Elfriede Manz a Alfonso pp. 173-176 y Deutsche Rio-Zeitung, Río de
Reyes, Munich, 6 de junio de 1930, en Ugal- Janeiro, 26 de octubre de 1932, citados en
de, p. 35. Ibid., p. 44.
25
la traducción al checo nistas franceses permite pensar que
alguno de ellos pudo haberle hablado
El hispanista checo Zdenek Šmíd supo del ensayo o que pudo haber leído al-
de la existencia de Alfonso Reyes hacia guna de las reseñas de la edición fran-
1930, cuando preparaba su tesis docto- cesa.
ral sobre la poesía de Luis de Góngo- Sea como fuere, en mayo de 1935 Šmíd
ra y Argote y se topó con un ejemplar comunicó a Reyes que estaba tradu-
de Cuestiones gongorinas.23 En marzo ciendo el ensayo y que pensaba publi-
de 1932 escribió a Reyes, a Río de Ja- car su traducción algunos meses más
neiro, para pedirle su correo literario tarde.26 Ahora bien, la publicación tardó
Monterrey y decirle que había “tratado más tiempo del que previó inicialmente.
en vano” de conseguir Visión de Aná- Ello, según el propio Šmíd, porque se
huac.24 A vuelta de correo, Reyes le esforzó por hacer “una edición particu-
envió el número 8 de Monterrey, así como larmente cuidada”.27 En efecto, decidió
un ejemplar de su ensayo con la siguien- encomendarla al editor Jan V. Pojer,
te dedicatoria: “A Zdenek Šmíd con de la ciudad de Brno, quien había
quien Góngora me ha amistado.”25 fundado la editorial Atlantis, en 1928.
No se ha podido determinar la for- Esta editorial imprimía tanto obras de
ma cómo Šmíd supo de Visión de Aná- autores checos como traducciones al
huac. El hecho de que haya sido estu- checo de obras literarias de autores ex-
diante de la Universidad de Burdeos tranjeros, en ediciones sencillas, pero
durante el año académico 1928-1929 y muy bellas desde el punto de vista ti-
haya entrado en contacto con hispa- pográfico, que fueran accesibles a un
23
Gabriel Rosenzweig, comp., Procuran- círculo de lectores más amplio que el
do contactos a la literatura mexicana. Alfonso de los bibliófilos.28
Reyes-Zdenek Šmíd. Correspondencia, 1932- Con el ánimo de hacer la edición
1959, El Colegio de México, México, 2014, p. 18.
más atractiva, Šmíd solicitó a Reyes,
24
Carta de Zdenek Šmíd a Alfonso Re-
yes, Mor. Ostrava, 22 de marzo de 1932, en
Ibid., p. 37. 26
Carta de Zdenek Šmíd a Alfonso Re-
25
Alfonso Reyes, Diario, t. iii, edición, yes, M. Ostrava, 31 de mayo de 1935, p. 37.
introducción, notas, apostillas biográficas, 27
Carta de Zdenek Šmíd a Alfonso Re-
cronología e índice de Jorge Rueda de la Ser- yes, M. Ostrava, 3 de febrero de 1937, p. 41.
na, fce, México, 2011, p. 58, y carta de Zdenek 28
Jirí Hek, “Pojerova Atlantis jubiluje”,
Šmíd a Alfonso Reyes, Ostrava, 10 de febre- Duba. Informace o knihách a knihovnách z
ro de 1947, en Rosenzweig, Op. cit., p. 58. Moravy, año 12, núm. 1 (1998), pp. 3-5.
26
el sueño de la aldea
28
el sueño de la aldea
29
De Onís tradujo los diez ensayos ción salió a la luz en septiembre de
que integran la antología en el segun- 1950.46 Tras recibir los seis ejemplares
do semestre de 1949. Al traducir solía que le correspondían según el contra-
consultar sus dudas con los autores to, Reyes escribió en su Diario: “la
para asegurarse de que las traduccio- edición es de primera, no se puede
nes resultaran lo más fieles posible. En pedir más”.47 Poco después manifes-
el caso de los ensayos de Reyes siguió tó a Weinstock: “Estoy deslumbrado y
esa práctica y recibió de él la más am- estoy conmovido. No podía yo desear
plia colaboración. El 26 de enero de una edición más bella y una presen-
1950 entregó a la casa Knopf el manus- tación más noble ante los lectores de
crito con el título de The position of aquel país. Me doy cuenta de los es-
America and other essays, by Alfonso fuerzos hechos para lograrlo así, y no
Reyes.43 encuentro palabras suficientemente
Deseoso de que el volumen fuera expresivas de mi agradecimiento. Las
bien recibido, Weinstock no escatimó solapas están redactadas en un tono
esfuerzos para arroparlo lo mejor que que supera en cordialidad los térmi-
pudo. Por una parte, solicitó a Fede- nos habituales. Las palabras del Prof.
rico de Onís que lo prologara. Por la Northrop me honran mucho. Quiero que
otra, pidió al filósofo norteamericano sepan ustedes, que lo sepa Mr. Knopf,
Filmer S. C. Northrop, quien era cate- que me doy cuenta cabal de lo que se
drático de la Escuela de Derecho de
Yale, una “breve declaración publica- a nuestra rica y diversa herencia europea. En
sus escritos nos vemos, por tanto, como algo
ble” sobre Reyes.44 Northrop accedió fresco y único pero como expresión de una
y escribió un párrafo que Weinstock compleja tradición occidental. (…) Leer a
incluyó en la camisa del libro.45 La edi- Reyes es experimentar una aceleración y
enriquecimiento del espíritu y aproximarse a
43
Carta de Harriet de Onís a Alfonso Re- un mejor conocimiento de uno mismo.” Carta
yes, Nueva York, 26 de enero de 1950, inba-ca, de F. S. C. Northrop a Herbert Weinstock,
expediente de Federico de Onís. New Haven, 20 de marzo de 1950, aak / hrc-
44
Carta de Herbert Weinstock a F. S. C. uta, expediente de Alfonso Reyes.
30
el sueño de la aldea
32
el sueño de la aldea
rio, el capítulo I del libro Letras de la liano fue un proceso dilatado. Mien-
Nueva España, titulado “La hispani- tras que la edición en francés fue re-
zación”.58 La sugerencia fue aceptada. A lativamente temprana, es decir, salió
finales de junio de 1959, tras lamentar a la luz pocos años después de que se
que la espera hubiera sido tan larga, publicara la segunda edición en espa-
Alda Croce aseguraba a Reyes “que ñol, las ediciones en alemán y checo
el libro está por salir y que usted ten- se hicieron en la década siguiente, la
drá muy pronto los primeros ejempla- edición en inglés en 1950 y la edición
res”.59 en italiano hasta 1960. En otras palabras,
Sin embargo, por motivos que aún mediaron 33 años entre la publicación
hay que averiguar, la versión en ita- de la traducción al francés y la publi-
liano de Visión de Anáhuac finalmente cación de la traducción al italiano.
no fue publicada por Mattioli. Salió a Con excepción de la edición en in-
la luz en 1960, junto con los ensayos glés en la que tuvo una participación
“Moctezuma y la Eneida mexicana” y activa, Reyes jugó un papel marginal.
“Pasado inmediato”, con el título Ori- La traducción al francés se hizo sin
gine messicane. Visione di Anáhuac (1519) que él lo supiera y su intervención
e altri saggi, como parte de la colección se redujo a abogar a favor de que se
Quaderni di Pensiero e di Poesia, que publicara. En el caso de las traduccio-
dirigían Elena Croce y María Zambra- nes al alemán y checo, Reyes se limitó
no.60 Reyes ya no alcanzó a ver el libro a enviar ejemplares a los traductores, a
pues había fallecido el 27 de diciem- solicitud de éstos y, en lo que respecta
bre de 1959. a la edición en italiano, a otorgar su con-
sentimiento a la traductora, después de
La traducción de Visión de Anáhuac al que ésta lo pidiera. Por tanto, la ini-
francés, alemán, checo, inglés e ita- ciativa para realizar las traducciones
no recayó en Reyes sino en los traduc-
58
Carta de Alfonso Reyes a Alda Croce,
México, 15 de mayo de 1958. G. Rosenzweig, tores.
Op. cit., p. 135. La evidencia disponible pone de ma-
59
Carta de Alda Croce a Alfonso Reyes, nifiesto que la edición en inglés fue la
Nápoles, 30 de junio de 1959. Ibidem, p. 141. única que se formalizó mediante la fir-
60
Alfonso Reyes, Origini messicane. Vi-
sione di Anáhuac (1519) e altri saggi, traduc-
ma de un contrato. Si bien ello debe
ción de Alda Croce y Leonardo Cammarano, haber complacido a Reyes, de los comen-
De Luca, Roma, 1960. tarios que formuló a sus traductores al
33
alemán, checo e italiano se desprende mexicana que se tradujo, son posteriores.
que lo que realmente le importaba era que Datan de 1929 y 1930, respectivamente.61
su obra se difundiera en ámbitos lin-
güísticos distintos al del español y se 61
Valdría la pena identificar las traduc-
tendieran puentes entre la literatura ciones de Visión de Anáhuac que se han hecho
mexicana y otras literaturas. después de 1960. Yo sólo tengo conocimien-
to de que en 2008 la Universidad Autónoma
Las ediciones en francés, checo e de Nuevo León (uanl) difundió una versión
italiano se hicieron para un grupo li- en japonés. Ésta es obra del doctor Takaatsu
mitado de lectores. El editor de la edi- Yanagihara, profesor de literatura latinoame-
ción en inglés, en contraste, pretendió ricana de la Universidad de Tokio. Yanagihara
que ésta tuviera una mayor penetración. se topó con Reyes, a finales de los años ochen-
ta del siglo xx, al leer a Alejo Carpentier. El
Independientemente del éxito que haya interés de conocerlo lo condujo a la antolo-
tenido en términos del número de ejem gía que preparó James Willis Robb para la
plares vendidos, sí logró que fuera rese- editorial Cátedra y que contiene Visión de
ñada en varias publicaciones periódicas Anáhuac. Hacia el año 2000 tradujo el ensayo
norteamericanas de prestigio y, en con- para una recopilación en japonés de textos
latinoamericanos que tenía en mente. La ini-
secuencia, que más gente se enterara ciativa no prosperó. La traducción permane-
de su existencia. ció inédita hasta que, a sugerencia de la esposa
Por último, la edición en francés cons- regiomontana del también profesor de la Uni
tituye, probablemente, la primera tra- versidad de Tokio, Gregory Zambrano, la uanl
la incluyó en la Colección 75 Aniversario. De
ducción de una obra literaria de autor bo estos datos al propio doctor Yanagihara, a
mexicano. Las traducciones al inglés y quien desde aquí reitero mi agradecimiento
francés de Los de abajo, la primera novela por habérmelos proporcionado.
34
Las marcas de las generaciones
en las bancas
J osué R amírez
35
víctor hugo martínez
37
Bajo el cielo palatino
R afael T oriz
Las razones por las que llegué a Buenos Aires, como podrá suponerse, no tie-
nen la menor importancia (para como están las cosas, y ante mi insólita cir-
cunstancia, cualquier segundo será crucial para redondear mi testimonio).
Baste decir que una vez franqueados los 35, incluso para los imbéciles más
obstinados, la vida se vuelve un péndulo oscilante entre el tedio y el espanto.
Pocos, un puñado apenas, serán los que logren envejecer con estilo; otros,
contados, ostentarán cierto decoro: los más despertarán un día cualquiera
abotagados y conscientes de su existencia miserable.
Ante dicha perspectiva, y con el comodín de una licenciatura en psico-
logía bajo la manga, decidí forzar las circunstancias y evadirme con profe-
sionalismo: me matriculé, entrado en carnes y pintando algunas canas, en un
posgrado en psicoanálisis en la uba, cosa que celebré por todo lo alto con la
alegría bienhechora que prodiga una beca del gobierno. Nunca sospecharía
la jugarreta que me tendería el destino, ahora que desde la punta del Obe-
lisco contemplo estos hermosos cielos, siempre tan altos y transparentes con
nubes que en esta tarde rojiza semejan finas piezas de alabastro.
Debo aclarar que nunca fui un estudiante modelo. La vida universitaria
me ha interesado en la misma medida que el cultivo de la soja o la vida emo-
cional de las almejas. Empero, desde que alcanzo a recordar, tuve debilidad
por ambientes donde reinara la holgazanería distendida y el cotilleo perdula-
rio. En ese sentido, la escuela me ha brindado un cobijo inmejorable y hasta
algunos estipendios generosos.
Pasiones menos nobles que el estudio me conminaron a instalarme en
38
bajo el cielo palatino
la Argentina. Siempre he sido una persona obsesionada por las formas y sus
símbolos, particularmente por las nalgas de las mujeres, así que conociendo
mis inclinaciones me animé a doctorarme en el culo del mundo: acá las be-
llas nalgas primorosas son constitutivas del paisaje.
Mis primeros días en Buenos Aires fueron caóticos y confusos. Llegar a
una ciudad desconocida supone una suerte de extravío consensuado: no sa-
bemos dónde estamos y para el mundo que nos circunda valemos menos que
un pepino. Los acercamientos iniciales a la realidad porteña me prodigaron
discretos cataclismos que con el tiempo no hicieron sino multiplicarse. Vine
a esta ciudad en pos de algarabía y lo primero que recibí fue un asalto a mano
armada por el rumbo de la Boca. Viajero inexperto, en los albores de mi lle-
gada me instalé en una pensión de mala muerte a orillas del riachuelo donde
me enredé con una ecuatoriana horrorosa que me robó hasta la maleta. Mi
cámara fotográfica y unas gafas de sol fueron dos obsequios que le di al ca-
lor de nuestras noches encendidas durante los crudos inviernos del 2013, época
de nevadas inmisericordes en que fue común ver osos polares revolviendo
la basura mientras eran abatidos por la policía a lo largo y ancho de la 9 de
Julio. El Río de la Plata se tornó un bloque compacto y macizo del color del
tamarindo, lo que permitió de una vez por todas que los uruguayos, desde su
orilla, dominaran el país.
Luego de aquella amarga experiencia, y durante los veranos asesinos
que azotaron el territorio austral durante más de la mitad del 2014 y todo el
2015, me dediqué a una vida de golfo disoluto que, gracias a las prostitutas domi-
nicanas y algunos intrépidos peruanos, me permitió conocer en carne propia
las ventajas de ser un estudiante mexicano becado en el extranjero.
Estoy seguro de que al escuchar este testimonio no serán pocos los infe-
lices que me utilicen como figura de escarnio y defenestren mi memoria: a
ustedes, hijos de re mil puta, sólo me limitaré a decirles que no soy ningún
resentido y mucho menos un cobarde. Deseo poner en claro que, durante los
años de mi exilio, aprendí a ser una persona humilde por la sencilla razón de
que estuve rodeado la mayor parte del tiempo por hordas de mediocres infa-
tuados que se piensan la última coca-cola del desierto, cuando en realidad
no son sino provincianos arrogantes y mal leídos acomplejados por el tamaño
de la verga del vecino.
39
rafael toriz
41
rafael toriz
II
* Nota de la transcriptora.
Las razones por las que el Comité Sáfico de Regeneración Nacional ha
decidido rescatar el testimonio del despreciable ciudadano Agustín Melgar
Hinojosa (nacionalidad mexicana, tez morena clara, estatura 1.80 m., núme-
ro de pasaporte 4080072832, complexión robusta y 37 años al momento de su
muerte) son debidas a que, luego de cuatro años desde el fatídico incidente
que acabó con la posibilidad de reproducirnos sexualmente, hemos decidido
contar la verdad del noble pueblo argentino, próximo a extinguirse, toda vez
que dicha grabación logró colarse a los escasos resquicios que no perecieron
ahogados luego del derretimiento de los casquetes polares ocasionado por el
calentamiento global en el Año de la Gran Debacle. Mandamos este mensaje
de paz a los pueblos insurgentes que puedan escucharnos y les recordamos
que, en efecto, somos una isla de mujeres fértiles y hermosas a la deriva, en
caso de que alguien pudiera llegar al corazón de este destierro.
Luego del exterminio biológico del sexo masculino de los hombres de
nuestra patria, la Armada Verdeamarelha, en un acto que pasará a la historia
como uno de los más viles y patéticos de los que se tenga noticia, destruyó
los bancos de semen y la rupestre ingeniería tecnológica y científica con que
contaba el país para la clonación de la especie, atrocidad a la que se sumó el
campo de fuerza instalado en la avenida General Paz ensamblado por los uru-
guayos, lo que acabó por aislar a la otrora altiva cabeza de Goliath y condenó a
una lenta extinción al resto de la población argentina. Conviene aclarar que
el arma ideada por los brasileños, debido a un error de cálculo, también aca-
bó con los colombianos y venezolanos residentes en el país; a los peruanos
y bolivianos –incluidos miraflorinos y cruceños–, en un acto racista del que
nunca nos arrepentiremos lo suficiente, los exiliamos sin miramientos; los
paraguayos cobraron la factura de la guerra de la Triple Alianza y se negaron
a mezclarse con las hembras “curepís”; los senegaleses fueron reclutados
por el Quinto Imperio gracias a mejoras notabilísimas en sus condiciones
de vida y los chinos, coreanos y taiwaneses, según cuenta la leyenda, fueron
devorados por los donguis.
Nunca como entonces las porteñas supimos lo que significó vivir so-
las sin otros ojos que los del espejo, vestidas para nadie. Desde el Año de
42
bajo el cielo palatino
44
Lorenzo sentía que era seducido
por Mefistófeles
C arlos A. A guilera
Después de haber escrito diversos ensayos sobre los escritores origenistas, ideó-
logos a su manera de eso que Lezama llamaba “la pobreza irradiante”, Jorge
Luis Arcos sorprende con Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega
(Colibrí 2012 /Hypermedia 2015), un libro sobre el Gran General Albino, como
al autor de El oficio de perder le gustaba firmar algunos de sus mensajes.
Para la entrevista, nos citamos en un asador en el centro mismo de San Carlos
de Bariloche, donde Arcos vive y trabaja desde hace varios años, y comparti-
mos anécdotas, nombres, admiraciones, fotos. Sin querer, los dos traemos una
camisa de cuadritos azules, unas patillas encanecidas y un cinturón de hebilla
grande, como aquellos que usaba John Wayne en algunas de sus horribles
películas... Nada como la pampa para volver a conectar a uno con la locura.
–Antes de este libro sobre la poética de García Vega habías publicado libros
como En torno a la obra poética de Fina García Marruz, La solución unitiva.
Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima y La palabra perdida.
Ensayos sobre poesía y pensamiento poético, entre otros. ¿Cómo llegas a Lo-
renzo García Vega? ¿Podríamos decir que a partir de tu cercanía con Lorenzo
se produce un “corte” en tu manera de entender la maquinaria literario-poé-
tico cubana?
–Yo conocí a Lorenzo a través de las anécdotas que me hacía Enrique
Saínz, su gran amigo. Primero, fue acostumbrarme a la radical extrañeza de
su percepción de la realidad. La persona antes que sus libros (que no tenía-
45
carlos a . aguilera
–Esta “albinidad” que, como bien dices, es una escritura y a su vez una
poética, ¿cómo aceptaba o digería a Lezama? ¿Qué te contaba Lorenzo del au-
tor de Paradiso en las múltiples conversaciones que sostuvieron cuando cons-
truías el libro?
–La relación maestro-discípulo entre Lorenzo y Lezama, como se relata
en el libro, ha sido tal vez la más interesante de la literatura cubana. Es muy
compleja, con muchas entradas y salidas. Fue siempre parte de una tensión,
de una angustia insondable. El Lorenzo final fue como el desarrollo de un
Lezama sumergido. El propio Lorenzo nos habla de ese Lezama surrealista y
delirante, que él conoció personalmente tan bien. Es decir, el joven fáustico
desarrolló las facetas ocultas o no enteramente desplegadas de su Mefistófeles,
de ahí la necesidad imperiosa del desvío, de la mala lectura. Pero esto, con
ser mucho, no agota la ambivalencia hamletiana de la relación de Lorenzo
con su maestro, al que nombra como “el niño terrible de las acuarelas”.
Lorenzo conoce a Lezama (“¡Muchacho, lee a Proust!”) en un momento muy
vulnerable de su psiquis (a punto de recibir electroshocks). Se salva de la
locura a través de la literatura y de la ascendencia de su maestro, que fun-
ciona como un mago, un sanador. Pero el precio ¿fue muy alto? Lorenzo,
como relata en El oficio de perder, clamaba por un maestro, pero, a la vez, se
sentía incómodo dentro de los ceremoniales del grupo Orígenes. Su relación
con Lezama (Curso Délfico incluido) fue intensa pero ambivalente. El fan-
tasma del Barón de Charlús, el miedo al mayor homosexual, que tiene una
ascendencia sobre el joven vulnerable y dependiente, hizo de esa relación
un infierno soterrado (así la padecía sobre todo, claro, el más débil). Una
tarde, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, entre un whisky y otro,
Lorenzo me confesó, ex abrupto, que muchas veces le temblaban las piernas
cuando se quedaba solo con su maestro. También, en un correo que trascribo
en mi libro, se hace todavía evidente la intensidad angustiosa de aquellos
momentos donde Lorenzo sentía (¿imaginaba, temía?) que era seducido por
Mefistófeles… Antes de impartir la última conferencia sobre Lezama en Ma-
drid, “Maestro por penúltima vez”, me escribía pidiéndome que le hablara
de Lezama, y me trasmitía sus impresiones, sus dudas, sus preguntas no
resueltas. Lo hizo también con Enrique Saínz, con quien, me decía, tenía esa
conversación pendiente. En otro correo me dice que me ve como una prolon-
49
carlos a . aguilera
como en el relato de Lorenzo más sintomático al respecto: “El santo del Pa-
dre Rector”: uno de los textos más intensos de la literatura cubana… Como
dijo Lorenzo: “el frío que se acepta como una secreta vocación”.
–La obra de García Vega, junto al Boarding Home de Rosales, ha sido
de lo más apreciado por los escritores cubanos en los últimos años. ¿Dónde
piensas que estuvo el rapport para que una obra invisible durante decenios se
convirtiera, para muchos, en territorio-de-escritura?
–Primero fue invisible porque no existía, porque Lorenzo se exilió y fue
borrado, la persona y sus libros, físicamente. No fue lectura, y no fue. Era
su secreta vocación: la del fantasma. Y regresar, después, como lo oculto o
lo reprimido u olvidado (Harpur dixit). Con la fuerza del secreto, del cofre
abierto de repente: Pan o la pesadilla, como dijera James Hilman… Luego,
después de su vuelta de tuerca con Rostros del reverso y Los años de Orígenes,
Lorenzo comenzó lentamente la recuperación imposible de su perdida o rota
identidad creadora y personal… Es la experiencia o poética de Fantasma
juega al juego, pero que no se constituyó en su definitiva expresión creadora
hasta Vilis, por ejemplo, ese libro o no-libro abierto, kaleidoscópico… Poéti-
ca kaleidoscópica es la propuesta de mi libro… También, junto a ese proceso
interior, de salida o doma de su enfermedad, acaecía un proceso de conciencia
de “descojonación” en su Atlántida sumergida, en la isla, de donde salió una
mirada otra, la de Diáspora(s), por ejemplo, que terminó siendo afín con
la de Lorenzo… Una de las coincidencias más inevitablemente creadoras
de la cultura cubana contemporánea… Como la salida (o el regreso) a una
intemperie… Como la apertura a un horizonte desconocido… Una suerte de
big bang cuya expansión no cesa… Eso, y la recuperación, por el propio
Lorenzo, y la invención, por parte de Diáspora(s), y de otros creadores, de
una suerte de nuevo vanguardismo (o, si se quiere, mejor, de una extraña u
otra mirada). Y recordemos que en Cuba el vanguardismo fue casi inexisten-
te… Cuando Lorenzo dice, con naturalidad, que es un “apátrida”, o cuando
prefiere, como en un jubiloso paroxismo infantil, oír el rugido de King Kong,
en su peregrinación mística a Disneyworld, al mundo de los cómic, a cual-
quier diálogo político entre Miami y Cuba, o a la voz del Tirano Máximo,
está mirando, escribiendo desde el otro lado de la luna, desde ese país de al
lado, desde ese otro mundo daimónico, y es ahí, en esa linde, en esa inter-
53
carlos a . aguilera
Alberto Garrandés, con Idalia Morejón, entre otros) y que leí con fruición y
un profundo reconocimiento. Recuerdo que Enrique Saínz y yo interrogamos
solapadamente, con complicidad y alegría infantil, a una investigadora del
Instituto de Literatura y Lingüística hasta comprobar que era uno de los ne-
fastos personajes (Marta Eulalia) que Lorenzo nombraba con seudónimo en
aquel libro maldito...
Yo tuve el privilegio de contar con la amistad de Enrique, el mejor ami-
go de Lorenzo. Enrique había sido, muy joven, amigo y discípulo de lecturas,
de Lorenzo (como yo entonces era de Enrique, y como Lorenzo había sido de
Lezama). Como ya comenté antes, a través de Enrique conocí, no en sus
libros, sino a través de anécdotas, la personalidad, la psiquis, la mirada, la
extraña y singular percepción de la realidad de Lorenzo, quien ejerció una
inmediata y profunda influencia en mí. Por eso propicié aquella valiente y
oportuna ponencia de Ponte sobre Lorenzo en el Congreso Internacional Cin-
cuentenario de la Revista Orígenes, en 1994 (primero la impartió en un curso
de postgrado en la Universidad de La Habana, que coordinamos, como des-
pués el Congreso, Víctor Fowler y yo, por la Cátedra de Estudios Literarios
Iberoamericanos José Lezama Lima de la Fundación Pablo Milanés), y luego
la publiqué en el primer número de la revista Unión, que dirigí a partir de
1995 por diez años, y, también en la revista, publiqué textos de Lorenzo con
nota de Enrique y fotos delirantes que se hizo a sí mismo. Ya para entonces
comenzamos a intercambiar correos. En una dedicatoria de Poemas para
penúltima vez, le dice a Enrique “el último sobreviviente de mi Atlántida”, y
a mí que “acaso nos encontraremos o en el Limbo de los justos o en el Limbo
de los niños”. Cuando llegué al exilio en Madrid, en 2004, le escribí a Loren-
zo diciéndole que acababa de estrenar mi condición fantasmal. Lorenzo me
respondió enseguida: “qué bueno es estar bien acompañado”. Lorenzo, en
cierta forma, fue mi maestro en el exilio. Intercambiábamos sueños, obsesio-
nes, confesiones... Tenía que tener cierto cuidado con esas confesiones, pues
él después las publicaba, sin consultarme previamente, por ejemplo, en el
maravilloso blog que compartió con la escritora Margarita Pintado Burgos…
Tenía esa vocación de collage, de intertextualidad, de todo: cualquier cosa
que uno le dijera podía ser incorporada en sus textos y convertida en mate-
ria literaria… No había, literalmente, fronteras… Los últimos meses, antes
55
carlos a . aguilera
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“Cuchara”: tres momentos de Octavio Paz1
Me limito en este trabajo a narrar algunos datos –tal vez sólo recordar: algu-
nos son conocidos– de la niñez y vida familiar de Octavio Paz. La descrip-
ción, como se verá, está sostenida sobre tres de las muchas anécdotas sobre
su infancia que el mismo poeta llegó a compartir en vida. Mi aportación, por
tanto, se limita a invocarlas juntas e intentar un puñado de interpretaciones.
plo, los hermanos Flores Magón, conocidos anarquistas, durante años habían
vivido y laborado allí–. A su llegada en agosto de 1919, la familia se muda
para el centro de la ciudad, donde vivían muchos mexicanos y donde Oc-
tavio ya había montado una frágil empresa editorial y una revista semanal
(se llamaba, de hecho, La Semana) localizada en el mismo edificio donde se
publicaba otra revista y, muy cerca, dos periódicos hispanos: La Prensa y, de
mayor circulación, El Heraldo de México. Establecerse en Los Ángeles no
fue enteramente obra del azar. Se trataba del corazón de lo que entonces se
llamaba “el México de afuera”, la comunidad emigrante en California que
o bien resistía la asimilación a la sociedad norteamericana o bien buscaba
regresar al terruño, y que de por sí había llegado a estructurar, en medio de
la ciudad, “un pueblo urbano”, equipado con todo y sus periódicos, mer-
cados, clubes sociales, cantinas, teatros y hasta su propia Zona Roja… La
familia Paz-Lozano vivía entre agitadores. Pero era todo menos un exilio
dorado. Eran los años de la Primera Guerra Mundial y se temía que México
durante su Revolución, especialmente tan cerca de la frontera con Estados
Unidos, pudiera convertirse en un aliado del enemigo. Los “revoltosos”, que
era como entonces llamaban a agitadores como Octavio, eran naturalmente
sospechosos. Y de hecho, por un tiempo, y como se ha documentado (ver
Gálvez, n. 2), un agente del fbi asignó un vigilante al joven abogado y su
grupo. En medio de ese ambiente, que llegó a conocerse como the Brown
scare (pánico color marrón), y que un historiador ha descrito como mezcla
de “conflicto de frontera, pleito laboral e histeria en tiempo de guerra”, la
familia entera tiene que haberse sentido presionada para asimilarse a la so-
ciedad estadunidense.7 Para 1919, las campañas de americanización en Los
Ángeles ya habían dictado, a través de su Junta de Educación, que todos los
inmigrantes entre los 18 y 21 años tenían que tomar clases de inglés y ciu-
dadanía. ¡No en balde en documentos de la época Pepa Lozano aparece con
una rimbombante profesión: “Student of English”!
Cuento todo esto como preámbulo a la segunda anécdota. Porque es
7
Para el contexto al que aludo, ver Stephanie Lewthwaite, Race, place and reform in
Mexican Los Angeles. A Transnational Perspective, 1890-1940, University of Arizona Press,
Tucson, 2009, y W. Dirk Raat, Revoltosos: Mexico’s Rebels in the United States, 1903-1923,
Texas A & M Press, Texas, 2000.
66
“ cuchara ”: tres momentos de octavio paz
68
“ cuchara ”: tres momentos de octavio paz
II
Damos un salto hasta 1922, cuando Tavo ya cuenta con ocho años. Fue el año en
que Pablo González –uno de los matones que Venustiano Carranza, caudillo
de turno, mantenía a sueldo– decide confiscar y luego incendiar los restos de
la imprenta de Ireneo Paz. El siniestro puede haber sido dirigido no tanto
a Ireneo, que para entonces había cumplido la provecta edad de 86 años y
retirado de la política, como contra Octavio, diputado por el Partido Nacio-
nal Agrarista y flamante defensor público del legado zapatista. Al perder su
única fuente de ingresos –sus jubilaciones, como militar y periodista, eran
escasas y lentas–, Ireneo sufrió una primera embolia, perdió las propiedades
que le quedaban, incluso la pequeña casa que compartía con Octavio y su
familia, remató buena parte de su inmensa biblioteca, y él y Amalia, su hija
solterona, tuvieron que refugiarse con su hija Rosa y su familia, que vivían
cerca. Venían otros tiempos.8
A Tavo, entre tanto, lo cambian de escuela –de El Zacatito a un colegio
inglés, el Williams, que estaba también en Mixcoac, mientras que, como el
poeta mayor recordara una vez, “nuestra casa, llena de muebles antiguos,
libros y otros objetos, se iba derrumbando. A medida que los cuartos se de-
8
Estas y otras referencias a la vida y obra de Ireneo Paz se estudian en Napoleón Rodrí-
guez, Ireneo Paz. Letra y espada liberal, Fontamara, México, 2ª. ed., 2002.
70
“ cuchara ”: tres momentos de octavio paz
9
Entrevista con Rita Guibert, Seven Voices, Alfred A. Knopf, New York, 1973.
71
enrico mario santí
por los admiradores que la tía atesoraba y que Tavo y sus primos, según su
propio testimonio, un día espiaron–. No es inverosímil que en la excéntrica
tía –que él recordará como “Virgen somnílocua”– Tavo encontrara por pri-
mera vez en su vida una poeta, o al menos una “personalidad” poética. La
tercera fuente fue seguramente las tonadillas que Tavo le oía cantar a su ma-
dre, Pepa, de origen andaluz, y con las cuales logró entrenar sus ojos y oídos.
Ireneo aún vivía, por cierto, cuando, según contó después el poeta mayor,
ocurrió lo que también pasaría a llamar su primera “experiencia” poética. La
anécdota aparece en el prólogo al tomo xiv de las Obras completas, como una
suerte de preámbulo a la colección de sus primeros textos, en prosa y poesía.
Durante más de sesenta años he sido fiel a la poesía. Y quien dice poesía dice
amor. Cuando era niño, un día en que mi abuelo no estaba en su estudio, me
senté al frente de su escritorio, escogí una pluma bien tallada –él no usaba pluma
fuente– y en el hermoso papel que empleaba para su correspondencia escribí
una carta de amor. La cerré cuidadosamente y la sellé con lacre rojo y un anillo
que le servía para esos menesteres. Fui al jardín, corté algunas flores, hice un
pequeño ramo y salí de la casa. Anochecía –esa hora que llaman “entre azul y
buenas noches”. No había un alma en las calles de Mixcoac, un pueblo en las
afuera de la ciudad en donde vivíamos. La carta no tenía nombre de destinata-
ria; estaba dirigida literal y realmente a la desconocida. Caminé un trecho: ¿a
quién entregarla o en dónde depositarla? Al dar la vuelta en una esquina, en
la semi-obscuridad, vislumbré una casa de nobles proporciones, con una fila
de balcones de hierro y, tras los barrotes, unas ventanas de madera con visillos
blancos. La casa me pareció que guardaba un misterio; tal vez vivía en ella la
desconocida. Movido por un impulso que no puedo explicar, después de un ins-
tante de vacilación, arrojé la carta y el ramo de flores entre los barrotes de uno
de los balcones y me alejé rápidamente. (t. xiii, p. 20.)
esa identidad personal hallada fuera del país, la lectora ideal tampoco se
encuentra dentro: aparece “entre rejas”, objeto de búsqueda. Así, al antiguo
grito, a la resolución verbal (cuchara y/o spoon), y a la consiguiente interna-
lización de una diferencia corporal, ahora se añade el deseo verbal, deseo
escrito, como medio de alcanzar el objeto deseado –lector y amante hecho
uno solo gracias al misterio de la poesía.
Cierta vez, en una entrevista, le pregunté al poeta si su familia sabía
que de niño a él le gustaba escribir. Me contestó que aunque el abuelo Ire-
neo nunca llegó a saberlo, en cambio sí veía al nieto leer y aprovechaba para
hacerle él mismo cuentos. Igual ocurría con Amalia, cuyas pláticas incluían
literatura pero casi nada de poesía; aún menos con el padre, Octavio, “por-
que de niño, mi relación con él fue menos íntima y había largas ausencias”;
y para nada con Pepa, cuya influencia andaluza fue más bien musical, pero
ágrafa. Sobre la relación con su padre, en otro momento le dijo el poeta a
otro entrevistador: “probablemente nunca supo que yo escribía”. Confesión
asombrosa si calculamos que los primeros poemas de Octavio Paz datan de
1931, a los 17 años, cuatro antes de que su padre tuviese el accidente que lo
mató y durante los cuales convivieron, o casi. Baste, para resumir, los paté-
ticos versos que le dedicó al padre en Pasado en claro (1974), su gran poema
autobiográfico:
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.10
10
Ver “Retrato de Octavio Paz”, en mi Diálogos con Octavio Paz, Editorial Confluencia,
Salamanca, 2014, pp. 66-112; la entrevista con Gálvez, p. 74; y OC, t. xi, p. 84.
73
enrico mario santí
toso abogado y escritor, y sin duda el heredero escogido del patriarca, había
muerto relativamente joven y dejado un vacío del que Ireneo se lamentaba
a diario. Trazando su propio camino, escogiendo su propia revolución y su
propio caudillo, Octavio, como todo hijo de padre famoso, aspiraba a superar
el currículo de ambos, pero en cambio terminó regresando a un Mixcoac en
ruinas y refugiándose con su joven familia en una de las propiedades del ya
anciano Ireneo.
Sin duda tocó fondo en diciembre de 1932, a los 49 años (su hijo ya con
18), cuando el cintillo de un periódico de la Ciudad de México proclamó: “El
Lic. Octavio Paz es acusado por una señora”, por haberla golpeado en públi-
co.12 Años después se revelaría que una niña de quince años, tal vez violada
por él, había dado a luz a otra niña, media hermana del poeta a quien éste
llegó a conocer y a amparar. Una vez más, la violencia tocando a la puerta de
una familia cuyo prestigioso apellido quería decir todo lo contrario. En 1985
el poeta le confesaba a Felipe Gálvez: “mi padre fue siempre para mí una
figura amada y distante… tuvo una vida exterior agitada; amigos, mujeres,
fiestas, todo eso que de algún modo me lastimaba, aunque no tanto como a mi
madre; ella era quien realmente sufría”. “Luego vino”, añadía, “el tiempo de
la soledad” (Gálvez, p. 75). Con ese precioso circunloquio aludía, así, no sólo
al alcoholismo del padre, que la familia de todo alcohólico pretende ocultar;
también aludía a su propia soledad, que para entonces él y su madre habían
aprendido a soportar. Y sin embargo, fue precisamente en esos mismos años
de decadencia y extrañamiento, según recordaba en la misma entrevista,
que Octavio escribió más y mejor –para El Universal o para la revista Cri-
sol–. Terminó, aunque no llegó a ver publicada, una prolija pero apasionante
biografía de su ídolo Emiliano Zapata, y otra historia, aun hoy inédita, del
periodismo en México (Gálvez, p. 76). Finalmente, recuerdo que cuando en
una entrevista yo mismo le mencioné una vez al poeta que, como escritor y
periodista, su padre seguramente había influido en él, enseguida añadió, con
entusiasmo: “incluso le ayudé cuando adolescente a copiar a máquina artí-
culos o textos suyos de memorias de la Revolución Mexicana… a veces des-
12
Para un comentario sobre este incidente, ver Guillermo Sheridan, “Octavio Paz y su
padre: dramas de familia”, Letras Libres, 7 de mayo, 2014. El incidente salió a la luz en “El
Lic. Octavio Paz es acusado por una señora”, El Nacional, México, 3 de diciembre, 1932.
75
enrico mario santí
III
Mucho me temo que sin entender esa silenciada maldición, sea ésta
real o imaginada, no entenderemos algo fundamental acerca de Octavio Paz
y de su obra: me refiero a la relación adversa, y con frecuencia defensiva, que
sostuvieron él y su familia con su país y su gente. Al mismo tiempo, cualquier
conciencia de esa llamada maldición debería llevarnos a apreciar otra cosa
mucho más importante: que con fina sensibilidad, privilegiada inteligencia
y capacidad espiritual supo hacerse dueño de esa maldición y transformarla
en una obra ejemplar, un ser único.
anexo
Doy a continuación facsímiles de los documentos a los que aluden este en-
sayo. Prueban ellos que Josefina Lozano Delgado y su hijo Octavio Paz Lo-
zano 1) cruzaron la frontera norte de México por la ciudad estadunidense de
Laredo, Texas, el 18 de agosto de 1919, y 2) junto con Octavio Paz Solórzano
vivieron como familia en la misma dirección de la ciudad de Los Ángeles,
California (112 North Kern), en medio del histórico enclave mexicano del
centro de esa ciudad.
77
enrico mario santí
Documentos 1 y 2
Los Manifiestos, o documentos de entrada al país, que a principios del siglo
xx administraba el U. S. Department of Labor (Secretaría del Trabajo) obran
en los National Archives de Estados Unidos, fechado el 18 de agosto de 1919
en Laredo, Texas, muestra que Josefina L. de Paz, de 26 años, de estado
“casada”, y de ocupación “ninguna”, solicitó entrada acompañada de “un/a
niño/a” [child]; la solicitante sabe leer y escribir, es de nacionalidad mexi-
cana y su destino es “Los Ángeles, Ca.” El pasaje se lo pagó ella misma,
lleva US$100 consigo y dice haber vivido en fecha anterior en Estados Uni-
dos en “San Antonio, Texas” durante el periodo “1916-1917”. La solicitante
dice, además, que va a reunirse con su “esposo”, Octavio Paz [Solórzano]
residente en “141 Main Avenue, Los Ángeles, Ca.” El propósito del viaje es
“residir”; no piensa trabajar en Estados Unidos pero sí “vivir perm[anente]”,
aunque “no” hacerse ciudadana de Estados Unidos; nunca ha sido deporta-
da y su salud es “buena”. La misma boleta indica, para los tres, “1916” como
año de inmigración, o entrada al país.
Su descripción física: 4’10” de estatura, de piel blanca, ojos azules, y
lugar de nacimiento “México”. Firma.
El Manifiesto viene acompañado de una boleta, expedida por el mismo
U. S. Department of Labor, con la misma información. Existe también una
segunda boleta, que no Manifiesto, para “Paz, Octavio” (sic) con fecha de “18
de agosto, 1919”, entrando por “Laredo, Texas”.
Nótese que la solicitante opta por entrar al país con su apellido de casa-
da; salvo en su inicial, no menciona su apellido paterno [Lozano], de soltera.
Semejante recurso era normal en la época para una mujer casada viajando
sola con un niño.
Es de notar que en el mismo Manifiesto la solicitante declara que sí
vivió antes en Estados Unidos, durante el periodo 1916-1917. Sin embargo, el
Manifiesto que en los mismos archivos aparece con esa fecha anterior es
el mismo de 1919. A falta de otra explicación o evidencia, la declaración de
una entrada previa a la de 1919 podría explicarse con base en dos razones:
1) para cuadrar con los años en que Octavio Paz Solórzano cruzó la frontera
para residir por un tiempo en San Antonio, Texas (el Licenciado llega a San
Antonio en octubre de 1916), y 2) para sugerir antecedentes pacíficos durante
78
“ cuchara ”: tres momentos de octavio paz
Documento 2
El 1920 U. S. Federal Census, Assembly District 64, Los Ángeles, California,
muestra que en la Calle 112 North Kern #112, de Los Ángeles, California,
vivían “Paz, Octavio”, “cabeza de familia” [Head], ocupación “revista” [ma-
gazine], y profesión “abogado” [attorney]; “Paz, Josephine”, “esposa” [wife]
y ocupación “estudiante de inglés“ [Student of English]; y “Paz, Octavio, Jr.”
“hijo” [son] y ocupación “ninguna” [none]. El mismo registro consigna el año
de “1916” como fecha de inmigración o entrada al país.
79
Mondadientes, S. A., una historia de amor
M ercedes Á lvarez
Andrés Radovitz siempre había querido tener una editorial, pero nunca ha-
bía encontrado el momento oportuno para abrir una. De modo que en las
vísperas de su cuadragésimo cumpleaños decidió emprender la aventura de
su vida y fundar Ediciones Mondadientes, S.A., destinada a publicar todo
aquello que Mondadori, S.A., desechara publicar.
Claro que los comienzos no fueron simples. Para alguien con amor por
los libros, pero sin experiencia en edición, fundar una editorial desde cero,
por pequeña que sea, no es una tarea fácil. Andrés se entrevistó con edito-
res, escritores de diversos tipos, libreros, economistas y hasta vendedores
de diarios. La opinión fue unánime: todos, sin excepción, le aconsejaron no
abrir Mondadientes, S.A. “Es una empresa destinada al fracaso”, le dijo un
reconocido escritor de moda. “Un delirio”, le dijo un librero amigo. “En mi
vida había oído una idea tan estúpida”, le dijo, mientras encendía su décimo
cigarrillo, un poeta poco conocido, cuyo último libro había sido publicado
en 1988.
Este último, Guillermo Francoforte, fue el que en definitiva le dio la
idea: una editorial para fracasados. Un hermoso lugar donde todos los estra-
gados y pisoteados del mundo literario pudieran ir a llorar sus penas y llevar
sus libros no editados. Una editorial de calidad, hecha de perdedores y para
perdedores. Gente resentida pero con talento, como Guillermo Francoforte,
quien se convertiría en su primer proyecto de libro.
Mondadientes, S. A., abrió sus puertas en enero de 2009, inmediata-
mente después de las fiestas y en medio de un calor infernal. Era 3 de enero
80
mondadientes, s.a., una historia de amor
un solo tomo para que tuviera sentido. Y que de ningún modo podían pedirle
que mutilara su propio trabajo.
De vuelta, recibió un mail donde Mondadori sugería publicar Días en
los bancos de las plazas de papel únicamente, y una vez medido el impacto en
el público, evaluar la publicación de las dos siguientes novelas.
Malena respondió diciendo que no le interesaba el público sino los
lectores, y que publicaran la trilogía o nada. Mondadori respondió que, sin-
tiéndolo mucho, no podrían arriesgarse.
Malena pasó por un par de días horribles entre la furia y la desespera-
ción contenidas. Después guardó las copias que Mondadori le devolvió en
una caja forrada de tela, y allí quedaron hasta el día de su muerte.
Radovitz y Malena Isola fueron un matrimonio feliz en los libros y en
la vida.
92
Trece poemas
F rank S tanford
Versiones y nota de Hernán Bravo Varela
*
Los primeros seis poemas corresponden a Los cuchillos que cantan (The
singing knives), 1971; el siguiente a Un permanente desconocido (Constant stran-
ger), 1976; luego, “La luz que ven los muertos”, a Muerte de cuna (Crib death),
1978; el noveno y el décimo poema pertenecen al volumen Tú (You), publicado
póstumamente en 1979; las “Moscas en la mierda” se encuentra en La parra
ardiente (Smoking grapevine), sin fecha, también publicación póstuma, mien-
tras los dos últimos tuvieron cabida en La última pantera en la meseta de Ozark
(The last panther in the Ozarks), sin fecha y de publicación póstuma. (N. de la R.)
93
el robalo 1
el charal 2
Si aprieto
su cabeza,
le saltarán
los ojos
como estrellas.
Las ondas
que produce
pueden mover
la luna.
the bass // He jumps up high / against the night, / rattling his gills / and the hooks / in his
1
back. / The Indian says / he is like a goose / passing in front / of the moon.
the minnow // If I press / on its head, / the eyes / will come out / like stars. / The ripples /
2
narciso a aquiles 4
planeando la desaparición
de aquellos que se han ido 5
poem // When the rain hits the snake in the head, / he closes his eyes and wishes he
3
were / asleep in a tire on the side of the road, / so young boys could roll him over, forever.
narcissus to achilles // Yesterday, I passed over a bridge / and saw a boot underwater. /
4
/ But first I must take off my rings / And swords and lay them out all /
95
en bancos de altramuces de aquel río prohibido
para llevar la cuenta de los días en que
me he ido de esta tierra
no voy a usar los dedos
belladona 6
Along the lupine banks of the forbidden river / In reckoning the days I have / Left on this
earth I will use / No fingers.
belladonna // The night I met you / I had the black shirt on / I had the ice pick in my
6
boot // I climbed the tree buck naked / I swung out on a limb // I swam all the way / Under
the water / With the knife in my mouth // Like a song of hog blood / Footprints you cannot
track //
96
Una canción que se deshace
como un rosario
en la parte trasera de una iglesia
A song that comes apart / Like a rosary / In the back of a church // O bootblack the night I
met you / I quit shining shoes
the first twenty-five years of my life // I met my father in a library in Menphis, Ten-
7
nessee. / Bees flew out of the sun. // The strange country of childhood, / Like a dragonfly on a
long dog chain. // This is the signature of the doctor, the money from home. / Before, when each
star was a minnow / Dying naturally in a tub, we slipped off / From the others in our boats. //
97
Salíamos de mañana.
Yo, nube que hace sombra, cubro de luz mi cuerpo, totalmente desnudo
ahora, mientras me llamo en sueños por mi nombre.
We left in the mornings. // The mosquitoes were in our coffee / And the snakes broke ice for
our journeys. / The crickets wanted to die. / Your head was in my lap. / We trolled twelve
poles. // Like the owls you bulldozed into the woods, / I called you many names. / Your voice
was a log under the water, / Blue channel there. / Do not reach into this wood. // Butterflies
hover under the bridge before death, / I take my shade in the borrow pits of the moon. //
Cloud making shadow, I cover my body now buck naked / With light, calling my name in
my sleep.
98
8
la luz que ven los muertos
Se les conoce como los muertos que vivieron a través de sus muertes,
y en mi familia
se les tiene por sabios y honestos.
Off in the distance / There is someone / Like a signalman swinging a lantern. // The light
grows, a white flower. / It becomes very intense, like music. // They see the faces of those
they loved, / The truly dead who speak kindly. // They see their father sitting in a field. / The
harvest ir over and his cane chair is mended. / There is a towel around his neck, / The odor
of bay rum. / Then they see their mother / Standing behind him with a pair of shears. / The
wind is blowing. / She is cutting his hair. // The dead have told these stories / To the living.
100
9
todos los que están muertos
No se espera
a pasar otra noche
con su esposa
o a acostar a sus hijos.
moscas en la mierda 11
Vé al cementerio.
luz de río 13
sail around a pile of shit / and then come back and picnic on the shit / just once in your life
have you heard / flies on shit / because I cut my eye teeth on flies / floating in shit
12
to find directions // Go to the graveyard.
13
riverlight // My father and I lie down together. / He is dead. // We look up at the stars,
the steady sound / Of the wind turning the night like a ceiling fan. / This is our home. //
103
Recuerdo la obra en él como si fuera
la amargura en los caquis antes de una nevada.
E imagino la forma en que él tenía miedo,
el suelo oscureciéndose en la lluvia.
Ahora, él se levanta.
I remember the work in him / Like bitterness in persimmons before a frost. / And I imagine
the way he had fear, / The ground turning dark in a rain. // Now he gets up. // And I dream
he looks down in my eyes / And watches me die.
104
Regreso del hijo pródigo
A ntón A rrufat
105
antón arrufat
con el presente. Recorrió la calle en la que había nacido, que se llamaba Jenez
cuando él nació, entró en la iglesia parroquial en la que se casaron sus padres,
se detuvo ante la escuela pública donde fue maestra su madre, que ocupaba un
antiguo cuartel de los tiempos de la Colonia, pasó por la calle Merced, donde
nacieron varios de sus hermanos, en una casa que ya no encontró o no pudo
identificar. Se llegó a un barrio cercano, que en su época se llamaba Mijala,
nombre en recuerdo de un municipio de Castilla. Toda su familia, padres y tíos,
había nacido en Cárdenas, menos sus dos abuelos, que eran de origen asturiano.
Aunque no encontró la casa, la recordaba como un chalet de madera,
de dos plantas, algo desvencijado. Arriba dormía toda la familia, padres y
seis hijos. En el enorme patio, “de la casa de la calle Merced”, me aclaró de
repente como si regresara a la actualidad del bar Lucero, casa que al parecer
ya no existía en la realidad y sí en las visiones de su memoria, en ese enorme
patio comenzó su padre a sembrar el millo de las escobas y la cría de gallinas
catalanas, grandes ponedoras.
El padre, apasionado por negocios fantasiosos, que le proporcionarían
fabulosas ganancias que el tiempo demostraría imposibles. Ninguno de estos
negocios, de estos sueños de fortuna, triunfó. Por el contrario, fracasaron to-
dos. El chalet de Mijala contaba con un enorme sótano, de alto puntal. Allí
jugaba con su hermana Luisa Joaquina.
Vuelvo a nuestra excursión nocturna por el pueblo de Guanabacoa.
Como estas palabras son una reconstrucción evocativa, dos formas del
tiempo, pasado y presente, se mezclan y parecen convertidas en una sola
fluencia, al menos verbal. La evocación es, hasta cierto punto, falsificada:
como conozco ahora aspectos de su vida, datos de su biografía, que ignoraba
cuando juntos recorríamos el pueblo, tiene algo de visión retrospectiva.
Obligados por las vicisitudes económicas los Piñera abandonaron Cárde-
nas cuando Virgilio tenía diez años y fueron a residir a Guanabacoa, en la ca-
lle Barreto, antes de asentarse por largo tiempo en la ciudad de Camagüey. En
nuestra excursión recorría ciertos barrios despacio, silencioso, deteniéndose en
algunos lugares, ante el aspecto envejecido de ciertas casas, sin dar detalles ni
advertirme nada, mirando y recordando a la vez, en esa singular remembranza
que produce retornar a ciertos lugares en los que se ha vivido años atrás, y por
seguro lo hacía de la misma manera en que había recorrido Cárdenas. Noche
107
antón arrufat
blábamos pero nadie escribía. Uno de los graves problemas de la sexualidad del
cubano, un asunto escondido que pone a nuestras familias en estado de agitación
y delirio: el homosexualismo nacional. Estaba dispuesto a correr ese riesgo.
De él hablamos varias noches en el bar Lucero. Una de ellas me dijo
que buscaba una palabra que definiera la actitud de cierta gente. Yo le dije
“gazmoño”, porque me vino de repente a la boca, y él dijo “¡esa misma!”, y
así apareció escrita en su ensayo. No sólo correrá Piñera ese riesgo, también
Rodríguez Feo, incluso el equipo de colaboradores de la revista. Creo que pese
a las preocupaciones –ya había el precedente de lo ocurrido con los textos
del marqués de Sade–, nadie retrocedió.
El ensayo no surgió como trabajo solitario de opinión literaria; por el
contrario, tuvo un acicate social fuerte y evidente. Fue sin duda una respuesta.
Un año después de la muerte de Emilio Ballagas, acaecida en 1954, apareció
una edición de su obra poética con prólogo de Cintio Vitier. La lectura de
este prólogo, ejemplo brillante de nuestra tradición del disimulo y la hipocresía,
indignó a Virgilio Piñera, quien había tenido una estrecha amistad con Ba-
llagas, indignación que lo indujo, también a instancias reiteradas de Rodrí-
guez Feo, a responder con la escritura de su ensayo. Texto único en nuestras
letras, verdaderamente emblemático.
Interpretar la obra de un poeta cubano desde su homosexualidad podrá
parecer indemostrable e inverificable a muchos lectores –aunque en este caso
parte de confesiones personales y del trato fraternal–, pero resulta una inter-
pretación insólita entre nosotros, un hecho de consecuencias liberadoras.
El ensayo se fundamenta en una cuestión: la actitud del poeta ante su se-
xualidad. Víctima consciente de la tradición judeocristiana que condena la ho-
mosexualidad, Ballagas se convirtió en el atormentador de sí mismo. No aceptó
su inclinación o su preferencia sexual. Luchó contra ella a brazo partido, sin des-
canso. Se casó y fue padre de un hijo. Como perseguido por un destino inflexible,
huyó de su homosexualidad para caer en ella cada vez que se descuidaba. Entró
en la iglesia católica y se hizo creyente practicante y devoto. Buscó la purifica-
ción de lo que concebía como un pecado, el “pecado nefando”, según lo califican
la sacrosanta iglesia católica y toda la cristiandad homofóbica. Éste es el drama,
humano y teológico, que Piñera descubrió en la escritura de Ballagas.
A este ensayo fundador podrían sumarse dos textos sin publicar durante
113
antón arrufat
su vida, que aparecieron entre sus papeles póstumos. Se trata de “Tres ele-
gidos”, de 1945, y “Distancias”, sin fecha reconocible. (Dentro de esta ten-
dencia estaría “Discurso a mi cuerpo”.) Realizados a la manera de otros de
sus numerosos escritos de igual dimensión, tres o cuatro cuartillas, exposición
rápida, desarrollo y conclusión relampagueante, planteamiento inusual, con su
habitual dejo humorístico, son de clasificación difícil. Podrían tomarse por ar-
tículos o más bien por un conjunto de reflexiones paradójicas. En uno de ellos
se debe destacar el sentido que Piñera le da al término “elegir”, de prosapia
existencialista, una prueba más de su mente reactiva. Para la filosofía de la
existencia, especialmente en Jean-Paul Sartre, la elección implica una exclu-
siva toma de decisión individual, la existencia humana no puede dejar de ele-
gir constante y cotidianamente, elegir lo que va a ser, lo que será. La elección
parece dotar a la existencia de una consistencia singular, hacerla consistir.
Por el contrario, el judío, el homosexual y el artista –los elegidos en el
texto de Piñera– lo son por los otros, la mayoría los elige. Los tres elegidos
estarían dispuestos a formar parte, pero al elegirlos, la mayoría los aparta,
execra y persigue. El judío resulta el más elegido, el más interdicto: decenas
de miles morirán en los campos de exterminio. Sin duda, cuando se escribe
el artículo (1945) ya se conoce públicamente el holocausto, circunstancia his-
tórica que debió marcar al autor.
De acuerdo con la intensidad de la elección, el artista ocupa el grado
siguiente. Tiene “la infinita desgracia” de presentarse como un individuo par-
ticular. Para expresar a los otros, se ve obligado, por su arte, a apartarse de
ellos. Esta contradicción, esta tierra de nadie que existe entre los dos, esti-
mula la elección de la mayoría. Será doblemente apartado.
El homosexual es el más numeroso, el que más abunda, y tiene un com-
ponente que podría servirle, en ciertos casos, de protección: su erotismo.
Será en parte bien recibido si manifiesta la zona de su erotismo “entre el
sexo desenfrenado y el grotesco más crudo”. Si trabaja en los prostíbulos, si
actúa en una pieza bufa y hace reír al público heterosexual y homosexual con
su gestualidad afeminada.
Piñera concluye con dos observaciones imprevistas. Utiliza la corriente
comparación popular del homosexual con el pájaro (“Pájaros de La Habana”
los llama García Lorca en su “Oda a Walt Whitman”), para recordar un hecho
114
regreso del hijo pródigo
to, lo infranqueable, lo que llama “el abismo”: una suerte de opacidad, algo
que no se ofrece del todo, y resiste a la atracción entre ellos. Pese a la posibi-
lidad de tocarlo, de frotarse con él, aunque se hallen formados de lo mismo,
algo singular se encuentra en el cuerpo humano que resiste al conocimiento
que otorga intercambiar abrazos, besos, sexo.
Antes ha mencionado el alma, “la infinita superioridad del alma sobre el
cuerpo”, con cierta ironía frustrada habla de “la majestuosa catedral de la men-
te”, y de “sus naves tristemente desiertas”. Aunque resulte dudosa la relación
entre los cuerpos, resuelve colocarse de su lado. “No espera que el otro lo com-
prenda, sino que lo sienta.” He aquí el conflicto de las distancias. Le bastan tres
páginas para al menos plantearlo y darle una solución que, como en el texto an-
terior, es completamente inesperada e imaginaria, incluso de sesgo humorístico.
Entra en un vasto salón donde hay cientos de hombres reunidos. Supone
que discuten sobre los salarios, sobre el precio del pan. No es así. Entonces,
¿sobre qué discuten? ¿De qué hablan? De “la enrevesada psiquis del hom-
bre”. Se trata de una reunión de esos seres “presuntuosos” llamados psicoana-
listas. A medida que la discusión se desarrolla, las distancias aumentan hasta
volverse insalvables. Ante la confusión creciente, pide con urgencia la pala-
bra, se levanta y propone que “callen las bocas y hablen los puños”. Tuvieron
un admirable match de boxeo. “El público aplaudió a rabiar.”
Después de estos dos pequeños textos, es natural preguntarse por la rela-
ción que Virgilio Piñera tenía con su cuerpo. En otro texto corto ya menciona-
do, “Discurso a mi cuerpo”, algo de tal relación, hasta cierto punto indescifrable
–como la que cualquier hombre o mujer mantiene con el suyo–, es puesta en
evidencia, una curiosa dicotomía, en que alguien dialoga con su cuerpo, como
si en verdad se tratara de dos personas diferentes, lo que contradice en parte
cuanto se plantea en “Distancias”, donde no importa tal conversación.
Este texto, cuyas semejanzas con los anteriores son manifiestas, tampoco
aparece fechado. Pero esta vez la dedicatoria a José Lezama Lima nos ofrece
un indicio. Sin duda fue escrito en la década del sesenta, cuando la amistad
entre ambos se reanudó, después de que Lezama publicara su novela Paradiso.
Eso ocurrió en 1966. Virgilio Piñera, cuya pasión por la escritura literaria era
inmensa y decisiva, después de la admiración intensa que le causara la lectu-
ra de la novela, pasó por alto viejas rencillas, el silencio y la incomunicación
116
regreso del hijo pródigo
que por años había existido entre los dos, y lo llamó por teléfono. No es difícil
imaginar el estupor de Lezama cuando oyó del otro lado de la línea la voz de
Virgilio Piñera que le decía, más o menos estas palabras: quien ha escrito
una obra tan extraordinaria no puede ser mi enemigo. Lezama le respondió de
inmediato, venga a verme, y la antigua amistad, por tiempo soterrada, reapa-
reció. Durante una de esas tardes del jueves en que comenzó a visitarlo, en
que tomaban té y mantenían largas conversaciones hasta entrada la noche, es
probable que le diera a conocer “Discurso a mi cuerpo”, y le dejara el original
con la dedicatoria como muestra de reconciliación e intimidad al leerle un
texto confesional, lo que después harían numerosas veces entre sí.
Estuvo en la década del sesenta, y tal vez un poco antes, inmerso, se-
gún evidencia el “Discurso a mi cuerpo” y algunos cuentos como “La cara”
(1956), en el misterio, el valor y la presencia de su cuerpo. Tal absorción
quizá lo llevara a preocuparse al mismo tiempo por el de los demás. O más
exactamente, el cuerpo de los otros generó la preocupación por el suyo.
El cuento “Las partes”, un tanto anterior a estos años, resulta primor-
dial en este doble proceso de acercamiento. El enigma y quizá la belleza del
cuerpo ajeno supuestamente desnudo debajo de una gran capa, que pasa
ante la mirada del narrador por el pasillo de un hotel, provocan la aparición
del peculiar reverso piñeriano: la mirada, atraída por la presencia del cuerpo
que pasa, se vuelve sobre su propio cuerpo. Porque el centro de su medita-
ción, incluso de su angustia, no es el alma, sino el cuerpo, al que suele, en
estos años, llamar “la carne”.
Indudable, no estaba de acuerdo con su cuerpo. Desacuerdo singular
y a ratos dramático, que en su “Discurso a mi cuerpo” es llamado “divor-
cio”. Curioso divorcio entre quienes nunca estuvieron casados. Tal divorcio
no implica, por supuesto, un matrimonio previo. Más bien implica reclamo,
petición melancólica.
Encuentro en su “Discurso…” una confesión inquietante. Aquella en
que se siente como abandonado por su cuerpo. ¿Cuándo ocurre ese aban-
dono? ¿Qué momento es ése? Aquél, el de “las tribulaciones amorosas”.
Cuando más “indefenso y débil me sentía, te ingeniabas para irte de paseo a
la montaña carnal donde se rompe la unidad de la vida”.
Enigmáticas palabras. Error en la transcripción del original o esa “mon-
117
antón arrufat
taña carnal” se refiere a algo que no ha sido dicho. El cuerpo por propia de-
cisión, tal vez consecuencia de sus deseos incontrolados, se las ingenia para
irse de paseo a esa “montaña carnal”. Lo deja solo, sin defensa, el cuerpo se
ha retirado y se entrega a sus propios deseos, los deseos de la carne, se pasea
por ellos, y su acción libre “rompe la unidad de la vida”.
La unidad no es otra que la del cuerpo con el alma. Unidad que es la
anulación de las “distancias”. Ambos sin embargo, Piñera y su cuerpo libé-
rrimo, han practicado “un boquete aislador, que impide toda comunicación
humana”. Aislamiento, boquete, en el que los dos se hallan comprometidos,
y que pudiera ser consecuencia del juicio de Piñera sobre su propio cuerpo.
Desacuerdo, divorcio, aislamiento parten de esta apreciación.
Se consideraba, principalmente hacia los años de su madurez, de boca
sin atractivo, demasiado flaco, grandes orejas, mentón hundido y frente pro-
tuberante. Había comenzado a perder el cabello y tenía los dientes manchados
por el cigarro. Cuanto estimaba admirable eran los ojos, grandes y claros, las
manos que movía con cierto encanto, los pies de los que hacía gala.
Si considerar su cuerpo escaso de atractivos, un tanto mal hecho, lle-
var una relación desacordada, constituye una incógnita y una desdicha para
cualquier humano, resultan más agudas en un homosexual. En gran medida
el homosexual padece el mito de la belleza corporal, vive en perenne con-
quista del cuerpo, tanto del suyo como del ajeno, batalla silenciosa que suele
terminar en verdaderas tragedias íntimas.
Para esa batalla imprescindible se hallaba en desventaja, encontrándo-
se en una paradójica situación sin salida: tener un cuerpo y hallarse incon-
forme con él. Dada su mentalidad de artista reactivo, tal situación encontró
una salida en el espacio de la escritura, transformada en mutilaciones, an-
tropofagias, sustituciones imaginarias, empleo de dobles… En La carne de
René (1952) es menos violento el reverso, especie de compensación: el cuerpo
de René ejercerá sobre otros personajes una irresistible seducción.
“¿Cómo escudarme?”, se pregunta el protagonista de la íntima confe-
sión que es su relato “El enemigo”. El escudo sin duda ha de ser la litera-
tura. Escribir lo que vivimos, me decía con frecuencia, y también lo que no
vivimos. Lo que tenemos tanto como lo que no tenemos. Lo que no pudo ser,
sea en la creación. En este sentido servirse de la literatura como de un escudo.
118
regreso del hijo pródigo
J avier C aravantes
Play.
Párpados apretados, mandíbula trabada. El espanto en su rostro con-
trasta con las sábanas blancas: la pesadilla la obliga a empujar el cuerpo ha-
cia atrás, como si quisiera hundir su espalda en el colchón, esconderse entre
los resortes y alambres. Se cubre el rostro con los antebrazos. Grita. Despier-
ta. Poco a poco se sienta; parece a punto de decir algo.
Pausa.
Andrés ha estirado rápido la mano derecha y oprime la tecla. Concentra
su mirada en la pantalla, en los labios de Luisa: ojalá rompieran el rígido
gesto para que comenzaran a decir las respuestas que está buscando. Las
necesita para terminar su documental. Lo intenta desde hace varias semanas
sin lograr ningún avance, no puede: el final se le escapa; aunque sale a dar
largas caminatas buscándolo y ha logrado atravesar la ciudad no lo encuen-
tra; es capaz de esperar sentado por largos días frente al monitor donde edita
sin que llegue; piensa en él al intentar dormir pero tampoco los sueños ofre-
cen pistas. Su fracaso es evidente: selecciona las carpetas donde guarda su
material y roza varias veces la tecla con la que podría eliminarlas.
–Si es imposible terminar la historia es porque desde el principio estu-
vo mal planteada –se repite, mientras con la mirada examina varios dibujos
de lo que planeaba fueran las escenas finales, están colgados en un corcho
encima del monitor donde edita.
–¿Con qué los remplazo? –puede gritar la pregunta o convertirla en un murmu-
llo que lo acompañe durante el día, de cualquier manera no sabrá cómo responder.
123
javier caravantes
salvarlo; yendo de un lado al otro sus pies lo patean, aunque tiene varias
abolladuras es posible que el material de grabación, su único respaldo, esté
intacto. En una notebook lo prueba, le cuesta trabajo conectarlo, tiene que
sujetar la muñeca con la otra mano para detener el temblor que lo ataca. Va
sintiendo alivio porque una ventana se despliega, avisa que la información
se carga, tarda algunos minutos. Cualquier expresión de esperanza formada
en el rostro de Andrés desaparece. El disco está vacío. Se ha quedado sin la edi-
ción que llevaba meses armando, sin documental. Camina hacia una esquina
del estudio, acerca la nariz hasta rozar las dos paredes que hacen escuadra.
Imagina cómo tendría que estirar el cuello hacia atrás, impulsarse y regresar
la cabeza con la fuerza necesaria para estrellarla en el concreto. Murmura:
–Ficción y realidad.
Echa atrás la nuca y embiste la pared con la frente. Se derriba. Por una
rendija de la puerta distingue cómo la tarde va cayendo, el patio está oscuro.
Quisiera que las paredes del estudio se le derrumbaran encima.
mitad del pasillo, como parado entre los dos rencores. Tarda cuatro minutos
en cambiarse la pijama por unos pantalones, una playera. Recoge las llaves
y sale de la casa. A pesar de la lluvia encuentra un taxi.
Corre desde la calle hasta el cubículo, toca. Francisco le grita que pase,
al verlo la expresión severa del tutor cambia, apresurado se levanta de la
silla y camina hasta ponerle la mano en el hombro.
–¿Estás bien? –le pregunta.
Andrés no responde.
–¿Qué pasó? Siéntate.
Aunque intenta pronunciar con eficiencia, Andrés tiene que repetir va-
rias veces la siguiente oración para que su tutor lo comprenda:
–Mi novia se dio cuenta de que estaba haciendo el documental con la
historia de su enfermedad y lo destruyó. Mi roomie también supo que ocupa-
ba el montaje de su obra. Me acaba de correr.
–Excusas. Desde el principio te pedimos una cesión de derechos y la
entregaste. Debes enviar algo si no vas a tener problemas muy graves con
la escuela. Me enseñaste ejercicios interesantes, alguno de esos podría ser-
virte, escribe un reporte. Mándamelo, yo hablo con los demás profesores
–Francisco saca un fólder, le pide firmar unos documentos.
A Andrés le cuesta trabajo sujetar el lapicero, se le cae dos veces. No
agradece, la mandíbula se le ha paralizado. Sale de la oficina y camina sin darse
cuenta por dónde va hasta que una afanadora le señala la salida. Ha olvi-
dado qué camión tomar. Apenas junta las monedas suficientes para que un
taxi lo regrese. Entra y llega hasta al estudio. Busca entre los archivos de su
laptop un documental que intentó mientras cursaba el cuarto semestre de la
licenciatura en Comunicación, en su antigua ciudad. Es la historia de una
vieja revista de literatura que intenta sobrevivir en un mercado donde la dis-
tribución se ha vuelta imposible para publicaciones de corto tiraje. Carga los
archivos y envía el correo electrónico a Francisco, piensa que es el último
“enter”. No le queda más por decidir, sólo tiene una opción, regresar a la
casa de su madre.
Empacar es fácil, deja al último lo difícil, faltan apenas quince minutos para
que llegue el camión cuando lo decide. Toma el teléfono, sale a la calle. Ca-
128
incontenible
129
Dos poemas
il miglior fabbro
132
curso intensivo de biopolítica
134
Trampas
(Ejercicio narrativo)
J osé B alza
En los gabinetes y ministerios todos son gordos, como los condecorados mi-
litares, que los ocupan. Grandes hoteles, aviones particulares, viajes de tu-
rismo político los han vuelto así. Como a él. Tres lustros de poder arrastran
al pequeño país hacia el deterioro. De los anteriores, zigzagueantes y esca-
sos gobernantes con capacidad real de hacer una vida decente (hospitales,
universidades, empresas) fueron quedando obras y leyes útiles; este hombre
nuevo no ha construido ni un parque y, al centrar en él todas las decisiones,
eliminó la atención a lo ya existente. Pueblos y ciudades se desmoronan en
contraste con los alegres habitantes que disponen del dinero oficial regalado,
139
josé balza
nantes y que él ignora, porque cree ser único. Nadie nota su concentración
nocturna puesto que siempre ha sido capaz de imaginar con doblez. Años de
imparable verborrea ocultan cualquier signo de aislamiento mental.
Y una noche, mientras suda y lanza irrespirables ventosidades, vislum-
bra aquello a lo cual debe convocar: el poder que, introducido como imán en
la multitud, servirá para amenazar y someter a sus contrarios, esta vez para
siempre, porque también ha decidido ser un gobernante eterno.
Ese contorno apenas entrevisto exige varias acciones para su vasta concre-
ción pública. Y realiza la primera de ellas en pocos meses: al fin y al cabo es una
energía contenida en él y en el pueblo. En sus próximos interminables discursos
–ante multitudes traídas de todas partes, proveídas de licor, por radio y televisión
obligatorias– incita al desorden, al abuso, a saldar cualquier diferencia entre las
personas con navajas, cuchillos, pistolas, choques de autos. En secreto crea una
red de motorizados para facilitar y acelerar los hechos. El balance de muertos es
un éxito. Sus fieles consideran que derramar sangre es el mejor acto cotidiano.
Al mismo tiempo organiza una operación magna: como siempre ha exal-
tado en sus arengas al Ancestro máximo del país, un soldado muerto quinien-
tos años atrás, decreta abrir su tumba, traer sus cenizas al presente y tocarlas
con su frente, para que el guerrero y Dios lo consagren como líder supremo y
eterno. En una oscura ceremonia de medianoche, rodeado de sus familiares
y ministros (poca diferencia), el hombre cumple el ritual.
Estos actos son paralelos a su actitud generosa. El azar y la globalización
han hecho que la explotación minera del país alcance ganancias extraordinarias.
Magnánimo, reparte dinero a todos los humildes; un despilfarro multitudinario
invade fiestas, compras de motos, electrodomésticos, autos que, en semanas,
forman pirámides de desechos y de cuerpos humanos –jóvenes– destrozados.
Pero el asunto fuerte y central de su campaña –como se le ha ocurri-
do en su soledad– es anunciar, ahora cuando su cuerpo es sano, poderoso,
perdurable, que ha enfermado. Para él la solución es brillante: despertará
ternura, compasión, solidaridad, entrega; nadie podrá oponerse a esos senti-
mientos de suprema compasión. Poco antes del gran mitin ha transmitido su
estrategia a ministros y militares. Muchos de éstos saben algo de medicina,
pueden comprobar su excelente estado de salud, aunque lo prueban su ener-
gía diaria, las horas del hablar ininterrumpido, la exactitud de sus crueles
141
josé balza
F elipe V ázquez
*
Al caer anoche del caballo,
oleajes de chatarra
donde el cielo, tus palabras
en frío afilado por el siglo, la
casa a pique por las dunas, mi
sangre atada a tu ceniza
–y vi el caballo donde no
había caballo, en la barranca
tus ojos se abrieron en mis ojos.
143
*
Reja de arado se sabía
de una yunta, y de los toros
sólo vio su huella,
“braman” dijo y daba al surco
las rotas vértebras del padre,
y el árbol del abuelo,
asido a las versuras de la era,
halló sus raíces en mis venas.
*
Y el viento de obsidiana
en tus arterias, no
casa del cielo ni cangrejo
en alas de alcatraz: al interior
la garra del vacío
te labra –en alabastro
vacío el pie de colibrí.
*
En cenizas no perdura,
llega por la sangre
del que a filo de navaja
baja del caballo; a las planicies
donde somos lejanía
sigue nuestras huellas, va
entre bisontes cuya sombra
en rojo nos fija a la caverna.
144
*
[... y] cierra tus puertas
por adentro,
perdura en los ecos de tu voz
y más allá de tu ceniza,
arde en el vacío
que abriste
donde estabas, tiene
tu nombre desde anoche, el duelo
de morir cada día te sobrevive.
*
No al reverso de la herida,
arde al costado de las cosas,
donde el foso parpadea
y en el agua fugaz de su mirada
nos miramos sin saber
qué nos mira. Desde el margen,
labra, a tajo de alas, un vacío
y desde el hondo colibrí la zarza
arde oscura en la sed que nos encarna.
*
Del hondo sueño,
entre abedules, viene
y ocupa el sitio de mi sangre,
firma con mi nombre y sueña
que llego desde el fondo de su sueño
y ocupo el cuenco de su carne.
145
Su majestad pone la música*
hay que seguirlas por el campo, cuando solos estén los caminos y embestir-
las pronto por enfrente o con una tranca de pie sobre la yerba derribarlas
para luego yogar hasta trabarse, hasta que muslos y perniles, tembleques de
cansancio, como dos enrabiados tartamudos lenguaraces queden.”
¿Sería aquella aparición de la cabeça parlante de mi padre un llamado
de Palacio de mi príncipe duplicado? No lo sé, pero comoquiera, si yo no
obedecía más las órdenes de mi padre, menos atendería los llamados del
soberano. Tiempo hace que estaba decidido a fundar mi propio gobierno.
Por eso, menester no hubo de embestir con fuerça o derribar a Inés de una
calabazada. Díjele un día que no fuese cruel conmigo y que sus favores y en-
cantos a mí dados, yo sabría con buenas obras corresponder. Fízose la impo-
sible como casi todas las mozas de respetable cuna y buen ver y díjome que
si los favores della deseaba gozar, debía entregarle prueba grande de amor.
“No hagas animaladas, necio, si te pide prueba de amor, dale largas. Yoga
primero, deshónrala, aléjate y verás luego cómo te buscará herida, y cuando
suceda tal, tendrás tú el control sobre ella; una fermosa y morisca marioneta
tendrás en tus manos”, aconsejábame la omnipresente voz.
Doncella tan fermosa figurábaseme, que cada vez más difícil parecíame
deshonrarla, por eso de mi mente borré las palabras de la cabeça parlante y
quedeme a escuchar su propuesta. Pero, a mi pesar, la cabeça llevaba razón.
Yo era un rocín, como tantos otros, que deslumbrados por la belleza de una
hembra, mirar no pueden más allá de su carne, a quienes penetrar en su
alma resulta imposible pues estórbanles los cueros. Doncellas que, a pesar
de mecerse en la mirada de todos, poco transparentan porque su completo
ser es siempre ajustado por los demás a su carne. Como algunos antiguos
cierta vez pensaron: Si bella, necesariamente buena y verdadera. Y acaso
lo saben todos, pero fuerças falten para resistir la seducción de la mirada,
la fermosura, la fe y el arrobo que aquella beldad dales. Como tantos otros,
fueme imposible resistirla.
Inés dábale de comer a los animales una mañana cuando escuchela
decir que si favores buscaba della, era menester façerle regalo de carey sal-
vaje. Pensé que, con buena barca, la empresa sería poco trabajosa, mas para
recibir mejores favores della, decidí pintar su prueba temeraria, homérica.
Contele cómo en mi viaje por la pequeña ínsula de aves y galápagos, nave-
151
víctor hugo martínez
gué con una barqueja paticoja, luego aderecé la historia con vientos terri-
bles, monstruos marinos bicéfalos, sirenas y hartos embusteros detalles de
épica marina. Y luego la verdad, cómo algunas cabeças de carey gigante fize
rodar y finalmente mi trabajoso regreso. Inés dejó la faena por un rato para
mirarme a la cara. Preguntome con gravedad si mi historia aconteció en la
ínsula cercana a la playa donde habíale yo contado que moraba en solitud.
Respondile que sí y, apenas la palabra hube pronunciado, una estruendosa
risotada estremeció a las bestias. Botó sus avíos de fajina para reír con gula
y yo quedeme, primero estrañado por no comprender mas luego mohíno por-
que aquella risa harto habíase demorado en el aire, como cuando se busca
zaherir con voracidad. Cuando pudo sosegarse, díjome que hasta los niños
de la comarca cazaban aquellos galápagos de la ínsula, que bestias lentas,
pesadas y amigas eran del hombre, que seda y no sierras había en sus belfos,
que babilla y no ponzoña en sus lenguas gorgoreaba. No, que el carey que
ella quería, que los adornos y preciosidades galapagunos que ella anhelaba,
no los conseguían los niños sino hombres que su vida se jugaban en otra ín-
sula menos amigable. Ciertos miembros de la corte de mi príncipe esta aven-
tura hubieran juzgado temeraria, disparatada y ante todo de ordinario gusto.
Porque melindrosos eran y delicados. No ansí mi príncipe. Quizá también
a mi soberano, como al famoso hidalgo, de tanta lectura, habíasele secado
el seso. Y mi decisión de aceptar embarcarme hacia la ínsula y sus peligros
fízome pensar que el príncipe siamés estaba de vuelta, no sólo llamándome,
mas escondido en algún lugar de la comarca, esperando el momento para
saltarme al cuello.
Pero mantuve la calma y concentreme en tramar una buena embarca-
ción, una barca simple, fuerte y liviana como aquella en que, según recuer-
do, un tal Fermín fue el Caronte que condújome una noche alucinada al
pueblo. Mas, ¿con qué paguele esa vez a mi barquero si no tenía una moneda
bajo la lengua? Acaso como con Heracles, mi Caronte apiadose de mí y lue-
go por los dioses fuera castigado. Acaso cobraríase a su modo más tarde. Sin
darle mis motivos del viaje, preguntele a Don Carlos si él podría ayudarme
a tejer la barca para navegar a la ínsula de los careyes pata negra. Mirome
sonriendo y explicome que, si un hombre solicitaba recibir los favores de
doncella, todo el trabajo por mano propia había de fraguar. Que si fuera me-
152
su majestad pone la música
Nada hallé para yantar, mas en un lugar bajo la arena dos cosas estrañas
vide. La primera, una pequeña caja de delicado material sobre el que reza-
ban cristianas letras: valproato semisódico y junto a ellas dos o tres niñerías
más. La segunda, un espantoso libraco con las fojas inusitadamente unidas.
El idiota titulábase, mas el nombre del autor era borrado por la edad y aban-
dono del libro. A algún infiel, moro o judío, atribuírsele podría, pero después
de un rato pensármelo, quevediano quise que fuera. Abrilo pronto y poco
entendí de aquella lengua que a castellano aparecíase, pero que no lo era.
Diríase más bien que asemejaba a un castellano mascado por rústico abori-
gen. Quevedo pues tenía que ser el que con harto ingenio, como a un idiota
dejar quería a sus lectores. Y logrolo conmigo el caballero de la Orden de
Santiago. Como vide que la noche disponíase a arroparme, sin yantar bicho
alguno decidí devolverme a la comarca. La caja tomé y el libro y envolvilos
junto a mi tesoro galapaguno. Subí todo a mi piragua y el mar apaciguado
fízome navegar sosiego. Ahora era yo el que reía de aquellas bestias de la
comarca que ante los peligros de la ínsula habíanse santiguado. Faltábame
sólo descender de mi Babieca marina y como Rodrigo Vivar, el Campiador,
por los naturales ser recibido con jolgorio.
toda la comarca. Acaso las gentes todas de la comarca aliáronse para una
gran bufonada, acaso recibieran ansí a los estranjeros, con una picardía que
comenzaba con los encantos de una bella moza que proponía una temeraria
muestra de amor en la supuesta mortal ínsula de las pata negra, donde ga-
lápagos terribles tronchaban perniles y manos y continuaba cuando el fatuo
Ulises sin saber que sería escarnecido, regresaba con los villanos y éstos
escondíanse en algún lado para luego saltarle sorprendiéndolo y armando
gran jolgorio, magna fiesta.
Mas en vano esperé a los villanos con sus gracejadas y chanzas. Nunca
apareciéronse. Nada más que calor y moscas. Por eso la comarca recorrí en
busca de alguna seña. Frente a las chozas, las barracas y las casillas menos
horrendas cierto olor de vida intenté olfatear. Ni un signo del hombre. Llegué
hasta un canal que jamás había mirado y una burra amarrada vide. Sufría.
Trújela conmigo y luego dime cuenta de que cerca del canal otros animales
sueltos también había: dos borriquillos, algunas cabras, machos, vaquejas y
tauros. Dejé a mi burra junto a ellos yantar a placer, seguro estaba que de
aquella abundancia difícilmente apartaríanse.
Endemoniado tornábase el calor, por eso metime a una casucha junto
al canal y sorpresa grande lleveme cuando al traspasar los leños que servían
de puerta, sobre un catre a Fermín devisé tirado. Fermín, el que de arena
espolvoreadas tenía las barbas. Encorporóse contentísimo y abraçome y be-
some las mejillas llamándome “loco hermano”. Díjele gozoso, si bien menos
efusivo, que alegrábame también yo de verlo. Bebimos pitalla salvaje y es-
pumamos unas gallinas mientras contábame él de su vida en la comarca, de
los cantos y poemas que había trenzado y luego díjome que sabíase uno que
no era de los grandes, pero que de algún lado habíalo pellizcado, y que este
canto con sabrosa maldad mordíale el corazón:
No te lleves tu recuerdo
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
157
víctor hugo martínez
azotes a todas las bestias de Dios con la verga de sus rayos. Por eso cuando
del canal salí con las ropas mojadas todas, pensé en permanecer sin buscar
secarlas. Caminé a la choza y llamé a la puerta. Como respuesta no hubo
después de mucho tiempo, abrila sin dificultad. En un tendido en la tierra en
medio del cuarto, una calavera morocha de vientre abultado vide. La calave-
ra luego de mirarme largamente, preguntome por sus adornos galapagunos.
Contestele que podía dárselos mas mucho tiempo no los disfrutaría. ¿Eso en
tu mondongo es mi hijo? Sí, es tuyo.
Unos días quedeme en la choza de la calavera, en sus cosas ayudando,
dándole de yantar para engordarla. Mas no engordaba y mal seguía. Fize un
corral para los animales que había dejado pastando y, luego de unos días, la
calavera comenzó a aullar con fuerça harta y, mientras chillaba, de sus en-
tresijos vide florecer una calva cabecilla horrenda de escarlata toda pintada.
De escarlata coloreado vide también su cuerpecillo. Fize lo que la calavera
ordenome para quel cuerpo saliera y acaso también para poder defender su
vida. Dile de yantar leche de burra pues páramo eran los pechos de la cala-
vera, pues la calavera no fazía más que aullar. Un día mirome a los ojos y en
esa mirada de golpiado animal supe quel favor se escondía. Meditelo varias
jornadas y, una de tantas, acerqueme y púsele las manos en el enfermizo
flautín que tenía por pescuezo y con mis dedos apretelo y vide las venas sal-
tadas, el carmín de la faz y los blancos ojos huyéndole a mis ojos y aquello
trújome un cruel recuerdo o, si no un recuerdo, un algo de familiar, mas ya
no logró sacudirme tanto. Y luego ocurrióseme que, una vez cometido un
crimen, los otros solos llegan y que, cuando llegan, uno sin culpas recibirlos
debe y como al más querido de nuestros invitados.
Cargué la exangüe calavera hasta el canal, adornela con sus collares
de carey y soltela a las caricias del agua, que hasta otra comarca acaso la
llevara. Acaso no. Y regreseme a la choza por el mendruguillo de carne que de
hambre bramaba y que había nacido como los demás para sufrir estas tierras
yermas. ¿Había su vida de ser vivida? Cargué el cuerpecillo fuera de la cho-
za y al canal llevelo también.
La muerte es amiga que a veces se abraça para ser ensueño, para con-
vertirse en nada, blanco espacio, ni dolor ni goce, ausencia pura. En esas
yermas tierras sin mujeres, crecería el cuerpecillo para darme compañía
159
víctor hugo martínez
podían fijarse, quedose encandilado. Con una lancetilla, diole por raspar los
árboles, la tierra y el cuero de los animales. Medroso en un principio, escri-
bió fraseos bobos, “ésta es la picona bonita”, talló en el cuero de la chiva
chillona, o jueguillos de palabras: “Gordo gárrulo, con gracia el grave garbo
en tus grumosas grutas graba”. Más adelante escribió cosas del tipo “un
mozo a un árbol no se aparece” y luego concentrose en estrañas confesiones:
“a veces cuando con mi padre hablo, siento que yo no soy yo, sino él y yo a
un tiempo mismo y que sus palabras a ambos pertenécennos. Que palabras
propias no poseo”.
Y ansí creció mi rengo, repujando en cualquier lado estrañas fraseci-
llas, siempre mudo, con sus letras acallando más al pueblo, serenando más
la rabia contenida de su adolescencia, el sentimiento de saberse expulsado del
mundo y las relaciones de los hombres, mundo y relaciones que desconocía
mas paladeaba en las descripciones que yo hacíale: Que hay pueblos no tan
lejanos con fermosas hembras para desposarse, que hay hidalgos que buscan
mandarte, avasallarte, façerte su puta, y que preciso es, con el poder de tu
braço, molerlos, degollarlos como pichones, tornarlos cuartillos de carne. Que
en los grandes reinos siempre hay riquezas, ladrones, rubíes, aromas moris-
cos, engaños y mucho poder, que al final siempre termina faciendo mal, que
si uno la felicidad busca, siempre alejarse debe del poder y que las únicas
tres cosas que uno precisa traer consigo siempre son la honradez, el orgullo y
un belduque bien afilado. Frases, frases que a mi mozo gustábanle mas no po-
díanle tornar el seso, porque con tiento las cosas rumiaba, porque era echado
para adentro, porque sabía que su vida estaba en el pueblo de fantasmas y
en ningún otro, porque intuía que la cura del sentimiento de estar solo, de
escribir dependía y no de viajar a otros reinos y conocer a otras gentes. El
opio de escribir y contarse desde un ángulo y otro, repasar y repasar la mis-
ma historia, la historia propia hasta adormecer el malestar, hasta que el dolor
de estar solo pudiera esfumarse y la serena embriaguez de vivir lograrse. Mi
mudo muy temprano supo que casi toda la infelicidad de los hombres de no
saber vivir sin compañía humana proviene y que escribir era aprender a vivir
solo y ser feliz. No me lo dijo su boca mas sí sus modos de andar, sus manio-
bres, su complacencia con la vida en el pueblo enfermo y su nulo interés en
conocer otros gobiernos, como yo habíale sugerido.
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su majestad pone la música
Allí estaba mi corral y dentro del vide a mis animales, mis borricos y galli-
nas. Sin pensármelo dos veces, descuarticelos a todos con método y pronti-
tud, obsequieles una muerte digna, fízelos decorosos fantasmas para aquella
comarca de innobles espíritus, escapadizos. Tras de acabar con ellos, acor-
deme que la picona habíase quedado fuera del corral. Estúvela buscando
por todos lados hasta que regresé cerca de los cadáveres y luego de un rato
de vueltas vídela escondidita tras del yerberío donde siempre la trenzaba mi
mudo, vídela tembeleque, sin poderse sostener en aquellas patas de algodón,
aquel límpido cuero estremecido donde mi hijo talló sus frases, y vide tam-
bién aquellos fermosos ojillos que reclamaban piedad, los ojillos de la única
mujer que tuvo mi hijo. Abraçela largamente, acariciele lomo y patas y luego
tomela con fuerça del hocico y con un machete un golpe limpio dile hasta el
fondo del pescuezo, un corte tan piadoso y profundo donde único menester
fue palanquearle un poco el cogote para deprender la cabeça.
Púseme de hinojos para recoger los restos de mi amor que por el ensa-
grentado suelo yacían y toda la carne animal junté, la de mi picona y la de
mi mudo. Cavé un hoyo profundo y al fondo coloqué piedras y leños. Luego
improvisé una olla de boca ancha con una enorme concha vieja. Dile fuego a
la leña, vertí agua en mi olla y un revoltijo fize con toda la carne. Un caldo de
muertos. Un caldo de mis muertos. Y al caer la tarde, puse mis labios en sus
cuerpos por última vez y yanté sus carnes para apropiarme dellos y llevarlos
conmigo siempre y confundir su sangre con la mía.
Tomé mi piragua y embarqueme hacia esta playa donde vide a Fermín
por vez primera. Una playa, como dije, sin un alma y donde estaba decidido
a acabar esta vida mía que siempre habíase reducido a equívocos, a pala-
bras a medio comprender, a gentes que iban y venían y donde nada había
sido verdadero hasta el dolor de perder a mi mudo, un dolor que brindome
estabilidad, que púsome en una realidad palmaria, asible. Una playa que
recibiome tras de aquella medianoche en que salí a hurtadillas de esa casa y
miré hacia el cielo y vide cómo la luna de mí se burlaba con algunos dientes
estropiados y luego enfermo de nervios, aterido de miedo, entré a un mesón
cerca de la Plaza y pedile al mozo que atendía dejarme espumear unas sal-
sas y diome también carne recia y un aguardiente que bebí y bebí para no
pensar, aunque menester era fazerlo, aunque menester fuera decidirme entre
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víctor hugo martínez
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La vigilia de la aldea
Broca y Wernicke
Víctor Hugo Martínez, Su majestad pone la música, La Cleta Cartonera, Cholula, 2015, 110 p.
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