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María Beatriz Greco

Emancipación, educación
y autoridad

Prácticas de formación
y transmisión democrática

Buenos Aires • México


PRIMERA PARTE

LA AUTORIDAD NUEVAMENTE PENSADA

Si esta historia no existe pasará a existir. Pensar es un acto.


Sentir es un hecho.
Clarice Lispector (2011)

Asumimos, en este tiempo de transformaciones y desafíos, no sólo avanzar


en una crítica al concepto de autoridad comprendido en su modo más jerár-
quico, vertical, naturalizado o no interrogado, sino asimismo y en el mismo
momento, el trabajo de volver a pensarla, en un terreno de prácticas con-
creto, el de la educación, del cual daremos cuenta en este texto.
Los interrogantes actuales aparecen acuciantes. ¿Es que este encuentro
entre la autoridad -un maestro- y quienes la reciben -unos alumnos- ya no se
produce?, ¿es posible educar a partir de una autoridad devaluada o sin auto-
ridad?, ¿de qué materiales está hecha la autoridad del que enseña?, ¿qué modos
de transmisión pueden garantizar una autoridad pedagógica en la actualidad?,
¿qué ejercicios diversos y prácticas de la autoridad pueden ser pensados hoy

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cuando su crisis nos obliga a concebirla de otro modo?, ¿qué puede una au-
toridad? Las preguntas pueden parecer muchas, pero todas ellas rodean un
mismo enigma. Las enunciamos para potenciar un pensamiento nuevo sobre
un problema “viejo”.
Invitando desde su crítica, a un mismo tiempo, a imaginar una autoridad que
aún está por crearse o en proceso de serlo, una autoridad pedagógica que
acepte lo enigmático del enseñar y aprender, de lo que no puede enseñarse
ni aprenderse, del trabajo de transmitir e inscribir, nombrar y reconocer,
construir un común, proteger la vida y autorizar lo nuevo.
Una autoridad que sostenga distancias y diferencias y al mismo tiempo, haga
lugar a la continuidad entre generaciones, produzca las interrupciones nece-
sarias de lo injusto, ofrezca formar parte de una historia porque es de lo que
estamos hechos. La paradoja del sujeto en formación no deja de desafiarnos:
armar un lazo para desanudarlo cada vez.
Aquí, diversos pensamientos filosóficos hablan de la autoridad en sus pro-
pios lenguajes y la vinculan con las “obsesiones” fundamentales de las obras
de quienes las expresan. Arendt y la fundación, Hobbes y el Leviathan, Kojève
y el reconocimiento, Rancière y la igualdad como principio.
En el primer capítulo de esta parte recorreremos el pensamiento de los
tres primeros, lo que nos permitirá comprender sus construcciones diversas,
sus singulares matices y los nombres otorgados por estos autores a un lugar
posible de autoridad, como caminos que cruzan y circundan el tema que nos
ocupa sin agotarlo.
El segundo capítulo de esta parte profundizará en el pensamiento rance-
riano, siempre atento y crítico, desnaturalizando y desplazando el lugar de la
autoridad: el “maestro ignorante” y el “pastor perdido” nombrarán esa crítica
y la preocupación igualitaria por practicar un trabajo político -y también psí-
quico y relacional- que se empeña en sostenerla.

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Capítulo 1
P ENSAMIENTOS “ EN DESACUERDO ”:
LA AUTORIDAD , SUS DIFERENTES
NOMBRES , SUS MÚLTIPLES EFECTOS

El desacuerdo no se refiere solamente a las palabras. En


general se refiere a la situación misma de quienes ha-
blan. (…) Concierne menos a la argumentación que
a lo argumentable, la presencia o la ausencia de un ob-
jeto común.
Jacques Rancière (1996: 10)

Muy diversos pensamientos, provenientes de distintos campos discipli-


nares, se han preocupado o se siguen preocupando por la cuestión de la
autoridad, a veces sin nombrarla directamente o haciéndolo con otras pa-
labras, sus diferentes nombres: el padre, el sabio o el experto, el ancestro,
el gobierno, el juez, Dios, la Referencia, la ley; diferentes figuras que en-
carnan y garantizan el/un orden social, político, religioso, científico.
Podemos recorrer estos diversos pensamientos advirtiendo que el de au-
toridad es uno de esos conceptos que no se remueven fácilmente, tiende

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a naturalizarse sin cuestionamiento, incluso en medio de discursos que


dicen sustentarse en la construcción de la vida humana como realidad des-
naturalizada o desbiologizada, en su carácter político y constituido a partir
de un orden simbólico subjetivante. Curiosamente, la autoridad parece, a
menudo, no someterse a interrogación en el mismo momento en que se
afirma que los seres humanos no son sujetos de la naturaleza. Es que su
crisis horroriza y obliga a volver a fundamentar su necesidad, de una u otra
manera, acudiendo a muy diversos argumentos. En general, el cuestiona-
miento de la autoridad se vive menos como un efecto de transformación
de los modos humanos de vivir juntos y más como una catástrofe ante la
cual, a regañadientes, debemos encontrar formas de sustituirla, incluso en
discursos igualitarios, democráticos, críticos.
La autoridad tiene algo de religioso que no se deja movilizar. ¿Será que,
efectivamente, no es posible vivir sin autoridad o que su cuestionamiento
y crítica toca la experiencia humana más fundante? Y entonces, ¿cómo re-
cuperar un concepto que no sea pura réplica de un pasado perdido y mítico
y que dé sustento a lo que de esa experiencia humana se quiere preservar?
La autoridad cuestionada retoma la pregunta kantiana acerca de lo que
la modernidad es y la idea foucaultiana de la modernidad como actitud,
esa “salida de la minoridad” que ubica a la humanidad en una relación de
quiebre con respecto a toda autoridad externa a la humanidad misma. No
obedecerse más que a sí mismo será la consigna del sujeto moderno. Mi-
rarse, pensarse, inventarse y nombrarse a sí mismo, a partir de una dispo-
sición fundamental: “ten el coraje, la audacia de saber” 1.
Desplegaremos a continuación algunos pensamientos, no siempre con
acuerdo entre sí, que analizan la cuestión de la autoridad y la ligan a as-
pectos específicos para hallar su fundamento, para sostener su razón de ser,
para otorgarle un sentido. Es que el de autoridad no es un concepto fácil-
mente recortable, discernible de diversos significados en el campo del de-
recho, la filosofía y la teoría política, la psicología y la pedagogía. No puede
reducirse a un significado único, como afirma Dion 2, ya que condensa sig-
nificados relacionados tanto con el derecho privado como con el derecho
público. La auctoritas no es representación, no es potestas 3, se aleja del
ejercicio de poder 4, no encuentra fundamento jurídico ni tiene forma ju-
rídica que la explique, halla su razón en la necesidad de protección 5 de los

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Pensamientos “en desacuerdo”…

sujetos constituyéndose y viviendo en comunidad y demanda reconoci-


miento 6 para ser ejercida, por tanto, es lazo, producción de un espacio
“entre dos”, relato compartido, mundo común 7.

ARENDT, LA FUNDACIÓN Y EL RELATO

He aquí la paradoja de la fundación: el poder nace de


la asociación y no de la creación de un soberano, se
funda en la libertad de prometer y en la promesa de la
libertad, no en un renunciamiento a la potencia, en
el consentimiento de la dominación o en el deseo de ser-
vir. La fundación del pueblo es la fundación del poder,
es la institución de una pluralidad con vistas a una
acción en común.
Etienne Tassin (2002: 183)

En el recorrido que Arendt realiza en torno al concepto de autoridad


(1972: 121-185), recorrido histórico y político, parece haber una voluntad
y un objetivo: dar a pensar a la autoridad ligada íntimamente al campo po-
lítico y diferenciada del poder, en un movimiento que interroga una y otra
vez los problemas del vivir juntos de los humanos. Es éste probablemente
el centro de su planteo, en sus diversos textos: la existencia misma de una
comunidad plural, la potencialidad del actuar en común y la concertación
de acciones que no niega el conflicto. Por esto es que el lugar de la auto-
ridad guarda una particular importancia, como aquel que funda y sostiene,
se hace garante y protege el espacio “entre” los hombres 8, ese mundo
común que es construcción siempre por hacer y rasgo de lo humano siem-
pre a renovar.
La filósofa señala el origen romano del concepto, su vinculación con la
fundación en el sentido sagrado que asumía la fundación para los romanos:
dar comienzo a una nueva institución política y hacerla crecer, aumentarla,
a partir de una autoría y garantizando su crecimiento.
El origen de la palabra, señala Arendt, proviene de auctor augere, es el
autor que funda y aumenta constantemente la fundación de una ciudad o

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de una institución, no el artífice que construye parte a parte esa ciudad


sino el que le da nacimiento, produciendo algo nuevo. El verbo augeo no
implica sólo hacer crecer algo ya existente, sino hacer que algo nuevo exista
generando su crecimiento desde su seno 9. Hay allí algo más que lo que la
auctoritas genera, produce y que la sustenta, y es la creación de “ese” o
“eso” que luego se irá desplegando por sí mismo, en sí mismo, a partir de
un primer movimiento de creación.
Es así como el “hacer crecer”, el aumento al que alude la raíz latina au-
gere, ubica a la autoridad ya no como quien ejerce poder sobre otros en
razón de un lugar de superioridad, sino por pertenecer a un mundo común
y asumir una responsabilidad en él, por contar con una experiencia que
habilita a la fundación. El poder de dar comienzo a algo. Es una manera
de plantear la autoridad incluida en un espacio de relaciones más amplio,
en un contexto que le da su lugar y delimita el sentido de sus actos. En
estos casos, se subraya el papel legítimo de una autoridad que se ejerce en
beneficio de otros, lo que le otorga reconocimiento y, por tanto, una obe-
diencia consentida por dar algo que otros requieren para vivir en con-
junto10. Una autoridad que siempre despliega sus acciones y se constituye
entre dos o más de dos, donde algo más que ella misma y sus palabras o
gestos está incluido. Es el espacio que habilita lo que subraya la autoridad
vinculada a la “fundación” arendtiana, y no su lugar -jerárquico o jerar-
quizado- prevaleciendo sobre otros. Es el despliegue de lo que nace a partir
de la autoridad lo que importa, de lo que comienza a acontecer a partir de
la fundación y no un orden de imposición, dominación o sometimiento.
Arendt introduce, mediante su pensamiento, su preocupación por el co-
mienzo, el origen como el nacimiento de algo nuevo y la pregunta por
aquello que reúne, liga, sostiene, en términos políticos, a una comunidad.
Por esto es que sus recorridos en diferentes textos ligan autoridad, funda-
ción y transmisión. Es por ello también que en el texto en que la filósofa
trabaja directamente la cuestión de la autoridad11 acude a la experiencia
romana de la fundación aun cuando parece haberse perdido y olvidado
por completo:

(…) la única experiencia política que aportó la autoridad como palabra,


concepto y realidad a nuestra historia -la experiencia romana de la fun-

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Pensamientos “en desacuerdo”…

dación- parece haberse perdido y olvidado por completo. Esto ocurrió hasta
tal punto que, en el momento en que empezamos a hablar y pensar sobre
autoridad, que después de todo es uno de los conceptos centrales del pen-
samiento político, es como si quedáramos atrapados en un embrollo de
abstracciones, metáforas y figuras de construcción en las que todo se puede
tomar por otra cosa o confundir con ella (1972: 147, 148).

¿Será que atrapar algo de una “naturaleza” de la autoridad es imposible


porque la autoridad no tiene nada de natural, y que su experiencia nos re-
envía una y otra vez a las ficciones creadas para organizar un mundo y un
“vivir juntos” en él? Así lo advierte Arendt al finalizar su trabajo cuando
afirma que vivir sin autoridad en un campo político nos enfrenta a los pro-
blemas más elementales de la convivencia humana, sobre todo si no se re-
conoce que “la fuente de autoridad trasciende al poder y a los que están en
el poder” (1972: 153).
Señalamos al comienzo que Arendt sitúa a la autoridad en el terreno po-
lítico, de allí su relación con la fundación, y la diferencia que establece cla-
ramente con el poder. Es que la autoridad de la que habla Arendt se
sostiene en un orden trascendente, más allá de ella misma, sostén que le
es conferido por su relación con el origen y lo que la instituye en su reco-
nocimiento. No es poder ni violencia 12, coerción ni persuasión, no es con-
senso; es jerarquía y obediencia allí donde obedecer implica una acción
libre.
Pero, ¿qué es esta obediencia en libertad?, ¿cómo es posible obedecer y
mantenerse libre, en el mismo acto?, ¿es esta obediencia consentida libre-
mente una forma de vivir con otros, de hacer un mundo común? Una apa-
rente contradicción nos conduce a recuperar otros conceptos arendtianos,
a buscar sus articulaciones y a trabajar allí un entramado entre autoridad,
fundación, obediencia, libertad, mundo común y relato. Es en este punto
en el que necesitamos desplegar esta relación entre autoridad y obediencia,
autoridad y libertad, en el mismo lenguaje de la filósofa, acudiendo -a
nuestro entender- al corazón mismo de su pensamiento, aquel que guarda
el sentido de lo que implica construir, preservar y cuidar un mundo en
común.

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Es posible avanzar una hipótesis: el centro de la preocupación política


de Arendt, el cuidado de ese mundo común, en común con otros, requiere
de un trabajo político en torno a la vida humana que es “vida narrada”,
tramas de relatos que se dicen a uno mismo y entre sujetos lo que la vida
es o puede ser, lo que el mundo significa o puede significar, lo que sabemos
desde nuestros ancestros y lo que aún está por saberse. La autoridad sería,
en este sentido, el ejercicio de la narración misma, lo que nos liga, nos
reúne y nos separa de otros por medio de textos y relatos. Así, la obediencia
se entrega a la palabra y la libertad implica constituirse en esos seres par-
lantes, sujetados a la vez en el lenguaje, que se dicen a sí mismos en espa-
cios comunes, habitados con otros. En el territorio educativo, la cuestión
de la palabra es central, compleja y a veces, contradictoria. Trabajaremos
sobre este aspecto más adelante.
Para Arendt, la vida “específicamente humana” es ese intervalo entre el
nacimiento y la muerte, a condición de que ella pueda decirse como relato
y compartirse con otros seres humanos.

La principal característica de esa vida específicamente humana, cuya


aparición y desaparición constituyen acontecimientos-de-este-mundo, con-
siste en que ella está siempre llena de acontecimientos que, al final, pueden
ser narrados, pueden fundar una biografía (1958: 110).

Por tanto, es la narración lo que funda la vida humana, lo que la hace


específicamente humana y, si fundación se halla en relación con autoridad
–como señaláramos antes-, podemos hablar de una autoridad del relato
que nos hace, nos constituye, que construye ese mundo común, en el en-
cuentro con otros a través del relato. Así, dice Kristeva: “Arendt anuda el
destino de la vida, del relato y de la política” (2003: 57).

Piensa “una ‘autoridad’ no basada ya en la noción de ‘dominación’, sino


en la de una ‘naturaleza’ hecha de ‘diferencias’. En adelante no se podrá
olvidar que el discurso propio de esa otra autoridad que Arendt trata de
restaurar, más allá del secularismo moderno, es simplemente el relato”
(2003: 100).

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Pensamientos “en desacuerdo”…

La lectura que el pensamiento arendtiano habilita, en torno a la autori-


dad, nos ofrece un sutil recorrido que se desplaza del ejercicio de una fun-
ción hacia la construcción de un mundo donde alojarse cada uno, en el
encuentro con otros, a través de la narración de la vida misma. De ella se
desprenden otros pensamientos para dar encarnadura y sentido, hoy, en
nuestro tiempo, a ese difícil lugar de la autoridad del que enseña. Más que
solicitud de obediencia a lo que alguien ordena, en lugar de dominación
y sometimiento, la autoridad implica el trabajo artesanal de un tejido en
palabras, dichas y escuchadas, en silencio y en forma de voces, de un
mundo común que nos incluye a todos por igual y que otorga, política y
subjetivamente, el espacio humano de la libertad.

HOBBES, LAS PASIONES Y EL LEVIATHAN


(O LA FICCIÓN DE LA AUTORIDAD)

(…) los deseos y otras pasiones del hombre no son peca-


dos, en sí mismos; tampoco lo son los actos que de las pa-
siones proceden hasta que consta que una ley las
prohíbe: que los hombres no pueden conocer las leyes
antes de que sean hechas, ni puede hacerse una ley hasta
que los hombres se pongan de acuerdo con respecto a la
persona que debe promulgarla.
Thomas Hobbes (1651)

¿Qué es la autoridad sino un modo de respuesta política a las pasiones


humanas? Parece preguntar Hobbes en diferentes lugares de su obra pero,
fundamentalmente, al delinear la figura del Leviathan. ¿Cuáles son esas pa-
siones que comandan la vida y que requieren cierto ordenamiento para la
vida en sociedad?, ¿qué las orienta, contiene, reduce o sofoca?, y sobre
todo, parece afirmar el gran pensador político, que es la autoridad la figura
capaz de concentrar el poder necesario de ordenamiento y pacificación; fi-
gura artificial y creada más allá de todo paisaje naturalmente humano o de
una supuesta naturaleza humana originaria.

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El deseo de preservación y la búsqueda de paz, el miedo y la obediencia,


la búsqueda de gloria y la vanidad, son todas ellas las pasiones que carac-
terizan al hombre hobbesiano y que establecen el “drama” que da encar-
nadura a nuestras vidas. En medio de ellas, la figura mítica se alza con el
afán de mantener el orden necesario, evitar la “guerra de todos contra
todos”, garantizar la paz y hacer posible una vida en sociedad, a cambio
de obediencia.
Hobbes nos advierte sobre una naturaleza humana conflictiva que, cu-
riosamente, se caracteriza por la igualdad: igualdad amenazante que su-
pone la siempre abierta posibilidad de darse muerte los unos a los otros, o
de buscar imponerse sobre otros por un deseo de gloria o de vanagloria.
¿Habría entonces una necesidad de Leviathan? Y siendo así, ¿de qué tipo
de necesidad se trata: una necesidad de ordenamiento social unificado y
pacíficamente establecido, con fines instrumentales, o bien una necesidad
política, que implique la creación de un espacio común de vida “entre”
sujetos, sin excluir la conflictividad proveniente de la multiplicidad de pa-
siones y deseos?
Pareciera que Hobbes está interesado en la preservación del orden más
que en la fundación de un espacio común y múltiple a la vez, como lo
planteaba Arendt, en la reducción del miedo más que en dar cauce a la
conflictividad haciendo lugar a una pluralidad. Su propuesta -fundadora
del pensamiento político moderno- es, justamente, modernamente polí-
tica. Supone la preocupación por dar unidad a la multitud, por otorgarle
representación en una persona 13 que se erija como representante. Su pre-
ocupación es cómo una multitud de hombres se convierte en una persona:

Una multitud de hombres se convierte en una persona cuando está re-


presentada por un hombre o una persona, de tal modo que ésta puede ac-
tuar con el consentimiento de cada uno de los que integran esta multitud
en particular. Es, en efecto, la unidad del representante, no la unidad
de los representados lo que hace la persona una, y es el representante quien
sustenta la persona, pero una sola persona; y la unidad no puede com-
prenderse de otro modo en la multitud. Hobbes (2004: 115).

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El Leviathan es, entonces, esa figura unificadora y protectora, artificial y


producida para unificar y proteger; un Estado -institución de institucio-
nes- articulador de la vida de todos los ciudadanos de una nación que
otorga paz y seguridad a cambio de obediencia y observancia de reglas y
leyes. Protección y obediencia son, entonces, las dos caras de un mismo
pacto que supone beneficios y renuncias, seguridad ganada y una disposi-
ción para formar parte de un orden que no debe quebrantarse.
La autoridad del Leviathan se ejerce, entonces, en nombre de ese orden
que mantiene un estado de pacificación y permite reunir a la multitud dis-
gregada bajo su mando, ya que, afirma Hobbes:

(…) todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el


cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el
tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia
fuerza y su propia invención pueden proporcionarles. En una situación
semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es in-
cierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación de los
artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confor-
tables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requiere mucha
fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni
artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor
y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca,
embrutecida y breve (2004: 88, 89).

Es el miedo, entonces, en este planteo, la pasión causante de la necesidad


de autoridad, de la creación del Leviathan, ese dios mortal, artificialmente
construido para someter el miedo sometiendo a cada hombre a su poder.
Es la respuesta que da el Estado hobbesiano, redirigiendo el “miedo des-
encadenado” al “miedo organizado” 14, del estado de naturaleza al primado
de la ley, donde el poder de la autoridad garantiza la vida pacífica impo-
niendo temor al ejercerse pero permitiendo el despliegue en sociedad.
La autoridad hobbesiana es ficción necesaria y ordenadora por excelen-
cia, dadora y demandante, amada y odiada que, lejos de dar cuenta de una
“naturaleza” humana claramente definida a la que habría que reducir y

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“civilizar”, ofrece múltiples lecturas, nos lleva a considerar diversos rostros


del hombre hobbesiano 15, a encontrarse con su complejidad.
Es así que, en un texto reciente, Hilb y Sirczuk (2007) ponen en tensión
las diferentes lecturas posibles en torno a las pasiones de gloria, vanagloria
y miedo y su relación con la búsqueda de paz, la obligación política con-
comitante y la obediencia al Leviathan como corolario necesario. Su reco-
rrido por diferentes interpretaciones de la obra hobbesiana delinean
diferentes “tipos autoritativos” (2004: 37, 38):
– hombres temerosos, interesados en su preservación que se someten
gustosos al poder del Leviathan. Su deseo de una vida confortable y el
miedo a morir es lo que prima y por ello, la ley natural que manda la
paz opera como ley utilitaria;
– hombres vanagloriosos que ante el peligro de muerte, abandonan su
búsqueda de gloria y por imperio del miedo, comprenden la necesidad
de someterse al poder del Leviathan. También la ley natural que manda
la paz opera como ley utilitaria;
– hombres vanagloriosos impulsados por el deseo de hacerse conocer
como superiores, incapaces de obtener la paz, tendientes a la guerra,
que deben ser sometidos al poder del Leviathan. La ley natural que
manda la paz debe ser impuesta;
– hombres buscadores de gloria que, en esa tarea, se vuelven talentosos
y conocedores de la necesidad de civilizar el terreno de la lucha y ac-
ceden por la razón a la necesidad de la paz regulada bajo el poder del
Leviathan;
– hombres sabios que, al buscar la gloria, también desarrollan sus talentos
y arriban a considerar la paz como condición de toda forma de vida, la
ciencia, búsqueda de poder, seguridad. La ley racional se asienta en el
conocimiento de la condición natural de todos los hombres;
– hombres moralmente virtuosos, que prefieren la muerte antes que el
deshonor, pueden actuar a favor de la paz o de la guerra, de acuerdo a
su código de honor. La ley natural es una ley moral de cumplir con la
ley del soberano;
– hombres irreductiblemente vanagloriosos, imposibles de ser sometidos
al poder del Leviathan, a quienes debe perseguirse.

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Pensamientos “en desacuerdo”…

Esta multiplicidad de lecturas posibles parecen hablarnos de la comple-


jidad de la propuesta hobbesiana en su abordaje de la “naturaleza” humana
y del lugar de la autoridad, en lo que ha dado a pensar en torno al pro-
blema humano de constituirse subjetivamente, viviendo con otros en paz,
evitando el miedo y la guerra y haciendo lugar, al mismo tiempo, a sus pa-
siones y deseos de gloria (o vanagloria), de ser reconocidos honorable-
mente o de vivir cómodamente sin riesgo alguno.
La actualidad del problema sigue vigente. Nuestro tiempo, aún alejado
del tiempo histórico de la institución del estado moderno, parece proponer
los mismos interrogantes y desvelos políticos. ¿Qué implica “vivir juntos”,
qué protecciones necesita la vida humana para sostenerse y desplegarse?,
¿de qué manera la organización estatal y social y el lugar de la autoridad
en ella, son capaces de garantizar ese sostén y ese despliegue?, ¿cómo im-
pedir la guerra y promover la paz?, ¿qué es la guerra y qué es la paz?, etc.
Con otras claves, con otros conflictos, estas preguntas no terminan de res-
ponderse.
En el marco de los intereses de este trabajo, la obra hobbesiana parece
decir que el lugar de autoridad es un artificio, una creación humana, una
ficción necesaria y habilitante que corre el riesgo de volverse limitante
cuando pretende unificar omnipotentemente los procesos subjetivos sin-
gulares y colectivos pero, que a la vez, lo requiere. Parece decir, asimismo,
que las pasiones no se reducen simplemente, ni se someten o desaparecen
por obra de un poder externo, sino que las hallamos siempre encauzadas,
encaminadas, re trabajadas e insertas en el seno de procesos sociales e in-
dividuales y que es el trabajo político el que realiza esa transformación que
no es sólo renuncia pulsional. Como si esa “naturaleza” humana no fuera
nunca una realidad efectivamente abordable o capturable hecha de pasio-
nes en bruto y multitudes en desorden, como si lo humano no dejara de
presentarse mezclado, entramado, enigmáticamente confuso, entre la ley
y las pasiones, la paz y la guerra, la gloria y el miedo. A la vez, Hobbes no
deja de hacer prevalecer la necesidad de preservación de la vida y la bús-
queda de la paz, el miedo como pasión primaria, movilizando la obediencia
y la necesidad de Leviathan. Es ese lugar de autoridad el que instituye su
obra. No en vano, dando cuenta de sí mismo, se reconoce una frase reve-
ladora de Hobbes y su pensamiento: “el miedo y yo nacimos gemelos”.

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KOJÈVE Y EL RECONOCIMIENTO

Sólo hay autoridad allí donde hay movimiento, cambio,


acción (real o al menos posible).
Alexandre Kojève (2005: 35)

En la perspectiva de Kojève, la autoridad no se impone, no requiere ges-


tos grandilocuentes ni la fuerza de la violencia o la explicación convincente.
El reconocimiento de la autoridad es lo que hace que alguien la ejerza en
tanto soporte material de una autoridad que viene de lejos. Sus acciones
se sostienen en un reconocimiento de quien recibe la autoridad, sin reco-
nocimiento ella no existe.
Kojève remarca este rasgo en su libro La noción de autoridad (2005),
donde afirma a la autoridad en estos aspectos fundamentales:
– la autoridad es siempre una relación social. Por tanto, imposible de au-
toinstituirse sin un espacio de relación con otro, que a su vez se incluye
en un marco social e institucional más amplio;
– la autoridad supone acciones sobre otros que las aceptan y que renun-
cian a reaccionar en su contra, a oponerse, por voluntad propia y li-
bremente;
– la autoridad tiene siempre un carácter legal o legítimo, se le otorga le-
gitimidad por vía del reconocimiento; a su vez, la autoridad le da
“vida” a la legalidad de una norma;
– el reconocimiento ocupa el lugar de la sumisión o de la obediencia, re-
conocer es aceptar la autoridad de alguien porque ofrece un espacio
para vivir, proyectarse, construir con otros, formar parte de;
– el ejercicio de la autoridad excluye la fuerza y la coacción;
– el ejercicio de la autoridad incluye la renuncia, aceptar cambios en uno
mismo.

¿Qué es lo que promueve la renuncia?, se pregunta Kojève en su texto y


responde que la renuncia depende del tipo de autoridad que ejerce su ac-
ción con objetivos diferentes: Padre, Jefe, Amo, Juez. Cada uno de ellos

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Pensamientos “en desacuerdo”…

asume un tipo diferente de autoridad y otorga una posibilidad: el Padre


encarna la causa y ofrece la continuidad en una herencia o filiación, el Jefe
encarna un proyecto de vida y ofrece la inscripción en él, el Amo encarna
el riesgo de perder la vida y ofrece protección, el Juez encarna el orden
basado en la justicia y la equidad y ofrece la posibilidad de vivir en un
mundo justo y equitativo. Por ello, ante cada tipo de autoridad se renun-
ciaría por motivos también diversos: formar parte de una herencia (Padre),
obtener un proyecto de vida propio (Jefe), preservar la vida (Amo), vivir
en un mundo justo y equitativo (Juez).
Ejercicio de la autoridad y renuncia entrañan acción y movimiento, ofre-
cimiento y recepción, propuesta y aceptación. Kojève parece decir, además,
que el movimiento es doble, que la renuncia se da de ambos lados, ni total-
mente activos ni totalmente pasivos, en el marco de una relación de autori-
dad, quien la ejerce y quien la recibe, ambos se transforman incluyéndose
en un proceso que incumbe a los dos, en diferentes lugares.
Este autor señala que la autoridad es movimiento, cambio, acción real o
posible en el marco de una relación social e histórica, entre dos sujetos,
por lo menos: uno que provoca el cambio y otro que lo realiza, visible o
tácitamente. El fenómeno de autoridad es así fundamentalmente social y
no individual ni natural y entraña la posibilidad de que alguien actúe sobre
otro y éste lo acepte asumiendo una transformación de sí mismo. Es por
esto que, por definición, como dijimos, una autoridad debe ser reconocida
como tal para ejercerse y el hecho de hacer intervenir la fuerza o la violen-
cia para influir sobre otros implica que allí no hay autoridad. De una ma-
nera general, parece decir Kojève, para ejercer la autoridad no es necesario
hacer nada específicamente, más allá del acto de proponer el cambio, dado
que la autoridad se ejerce “en acto”, es decir, “de hecho”, sin gestos que
la impongan o hagan sentir su dominio desde fuera de la relación, a fin de
ahogar toda reacción contraria. Una autoridad pone en marcha un cambio
en el otro cuando ella misma se implica en el movimiento, asume su parte
en la relación que los reúne en torno a un mismo trabajo. La solicitud de
renuncia no es sólo para quienes reciben la influencia de la autoridad sino
también para la autoridad en su aceptación de los propios límites y en la
necesidad de ejercer un “trabajo”. El territorio educativo es particular-
mente sensible a este doble movimiento.

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La autoridad no es, entonces, un ser o un estado inmóvil; tampoco es


eterna ni atemporal. En tanto lugar de reconocimiento, quien ocupa ese
lugar de autoridad puede ejercerla mientras se la reconozca, por ello es
temporal, limitada, implica el riesgo de perderse para aquel que la ejerce
por el hecho mismo de ejercerla. Toda autoridad humana 16, en consecuen-
cia, debe tener una causa, una razón de ser, no basta con que “sea”, no es
una esencia dada para siempre y debe ser considerada legítima por algún
motivo. Y su legitimidad es temporal, a término, no se instala de una vez
y para siempre. Es una instancia “viva”, un proyecto, un trabajo, un sostén,
una condición para generar cambios y procesos transformadores.
Si la autoridad se reconoce, se acepta y, a causa de ella, se actúa de manera
de realizar un cambio en el sentido que plantea y todo esto supone una re-
nuncia, ésta no es necesariamente pérdida de algo que se tenía o se era an-
teriormente, sino que puede implicar una reformulación, una nueva
elección, un atravesamiento diferente por uno mismo. Por ejemplo: incor-
porar algo nuevo al modo de ser y pensar, convertirse en alguien que co-
noce y valora el conocimiento, que aprende, que interroga su situación
actual, que escribe sus propios textos o asume su propia palabra.
Una autoridad en este sentido se inscribe a sí misma en una transmisión
que no cesa, que no se ve interrumpida por sí misma ya que, dice Kojève:

(…) la propia Autoridad está ya allí (es decir que ella es ya reconocida),
y sólo se trata de cambiar su “soporte” material (humano), haciéndolo
pasar de un individuo (o grupo) a otro, de manera que aquí también es
cuestión de una transmisión de la Autoridad (2005: 58).

El pensamiento de Kojève acerca, entonces, sentidos que hablan de una


autoridad en movimiento, inacabada, enmarcada en una relación con
otros, sólo allí reconocida y sostenida. Autoridad y transmisión, tempora-
lidad, tiempos finitos para un reconocimiento. Lejos de la fijeza y el esen-
cialismo de la jerarquía establecida, la autoridad despliega su trabajo de
transmisión en el marco de relaciones humanas donde dos se reconocen.
Trabajo inacabado de transmisión que siempre deja lugar a otro, sin tota-
lidades cerradas, imprevisible en el tiempo.

34
Pensamientos “en desacuerdo”…

ARTICULACIONES PROVISORIAS:
“DESACUERDOS” QUE HACEN PENSAR

Recorrimos hasta aquí lo que denominamos pensamientos “en desa-


cuerdo”, no porque se opongan, se contradigan o hablen unos en contra
de otros, sino porque todos ellos, pensando alrededor del “vivir juntos” y
el lugar de la autoridad allí, ubican sus énfasis propios, revelan sus desvelos,
subrayan dimensiones y relaciones específicas. Por supuesto, no todos
dicen lo mismo ni habilitan los mismos procesos para concebir la autori-
dad. Arendt, Hobbes, Kojève ofrecen sus mundos de ideas y en ellos nos
aventuramos para comprender sin clausurar, para abrir sentidos sin entrar
en un sistema explicador total y sin falla. Sabemos de sus diferencias y las
tomamos porque echan a andar el pensamiento, nos dan a ver y a pregun-
tar, nos mueven y conmueven. Sus desacuerdos no se traducen en una con-
tienda conceptual de unos contra otros, sino que invitan a no acomodarse
en lo ya pensado, ya explorado, ya dicho. Estos pensamientos nos ofrecen
la oportunidad, siempre presente, de no anudar el sentido con el sentido
habitual ni admitir ninguna división supuestamente natural entre seres,
seres y destinos, lugares, actividades, potencias.
Las concepciones sobre la autoridad se han visto nutridas por las miradas
tomadas prestadas a los tres pensadores (re) visitados: Arendt, Hobbes,
Kojève, Sus planteos remueven lo que parece inamovible ya que de modos
diversos todos reafirman el carácter político de la autoridad. Arendt lo ex-
presa a través del lazo que establece entre autoridad, fundación y relato,
allí donde la vida narrada se vuelve el lugar posible de comenzar, de dar
forma, de instituir espacios comunes de vida con otros, de acción conjunta
que es acción política. Si el auctor augere oficia de causa y garante de un
crecimiento, es que la autoridad no es dominio, no se sustenta en relacio-
nes “naturales” de dominación sino que funda políticamente, sostiene y
se sostiene en el marco de espacios políticos de reunión humanos, en re-
laciones construidas. En otro sentido, Hobbes hará de la autoridad del Le-
viathan la garantía del vivir juntos, ordenador de pasiones, tiempos y
espacios humanos, regulador de miedos, protecciones y encuentros; la au-
toridad hobbesiana es trabajo político por excelencia donde político signi-

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Emancipación… • María Beatriz Greco

fica dar unidad y centralidad a las acciones que emanan del representante,
redireccionar el miedo al semejante hacia el centro, sostener con firmeza
espacios ordenados y protegidos. Kojève subraya el sentido relacional, his-
tóricamente situado de una autoridad que se configura porque hay otros
y porque esos otros ofrecen reconocimiento y renuncia, aceptación y trans-
formación de sí en un juego de relaciones de poder. En este caso, el énfasis
en el movimiento, la relación y el reconocimiento hacen de la autoridad
un lugar interesante desde donde re-crear, generar condiciones de encuen-
tro e inscribir en un proyecto a otros que desean formar parte de él.
Sin expectativas de linealidad, los pensamientos recientemente transitados
permiten escuchar de otro modo los relatos de algunas figuras contempo-
ráneas que ejercen modos diferentes de autoridad en las escuelas. Sus rasgos
dan a pensar en ese trabajo político, de lazo, mediación y reconfiguración
de relaciones, que los pensadores tallaron en sus concepciones.

FIGURASCONTEMPORÁNEAS DE AUTORIDAD: RELATOS DE


UN TRABAJO POLÍTICO EN EL TERRITORIO EDUCATIVO

Fernando sale como todos los días de su casa, en el barrio donde pasó
su infancia, su adolescencia; las casas sencillas, algunas muy precarias, aún
se hallan sumidas en el sueño de sus habitantes, llenas de ansias, de temores
y esperanzas. Gente trabajadora, humilde y también de otro tipo, su barrio
no tiene la mejor de las reputaciones y a menudo, los chicos caen en el
consumo de sustancias indebidas, algunos adultos los obligan a vender, a
delinquir. Es todo muy difícil cuando estás creciendo y no hay quien te
sostenga, te ayude a ver la vida, te haga sentir que tu destino no está ya es-
crito, dice Fernando. Por eso él sigue yendo a la escuela, no como alumno
ni como profesor. Él es un “asistente de autoridad docente” porque está
convencido de que la escuela -al menos esa escuela- viene a delimitar un
espacio donde los pibes dicen “hasta acá”, donde es posible “hacerse” a
uno mismo de otro modo y hacerse preguntas allí donde parece no haber-
las. Fernando es exalumno, trabaja asistiendo a preceptores y docentes en
distintos momentos del día escolar, está atento a los inicios de cada clase,

36
Pensamientos “en desacuerdo”…

a la organización durante el trabajo en grupos que se propone a los alum-


nos, a las discusiones y peleas en los recreos o en las aulas, a algunos gestos
desafiantes hacia los profesores cuando ciertos alumnos se niegan a escu-
charlos o se ponen los auriculares durante las clases como un modo de re-
sistencia. ¿A qué se resisten, qué se niegan a sí mismos? Fernando tiene
claro que la vida del barrio no ayuda a la vida de la escuela, aun cuando
esta escuela no sea como la gran mayoría, “el aula y los libros te ponen un
límite, te organizan otra cabeza”, dice. Aquí los profesores saben que si
no flexibilizan los tiempos, si no buscan modos de enseñar diferentes, si
no los escuchan y generan participación, desde sus propios pensamientos
y afectivamente, los chicos y chicas no vuelven, abandonan el intento, se
pierden en el espacio-tiempo de la costumbre. Las salidas a lugares alejados
del barrio, casi siempre desconocidos y los campamentos en el mes de oc-
tubre se vuelven experiencias fundamentales. Curiosamente, los chicos del
barrio están muy habituados a la calle pero no conocen el mundo más allá
de este territorio complicado, que ven diariamente y que a menudo, pa-
decen. No es la pobreza, dice, es una manera cerrada de ver la vida, “o sos
del barrio o no sos”. Parece que no hay mucho más para decir cuando na-
ciste aquí y vivís en estas calles, te enfrentás a la violencia de algunos gru-
pitos, te arriesgás a que te roben o a que la droga te inunde la vida.
Fernando no escatima ningún esfuerzo en un trabajo que nadie le enseñó
y que no tiene precedentes ni libros que lo enseñen; en los primeros años
tiene una presencia casi continua, toma lista con los preceptores, conoce
chicos y nombres en detalle, acompaña a los profesores nuevos en la es-
cuela, hace de lazo entre los chicos que llegan con los que ya están hace
tiempo, camina con algunos por el patio, charla en los baños, media entre
chicos cuando las peleas se endurecen, ayuda a los docentes a pensar en
algunos grupos más difíciles, sugiere formas de dirigirse a ellos, habla con
ellos no para “sermonear” sino para “destrabar” las relaciones y luego,
acompañar. Él sabe que su trabajo son las mediaciones, aunque no lo nom-
bre de esa manera. No se trata de controlar sino de cuidar, favorecer, sos-
tener, hacer de puente, aproximar textos y sentires: el de cada uno y el de
la escuela pensada y vivida de este modo, como relato en movimiento. Para
él, ejercer la autoridad implica disponer tiempos y espacios, vínculos y re-
cursos para que otra cosa pase entre profesores y alumnos, que tenga que

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Emancipación… • María Beatriz Greco

ver con la enseñanza y el aprendizaje. Escucharlo a Fernando remite a la


fundación de nuevos lugares y otros relatos, para sí mismo como autoridad
pedagógica y para una escuela que se propone como espacio habitable.
María no imaginó nunca llegar a esta escuela prestigiosa y presentarse
en sala de profesores como la nueva profesional del equipo de orientación.
El temor casi la hizo tartamudear porque el solo nombre de la escuela
habla de reconocimiento, de excelencia, de exigencia. Cuando comenzó
la facultad no pensaba en trabajar en una escuela. Se veía a sí misma en un
consultorio o en el hospital como psicóloga, en pequeños espacios donde
escuchar a los pacientes, supervisando su trabajo con colegas más experi-
mentados, escribiendo, estudiando. La carrera le abrió posibilidades y
puertas hacia lugares que no tenía pensados. Aprendió que su trabajo podía
habilitar otras miradas, en ella misma y en otros. Mirar la escuela se trans-
formó en un desafío al acostumbramiento, a rechazar lo siempre idéntico
a sí mismo, a interrogar lo obvio. Aprendió que los bancos, los pizarrones,
los recreos, la dirección, las carpetas, los timbres separando tiempos, los
pasillos de la escuela, la entrada a las aulas, la biblioteca con sus libros –
guardados o desordenados sobre las mesas, siendo utilizados-, no forman
parte de un paisaje natural y que son como partes de una ciudad o de una
casa habitadas por muchos, con muy diversas tareas y posiciones en esos
espacios. Comprendió que su trabajo como psicóloga tenía que ver con
esos espacios y no tanto con los alumnos en sí o con los profesores y di-
rectivos. Comenzó a pensar espacialmente, territorialmente, horizontal-
mente. Ese primer día sabía que tenía que presentarse como profesional
del equipo y, a la vez, dejar abierta la posibilidad de trabajo con los do-
centes, en diálogo con ellos, saliendo del “gabinete” que le habían asig-
nado, pensando con ellos y no por ellos o más allá de ellos. En broma,
algunos le anunciaron que ya tenían varios alumnos para que se llevara
consigo al gabinete, lo antes posible, por fuera del tiempo y el espacio de
la clase para que su saber psicológico los indagara, develara el secreto de
sus dificultades y los curara. En broma también les contestó que no tendría
suficiente lugar físico para llevarse a tantos alumnos a ese espacio exterior
a las aulas y los grupos que era donde los chicos aprendían -o no-. Se sentía
interpelada en la autoridad de su saber y, manteniendo esa autoridad que
le asignaban, quería desplazarla, ponerla al servicio de otros modos de in-

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Pensamientos “en desacuerdo”…

tervenir, generar espacios donde autorizar a los docentes mismos a pre-


guntarse por lo que no podían con esos alumnos y hallar las respuestas
entre todos. Configurar una autoridad compartida, hacer de su trabajo un
modo de potenciar capacidades existentes aunque no siempre reconocidas,
en todos, alumnos y docentes, en ella misma.
Fernando y María relatan su trabajo y no dejan de hablar de un modo
de la autoridad en la escuela que aún está configurándose, que busca sus
formas de proponerse y de ser aceptada. Se trata de una forma de autori-
dad con otros y de mutua autorización, que genera nueva experiencia y
toma decisiones por una responsabilidad compartida. Es una autoridad
que redistribuye posiciones, el riesgo es que no se comprenda que no se
trata de pérdida de autoridad sino de sostén mutuo, de andamiaje, de au-
torización de muchos en torno a un problema común. Se trata de una
autoridad que dice: ese problema común no son los alumnos que no
aprenden o los que no encajan en la escuela, el problema común son los
modos de relación de esta escuela con ellos, con todos, son los múltiples
hilos que “hacen” de la trama cotidiana de la escuela una experiencia de
subjetivación, emancipadora, porque habilita a aprender y a enseñar. Sus
trabajos consisten en reconfigurar relaciones para confirmar posibilidades,
por eso, es un trabajo político.
María y Fernando trabajan sobre lazos y mediaciones, tejen entre espa-
cios, enlazan textos y voces, las multiplican y hacen lugar, porque son de-
positarios de un reconocimiento que los autoriza a hacerlo. Los alumnos
confían en Fernando, los docentes confían en María. Si esto no ocurriera,
habría que generar la confianza necesaria, la que se da de antemano y no
tiene garantías. Ellos parten de una confianza instituyente, hacen su trabajo
confiando en alumnos y docentes, saben que si no es hoy tal vez mañana
encuentren otros modos de construir en conjunto. Apuestan a los peque-
ños gestos humanizantes, esos que se producen porque alguien -una auto-
ridad- se determina a probar su potencial. Ni la escuela, ni el barrio, ni el
aula, ni la dirección, ni el gabinete permanecen clausurados cuando la au-
toridad se propone multiplicar las voces en torno a un común compartido.
A continuación, daremos lugar a nuevas reflexiones en torno a ese lugar
de autoridad en permanente construcción, litigioso, complejo, abierto a
las diferencias democráticas. Entablaremos un diálogo con el pensamiento

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Emancipación… • María Beatriz Greco

en torno a la igualdad, la emancipación y la democracia de Jacques Ran-


cière. Luego volveremos a la escena educativa para dejar resonar el pensa-
miento desplegado con nueva fuerza.

NOTAS
1. La divisa de la Ilustración mencionada por Kant, retomada en el texto foucaultiano
“¿Qué es la ilustración?” (1996).
2. Citado en Agamben, G. (2003: 139).
3. Diferencia señalada en el trabajo citado de Agamben en su texto sobre el estado de ex-
cepción: El sistema jurídico de Occidente se presenta como una estructura doble, for-
mada por dos elementos heterogéneos y, aun así, coordinados: uno normativo y jurídico
en sentido estricto –que podemos inscribir por comodidad bajo la rúbrica potestas– y
uno anómico y metajurídico –que podemos llamar con el nombre de auctoritas–. El
elemento normativo precisa del anómico para poder aplicarse, pero, por otra parte, la
auctoritas puede afirmarse sólo en una relación de validación o de suspensión de la po-
testas (2003: 154).
4. Este aspecto será particularmente trabajado por Arendt.
5. Aspecto que tomaremos de los postulados hobbesianos.
6. Particularmente trabajado en Kojève.
7. También conceptos que forman parte del universo arendtiano y sus preocupaciones.
8. Dice Arendt que no es al hombre al que hay que salvar sino al espacio entre los hombres
(1988).
9. Benveniste, 1969, vol. 2, p.148, citado en Agamben, G., op. cit.
10. Para Arendt, autoridad supone obediencia sin pérdida de libertad. (1972, pp. 121-
185).
11. Op. cit.
12. Arendt diferencia asimismo poder de violencia, su concepción del poder expresa el ca-
rácter político de toda comunidad humana que se autoinstituye por medio de un actuar
conjuntamente. El poder en Arendt supone una acción colectiva y la violencia es des-
trucción de esta acción. El poder es de la comunidad, no de un individuo. “Esta última
experiencia del poder que surge de la reunión, la mutualidad y las promesas es la que,
según señala Arendt, nos pone en el camino de su esencia auténticamente política, por
oposición a todo ejercicio de dominación y todo estallido de violencia” Tassin (2002: 168).
13. Para Hobbes, “Una persona es aquel cuyas palabras o acciones son consideradas o como
suyas propias, o como representando las palabras o acciones de otro hombre, o de alguna
otra cosa a la cual son atribuidas, ya sea con verdad o por ficción” (2004: 112).
14. Ver Hilb, C. y Sirczuk, M. (2007).
15. Ver op. cit.
16. Kojève analiza en su texto los rasgos de la autoridad divina como lugar de autoridad
ante el cual, por definición, no se puede reaccionar en contra.

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