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Colombia es un territorio que ha sido receptor de múltiples grupos humanos, los cuales
permearon el territorio con sus respectivas culturas y costumbres. Esta transformación,
donde variedad de culturas se encuentran en un mismo lugar, se dio inicio con la llegada
de los españoles al territorio americano en 1492. Sin embargo, debido a la incesante
necesidad por parte del invasor español de no solo obtener capital, sino también de
constituir su cultura como hegemónica desapareció sistemáticamente gran parte de la
cosmovisión nativa americana, en palabras de Elsa Rodríguez (2005, p:12) “ Lo cierto
es que América estaba poblada por una variedad de culturas – de símbolos, de
tradiciones, de costumbres, de artes, de conocimiento y saberes – que fueron
menospreciadas y destruidas, en su gran mayoría, por los invasores que llegaron de
Europa con su afán de riqueza, de dominación y con sentimientos de una ilusoria
superioridad”. Tal fue la magnitud del genocidio americano que la población indígena
fue reducida casi a un 90%, considerándose este genocidio, por parte de algunos
académicos, como el más grande de la historia de la humanidad.
Sin embargo, el pueblo indígena logró el reconocimiento como sujetos de derechos con
la promulgación de la constitución política del año 1991, una ley constitucional que da
una mediana solución al flagelo que sufren los indígenas, pero da atisbos de esperanza
de un futuro mejor. Gracias a este triunfo se obtuvo beneficios, como el censo
demográfico de 2005, el cual se caracterizó por ser vinculante y participativo, y de
conseguir plasmar las necesidades de los grupos étnicos. Asimismo, promovió el
autoreconocimiento indígena utilizando nuevos preceptos de captación de etnicidad que
anteriormente no se habían empleado, como el autoreconocimiento de acuerdo con el
aspecto físico y cultual, esta promoción étnica se evidencia con el aumento del
reconocimiento indígena en 1,47% con respecto al censo de 1993.
Por otro lado, reconocer que aún siguen imperantes procesos de blanqueamiento cultural
que son promovidos por el mismo Estado liberal y su respectiva economía de mercado;
por ende, se deben intensificar dinámicas populares disruptivas que rompan contra esas
fuerzas neocoloniales y capitalistas.
Bibliografía: