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PERI ROSSI
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Cristina I'cl'j RossÍ 1J:\(:i,', ell ,\\O!l ;\S \ 1111'1 (II;\~ ('1\ (,1 P;I( I( I \

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L'II ESP;\I-I~\ cksr\e 1C)~- .J., Su Obld ~('llk lo ill';olilo r.hd() 111>[' h 1111/;1'

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!,t'iiul! los Ili/lOS


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)'Oc'lllc\S b ¡ 1i l L \ ¡\ ; l' 1Il' ! '1 (; \ 1\; \.
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SEIX BARRAL SEIX BARR/\ L


CRISTINA PERI ROSSI

¡~l JJLUSeO
cle los e~j-¿{erzos inÚtiles

SEIX BARRAL
Cc sont les vertiges qUl sont mes rivie-
res vives.
IIENRI MICIIAlJX, La vic dal1s les pUs

La categoría en la cual el cosmos se


evidencia es la categoría de la alucinación.

GOTTI'RIED BENN, Doble vida

El auténtico cuento debe ser al mismo


tiempo representación profética -una re-
presentación iderll- y una rcprescnt[\ción
absolutamente necesaria. Los auténticos
Cubierta: Neslé Soulé escritores de cuentos son visionarios del
futuro.
Primera edición: febrero 1983 NOVALlS, Fragmentos

© 1983: Cristina Per'i Rossi


Es la formación, y no la forma, lo mis-
Derechos exclusivos de edición en castellano
reservados para todo el Illundo:
terioso.
© 1983: Editorial Seix Barral. S. A. GASTON BACHEL\RD
Córcega, 270 - Barcelona-8

ISBN: 84:;,'14524 O

Depósito legal: B. 6752 -1983

Impreso en España

Ninguna parte de esta publicación, incluido el discilo de la cuhierta, puede


:'Icr reproducida, nlm:1ccnada o lr<lTlsmitida en mancra alguna ni por ningun
medio. ya sea eléctrico, químico. mecánico. óptico, de grabación o de
fotocopia. sin permiso pr'evio del editor.

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EL MUSEO DE LOS ESFUERZOS INÚTILES
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',\ " A"(.\"\..(.\"'-f.-t ~0

'1 I ( ,", ' i (t ' ,


Todas las tardes vaya] Museo de los Esfuerzos
InÚtiles. ~}Ao __eLc<l_~I.<;J~o y me siento frente a ]a
gran mesa de madera. Las páginas del libro están
un poco borrosas, pero me gus ta recorrerlas lenta-
mente, como si pasara las hojas del tiempo. Nunca
encuentro a nadie leyendo; debe ser por eso que ]a
¡i;1 empleada me presta tanta atención. Corno soy ,Lino}
de los pocos visitantes, me mima. Seguramente tiene
I1
"
'1
miedo de perder e] empleo por falta de pÚblico.
;1 Antes de entrar miro bien el cartel que cueJga de la
il puerta de vidrio, escrito con letras cle imprenta.

'i Dice: Horario: MaílQl1as, de 9 a 14 horas. Tardes,
. jJ
¡¡ de 17 a 20. Lunes, cerrado. Aunque casi siempre sé
!I qué Esfuerzo InÚtil me interesa consultar, igual pido
:11
~ I
e] catálogo ljara que la rriuchach2.tenga' algo qUe'
11
n
¡I
hacer.
_¿ Qué año quiere? -me pregunta muy aten-
¡:
,1 tamente.
d'
ji' -El catálogo ,de mil novecientos veintidós -le
iI! contesto, por ejemplo.
~J ,,1,1' A] rato ella aparece con un grueso libro forrado
[1 d"
en piel color morado y ]0 deposita sobre la mesa,
A j]
,{ '1 frente a mi silla. Es muy amable, y si ]e parece que
J !1'
la Juz que entra por la ventana es escasa, ella misma
enciende la lámpara de bronce con tulipán verde y

¡,-

l.
la ac~m.oda de modo que la claridacl se dirija sobre en el interior' y en el exterior; en segundo lugar, por-
las pagmas del libro. A veces, al devolver el cat;\- que la exorbitante cantidad de esfuerzos inÚtiles que
!~go, le hago algÚn comentario breve. Le cligo, por se realizan continuamente exigiría que mucha gente
ejemplo: trabajara. sin esperar recompensa ni comprensión
-.EI arlo mil novecientos veintidÓs fue un ai10 pÚblica. A veces, desesperando de la ayuda oficial. se
muy II1t:n~o: Mucha gente estaba empei1ada en es- ha apelado a la iniciativa privada. pero los resulta-\
fuerzo~ lIlutdes. ¿ Cuántos tomos hay? dos han sido escasos y desalentadores, Virginia -así
-Catorce -lIJe contesta ella muy profesional- se llama ]a gcntil cmpleada clcl museo q'ucS'tic!c con-
mente. versar conmigo- asegura que las fuentes particula-
Y}O observo alguno de los esfuerzos inÚti!cs de res a las cuaJes se recurrió se mostraron siempre
es~ ano, miro nirlos que intentan volar, hombres cm- muy cxigcntes y poco comprcnsivas, falseando el
penados en hacer riqucza, complicados mecanismos scnticlo dcl museo. /./\\:" " 1" 1"", - .
que nunc~ llcg~run a ft~ncionar, y numerosas parejas, El edificio se levanta en la periferia de la ciuda~. 0/'1~..u.¿·
-E,] an.o md noveCIentos setenta y cinco fue rnu- en un campo baldío, lleno de gatos y de desperdI-
c!:o. mas nco -me dice con un poco de tristeza- cios, donde todavía se pueden encontrar, sólo un
Aun no hemo,s registrado todos los ingresos. poco más abajo de la supcrficie del terreno, balas
---:--Losclasificadores tenclr6n lI1ucho trabajo --re- de caiiÓn de una antigua guerra, pomos de espadas ,-::~,v--""-'r
flexIOno en voz al ta. enmohecidos, quijadas de burro carcomidas por el J;c~I.,.i
-Oh, sí -responde ella--. Recién están en la tiempo.
letra C Y'ya hay varios tomos publicados. Sin contar -¿Tiene un cigarrillo? -me pregunta Virginia
los repetidos. con un gesto que no puede disimular la ansieda~_:
Es muy curioso que los esfuerzos inÚtiles se repi- Busco en mis bolsillos. Encuentro una llave vieja;\
tan, pero en el catálogo no se los incluye: ocuparían algo mellada·;-íipun13."ae un dest0rnillador roto, el
I1lucl.\Oespaci?, Un hombre intentÓ volar siete veces'- billete de regreso del autobÚs, un botÓn de mi ca-
pl(~V.IStO de dIferentes aparatos; algunas prostitutas l 1:,;', ;' misa, algunos níqucles y, por Gn, dos cigarri!los cs-
q~Isleron encontrar otr:o empJeo;una mujer quería trujados.\ Fuma d;sirnuladam~nte, escondida entre
.prntar un cuadro; alguIen procuraba perder el mie- los gru~sos volÚmenes de lomos desconchados, el
do; ca~1 todos intentaban ser inmortales o vivían marcador del tiempo que contra la pared siempre
como sIlo fueran. indica una hora falsa, generalmente pasada, y las
La empleada ~se~ra que sólo una Ínfima parte viejas molduras llenas de polvo. Se cree que allí
de los. esfuerzos Inutdes consigue llegar al museo. donde ahora se eleva el musco, antes hubo una .for-
~n pnmer .Iugar, porque la administración pÚblica tificación, en tiempos de guerra. Se aprovecharon-
c.arece de dmero y prácticamente no se pueden rea--- ¡as gruesas piedras de la base, algunas vigas, se
lIzar compras, o canjes, ni difundir la obra del museo apuntalaron las paredes. El museo fue inaugurado
10
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1-

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CI! 1.?~6, Sc conservan algunas f t " f', jer. Era una criatura frívola, voluble, inconstante,
mOIlIa con h b " o ogl d IdS de la ccre- )
' om res vestidos de frac d perezosa y resentida. Su comprensión dejaba mucho
[a ¡das largas oscuras ' ¡ , . e y amas con
, ,., dColnos de estr b que desear y además era egoísta.
ros con pájaros o lJores, A 1~ J.' aza ~'~orn rc- Hay hombres que han hecho largos viajes per-
orquesta quc toca tcmas 'J. ,eJos ¡ se, ad,lvlna una
,. ,. Le sa 1on' os Irlv t d ' siguiendo lugares que no existían, recuerdos irre-
nen e 1 aire e t .. ' 1 a os t1C-
n re so Iemne y nej¡culo! . cuperables, IQ!:lj~res que habían muerto y ~&2.~
paste] adornado con 1,' ' e e cortar un
.. a cmta o fiICJal f. desaparecidos. Hay niños que emprendieron tareas
O IvIde decir que V'· ' , := " imposibles, pero IIcnaSt1¡rfervor. Como aquellos que
,~ica. Este peyueiio cJclic:I:¿J9..rCSIlgcr;:¡IIlCIJICcslrÚ-
cavaban un pozo que era continuamente cubierto
toque cómico qu d" o C .da a su rostro un
e 1Smmuye su lIlaenu' ¡ d C
¡a Cesviación
j de la mi" 1, [ b
1,1Cd uera un COI' 't
J( a ,
'
amo si por el agua.
En el museo está prohibido fumar y también can-
x
nen arIO I1 ello
e
eI e llLImor que flot! .
Los E a, e esprend1Clo del contexto tar. Esta Última prohibición parece afectar a Virgi-
_, "', .s f uerzos Inútiles s· ' , nia tanto como la primera .
Cuando 1as'letras'se"'~'-¡~ e agrupan por letras,
. acauan se agreg' . -Me gustaría entonar una cancioncilla de vez en
computo es larg ,,,' dn numeras, El
, ., o y comp 1¡cado C ¡ , cuando ---{;onfiesa, nostálgica.
casIllero su f J' ' : ae a uno tIene un
' o 10, su descnpclón A ¡ d Gente cuyo esfuerzo inútil consistió en intentar
,12 !!os con extraol' ,'., " ,, ,nc an' o entre
, ' , Cllldlla agdld ¡ V' " reconstruir su Úbo¡-gén"Ca16gico, escarbar la mina
l' una sacerdotisa, la vil' 'en d' ae, _.J~·gU~la_ parece en busca de oro, escribir un libro. Otros tuvieron la
prendido del t' g, e un culto antIguo y dcs-
lempo. esperanza de ganar la lotería,
Algunos son Esfuerzos 1 "1 -Prefiero a los viajeros -me dice Virginia.
sombríos No' " nut1 es bellos' otros
,, slempr-c nos J)on, , ' ', Hay secciones enteras del museo dedicadas a esOS
acerca de est~ _1 ,,, '. cm os d e acuerdo
, • ,u' e aSltlcaCIOIí. viajes. En las páginas de los libros los reconstrui-
HOjeando uno de los volún""
hombre que dU¡-a¡lt ' .. 1.enes, encontre a UI1
.-- Jt~oS:- Al cabo de un tiempo de vagar por diferentes
' e d ¡ez anos l t t· 1 \ mares, atravesar bosques umbríos, conocer ciudades
a su perro y t ' n en o lacer hablar
. o 1"0,que puso m'J.s d ' y mercados, cruzar puentes, donnir en los trenes o
quistar a una mU ' er 1 11, ' e vem te en con-
J ' .e eva b a flores 1 en los bancos del andén, olvidan cuál era el sentido
1 ogos e mari osas . '. ,p an t as, catá-
.d p ' le o f recIa ViajeS del viaje y, sin embargo, continÚan viajando. Desa-
mas, IIlventó cancio ' compuso poe-
e nes, construyó u parecen un día sin dejar huella ni memoria, perdi-
to d os sus errores tal . na casa, perdonó
suicidó. 1 ,era a sus amantes y luego se dos en una inundación. atrapados en un subterráneo
o dormidos para siempre en un portal. Nadie los re-
... -Ra sido una empresa , ar d ua -le di. · elama.
gmIa-, Pero posible . go a VIr- Antes, me cuenta Virginia, existían algunos inves-
E '. mente, estImulante
- s una historia sombría _ . ' ... tigadores privados; aficionados que suminist-ra13á'O
El museo posee una c 1 res~or~cle VIrgInIa-o
omp eta d escnpclón de esa mu- 'maiéi'iales ~i mlJseo. Incluso puedo recordar un pe-
12 13

!
~ I :-..', Ct,t.nt.",
ir
r,
'. ,
riada en que estuvo de moda coleccionar Esfuerzos vértigo que no podía mirar hacia abajo. O la
~l~;l enano ~ue quería crecer Y viajaba por toda..:.j
1
Inútiles, como la filatelia o los formicantes.
-Creo que la abundancia de piezas hizo fracasar artes buscando un médico que lo c:lrara ..
, .
p Cuando se cansa de traslada~ volumenes se SIen-
'" fa afición -declara Virginia-o Sólo resulta estimu-
lante buscar lo que escasea, encontrar lo raro. ta sobre una pila de diarios vieJos,.lle.I~()s ,.d.eJ:l~J.'::~J~
Entonces llegaban al museo de lugares distintos, fuma un cigarrillo --con disimulo, pues está plohl-
pedían información, se interesaban por algún caso, b'loa
d h cedo-- y reflexiona en voz alta ..l do dIce
salían con folletos y regresaban cargados de histo- -Sería necesario tomar otro emp ea -
rias, que reproducían en los impresos, adjuntando con resignación.
las fotografías correspondientes. Esfuerzos Inútiles O: ~
que llevaban al museo, como mariposas, o insectoJ -No sé cuándo me pagarán el sueldo de este I
extraños. La historia de aquel hombre, por ejemplo,
mes. . Ida tomar
que estuvo cinco años empeI'íado en evitar una gue- La he invitado a caminar por Ia Cl~e a , ,
rra, hasta que la primera bala de un mortero ]0 · ir al cine. Pero no ha quendo. Solo ~on-
un ca f e o . . d nses
descabezó. O Lewis Carroll, que se pasó la vida hu- siente en conversar connllgo entre l as pare es L-
yendo de las corrientes de aire y murió de un res- y polvorientas del museo ..
friado, una vez que olvidó ]a gabardina. o no lo siento entretem d o
SI e tIempo pasa, y .,
O" •• ; •••• ••• ; •••••

di as
l' No sé si he dicho que Virginia es ligeramente es- como estoy todas l as tan l cs. P er·0 los. '-."
lunes; _ son
' >

'lo tr~bica", A menudo me entretengo persiguiendo 'Ia de pena y de a b·stmencra,. en 1os que no se que 1 lacer,
-díreé¿ión de esa mirada que no sé adónde va. Cuan-
cómo vivir. .
do la veo atravesar el salón, cargada de folios, de El museo cierra a las ocho de la noche. La propIa
volúmenes, toda clase de documentos, no puedo me- Virginia coloca la simple llave de metal. el: la cer~-
nos que levantanne de mi asiento e ir a ayudada. , . a ue nadIe mtentalla
dura, sin mas precaucIOnes, YL q .. 1 l'
A veces, en medio eJe la tatTa, cIJa se queja un
poco. asaltar el museo. Sólo una vez ur! 11omb¡e o 11Z0,
L L L el' borrar su
••• ,.
me cuenta Virglllla, con el plOpoSlto . e ,
-Estoy cansada de ir y venir -dice-o Nunca · del catálogo. En la adolescencIa habla rea-
acabaremos de clasificados a todos. Y los periódicos nom le b nzaba de
]izado un esfuerzo inútil y ahora se avergo L

también. Están llenos de esfuerzos inútiles.


él no quería que quedaran huellas ....
--'-Tomo la historia de aquel boxeador que cinco ve-
, -Lo descubrirpo.s a tiempo -relata VlrglIl~a-.
ces intentó recuperar el título, hasta que lo desca-
fuc muy -dificil'" ¿lisuadirlo. Insistía en el fara~t:ér
lificaron por un mal golpe en el ojo. Seguramente
Pl'ivado de su esfuerzo, deseaba que se .10 l eVO YI.-
ahora vagabundea de café en café, en algún barrio
sórdido, recordando la edad en que veía bien y sus ramos <
En esa ocasión me mostre , muy fIr rne v deCI- J

dida. Era .. una pieza rara, caSI dIcción


e co e , Y e 1 mu-
puños eran mortíferos. O la historia de la trapecista
15
14

I
II

L
seo habría sufrido una grave pérdida si ese hombre
hubiera obtenido su propósito.
Cuando el museo cierra abandono el lugar con
~elancolía. Al principio me parecía intolerable el
," tIempo, que debía transcurrir hasta el otro día. Pero
.a)J:.e~d:_a ..espe~aI:. También me he acostumbrado a
la presencIa de VIrginia y, sin ella, la existencia del EN LA CUERDA FLOJA
museo me parecería imposible. Sé que el seÍÍol" di-
rector también l? cree así (ése, el de la fotografía'
C?1l una banda blcoIor en el pecho), ya que ha deci- Desde que nací, me aficioné a la cuerda. Al prin-
dIdo ascenderla. Corno no existe escalafÓn consa- cipio, era una cuerda tensa pero, con el tiempo, se
grado por la ley o el uso, ha inventado un nuevo fue aflojando. Pero para mí no tenía importancia,
cargo, que en realidad es el mismo, pero ahora tie- pues ya me había acostumbrado. Los dedos de mis
ne o~ro nombre. La ha nombrado vestal del templo, pies eran como garfios y se adherían a la cuerda de
no. sm recordarle el carácter sagrado 'deSlÍ níisión, tal modo que no temía caerme. Ya no descendí: pre-
cU1dand~, a la entrada del museo, la fugaz memoria fería estar todo el tiempo en el aire, y comía mis
de los VIVOS, comidas allá arriba, leía, escuchaba mÚsica y confec-
cionaba pequeños objetos de mimbre -posavasos,
manteles y cestos- mientras me paseaba.
, ¡ Cuando era pequeño, mis padres encargaron a un
'/
buen hombre mi vigilaÍlCia. Se trataba de un funcio"
nario jubiJado, que corría de un lado a otro de la
habitación, con una bolsa de arpillera en los brazos,
1:
1
¡
por si yo me s;afa. El pobre hombr'..:: estaba muy ocu-

:¡,¡.".
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1
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' • ,J '.' \ pado, pues ¡)reJ, con mi inquietud infantil, me desli-
zaba incesañtemente de un extremo a otro de la
cuerda y él debía seguirme, con el gran agujero de
1I1\ la bolsa abierto. El viejo resoplaba, su frente se per-
\tI¡ laba de sudor y a veces me pedía que me detuviera,
:j' para poder descansar un rato. Yo no era muy con-
i1
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versador, por lo cual su tarea se volvía angustiosa
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11 y solitaria. Sin embargo, tengo que reconocer que
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le debo a él los conocimientos que poseo de las cien-
cias y de las artes, ya que mientras yo me detenía en
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un lugar o en otro de la cuerda, él aprovechaba para rreras y sus cuen tos ---en los .raros mome~tos d~
informarme acerca de las leyes físicas o los metros paz- me estimulaban. En realIdad, ya habla deCi-
de la poesía. Era un buen hombre y me quería como dido no bajar. Se lo comuniqué pocos. días. despué~.
a un hijo. Solía decir que estaba cansado, que ese No demostró mayor sorprcsa y no dIscutió conmi-
" trabajo no era para él, que ya tenía muchos años, go, cosa que le agradecí. Se dispuso de inmediat~
pero la jubilación no ]e alcanzaba para vivir. Por a realizar los preparativos necesarios para que mi
eso yo no me preocupaba cuando descuidaba un vida, allá arriba, no fuera excesivamente incómoda.
poco su trabajo y dejaba de correr por el suelo, Primcro izó una mesa, para que yo pudiera comer
bajo mis pies, y aprovechaba el descanso para liar sobre ella sin mancharmc. Luego, algunos implemen-
, ,1 " ,. un cigarriIlo o beberse un vaso de vino. tos para mi lavado. Con un ingcnioso sistema de
¡ " A veces le gastaba bromas; me deslizaba corno cuerdas y poleas, me suministraba aquellos artfc~los
siempre por la cuerda, con paso cauto y firme, pero que yo podía necesitar y que no estaban a mi al-
al llegar a la mitad, simulaba resbalar; el pobre cance: la pastilla de jabón, el diario, las velas -hay
hombre, desesperado, corría hasta quedar exacta- frecuentes apagones en este ]ugar-, algún libro, las
mente debajo de mí y abría muy grande ]a boca de tijeras o una camisa limpia. Yo ya era U? adoles~n-
]a bolsa, para recogerme. Pero yo no caía. En rea- te y él estaba muy preocupado por mi. educaclOn ..
lidad, no recuerdo haberme caído ni una sola vez. Dispuso una pizarra en la pared y mientras yo es-
Por lo demás, yo dudaba mucho de que su agilidad taba sentado en la cuerda, él desarrollaba fórmulas
le permitiera llegar a tiempo, en el caso de que, efec- o me explicaba la geografía de Irlanda. Después con~
tivamente, yo me cayera: aunque andaba muy rá- siguió un proyector de diapositivas y el resto de mi
pido y era muy atento (con un ojo vigilaba siempre cducación se hizo de esa manera.
mis pasos arriba de ]a cuerda) posiblemente mi des- -Si tuviera menos ai'ios -me decía-, yo tam-
censo fuera más veloz que sus piernas. bién trataría de vivir allá arriba.
Un dia, dispuesto a jugarle una broma, cuando Sostenía que cada criatura teníd su espacio pro-
estaba casi cn el extremo de la cucrda, simulé un pio -la tit'rra el aire, el agua- y no veía ningún
grito; e] viejo se precipitó, aterrado, y yo dejé caer inconveniente ~n que el mío fuera ]a cuerda. Es más:
sobre el agujero de la bolsa un ratón rosado que ha- aseguraba que sólo las manipu]acione.s a las ~ue
bía guardado en mi bolsillo. El ratón cayó exacta- sometemos nuestro instinto cambian esa inclma-
mente sobre ]a boca de ]a bolsa, pero él no lo vio ción; de ahí que seres terrestres padezcan en los vue-
hasta después, porque había cerrado los ojos. Ese los de avión, seres aéreos sufran en ]os barcos y los
día se fastidió -conmigo y estuvo a punto de renun- hombres de mar se mareen en las ciudades.
ciar a su empleo. Yo le pedí perdón, sinceramente, Desde arriba, yo lo escuchaba con curiosidad,
y le rogué que permaneciera debajo de mí, ya que mientras me paseaba. Es verdad ,que vivía en cons-
su presencia, su empeño con la bolsa, sus locas ca- tan te peligro (una dis tracción cualquiera, una som-
i 18 19
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--------~- ---
11
Ella se dirigió hacia el centro de la habitación
nolencia imprevista, un traspié involuntario o la li
y miró hacia arriba. Las tablas del suelo crujieron '11
pérdida de mi capacidad de reflejos podían precipi- 1"i
un poco. El viejo se sentó en una silla, como un
tarme al vacío), aunque al mismo tiempo me veía
portero cuando ha empnado la función. Dejé que
libre de otros. Lanzaba las cáscaras de banana a un
" me buscara con la mirada, pues difícilmente podría
cubo de basura, con notable precisión; recitaba ver-
descubrirme a primera vista; su cuello, no acostum-
sos de ¿\mado Ms:xvo y tocaba en la armónica viejas
melodíaslTldias; a -veces, desde arriba, dirigía la dis- b,'ado él las alturas, se cansaría antes de divisarme.
El viejo se había puesto a leer el diario. Era una
posición de un mueble o arreglaba los cables de la
luz. Sólo la posibilidad de recibir visitas me causaba manera de dejarme solo ante el peligro.
_j Oh' i Qué bonito cuadro! -murmuró ella,
.
terror. No deseaba ver a nadie y le había dado ór-
denes al viejo de que expulsara violentamente a cual- descubriendo una reproducción de,Turner sobre la
quier intruso. Cuando imprevistamente alguien en- pared. Yo la había recortado y pegado, pero ya no
traba a la habitación, yo me iba hasta un extremo estaba al alcance de mi mano. De lo contrario, la
y, pegado al techo, intentaba desaparecer, como un hubiera quitado, para que ella no pudiera mirarla.
insecto oscuro. Imaginaba que desde abajo, el re- Desgraciadamente, Ja habitaciÓn estaba llena de re-
cién llegado divisaría nada más que la cuerda balan- cortes de diarios, fotografías, objetos en repisas que
ceándose en el vacío, como un cable sobre el mar. yo me había entretenido en disponer, y ella parecía
-Si tuviera menos años -insistía el viejo- me empeñada en realizar el inventario.
-No toque eso -le grité, desde mi rincón, cuan-
subiría allí contigo, a descansar -decía.
Un día, el buen hombre trajo a su hija para que do alzó la mano para alcanzar uno de mis caleidos-
me conociera. Lo hizo por sorpresa, yeso me desa- copias. Sólo al viejo le permitía tocarlo y para que
gradó. Me escondí detrás de la araña del techo. Era le quitara el polvo.
una gran araña, de esas que se usan en los teatros El1;:¡ retiró ]a mano y dirigiÓ Jos ojos hacia mi
o en los salones de las nobles familias, y tenía mu- rincÓn,
chos caireles. Por hacer algo, a veces y~ me entre- Entonces hizo una cosa completamente impre-
tenía lustrándolos con un paño mojado en vinagre. vista: ágilmente se subió ;:¡una silla, para estar más
Desde mi rincón, la vi entrar, con pasos medidos cerca de mí. Esto me irritó. Nunca nadie se había
y tacones negros. Vestía un impermeable beige y te- atrevido a tanto, ni siquiera el viejo, cuando Je pedía
nía los cabellos cortos. Yo no creía que el espec- a]go; siempre se las ingeniaba para subírmelo a tra-
táculo de la cuerda pudiera interesarle. Me había vés deJ sistema de poleas.
-B{ljesc de ;:¡lIí -le grité, sofocado por la in-
negado, desde mi más tierna infancia, a realizar
pruebas y ejercicios en ]a cuerda: sólo me paseaba, dignación.
No se movió. La silla era de paja y yo confiaba en
y despreciaba a los gimnastas y equilibristas que
entretenían al público en los circos o tablados. que se rompiera bajo su peso. Pero desgraciadamen-

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20

¡í!
1, ,

-'- ~ 'i ~ -..~-_ _.._.•.•._--~_.


¡
confidencial-o En realidad, ardo en deseos de subir.
te, yo mismo la había urdido, y era muy resistente.
-Me gustada ver surostro :..:.:-mecontestó, igno-- Lo he deseado toda la vida.
Me quedé en silencio.
randa mi orden. -En realidad, yo también -murmuró el VIeJO,
,. Yo podía ver el suyo. Era algo redondo y sim- . !
en seguida-o Pero ya sabes, la edad, los achaques, el
pático, vivaz, desenvuelto. Cerré los ojos. Hubiera
calor, el frío. No resisto mucho tiempo de pie. Ya
preferido que se pareciera al viejo, que tenía un ni siquiera me preocupo de la bolsa. Pero él no la
rostro trabajado por el tiempo, la angustia y la in- necesita. Ni la bolsa, ni a mí. No necesita a nadie.
certidumbre. Cuando los abrí, ella continuaba de pie -Siempre deseé subir -repitió ella, elevando los
sobre la silla, como una estatua de pórfido. ojos con arrobamiento. Tenía Uli gesto implorante
-He traído algo para usted -me dijo, preten-
que me peturbaba.
diendo halagarme. Conocía esa treta: la habían em- -Quizás, si fuera más joven -continuó el vie-
pleado muchas veces mis padres, mis vecinos y hasta jo--, lo intentaría. Pero a mi edad, casi todas las co-
un médico. Pequeños objetos que tenían la función sas están prohibidas, salvo correr con una bolsa en
de disuadirme, o de estimularme, o de convencerme la mano por una habitación vacía.
de algo. -Si usted quisiera ... -murmuró la mucha-
-No necesito nada -dije, con firmeza. cha- ... si usted me perm itiera in ten tarJa ...
- No sé por qué, sospeché que tenía una cámara -No es posible -dije, quedamente-o No se tra-
fotográfica entre sus ropas, y que pretendía sacarme ta de egoísmo ...
una fotografía. Hay gente así. Pero debía ser una -Sólo una vez. Una vez tan sólo, le prometo
fantasía: el viejo no le ÍlUbiera permitido entrar con -suplicó ella-. Como un paseo en bote, cuando se
una máquina escondida. es pequeño, o. un viaj(:;en globo, o una excursión a la
De pronto, súbitamente, descendió de la silla. Se isla de pelí¿a~os ... Ei sueño de toda la vida, una
acomodó los zapatos, la falda color aceituna y dijo, sola vez...
dirigiéndose al viejo que leía o simulaba leer: -No puedo -contesté, en voz baja.
-Es verdad: no necesita nada. -Si usted lo permitiera ... No molestaría en ab-
El hombre murmuró: soluto. Sólo la posibilidad, un instante, de estar allá
-Ya te lo dije, hija. arriba, y después bajar ...
Entonces me asomé. No mucho, pero lo suficiente -Querría quedarse siempre -vaticiné.
-No. Le prometo que no. Sólo una vez, un mo-
como para que me viera. Di unos pasos sobre la
cuerda y la miré. mento.
-Yo también 10 deseé pero no pude -agregó el
Ella alzó la cabeza y sonrió. Me gustó su sonrisa.
viejo--. Los impedimentos legales, la gota, la edad.
Era parecida a la del viejo.
Aunque sigo soñando con ello.
-¿Sabe? -me dijo, en voz baja, humilde, casi
23
22
I
!.
f
-Una vez, para probar -insinuó ella. t¡ va, una manifestación política, un accidente o la lle-
-No es posible -intenté disuadirla-. Aquí no gada de una actriz. El tumulto se extendía y yo lo
hay lugar. Además, se caería. Sólo hay espacio para escuchaba cada vez más cerca de mí. Me paseé ner-
~ vioso por la cuerda. El viejo seguía pegado a la
uno. Juntos, nos haríamos daño. I
-No me importaría morir, después -agregó puerta. Oí gritos, exhortaciones, silbidos y golpes.
1 _¿ Qué quieren? -le pregunté al viejo, que su-
ella.
-No insista -respondí YO-o No se trata de mi
¡ daba.
voluntad. Son leyes físicas, de la naturaleza. Hay El hombre señaJó la cuerda.
que respetarlas. Puede subirse a una silla y hablar -Todos quieren subir -me contestó, agotado.
conmigo, si lo desea. O irse a una montaíia. Puede i
ascender a un aviÓn o montar en teleférico. Pero ¡
¡
aquí es imposible. í
Ella bajó los ojos, ...:onpena. ¡
. -Te lo dije -le reprochó el viejo-o Hay que re-
sIgnarse.
¡
t
-i Hubiera sido tan hermoso! -suspiró ella,
apoyando su cabeza en el hombro del anciano. 1:
Para distraerla de la pena, di unos pasos de dan-
za sobre la cuerda. No lo hago nunca, pero estaba
r I
triste por ella. ¡
I
Se fue. Yo volví a mis actividades en la cuerda:
lustré los caireles, hice un cesto de mimbre para
I
guardar pañuelos, toqué la armÓnica y leí un perió-
Ii

dico viejo. Añadí algunos recortes a la pared. Es- r
cribí un poema y una carta.
Al otro día, cuando desperté, vi entrar al viejo
a la habitación con pasos nerviosos y rápidos, y as-
pecto agitado. Parecía huir de algo y resoplaba. Es-
cuché un gran bullicio afuera.
-¿Qué ocurre? -le pregunté, asustado.
El viejo cerró bien la puerta y se apoyó contra
ella.
-Hay una multitud al1í afuera -dijo.
Pensé en varias cosas: quizás un triunfo deporti-

24 25

.•.•.....--....,.... .•... '


de la ciudad donde Vlv¡an. Era un nombre sonoro
y dulce; me sorprendí, porque debí suponerlo. Una
ciudad de agua, puentes y pequeiías ventanas, cons-
,. t¡'uida hacía muchos siglos por mercaderes, antepa-
sados de Giocondo, quienes, para competir con los
nobles y con los obispos, contrataron a pintores Y
arquitectos para embellecerla, como hace una dama
MONA LISA con sus doncellas. Habitaba un antiguo palacio, re-
construido, en cuya fachada había mandado realizar
incrustaciones de oro. Sin embargo, mi informante
La primera vez que vi a Gioconda, me enamoré me hizo notar que lo más bello de la fachada del pa-
1 lacio era un pequeño paisaje, una acuarela protegida
d~ e,lla. Era un otoño vago y brumoso; a lo lejos Sl:
[
ddUlan los perfiles de los árboles, de los lagos pla- por un marco de madera, que representaba la cam-
1:0S, corno sucede en algunos cuadros. Una bruma piíía y en medio un lago vaporoso, donde, apenas
hgera q.ue enturbiaba los rostros y nos volvía vaga- insinuado, levitaba un esquife. «Eso, seguramente.
mente IITeales. Ella vestía de negro (una tela, sin lo ha mandado hacer Gioconda», pensé, para mis
embargo, transparente) y creo que alguien me contó adentros.
que había perdido un hijo. La vi de lejos, como su- Desde que la vi, debo confesar que duermo poco.
cede en las apariciones, y desde ese instante lIle Mis noches están llenas de excitación: corno si hu-
voJví extremamente sensible a todo lo que tu~iera biera bebido demasiado o ingerido alguna droga
que ver c~n ella. Vivía en otra ciudad, según supe; a enervante, cuando me acuesto mi imaginación des-
vece.s, rea]~zaba curtas paSl:OS, para mitigar su pena. pliega una actividad febril y PO(~o ordenada. Elaboro
De. mmec.lJato -:j a veces, muy lentamente-
que cosas prcfena, evoqué sus gustos aun sin C0I10-
supe
l'" ingeniosos proyectos, cultivo miles de planes, zum-
ban mis ideas como abejas ebrias, la excitación es
cerlos ,Y procuré rodearme de objetos que la COI11- I tan intensa que transpiro Y me hnzo a comenzar
placen.an, con esa rara cualidad del enamorado para diversas tareas que interrumpo, solicitado por otra,
adv:rtIr pequeños detalles, como el coleccionista mi- hasta que de madrugada, extenuado, me duermo.
nucIOSO. Yo me volví un coleccionista, a falta de Mis despertares son confusos y poco recuerdo de lo
ella, buscando consuelo en cosas adyacentes. Nada que proyecté en la noche; me siento deprimido hasta
hay superfluo ~ara el amante. Giocondo, su marido, que la visión de Gioconda -no soy un dibujante del
estaba en conf}:cto con un pintor, según me enteré; toclo malo y debo confesar que he realizado varios
era un c~r~erCIante prÓspero y basto, enriquecido apuntes de su rostro, a partir del recuerdo de la
con el trahco de telas y, como toda la gente de su primera vez que la vi- devuelve sentido a rnis días
cJase, procuraba rodearse de objetos valiosos, aun- y me alegra, como una secreta pertenencia. He des-
que regateara el precio. Pronto averigué el nombre , 27
·1
t.

26
otoños o del tránsito de los meses. SÓlo UI1 terrible
cuidado .por completo a mi mujer; ¿cÓmo explicarle
daño provocado, la intervención de una mano ase-
lo sucedIdo, sin traicionar a Gioconda) Pero ya no
sina podría crispar esa armonía, y no temo. por
comparto Sl~ lecho, y procuro pasar todo el tiempo
Giocondo: ocupado como estÚ con sus transaccIOnes
afuera, perclldo cntre los bosques que sc dibujan te-
económicas, indiferente a cualquier valor que no
nuemente en la bruma del otoño. Esos bosques leves
pueda atesorarse en arcas bien cu.stodiadas: man-
yesos lagos que evoqué la primera vez que vi a Gio-
tiene con ella un trato tan superficIal como lIlofen-
concia y que desde entonces acompaii.an todas mis
sivo. Lo cual me exonera, hasta cierto punto, de los
repr~sentaciones de ella. Uno se enamora, también,
de cIertos J uga res que asocia inddec ti blcrnen te al celos.
Desde hace tiempo, me he convertido en un ava-
ser amado y realiza febriles paseos por ellos, en so-
ro. Hago toda clase de economías, para ahorrar el
ledad, pero íntimamente acompañado.
dinero que me permita realizar el viaje soñado. He
Pr?curo obtener noticias acerca de 13 ciudad en
dejado de fumar y de visitar la cantina, no me com-
que VIve, porque temo que algún peligro imprevisto
pro ropa y vigilo severamente la administraci~n de
la aceche. Imagino catástrofes terribles -erupcio-
la casa. Realizo yo mismo las pequeñas reparacIOnes
nes de volcanes, maremotos, incendios, o locuras de
necesarias en el hogar y aprovecho todas las cosas
los hombres:. I~s ciudades, en nuestros días, compi-
que los hombres no enamorados y disolutos desper-
ten en agresIvidad y envidia-o Mentalmente, pro-
cJician, seguramente porque ya 110 sucC¡an. He estu-
curo contener las aguas de los ríos que la cruzan
diado minuciosamente las maneras de l!egar a esa
y aprovecho para dar un paseo con ella por lo~
ciudad y sé que me falta poco para poder empren-
puentes, esos deliciosos, íntimos y húmedos puentes
der el viaje. Esta ilusión llena de intensidad mis
de. madera que crujen bajo nuestras plantas. (La
días. No intento, de ninguna manera, comunicarme
prImera vez que la vi, éncandilado por la belleza de
con Gioconda. Con seguridad ella no reparó en mí,
s~ rostro, no reparé, debo confesar, en sus pies. Ah,
cuando la vi, ni hubiera reparado er¡ hombre algu-
como nuestra observación tiene lagunas. Sin embar-
no: dominada por la pena, sus ojos miraban sin ver,
go, I:? es imposible reconstruirlos a partir de la per-
contemplando, acaso, cosas que estaban en el pasa-
fecclOn de las otras líneas. Ya sé que no siempre se
do, que se encerraban en los lagos serenos donde yo
cumple, en lo humano, esta armonía. Pero precisa-
no ceso de evocarla. Cuando mi mujer me interroga,
mente, en ella, lo asombroso, es el desarrollo sereno
y. armónico de los rasgos, uno a uno, por lo cual, contesto con frases vagas. No se trata sólo de con-
VISto un fragmento, es posible imaginar la totalidad.) ser-val' mi secreto: las cosas más profundas no resis-
No .me pr:ocupa, tampoco, el paso del tiempo. ten, casi nunca, su traducción en palabras.
Pero sé, estoy seguro de poder hallada. Sus
DemasJad? se que su beJleza lo resistirá, dotada,
rasgos inconfundibles me estarán aguardando, en al-
com? ~sta,. de un elemento de transparencia, una
graCIa ll1tenor que no depende de la sucesión de los gún lugar de la ciudad. En cuanto a Giocondo, pa-
29
28 ~
rece que continúa disputando con un pintoI'. Segu-
pradores auscultan vasijas de oro, adquieren suntuo-
ramen~e no ha querido' pagar un cuadro o pretende
sas joyas minuciosamente engarzadas, disputan por
desalojado de su taller, si aquél le debe algo. Gio-
una pieza valiosa. Las calles estÚn hÚmedas y a lo
c~ndo tiene la insolencia de los ricos y el pobre
lejos se dibujan bosques vagarosos.
pmtor debe vivir de su trabajo. Mi informante ase-
" De inmediato, busqué quien pudiera darme in-
gur~ que e] p.leito dura ya cerca de tres años, y que
formes sobre la familia Giocondo. No fue difícil:
el pmtor ha Jurado vengarse. ¿ Qué dirá mi Giocon-
todo el mundo los conoce, en esta ciudad, aunque
da, de todo es to? A pesar de la fama de interesadas
por una misterios8 razÓn. cU8ndo los interrogaba,
que tienen las mujeres de esa ciudad, sé que ella .'
querían evitar el tema. He ofrecido dinero, las es-
permanece ajena a los negocios de su marido. La t
·f casas monedas que me quedan Juego de] viaje, pero
pérdida de su hijo es todavía reciente y no cncuen-
es ulla ciudad próspera, y mi fortuna, pequeila. Pro-
tra cons~e.]o. Giocondo procura entret~nerla alqui-
bé con mercaderes que con cortesía me ofrecieron
lando mUSICOS que cantan y bailan en su jardín, pero
telas y productos de la India; luego, con ]os gando-
ella parece no oírlos. Lánguida Gioconda, a pesar del
leros que trasladan a los viajeros de un lugar a otro
esco.te. Lamentablemente, no soy mÚsico; de lo con-
de la ciudad, porque debo decir que uno de los pla-
trano, tal vez, tendría acceso a tu palacio, Tarlería
ceres más vivos que se pueden disfrutar aquí es el
la nauta como nadie ]0 ha hecho hasta ahora evo-
de atravesar ciertas zonas en esas finas y delicadas
cando los lagos y los bosques por donde suel~s pa-
embarcaciones (que ellos cuidan mucho, como si
scar, en OtOiIO, lagos COIIJO suspendidos donde a ve-
se tratara de objetos preciosos, y engalanan con muy
ces levita un esquife. Compondría versos y sonatas
buen gusto) que se deslizan debajo de los puentes
hasta que tÚ, suavemente, sonrieras, casi sin querer,
de madera, removiendo apenas las aguas verdes. Por
com~ una. pequeña recompensa a mi tarea. Ah, esa
fin un hombre joven, a quien eiegi por su aspecto
sonnsa, GlOconda, sería un leve compromiso, la cer-
humilde pero su mirada inteligente, se prestó a in-
teza de haber oído.
formarme. Me hizo una terrible reve;ación: el pintor
a quien Gioconuo había contrat3do y con el que
disputaba desde bacía aÍ10s, decidió vengarse. Ha
He lIegado a la ciudad de los puentes, de los la-
pintado un fino bigote en los labios de Gioconda, que
g?S circulares y los bosques llenos de bruma que se
nadie puede bonar.
pierden en el horizonte, entre nubes calmas. He pa-
seado por sus calles 3ngost8S y sinuos8s, con sus
perros lanudos y sus mercados repletos de frutas
doradas y tel~s sedosas. Por doquier se trafica; bri-
!Jan las naranjas, los peces recién arrancados al mar,
zumban las ofertas de los mercaderes, ávidos com-

30
31
o ••
alrededor de la pista, en la decimoquinta vuelta,
cuando llevaba ventaja, una considerable ventaja,
porquc él había nacido para correr, lI1ientr~s el s?1
calentaba, ah, cómo calentaba el sol, ¿que quena
," decir nacer para correr? estos pies maravillosos, el
locutor decía: « La extraordinaria marcha que lleva
EL CORREDOR TROPIEZA en la decimosexta vuelta, dos terceras partes del re-
corrido», corredor de larga distancia, ritmo soste-
nido cuando arrancó no tuvo escrúpulos de sepa-
(Vio los altísimos árboles, los verdes follajes, W¡
rars~ del resto y dejar sentado, desde el principio,
nido a lo lejos, ¿o era UI1 cOl/jul/to de peque/las ra- quién mandaba aquí; si pensaron que él iba a aguan-
mas enlazadas?, la cLÍpula del cielo, las nubes des- tarse, que no se desprendería del pelotón ~ara eco-
lizándose por la pista, blancas corredoras, las In/bes nomizar fuerzas y dejar la lucha -desPladada-
desfilando mlles de la J/1eta, vio la luna el1 plello día, para los Últimos metros, se equivocaron: ahor~ co-
la IUl1a que silenciosamellte había aparccido colo- rría, libre de codazos, sin nadie que le obstaculIzara
cándose con modestia en 1lI1 ángulo del paisaje casi el camino y con toda ]a pista por delante, veloz como
imperceptiblc, los pájaros quc volaban sin cesar, la luz, si la luz, acaso, recorre el espacio a una velo-
ihal1 y volvían, CI1 SIlS jIlCgOS, cn SIIS propios tor- cidad constante. En alguna parte -más allá de la
Ileos, vio alas oscllras cortal1do el aire, suntuosos pista oval que recorría una y otra :-ez, to.rturant::
desplazamientos, siguiÓ COIl los ojos esas rutas im- como un sueño- su entrenador estana, ansIOSO, mI-
previsibles, esos caminos .. tiraelo en el s1lelo, COIl rando el reloj. ¿ De modo que la velocidad de ese
ojos asollZbrados, vio todo eso.) rayo de sol que cruzaba la pista no er:l constante?
¿Constante como su marcha? Vuelta nÚmero dieci-
Iba en la decimocuarta vuclta. Era un bucn co- nueve, sólo fal taban siete m<'ts para vencer, de ese
rreelor: los periódicos lo daban como favorito y has- rayo de sol lanzado como un cor:edor anhelante;
ta auguraban un récord. Hacía aflos que esperaban los demás se habían quedado atrás, hacía muchas
un nuevo récord, siempre se esperan cosas así. Y vueltas los había pasado, se tracaba, ~n cambio, de
ahora esa teoría de un físico brasileflo, un loco, ganarIe a alguien, al legendario corredor que había
probab]emen te (pensó): ]a velocidad de la luz no es establecido el último récord, la marca hasta ahora
]a misma en cada caso. «¿Qué significaría eso?», se defjnitiva, si la luz era constante. En Ja vigésima
preguntó. Los periódicos anunciaban que él estaba primera, sospechó que estaba a punto de cumplir
en condiciones de batir el récord. Entonces, ¿Eins- lo prometido; a pesar del cansancio, su ritmo era
tein se había equivocado? ¿ O era que la luz, como excelente, atravesaba ]a pista a un compás regular,
él, tenía que batir un récord? Y la gente aglomerada sus movimientos eran elásticos y leves, como los de

32 33

--~-------- - _ .. -_._"--_._-~-,_ ..-- ... _.


.... ~
lo ayude a ponerse en pie. Estos deseos inconteni-
una gacela, dijo el locutor, elegantes, como si correr
no le causara ninguna dificultad. Entrevió los rostros bles de sentarse al costado de la pista y elevar los J
de los espectadores confusamente, pero 110 había ojos al cielo. Seguramente vería los árboles, pensó.
necesidad de verlos con más claridad, sólo la pista Un puñado de ramas llenas de hojas que tiembl~n,
dando vueltas en el cerebro, y el entrenador tendría y en la cima, algún nido. Las hojas más pequenas
los ojos despiadamente clavados en el cronómetro, sacudiéndose al viento, a este leve viento que des-
esta vez pasó al joven corredor de cabellos rojos y plaza la velocidad de la luz ya para siempre incons-
pantalón azul cuyo jadeo anhelante no presagiaba tante, según el físico brasileño. «No soy nada es.pe-
nada bueno, Juego al corredor número diecisiete que cial, señora -le dijo la otra noche, a una admIra-
iba completamente rezagado, en una vuelta muy an- dora algo senil-o SÓlo un experto organizador del
terior, en una que él ya había dejado atrás }~3cía tiempo.»
mucho tiempo, con ]a mancha de sol sobre 1a pista. El entrenador, excitado, le hizo una señal: sólo
Los ojos de todos se nublaban, los ojos estaban lle- faltaba una vuelta. Una sola más. Y su velocidad no
nos de sudor y palpitantes, ahora sólo le faltaban había disminuido. Pasó al lado de un coneJar que
tres vueltas, según sus cálculos, tres vueltas para jadeaba, con la mano en un costado. Ah, ese seco
que el hombrecito del banderín corno un tablero de dolor debajo de las costillas, esa opresión que difi-
ajedrez lo dejara caer cuando él cruzara ]a meta, odtaba el acto de respirar. Cuando se siente, uno
la meta, el corte de la pista, e] lazo que indica que la está acabado y sería lo mismo que abandonara la
'loca carrera ha quedado atrás y escuchó un grito, pista. Aunque por pundonor, no se abandona. Esa
un solo grito, era su entrenador que con voz firme molestia en el bazo, segÚn aprendió en sus años
seguramente le anunciaba que estaba él punto de de entrenamiento. Un Órgano del qLÍe poco oímos
cumplir lo prometiJo, 'que iba a establecer un nuevo t' hablar, porque sólo nos molesta cuanJo hemos he-
récord, la mejor marca del mundo en diez mil me- cho un esfuerzo extraordinario, cuando hemos co-
tros llanos, llanos como un plato. rrido demasiado. y estas ansias de<.;conocidas e in-
Fue entonces cuando experimentó unos deseos controlables de parar, de detenerse al borde de la
enormes de detenerse. No era que estuviera muy can- pista, mirar los árboles, respirar profundamente. L~s
sado; se había entrenado bien y todos los expertos vueltas son todas iguales, se juntan ~n la memona
indicaban que sería el ganador de la prueba; en rea- y no se sabe ya si se dio la veintitrés o la veinticua-
lidad, sólo había corrido con el fin de establecer un tro la dieciséis o ]a diecisiete, como aquel pobre
nuevo récord. Y estas ganas irresistibles de quedarse. chi~o que creyó haber llegado a la meta y se tiró
De echarse al borde de la pista y no Jcvantarse más, al suelo. Alguien -seguramente su entrenador, o
Cuidado: no está permitido tocar al corredor caído. uno de los jueces de la prueba- se acercó y, sin
Si se levanta por sus propios medios, puede conti- tocarlo le c~municó la noticia de que aún no había
nuar corriendo. Pero no está permitido que nadie llegado: de que se había equivocado en los cálculos:
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-----------------------,,
todavía le quedaban tres vueltas pendientes. Y él,
con los mÚsculos agarrutados. Y él, sin poder levan-
tarse uel suelo. Y cuanuo lo hiciera, sería sólo para
," seguir corriendo, si no se desmayaba antes. A él
jamás le pasaría una cosa así. Corría con natura-
lidad, como si ése fuera el acto más normal de ]a
vid.a, como si se pudiera correr siempre. Con regu- EL RUGIDO DE TARZÁN
larIdad, pero constante, con una velocidad sicmpre
igual a sí misma, 110 como la luz, que lo había trai- Johnny Weissmuller gritó y el bosque entero (con
cionado y ahora parecía que se desplazaba desigual- sus insinuantes lianas y espesos follajes) pareció
mente. tI estaba a punto de batir el récord. Y en- temblar; el vaso de whisky resbaló de la pequeña
tonces, el éxtasis de dejarse caer; el divino, sublime mesa de vidrio y cayó sobre la alfombra de piel de
éxtasis de detenerse, resbalar suavemente hacia el león; un lago redondo y oscuro crecido con ]a lluvia.
borde, el borde de la pista, a pocos metros del final, -, Johnny gritó; un grito largo y sostenido, con sus cor-
justo un poco antes de la meta; deslizarse pausada- tezas y litorales, sus montañas de sonido, sus cuevas
mente hacia el suelo y elevar la cabeza, ah los altos vegetales, sus profundidades ocultas donde vuelan
árboles, el ciclo celeste, las nubes lentas, los pena- los murciélagos y sus nubes "'giles que se deslizan
C~lOs crespos ue las ramas, las hojas se mucven, diri- C0ll10 hUlI1o. Un grito prolongado y profundo, largo,
gIr los ojos hacia arriba y contemplar el cadcncioso hondo, que por el aire resbalaba de rama en rama,
vuelo de los pájaros, hay algarabía alrededor pcro convocando a los p"'jaros azules y a los blancos ele-
~o ]a escucha, seguramente reproches, seguramente fan tes; un gri to que atravesaba el claroscuro de las
JI1su]tos, su entrenador exasperado, poder ver a los hojas, las cicatrices de los troncos, y saltaba entre
demás corredores pasar, sus pantalones cortos, a]gu- las rocas C0ll10 ven tisq uero; ascend:a las cumbres
nos jadean ostensiblemente, aquél se lleva la mano de las quietas, solemnes montañas, corría entre las
al costado, ah, no terminarás, no podrás concluir, piedras primarias, oscurecidas por el follaje y preci-
pero arriba los árboles flotan, flotan en una atmós- pitaba los ríos estivales, de agua lenta, cristalina.
fera irreal que nadie ve, ahora el rubio que experi- No sólo el vaso cayó; también un cenicero se deslizó,
menta un calambre y renquea, ¿he visto alguna otra un cenicero de porcelana en forma de hoja de plá-
vez a ese pájaro?, el locutor narrando el suceso in- tano, regalo de una de sus antiguas admiradoras. Y
creíble, como la luz, su velocidad era constante, pero las numerosas colillas estrujadas se desparramaron
tuvo deseos de detenerse. Y elevó los ojos hacia el como menudos troncos quemados.
ciclo .. Al grito, acudían las aves de largo vuelo equinoc-
cia!, los peces pequeños que lamen el costado de las
rocas, los ciervos de reales cornamentas, los cuervos

36 37

--------------.-".-.
de mirada alerta, los cocodrilos asomaban sus largas ",.. alguien que toma poco sol) descubiertos por las cui-
cabezas y los árboles parecían moverse. Era un grito dadosas rasgaduras de la falda, los labios, anchos y
triunfal, una clave sonora respetada por los grandes rojizos entreabiertos en lo que podía ser un gesto
paquidermos, los altivos flamencos y los escurridizos de provocativo dolor o una sensual imploración,
" moluscos. Entonces Jane levantaba la cabeza, res- Johnny estaba unos pasos más atrás, el ancho y mus-
ulandeciente y morena, tocada por el grito como por culoso torso desnudo, la nariz reCta, los huesos bien
~1T1a incitación largamente esperada. Y Jane corría, formados con pequeñas y sugestivas sombras alre-
Janc corría por los senderos del bosuLIe. se ahría dedor de las tetiJlas y de ]a cintura; un poco más
paso entre las ramas de grandes y carnosas hojas, arriba del ombligo se iniciaba una línea, un cauce
Jane atravesaha los hÚmeclos corredores de la selva torneado que el taparrabos triangular (largo entre
guiada, conducida por el grito, protegida por el grito, las piernas, pero angosto en los costados, como para
alentada por el grito, Los pájaros volaban detrás de que asomaran las formidables líneas de los muslos)
ella, los leones se ocultaban, las serpientes escondían ocu]taba, pero cuya trayectoria --como un río afluen-
]as cabezas, ]05 grandes hipopót;:nnos cedían paso. te- era posible adivinar.
No sólo el cenicero se cstrelló contra el suelo: El cuadro lo había pintado una admiradora suya,
un cuadro de la habitación se estremeció, pareció hacía muchos años, a partir de una escena de Tarzál1
golpear la pared y luego de cimbrar un momento el y las amazonas, protagonizada por él y por Brenda
aire (denso de hUlTlo y de ;¡!cohol) quecló torcido, Joyce; por lo que Johnny recordaba de la película,
..,f-
anhelante, con un ángulo en falsa escuadra. Era la en ella había una cantidad extraordinaria de mucha-
copia a todo color de un viejo fotograma de la selva, chas, portadoras de flechas, todas ataviadas con piel
de la prefabricada jungla de Toluca Lake, con sus de tigre (é] se había enfadado mucho cuando supo
montañas de cartón, sus baobabs de papel pintado .- que las manchas de la tela eran fruto de una buena
V sus piscinas convertidas en lagos llenos de pirañas. operación de la tintorería del estudiu: los tigres es-
'fuera de! ap;¡rt;:unento, los automóvi!cs que cruz;¡- caseaban, por lo menos en Holly','ood, y además,
ban la avenida se detuvieron un instante, alarmados había empezado a surgir una cantidad increíble de
por el grito, y luego, veloces, siguieron el camino. e sociedades protectoras de algo, de perros, de tigres
Los elefantes sacudían sus grandes orejas como len- y hasta de baJJenas, lo cual volvía el arte cinemato-
tos abanicos, los monos cruzaban la selva por el aire, gráfico muy difícil) y con sandalias de liana. En la
saltando de rama en rama y los pájaros, como láti- ; película, él volvía a lanzar su largo, agudo y pene-
gos, golpeaban las hojas de los altos bananeros. ~n trante grito, un grito de selva y de montaña, de agua,
c! fotograma, además, había una muchach?- vestIda madera y viento; un grito que ululaba como las sire-
con piel de tigre que yacía en el sucio, encadenada, nas de los paquebotes del Mississippi, que batía alas
los túrgidos senos asomando entre las manchas opa- . como los pájaros azules de Nork-Fold, que atraía
!inas del tigre, los muslos muy blancos (muslos de "a las salamandras de los pantanos de West-Palm (al

38 39

"~
I "

I,
oeste de Colorado River Izay Ull sitio que alllo) y ale!:-
taba el vuelo de las ánades de Wisconsin. Johnny grI-
tó; gritó en la ladera del sofá forrado de piel de
bisonte, y la cabeza del ciervo, en la pared, no se
estremeció; volvió a gritar pensando en Maureen
Q'Sullivan y el grito retumbó en la habitación como
una pesada piedra cayendo sobre. los atc:lones de SESIúN
Ley te : 1;1¡si;) 11ladrcpÓrica reprodu;10 el grIt~ en los
vasos de whisky con huellas de labIos y de cIgarros,
en las conchas del Caribe conservadas como trofeo y A las cuatro de la tarde me llamó mi psicoana-
en cuyas cavidades todavía las notas broncas del I.nar lista. Est;1ba muy angustiado: había descubierto al
fosforescente se juntaron con los agudos de su grIto; segundo amante de su mujer. .
-j Es inconcebible! -gritó-. No estoy dIspues-
Johnny gritó sobre los largos pelos de .las mantas
africanas que cubrían de animales aterclOpel~dos .el to a permitido ..
lecho conyugal vacío en el apartamento de. Caltforllla, -Serénese -le aconsejé-o Los cuerpos no eXIS-
gritó sobre las reliquias de marfil y las h?Jas de ta~a- ten. Las personas, tampoco. En realidad, sólo se tra-
co, un grito largo y desesperado, desencaJ,ado, el grIto ta de funciones, ¿comprende? Nadie es quien cree
de un humilde recepcionista del Caesar s Palace de ser, ni para sí mismo, ni para los demás. El segundo
Las Vegas, su último empleo, y por un n~omento ~en- amante de su mujer. ..
-j No me lo nombre! -gritó él, destemplado-o
só que Jane acudiría, que Jane calZana las abIga-
rradas calles centrales, que se abriría paso entre los Desde que los he descubierto, no puedo comer. No
resplandecientes semáforos y las carrocerías b.rillan- he probado bocado en todo el ciia.
tes de los autos, que Jane, vestida con un abngo de -Eso significa que usted no puede aceptar la rea-
leopardo, atravesaría la avenida centeIlante de n~óI1, lidad. La comida, en ese momento, representa la cosa
saltaría por encima del río de cacahuetes y boJs¡tas rechazada ...
de maíz, que correría entre los anuncios de pomo- -Ya lo sé -gimoteó, a punto de llorar.
fillll5 y de cigarrillos Buen Salvaje Americano hasta -Nadie se muere por no comer un día o dos.
el humilde apartamen to donde Edgar Burroughs La dieta le hará bien, eliminará toxinas.
acababa de beber un whisky, antes de llamar por -No entiendo por qué se encuentra con él pre-
teJéfono al Hogar de Retiro de Actores, en Woodland cisamente los martes -me confesó ahora, más se-
reno.
HíIls, porque un anciano llamado Johnny W:issmu-
ller no dejaba dormir a los vecinos con sus grItos. Aproveché la pausa para tratar de introducir la
realidad dentro de un vaso. Es una operación muy
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complicada. Desde el amanecer estaba ocupado en
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eso. Pero cada vez que intentaba asirla. la realidad rar su existencia. No la acepto. No quiero saber nada
se me escurría. Ahora .. mientras hablaba por telé- de él. Ha venido a turbar mi paz. Es un intruso.
Además, ¿qué dirá el primero? No entiendo por qué
fono con mi psicoanalista, procuraba sostener el
," no ha podido conformarse con un amante solo. Por
vaso, la realidad y el auricular al mismo tiempo.
-¿ Qué sucede los martes) -articulé, mientras otra parte, se trata de un buen muchacho. Inteligen-
empujaba el vaso hacia el centro de la mesa de luz. te, formal, hasta de aspecto agradable. No tiene nin-
-Nada especial -dijo él-. Sólo que ella ve a gÚn derecho a hacerJe eso. Me consta que él ignora
su segundo amante ese día, y no otro. Yo me pre- por completo la situación. Hubiéramos podido llegar
a ser amigos, aunque yo detesto la química, que es
gunto, ¿por qué precisamente el martes?
-Seguramente es el día libre de los dos -argu- su especialidad.
-¿ No era la botánica? -pregunté, cándidamen-
menté, con sencillez.
-De ninguna manera -me corrigió él-o Es un te, rnientras sostenía el vaso con una mano y el auri·
día muy complicado: él ha dictado clases de filo- cular con la otra. La realidad estaba escondida de-
sofía por la mañana, a las doce almorzó con sus bajo de la cama. Tendría que agacharme sin que él
hijos y a las seis tiene su reunión semanal en el Pa- se diera cuenta. Ni ella.
-L. botánica, la química, lo mismo da. Una de
raninfo. En cuanto a ella, los martes desayunamos
juntos, luego practica algo de yoga, asiste a un curso esas horribles disciplinas científicas que explican el
mundo por afuera. A ella le enC<1ntanlas explicacio-
de Antropología y por la nochc canta cn el coro de
ncs fáciles. Se le puede seducir con la descripción de
los Amigos del Barroco. Un día muy agitado. Tendría
que haber elegido el sábado. El sábado yo voy a visi- una tricotiledónea.
tar a mi mad~'e, los niños no están y él no dicta ~ Dificultosamente, Dexioné las rodillas.
-Para colmo -ai'iadió- el mundo está lleno cle
clases.
Detesto la palabra clases. Quizás por eso en ese tricotiledóncas.
preciso instante la realidad se escurrió patas abajo -Pero segÚn sus palabras -pre'~isé, no era cues-
de la mesa. Mientras continuaba hablando con mi tión de perder terreno: ahora e~taba casi arrodi-
psicoanalista, traté de inclinarme para recogerla. tI llado- éste es un profesor de filosofía.
debió darse cuenta de algo, porque en seguida se -Ella cree que la filosofía es una rama de la
química -comentó, amargamente-o Y ahora no me
irritó.
-j Pero usted no me está escuchando! -gritó, diga que ésa es una prueba de su inteligencia, porque
no estoy dispuesto a aceptarlo.
sordamente.
-Por supuesto que ]0 oigo -me defendí-o No -Hay demasiadas cosas que usted no está dis-
puesto a aceptar, amigo mío -reaccioné, con firme-
se impaciente. Trataremos de analizar su sentimien-
to de angustia con relación a este nuevo individuo ... Za. Arrodillado, podfa mirar abajo de la cama-, La
-i Ni ]0 mencione! -insistió-. No puedo tole- cuestión es: ¿está en condiciones de no aceptar?

43
42

,
l.
les -me confesó-o En realidad, sólo me interesan
tI evitó astutamente la respuesta.
los intermedios. Es allí donde todo adquiere profun-
-No comprendo por qué no se ha conformado
didad. Por lo demás, en un buen principio siempre
con el primero -volvió a gimotear-o Será un golpe
se halla incluido el final, lo cual resta sentido al
tremendo para él. Está muy enamorado, el pobre
desenlace. En cambio, los intermedios permiten gran
"
hombre. Además, en estos momentos se encuentra
trabaj.ando en un ensayo muy complicado: la in- variedad de desarrollos.
No era un zapato roto, o no era la realidad, por-
fluencIa de los rayos láser en la pepsina de la rana.
que no pude asidos. No, por 10 menos, sin soltar
No podrá resistir el golpe.
En el sueJo, arrodillado, encontré dos colillas, el auricular.
-Advierto que su voz por momentos se distan-
una c~ja de fósforos vacía y un calcetín que había
cia, ¿qué está haciendo usted? -me interrogó, enér-
extravIado el día anterior. Pero la realidad conti-
nuaba escondida. El polvo la escamoteaba. gicamente.
-Es la central telefónica -mentí-o Hay desper-
-Cabe la posibilidad de que no se entere nunca
-lo consolé. fectos en las líneas.
-Siempre hay desperfectos en las líneas -agre-
-Es verdad: los padres son los Últimos en sa-
berIo -confesó-o Pero, ¿si ellos cometieran un des- gó él, proverbialmente.
-Se trata de la tensión -añadí.
cu!do? .Pasearse juntos del brazo, por ejemplo. O
-Un problema físico -argumentó.
comCJcJ¡r en el cine.
-Imposible de controlar desde una habitación
--:-La gente ya no pasea del brazo -le dije-o En
rea]¡dad, creo que la gente ya no pasea de ninguna -precisé.
-Especialmente, si la habitación está cerrada y
maneré:, En cuanto al cinc, es muy cscuro. Admito
que eXiste 1<1 pusibilicbd de que se encuentren los no entra luz.
_y nadie ha abierto las ventanas.
ti es, en un~ :<;ala,antes de que las luces se apaguen.
-Porque en la luz hay algo insofortable.
Sena cuestlOn de escabullirse a tiempo.
-Las motas de polvo que cor.Jienzan a verse,
-No. c:'e.o ~ue cIJa lo haga -me contestó--. Es
como una invasión de partículas misteriosas y osci-
u.na exhIb~clOI1Ista. Por ejemplo: le encanta ir al
cme conmIgo, aunque siempre cabe la posibilidad lantes, devoradoras.
-Ella entró por esa puerta -lloró él- ayer a la
de que su amante nÚmero uno nos vea juntos. Por
noche, y no le acompañaba el hombre de siempre,
eso prefiero entrar cuando Ja película está empe-
zada. sino que era otro.
_y usted tuvo miedo porque no 10 conocía.
, -~a película siempre está empezada -argumen-
-Nunca me lo había presentado, antes.
te, s~t¡lmente. Ahora la pesco, pensé: la había visto
-Sin embargo, su rostro le era vagamente fa-
debajo de la cama, detrás de un zapato roto.
-Detesto los principios casi tanto como los fina- miliar.
45
44

._._-~ .•... _.~


-sí, vagamente familiar. El rostro de un suci10 -sentenció, como siempre, mi psicoanalista-. L~
que tuve de niño. volveré a ver mañana por la tarde. Recuerde que 51
,, Ii -y no SllPO qué decide. por algún motivo no asist.e., de t~os modos mi se-
-Le extendí la mano. Esta mano. Luego, corrí a cretaria le cobrará la seSlOn. AdIOS.
,I "

lavarme. Pedí disculpas. Sentí que molestaba. Cuando escuché el sonido del auricular, me apre-
"
-¿Cuántas veces ha molestado, antes? suré a buscar debajo de la cama. Me pareció veda,
-Crco que siempre. Una pcqueña molestia, corno reptando la pared. Corno una diminuta mancha de
un desajuste. La mano dcmasiado fría, o sudorosa. polvo más oscura.
El tono de voz ulla Ilota T1l~ís baja o más alta de la
prevista, La ocurrencia, un minuto antes, o un mi-
nuto después. Y ahora clla entraba con cste otro
, , tipo.
,
; ;:' -En la habitación a oscuras.
,1:·; -No me animé a encender la luz.
, :1 ~ '
-Las partículas invasoras.
-Ni a decide: «¡Váyanse!».
-Un acto: SllS consecuencias.
-Poder detenerlas.
-Negarse al acto, es negarse a las consecuencias.
-y el otro lo comete.
-Audazmente.
-Con arrojo: odio su valor.
-Sólo existe como contraste.
--No hay personas: hay funciones.
-y el sometimientb que hace necesaria la eXIs-
tencia de una autoridad.
-Del poder.
-Frente al cual sólo caben dos posibilidades: la
rebelión o ]a esclavitud.
-Pero son intercambiables: poco a poco el per-
seguidor se convierte en el perseguido. Y el perse-
guido, en el perseguidor.
-Observación muy atinada. Ah, pero ya son las
cuatro y cincuenta minutos. Su sesión ha terminado

46 47
agua caerá y las mujeres corren a poner cazos afue-
ra, ponen ollas y miran para arriba, esperando las
primeras gotas y todos pensamos que mi abuelo por
fin saldrá del fondo del pozo, que ha hecho una pro-
mesa, me voy al pozo, dijo, hace ya muchos días y
no saldré de allí hasta que el agua me desaloje, hasta
LA NAVIDAD DE LOS LAGARTOS que en el pozo el agua empiece a subir y al cruzar
el aire los pájaros se reOejen.
y la mala bestia del calor hace que los lagartos
Me levanté temprano y me fui a cazar lagartos. aparezcan, dejen el monte, el arroyo seco que ya
Con el palo ncgro quc ticnc una picdra cn b punta. nadie recucnla qué arroyo es, donde ]as vacas se-
Hace nueve meses que no llueve, y si sigue sin llover, dientas se echan, cansadas, sin nada que beber o
si no llueve antes de que el Nií10 nazca en el pesebre masticar. Yo los acecho, escondido, y cuando apa-
de la iglesia, seguramente no tendremos ni Navidad, recen, apunto bien hacia el centro de la cabeza, cie-
ni Aí10 Nuevo, ni ningÚn año, los años van a dete- rro uno de los ojos para no errar el tiro, vuela la
nerse, los años se volverán de piedra y no pasarán. piedra (con el calor, mis piedras son las Únicas cosas
Nos quedaremos para siempre fijos en esta cdad, que vuelan en medio del aire seco, como aves pre-
yo no creceré y morircmos niíios, sedicntos y cubier- históricas) y se estrella contra la testa parda, re-
tos de polvo, amarillaremos, como el campo, como donda y sin pupilas. Cada cinco lagartos que atrapo,
las plantas, nos secaremos, como la hierba. Tampoco e! hombre de las pieles me da un peso. Pero no todos
nacerá el Niño, aunque el camino esté lleno de la- los días salen los lagartos. Hay que esperar que el
gartos que salen a calentarse al sol, a dormir bajo sol caliente mucho y ellos bajen de los matorrales
la modorra de la luz, en el lecho de tierra seca, tan o salgan de los agujeros donde pasaron el invierno.
seca que no se ve ni un mendrugo de planta, ni un Porque les gusta el calor, y cuanJo e! sol aprieta,
retoí1o de árbol. Pero a mí me gusta el calor. Mi lentos, pesados, como si arras! raran una carcasa
abuelo, desde el fondo del pozo seco, grita que soy muy dura, avanzan entre las hierbas secas, hasta
una mala bestia porque estoy contento con el calor. encontrar un lugar que hierve y echarse allí, a coci-
tI se ha bajado al fondo del pozo, a esperar el agua. narse bajo el sol.
La lluvia que no llega, a pesar de que muchas tardes Me levanté temprano y me fui al monte. Al pasar
el cielo se llena de nubes grises y entre las nubes por el pozo, me asomé para ver al abuelo. El abuelo
grises hay algunas que son más oscuras, tienen el que sentado allí, en e! fondo seco del pozo, espera
lomo renegrido, y se instalan sobre el monte, sobre que el agua llegue, y cuando pasé hice un poco de
el monte amarillo que da lástima mirado. Todos ruido con el palo, para que él supiera que yo andaba
pensamos entonces que va a llover, que por fin el cerca, entonces él me escuchó y a los gritos --como

48 49
si el pozo fuera una montaña- me preguntó cómo eS- par'eció muy bonito, aunque yo prefiero mirarla cuan-
taba el cielo. Para consolarlo, le dije que había anchas do va con los cabellos sueltos. Después se sentó, se
nubes negras. De qué lado están, preguntó el viejo, sentó en el banco de madera, al lado de la cuna del
algo más quedo. Miré hacia un lado y otro el cielo niíio que aún no ha llegado y se quedó inmóvil, can
despejado, liso, orlado de luz, y le dije: «Del lado sus grandes ojos azules muy fijos mirando hacia
, del Norte. Las nubes gordas de agua están del adelan te. J us to en ese mamen to se me cayó el palo
I
que siempre llevo conmigo y tiene una piedra en la
II lado del Norte». «Bien. Entonces son las verendas»,
I dijo el abuelo, a quien le gusta bautizar las cosas. punta, de modo que tuve que inclinarme para reco-
ti espera la lluvia, y los lagartos esperan al sol. gerlo, y ella me miró. Yo estaba un poco aver-gonzado
Muchos lagartos abandonan sus agujeros estos días, por el ruido del palo al caer, pero como me sonrió,
lentos y perezosos se deslizan por la tierra e inmen- me acerqué UIl poco más y le dije: «¿Cuándo nacerá
samente quietos, como si fueran de piedra, se echan el niiio)) «Mañana -me respondió ella-o Mañana
a recibir el calor. Yo también los espero. Y la Vir- será el advenimiento.» Y como estaba un poco ner-
gen, espera al NiflO. La Virgen que tenemos en el vioso, me fui corriendo al monte, abrasado por el
,',...
pueblo, es vecina mía. No siempre ha sido Virgen: calor. Cuando llegué, me puse a tirarle piedras a los
ésta es la primera vez. Yo no sabía que era la Vir- árboles, porque no encontré lagartos.
gen, pero ayer, cuando entré a la iglesia para ver el Hoy mc desperté pensando que es el día en que
pesebre, vi que ella era la Virgen y en seguida me
" el Niño llega y quizÚs con él llegue también un poco
arrodillé. Estaban armando el cobertizo, y José de lluvia. Todo el mundo irá a depositar regalos al
amontonaba la paja, y había una cuna vacía donde pie de su cuna, porque no es un niño cualquiera.
seguramente pondrán al Niño cuando nazca. Ella y allí estará ella, esperándolo para mecerlo. De modo
estaba allí, muy callada, COIl Ull vestido largo que que bien temprano me fui al monte, a ver si algún
yo no le conocía y un manto en la cabeza; ordenaba "
lagarto madrugador qucría salir y al salir me encon-
las flores y ayudaba a preparar la casa y yo ]a veía traba a mí, esperándolo con el P3:0 que tiene una
muy bien, a pesar de la oscuridad de la iglesia. Había piedra en la punta, porque cuanc10 veo que se trata
gente alrededor y se escuchaba un murmullo porque de UI! lagarto muy somnoliento, no hay necesidad
con la e~casez de agua todo el mundo va a la iglesia, de apuntar desde lejos, me aicanza con aplastarle
salvo mI abuelo, que se metió en el pozo. Me pareció la cabeza con el palo. Y tuve suerte, porque no más
muy alta, más que cuando desde el fondo de mi casa al llegar a] monte y ponerme a liar unas briznas de
]a veo alzarse para arrancar una Inanzana o pasearse choclo, me di cuenta de que a lo lejos, lentos y pe-
entre los girasoles. José le hablaba, pero no pude sados, llenos de sueño y de sol, asomaban dos gran-
oír lo que le decía. Hacia arriba, allí donde el cober- des lagartos. Me gusta echarme al sol, de modo que
tizo termina en dos maderas en pico, había una esperé sin impaciencia. Ni una nube se veía en 'el
enorme estreHa con su resplandor. El manto me horizon te, y las chicharras can taban, borrachas de

51
50
)r;'
(;
j' .
luz. Con el calor, el pueblo está lleno de moscas y el ver la mentira del ciclo despejado, pero ya se habría
I
, ¡,
1" monte también. Zumban, azules, bordonas, y si uno dado cuenta, de todos modos. La gente, a ]a puerta
i se queda quieto, se le meten por los ojos y por la de la iglesia, parecía indecisa entre entrar ° seguir
nariz. Pero el humo las espanta, así que yo expul- mirando, melancólicamente, el cielo claro, la evi-
" saba el de las briznas de choclo apuntando hacia dencia del sol rotundo e implacable. Al fin, hartos
,
ellas. Los lagartos, lentos, bajaban. El Niño tendría de calor, entraban. Yo también entré, pero por la
"
muchos regalos. Su venida sería celebrada, a pesar puerta más pequeíía, la que está medio rota y el cura
del calor, de la seca, del ciclo despejado. Y a lo siempre pide limosna para arreglarla. La empujé
mejor tenía más regalos que nunca, para con ven- despacio, porque en cualquier momento se rompe
cedo de que hiciera llover. Vendrían todos los del del todo. Al costado, pude ver el gran pesebre ya
pueblo, más los Reyes, gente de un lado y de otro, dispuesto, con su paja esparcida por el suelo, su
a conocer al NiÍ10. Y ella estaría allí, muy quieta, luminosa estrella en ]0 alto, los enseres de José, que
mirando la cuna. Uno de los lagartos se echÓ en t;S carpintero, ]a cuna de madera, por fin la Virgen,
la pendiente, al lado de llna piedra blanca de sol, con su vestido largo y SLl manto en la cabeza. Me
y como una estatua, permaneció inmóvil. Le di un acerqué despacio, sin hacer ruido, porque la iglesia,
golpe seco con el palo, y apenas se sacudió. El sol a pesar de ]a gente, estaba en silencio, como solem-
me daba en la cara, pec[ueííos rayos luminosos se ne. Había poca Juz, pero del establo donde se espe-
me metían entre las pestañas y yo los intcntaba raba al NiílO, salía un resplandor de velas.
espalltar con la mano. El otro se echÓ no muy lejos A los pies de la cuna, vi manzanas rojas, naran-
de allí, entre unos yuyos ~ccos. Me acerqué por atrás jas, grandes -limones maduros, una cabra atada.
~-....
...•... --. - - -
.. ...
y apunté bien al centro de su cabeza roma. Tenía Me acerqué ala Virgén por un costado, sin que
Ja pie! caliente, CO!1l0 los baílistas cuam]o han toma- me viera. Ella miraba hacia adelante y tenía una
do mucho sol. Con los dos en las manos, me fui de! expresión muy serena, muy compu~sta, muy digna.
monte, acompañado por el chillido ebrio de las chi- Yo la había visto antes andar PO! el patio, encalar
charras. Están en ]as, ramas, cantando porque hay jas paredes, juntar limones caídos, desplumar los
mucho sol, crujiendo con las pií1as que se abren y pollos que servirían para el almuerzo. Entonces, yo
H
" largan su semilla de alas blancas, transparentes. Es no sabía que era la Virgen; entonces, hablábamos
difícil verJas, tan difícil como dejar de oídas. Por corno vecinos, me preguntaba por el abuelo, por mi
el camino, encontré otros lagartos pequeños, pero no madre, yo ]e decía que se nos había muerto el perro.
les hice caso. Anduve rápido y, cuando llegué al pue- Me acerqué y, en silencio, deposité los lagartos
b]o, me dirigí a la iglesia. en su falda. Ella se sorprendió un poco, al sentir el
Había mucha gente en la puerta, como cada vez peso. Recogió los ojos de donde los tenía (¿ dónde
que hay alguna ceremonia. Pensé en mi abuelo, que estarían navegando como peces?) y posiblemente no
estaba en el fondo del pozo, y desde allí no podía me vio, en medio de la penumbra. Los volvió hacia
52 53
los lagartos muertos. Yo seguía quieto, apoyado con- Toma tus lagartos, ofréceselos a :tI, o mejor: en su
tra un ángulo en la oscuridad. El Niño todavía no ~ nombre, perdónales la vida.
babía nacido, pues la cuna estaba vacía. Pero ella Los cogí, no tuve más remedio, y salí corriendo
sin duda lo estaba esperando. de la iglesia. No sé hacia adonde iba, pero por el
-Quiero ser el Nifio -dije, desde la oscuridad, camino pasé por el pozo, donde estaba el abuelo.
hablando bajo-o Por [aval' -insistí-, haz que el Tiré los lagartos lejos y jalé la cuerda. Me deslicé
hasta el fondo, donde el abuelo rumiaba, a la luz de
Niíio sea yo.
Los lagartos seguían en su falda, inmóviles, tan una vela, sus maldiciones acerca de la vida. Cuando
quietos corno cllando en el camino se echan para estuve en el fondo del pozo, el abuelo no se sor-
recibir al sol. Nada los diferencia, cuando están dor- prendió.
-Era hora de que bajaras -me dijo él, sin son-
midos, cuando están muertos.
En su falda, los lagartos eran una pequeíia man- reír-o Ponte a hacer ruido con esas latas -agre-
g6--. A veces, así, se atrae al agua.
cha oscura.
-Para el Niño -dijo ella. sin descubrirme aún
en la oscuridad-, las ofrendas deben ser de vida,
no de muerte. Perdón alas hoy, en el día del adveni-
miento. Nad2 debe estar muerto, alrededor de su
CLlna.'fOlIo debe respirar, estar fresco. ¿Entiendes?
Se había erguido un poco, sobre el banco de ma-
dera al pie de ]a cuna del Niño y con los lagartos
en la mano, asidos por la cola, me I-]uscaba en la
oscuridad.
-No son para tI --respondí, rabioso--. No los
he cazado para el Niíio a quien todo se ofrece, sino
para ti -dije, rebelde-o Puedo traerte más, todos
los que quieras. Cada cinco, el hombre de las pieles
paga un peso. Puedo ir al monte a cada rato, y bajar
con más. Tú los guardarás hasta ]a noche, y cuando
ya no se vea más el sol, tendrás muchos lagartos a
tu alrededor, muchas pieles, las venderás al hombre
que paga ...
-Los homenajes de este día -dijo- son para
:tI. Para el recién llegado. Para el que está viniendo.
55
54

... --- -~ ------


luz artificial de día y de noche) era el hombre que
estaba en el tercer lugar de la fila número quince,
siempre y cuando se hubieran establecido lugares
1 y filas para el ascenso y descenso de la escalera.,

¡
1:
LA GRIETA
El interrogatorio se desarrolló una tarde fna y
húmeda del mes de noviembre. El hombre solicitó
que se le aclarara en qué equinoccio se encontraba,
ya que, a raíz de la vacilación que había provocado
¡
,,' el accidente, sus ideas acerca del mundo estaban en
I J'
El hombre vaciló al subir la escalera que condu- un período de incertidumbre.
cía de un andén a otro del metro, y al producirse -Estamos, por supuesto, en invierno -afirmó
11 con notable desprecio el funcionario encargado de
esta pequeña indecisión de su parte (no sabía si se-
guir o quedarse, si avanzar o retroceder, en realidad interrogarle.
tuvo la duda de si se encontraba bajando o subien- -No quise ofenderlo ---contestó el hombre, con
do) graves trastornos ocurrieron alrededor. La com- humildad-o No sabe hasta qué punto le agradezco
pacta muchedumbre que le seguía rompió el denso su gentil información -agregó ..
entramado -sin embargo, casual- de tiempo y es- ", -Con independencia del invierno ---contempon-
pacio, desperdigándose, como una estrella que al ex- zó el funcionario--, ¿. quiere explicarme usted qué
11 plbtar, provoca diáspora de luces y algÚn eclipse, fue lo que provocó este desagradable accidente?
Hombres perplejos resbalaron, mujeres gritaron, ni- El hombre miró hacia un lado y otro de las ver-
ños fueron apJastados, un anciano perdió su peluca, des paredes. Al entrar al edificio, le había parecido
una dama su dentadura postiza, se desparramaron que eran grises; pero como tantas otras cosas,. se
los abalorios de un vendedor ambulante, alguien trataba de una falsa apariencia, salv'J que efectIva-
aprovechó la ocasión para robar unas revistas del mente, en cualquier momento, vohlcran a ser gri-
quiosco, hubo un intento de violación, saltó un reloj ses. ¿Quién podía adivinar 10 que el instante futuro
de una mano al aire y varias mujeres intercambia- nos depararía?
ron sin querer sus bolsos. -Verá usted -se aclaró la garganta. No vio un
El hombre fue detenido, posteriormente, y acu- vaso con agua por ningún lado, y le pareció impru-
sado de perturbar el orden público, tI mismo había dente pedido. Quizás fuera conveniente no solicitar
sufrido las consecuencias de su imprudencia, ya que, nada. Ni siquiera comprensión. Paredes desnudas,
en el tumulto, se le quebró un diente. Se pudo deter- sin ventanas. Habitaciones rectangulares, pero es-
minar que, en el momento del incidente, el hombre trechas.
que vaciló en la escalera que conducía de un andén El funcionario parecía levemente irritado. Pare-
a otro (a veinticinco metros de profundidad y con cía. Nunca había conocido a un funcionario que no

57
56 "
lo pareciera. Como una deformación profesional, o terioro. Repetir es destruir-o ¿En qué escalón se
un mal hábito de la convivencia. encontraba usted?
. -De pronto -dijo el hombl"e-, no supe si con· Al hombre le pareció que ahora la grieta cra un
t~nuar o si quedarme. Sé perfectamente que es insó' poco más grande, pero no sabía si se trataba de un
hto. Es insólito tener un pensamiento de esa natu- efecto óptico o de un crecimiento real. De todos mo-
raleza al subir o bajar la escalera. O quizás, en cual- dos -se dijo--, en algÚn momento crece, se trata
quier otra actividad. de estar atentos, o quizás, de no estarlo.
--:-¿En .qué escalón se encontraba? -interrogó el -No puedo asegurado -afirmó el hombre-o
funclOnano, con frialdad profesional. ¿Existen efectos ópticos en esta habitación?
-No puedo asegurarlo -contestó el hombre El funcionario no pareció sorprendido. En reali-
sinceramente. Quería subsanar el error-o Estoy se: dad, los funcionarios casi nunca parecen sorprender·.
g~ro de que alguien debe saberlo. Hay gente que se de algo y en eso consiste parte de su función.
sIempre cuenta los escalones, en uno u otro sentido. -No - dijo con voz neutra-o Usted, ¿iba o
Vayan o vengan. venía?
-Usted, ¿iba o venía? -Alguien debe saberlo -respondió el hombre,
-Fue una vacilación. Una pequeña vacilación, mirando fijamente la pared. Entonces, era posible
¿entiende? que la grieta hubiera aumentado en ese mismo mo-
,1, De p.ronto, al deslizar los ojos, otra vez, por la mento. Estaría creciendo sordamente, en la oscuri-
superfiCIe verde de la pared, había descubierto un dad del verde, como una célula maligna, cuya inten-
diminuto agujero, una gdeta casi insignificante. No ción difiere de las demás.
podía decir si estaba antes, la primera o la segunda _¿ Por qué no usted) --volvió a preguntar el fun-
vez que miró la pared, o si se había formado en ese cionario.
mismo momento. Porque con seguridad hubo una -Ocurrió en un instante -dijo el hombre, en voz
ép~JCa en que fue una pared completamente lisa, alta, sin dirigirse expresamente a él. Trataba de des-
gns o verde, pero sin ranuras. ¿ Y cómo iba a saber cribir el fenómeno con precisión.
él cuando había ocurrido esta pequeña hendidura? Ahora el agujero en la pared parecía inofensivo,
De todos modos, era muy incómodo ignorar si se pero con seguridad era sólo un simulacro.
trataba de una grieta antigua o moderna. La miró -Supongo que bajaba, o subía, lo mismo da.
fijamente, intentando descubrirlo. Había escalones por delante, escalones por detrás.
-Repito la pregunta -insistió el funcionario No los veía hasta llegar al borde mismo de el1os, de-
con indolente severidad. Había que proceder com~ bido a la multitud. Erarnos muchos. Vaga concien-
si se tratara de niños, sin perder la paciencia. Eso cia de formar parte de una muchedumbre. Repetía
decían los instructores. Era un sistema antiguo, pero los movimientos automáticamente, como todos los
eficaz. Las repeticiones conducen al éxito, por de- días.
59

i
-¿Subía o bajaba? -repitió el funcionario, con lada, una delgada línea que ascendía -si miraba des-
paciencia convencional. fl sintió que se trataba de de abajo--- o descendía -si miraba desde arriba-o
una deferencia impersonal, un deber del funciona- La altura en que estuviera colocado el ojo decidía,
Tio. No era una paciencia que le estuviera especial- " en este caso, la dirección.
mente dirigida; era un hábito de la profesión y ni --En el momento inmediatamente anterior a los
" siquiera podía decirse que se tratara exactamente de hechos que usted narra --concedió el funcionario,
un buen hábito. casi con delicadeza-, ¿ recuerda usted si acaso su-
-Se trata de una sola esca1cra -dijo el hom- bía o bajaba la escalera?
bre- que sube y que baja al mismo tiempo. Todo -Es curioso que el mismo instrumento sirva
depende de ]a decisión que se haya tornado previa- :'. tanto para subir corno para bajar, siendo, en el fon-
mcnte. Los peldaiíos son iguales, dc ccmcn[o, color do, accioIJl~S opuestas -rcf1exionó el hombre, en voz
gris, a la misma distancia, unos dc otros. Sufrí una ., alta-o Los pcldaiíos estÚn rnÚs gJstados hacia el
pequeila vacilación. Allí, en mitad de la escalera, con centro, allí donde apoyamos el pie, tanto para lo uno
toda aquella multitud por delante y por detrás, no :;, como para lo otro. Pensé que si me afirmaba allí
supe si en realidad subía o bajaba. No sé, señor, si ~., iba a aumentar la estría. Un minuto antes de la va-
usted puede comprender lo que significa esa peque- _ cilación --continuó-, la memoria hizo una laguna.
ñísima duda. Una especie de turbación. Yo subía o La memoria navega, hace agua. No sirvió; quedó
bajaba --en eso consistía, en parte, la vacilación- atrapada en el subterrÚneo.
y de pronto no supe qué hacer. Mi pie derecho que- -SegÚn sus antecedentes -interrumpió, enér-
dó suspendido un momento en el aire. Comprendí gico, el funcionario-- jamás había padecido am-
-con terrible lucidez- Ja importancia de ese gesto. neSla.
No podía apoyado sin saber antes en qué scntido lo --No --afirmó el hombre-o Es un recurso litera-
dirigiría. Era, pues, pertinente, resolver la incerti- rio. Fue una grieta inesperada.
dumbre. Asccndicndo, la línea se dirigía k,cia el techo. Po-
La grieta, en la pared, tenía el tamaÍío de una mo- día seguida con esfuerzo, ya que no veía bien a esa
i; : neda pequeña. Pero antes, parecía la cabeza de un ,.. distancia. Sólo una abstracción nos permitía saber,
alfiler. ¿ O era que antes no había apreciado su di- cuando nos sumergimos, si la corrieé1te nos desliza
mensión verdadera? La dificultad en aprehender la hacia el origen o hacia la desembocadura del río, si
realidad radica en la noción de tiempo, pensó. Si no empieza o termina.
hay continuidad, equivale a afirmar que no existe -Un momento antes del accidente -recapituló
ninguna realidad, salvo el momento. El momento. el funcionario---, usted, ¿subía o bajaba?
El preciso momento en que no supo si subía o ba- -Fue sólo una pequeña vacilación. ¿Hacia arri-
jaba y no era posible, entonces, apoyar el pie. Por ba? ¿Hacia abajo? El pie suspendido en el aire,
encima de la grieta ahora divisaba una línea ondu- a punto de apoyarIo, y de pronto, no saber. No hay

60 61

' ..
,
¡ .,
1

ningÚn dramatismo en ello, sino una especie de tur- .


bación. Apoyarlo, se convertía en un acto decisivo.
Lo sostuve en el aire unos minutos. Era una posición
incómoda, pero menos comprometida.
_¿ Qué clase de vacilación? -preguntó de pron-
to el funcionario, iracundo. Estaba fastidiado, o ha-
LA OVEJA REBELDE
bía cambiado de táctica. La grieta tenía ramifica-
ciones. Nadie es perfecto. No se sabía si esas
ramificaciones conducían a alguna p;:¡rte. Todo sería más fácil, si la primera oveja se deci-
-Por las dudas, no actué -confesÓ el hom-
diera a saltar. Las noches son largas. El campo, muy
bre-. Me pareció más oportuno esperar. Esperar
a que el pie pudiera volver a desempeñarse sin tur- verde. La ciudad está a oscuras.
No salta, mirando ajenamente hacia un costado.
baciones, a que la pierna no hiciera preguntas in-
Me detengo a analizar esa mirada. Es por los ojos
confesables. que comprendemos que los animales son otra cosa.
_¿ Qué clase de vacilaciÓn? -volviÓ a preguntar
Pero ella se resiste a saltar. El Último café que per-
el funcionario, con irritaciÓn. manece abierto, cierra a las tres. Cuando abandono
-De las derivativas. Clase G. Configuradas como
el lugar, los árboles están muy quietos. Algún auto
pe]igrosas. No es necesario consultar el catálogo, se-
rezagado atraviesa velozmente la calle, con una li-
ñor -respondió, vencido, el hombre-o Una vacila-
bertad de la que carece de día. Nunca había pensado
ciÓn con ramificaciones. De las que vienen con fami-
en las ovejas, hasta que se me ocurrió contadas. Pa-
lia. A partir de la cual, ya no ~e trata de s8ber si se
recía un procedimiento sencillo. Es la quietud, el
b<1ja o se sube la escalcL1: esO no importa, carece de
cualquier sentido. Entonces, Jos hombres que vienen silencio y la soledad de ]a noche lo que me mantiene
detrás -se suba o se baje siempre hay una multitud despierto. Mis pasos, que no quisierd escuchar, en
• ·1.
.,., la frialdad de la casa. El crujido de los peldaÚos, al
anterior y otra posterior- se golpean entre si, invo-
luntariamente, hay gente que grita, todos preguntan subir la escalera, con su resonancia de madera reu-
qué pas8, 8ldl8n las sirenas, ]as paredes vibran y se mática. Son los huesos, son los huesos de la ciudad
agrietan, niíios lloran. damas pierdcn botones y pa- los que suenan a esta hora en que todos duermen,

raguas, los inspectores se reÚnen y los funcionarios y la oveja, la primera del grupo, se niega a saltar.
investigan la irregularidad. -La mancha se estiraba Cierro los ojos. En la oscuridad de las pupilas, $e
como un pez-o ¿ Puede darme un cigarrillo? dibuja el campo verde, la valla blanca, el grupo de
ovejas inmóviles. Miran hacia un lado y otro, distan-
tes, como si mirar no tuviera importancia. Entonces,
trato de forzarIa. Con los ojos cerrados, me concen-

¡.
63
62
..
-

.~
lado. Por momentos creo que ella piensa que saltar
tro en el acto de ordenar a la oveja que salte la va- es una tontería que sólo se le puede ocurrir a un
lla. N? sé cómo un hombre que no está dormido hombre enfermo y cansado que no consigue conci-
per~ tl:ne los ojos cerrados puede hacerse obedecer. liar el sueño. En realidad, ¿qué motivo podría llevar- .'

Me IITltO. conmigo mismo. ¿Por qué esa oveja obce- la a saltar? Por lo que alcanza a ver, el campo es
cada se nIega a cumplir la orden? Trato de pensar en idéntico del otro lado. El pasto es el mismo y no la
otra cosa, pero es imposible. Ahora que la he convo- estimula la posibilidad de apartarse del rebaño. «Va-
ca?o, en la oscuridad de la noche, en la soledad de mos, vamos, ovejita, aním:lten, le digo. «¿No sientes
mis pÚrp.ados cerrados, y ella ha aparecido, con su curiosidad por lo desconocido)n Ella no l11e mira.
gran ab~lg.o de lana, sus cortas orejas y su simu- En realidad, no consigo que salte, pero tampoco, que
I.a?,a pasIvIdad, no puedo ahuyentarla simplemente. me mire. Creo que yo no cxisto para ella. Sin embar-
(Corno hemos llegado a invertir los papeles) Yo soy go, ella y su terrible resistencia son reales para mí.
:l ~lIe manda, tengo deseos de gritar. Permanecería He de conformarme con mi ovejita rebelde. Pienso
!f1clIfe:-ente ante este grito, también. No me escucha. en gente cuyas ovejas saltan cada noche y deduzco
La pnmera del grupo no es siempre la misma. Pero que han de ser mejores pastores que yo. Mi rebaf10
hay que se~- un experto para distinguir una oveja de es indiferente. No experimenta la emoción del ries-
otra, espeCIalmente si se tienen los ojos cerrados si go, ni lo tienta la aventura. La valla, blanca, consti-
en :a ha~)i~ación no existe ninguna luz, si la ciudad tuye el límite aceptado de su ll1undo. ,,¿ No crees que
e~ta en tlIueblas, si los árboles no se mueven y el te- la valla es una opresión In, le pregunto, a veces, a la
le,fono no llam.a. En realidad, de la primcra oveja primera del grupo. Ella no responde: permanece in-
s?lo puedo decIr que es la primera. Nada la diferen- móvil, mirando hacia \1n costado, ajena a cualquier
CIa del resto, sólo que estÚ frente a la valla blanca clase de inquietud. No es, por tanto, un límite. La
~ que se supo~: que yo debería conseguir que salta- valla no es un límite. El hecho de que mis ovejas no
r,a, para c?ncIlJar el sueño. Es muy posible que si
salten, me confiere una rara distinc;ón. No soy, pues,
e~t,a, la p:lmera, se decidiera a saltar, las otras tam-
el dueflo de mis ovejas. No las domino en la vigilia,
blCn lo lucieran. ~é q~e lo harían. Repetirían lo que
lo cual me impide conciliar el sueño. No hay espe-
-ha hecho l,a antenor sm oponer ninguna resistencia,
y yo podna contadas, una a una, a medida en que ranzas de dormir para mí.
-La oveja, se niega a saltar -le dije a un com-
atravesaran la valla pintada de blanco. Entonces
dulcemente, el sueño llegaría, envuelto en nube~ pañero de oficina, una noche, en casa, mientras ju-
y vellones, en pasto, en números de prolija sucesión gábamos al ajedrez. tI me había aconsejado, para
Pero lae Prime' la, .!f1t ranslgente,
.. se niega a moverse dormir, el sencillo procedimiento de contar ovejas
del suelo. A veces se 3cerca a la valla, pero sólo es que saltan una valla blanca. Levantó los ojos dd
para ~rrancar alguna hierba; no eleva la cabeza no tablero (sostenía en la mano su devastador caballo
expenmenta ningún interés por lo que hay del ~tro 65

64
de dama) y con aire imperturbable (es un hombre al tonces, lentamente, la oveja volvió sus suaves y os-
cual no se sorprende con facilidad) me dijo: curos ojos hacia mí. "Salta», le ordené, exasperado,
-¿ Cuál de ellas? pero al volverse, la valla quedaba a sus espaldas. Me
-La primera -respondí. había clavado sus ojos negros y, a pesar de mi furia,
Colocó su caballo de tal manera que sólo podía comprendí que la palc.bra valla no significaba nada
contribuir a mi ruina. No sé rematar las jugadas: para ella. ¿ Cómo era posible que no entendiera una
puedo ir ganando, pero ello me precipita irremedia- orden tan sencilla? "Salta», grité otra vez, y el se-
blemente en la pérdida. gundo golpe incidió sobre el mism? lugar, seco, fe-
-fuérzala -me aconsejó, drásticamente. roz. Ahora la oveja retrocedió, trastabillando, de es-
Sólo puedo ganar cuando juego conmigo mismo, paldas a los maderos blancos. Habíamos quedado
cuando mi mano derecha es rival de mi mano iz- separados del grupo, enfrentados; las otras ovejas
quierda. rumiaban, el campo era verde, más allá de la valla
Esa noche, exasperado por haber perdido otra se extendía otro campo idéntico; ¿había algÚn mo-
vez, a pesar de mi posición favorable y de contar con tivo para saltar? "Salta», le dije otra vez, y al tercer
una pieza de ventaja, decidí forzar a la oveja rebel- golpe, un hilo de sangre comenzó a manar entre los
de. No bien me acosté, cerré los ojos y obligué al vellones crespos, Su contemplación me excitó. La
campo a aparecer, a las ovejas a pastar. Era el cam- sangre se mezclaba con la lana, había filamentos de
po de siempre, y el rebarlO, el mismo. Una oveja, no hojas y de tallos enredados en Jos vellones, tuve de-
muy distanciada del resto, pacía cerca de la valla. seos de quitárselos, de acariciarla, de matarla, tam-
"Salta», ordené, imperiosamente. La oveja no se mo- bién. «¿Por qué no saltas, oveja del demonio?», grité;
vió no levantó la cabeza. "Salta», volví a decide, esta vez le golpeé en el Joma, en el aterciopelado,
y c~'e() que mi voz resonó en el silencio del edificio, robusto lomo de oveja que algún día iba a morir no
de la ciudad en tinieblas. "Salta, condenada», repe- de muerte natural, pero que confiaba aÚn con pastar,
tí. Ella 110 escuchaba mi grito, rumiaba ;drededor de con rumiar al lado de las otras, aunque yo no dur-
la valla, sin mirar mas alIÚ. miera nunca, aunque el sueí10 rn'~ estuviera ncgado
Entonces, me armé de un palo. No sé donde lo para siempre, y el salto, el salto, tucra el único modo
encontré, porque no suelo tener armas en la casa. '. de obtenerlo. En sus vellones se habían cnredado
Detesto la violencia. Blandiendo el palo, me acerqué abejas, hojas oscuras, diminutos tallos; la sangre,
a la oveja, a la p¡'imera del grupo. No pareció verme, espesa y oscura, teñía un poco la lana; las demás
y si me vio, el palo no significaba nada para ella. Lo ovejas pastaban, ella me miraba, me miraba sin com-
agité en el aire, por encima de su nuca enrulada. El prendcr lo que yo quería, Ja valla estaba a sus es-
primer golpe, se lo di de lleno en la cabeza, entre paldas, una inofensiva, simple valla blanca, fácil de
¡
11.
I ambas orejas, y tuve la sensación de aplastar algo saltar, si uno se lo proponía. «Puedes hacerla, salta»,
!' muJlido, seguramente la lana espesa de los aros. En- grité, y volví a golpearla, otra vez sobre el lomo. Me

66 67
pareció que algo crujía, pero no eran los maderos,
no era ]a valla, y ella continuaba retrocediendo, aho-
ra estaba a pocos pasos; para volver a golpeada yo
ten ía que avanza r, es to me repugna ha, 1_ por qué era
tan terca? Si se dignara darse cuen ta, si fuera ca-
paz de comprender lo que yo le pedía; sus patas
trastabillaban, a cada golpe parecía mÚs indefensa. SORDO COMO UNA TAPIA
«Ahora va a inclinar las extremidades», pensé, va
a echarse en el suelo hasta desangrar, hasta morir,
pero no va a saltar, no se elevará sobre la valla para Era una puerta de roble, robusta, aunque el paso
que las otras la imiten; el palo estaba manchado, su del tiempo y algÚn mal trato se notarG\n en las cica-
visión me excitaba. «Así hay que tratarte», le dije, trices, en dos arrugas profundas, cerca del ojo. Qui-
entonces lo hundí en su vientre, aproveché su incli- zás podría agregarse que ese Único ojo, al centro, en
nación para asestarlc allí otro golpe, no sabía que medio de la frente, era un ojo demasiado pequeño
el vientre de las ovejas era rosado, soy un hombre para una puerta lan grG\nde, pero nadie es perfecto.
de ciudad, no estoy acostumbrado a mirar ovejas, La habían barnizado: siempre hay gente que barni-
a contemplarlas del lado del vientre, csa panza blan- za puertas. Se podía suponer que la capa de barniz
da, all, qué mullida era, Ja oveja expiraba, iba a mo- le tocó para festejar algÚn anivers~\rio, que alguien,
1·1 rir en cualquier InOll1ento sin saltar, asesté otro gol- al mirada, dijo, por ejemplo: «A esta puerta le falta
pe allí donde ella era rosada, la carne blanda, la una capa de barniz» (a algunas mujeres les falta un
delicada, tierna carne de oveja que ya no irá al ma- sombrero, o un lunar, o unas sandalias nuevas), que
tadero porque no saltó, porque no supo que la vana la dueila de la casa, mientras recogía los platos de
era un obstáculo salvable; cuando hundí por Última la mesa comentó, mirando al marido: «Si vamos
vez el palo en sus p::trles bJamlas tu\'c un estremeci- a invitar a tu fG\mil¡G\ al CUl11plcÚ'us mejor empezás
miento, una somnolencia me invadió, era dichoso, el por barnizG\r b puerta ", o que u¡\ sZlbado a la tarde,
palo estaba quieto, muy junto a su carne, la tibia, sin nada que hacer, un hombre solo, el melancólico
blancuzca carne que ahora tocaba con las manos an- propietario de la puerta, para entretenerse, la bar-
siosas, pero si era esta tibieza, era este suave contac- nizó. Sea como sea, cuando la encontró, de la capa
to el que me traía el sueño, comprendí que iba a dor- de barniz sólo quedaban algunos rastros, hilos de
mirme, que manchado de sangre, muy pegado aJas aceite que bajaban mansamente, interrumpiéndose
entrañas destrozadas de la oveja, todavía calientes, antes de llegar al final.
yo me iba a dormir como un niño muy ingenuo que La cwcontró a la noche, en un baldío lleno de ga-
no ha sal tado todavía la valla blanca. tos, entre cajas vacías, latas herrumbradas y botellas
rotas. Alguien la había quemado con un cigarrillo

69
68
(~iel1lprc hay perversos qlle se propasan con los dé- duras de insecto, araÍÍazos de gato. Lo hizo suave
bIlcs, :specialmente si el lugar es sombrío y la débil y concienzudamente, sin apresurarse; por suerte, nin-
atra.ctlva), dc modo que presentaba un estigma, un gÚn daño era muy grave. Después, volvió a levantarla
aguJ,ero en. mitad ~e! cuerpo. La suciedad y cl polvo y la dejó apoyada contra la pared, del lado de la ven-
P?c!Jan qUItarse rapldarnente con un paño, en cam- tana, por donde entraba ]a luz de los faroles de la ca-
," lle. Pensó que desde allí divisaría un panorama dis-
bIO la hueJIa de la mano salvaje que la horadÓ no
podía disimularse fácilmente, ni borrarse co~ el tinto que en el baldío; podría entretenerse con el
¡." , ~'. tiempo. vaivén de las hamacas (hasta el amanecer había ado-
~ f~.;~H· . La levantó como pudo, porque estaba desmayada, ."
lescentes que fumaban hierba en la plaza), con las
,• :. .;.J correrías de los perros vagabundos. Como era de no-
' .. ', SIIl. fuerzas: y pesa.b~ mucho. Cuando consiguiÓ po-
•... '.
!'.
:. che, por la ventana podría ver el tronco oscuro de los
J:/ nCI la de pie, resl)]ro profundamente. Era casi tan
alta corno él. Antes de ponerse a caminar, la tapÓ tilos entre los haces de luz de los !leones y si se esti-
con pa~el de diario. Posiblemente la afeara, pero é] raba un poco (y podría hacerlo en cuanto estuviera
se sentla más tranquilo. menos dolorida), hasta algunas lejanas estrellas que
El camino no fue fácil. Ella a veces se balancea- brillaban encima de la torre del laboratorio.
ba, otras se caía, a él le dolía la espalda. Advirtió Le dio tiempo, para que descansara, mientras él
q~e muchas personas lo miraban, pero no se preocu- hacía otras cosas. Se lavó las manos y los brazos, lle-
~o: de noche la gente está atenta a cualquier cosa. nos de tierra, puso la cafetera en el fuego, sacudió
Cuando llegaron, optó por no usar el ascensor: la el polvo de sus zapatos, enccndió un cigarrillo, dio
tuvo que arrastrar por la escalera, con peligro de largas bocanadas, regó el helecho que ocupaba el cen-
~ue ambos se cayeran o despertaran a los vecinos. tro de la mesa. Se sirvió el café, en una taza blanca,
E¡~ el rell.ano, la dejó inclinarse contra la pared igual que en el bar, porque algunas cosas le gustaban
mJentras el se tomaba un respiro. Se secó el sudor que fueran como tenían que ser.
de la fl:ente, volvió a conectar la luz de la escalera que Entonces volvió a la sala, oscur;)., sólo iluminada
se habla apagado y sólo dio dos pitadas al cigarrillo, por la luz de ]a calle que entraba por la ventana (los
para no sobrecargar los pulmones, por lo menos has- perfiles negros de los árboles, las hamacas sacudién-
-.
ta que llegaran. dose en el vacío, la torre erguida de) laboratorio, los
Como si volvieran algo ebrios de una fiesta, se perros que al correr ladraban, el chasquido de los
tambalearon al dar los Últimos pasos y ella se inclinó automÓviles al doblar la esquina, una radio, no muy
sobre su espalda, mientras él buscaba la llave. Por lejos, transmitiendo bailables), la miró y le habló. Se
fin, abriÓ. disculpó por lo duro del viaje, por haberla tapado
La instaló en el suelo, cuan larga era, mientras iba con papel de diario (pero él era muy sensible a los
a buscar un paño para limpiarle las heridas, los ma- orificios, no soportada, en realidad, los agujeros va-
gullones del baldío. Limpió huellas de musgo, pica- cíos). En fin, quizás fuera algo sin mucha importan-

70 71

..
cia. Podrían buscar otra manera de solucionarlo: qui-
zás un parche de tela, quizás una cirugía plástica. Las
demás cosas, se irían corrigiendo con el tiempo. La
pintura despareja podría arreglarse con cosméticos
nuevos; los vendían en todas las tiendas. Si bien las
h cicatrices no eran fáciles de tapar, no creía que la
afectaran mucho: le conferían carácter y madurez, PUNTO FINAL
algo que no abunda en este mundo. En cuanto a los
cigarrillos aplastados, le aseguraba que era hombre
pacífico, detestaba la 'violencia y la casa estaba llena Cuando nos conocimos, ella me dijo: «Te doy el
de ceniceros. S<'>lo quería, lentamente, contarle su punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas.
vida. Consérvalo, para usado en el momento oportuno. Es
lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mere-
ces confianza. Espero que no me defraudes». Durante
mucho tiempo, tuve el punto final en el bolsillo. Mez-
.. dado con las monedas, las briZI1as'de-i~b~co~yT;s fós-
.," foros, se ensuciaba un poco; además, éramos tan fe-
lices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces
compré un estuche seguro y allí lo guardé. Los días
transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión
y del tedio. Por la mañana nos despertábamos ale-
:-~ gres, dichosos de estar juntos; cada jornada se abría
':. como un vasto mundo desconocido, lleno de sorpre-
'.~ sas a descubrir. Las cosas famiJiares dejaron de serio,
':recobraron la perdida frescura, y otras, como los
. parques y los lagos, se volvieron acogedoras, mater-
....nales~ Recorríamos las calles observando cosas que
los demás no veían y los aromas, los cOlor, las lu-
ces, el ti.e,mpo y el ;spacio. eran más inte~sos. uestra
percepclOn se habla agudlzado, como baJo' ~o efectos
'de una poderosa droga. Pero no estábamos ebrios,
sino sutiles y serenos, dotados de una rara capacidad
.para armonizar con el mundo. Teníamos con nues-

72 73
mercado de artículos viejos. Me pareció el lugar más
tras sentidos una singular melodía que respetaba el
adecuado para guardado. El punto estaba allí re-
orden del exterior, sin sujetarse a él.
dondo, ~inúsculo,. bien acomodado. Pero pas~ron
Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inad-
tantos anos. Es posIble que se extraviara durante una
vertidamente. No puedo saberJo. Ahora que la dicha
mu.danza, o quizás alguien lo robó, pensando que era
terminó, no encuentro el punto final por ningÚn valIoso.
lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios. Luego de buscarlo en vano casi todo el día, me
«¿Dónde lo guardaste? -me pregunta ella, indigna- voy de casa, para no encontrar su mir<1da de repro-
da-o ¿Qué esperas para uS;lrlo? No dell10lTs m{ls, de che, 'u ,m de ud lo. Toda nu"!>·. rel lel dad anteelo, ..
lo contrario, todo lo anterior perderá belleza y sen- ha desaparecido, y sería inÚtil pensar que volverá. )
tido.» Busco en los armarios, en los abrigos, en los
P:ro tam,:oco podemos separarnos. Ese punto hui-
cajones, en el forro de los sillones, debajo de la me"a d~zo nos lIga, nos ata, nos llena de rencor y de fasti- \
y de la cama. Pero el punto no está; tampoco el es- dIO, va devorando uno a uno los días anteriores los -'
tuche. Mi bÚsqueda se ha vuelto tensa, obsesiva. Es que fueron hermosos. '
posible que Jo haya extraviado en alguno de nuestros SóJo espero que en algÚn momento aparezca, por
momentos felices. No está en la sala, ni en el dormi- azar, extraviado en un bolsillo, confundido con otros
torio, ni en la chimenea. ¿ El gato se lo habrá comido? objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio
Su ausencia aumenta nuestra desdicha de manera y poJvoriento punto fln,,1, a destiempo, como el que
dolorosa. En talllo el pUJlto JlO ;lparCl.ca, est;1I1l0S
colocan los escritores noveles.
encadenados el uno al otro, yesos eslabones están
hechos de rencor, apatía, vergi.ienza y odio. Debemos
conformamos con seguir así, desechando la posibili-

dad de una nueva vida. Nuestras noches Sal! penosas,

I~'
"1

compartiendo la misma habitación, donde el resque-


mor tienc la estatura de una pared y asfixia, corno

t'
,,

un vapor malsano. Tiñe los muebles, los armarios, los
libros dispersos por el suelo. Discutimos por cual-
quier cosa, aunque los dos sabemos que, en el fondo,
se trata de la desaparición del punto, de la cual ella
'í. !'
me responsabiJiza. Creo que a veces sospecha que
ti
en realidad lo tengo, escondido, para vengarme de
J., ella. «No debí confiar en ti -se reprocha-o Debi ima-
ginar que me traicionarías.»
Era un estuche de plata, largo, de los que antigua-
mente se usaban para guardar rapé. Lo compré en un
75
74
suicidio. En medio de la depresión general y de la
confusión, alguien ha decidido hacer de capitán (ta~-
bién muy tarde comprobamos que viajábamos sin trI-
pulación). Se ha subido a una tarima, en la borda. Ha
pedido silencio. Sólo las olas no callaron. Entonces,
,.
dijo:
EL VIAJE INCONCLUSO -j Compaiíeros!
(Hubo un estremecimiento a bordo. Por diversos
motivos. que no vienen <.11 caso relatar <.1hora,1<.1
pala-
Cuando comprendemos que se trata de un Viaje bra provocaba escalofríos en dos clases diferentes de
sin retorno y sin arribo, se produce una gran confu- personas.) ,
sión. Se oyen lamentos, súplicas, preguntas sin res- -Colllrañeros, -repitió esta vez con menor en-
puesta, aglomeraciones en ]a borda, conatos de fasis. (¿ Sería un estudiante de ciencias políticas o un
pelea. Se busca afanosamente un culpable; aunque mero aficionado?, me pregunté.)
en justicia sería difícil encontrar uno, todos están -Lo que nos sucede ...
dispuestos a exigir pocas pruebas; la sospecha puede (Murmullos alrededor. No todo el mundo estaba
alcanzar. Pero los acusados tienen coartadas suficien- dispuesto a admitir que nos sucedía algo. Eran los
tes, aun para los esríritus m{lS inclinados a la ven- que pretendían ignorar la situación y nos sugerían
ganza. El médico asegura que fue contratado para que debíamos continuar como si tal cosa. Para ello,
curar los resfrías de la época de tormenta; los sal- habían organizado un torneo de canasta; una expo-
timb.anquis -viajamos en medio de una compañía sición de cuadros, confeccionados con algas y con
de CIrco ambuJante- Jloran: si por lo menos con conchas -nada original. por otra parte-, un juego
unas cuerdas o unos trapecios se pudiera cruzar el de adivinanzas con prendas y un bingo múltiple.)
mar. La actriz se impacienta, no IIlUYconvencida del - ... 110 debe ser motivo ...

papel que le toca desempeñar en es'ta ocasión; a ra- (Los murmullos continuaban. Si había un motivo,
tos llora, a ratos ríe, y lamenta ]a falta de un director y alguien lo conocía, era nccesépio comunicado. Se
que dé órdenes precisas. Sin embargo, no hay espe- escucharon gritos de hurra, inmerecidos, como se
ranza: tarde comprendemos que nos hemos embarca- yerá, y otras exclamaciones que chocaron contra el
d? en una nave sin rumbo, que jamás Jlegará a nin- costado de la nave, muy mojado, por lo demás.)
gun puerto. Los alimentos son escasos y de noche el -No debe ser motivo de desesperación.
mar arrecia. Algunos optan por arrojarse al agua: (Esta pausa fue silenciosa y hasta la actriz la
prefie¡~en ade~antar un destino riguroso que no per- respetó.)
00nara a nadIe. Se agotaron las pastillas para el sue- -Es verdad que viajamos en un barco sin rumbo.
no y los más ingeniosos proponen diversos planes de (Mucha gente no estaba de acuerdo con esta since-

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so) se decidió que ellos estaban atrás, o sea, cerca
ridad. Era algo que no se le pedía a un político o a del mascarón de proa; desde entonces, ese lado del
un capitán, a nadie que ejerciera alguna clase de barco se convirtió en una especie de zona contami-
autoridad.) nada; por propia estimación, por amor propio, por ..
-Pero no debemos desanimarnos . honor, nadie osó acercarse, aunque le dirigíamos mu-
(Esto era un poco mejor: ¿Por qué íbamos a desa- chas miradas despectivas y llenas de odio.
.. ~ L

.,
nimamos?) -Si ellos quieren que nos desesperemos -insis-
-De ninguna manera. No. Yo digo que no . tió el hombre, entusiasmado-, ¿qué debemos hacer
(Siempre es muy valiente quien se anima a decir
nosotros?
pÚblicamente no a algo. También quien se anima La pregunta, como cualquier pregunta, causó mu-
a decir que sí.) cho efecto. La gente se miró entre sí, repitiéndola
Que alguicn dijera no, pareció reconfortar a en voz alta, o con los ojos. Nadie sabía quién era el
muchos. encargado de contestada, pero la transmitió a aquel
-¡No! que tuviera más cerca. ¿Qué debemos hacer nosO-
(Algunos débiles no es se escucharon entre el pú- tros?, se decían, y más que una pregunta, parecía
blico rcunido a bordo.) una confirmación. ¿ Qué debemos hacer nosotros?,
El mar rompía, ahora con suavidad, muy ccrca le dijo el domador de leones al médico. ¿Qué debe-
de nosotros. mos hacer nosotros?, dijo el empleaclo de banco a la
-¿A quién bcneficia quc nos desesperemos, en? actriz. ¿Qué debemos hacer nosotros?, repitió la en-
-gritó el hombre, ahora un poco mÚs fucrte. (La fermera, hablando con un trapecista.
frase pareció muy efectiva. Nadie quiere que otro -i No desesperarnos! -contestó el orador, con
se beneficie con algo que le corresponde, así sea
los ojos brillantes.
una tragedia. La tragedia dcbe ser de cada uno, Y Su ingeniosa respuesta también fue repetida a
sus dividendos, también.) coro. i No desesperamos! ¡No desesperarnos!, nos
-Yo creo que ellos esperan que nosotros nos decíamos los unos a los otros. 1\lgu;en escuchó a una
desesperemos. ola decírse]o a otra. El mar nos apoyaba: era nues-
í. Por si era cierto, mucha gente miró hacia atrás,
tro mejor aliado.
como si seres invisibles estuvieran esperando nues- Nadie se iba a desesperar, y si eso sucedía, en
tra consunción. Esto influyó para que los demás cre- algún descuido, nadie iba a reconocer que se trataba
yeran que si efectivamente algunos volvían la cabeza, de desesperación. De esa manera, ellos no obten-
seguramente había beneficiarios agazapados a nues- drían su beneficio. Esto precipitó una serie de acti-
tras espaldas. Además el hecho de saber que no está- vidades a bordo, que hasta entonces -antes de saber
bamos solos, que ellos nos vigilaban, disminuía nues- que no debíamos desesperarnos- se habían descui-
tra soledad y nos hacía más responsables. dado. Algunos se ofrecieron para limpiar la cubierta;
De común acuerdo (aunque un acuerdo silencio- .
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otros, formaron una cuadrilla para repartir los víve- -Es hora de que tengamos un escalafón.
res y el.ag.ua; un principio de organización nos puso A nadie se le había ocurrido antes, pero a mu-
cn mOVlflllento. Esto pareciÓ ser del agraclo del ora- chos les pareció bonito. La ventaja del escalafón era
dor, quien contemplaba complacido cómo los demÚs que ocupaba poco espacio, no entorpecía las ma-
cumplían las funciones necesarias para mantener niobras y los giros de los trapecistas y además nos
una apariencia de orden. La actriz dijo que ameni- entretenía. Pasamos mucho tiempo componiendo es-
zaría las noches -las largas noches en cubierta- calafones. El cargo de capitán correspondía sin duda
con ~J]tcq)rctaciones gratuitas de sus personajes al orador; sobre esto, no había ninguna disputa.
favo!"Jtos. Los tr~]pecis(;¡s f]Jon(;Jron una peqJJeíía Pero los rangos subalternos provocaron muchos de-
carpa y se dedicaron a hace!" ejercicios, contempla- bates. Pasamos cinco días en d asunto del escala-
dos eon alborozo por los viajeros. El médico curÓ fÓn; entre tanto, la comida disminuyó, el barco
un rcs! I"ío, considerado rebelde. Fuc entonces Cuan- escoraba peligrosamentc y algunos creyeron ver un
do el orador creyó oportuno volver a tomar la pa- grupo de tiburones que nos seguía de cerca.
labra. Cuando el escalafón fue aprobado, casi por una-
-j Seilores! -dijo, y se suponía que el llamado nimidad, la mOl-al mejoró mucho. A eJIo contribuyó
incluía también a las señoras. una sabia iniciativa del capitán: propuso que la
-Señores -ya nos habíamos acostumbrado a las banda de mÚsicos interpretara nuestros temas favo-
rcpcticiolles, y es seguro que si no se produjeran ritos. Todos sabíamos que había una banda en la
las echaríamos de menos .. , nave, pero con las preocupaciones de nuestra suerte
- ... Es hora ... no se nos ocurrió exigirks que cumplieran sus fun-
Algunos apresurados miraron sus relojes. No ciones. ¿ No viajaban gratis para alegrar a los pa-
estaban acostumbrados todavía a ¡as metMoras de sajeros?
épocas de incertidumbre. Para ser precisos, se tra- El orador ordenó que se vistieran de gala; no
t~]ba de las d~ce de la noche. Por nuestra corta expe- sé si fue una ocurrencia propia o recordaba vaga-
rJcnc¡a de tnpulantes sabíamos que ese momento mente el naufragio del Titanic . .5ea como sea, ellos
coincidía con cierta irritación general. Aunque siem- no tuvieron más remedio que hacerla.
pre quedaba el recurso de volver la cabeza hacia la Nos preparamos como para una ceremonia. Nos
zona contaJ:linada, tan próxima al mascarón de proa, ataviamos con nuestros mejores vestidos. Un equipo
y .lanzar mIradas de odio, algunos se sentían depri- de voluntarios colgó guirnaldas de los palos y se agi-
n1ldos o angustiados. Con seguridad, corno dijo nues- taban banderas. Todas las banderas eran iguales,
tro orador, se trataba de la presencia oscura del mar porque estaban hechas de una falda que la actriz,
de] goJpcteo simétrico de las olas, o de la neurosi; en un acto de generosidad inesperado, ofreció. Las
de ~lavegantc, enfermedad que solían padecer los bandas siempre me ponen triste, quizás porque re-
marineros. cuerdo la del regimiento de mi pueblo, los domingos

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En la oscuridad, el ruido del mar noS atraía con su
a la lIIallana, en el quiosco del parque, bajo el sol enorme boca. El capitán, comprendiendo el peligro
ardiente, interpretando el himno y ejecutando -lite- que corríamos, subió rápidamente. a la tarima.
ralmente- un pasacalle de Beethoven. Los uni- _j A danzar, a danzar! _gntaba. vehemen,te-
formes estaban raídos, los instrumentos abollados mente, y la gente lo obedecía, como fasClnada. (Solo
,"
y desafinaban ostensiblemente, pero eso no le impor- observé en la vida otra fascinación igual: la que
taba a nadie, porque a fuerza de oír siempre lo mis- producía Louis Armstrong interpretando la Saite
mo, la gente se había acostumbrado. Esta vez ocu-
rrió algo semejante. Fuera por telllor al desenlace Lorail1c.)
Un golpe de agua se llevó a varios bailarines.
que aguarcL'Ibamos -sin desesperación, eso sí: es- Sometimcs 1 lave, cantaba el mÚsico de la banda. El
taba prohibida-, fuera porque los instrulllentos se violinista ejccutÓ unas variaciones muy interesantes,
habían mojado -¿he dicho que a veces la nave sin
I rumbo escoraba?-, "Té para dos», "DominÓ» y "Así
pasan los años», las composiciones que oímos esa
y csta VCl. tuve que reconocer que había acertado.
Era una pena no tener piano. Yola habría acomp~-
ñado. A veces una nota era tan fina quc pareCla
noche, sonaron mal. Es verdad que el violinista cortar el agua. Pensamos que si ellos todavía nos
obeso hizo todo ]0 posible por no llorar, mientras observaban, podían sacar una bella foto (con flash,
sostenía el arco; que el trompetista se esforzó por a causa de la oscuridad), para rcgistrar el momento:
ahuyentar con sus notas c] perfil de los tiburones el C;\Il{;\Iltc cn mcdio de la tempcstad, interpretando
próximos y que los pasajeros, eSa noche, en medio la estrofa «lf you go to Chicago, 66 Strect)), las ?are-
de las tinieblas, bajo la escasa luz de las IÚmparas jas bailando, el capitán subido al estr.a?o, Justo
de a bordo bailaron incansablemente, corno mani- antes de que el barco se escorara defimtlvamente,
quíes mecÚnicos. Las parejas se intercambiaban, tra- en un estrepi toso y exagerado ángulo.
tando de crear una sensación de fraternidad, como
si se tratara de una fiesta en el jardín de una casa
suntuosa; alguien trató de disipar el miedo que nos
daba e] agua que surgía de las cabinas, dicienclo que
eran corno los surtidores de un patio árabe. Nadie
cesó de bailar cuando una ola más grande que ot[a
-p~ro no más ruidosa- empujó a la primera pareja
hacIa el fondo del mar, sin un grito. El espacio que
dejaron vacío fue ocupado rápidamente por otra. El
payaso propuso jugar a la gallina ciega, cuando las
luces sÚbitamente se apagaron. Aceptamos inmedia-
~amente. El propio payaso se ofreció a presidir el
Juego, de modo que no vimos cuando cayó al agua.
83
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... _~ .. __ ._,.---
,lo: el cartero, en su costumbrc, lo hizo- que prinlcro
" es necesario establecerse en una casa para recibir
cartas. Un hombre, en su soledad, puede enviar un
mensaje en una botella que treinta ai10s después un
barco recogerá. (Lo leí una vez en un diario. Fue
" durante la segunda guerra mundial. Un hombre, que
CARTAS prestaba servicio en un buque, en alta mar, le escri-
bió un mensaje a su mujer y lo encerró en una bote-
lla, que lanzó al agua. Treinta aiíos después un mari-
Recibo muchísimas cartas y lamento no poder nero lo recogió --cerca de una isla del Pacífico-- y
contestar la mayoría de ellas. ya que no tengo domi- tuvo la gentileza de enviarlo por correo a su desti-
cilio fijo, ni máquina ,de escribir (cada vez se usa nataria. El mensaje había notado en' las aguas, con
menos escribir a mano). De todos modos, es muy su código de amor, encerrado en la botella como
frecuente que Ias cartas no me lleguen, o se pierdan una mariposa en la vitrina, Indeleble y extraviado,
por ahí, y estoy seguro de que si el cartero me cono- pez que ha perdido el rumbo. El diario no aportaba
ciera me las entregaría. No me importa si otro re- otros detalles.)
cibe las cartas destinadas a mí () si alguicn las lee «No se escriben cartas cuando se ignora a qué
en mi Jugar; me alcanza cun saber que mucha gente , . dirección han de enviarse", me contestó eJ cartero,
lIle escribe, sin siquiera saber dunde estoy. en su simpleza. Le demostré su error: en realidad,
No pretendo modificar el orden de la~ cosas ni las mejores cartas del mundo han sido escritas sin
el funcionamicnto de la administraciÓn pÚblica (or- enviarse nunca, aunque el destinatario tuviera do-
den que seguramente cuesta mucho esfuerzo mante- micilio fijo y hasta un buzÓn propio. Pero al inte-
ner y funcionamiento que sin lugar a dudas es el rrogarlo no me refería a las mejores cartas, sino
a~¡ecuado, aunque sólo sea para un par de personas), a las que la gente me escribe, mcte en un sobre,
nI fue mi inteneiÓll provocar Ull cunllicto cuando le sella y envb.
pregunté a un cartero que encontré en la calle si «Reclame en la administraciÓn -me dijo el car-
tenía alguna carta para mí. Como no tengo domi- tero, fastidiado-o Declare en qué lugar y fecha le
cilio fijo no podía saber si se trataba del cartero fueron expedidas y quién se las envió.» Le dije que
de mi distri to, cosa que muy correctamente le ex- no podía saber quién las había escrito ni de dónde
puse, cuando me preguntó a cuál pertenecía yo. No venían, dado que nunca las recibí; sÓlo en el caso
creo, tampoco (aunque desconozco las disposiciones de que un cartero efectivamente me las hubiera en-
al respecto), que las cartas que estén dirigidas a mí tregado, yo podría saber de qué cartas se trataba,
puedan retenerse por el hecho de carecer de domi- con lo cual, no habría ninguna razÓn para recIamar-
cilio o de distrito. Salvo que se piense -y quizás las en la administración, ni, por lo tanto, declarar

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Sll procedcncia y origen. No me parccía honesto, en mildad. (Frente a la administración, conviene siem-
cambio, que la administración se negara a buscar pre la mesura.) «No debe ir a reclamarlas -me
mis cartas sólo por el hecho de que yo no supiera contestó el cartero, como si yo no hubiera enten-
quién me las enviaba. «Si no sabe quién las remiti6, dido la parte más importante de su discurso--:-. E:-
ni de qué lugar proceden, las cartas no existen», tán ahí para ser almacenadas. Sabemos de que YalS
declaró el funcionario, tajante. vienen, en qué distrito fueron colocadas, a que .ho-
Me pareció completamente injusto que alguien 0'" ras se las selló y conocemos el nombre del ?estl.na-
pudiera decretar la inexistencia de mis cartas sólo tario, <1Ltnque ya no viva cn ese lugar, la dIreccIón
porque yo no las había recibido aÚn, a pesar de mi sea falsa o esté cquivocada. PI'ocedemos, cntonces,
firme voluntad de leedas y del tesón quc ponía en a clasificadas por su origen y la fecha en que fueron
encontrarlas. «¿ OUl~ se hace, entonces, con las car- expedidas. Las ordenamos por cill~ladcs, por 1:1cses,
tas que no existen?», le pregunté a aquel buen hom- por semanas, días y horas. Una vez transcurndo el
bre. «Depende -contestó, dubitativo-. Si corno es período de espera prescrito por la ordenan:za (y
su deber, el remitente ha colocado sus señas en el que nunca es mayor de scis meses), las baJ~mos
sobre, la carta le es devuelta. De lo contrario, se a los sótanos, donde son sometidas a otra clasIfica-
concede un tiempo de espera.» Me pareció muy cu- ción más severa. De ésta, nada puedo decide, por-
rioso que una carta que no existe fuera enviada a que es confidcncial. Sólo !a conoce el director y el
su lugar de origen, y no al destinatario, como sería responsable de! archivo. Nadic más. Corno compren-
]0 oportuno; mé1xime si se tiene en cuenta que quien de, se trata de un procedimicnto de absoluta :egu-
]a enviÓ, lo hizo a una persona, no a un lugar, siendo ridad. En esos almaccnes, una carta no se pIerde
el sujeto lo fundamental, y el domicilio, lo transi- nunca. »
tivo. PoJemos imaginar una carta escrita a un via- Recibo muchas cartas y lamento no contestar
jero, a un hombre que se desplaza en el espacio y la mayoría de ellas, ya que no tengo domicilio fijo,
en el tiempo, pero a nadie se le acune escribir una ni máquina de escribir. De todos clOdos, es mu~
carta a una casa, porque las paredes escuchan, pero frecuentc que las cartas no mc Ile';)ucn, pero y~ se
no leen. En cuanto a las cartas que no existen pero que hay gente que las escribe y siempre es pOSIble
se les concede un tiempo de espera, ¿cuál es el ob- leerlas en las alas de los pájaros, o en el fondo de
jetivo de esa expectativa? ¿ Qué aguardan las cartas una botella, o en la arena húmeda del mar.
inexistentes? «Es un trámite burocrático. Si nadie
bs reclama en el plazo de seis meses -respondió
el hombre, con desgano-, ni se conoce el domicilio
del remitente, se archivan en el sótano de la oficina
central." «¿Cómo puedo saber cuándo debo ir a re-
clamar una carta?», ]e pregunté entonces, con hu-
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86
oficial, procede a enrollar la bandera. Podríamos
decir que éste es el momento más emotivo de toda
';: la ceremonia. Muchas familias no pueden contener
: el llanto, las quejas crispadas. La bandera se plie-
;;! ga así: primero, se dobla por uno de los extremos,
i de modo que forme un pequeño triángulo, luego
BANDERAS . ¿ el triángulo se dobla sobre sí mismo y así sucesi·
~ il' vamente,' hasta terminar con la bandcra. Cuando
,:'ésta se ha reducido a un cuadrado, en virtud de
Por cada hombre muerto, se regala una bandera. .: la propiedad geométrica de la adición de dos trián-
La ceremonia es sencilla y se desarrolla siempre de :,'gulos equiláteros iguales, uno de los oficiales (no el
la misma forma, en la intimidad de la familia y sin . quc la enrolló) procede a depositada en manos de
curiosos que interfieran. Primero llegan dos oficia- uno de los micmbros de la familia, que la recibe
les que comunican la triste noticia a los deudos; con gran emoción. Puede decirse entonces que ]a
luego, comienzan los preparativos para la entrega L" ceremonia ha concluido, y los oficiales, haciendo el
de la bandera. Hay que hacer notar que la presen- ')~. saludo de rigor, se retiran .
cia de los oficiales tiene un efecto moderador sobre .., Si bien la bandera así doblada no pesa mucho,
el dolor de las familias que, por sobriedad, con- '~ en cambio se ha advcrtido que es algo incómoda de
tienen sus manifestaciones de pesar. Algo en los " .i: JIevar. El miembro de la familia que la ha recibido
uniformes, en los gestos medidos y protocolares im- . suele no saber qué hacer con ella. Colocada debajo
pone límites a los sentimientos exasperados: se llora del brazo, a ]a altura de ]a axila derecha o izquier-
con m<1Srecato. Pan.; desplegar la bandera, se pre- da, si bien permi te disponer de las extremidades con
fieren las superficies chatas, como la mesa del living, libertad, en cambio produce mucho caJor, especial-
por ejemplo. Con mucha solemnidad, en medio del mente en los días de verano. Si se ]" sostiene entre
silencio general (sÓlo se escuch<ln los sollozos aho- las manos, obstaculiza otras tareas, necesarias para
gados de alguna mujer), uno de los oficiales procede la continuidad de la vida, como gesticular, por ejem-
a extenderla con mucho cuidado, procurando que plo. También es difícil encontrar!e un lugar en la
no se formen pJiegues. La bandera se desenvuelve ~'casa. Sería irrespetuoso -dado que de alguna ma-
sobre la mesa como si fuera el tapiz, a'ntes de la l neta la bandera es el padre o el hijo muerto- col-
celebración de la misa. Una vez ha quedado exten- . ,':;garla de la pared del living, donde adquiriría un
..dida, el otro oficial dirige algunas palabras -sobrias, carácter decorativo no siempre a tono con los de-
contenidas- al público reunido. Se habla de valen- m{¡s ornamentos. Usada como sábana tiene el in-
tía, honorabilidad y servicio a la patria. Cuando ter· conveniente de no ajustarse exactamente a las di-
mina, se hace un minuto de silencio. Luego, el mismo mensiones de las camas normales, y el frío, además,
88 89

r'
se cuela por los costados. Y nadie comería a gusto 1 ~ue se distiI1g~en por alguna peculiaridad, desde-
encima de los colores que representan al noble sol- nando las fabricadas en serie. Un pequeÚo mercado
dado muerto. Hay madres que la colocan encima negro de ba.nderas se ha iniciado. al margen de la
del tocador, pero se IIcna de polvo y atrae a las entrega ofiCIal. Pero cs'.e tráfIco indecente no afec-
polillas. Lo más adecuado parece ser guardada en ta a la mayoría ~e ,las familias del país, que con
una bolsa de nylon en el cajón de la ropa en desuso. todo esmero contll1uan fabricando banderas. Todo
Se ha visto, con todo, hombres por las avenidas lo cual revela el alto grado de patriotismo del que
transitando con su bamkra arrollada debajo del bra- gozamos en ]a actualidad.
zo, como el periódico de la tarde. .,
."
El creciente consumo de banderas ha dado lugar ~.

a una floreciente industria. Multitud de mujercs


desocupadas se dedican, ahora, con todo esmero,
a la confección de 'pabcllones patrios, para cubrir
las necesidades del ejército, la aviación, la marina,
la infantería, el cuerpo de paracaidistas, las briga-
das especiales, los lanza-llamas, el servicio de ex-
pedicionarios y los selectos equipos de bombarde-
ros. De este modo, la poblaciÓn del país .se ha divi·
c\ido en dos grandes categorías: aquellas personas
dedicadas a la confección de banderas Y aquellas
destinadas a recibirbs. Pero no son dos sectores
separados entre sí. Muchas veces ulla mujer que
se encontraba cosiendo a máquina las tres franjas .,
de coJor que componen nuestra bandera, fue inte-
rrumpida por dos of1ciales que cumplían el penoso
deber de entregarle una, no cosida por ella.
Como menudas diferencias se advierten en la
confección de una bandera y otra (el espesor del
hilo, el ancho de la banda de separación -entre un
color y otro, el tamaño de las puntadas, la costura
de los bordes), se ha desarrollado entre las gentes
una curiosa afición: coleccionar piezas raraS. Las:;;¡
familias estudian entre sí las características de sus
numerosas banderas y se dedican a buscar aquellas

91
90 .-
¡:ficios, subimos a los rascacielos, a los aviones, a las
'¡montañas y hasta hemos subido a la luna .
.~ Un dia, la misma persona me dijo: «He subido
¡¡arriba y no te encontré<. Esta frase me hizo refle-
\xionar bastante. En efecto, yo tenía un pequeño
~.' taller en la parte superior del ediEcio; era una habi-
LAS AVENIDAS DE LA LENGUA , tación opaca, pintada de gris por algún inquilino
anterior; estaba llena de muebles viejos y solía de-
primirme, de modo que permanecía poco tiempo
Nunca decía simplemente «subí» o «bajé», sino .• en ella. tvli desconcierto inicial se dcbió a que él había
su!J[ arriha y hajé abajo. Esta particularidad de , empleado un tiempo compucsto. ¿ Por qué no dijo,
su lenguaje me pareciÓ muy reveladora. No hay sin- ';, simplemente: «Subí arriba y no te encontré,,? Com-
taxis inocente. Con seguridad, quería reforzar la idea prendí que quería castigarme, con ello. En rcalidad,
del verbo, porque subir le parecía muy inquietante: al decir: «He subido arriba y no te encontré», pro-
el espacio infinito se abre, lleno de misterio y de pe- longaba hasta el presente la acción de subir y no
hallarme; yo seguía sin estar en mi taller, él conti-
ligros desconocidos. En cuanto a bajar (bajar sólo,
nuaba subiendo y sc encol\traba con la habitación
sin otra palabra que acompañe) resulta igualmente
vacía; mi ralta (no estar) era ul\a ralta COllstante. Si
estremecedor: nunca se sabe cldlIldo el descenso se
hubiera dicho: «Subí arriba y no te encontré", la
detendrá, ni a los abismos que seremos conducidos. acción habría transcurrido en el pasado, yo podría
De este terror surge la necesidad de decir bajé abajo: sentirme libre de mi culpa; ahora, en cambio, el acto
ponemos un fin a la acciÓn de bajar, la detencmos flotaba, se prolongaba; era como si todavía él estu-
en alguna parte. ¿Se imaginan ustedes lo que sería viera subiendo y yo no hubiera llegado, no hubiera
descender continuamente, sin límites? Tan estreme- llegado nunca. Yo lo veía subir U;la y otra vez; en
cedor como subir indefinidamente. De todos modos, alguna de esas ocasiones, el ascensor no llegaba has-
me pareció descubrir cierta diferencia entre arriba ta abajo; cuando estaba en b segunda planta, él
y abajo. Subir arriba refuerza la dirección del verbo, volvía a subir; otras veces, en cambIO, subía y baja-
ya que, en estricto sentido, sólo se puede subir hacia ba incesantemente, pero lo hiciera como lo hiciera,
ese lado; ahora bien, quizás, existe un lugar ima- jamás yo me encontraba allí. El ascensor crujía, la
ginario al cual denominamos «arriba» y es hacia allí puerta chirriaba, él oprimía el timbre de mi estudio,
que hemos ascendido. Una simple hoja arrastrada nadie contestaba, entonces retrocedía, bajaba, antes
por el viento no es capaz de subir arriba; no es lo de llegar al rellano volvía a subir, otra vez llegaba
mismo que si nosotros subimos. Nosotros casi siem- hasta mi estudio, y yo no estaba. Me pareció que
no iba a poder dejar de pensar en esto, que la situa-
pre subimos mucho: subimos a lo alto de los edi· '>~
··fir
93 < ~':::

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92 :: ":~:.'
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-Me preocupé un poco al no hallarte -dijo,
clOn se iba a prolongar indefInidamente, si él no
acep,tando la tregua del lenguaje-o Me quedé en
modificaba la frase que había pronunciado. Me pa-
el 1 ella no, fumando. Después salí a la calle' pensé
reció que en mi mente -mientras tOrrJ,-1bamos café
que estabas caminando. I

en la esquina del taller y las bolas del jlipper repi-


. Cam.iI:aba. Me, se~tía bien con el lenguaje. Ca-
caban, reflejándose en el espejo con una inscripción
mIl1aba, Iba y vema SIn rumbo fijo por las avenidas
de cerveza- iba a seguir subiendo y bajando, aunque
que se encendían lentamente y, si bien supuse que
ahora el pocillo humeara ante nosotros, encendiéra-
todo a~clar ~ol1ducc a alguna parte, el mío sólo me
mos cigarrillos y el vallO empaiíar{l los vidrios. (Es
conduCla al II1terior de las palabras, donde me sien-
invierno y afuera hace frío.) Y si bien yo no había to segura.
llegado aún al taller y él continuaba subiendo, po-
día reprocharme ahora, en el café, mi ausencia de
la habitación. Pensé -para aliviar mi angustia-
que todavía peor hubiera sido que él dijera, por ejem-
plo: «He subido arriba y no te he encontrado», por-
que eso querría decir que yo no estaba tampoco
en el café de mármoles grises y espejos dorados,
con palmeras artificiales y delicadas tazas de por-
cd'-ma. Con esa frase, me habría hecho desaparecer
de aquel lugar; toda mi persona no hubiera alcan-
zado para llenar esa ausencia. Yo no sabía si él
había evitado esta frase para ahorrarme algún do-
lor, una sensación de irrealidad penosa, pero, de
todos modos, se lo agradecí interiormente.
«No estaba en el taller; subí y bajé casi en se-
guida -le dije, con mucha precisión-, porque no
tenía deseos de trabajar. Di una vuelta por las ca-
lles. Pero tampoco tenía ganas de caminar: estaba
como somnolienta. La clase de lejanía que nos pro-
tege de la angustia.» Mi [rase ponía orden: los actos
realizados, estaban acabados; yo había subido una
vez, bajado otra, caminado sin rumbo por las calles
y luego había entrado al café, buscando una mesa
libre, me había sentado y encendido un cigalTillo.
Entonces, él llegó ..

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tac.ión, trato de memorizar el lugar que ocupan los
obJe~os con los que me toparé, una vez haya con-
seguIdo llegar al suelo. En una de las paredes por
ejemplo, hay una ventana. Aunque muchas ~eces
i~enté tapiada, no ha sido posible, según se me
eliJO, porque una disposición municipal lo prohíbe.
INSTRUCCIONES PARA BAJAR DE LA CAMA y yo soy muy respetuoso de las ordenanzas que ri-
gen nuestra convivencia, de lo contrario, habría
muchos más peligros de los que ya existen. Tengo
Cuando me dispongo a bajar de la cama, hay que tener en cuenta la ventana, pues, para descen-
que tener mucho cuid~,do. No se puede dejar a los der. No se trata de una ventana cualquiera: está
niños o a lus perros sueltos, y los muebles tienen en la parte superior de la pared, en plano inclinado
que estar en orden, porque bajar es muy peligroso. con relación al techo. Por ahí entra la justa luz
Es preciso despejar bien el lugar, quitar lÚrnparas, que puedo resistir, ni más, ni menos. La gente es
armarios, mesas Y todos esoS objetos inÚtiles que muy desordenada con la luz (también con las demás
se colocan en las casas, para huir del vacío. Por cosas): o bien iluminan demasiado (temiendo, qui-
eso, aviso con mucho tiempo. Digo, por ejemplo: zás, la arnbigliedad de las sombras) o bien están en
«Mañana vaya bajar de la cama, tengan cuidado. tinieblas (sienten honor por la luz que alumbraría
Bajaré a las nueve y cinco minutos. Consulten los contornos detestados). Sin embargo, en verano se
relojes, sujeten los muebles, abróchense los cintu- echan en cualquier lugar (en la arena sucia, en los
rones». Siempre elijo una hora con cinco minutos parques raquíticos, al borde de mares contamina-
de m;1s, porquc ¡wdic es CZ1paz de ser pUI1Lual si dos) y dejan que el sol \es qucme la piel, amora-
no tiene cinco minutos de tokrZ1ncia. tando los tejiclos superficiales, que se contraen
Me preparo bien, para bajar. Desde el día antes por la deshidratación. (De lejos se ~os divisa com~
estoy ocupJ.do con toclas esas minuciosas tareas que co.mpactas familias de cangrejo~, masa roja de
son imprescindibles para un buen descenso. En pri- mIembros retorcidos y movimiento confuso.) La ven-
mer lugar, hago colocar un cartel en la puerta, para ta~1a, cuando bajo, elebe estar cerrael2, pues una co-
que nadie me moleste. El cartel anuncia con exac- rnent: ele aire podría ser muy peligrosa para la sa-
titud el día y la hora en que desceneleré, y ruega lud. 1engo un mapa que me permite estudiar bien
que nadie me moleste, porque podría turbar mis la disposición de los clistintos objetos que hay en el
planes, interrumpir mis preparativos. Tengo que cuarto, de modo que puedo decidir mis movimientos
estar muy cO!1celllrado p"ra baj"r, y al mislJ]o tiem- con cxac ti [ud. sin es ta r ex puesto a desagradables
po, laxo, para cvitar cualquie'r a¿cidente. s.orpresas. Existe un ropero, por ejemplo, cuya uti-
Antes de bajar, estudio bien el área de la habi· hdad no es el caso discutir ahora, que tiene un espejo

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en la puerta: si no lo evito, en cualquier momento',:" «Baj.a, querido, he quitado todos los muebles del
podría reflejarme, a traición, mostrándome a uno, J;cammo», me horrorizo, pensando que, en efecto, po-
en el cual no me reconoZCO, Debo caminar por la.~ /;día haber tropezado con ellos (y no puedo estar
habitación, pues, evitando el espejo. Otro pr~b!ema '.~ ':: seguro de que tO(~OS ~1ayan sido retirados, comple-
es la alfombra: ~isminuye el frío del sU,elo, mduda· '~ ;' famente todos? SI ~l hermana se .acerca hasta el
blemente, pero tiene la oscura tendenCia a formar;~. ech~ y con gr an tel nura me anunCia: «Te ayudaré
pliegues Y debo clcsplazarme con cuidado, para no"; a bajar. L? haremos lentamente, muy lentamente»,

insectos menudos anIden en sus arrugas o p~etendan.,:nas.


:i
tropezar. (Es posible: además, que hormigas Y otros-;; me .contralgo, r~troccdo, mc cscondo entre las sába-
en la gentl!eza. con que me brinda ayuda reco-
trepar por mis zapatos. Estamos muy mal mforma.,! ~::doZCO una suf¡clen~la, un sentimiento de superiori-
dos acerca del deseo de los al!imales.) Los enchufes,' ;~ ad que me }¡ornmza. La aparente facilidad con que
constituyen un inconveniente suplementario. Cual,: ,<~e!los han rcsuelto el problema de descender de la
quiera sabe que si por er~or o accidente introduce U?'~ ,,;~ama (lo ha~en todos los días, como si se tratara
dedo en un enchufe, reCibe una des~arga de electn',t :5'resta cos~ ma~ ~atura] del mundo) no me inspira ni
cidad posib.lemente mortal. Pue~ bIen, de manera; ~J~s peto m envJ(lIa: desde la. más remota antiguedad
incomprensIble, los enchufes estan colocados en las, \1') ,seres humanos han realizado con perfecta natu-
paredes, a la altura de la mano, Y sin protección al.~ l~a]¡dad ac.t~s ,terribles (la nat~ralidad es enemiga
guna .. ,'~ ;~I; la cO,nclencla). De nada me :,Irve su ejemplo, Por
Aunque haya tomado todas las provIdenCIas del :,< dema~. un h.ombre no tropIeza jamás dos veces
caso, bajar no siempre es una tarea fácil. A veccs,:tcon ]a mIsma piedra: ni él, ni la piedra, son los mis-
me asaltan súbitos temores. Tengo miedo de aban:~;. :';!ll0.s,la segunda v~z. De manera que tampoco me
donar el lecho, la protección de las sábanas, la po-': ~:estJmu]a la memona de mi madre: «BaJ'a querido
. , •. ¿recuerd ' ·]1 f "
sición horizontal o inclInada. De mo d o quc me resl5-,~' ~ ~s que senc] o ue]a última vez? También
to a bajar. Sé que en el suelo tendré que estar de¡~ .,~:~e;(as mIedo,. sir,! cmbargo, t1~ suce'Jió nada gravc»,
pie, saludar a las personas, hablar d~ esto o de aque-~ ,E'5/ supuesto. solo es necesarIO que ocurra una vez.
llo, Si he anunciado que voy a bajar Y, cuando ha,: >¡
puede estar ~nfermo muchas veces, pero una sola
llegado el momento de hacerlo, no me ammo, es mu-.: ,;l. rve para monrse.
cho peor, pues mi madre, o mi hermana, o mi tío, O~ ' Cuando consigo bajar, la primera sensación que
una amiga se acercan a preguntar qU,é sucede. 10'., i~gO es. de alegría: estoy muy orgulloso de haberlo
tentan danne coraje con palabras cUIdadosamen~''''' . segUIdo. Me parece que me he superado a mí
clegidas, Y quc, por eso mismo, me Il~nan de pavor" ~'dlsmo .. E~l>t~nc~s.' me gusta que haya gente alrede-
Que alguien pretenda comprender miS temores I~, ,,:,~r, pal a celebl arlo, aunque no mucha: una ag!ome-
refuerza, pues demuestra que son reales, que los, ~;\ ~lón. en el cuarto trastornaría por completo los
peligros existen. Si alguien me dice, por ejemplo:~ ~ nuclOSOS planes que he confeccionado para ese
'f.

~ ~
.. 99
"', ·/h

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.'.

visto r:ersonas uniformadas: porteros, guardias, as-


momento. Pueden aplaudir Y saludarrne desde !ejo:,
censonst~s, empleados de algo. Cada uno muy serio
mientras yo, cuidadosamente, apoyo uno y otro ~Ie ..
en su umforme, en su rol, sin equivocarse, como si
en el suelo. Al rato, la alegría desaparece: en la tic- ,
fuera muy natural. Le he preguntado a mi madre
. na, la vida es muy difícil. En primer lugar,. al estar
si la g~nte ~1O .duda en el ascensor, antes de pulsar
todos de pie, los hombres se siente~ semejantes, y
el. b,oton .. SI siempre saben exactameme cuál opri-
esto los vuelve muy hostiles entre SI. La ::ompeten.
miran. SI no hay un momento de vacibción. Me ha
cia, aumenta. Por ejemplo: si estoy ar.nba, en el
dicho que no, que eso no succde, y cuando ocurre,
lecho nadie me torna en cuenla: se relacIOnan entre
se trata sólo de alguien que no ve bien. Los conduc-
ellos.' como si yo fuera un objeto más, .una lámpara
tores de los autobuses, por ejemplo, \la se des\'Ían
o un armario. Deciden, actÚan, presc,ncltcndo por
de su camino. Lo repiten simétricamente, sin altera-
completo de mí, lo cual me ahorra el dolor de, suS
ciones.: n~ se internan sorpresivamente por un par-
agresiones y de su hostilidad. No. int:rvengo, m e,n
que, nr.glllan el autobús hacia el malecón, para echar
un sentido, ni en otro. En cambio, SI estoy de pie
una mirada al mar. También es asombroso que el
(a pesar de que nunca permanezco mucho tiempo en
hombre de la grúa repita el mismo movimiento
esa incómoda posición), advierto sus miradas (no to-
parsimonioso (negros terrones ascienden pausada-
das amables, debo confesarJo), escucho sus disputas,
mente, C0l\10 culpas que ctlesta arrancar), e1cve la
el ajetreo de la casa llega hasta mí con sus inquie-
gr~n pala d: hierro y luego, con lentitud, la haga
tantes ecoS . .bajar, la entierre en el cúmulo de material la caraue
Cuando bajo, no puedo menos que echar una
bien, después la levante y deposite la c~rga en'"el
mirada al trozo de calle que se divisa a través de(
camión, sin sentir el deseo de jugar, de describir
la ventana del living. Veo pasar automóviles muy
órbitas en el aire, de cargar algo que no le corres-
veloces, cuyas luces hacen señales mientras se diri·
ponda.
gen hacia alguna part.e. Se detienen _ord~nadamen'
El especUículo de la calle me turba y me llena
te- junto a un semúloro en rojo y luego, todos al
de miedo, de modo que en seguida dejo de mirar.
misr~o tiempo, arrancan rápidamente, aduellándose
Mis estancias en el suelo no 'duran, así, mucho
de la calle. (En mis pesadillas, el semáforo enorme
tiempo. Aunque el médico insiste en que me conviene
da la señal de partida y los autos, con poderosas mano
bajar, por la tensión de los músculos \' la circulación
díbulas rutilantes, se abalanzan, metálicos y enmas·
de la sangre, sé que hacerla no benefi~ia a mi ánimo.
carados, sin guía, conducidos por mandos invisibles.)
Atónito, lleno de angustia, vuelvo al lecho rápida-
La gente que los conduce se siente muy poderosa,
mente. Allí me recojo, entre las sábanas, abrigado
Los transeÚntes me resultan más simpáticos, aunque
y protegido. Por un tiempo, nadie se acordará de
no llego a comprender bacia adónde se dirigen, por
mí, más que ~ la hora de las comidas o de la higiene,
qué se cruzan sin detenerse, sin saludarse, como las
yeso, como SI fuera un muñeco roto, un mecanismo
hormigas o los delfmes suelen hacer. También he
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100

.".
descompuesto. Un maniquí quebrado. Por lo demás,
ni acostado, ni de pie, el munclo parece sensible a
nuestra participación, aunque febriles movimientos
,"
se realicen para demostrar lo contrario. Será, siem-
pre, un mundo ajeno.

AEROPUERTOS

A pesar de lo que su nombre propone, no son


puertos que vuelan; son nidos de aves y de hombres . .-
A veces un avión se equivoca, a] aterrizar, y se pro-
duce una catástrofe. Como en los días de niebla,
una paloma, medio ciega, desciende sobre el borde
de la calle, atropellando a otra, que protesta, y du-
rante un rato, hay un escándalo de palomas.
La condición imprescindible de los aeropuertos
es tener e] suelo encerado, brillan te, para que los
niños puedan deslizarse, de un extremo a otro (que
ellos llaman ciudades), de modo que mucho antes
de subir a] avión ya han rea]izac:o e] viaje.
Hay adultos que sueñan a m~nudo con aeropuer-
tos; aman la sensación de mundanidad que tienen
en él, el arrullo de los parlantes que anuncian vuelos,
el hecho de ser mecidos por las alas de un avión
que los traslada casi imperceptiblemente. Otros,
aman los aeropuertos porque les gusta sentirse sus-
pendidos entre una ciudad y otra, entre un horario
y otro cliferente. ]a sensación de no haber partido
aún definitivamente, ni haber llegado, tampoco. Algo
les dice que están adentro y afuera al mismo tiem-

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