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Contenido
Introducción ....................................................................................................................................
Los movimientos feministas desde el siglo XIX hasta la primera guerra mundial .........................
El sufragismo ..............................................................................................................................
Inglaterra .................................................................................................................................
Ecofeminismo .............................................................................................................................
Ciberfeminismo...........................................................................................................................
Conclusión: las oleadas del movimiento feminista (una forma de periodización) ..........................
Bibliografía......................................................................................................................................
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Máster en Igualdad de Género 2015-2016 UNIDAD 01.01
Introducción
Como dice Nuria Varela (2005: 13) en el comienzo de su libro, el feminismo es un
impertinente, pues cuestiona la base del orden social establecido. La misma palabra,
feminismo o feminista, incomoda tanto a hombres y mujeres, y una y otra vez se le trata como
un tema menor, tanto en la práctica como en la teoría política.
El feminismo se articula al mismo tiempo como filosofía política y como movimiento social.
A lo largo de la historia unas veces ha sido más teoría política y otras, como en el sufragismo,
más movimiento social.
Aunque más que hablar de feminismo habría que hacerlo de feminismos, en plural, pues son
muchas las corrientes que han surgido y surgen por todo el mundo. Entre otras razones porque
el feminismo es un movimiento no dirigido y escasamente jerarquizado.
Además de una teoría política y una práctica social, el feminismo es también una ética y una
forma de estar en el mundo fruto de la toma de conciencia feminista. Para muchas feministas,
la primera revolución es la de la vida cotidiana. Para cambiar el mundo (como quería Marx),
hay que empezar cambiando nuestras vidas (como quería Rimbaud). El primer paso es la
toma de conciencia, pues el feminismo abre los ojos, supone una nueva forma de ver el
mundo. Entre otras cosas, saca a la luz los “micromachismos” cotidianos sobre los que se
asienta y perpetúa la subordinación de las mujeres.
Ilustración y feminismo
Son mayoría los que sitúan el origen teórico del feminismo en la Ilustración. Como dice
Cristina Sánchez Muñoz (2005: 17), el feminismo, en sus orígenes, es un fenómeno
netamente ilustrado, es un hijo del Siglo de la Razón, pero, en palabras de Amelia Valcárcel
(2008), resulta ser un hijo no deseado.
El feminismo ilustrado (si es que se le puede llamar así) elaboró un discurso partiendo de la
idea de igualdad y de la crítica a los privilegios (en este caso a los privilegios masculinos)
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Castells (1998: 30) distingue entre Identidad legitimadora, identidad de resistencia e identidad de proyecto.
Identidad legitimadora es la introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y
racionalizar su dominación entre los actores sociales. Identidad de resistencia es la generada por aquellos actores
que se sienten amenazados, por lo que construyen trincheras de resistencia basándose en principios diferentes u
opuestos a los que propugnan las instituciones. Identidad de proyecto es cuando los actores sociales, basándose
en los materiales culturales de que disponen, construyen una nueva identidad que redefine su posición en la
sociedad y, al hacerlo, transforman la estructura social.
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mediante el uso de la razón tal y como procedían los ilustrados para la desfundamentación del
Antiguo Régimen.
Que el momento fundacional del feminismo se sitúe en la ilustración no quiere decir que con
anterioridad no se plantearan discursos de denuncia de la situación de la mujer. Dichos
discursos entrarían dentro de lo que Celia Amorós denomina memorial de agravios, para
distinguirlos de los discursos de la vindicación. En los primeros entrarían el tipo de relatos en
los que se recogen las quejas de las mujeres ante su situación social, pero sin cuestionar la
asimetría de poder entre hombres y mujeres ni proponer un proyecto alternativo. Se trata de
las querelles des femmes, que surgen y resurgen desde principios del siglo XV hasta el siglo
XVIII. En este tipo de discursos se sitúan autoras como Cristina de Pizan, Laura Terracita,
Lucrezia Marinella, Marie de Gournay o la española María de Zayas.
La emancipación será uno de los principios del programa ilustrado, principio al que se adhiere
el discurso de la vindicación. Para Kant la Ilustración consiste en el hecho por el cual el
hombre sale de su minoría de edad. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse
del propio entendimiento, estando bajo la tutela de otro (Rábade, 2005). Los ilustrados
propugnan la emancipación del hombre. Algunas ilustradas y algunos ilustrados aplicarán el
mismo razonamiento a la emancipación de las mujeres. Es decir, las mujeres en su
reivindicación de emancipación usarán los mismos argumentos que los varones esgrimen en
su crítica a la tiranía aristocrática del Antiguo Régimen (Amorós y Cobo, 2007: 116).
Es el caso de Mary Wollstonecraft, que explicará, además, la ancestral exclusión que sufren
las mujeres en claves de hecho histórico (y, por tanto, mutable) siguiendo lo que hace el
pensamiento ilustrado-cartesiano respecto a otras costumbres, e igual que el derecho divino de
los reyes puede y debe contestarse, también puede y deber serlo el derecho divino de los
maridos (Capel Martínez, 2007: 64).
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en el sufragio censitario sólo podían votar las personas que aparecían en un censo,
normalmente en función de su renta, propiedades o nivel de tributación.
La mujer, hasta época muy reciente, estaba excluida de la categoría de ciudadanía. Y lo estaba
no por incumplir los requisitos exigidos (al hombre), sino por el hecho de haber nacido mujer
(Capel Martínez, 2007: 157).
Junto al debate sobre la ciudadanía, y ligado a éste, la educación va a constituir otro de los
grandes temas de la Ilustración (Sánchez Muñoz, 2005: 20). La educación es un tema crucial
en la ilustración francesa e inglesa, y lo va a ser también en la obra de Mary Wollstonecraft.
Una de las tareas de la ilustración será eliminar la desigualdad y emancipar al hombre, la
política y la educación serán los principales instrumentos para lograrlo.
Mary Wollstonecraft criticará la diferente educación que se da a niños y a niñas y las funestas
consecuencias que este hecho tiene para las mujeres. Lo que se presenta como atributos
naturales de las mujeres (la coquetería, la vanidad, la debilidad, la frivolidad, etc.) no son sino
el producto de la educación recibida. Arremete contra el modelo de mujer dependiente
reflejado en la Sofía de Rousseau, a la que define como un ángel y como un asno, dado que
no es más que una sierva doméstica, incapaz de razón.
Denuncia también la falta de perspectivas para las mujeres fuera del matrimonio. Fuera del
matrimonio no hay nada para ellas, pero dentro del matrimonio sus vidas dependen por entero
de sus maridos. Y no solo critica la orientación de las niñas hacia el matrimonio sino también
la indiferencia, e incluso el desprecio, hacia sus facultades intelectuales ¿Cómo va a transmitir
la mujer la noción de virtud a los futuros ciudadanos si ella misma carece de ella y es incapaz
de reflexión? Wollstonecraft defendía un sistema nacional de enseñanza primaria gratuita
universal para ambos sexos (Anderson y Zinsser, 1991: 393).
Con anterioridad a Mary Wollstonecraft, otro autor que defendió la igualdad de los sexos y
una misma educación para ambos, fue el francés François Poullain de la Barre (1647-1725),
que aplica a la cuestión de las mujeres los principios cartesianos basados en la primacía de la
razón frente a la primacía de la tradición.
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Rousseau excluye a las mujeres como sujetos del pacto político y por tanto de la ciudadanía.
Esta exclusión la basa en la desigualdad natural entre hombres y mujeres. Para el ginebrino,
las mujeres no son como los hombres, por tanto no pueden tener los mismos derechos, ni ser
educadas igual. Sus ideas sobre las mujeres y el papel de éstas quedan reflejados en el
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y en Emilio o
de la educación.
Por el contrario, Mary Wollstonecraft defiende una sola naturaleza, una sola razón, una sola
virtud y una sola educación. Para la autora inglesa, el sometimiento y la inferioridad de las
mujeres no es natural, sino histórica, fruto de las costumbres y los hábitos impuestos por la
sociedad. La idea de que las mujeres son ontológicamente inferiores a los hombres no es más
que un prejuicio que esta autora siempre trata de desmontar. Para ello aplica los criterios de
universalidad de la razón y de los derechos naturales a las mujeres.
También nos encontramos varones filósofos y pensadores que participan activamente con sus
escritos a favor de la aplicación de los principios igualitarios ilustrados a las mujeres: Poullain
de la Barre, Montesquieu, Diderot, Voltaire, D’Alambert, el aleman Von Hippel (autor del
ensayo titulado Sobre la mejora civil de la mujer, de 1794), etc. Quizá el autor más destacado
en la defensa de los derechos de las mujeres sea el marqués de Condorcet, autor de Sobre la
admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía, con el que pretende influir directamente
en el debate político y filosófico sobre la ciudadanía de las mujeres, tan recurrente en Francia
desde 1789 (Sánchez Muñoz, 2005: 26-27). Para Condorcet, a igual naturaleza, iguales
derechos. En contra de aquellos que, como Rousseau, excluyen a las mujeres apelando a una
naturaleza distinta, inferior y subordinada, Condorcet defiende que esa supuesta naturaleza
diferenciada no es sino producto de una educación deficiente (Sánchez Muñoz, 2005: 27).
Mary Wollstonecraft vindica para las mujeres los mismos derechos que los ilustrados
atribuían a los hombres. La autora, que admira y critica a Rousseauen en igual medida, utiliza
los propios argumentos de éste para desmontar la idea de la subordinación de las mujeres.
Así, de la misma forma que Rousseau, en su Discurso sobre el origen y fundamento de la
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desigualdad entre los hombres, declara que la desigualdad política y económica es producto
de la historia, y por tanto ajena a Dios y a la naturaleza, y está arraigada en el interés de unos
pocos, Mary Wollstonecraft denunciará, con los mismos argumentos, la desigualdad entre los
sexos, presentándola como algo histórico, social, artificial, ajena a Dios y a la naturaleza
(Amorós y Cobo, 2007: 128).
Aunque los textos constitucionales y legales del momento supusieron algunos avances para
las mujeres (así por ejemplo se fija la igual mayoría de edad para hombres y mujeres a los 21
años, se declara el matrimonio como un contrato civil, se abole el derecho de primogenitura
masculino, se admite el divorcio en pie de igualdad de ambos cónyuges, se reconoce a la
madre el ejercicio de la patria potestad en las mismas condiciones que el padre), la
Constitución de 1791, cuyo preámbulo era la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, afirmaba la distinción entre dos categorías de ciudadanos: activos
(varones mayores de 25 años, independientes y con propiedades) y pasivos (hombres sin
propiedades y todo el colectivo de mujeres).
Los movimientos feministas desde el siglo XIX hasta la primera guerra mundial
En el siglo XIX surgen tres movimientos sociales que cambiarán la forma de hacer política y
actuarán de motores del cambio social: el liberalismo por medio de las revoluciones
burguesas, el marxismo a través del movimiento obrero organizado y el feminismo a través
del movimiento sufragista (Miyares, 2007: 254). Pero como señala Alicia Miyares,
Tanto las revoluciones burguesas, como el movimiento obrero han pasado al relato
común de la humanidad por significar movimientos sociales que cambiaron el mapa de
lo bueno, justo y deseable en términos individuales y sociales. Se ha tejido en torno a
ellos una épica que nadie cuestiona (…). Pero no ha sucedido lo mismo con el
movimiento sufragista a pesar de que éste significó la redefinición real de qué sean
derechos civiles y derechos sociales y fuera la base sobre la que el feminismo edificó
una amplia gama de nuevos derechos, los sexuales. En el siglo XXI el movimiento
sufragista y por ende el feminismo sigue fuera del relato común de la humanidad
(Miyares, 2007: 254-255).
El feminismo del siglo XIX y principios del XX tampoco es un movimiento unitario y sin
fisuras, sino una diversidad de posturas, argumentaciones y reivindicaciones que van desde el
derecho a la educación hasta el derecho a una sexualidad libre, desde el derecho al control de
las propiedades de las mujeres casadas por ellas mismas hasta la lucha contra la prostitución,
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pasando por la reivindicación del sufragio, que acabará actuando como elemento aglutinador
(Sánchez Muñoz, 2005).
Las tensiones entre conservadores y liberales primero, y entre liberales y socialistas después,
marcarán la política de este periodo, en la que las mujeres ocuparán un lugar marginal o
secundario. La raza, sobre todo en Estados Unidos, o la clase, principalmente en Europa, se
convertirán en cuestiones centrales Las mujeres participarán en esas luchas y reivindicarán ser
tenidas en cuenta, tratando de llevar también la cuestión del sexo o del género al debate
político.
El sufragismo
La historia del sufragismo se desarrolla a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX,
culminando con la consecución del voto de la mujer. En esta larga lucha reivindicativa, las
mujeres se irán organizando en distintos países, destacando Estados Unidos e Inglaterra.
Después de la primera y segunda guerras mundiales, tras la colaboración de las mujeres con la
causa bélica nacional, la mayoría de los países occidentales acaban reconociendo el voto a la
mujer.
Estados Unidos
El movimiento de mujeres en Estados Unidos nace asociado a otros movimientos sociales,
como la reforma social y el abolicionismo (Sánchez Muñoz, 2005). La cultura política
norteamericana anterior a la guerra civil, a diferencia de la europea, valoraba especialmente la
participación comunitaria en los asuntos más cercanos, lo que fomentaba el asociacionismo
para defender intereses concretos y resolver problemas cotidianos.
Los movimientos de reforma social permitieron a las mujeres participar en la vida pública
como voluntarias en las obras filantrópicas de la Iglesia, en sociedades dedicadas a intereses
humanitarios, etc. Y aunque esa actividad se entendía más una extensión de los deberes
propios de las mujeres que una afirmación de sus derechos, posibilitó que éstas tuvieran
experiencias asociativas y presencia pública (Sánchez Muñoz, 2005).
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Inglaterra
El movimiento sufragista inglés aparece unido al programa liberal (Miyares, 2007:285). En
Inglaterra destacan John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, casados entre ellos. John Stuart
Mill publicó en 1869 una de las obras más influyentes en el feminismo del siglo XIX y
principios del XX, The Subjection of Women, que causa un gran impacto de forma inmediata,
siendo traducido a numerosos idiomas.
Para John Stuart Mill el principio que regula las relaciones entre los sexos, y entre ellas la
subordinación legal de un sexo al otro, es injusto en sí mismo y uno de los principales
obstáculos para el progreso de la humanidad. Precisamente, lo que distingue la época
moderna de las anteriores es que la vida de las personas ya no está indisolublemente ligada al
nacimiento. Sin embargo esto no rige para las mujeres. Todos los hombres,
independientemente de la clase social o la raza a la que pertenezcan, independientemente de
sus cualidades físicas, intelectuales o morales disfrutan de una relación de privilegio respecto
a las mujeres (Miguel Álvarez, 2007: 185). Denuncia el hecho de que las leyes prohíben
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explícitamente a las mujeres el acceso a la educación superior, a la mayor parte de los trabajos
y a la actividad política, y que el único contrato que se les permite firmar, el matrimonio, las
somete de forma prácticamente total a la otra parte, el marido.
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Para la iglesia católica, la Virgen María debe ser el modelo a imitar por todas las mujeres, las
cuales deben llevar una vida intachable dedicada a la familia en general y a la maternidad en
particular. Su misión es fortalecer en sus hijos y en los varones las virtudes sociales e
individuales. Es en esta vida de sacrificio, sumisión y abnegación donde las mujeres
encuentran su santidad (Miyares, 2007: 271). Este es el discurso de la Bula Ineffabilis Deus,
del 8 de diciembre de 1854, que proclama el dogma de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María.
El Génesis será otra de las fuentes que continuamente se citen para justificar la natural
subordinación de la mujer al varón. Las feministas tuvieron que luchar contra todas estas
interpretaciones. Así, Elizabeth Cady Satnton publica en 1895 La Biblia de la Mujer, en la
que se trata de desmontar las interpretaciones misóginas desde las mismas Escrituras.
En la literatura del siglo XIX llama la atención que las protagonistas de las grandes novelas
fueran mujeres. Pero como apunta Alicia Miyares (2007: 203), lejos de proponer un modelo
alternativo de mujer emancipada, “los personajes femeninos son más ricos en el sentido de
que hacen gala de unas pasiones inconvenientes para el sexo que representan”, por lo que al
final encuentran la muerte o la vergüenza social. Es el caso de Anna Karennina, Ana Ozores,
Gervaise, Nana, etc.
En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, el evolucionismo acabará imponiendo
un predominio del discurso biologicista, desplazando al lenguaje de los derechos y a los
discursos contractualistas propios de la Ilustración. Los enfoques evolucionistas se esgrimían
para justificar las situaciones de desigualdad existentes en la sociedad. Si los hombres están
en situación de superioridad respecto a las mujeres es porque son más aptos, es una
consecuencia del proceso de adaptación. Lo mismo ocurre con el hombre blanco civilizado
europeo respecto de las demás culturas. El evolucionismo también se utilizará para legitimar
los imperialismos y todo tipo de dominación. Así, el darwinismo social o la supervivencia del
más apto servirá también para justificar las dominaciones de clase.
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pretensión por parte de las mujeres de emulación o envidia del mundo masculino. La
feminidad no asumida garantizaba el mal de histeria: éste era el mensaje.
Una muestra es la cita siguiente que recoge la misma autora de Otto Weiniger, de su obra
Sexo y carácter, publicada en 1902:
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con esa idea fascinante, dejé todo lo que tenía entre manos para centrarme en el
problema femenino2
Ya en la introducción Simone de Beauvoir niega que exista una esencia femenina. Una cosa
son las mujeres y otra la feminidad. Se pregunta qué es una mujer. La función de hembra no
es suficiente para definir a las mujeres. Para Beauvoir “las mujeres son aquellos seres
humanos que reciben arbitrariamente el nombre de «mujer»”. “Es evidente –dice nuestra
autora- que la mujer es un ser humano como el hombre, pero una afirmación de este tipo es
abstracta; la realidad es que todo ser humano concreto tiene siempre un posicionamiento
singular” (Beauvoir, 1999a: 48).
El segundo sexo está estructurado en dos volúmenes. En el primero, que lleva por título Los
hechos y los mitos, explica cómo se ha construido la situación de opresión de la mujer, es
decir, cómo se ha construido la categorización de la mujer como la Otra. Para ello analiza, en
primer lugar, las circunstancias biológicas, el punto de vista del psicoanálisis y del
materialismo histórico, para continuar con un análisis histórico y terminar con un análisis de
los mitos.
De los tres factores que concurren en la opresión de la mujer según Beauvoir, ontológico,
biológico y cultural, el factor decisivo es el cultural (López Pardina, 1999: 21). Así por
ejemplo, no son las circunstancias biológicas la causa directa de la opresión, sino la cultura
que definió dichas circunstancias en esos términos.
El capítulo dedicado a la historia quizá sea uno de los más analizados. En él se pregunta por
qué la mujer, la única capaz de dar la vida en la especie, no ha hecho de la maternidad un
pedestal. La respuesta que da es que la humanidad no es una especie natural como las otras,
que sólo aspiran a reproducirse para mantenerse, la humanidad tiende a trascenderse.
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Citado en la revista Filosofía hoy, consultada el 12 de septiembre de 2014 en
http://filosofiahoy.es/Simone_de_Beauvoir_El_segundo_sexo.htm
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En el análisis de los mitos, Beauvoir expone cómo a través de ellos los hombres han
construido la imagen de la mujer que convenía a sus intereses. Ya en la introducción cita una
frase escrita por Poulain de la Barre en el siglo XVIII: “Todo lo que han escrito los hombres
sobre las mujeres es digno de sospecha, porque son a un tiempo juez y parte”.
La autora hace un recorrido por las etapas vitales de la mujer: infancia, juventud, iniciación
sexual, etc. Termina con una cuarta parte titulada “Hacia la liberación”, en la que señala
algunas de las vías de salida, como educar a las niñas en la autonomía, la independencia
económica a través del empleo y la lucha colectiva por la emancipación.
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La mitad de las mujeres estadounidenses están casadas antes de los veinte años, la natalidad
se incrementa y cada vez son menos las mujeres que finalizan estudios universitarios como
consecuencia de contraer matrimonio a edades cada vez más tempranas. Al mismo tiempo, el
poder adquisitivo de las familias va aumentando progresivamente, como consecuencia del
crecimiento económico, y van apareciendo nuevos productos destinados al consumo del
hogar, como los electrodomésticos, etc.
Friedan describe como, consecuencia de lo anterior, las mujeres norteamericanas son presa de
una extraña inquietud y malestar, una sensación de disgusto y ansiedad. En muchas ocasiones
ese malestar es causa de desequilibrios emocionales y de enfermedades diversas y en los
casos más extremos las lleva al suicidio. Friedan lo llamó el “problema que no tiene nombre”.
¿Cómo salir de la trampa en que las propias mujeres se metieron aceptando esa mística de la
feminidad? A través de la educación que amplíe sus posibilidades de disfrute y realización y
permita desarrollarse profesionalmente. Para Betty Friedan esto debía ser compatible con las
tareas y obligaciones del ama de casa.
Con el paso de los años se comprobó que las soluciones apuntadas no eran suficientes o
plantearon nuevos problemas, como el de la doble carga que tenían que soportar las mujeres
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madres de familia con empleo. Para tratar de dar respuesta a esta situación y con el objeto de
criticar otros feminismos que surgen en los años setenta, la autora escribirá otra obra, La
segunda fase (1981), cuya publicación no tuvo el impacto de La mística de la feminidad.
El feminismo de Betty Friedan es calificado de feminismo liberal por cuanto que se basa en
un individualismo para el que las personas son sujetos autónomos que pueden elegir sus fines
de forma libre y aislada (Perona, 2007: 29). Es principalmente reformista y normativo. La
liberación de las mujeres no requiere un orden social nuevo o alternativo radicalmente
distinto. Estas feministas no se llamaban así mismas liberales, sino que el adjetivo liberal fue
usado por las feministas llamadas radicales para referirse a este tipo de feminismo.
En 1966 un grupo de mujeres, entre ellas Betty Friedan, fundan la National Organization for
Women (NOW), una de las organizaciones feministas más poderosas de Estados Unidos, que
comienza a funcionar como una organización pro derechos civiles de la mujer. La NOW es
considerada la organización más representativa del denominado feminismo liberal.
El feminismo radical
Se define como radical porque busca la raíz de la dominación de las mujeres. Este feminismo
surge de los movimientos contestatarios de los años sesenta del pasado siglo. Aunque los ejes
temáticos y la forma de abordarlos varían mucho entre las diferentes corrientes y las distintas
teóricas radicales, existen puntos comunes, entre los que destacan (Puleo, 2007: 41):
- La noción de patriarcado como dominación universal
- La utilización de la categoría de género
- El análisis de la sexualidad, que desembocará en una crítica a la heterosexualidad
obligatoria.
- La crítica al andocentrismo en todos sus ámbitos
Recordemos que los años sesenta y setenta fueron años caracterizados por la movilización
política y la aparición de nuevos movimientos sociales. El sistema surgido tras la segunda
guerra mundial es puesto en cuestión por las nuevas generaciones que no han vivido la guerra,
y que critican las limitaciones de dicho sistema, al que consideran racista, imperialista,
clasista y sexista. Estos movimientos tienen un marcado carácter generacional, los jóvenes
son los auténticos protagonistas y, dentro de los jóvenes, sobre todo los estudiantes. Estos
jóvenes tienen un fuerte componente contracultural: rechazan el sistema y las instituciones del
mismo, desde los partidos políticos tradicionales a la familia tradicional, y defienden y buscan
nuevas formas de vida basadas en un ideal comunitario, nuevas formas de vida que tratan de
poner en práctica en el presente. De entre estos movimientos, que se definirán como
anticlasistas, antirracistas, pacifistas, ecologistas y feministas, se conformará la llamada
Nueva Izquierda.
acabar primero con el sistema para lograr la liberación de las mujeres o centrarse en la
liberación de las mujeres poniendo fin así al sistema.
Para las feministas socialistas el poder tiene sus raíces en la clase social tanto como en el
patriarcado. Y el patriarcado se define como un patriarcado capitalista, con una base
económica, pues ni el capitalismo ni el patriarcado son autónomos. La unión de ambos
sistemas de dominación (sexual y de clase) será explicada por la feministas socialistas con lo
que se ha conocido como Teorías del Doble Sistema (Dual System Theory). Juliet Mitchell,
Heidi Hartmann, Zillah Eisenstein, etc. son algunas de las referentes del feminismo socialista
estadounidense. En Europa, la francesa Christine Delphy, desde un enfoque materialista pero
crítico con los planteamientos marxistas clásicos, considera a las mujeres como una clase
social y analiza el trabajo doméstico que realizan éstas como un trabajo productivo.
La base material del patriarcado es, pues, objeto de discusión entre las feministas. Shulamith
Firestone toma el análisis del materialismo histórico que Engels hace para explicar las clases
sociales y lo aplica a la división de los sexos. De esta manera, si para Engels la causa última y
la gran fuerza motriz de todos los acontecimientos es el desarrollo económico de la sociedad,
para esta autora será la dialéctica del sexo, es decir, la división de la sociedad en dos clases
biológicas diferenciadas con fines reproductivos y en los conflictos de dichas clases entre sí.
Del mismo modo, si la historia es la historia de las luchas de clases para uno, para la otra será
la historia de la relación dialéctica entre los sexos. Así, la organización sexual-reproductiva es
la base que explica toda la superestructura jurídica, política, religiosa, etc. de cada periodo
histórico. Freud será otro de los referentes de Firestone, ya que, según ella, captó el problema
fundamental de la vida moderna: la sexualidad (Amorós, 2007: 88).
“Lo personal es político” es quizá el lema más repetido del feminismo radical. Con él se
pretende poner de manifiesto que la opresión se ejerce sobre todo a través de las relaciones
más íntimas, la relación sexual. De ahí el título de una de las obras más representativas e
influyentes del feminismo radical, Política sexual, de Kate Millet, publicado en 1970, fruto de
su tesis doctoral, que se convertirá en un clásico del feminismo. Fue también Millet la que
introdujo con éxito el concepto de patriarcado.
La tematización de la sexualidad es, como vemos, otra característica que separa al feminismo
liberal del radical, el cual fue pionero en considerar la sexualidad como una construcción
política (antes incluso que Foucault). La polémica sobre la sexualidad dividirá al feminismo
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en los años 80. Así por ejemplo, esta tematización crítica de la sexualidad dará origen a un
feminismo lesbiano que considerará que el amor entre mujeres puede y debe ser un acto
político de liberación (Puleo, 2007).
La noción de género, definida como la construcción cultural a partir del sexo, también fue
desarrollada por la teoría feminista como un sistema de organización social basado en el
control y dominación de las mujeres. Kate Millet recoge el concepto género para exponer la
idea de que no existe una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género.
Posteriormente, la antropóloga norteamericana Gayle Rubin, propondrá la denominación del
sistema sexo-género (sex-gender system) para referirse a todo un sistema de organización
social basado en el género, ya que esta categoría no sólo describe una diferencia (natural o
cultural), sino que establece una jerarquía, asigna espacios, tareas, deseos, derechos,
obligaciones y prestigio, es decir, constriñe las posibilidades de acción a los sujetos y su
acceso a los recursos (Maquieira, 2005: 163).
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Así, si para el primer feminismo radical la identificación de las mujeres con la naturaleza se
derivaba de la concepción patriarcal, ahora dicha identificación es defendida como algo
totalmente no solo positivo sino superior al par hombre-cultura. Para estas feministas, las
mujeres, sus cuerpos y sus ritmos están en más armonía con el orden natural, por lo que –
concluyen- las mujeres tienen un papel esencial en la preservación de la naturaleza.
Recordemos que en esta época el ecologismo surge con fuerza como una de las causas de
movilización social y política. Lo natural se pone de moda, adquiere valor, lo que será
aprovechado por este feminismo para invertir la jerarquía sexual.
El cuerpo de la mujer y sus especificidades biológicas son ahora reinterpretados como una
fuente de liberación. Si antes ese cuerpo, y todo lo relacionado con la función biológica de la
mujer (el embarazo, el parto, la menstruación, amamantar, etc.), tenía que esconderse, no
mostrarse, ahora se convierten en fuente de liberación. Si desde la Ilustración el feminismo
trata de superar lo biológico a través de lo cultural, ahora se invierten los términos. Autoras
como Susan Griffin defenderá “lo que de salvaje queda en nosotras”, o propondrán, al estilo
de Adrienne Rich, que “pensemos con el cuerpo” (Osborne, 2007).
La maternidad, una de las diferencias biológicas insalvables entre hombres y mujeres, será
para algunas de estas feministas la que explique esa relación de la mujer con la naturaleza y
con la vida. Las mujeres, como la naturaleza, son fuentes de vida. Se produce así una re-
valorización de la maternidad, como consecuencia del desarrollo de lo que se ha llamado
“pensamiento maternal”. La maternidad es considerada una práctica social generadora de una
ética específica. Nancy Chorodow y Sara Ruddick serán algunas de las autoras de esta
corriente. Otra autora será Adrienne Rich, quien distinguirá entre la maternidad como
institución y la maternidad como elección, defendiendo ésta última para que sea
verdaderamente libre.
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como tal a otros ámbitos académicos y ha alcanzado una notable influencia, por ejemplo,
entre las feministas italianas, así como en diversas disciplinas de la academia de Estados
Unidos. Algunas de sus autoras son Hélène Cixous, Julia Kristeva y Luce Irigaray.
Respecto a Italia, en los años sesenta y setenta la movilización reivindicativa fue muy
significativa, estando acompañada de una importante actividad teórica e intelectual. Así por
ejemplo, alrededor de La librería delle donne de Milán y La Biblioteca delle donne de Parma
se pretendían crear espacios para las mujeres desde los cuales se dieran a conocer su
pensamiento, sus escritos, sus posiciones políticas, etc. La actividad editorial ocupó un papel
importante como forma de promover específicamente la experiencia de las mujeres a través de
sus propias obras. Desde el inicio estos grupos de mujeres insistieron en la perspectiva de la
diferencia y acuñaron el término affidamento para expresar la particular relación que se
genera entre las mujeres precisamente por compartir esa perspectiva exclusivamente femenina
(Álvarez, 2005). Carla Lonzi y Luisa Muraro serían algunas de las autoras más
representativas. La primera defiende la diferencia frente a la igualdad, mientras que la
segunda se centra en el papel de la madre y su simbología.
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del posmodernismo, que declara la muerte de la modernidad y el proyecto ilustrado. Para este
feminismo la identidad es la clave.
Posmodernidad y postfeminismo
El movimiento feminista en los años noventa entra en otra etapa. Surge una nueva etiqueta, la
de “postfeminismo”. También se habla de una tercera ola del feminismo.
Respecto al término postfeminismo, hay que reconocer que no existe gran acuerdo sobre el
sentido del término (González Marín, 2010: 57). Se habla de postfeminismo en el mismo
sentido que se habla de postmodernidad, y de la misma manera que hay quien interpreta la
posmodernidad como una superación de la modernidad, también hay quien interpreta el
postfeminismo como una superación del feminismo. De hecho muchas feministas de la
segunda ola ven el postfeminismo como una regresión en lo que al movimiento social se
refiere.
Butler sostiene que no es necesario afirmar la existencia de una identidad común para
emprender una política de emancipación de las mujeres. Rechaza las identidades
preconcebidas: no hay una identidad femenina o de género que pueda establecerse como
presupuesto de la teoría. Los objetivos políticos no necesitan, según Butler, un sujeto político
predefinido, sino que el sujeto se define y se construye en interacción con los demás y en el
transcurso de la tarea reivindicativa.
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El sexo y el género son una invención, incluso el cuerpo es también una ficción. Todo se
reduce a construcciones culturales que hay que desmontar. Para Butler el sexo no es la base
material o natural del género, sino que la clasificación del sexo en dos categorías es producto
de la lógica del binarismo del género. Es decir, el género también hace al sexo, y como
cultural y socialmente sólo se han establecido dos géneros, también se han establecido dos
sexos. El género es producido y reproducido por los sujetos cuando actúan, en este sentido, el
género –dirá Butler- es performativo. Ahora bien, el sujeto no es libre para interpretar el
género a su manera, pues existen unas normas sociales que ejercen una fuerte coerción. Es
decir, existe una norma de género que promueve y legitima unos comportamientos y sanciona
y excluye otros. Por tanto, hablar de género es hablar de relaciones de poder.
En los años ochenta se desarrolla la sexualidad como un campo nuevo de estudio en el ámbito
de diversas disciplinas, especialmente en la antropología, la historia, la filosofía, la psicología
y la sociología. Investigaciones que, a su vez, se han configurado o nutrido en gran medida a
partir de los problemas teóricos y las instancias críticas planteadas por los estudios feministas,
gay studies y queer theory, donde el impacto del postmodernismo también ha sido crucial.
La tesis fundamental se puede resumir en que la sexualidad, al igual que el género, es política,
es decir, está organizada a través de sistemas de poder que recompensan y fortalecen a
algunos individuos y manifestaciones u acciones y oculta a otros. Se expone y se critica el
sistema de jerarquía establecido en nuestra sociedad con respecto a la sexualidad, en cuya
cúspide se encuentra la sexualidad marital reproductiva monógama, que es el comportamiento
más valorado. Este sistema de jerarquización sexual mantiene una línea imaginaria entre la
sexualidad correcta y la incorrecta, y es coercitivo, pues impide la libre elección sexual de los
sujetos sustentándose en un complejo entramado de ideologías estigmatizadoras, en la
discriminación social y económica, así como en la discriminación y/o persecución legal. Se
cuestiona que la sexualidad derive del género, antes al contrario, es la jerarquía sexual la que
crea y consolida el género.
Gayle Rubin, antropóloga norteamericana, habla del sistema de sexo-género para exponer y
criticar la “heterosexualidad obligatoria” o la sexualidad heterosexual reproductiva. Según
esta autora, “existe un sistema de poder que recompensa y fortalece a algunos individuos y
actividades, mientras que castiga y oculta a otros”. En la cúspide de este sistema de poder
estaría la sexualidad heterosexual monógama (Oliva Portolés, 2007: 28).
Monique Witting es otra teórica feminista francesa del feminismo lesbiano que arremete
contra la heterosexualidad como orden social y político. Critica las categorías binarias de
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género y afirma que las mujeres se definen por su sometimiento a los hombres, de ahí que
proclame de forma provocadora que las lesbianas (ella misma era lesbiana y defendía su
condición) no son mujeres al rechazar ese vínculo con los hombres.
Como señala Judith Butler (1999), las prácticas sexuales no normativas cuestionan la
estabilidad del género, aunque muchas veces el trato discriminatorio a gays y lesbianas no es
tanto por su orientación sexual (pues muchas veces no se expone públicamente) como porque
su «apariencia» no coincide con las normas de género aceptadas (Butler, 1999). La teoría
queer es la elaboración teórica de las sexualidades y las identidades sexuales y genéricas que
se desvían de la norma establecida. No existen papeles sexuales o genéricos esenciales sino
formas socialmente variables de desempañar los distintos papeles sexuales. La norma se
impone y se sostiene mediante un conjunto estructurado y sostenido de actos. En esto consiste
la performatividad del género de la que habla Butler. De ahí que una forma de subvertir el
género o la norma sexual sea, por ejemplo, travestirse, o representar actos subversivos, es
decir, poner en escena formas alternativas.
Ecofeminismo
El ecofeminismo supone una conexión entre el movimiento feminista y el ecologista,
abordando la cuestión medioambiental desde categorías características del feminismo como
género, patriarcado, etc. (Puleo, 2008). Conecta la división y la subordinación de género con
el deterioro medioambiental, la desigualdad Norte-Sur, el sexismo, el racismo y el clasismo.
La primera que usó el término ecofeminismo fue la teórica francesa Françoise D’Eaubonne en
1974, en su obra “Le féminisme ou la mort” (Medina Vicent, 2012: 57). Recordemos que es
precisamente en los años setenta cuando surgen con fuerza los movimientos pacifistas,
ecologistas y feministas.
Más adelante surge otro ecofeminismo menos esencialista, más constructivista, cuya crítica se
centra en el pensamiento dicotómico y los dualismos masculino/femenino, mente/cuerpo,
naturaleza/cultura, razón/emoción. Estas categorías duales son una construcción histórica que
ha dado lugar a una subordinación de lo femenino, el cuerpo, la naturaleza y la emoción a lo
masculino, la mente, la cultura y la razón. Se traza un paralelismo entre la opresión y la
subordinación de la mujer y la opresión y la subordinación de la naturaleza por el sistema
patriarcal capitalista. Pues ambas dominaciones y modelos de explotación, la del hombre
sobre la mujer y la del hombre sobre la naturaleza, tienen un origen común y un
funcionamiento parecido.
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Dentro del ecofeminismo hay también distintas corrientes y sensibilidades, unas más
espirituales, como la de Vandana Shiva y el movimiento Chipko de la India, otras de corte
materialista, como la británica Mary Mellor, o religioso, como la brasileña Ivonne Gebara. En
España destaca Alicia Puleo, quien defiende un “ecofeminismo ilustrado”, una especie de
ecofeminismo de la igualdad.
Ciberfeminismo
El movimiento ciberfeminista propone las nuevas tecnologías como elemento clave para la
liberación de las mujeres. Dicho movimiento recoge las propuestas teóricas de Donna J.
Haraway, profesora de Historia de la Conciencia en la Universidad de California, aunque esta
autora no se reconoce a sí misma como ciberfeminista. Una de las ideas centrales es que la
generalización de las tecnologías de las comunicaciones y su incorporación a todos los
órdenes van a permitir como nunca antes construir la identidad, la sexualidad y el género
como a cada cual le guste.
Las primeras ciberfeministas siguen las consignas del "girl power" [las chicas al poder], crea
fanzines electrónicos, como gURL y el ya célebre Geekgirl, y son una mezcla única entre
activista, ciberpunks, pensadoras y artistas. El ciberfeminismo surgió en Australia en los años
noventa, cuando un grupo de activistas llamadas VNS Matrix3, provenientes del mundo del
arte, escribieron el primer Manifiesto Ciberfeminista. Desde la aparición de esta primera
diatriba el movimiento empezó a crecer y a cambiar de dirección, hasta que en 1997 se
3
Las integrantes de VNS Matrix eran Francesca Rimini, Julianne Pierce, Josephine Starrs y Virginia Barrat.
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El nuevo espacio, el ciberespacio, es visto con optimismo por unas y con pesimismo por otras.
Sadie Plant, que concibe el ciberespacio como una netopía, como un lugar de posibilidades
reales, representa la parte utópica del ciberfeminismo. Ziauddin Sardar, por el contrario, desde
la facción distópica del ciberfeminismo, denuncia la colonización occidental del ciberespacio,
con predominio de los varones blancos de clase media, y la inundación de banalidad,
pornografía y ausencia de reivindicación.
La política cyborg, al igual que la política queer, tiene como objetivo la eliminación del
género. Pero como recuerda Teresa Aguilar García (2007: 76), “el cyborg uniformado
consumista existe, como bien exhibe el imaginario cinematográfico estadounidense en su
construcción del cyborg con un claro sesgo machista”.
4
Sobre el I Encuentro Internacional Ciberfeminista se puede consultar http://www.obn.org/kassel/
5
Old Boys Network es una expresión sajona para referirse a los “clubs de chicos” que surgen en las
universidades, entre los que se establece un compromiso de apoyo, se intercambian trabajos e información, y los
más veteranos, en situación de poder, apoyan a los más nuevos, conformando así redes de poder e influencia. La
Web de OBN es http://www.obn.org
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uso estratégico de las nuevas tecnologías y el espacio virtual en la transformación social (de
Miguel y Boix). La idea de este ciberfeminismo social es utilizar las nuevas tecnologías para
el empoderamiento de las mujeres en el mundo.
En agosto de 1997 surge en España Mujeres en Red6 con el objetivo de crear un punto de
encuentro en Internet que facilite el intercambio de información, estrategias y contactos entre
los grupos de mujeres y grupos feministas del mundo, posibilitando el acceso a las webs más
importantes del mundo feminista.
Para Camille Paglia el verdadero agente dominador no es el patriarcado sino la naturaleza que
instrumentaliza a hombres y mujeres para perpetuar la especie. Según esta autora, la
sexualidad tiene un componente animal o natural que el feminismo se empeña en negar
6
http://www.mujeresenred.net. Desde aquí puede bajarse el libro El viaje de las Internautas. Una mirada de
género a la nuevas tecnologías, editado por AMECO, cuyo capítulo II, “La comunicación como aliada: tejiendo
redes de mujeres”, escrito por Montserrat Boix, narra la experiencia de Mujeres en Red y la historia de las redes
de mujeres en Internet.
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En Europa también hay seguidoras de esta línea disidente feminista, como Elisabeth Badinter
en Francia o Empar Pineda y Edurne Uriarte en España.
La segunda ola se presenta así como un nuevo feminismo respecto de la primera ola,
correspondiente al feminismo del siglo XIX que lucha principalmente por conseguir el voto
para las mujeres. En la mencionada revista, Millet entiende que esa segunda oleada del
feminismo se genera en la década de los sesenta (Reverter Bañón, 2010: 17). El feminismo de
la primera ola reivindica los mismos derechos que los hombres, centrados en torno a tres
pilares: el voto, el control sobre la propiedad y la persona y la entrada en las profesiones y las
jerarquías de las instituciones. El feminismo de la segunda ola se caracteriza por su crítica
radical al orden social establecido, el patriarcado, y sus propuestas para superarlo. Este
feminismo descubre que la dominación de las mujeres se ejerce de una forma mucho más sutil
y que la legalidad no basta para garantizar la igualdad. Es necesario cambiar la organización
social de raíz, pues la dominación se encuentra en todos los órdenes (económico, simbólico,
lingüístico, político, literario, religioso, etc.). La dominación es anterior al desarrollo de todos
los órdenes y sus instituciones, de ahí que se quiera provocar la ruptura y la reconstrucción de
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los mismos. Unas defienden un orden social igualitario desde los ideales de igualdad y
justicia, aunque esos ideales son producto de la historia y la cultura que se critica, por
entender que la igualdad real es posible y deseable, sin que esa igualdad se consiga porque un
género se asimila al otro. Otras rechazan igualarse a los hombres por entender que los
hombres y sus instituciones no son ningún modelo positivo a seguir, sino todo lo contrario.
Las mujeres, por el hecho de serlo, piensan, sienten y actúan de forma diferente, por lo que
tienen que tomar las riendas de su propio destino para vivir conforme son, con su escala de
valores y con sus prioridades, distintas a la de los hombres. Rechazan el orden masculino y
reivindican su propio orden.
Pero para las feministas de la tercera ola lo decisivo no es la lucha por la situación de un
grupo con una misma identidad, ni defender una identidad (la de ser mujer), sino transgredir
las estructuras de ordenación y adjudicación de identidades. Interesarse por las situaciones
concretas en las que viven las mujeres no implica necesariamente anular la agenda feminista
por falta de un ideal de mujer compartido, sino ampliarla y diversificarla para dar respuestas
apropiadas (Reverter Bañón, 2010: 30).
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