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Máster en Igualdad de Género 2015-2016 UNIDAD 01.

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El preciso recorrido por la teoría e historia


del movimiento feminista
Mercedes Ávila Francés
(Mercedes.avila@uclm.es)
Universidad de Castilla-La Mancha

Contenido
Introducción ....................................................................................................................................  

Ilustración y feminismo ...................................................................................................................  

La naturaleza de las mujeres .......................................................................................................  

La vindicación de los derechos por parte de las mujeres ........................................................  

Los movimientos feministas desde el siglo XIX hasta la primera guerra mundial .........................  

El sufragismo ..............................................................................................................................  

Estados Unidos .......................................................................................................................  

Inglaterra .................................................................................................................................  

La filosofía, la religión, la literatura y la ciencia ........................................................................  

El segundo sexo de Simone de Beauvoir ........................................................................................  

La mística de la feminidad de Betty Friedan y el resurgimiento del feminismo liberal ..................  

El feminismo radical .......................................................................................................................  

Feminismo cultural y feminismo de la diferencia. El debate diferencia-igualdad ..........................  

Posmodernidad y postfeminismo ....................................................................................................  

Género, sexualidad y teoría queer ...............................................................................................  

Ecofeminismo .............................................................................................................................  

Ciberfeminismo...........................................................................................................................  

Feminismo disidente: las otras feministas...................................................................................  

Conclusión: las oleadas del movimiento feminista (una forma de periodización) ..........................  

Bibliografía......................................................................................................................................

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Introducción
Como dice Nuria Varela (2005: 13) en el comienzo de su libro, el feminismo es un
impertinente, pues cuestiona la base del orden social establecido. La misma palabra,
feminismo o feminista, incomoda tanto a hombres y mujeres, y una y otra vez se le trata como
un tema menor, tanto en la práctica como en la teoría política.
El feminismo se articula al mismo tiempo como filosofía política y como movimiento social.
A lo largo de la historia unas veces ha sido más teoría política y otras, como en el sufragismo,
más movimiento social.

Aunque más que hablar de feminismo habría que hacerlo de feminismos, en plural, pues son
muchas las corrientes que han surgido y surgen por todo el mundo. Entre otras razones porque
el feminismo es un movimiento no dirigido y escasamente jerarquizado.

Además de una teoría política y una práctica social, el feminismo es también una ética y una
forma de estar en el mundo fruto de la toma de conciencia feminista. Para muchas feministas,
la primera revolución es la de la vida cotidiana. Para cambiar el mundo (como quería Marx),
hay que empezar cambiando nuestras vidas (como quería Rimbaud). El primer paso es la
toma de conciencia, pues el feminismo abre los ojos, supone una nueva forma de ver el
mundo. Entre otras cosas, saca a la luz los “micromachismos” cotidianos sobre los que se
asienta y perpetúa la subordinación de las mujeres.

Siguiendo la tipología de Castells (1998), el feminismo es también un movimiento que da


origen a una identidad de proyecto1, en este sentido es proactivo, pues se define como un
movimiento emancipador que actúa en todos los órdenes (en la política, en la educación, en la
ciencia, en el lenguaje, en las relaciones entre hombres y mujeres, etc.), con la intención de
transformar la sociedad desde su raíz, construyendo un nuevo orden social.

Ilustración y feminismo
Son mayoría los que sitúan el origen teórico del feminismo en la Ilustración. Como dice
Cristina Sánchez Muñoz (2005: 17), el feminismo, en sus orígenes, es un fenómeno
netamente ilustrado, es un hijo del Siglo de la Razón, pero, en palabras de Amelia Valcárcel
(2008), resulta ser un hijo no deseado.
El feminismo ilustrado (si es que se le puede llamar así) elaboró un discurso partiendo de la
idea de igualdad y de la crítica a los privilegios (en este caso a los privilegios masculinos)

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Castells (1998: 30) distingue entre Identidad legitimadora, identidad de resistencia e identidad de proyecto.
Identidad legitimadora es la introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y
racionalizar su dominación entre los actores sociales. Identidad de resistencia es la generada por aquellos actores
que se sienten amenazados, por lo que construyen trincheras de resistencia basándose en principios diferentes u
opuestos a los que propugnan las instituciones. Identidad de proyecto es cuando los actores sociales, basándose
en los materiales culturales de que disponen, construyen una nueva identidad que redefine su posición en la
sociedad y, al hacerlo, transforman la estructura social.

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mediante el uso de la razón tal y como procedían los ilustrados para la desfundamentación del
Antiguo Régimen.

Que el momento fundacional del feminismo se sitúe en la ilustración no quiere decir que con
anterioridad no se plantearan discursos de denuncia de la situación de la mujer. Dichos
discursos entrarían dentro de lo que Celia Amorós denomina memorial de agravios, para
distinguirlos de los discursos de la vindicación. En los primeros entrarían el tipo de relatos en
los que se recogen las quejas de las mujeres ante su situación social, pero sin cuestionar la
asimetría de poder entre hombres y mujeres ni proponer un proyecto alternativo. Se trata de
las querelles des femmes, que surgen y resurgen desde principios del siglo XV hasta el siglo
XVIII. En este tipo de discursos se sitúan autoras como Cristina de Pizan, Laura Terracita,
Lucrezia Marinella, Marie de Gournay o la española María de Zayas.

La emancipación será uno de los principios del programa ilustrado, principio al que se adhiere
el discurso de la vindicación. Para Kant la Ilustración consiste en el hecho por el cual el
hombre sale de su minoría de edad. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse
del propio entendimiento, estando bajo la tutela de otro (Rábade, 2005). Los ilustrados
propugnan la emancipación del hombre. Algunas ilustradas y algunos ilustrados aplicarán el
mismo razonamiento a la emancipación de las mujeres. Es decir, las mujeres en su
reivindicación de emancipación usarán los mismos argumentos que los varones esgrimen en
su crítica a la tiranía aristocrática del Antiguo Régimen (Amorós y Cobo, 2007: 116).

Es el caso de Mary Wollstonecraft, que explicará, además, la ancestral exclusión que sufren
las mujeres en claves de hecho histórico (y, por tanto, mutable) siguiendo lo que hace el
pensamiento ilustrado-cartesiano respecto a otras costumbres, e igual que el derecho divino de
los reyes puede y debe contestarse, también puede y deber serlo el derecho divino de los
maridos (Capel Martínez, 2007: 64).

La idea de emancipación lleva acompañada un nuevo principio de legitimidad. La autoridad


ya no se puede legitimar por la tradición sino por la vía del consentimiento y del pacto
(Sánchez Muñoz, 2005: 19-20).

La noción de ciudadanía es también central en la Ilustración. La ciudadanía es la condición


del individuo como miembro de una comunidad política, en este caso, la nación. Quiénes
pueden ostentar el estatus de ciudadano es una de las cuestiones tanto de la filosofía política y
jurídica de ese momento como de la lucha revolucionaria. En la Ilustración la condición de
ciudadano se contrapone a la súbdito, propia del absolutismo. Ser ciudadano implica un
reconocimiento por parte del Estado de unos derechos –civiles y políticos-, la presencia
efectiva en el espacio público y la participación plena en él por medio del ejercicio de los
derechos políticos, entre otros, el derecho al voto (Sánchez Muñoz, 2005: 20). La condición
de ciudadano siempre ha estado restringida al cumplimiento de determinados requisitos,
siendo más o menos restrictiva según los estados y los momentos históricos. Así por ejemplo,

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en el sufragio censitario sólo podían votar las personas que aparecían en un censo,
normalmente en función de su renta, propiedades o nivel de tributación.

La mujer, hasta época muy reciente, estaba excluida de la categoría de ciudadanía. Y lo estaba
no por incumplir los requisitos exigidos (al hombre), sino por el hecho de haber nacido mujer
(Capel Martínez, 2007: 157).

Junto al debate sobre la ciudadanía, y ligado a éste, la educación va a constituir otro de los
grandes temas de la Ilustración (Sánchez Muñoz, 2005: 20). La educación es un tema crucial
en la ilustración francesa e inglesa, y lo va a ser también en la obra de Mary Wollstonecraft.
Una de las tareas de la ilustración será eliminar la desigualdad y emancipar al hombre, la
política y la educación serán los principales instrumentos para lograrlo.

La ilustración construye un ideal de hombre y la educación es el medio para alcanzar ese


ideal. Mary Wollstonecraft defiende sus ideas sobre la educación de las mujeres criticando la
concepción de la educación de la mujer que expone Rousseau en su obra Emilio. Para
Rousseau los hombres y las mujeres no son iguales por naturaleza, es decir, tienen una
naturaleza diferente, por lo que les corresponde una educación diferente. La virtud es algo que
se les debe exigir a los dos, pero mientras que el hombre alcanza la virtud al ejercer la
ciudadanía, y debe ser educado para ello, la mujer lo hace al ejercer de esposa y madre,
complementando así al hombre. La educación de las mujeres debe orientarse por tanto a los
hombres.

Mary Wollstonecraft criticará la diferente educación que se da a niños y a niñas y las funestas
consecuencias que este hecho tiene para las mujeres. Lo que se presenta como atributos
naturales de las mujeres (la coquetería, la vanidad, la debilidad, la frivolidad, etc.) no son sino
el producto de la educación recibida. Arremete contra el modelo de mujer dependiente
reflejado en la Sofía de Rousseau, a la que define como un ángel y como un asno, dado que
no es más que una sierva doméstica, incapaz de razón.

Denuncia también la falta de perspectivas para las mujeres fuera del matrimonio. Fuera del
matrimonio no hay nada para ellas, pero dentro del matrimonio sus vidas dependen por entero
de sus maridos. Y no solo critica la orientación de las niñas hacia el matrimonio sino también
la indiferencia, e incluso el desprecio, hacia sus facultades intelectuales ¿Cómo va a transmitir
la mujer la noción de virtud a los futuros ciudadanos si ella misma carece de ella y es incapaz
de reflexión? Wollstonecraft defendía un sistema nacional de enseñanza primaria gratuita
universal para ambos sexos (Anderson y Zinsser, 1991: 393).

Con anterioridad a Mary Wollstonecraft, otro autor que defendió la igualdad de los sexos y
una misma educación para ambos, fue el francés François Poullain de la Barre (1647-1725),
que aplica a la cuestión de las mujeres los principios cartesianos basados en la primacía de la
razón frente a la primacía de la tradición.

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La naturaleza de las mujeres


¿Cuál es la naturaleza de las mujeres? ¿Es la misma que la de los hombres? ¿Están
incapacitadas por su naturaleza para la vida política? Estas cuestiones son centrales en los
debates de la época.

Rousseau excluye a las mujeres como sujetos del pacto político y por tanto de la ciudadanía.
Esta exclusión la basa en la desigualdad natural entre hombres y mujeres. Para el ginebrino,
las mujeres no son como los hombres, por tanto no pueden tener los mismos derechos, ni ser
educadas igual. Sus ideas sobre las mujeres y el papel de éstas quedan reflejados en el
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y en Emilio o
de la educación.

Por el contrario, Mary Wollstonecraft defiende una sola naturaleza, una sola razón, una sola
virtud y una sola educación. Para la autora inglesa, el sometimiento y la inferioridad de las
mujeres no es natural, sino histórica, fruto de las costumbres y los hábitos impuestos por la
sociedad. La idea de que las mujeres son ontológicamente inferiores a los hombres no es más
que un prejuicio que esta autora siempre trata de desmontar. Para ello aplica los criterios de
universalidad de la razón y de los derechos naturales a las mujeres.

También nos encontramos varones filósofos y pensadores que participan activamente con sus
escritos a favor de la aplicación de los principios igualitarios ilustrados a las mujeres: Poullain
de la Barre, Montesquieu, Diderot, Voltaire, D’Alambert, el aleman Von Hippel (autor del
ensayo titulado Sobre la mejora civil de la mujer, de 1794), etc. Quizá el autor más destacado
en la defensa de los derechos de las mujeres sea el marqués de Condorcet, autor de Sobre la
admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía, con el que pretende influir directamente
en el debate político y filosófico sobre la ciudadanía de las mujeres, tan recurrente en Francia
desde 1789 (Sánchez Muñoz, 2005: 26-27). Para Condorcet, a igual naturaleza, iguales
derechos. En contra de aquellos que, como Rousseau, excluyen a las mujeres apelando a una
naturaleza distinta, inferior y subordinada, Condorcet defiende que esa supuesta naturaleza
diferenciada no es sino producto de una educación deficiente (Sánchez Muñoz, 2005: 27).

La vindicación de los derechos por parte de las mujeres


Muchos señalan la obra de Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer,
redactada en 1792, en seis semanas, como el acta fundacional del feminismo. Wollstonecraft
nació en Inglaterra en 1759 y murió en 1797. Fue dama de compañía y maestra, y siguió con
entusiasmo la revolución francesa, desplazándose a Francia en 1792, poco antes de que Luis
XVI fuera guillotinado.

Mary Wollstonecraft vindica para las mujeres los mismos derechos que los ilustrados
atribuían a los hombres. La autora, que admira y critica a Rousseauen en igual medida, utiliza
los propios argumentos de éste para desmontar la idea de la subordinación de las mujeres.
Así, de la misma forma que Rousseau, en su Discurso sobre el origen y fundamento de la

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desigualdad entre los hombres, declara que la desigualdad política y económica es producto
de la historia, y por tanto ajena a Dios y a la naturaleza, y está arraigada en el interés de unos
pocos, Mary Wollstonecraft denunciará, con los mismos argumentos, la desigualdad entre los
sexos, presentándola como algo histórico, social, artificial, ajena a Dios y a la naturaleza
(Amorós y Cobo, 2007: 128).

Las reivindicaciones de las mujeres se articulan en torno al derecho a la educación, el derecho


al trabajo, los derechos matrimoniales y respecto a los hijos y el derecho al voto. La
vindicación de estos derechos será una constante a lo largo del siglo XIX y buena parte del
XX (Sánchez Muñoz, 2005: 29).

Aunque los textos constitucionales y legales del momento supusieron algunos avances para
las mujeres (así por ejemplo se fija la igual mayoría de edad para hombres y mujeres a los 21
años, se declara el matrimonio como un contrato civil, se abole el derecho de primogenitura
masculino, se admite el divorcio en pie de igualdad de ambos cónyuges, se reconoce a la
madre el ejercicio de la patria potestad en las mismas condiciones que el padre), la
Constitución de 1791, cuyo preámbulo era la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, afirmaba la distinción entre dos categorías de ciudadanos: activos
(varones mayores de 25 años, independientes y con propiedades) y pasivos (hombres sin
propiedades y todo el colectivo de mujeres).

Los movimientos feministas desde el siglo XIX hasta la primera guerra mundial
En el siglo XIX surgen tres movimientos sociales que cambiarán la forma de hacer política y
actuarán de motores del cambio social: el liberalismo por medio de las revoluciones
burguesas, el marxismo a través del movimiento obrero organizado y el feminismo a través
del movimiento sufragista (Miyares, 2007: 254). Pero como señala Alicia Miyares,
Tanto las revoluciones burguesas, como el movimiento obrero han pasado al relato
común de la humanidad por significar movimientos sociales que cambiaron el mapa de
lo bueno, justo y deseable en términos individuales y sociales. Se ha tejido en torno a
ellos una épica que nadie cuestiona (…). Pero no ha sucedido lo mismo con el
movimiento sufragista a pesar de que éste significó la redefinición real de qué sean
derechos civiles y derechos sociales y fuera la base sobre la que el feminismo edificó
una amplia gama de nuevos derechos, los sexuales. En el siglo XXI el movimiento
sufragista y por ende el feminismo sigue fuera del relato común de la humanidad
(Miyares, 2007: 254-255).

El feminismo del siglo XIX y principios del XX tampoco es un movimiento unitario y sin
fisuras, sino una diversidad de posturas, argumentaciones y reivindicaciones que van desde el
derecho a la educación hasta el derecho a una sexualidad libre, desde el derecho al control de
las propiedades de las mujeres casadas por ellas mismas hasta la lucha contra la prostitución,

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pasando por la reivindicación del sufragio, que acabará actuando como elemento aglutinador
(Sánchez Muñoz, 2005).

Las tensiones entre conservadores y liberales primero, y entre liberales y socialistas después,
marcarán la política de este periodo, en la que las mujeres ocuparán un lugar marginal o
secundario. La raza, sobre todo en Estados Unidos, o la clase, principalmente en Europa, se
convertirán en cuestiones centrales Las mujeres participarán en esas luchas y reivindicarán ser
tenidas en cuenta, tratando de llevar también la cuestión del sexo o del género al debate
político.

El sufragismo
La historia del sufragismo se desarrolla a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX,
culminando con la consecución del voto de la mujer. En esta larga lucha reivindicativa, las
mujeres se irán organizando en distintos países, destacando Estados Unidos e Inglaterra.
Después de la primera y segunda guerras mundiales, tras la colaboración de las mujeres con la
causa bélica nacional, la mayoría de los países occidentales acaban reconociendo el voto a la
mujer.

Estados Unidos
El movimiento de mujeres en Estados Unidos nace asociado a otros movimientos sociales,
como la reforma social y el abolicionismo (Sánchez Muñoz, 2005). La cultura política
norteamericana anterior a la guerra civil, a diferencia de la europea, valoraba especialmente la
participación comunitaria en los asuntos más cercanos, lo que fomentaba el asociacionismo
para defender intereses concretos y resolver problemas cotidianos.

Los movimientos de reforma social permitieron a las mujeres participar en la vida pública
como voluntarias en las obras filantrópicas de la Iglesia, en sociedades dedicadas a intereses
humanitarios, etc. Y aunque esa actividad se entendía más una extensión de los deberes
propios de las mujeres que una afirmación de sus derechos, posibilitó que éstas tuvieran
experiencias asociativas y presencia pública (Sánchez Muñoz, 2005).

Respecto al abolicionismo, muchas sufragistas estaban casadas con militantes de la causa


abolicionista, como las hermanas Grimké, Angélica y Sara. Con el abolicionismo ocurriría lo
mismo que con el movimiento ilustrado: las mujeres usarán los valores y los argumentos del
movimiento para aplicarlos a su causa. Así, elaborarán una analogía entre el tratamiento dado
a los esclavos y a las mujeres en términos de esclavitud moral (Sánchez Muñoz, 2005). El
abolicionismo, que hace suya la idea ilustrada de unidad de toda la raza humana, utiliza
también el discurso de los derechos. Y de la misma forma que el abolicionismo lucha por
extender la ciudadanía a los negros, los movimientos de mujeres lucharán por extenderla
también a su sexo.

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El 19 y 20 de julio de 1848 se celebró una convención para discutir la condición y los


derechos sociales, civiles y religiosos de las mujeres. La reunión se celebró en la capilla
wesleyana de Séneca Falls (en el estado de Nueva York). Asistieron alrededor de setenta
mujeres y treinta varones. Los participantes provenían o estaban próximos al movimiento
abolicionista. De la convención surgió un documento que sería conocido como la Declaración
de Séneca Falls o la Declaración de Sentimientos. Se trata de un texto que denuncia la
negación de los derechos civiles o jurídicos para las mujeres y las injusticias a las que está
sometida, siguiendo el modelo de la Declaración de Independencia. La declaración será
después considerada como el acta fundacional del feminismo estadounidense.

Los movimientos de mujeres comenzarán a organizarse de manera formal después de la


guerra de secesión (1861-1865), tras la cual, una vez abolida la esclavitud en la
Decimotercera Enmienda, se plantea la cuestión del sufragio para los varones negros
liberados, lo que de nuevo aprovecharán las mujeres para pedir también el voto. Se libra así
una batalla por la extensión del sufragio y del sujeto de ciudadanía que dará lugar en 1870 a la
Decimoquinta Enmienda, que reconoce el derecho al voto a los primeros, dejando de atender
las demandas de la segundas. Las mujeres que apoyaron de modo activo el movimiento
antiesclavista, la Unión y el partido Republicano, se sintieron decepcionadas. Su causa
siempre estaba en el segundo plano para estos grupos, por lo que deciden depender de ellas
mismas y comienzan a asociarse para reivindicar sus demandas. En 1868, Elizabeth Cady
Stanton y Susan B. Anthony fundan la National Woman Suffrage Association (NWSA) y, un
año más tarde, en 1869, Lucy Stone, se pone al frente del ala bostoniana, más conservadora,
creando la American Woman Suffrage Association (AWSA), si bien ambas se unirán en
1890. A principios del siglo XX se crean distintas organizaciones e incluso un partido político
(Partido Nacional de la Mujer), pero no será hasta 1918 cuando se apruebe la Decimonovena
Enmienda, que reconoce el derecho al voto a la mujer.

Inglaterra
El movimiento sufragista inglés aparece unido al programa liberal (Miyares, 2007:285). En
Inglaterra destacan John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, casados entre ellos. John Stuart
Mill publicó en 1869 una de las obras más influyentes en el feminismo del siglo XIX y
principios del XX, The Subjection of Women, que causa un gran impacto de forma inmediata,
siendo traducido a numerosos idiomas.

Para John Stuart Mill el principio que regula las relaciones entre los sexos, y entre ellas la
subordinación legal de un sexo al otro, es injusto en sí mismo y uno de los principales
obstáculos para el progreso de la humanidad. Precisamente, lo que distingue la época
moderna de las anteriores es que la vida de las personas ya no está indisolublemente ligada al
nacimiento. Sin embargo esto no rige para las mujeres. Todos los hombres,
independientemente de la clase social o la raza a la que pertenezcan, independientemente de
sus cualidades físicas, intelectuales o morales disfrutan de una relación de privilegio respecto
a las mujeres (Miguel Álvarez, 2007: 185). Denuncia el hecho de que las leyes prohíben
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explícitamente a las mujeres el acceso a la educación superior, a la mayor parte de los trabajos
y a la actividad política, y que el único contrato que se les permite firmar, el matrimonio, las
somete de forma prácticamente total a la otra parte, el marido.

En su defensa de la igualdad de las mujeres, Mill argumentará que es tanto un derecho de


ellas mismas como un beneficio para la sociedad. Para él, el supuesto carácter femenino, no es
fruto de una naturaleza femenina diferente, sino producto de una educación diferente y de una
tradición y un prejuicio fuertemente arraigado.

Con anterioridad a la Sujeción, William Thompson y Anna Wheeler publicaron en 1825 La


demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad,
los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política, y en consecuencia, civil y doméstica.
Dicha obra cuestiona la tradicional concepción de la naturaleza femenina proponiendo una
explicación de carácter sociológico a la situación de servidumbre de las mujeres.

En el plano de la actuación política, en 1866 se presentó en el Parlamento una petición


firmada por 1499 mujeres exigiendo la reforma del sufragio para extenderlo a viudas y
solteras. La petición fue presentada por John Stuart Mill y Henry Fawcett. Tras ser rechaza se
creó en 1867 la National Society for Woman’s Suffrage (NSWS), con Lydia Becker al frente.
En años siguientes se presentaron sucesivos proyectos a favor del sufragio femenino de
carácter restringido. Algunos llegaron a aprobarse en la Cámara de los Comunes, pero no
salieron adelante en la Cámara de los Lores, de mayoría conservadora. En 1884 se amplió el
derecho al voto disminuyendo las restricciones de clases sociales, pero de nuevo excluyendo a
las mujeres. Muchos liberales no se atrevieron a sumar esta reivindicación para asegurar el
triunfo de la reforma, lo que llevó a un mayor activismo sufragista (Miyares, 2007). En 1897
se unirán todas las organizaciones sufragistas en la Unión Nacional de Sociedades pro
Sufragio de la Mujer, con Millicent Garrett Fawcett al frente. A principios del siglo XX el
movimiento, al menos una parte de él, se radicaliza. Destaca la visibilidad de un grupo
particularmente activo, Women’s Social and Political Union, de Emmeline Pankhurst.
Durante la Primera Guerra Mundial el movimiento sufragista colabora con la causa bélica, y
al final de la guerra se aprueba el voto para las mujeres mayores de 30 años, mientras que la
edad electoral de los varones era los 25 años. Finalmente, en 1928, las mujeres se equipararán
con los varones en lo que el derecho al voto se refiere.

La filosofía, la religión, la literatura y la ciencia


Uno de los argumentos que se esgrimían para no igualar a las mujeres en derechos a los
hombres es su diferente naturaleza. Por un lado estaba el discurso de la inferioridad, según el
cual la mujer era débil, infantil, inestable, con tendencia a la maldad, en definitiva, inferior
física, intelectual y moralmente, lo que justificaba su tutela o sometimiento al varón. Pero
también circulaba el discurso de superioridad moral de las mujeres, superioridad de la que,
curiosamente, no se derivaba una defensa de su igualdad y su emancipación, sino todo lo

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contrario. Un ejemplo de este tipo de pensamiento es Tocqueville, para quien la tarea de la


mujer consiste no en dirigir negocios ni entrar en política, sino en mantener el buen orden de
las costumbres y la moral y velar por la familia. Las mujeres pasan a convertirse en las
guardianas de la moral.

Para la iglesia católica, la Virgen María debe ser el modelo a imitar por todas las mujeres, las
cuales deben llevar una vida intachable dedicada a la familia en general y a la maternidad en
particular. Su misión es fortalecer en sus hijos y en los varones las virtudes sociales e
individuales. Es en esta vida de sacrificio, sumisión y abnegación donde las mujeres
encuentran su santidad (Miyares, 2007: 271). Este es el discurso de la Bula Ineffabilis Deus,
del 8 de diciembre de 1854, que proclama el dogma de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María.

El Génesis será otra de las fuentes que continuamente se citen para justificar la natural
subordinación de la mujer al varón. Las feministas tuvieron que luchar contra todas estas
interpretaciones. Así, Elizabeth Cady Satnton publica en 1895 La Biblia de la Mujer, en la
que se trata de desmontar las interpretaciones misóginas desde las mismas Escrituras.

En la literatura del siglo XIX llama la atención que las protagonistas de las grandes novelas
fueran mujeres. Pero como apunta Alicia Miyares (2007: 203), lejos de proponer un modelo
alternativo de mujer emancipada, “los personajes femeninos son más ricos en el sentido de
que hacen gala de unas pasiones inconvenientes para el sexo que representan”, por lo que al
final encuentran la muerte o la vergüenza social. Es el caso de Anna Karennina, Ana Ozores,
Gervaise, Nana, etc.

En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, el evolucionismo acabará imponiendo
un predominio del discurso biologicista, desplazando al lenguaje de los derechos y a los
discursos contractualistas propios de la Ilustración. Los enfoques evolucionistas se esgrimían
para justificar las situaciones de desigualdad existentes en la sociedad. Si los hombres están
en situación de superioridad respecto a las mujeres es porque son más aptos, es una
consecuencia del proceso de adaptación. Lo mismo ocurre con el hombre blanco civilizado
europeo respecto de las demás culturas. El evolucionismo también se utilizará para legitimar
los imperialismos y todo tipo de dominación. Así, el darwinismo social o la supervivencia del
más apto servirá también para justificar las dominaciones de clase.

El discurso psicologicista también será esgrimido para deslegitimar la causa feminista y


desprestigiar a las mujeres activistas. Las sufragistas fueron tachadas de histéricas. Como
explica Alicia Miyares (2007: 252),

En el siglo XX el prurito explicativo de la psicología y el psicoanálisis determinó que


la cualidad ignota de la histeria femenina se debía a una “fractura interna del yo”. La
quiebra del yo o disociación de la conciencia parecía tener que ver bastante con la

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pretensión por parte de las mujeres de emulación o envidia del mundo masculino. La
feminidad no asumida garantizaba el mal de histeria: éste era el mensaje.

Una muestra es la cita siguiente que recoge la misma autora de Otto Weiniger, de su obra
Sexo y carácter, publicada en 1902:

La mujer carece de necesidad, y, por tanto, de la capacidad de emanciparse. Todas las


mujeres que realmente tienden a la emancipación, todas las que han alcanzado fama
con justo derecho y se han hecho conocer por algunas de sus condiciones espirituales,
presentan siempre numerosos rasgos masculinos, y una observación sagaz permite
reconocer en ellas caracteres anatómicos propios del varón, un aspecto somático
semejante al hombre. Las mujeres del pasado y del presente cuyos nombre están en los
labios de las defensoras del movimiento emancipador para demostrar la capacidad del
sexo femenino, pertenecen exclusivamente a las formas intersexuales más avanzadas,
vecinas a esos grados medios que apenas pueden ser catalogados como femeninos
(citado por Alicia Miyares, 2007: 253).

El segundo sexo de Simone de Beauvoir


Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo en 1949, sólo cuatro años después de que las
mujeres francesas vieran reconocido su derecho al voto. Esta obra marcará un hito en la
historia de la teoría feminista. Para empezar, supone la primera construcción teórica que trata
de explicar la subordinación de las mujeres. Como dice Teresa López Pardina (1999: 7),
El segundo sexo no sólo ha nutrido a todo el feminismo que se he hecho en la segunda
mitad del siglo [XX], sino que es el ensayo feminista más importante de toda la
centuria. Todo lo que se ha escrito después en el campo de la teoría feminista ha
tenido que contar con esta obra, bien para continuarla en sus planteamientos y seguir
desarrollándolos, bien para criticarlos oponiéndose a ellos.

Cuando Beauvoir escribe El segundo sexo, el sufragismo ya se ha extinguido y aún no existe


el movimiento feminista como lo conocemos hoy. En aquellos años Simone ya era compañera
del filósofo existencialista Sartre, uno de los filósofos más influyentes y prestigiosos del
momento. A nuestra filósofa se la podía considerar triunfadora en el exigente mundo
intelectual dominado por hombres. Ella misma escribió

Yo no había experimentado nunca ningún sentimiento de inferioridad por el hecho de


ser mujer. Mi feminidad no era un problema para mí. Simplemente tuve una
revelación: el mundo era un mundo masculino. Mi infancia había sido forjada por
hombres y quizás reaccioné de modo diferente a si hubiera sido un muchacho. Así que

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con esa idea fascinante, dejé todo lo que tenía entre manos para centrarme en el
problema femenino2

Como ella misma reconoce en el segundo sexo, a un hombre no se le ocurriría escribir un


libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad, pues el hombre es
al mismo tiempo el positivo y el neutro (Beauvoir, 1999a: 49).

Ya en la introducción Simone de Beauvoir niega que exista una esencia femenina. Una cosa
son las mujeres y otra la feminidad. Se pregunta qué es una mujer. La función de hembra no
es suficiente para definir a las mujeres. Para Beauvoir “las mujeres son aquellos seres
humanos que reciben arbitrariamente el nombre de «mujer»”. “Es evidente –dice nuestra
autora- que la mujer es un ser humano como el hombre, pero una afirmación de este tipo es
abstracta; la realidad es que todo ser humano concreto tiene siempre un posicionamiento
singular” (Beauvoir, 1999a: 48).

La mujer se caracteriza como la Otra. La mujer se define y se determina con respecto al


hombre y no a la inversa. El hombre se concibe sin la mujer. Ella no se concibe sin el hombre.
No existe, por tanto reciprocidad entre los sexos. El hombre es sujeto, mientras que la mujer
es objeto para el otro y para sí misma. Sabe lo que ella es a través de lo que el hombre la hace
ser (López Pardina, 1999: 26).

El segundo sexo está estructurado en dos volúmenes. En el primero, que lleva por título Los
hechos y los mitos, explica cómo se ha construido la situación de opresión de la mujer, es
decir, cómo se ha construido la categorización de la mujer como la Otra. Para ello analiza, en
primer lugar, las circunstancias biológicas, el punto de vista del psicoanálisis y del
materialismo histórico, para continuar con un análisis histórico y terminar con un análisis de
los mitos.

De los tres factores que concurren en la opresión de la mujer según Beauvoir, ontológico,
biológico y cultural, el factor decisivo es el cultural (López Pardina, 1999: 21). Así por
ejemplo, no son las circunstancias biológicas la causa directa de la opresión, sino la cultura
que definió dichas circunstancias en esos términos.

El capítulo dedicado a la historia quizá sea uno de los más analizados. En él se pregunta por
qué la mujer, la única capaz de dar la vida en la especie, no ha hecho de la maternidad un
pedestal. La respuesta que da es que la humanidad no es una especie natural como las otras,
que sólo aspiran a reproducirse para mantenerse, la humanidad tiende a trascenderse.

Las hordas primitivas no se interesaban en absoluto por su posteridad. Al no estar


atadas a un territorio, al no poseer nada, al no encarnarse en ninguna cosa estable, no
podían formarse una idea concreta de la permanencia; no tenían preocupación por

2
Citado en la revista Filosofía hoy, consultada el 12 de septiembre de 2014 en
http://filosofiahoy.es/Simone_de_Beauvoir_El_segundo_sexo.htm

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perpetuarse y no se reconocían en su descendencia; no temían la muerte y no


reclamaban herederos […] La mujer que engendra no conoce el orgullo biológico de la
creación; se siente el juguete pasivo de fuerzas oscuras, y el doloroso parto es un
accidente inútil o incluso inoportuno. Más adelante se concederá mayor valor al niño,
pero de todas formas, engendrar, amamantar no son actividades, son funciones
naturales; no suponen ningún proyecto; por esta razón, no sirven a la mujer para una
afirmación altiva de su existencia; sufre pasivamente su destino biológico […] El caso
del hombre es radicalmente diferente; no alimenta al grupo como las abejas obreras
mediante un simple proceso vital, sino mediante actos que trascienden su condición
animal […] Su actividad tiene una dimensión diferente que le otorga su dignidad
suprema: a menudo es peligrosa. El guerrero […] pone en juego su propia vida. Así
demuestra brillantemente que para el hombre la vida no es el valor supremo, que debe
servir para fines más importantes que ella misma. La peor maldición que pesa sobre la
mujer es estar excluida de estas expediciones guerreras; si el hombre se eleva por
encima del animal no es dando la vida, sino arriesgándola; por esta razón, en la
humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata
(Beauvoir, 1999a: 127-128).

En el análisis de los mitos, Beauvoir expone cómo a través de ellos los hombres han
construido la imagen de la mujer que convenía a sus intereses. Ya en la introducción cita una
frase escrita por Poulain de la Barre en el siglo XVIII: “Todo lo que han escrito los hombres
sobre las mujeres es digno de sospecha, porque son a un tiempo juez y parte”.

El segundo volumen se titula La experiencia vivida, y en él Beauvoir analiza la manera como


las mujeres viven su condición de tales a partir de esa peculiar forma de ser que la cultura
patriarcal ha hecho de ellas. Así, otra de las frases más citada de la obra de Beauvoir es la que
da comienzo precisamente a este segundo volumen: “No se nace mujer, se llega a serlo”
(Beauvoir, 1999b: 13), retomando lo que ya exponía en la introducción, que la mujer es una
construcción social y cultural, que no existe una esencia femenina, algo que caracterice a la
mujer ontológicamente como tal. Ahora bien, que la feminidad no sea algo natural no quiere
decir que haya que negar la existencia de la feminidad so pretexto de que es un hecho
cultural. “Sin duda subsisten hoy –reconocerá- aun entre mujeres independientes, cantidad de
actitudes, sentimientos y fenómenos corporales totalmente específicos”. “Yo admito –
continúa- y nunca he negado, que las mujeres son profundamente diferentes de los hombres.
Lo que no admito es que la mujer sea diferente del hombre” (citado por López Pardina, 2007:
355). Es decir –dice López Pardina (2007: 255)- no acepta esencias masculina ni femenina,
solamente individuos distintos entre sí y usos culturales diferentes según el sexo.

La autora hace un recorrido por las etapas vitales de la mujer: infancia, juventud, iniciación
sexual, etc. Termina con una cuarta parte titulada “Hacia la liberación”, en la que señala
algunas de las vías de salida, como educar a las niñas en la autonomía, la independencia
económica a través del empleo y la lucha colectiva por la emancipación.

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La mística de la feminidad de Betty Friedan y el resurgimiento del feminismo liberal


En 1963, Betty Friedan publica su libro La mística de la feminidad, que causó un gran
impacto y tuvo una tremenda difusión. En él pone de manifiesto los nuevos problemas que
tienen las mujeres en las nuevas condiciones sociales y económicas surgidas tras la posguerra
mundial. El principal problema de las mujeres es, en esos momentos, un problema de
identidad y de falta de autorrealización, fruto del modelo ideal de mujer que se ha impuesto
socialmente y que no satisface a un gran número de mujeres reales.
Friedan expone como en Estados Unidos, país que sale de una guerra que es la continuación
de una depresión y que finaliza con una bomba atómica, la calidez de un hogar parecía ser la
aspiración suprema, sobre todo de los hombres, y poco a poco la mistificación de este deseo
se convierte en la razón de vivir para las mujeres (Sánchez Muñoz, Beltrán Pedreira, y
Álvarez, 2005). El ideal de mujer que se impone, que aparece en todas las revistas de la
época, así como en el cine, la publicidad, la televisión, etc., es el de la esposa y madre,
dedicada al bienestar de la familiar nuclear preponderante. Una de las explicaciones que se
ofrece para dar cuenta de este fenómeno es la guerra, pero hay otras, como la falta de modelos
y la sistemática denostación de las mujeres que se salen del canon, a lo que hay que añadir el
funcionalismo dominante en el momento en ciencias sociales como la sociología y la
antropología, que destacan la funcionalidad del papel del ama de casa para el sistema y la
estructura social. De esta forma incluso se encuentra un fundamento científico para lo que
Friedan denominará la mística de la feminidad (Sánchez Muñoz, Beltrán Pedreira, y Álvarez,
2005).

La mitad de las mujeres estadounidenses están casadas antes de los veinte años, la natalidad
se incrementa y cada vez son menos las mujeres que finalizan estudios universitarios como
consecuencia de contraer matrimonio a edades cada vez más tempranas. Al mismo tiempo, el
poder adquisitivo de las familias va aumentando progresivamente, como consecuencia del
crecimiento económico, y van apareciendo nuevos productos destinados al consumo del
hogar, como los electrodomésticos, etc.

Friedan describe como, consecuencia de lo anterior, las mujeres norteamericanas son presa de
una extraña inquietud y malestar, una sensación de disgusto y ansiedad. En muchas ocasiones
ese malestar es causa de desequilibrios emocionales y de enfermedades diversas y en los
casos más extremos las lleva al suicidio. Friedan lo llamó el “problema que no tiene nombre”.

¿Cómo salir de la trampa en que las propias mujeres se metieron aceptando esa mística de la
feminidad? A través de la educación que amplíe sus posibilidades de disfrute y realización y
permita desarrollarse profesionalmente. Para Betty Friedan esto debía ser compatible con las
tareas y obligaciones del ama de casa.

Con el paso de los años se comprobó que las soluciones apuntadas no eran suficientes o
plantearon nuevos problemas, como el de la doble carga que tenían que soportar las mujeres

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madres de familia con empleo. Para tratar de dar respuesta a esta situación y con el objeto de
criticar otros feminismos que surgen en los años setenta, la autora escribirá otra obra, La
segunda fase (1981), cuya publicación no tuvo el impacto de La mística de la feminidad.

El feminismo de Betty Friedan es calificado de feminismo liberal por cuanto que se basa en
un individualismo para el que las personas son sujetos autónomos que pueden elegir sus fines
de forma libre y aislada (Perona, 2007: 29). Es principalmente reformista y normativo. La
liberación de las mujeres no requiere un orden social nuevo o alternativo radicalmente
distinto. Estas feministas no se llamaban así mismas liberales, sino que el adjetivo liberal fue
usado por las feministas llamadas radicales para referirse a este tipo de feminismo.

En 1966 un grupo de mujeres, entre ellas Betty Friedan, fundan la National Organization for
Women (NOW), una de las organizaciones feministas más poderosas de Estados Unidos, que
comienza a funcionar como una organización pro derechos civiles de la mujer. La NOW es
considerada la organización más representativa del denominado feminismo liberal.

El feminismo radical
Se define como radical porque busca la raíz de la dominación de las mujeres. Este feminismo
surge de los movimientos contestatarios de los años sesenta del pasado siglo. Aunque los ejes
temáticos y la forma de abordarlos varían mucho entre las diferentes corrientes y las distintas
teóricas radicales, existen puntos comunes, entre los que destacan (Puleo, 2007: 41):
- La noción de patriarcado como dominación universal
- La utilización de la categoría de género
- El análisis de la sexualidad, que desembocará en una crítica a la heterosexualidad
obligatoria.
- La crítica al andocentrismo en todos sus ámbitos
Recordemos que los años sesenta y setenta fueron años caracterizados por la movilización
política y la aparición de nuevos movimientos sociales. El sistema surgido tras la segunda
guerra mundial es puesto en cuestión por las nuevas generaciones que no han vivido la guerra,
y que critican las limitaciones de dicho sistema, al que consideran racista, imperialista,
clasista y sexista. Estos movimientos tienen un marcado carácter generacional, los jóvenes
son los auténticos protagonistas y, dentro de los jóvenes, sobre todo los estudiantes. Estos
jóvenes tienen un fuerte componente contracultural: rechazan el sistema y las instituciones del
mismo, desde los partidos políticos tradicionales a la familia tradicional, y defienden y buscan
nuevas formas de vida basadas en un ideal comunitario, nuevas formas de vida que tratan de
poner en práctica en el presente. De entre estos movimientos, que se definirán como
anticlasistas, antirracistas, pacifistas, ecologistas y feministas, se conformará la llamada
Nueva Izquierda.

En un principio, las feministas radicales militarán en esos movimientos de nueva izquierda.


Se instala un debate entre estas activistas sobre cuál debe ser su principal objetivo político:
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acabar primero con el sistema para lograr la liberación de las mujeres o centrarse en la
liberación de las mujeres poniendo fin así al sistema.

Las feministas radicales critican el sistema por patriarcal. El patriarcado es concebido en


términos de estructura de poder. Es un sistema político. Pero no es un sistema de dominación
más, sino el sistema de dominación más básico, sobre el que se asientan todos los demás (de
raza, de clase, etc.), por lo que no puede haber una verdadera revolución si no se le destruye.
Mientras que para la izquierda la liberación de la mujer sería una consecuencia de la supresión
del capitalismo, para las feministas radicales la dominación sexual es anterior a la dominación
de clase.

Para las feministas socialistas el poder tiene sus raíces en la clase social tanto como en el
patriarcado. Y el patriarcado se define como un patriarcado capitalista, con una base
económica, pues ni el capitalismo ni el patriarcado son autónomos. La unión de ambos
sistemas de dominación (sexual y de clase) será explicada por la feministas socialistas con lo
que se ha conocido como Teorías del Doble Sistema (Dual System Theory). Juliet Mitchell,
Heidi Hartmann, Zillah Eisenstein, etc. son algunas de las referentes del feminismo socialista
estadounidense. En Europa, la francesa Christine Delphy, desde un enfoque materialista pero
crítico con los planteamientos marxistas clásicos, considera a las mujeres como una clase
social y analiza el trabajo doméstico que realizan éstas como un trabajo productivo.

La base material del patriarcado es, pues, objeto de discusión entre las feministas. Shulamith
Firestone toma el análisis del materialismo histórico que Engels hace para explicar las clases
sociales y lo aplica a la división de los sexos. De esta manera, si para Engels la causa última y
la gran fuerza motriz de todos los acontecimientos es el desarrollo económico de la sociedad,
para esta autora será la dialéctica del sexo, es decir, la división de la sociedad en dos clases
biológicas diferenciadas con fines reproductivos y en los conflictos de dichas clases entre sí.
Del mismo modo, si la historia es la historia de las luchas de clases para uno, para la otra será
la historia de la relación dialéctica entre los sexos. Así, la organización sexual-reproductiva es
la base que explica toda la superestructura jurídica, política, religiosa, etc. de cada periodo
histórico. Freud será otro de los referentes de Firestone, ya que, según ella, captó el problema
fundamental de la vida moderna: la sexualidad (Amorós, 2007: 88).

“Lo personal es político” es quizá el lema más repetido del feminismo radical. Con él se
pretende poner de manifiesto que la opresión se ejerce sobre todo a través de las relaciones
más íntimas, la relación sexual. De ahí el título de una de las obras más representativas e
influyentes del feminismo radical, Política sexual, de Kate Millet, publicado en 1970, fruto de
su tesis doctoral, que se convertirá en un clásico del feminismo. Fue también Millet la que
introdujo con éxito el concepto de patriarcado.

La tematización de la sexualidad es, como vemos, otra característica que separa al feminismo
liberal del radical, el cual fue pionero en considerar la sexualidad como una construcción
política (antes incluso que Foucault). La polémica sobre la sexualidad dividirá al feminismo
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Máster en Igualdad de Género 2015-2016 UNIDAD 01.01 

en los años 80. Así por ejemplo, esta tematización crítica de la sexualidad dará origen a un
feminismo lesbiano que considerará que el amor entre mujeres puede y debe ser un acto
político de liberación (Puleo, 2007).

La noción de género, definida como la construcción cultural a partir del sexo, también fue
desarrollada por la teoría feminista como un sistema de organización social basado en el
control y dominación de las mujeres. Kate Millet recoge el concepto género para exponer la
idea de que no existe una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género.
Posteriormente, la antropóloga norteamericana Gayle Rubin, propondrá la denominación del
sistema sexo-género (sex-gender system) para referirse a todo un sistema de organización
social basado en el género, ya que esta categoría no sólo describe una diferencia (natural o
cultural), sino que establece una jerarquía, asigna espacios, tareas, deseos, derechos,
obligaciones y prestigio, es decir, constriñe las posibilidades de acción a los sujetos y su
acceso a los recursos (Maquieira, 2005: 163).

Feminismo cultural y feminismo de la diferencia. El debate diferencia-igualdad


El término feminismo cultural fue acuñado por Alice Schols para referirse a aquel feminismo
que persigue la liberación de la mujer a través de la preservación y el impulso de una
contracultura femenina. Si en El segundo sexo Simone de Beauvoir expone la idea de que la
feminidad es una construcción social, idea que será adoptada por las primeras feministas
radicales en su concepción del género como una construcción cultural del sexo, dese finales
de los años setenta y la década de los ochenta se desarrollará una corriente feminista que
defiende la existencia de una esencia femenina.
El feminismo radical no es esencialista; las categorías hombre-mujer, masculino-femenino, no
son ontológicas o naturales, sino una construcción social sobre la que se asienta una forma de
dominación creada por los varones, construcción que deberá ser eliminada para lograr la
liberación de las mujeres. Sin embargo, para el feminismo cultural (como se le suele llamar en
norteamérica) y el feminismo de la diferencia (como se suele llamar en Europa) defienden la
especificidad de lo femenino, no como una construcción social más, sino como el conjunto de
características naturales que contribuirán a la conformación de una esencia cultural femenina
(Álvarez, 2005). Para el feminismo cultural y/o el feminismo de la diferencia existe una
diferencia radical entre hombres y mujeres.

El feminismo radical criticó los esquemas conceptuales basados en dualismos: hombre-mujer,


cultura-naturaleza, público-privado, objetividad-subjetividad, mente-cuerpo, razón-pasión,
etc. Los esquemas dicotómicos –entendían- contribuían a legitimar la división sexual del
trabajo y la dominación de un sexo por otro. Sin embargo el feminismo cultural y de la
diferencia recupera las dicotomías pero invirtiendo la jerarquía, poniendo en valor los
aspectos tradicionalmente asociados a las mujeres.

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Así, si para el primer feminismo radical la identificación de las mujeres con la naturaleza se
derivaba de la concepción patriarcal, ahora dicha identificación es defendida como algo
totalmente no solo positivo sino superior al par hombre-cultura. Para estas feministas, las
mujeres, sus cuerpos y sus ritmos están en más armonía con el orden natural, por lo que –
concluyen- las mujeres tienen un papel esencial en la preservación de la naturaleza.
Recordemos que en esta época el ecologismo surge con fuerza como una de las causas de
movilización social y política. Lo natural se pone de moda, adquiere valor, lo que será
aprovechado por este feminismo para invertir la jerarquía sexual.

El cuerpo de la mujer y sus especificidades biológicas son ahora reinterpretados como una
fuente de liberación. Si antes ese cuerpo, y todo lo relacionado con la función biológica de la
mujer (el embarazo, el parto, la menstruación, amamantar, etc.), tenía que esconderse, no
mostrarse, ahora se convierten en fuente de liberación. Si desde la Ilustración el feminismo
trata de superar lo biológico a través de lo cultural, ahora se invierten los términos. Autoras
como Susan Griffin defenderá “lo que de salvaje queda en nosotras”, o propondrán, al estilo
de Adrienne Rich, que “pensemos con el cuerpo” (Osborne, 2007).

La maternidad, una de las diferencias biológicas insalvables entre hombres y mujeres, será
para algunas de estas feministas la que explique esa relación de la mujer con la naturaleza y
con la vida. Las mujeres, como la naturaleza, son fuentes de vida. Se produce así una re-
valorización de la maternidad, como consecuencia del desarrollo de lo que se ha llamado
“pensamiento maternal”. La maternidad es considerada una práctica social generadora de una
ética específica. Nancy Chorodow y Sara Ruddick serán algunas de las autoras de esta
corriente. Otra autora será Adrienne Rich, quien distinguirá entre la maternidad como
institución y la maternidad como elección, defendiendo ésta última para que sea
verdaderamente libre.

La división sexual da lugar a un entramado social en el que mecanismos psicológicos


refuerzan la diferente asunción de roles. Carol Gilligan, basándose en Chorodow, propone una
teoría sobre la distinta aproximación a la moral por parte de mujeres y varones. La moral
femenina está más orientada hacia la responsabilidad frente a los demás, a las relaciones
interpersonales como un valor intrínseco, no como un valor instrumental; mientras que la
ética masculina se basa más en la noción de derechos respecto de una hipotética justicia
imparcial, distributiva, equitativa. La ética femenina sería una ética del cuidado, de los
afectos, de la sensibilidad y el altruismo, por oposición a una ética masculina basada en la
agresividad, la competitividad y el egoísmo (Álvarez, 2005).

En Europa, el llamado feminismo de la diferencia, que arremeterá con el feminismo


igualitario, conoce su mayor auge en Francia e Italia. En Francia surge, en un contexto
intelectual y universitario, en los años setenta, a partir del grupo Psicoanálisis y Política, en
París, en la resaca del mayo del 68. Se nutre de autores como Lacan, Foucault, Derrida,
Lyotard, Deleuze y Guattari. El llamado feminismo francés de la diferencia se ha extendido

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como tal a otros ámbitos académicos y ha alcanzado una notable influencia, por ejemplo,
entre las feministas italianas, así como en diversas disciplinas de la academia de Estados
Unidos. Algunas de sus autoras son Hélène Cixous, Julia Kristeva y Luce Irigaray.

Para Luce Irigaray, formada en la escuela freudiana de Lacan, lo diferente es lo no-idéntico,


lo que escapa al discurso logocéntrico. Precisamente lo femenino es lo diferente, lo que
escapa al orden del logos y al orden fálico. La diferencia sexual pasa a convertirse así en la
diferencia por antonomasia (Posada Kubissa, 2007: 260). El sexo, los órganos genitales, en
definitiva el cuerpo sexuado del varón y de la mujer definen su psicología, por lo que el
análisis de las peculiaridades sexuales servirá a la autora para comprobar los rasgos de
carácter y los distintos tipos de relaciones a partir de los cuales se construyen la identidad
femenina y la masculina (Álvarez, 2005). Por otra parte, la mujer ha sido pensada por el
sujeto masculino, ha sido pro-yectada como objeto del sujeto (masculino), que la define a
través de las redes categoriales y simbólicas creadas por el sujeto masculino. El deseo de la
mujer también está mediatizado por el deseo masculino. La autora francesa se pregunta
¿cómo administrar el mundo como mujeres si no hemos definido nuestra identidad, ni hemos
construido nuestra propia genealogía, ni nuestro orden social, lingüístico y cultural? Irigaray
propone el cuerpo y el placer femeninos como símbolo de la diferencia, sobre los que se debe
asentar la resistencia femenina ante el poder masculino. En su obra Yo, tú nosotras, afirma
que reclamar la igualdad como mujeres es una expresión equivocada de un objetivo real, pues
“reclamar la igualdad implica un término de comparación ¿A qué o a quién desean igualarse
las mujeres? –se pregunta- ¿A los hombres? ¿A un salario? ¿A un puesto público? ¿A qué
modelo? ¿Por qué no a sí mismas?

Respecto a Italia, en los años sesenta y setenta la movilización reivindicativa fue muy
significativa, estando acompañada de una importante actividad teórica e intelectual. Así por
ejemplo, alrededor de La librería delle donne de Milán y La Biblioteca delle donne de Parma
se pretendían crear espacios para las mujeres desde los cuales se dieran a conocer su
pensamiento, sus escritos, sus posiciones políticas, etc. La actividad editorial ocupó un papel
importante como forma de promover específicamente la experiencia de las mujeres a través de
sus propias obras. Desde el inicio estos grupos de mujeres insistieron en la perspectiva de la
diferencia y acuñaron el término affidamento para expresar la particular relación que se
genera entre las mujeres precisamente por compartir esa perspectiva exclusivamente femenina
(Álvarez, 2005). Carla Lonzi y Luisa Muraro serían algunas de las autoras más
representativas. La primera defiende la diferencia frente a la igualdad, mientras que la
segunda se centra en el papel de la madre y su simbología.

El debate igualdad-diferencia se instala en el seno del feminismo en los años ochenta


manteniéndose casi hasta nuestros días. Las defensoras de la igualdad se suelen situar en la
tradición de la Ilustración, que defiende la igualdad, no sólo formal sino también real, de
todos los seres humanos, independientemente de su sexo (o de cualquier otra distinción). Para
este feminismo la justicia es el aspecto central. Mientras, las feministas de la diferencia parten

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del posmodernismo, que declara la muerte de la modernidad y el proyecto ilustrado. Para este
feminismo la identidad es la clave.

Posmodernidad y postfeminismo
El movimiento feminista en los años noventa entra en otra etapa. Surge una nueva etiqueta, la
de “postfeminismo”. También se habla de una tercera ola del feminismo.
Respecto al término postfeminismo, hay que reconocer que no existe gran acuerdo sobre el
sentido del término (González Marín, 2010: 57). Se habla de postfeminismo en el mismo
sentido que se habla de postmodernidad, y de la misma manera que hay quien interpreta la
posmodernidad como una superación de la modernidad, también hay quien interpreta el
postfeminismo como una superación del feminismo. De hecho muchas feministas de la
segunda ola ven el postfeminismo como una regresión en lo que al movimiento social se
refiere.

El postfeminismo sitúa el debate más allá de la discusión igualdad-diferencia, lo que supuso


aire fresco para la teoría, pero también llevó a centrarse en prácticas de empoderamiento
privado sin un compromiso público paralelo, lo que se ha visto como un debilitamiento del
movimiento. En España los debates continuaron en el plano teórico y se circunscribieron
sobre todo al mundo académico, sin referentes claros de militancia social. Incluso en el
mundo académico los estudios feministas suelen ocupar espacios secundarios. Por otra parte
los debates de género cobran cada vez más protagonismo en estos ámbitos.

Género, sexualidad y teoría queer


Para la postmodernidad la diferencia es diferencia radical, diversidad radical, ausencia de
características comunes, ausencia de categorías homogéneas y, por tanto, ausencia de género.
Desde esta perspectiva, Judith Butler señalará que no es posible hablar de una identidad
femenina, en singular, y en consecuencia no se puede hablar de las mujeres como grupo. El
“sujeto del feminismo”, entendido como las mujeres englobadas en la categoría de género, ha
dejado de tener fuerza emancipadora y ha pasado a transformarse en un concepto opresor y
excluyente que ignora la diversidad entre mujeres con distintas realidades culturales o
sociales.

Butler sostiene que no es necesario afirmar la existencia de una identidad común para
emprender una política de emancipación de las mujeres. Rechaza las identidades
preconcebidas: no hay una identidad femenina o de género que pueda establecerse como
presupuesto de la teoría. Los objetivos políticos no necesitan, según Butler, un sujeto político
predefinido, sino que el sujeto se define y se construye en interacción con los demás y en el
transcurso de la tarea reivindicativa.

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El sexo y el género son una invención, incluso el cuerpo es también una ficción. Todo se
reduce a construcciones culturales que hay que desmontar. Para Butler el sexo no es la base
material o natural del género, sino que la clasificación del sexo en dos categorías es producto
de la lógica del binarismo del género. Es decir, el género también hace al sexo, y como
cultural y socialmente sólo se han establecido dos géneros, también se han establecido dos
sexos. El género es producido y reproducido por los sujetos cuando actúan, en este sentido, el
género –dirá Butler- es performativo. Ahora bien, el sujeto no es libre para interpretar el
género a su manera, pues existen unas normas sociales que ejercen una fuerte coerción. Es
decir, existe una norma de género que promueve y legitima unos comportamientos y sanciona
y excluye otros. Por tanto, hablar de género es hablar de relaciones de poder.

La idea de un “sexo natural” clasificado en dos categorías opuestas y complementarias deriva


de la heterosexualidad obligatoria que caracteriza a nuestras sociedades y nuestra cultura, en
la que los ideales de masculinidad y feminidad se impusieron como heterosexuales. De ahí el
prejuicio que considera que todo hombre homosexual debe ser poco masculino o afeminado y
la mujer lesbiana poco femenina o masculina.

En los años ochenta se desarrolla la sexualidad como un campo nuevo de estudio en el ámbito
de diversas disciplinas, especialmente en la antropología, la historia, la filosofía, la psicología
y la sociología. Investigaciones que, a su vez, se han configurado o nutrido en gran medida a
partir de los problemas teóricos y las instancias críticas planteadas por los estudios feministas,
gay studies y queer theory, donde el impacto del postmodernismo también ha sido crucial.

La tesis fundamental se puede resumir en que la sexualidad, al igual que el género, es política,
es decir, está organizada a través de sistemas de poder que recompensan y fortalecen a
algunos individuos y manifestaciones u acciones y oculta a otros. Se expone y se critica el
sistema de jerarquía establecido en nuestra sociedad con respecto a la sexualidad, en cuya
cúspide se encuentra la sexualidad marital reproductiva monógama, que es el comportamiento
más valorado. Este sistema de jerarquización sexual mantiene una línea imaginaria entre la
sexualidad correcta y la incorrecta, y es coercitivo, pues impide la libre elección sexual de los
sujetos sustentándose en un complejo entramado de ideologías estigmatizadoras, en la
discriminación social y económica, así como en la discriminación y/o persecución legal. Se
cuestiona que la sexualidad derive del género, antes al contrario, es la jerarquía sexual la que
crea y consolida el género.

Gayle Rubin, antropóloga norteamericana, habla del sistema de sexo-género para exponer y
criticar la “heterosexualidad obligatoria” o la sexualidad heterosexual reproductiva. Según
esta autora, “existe un sistema de poder que recompensa y fortalece a algunos individuos y
actividades, mientras que castiga y oculta a otros”. En la cúspide de este sistema de poder
estaría la sexualidad heterosexual monógama (Oliva Portolés, 2007: 28).

Monique Witting es otra teórica feminista francesa del feminismo lesbiano que arremete
contra la heterosexualidad como orden social y político. Critica las categorías binarias de
21
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género y afirma que las mujeres se definen por su sometimiento a los hombres, de ahí que
proclame de forma provocadora que las lesbianas (ella misma era lesbiana y defendía su
condición) no son mujeres al rechazar ese vínculo con los hombres.

Como señala Judith Butler (1999), las prácticas sexuales no normativas cuestionan la
estabilidad del género, aunque muchas veces el trato discriminatorio a gays y lesbianas no es
tanto por su orientación sexual (pues muchas veces no se expone públicamente) como porque
su «apariencia» no coincide con las normas de género aceptadas (Butler, 1999). La teoría
queer es la elaboración teórica de las sexualidades y las identidades sexuales y genéricas que
se desvían de la norma establecida. No existen papeles sexuales o genéricos esenciales sino
formas socialmente variables de desempañar los distintos papeles sexuales. La norma se
impone y se sostiene mediante un conjunto estructurado y sostenido de actos. En esto consiste
la performatividad del género de la que habla Butler. De ahí que una forma de subvertir el
género o la norma sexual sea, por ejemplo, travestirse, o representar actos subversivos, es
decir, poner en escena formas alternativas.

Ecofeminismo
El ecofeminismo supone una conexión entre el movimiento feminista y el ecologista,
abordando la cuestión medioambiental desde categorías características del feminismo como
género, patriarcado, etc. (Puleo, 2008). Conecta la división y la subordinación de género con
el deterioro medioambiental, la desigualdad Norte-Sur, el sexismo, el racismo y el clasismo.

La primera que usó el término ecofeminismo fue la teórica francesa Françoise D’Eaubonne en
1974, en su obra “Le féminisme ou la mort” (Medina Vicent, 2012: 57). Recordemos que es
precisamente en los años setenta cuando surgen con fuerza los movimientos pacifistas,
ecologistas y feministas.

El primer ecofeminismo es una deriva del feminismo de la diferencia que defiende la


existencia de esencias femeninas y masculinas. La mujer se identifica con la naturaleza y el
hombre con la cultura en una suerte de determinismo biológico que caracteriza a los hombres
como agresivos y competitivos y a las mujeres como dadoras y defensoras de la vida,
pacíficas y colaboradoras. Mary Daly sería una representante de este movimiento.

Más adelante surge otro ecofeminismo menos esencialista, más constructivista, cuya crítica se
centra en el pensamiento dicotómico y los dualismos masculino/femenino, mente/cuerpo,
naturaleza/cultura, razón/emoción. Estas categorías duales son una construcción histórica que
ha dado lugar a una subordinación de lo femenino, el cuerpo, la naturaleza y la emoción a lo
masculino, la mente, la cultura y la razón. Se traza un paralelismo entre la opresión y la
subordinación de la mujer y la opresión y la subordinación de la naturaleza por el sistema
patriarcal capitalista. Pues ambas dominaciones y modelos de explotación, la del hombre
sobre la mujer y la del hombre sobre la naturaleza, tienen un origen común y un
funcionamiento parecido.

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El ecofeminismo criticará también el actual modelo de desarrollo y el actual modelo de


globalización, que supone la universalización de un único modelo de desarrollo que favorece
a determinados grupos de interés y a los valores sobre los que estos se sustentan. Dicho
modelo de desarrollo no se mueve por la justicia social sino por los intereses particulares de
las élites mundiales. Sólo se valora lo que está conforme a este modelo y lo que es funcional
para el mismo, generándose una situación de violencia fáctica que ataca los modos de vida
que no se ajusten a las premisas de funcionamiento del modelo. Para que funcione y se
reproduzca, debe mantenerse el orden, en el que las jerarquías de orden inferior deben
subordinarse en cierto modo a las de orden superior (Medina Vicent, 2012: 56).

Dentro del ecofeminismo hay también distintas corrientes y sensibilidades, unas más
espirituales, como la de Vandana Shiva y el movimiento Chipko de la India, otras de corte
materialista, como la británica Mary Mellor, o religioso, como la brasileña Ivonne Gebara. En
España destaca Alicia Puleo, quien defiende un “ecofeminismo ilustrado”, una especie de
ecofeminismo de la igualdad.

Ciberfeminismo
El movimiento ciberfeminista propone las nuevas tecnologías como elemento clave para la
liberación de las mujeres. Dicho movimiento recoge las propuestas teóricas de Donna J.
Haraway, profesora de Historia de la Conciencia en la Universidad de California, aunque esta
autora no se reconoce a sí misma como ciberfeminista. Una de las ideas centrales es que la
generalización de las tecnologías de las comunicaciones y su incorporación a todos los
órdenes van a permitir como nunca antes construir la identidad, la sexualidad y el género
como a cada cual le guste.

En su obra Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Haraway propone el


concepto cyborg, híbrido de humano y máquina, organismo cibernético, invento surgido
durante la carrera armamentística de la Guerra Fría, y que puede convertirse en una
herramienta de lucha feminista. Mucho antes, en 1972, Shulamith Firestone, en su obra The
Dialectic of Sex, expuso cómo la cibernética ofrecía la posibilidad de escapar de los confines
del cuerpo y dar un paso más en la liberación de la humanidad de la tiranía de su biología
(Aguilar García, 2007). El cyborg rompe las barreras entre lo natural y lo artificial, lo
individual y lo social, generando identidades deslocalizadas no genéricas.

Las primeras ciberfeministas siguen las consignas del "girl power" [las chicas al poder], crea
fanzines electrónicos, como gURL y el ya célebre Geekgirl, y son una mezcla única entre
activista, ciberpunks, pensadoras y artistas. El ciberfeminismo surgió en Australia en los años
noventa, cuando un grupo de activistas llamadas VNS Matrix3, provenientes del mundo del
arte, escribieron el primer Manifiesto Ciberfeminista. Desde la aparición de esta primera
diatriba el movimiento empezó a crecer y a cambiar de dirección, hasta que en 1997 se

3
Las integrantes de VNS Matrix eran Francesca Rimini, Julianne Pierce, Josephine Starrs y Virginia Barrat.

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celebra el I Encuentro Internacional Ciberfeminista4 en el marco de la Documenta X, una de


las muestras más importantes de arte contemporáneo del mundo que se presenta cada cinco
años en Kassel, Alemania. A este encuentro acudieron distintos grupos como VNS Matrix,
subRoses, grupos de EE.UU, la Unión Europea (especialmente de Alemania y Holanda) Rusia
y Australia. OBN (Old Boys Network5), liderado por Cornelia Sollfrank, que surgió de
INNEN, un colectivo de cuatro mujeres artistas, que trabajaban formatos electrónicos y
perspectiva de género, fundado en 1992 en Hamburgo (Alemania), actuaron como anfitrionas.
En este encuentro se formularon las “100 Primeras Antítesis” que definen los que el
ciberfeminismo no es. Entre otras cosas, no es una institución, no es una estructura, no es
natural, no es sin conectividad, no es triste, no es un trauma, no es romántico, no es
posmoderno, no es lacaniano, etc. (Aguilar García, 2007).

El feminismo de la diferencia es rechazado activamente por el ciberfeminismo que detesta la


asociación automática o natural de mujer e instintos, sentimientos, naturaleza, etc. El
ciberfeminismo es, por definición, tecnófilo. El ciberespacio, donde las identidades se borran
y cobran fluidez, es el territorio donde se ha de ganar la lucha feminista (Aguilar García,
2007).

El nuevo espacio, el ciberespacio, es visto con optimismo por unas y con pesimismo por otras.
Sadie Plant, que concibe el ciberespacio como una netopía, como un lugar de posibilidades
reales, representa la parte utópica del ciberfeminismo. Ziauddin Sardar, por el contrario, desde
la facción distópica del ciberfeminismo, denuncia la colonización occidental del ciberespacio,
con predominio de los varones blancos de clase media, y la inundación de banalidad,
pornografía y ausencia de reivindicación.

La política cyborg, al igual que la política queer, tiene como objetivo la eliminación del
género. Pero como recuerda Teresa Aguilar García (2007: 76), “el cyborg uniformado
consumista existe, como bien exhibe el imaginario cinematográfico estadounidense en su
construcción del cyborg con un claro sesgo machista”.

En lo que se ha dado en llamar ciberfeminismo, el grupo VNS y su “Manifiesto de la Zorra


Mutante”, así como el activismo político de Sadie Plant, estarían en la corriente más radical
del movimiento, mientras que en una corriente más moderada estaría el grupo europeo OBS y
el de la comunidad de correo electrónico FACES. Algunos autores señalan también una
tercera tendencia que podría denominarse ciberfeminismo social, cuyo desarrollo se produce
paralelamente a los trabajos de VNS Matrix y OBS y que culmina con la conexión a los
movimientos antiglobalización neoliberal y a los grupos activistas en defensa de los derechos
humanos, estableciendo puentes entre estos movimientos y el feminismo, y proclamando el

4
Sobre el I Encuentro Internacional Ciberfeminista se puede consultar http://www.obn.org/kassel/
5
Old Boys Network es una expresión sajona para referirse a los “clubs de chicos” que surgen en las
universidades, entre los que se establece un compromiso de apoyo, se intercambian trabajos e información, y los
más veteranos, en situación de poder, apoyan a los más nuevos, conformando así redes de poder e influencia. La
Web de OBN es http://www.obn.org

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uso estratégico de las nuevas tecnologías y el espacio virtual en la transformación social (de
Miguel y Boix). La idea de este ciberfeminismo social es utilizar las nuevas tecnologías para
el empoderamiento de las mujeres en el mundo.

En agosto de 1997 surge en España Mujeres en Red6 con el objetivo de crear un punto de
encuentro en Internet que facilite el intercambio de información, estrategias y contactos entre
los grupos de mujeres y grupos feministas del mundo, posibilitando el acceso a las webs más
importantes del mundo feminista.

Feminismo disidente: las otras feministas


Desde el inicio del siglo XXI, e incluso antes, un grupo de feministas académicas
norteamericanas viene acusando al feminismo institucional predominante de falsear la
realidad y de haberse convertido en la práctica en un movimiento de victimización (León
Mejía, 2009: 560). Estas autoras critican el sesgo y la censura que acaba operando a través de
la corrección política feminista, cuestionan conceptos centrales del feminismo como sociedad
patriarcal, violencia de género, etc., y se encaran con las teóricas más reconocidas
institucionalmente por el feminismo “oficial”. Denuncian la pérdida de legitimidad de un
movimiento que se encuentra sumido en una gran crisis de percepción por parte de la
población femenina, que no se considera feminista ni se identifica con las feministas, aunque
sí haya interiorizado los valores del feminismo y disfrute de los logros conseguidos por este
movimiento (León Mejía, 2009: 560).

Las autoras y seguidoras de este feminismo disidente, enfrentado al feminismo institucional


predominante, rechazan la que consideran “actitud victimista” del feminismo, que presenta a
la mujer como un ser vulnerable –siempre en peligro y sometida a la dominación masculina- y
al hombre como un ser violento, un agresor en potencia” (León Mejía, 2009: 562). Ponen en
duda que vivamos en una sociedad patriarcal, caracterizada por la dominación masculina, y
rechazan el género como una categoría únicamente social. Dichas feministas son contrarias a
la politización de lo personal, critican la victimización de las mujeres como sexo oprimido y
el proteccionismo paternalista de algunas políticas estatales exigidas por el feminismo del
género. Denuncian la ideología ginecentrista que se ha instalado en sectores del feminismo y,
en su lugar, reivindican un feminismo liberal y equitativo no obsesionado con las diferencias
de género y las diferencias de poder (León Mejía, 2009: 562). Las norteamericanas Christina
Hoff Sommers y Camille Paglia son dos de las autoras más representativas de esta línea.

Para Camille Paglia el verdadero agente dominador no es el patriarcado sino la naturaleza que
instrumentaliza a hombres y mujeres para perpetuar la especie. Según esta autora, la
sexualidad tiene un componente animal o natural que el feminismo se empeña en negar
6
http://www.mujeresenred.net. Desde aquí puede bajarse el libro El viaje de las Internautas. Una mirada de
género a la nuevas tecnologías, editado por AMECO, cuyo capítulo II, “La comunicación como aliada: tejiendo
redes de mujeres”, escrito por Montserrat Boix, narra la experiencia de Mujeres en Red y la historia de las redes
de mujeres en Internet.

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(defendiendo la construcción social de la misma). El sexo es definido “como una fuerza


demoníaca que gobierna nuestro inconsciente, mientras que el amor es un instrumento
occidental para defendernos del aspecto incontrolable de éste”. Sostiene que la agresividad es
algo propio del hombre y que la violación, en contra de la visión feminista dominante, no es
un delito de poder, sino una agresión sexual (natural), que sólo puede controlarse mediante el
contrato social. Es decir, no es la sociedad la que produce el delito, sino la que protege contra
él. Ahora bien, “no debe confundirse lo descriptivo (que el hombre tenga impulsos violentos o
que la violación sea un modo de agresión presente en nuestra naturaleza) con lo normativo
(que por ello haya que liberar al hombre de culpa o de responsabilidad que conlleva violar el
pacto social)” (León Mejía, 2009: 579).

Paglia dice defender un feminismo libertario, antipaternalista, sin protecciones. Adopta


también una postura muy crítica frente a otros aspectos contra los que lucha el feminismo
dominante, como la prostitución, el porno o la pedofilia. Para Paglia la libertad debe
prevalecer por encima del paternalismo y del proteccionismo, que llevan a la censura sexual
moralizante.

En Europa también hay seguidoras de esta línea disidente feminista, como Elisabeth Badinter
en Francia o Empar Pineda y Edurne Uriarte en España.

Conclusión: las oleadas del movimiento feminista (una forma de periodización)


En 1971 la organización Female Liberation comienza a editar la revista The Second Wave: A
Magazine for the New Feminism. Precisamente Kate Millet había utilizado el concepto de
oleada para periodizar el movimiento feminista, afirmando:
.. the first wave of feminism in the early twentieth century, which lost much of its
force with the achievement of women’s right to vote, was reborn as a second wave of
feminist action in the early 1960s (citado por Reverter Bañón, 2010: 17).

La segunda ola se presenta así como un nuevo feminismo respecto de la primera ola,
correspondiente al feminismo del siglo XIX que lucha principalmente por conseguir el voto
para las mujeres. En la mencionada revista, Millet entiende que esa segunda oleada del
feminismo se genera en la década de los sesenta (Reverter Bañón, 2010: 17). El feminismo de
la primera ola reivindica los mismos derechos que los hombres, centrados en torno a tres
pilares: el voto, el control sobre la propiedad y la persona y la entrada en las profesiones y las
jerarquías de las instituciones. El feminismo de la segunda ola se caracteriza por su crítica
radical al orden social establecido, el patriarcado, y sus propuestas para superarlo. Este
feminismo descubre que la dominación de las mujeres se ejerce de una forma mucho más sutil
y que la legalidad no basta para garantizar la igualdad. Es necesario cambiar la organización
social de raíz, pues la dominación se encuentra en todos los órdenes (económico, simbólico,
lingüístico, político, literario, religioso, etc.). La dominación es anterior al desarrollo de todos
los órdenes y sus instituciones, de ahí que se quiera provocar la ruptura y la reconstrucción de
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los mismos. Unas defienden un orden social igualitario desde los ideales de igualdad y
justicia, aunque esos ideales son producto de la historia y la cultura que se critica, por
entender que la igualdad real es posible y deseable, sin que esa igualdad se consiga porque un
género se asimila al otro. Otras rechazan igualarse a los hombres por entender que los
hombres y sus instituciones no son ningún modelo positivo a seguir, sino todo lo contrario.
Las mujeres, por el hecho de serlo, piensan, sienten y actúan de forma diferente, por lo que
tienen que tomar las riendas de su propio destino para vivir conforme son, con su escala de
valores y con sus prioridades, distintas a la de los hombres. Rechazan el orden masculino y
reivindican su propio orden.

En los noventa la postmodernidad irrumpe con fuerza también en el feminismo. La etiqueta


que se acuña es la de postfeminismo. El debate entre el feminismo de la igualdad y el de la
diferencia comienza a agotarse y va perdiendo vigencia. La deconstrucción de cualquier
sujeto universal y abstracto, el replanteamiento de la identidad como algo inestable y la
despolitización, todo ello característico de la postmodernidad, se plantea también en el
movimiento feminista. Se critica el universal de mujer y se reivindica a las mujeres concretas.
Las mujeres concretas y sus experiencias son muy diferentes entre sí por razones de clase,
raza, etnicidad, sexualidad, religión, ideología, profesión, etc. Todo esto hace que en los
noventa más que de feminismo se hable de feminismos. Se entra así en lo que se ha dado en
llamar la tercera ola del movimiento feminista, caracterizada, entre otras cosas, por su
fragmentación. Esta fragmentación debilitará al feminismo como movimiento social, pues ni
los referentes ni la agenda son compartidos. Precisamente esta es la crítica que la generación
de las feministas de la segunda ola hace a las de la tercera ola.

Pero para las feministas de la tercera ola lo decisivo no es la lucha por la situación de un
grupo con una misma identidad, ni defender una identidad (la de ser mujer), sino transgredir
las estructuras de ordenación y adjudicación de identidades. Interesarse por las situaciones
concretas en las que viven las mujeres no implica necesariamente anular la agenda feminista
por falta de un ideal de mujer compartido, sino ampliarla y diversificarla para dar respuestas
apropiadas (Reverter Bañón, 2010: 30).

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