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últimos años que podamos analizar el órgano responsable del aprendizaje cuando
calculamos, leemos, nos emocionamos, atendemos, memorizamos, jugamos,
cooperamos…
¿Necesita el cerebro
emocionarse para
aprender?
La ciencia constituye una fuente inagotable de suministro de pruebas que está
en continua evolución. A diferencia de lo que se creía años atrás, en la
actualidad sabemos que nuestro cerebro está cambiando continuamente, tanto a
nivel funcional como estructural.
Esta gran plasticidad nos permite aprender durante toda la vida y ello constituye
un elemento motivacional indispensable y una auténtica puerta abierta a la
esperanza porque sugiere que debemos esperar la mejora de todos los
estudiantes sin excepción.
Y es que, tal como dice Francisco Mora, cuando se enciende la emoción se
facilita la atención, un mecanismo imprescindible para la creación de
conocimiento.
¿Y si me distraigo
con facilidad?
La atención se ha relacionado con una variedad de aspectos que tienen que ver
con el estado de activación, la selección de información y el control cognitivo.
De hecho, en los últimos años los neurocientíficos han identificado tres redes
atencionales (redes de alerta, de orientación y de control) vinculadas a los
procesos anteriores en las que intervienen regiones cerebrales y
neurotransmisores determinados.
Especialmente relevante en educación es la red de control (también llamada
atención ejecutiva) porque está asociada a la autorregulación y es la que, en
definitiva, permitirá al estudiante estar centrado en las tareas inhibiendo
estímulos irrelevantes.
Pero también se están comprobando los beneficios del ejercicio físico, que
analizaremos posteriormente, y del mindfulness, especialmente cuando este
tipo de prácticas se integran en programas de educación socioemocional.
¿Memoria sí
o memoria no?
La memoria y el aprendizaje constituyen dos procesos intrínsecamente
relacionados ya que vamos consolidando la información adquirida para
recuperarla cuando es necesario.
Sabemos que recordamos mejor situaciones asociadas a un alto impacto
emocional porque tienen un gran valor adaptativo. Pero en situaciones más
normales, o menos emotivas, hacemos uso de distintos tipos de memoria
activando regiones cerebrales concretas.
Por otra parte, disponemos de una memoria explícita que origina recuerdos
conscientes sobre nuestro conocimiento del mundo y experiencias personales en
la que intervienen otras regiones cerebrales: los recuerdos conscientes a corto
plazo se almacenan en la corteza prefrontal y el hipocampo permite convertirlos
en recuerdos duraderos que se irán almacenando en las distintas regiones
corticales.
Este tipo de memorias son más flexibles y necesitan un enfoque más asociativo
en el que la reflexión, la comparación y el análisis adquieren un gran
protagonismo. Una forma particular de memoria explícita es la memoria de
trabajo, también considerada como una de las funciones ejecutivas básicas.
Es una memoria a corto plazo que nos permite mantener y manipular información
al pensar o reflexionar y que es muy importante en la resolución de problemas
novedosos. Juegos como el ajedrez y disciplinas como las matemáticas o la
filosofía pueden promover este tipo de memoria.
¿Cuerpo sano,
mente sana?
Hace tiempo que sabemos que la actividad física repercute positivamente en la
salud física y emocional de las personas. Pero en los últimos años se está
demostrando que:
¿Creativ@ yo?
Las investigaciones en neurociencia están suministrando información relevante
sobre cómo se desarrolla el proceso creativo y ello puede ayudar a desterrar
muchos mitos arraigados. Por ejemplo, sabemos que el pensamiento creativo
implica la cooperación entre redes cerebrales asociadas a los pensamientos
espontáneos, al control cognitivo o a la recuperación de información a través de
la memoria explícita. Y lo más importante es que la creatividad no es innata y
que todos podemos aprender a ser más creativos.
¿Competir o
cooperar?
Nuestro cerebro es social. Estamos programados desde el nacimiento para
interactuar con otros seres humanos y ello nos permite ir descubriendo el mundo
que nos envuelve. Tras el nacimiento, a los pocos minutos, los bebés son
capaces de imitar determinados gestos de sus padres.
Y con pocos meses de edad ya son capaces de evaluar a los demás en función de
su conducta social y de mostrar una ayuda altruista sin que nadie les insista o
alabe su comportamiento.
Pero cooperar es algo más que colaborar o trabajar en equipo porque añade ese
componente empático que facilita las buenas relaciones entre los miembros del
grupo. Y para ello, hay que ir enseñando al alumnado toda una serie de
competencias sociales y emocionales relacionadas con la toma de decisiones, la
responsabilidad, el respeto, la solidaridad o la resolución de conflictos. Es decir,
la educación socioemocional constituye una necesidad educativa imprescindible
en los tiempos actuales.
Como dice Giacomo Rizzolatti –el descubridor de las neuronas espejo– «el
cerebro que actúa es un cerebro que comprende». Y como nuestro cerebro es
social, cooperando todo es más fácil.
Todas las evidencias empíricas sobre estas y otras muchas cuestiones que
vinculan la teoría y la práctica de la neuroeducación las puedes encontrar en el
libro que hemos publicado recientemente en la plataforma
Amazon: Neuroeducación en el aula. De la teoría a la práctica. Porque,
efectivamente,
Una nueva educación es posible y necesaria.
En los últimos años se ha producido un enorme desarrollo en las tecnologías de
visualización cerebral que ha posibilitado el análisis del cerebro humano realizando
tareas cognitivas similares a las que se dan en el aula. Asumiendo un enfoque
interdisciplinar en el que confluyen estos conocimientos suministrados por la
neurociencia, junto a lo conocido en psicología cognitiva o pedagogía, surge esta nueva
disciplina llamada neuroeducación que tiene como objetivo mejorar los procesos de
enseñanza y aprendizaje.
PLASTICIDAD CEREBRAL
A diferencia de lo que creíamos hace unos años, en la actualidad sabemos que nuestro
cerebro es tremendamente moldeable y que, como consecuencia de esta plasticidad,
puede reorganizarse de forma estructural y funcional adaptándose continuamente al
aprendizaje. Esta propiedad inherente al cerebro posibilita que el aprendizaje se dé
durante toda la vida y constituye una puerta abierta a la esperanza porque sugiere que
siempre podemos esperar la mejora de nuestros alumnos, algo especialmente importante
en aquellos con dificultades de aprendizaje. Con la ayuda de programas informáticos
específicos, se ha comprobado que las regiones cerebrales previamente hipofuncionales
de niños con dislexia (ver figura 1), discalculia o TDAH pueden mejorar su actividad
ostensiblemente (Howard-Jones, 2014). Y no solo eso, sino que, como demostró el grupo
de investigación de Carol Dweck hace unos años (Blackwell et al., 2007) enseñar a los
alumnos que el cerebro es muy plástico, que somos capaces de generar nuevas
neuronas, que la inteligencia no es fija y que, en definitiva, los alumnos pueden
responsabilizarse de su aprendizaje, constituye un elemento motivacional muy potente,
algo que podemos utilizar los docentes, especialmente en el inicio de los cursos
académicos. Junto a esto, se ha comprobado que para fomentar esta mentalidad de
crecimiento tan importante en el aula es necesario generar entornos de aprendizaje en
los que el alumno se sienta seguro y protagonista activo del mismo, elogiarlo por el
esfuerzo y no por la capacidad o que el profesor tenga expectativas positivas sobre la
capacidad de sus alumnos. Etiquetar a los alumnos, como se ha hecho tantas veces, no
está en consonancia con los conocimientos que disponemos sobre el cerebro humano y
su enorme plasticidad, e incide de forma negativa sobre el factor más importante que se
ha identificado en el aprendizaje: el autoconcepto del alumno (Hattie, 2012).
EMOCIONES
Las neuroimágenes revelan que se activan regiones cerebrales concretas ante contextos
emocionales diferentes. Por ejemplo, se activa la amígdala ante estímulos negativos pero
cuando el contexto es positivo lo hace el hipocampo, una región del cerebro que
interviene en los procesos de memoria y aprendizaje (Erk et al., 2003). Esto sugiere la
necesidad de generar en el aula climas emocionales positivos en donde los alumnos, tal
como comentábamos anteriormente, se sienten seguros, están activos, cooperan, se
asume con naturalidad el error porque forma parte del proceso de aprendizaje y en donde
las expectativas, tanto del profesor como del alumno, son siempre positivas. Y es que
sabemos que la actividad cerebral del alumno es mínima cuando se convierte en un
receptor pasivo de la información, pero aumenta considerablemente cuando participa
directamente en el proceso de aprendizaje, como cuando hace las prácticas en el
laboratorio o cuando realiza sus propios proyectos de investigación, tal como demostró el
grupo de investigación de Rosalind Picard (Poh et al., 2010).
ATENCIÓN
MEMORIA
Para facilitar su estudio, los investigadores clasifican esta memoria explícita en memoria
a corto plazo y en memoria a largo plazo atendiendo al tiempo que requiere el
procesamiento de la información. La memoria a corto plazo nos permite manipular
pequeñas cantidades de información en breves periodos de tiempo y cuando requiere
más reflexión se habla de la memoria de trabajo, la cual es muy importante en la
resolución de problemas. Relacionado con esto, es imprescindible automatizar
determinados procesos (operaciones aritméticas, reglas ortográficas, etc.) para que la
memoria de trabajo no se sature y pueda dedicar sus recursos a las cuestiones
importantes. En cuanto a la memoria a largo plazo es la que nos permite ir consolidando
lo aprendido.
Es cierto que el mejor antídoto contra el olvido (ver figura 4) es la práctica continua y que
el aprendizaje a nivel neuronal se da a través de la repetición con el correspondiente
fortalecimiento de las conexiones neuronales (en el cerebro se aplica aquello de “úsalo o
piérdelo”), pero eso no significa que debamos repetir de forma continuada una y otra vez
los mismos contenidos porque resulta desmotivador. La utilización variada y creativa de
los recursos está en plena consonancia con nuestro cerebro multisensorial y holístico al
que le agradan los retos novedosos para mantenerse en forma.
En el laboratorio se ha comprobado la utilidad para cualquier etapa educativa de algunas
estrategias, como intentar recordar lo más significativo que se ha estudiado a través de
pequeñas pruebas o cuestiones (nada que ver con el examen tradicional que se utiliza
como herramienta calificadora y que suele tener poca incidencia en el aprendizaje),
espaciar en el tiempo las sesiones de análisis y estudio, lo cual está en consonancia con
la adopción de un currículo en espiral, intercalar los procedimientos de resolución en las
listas de problemas o tareas en lugar de agruparlas mediante procedimientos similares, o
reflexionar a través del autocuestionamiento o de preguntas que guían el aprendizaje. Y
todo ello en detrimento de otras técnicas tradicionalmente utilizadas por los alumnos
como el estudio repetitivo, subrayar los textos sin más o memorizar palabras o conceptos
de forma descontextualizada (Dunlosky et al., 2013).
EJERCICIO FÍSICO
En nuestro caso particular, como prevalecen los horarios laborales de los adultos sobre el
aprendizaje de los alumnos y no vamos a poder cambiar eso, resulta imprescindible que
podamos adaptar las tareas a los horarios. Una actividad importante será mejor realizarla
a las diez que no a las ocho y, durante el inicio de la tarde, mejor leer un texto durante
unos pocos minutos y fomentar un debate posterior que no leer durante una hora
completa.
JUEGO
¡Juego y aprendo!
Y es que las tecnologías digitales constituyen una necesidad en los tiempos actuales y
son una herramienta educativa imprescindible para atender la diversidad en el aula,
porque hemos de asumir que cada alumno tiene un cerebro único y un ritmo de
maduración cerebral y de aprendizaje particular. Desde esta perspectiva, resulta
especialmente neuroeducativo el aprendizaje invertido, como el que propone la
metodología flipped classroom en la que el alumno ve videos cortos en casa relacionados
con los contenidos que se están trabajando a su propio ritmo, mientras que el tiempo en
el aula puede dedicarse a realizar tareas complementarias o proyectos cooperativos y en
donde el profesor puede ser más sensible a las necesidades particulares y disponer de
más tiempo para ello. El alumno se convierte en un protagonista activo de su propio
aprendizaje y el rol del profesor cambia, sin dejar de ser importante, pasando de un mero
transmisor de información a un guía en el proceso de aprendizaje del alumno.
CREATIVIDAD
¡Me llueven las ideas!
Y qué importante también es la educación artística para fomentar la creatividad (ver video
2). Pero si son importantes las distintas variedades artísticas, como la música, el dibujo o
el teatro, los estudios revelan que todavía lo es más la integración de las artes en los
distintos contenidos curriculares (Hardiman et al., 2014). Enseñar la poesía de Lope de
Vega a ritmo de rap, escribir unas estrofas en las que se especifican los apartados de un
teorema matemático o escenificar en inglés un final alternativo de la obra Romeo y Julieta
son casos reales. Y es que si exigimos a los alumnos que sean creativos, los primeros
que deberíamos hacer el intento por serlo somos los propios docentes.
COOPERACIÓN
¡Nos necesitamos!
Los humanos somos seres sociales. Los bebés son capaces de imitar gestos de sus
padres a los pocos minutos de nacer, lo cual ya podemos justificar por las llamadas
neuronas espejo que constituyen el correlato neural del aprendizaje por imitación. Y los
bebés también son capaces de manifestar comportamientos altruistas con pocos meses
de edad (Warneken y Tomasello, 2007). En consonancia con la naturaleza social de
nuestro cerebro, resulta una necesidad fomentar la cooperación en el aula. Las
neuroimágenes muestran que cuando cooperamos se activa el sistema de recompensa
cerebral liberándose dopamina en el llamado núcleo accumbens que nos hace sentir bien
(Rilling et al., 2002; ver figura 8). Y los estudios longitudinales muestran que el trabajo
cooperativo en el aula, en detrimento del competitivo o individualista, favorece más las
buenas relaciones entre los compañeros e incide positivamente en el rendimiento
académico (Roseth et al., 2008).
Pero cooperar es algo más que colaborar o trabajar en equipo porque añade ese
componente empático que facilita las buenas relaciones entre los miembros del grupo. Y
para ello, hay que ir enseñando a los alumnos toda una serie de competencias sociales y
emocionales relacionadas con la toma de decisiones, la responsabilidad, el respeto, la
solidaridad o la resolución de conflictos. Sin olvidar la importancia de generar el entorno
de aprendizaje que facilite este tipo de trabajo alejándose de la tradicional distribución en
el aula de sillas y mesas en filas y columnas que no facilitan la necesaria interacción
entre los compañeros.
A través de este proceso continuo de aprendizaje, en el que los alumnos van adquiriendo
confianza y se fortalece su sentido de pertenencia al grupo, ya podrán comenzar a
trabajar a través de estructuras simples, como el juego de las palabras, la parada de tres
minutos, los lápices al centro y otras muchas que se pueden adaptar a diferentes
contenidos y que se pueden realizar durante una clase en cualquiera de las fases de
desarrollo de la unidad didáctica. Y cuando los alumnos tengan la suficiente experiencia
en el trabajo cooperativo ya podremos proponer proyectos más duraderos que abarquen
contenidos más amplios y con el necesario enfoque transdisciplinar. Y nada mejor para
ello que adoptar el APS, una propuesta educativa que combina procesos de aprendizaje
y de servicio a la comunidad en un solo proyecto con el que los participantes aprenden
trabajando sobre las necesidades reales del entorno con el objetivo de mejorarlo. Con su
utilización se asume la necesidad de desarrollar competencias académicas formando un
pensamiento crítico y reflexivo y reforzando el compromiso y la responsabilidad social del
alumno. Todo en consonancia con la naturaleza y funcionamiento del cerebro.
No hay nada que los seres humanos hagan, sepan, piensen, esperen o teman que no haya sido
ensayado, experimentado, practicado o al menos anticipado, en la etapa del juego infantil.
Heidi Britz-Crecelius
Es indudable el valor del juego para el aprendizaje (ver artículo anterior El juego: un mecanismo natural
imprescindible para el aprendizaje) pero, si hablamos de los primeros años de vida, el juego se convierte en una
necesidad vital e indispensable para el desarrollo integral del niño.
Los trabajos que han analizado las contribuciones del juego en la primera infancia permiten concluir que el juego
temprano y variado contribuye positivamente a todos los aspectos del crecimiento. Estructuralmente el juego está
estrechamente vinculado a las dimensiones básicas del desarrollo infantil: psicomotor, intelectual, social y afectivo-
emocional. (Garaigordobil, 1990).
Sin embargo, es frecuente observar como en las escuelas infantiles a veces se intenta limitar el tiempo de juego
restringiéndolo a momentos puntuales en pro de una supuesta estimulación cognitiva basada en el uso de fichas (que
además de no aportar grandes beneficios, limitan la creatividad), bits de inteligencia, flashcards y otros elementos
que ofrecen al niño un mundo totalmente descontextualizado y lo convierten en un mero observador pasivo. Quizás el
motivo sea, como dice David Whitebread (2011), psicólogo en la Universidad de Cambridge, que el juego a menudo
se percibe como un comportamiento inmaduro que no lleva a ninguna parte.
Existen investigaciones sobre los efectos de la privación de juego en las que, por razones obvias, los sujetos
involucrados no eran niños. Pellis y Pellis (2009) eligieron ratas para su investigación ya que son mamíferos que
aprenden rápidamente, son muy juguetonas y, al igual que ocurre con los seres humanos, presentan diferencias
individuales significativas. En estas investigaciones descubrieron relaciones claras entre el nivel de comportamiento
en el juego y los cambios fisiológicos en sus cerebros: las ratas lúdicas tienen niveles significativamente más elevados
de neurotrofinas (BDNF) que juegan un importante papel en el desarrollo y mantenimiento de la plasticidad neural.
Sin embargo, las ratas privadas de juego eran más agresivas, menos capaces de aparearse con éxito y mostraban
niveles más elevados de temor e incertidumbre en entornos nuevos.
A continuación vamos a analizar las contribuciones que el juego puede ofrecer al desarrollo de aspectos tan
importantes como el lenguaje, el pensamiento matemático y la creatividad en los primeros años.
Diferentes estudios han analizado la relación entre el lenguaje hablado y los movimientos de los brazos y las manos,
apoyando la hipótesis de que las acciones y los juegos manuales pueden estar relacionados con las vocalizaciones a
partir de la etapa de balbuceo. Se realizó un estudio con el objetivo de verificar si la relación entre gestos y el
discurso está implicada en el desarrollo del lenguaje de los niños (Bernardis y Gentilucci, 2006). Se registraron las
vocalizaciones de los niños de edades comprendidas entre 11 y 13 meses durante la manipulación de objetos de
diferente tamaño y se comprobó que el espectro de frecuencia de la voz aumentaba cuando los bebés manipulaban
objetos grandes en comparación con las mismas actividades dirigidas a los objetos pequeños. Estos datos sugieren
que las propiedades intrínsecas de un objeto que evoca comandos de interacción manual se utilizan para identificar a
ese objeto y para comunicarse.
Utilizando neuroimágenes funcionales, se ha comprobado que el sistema de control tanto de la voz como de los
gestos se encuentra en el área de Broca (Gentilucci y Dalla Volta, 2008). Quizás estos resultados podrían apoyar la
efectividad de los juegos de rimas y movimiento propuestos por el pensador austríaco Rudolf Steiner para el
desarrollo del lenguaje.
En niños algo más mayores observamos que el juego simbólico también aporta beneficios al desarrollo lingüístico. En
investigaciones estándar sobre el papel del juego en la comprensión del lenguaje, un grupo de niños escucha una
historia y luego reproduce las escenas mientras que los integrantes del grupo de control se involucran solo en la
discusión de la historia o en actividades no relacionadas. La conclusión de estos estudios es que la historia es más
comprensible y fácil de recordar para los niños que escenifican la historia que para los que no porque mejoran su
capacidad para verbalizarla (Hughes, 2010).
El juego y la resolución de problemas están entrelazados en la primera infancia. Diferentes estudios documentan el
valor del juego en el desarrollo del pensamiento matemático en los primeros años. En uno de esos estudios
(Ginsburg y Seo, 1999) se grabó la actividad de 90 niños con edades entre los 3 y los 5 años durante el juego libre.
Cada película duró 15 minutos. A continuación, se analizó el contenido y los investigadores encontraron que,
independientemente de la clase social de los niños, cerca de la mitad de los escenarios de juego contenía la actividad
matemática, incluidos los patrones y formas, la magnitud de diferentes objetos, y el número o cantidad. Estos temas
no fueron asignados a la tarea sino que surgieron espontáneamente.
Si hablamos de niños más pequeños, el primer tipo de juego en los bebés es el juego sensorio-motriz que le permite
el descubrimiento de su cuerpo y sus posibilidades de movimiento. Según Ferré y Ferré (2008) “la reversibilidad del
pensamiento, que tan importante es para la comprensión de las matemáticas, tiene sus raíces más primitivas en la
reversibilidad de los circuitos motrices y corporo-espaciales” Un ejemplo de circuito motor reversible es el volteo de
boca arriba a boca abajo y viceversa, uno de los primeros hitos en el desarrollo de los bebés.
Algunos investigadores han demostrado que los bebés poseen conceptos matemáticos básicos (en concreto, el
llamado sentido numérico innato). Starkey y Cooper (1980) encontraron en un experimento de habituación que los
niños de 5 meses discriminaban entre 2 y 3 puntos, pero en un segundo experimento también hallaron que dicha
discriminación no se producía ante 4 y 6 puntos. En esta misma línea, Cooper (1984) mostró que los niños con
edades comprendidas entre los 12 y 18 meses eran capaces de discernir entre las cantidades de dos conjuntos, pero
incapaces de establecer la distinción “más que/menos que”. Años después Starkey, junto a Spelke y Gelman (1990),
realizaron un experimento con bebés de 6 meses a los que expusieron imágenes auditivo-visuales, comprobando que
miraban más tiempo la exposición visual que se emparejaba con el número de sonidos que habían escuchado.
A través del juego, los niños pueden realizar acciones como comparar, establecer relaciones, anticipar resultados,
ensayar soluciones…En este sentido nos parecen especialmente interesantes para las aulas de 1er ciclo de infantil las
propuestas de juego ideadas por Elinor Goldschmied y Sonia Jackson (2000). Estas propuestas tienen una base
manipulativa y experimental de los objetos a partir de la manera natural que tienen los niños de conocer, lo cual les
facilita ir activando los sentidos e ir desarrollando el pensamiento logico-matemático:
El cesto de los tesoros: es adecuado para niños menores de un año y se puede iniciar en el momento en que
el bebé pueda permanecer sentado correctamente pero todavía no es capaz de desplazarse. Consiste en poner al
alcance del niño un recipiente lleno de objetos (redondo, de base plana, con un diámetro de unos 35 cm y una altura
de 8 a 12 cm de forma que el niño pueda apoyarse sin volcarlo). Los objetos deben ser variados y de uso común,
evitando los juguetes y los objetos de plástico. Se utilizan objetos naturales (piñas, corcho, conchas, plumas, etc.),
objetos de madera, metálicos, de cuero, tela, goma, de cartón, todo ello de diferentes formas y tamaños. Es una
actividad libre, de exploración, concentración y atención que favorece la curiosidad innata por descubrir las cualidades
de las cosas. El juego finaliza en el momento que el bebé pierde el interés.
El juego heurístico: es una continuación del anterior pensada para niños de entre 12 y 24 meses que ya han
desarrollado la capacidad de moverse de manera autónoma y han perfeccionado la coordinación óculo-manual. Se
utilizan objetos similares a los descritos anteriormente y se añaden dos nuevos: contenedores y bolsas. Las
principales diferencias entre ambos juegos es la intencionalidad de los niños y que deben participar en la recogida del
material realizando clasificaciones.
Juego y desarrollo de la creatividad
El hecho de dejar este aspecto para el final no significa que sea menos importante que los anteriores, más bien al
contrario, para nosotros es sin duda una de las capacidades más importantes que debemos potenciar en nuestros
alumnos. El hecho de jugar es en sí mismo un proceso tremendamente creativo que fomenta la imaginación, el
pensamiento original, la resolución de problemas, el pensamiento crítico y la autorregulación.
A veces tendemos a confundir la creatividad con la creación artística, olvidando que ésta última es tan solo una de las
múltiples representaciones de la primera. Cuando proponemos una actividad de creación artística en estas edades no
podemos ignorar que lo menos importante es el producto: el niño sólo está jugando, pero al mismo tiempo que está
usando sus manos para manipular, en su cerebro se está desarrollando un proceso de madurez simultáneo que no
debe ser presionado (Healy, 2011). Sin olvidar que el proceso creativo depende de la capacidad cerebral de integrar
la información entre ambos hemisferios (Sherman, 2013) que están en continua comunicación a través del cuerpo
calloso.
En el proceso de desarrollo de la creatividad, lo mejor que podemos hacer es que florezca por sí sola. Para ello el
juego debe ser espontáneo, flexible, impredecible, imaginativo y no directivo. Cuando hay instrucciones el proceso es
menos creativo porque se activa la corteza prefrontal izquierda (Saggar et al., 2015), que interviene en las funciones
ejecutivas que requieren de atención y evaluación.
Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas, y que
me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como, a la edad de seis
años, abandoné una magnífica carrera de pintor […]. Las personas grandes nunca comprenden nada por sí
solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones. El Principito, Saint Exupéry,
1951.
Concluimos con un video que recoge momentos de trabajo en las aulas de 0 a 3 años porque no debemos olvidar que,
cuando hablamos de niños, el juego es un trabajo muy serio. ¡Silencio, se juega!
.
Referencias:
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