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En torno al estructuralismo

El estructuralismo implica en la pedagogía acudir a modos de análisis abstractos que pongan de


manifiesto los lugares que en las estructuras ocupan individuos y grupos. El sujeto es diluido en el
todo estructural y por tanto se renuncia a la subjetividad, la conciencia o la experiencia como
impulsores y productores de la historia. Sin embargo, en lo que se refiere a la mayoría de los posts
dedicados a la teoría de la educación o a la filosofía en este blog, hemos mantenido con matices
una noción más o menos clara de sujeto; un sujeto que en la perspectiva personalista es persona,
en la existencialista es pura existencia que fluye, en la Escuela de Frankfurt es aquello que padece
las opresiones del sistema económico y que aspira al dominio de su existencia, en el
freudomarxismo es el hombre alienado en lo más hondo de su psique y en su cuerpo, que debe
recobrar su salud a partir de una transformación psíquica y social. Sí es cierto que estas corrientes
corrigen elementos del subjetivismo de la modernidad enarbolando la noción de un sujeto débil,
histórico, cambiante al que amenaza la misma nada que lo cimenta. Pero el pathos moderno se
hallaría incluso en el propio Nietzsche, como señaló Heidegger en su análisis del mismo, e incluso
en alguna lectura que he hecho recientemente, desde una perspectiva quizás con un cierto
trasfondo estructuralista, también en el filósofo del ser. El estructuralismo (Foucault, Althusser)
viene precisamente a dar la puntilla a este sujeto que nos ha acompañado desde fines de la
Edad Media, hasta hoy, cuando también se cuestiona la propia creencia en una identidad del sujeto
(o del ser) desde el llamado pensamiento de la diferencia (Derrida, Deleuze). También la
hermenéutica gadameriana arremete contra el sujeto moderno de la trascendentalidad fundante
(Kant). Incluso, un amigo hace poco me relacionaba este ataque al sujeto con la religiosidad
orientalizante que cada vez se va imponiendo más, como disolución mística en el todo. Yo creo,
sin embargo, que en la pedagogía debe esgrimirse no sólo el postulado, si queremos, de un sujeto
con cierto margen de posibilidades para crear su mundo, sino que incluso prefiero a menudo hablar
de “persona”. Me cuesta de veras apalancarme en la resignación y el fatalismo de un Foucault, que
ha tenido algún eco muy interesante y digno de conocerse en la pedagogía (aquí), aunque es verdad
que habría quien me diría que soy víctima de la trampa de la modernidad, trampa que una vez
superada, convierte en innecesario el recurso a la dicotomía cartesiana entre el sujeto y el mundo,
la necesidad de hablar en esos términos.

Pero sea como sea, el paradigma de la salud y la enfermedad que siguiendo a la escuela de Frankfurt
gusto de sostener, presupone un sujeto sin el cual no tendría sentido hablar de liberación. Para no
perdernos en vaguedades, sin embargo, creo que puede venir muy bien la pista de Ellacuría y tal
vez de Zubiri. Lo personal hace alusión a lo relacional, pero a esa relación con lo que nos
desintegramos para emerger revitalizados, como sujetos con una identidad en perpetuo
cuestionamiento, débil, cambiante (Lévinas). De posibles aplicaciones de esto en la psicología no
soy quién para hablar, pero imagino que hay un paralelismo con cierta psicología profunda de las
personalidades estructuradas a duras penas, de las grietas y de la facticidad inconsciente,
determinante, corporal. Si la filosofía me va enseñando algo es a sospechar de las grandes
claridades.

En cualquier caso, el estructuralismo nos explica, y lo hace sin el recurso a este incómodo estigma
moderno al que me refiero. Siguiendo la exposición del libro de Giroux que me traigo entre manos,
hay que destacar que el marxismo estructuralista rechaza la noción antropológica de que los seres
humanos somos agentes de la historia o sujetos. De esto se desprende que el poder no es tanto una
dominación intersubjetiva, sino algo estructural, y no olvidemos que para este planteamiento, lo
estructural constituye a la conducta humana. Incluso la conciencia es un efecto (no un agente o
causa). Los individuos somos una suerte de puntos donde confluyen fuerzas que a veces están en
pugna, meros constructos, puras determinaciones de algo que no podemos determinar. De modo
que la historia, para Althusser, es proceso sin sujeto.

Si el culturalismo que nos ocupó en el post anterior entiende la cultura como universo autónomo
que pasa por la mediación activa de los sujetos, “los análisis estructuralistas proponen una noción
de totalidad y una relativa autonomía atada a la irreductibilidad de los niveles específicos de la
sociedad. En esta perspectiva, la unidad de la sociedad comprende una estructura compleja de
‘instancias’ separadas y específicas –económicas, políticas e ideológicas. Además cada una de estas
‘instancias’ son vistas como relativamente autónomas, separadas de las otras y sostenidas como las
que tienen efecto único y específico sobre los resultados históricos” (p. 168). Hay que resaltar que
esto significa una corrección al marxismo ortodoxo que incurre en el reduccionismo económico,
como hemos señalado a menudo. En realidad, esto me parece similar a la sociología de Bourdieu,
siempre que hagamos la importante matización de que lo subjetivo y lo inconsciente individual, así
como lo fáctico del propio cuerpo, son presupuestos en su esquema por la noción de habitus. En
Bourdieu no hay un rechazo de estos elementos que englobamos en el campo de la subjetividad
activa y productora, o al menos la subjetividad que clasifica según principios aprendidos de su
sociedad. En realidad, la combinación en Bourdieu de elementos subjetivistas como el habitus con
un planteamiento de campos de fuerzas en pugna que conformarían distintas estructuras, me
parece cada vez más completa y provechosa para entender fenómenos que nos ocupan como es,
en especial, la educación. Y del mismo modo que en Althusser, para Bourdieu el aparato ideológico
del estado y las escuelas representarían las instituciones más importantes que aseguran el
consentimiento de las masas a la lógica del capitalismo dominante.

Sin embargo, los estructuralistas rechazan toda noción de clase social como un modo intersubjetivo
de experiencia. Así, el estructuralismo se opone vivamente al culturalismo que describimos en el
post anterior, hallándose entre ambos extremos, me parece, la sociología de Bourdieu. Quizás
pueda haber márgenes en las estructuras para que opere un sujeto que actuando según fines propios
de su habitus y campo de lucha, amplía la brecha de la transformación social para que las
posibilidades de actuación de los sujetos se amplíen, siendo conscientes de sus determinaciones y
contemplando todas las posibilidades de acción. Así, Bourdieu salva una cierta forma de sujeto
(¿libre?) y se aproxima al culturalismo. De este modo, corrige creo que acertadamente un exceso
del estructuralismo, pero, sin incurrir en un ingenuo culturalismo de los sujetos como hacedores
plenos de su mundo y su cultura a golpe de voluntad o pasiones individuales. Los culturalistas
entienden por ejemplo la clase social como meras categorías políticas y culturales, o sea, formas
de conciencia y modos de acción colectivas. Aquí hay una desmesura o pathos compartido con la
modernidad cartesiana. Por el contrario, para el estructuralismo las ideologías no son las ideas, ni
la conciencia falsa del marxismo, sino algo con existencia material, algo implantado en prácticas
sociales que constituyen campos como la escolarización. Esto es elogiado, con buen criterio, por
Giroux, ya que nos obliga a pisar tierra aclarando “las bases estructurales de la opresión humana
mientras que simultáneamente señala la necesidad de lucha por algo más que un cambio de
consciencia, esto es, la transformación de prácticas sociales específicas en instituciones concretas,
como las escuelas” (pp. 170-171). También es aprovechable el énfasis estructuralista en una
inconsciencia fáctica frente a la filosofía de la conciencia muchas veces asociada al sujeto en la
modernidad. En esta onda se mueve Althusser que entiende que lo que llamamos sujeto es algo
constituido por la ideología. Señalemos que “Ideología en este sentido se refiere a una forma
específica de relación que los sujetos humanos tienen en el mundo, cuyo origen se encuentra en
las representaciones estructuradas instaladas en la conciencia” (p. 171). Esto es lo que expresa el
propio Althusser en una conocida tesis: “La ideología representa la relación imaginaria de los
individuos con sus condiciones reales de existencia”. Este es el único modo en que se constituye
un sujeto, en la perspectiva estructuralista, un sujeto sin reflexión ni posibilidad de lucha individual
o colectiva. Pero... ¡quizás podamos achacar al estructuralismo un subjetivismo sin sujeto! Me
explico. Quiero decir que en su planteamiento del mundo o del ser los estructuralistas aplican una
objetivización del mismo en una desmesura de lo que en Descartes constituía uno de los polos, los
polos de la modernidad que no pueden explicarse uno sin el otro, y que en este caso es el polo de
la res extensa, el mundo, lo mensurable, que presupone al inexistente sujeto.

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