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EFECTOS DE LA IMPLEMENTACIÓN DE PLANES NEOLIBERALES EN LA ECONOMÍA DE LOS

PAÍSES LATINOAMERICANOS

En perspectiva de memoria corta, durante las décadas de 1980 y 1990, la consolidación del
neoliberalismo a nivel global estuvo asociada con otro plan, esta vez de carácter económico-
político: el Consenso de Washington –en su versión original de 1989 y sucedáneos (Puello-
Socarrás 2013)– agenciados por los organismos multilaterales de crédito como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID).

El 11 de septiembre de 1973, día en que se ejecuta el golpe de Estado contra el primer


gobierno socialista elegido por voto popular en Chile (Salvador Allende), período que
desencadena la oleada de dictaduras cívico-militares en el Cono Sur en Latinoamérica y el
Caribe en el marco del Plan Cóndor. Este acontecimiento marca la instalación de las bases del
régimen económico-político neoliberal en la región. Hay que recordar en ese momento las
“asesorías” en materia de reformas económicas y sociales en Chile por parte de los llamados
Chicago’s Boys y el protagonismo de las élites neoliberales en este asunto y la manera cómo
estos lineamientos fueron “transferidos” sistemáticamente a través de diversos mecanismos y
presiones hacia los países vecinos (Ramírez, 2012), después hacia Europa (Inglaterra, por
ejemplo) y, luego, mundializados.

“A partir de la crisis de principios de los años 70 y la fuerte caída de la tasa de ganancia, se


produce una ofensiva del capital para imponer un nuevo modelo de acumulación. En dicha
ofensiva se pueden identificar varias fases y diferentes formas de dominación política. Las
características de cada fase, en tanto son pro cesos sociales contradictorios, conllevan
complejidades, avances y retrocesos propios del desarrollo de las tendencias del capital y de la
correlación de fuerzas en cada país. Los organismos multilaterales imponen una acción
deliberada y programada en nuestros países por lo cual se debe analizar la importancia que
han tenido en nuestro continente los lineamientos del Consenso de Washington y las reformas
de segunda generación del Banco Mundial, así como los cambios institucionales que se
incluyen en los tratados de inversión y de libre comercio, en particular los que actualmente
impulsan los Estados Unidos”.1

En una primera fase –desde principios de los setenta hasta mediados de los ochenta– se
intentó desarrollar un nuevo modelo de acumulación del capital, destruyendo o reduciendo al
mínimo los estados de bienestar sudamericano. Como ese objetivo no podía lograrse en un
contexto democrático, se recurrió a dictaduras militares y/o gobiernos autoritarios como
instrumentos para destruir la capacidad de resistencia de los trabajadores, ilegalizando sus
organizaciones sindicales y las fuerzas políticas que los representaban, a la vez que intervenían
las universidades y perseguían a los intelectuales. Sobre la “tierra arrasada” se impusieron
medidas económicas que hubieran sido inviables si se hubiera mantenido la democracia. En
estos períodos autoritarios se redujo el salario real, se bajaron los impuestos al capital y se
abrieron las economías al exterior de forma unilateral, con una reducción drástica de los
aranceles a las importaciones y la liberalización de los flujos financieros.

En la segunda fase, desde mediados de los ochenta hasta fines de los noventa –cuando son
desplazadas las dictaduras en el marco de la crisis de la deuda externa– las políticas
económicas implementadas en este período por gobiernos democráticos, toman como punto
de referencia al llamado Consenso de Washington. Un modelo económico con fundamentos
1
[CITATION Elí15 \p 44 \l 10250 ]
neoclásicos, que expresa una clara orientación de mercado con apertura externa, asumiendo
la teoría de las ventajas comparativas por la cual el libre mercado llevaría a la convergencia de
las economías. En lo relativo a la inserción internacional, se impulsa una apertura de la
economía sosteniendo que el único crecimiento viable es el crecimiento hacia afuera, propone
una tasa de crecimiento en las exportaciones capaz de permitir que la economía crezca (...) y
da por sentado que “un tipo de cambio unificado es preferible a un sistema de tasas
múltiples”2. Lo anterior se encuadra en la “liberalización del comercio” entendido esto como
una liberalización de importaciones y el reemplazo de la complicada estructura arancelaria por
una tarifa uniforme. En esa misma dirección, plantea la importancia de captar inversión
extranjera directa como aporte de capitales, conocimiento y tecnología, a la vez que propone
la liberalización financiera con tasas de interés determinadas por el mercado, rechazando que
se trate a las tasas de interés reales como una variable de política. Propone mejorar el
funcionamiento del mercado a través de la desregulación y del respeto a los derechos de
propiedad que “constituyen un prerrequisito básico para la operación eficiente de un sistema
capitalista”3.

En el plano interno, la premisa neoliberal tuvo dos grandes consecuencias. Por un lado, el
«libre juego de las fuerzas de mercado» implicó el inicio de un proceso de desregulación de los
mercados de bienes y servicios, trabajo y capital. Los mecanismos administrativos de fijación
de precios de los bienes y servicios fueron, salvo contadas excepciones, eliminados. En lo que
respecta al mercado laboral, la dirección de las reformas neoliberales estuvo marcada por la
desregulación, desmontándose los mecanismos que, amparados en la legislación laboral,
obstaculizaban la flexibilización del factor «trabajo». Las leyes y reglamentos laborales fueron
reducidos al mínimo y se privilegió la relación contractual entre el trabajador individual y su
empleador.

Categóricamente se puede afirmar que el neoliberalismo en nuestras sociedades, en nuestras


economías, profundiza su carácter dependiente. Esto requiere, en primer lugar, aclarar qué es
el neoliberalismo, cómo de hecho se define. La principal implicación de esto es que, si lo
entendemos mal, fuera del lugar donde él mismo plantea sus proposiciones, corremos el
riesgo de no identificar, o identificar de manera equivocada las (falsas) alternativas que se
presentan, hoy día, en la coyuntura de nuestra región. Al contrario de lo que se cree, la
estrategia neoliberal de desarrollo no es un sinónimo para una política económica (monetaria,
fiscal y cambiaria) ortodoxa. De alguna manera, el neoliberalismo es hasta independiente del
carácter (ortodoxo o heterodoxo) de la política económica. Según sus mismos formuladores, el
neoliberalismo es planteado en un nivel de abstracción superior al de la política económica, el
nivel de una estrategia específica de desarrollo. Esto quiere decir que el neoliberalismo tiene
que ver con una conformación estructural específica de la sociedad capitalista, en que distintas
coyunturas, distintas políticas económicas (ortodoxas o heterodoxas) pueden componer el
paquete económico, exactamente en función a las características de las coyunturas
específicas.

“El neoliberalismo produjo así una profundización de los condicionantes estructurales de


dependencia por un lado, y una restricción estructural al crecimiento de las economías de
nuestra región, por otro”.4

2
[CITATION Wil91 \p 43 \l 10250 ]
3
[CITATION Wil91 \p 55 \l 10250 ]
4
[CITATION Dia15 \p 272 \l 10250 ]

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