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13 de marzo de 2018
De las tres voces de La hojarasca, la del niño es la que presenta más particularidades
terminará con la igualmente potente “Ahora sentirán el olor. Ahora todos los alcaravanes se
pondrán a cantar.” (40). Pero, ¿qué hace especial a esta voz? Vamos a verlo:
Lo primero que salta a la vista es su extremo interés por las impresiones y las sensaciones.
La narración podría ser catalogada de sensorial: “[…] me han puesto este vestido de pana
verde que me aprieta en alguna parte.” (2), “El calor es sofocante en la pieza cerrada. Se
oye el zumbido del sol por las calles, pero nada más.” (3), “Si me vendaran los ojos, si me
cogieran de la mano y me dieran veinte vueltas por el pueblo y me volvieran a traer a este
cuarto, lo reconocería por el olor.” (19), “En este instante siento verdaderamente el temblor
en el vientre. Ahora sí tengo ganas de ir allá atrás, pienso; pero veo que ahora es demasiado
tarde.” (40), son solo algunos de los ejemplos. Sus focos centrales serán la descripción de la
habitación y las sensaciones físicas de su cuerpo: desde los olores del cuarto, pasando por el
calco minucioso de los movimientos de las personas, hasta llegar, finalmente, a sus ganas
de ir al baño. No tiene muchos años de memorias que recordar, como el abuelo, ni una gran
Y aquí empalmamos con el segundo punto: Abraham y los demás amigos. Aunque el niño
irá plasmando sistemáticamente los detalles del momento presente, tenderá a fantasear con
sus compañeros y las aventuras, generalmente triviales, que ha tenido, tendrá o podría
tener. “Tobías, Abraham, Gilberto y yo abandonamos la escuela, ayer a esta hora, y fuimos
a las plantaciones con una honda, un sombrero grande para echar los pájaros y una navaja
nueva.” (15). El mundo queda desposeído de toda aquella parafernalia del honor, la
reputación o las obligaciones sociales; hay, al fin y al cabo, un mundo mucho más tangible
Y esa misma desenvoltura intentará reflejarse en el lenguaje. La segunda oración dirá: “Es
miércoles, pero siento como si fuera domingo porque no he ido a la escuela y me han
puesto este vestido de pana verde que me aprieta en alguna parte.” (2). A una frase simple
copulativa y una subordinada sustantiva del objeto directo. El discurso adquiere una textura
lenguaje propio de una cierta clase de niños que expresan un razonamiento aún no
Sin embargo, esta última característica nunca se logra concretar del todo debido al uso
recurrente de estructuras mucho más concisas y al empleo de metáforas que riñen con la
imagen tradicional del infante. Por ejemplo: “El aire es estancado, concreto; se tiene la
impresión de que podría torcérsele como una lámina de acero.” (3). Ni la primera frase,
concluida con un magistral punto y coma, ni la comparación con una lámina de acero
parecen propias de un niño de diez años. Más fácilmente nos recuerdan a un hombre ya
maduro, con cierta gravedad en el gesto y aplomo en la palabra. Dan cuenta de un alma más
vieja de la que inicialmente trasluce tras una primera lectura. Las frases finales tampoco
cuanto le rodea, se empieza a configurar una voz que nos desconcierta con sus
contradicciones y, sobre todo, con su carácter inaprehensible, que cada vez que parece
definirse sale disparada en una dirección inesperada, que nos inquieta con su extrañeza y