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Miguel Aguirre Bernal

Profesora: Luz Adriana Sánchez

Clase: Introducción a la teoría y crítica literarias.

13 de marzo de 2018

Universidad Pontificia Bolivariana

La voz del niño en La hojarasca


La voz del niño en La hojarasca

De las tres voces de La hojarasca, la del niño es la que presenta más particularidades

extraordinarias, contradictorias y a la vez fértiles. No por nada comenzará la novela con la

sentencia lapidaria “Por primera vez he visto un cadáver” (García Márquez, 2) y la

terminará con la igualmente potente “Ahora sentirán el olor. Ahora todos los alcaravanes se

pondrán a cantar.” (40). Pero, ¿qué hace especial a esta voz? Vamos a verlo:

Lo primero que salta a la vista es su extremo interés por las impresiones y las sensaciones.

La narración podría ser catalogada de sensorial: “[…] me han puesto este vestido de pana

verde que me aprieta en alguna parte.” (2), “El calor es sofocante en la pieza cerrada. Se

oye el zumbido del sol por las calles, pero nada más.” (3), “Si me vendaran los ojos, si me

cogieran de la mano y me dieran veinte vueltas por el pueblo y me volvieran a traer a este

cuarto, lo reconocería por el olor.” (19), “En este instante siento verdaderamente el temblor

en el vientre. Ahora sí tengo ganas de ir allá atrás, pienso; pero veo que ahora es demasiado

tarde.” (40), son solo algunos de los ejemplos. Sus focos centrales serán la descripción de la

habitación y las sensaciones físicas de su cuerpo: desde los olores del cuarto, pasando por el

calco minucioso de los movimientos de las personas, hasta llegar, finalmente, a sus ganas

de ir al baño. No tiene muchos años de memorias que recordar, como el abuelo, ni una gran

conciencia de las obligaciones sociales, como la madre, por lo que se centrará,

primordialmente, en las descripciones del momento presente y, en ciertas ocasiones, del

pasado y del futuro inmediato, con sus amigos del colegio.

Y aquí empalmamos con el segundo punto: Abraham y los demás amigos. Aunque el niño

irá plasmando sistemáticamente los detalles del momento presente, tenderá a fantasear con
sus compañeros y las aventuras, generalmente triviales, que ha tenido, tendrá o podría

tener. “Tobías, Abraham, Gilberto y yo abandonamos la escuela, ayer a esta hora, y fuimos

a las plantaciones con una honda, un sombrero grande para echar los pájaros y una navaja

nueva.” (15). El mundo queda desposeído de toda aquella parafernalia del honor, la

reputación o las obligaciones sociales; hay, al fin y al cabo, un mundo mucho más tangible

y cercano que es el del simple contacto de la juventud.

Y esa misma desenvoltura intentará reflejarse en el lenguaje. La segunda oración dirá: “Es

miércoles, pero siento como si fuera domingo porque no he ido a la escuela y me han

puesto este vestido de pana verde que me aprieta en alguna parte.” (2). A una frase simple

se le conjuga una coordinada adversativa, una subordinada causal, una coordinada

copulativa y una subordinada sustantiva del objeto directo. El discurso adquiere una textura

pastosa, que va encadenando pensamiento tras pensamiento en una acumulación, un

lenguaje propio de una cierta clase de niños que expresan un razonamiento aún no

estructurado por medio de un dialogo casi asmático.

Sin embargo, esta última característica nunca se logra concretar del todo debido al uso

recurrente de estructuras mucho más concisas y al empleo de metáforas que riñen con la

imagen tradicional del infante. Por ejemplo: “El aire es estancado, concreto; se tiene la

impresión de que podría torcérsele como una lámina de acero.” (3). Ni la primera frase,

concluida con un magistral punto y coma, ni la comparación con una lámina de acero

parecen propias de un niño de diez años. Más fácilmente nos recuerdan a un hombre ya

maduro, con cierta gravedad en el gesto y aplomo en la palabra. Dan cuenta de un alma más

vieja de la que inicialmente trasluce tras una primera lectura. Las frases finales tampoco

parecen propias de la juventud.


Y así, entre la niñez y una ancianidad prematura, entre la inocencia y una visión lúcida de

cuanto le rodea, se empieza a configurar una voz que nos desconcierta con sus

contradicciones y, sobre todo, con su carácter inaprehensible, que cada vez que parece

definirse sale disparada en una dirección inesperada, que nos inquieta con su extrañeza y

con su naturaleza imposible de definir.

García Márquez, Gabriel. La hojarasca. Barcelona: PLAZA & JANES, S. A, 1979.

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