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Nombre: Miguel Aguirre Bernal

Profesor: Iván Darío Carmona


Curso: Literatura clásica
Fecha: 17 de septiembre de 2018

Héroes de guerra y de paz


La Ilíada nos presenta un gran elenco de héroes, sea aqueos como troyanos. Aunque
todos responden a los ideales griegos de virtud y belleza, compartiendo, por tanto,
habilidades, destrezas y formas de ser, es posible percibir que, más que una producción en
serie, se trata de un inmenso abanico donde los distintos modelos de heroicidad quedan
expuestos y ejemplificados. Aquiles no es igual a Teucro, y mucho menos a Odiseo.
Héctor, a su vez, encarna el arquetipo de héroe más humano: aquel que cumple con su
deber defendiendo su hogar aún a costa de su vida. Diomedes y Áyax eclipsan a todos sus
compañeros (exceptuando al Pélida) en el combate; Agamenón, empero, tiene poder sobre
ellos, pues es el pastor de hombres, el rey de reyes. Y así con los demás.
Este conjunto, empero, por más variado que sea, no deja de responder a un cierto
orden lógico donde el exceso de una virtud en un héroe merma sus otras facultades. Por
ejemplo, Néstor, al ser el más sabio de todos, es también el más viejo y, por tanto, uno de
los que menos descolla en la batalla, mientras que Áyax, a pesar de ser un grandísimo
guerrero, suele ser derrotado en las discusiones de los capitanes.
Generalizando enormemente, es posible agruparlos en dos grandes bandos: los
héroes de la guerra y los héroes de la paz. Estas categorías reflejan las habilidades que más
admiraban los griegos, es decir, la destreza y el valor en la batalla y la elocuencia y la
sabiduría en el ágora. En el primero se hallarían Áyax, Diomedes y, especialmente,
Aquiles. En el segundo, Agamenón, Néstor y, sobre todo, Odiseo. A caballo entre ambos
extremos estarían aquellos que, sin ser los mejores en ninguna de las dos áreas, en ambas
destacan, como Héctor, Eneas, Menelao e Idomeneo. No falta, sin embargo, algún que otro
héroe atípico que, saliéndose del esquema, es recordado por un rasgo muy específico. Un
buen ejemplo de lo anterior es Macaón, el médico.
En su ensayo Dos heroísmos, Jorge Alberto Naranjo señala la misma diferencia:
Los héroes de corta vida, cuya virtud dominante es el valor, son amos en
tiempos belicosos […]. Los héroes de corta vida —por amados que sean en la
memoria de su pueblo— rara vez saben disfrutar pacíficamente sus victorias; en
los tiempos largos que una cultura necesita para asentarse y prosperar, las
propias escalas de valores excluyen este despilfarro de la vida, esa belicosidad
inmediata, a flor de piel. Sabiduría, prudencia —las virtudes de Odiseo— dan
sus mejores frutos en tiempos largos. (52)
Ahora bien, esta dicotomía es evidente en el núcleo mismo del ciclo homérico, pues
la Ilíada es una historia en tiempos de guerra y la Odisea una en tiempos de paz. La
primera se centra en los combates entre aqueos y troyanos y en la cólera del mejor de los
guerreros, del gran Aquiles; mientras que la segunda relata el viaje de regreso cuando la
guerra ya ha terminado y las astucias del artero Odiseo. La primera se desarrolla en un
único lugar, en el sitio de Troya; la segunda, en cambio, salta de localización en
localización, con la emoción de los nuevos horizontes y, sobre todo, con el espíritu
explorador de un pueblo mercante. La primera está marcada por las muertes gloriosas y la
segunda por el deseo de supervivencia. La primera se desarrolla en los consejos de guerra y
en el campo de batalla y la segunda en los banquetes, ágoras y palacios.
Los mismos protagonistas de ambos relatos encarnan perfectamente estos modelos
contrapuestos:
Aquiles se caracteriza por su valor, su osadía, su destreza, su fuerza y su ímpetu. No
hay nadie que se le compare en el campo de batalla y su presencia es determinante para el
devenir de todos los combates. Su elocuencia, sin embargo, tiene deficiencias y, cuando
habla en el ágora, suele provocar disensos y problemas. Su primera intervención en la
Ilíada le hace perder a Briseida y lo malquista con Agamenón. Su modo de ser es
superficial, de pasiones enquistadas pero, a la vez, primarias. Es terco y no atiende a
razones y solo un dolor más grande que la pérdida de su esclava y el orgullo herido es
capaz de hacerle olvidar su desavenencia con el Atrida. En fin, es un héroe que deslumbra
con las armas puestas, pero que, al tener el cetro en la mano, suele errar.
Odiseo, en cambio, es astuto, sabio, inteligente, elocuente y fingidor. Aunque, como
héroe que es, es un soldado habilidoso, es posible que se vea superado en combate y que
deba ser rescatado por sus compañeros. En la Ilíada, por ejemplo, los troyanos no tardan en
rodearlo y herirlo y Áyax y Menelao deben ir en su ayuda. Y en la Odisea evita los
peligros, no con la fuerza, sino con la astucia. Casi todas sus proezas las lleva a cabo de
noche y por medio de ardides, pero, cuando habla ante los otros reyes, es escuchado con
mucha reverencia pues sus palabras son siempre oportunas e iluminadoras. A él se le suele
encargar la tarea de mediador, porque es capaz de convencer a los de uno y otro bando, y es
él, justamente, quien encuentra el modo de penetrar en las murallas de Troya cuando la
fuerza sola ha demostrado ser insuficiente para la tarea. Odiseo es, a fin de cuentas, un
hombre que destaca más en el ágora que en el combate y que sirve más dirigiendo y
aconsejando que luchando en primera línea.
Particularmente significativo es el número de las naves que ambos dirigen: Aquiles,
el guerrero, lleva cincuenta; mientras que Odiseo, el consejero, lleva apenas doce. Y más
importante aún es el modo en que ambos mueren: Aquiles, joven, después de relumbrar
como una estrella fugaz, cae en batalla granjeándose los honores de una muerte gloriosa y
los aplausos del porvenir; Odiseo, de nuevo en su hogar, con su esposa y su hijo, en paz y
sin muchas preocupaciones, es vencido por la vejez, pero deja tras de sí las historias de
todos sus viajes y el gran ejemplo de un superviviente. La primera es la muerte de un
guerrero, que brilla y se extingue en la batalla; la segunda es la muerte de un caudillo, de un
pastor de hombres, de un líder de su pueblo, al que le sirve de guía hasta sus postrimerías.
En ellos dos está encarnada la virtud del pueblo griego: la belicosidad, el valor y la
destreza en el combate y la sabiduría, la astucia y la elocuencia en la vida civil. Son la
perfecta ejemplificación del espíritu de sus respectivas epopeyas y muestran aquel ideal al
que soldados y gobernantes debían tender. Sin embargo, no es necesario verlos como una
dicotomía inconciliable, pues ambos eran buenos amigos y ni Aquiles se negaba a hablar ni
Odiseo a combatir. Más bien hay que verlos como dos caras de una misma moneda, dos
modelos de virtud que representan la calidad de hombres que se necesitaban, sea para la
guerra como para la paz. Porque, aunque uno descolle en el combate y el otro en el ágora,
algo los emparenta: son héroes y, por lo tanto, los mejores entre los aqueos.

Bibliografía:
Homero. La Ilíada. Trad. Luis Segalá y Estalella. Bogotá: Editorial Bedout, 1986.
Homero. Odisea. Trad. Luis Segalá y Estalella. Bogotá: El Tiempo, 2001.
Naranjo, Jorge Alberto. “Dos heroísmos”, Revista de Extensión Cultural. 26:8
(1989). 48-57.

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