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de
JULIO CORTÁZAR
Versión teatral de
RICARDO MONTI
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PERSONAJES:
HORACIO OLIVEIRA
HORACIO: Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color
que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales
carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y
acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura
dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada el tiempo y al recuerdo, a las
sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente
hasta calcinarnos.
HORACIO: Por fin salís, Traveler, qué joder. Te estuve silbando media hora.
Mirá la mano cómo la tengo machucada.
TRAVELER: No, pero hay una punta de piolines con ropa tendida y esas
cosas.
TRAVELER: ¿La luna? En vez de yerba lo que voy a tener que llevar son
cigarrillos a Vieytes.
TRAVELER: Las diferencias entre vos y Talita son las que se ven
palpablemente. ¿Para qué querés los clavos?
Aparece Traveler.
TRAVELER: No, me olvidé completamente. Tengo nada más que los clavos.
HORACIO: ¿Pero vos estás loco, pibe? Bajar tres pisos, cruzar la calle con
este calor y subir otros tres pisos...
HORACIO: Esa idea no es mala del todo, aparte de que nos serviría para ir
usando los clavos.
Sale Traveler. Aparece Talita, con el pelo mojado y una salida de baño
verde, lo bastante ajustada como para dejar ver que está desnuda. Horacio y ella se
miran en silencio. Aparece Traveler con un tablón.
TRAVELER: Mirá Talita, los líos en que nos mete este secante. (Saca el
tablón por la ventana. A Horacio:) ¿Alcanzás el tablón?
HORACIO: Mirá, yo tengo el otro tablón. Los atamos por la mitad. ¿El tuyo
está firme, che?
HORACIO: Vos sabés muy bien que sufro de horror vacuis. Soy una caña
pensante de buena ley.
TALITA: ¿Yo?
TALITA: (Bajo, a Traveler.) ¿Vos realmente querés que sea yo la que le lleve
la yerba a Oliveira?
TALITA: Qué ancha es esta calle. Me parece que el tablón se está doblando
para abajo.
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TALITA: Sí, pero yo peso cincuenta y seis kilos. Y al llegar al medio voy a
pesar por lo menos doscientos.
HORACIO: Atajá.
HORACIO: ¿Qué? ¿Pero vos no te das cuenta que es de puro cedro? ¿No
vas a comparar con esa porquería de pino? Pasáte tranquila al mío nomás.
Sale.
HORACIO: No te muevas.
TALITA: No me muevo.
HORACIO: Mirá, yo seré muy bruto pero nunca me ocurrió confundir las
lágrimas con la transpiración.
TALITA: Yo no lloro. Yo soy como el ave cisne, que canta cuando se muere.
Estaba en un disco de Gardel.
HORACIO: Dos tipos, con cara de porteños farristas, con el mismo desprecio
por casi las mismas cosas, y vos...
HORACIO: Transcurrió el minutero, hijo mío. El ciclo del mate se cerró sin
consumarse. Estamos en el sector del café con leche, nada que hacerle.
TALITA: Por fin. Cualquier cosa es mejor que estar así, entre las dos
ventanas.
TRAVELER: Ahora podés hacer dos cosas. Seguir adelante, que es más
fácil, y entrar por lo de Oliveira, o retroceder, que es más difícil, y ahorrarte las
escaleras y el cruce de la calle.
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Horacio le tiende la mano a Talita, pero ella, sin dejar de mirarlo, comienza a
retroceder, hasta caer en los brazos de Traveler.
HORACIO: Nos pusimos a hablar. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis
costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para
mirar las cosas más insignificantes en vitrinas apenas iluminadas.
HORACIO: Despertémonos.
MAGA: ¿Para qué? Toc, toc, tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc, te
picotea todo el tiempo, quiere que le des comida argentina. Toc, toc.
calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos
o mirar las rayuelas.
HORACIO: Aunque para la Maga, en realidad, casi todos los libros eran un-
libro-menos.
MORELLI: A Oliveira le gusta hacer el amor con la Maga porque nada puede
ser más importante para ella. Es como despertarse y conocer su verdadero nombre.
MORELLI: París.
Oscuridad. Sólo se escuchan las voces, los pasos, algún tropiezo, risas,
interjecciones. A veces se enciende algún fósforo.
OSSIP: Salud.
ETIENNE: Allez, c’est pas une heure pour faire les cons. [Vamos, no es hora
de hacerse los boludos.]
OSSIP: Esa luz es tan usted, algo que viene y va, que se mueve todo el
tiempo.
MAGA: Ajá.
MAGA: Por supuesto. Usted se toma el ómnibus a Pocitos y ahí los ve.
MAGA: No parece.
HORACIO: (Mirándolos.) Ya está, tenía que ser. Anda loco por esa mujer, y
se lo dice así, con los diez dedos. Cómo se repiten los juegos. Pero si soy yo mismo
acariciándole el pelo, y ella me está contando sagas rioplatenses, y le tenemos
lástima, entonces hay que llevarla a casa, un poco bebidos todos, acostarla despacio
acariciándola, soltándole la ropa, despacito, despacito cada botón, cada cierre
relámpago, y ella no quiere, quiere, no quiere, se tapa la cara, llora, nos abraza,
ayuda a bajarse la bombacha, suelta un zapato con un puntapié que nos parece una
protesta, ah, es innoble, innoble. Te voy a tener que romper la cara, Ossip
Gregorovius, pobre amigo mío. Sin ganas, sin lástima.
MAGA: ¿Luteciano?
MAGA: Yo en Montevideo.
HORACIO: ¿Etienne?
ETIENNE: ¿Sí?
Pausa.
BABS: El asqueroso.
ETIENNE: ¿Sí?
ETIENNE: No me acuerdo.
Breve pausa.
HORACIO: No puedo oír ciertos tangos sin acordarme cómo los tocaba mi
tía, che.
HORACIO: Si te creés que es por una mujer... Ombú o mujer, todos son
yuyos en el fondo, che.
HORACIO: No llorés.
BABS: Como esas sombras, y una está tan triste, Horacio, porque todo es
tan hermoso.
MAGA: ¿Rocamadour?
MORELLI: La Maga se limita a decir que a su hijo había sido mucho mejor
llamarlo Rocamadour y mandarlo al campo para que lo criara una nodriza. De todos
modos, para Oliveira Rocamadour es un sosegate bastante desagradable, no sabe
por qué.
MAGA: La unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se
junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?
HORACIO: Pero vos a tu vez pasabas por esas cosas como el hilo por esas
piedras verdes. A propósito, ¿de dónde salió ese collar?
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OSSIP: Sí, tengo tres madres según las circunstancias. La Herzogin Magda
Razenswill es una lesbiana que aparece con el whisky o el coñac. Miss Babington,
que viene con el gin, acaba de puta en Malta. La tercera, vía Beaujolais, es un
problema. Se llama Galle, Adgalle o Minti, vive libremente en Herzegovina, Odessa o
Nápoles, viaja a los Estados Unidos con una compañía de vaudeville, es la primera
mujer que fuma en España, vende violetas a la salida de la Opera de Viena, muere
de tifus, está viva pero ciega en Huerta, desaparece con el chofer del Zar, cultiva la
hidroterapia, muere al nacer yo...
MAGA: No, Horacio. ¿Por qué no te lo iba a decir? Desde que te conocí no
tuve otro amante que vos.
HORACIO: Entonces será tu hijo el que te cambia. Desde hace días estás
convertida en lo que se llama una madre.
MAGA: Vos sos el que no me aguanta. Vos sos el que no aguanta más a
Rocamadour.
MAGA: Ossip no tiene nada que ver. ¿Por qué me hacés sufrir, bobo? Ya sé
que estás cansado, que no me querés más. Nunca me quisiste, era otra cosa, una
manera de soñar. Andáte, Horacio, no tenés por qué quedarte. A mí ya me pasó
tantas veces.
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MAGA: Y vos.
HORACIO: A mí me sirve.
MAGA: Sí, a vos te sirve. A vos todo te sirve para lo que andás buscando.
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HORACIO: A ver...
HORACIO: Mostrá otra vez cómo pongo la boca cuando digo esas cosas.
MAGA: Así...
MAGA: (Mordiéndole los labios.) Lo hace muy bien. Muchísimo mejor que
vos, y más seguido.
MAGA: Sí, y después nos entreturnamos los porcios hasta que él dice basta
basta, y yo tampoco puedo más, hay que apurarse, comprendés. Pero eso vos no lo
podés comprender, siempre te quedás en la gunfia más chica.
MAGA: El glíglico lo inventé yo. Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no
es el verdadero glíglico.
MAGA: No seas tonto, Horacio, te digo que no me acosté con él. ¿Te tengo
que hacer el gran juramento sioux?
HORACIO: No, al final me parece que te voy a creer. Bueno, me voy a dar
una vuelta.
MAGA: No vuelvas.
MAGA: Pensar que hace una hora se me ocurrió que lo mejor era ir a tirarme
al río.
MAGA: Esa noche vos corrías peligro. Se veía, era como escuchar una
sirena a lo lejos... No se puede explicar.
MAGA: ¿Por qué decís: peligros metafísicos? También hay ríos metafísicos,
Horacio. Vos te vas a tirar a uno de esos ríos.
MAGA: El piano iba por su lado y el violín por el suyo y de eso salía la
sonata, aunque ya ves, en el fondo no nos encontrábamos. Pero las sonatas eran tan
hermosas.
MAGA: No te vayas.
HORACIO: Dejáme. Sabés muy bien que voy a volver, por lo menos esta
noche.
HORACIO: El canalla soy yo. Dejáme pagar a mí. Llorá por tu hijo, que a lo
mejor se muere, pero no malgastes las lágrimas conmigo. Madre mía, desde los
tiempos de Zola no se veía una escena semejante. Dejáme salir, por favor.
HORACIO: Ah, vos querés decir por qué todo esto. Andá a saber, yo creo
que ni vos ni yo tenemos demasiado la culpa. No somos adultos, Lucía. Es un mérito
que se paga caro. Los chicos se tiran siempre de los pelos después de haber jugado.
Debe ser algo así. Habría que pensarlo.
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HORACIO: Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está
nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para
levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los
nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo
sabe, igualita a la golondrina.
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OSSIP: Ah.
MAGA: El tendría que haber nacido en otra época. Un tiempo en que nadie
estaba intranquilo, los tranvías eran a caballo y las guerras ocurrían en el campo. No
había remedios contra el insomnio...
MAGA: Yo tampoco, pero estaría menos triste. Aquí todo le duele, hasta las
aspirinas. De verdad, anoche le di una aspirina porque tenía dolor de muelas. La
agarró y se puso a mirarla. Me dijo unas cosas muy raras, que era infecto usar cosas
que en realidad uno no conoce... usted sabe cómo es cuando empieza a darle
vueltas.
Ossip suspira.
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HORACIO: Y no tanto por el Edén en sí, sino solamente para que el homo
sapiens pueda cerrar la puerta a su espalda y menear el culo como un perro
contento sabiendo que el zapato de la puta vida se quedó atrás, reventándose contra
la puerta cerrada, y que se puede ir aflojando con un suspiro el pobre botón del culo,
enderezarse y empezar a caminar entre las florcitas del jardín y sentarse a mirar una
nube nada más que cinco mil años, o veinte mil si es posible.
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OSSIP: Me gusta esta pieza, tiene fluido. Aquí se pude pensar, se está bien.
MAGA: Sí, tiene una gran filosofía, como hubiera dicho Ledesma. No, usted
no lo conoció. Era antes de Horacio, en el Uruguay.
MAGA: Topitopitopi. Qué fiebre tiene todavía, por lo menos treinta y nueve
cinco.
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El verdadero nombre de la canción es Les amoreaux du Havre.
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MAGA: No volverá. En fin, tendrá que venir para buscar sus cosas, pero es
lo mismo. Se acabó, kaputt.
MAGA: Espía.
MAGA: (Mirando hacia Rocamadour.) Es raro ese hipo. Primera vez que lo
tiene.
MAGA: ¿Por qué insisten en que lo lleve al hospital? Otra vez esta tarde, el
médico con esa cara de hormiga. No lo quiero llevar, a él no le gusta. Yo le hago
todo lo que hay que hacerle.
MAGA: No lloro, me estoy sonando. Yo soy como el ave cisne que canta
cuando se muere. Estaba en un disco de Gardel.
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HORACIO: En marzo íbamos por las tardes a ver los peces del Quai de la
Mégisserie. Todas las peceras al sol, y como suspendidos en el aire cientos de
peces rosa y negro, pájaros quietos en su aire redondo.
MORELLI: O se paran delante de una vidriera para leer los títulos de los
libros. La Maga se pone a preguntar, guiándose por los colores y las formas.
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OSSIP: Yo también adoraba las peceras. Les perdí todo afecto cuando me
inicié en las labores propias de mi sexo, en Dubrovnik, un prostíbulo al que me llevó
un marino danés que era entonces el amante de mi madre la de Odessa. Una gorda
pelirroja me atrapó como a un conejo por las orejas y me metió en la cama. A los
pies había un gran acuario. No se puede imaginar el miedo, Lucía, el terror de todo
aquello. Estábamos tendidos de espaldas, uno al lado del otro, y ella me acariciaba
maquinalmente, yo tenía frío y ella me hablaba de cualquier cosa, de una pelea en el
bar, de las tormentas de marzo... Había un pez negro, enorme. Pasaba y pasaba
como su mano por mis piernas, subiendo, bajando... Entonces hacer el amor era eso,
un pez negro pasando y pasando obstinadamente. La repetición al infinito de un
ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.
Pausa.
OSSIP: Pero el amor también podría ser eso. Qué maravilla estar admirando
a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como las palomas.
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MORELLI: Il verse son vitriol entre les cuisses des faubourgs.[El echa su
vitriolo entre los muslos de los suburbios.]
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HORACIO: ¿Y qué le voy a hacer? Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro.
Por veinte francos en la ranura Leo Ferré te canta sus amores, o Gilbert Bécaud, o
Guy Béart. Allá en mi tierra: Si quiere ver la vida color de rosa / Eche veinte centavos
en la ranura... A lo mejor encendiste la radio, o has puesto un disco muy bajo para no
despertar a Rocamadour. Y me parece que no te das demasiado cuenta de que
Rocamadour está muy enfermo, terriblemente débil y enfermo, y que lo cuidarían
mejor en el hospital. Por veinte francos en la ranura... Oh mi amor, te extraño, me
dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara
en el pecho donde ya no estás.
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MORELLI: Después salís de ese café. Asistís a un accidente sin saber que
ese viejo atropellado por un auto en plena calle soy yo, tu admirado escritor Morelli.
Cuando llega la ambulancia seguís caminando bajo la lluvia. Estás empapado. Te
refugiás en la Salle de Géographie. Hay anunciado un concierto para piano de
madame Berthe Trépat. Empieza enseguida y cuesta poca plata. Huele a tarde de
lluvia, la gran sala está helada y húmeda. Hay unas veinte personas. Te dan una
hoja mal mimeografiada en la que puede descifrarse que madame Berthe Trépat,
medalla de oro, tocará los “Tres movimientos discontinuos” de Rose Bob (primera
audición), la “Pavana para el General Leclerc” de Alix Alix (primera audición civil) y la
“Síntesis fatídica Délibes-Saint-Saëns”, de Délibes, Saint-Saëns y Berthe Trépat.
Pausa.
HORACIO: Interesante.
BERTHE TRÉPAT: ¿Por qué se fueron? Yo creo que la Pavana no les gustó
demasiado, ¿no le parece? Porque se fueron antes de mi Síntesis fatídica, eso es
seguro, lo vi yo misma.
BERTHE TRÉPAT: Ah, la Argentina. Las pampas... ¿Y allá cree usted que
se interesarían por mi obra?
BERTHE TRÉPAT: Tal vez usted podría gestionarme una entrevista con el
embajador. ¿Subirá a tomar una copita con Valentin y conmigo?
BERTHE TRÉPAT: No sea tan modesto, joven. Porque usted es joven, ¿no
es cierto? Se nota en su brazo, por ejemplo... Yo parezco mayor de lo que soy, usted
sabe, la vida del artista...
HORACIO: Oliveira.
HORACIO: Es mejor que suba y se quite enseguida los zapatos, tiene los
tobillos empapados.
HORACIO: ¿No vive por aquí algún amigo, alguien donde pasar la noche?
HORACIO: Usted está agotada, tiene que dormir. En todo caso vayamos a
un hotel, yo tampoco tengo dinero pero me arreglaré con el patrón, le pagaré
mañana. Conozco un hotel en la rue Valette, no es lejos de aquí.
BERTHE TRÉPAT: ¡Sé muy bien qué clase de depravados me siguen por
las calles! ¡Como a todas las señoras decentes! ¡Pero yo no voy a permitir que un
monstruo, que un sátiro baboso me ataque en la puerta de mi casa! ¡Para eso está la
policía y la justicia! ¡Y si los vecinos no me protegen, yo soy muy capaz de hacerme
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MAGA: Mozart...
MAGA: (Misteriosa.) Son los caños. Todo se mete por ahí, ya nos pasó otras
veces.
OSSIP: Pobrecita, pobrecita. Nadie la quiere a ella, nadie. Todos son tan
malos con la pobre Lucía.
Golpes.
MAGA: Es increíble.
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Golpes.
OSSIP: No creo que valga la pena. Todo es tan distinto, tan inútil.
VIEJO: C’est pas des façons, ça. Empecher le gens de dormir à cette heure
c’est trop con. J’me plaindrai à la Police moi, merde alors. [No son modos, esos. No
dejar dormir a la gente a esta hora es demasiado. Me voy a quejar con la policía, qué
mierda.]
VIEJO: Dormir, moi, avec le bordel que fait votre bonne femme? [¿Dormir,
con el quilombo que hace su mujer?]
MAGA: Un idiota.
Pausa.
HORACIO: No...
Golpes en el techo.
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HORACIO: Subí vos. No sé por qué pero a vos te tiene más miedo que a mí.
Por lo menos no saca a relucir la xenofobia.
OSSIP: Es increíble.
OSSIP: Yo no me quedo aquí. Hay que hacer algo, te digo que hay que
hacer algo.
RONALD: Salud.
BABS: Hola.
Entra la Maga.
BABS: Por suerte todo el mundo tiene la llave de casa. Etienne oyó que
alguien vomitaba, entró y era Guy. Se estaba muriendo. Ahora lo llevaron al hospital,
es gravísimo. Y con esta lluvia.
MAGA: Siéntense.
MAGA: Quédese a tomar café. Total ya no hay metro, y estamos bien aquí.
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RONALD: Etienne nos sugirió pasar la noche fuera de casa. Por si van los
flics [policías]. Son amigos de sumar dos y dos y las reuniones los tenían bastante
reventados últimamente.
RONALD: Nada. Pero los vecinos se quejaron tanto del ruido, de las
discadas, de que vamos y venimos a toda hora... Y además Babs se peleó con la
portera y con todas las mujeres del inmueble, unas cincuenta...
BABS: They are awful. [Son espantosas.] Huelen a marihuana aunque una
esté haciendo un gulash.
Pausa.
OSSIP: El tifón de ayer mató entre dos mil y tres mil personas en Filipinas...
Va junto a la Maga.
BABS: (A la Maga.) Qué machito está esta noche. ¿Siempre es así con vos?
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Entra Etienne.
ETIENNE: Guy se salvó. Hijo de puta, tiene más vidas que César Borgia.
Eso sí, lo que es vomitar...
RONALD: Hay café caliente y una bebida que se llama caña y es inmunda.
RONALD: (A Etienne.) Vos sentáte aquí que es la parte más caliente del
aposento.
Pausa.
RONALD: ¿Les conté que Guy me sometió a varios tests? Dice que tengo la
suficiente inteligencia como para empezar a destruirla. Quedé en leer un libro
tibetano, y de ahí pasaremos a las fases fundamentales del budismo. ¿Habrá
realmente un cuerpo sutil, Horacio? Parece que cuando uno se muere... Una especie
de cuerpo mental, comprendés.
HORACIO: Te podés ir, si querés, pero no creo que pase nada serio, en este
barrio ocurren cosas así a cada rato.
Pausa.
Pausa.
HORACIO: Y sin embargo, Il faut tenter de vivre. [Hay que intentar vivir.]
ETIENNE: Ronald, tenés que venir al taller mañana. Terminé una naturaleza
muerta que te va a volver loco.
HORACIO: No digas pavadas. ¿No sentís que ya está preparada, que el olor
flota en el aire?
Encuentra una y la limpia con el borde del vestido. Todos están tan callados
que la Maga los mira extrañada, pero le da trabajo destapar el frasco. Babs sostiene
la cuchara, la Maga vuelca el líquido en ella, la toma y se acerca al colchón,
flanqueada por Babs. Los demás la siguen a unos pasos.
BABS: Lucía...
VIEJO: Tous des cons! Bande de tueurs, si vous croyez que á va se passer
comme ça! [¡Cretinos ! ¡Banda de asesinos, si creen que todo va a pasar así como
así !]
VIEJO: Qu’est-ce que ça me fait, moi, un gosse qu’a claqué? C’est pas un
façon d’agir, quand même, on est à Paris, pas en Amazonie. [¿Y a mí qué me
importa que murió un pendejito? Igual no es un modo de actuar, estamos en París,
no en la Amazonia.]
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libros. Casi no hay sitio para poner nada, yo no te podría tener aquí, aunque seas tan
pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando
pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago
mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Pero Horacio tiene
razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día
cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero
lloro lo mismo, Rocamadour, y te escribo esta carta porque no sé, porque a lo mejor
me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no
mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo
completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los
zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour,
dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...
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OSSIP: Por un tiempo solamente. Aquí hace demasiado frío, y además hay
que tener en cuenta al viejo de arriba. Esta mañana golpeó cinco minutos, no se
sabe por qué.
HORACIO: Inercia. Todo dura siempre un poco más de lo que debería. Yo,
por ejemplo, subir estos pisos, sacar la llave, abrir... Huele a encerrado, aquí.
OSSIP: No era por eso, tenía miedo de que alguno de la casa aprovechara
para meterse en el cuarto y hacerse fuerte.
HORACIO: Total que te instalaste como un bacán. Chapeau, mon vieux. [Me
saco el sombrero, viejo.] Espero que no me habrán tirado la yerba a la basura.
OSSIP: Oh, no, está ahí en la mesa de luz, entre las medias. Ahora hay
mucho espacio libre.
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HORACIO: ¿Adónde?
OSSIP: No tengo la menor idea, Horacio. El viernes llenó una valija con
libros y ropa, hizo montones de paquetes y después vinieron dos negros y se los
llevaron. Me dijo que me podía quedar aquí, y como lloraba todo el tiempo no creas
que era fácil hablar.
HORACIO: Concretamente.
HORACIO: Hace unos días le estuve contando a Etienne unos sueños muy
bonitos. Ahora se me están mezclando con otros recuerdos. Yo le estaba
contestando a Traveler, un amigo de Buenos Aires que no conocés. (Pausa.) Se está
bien aquí.
HORACIO: Cada cinco minutos. Pero la Maga, ¿por qué no se queda con
vos que resplandecés de humanidad?
OSSIP: En cualquier lado mejor que con vos. Lo mismo que yo o el resto.
Perdoná la franqueza.
HORACIO: Pero si está bien, Ossip Ossipovich, ¿para qué nos vamos a
engañar? Ya va siendo tiempo de que me dejen solo, solito y solo. Rajá, hijo de
Bosnia. La próxima vez que me encontrés en la calle no me conozcas.
HORACIO: Mirá vos, las cosas que pueden salir de un bolsillo. (Leyendo.)
Primera sección. Reconquista 446, Córdoba 366, Esmeralda 559, Sarmiento 581.
OSSIP: Yo me voy, vos hacé lo que quieras. No estás en tu casa, pero como
nada tiene realidad... Disponé a tu gusto de todas estas ilusiones. Bajo a comprar
una botella de aguardiente.
HORACIO: ¡Traveler!
HORACIO: Por fin salís, qué joder. Te estuve silbando media hora. Mirá la
mano cómo la tengo machucada.
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HORACIO: Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como
una llama, como un río de mercurio. Dónde estarás, dónde estaremos desde hoy,
cerca o lejos, dos puntos en un universo inexplicable.
HORACIO: Soñé algo, pero no, sólo me acuerdo que debí soñar algo
maravilloso y que al final me sentía como expulsado del sueño que quedaba a mis
espaldas. Y una certidumbre terrible: saber que esa expulsión significaba el olvido
total de la maravilla previa. Y comprendí mejor el gesto de Adán, en el cuadro de
Masaccio. Se cubre el rostro para proteger su visión, lo que fue suyo; guarda en esa
pequeña noche manual el último paisaje de su paraíso. Y llora cuando se da cuenta
de que la verdadera condena es eso: el olvido del Edén.
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HORACIO: Y por supuesto el tomate y la papa son más sabrosos aquí que
en ninguna parte.
HORACIO: Una que otra vez. En general no les caían bien mis codos, para
aprovechar tu delicada metáfora. Qué humedad, hermano.
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TALITA: ¿Por qué te levantaste anoche? No era para hacer pis. Fuiste hasta
la ventana y suspiraste.
TRAVELER: No me tiré.
TALITA: Idiota.
TRAVELER: Por nada, por ver si Horacio estaba también con insomnio, así
charlábamos un rato.
TALITA: Pero parecería que algo habla, algo nos utiliza para hablar. ¿No
tenés esa sensación? ¿No te parece que estamos como habitados? Quiero decir...
TRAVELER: Oílo a Horacio. A esta hora silba como un loco. Qué tipo.
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TALITA: Puede ser. Si querés que te diga lo que pienso, Manú no sabe qué
hacer con vos. Te quiere como a un hermano, supongo que hasta vos te habrás
dado cuenta, y a la vez lamenta que hayas vuelto.
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TALITA: Pongamos que sí, pero vos también sabés que no hay problema.
TALITA: Sí, él también hubiera dicho: Tic-tac. ¿Pero es que me van a dejar
tranquila? Ya no puedo más, ustedes están jugando conmigo, es como un partido de
tenis, me golpean de los dos lados, no hay derecho, Manú no hay derecho.
TALITA: ¿Pero es que vos creés realmente que él me busca, y que yo...?
vos, incluso en ese caso, aunque me creas loco yo te repetiría que no le importás. Es
otra cosa. Es otra cosa.
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MORELLI: Por esos días el Dire se embala con cambiar de rubro y comprar
lo que él llama, insensatamente, una “clínica mental”. Y así, finalmente, todos dejan
el circo y se trasladan al loquero de la calle Trelles. (Pausa.) Desde la ventana de su
cuarto, en el segundo piso, Oliveira ve el patio con la fuente, el chorrito de agua, los
tres árboles y la rayuela del loco número 8, que juega todas las tardes y es imbatible.
En la oscuridad la rayuela tiene una débil fosforescencia y a Oliveira le gusta mirarla
desde su ventana. Esa noche alguien cruza el patio, toma una piedrita y comienza a
jugar.
TALITA: Qué verano. ¿Querés una limonada? ¿Así que me parezco a esa
otra mujer?
HORACIO: Sí. Lo que me gustaría saber es por qué te vi con el piyama rosa
de los pacientes.
HORACIO: ¿Cuándo?
TALITA: Te vi.
Breve pausa.
HORACIO: Estaba a punto de tirarme por agujero para terminar de una vez
con las conjeturas. Era como el agujero en lo alto de la carpa del circo, pero al revés.
TALITA: Sí. Tuvo una pesadilla, gritó algo de una corbata perdida. Ya te
conté.
LÓPEZ: Hace calor en la cama. Mire la paloma, cómo está contenta cuando
la paseo.
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HORACIO: Aquí cada uno hace lo que quiere. En una de esas va a haber un
degüello general. Se lo huele, qué querés que te diga. Esa paloma parecía un
revólver.
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HORACIO: Oui madame, bien sûr madame. [Sí señora, seguro señora.]
TALITA: Por fin decís algo en francés. Manú y yo creíamos que habías
hecho una promesa. Nunca...
HORACIO: Assez. Tu m’as eu, petite, Céline avait raison, on se croit enculé
d’un centimètre et on l’est déjà de plusieurs mètres. [Basta, me ganaste, nena, Céline
tenía razón, uno se cree que se la metieron un centímetro y en realidad van varios
metros.] (Pausa. La mano de Talita se apoya un instante en el pecho de Horacio.)
Andá a saber. Andá a saber si no sos vos la que esta noche me escupe tanta
lástima. Andá a saber si en el fondo no hay que llorar de amor hasta llenar cuatro o
cinco palanganas. O que te las lloren...
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TALITA: Horacio vio a la Maga esta noche. La vio en el patio, hace dos
horas, cuando vos estabas dormido.
TRAVELER: Ah.
TALITA: Cree que está muerta, Manú, y al mismo tiempo la siente cerca y
esta noche fui yo. Me dijo que también la había visto en el barco, y debajo del
puente de la avenida San Martín... No lo dice como si hablara de una alucinación. Yo
no soy el zombie de nadie, Manú, no quiero ser el zombie de nadie.
Traveler le pasa la mano por el pelo, pero ella lo rechaza con impaciencia.
Pausa. Ella tiembla.
TRAVELER: ¿Te lo dijo así, che? Cuesta creerlo, vos sabés el orgullo que
tiene.
32
HORACIO: Acercáte, Maga. Desde aquí sos tan parecida que se te puede
cambiar el nombre.
TRAVELER: Mirá que sos infeliz. ¿Pero vos querés que el Dire nos raje a
todos?
58
HORACIO: No hay nada más necesario que una ventana abierta. Oílo a tu
marido, se nota que metió un pie en el agua.
HORACIO: En fin. Hace tanto que somos el mismo perro dando vueltas y
vueltas para morderse la cola. No es que nos odiemos, al contrario.
HORACIO: Por fin. Se destapó la olla. Ahí abajo la Maga está pensando lo
mismo.
TRAVELER: No es la Maga.
TRAVELER: Pasáte de este lado, Horacio. ¿No te das cuenta de que es una
pesadilla? Van a creer que realmente yo quería matarte.
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TRAVELER: No estás solo, Horacio. Quisieras estar solo por pura vanidad.
HORACIO: Es una lástima que te hagas una idea tan pacata de la vanidad.
Abajo gritan.
HORACIO: Yo sé que es Talita, pero hace un rato era la Maga. Es las dos,
como nosotros.
TRAVELER: Me voy.
HORACIO: Es mejor.
TRAVELER lo mira con los ojos llenos de lágrimas. Le hace un gesto como
si le acariciara el pelo desde lejos. Baja.
33
HORACIO: Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que
corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de
los parvos zaguanes...
FIN
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