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RAYUELA

de
JULIO CORTÁZAR

Versión teatral de
RICARDO MONTI
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PERSONAJES:

HORACIO OLIVEIRA

MORELLI, VIEJO, DON LÓPEZ: un mismo actor

TRAVELER y OSSIP GREGOROVIUS: un mismo actor

TALITA y la MAGA: una misma actriz

BABS, ETIENNE, RONALD, MADAME TRÉPAT (luego la CLOCHARDE): en el


manicomio serán LOS LOCOS.
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En el centro del espacio escénico, una rayuela.

HORACIO: Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color
que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales
carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y
acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura
dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada el tiempo y al recuerdo, a las
sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente
hasta calcinarnos.

MORELLI: Un intercesor... Yo, Morelli, que viviendo en 1950 ya estoy muerto


y podrido en 1980, soy apenas eso: un intercesor. Como los santos pintados que
señalan el cielo con el dedo. Una irrealidad mostrando otra. Soy el que sueño esto y
mezcla: personas, lugares, tiempos. Pestañeo y una pieza en la rue de Sommerard,
en París; o la calle Cachimayo, en Buenos Aires; pestañeo y la carpa de un circo;
pestañeo, un manicomio. O soy tal vez ese chico que juega, tan ensimismado, a la
rayuela. Una acera, una piedrita, unos zapatos, y un bello dibujo con tiza. En lo alto
está el cielo, abajo la tierra, y es muy difícil llegar con la piedrita al cielo, siempre se
calcula mal y la piedra sale del dibujo. Pero un día se aprende. Lo malo es que
justamente a esa altura se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la
angustia al divino cohete, en la especulación de otro cielo al que también hay que
aprender a llegar. (Toma una piedrita y la arroja a la rayuela.) Buenos Aires.

Salta hacia ese casillero y se apaga la luz.

En la oscuridad, un largo y agudo silbido.


A la lenta luz se ve a Horacio en un costado, enderezando unos clavos a
martillazos.
Del lado opuesto aparece Traveler, con el torso desnudo y traspirado,
atándose el pantalón del piyama.

HORACIO: Por fin salís, Traveler, qué joder. Te estuve silbando media hora.
Mirá la mano cómo la tengo machucada.

TRAVELER: (Socarrón.) ¿De qué será, Horacio?


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HORACIO: De enderezar clavos, che. Necesito unos clavos derechos y un


poco de yerba. ¿Por qué no armás un paquete y me lo tirás?

TRAVELER: Porque me va a dar trabajo ir hasta la cocina.

HORACIO: ¿Por qué? No está tan lejos.

TRAVELER: No, pero hay una punta de piolines con ropa tendida y esas
cosas.

HORACIO: Pasá por debajo. O cortálos. Si querés te tiro el cortaplumas. Te


juego a que lo clavo en la ventana. Yo de chico clavaba un cortaplumas en cualquier
cosa y a diez metros.

TRAVELER: Lo malo de vos es que cualquier problema lo llevás a la


infancia. Y mirá que la tenés con el cortaplumas ese, cualquiera diría que es un arma
interplanetaria. (Pausa. Traveler se acoda en la ventana. Mira la calle.) Cómo pega el
sol en la calle. Y vos estás jodido, te da de lleno en la pieza.

HORACIO: No es el sol. Es la luna y hace un frío espantoso.

TRAVELER: ¿La luna? En vez de yerba lo que voy a tener que llevar son
cigarrillos a Vieytes.

HORACIO: Particulares livianos... Manú.

TRAVELER: Te he dicho cincuenta veces que no me llames Manú.

HORACIO: Talita te llama Manú.

TRAVELER: Las diferencias entre vos y Talita son las que se ven
palpablemente. ¿Para qué querés los clavos?

HORACIO: Todavía no sé. En realidad saqué la lata de clavos y descubrí


que estaban todos torcidos. Los empecé a enderezar, y con este frío, ya ves... Creo
que cuando tenga clavos bien derechos voy a saber para qué los necesito.

TRAVELER: Interesante. Primero los clavos y después la finalidad de los


clavos.

HORACIO: Vos siempre me comprendiste. Y la yerba, como te imaginás, la


quiero para cebarme unos amargachos.

TRAVELER: Está bien. Esperáme. Si tardo mucho podés silbar, a Talita le


divierte tu silbido.

Sale. Breve pausa.


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HORACIO: El tipo está cogiendo, clavado. ¡Che Traveler, gusano inmundo,


apuráte! (Breve pausa.) Pensar que me voy a morir sin ver en la primera página de
los diarios la gran noticia: “¡SE CAYÓ LA TORRE DE PISA!” Es triste, bien mirado.
(Breve pausa.) “SE LE ENREDA LA LANA DEL TEJIDO Y PERECE ASFIXIADA EN
LANÚS OESTE”. ¿Qué te parece, Manú? “VA A BUSCAR A LA MADRE Y NO
ENCUENTRA MÁS QUE LA CABEZA”. (Breve pausa.) Me voy a tener que mudar.
Esta pieza es muy chica. Yo en realidad tendría que entrar en el circo de Manú y vivir
con ellos. (Gritando hacia la ventana de Traveler.) ¡¡La yerba!! (Suave.) La yerba,
che. No me hagas eso, Manú. Podríamos charlar de ventana a ventana, con vos y
Talita. “Shiva, bailarín cósmico, cómo brillarías, bronce infinito, bajo este sol.” (Breve
pausa.) “De qué te sirvió el verano, oh ruiseñor...”

Aparece Traveler.

TRAVELER: Disculpá si te hice esperar. Vos sabés, los clavos.

HORACIO: Seguro. Un clavo es un clavo, sobre todo si está derecho.


¿Trajiste la yerba?

TRAVELER: No, me olvidé completamente. Tengo nada más que los clavos.

HORACIO: Bueno, andá buscála, me hacés un paquete y me lo revoleás.

TRAVELER: Va a ser peliagudo. Vos sabés que yo nunca emboco un tiro.


En el circo me han tomado el pelo veinte veces. Sería mejor que vinieras a buscarlo.

HORACIO: ¿Pero vos estás loco, pibe? Bajar tres pisos, cruzar la calle con
este calor y subir otros tres pisos...

TRAVELER: No vas a pretender que sea yo...

HORACIO: Lejos de mí tal intención.

TRAVELER: Ni que vaya a buscar un tablón para fabricar un puente.

HORACIO: Esa idea no es mala del todo, aparte de que nos serviría para ir
usando los clavos.

Sale Traveler. Aparece Talita, con el pelo mojado y una salida de baño
verde, lo bastante ajustada como para dejar ver que está desnuda. Horacio y ella se
miran en silencio. Aparece Traveler con un tablón.

TRAVELER: Mirá Talita, los líos en que nos mete este secante. (Saca el
tablón por la ventana. A Horacio:) ¿Alcanzás el tablón?

HORACIO: No, está muy lejos.


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TRAVELER: Estiráte un poco.

HORACIO: No me da el cuero, che.

TRAVELER: Entonces no sé qué vamos a hacer.

HORACIO: Mirá, yo tengo el otro tablón. Los atamos por la mitad. ¿El tuyo
está firme, che?

TRAVELER: Sí, lo que no veo es cómo los vamos a ensamblar.

HORACIO: Vos sabés muy bien que sufro de horror vacuis. Soy una caña
pensante de buena ley.

TRAVELER: La única caña que te conozco es paraguaya. (A Talita.) Vos te


das cuenta. Pretende que te arrastres hasta el medio del puente y ates la soga.

TALITA: ¿Yo?

TRAVELER: Bueno, ya lo oíste.

TALITA: Oliveira no dijo que yo...

TRAVELER: No lo dijo pero se deduce.

TALITA: No voy a saber atar la soga.

TRAVELER: Nosotros te daremos las instrucciones.

Pausa. Talita se ajusta la salida de baño.

TALITA: (Bajo, a Traveler.) ¿Vos realmente querés que sea yo la que le lleve
la yerba a Oliveira?

HORACIO: ¿Qué están hablando, che?

TRAVELER: Nada... Vos prepará la soga.

TALITA: Esta salida de baño es muy incómoda. Sería mejor unos


pantalones tuyos o algo así.

TRAVELER: No vale la pena. Ponéle que te caés, y me arruinás la ropa.

Talita comienza a cruzar la calle montada en el tablón.

TALITA: Qué ancha es esta calle. Me parece que el tablón se está doblando
para abajo.
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TRAVELER: No se dobla nada. Apenas vibra un poco.

HORACIO: Además la punta descansa sobre mi tablón. Sería muy extraño


que los dos cedieran al mismo tiempo.

TALITA: Sí, pero yo peso cincuenta y seis kilos. Y al llegar al medio voy a
pesar por lo menos doscientos.

HORACIO: ¿Traés la yerba y los clavos?

TALITA: Los tengo en el bolsillo. Tiráme la soga de una vez.

HORACIO: Atajá.

TRAVELER: Arrollála bien.

HORACIO: Ahora pasáte a mi tablón para probar el puente.

TALITA: Tengo miedo. Tu tablón parece menos sólido que el nuestro.

HORACIO: ¿Qué? ¿Pero vos no te das cuenta que es de puro cedro? ¿No
vas a comparar con esa porquería de pino? Pasáte tranquila al mío nomás.

TALITA: ¿Vos qué decís, Manú?

TRAVELER: (Dubitativo.) ¿No le podés alcanzar el paquete desde ahí?

HORACIO: Claro que no puede. ¿Qué idea se te ocurre? Estás estropeando


todo.

TALITA: Se lo puedo tirar.

HORACIO: (Resentido.) Tirar. Tanto lío y al final hablan de tirarme el


paquete.

TRAVELER: No hay necesidad de que Talita vaya hasta allá.

HORACIO: Va a errar el tiro, como todas las mujeres y la yerba se va a


desparramar en los adoquines, para no hablar de los clavos.

TRAVELER: (A Talita.) No le hagas caso. Tirále nomás el paquete, y volvé.

TALITA se da vuelta y lo mira. Pausa.

HORACIO: (A Traveler.) Ahí está. Llegás al borde de las cosas, pero es


inútil, che, empezás a darles la vuelta, a leerles las etiquetas. Te quedás en el
prospecto, pibe.
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TRAVELER: ¿Y qué? ¿Por qué te tengo que hacer el juego, hermano?

HORACIO: Los juegos se hacen solos, y hay que jugar limpio.

TRAVELER: Frase de perdedor, viejito.

HORACIO: Es fácil perder si el otro te carga la taba.

TRAVELER: Sos grande. Puro sentimiento gaucho. ¿Por qué te balanceás


así, Talita? Lo estás haciendo vibrar demasiado.

TALITA: No me muevo. Yo sólo quisiera tirarle el paquete.

TRAVELER: Esperá. Tenéte bien fuerte que te voy a alcanzar un sombrero.

TALITA: No te salgas del tablón. Me voy a caer.

TRAVELER: En seguida vuelvo.

Sale.

HORACIO: Qué animal. No te muevas, no respires siquiera. Es una cuestión


de vida o muerte, creéme.

TALITA: Me doy cuenta. Siempre fue así.

HORACIO: No te muevas.

TALITA: No me muevo.

HORACIO: ¿Por qué llorás?

TALITA: Yo no lloro. Estoy sudando, solamente.

HORACIO: Mirá, yo seré muy bruto pero nunca me ocurrió confundir las
lágrimas con la transpiración.

TALITA: Yo no lloro. Yo soy como el ave cisne, que canta cuando se muere.
Estaba en un disco de Gardel.

HORACIO: ¿Por qué mirás para atrás?

TALITA: Para ver si vuelve Manú.

HORACIO: Qué va a venir.

TALITA: Dijo que iba a traerme un sombrero.


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HORACIO: El lío con Manú es que nos parecemos demasiado.

TALITA: Sí, es bastante molesto a veces.

HORACIO: Dos tipos, con cara de porteños farristas, con el mismo desprecio
por casi las mismas cosas, y vos...

TALITA: Bueno, yo...

HORACIO: No tenés por qué escabullirte. Es un hecho que vos te sumás de


alguna manera a nosotros dos para aumentar el parecido...

TALITA: Vos me estás dando demasiada importancia.

HORACIO: La diferencia entre Manú y yo es que somos casi iguales. En esa


proporción, la diferencia es como un cataclismo inminente. ¿Somos amigos? Sí,
claro, pero a mí no me sorprendería nada que... Fijáte que desde que nos
conocemos, te lo puedo decir porque vos ya lo sabés, no hacemos más que
lastimarnos.

Traveler aparece repentinamente y se sienta a horcajadas sobre el tablón.

TALITA: Lo mejor sería que yo me volviera a casa.

TRAVELER: Pero primero le tenés que pasar la yerba a Oliveira.

HORACIO: Ya no vale la pena.

TRAVELER: A vos es difícil entenderte. Todo este trabajo y ahora resulta


que mate más, mate menos, te da lo mismo.

HORACIO: Transcurrió el minutero, hijo mío. El ciclo del mate se cerró sin
consumarse. Estamos en el sector del café con leche, nada que hacerle.

TALITA: Ahora yo le tiro el paquete a Oliveira y se acabó. Quiero volver a


casa, Manú. ¡Ahí va!

Revolea el paquete y lo tira.

TRAVELER: Espléndido. Perfecto, querida. Más claro, imposible.

TALITA: Por fin. Cualquier cosa es mejor que estar así, entre las dos
ventanas.

TRAVELER: Ahora podés hacer dos cosas. Seguir adelante, que es más
fácil, y entrar por lo de Oliveira, o retroceder, que es más difícil, y ahorrarte las
escaleras y el cruce de la calle.
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Horacio le tiende la mano a Talita, pero ella, sin dejar de mirarlo, comienza a
retroceder, hasta caer en los brazos de Traveler.

TRAVELER: Volviste. Volviste, volviste.

TALITA: Sí, ¿cómo no iba a volver? Le tiré el paquete y volví, le tiré el


paquete y volví, le...

HORACIO: Y yo, Horacio Oliveira, me quedé con la mano tendida sobre la


calle Cachimayo, siempre con la mano tendida, como el pasajero de un barco que
empieza a alejarse lentamente del muelle.

MORELLI: Oliveira es clase media, porteño, colegio nacional, ediciones Sur,


cine francés, y esas cosas no se arreglan así nomás con un viaje a Europa. Un día
llega a París, vive un tiempo de prestado. El pasaporte en el bolsillo, la llave del hotel
bien segura en el tablero. París, una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de
un espejo sucio. Y la Maga.

HORACIO: La encontré cuando ella salía de un café.

MORELLI: En la rue du Cherche-Midi.

HORACIO: Nos pusimos a hablar. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis
costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para
mirar las cosas más insignificantes en vitrinas apenas iluminadas.

MAGA: Toc, toc.

HORACIO: Despertémonos.

MAGA: ¿Para qué? Toc, toc, tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc, te
picotea todo el tiempo, quiere que le des comida argentina. Toc, toc.

HORACIO: Tenés razón. Soy un incurable, che. Hablar de despertarse


cuando por fin se está tan bien así dormido.

MORELLI: Pero la sigue de mala gana, encontrándola petulante y malcriada,


hasta que se meten en un café del Boul’ Mich’ [Boulevard Saint-Michelle] y de golpe,
entre dos medialunas, ella le cuenta un pedazo de su vida en Montevideo.

HORACIO: Desde ese día empezamos a andar por un París fabuloso.

MORELLI: Se dejan llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios


nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una
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calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos
o mirar las rayuelas.

HORACIO: O nos sumergíamos en los cineclubs para ver películas mudas,


estridencia amarilla donde corrían los muertos.

MORELLI: A veces la técnica consiste en citarse vagamente en un barrio a


cierta hora. Les gusta desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos,
enfurruñados en un café, leyendo-un-libro-más.

HORACIO: Aunque para la Maga, en realidad, casi todos los libros eran un-
libro-menos.

MORELLI: Se citan por ahí y casi siempre se encuentran.

HORACIO: Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para


encontrarnos. ¿Encontraría a la Maga esta vez? Tantas veces me había bastado
asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la
luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su
silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts.

MORELLI: Horacio piensa que no están enamorados. Hacen el amor y


después caen en silencios terribles. La Maga acaba por levantarse y da vueltas
inútiles por la pieza.

HORACIO: Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los


senos con las manos como las estatuillas asirias y pasarse los ojos por la piel en una
lenta caricia. Nunca pude resistir al deseo de llamarla otra vez a mi lado, después de
haber estado por un momento tan sola y tan enamorada frente a la eternidad de su
cuerpo.

MORELLI: A Oliveira le gusta hacer el amor con la Maga porque nada puede
ser más importante para ella. Es como despertarse y conocer su verdadero nombre.

HORACIO: Una noche me clavó los dientes, me mordió el hombro hasta


sacarme sangre porque yo me dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un
confuso pacto sin palabras. Sentí como si la Maga esperara de mí la muerte, la lenta
cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a
las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, como un matador mítico para quien
matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejé a la Maga en una larga noche
de la que poco hablamos luego, la doblé y la usé como un adolescente, la conocí y le
exigí las servidumbres de la más triste puta, la magnifiqué a constelación, la tuve
entre mis brazos oliendo a sangre, le hice beber mi semen, le chupé la sombra del
vientre y de la grupa y se la alcé hasta la cara para untarla de sí misma en esa última
operación de conocimiento que sólo el hombre le puede dar a la mujer, la exasperé
con piel y pelo y baba y quejas, la vacié hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiré
contra una almohada y una sábana y la sentí llorar de felicidad contra mi cara que un
nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.
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Largo silencio. Morelli arroja nuevamente el guijarro en la rayuela.

MORELLI: París.

Oscuridad. Sólo se escuchan las voces, los pasos, algún tropiezo, risas,
interjecciones. A veces se enciende algún fósforo.

ETIENNE: C’est vache comme il pleut. [Llueve a baldazos.]

MAGA: Lo absoluto. ¿Qué es lo absoluto, Horacio?

HORACIO: Mirá, cuando algo logra su máxima profundidad y alcance y


sentido, y deja por completo de ser interesante.

BABS: Alguien me está tocando el culo, amor mío...

ETIENNE: Ahí viene Ossip. Comment ça va.

OSSIP: Salud.

RONALD: A ver si alguien enciende un fósforo.

MAGA: Está rota la minuterie [la llave de la luz].

BABS: No me gusta que me anden sobando en la oscuridad.

ETIENNE: Qué noche inmunda.

OSSIP: Ah, oui, c’est vache. [Sí, una mierda.]

BABS: No hagan tanto ruido.

ETIENNE: Allez, c’est pas une heure pour faire les cons. [Vamos, no es hora
de hacerse los boludos.]

RONALD: A las diez de la noche se instala en París el dios Silencio. Ayer


vino un funcionario. Babs, ¿qué nos dijo el digno señor?

BABS: “Quejas reiteradas.”

RONALD: ¿Y qué hacemos nosotros?

Babs hace un violento pedo oral y un corte de manga. Risas y pausa.


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RONALD: (A Etienne.) ¿Y tu chica?

ETIENNE: No sé, se confundió de camino. Estábamos lo más bien y de


golpe... Bah, qué importa, es suiza.

Pausa. Han ido prendiendo velas. Es el cuarto de Ronald y Babs, donde


están desparramados, fuman y escuchan jazz.

OSSIP: Se está bien aquí. Hace calor...

HORACIO: Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me Blues, viejo.

RONALD: La influencia de la técnica en el arte. Estos tipos de antes del long


play tenían menos de tres minutos para tocar. Ahora viene un pajarraco como Stan
Getz y se te planta veinticinco minutos delante del micrófono, puede soltarse a gusto,
dar lo mejor que tiene. El pobre Bix, apenas entraba en calor, zas, se acabó. Cómo
habrá rabiado...

Pausa. Ossip está echado en el suelo, cerca de la Maga, rodeada de velas.


El no deja de mirarla.

OSSIP: Esa luz es tan usted, algo que viene y va, que se mueve todo el
tiempo.

MAGA: Como la sombra de Horacio. Le crece y descrece la nariz, es


extraordinario.

Babs pasa, arrastrando sombras.

OSSIP: Y Babs es la pastora de las sombras... ¿Usted es uruguaya, no,


Lucía?

MAGA: Ajá.

OSSIP: A mí me suena raro el Uruguay. Montevideo debe estar lleno de


torres, de campanas fundidas después de las batallas. No me diga que en
Montevideo no hay grandísimos lagartos a la orilla del río.

MAGA: Por supuesto. Usted se toma el ómnibus a Pocitos y ahí los ve.

OSSIP: ¿Y la gente conoce bien a Lautréamont, en Montevideo?

MAGA: ¿Lautréamont? (Ossip suspira y toma más vodka.) ¡Ah, Lautréamont!


Sí, yo creo que lo conocen muchísimo.

OSSIP: Era uruguayo, aunque no lo parezca.


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MAGA: No parece.

OSSIP: Cuénteme de Montevideo.

ETIENNE: (Mirándolos furioso.) Ah, merde alors. [Mierda.]

Ossip le acaricia el pelo a la Maga.

HORACIO: (Mirándolos.) Ya está, tenía que ser. Anda loco por esa mujer, y
se lo dice así, con los diez dedos. Cómo se repiten los juegos. Pero si soy yo mismo
acariciándole el pelo, y ella me está contando sagas rioplatenses, y le tenemos
lástima, entonces hay que llevarla a casa, un poco bebidos todos, acostarla despacio
acariciándola, soltándole la ropa, despacito, despacito cada botón, cada cierre
relámpago, y ella no quiere, quiere, no quiere, se tapa la cara, llora, nos abraza,
ayuda a bajarse la bombacha, suelta un zapato con un puntapié que nos parece una
protesta, ah, es innoble, innoble. Te voy a tener que romper la cara, Ossip
Gregorovius, pobre amigo mío. Sin ganas, sin lástima.

OSSIP: Usted me estaba por contar de su niñez, Lucía. No es que me cueste


imaginármela a orillas del río, con trenzas y un color rosado en las mejillas, antes de
que se le fueran poniendo pálidas con este maldito clima luteciano.

MAGA: ¿Luteciano?

OSSIP: (Suspira.) Sí, Lucía, parisino...

MAGA: Mi vida... Ni borracha la contaría.

OSSIP: No sea así. Lo que yo quería era entenderla un poco mejor.

MAGA: ¿Y me va a entender mejor porque yo le cuente mi infancia, por


ejemplo? No tuve infancia.

OSSIP: Yo tampoco. En Herzegovina.

MAGA: Yo en Montevideo.

HORACIO: Un perfecto asco, Gillespie. Sacáme esa porquería del plato,


Ronald. Yo no vengo más si aquí hay que escuchar a ese mono sabio.

RONALD: Al señor no le gusta el bop. Esperá un momento. Veamos cómo le


suena Charlie Parker.

ETIENNE: Oigamos a Bessie Smith, Ronald de mi alma, la paloma en la


jaula de bronce.

Ronald pone un disco de Bessie Smith. Pausa.


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HORACIO: ¿Etienne?

ETIENNE: ¿Sí?

HORACIO: ¿Te conté el sueño que tuve?

ETIENNE: ¿El del pan francés que lloraba?

HORACIO: No, este es otro.

ETIENNE: Misére! [¡Miseria!]

HORACIO: Mirá, no era más que la casa de mi infancia y la pieza de la


Maga, las dos cosas juntas en el mismo sueño.

ETIENNE: Tiens. [Mirá vos.]

HORACIO: Sí, la sala y el jardín de Burzaco, con colores como se los ve a


los diez años. El olor de los jazmines del cabo que entraban por las dos ventanas, el
viejo piano Bluthner, las sillitas enfundadas y mi hermana también enfundada. Pero a
la vez era la pieza de la Maga. Burzaco y la rue de Sommerard, Buenos Aires y
París, fundidos sin violencia. Me desperté y me fui a mear. Y ahí, en el water,
luchando por no quedarme dormido, supe que esa sala de Burzaco era la realidad, el
lugar. Y tuve que frotarme fuertemente los ojos y decir: Maga, París, hoy, para volver.

OSSIP: Si le pedí que me hablara de Montevideo, Lucía, fue porque usted es


como una reina de baraja para mí, toda de frente pero sin volumen.

MAGA: ¿Y Montevideo es el volumen...? Pavadas, pavadas. ¿A qué llama


viejos tiempos, usted? A mí todo lo que me sucedió me sucedió ayer, anoche a más
tardar.

OSSIP: Mejor, ahora es una reina, pero no de baraja.

MAGA: Para mí, entonces no es hace mucho. Entonces es lejos, pero no


hace mucho. Las recovas de la plaza Independencia. Vos también las conocés,
Horacio, esa plaza tan triste con las parrilladas, seguro que por la tarde hubo algún
asesinato y los canillitas están voceando el diario en las recovas.

HORACIO: La lotería y todos los premios.

MAGA: La descuartizada del Salto, la política, el fútbol, el carnaval...

HORACIO: El vapor de la carrera, una cañita Ancap. Color local, che.

OSSIP: Debe ser tan exótico.


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MAGA: En Montevideo no había tiempo, entonces. Yo tenía siempre trece


años, me acuerdo tan bien. Un día me enamoré de un chico rubio que vendía diarios
en la plaza. Tenía una manera de decir “dário” que me hacía sentir como un hueco
aquí... Yo perdí a mi mamá cuando tenía cinco años... Estábamos solamente mi papá
y yo. Era un conventillo y no una casa. Había un italiano, dos viejos, y un negro y su
mujer. El negro tenía unos ojos colorados, como una boca mojada. Yo les tenía un
poco de asco, prefería jugar en la calle. Si mi padre me descubría me hacía entrar y
me pegaba. Un día, mientras me estaba pegando, vi que el negro espiaba por la
puerta entreabierta. Al principio no me di bien cuentea, parecía que se estaba
rascando la pierna, hacía algo con la mano... Es raro cómo se puede perder la
inocencia de golpe, sin saber siquiera que se ha entrado en otra vida. Esa noche, yo
estaba en mi pieza y había llorado tanto que tenía una sed horrible. Hacía un calor
que usted no puede entender, todos ustedes son de países fríos. Es la humedad.
Esa noche yo sentía la ropa pegada, salí y fui a beber de una canilla que había en el
patio entre los malvones. Las otras piezas ya habían apagado la luz, papá se había
ido al boliche del tuerto Ramos. Cuando cruzaba el patio salió un poco de luna y me
paré a mirar, la luna me daba como frío, puse la cara para que desde las estrellas
pudieran verme, yo creía en esas cosas, tenía nada más que trece años. Después
me volví a mi pieza que estaba arriba. Cuando iba a encender la vela de la mesa de
luz, una mano caliente me agarró por el hombro y otra me tapó la boca, y empecé a
oler a catinga, el negro me sobaba por todos lados y me decía cosas en la oreja, me
babeaba la cara, me arrancaba la ropa y yo no podía hacer nada, ni gritar siquiera
porque sabía que me iba a matar si gritaba y no quería que me mataran, cualquier
cosa era mejor que eso, morir era la peor ofensa, la estupidez más completa. ¿Por
qué me mirás con esa cara, Horacio? Le estoy contando cómo me violó el negro del
conventillo. Gregorovius tiene tantas ganas de saber cómo vivía yo en el Uruguay.

HORACIO: Contáselo con todos los detalles.

OSSIP: Oh, una idea general es bastante.

HORACIO: No hay ideas generales.

Pausa.

MAGA: Cuando se fue de la pieza era casi de madrugada, y yo ya ni sabía


llorar.

BABS: El asqueroso.

ETIENNE: Oh, la Maga merecía ampliamente ese homenaje. Lo único


curioso, como siempre, es el divorcio diabólico de las formas y los contenidos. En
todo lo que contaste el mecanismo es casi exactamente el mismo que entre dos
enamorados, aparte de la menor resistencia y probablemente la menor agresividad.

HORACIO: Capítulo ocho, sección cuatro, párrafo A. Presses Universitaires


de France.
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ETIENNE: Ta gueule. [La puta que te parió.]

RONALD: En resumen, ya sería tiempo de escuchar algo bien caliente.

HORACIO: Apropiado a las circunstancias rememoradas. El negro fue un


valiente, che.

OSSIP: No se presta a bromas.

HORACIO: Usted se lo buscó, amigazo.

OSSIP: Y usted está borracho, Horacio.

HORACIO: Por supuesto. Es el gran momento, la hora lúcida. Vos, nena,


deberías emplearte en alguna clínica gerontológica. Mirálo a Ossip, tus amenos
recuerdos le han sacado por lo menos veinte años de encima.

MAGA: El se lo buscó. Ahora que no salga diciendo que no le gusta. Dame


vodka, Horacio.

Pausa. Se escucha a Louis Armstrong.

ETIENNE: Ça alors. [Vamos.]

RONALD: La gran época de Armstrong. Como el período del gigantismo en


Picasso. Ahora están los dos hechos unos cerdos.

HORACIO: Costumbre y papel carbónico. Pensar que Armstrong fue ahora


por primera vez a Buenos Aires. (Pausa. En tono ausente, a Etienne, sin mirarlo.) Yo
en realidad donde debería estar es jugando al truco con Traveler. Verdad que no lo
conocés. No conocés nada de todo eso. ¿Para qué hablar? (Pausa.) ¿Etienne?

ETIENNE: ¿Sí?

HORACIO: ¿Cómo se masturban los chicos franceses?

ETIENNE: No me acuerdo.

HORACIO: Te acordás perfectamente. Nosotros allá tenemos sistemas


formidables. Martillito, paragüita... A los nueve años yo me masturbaba debajo de un
ombú, era realmente patriótico.

ETIENNE: ¿Un ombú?

HORACIO: Como una especie de baobab. Pero te voy a confiar un secreto,


si jurás no decírselo a ningún otro francés. El ombú no es un árbol, es un yuyo.

ETIENNE: Ah, bueno, entonces no era tan grave.


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Breve pausa.

HORACIO: No puedo oír ciertos tangos sin acordarme cómo los tocaba mi
tía, che.

ETIENNE: No veo la relación.

HORACIO: Porque no ves el piano. Había un hueco entre el piano y la


pared, y yo me escondía ahí para hacerme la paja. Mi tía tocaba Milonguita o Flores
negras... La primera vez que salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha
no iba a salir. Ni siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté como
loco. Mi tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es de una tristeza...

ETIENNE: Estás hecho un asco, Horacio.

HORACIO: Si te creés que es por una mujer... Ombú o mujer, todos son
yuyos en el fondo, che.

Pausa. Ossip acaricia el pelo de la Maga. Repentinamente Babs,


completamente borracha, se larga a llorar.

HORACIO: No llorés.

BABS: Esos blues de camas vacías, de zapatos en los charcos, el alquiler


sin pagar, el miedo a la vejez...

HORACIO: No llorés, Babs, todo esto no es verdad.

BABS: Oh, sí que es verdad. Sí que es verdad.

HORACIO: Será, pero no es la verdad.

BABS: Como esas sombras, y una está tan triste, Horacio, porque todo es
tan hermoso.

MAGA: ¿Rocamadour?

MORELLI: También está Rocamadour.

HORACIO: Pero en ese entonces no hablábamos mucho de él. Vivíamos en


el desorden y el placer era egoísta. Por el momento me asombraba que la Maga
hubiera podido llevar la fantasía al punto de llamarle Rocamadour a su hijo, en
Montevideo modestamente Carlos Francisco.
19

MORELLI: La Maga se limita a decir que a su hijo había sido mucho mejor
llamarlo Rocamadour y mandarlo al campo para que lo criara una nodriza. De todos
modos, para Oliveira Rocamadour es un sosegate bastante desagradable, no sabe
por qué.

HORACIO: En esos días del cincuenta y tantos empecé a sentirme


acorralado. Como siempre, me costaba mucho menos pensar que ser. Aunque
hiciéramos tantas veces el amor, la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más
triste que esta paz o este placer. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos
que empezaban a abrirse más allá de ella.

Pieza de Horacio y la Maga.


Tarde oscura y lluviosa. Sobre un colchón, entre un revoltijo de frazadas y
almohadas, yace enfermo el bebé Rocamadour. Horacio ceba mate despacio.

MAGA: (Acariciándole el pelo a Horacio.) Yo creo que te comprendo. Vos


buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son
dos cosas diferentes. Cuando vos empezás a decir que habría que encontrar la
unidad, yo entonces veo cosas muy hermosas, pero muertas, flores disecadas y
cosas así.

HORACIO: Vamos a ver, Lucía: ¿Vos sabés bien lo que es la unidad?

MAGA: Yo me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así.

HORACIO: Está bien... Maga...

MAGA: La unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se
junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?

HORACIO: Más o menos. Es increíble lo que te cuesta captar las nociones


abstractas. Vamos a ver: tu vida, ¿es una unidad para vos?

MAGA: No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.

HORACIO: Pero vos a tu vez pasabas por esas cosas como el hilo por esas
piedras verdes. A propósito, ¿de dónde salió ese collar?

MAGA: Me lo dio Ossip. Era de su madre, la de Odessa.

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20

OSSIP: Sí, tengo tres madres según las circunstancias. La Herzogin Magda
Razenswill es una lesbiana que aparece con el whisky o el coñac. Miss Babington,
que viene con el gin, acaba de puta en Malta. La tercera, vía Beaujolais, es un
problema. Se llama Galle, Adgalle o Minti, vive libremente en Herzegovina, Odessa o
Nápoles, viaja a los Estados Unidos con una compañía de vaudeville, es la primera
mujer que fuma en España, vende violetas a la salida de la Opera de Viena, muere
de tifus, está viva pero ciega en Huerta, desaparece con el chofer del Zar, cultiva la
hidroterapia, muere al nacer yo...

HORACIO: Siempre me sospeché que acabarías acostándote con Ossip.

MAGA: Rocamadour tiene fiebre. Le voy a dar un cuarto de aspirina.

HORACIO: En fin. De todos modos me podían haber avisado. Ahora voy a


tener 600 francos de taxi para llevarme mis cosas a otro lado. Y conseguir una pieza,
que no es fácil en esta época.

MAGA: Ya no se queja más. Hablemos bajo, va a dormir muy bien con la


aspirina. Yo no me acosté con Ossip.

HORACIO: Sí que te acostaste.

MAGA: No, Horacio. ¿Por qué no te lo iba a decir? Desde que te conocí no
tuve otro amante que vos.

HORACIO: Entonces será tu hijo el que te cambia. Desde hace días estás
convertida en lo que se llama una madre.

MAGA: Pero Rocamadour está enfermo.

HORACIO: En realidad ya no nos aguantamos demasiado.

MAGA: Vos sos el que no me aguanta. Vos sos el que no aguanta más a
Rocamadour.

HORACIO: Eso es cierto, el chico no entraba en mis cálculos. Tres es mal


número dentro de una pieza. Pensar que con Ossip ya somos cuatro, es
insoportable.

MAGA: Ossip no tiene nada que ver. ¿Por qué me hacés sufrir, bobo? Ya sé
que estás cansado, que no me querés más. Nunca me quisiste, era otra cosa, una
manera de soñar. Andáte, Horacio, no tenés por qué quedarte. A mí ya me pasó
tantas veces.
21

HORACIO: Tantas veces... Para la autobiografía sentimental sos de una


franqueza admirable. Que lo diga Ossip. Conocerte y oír enseguida la historia del
negro es todo uno.

MAGA: Vos no comprendés, tengo que contarlo.

HORACIO: Una especie de ceremonia expiatoria... Primero el negro.

MAGA: Sí, primero el negro. Después Ledesma.

HORACIO: Después Ledesma, claro.

MAGA: Y los tres del callejón, la noche del carnaval.

HORACIO: Por delante.

MAGA: Y monsieur Vincent, el hermano del hotelero.

HORACIO: Por detrás.

MAGA: Y un soldado que lloraba en un parque.

HORACIO: Por delante.

MAGA: Y vos.

HORACIO: Por detrás. Pero eso de ponerme a mí en la lista estando yo


presente confirma mis lúgubres premoniciones. (Cantando.)
“Después fuiste la amiguita
de un viejo boticario,
y el hijo de un comisario
todo el vento te sacó...”

El pelo de la Maga le cae sobre la cara. Repentinamente, Horacio se lo


aparta de un manotón. Pausa.

MAGA: Es casi como si me hubieras pegado. A mí no me importa, pero...

HORACIO: Por suerte te importa. Si no me estuvieras mirando así te


despreciaría. Sos maravillosa, con Rocamadour y todo.

MAGA: De qué me sirve que me digas eso.

HORACIO: A mí me sirve.

MAGA: Sí, a vos te sirve. A vos todo te sirve para lo que andás buscando.
22

HORACIO: Querida, las lágrimas estropean el gusto de la yerba.

MAGA: Andáte, Horacio, va a ser lo mejor.

HORACIO: Probablemente. Fijáte, de todas maneras, que si me voy ahora


cometo algo que se parece al heroísmo, es decir que te dejo sola, sin plata y con tu
hijo enfermo.

MAGA: (Sonriendo entre lágrimas.) Sí. Es casi heroico, cierto.

HORACIO: Y como disto de ser un héroe, mejor me quedo hasta que


sepamos a qué atenernos, como diría mi hermano de Buenos Aires.

MAGA: Entonces quedáte.

HORACIO: ¿Pero vos entendés por qué renuncio a ese heroísmo?

MAGA: Sí, claro.

HORACIO: A ver...

MAGA: No te vas porque sos bastante burgués y tomás en cuenta lo que


pensarían Ronald y Babs y los otros amigos.

HORACIO: Exacto. Es bueno que sepas que no me quedo porque vos y yo


tengamos todavía algo en común.

MAGA: Sos tan cómico a veces.

HORACIO: Por supuesto, Bob Hope es una mierda al lado mío.

MAGA: Cuando decís que ya no tenemos nada en común, ponés la boca de


una manera...

HORACIO: Un poco así, ¿verdad?

MAGA: Sí, es increíble.

Estallan en risas, que sofocan por Rocamadour.

HORACIO: Mostrá otra vez cómo pongo la boca cuando digo esas cosas.

MAGA: Así...

Ríen. Horacio besa a la Maga, mordiéndole los labios.)

HORACIO: Decíme cómo hace el amor Ossip.


23

MAGA: (Mordiéndole los labios.) Lo hace muy bien. Muchísimo mejor que
vos, y más seguido.

HORACIO: ¿Pero te retila la murta? No me vayas a mentir. ¿Te la retila de


veras?

MAGA: Muchísimo. Por todas partes, a veces demasiado. Es una sensación


maravillosa.

HORACIO: ¿Y te hace poner con los plíneos entre las argustas?

MAGA: Sí, y después nos entreturnamos los porcios hasta que él dice basta
basta, y yo tampoco puedo más, hay que apurarse, comprendés. Pero eso vos no lo
podés comprender, siempre te quedás en la gunfia más chica.

HORACIO: Yo y cualquiera. Me voy un rato a la calle.

MAGA: ¿No querés que te siga contando de Ossip? En glíglico.

HORACIO: Me aburre el glíglico. Además vos no tenés imaginación, siempre


decís las mismas cosas. La gunfia, qué novedad. Y no se dice “contando de”.

MAGA: El glíglico lo inventé yo. Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no
es el verdadero glíglico.

HORACIO: Volviendo a Ossip...

MAGA: No seas tonto, Horacio, te digo que no me acosté con él. ¿Te tengo
que hacer el gran juramento sioux?

HORACIO: No, al final me parece que te voy a creer. Bueno, me voy a dar
una vuelta.

MAGA: No vuelvas.

HORACIO: En fin, no exageremos. ¿Dónde querés que vaya a dormir? Debe


hacer cinco grados bajo cero.

MAGA: Va a ser mejor que no vuelvas, Horacio. Ahora puedo decírtelo. Te


tengo tanta lástima.

HORACIO: Ah, eso no. Despacito, ahí.

MAGA: Pensar que hace una hora se me ocurrió que lo mejor era ir a tirarme
al río.

HORACIO: La desconocida del Sena... Pero si vos nadás como un cisne.


24

MAGA: Te tengo lástima. Ahora me doy cuenta. La noche que nos


encontramos detrás de Notre-Dame también vi que... ¿Fue la primera vez que fuimos
juntos a un hotel, verdad?

HORACIO: No, pero es igual. Y vos me enseñaste a hablar en glíglico.

MAGA: Si te dijera que todo eso lo hice por lástima.

HORACIO: (Mirándola sobresaltado.) Vamos.

MAGA: Esa noche vos corrías peligro. Se veía, era como escuchar una
sirena a lo lejos... No se puede explicar.

HORACIO: Mis peligros son sólo metafísicos. Creéme, a mí no me van a


sacar del agua con ganchos. Voy a reventar de una oclusión intestinal, de la gripe
asiática o de un Peugeot 403.

MAGA: ¿Por qué decís: peligros metafísicos? También hay ríos metafísicos,
Horacio. Vos te vas a tirar a uno de esos ríos.

HORACIO: A lo mejor eso es el Tao.

MAGA: A mí me pareció que yo podía protegerte. No digas nada. En


seguida me di cuenta de que no me necesitabas. Hacíamos el amor como dos
músicos que se juntan para tocar sonatas.

HORACIO: Precioso, lo que decís.

MAGA: El piano iba por su lado y el violín por el suyo y de eso salía la
sonata, aunque ya ves, en el fondo no nos encontrábamos. Pero las sonatas eran tan
hermosas.

HORACIO: Sí, querida.

MAGA: Por suerte, Rocamadour no se acordará nunca de vos, todavía no


tiene nada detrás de los ojos. Como los pájaros que comen las migas que uno les
tira, te miran, las comen, se vuelan... No queda nada.

HORACIO: No, no queda nada. (Pausa. Se escucha un borracho cantar


afuera.) ¿Por qué te afligís así? Los ríos metafísicos pasan por cualquier lado, no hay
que ir lejos para encontrarlos. Mirá, nadie se habrá ahogado con tanto derecho como
yo, querida. Te prometo una cosa: acordarme de vos a último momento para que sea
todavía más amargo. Un verdadero folletín, con tapa en tres colores.

MAGA: No te vayas.

Se aprieta a sus piernas.


25

HORACIO: Una vuelta por ahí, nomás.

MAGA: No, no te vayas.

HORACIO: Dejáme. Sabés muy bien que voy a volver, por lo menos esta
noche.

MAGA: Vamos juntos. Ves, Rocamadour duerme, va a estar tranquilo hasta


la hora del biberón. Tenemos dos horas, vamos al café del barrio árabe, ese cafecito
triste donde se está tan bien.

El se desprende suavemente de ella, besándole la nuca, el pelo. Ella llora.

HORACIO: El canalla soy yo. Dejáme pagar a mí. Llorá por tu hijo, que a lo
mejor se muere, pero no malgastes las lágrimas conmigo. Madre mía, desde los
tiempos de Zola no se veía una escena semejante. Dejáme salir, por favor.

MAGA: (Desde el suelo, mirándolo como un perro.) ¿Por qué?

HORACIO: ¿Por qué qué?

MAGA: ¿Por qué?

HORACIO: Ah, vos querés decir por qué todo esto. Andá a saber, yo creo
que ni vos ni yo tenemos demasiado la culpa. No somos adultos, Lucía. Es un mérito
que se paga caro. Los chicos se tiran siempre de los pelos después de haber jugado.
Debe ser algo así. Habría que pensarlo.

10

MAGA: Bebé Rocamadour, bebé bebé. Rocamadour:


Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote
los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo
porque no sabés leer. Si supieras no te escribiría cosas importantes. Alguna vez
tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que
alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en
cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿Por qué,
Rocamadour? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch
que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el señor
que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho porque vos y
yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París; entonces te
pusiste a llorar y él te mostró cómo el conejito movía las orejas; en ese momento
estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás, Rocamadour.

11
26

HORACIO: Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está
nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para
levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los
nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo
sabe, igualita a la golondrina.

12

Pieza de la Maga. Están ella y Ossip. En un colchón, Rocamadour.

MAGA: No me gusta hablar de él por hablar.

OSSIP: Está bien. Yo sólo preguntaba.

MAGA: Puedo hablar de otra cosa, si lo que quiere es oír hablar.

OSSIP: No sea mala.

MAGA: Horacio es como el dulce de guayaba.

OSSIP: ¿Qué es el dulce de guayaba?

MAGA: Horacio es como un vaso de agua en la tormenta.

OSSIP: Ah.

MAGA: El tendría que haber nacido en otra época. Un tiempo en que nadie
estaba intranquilo, los tranvías eran a caballo y las guerras ocurrían en el campo. No
había remedios contra el insomnio...

OSSIP: La bella edad de oro. En Odessa también me han hablado de


tiempos así. Mi madre, tan romántica, con su pelo suelto... Criaban los ananás en los
balcones, de noche no había necesidad de escupideras, era algo extraordinario.
Pero yo no lo veo a Horacio metido en esa jalea real.

MAGA: Yo tampoco, pero estaría menos triste. Aquí todo le duele, hasta las
aspirinas. De verdad, anoche le di una aspirina porque tenía dolor de muelas. La
agarró y se puso a mirarla. Me dijo unas cosas muy raras, que era infecto usar cosas
que en realidad uno no conoce... usted sabe cómo es cuando empieza a darle
vueltas.

OSSIP: Usted ha repetido varias veces la palabra “cosa”. No es elegante,


pero muestra muy bien lo que le pasa a Horacio. Una víctima de la cosidad, es
evidente.
27

MAGA: ¿La cosidad?

Ossip suspira.

OSSIP: Quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la


imposición de lo que lo rodea. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más
brevemente, le duele el mundo. Usted lo sospechó, Lucía, y con deliciosa inocencia
imagina que Oliveira sería más feliz en cualquiera de las arcadias de bolsillo que se
fabrican en este mundo, incluida la de mi madre de Odessa. Porque usted no se
habrá creído lo de los ananás, supongo.

MAGA: Ni lo de las escupideras. Es difícil de creer.

13

HORACIO: ¿Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino


milenario, un edén, un otro mundo?

MORELLI: Complejo de la Arcadia, retorno al gran útero, back to Adam, el


buen salvaje, el Paraíso perdido... De una manera u otra todos lo buscan, todos
quieren abrir la puerta para ir a jugar.

HORACIO: Y no tanto por el Edén en sí, sino solamente para que el homo
sapiens pueda cerrar la puerta a su espalda y menear el culo como un perro
contento sabiendo que el zapato de la puta vida se quedó atrás, reventándose contra
la puerta cerrada, y que se puede ir aflojando con un suspiro el pobre botón del culo,
enderezarse y empezar a caminar entre las florcitas del jardín y sentarse a mirar una
nube nada más que cinco mil años, o veinte mil si es posible.

MORELLI: Claro que de este lado de la puerta en realidad no siempre se


está mal y mucha gente encuentra una vida satisfactoria.

HORACIO: Perfumes agradables, buenos sueldos.

MORELLI: Literatura de alta calidad.

HORACIO: Sonido estereofónico.

MORELLI: Y por qué entonces inquietarse si tal vez el mundo es finito, la


historia se acerca al punto óptimo, la raza humana sale de la edad media para
ingresar en la era cibernética. Tout va très bien, madame La Marquise, tout va très
bien. [Todo va bien, señora Marquesa, todo va muy bien.]

HORACIO: Por lo demás, el reino será de material plástico, es un hecho.


28

MORELLI: Y no que el mundo vaya a convertirse en una pesadilla


orwelliana.

HORACIO: Será mucho peor, será un mundo delicioso, a medida de sus


habitantes, sin mosquitos, sin analfabetos, con enormes gallinas de dieciocho patas,
con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la
semana, televisión en cada cuarto, compensaciones sutiles que conformarán todas
las rebeldías.

MORELLI: Es decir un mundo satisfactorio para gentes razonables.

HORACIO: ¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable? En


algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por
haberse acordado del reino. Porque se puede matar todo menos la nostalgia del
reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que
profundamente atormenta y desata y engaña.

14

OSSIP: Me gusta esta pieza, tiene fluido. Aquí se pude pensar, se está bien.

MAGA: No crea. A eso de las siete la muchacha de abajo empieza a cantar


Les amants du Havre. 1 Es una linda canción, pero a la larga.
“Puisque la terre est ronde,
Mon amour t’en fais pas,
Mon amour t’en fais pas.”

OSSIP: (Indiferente.) Bonito.

MAGA: Sí, tiene una gran filosofía, como hubiera dicho Ledesma. No, usted
no lo conoció. Era antes de Horacio, en el Uruguay.

OSSIP: ¿El negro?

MAGA: No, el negro se llamaba Ireneo.

OSSIP: ¿Entonces la historia del negro era verdad?

Ella lo mira asombrada. Pausa. Repentinamente se levanta, toma un jarro


con leche y revolviéndolo con una cuchara se acerca a Rocamadour. Trata de
hacerle tomar cucharadas de leche.

MAGA: Topitopitopi. Qué fiebre tiene todavía, por lo menos treinta y nueve
cinco.

1
El verdadero nombre de la canción es Les amoreaux du Havre.
29

OSSIP: ¿No le pone el termómetro?

MAGA: Es muy difícil ponérselo, después llora veinte minutos, Horacio no lo


puede aguantar. Me doy cuenta por el calor de la frente. Debe tener más de treinta y
nueve, no entiendo cómo no le baja.

OSSIP: Demasiado empirismo, me temo. ¿Y esa leche no le hace mal con


tanta fiebre?

MAGA: No es tanta para un chico.

Se aparta del bebé, prende un cigarrillo. Pausa.

MAGA: No volverá. En fin, tendrá que venir para buscar sus cosas, pero es
lo mismo. Se acabó, kaputt.

OSSIP: Horacio es tan sensible, se mueve con tanta dificultad en París. No


hay más que verlo por la calle, una vez lo seguí un rato desde lejos.

MAGA: Espía.

OSSIP: Digamos observador.

MAGA: En realidad usted me seguía a mí, aunque yo no estuviera con él.

OSSIP: Puede ser, en ese momento no se me ocurrió pensarlo. Me interesan


mucho las conductas de mis conocidos. He descubierto que Etienne se masturba y
Babs practica una especie de caridad a escondidas. Hubo una época en que me
dedicaba a estudiar a mi madre. Era en Herzegovina, hace mucho. Adgalle me
fascinaba, insistía en llevar una peluca rubia cuando yo sabía muy bien que tenía el
pelo negro. Nadie lo sabía en el castillo. Mi madre reía y me hacía jurar que jamás
revelaría la verdad. Pero cuando se quedaba sola yo hubiera querido, no sabía bien
por qué, estar escondido bajo un sofá o detrás de los cortinados violeta. Me decidí a
hacer un agujero en la pared de la biblioteca, que daba al tocador de mi madre. Así
pude ver cómo Adgalle se quitaba la peluca rubia, se soltaba los cabellos negros que
le daban un aire tan distinto, tan hermoso, y después se quitaba la otra peluca y
aparecía la perfecta bola de billar, algo tan asqueroso que esa noche vomité gran
parte del gulash en la almohada.

MAGA: Su infancia se parece un poco al prisionero de Zenda.

OSSIP: Era un mundo de pelucas.

MAGA: (Mirando hacia Rocamadour.) Es raro ese hipo. Primera vez que lo
tiene.

OSSIP: Será la indigestión.


30

MAGA: ¿Por qué insisten en que lo lleve al hospital? Otra vez esta tarde, el
médico con esa cara de hormiga. No lo quiero llevar, a él no le gusta. Yo le hago
todo lo que hay que hacerle.

OSSIP: No llore, Lucía.

MAGA: No lloro, me estoy sonando. Yo soy como el ave cisne que canta
cuando se muere. Estaba en un disco de Gardel.

OSSIP: Cuénteme, Lucía, si le hace bien. ¿Cómo se conocieron usted y


Horacio?

MAGA: No me acuerdo de nada.

15

HORACIO: Apareció una tarde en la rue du Cherche-Midi. Cuando subía a


mi pieza de la rue de la Tombe Issoire traía siempre una flor, una tarjeta Klee o Miró,
y si no tenía dinero elegía una hoja de plátano en el parque.

MORELLI: Ya entonces la Maga le da lecciones que ella misma no


sospecha. Pararse de golpe frente a un zaguán, más allá un vislumbre verde, un
resplandor, y entonces colarse furtivamente y asomarse al gran patio con una vieja
estatua, o nada, gastados adoquines, verdín en las paredes, y los gatos, invariables
amigos de la Maga, que les habla un lenguaje entre tonto y misterioso, con citas a
plazo fijo, consejos y advertencias.

HORACIO: En marzo íbamos por las tardes a ver los peces del Quai de la
Mégisserie. Todas las peceras al sol, y como suspendidos en el aire cientos de
peces rosa y negro, pájaros quietos en su aire redondo.

MORELLI: O se paran delante de una vidriera para leer los títulos de los
libros. La Maga se pone a preguntar, guiándose por los colores y las formas.

HORACIO: ¿Pero no te das cuenta que así no se aprende nada? Vos


pretendés cultivarte en la calle, querida, no puede ser. Para eso abonáte al Reader’s
Digest.

MORELLI: Sí, es insensato querer explicarle algo a la Maga. Fauconnier


tenía razón, para gentes como ella el misterio empieza precisamente con la
explicación.

16
31

OSSIP: Yo también adoraba las peceras. Les perdí todo afecto cuando me
inicié en las labores propias de mi sexo, en Dubrovnik, un prostíbulo al que me llevó
un marino danés que era entonces el amante de mi madre la de Odessa. Una gorda
pelirroja me atrapó como a un conejo por las orejas y me metió en la cama. A los
pies había un gran acuario. No se puede imaginar el miedo, Lucía, el terror de todo
aquello. Estábamos tendidos de espaldas, uno al lado del otro, y ella me acariciaba
maquinalmente, yo tenía frío y ella me hablaba de cualquier cosa, de una pelea en el
bar, de las tormentas de marzo... Había un pez negro, enorme. Pasaba y pasaba
como su mano por mis piernas, subiendo, bajando... Entonces hacer el amor era eso,
un pez negro pasando y pasando obstinadamente. La repetición al infinito de un
ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.

MAGA: A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi


nunca tocan el vidrio con la nariz.

Pausa.

OSSIP: Pero el amor también podría ser eso. Qué maravilla estar admirando
a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como las palomas.

17

HORACIO: Rodeado de chicos con tricotas y muchachas deliciosamente


mugrientas bajo el vapor de los cafés crème de Saint-Germain-des-Prés, que leen a
Durrell, a Beauvoir, a Duras, a Queneau, a Sarraute, estoy yo un argentino
afrancesado (horror horror), ya fuera de la moda adolescente, del cool, con en las
manos anacrónicamente Etes-vous fous?[¿Está usted loco?], de René Crevel.

MORELLI: Tu sèmes des syllabes pour rècolter des étoiles.[Tú siembras


sílabas para cosechar estrellas.]

HORACIO: Se va haciendo lo que se puede.

MORELLI: Y esa fémina, n’arrêtera-t-elle donc pas de secouer l’arbre à


sanglots? [¿No dejará de sacudir el árbol a sollozos?]

HORACIO: Sos injusto. Apenas llora, apenas se queja. (Pausa.) Es triste


llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y
dialogar con su autor, de café a tumba, de aburrido a suicida, mientras en las mesas
de al lado se habla de Argelia, de Adenauer, de Michel Butor, de Nabokov, de Zao-
Wu-Ki... ¿Y en mi país, de qué hablarán los muchachos en mi país? Ya no lo sé,
ando tan lejos... Estás viejo, Horacio. Quinto Horacio Oliveira, estás viejo, Flaco.
Estás flaco y viejo, Oliveira.

MORELLI: Il verse son vitriol entre les cuisses des faubourgs.[El echa su
vitriolo entre los muslos de los suburbios.]
32

HORACIO: ¿Y qué le voy a hacer? Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro.
Por veinte francos en la ranura Leo Ferré te canta sus amores, o Gilbert Bécaud, o
Guy Béart. Allá en mi tierra: Si quiere ver la vida color de rosa / Eche veinte centavos
en la ranura... A lo mejor encendiste la radio, o has puesto un disco muy bajo para no
despertar a Rocamadour. Y me parece que no te das demasiado cuenta de que
Rocamadour está muy enfermo, terriblemente débil y enfermo, y que lo cuidarían
mejor en el hospital. Por veinte francos en la ranura... Oh mi amor, te extraño, me
dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara
en el pecho donde ya no estás.

18

MORELLI: Después salís de ese café. Asistís a un accidente sin saber que
ese viejo atropellado por un auto en plena calle soy yo, tu admirado escritor Morelli.
Cuando llega la ambulancia seguís caminando bajo la lluvia. Estás empapado. Te
refugiás en la Salle de Géographie. Hay anunciado un concierto para piano de
madame Berthe Trépat. Empieza enseguida y cuesta poca plata. Huele a tarde de
lluvia, la gran sala está helada y húmeda. Hay unas veinte personas. Te dan una
hoja mal mimeografiada en la que puede descifrarse que madame Berthe Trépat,
medalla de oro, tocará los “Tres movimientos discontinuos” de Rose Bob (primera
audición), la “Pavana para el General Leclerc” de Alix Alix (primera audición civil) y la
“Síntesis fatídica Délibes-Saint-Saëns”, de Délibes, Saint-Saëns y Berthe Trépat.

HORACIO: Joder con el programa.

MORELLI: Un señor de papada colgante y blanca cabellera, monsieur


Valentin, hace la presentación de rigor. Cuando el concierto termina sólo quedan dos
personas en la sala: vos y Berthe Trépat.

Pausa.

HORACIO: Bravo. Bravo, madame. Creamé, señora, escuché su concierto


con verdadero interés. Una artista como usted conocerá de sobra la incomprensión
del público. En el fondo yo sé que usted toca para sí misma.

BERTHE TRÉPAT: Para mí misma.

HORACIO: ¿Para quién, si no?

BERTHE TRÉPAT: ¿Quién es usted, señor?

HORACIO: Oh, alguien que se interesa por las manifestaciones artísticas...

BERTHE TRÉPAT: Sí, ya es tarde, tengo que volver a casa.


33

HORACIO: ¿Puedo tener el placer de acompañarla un momento? Quiero


decir, si no hay nadie esperándola.

BERTHE TRÉPAT: No habrá nadie. Valentin se fue después de hacer la


presentación. ¿Qué le pareció la presentación?

HORACIO: Interesante.

BERTHE TRÉPAT: Valentin puede hacer cosas mejores. Y me parece


repugnante de su parte... sí, repugnante... marcharse así como si yo fuera un trapo.

HORACIO: Habló de usted y de su obra con gran admiración.

BERTHE TRÉPAT: Por quinientos francos ese es capaz de hablar con


admiración de un pescado muerto. ¡Quinientos francos! Valentin es un canalla.
Todos... había más de doscientas personas, usted las vio. Y ahora solamente queda
usted.

HORACIO: Hay ausencias que representan un verdadero triunfo.

BERTHE TRÉPAT: ¿Por qué se fueron? Yo creo que la Pavana no les gustó
demasiado, ¿no le parece? Porque se fueron antes de mi Síntesis fatídica, eso es
seguro, lo vi yo misma.

HORACIO: Por supuesto. Hay que decir que la Pavana...

BERTHE TRÉPAT: No es en absoluto una Pavana. Es una perfecta mierda.


La culpa la tiene Valentin, ya me habían prevenido que Valentin se acostaba con Alix
Alix. ¿Por qué tengo yo que pagar por un pederasta, joven? Yo, medalla de oro.

HORACIO: Salgamos, el aire de la calle le va a hacer bien. No será fácil


conseguir un taxi. ¿Vive lejos?

BERTHE TRÉPAT: No, cerca del Panthéon, en realidad prefiero caminar.

HORACIO: Sí, será mejor.

BERTHE TRÉPAT: Usted es tan amable. No debería molestarse. ¿Qué le


pareció mi “Síntesis fatídica”?

HORACIO: Señora, yo soy un mero aficionado. A mí la música, por así


decir...

BERTHE TRÉPAT: No le gustó.

HORACIO: Una primera audición...


34

BERTHE TRÉPAT: ¿De qué país viene usted, joven?

HORACIO: De la Argentina, señora, y no soy nada joven dicho sea de paso.

BERTHE TRÉPAT: Ah, la Argentina. Las pampas... ¿Y allá cree usted que
se interesarían por mi obra?

HORACIO: Estoy seguro, señora.

BERTHE TRÉPAT: Tal vez usted podría gestionarme una entrevista con el
embajador. ¿Subirá a tomar una copita con Valentin y conmigo?

HORACIO: Oh, no, señora. Para mí ya es suficiente...

BERTHE TRÉPAT: No sea tan modesto, joven. Porque usted es joven, ¿no
es cierto? Se nota en su brazo, por ejemplo... Yo parezco mayor de lo que soy, usted
sabe, la vida del artista...

HORACIO: De ninguna manera. En cuanto a mí ya pasé de los cuarenta.

BERTHE TRÉPAT: Hábleme de usted, vamos a ver. Es poeta, ¿verdad? Ah,


también Valentin cuando éramos jóvenes... La “Oda Crepuscular”, un éxito en el
Mercure de France... ¿Pero cómo se llama usted?

HORACIO: Oliveira.

BERTHE TRÉPAT: Oliveira... Des olives [aceitunas], el Mediterráneo... Yo


también soy del Sur, somos dionisíacos, joven, somos dionisíacos los dos. No como
Valentin que es de Lille. Los del Norte, fríos como peces, absolutamente mercuriales.
Es acá. La vieja del ocho... Nos está mirando, ya verá mañana la calumnia...

HORACIO: Por favor, señora.

BERTHE TRÉPAT: Oh, yo la conozco. Es por Valentin que me odia.


Valentin, hay que decirlo, le ha hecho algunas... No puede aguantar a la vieja del
ocho, y una noche que volvía bastante borracho le untó la puerta con caca de gato...
No me olvidaré nunca, un escándalo... Valentin metido en la bañera, sacándose la
caca porque él también se había untado por puro entusiasmo artístico, Valentin es
terrible, como un niño.

HORACIO: Es mejor que suba y se quite enseguida los zapatos, tiene los
tobillos empapados.

BERTHE TRÉPAT: Yo no sé si Valentin habrá vuelto, es capaz de andar por


ahí buscando a sus amigos. En estas noches se enamora terriblemente de
cualquiera, es como un perrito, créame.
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HORACIO: Un buen ponche, unas medias de lana... Usted tiene que


cuidarse, señora.

BERTHE TRÉPAT: Oh, yo soy como un árbol. (Bruscamente.) Ha vuelto.


Está ahí arriba, lo siento. Y está con alguno, es seguro. No tengo la llave.

HORACIO: Pero usted tiene que descansar, señora.

BERTHE TRÉPAT: A él no le importa si yo descanso o reviento. Habrán


encendido el fuego. Y estarán desnudos, en mi cama, asquerosos. Y mañana yo
tendré que limpiar todo, como siempre.

HORACIO: ¿No vive por aquí algún amigo, alguien donde pasar la noche?

BERTHE TRÉPAT: No, la mayoría de mis amigos viven en Neully. Aquí


solamente están esas viejas inmundas, los argelinos del ocho, la peor ralea.

HORACIO: Yo podría subir y pedirle a Valentin que le abra.

BERTHE TRÉPAT: No le va a abrir, lo conozco muy bien. Se quedarán


callados, a oscuras. ¿Para qué quieren la luz, ahora?

HORACIO: Si les golpeo la puerta se asustarán. No creo que a Valentín le


guste que se arme un escándalo.

BERTHE TRÉPAT: No le importa nada, cuando anda así no le importa


absolutamente nada. Sería capaz de ponerse mi ropa y meterse en la comisaría de
la esquina cantando la Marsellesa.

HORACIO: Usted está agotada, tiene que dormir. En todo caso vayamos a
un hotel, yo tampoco tengo dinero pero me arreglaré con el patrón, le pagaré
mañana. Conozco un hotel en la rue Valette, no es lejos de aquí.

BERTHE TRÉPAT: Un hotel. Usted pretende llevarme a un hotel.

HORACIO: No pretendo nada. No puedo ofrecerle mi casa por la sencilla


razón de que no la tengo. ¿Prefiere que me vaya? En ese caso, buenas noches.

BERTHE TRÉPAT: Un hotel. ¿Pero ustedes escuchan esto, lo que acaba de


proponerme?

HORACIO: Por favor. Cómo puede creer eso.

BERTHE TRÉPAT: ¡Sé muy bien qué clase de depravados me siguen por
las calles! ¡Como a todas las señoras decentes! ¡Pero yo no voy a permitir que un
monstruo, que un sátiro baboso me ataque en la puerta de mi casa! ¡Para eso está la
policía y la justicia! ¡Y si los vecinos no me protegen, yo soy muy capaz de hacerme
36

respetar! ¡Porque no es la primera vez que un vicioso, que un inmundo


exhibicionista...! ¡Yo... medalla de oro!

19

MAGA: Mozart...

Suena muy bajo un cuarteto de Mozart. La Maga fuma tirada en el suelo,


con las mejillas brillantes de lágrimas. Repentinamente suenan unos golpes secos.
Ossip se sobresalta.

MAGA: No haga caso, es el viejo de arriba.

OSSIP: Pero si apenas oímos nosotros.

MAGA: (Misteriosa.) Son los caños. Todo se mete por ahí, ya nos pasó otras
veces.

OSSIP: Esta casa es como la oreja de Dionisos.

MAGA: ¿De quién? (Golpes.) Y sigue golpeando, Rocamadour se va a


despertar.

OSSIP: Lucía, es más de medianoche. Quizá sería mejor...

MAGA: Siempre la hora. Yo me voy a ir de esta pieza.

OSSIP: No se obstine, Lucía.

MAGA: No sea sonso, usted. Me hartan, los echaría a todos a empujones. Si


me da la gana de oír a Mozart, si por un rato...

Ossip la atrae hacia sí y la sienta en sus rodillas. La acaricia.

OSSIP: Pobrecita, pobrecita. Nadie la quiere a ella, nadie. Todos son tan
malos con la pobre Lucía.

MAGA: Estúpido. Lloro porque me da la gana, y sobre todo para que no me


consuelen. Qué rodillas puntiagudas tiene usted...

OSSIP: Quédese un poco así.

Golpes.

MAGA: Es increíble.
37

OSSIP: Déjelo que golpee.

MAGA: Usted era el que se preocupaba antes.

OSSIP: Por favor, si usted supiera...

MAGA: Yo lo sé todo, pero quédese quieto, Ossip.

Golpes.

OSSIP: Voy a subir y le romperé la cara.

MAGA: Ahora mismo. Dígale que no hay derecho a despertar a la gente a la


una de la mañana. Vamos, suba, es la puerta de la izquierda, hay un zapato clavado.

OSSIP: ¿Un zapato clavado en la puerta?

MAGA: Sí, el viejo está completamente loco. Hay un zapato y un pedazo de


acordeón verde. ¿Por qué no sube?

OSSIP: No creo que valga la pena. Todo es tan distinto, tan inútil.

Pausa. La Maga busca entre los discos.

VIEJO: C’est pas des façons, ça. Empecher le gens de dormir à cette heure
c’est trop con. J’me plaindrai à la Police moi, merde alors. [No son modos, esos. No
dejar dormir a la gente a esta hora es demasiado. Me voy a quejar con la policía, qué
mierda.]

HORACIO: Andá a dormir, viejito.

VIEJO: Dormir, moi, avec le bordel que fait votre bonne femme? [¿Dormir,
con el quilombo que hace su mujer?]

HORACIO: (A la Maga.) ¿Vos te das cuenta este tipo?

MAGA: Un idiota.

VIEJO: Et en plus ça m’insulte dans son charabia de sales metêques. On est


en France, ici. Q’est-ce que fait le Gouvernement, je me demande. Des Arabes, tous
des Arabes... [Y encima me insultan en su jerga de mestizos roñosos. Estamos en
Francia, acá. ¿Qué hace el gobierno, pregunto yo? Arabes, todos árabes...]

HORACIO: Acabála con los sales metêques [mestizos roñosos]. Rentrez


chez vous, monsieur... [Vuelva a su casa, señor.]

VIEJO: (Yéndose.) Des fainéants. Des tueurs, tous. [Vagos. Asesinos,


todos.]
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Pausa.

HORACIO: ¿Qué estuvieron escuchando, che? Yo recién llego, estoy


empapado.

MAGA: Un cuarteto de Mozart. Ahora yo quería escuchar muy bajito una


sonata de Brahms.

HORACIO: Lo mejor va a ser dejarla para mañana.

OSSIP: Menos mal que te lo sacaste de encima.

HORACIO: En realidad el viejo tiene razón, y además es viejo.

MAGA: Ser viejo no es un motivo.

HORACIO: Supongo que si todos estamos susurrando es porque


Rocamadour duerme el sueño de los justos.

MAGA: Sí, se durmió antes de que empezáramos a escuchar música. Estás


hecho una sopa, Horacio.

HORACIO: Fui a un concierto de piano.

MAGA: Ah. Bueno, sacáte el abrigo, y yo te cebo un mate bien caliente.

Pausa. Morelli entra, va junto al lecho donde yace Rocamadour, le chasquea


los dedos a Horacio, y le señala al niño con un gesto. Luego se va.

HORACIO: Madre mía, cuánta agua en los zapatos.

Se dirige hacia el lecho de Rocamadour. Prende un fósforo junto al rostro


del niño y constata que ha muerto. La Maga, que está preparando el mate, lo mira
sobresaltada.

MAGA: ¿Qué hacés, Horacio?

El apaga el fósforo de un soplido brutal.

HORACIO: Nada, nada.

MAGA: No despiertes a Rocamadour.

HORACIO: No...

Golpes en el techo.
39

MAGA: Subí a decirle algo, Horacio.

HORACIO: Subí vos. No sé por qué pero a vos te tiene más miedo que a mí.
Por lo menos no saca a relucir la xenofobia.

MAGA: Si subo le voy a decir tantas cosas que va a llamar a la policía.

HORACIO: Llueve demasiado. Trabajátelo por el lado moral, elogiále las


decoraciones de la puerta. Aludí a tus sentimientos de madre, esas cosas. Andá,
hacéme caso.

MAGA: Tengo tan pocas ganas.

HORACIO: Andá, linda.

MAGA: ¿Pero por qué querés que vaya yo?

HORACIO: Por darme el gusto. Vas a ver que la termina.

Golpes. La Maga sale. Rápidamente Horacio le chasquea los dedos a Ossip


y le señala el lecho de Rocamadour con un gesto que es una réplica del que le hizo
Morelli. Ossip va hacia el lecho, observa al bebé en medio de un grave silencio y
luego se vuelve, demudado.

OSSIP: Es increíble.

HORACIO: Por supuesto. Increíble, ineluctable, todo eso. Nada de


necrologías, viejo. En esta pieza bastó que yo me fuera un día para que pasaran las
cosas más extremas.

OSSIP: Pero hay una responsabilidad legal, creo.

HORACIO: Con lo que pasó ya estamos metidos hasta las orejas.


Especialmente ustedes dos, yo siempre puedo probar que llegué demasiado tarde.
Madre deja morir infante mientras atiende amante sobre alfombra.

OSSIP: Si querés dar a entender...

HORACIO: No tiene ninguna importancia, che.

OSSIP: Pero es que es mentira, Horacio.

HORACIO: Me da igual, la consumación es un hecho accesorio.

OSSIP: Yo no me quedo aquí. Hay que hacer algo, te digo que hay que
hacer algo.

Entran Ronald y Babs.


40

RONALD: Salud.

BABS: Hola.

HORACIO: Hablen bajo, che. Que van a despertar al chico.

Entra la Maga.

MAGA: Hablen bajo. (A Babs.) ¿Por qué no cerrás el paraguas?

BABS: Venimos nada más que un momento para contarles lo de nuestro


amigo Guy Monod, es increíble.

MAGA: El viejo me amenazó con la policía. Casi me pega, chillaba como


loco.

RONALD: (A Babs.) Meté en algún lado ese paraguas de mierda.

BABS: Es tan difícil cerrarlo. Con lo fácil que se abre.

MAGA: Parece un murciélago. Dame, yo lo cierro. ¿Ves qué fácil?

BABS: (A Ronald.) Le rompió dos varillas.

RONALD: Dejáte de jorobar. Además nos vamos enseguida, era solamente


para decirles que Guy se tomó un tubo de gardenal.

HORACIO: Pobre ángel.

RONALD: Etienne lo encontró medio muerto, Babs y yo habíamos ido a un


vernissage, y Guy subió a casa y se envenenó en la cama, date un poco cuenta.

HORACIO: He has no manners at all. C’est regrettable. [No tiene buenos


modales en absoluto. Es lamentable]

BABS: Por suerte todo el mundo tiene la llave de casa. Etienne oyó que
alguien vomitaba, entró y era Guy. Se estaba muriendo. Ahora lo llevaron al hospital,
es gravísimo. Y con esta lluvia.

MAGA: Siéntense.

HORACIO: (A la Maga.) Preparáles un poco de café. Qué tiempo, che.

OSSIP: Yo tendría que irme. No sé dónde habré puesto el impermeable. No,


ahí no, Lucía...

MAGA: Quédese a tomar café. Total ya no hay metro, y estamos bien aquí.
41

BABS: Huele a cerrado.

RONALD: Siempre extraña el ozono de la calle. Es como un caballo, sólo


adora las cosas puras y sin mezcla. Los colores primarios, la escala de siete notas.
No es humana, creéme.

HORACIO: La humanidad es un ideal.

RONALD: Etienne nos sugirió pasar la noche fuera de casa. Por si van los
flics [policías]. Son amigos de sumar dos y dos y las reuniones los tenían bastante
reventados últimamente.

MAGA: ¿Qué tienen de malo las reuniones?

RONALD: Nada. Pero los vecinos se quejaron tanto del ruido, de las
discadas, de que vamos y venimos a toda hora... Y además Babs se peleó con la
portera y con todas las mujeres del inmueble, unas cincuenta...

BABS: They are awful. [Son espantosas.] Huelen a marihuana aunque una
esté haciendo un gulash.

Pausa.

OSSIP: El tifón de ayer mató entre dos mil y tres mil personas en Filipinas...

Pausa. Se oye, en otro piso, sonar un teléfono.

BABS: Un teléfono. A esta hora, en París, qué raro.

HORACIO: Otro muerto. No se llama por otra cosa en esta ciudad


respetuosa del sueño.

MAGA: Por qué “otro”. No sabemos si Guy murió, finalmente.

HORACIO: Sí, tenés razón.

BABS: (A la Maga.) ¿Te ayudo con el café?

Va junto a la Maga.

HORACIO: Acercáte, Ronald. Y a ver si ese café marcha de una vez,


señoras.

Cuando Ronald se acerca, Horacio le dice unas palabras al oído.

BABS: (A la Maga.) Qué machito está esta noche. ¿Siempre es así con vos?
42

MAGA: Casi siempre.

Entra Etienne.

ETIENNE: Guy se salvó. Hijo de puta, tiene más vidas que César Borgia.
Eso sí, lo que es vomitar...

BABS: Contá, contá.

ETIENNE: Lavaje de estómago, enemas de no sé qué, pinchazos por todos


lados. Vomitó todo el menú del restaurante Orestias. Una monstruosidad, hasta hojas
de parra rellenas. Estoy empapado.

RONALD: Hay café caliente y una bebida que se llama caña y es inmunda.

ETIENNE: ¿Cómo sigue el niño, Lucía?

MAGA: Duerme. Duerme muchísimo, por suerte.

ETIENNE: A eso de las once de la noche Guy recobró el conocimiento.


Estaba hecho una porquería, eso sí. El médico me dejó acercar a la cama y él me
reconoció. “Cretino”, le dije. “Andáte a la mierda”, me contestó. El médico me dijo que
era una buena señal.

BABS: ¿Tuviste que ir a la comisaría?

ETIENNE: No, ya está todo arreglado. Si vieras la cara de la portera cuando


lo bajaron a Guy...

BABS: The lousy bastard. [La bastarda piojosa.]

ETIENNE: Yo adopté un aire virtuoso, y al pasar a su lado le dije: “Madame,


la muerte es siempre respetable. Este joven se ha suicidado por penas de amor de
Kreisler”. Se quedó dura, créanme, me miraba con los ojos que parecían huevos
duros. Y justo cuando la camilla cruzaba la puerta Guy se endereza, pálido, como
una figura de sarcófago etrusco, y le larga a la portera un vómito verde encima del
felpudo. Los camilleros se torcían de risa, era algo increíble.

RONALD: (A Etienne.) Vos sentáte aquí que es la parte más caliente del
aposento.

ETIENNE: ¿Y por qué me tengo que sentar en el suelo?

RONALD: Para acompañarnos a Horacio y a mí, que hacemos una especie


de vela de armas.

HORACIO: (A Ronald.) No seas idiota.


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Pausa.

RONALD: ¿Les conté que Guy me sometió a varios tests? Dice que tengo la
suficiente inteligencia como para empezar a destruirla. Quedé en leer un libro
tibetano, y de ahí pasaremos a las fases fundamentales del budismo. ¿Habrá
realmente un cuerpo sutil, Horacio? Parece que cuando uno se muere... Una especie
de cuerpo mental, comprendés.

ETIENNE: (Tomando un trago de caña.) Jodido asunto.

HORACIO: Te podés ir, si querés, pero no creo que pase nada serio, en este
barrio ocurren cosas así a cada rato.

Pausa.

RONALD: Jelly Roll es mi muerto preferido.

Pausa.

HORACIO: Y sin embargo, Il faut tenter de vivre. [Hay que intentar vivir.]

ETIENNE: Ronald, tenés que venir al taller mañana. Terminé una naturaleza
muerta que te va a volver loco.

MAGA: Ya es hora de darle el jarabe a Rocamadour.

RONALD: (Al oído de Horacio.) Habría que prepararla.

HORACIO: No digas pavadas. ¿No sentís que ya está preparada, que el olor
flota en el aire?

MAGA: Ahora se ponen a hablar bajo, justo cuando ya no hace falta.

HORACIO: Tú lo has dicho.

MAGA: Dónde habrá una cuchara limpia.

Encuentra una y la limpia con el borde del vestido. Todos están tan callados
que la Maga los mira extrañada, pero le da trabajo destapar el frasco. Babs sostiene
la cuchara, la Maga vuelca el líquido en ella, la toma y se acerca al colchón,
flanqueada por Babs. Los demás la siguen a unos pasos.

MAGA: (Junto al colchón.) Siempre se me derrama la mi...

BABS: Lucía...

La cuchara cae al piso. La Maga grita y se derrumba sobre el colchón.


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VIEJO: Tous des cons! Bande de tueurs, si vous croyez que á va se passer
comme ça! [¡Cretinos ! ¡Banda de asesinos, si creen que todo va a pasar así como
así !]

ETIENNE: Ta gueule, pépère. [La puta que te parió, viejito.]

Ossip, Etienne y Ronald rodean al viejo. Sobre el murmullo de aquellos se


escucha la vos de este.

VIEJO: Qu’est-ce que ça me fait, moi, un gosse qu’a claqué? C’est pas un
façon d’agir, quand même, on est à Paris, pas en Amazonie. [¿Y a mí qué me
importa que murió un pendejito? Igual no es un modo de actuar, estamos en París,
no en la Amazonia.]

El murmullo de los demás lo aplaca.

VIEJO: Eh bien, moi, messieurs, je respecte la douleur d’une mère. Allez,


bonsoir, messieurs, dames. [Está bien, señores, respeto el dolor de una madre.
Buenas noches, señores, señoras.]

Horacio se pone despacio su abrigo.

HORACIO: “¿De qué te sirvió el verano, oh ruiseñor en la nieve?”

ETIENNE: Me gustaría saber por qué te tiembla tanto la boca

HORACIO: Tics nerviosos.

ETIENNE: Los tics y el aire cínico no van muy bien juntos.

La Maga se incorpora en el lecho y mira a Horacio. Este la mira y sale.


Golpes en el cielo raso.

20

MAGA: Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego.


Las cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y
ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du
Havre. Puisque la terre est ronde, mon amour t’en fais pas, mon amour, t’en fais
pas... Horacio la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría,
Rocamadour. En París somos como hongos, crecemos en los pasamanos de las
escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el
tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los
cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius. Casi no tenemos ropa, nos
arreglamos con tan poco, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París,
Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y
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libros. Casi no hay sitio para poner nada, yo no te podría tener aquí, aunque seas tan
pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando
pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago
mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Pero Horacio tiene
razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día
cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero
lloro lo mismo, Rocamadour, y te escribo esta carta porque no sé, porque a lo mejor
me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no
mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo
completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los
zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour,
dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...

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Pieza de la Maga. Gregorovius está pegado a la estufa, envuelto en una


robe de chambre negra y leyendo. Entra Horacio.

HORACIO: Tiens. [Mirá vos.]

OSSIP: No sabía que tenías una llave.

HORACIO: Sobrevivencias. Te la voy a dejar ahora que sos el dueño de


casa.

OSSIP: Por un tiempo solamente. Aquí hace demasiado frío, y además hay
que tener en cuenta al viejo de arriba. Esta mañana golpeó cinco minutos, no se
sabe por qué.

HORACIO: Inercia. Todo dura siempre un poco más de lo que debería. Yo,
por ejemplo, subir estos pisos, sacar la llave, abrir... Huele a encerrado, aquí.

OSSIP: Un frío espantoso. Hubo que tener abierta la ventana cuarenta y


ocho horas después de las fumigaciones.

HORACIO: ¿Y estuviste aquí todo el tiempo? Qué caritativo.

OSSIP: No era por eso, tenía miedo de que alguno de la casa aprovechara
para meterse en el cuarto y hacerse fuerte.

HORACIO: Total que te instalaste como un bacán. Chapeau, mon vieux. [Me
saco el sombrero, viejo.] Espero que no me habrán tirado la yerba a la basura.

OSSIP: Oh, no, está ahí en la mesa de luz, entre las medias. Ahora hay
mucho espacio libre.
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HORACIO: Así parece. A la Maga le ha dado un ataque de orden, no se ven


los discos ni las novelas. Che, pero ahora que lo pienso...

OSSIP: Se llevó todo.

Pausa. Horacio abre el cajón de la mesa de luz y saca la yerba y el mate.


Comienza a canturrear “Mi noche triste” (“percanta que me amuraste / en lo mejor de
mi vida / dejándome el alma herida...”).

HORACIO: Así que se fue. Y te dejó la pieza. Te sacaste la lotería, Ossip.

OSSIP: Es muy triste. Todo podía haber sido tan diferente.

HORACIO: No te quejes, viejo. Una pieza de cuatro por tres cincuenta, a


cinco mil francos mensuales, con agua corriente.

OSSIP: Yo desearía que la situación quedara aclarada entre nosotros. Esta


pieza...

HORACIO: No es mía, dormí tranquilo. Y la Maga ya se fue.

OSSIP: De todos modos.

HORACIO: ¿Adónde?

OSSIP: Habló de Montevideo.

HORACIO: No tiene plata para eso.

OSSIP: Habló de Perugia o Lucca.

HORACIO: Decíme bien clarito dónde está.

OSSIP: No tengo la menor idea, Horacio. El viernes llenó una valija con
libros y ropa, hizo montones de paquetes y después vinieron dos negros y se los
llevaron. Me dijo que me podía quedar aquí, y como lloraba todo el tiempo no creas
que era fácil hablar.

HORACIO: Me dan ganas de romperte la cara.

OSSIP: ¿Qué culpa tengo yo?

HORACIO: No es por una cuestión de culpa, che. Sos dostoievskianamente


asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico.

OSSIP: Si fuera cierto que si la Maga se ahogó yo comprendería que en el


dolor del momento... Pero no es el caso, por lo menos no parece.
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HORACIO: Leíste alguna cosa en el diario.

OSSIP: Los datos no corresponden para nada.

HORACIO: Bueno, ya averiguaré dónde se metió. No andará lejos.

OSSIP: Esta será siempre su casa.

HORACIO: ¿La Maga hizo alguna insinuación de que se iba a matar?

OSSIP: Bueno, las mujeres, ya se sabe.

HORACIO: Concretamente.

OSSIP: No creo. Insistía más en lo de Montevideo. Pero tenés una facha.

HORACIO: Hace unos días le estuve contando a Etienne unos sueños muy
bonitos. Ahora se me están mezclando con otros recuerdos. Yo le estaba
contestando a Traveler, un amigo de Buenos Aires que no conocés. (Pausa.) Se está
bien aquí.

OSSIP: En realidad podríamos haber sido amigos, si hubiera algo de


humano en vos. Lucía te lo habrá dicho más de una vez.

HORACIO: Cada cinco minutos. Pero la Maga, ¿por qué no se queda con
vos que resplandecés de humanidad?

OSSIP: Porque no me quiere. Hay de todo en la humanidad.

HORACIO: Y ahora se va a...

OSSIP: En cualquier lado mejor que con vos. Lo mismo que yo o el resto.
Perdoná la franqueza.

HORACIO: Pero si está bien, Ossip Ossipovich, ¿para qué nos vamos a
engañar? Ya va siendo tiempo de que me dejen solo, solito y solo. Rajá, hijo de
Bosnia. La próxima vez que me encontrés en la calle no me conozcas.

OSSIP: Estás loco, Horacio. Estás estúpidamente loco, porque se te da la


gana.

Horacio saca del bolsillo un pedazo de diario.

HORACIO: Mirá vos, las cosas que pueden salir de un bolsillo. (Leyendo.)
Primera sección. Reconquista 446, Córdoba 366, Esmeralda 559, Sarmiento 581.

OSSIP: ¿Qué es eso?


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HORACIO: Instancias de la realidad. Te explico: Reconquista, una cosa que


le hicimos a los ingleses. Córdoba, la docta. Esmeralda, gitana ahorcada por amor
de un arcediano. Sarmiento, se tiró un pedo y se lo llevó el viento. Segundo cuplé:
Reconquista, calle de turras y restaurantes libaneses. Córdoba, alfajores
estupendos. Esmeralda, un río colombiano. Sarmiento, nunca faltó a la escuela.
Tercer cuplé: Reconquista, una farmacia. Esmeralda, otra farmacia. Sarmiento, otra
farmacia. Cuarto cuplé...

OSSIP: Cuando insisto en que estás loco...

HORACIO: Florida 620.

OSSIP: No fuiste al entierro porque ya no sos capaz de mirar en la cara a tus


amigos.

HORACIO: Hipólito Yrigoyen 749.

OSSIP: Y Lucía está mejor en el fondo del río que en tu cama.

HORACIO: Bolívar 800.

OSSIP: En el fondo del río, sí.

HORACIO: Corrientes 1117.

OSSIP: O en Lucca, o en Montevideo.

HORACIO: O en Rivadavia 1301.

OSSIP: Yo me voy, vos hacé lo que quieras. No estás en tu casa, pero como
nada tiene realidad... Disponé a tu gusto de todas estas ilusiones. Bajo a comprar
una botella de aguardiente.

Oliveira lo alcanza y le pone la mano sobre el hombro.

HORACIO: Lavalle 2099, Cangallo 1501, Pueyrredón 53.

Ossip se desprende con un gesto despectivo y comienza a alejarse.


Silencio.

HORACIO: ¡Traveler!

Ossip se detiene bruscamente. Pausa. Lentamente Ossip gira hacia Horacio,


como Traveler.

TRAVELER: ¿Qué querés, che?


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HORACIO: Por fin salís, qué joder. Te estuve silbando media hora. Mirá la
mano cómo la tengo machucada.

TRAVELER: ¿De qué será?

HORACIO: De enderezar clavos, che. Necesito unos clavos derechos y un


poco de yerba.

TRAVELER: ¿Para qué querés los clavos?

22

Entra Morelli y se detiene en la rayuela.

MORELLI: Sí, inesperadamente la piedrita salta a Buenos Aires.

HORACIO: Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como
una llama, como un río de mercurio. Dónde estarás, dónde estaremos desde hoy,
cerca o lejos, dos puntos en un universo inexplicable.

MORELLI: Oliveira es repatriado. Una madrugada la policía lo encuentra en


plena calle, borracho, y en una situación escabrosa con una clocharde conocida de
la Maga. Después de una noche de calabozo, empujones y papeles, un comisario
pronuncia solamente la palabra expulsión.

Entra la Clocharde, borracha, cantando Les amants du Havre. Se recuesta


junto a Horacio. Le abre la bragueta y hunde su rostro entre las piernas de él.

HORACIO: Soñé algo, pero no, sólo me acuerdo que debí soñar algo
maravilloso y que al final me sentía como expulsado del sueño que quedaba a mis
espaldas. Y una certidumbre terrible: saber que esa expulsión significaba el olvido
total de la maravilla previa. Y comprendí mejor el gesto de Adán, en el cuadro de
Masaccio. Se cubre el rostro para proteger su visión, lo que fue suyo; guarda en esa
pequeña noche manual el último paisaje de su paraíso. Y llora cuando se da cuenta
de que la verdadera condena es eso: el olvido del Edén.

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TRAVELER: Bueno contá algo de Francia.

HORACIO: El tiempo era muy variable, pero de cuando en cuando había


días buenos. Otra cosa: como muy bien dijo César Bruto, si a París vas en octubre,
no dejes de ver el Louvre.
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TRAVELER: Está bien, está bien. No tenés ninguna obligación de hablar si


no te da la gana.

HORACIO: Chinchulines sí que no tenés en la Ciudad Luz. La de argentinos


que me lo han dicho. Lloran por el bife, y hasta conocí a una señora que se acordaba
con nostalgia del vino criollo. Según ella el vino francés no se presta para tomarlo
con soda.

TRAVELER: Qué barbaridad.

HORACIO: Y por supuesto el tomate y la papa son más sabrosos aquí que
en ninguna parte.

TRAVELER: Se ve que te codeaste con la crema.

HORACIO: Una que otra vez. En general no les caían bien mis codos, para
aprovechar tu delicada metáfora. Qué humedad, hermano.

TRAVELER: Ah, eso sí. Te vas a tener que reaclimatar.

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MORELLI: Le da rabia llamarse Traveler, él que nunca se ha movido de la


Argentina. A los cuarenta años sigue adherido a la calle Cachimayo, y el hecho de
trabajar como gestor y un poco de todo en el circo “Las Estrellas” no le da la menor
esperanza de recorrer los caminos del mundo.

TRAVELER: Oiga, Dire: ¿Nunca vamos a ir a Costa Rica? ¿A Panamá,


donde antaño los galeones...? ¡Gardel murió en Colombia, Dire, en Colombia!

MORELLI: (Como Director del circo.) Nos falta el numerario, che.

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TRAVELER: ¿Cómo serán los atardeceres en Connecticut? El lo sabe,


seguro.

TALITA: ¿Quién, Manú?

TRAVELER: Mi doble, Talita. El tiene más suerte que yo.

TALITA: (Abrazándolo y besándolo.) No digas esas cosas. Me asustan.


Después tengo sueños raros. ¿Te conté el del museo? Vos me llevabas. Era
espantoso.
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TRAVELER: Cebá mate, bicho.

TALITA: ¿Por qué te levantaste anoche? No era para hacer pis. Fuiste hasta
la ventana y suspiraste.

TRAVELER: No me tiré.

TALITA: Idiota.

TRAVELER: Hacía calor.

TALITA: Decí por qué te levantaste.

TRAVELER: Por nada, por ver si Horacio estaba también con insomnio, así
charlábamos un rato.

TALITA: ¿A esa hora? Si apenas hablan de día, ustedes dos.

TRAVELER: Hubiera sido distinto, a lo mejor. Nunca se sabe.

TALITA: Tampoco nosotros hablamos mucho, ahora.

TRAVELER: Cierto, es la humedad.

TALITA: Pero parecería que algo habla, algo nos utiliza para hablar. ¿No
tenés esa sensación? ¿No te parece que estamos como habitados? Quiero decir...

TRAVELER: Oílo a Horacio. A esta hora silba como un loco. Qué tipo.

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TALITA: Lo supe cuando estaba a caballo en el tablón. Yo estoy en el medio


de ustedes dos como esa parte de la balanza que nunca sé cómo se llama.

HORACIO: Sos nuestro puente mediúmnico. Ahora que lo pienso, cuando


vos estás presente Manú y yo caemos en una especie de trance.

TALITA: Puede ser. Si querés que te diga lo que pienso, Manú no sabe qué
hacer con vos. Te quiere como a un hermano, supongo que hasta vos te habrás
dado cuenta, y a la vez lamenta que hayas vuelto.

HORACIO: No tenía por qué ir a buscarme al puerto.

TALITA: ¿Por qué no te vas, Horacio? ¿Por qué no lo dejás tranquilo a


Manú?
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HORACIO: A lo mejor Manú quiere jugar con fuego. Es un juego de circo,


bien mirado.

TALITA: Y así, entonces, vos te quedás aquí, y Manú duerme mal.

HORACIO: Dale Equanil, vieja.

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TALITA: ¿Por qué dormís mal, Manú?

TRAVELER: ¿Yo, mal? Directamente no duermo, amor mío. Vos sabés


perfectamente de qué se trata.

TALITA: Pongamos que sí, pero vos también sabés que no hay problema.

TRAVELER: Los problemas parecen que no existen, como en este


momento, y lo que ocurre es que el reloj de la bomba marca las doce del día de
mañana. Tic-tac, tic-tac, todo va tan bien. Tic-tac.

TALITA: Lo malo es que el encargado de darle cuerda al reloj sos vos


mismo. ¿O tenés algo que reprocharme?

TRAVELER: Nada en este momento. Mañana a las doce veremos.

TALITA: Cómo te parecés a Horacio.

TRAVELER: Tic-tac. Tic-tac, tic-tac.

TALITA: Sí, él también hubiera dicho: Tic-tac. ¿Pero es que me van a dejar
tranquila? Ya no puedo más, ustedes están jugando conmigo, es como un partido de
tenis, me golpean de los dos lados, no hay derecho, Manú no hay derecho.

TRAVELER: A lo mejor no hay bomba para vos, ratita. Mirá, no es que yo


ande buscando que me caiga un refusilo en la cabeza, pero siento que tengo que
salir con la cabeza al aire hasta que sean las doce de algún día. Solamente después
de esa hora, de ese día, me voy a sentir otra vez el mismo. No es por Horacio, amor.
A lo mejor si él no hubiese llegado habría sido otra cosa: algún libro, otra mujer...
Esos pliegues de la vida, comprendés, que de golpe ponen todo en crisis.

TALITA: ¿Pero es que vos creés realmente que él me busca, y que yo...?

TRAVELER: El no te busca en absoluto. A Horacio vos le importás un pito.


No te ofendas, sé muy bien lo que valés. Pero aunque ahora se tirara un lance con
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vos, incluso en ese caso, aunque me creas loco yo te repetiría que no le importás. Es
otra cosa. Es otra cosa.

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MORELLI: Por esos días el Dire se embala con cambiar de rubro y comprar
lo que él llama, insensatamente, una “clínica mental”. Y así, finalmente, todos dejan
el circo y se trasladan al loquero de la calle Trelles. (Pausa.) Desde la ventana de su
cuarto, en el segundo piso, Oliveira ve el patio con la fuente, el chorrito de agua, los
tres árboles y la rayuela del loco número 8, que juega todas las tardes y es imbatible.
En la oscuridad la rayuela tiene una débil fosforescencia y a Oliveira le gusta mirarla
desde su ventana. Esa noche alguien cruza el patio, toma una piedrita y comienza a
jugar.

TALITA, balanceándose en una pierna, alza la cabeza y mira a Horacio, que


fuma. Pausa.

HORACIO: Tenés que entrenarte más si le querés ganar al loco número 8.

TALITA: ¿Qué hacés ahí?

HORACIO: Calor. Guardia a las once y media.

TALITA: Ah. Qué noche.

HORACIO: Mágica. Creí que eras la Maga.

TALITA: El pobre Manú tuvo una pesadilla horrorosa.

HORACIO: Eras la Maga.

TALITA: Qué verano. ¿Querés una limonada? ¿Así que me parezco a esa
otra mujer?

HORACIO: Sí. Lo que me gustaría saber es por qué te vi con el piyama rosa
de los pacientes.

TALITA: Influencias ambientales, la asimilaste a los demás.

HORACIO: Sí. Y vos, ¿por qué te pusiste a jugar a la rayuela? ¿También te


asimilaste?

TALITA: Tenés razón. ¿Por qué me habré puesto? A mí en realidad no me


gustó nunca la rayuela. Pero no te fabriques una de tus teorías de posesión, yo no
soy el zombie de nadie.
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HORACIO: No hay necesidad de decirlo a gritos.

TALITA: De nadie. Vi la rayuela, había una piedrita, me puse a jugar.

HORACIO: Perdiste en la tercera casilla. A la Maga le hubiera pasado lo


mismo, es incapaz de perseverar, no tiene el menor sentido de las distancias, anda a
los tropezones con el mundo.

TALITA: ¿Y vos? ¿Qué hacías junto al montacargas?

HORACIO: ¿Cuándo?

TALITA: Te vi.

Breve pausa.

HORACIO: Estaba a punto de tirarme por agujero para terminar de una vez
con las conjeturas. Era como el agujero en lo alto de la carpa del circo, pero al revés.

TALITA: Este termina en el sótano. Hay cucarachas, si te interesa saberlo, y


trapos de colores por el suelo. Todo está húmedo y negro, y un poco más lejos
empiezan los muertos. Manú me contó. Hay una morgue.

HORACIO: ¿Manú está durmiendo?

TALITA: Sí. Tuvo una pesadilla, gritó algo de una corbata perdida. Ya te
conté.

HORACIO: Es una noche de grandes confidencias.

TALITA: Muy grandes. La Maga era solamente un nombre, y ahora ya tiene


una cara. Todavía se equivoca con el color de la ropa, parece.

HORACIO: La ropa es lo de menos, cuando la vuelva a ver andá a saber lo


que tendrá puesto. Estará desnuda, o andará con su chico en brazos cantándole Les
Amants du Havre, una canción que no conocés.

TALITA: No te creas. La pasaban bastante seguido por la radio. La-lála, la-


lá-la...

HORACIO: Sh, calláte. Alguien está usando el montacargas.

Pausa. Saliendo de la oscuridad aparece el loco de la paloma - Morelli -.

HORACIO: Vaya a dormir, don López.

LÓPEZ: Hace calor en la cama. Mire la paloma, cómo está contenta cuando
la paseo.
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HORACIO: Es muy tarde, váyase a su cuarto.

TALITA: Yo le llevo una limonada fresca.

Don López se aleja acariciando a su paloma.

HORACIO: Aquí cada uno hace lo que quiere. En una de esas va a haber un
degüello general. Se lo huele, qué querés que te diga. Esa paloma parecía un
revólver.

TALITA: El viejo venía del sótano, es raro.

HORACIO: Mirá, quedáte un momento aquí vigilando, yo bajo al sótano a


ver, no sea que algún otro esté haciendo macanas.

TALITA: Bajo con vos.

HORACIO: Bueno, total estos duermen tranquilos.

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MORELLI: Bajan al sótano. Entran a la morgue. No encuentran a nadie vivo.


A propósito, parece que mientras tanto, yo también, en París, he muerto a raíz de
aquel accidente automovilístico. Tengo, de todos modos, la certidumbre de que mi
cuerpo será, no el mío Morelli, no yo que en mil novecientos cincuenta ya estoy
podrido en mil novecientos ochenta, mi cuerpo será porque detrás de la puerta de luz
el ser será otra cosa que cuerpos y, que cuerpos y almas y, que yo y lo otro, que
ayer y mañana. Ahora debo despedirme, pero no se aflijan demasiado porque una
vez echada a rodar la historia se seguirá contando, la historia se seguirá contando.

Suelta la paloma, que echa a volar, y después de una reverencia, se aleja.

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TALITA: Salgamos de aquí.

HORACIO: Es el único lugar fresco, reconocé. Yo creo que me voy a traer un


catre.

TALITA: Estás pálido de frío. Vení, Horacio.

HORACIO: (Colérico.) Vos... ¿me tenés lástima?


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TALITA: Podemos seguir hablando en otro lugar.

HORACIO: Oui madame, bien sûr madame. [Sí señora, seguro señora.]

TALITA: Por fin decís algo en francés. Manú y yo creíamos que habías
hecho una promesa. Nunca...

HORACIO: Assez. Tu m’as eu, petite, Céline avait raison, on se croit enculé
d’un centimètre et on l’est déjà de plusieurs mètres. [Basta, me ganaste, nena, Céline
tenía razón, uno se cree que se la metieron un centímetro y en realidad van varios
metros.] (Pausa. La mano de Talita se apoya un instante en el pecho de Horacio.)
Andá a saber. Andá a saber si no sos vos la que esta noche me escupe tanta
lástima. Andá a saber si en el fondo no hay que llorar de amor hasta llenar cuatro o
cinco palanganas. O que te las lloren...

Talita le da la espalda y va hacia la puerta. Pero se detiene a esperarlo. El


sonríe extraña y desventuradamente, con toda la cara abierta, sin ironía. Se acerca a
ella y la besa en la boca.

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TALITA: Horacio vio a la Maga esta noche. La vio en el patio, hace dos
horas, cuando vos estabas dormido.

TRAVELER: Ah.

TALITA: La Maga era yo. No sé si te das cuenta.

TRAVELER: Más bien sí.

TALITA: Alguna vez tenia que ocurrir. Me confundió con la Maga.

TRAVELER: Vos sabés que Horacio...

TALITA: Dejáme hablar, Manú.

TRAVELER: Mejor no, para qué.

TALITA: Estaba desesperado, Manú... Bajamos en el montacargas.

TRAVELER: Así que bajaste. Está bueno.

TALITA: Era diferente. Hablamos, pero yo sentía como si Horacio estuviera


desde otra parte, hablándole a otra, a una mujer ahogada, por ejemplo. Ahora se me
ocurre eso, pero él todavía no había dicho que la Maga se había ahogado en el río.
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TRAVELER: No se ahogó en lo más mínimo. Me consta, aunque admito que


no tengo la menor idea. Basta con conocerlo a Horacio.

TALITA: Cree que está muerta, Manú, y al mismo tiempo la siente cerca y
esta noche fui yo. Me dijo que también la había visto en el barco, y debajo del
puente de la avenida San Martín... No lo dice como si hablara de una alucinación. Yo
no soy el zombie de nadie, Manú, no quiero ser el zombie de nadie.

Traveler le pasa la mano por el pelo, pero ella lo rechaza con impaciencia.
Pausa. Ella tiembla.

TALITA: Me besó. (Pausa.) Tiene miedo.

TRAVELER: ¿De qué?

TALITA: De que lo mates.

TRAVELER: ¿Te lo dijo así, che? Cuesta creerlo, vos sabés el orgullo que
tiene.

TALITA: Es otra cosa. Yo sé que en el fondo está contento de tener miedo


esta noche.

TRAVELER: Eso de miedo alegre es medio duro de tragar, vieja.

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Talita está sobre la rayuela. Horacio la observa desde lo alto.

HORACIO: Acercáte, Maga. Desde aquí sos tan parecida que se te puede
cambiar el nombre.

TALITA: Cerrá la ventana, Horacio.

HORACIO: Imposible, hace un calor tremendo y tu marido está ahí arañando


la puerta que da miedo. Cuando abra se va a llevar una sorpresa. Preparé un plan de
defensa. Hay piolines por todos lados, y rulemanes en el suelo, y palanganas con
agua. Pero vos no te preocupes, agarrá una piedrita y ensayá de nuevo, quién te
dice que en una...

Se escucha un fuerte estrépito de cosas que caen.

TRAVELER: Mirá que sos infeliz. ¿Pero vos querés que el Dire nos raje a
todos?
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HORACIO: (A Talita.) Me está sermoneando. Siempre fue como un padre


para mí.

TALITA: Cerrá la ventana, por favor.

HORACIO: No hay nada más necesario que una ventana abierta. Oílo a tu
marido, se nota que metió un pie en el agua.

TRAVELER: La puta que te parió. Encendé la luz, carajo.

TALITA: ¡No te asomes así!

Sobre la rayuela se van juntando los demás personajes, y desde ahora


intervienen de acuerdo a sus distintos roles, ya sea de París o de Buenos Aires.

HORACIO: Tu marido cerró la puerta. Así me gusta, che. Solitos en el ring


como dos hombres.

TRAVELER: Me cago en tu alma. Tengo una zapatilla hecha sopa, y es lo


que más asco me da en el mundo.

HORACIO: La sorpresa de Cancha Rayada fue algo por el estilo.

TRAVELER: En fin. Si me pudieras explicar un poco este quilombo.

HORACIO: Va a ser difícil hablar, che.

TRAVELER: Vos para hablar te buscás unos momentos... Cuando no


estamos a caballo en dos tablones, me agarrás con un pie en el agua y esos piolines
asquerosos.

HORACIO: Pero siempre en posiciones simétricas. Como dos mellizos, o


simplemente como cualquiera delante del espejo. ¿No te llama la atención, doble
mío?

Traveler y Horacio sacan un cigarrillo y lo encienden al mismo tiempo. Se


miran y se ponen a reír.

TRAVELER: Estás completamente chiflado. Esta vez no hay vuelta que


darle. Mirá que imaginarte que yo...

HORACIO: Pero vos viniste. No otro. Vos. A las cuatro de la mañana.

TRAVELER: Talita me dijo, y me pareció... ¿Pero vos realmente creés...?

HORACIO: Si yo hubiese estado durmiendo habrías entrado sin


inconvenientes, como cualquiera que se acerca al espejo, con la brocha en la mano,
y ponéle que en vez de la brocha fuera ese revólver que tenés ahí en el piyama...
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TRAVELER: (Indignado.) Lo llevo siempre, che. ¿O creés que estamos en


un jardín de infantes, aquí? Si vos andás desarmado es porque sos un inconsciente.

HORACIO: En fin. Hace tanto que somos el mismo perro dando vueltas y
vueltas para morderse la cola. No es que nos odiemos, al contrario.

TRAVELER: Yo no te odio. Solamente que me acorralaste a un punto en


que ya no sé qué hacer.

HORACIO: Yo tampoco te odio, hermano, pero te denuncio, y eso es lo que


vos llamás acorralar.

TRAVELER: Yo estoy vivo. Estar vivo parece siempre el precio de algo. Y


vos no querés pagar nada. Nunca lo quisiste. O César o nada. ¿Te creés que no te
admiro a mi manera? Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al
mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la
morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan
las realidades y los recuerdos.

Los de abajo gritan.

HORACIO: Fijáte que pretenden que vos te asomes.

TRAVELER: Mirá, en todo caso dejáme nada más que un segundo.

HORACIO: Si querés venir aquí no tenés necesidad de pedirme permiso.


Creo que está claro.

TRAVELER: ¿Me jurás que no te vas a tirar?

HORACIO: Por fin. Se destapó la olla. Ahí abajo la Maga está pensando lo
mismo.

TRAVELER: No es la Maga.

HORACIO: Sé perfectamente que no es la Maga. Y vos sos el abanderado,


el heraldo de la rendición, de la vuelta a casa y el orden. Me empezás a dar pena,
viejo.

TRAVELER: Olvidáte de mí. Lo que quiero es que me des tu palabra de que


no vas a hacer esa idiotez.

HORACIO: Fijáte que si me tiro, voy a caer justo en el cielo.

TRAVELER: Pasáte de este lado, Horacio. ¿No te das cuenta de que es una
pesadilla? Van a creer que realmente yo quería matarte.
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HORACIO: No te rompas más la cabeza. ¿Por qué le buscás explicaciones,


viejo? La única diferencia real entre vos y yo en este momento es que yo estoy solo.

TRAVELER: No estás solo, Horacio. Quisieras estar solo por pura vanidad.

HORACIO: Es una lástima que te hagas una idea tan pacata de la vanidad.

TRAVELER: Lo mismo estás hamacándote al lado de una ventana abierta.

HORACIO: Por lo menos respiramos este amanecer fabuloso. Por tu parte


no me vas a negar que nunca estuviste tan despierto como ahora.

TRAVELER: Me pregunto si no será al revés, viejo.

HORACIO: Si te salieras del territorio, digamos de la casilla una a la dos, o


de la dos a la tres... Es tan difícil, doble, yo me pasé toda la noche tirando puchos y
sin embocar más que la casilla ocho. Todos quisiéramos el reino milenario, una
especie de Arcadia donde no habría más este inmundo juego de sustituciones
cincuenta o sesenta años. Hablando de sustituciones, nada me extrañaría que vos y
yo fuéramos el mismo, uno de cada lado. Una sola cosa sé y es que de tu lado ya no
puedo estar. Por eso siento que sos mi doble, porque todo el tiempo estoy yendo y
viniendo de tu territorio al mío, y en esos pasajes me parece que vos sos mi forma
que se queda ahí mirándome con lástima, sos los cinco mil años de hombre
amontonado en un metro setenta, mirando a este payaso que quiere salirse de su
casilla. He dicho.

Abajo gritan.

TRAVELER: Déjense de joder. Che, en este loquero no se puede hablar


tranquilo.

HORACIO: Sos grande, hermano.

TRAVELER: De todas maneras no me vas a negar que esta vez se te está


yendo la mano. Tu chiste nos va a costar el empleo a todos, y yo lo siento sobre todo
por Talita. Vos podrás hablar todo lo que quieras de la Maga, pero a mi mujer le doy
de comer yo.

HORACIO: Tenés mucha razón. Yo no quisiera que la Maga y vos...

TRAVELER: ¿Ahora es a propósito que le llamás la Maga? No mientas,


Horacio.

HORACIO: Yo sé que es Talita, pero hace un rato era la Maga. Es las dos,
como nosotros.

TRAVELER: Eso se llama locura.


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HORACIO: Todo se llama de alguna manera.

TRAVELER: Me voy.

HORACIO: Es mejor.

TRAVELER lo mira con los ojos llenos de lágrimas. Le hace un gesto como
si le acariciara el pelo desde lejos. Baja.

TRAVELER: (A los demás.) Déjenlo tranquilo. Va a estar bien dentro de un


rato. Hay que dejarlo solo.

Traveler y Talita quedan sobre la rayuela. Traveler pasa el brazo alrededor


de la cintura de la mujer, ambos se quedan mirando a Horacio.

HORACIO: En el fondo, Traveler, sos lo que yo hubiera debido ser con un


poco menos de imaginación, sos el hombre del territorio, el incurable error de la
especie descaminada, pero cuánta hermosura en el error y en los cinco mil años de
territorio falso y precario, cuánto amor en ese brazo que aprieta la cintura de una
mujer, cuánta armonía al fin y al cabo en este encuentro, aunque no dure más que
este instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas sería inclinarme
hacia afuera y dejarme ir, paf, se acabó.

Oscuridad. Una tenue luz comienza a iluminar en el silencio la rayuela vacía.

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Entra Horacio a la rayuela, prendiendo un cigarrillo.

HORACIO: Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que
corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de
los parvos zaguanes...

Su voz se va apagando. Oscuridad.

FIN
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