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FAMILIAS DE INTERNOS E INTERNAS: UNA REVISIÓN DE LA LITERATURA

CARLOS ADOLFO MORENO


LUIS ENRIQUE ZAMBRANO

RESUMEN

El presente artículo es una revisión parcial de la literatura acerca de la relación entre la cárcel y
la familia del interno/a y de los efectos que produce el encarcelamiento de una persona en su
grupo familiar. De los estudios y trabajos revisados se evidencia el hecho de que el grupo familiar
puede ser un factor protector o de riesgo para la persona detenida en prisión y que también la
familia sufre diversas consecuencias nocivas generadas por el evento del encarcelamiento de uno
de sus miembros, llegando muchas veces a ser un evento más traumático para esta última que
para el individuo detenido. La ausencia de programas de intervención para población carcelaria
que incluyan al grupo familiar puede conllevar un riesgo permanente de desestructuración del
núcleo familiar del interno/a. Se encuentra además, que en Colombia existe una ausencia de
estudios enfocados a esclarecer el papel que cumple la familia en relación con el interno/a y
viceversa, las relaciones entre las características de los diversos tipos de centros carcelarios y su
influencia en las familias y el efecto que tienen estas últimas en la dinámica de los centros de
reclusión.

Palabras clave: Encarcelamiento, familias, intern@s, programas de intervención

La institución carcelaria está presente en la sociedad occidental como una forma de vigilancia y
castigo tendiente a la preservación de las normas legales establecidas por los estados. Esta se
constituye en la forma para realizar en el individuo sancionado un tratamiento penitenciario cuyo
objetivo es volverlo "apto" para vivir en sociedad y convertirse en un ciudadano respetuoso de
las leyes; esta es la finalidad principal de la sanción penal de la privación de la libertad (Orrego,
2001). Sin pretender entrar en las diferentes críticas que se puedan hacer a los objetivos
perseguidos por la institución carcelaria, y a las formas mediante las cuales pretende lograrlos,
se puede señalar que autores como Freixa (2003) discrepan en que las cárceles, como funcionan
en la actualidad, cumplan dichos propósitos.

Un redireccionamiento controlado de la forma como funcionan las cárceles podría contribuir en


el logro de los objetivos que se espera de estas, pero para ello es necesario que quienes tienen la
responsabilidad del sistema judicial y carcelario, al igual que el público en general, reconozcan
los costos individuales, sociales, económicos, que conllevan las políticas que determinan la
creación y funcionamiento de las cárceles, al igual que las intervenciones que en ellas se realiza
en las personas allí recluidas.

De acuerdo a la legislación colombiana (Ley 65 de 1993), toda institución carcelaria o


penitenciaria debe desarrollar programas dependiendo de las necesidades del interno, o mejor,
dependiendo de sus dificultades para lograr ser un ciudadano respetuoso de las leyes, es decir,
que la reinserción social es el fin de los programas penitenciarios (Orrego, 2001). Es importante
señalar que los programas de tratamiento penitenciario en nuestro país se han concebido
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tradicionalmente para ser dirigidos solamente al individuo encarcelado y no se ha tenido en


cuenta su grupo y contexto familiar; al respecto, el Departamento Nacional de Planeación (1995)
indica que el tratamiento penitenciario de nuestro país presenta varios problemas importantes
debido a muchos factores, uno de los cuales es la ausencia de programas que fortalezcan los
vínculos familiares de los internos/as en las cárceles. Orrego menciona que en Colombia, los
programas que van dirigidos a las familias de internos se enfocan en el "asesoramiento" para
mitigar el hecho de tener a uno de sus miembros encarcelado, y en algunos casos esto se reduce
a unas visitas domiciliarias sin una clara finalidad; según Orrego (2001), los programas que van
dirigidos a las familias se reducen sobre todo a informar acerca de trámites, procesos y horarios
de visitas, además de que presentan un déficit en cobertura debido a la falta de personal
capacitado, presupuesto y las altas tasas de hacinamiento en los centros carcelarios.

Diversas teorías sobre conducta delictiva apoyan la idea de la influencia de la familia como uno
de los factores de riesgo o protección del individuo delincuente en relación con la comisión de
actos delictivos (Garrido, 1982 ; Perles, 2001), y en los estudios sobre delincuencia (véase, por
ejemplo, DeHart, 2005) se encuentra constantemente la importancia de las relaciones familiares
y las prácticas paternales en el desarrollo infantil y en la prevención de la delincuencia (Hairston,
2002). López Coira (1987 citado en Ruíz, 2002) indica que es característico de la vida de sujetos
encarcelados unos antecedentes de "hogar roto", lo cual se refiere no tanto a la ausencia de uno
de los padres, sino a que eran hogares donde no existía un clima de cariño, de protección y
seguridad y con presencia de normas claras de comportamiento.

En el estudio sobre delincuencia menor en Bogotá realizado por la Secretaría de Gobierno de


Bogotá y el Instituto de Estudios Políticos (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia
(2003), porcentajes significativos de la muestra estudiada reportaron antecedentes de violencia
intrafamiliar, condiciones de pobreza, consumo de drogas y miembros del grupo familiar que
ejercen actividades delictivas; una de las conclusiones de dicho estudio indica que "una historia
familiar marcada por la violencia y la falta de expresión afectiva sumada a una situación
económica desfavorable, puede configurar las bases para la emergencia de comportamientos
directamente relacionados con la conducta delictiva del individuo" (IEPRI; Secretaría de
Gobierno de Bogotá, 2003. p. 120).

En los Estados Unidos por ejemplo, Hairston (2002) informa, tras una revisión de estudios sobre
familias de prisioneros, sobre dos hallazgos consistentes: los prisioneros varones que mantenían
fuertes lazos familiares durante el encarcelamiento tienen tasas más altas de éxito post-liberación
que aquellos que no los tenían y también, los hombres que asumían las responsabilidades de
esposos y del rol de padres después de la liberación, tienen también tasas más altas de éxito que
aquellos que no asumieron dichas responsabilidades. Un análisis de investigaciones sobre
mujeres delincuentes realizado por Dowden & Andrews (1999 citados en Hairston, 2002)
encontró que las variables de procesos familiares eran los predictores más fuertes de éxito en las
mujeres delincuentes.

Los científicos sociales se han apoyado en estos hallazgos para afirmar que los programas que
incluyen a los miembros de la familia en el tratamiento de prisioneros durante el encarcelamiento
y luego de su liberación, pueden producir resultados positivos para los prisioneros, las familias,
instituciones y comunidades (Hairston, 2002). A partir de lo anterior es posible pensar que los
programas para padres en prisión involucren a los padres y/o madres prisioneros/as en el objetivo
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de prevenir en sus hijos el crimen intergeneracional y que dichos programas pueden enseñar y
ayudar a los padres a ser mejores padres.

Efectos del encarcelamiento en las familias

El internamiento de una persona en prisión a veces supone que esta persona es quien vive
aisladamente esta experiencia de la pérdida de su libertad, pero la realidad es que estos efectos
los sufre igualmente su familia, para la cual implica la pérdida de su presencia cotidiana, así
como el soporte económico cuando el individuo encarcelado era quien sostenía o contribuía a los
gastos del hogar (Centro de Investigaciones Sociojurídicas [CIJUS], 2000). En un estudio
etnográfico de tres años sobre el efecto del encarcelamiento masculino en la vida familiar en el
Distrito de Columbia (Estados Unidos) realizado por Braman (2003), el hallazgo principal es que
el aumento dramático de personas encarceladas durante las últimas dos décadas ha generado
muchos efectos negativos al afectar a las familias de los internos tanto o incluso más que ellos.

La cárcel afecta por tanto drásticamente la composición familiar e incluso puede generar su
desintegración, como en el caso de madres encarceladas, en donde el núcleo familiar pierde su
base afectiva, quedando los hijos en una crítica situación emocional, y en el caso de hombres
encarcelados que desempeñan el rol de proveedores y/o jefes del hogar, generan en su núcleo
familiar una desestabilización emocional y económica, siendo esta última muchas veces
solventada por sus familiares, que incluso muchas veces deben suplir las necesidades del interno
dentro de la cárcel, así como los costos de los procesos jurídicos y abogados, entre otros. Las
familias en esta situación se ven abocadas muchas veces a vender o empeñar sus bienes o
propiedades (Orrego, 2001).

Otro factor que influye en el detrimento de las relaciones familiares es la ubicación del centro
carcelario en donde se encuentra el interno/a, ya que este puede ser distante del domicilio de la
familia debido a los traslados que se efectúan, y cuando la familia es de bajos recursos
económicos se ve en la obligación de ahorrar para realizar la visita, siendo esta una, dos o tres
veces en un semestre por lo general, encontrándose casos en los cuales el interno no recibe visita
durante su encarcelamiento (CIJUS, 2000). En otras ocasiones, algunos familiares del interno/a
viajan a donde se encuentra recluido/a para visitarlo/a frecuentemente, conllevando esto un
deterioro mayor de la calidad de vida y el patrimonio familiar, ya que esto generalmente incluye
gastos como el transporte al lugar de reclusión, comidas, meriendas durante las visitas, y algunas
veces alojamiento para toda la noche (Hairston, 2002), llevando incluso a miembros de la familia
a desempeñarse en oficios bajos como la prostitución o ejerciendo la indigencia.

En el caso de mujeres detenidas, se encuentra que existe una alta probabilidad que ellas sean
internadas en establecimientos alejados de sus lugares de residencia, lejos de su familia, debido
a que en general no existen muchos lugares para internarlas. Ruíz, Gómez, Landazabal, Morales
y Sánchez (2000) indican lo siguiente:

"Por otra parte, debido al hecho de que la criminalidad femenina registrada es mucho
menor que la masculina, existen menos establecimientos de reclusión para mujeres, y en
bastantes casos los que existen consisten en secciones o patios de centros para hombres,
que se han habilitado para albergar a mujeres. Esta escasez de plazas para mujeres
delincuentes hace más probable que la mujer sea internada en un establecimiento alejado
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de su lugar de residencia, y por tanto de su red social, con lo cual se hace más difícil que
reciba visitas de familiares y amigos." (p. 41)

El rito semanal de la visita constituye igualmente una carga de sacrificio inherente a la privación
de la libertad, como pasar la noche en una fila, no tener con quien dejar los niños, sufrir los
insultos y vejámenes por parte de la guardia y de los demás visitantes (CIJUS, 2000; Orrego,
2001). Además de los problemas anteriores, Carp & Davis (1989) indican que la ubicación
aislada de las instalaciones de muchas penitenciarias puede disminuir la frecuencia de las visitas.

Por otro lado, los familiares de los reclusos sufren de discriminación social y laboral, por que a
veces se ven en la necesidad de ocultar la suerte del familiar detenido, de negar su existencia, e
incluso a veces, de llegar a cambiar de circulo social, ya que se abandonan la amistades
tradicionales, y en su lugar se tejen lazos de solidaridad y compañerismo entre algunas mujeres
visitantes. También los hijos de los reclusos son víctimas del encarcelamiento de su padre o
madre, ya que muchas veces se les oculta sobre el lugar donde se encuentran y en el caso de
saberlo, generalmente se les presiona a ocultarlo ante sus compañeros, maestros u otros adultos
para evitar discriminaciones o señalamientos, lo cual genera en los menores un conflicto para el
cual no están preparados. Algunos padres en prisión prefieren que sus hijos no los visiten en
prisión y/o no quieren tener contacto con ellos. Ellos creen que el padre o madre que tiene en
custodia a los hijos/as no tiene buena disposición para tales visitas o contactos, o porque ellos
mismos creen que no es bueno emocionalmente para sus hijos (CIJUS, 2000; Hairston, 2002;
Orrego, 2001). Un hecho importante es que las madres encarceladas refieren que la separación
de sus hijos es el aspecto más difícil del encarcelamiento (Hairston, 2002). Rasche (2000 citado
en Pogrebin & Dodge, 2001) también indica que el aspecto particular más duro de ser encarcelada
puede ser la separación de madre e hijo.

Algunas veces la familia hace ajustes para el cuidado de los niños, proveerles de amor y de
sentido de pertenencia, sin embargo estas condiciones no son ideales. Existe una marcada
ausencia física de la figura paterna o materna en el diario vivir de los hijos.

Por ejemplo, en la revisión de estudios sobre familias de internos en Estados Unidos hecha por
Hairston (2002), se encuentra que los abuelos que asumen el cuidado de los hijos de padres o
madres encarceladas muchas veces son de edad muy avanzada, tienen muchos problemas de
salud, se ven en apuros económicos para cubrir todos los gastos y lo peor, no estaban preparados
para asumir las nuevas responsabilidades como cuidadores. Casi nunca los familiares de los
menores que tienen a sus padres encarcelados están preparados para cubrir las necesidades de
orientación especiales que requieren los niños por el hecho del encarcelamiento.

Los prisioneros y sus familias experimentan un fuerte impacto emocional debido al hecho del
encarcelamiento. Las parejas de los individuos en prisión se ven afectadas además en el aspecto
sexual, y por lo general no son hábiles para afrontar e sentimientos fuertes de soledad y pérdida
del otro, además de sentimientos de impotencia (y en ciertos casos rabia) debidos al sistema de
justicia. También se presenta confusión en la pareja en libertad debido al hecho criminal de su
compañero/a detenido/a si este evento le era desconocido y el individuo encarcelado lo reconoce.

Por otra parte, también hay conflictos generados por la honestidad y la fidelidad de la pareja, que
en mayor parte se presentan en el individuo encarcelado (Hairston, 2002); muchas veces el
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encarcelamiento genera el rompimiento de las relaciones de pareja. Aunque se observa que las
mujeres acompañan con mayor constancia el tiempo de duración de condena del compañero
afectivo encarcelado, a comparación de algunos hombres que no visitan y abandonan a sus
compañeras detenidas, esto hace, en cierta medida, que los hogares de las reclusas sean mas
frágiles y tiendan a desintegrarse con mayor frecuencia (Orrego, 2001).

Se ha encontrado también que las dificultades en el ajuste a la separación y la pérdida pueden


generar problemas graves de depresión y otros problemas de salud mental en los internos/as y
sus familias (Hairston, 2002). Esto se confirma, por ejemplo, con lo referido por el CIJUS (2000):
"la carencia de relaciones familiares afecta la autoestima de los internos, lo cual fomenta la
depresión y la drogadicción" (p. 62), por tanto, las familias se convierten en el apoyo afectivo y
moral del interno, que le ayuda a soportar la condena y el tiempo de encierro (Orrego, 2001).

Papel de la infraestructura de la cárcel

Se debe observar que la relación entre la familia y el interno/a está mediada de forma particular
por la infraestructura física del centro carcelario, el funcionamiento administrativo y logístico,
además del tipo de población que recibe la cárcel para su custodia. Por ejemplo, el CIJUS
encuentra en la época de realización de su estudio que en la Penitenciaria La Picota y la Cárcel
Modelo (ambas en Bogotá), la situación es crítica por el hacinamiento y la infraestructura
precaria y obsoleta, además del proceso de requisa degradante y selectivo que se aplica a los
visitantes. Esto contrasta con la situación en las casas fiscales de La Picota, donde los mismos
internos afirmaron que allí se respetaba y se realizaba una requisa digna a los visitantes y no
encontraban obstáculos de espacio adecuado para recibir la visita general o conyugal, además de
que la comunicación constante con sus familiares era excelente por el fácil acceso a medios de
comunicación (CIJUS, 2000). Mientras en el primer caso la relación del interno/a con su familia
se obstaculiza, en el segundo caso las condiciones promueven el mantenimiento del vínculo
familiar.

El hacinamiento de internos en las cárceles es una situación que puede llegar a afectar el
mantenimiento de los vínculos con las familias, debido a que esto puede implicar un flujo altísimo
de visitantes, lo que se traduce en que los procesos de ingreso sean muy demorados e incómodos,
llegando a que muchas veces las familias desistan de llevar a las visitas a los hijos pequeños,
personas de la tercera edad, discapacitados o con problemas médicos, o incluso que ningún
miembro del grupo familiar vaya a la visita. Por ejemplo, para la época del estudio del CIJUS, se
encontró que la cantidad de visitantes en un día normal en la Cárcel Modelo de Bogotá podía
llegar a ser de hasta diez mil personas (CIJUS, 2000). En contraste, la Unidad de Salud Mental
de esta misma cárcel presentaba casi una nula afluencia de visitantes; según reportes de
funcionarios, nunca ingresaban más de diez visitantes a esta Unidad. Lo anterior es debido a que
por lo general las personas que se encuentran allí han sido abandonadas por su familia porque
constituyen cargas económicas, afectivas y sociales que la familia no puede asumir, o en algunos
casos particulares la familia ha querido deshacerse del "enfermo mental" a su cargo, y le
interpone una denuncia penal para lograr llevarlo a la cárcel (CIJUS).

En la actualidad la situación de hacinamiento sigue presentado niveles altos; según estadísticas


del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), el porcentaje de hacinamiento de la
totalidad de sus centros de reclusión, para el mes de enero de 2006, fue de 33,6 % , con una
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población carcelaria que sumaba 66553 internos e internas, siendo la capacidad máxima
establecida de 49821 cupos (INPEC, 2006)

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

Los programas de tratamiento penitenciario en Colombia se han concebido tradicionalmente para


ser dirigidos, casi exclusivamente, al individuo encarcelado y no se ha tenido en cuenta su grupo
y contexto familiar, tal como lo señala el Departamento Nacional de Planeación (1995), que
indica que el tratamiento penitenciario en Colombia presenta varios problemas importantes
debido a muchos factores, uno de los cuales es la ausencia de programas que fortalezcan el
vínculo familiar de los internos/as en las cárceles, tal como lo estipulado en la Ley 65 de 1993,
Título XIV, artículo 151.

Los programas que van dirigidos a las familias de internos se enfocan en el "asesoramiento" para
mitigar el hecho de tener a uno de sus miembros encarcelado, y en algunos casos esto se reduce
a unas visitas domiciliarias sin una clara finalidad.

Los funcionarios del sistema penitenciario y judicial deberían implementar algún tipo de
capacitación para sus funcionarios respecto al papel de las familias de internos/as, y programas
adecuados de tratamiento para los internos/as, pero antes deben comprender que las relaciones
entre el individuo detenido y su familia son fundamentales para el bienestar de ambas partes y
que de dichas relaciones depende la continuidad de la familia después de la liberación, además
de gran parte del éxito de los programas de tratamiento. La familia debe dejar de verse como un
problema u obstáculo en las actividades diarias del centro penitenciario.

En algunos países se han creado grupos de apoyo a los internos/as y sus familias, los cuales
brindan información jurídica, sobre la dinámica de la vida en prisión, prestan servicios de
atención psicológica, capacitación, facilitan la comunicación entre instituciones judiciales y
cárceles con las familias, y entre éstas y los internos/as otros, además de promover
investigaciones sobre familias de internos/as, personas en libertad condicional y en periodo
reingreso a la comunidad. Por ejemplo, la red EGPA, creada en 1993 tiene el objetivo de
promover el bienestar e intereses de los ciudadanos europeos que están detenidos fuera de su país
de residencia con el fin de facilitar su reintegración en la sociedad y también trabajan para apoyar
a las familias de estos internos/as; la Asociación de Prisiones de Mujeres (WPA por sus siglas en
inglés), con sede en New York, ofrece servicios a mujeres delincuentes (en prisión, en situación
de libertad condicional o libres después de pagar condena) en EE.UU.

En Colombia hacen falta organizaciones de este tipo, para que sirvan de apoyo tanto a la
población carcelaria como a las familias. Una de las conclusiones a las que llegó el CIJUS (2000)
concuerda con lo anterior:

"Es indispensable, igualmente, aminorar los efectos negativos de la reclusión en las


familias de los presos. Ello exige la efectiva creación y funcionamiento de espacios de
apoyo a los familiares de los reclusos. De la misma manera, se pueden crear grupos de
apoyo tanto en aspectos psicológicos, como laborales y económicos, con el respaldo de
la sociedad civil - centros universitarios, fundaciones privadas - y el Estado." (p. 120)
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El desconocimiento del sistema de justicia y del sistema penitenciario por parte de la familia es
un factor que entorpece el mantenimiento de la unidad familiar. Las instituciones penitenciarias
no realizan acciones para proveer información a las familias acerca de operaciones en las que se
ven afectados sus familiares en prisión. Estas deben emprender acciones para facilitar la
comunicación familiar y la comprensión de las normas y dinámicas de la institución
penitenciaria.

Tanto los profesionales que trabajan en las instituciones penitenciarias como los que trabajan en
servicios sociales deben preguntarse acerca de aspectos relacionados con las visitas a las
prisiones por parte de los menores, tales como el impacto del ambiente opresivo de la cárcel, y
la aceptación de la encarcelación.

REFERENCIAS

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Carcelario: http://www.inpec.gov.co/estadisticas.php

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