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Alimentación y Cultura. Cómo La Alimentación Construye El Yo Musulmán. Reflexiones Desde La Antropología PDF
Alimentación y Cultura. Cómo La Alimentación Construye El Yo Musulmán. Reflexiones Desde La Antropología PDF
La magnitud del acto alimenticio estriba en que es una forma de hacer y, por eso
mismo, de entender la cultura. Esta forma de proceder tiene en cuenta tres
dimensiones que, a modo de red, dan cuenta del fenómeno alimenticio como un
escenario donde se desarrollan las identificaciones socioculturales:
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3) La dimensión ideológica. Son las formas que permiten a una sociedad
construir sus cosmovisiones y, sobre ellas, fundamentar las dimensiones
técnico-económico-ambientales y estructurales.
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trataré de ir más allá a través de una experiencia personal, la prohibición que
existe sobre el cerdo entre los musulmanes que viven en un país no musulmán,
restricción cimentada sobre la ley halal-haram1 que define lo permitido y lo
prohibido.
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Halal es un término coránico que posee varias acepciones, “conforme a la ley”, “válido”, “permitido”,
“aceptable” o “no prohibido”. En el Corán quedan estipulado los productos halal y quienes infringen
esta norma incurren en el pecado y quedan ritualmente polucionados. Haram significa “prohibido”,
“contrario a la ley”, “inaceptable” o “vedado”, ningún musulmán puede ingerir, ni tan siquiera tener
contacto físico con estos productos.
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musulmán y a otro no. Quizás cuando se trata de comida, la biología, así como
la religión están unidas por la tripa y por todo aquello que circula por ella.
En este caso, hay algo que se hace evidente, la experiencia que se tiene del
alimento y que vas más allá de los parámetros nutricionales y económicos, refleja
de una manera mucho más profunda la relación y el significado que tenemos
socioculturalmente respecto a la comida. Quizás desde este prisma se pueda
explicar, tal y como indica Mabel Gracia en Maneras de comer hoy, “el porqué
de tales tendencias y la lógica que subyace tras las elecciones alimentarias”
(Gracia, 2005:161). Volviendo al tema de la prohibición islámica sobre el cerdo
(por cierto, que los judíos tampoco pueden consumirlo), trataré de esclarecer
brevemente como se entretejen las tres dimensiones que según Contreras
permiten comprender las relaciones entre lo alimentario y lo sociocultural.
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Tomando como referencia el Corán, en la Sura 2, La vaca, encontramos gran parte de los principios
islámicos, así como la mayor parte de su legislación. Fue revelada en Medina durante los primeros años de
la hégira, cuando el Profeta huye de la Meca y funda la primera comunidad en Medina. La aleya 173 deja
clara la intención acerca de los alimentos: “Se os ha prohibido [beneficiaros de] la carne del animal muerto
por causa natural, la sangre, la carne de cerdo, la del animal que haya sido sacrificado invocando otro
nombre que no sea el de Allah. Pero si alguien se ve forzado [a ingerirlos] por hambre, sin intención de
pecar ni excederse, no será un pecado para él. Ciertamente Allah es Absolvedor, Indulgente”. Así también
se puede leer en 5, 3; 5, 60; 6, 145; 16, 115 acerca de las restricciones sobre los alimentos.
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aceptar este código alimentario, aun cuando los territorios eran aptos para la cría
de cerdos.
¿Qué significa esta restricción para los musulmanes que viven en países no
musulmanes? ¿Y qué lectura tienen estas tres dimensiones que relatan las
formas en que la alimentación construye el Yo-musulmán en estos nuevos
contextos? Está claro que una persona musulmana puede vivir en España y no
consumir nunca cerdo. La renuncia a este alimento está tan integrada en lo que
es la identificación musulmana, ha adquirido un carácter tan emocional, que
condiciona enormemente las interacciones culturales. Ya no se trata de que el
cerdo sea un animal derrochador de recursos en Arabia y por extensión en
cualquier país musulmán, es esencialmente, un animal no musulmán 3. Esto es
algo parecido a lo que ocurre con el café (Contreras, 2005:99), más allá de ser
una bebida estimulante es, por encima de todo, un relajante que abre espacios
de sociabilidad.
Que la comida es un acto que hace identidad es algo que todos podemos
experimentar. Cuando salimos de nuestras fronteras alimentarias y nos
encontramos con otros olores que salen de cocinas ajenas a lo que somos. Visto
desde esta perspectiva, algunas experiencias entre mi familia y yo respecto al
cerdo adquieren otro matiz más comprensible. Si el alimento “hace” al individuo
y lo “hace” siendo un organismo social, pienso en la magnitud biológica y cultural
de esta prohibición. A modo de ejemplo, con apenas 8 años, recuerdo entrar con
mi madre (ella es musulmana practicante y tenía vetado el cerdo) en la casa de
unas mujeres (ellas no eran musulmanas, es más, eran monjas católicas). Era
hora de comer y por supuesto mi estómago rugía de hambre, pero por una
cuestión práctica tuvimos que hacer un parón en esa casa de la que salía un olor
que me llenaba la tripa. Era un olor que nunca había experimentado en casa. De
repente le confesé a mi madre lo bien que olía aquello que fuera que salía de la
cocina, a lo que ella respondió: ¿Te gusta como huele la carne de cerdo? Por
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En 2003 se aprueba en España el sello de garantía halal por parte del Registro Español de Patentes y
Marcas. Hoy por hoy, la única agencia autorizada para extender ese aval es el Instituto Halal de Córdoba,
institución integrada en la Junta Islámica Española.
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supuesto mi madre no se hace la idea del germen que desde entonces depositó
en mí.
Bien, cuento esta anécdota para entrever el alcance del vínculo creado entre “el
hombre biológico y el hombre social o cultural” (Contreras, p. 100): el cerdo y
todo lo que se extiende al cerdo es haram. Lo relevante no es lo prohibitiva que
pueda ser la respuesta de mi madre, sino la forma en la que se entretejen las
emociones con lo más biológico del ser humano. Como forman un intrincado
manojo de estabilidades y desestabilidades que culminan en un eminente “yo
soy esto”, en este caso, “yo soy musulmán”. Expresado de otra manera, todo
cuanto estuviera bajo la emocionalidad que provocaba el cerdo estaba prohibido,
así el olor, los productos que pudieran o parecía que lo contenía, aquellos que
tenían aspecto de serlo e incluso, y quizá esto es lo que ofrece esta forma de
concebir la alimentación, toda persona que lo consuma o que esté cerca de ello.
No he contado que por cierto crecí en una zona de Catalunya donde el cerdo es
la base de la industria cárnica, y es apreciado como símbolo cultural y económico
de la comarca.
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musulmanas. Este gesto muestra toda una forma de acercar mundos, porqué,
aunque la festividad es cristiana, eso no se opone al impulso de generar una idea
de que incluso los que no están adscritos a la Navidad (los musulmanes en este
caso), también pueden estar en ella compartiendo las formas alimentarias,
aunque no los contenidos. Si nos fijamos bien, detrás de este acto existen toda
una serie de implicaciones que no se quedan solo en la estética, sino que van a
la raíz de la cuestión emocional, sociológica, biológica… que toda persona
experimenta, más concretamente, que toda persona musulmana vive en mayor
o menor medida en Europa. Digamos que es una forma de ser musulmán y
cristiano a la vez, a pesar de que la Navidad esté cada vez más desvinculada de
lo religioso, pero como vemos los rituales alimentarios son mantenidos y
globalizados, amplificados a aquellos que hasta ahora eran los Otros.
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cuanto a formas de comer hasta que cumplí los diez años, a medida que yo y
mis hermanos íbamos creciendo exigíamos no solo otras formas de comer más
individualizadas (cada uno quería su plato), sino que también queríamos
alimentos que se parecieran más a lo que veíamos en la televisión o que
habíamos visto en otros hogares. Los platos tradicionales que mi madre cocinaba
se habían hecho insuficientes para colmar nuestras necesidades afectivas y no
encajaban con los valores que nos identificaban. Queríamos comer pizza con
mucho queso y no el tajín4 con el que estábamos más que familiarizados.
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Plato frecuente en el norte de África, en el que los alimentos se fríen primero y luego se cocinan estofados
a fuego lento. Principalmente lleva verdura y en muchas ocasiones se le añade una fuente de proteína
animal, pero también es habitual el pescado. Las especies son esenciales para otorgarle un aroma
inconfundible. El nombre de este plato viene dado por el recipiente de barro con tapa cónica en el que se
cocina y se sirve, no obstante, en muchos hogares y por cuestiones prácticas, se cocina en una olla y se
sirve en un plato.
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BIBLIOGRAFIA
Harris, M., Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Alianza
Editorial, Madrid, 1980
WEBGRAFÍA
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EL SISTEMA AGORALIMENTARIO GLOBALIZADO: IMPERIOS
ALIMENTARIOS Y DEGRADACIÓN SOCIAL Y ECOLÓGICA.
El texto nos pone en una situación muy clara: desde los años 80 estamos viendo
como todos los procesos del SA, desde la producción, pasando por la
elaboración, hasta la distribución y el consumo han sufrido un proceso de
dominación y apropiación por parte de las grandes corporaciones que apenas
tienen restricciones en los mercados globales. Estamos ante un contexto en el
que es el capital financiero el faro que oriente a escala mundial la producción, la
distribución y el consumo alimentario. Y esto se sustenta sobre la idea de una
naturaleza que ha de ser controlada a través de la técnica si se pretende obtener
de ella unos productos eficaces en el mercado global, es decir, se trata de
producir alimentos de forma industrial.
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Un segundo mecanismo indispensable son las normas que permiten a ciertos
agentes jugar en el mercado financiero global, excluyendo a otros de este juego,
como por ejemplo la eliminación de aranceles. Muchas de las políticas del FMI y
del BM que han tratado de reducir la deuda externa de ciertos países, han
supuesto verdaderos trampolines para acceder al control del sistema
agroalimentario de estos países por parte de las corporaciones.
El tercer mecanismo del que habla Delgado es el uso de las nuevas tecnologías
al servicio del imperio corporativo. Esto permite múltiples posibilidades para
maximizar el rendimiento y el beneficio de los productos agroalimentarios,
especialmente a través de la biotecnología que ha permitido desarrollar
alimentos transgénicos, patentados por cierto por las mismas corporaciones que
las han desarrollado. Es una forma clara de controlar y dominar a través de las
patentes como queda reflejado en el caso de las semillas transgénicas
patentadas.
Para que estos mecanismos prosperen y tomen forma, hay algo indispensable
que el imperio corporativo conoce muy bien: el control y dominio de la tierra. Se
trata de usar los territorios de la forma más conveniente, de optimizar en la
medida de los posible las características locales de un lugar para un mayor
aprovechamiento en lo global. La desterritorialización es precisamente este
mecanismo de inferencia de capital en territorios concretos para un mayor
manejo de los recursos locales en función de los valores del mercado global.
Una vez definida esta situación global, Delgado aborda las consecuencias que
tiene todo ello. La reestructuración de dónde, cómo y quién participa de las
decisiones de lo alimentario se traduce en una crisis alimentaria entendida
esencialmente como inseguridad alimentaria, en el doble sentido del término: por
la inaccesibilidad al alimento y por el riesgo que supone para la salud humana.
La gran paradoja de esta crisis queda muy bien resumida con el siguiente dato:
el 75% de las personas que sufren hambruna vive en medios rurales. Pero,
además, inseguridad alimentaria también significa emigración y degradación de
las condiciones de vida y de trabajo, de desplazamientos de poblaciones que
abandonan sus formas de vida porqué sencilla y llanamente no se puede vivir en
una tierra que no da de comer.
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Y finalmente, crisis alimentaria conlleva degradación ambiental e impacto
ecológico a gran escala, pues la cuestión clave que se plantea aquí es ¿hasta
qué punto esta forma de operar (explotación de recursos para producir
alimentos), es sostenible en un mundo eminentemente globalizado? a través del
análisis tanto del consumo de recursos como de las repercusiones ambientales,
así como el computo de energía y material necesario en este proceso, se hace
evidente la inviabilidad del uso de energía fósil para producir la cantidad de
kilocalorías que consumimos.
Pues bien, esta es la idea que irá tomando forma a través de las reflexiones que
me ha proporcionado este texto: La tierra es aquello que debemos recuperar si
queremos ya no ser simples consumidores sino dueños de lo que comemos. Por
supuesto esta primera idea ya choca con un muro enorme: ¿cómo recuperar la
tierra? ¿cómo retomar la soberanía de la tierra que en muchos países está
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vendida a estos grandes terratenientes de la agroindustria alimentaria? A pesar
de la envergadura que toman estas cuestiones, pensemos que a lo largo de la
Historia tampoco ha sido imposible. Quizás en el imaginario del campesinado
francés del siglo XVIII fue igual de difícil concebir por un momento la imagen de
una vida sin estar bajo el yugo del feudalismo y por extensión, de la monarquía
absoluta. Pero la historia demuestra que esas dificultades son superadas en el
momento en que hay suficiente masa crítica para que la imagen pase a ser un
acto para una mejor vida. El gigante al que tanto poder se le había adjudicado
resultaba tener los pies de barro. Recuperar la tierra funciona en cierto modo
como una suerte de imagen que ha de generar una vuelta de tuerca o, mejor
dicho, que ha de hacer de esos cimientos de barro, tierra para un mundo mejor.
Fijémonos en una cuestión clave que apoya en cierto modo esta idea. Delgado
hace referencia al crecimiento exponencial de la adquisición de tierras en países
en vía de desarrollo. Está claro que este modo de financiarización de lo
alimentario refleja muy bien las formas de apropiación de riqueza colectiva por
parte de las empresas agroalimentarias (Delgado, 2010:36), pero también refleja
la enorme debilidad de las políticas internas de estos países en desarrollo.
Digamos que estas formas de operar entroncan perfectamente en un país en el
que la desvalorización de sus tierras ha permitido a otros revalorizarlo para sus
beneficios. La reducción de aranceles por ejemplo que facilitan las exportaciones
de productos de Norte a Sur, nos habla no solamente de la necesidad de que los
países del Norte analicen sus implicaciones y responsabilidades respecto a la
inseguridad alimentaria, sino también repensar también qué tipo de políticas se
están desarrollando internamente en los países del Sur que permiten estas
formas de colonización eterna sobre una tierra que ha dejado de alimentar a sus
habitantes.
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exigencias del mercado global destruyen el ejercicio de decisión por parte de los
productores locales. Es más, en muchos países del Sur, mediado por el FMI y el
BM, para poder superar sus deudas externas, han tenido que adoptar estas
medidas agroalimentarias, pasando de una economía local a una de
exportación-importación de productos y recursos agroalimentarios. Tremenda
paradoja la que nos encontramos aquí, porqué la importación de materias primas
está muy por debajo del precio de producción local, es decir, el agricultor local
destruye su sustento de vida. Pero además procesar y elaborar esta materia
prima encarece tremendamente el precio de venta, es decir, el alimento se
convierte en algo inaccesible para muchas personas. Comer se convierte en un
lujo y vivir de la tierra una apuesta perdida. África es el caso de continente
vendido, en el sentido de que sus tierras ya no les pertenecen, ya no sustentan
ni alimentan a sus habitantes. Vender la tierra es asegurar el pan para hoy y el
hambre para mañana.
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Lo perceptible para alguien que va al supermercado, para el consumidor que
maneja su carrito de la compra de pasillo en pasillo es que realmente poco o
nada sabe sobre esa caja de galletas o ese paquete de arroz. La lejanía con la
que vive la producción de esos productos y en mayor importancia la debilidad
con que vive la toma de decisiones sobre no solamente el alimento, sino también
sobre todos aquellos recursos implicados que van desde la tierra hasta el agua,
las semillas, las fases de elaboración, el recurso fósil invertido…todo esto pasa
tan desapercibido para nosotros consumidores, que de algún modo el texto de
Delgado es un fiel espejo de lo poco que figuramos y hacemos ese gran dios
llamado “mercado financiero global”.
Siendo así, siendo la ciudad una dirección contraria a este sentido de vínculo, se
hace enormemente difícil plantear tomas de responsabilidad ante lo alimentario,
pues se carece del fundamento tierra que precisamente permite generarla.
Digamos que la paradoja que define la ciudad es que es un espacio sin tierra,
pero en el que sí hay comida. Tal y como recoge el artículo de Marta Soler y
Ángel Calle, “la desafección alimentaria hace alusión a un proceso social de
desconfianza protagonizado por quienes comen y no producen su propia
comida” (Soler, Calle, 2009:260), generando de este modo una enorme
dependencia del sistema agroalimentario industrializado.
Creo que podríamos también reflexionar del mismo modo acerca del consumo
de carne, especialmente el que se hace en países del Norte. ¿Dónde y cómo
nace la necesidad de consumir de media 124 kg de carne por persona y año en
un país como EE. UU.? Algo resulta evidente de esta lectura y es que nos queda
el gesto de comer la carne, pero poco o nada queremos saber del gesto de matar
al animal que consumimos. Este aspecto es paralelo al gesto de la
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desvinculación con la tierra al que apuntábamos antes y nos vuelve a situar en
los espacios urbanos, donde la alimentación además de perder la conexión con
la tierra también pierde el vínculo con el origen de la carne, que no es otra que
la del animal que ha de ser sacrificado. Expresado de otro modo, la ciudad
supone un olvido de la tierra y de la muerte y si las perdemos de vista, perdemos
el significado pleno del alimento. Es relevante como las explotaciones de tierras
dedicadas al cultivo para consumo animal han generado grandes
desplazamientos de personas que pasan a engrosar las áreas periféricas de la
ciudad, generando este círculo vicioso de ruptura con las formas de vida ligadas
a la tierra y ciudad desvinculada de alimento por la pérdida de tierra.
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BIBLIOGRAFIA
Esparcia Pérez, J., Noguera Tur, J., Capítulo 1: Reflexiones en torno al territorio
y al desarrollo rural, III Jornadas Internacionales sobre Desarrollo Rural:
Programar el Futuro del Desarrollo rural, 1999, pp. 11-44.
Sami, N., ¿Por qué se rebelan?, Editorial Clave Intelectual, Madrid, 2013
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