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005 Mayo 1965 MORAL PDF
005 Mayo 1965 MORAL PDF
Revista internacional
de Teología
Mayo 1965
MORAL
EDICIONES CRISTIANDAD
MADRID
1965
CONCILIUM
Revista internacional de Teología
Comité de dirección
L Alting von Geusau * R Aubert
L Bias. * P B«*3U:, <ap
M Cardoso Peres, op * F Bockle
C Colombo * Y Congar, op
Ch Davis * G Diekmann, osb
Ch Duquoc, op * N Edelby
T Jiménez Urresa * H Kung
M J Le Ginllou, op * H de Lubac, sj
J Mejía * J B Metz
R E Murphy, o carm * K Rahner, sj
E Schillebeeckx, op * J Wagner
Secretario general
M Vanhengel, op
Director:
Prof. Dr. F. Bockle. Bonn Alemania
Director-adjunto:
Dr. C. van Ouwerkerk CssR. Wittem Holanda
Miembros:
F. BÓCKLE
C. VAN OUWERKERK
ETHOS EVANGÉLICO Y COMPROMISO HUMANO
1
Cf. P. Schoonenberg, Het Geloof van ons doopsel, IV, 's Herto-
genbosch 1962, 43-72.
2
Cf. H. Boelaars, Beichtpastoraal, Nederl. Kath. Stemmen, 58 (1962),
218-229; ídem, Gronvragen omtrent onze pastoraal in verband met hu-
Ethos evangélico y compromiso humano 9
3
Cf. A. Wylleman, L'élaboration des valeurs morales, Reúne Philo-
sofhique de Loavain, 48 (1950), 239-246; E. Schillebeeckx, De natuurwet
in verband met de katholieke huwelijksopvatting, Jaarboek 1961 Werk-
genootschap van kath. theologen in Nederland, Hilversum 1963, 5-61.
EL COMPROMISO
5
O. c, 62.
Ethos evangélico y compromiso humano 13
6
Cf. I. Aerthys-C. Damen, Theologia moralis, Turín 195617, 338.
14 C. A. /. van Ouwerkerk
7
Cf. R. Schnackenburg, Die sittliche Botschaft des N. T., Mu-
nich 1954, 44-55.
Ethos evangélico y compromiso humano 15
8
Cf. Y. M.-J. Congar, La casaistiqtte de saint Paul, Sacerdoce et
Láicat devant leur taches d'évangélisation et de civilisation, París 1962,
65-89.
9
Cf. I Cor., 7, 12-17.
10
Cf. I Cor., 8, 1-13; 10, 23-33.
16 C. A. f. van Ouwerkerk
11
Cf. Mt., 7, 21-27.
Ethos evangélico y compromiso humano 1J
2
18 C. A. J. van Ouwerkerk
ción, sino un compromiso entre un valor que les satisface (el amor)
y la obediencia a una norma que les viene impuesta por la Iglesia.
Con ello este compromiso se convierte para ellos en compromiso
con la fe. Nosotros comprobamos con cuánta frecuencia en la
historia de la teología moral se han emitido juicios diferentes
sobre la vida y la posesión, precisamente basándose en la incer-
tidumbre ante la significación de determinados valores y su mu-
tua relación. En el caso de la anticoncepción por medios mecá-
nicos la Iglesia ha puesto fin a esa incertidumbre con la referencia
a la ley natural. Pero como quiera que para muchos, en la pro-
blemática actual del matrimonio, el único apoyo es la fe en la
Iglesia, la teología moral tendrá actualmente la misión de acla-
rar dónde se apoya el sentido de la fe de la Iglesia en su con-
denación de los métodos anticonceptivos mecánicos. La insisten-
cia y la intransigencia con que el Magisterio ha rechazado la
anticoncepción hace presumir que la Iglesia ve alguna relación
entre esta norma y la realidad religiosa, la dimensión salvlfica
del matrimonio. La inseguridad moral se extiende en este aspecto
cada día más y esto hace que las posibilidades de vivir esta norma
se vean para muchos cristianos católicos cada día más amenazadas.
Evidentemente el compromiso ético no da respuesta alguna a
la cuestión de si, in casu, la conducta externamente inmoral (po-
siblemente), pero no culpable puede ser justificada objetivamente.
Pero nos parece que in concreto para muchos se ha desarrollado
en este caso una situación especial. Al experimentar en todo este
problema una incongruencia entre la certeza de fe y la incerti-
dumbre moral, surge una discrepancia, casi una oposición en su
juicio y en su conciencia de culpabilidad e incluso en las normas
que rigen su práctica. Como creyentes quieren obedecer; pero, en
su experiencia moral humana, se sienten autorizados a aceptar una
conducta que se separa de la norma. Ahí está para muchos el
conflicto de conciencia y ahí van a situar el compromiso. Se
comprende, pues, que la conducta de estos creyentes produzca en
nosotros la impresión de que buscan una justificación ética de su
conducta. En esta situación aparece quizá algo de la discrepancia
entre mundo y salvación, algo de una insuficiencia teológica, a
Ethos evangélico y compromiso humano 23
I. LIBERACIÓN DE LA MORAL
1
Cf. sobre esto H. Baudet, Het Paradijs ot> Aarde, Assen 1959.
26 f. H. Walgrave
4
Una breve descripción de las expresiones "pensar" y "existencia
pensante". No han de ser entendidas en un sentido intelectualista. El
pensamiento no es la actividad de un entendimiento separado que reina
sobre la vida, sino que es un aspecto discursivo, dinámico, progresivo de
toda nuestra vida consciente; no se identifica con una contemplación
estática, sino que es una actividad cogitativa, una incesante tensión ha-
cia la ilustración. La noción de pensamiento indica el carácter dinámico
y consciente de toda nuestra vida. El amor no es, por ejemplo, un pen-
samiento, pero en cierto sentido es, sin embargo, algo pensante. El
amor sólo puede subsistir dentro de un descubrimiento constante y cada
vez más profundo del otro como valor definitivo. El descubrimiento como
actividad pensante es, sin embargo, una actividad de toda la persona,
no sólo de un intellectus separatus. Man moves as a whole (el hombre
1
32 f. H. Walgrave
i
Moral y evolución 37
5
Más todavía. En la humanidad histórica acaso jamás cese la dia-
léctica.
38 J. H. Walgrave
Moral y evolución 39
6
M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la Perception, París 1945,
capítulo 9.
\
1
H. Rommen, Die ewige Wiederkehr des Naturrechts, Münster,
1947 2.
2
Aristóteles, Ethica Ntcomacheia, L. 5, c. 10, 1134 b, 18-21.
42 A. Arntz
3
J. Stelzenberger, Die Beziehungen der frühchristlichen Sitten-
lehre zur Ethik der Stoa, Munich, 1933, p. 100.
4
Stelzenberger, op. cit., p. 104.
ha. ley natural y su historia 43
5
J. M. Aubert, Le droit romain dans l'oeuvre de Saint Thomas
("Bibliothéque thomiste", 30), París, 1955, p. 93.
44 A. Arntz
6
Stclzcnberger, op. cit., pp. 120 ss.; O. Lottin, Psychologie et
morale aux VHe et VIHe sueles, Lovaina, 1948, vol. II, 1, pp. 75 y 87
7
Stelzenberger, op. cit., p. 114.
8
A. Schubert, Augusüns Lex Aeterna-Lebre nach Inhalt und
Quellen (Beitrage, XXIV, 2), Münster, 1924.
II
14
la Ilae, q. 91, art. 2, ad lm.
15
ídem, in corp.
16
Ibid.
La ley natural y su historia 47
19
la Ilae, q. 100, art. 3 ad lm.
20
la Ilae, q. 94, arts. 4-6.
21
la Ilae, q. 94, art. 2.
22
Según C. Anderson, De natuurwet, en "Werkgenootschap van
katholieke theologen in Nederland" (1960), p. 134, los siguientes temas
no caen bajo la ley natural en la concepción de santo Tomás: idolatría,
blasfemia, falso testimonio, el respeto debido a los mayores y al estado,
usura y prostitución.
La ley natural y su historia 49
23
Está claro que me refiero a la doctrina de la Escolástica tardía
sobre la ley natural en el campo del Derecho internacional y a la doc-
trina sobre la ley natural de la escuela alemana de Puffendorf y Wolff.
Que algunos tomistas se inclinaron en esta dirección, lo demuestra Bá-
ñez, In II-II 57, 3, donde dice: "Omne quod colligitur per bonam cons-
cientiam ex principibus moralibus ius naturale est". También Silvio, In
I-II 94, 2, donde dice: "Respondeo ad legem naturalem pertinere tum
principia, tum conclusiones aliquas ex principiis deductas... Sive enim
inmediate, sive mediate natura ad aliquid inclinet, hoc ad ius naturae
pertinere censendum est, si tale sit quod ex natura naturalibusque prin-
cipiis de necessitate sequatur et vi solius rationis naturalis obliget, abs-
que ulla positiva institutione divina vel humana". Evidentemente, este
autor no tuvo en cuenta el texto de santo Tomás que citamos en la
siguiente nota.
4
50 A. Arntz
III
24
"Illa quae lex naturalis dictat quasi ex principiis primis legis na-
turae derivata, non habent vim coactivam per modum praecepti abso-
lute nisi postquam lege divina vel humana sancita sunt", dice santo
Tomás en IV Sent., dist. XXXIII, q. 1, art. 1 ad 2m.
La ley natural y su historia 51
25
Santo Tomás, ln X Libros Ethicorum, Líber I, lect. 1, n. 1.
52 A. Arntz
26
la Ilae, 2. 94, 1. Este artículo va dirigido contra Pedro de Taran-
taise. Cf. Lottin, op. cit., p. 94.
27
la Ilae, q. 91, art. 2.
La ley natural y su historia 53
IV
29
M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la Perception, París
1945, p. 468.
30
J. P. Sartre, L'Étre et le Néant, París 1943, pp. 301 ss.
56 A. Arntz i
31
Id., Critique de la Raison Díale'etique, París 1960, pp. 205 y 225.
\
32
Cf. la explicación de Sartre sobre las relaciones concretas con el
otro en VÉtre et le Néant, pp. 428-484. Estas deben ser entendidas como
descripciones de actitudes de "mala fe". En el texto, el término está
empleado en el sentido de Sartre.
33
A título de ilustración podríamos decir que la realidad es "haber
escrito este artículo en el idioma holandés según era en 1964, con su
vocabulario, su estilo, etc." El holandés es la verdad de este artículo,
que lo hace comprensible. Pero, en este sentido, el holandés es también
realidad, si lo comparamos con las lenguas germánicas. Estas son, a su
vez, verdad y realidad. Y así podemos continuar hasta conseguir algo
que es sólo verdad y contiene las últimas implicaciones y el sentido de
toda la realidad dentro de esa esfera.
34
G. W. F. Hegel, Phánomenologie des Geistes (ed. Hoffmeister),
Leipzig 1937, pp. 144 ss.
La ley natural y su historia 59
A. ARNTZ
85
Aristóteles, XII Metaph., c. 7, ed. Bekker, 1072, b 3.
EL DECÁLOGO
ESTUDIO DE SU ESTRUCTURA
E HISTORIA LITERARIAS
1
Kleine Schriften zur Geschichte des Volkes Israel I, 1953, 278-332.
2
L. Koehlcr, Die hebraische Rechtsgemeinde, 1931 = Der he-
braische Mensch, 1953, 143-171.
El Decálogo 63
tituyen un fondo común a la cultura del antiguo Oriente y del
Canaán preisraelita, Israel debió tomar este derecho casuístico
de la población cananea de Palestina a raíz de la conquista.
A diferencia de este tipo de fórmulas jurídicas, común a todo
el Oriente, el derecho apodíctico aparece formulado en forma de
precepto o prohibición en segunda persona (casi siempre en sin-
gular), con las unidades menores agrupadas —a menudo series
de diez o de doce— en conjuntos de contenido universal (p. ej.,
el Decálogo: Ex., 20; Dt., 5) o particular (p. ej., el juez justo:
Ex., 23, 6-9) y originariamente redactadas dentro de un esquema
métrico. Como ejemplo puede servir Ex., 23, 1 ss.: "No difun-
das rumores falsos. N o te unirás a un impío dando testimonio en
favor de la injusticia. N o te dejes arrastrar al mal por la muche-
dumbre...". Según Alt, a pesar de todas sus variaciones en cuan-
to a la forma, el género apodíctico ofrece siempre prohibiciones
categóricas 3 ; en ellas todo es "étnicamente israelita y religiosa-
mente yahvista", incluso donde el esquematismo de la formu-
lación no lo expresa de manera inmediata 4. En este género apo-
díctico incluye también Alt cláusulas legales o series de cláusu-
las en forma participial, donde el "caso" está expresado en un
participio unido estrechamente al verbo que representa la dis-
posición legal. Como ejemplo podemos citar el dodecálogo si-
quemita de delitos condenados con maldición (Dt., 27, 15 ss.):
"...Maldito quien deshonre a su padre o a su madre; y todo el
pueblo responderá: Amén". Igualmente la sene de delitos que
se castigarán con pena de muerte (Ex., 21, 12. 15-17; 22, 18 s.;
31, 14 s.) pertenecen para Alt al género apodíctico: "El que
maldiga a su padre o a su madre será muerto" (Ex., 21, 17). Este
derecho apodíctico —incluido el que se presenta en forma par-
ticipial— no tiene paralelos en el derecho del antiguo Oriente.
Por eso Alt le busca un "Sitz im Leben" genuinamente israelita
y cree encontrarlo en la lectura solemne del derecho apodíctico
cada siete años en la fiesta de los tabernáculos (Dt., 31, 10-13);
Dt., 27 le hace pensar en Siquem como lugar de origen. El te-
4
* Op. cit. I, 322. Op. cit., I, 323.
64 G. Botterweck
12
Sobre el problema maldición-bendición véase J. Hempel, Die
israelitischen Anschauungen von Segen und Fluch im Lichte altorienta-
lischer Paralelen, "Zeitschr. deutsch. morgenl. Ges. 79 (1925), 20-110;
M. Noth, Die mit des Gesetzes Werken umgehen, die sind unter dem
Fluch, "Von Bulmerinq-Festschrift", 1938, 127-145 = Gesammelte Stu-
dien, 1957, 155-171; J. Scharbert, "Fluchen" und "Segnen" im A. T.,
Bibl. 39 (1958), 1-26; H. Junker, Segen ais heilsgschichtliches Motiv-
wort im AT, Sacra Pagina I (1959), 348-558. Cf. también J. Pedersen,
Israel. Its Life and Culture I/II 1946, 182-212, 411-452.
'3 H. Gese, Beobachtungen zum Stil atl. Rechtsátze, "Theol. Lite-
rat. Zeit." 85 (1960), 148.
14
Cf. Kultisches Recht im AT, "Zeitschr. f. Theol. u. Kirche" 60
(1963), 268-304; para este caso, 282.
68 G. Botterweck
15
Cf. también R. Kilian, Diss. Masch., 19 s.
16
Cf. Alt, op. cit., I, 313; H. von Reventlow y R. Kilian, loe. cit.;
H. von Reventlow, Kultisches Recht im AT, 291.
17
G. von Rad, Das fünfte Buch Mose, Das Alte Test. Deutsch,
1964, 43.
El Decálogo 69
18
Cf. W. Zimmerli, Ich bin Jahwe, Alt-Festschrift, 1953, 179-209.
K. Elliger, Ich bin der Herr — Euer Gott, Heim-Festchrift, 1954, 9-34.
70 G. Botterweck
19
M. Noth, Das zweite Buch Mose, Das Alte Test. Deutsch, 1959,
130.
20
Cf. E. Gerstenberger, op. cit., 56: "...hay suficientes motivos
para suponer que las series de cláusulas prohibitivas de Ex., 22, 20a.21.
27.28a; 23, 1-3.6-9 fueron incluidas en un discurso de Yahvé o enmarca-
das en él por un redactor o en el proceso posterior de una colección
nueva".
21
Cf. J. J. Stamm, Dreissig ]ahre Dekologforschung, "Theol.
Rundschau", 1961, 220-223; véase también Kl. Baltzer, Das Bundesfor-
mular, Neukirchen 1960, 48 s.; W. Beyerlin, Herkunft and Geschichte
der altesten Sinaitradition, 1961, 30 s., 90 ss. Recientemente, H. Kosmala
(The so-called ritual decalogue: "An. Swed. Theol. Inst." I (1962), 31-61)
ha aislado en Ex., 34, 14-26, un antiguo calendario de fiesta (vv. 18-24)
con otras cuatro disposiciones sobre la fiesta de la Pascua.
El Decálogo 71
19, las fórmulas de autopresentación y los sufijos de primera per-
sona (exceptuando quizá 19, 12) constituyen adiciones secun-
darias 22 .
Por tanto, en la mayoría de las fórmulas apodícticas hay que
contar con una relación secundaria entre apodíctica y palabra de
Dios. Y posiblemente también el fondo cultual y la autoridad
divina de estas fórmulas apodícticas hizo su aparición en el esta-
dio posterior de una concepción teológica que puso los mandatos
o prohibiciones éticos, morales, sociales y cultuales bajo la auto-
ridad legitimadora y protectora de Yahvé y su alianza.
22
Cf. K. Elliger, Das Gesetz Leviticus 18, "Zeitschr. f. alttest.
Wiss.", 67 (1955), 1-25. En este sentido se expresa R. Kilian, Literar-
kriüsche unid formgeschichtliche Untersachung des Heiligkeitsgesetzes,
op cit., 21 ss (sobre Lv., 18) y 36 ss. (sobre Lv., 19); cf. también E. Ger-
stenberger, op. cit., 58.
23
Cf. G. von Rad, Das formgeschichtliche Prohlem des Hexateuch,
Beitr. Wiss. Alt u. N . Test. IV, 26, 1938 = Gesammelte Studien
zum AT., 1958, 9-86: para este punto cf. 20 ss.; M. Noth, Überliefe-
mngsgeschichte des Pentateuch, 1948, 13 ss. y otras.
24
Sobre el problema de la inclusión del Decálogo en las fuentes
véanse las diversas opiniones en J. J. Stamm, op. cit., 218 ss.
72 G. Botterweck
28
W. Beyerlin, op. cit., 101 s., cf. también 108. Según Beyerlin,
en Ex., 34, el Decálogo ha sido desplazado por las leyes anticananeas de
Ex., 34, 10-28. Cf. también N . Lohfink, Der Dekalog in der Sicht heu-
tiger Bibelwissenschaft, "Religionsunterricht an Hóheren Shulen" 6 (1963),
197-206, sobre este punto véase p. 205, nota 13: "Hay razones para
pensar que el texto de la Alianza de Ex., 34, representaba el documento
de la Alianza en el sentido estricto de la palabra."
29
Le décalogue, París 1927; el mismo, Zur Geschichte der Dekalo-
ge, "Zeitschr. F. alttest. Wiss." 55 (1937), 218-235.
30
Op. cit., 34 s.
74 G. Botterweck
31
Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East, Pitts-
burgo, 1955.
32
Op. cit.
33
Treaty and Covenant, "An. Bib.", Roma 1963.
34
Véase la tabla con los elementos que aparecen en todos los
pactos hititas en McCarthy, op. cit., 50.
El Decálogo 75
laciones con potencias extranjeras y actitud hostil, com-
promiso de seguir siempre al soberano, etc.).
4. Determinación de puntos concretos (fronteras, tributo,
ayuda militar, etc.).
5. Orden de conservar el texto del pacto en el templo y de
leerlo regularmente.
6. Invocación de Dios como testigo del pacto.
7. Maldiciones y bendiciones.
i. Apodíctica-amonestación, prohibición
38
Op. cit., 87-91.
39
Untersuchungen zum apodiktischen Recht, Diss. Masch., Ham-
burgo 1958; sólo me ha sido accesible a través de Stamm y Gerstenberger.
40
Op. cit., 276 s.
41
Cf. W. Baumgartner, "Zeitschr. f. alttest. Wiss." 34 (1914), 161-
198; H. Gese, Lehre und Wirklichkeit in der atl. Weisheit, Tubinga
1958; 51 s.; E. J. Gordon, Sumerian Proverbs. Philadelphia 1959, 1 ss.;
El Decálogo 77
45
H. Brunner, Die Weisheitsliteratur, Handbuck der Orientalistik,
I, 2 (Literatur), 1952, 90-110, para este caso, 93.
46
Brunner, op. cit., 95.
47
A. Gardiner, A New Moralizing Text, Herm. Jnnker-Festschrift,
"Wiener Zeit. £. die Kunde des Morgenl." 54 (1957), 44 s.
El Decálogo 79
58
Op. cit., 114.
59
Der Dekalog unter soziologischem Gesichtspunkt. Aktuelle. Mo-
ralfrobleme, Dusseldorf 1955, 44-55
84 G. Botterweck
63
G. von Rad, Das fiinfte Buch Mose, 121.
64
Cf. J. L'Hour, Une législation criminelle dans Deutéronome,
"Bibl." 44 (1963), 1-28.
65
Das Hauptgebot, "An. Bibl", 20, Roma 1963, 154.
66
Op. cit., 159. Cf. también 158: "Guardar todos los mandamien-
tos y realizar en la práctica las exigencias concretas del primer manda-
miento incesantemente aceptado, es lo mismo."
86 G. Botterweck
67
K. Elliger, Das Gesetz Leviticus 18, "Zeitschr. f. alttest. Wiss". 67
(1955), 1-25; véanse también los estudios sobre el Código de Santidad
de Kilian y von Reventlow, entre otros. Cf. Elliger, op. cit., 20.
68
Cf. H.-J. Kraus, Freude an Gottes Gesetz, "Evangel. Theol."
(1950/51), 337-351; G. J. Botterweck, "Theol. Quart." 138 (1958),
129-151; A. Deissler, Ps. 119 und seine Theologie, "Münchener Theol.
Stud." I (1955), 11.
V. PLENITUD EN CRISTO
69
Cf. P. Glaser, Gesetz III NT, Lex. f. Theol. u. Kirche II, 2, 1958,
820-822, y especialmente R. Schnackenburg, Biblische Ethik, II, NT,
Lex. f. Theol. u. Kirche, II, 21958, 429-433 y la bibliografía allí citada.
PACIFISMO Y LEGITIMA DEFENSA
Más que una confrontación, este estudio querría ser un diálogo entre
dos posturas mentales opuestas en relación con el problema de la guerra:
el pacifismo absoluto y la teoría de la legítima defensa colectiva. Los
pacifistas absolutos niegan la legitimidad de toda guerra, incluso para
resistir a una agresión manifiesta. Los más lógicos llegan a rehusar
admitir toda efusión voluntaria de sangre, más aún, todo empleo de la
violencia, aunque se trate de impedir un crimen cometido en su pre-
sencia. Su doctrina es la de la no violencia absoluta. En sentido contra-
rio, los que invocan el principio de la legítima defensa colectiva declaran
apoyarse sobre un derecho inherente al hombre. Sólo la violencia, dicen
puede detener, tanto en el plano colectivo como individual, el desenca-
denamiento de la violencia. No pretenden, en teoría al menos, justificar
toda guerra, sino sólo el combate por el cual un pueblo se defiende contra
un agresor. Los primeros reprochan a estos últimos comportarse como
bárbaros y perpetuar la ley de la jungla. Estos les responden que tienen
la gran suerte de que otros acepten mancharse las manos para proteger
su tranquilidad. Y se acusan recíprocamente de belicismo y de irrealismo
y hasta de cobardía. El desdén viene con frecuencia a mezclarse en la
discusión : desdén del puro hacia aquel que le parece aceptar compro-
misos ilícitos, o del realista hacia lo que considera una peligrosa utopía.
El diálogo es difícil y en muchas ocasiones imposible, por declararse
cada una de las partes incapaz de escuchar atentamente el punto de
vista de la otra. Piénsese, por ejemplo, en un juicio contra objetores de
conciencia : se experimenta la dolorosa impresión de que un abismo se-
para a esos hombres, el juez y el que comparece ante él, a pesar de su
común buena voluntad. ¿No sería, sin embargo, de desear que se esta-
bleciese un verdadero intercambio de pensamiento entre ellos? ¿No
tendría este intercambio como consecuencia el obligar al menos a cada
uno de ellos a precisar y fundar más sólidamente sus propias posiciones
para responder a las objeciones de los otros? ¿No será incluso posible
Pacifismo y legítima de jema 89
I I I . EL PACIFISMO RELATIVO O
LOS DOS EXTREMOS DE LA CADENA
Prof. F. BOCKLE
Boletines
I. LOS ANTECEDENTES
3
L. Janssens, Moróle conjúgale et progestogéna, «Eph. Théol. Lov.»
39 (1963), 787-826, en especial 800-807.
104 F. Bockle
tinencia y exercitium turis. Nos resulta difícil comprender por qué An-
selm Günthór ataca tan duramente la exposición histórica de Janssens4.
Según él, "la debilidad del resumen histórico que Janssens ofrece y de
las consecuencias que de él saca reside en la brevedad y vaguedad de su
exposición" (326). Janssens dedica más de la tercera parte de su artículo
a este resumen histórico, abundantemente documentado. Una ojeada a
los tomos correspondientes de los estudios editados por Michael Müller
sobre historia de la teología moral lleva al convencimiento de que el ca-
mino señalado por Janssens es acertado5. La indignación de Günthór
es ya un mal argumento en favor de su crítica. Precisamente porque lo
que nos preocupa es hallar el núcleo de verdad que hay en las tradicio-
nes eclesiásticas, hemos de buscar lo que en ellas hay de influjo de cada
época concreta. Sin este esfuerzo penoso nos será imposible salir del ca-
llejón cerrado en que, según palabras del patriarca Máximos (en el aula
conciliar), hemos venido a caer con nuestra doctrina del matrimonio.
El hecho de que una determinada manera de ver las cosas haya tenido
vigencia en la Iglesia durante siglos no es argumento suficiente. Espe-
cialmente en normas que no se deducen inmediatamente de la revelación
y sobre las que no existe una decisión infalible de la autoridad eclesiás-
tica; y más aún "si semejantes concepciones de la tradición, no defini-
das..., trabajan sobre premisas que no satisfacen a los nuevos conoci-
mientos" 6. En otras palabras: no podemos imponer a los hombres una
carga "de la que no tenemos absoluta certeza de que quien la impone
es el mismo Dios y no nosotros, un sistema cualquiera de moral o un
documento doctrinal" 7.
4
P. A. Günthór osb, Kritische Bemerkungen zu neuen Theonen übet
die Ehe und eheliche Hingabe, <'Tüb. Theol. Quartalsschr.» 144 '1964.),
316-350.
5
Cf. M. Müller, Die Lehre des Hl. Augustinus von der Paradiesesebe
und ihre Auswirkung in der Sexualethik des 12, und 13. Jahrhunderts bis
Thomas von Aquin. Studien z. Gesch. der Moralthcologie, t. 2, Regensbur-
go, 1954.—L. Brandl, Die Sexualethik des Hl. Albertus Magnus, Stud. z.
Gesch. d. MoraltheoL, t. 2, Regensburgo 1955; J. G. Zieglcr, Die Ehelehrc
der Pónitentialsummen von 1200-1350, t. 4, Regensburgo 1956.
6
J. M. Reuss, Eheliche Hingabe und Zeugung, «Tüb. Theol. Qu.»
143 (1963), 455.
7
H. Küng, Zusammenfassung eines Referates vor Konzilsvatern,
«Christl. Kultur», Zürich 28 (7-11-64), núm. 40.
La regulación de los nacimientos 105
10
Cf. Leclercq-David, Die Vamilie, Friburgo 1955, p. 208-257. B. Ha-
ring, Ehe in dieser Zeit, Salzburgo 1960, pp. 357-367.
La regulación de los nacimientos 107
exprimendum" 14. "La unión carnal está ordenada, por naturaleza, tanto
a la expresión de la comunidad conyugal, como al transcendimiento de
la comunidad conyugal en la generación (y educación) de la prole" !5 .
A esta afirmación así formulada, difícilmente podría encontrarle nadie
reparos. El verdadero -problema consiste en determinar la relación que
existe entre ambos fines del acto y de qué naturaleza es la unidad que
entre ellos se establece. Y, en última instancia, éste es el punto en torno
al cual gira la gran discusión, de la que vamos a ocuparnos ahora.
A. El grupo pastoral
16
G. Scherrer, Die menschliche Geschlechtlichkeit im Lichte der phi-
los. Anthropologie, «Arzt und Christ» 1/964, p. 37.
17
Th. Bovet, Ehekunde I, Tubinga 1961, pp. 27 ss.
La regulación de los nacimientos 111
18
Pierre de Locht, La moral conjúgale, CNPF, Bruselas 1964, 4.a
charla (sin paginación).
112 F. Bockle
19
Cf. Conc. Trid. D. 804.
La regulación de los nacimientos IB
20
P. de Locht, op. cit., 5.a charla.
21
5.a charla.
22
5.a charla.
8
114 F. Bóckle
23
J. Fuchs, Moraltheologie und Geburtenregelung, «Arzt und Christ»
2/1963, p. 82.
B. El grupo casuístico
24
L. Janssens, Morale conjúgale et pro gesto genes, «Eph. Théol. Lov.»
39 (1963), 787-826.
116 F. Bóckle
29
No obstante, conviene recordar que Pío XII, en su discurso a los
hematólogos el 12-9-1958 (AAS 50 [1958]), califica expresamente la acción
de la sustancia antiovulatoria de «esterilidad temporal» y por ello condena
su empleo, cuando se hace con fines no directamente terapéuticos, como
«esterilización directa». En lugar de «esterilización de la persona» debiera
hablarse de «esterilización del acto aislado». Esta distinción hace aquí su
primera aparición en los documentos del magisterio eclesiástico.
30
Janssens sigue aquí a la letra la argumentación de J. Rock.
31
W. van der Marck, op, Vmchtbaarheidsregeling, «Tijdschrift voor
Theologie» 3 (1963), 378-413.
118 F Bockle
34
De las intervenciones en caso de violación no nos ocupamos aquí.
120 F. Bóckle l
íntimo del acto sexual, pero ponen en duda el que la exclusión de con-
diciones biológico-fisiológicas con miras al acto contradiga a la auténtica
expresión de la entrega más que la intencionada elección de los días
estériles. Aunque, en última instancia, la argumentación sea diferente35,
todos recurren para ella, directa o indirectamente, al reconocimiento de
la licitud moral de la elección del tiempo. Esto nos obliga a examinar
la cuestión de hasta qué punto es justa esta comparación con la elección
del tiempo. Si atendemos solamente al hecho de la esterilidad temporal,
la comparación no es adecuada. A pesar de lo refinado del diagnóstico
de la ovulación, la esterilidad que entraña el ciclo natural de la mujer
es ciertamente objeto (yolitum), pero no efecto (voluntarittm) de la vo-
luntad humana 36 . Al paralizar el proceso de ovulación, en cambio, la
esterilidad es, sin duda alguna, efecto de la actividad humana 37 . Ahora
bien, según los principios de la moral, el hombre es responsable sólo y
siempre de lo voluntario. Este fue precisamente el motivo por que se
reconoció la licitud de la elección del tiempo. El hombre puede (quizá
debe) intencionadamente no querer más hijos; puede (incluso quizá
debe) escoger libremente el tiempo para realizar el acto sexual; pero no
puede actuar de manera efectiva contra la procreación. Así se dijo siem-
pre. Reuss y Janssens conocen, indudablemente, esta doctrina; no obs-
tante, insisten en el paralelismo de la actividad responsable. Este se da
realmente si atendemos al acto de la elección. En la elección sistemática
del tiempo no se trata simplemente de que éste sea calculado libremente
para la realización del acto, el momento concreto es escogido. La elec-
ción intencionada con la que se rehuye la ovulación, y la actividad que
la interrumpe son paralelas. Y hemos de confesar que, al afirmar (siempre
sobre la base de una indicación seria) que entre estos dos modos de pro-
ceder existe una distinción moral importante, venimos a crearnos di-
ficultades. Ciertamente se trata de una diferencia no tan grande como
la que debe existir, para hombres que piensan, entre una transgresión
moral objetivamente grave y un acto moralmente bueno 38. En todo caso,
35
Mientras Janssens no considera decisiva desde el punto de vista mo-
ral la exclusión efectiva de la procreación, Reuss intenta justificar la exclu-
sión en el simple «opus naturae» (por oposición al «actus humanus») con
el principio de totalidad.
36
Por eso Günthór, en su crítica, tiene toda la razón. Cf. op. cit.,
«Tüb. Theol. Quartalsschr.» 144 (1964), 337.
37
Al menos ésta se sigue considerando como la acción principal del
producto antiovulatorio. Naturalmente, no ha desaparecido del todo la idea
de que la pildora puede impedir también que se instale en el endometrio
un óvulo fecundado. Cf. G. A. Hauser, Erfahrungen mit Ovulationshemmern,
«Médecine et Hygiéne» 22 (1964), 479-481.
38
Cf. F. Bockle, Verantwortete Elternschaft, «Wort und Wahrheit, 19
(1964), 584.
La regulación de los nacimientos 121
35
B. Haering, La théologte et la pilule contraceptive, «Docum. cath.»
46 (19-VII-64), 891 ss.
40
Cf. G. Ermecke, «KNA-Dokumentation» 33 (1964). Ermecke busca
la solución únicamente con el principio de la acción indirecta. Este autor
apunta a una extensión del principio de totalidad. Hasta ahora sólo se apli-
caba este principio cuando una acción era absolutamente necesaria con res-
pecto al individuo; necesaria para asegurar su existencia o para evitar un
daño grave y duradero, cosas que de otro modo serían imposibles. Y Er-
mecke se pregunta si no debe aplicarse también este principio cuando lo
exigen las relaciones del individuo con la comunidad, por ejemplo, en «ac-
ciones que entrañan una acomodación del individuo al bien de la comuni-
dad». Según el principio de la «actio cum duplici effectu», estas interven-
ciones deben servir siempre al conjunto de la comunidad (por ejemplo, limi-
tando una superpoblación que resulta imposible sostener, o poniendo una
barrera a enfermedades hereditarias graves) y no sólo a una vida conyugal
cómoda y sin riesgo. Recientemente ha aparecido un artículo de Klaus Dem-
mer, msc, Eheliche Hingabe und Zeugung (cf. «Scholastik» XXXIX (1964),
528-557), que en su última parte se mueve en una línea de pensamiento
parecida. Demmer considera admisible una utilización de las pildoras no
encaminada a suprimir la ovulación, sino a controlarla. Asimismo se inclina
a admitir una prolongación del período de esterilidad. Por lo demás, Dem-
mer presenta de mañera excelente la base justa para la regulación de la
moral sexual, pero luego comete una grave «petitio principii» al interpre-
tar ligeramente la sexualidad humana como un amor (genericum) orientado
a la procreación (specificum). El amor como relación personal no puede te-
ner como fin algo superordenado. La persona es fin en sí misma. El hijo
puede ser fin del amor humano-personal a lo sumo en un sentido accesorio.
La diferencia específica (constitutivo ontológico) del amor sexual es única-
mente el ser-una-carne (Gn., 2, 24). Pero de esto se deduce que el amor no
puede ser excluido nunca del acto sexual; que, por otra parte, la «generatio
prolis» podría ser excluida, por razones morales, del acto concreto, aunque
el amor en su conjunto está unido íntimamente a la misión de procrear.
122 F. Bockle
C. El grupo "radical"
41
E. Schillebeeckx, op, De Natuurwet in verband met de katholieke hu-
welijksopvatting, «Jaarboek der Katholieke Theologen», Hilversum 1963,
5-51.
124 F. Bóckle
42
Schillebeeckx dice expresamente que las expresiones reveladas no
se pueden entender en este sentido perspectivista.
L,a regulación de los nacimientos 125
43
J. D., Zur Frage der Geburtenregelung, «Theol. der Gegemvart» 7
(1964), II, 71-79. Cf. también las posturas adoptadas a este respecto en
«Theol. d. Gegenwart» 7 (1964), IV, 211-231.
43 a
Esta argumentación posee hoy mayor peso por haberla empleado
y apoyado el cardenal Léger en la sesión del 28 de octubre de 1964 del
Concilio Vaticano II. El cardenal dijo entre otras cosas: «Sobre la procrea-
ción como fin del matrimonio el esquema se expresa en términos acepta-
bles, pues subraya adecuadamente cómo esta misión ha de realizarse con
prudencia y generosidad. Sin embargo, debiera completarse diciendo que
esta obligación se refiere no tanto al acto concreto cuanto al matrimonio...,
de modo especial debe presentarse el amor conyugal humano —es decir,
que abarca el alma y el cuerpo— como un verdadero fin del matrimonio,
como algo bueno en sí, con sus exigencias y leyes propias. En este sentido
el esquema parece deficiente. De poco sirve que se evite el término 'finis
secundarius', si en el fondo este amor se concibe sólo como algo ordenado
a la procreación. En este asunto tan importante debemos establecer prin-
cipios claros... Si no se reconoce abiertamente este amor como fin del ma-
trimonio, queda sin determinar qué relación existe entre los esposos. Los
cónyuges no se consideran mutuamente sólo como procreadores, sino tam-
bién como personas que se aman por razón de sí mismas». No sería sufi-
ciente presentar la doctrina de los fines del estado matrimonial para resolver
las cuestiones teológicas y prácticas: es preciso atacar el núcleo del pro-
ha regulación de los nacimientos 127
biema y esclarecer con principios generales el fin del acto concreto. Debería
afirmarse que la unión conyugal tiene también como fin el fomento del
amor mutuo de los esposos, pero como «finis ipsius operis» (como fin del
acto mismo), «que en sí es legítimo aun cuando no esté orientado a la pro-
creación». El Concilio —añadía el cardenal— debiera proponer abiertamen-
te, sin miedo ninguno, ambos fines del matrimonio como buenos y santos
en sí.
43 b
Pero quizá se haya de considerar esta alusión de David como ar-
gumento ad homirtem: según los conocimientos actuales, en el campo bio-
lógico no se da una orientación unilateral del acto a la procreación, por lo
menos en el hombre. La cópula, incluso en su aspecto biológico, posee en
'a mayoría de los casos otras funciones que dan sentido al acto —y esto no
per accidens, sino per se.
128 F. Bockle
44
Cf. J. B. Lotz, «Scholastik» 38 (1936), 336.
45
W. Brugger en un manuscrito policopiado.
La regulación de los nacimientos 129
F. BÓCKLE
9
TEOLOGÍA MORAL DEL MATRIMONIO
The Two Edged Sword, Milwaukee 1956, 90 ss. H. McCabe, The New
Creation, Londres 1964, 129 ss.
2
En The Meaning of Christian Marriage, 36-61. Cf. J. Kerns, sj, The
Theology of Marriage, Nueva York, 197 s.
3
Op. cit., 46-53.
132 Enda McDonagh
a) Aspecto legal
La obra mejor, más completa y más equilibrada de este tipo es, sin
duda, Contemporary Moral Theology. II, Marriage Questions5, de los
jesuítas americanos John Ford y Gerald Kelly. Podría parecer injusto
describirla como una obra jurídica, pero la exposición está dominada
por las realidades jurídicas de contrato, vínculo y derechos, y el empleo
de los datos bíblicos y sacramentales es mínimo. La terminología y la
escala de valores está mucho más ceñida al Código de Derecho Canó-
nico y a los canonistas que a la Biblia y a los teólogos. Sin embargo, una
vez que se reconocen y aceptan los límites del enfoque, la obra es un
filón de doctrina clara y provechosa6.
4
The Contemporary Crisis, The Meaning of Christian Marriage, 6-10.
5
Westminster (Cork) 1963.
6
Para una crítica sana pero dura de su enfoque, cf. D. Callaghan,
Authority and the Theologian, «Commonweal», Nueva York, 5 de junio de
1964, 319 ss.
Teología moral del matrimonio 133
7
Op. cit., 53. Cf. 42-47.
8
5
Op. cit., 57 ss.
Op. cit., 57.
10
11
Op cit., 47.
Op. cit., 103-126.
12
Op. cit., 49 ss. Cf. cap. 5 «The Essential Character of the Secondary
Ends», 75-102.
13
Op. cit., 110.
14
Op. cit., 114.
134 Enda McDonagh
34
Cf. John Marshall, Preparing for Marriage, Londres 1962, Id., The
Infertile Period, Londres 1963. Id., Family Planning; The Cathoüc View,
«World Justice» 3/4 (1961-62).
35
36
Londres 1960.
37
Londres 1963.
D. Barren (ed.), Notre Dame 1964.
38
39
Cf. supra, n. 6, 33.
40
Nueva York (Londres) 1964.
Nueva York 1964.
41
Nueva York 1964.
138 Enda McDonagh
Biezanek42, "el único médico católico del mundo que ha organizado una
clínica de planificación familiar", debería ser recibido por los teólogos con
benevolencia, a pesar de su peregrina teología.
Otras dos importantes obras seglares tratan el problema particular
de los métodos anticonceptivos y no se limitan a dar fe de su experien-
cia. Una de éstas, The Time Has Come 43, por el Dr. John Rock, pre-
cipitó de algún modo la presente controversia, al pretender que la pildora
antiovulatoria no se oponía a la ley natural. La otra, Contraception and
Catholics4*, por Louis Dupré, es un análisis de los actuales argumentos
con que la autoridad y la razón condenan el anticoncepcionismo. Dupré
defiende que ninguno de esos argumentos es definitivo.
De hecho, gran parte de la producción seglar consistía en artículos
y cartas publicados en un centenar de revistas y periódicos. Leo Pyle ha
prestado a estos escritores y a la continuidad del diálogo un buen servi-
cio al reunir muchos de ellos, junto con otras colaboraciones más oficiales
y profesionales, en The Pili45. Los lectores de inglés tienen aquí una
valiosa fuente impresa, al menos por lo que se refiere a un aspecto del
tema.
46
PATERNIDAD RESPONSABLE
51
En un curioso artículo, Scientific Basis of the Infertile Period, «Catho-
lic Herald», 6 de noviembre de 1964, el Dr. John Marshall cita un sorpren-
dente testimonio tomado de Palmer, distinguido ginecólogo francés no ca-
tólico, para mostrar la efectividad del método.
52
C. Pyle, «The Pili», passim.
52 a
John Rock, We can end the Battle over Birth Control, «Good House-
keeping», julio de 1961. Una versión abreviada apareció en el Reader's
Digest», septiembre de 1961.
52 b
53
John Rock, The Time Has Come, Nueva York 1963.
John Lynch, Notes OH Moral Theology, «Theological Studies» 23
(1962), 239-243; Id., The Time Has Come, «Marriage» 45 (1963), 14-17;
Thomas Connolly, The Time Has Come, «Aust. Cath. Record», 41 (1964),
12-27; 103-123.
54
Cf. Pyle, op. cit., 35-90.
a) El argumento de autoridad
'
60
T Connolly, The Time Has Come, «Aust Cath Record» 41 (1964), 26
Cf supra, n 55
61
Gerald Kelly, sj, Chnstian Unity and Cbnstian Mamage, «Theology
Digest»
61 a
9 (1963), 205
Loe cit
62
«La pildora anticonceptiva tal como la tenemos hoy no difiere en
nada de la pildora condenada por la Santa Sede No se han dado a conocer
nuevos factores médicos que hagan hoy su empleo anticonceptivo moralmen
te distinto del empleo anticonceptivo que declaraba inmoral Pío XII hace
cinco años y medio En consecuencia, a menos que y hasta tanto que la
Santa Sede no dé su aprobación a otra doctrina (eventualidad sumamente
improbable), ninguna autoridad menor en la Iglesia —y menos aún un teó
logo particular— es libre para enseñar una doctrina distinta o para liberar
a los católicos de su obligación de aceptar la enseñanza pontificia » Citado
de « N C W C News Service», 15 de febrero de 1964, en Pyle, op cit
63
Loe cit
64
65
Cf L Pyle, op cit, 95
Op cit, 159 ss
Teología moral del matrimonio 143
66
Loe. cit.
67
68
L. Dupré, Catholics and Contraception, Baltimore 1964, 31.
G. Baum, Is the Chruch's Position on Birth Control Infallihle?,
«The Ecumenist» 2 (1964), 83-85. Publicado de nuevo, con algún material
adicional y varios cambios, con el título de Can the Church Change Her
Position on Birth Control?, en «Contraception and Holiness», Nueva York
1964, 311 ss. Rerefencias al libro.
< " Op. cit., 314.
70
Ibid., 315.
" Ibid., 317.
72
Ibid., 317-318.
721
F. H. Drinkwater, Ordinary and Universal, «The Clergy Revíew»,
enero de 1965, pp. 2-22.
144 Enda McDonagh
basándose en el texto del Génesis77. Sus ideas acerca del uso del sexo sin
pecado, sólo para la procreación, y su subsiguiente influencia hacen muy
difícil que todo ello pueda constituir una verdadera tradición. Las repe-
tidas condenaciones hechas por el Santo Oficio en el siglo xix son una
indicación 78. Por lo demás, parece un tanto severa la siguiente conclusión
de Sullivan)79: "Que exista una tradición condenando los medios anticon-
ceptivos anterior a las tres últimas décadas resulta infundado." Su prueba
parece incompleta, como cuando supone que las condenaciones oficiales
comienzan en 1951. Hay al menos dos anteriores, una de 1822 y otra de
1842, indicadas en Denzinger-Schónmetzer y toda una historia de con-
denación de teólogos en los siglos antecedentes80. En todo caso, se ha
dado ese desarrollo en la comprensión desde tiempos de san Agustín e in-
cluso de santo Tomás, hasta llegar, como hemos referido, a la actual apa-
rición de las ideas de paternidad responsable con su consecuencia de cierta
limitación de la natalidad y la perfección a través del amor sexual; no
obstante, es imposible decir que la evolución es completa o que existe
un argumento decisivo de la tradición primitiva proscribiendo los mé-
todos anticonceptivos.
teólogos; por ejemplo, Ford", Kelly100 y Duhamel 101 . Según ellos, para
que sea un verdadero acto de amor debe ser "un acto de amor pro-
creativo".
Dupré m critica este argumento fundándose en que el hombre como
criatura histórica no puede comprometerse totalmente en un único acto.
Esto es cierto en el sentido de que no puede comprometerse o expresar-
se exhaustiva y definitivamente, pero sí puede comprometerse totalmen-
te según es en un momento dado. De lo contrario, el compromiso per-
manente del matrimonio no podría ser asumido por el único acto del
consentimiento, ni sería posible para el hombre consumar con un solo
acto la aceptación de Dios en la fe o su repulsa seriamente pecaminosa.
Sin embargo, el argumento tiene cierto aire de haber sido elaborado
ad hoc: precisamente porque se conoce de antemano que el anticon-
cepcionismo es erróneo. Se requiere una ulterior reflexión sobre el amor
sexual y su expresión antes de que pueda ser considerado como entera-
mente convincente. Con todo, si existe algún argumento decisivo contra
el acto anticonceptivo individual, la mejor esperanza de hallarlo parece
residir en un análisis del acto conyugal como comunicación de amor
conyugal.
59
100
Ford and Kelly, op. cit., 289-291.
G. Kelly, «Contraception and Natural Law», loe. cit., 40-42.
"" G. Duhamel, sj, The Catholic Church and Birth Control, Nueva
York 1963, 13-14.
102
103
Op. cit., 77 s.
104
McHugh and Callan, Moral Theology II, Nueva York 1958, 615.
Cf. M. Novak (ed.), The Experience of Marriage, Nueva York 1964,
passim.
150 Enda McDonagh
K!5
A. Zimmermann, svd, Some Reasons Why the Church opposes Con-
traception, «A.E.R.» 150 (1964), 254-255.
106
T. Rock, loe. cit.
107
L. Dupré, op. cit.
,08
T. Roberts, Contraception and War, Objections to Román Catholi-
cism, Londres 1964, 173; Id., Introduction, «Contraception and Holi-
ness», 20.
Teología moral del matrimonio 151
CONCLUSIÓN
ENDA McDomcH
'•" Cf. Ford and Kelly, op. cit., 291 s.; G. Kelly, «Contraception and
Natural Law», loe. cit., 34-35.
110
M. Novak, «Toward a Positive Sexual Morality», loe. cit., 113 s.
Documentación Concilium *
varán a una visión más realista de lo que las Iglesias del Oriente ortodoxo
son en sí mismas y con relación a la Iglesia de Roma.
La primera tarea que se imponía a los redactores de esta primera parte
del Decreto era situar en su contexto histórico real a las Iglesias de Orien-
te. Porque la gran tentación de la eclesiología católica durante estos
últimos siglos —tentación a la que con frecuencia le ha sido difícil esca-
par completamente— consiste en construir una visión abstracta de las
cosas, a partir exclusivamente de los razonamientos lógicos que se fundan
sobre un punto de vista exacto en sí mismo, pero unilateral. No pocos
teólogos católicos de la Iglesia, desde el final de la Edad Media, por el
hecho de haber perdido el contacto con la realidad histórica del Oriente
cristiano han elaborado síntesis eclesiológicas en las que determinados
aspectos del misterio eclesial aparecían como hipertrofiados, mientras
otros, no menos importantes, eran más o menos perdidos de vista. La
primera finalidad del Decreto en su consideración particular de las
Iglesias orientales es, pues, volver a una perspectiva más justa apoyada
sobre la historia y que permita dar cuenta del carácter eclesial conser-
vado hasta hoy por las comunidades del Oriente no católico.
En la base de esta visión está una constatación histórica bien sim-
ple, pero cuyo alcance le es difícil captar hoy plenamente al teólogo
católico. Mientras el Occidente cristiano, el mundo latino, no poseía
más que una Iglesia, la Sede de Roma, cuya fundación apostólica era
indiscutible, en Oriente, cuna de la fe cristiana, varias Iglesias pueden
atribuirse legítimamente una fundación apostólica; piénsese, por ejem-
plo, en Jerusalén o Antioquía, Chipre o Tesalónica. Entre ellas, algu-
nas emergen en seguida de una forma particular ; son aquellas que se
convertirán en los grandes Patriarcados históricos, a los que se sumará
en el siglo iv la Iglesia de Constantinopla que, por razón de su impor-
tancia política —capital del Imperio de Oriente y Nueva Roma de los
emperadores—, llegará muy pronto a ocupar el primer puesto entre
las antiguas sedes de Oriente. Cabe discutir sobre la legitimidad de la
promoción de Constantinopla al primer lugar de las Iglesias del mundo
cristiano oriental. Pero cualesquiera que sean las opciones que se tomen,
un hecho sigue en pie: cuando la primacía de Constantinopla, después
de Roma, ha sido reconocida y sancionada en Oriente, lo ha sido en
razón de consideraciones eclesiológicas diferentes de las que eran per-
cibidas por Roma. Porque, si la apostolicidad única y privilegiada de
Roma en Occidente había permitido al mundo latino distinguir en ella
muy pronto su función sin igual y su primacía, el Oriente, por el con-
trario, ponía un acento muy particular en las relaciones fraternales que
debían existir entre Iglesias que podían, todas ellas, referirse a una
fundación apostólica igualmente venerable.
Ese hecho es lo que ha querido reconocer la adición bastante larga
Significación del Decreto "De Oecumenismo" 157
cas orientales con los que se ha reunido en Jerusalén está lleno de sig-
nificación teológica No se ofrece un cáliz a jefes de Iglesia cuya cele-
bración eucarística se estima ilegítima En el reciente mensaje dirigido
a la conferencia de Rodas se ha mostrado más explícito aún "Que la
candad alimentada en la mesa del Señor nos haga cada día más pre-
ocupados por la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz " ¿No cons-
tituye esta expresión una confirmación elocuente del texto De Oecu-
menismo que afirma que por la celebración de la Eucanstía las Iglesias
ortodoxas crecen en la única Iglesia de Dios?
Se comprende así que el texto De Oecumenismo haya podido pro-
poner no sólo que la commumcatio tn sacns con las Iglesias orientales
no católicas sea posible, en circunstancias naturalmente bien determina-
das, sino que hasta pueda ser recomendada Los principios generales de
la mitigación de la disciplina relativa a la Comuntcatio tn sacns habían
sido enunciados en el párrafo 8 del capítulo II, que hablaba del ejercicio
práctico del ecumenismo por los católicos Es cierto, por una parte,
como reconoce el texto, que, siendo la commumcatto tn sacns un signo
de unidad, no puede ser aplicado en aquellos casos en que esta unidad
no existe Pero aquí interviene un segundo principio hay casos en los
que la abstención de la communicatio m sacns puede ser un escándalo
para los fieles y ahondar divisiones que no son más que superficiales
Tal es a veces el caso en el Próximo Oriente La gracia procurada por
los sacramentos o la oración común puede además, en casos determina-
dos, recomendar la commumcaUo in sacns No hay en esto oposición
entre la doctrina enseñada por la Iglesia y una praxis opuesta, sino dos
aspectos de una misma cuestión, a saber, la vida de la gracia en la Igle-
sia, la comunión vivida en la unidad, que a veces impide la commum-
catto tn sacns y a veces, por el contrario, la impone como una necesidad
Sin embargo, se debe evitar con cuidado una visión demasiado sim-
plista de las cosas La commumcatto tn sacns, por el hecho de compro-
meter y afectar lo más profundo del misterio de la unidad de la Iglesia,
no puede ser practicada a la ligera Y mucho menos puede convertirse
en un medio de prosehtismo camuflado. Supone ante todo, como con-
dición sme qua non, para no perjudicar al trabajo ecuménico, ser una
cosa aceptada consciente y lealmente por las dos partes En ningún caso
puede ser cosa de individuos aislados, sino que compromete necesaria-
mente a los jefes responsables de las dos Iglesias en presencia Para con-
vertirse en un medio de acercamiento con vistas a la plena comunión
entre nosotros y nuestros hermanos de Oriente, debe ser objeto de un
acuerdo explícito entre los obispos católicos y los ortodoxos A estos últi-
mos se les reconocen rasgos esenciales de la verdadera Iglesia Esto es
lo que nos permite proponerles la commumcatto, pero en manera alguna
podemos imponérsela o practicarla sin su consentimiento Sería obrar en
Significación del Decreto "De Oecumenismo" 167
Desde hace ya varios años realizan los exegetas de las grandes con-
fesiones cristianas un fructífero trabajo en común. Se han asociado en
una Societas neotestameníica y se reúnen anualmente, para estímulo mu-
tuo, en un congreso científico. Desde hace algún tiempo vienen esfor-
zándose algunos miembros del círculo de editores de la "Zeitschrift für
evangelische Ethik" (Editorial Gerd. Mohn, Gütersloh) por llegar a una
asociación de catedráticos de ética cristiana.
Del 9 al 11 de octubre se reunió en Basilea un número relativamente
grande de catedráticos de Universidad (principalmente de las Facultades
evangélico-reformadas) procedentes de Helsinki, Oslo, Lund, Copenha-
gue, Amsterdam, de toda Alemania, Estrasburgo, Debrecen, Bratislava,
con objeto de fundar una Societas ethica. Por desgracia, sólo asistieron
algunos representantes de las Facultades de teología católica. En esta re-
unión fundacional no sólo se intentó establecer los estatutos y el pro-
grama, sino que además tuvo lugar un debate sobre un tema de actua-
lidad : "La fundamentación teológica de la ética ante las nuevas exigen-
gias de una 'New morality' ".
Las ponencias introductorias estuvieron a cargo del prof. Mehl, de
Estrasburgo —por parte evangélica—, y del prof. W . Schóllgen, de
Bonn —por parte católica—.
Después de un debate muy animado, que se centró sobre todo en el
problema de si en sucesivos trabajos se debería partir más bien de cues-
tiones de principio o, por el contrario, de cuestiones de la vida concreta
(por ejemplo, del matrimonio) siguiendo un método inductivo, quedó
oficialmente establecida la Sociedad.
Como representante católico fue llamado a la junta directiva el
profesor F. Bockle, de Bonn. El primer congreso anual debe tener lu-
gar ya este mismo año, en Basilea, del 30 de agosto al 2 de septiembre.
El tema será: El Matrimonio en sus aspectos sociológico, exegético y
ético. El Presidente de la sociedad es actualmente el prof. Dr. H. van
Oyen, de Basilea. Lleva el secretariado de la Sociedad el Dr. K. Bock-
mühl, C H —4153— Reinach, Lachenweg 36, Suiza.
F. BOCKLE
COLABORADORES DE ESTE NUMERO
FRANZ BÓCKLE
RENE COSTE
ENDA MCDONAGH
GIACOMO LERCARO
EDWARD SCH11XEBEECKX
(V. Concilium, n. 1)