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solucionar los
Problemas; de modo que la Independencia inauguró un largo proceso de inestabilidad
política que resultó muy costoso para la sociedad, aunque se inició una serie de reformas
fiscales y legales que empezarona modernizar la economía de la nueva república
independiente.
En contra de la idea de que la opresión colonial impedía todo progreso económico, idea que
la historiografía tradicional comparte con los criollos de esa época, en el Virreinato de la
Nueva Granada se desarrolló la minería del oro, un sector muy dinámico que creció al 2,5%
anual entre 1750 y 1800, tasa notable para una economía precapitalista, que lo convirtió en
el sector líder de la economía colonial.
“La inclusión de la ciencia nueva en los estudios universitarios, las expediciones mineras a
México, Nueva Granada y Perú, la expedición botánica de la Nueva Granada en 1780, la
creación de ramos de la sociedad económica de Amigos del País en diversas capitales de las
indias, y la rápida introducción de la vacuna contra la viruela” (Phelan, 1980: 33),
fueron algunos de los signos de ese espíritu reformista.
El reformismo borbónico a finales del siglo XVIII fue la nueva forma que asumió
la política del Estado español cuyos lineamientos políticos, económicos y sociales pueden
definirse en los siguientes términos: la introducción de la economía en el nuevo ejercicio
político de la corona, la redefinición del estatuto de las colonias americanas que se
consolidan como unidad territorial, la definición de una nueva imagen del Estado que
modificó la índole de la monarquía haciéndola aparecer como régimen despótico ilustrado y
la aparición
de la población como problema específico del gobierno. El despotismo es claramente, un
gobierno económico.
“los hombres en todos tiempos y en todos países son unos mismo en quanto á su aptitud á
tomar estas, ó las otras costumbres; y consiste asimismo en gran parte en el gobierno el
aumento de la población: sobre todo, el aumento político, esto es, que un hombre valga por
diez para todos los fines políticos del Estado, esto pende del buen gobierno” (Ward, 1782:
212- 213). Se trata entonces del gobierno de la población, no de los individuos, y esta
transformación sutil, encarna un valor antes inexistente.
Habrá, sin embargo, una cesura importante para la acción económica política
de la población y es la referida a los efectos producidos sobre esa
porción de ella que va a habitar la escuela: la infancia. La multiplicidad de
individuos ya no es pertinente, la población sí lo es (Foucault, 2006: 63). El
Estado conocerá a la infancia en la escuela y la convertirá en blanco social
y político de efectos, así, la infancia se conforma en una de las primeras
manifestaciones de la población.
36, vecinos principales, clérigos o funcionarios, elevaban peticiones al Monarca para que
diera licencia a los padres de la Compañía para fundar casas, de tal manera que los
pobladores pudieran gozar de su
“…enseñanza y santa doctrina Apostólica”. Por lo general dichas solicitudes iban
acompañadas del registro o cuenta de “…las largas limosnas con las que [acudían] los
particulares”. De esta manera, los Jesuitas concitaron en la población no sólo cierta
necesidad, sino también el respaldo económico y social para la creación de seminarios y
colegios donde se educaran los hijos de las clases beneméritas, llegando a regentar por esta
y muchas otras vías, establecimientos en la capital del Reino37 así como en Tunja,
Popayán, Cartagena, Antioquia, Mompox, Pasto, Buga, Vélez, Pamplona y Honda38 fueron
instruidos por preceptores particulares que acudían a las residencias de los españoles a
enseñar los primeros rudimentos. Estas “escuelas hogareñas dedicadas a la enseñanza de los
niños en la misma casa” (Nieto, 1955: 74), fueron en general las escuelas habidas en la
época de la Colonia43.
“¿Quién podrá dudar que la enseñanza pública debe estar baxo de la protección del
Príncipe? preguntaba el propio monarca en la Cédula del 14 de agosto de 1768,
respondiendo al punto que sólo a él como esencia del Estado le incumbía el cuidado y
superintendencia de la educación, que los simples preceptores y todas las comunidades
religiosas dependían de la autoridad Real, y que extinto el “Cuerpo” de la Orden a quien
estuvo confiada la enseñanza, le correspondía “…al Príncipe proveer a beneficio de la
Nación la protección y el Patronato de los estudios”
Surgió así una múltiple definición en la que se introdujeron unas nuevas categorías sobre el
asunto de la educación. En primer lugar, se puso de presente que existía un interés público
que demandaba la presencia estatal para que la enseñanza fuera sacada de la interioridad de
una Orden, cualquiera que ella fuera, pasando a colocarla como una función social y
pública.
Así, se declaró la preferencia por los maestros y preceptores seglares, separados de las
Órdenes Religiosas, estableciendo entonces este nuevo carácter para el que enseña, y
garantizando que solamente este tipo de sujetos podrán aplicarse a ese oficio47.
Los directores tenían además la obligación de remitir al Concejo copias de todos los
decretos, resoluciones y providencias relativas al funcionamiento de los claustros, así como
las quejas sobre injusticias en la oposición de las becas y las cátedras; conceptuar sobre las
causas y soluciones de la decadencia de los estudios; vigilar la asistencia y cumplimento de
las lecturas y las clases de Catedráticos y Graduados, “…contener el luxo y corrupción de
costumbres de todos los Profesores y escolares”