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Profesorado Socio Emocionalmente Competente PDF
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Aguadores en extinción
Hubo una época no muy lejana en que existía la profesión de aguador, que consistía en
ganarse la vida acarreando agua a las casas para surtir a las que carecían de ella. Con la
irrupción del agua potable y las cañerías que la llevaban directamente al consumidor, el oficio
fue quedando obsoleto y tuvo que reconvertirse. En tiempos como los actuales en los que la
información circula cada vez más por canales virtuales que la hacen llegar fácilmente a los
receptores que la reclaman, el profesor no puede pretender mantener como cometido central
de su profesión el rol de porteador de información si no quiere verse progresivamente
superado por una realidad en permanente y acelerado cambio. Este progresivo desfase del
rol de transmisor de información debería ayudar a desarrollar y potenciar definitivamente,
en niveles obligatorios de enseñanza, el papel docente de entrenador de competencias de
aprendizaje autónomo en los alumnos, entre las cuales debería ocupar un lugar preferente la
capacidad para contagiar ganas de aprender y seleccionar contenidos provechosos. Educar es
entusiasmar. Las competencias del profesorado deberían ir evolucionando al ritmo que la
sociedad va marcando: las nuevas tecnologías imponen una adaptación constante, pero
también las nuevas estructuras familiares y las nuevas formas de socialización. El
profesorado ha de adaptarse a la situación, rectificar lo disfuncional, rediseñar situaciones.
Las aulas actuales son escenarios donde se representa una obra en permanente cambio que requiere
un continuo rediseño de los roles de los protagonistas directos, especialmente profesores y alumnos,
sin descuidar a las familias. El papel del educador incluye competencias pedagógicas y para-
pedagógicas, además de un compromiso ético y moral. En el mundo educativo hay implicadas muchas
variables no educativas (poder, logística…) que determinan el fracaso o el éxito de las iniciativas.
Tras períodos más centrados en el aprendizaje académico y, posteriormente, en el metaaprendizaje
(aprender a aprender), el epicentro sismo-pedagógico cada vez más se desplaza hacia el
fortalecimiento de competencias socio-emocionales imprescindibles para tener éxito en metas
académicas o de cualquier otra índole: aprender a querer aprender, lo que implica, desde el punto de
vista del profesor, que cada vez va a pesar más en su bagaje profesional la capacidad de enseñar a
aprender a aprender.
Frente a los recelos que estos temas a veces provocan en un determinado perfil del profesorado más
cercano a defender un perfil académico en las clases obligatorias, conviene puntualizar que el fracaso
académico sólo se arregla cuando el fracaso socio-.emocional (en forma de falta de esfuerzo,
perseverancia, autocontrol o automotivación, por ejemplo) que lo sustenta desaparezca. Pero es que
además son las socio-emocionales competencias más aplicables, transferibles y funcionales que la
mayoría de conocimientos académicos que habitualmente se consideran “importantes”. Además,
trascienden cualquier materia y están presentes en los contenidos de cualquier currículo, por lo que
deberían ser el contenido transversal por excelencia y la gran meta educativo-social a perseguir
dado su peso en un desarrollo pleno y equilibrado de la personalidad. Sin embargo, se da la paradoja
de que, a pesar de su importancia, a las competencias socio-emocionales, se les presta una atención
mínima y marginal, y su entrenamiento se limita habitualmente al mundo de los aprendizajes implícitos
y, lo que es peor, improvisados (currículo oculto). No es extraño ver cómo se rebuscan estérilmente
soluciones académicas a problemas cuyas causas son fundamentalmente socio-emocionales.
Cuando a profesores o personas adultas de otras profesiones se les pide que recuerden a sus
mejores profesores, es decir, aquellos que más les impactaron benéficamentre, el 90% de las
cualidades que suelen atribuirles son de carácter socio-emocional: cercanía, confianza,
credibilidad, capacidad para motivar, respeto, disponibilidad… Sólo alrededor de un 10% de
cualidades tienen carácter cognitivo-académico (explicaba muy bien, sabía mucho, era muy
culta…). Esto nos indica la importancia que estos aspectos tienen para los alumnos presentes
y pretéritos. También cuando se pregunta a profesionales de éxito en diferentes campos
(deportistas, científicos, artistas…) a qué atribuyen el mismo, las respuestas van por los
mismos derroteros: consideran que han tenido mucho que ver competencias socio-
emocionales tales como la fuerza de voluntad, la perseverancia, la fortaleza mental o la
capacidad de superar obstáculos. Podemos por tanto aceptar sin demasiadas dudas que los
aspectos socio-emocionales están bien presentes en el proceso educativo, pero también en
cualquier faceta personal o profesional que se emprenda.
El profesorado, primero
Para enseñar/entrenar competencias socio-emocionales, hay que empezar por uno mismo. Poco se
consigue cuando un profesor pretende inculcar en sus alumnos competencias sociales o emocionales
que no domina ni aplica a sí mismo. El profesor debe atender a una doble faceta debido a su liderazgo
socio-emocional en el aula: por un lado, debe formar a los alumnos en competencias socio-emocionales
y por otro lado, debe formarse él/ella: para cumplir mejor su misión; para sentirse mejor; para
educar a sus alumnos; para que éstos se sientan mejor. Sólo un profesor emocionalmente competente
puede ayudar a desarrollar en sus alumnos las competencias socio-emocionales necesarias para
conseguir un clima de trabajo efectivo y de plena convivencia. Las competencias socio-emocionales
son el factor diferencial que caracteriza a los profesores eficaces, emocionalmente saludables y
benéficamente influyentes sobre sus alumnos.
Ante las mismas situaciones, hay profesores que salen airosos convirtiendo los problemas en desafíos
profesionales, mientras que otros sucumben sumergiéndose en un mar de críticas y culpabilizaciones,
generalmente hacia los demás. El profesor emocionalmente competente es el que sabe jugar sus
bazas lo mejor posible; en vez de quejarse de las cartas que le han tocado. Las bazas son las variables
presentes en el aula y sobre las cuales cada profesor tiene cierta capacidad de intervención para
modificarlas en beneficio de los objetivos perseguidos. La intervención sobre todas esas variables
modificables presentes en el aula es lo que llamamos Gestión del aula. La capacidad de gestión del aula
debería formar parte del bagaje de competencias profesionales imprescindibles para ser eficaz en
las aulas.
La triple preparación
No es suficiente con prepararse pedagógicamente a base del acopio de técnicas y estrategias de
gestión metodológica u organizativa. Un profesor bien pertrechado necesita una triple preparación:
psicológica, pedagógica y logística. El profesorado ha de estar mentalizado, preparado y poderoso,
que se corresponden con los tres factores necesarios para alcanzar una óptima eficacia docente:
querer, saber y poder. El profesor que quiere implicarse, sabe cómo hacerlo y tiene la suficiente
capacidad de influencia sobre sus alumnos tiene muchas posibilidades de conseguir los objetivos que
se proponga. Llamémosle profesor QSP (quiere-sabe-puede).
En cualquiera de los tres ámbitos pueden aparecer conflictos a gestionar por el profesor y en los que
desplegar las diferentes competencias socio-emocionales, convirtiendo debilidades momentáneas en
fortalezas más o menos permanentes. Es la fortaleza emocional la que nos permite enfrentarnos a
situaciones y tareas difíciles. Un profesor apoyado, responsable, predispuesto, educador, entrenador,
empático, autocontrolado, balsámico, preparado, poderoso, táctico, es decir, mucho más que un
técnico.
Competencias intrapersonales
Autoconocimiento. Capacidad de reflexionar sobre las propias emociones y estados de ánimo,
vigilando especialmente el grado de satisfacción ligado a la profesión y el nivel de ansiedad.
Autocontrol. Capacidad de inhibir respuestas, pensamientos o emociones impulsivos que nos
puedan generar posteriores perjuicios.
Autoestima. Conjunto de juicios de valor sobre sí mismo ligados fundamentalmente a la sensación
de valer para algo (sentirse capaz) y valer para alguien (sentirse valorado y apreciado).
Automotivación. Capacidad de emprender nuevas metas por propia iniciativa y liberar las energías
necesarias para ello.
Estilo atribucional. Forma de explicarse los propios éxitos y fracasos.
Resiliencia. Capacidad de superar adversidades, saliendo fortalecido de las mismas.
Competencias interpersonales
Asertividad. Capacidad de hacer valer los derechos propios sin vulnerar los ajenos, y considerar
los derechos ajenos sin renunciar a los propios. Respetarse mutuamente.
Comunicación. Capacidad de intercambiar mensajes verbales o no verbales para conseguir
determinados objetivos.
Empatía. Capacidad de conectar afectivamente con los demás y de ponerse en su lugar.
Comprender a los demás y conectar afectivamente con ellos.
Gestión de conflictos. Capacidad de afrontar problemas de forma saludable, creativa y pacífica.
Influencia o poder. Capacidad de conseguir cambios en las conductas, pensamientos o emociones
de otras personas con nuestras intervenciones.
Negociación. Capacidad de llegar a acuerdos y hacer encajar objetivos aparentemente
incompatibles mediante la flexibilización de posturas y la modificación de actitudes.
En síntesis, podríamos decir que en las aulas no hay un solo fracaso escolar: además del tan cacareado
fracaso académico, hay un fracaso socio-emocional, reflejado en la debilidad de competencias
sociales y emocionales, siendo este segundo el responsable del primero, y por lo tanto, la llave
obligada para solucionarlo, sobre la base de una mentalidad proactiva interna: al lado de una queja
paralizante sobre lo que no hacen los demás, siempre hay una acción propia movilizante .que nos
acerca a la solución.
Referencias bibliográficas
VAELLO ORTS, J. (2003): Resolución de conflictos en el aula. Santillana.
VAELLO ORTS, J. (2005): Las habilidades sociales en el aula. Santillana.
VAELLO ORTS, J. (2007): Cómo dar clase a los que no quieren. Santillana.
VAELLO ORTS, J. (2009): El profesor emocionalmente competente. Graó.