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El pupitre

Leandro Stagno (*)

De acuerdo con el aspecto del salón de clase y el estado del escritorio del maestro, es
posible juzgar acerca del valor de la educación que se imparte (...). No sería excesivo
insistir en la eficacia de este lenguaje de los objetos exteriores y la importancia que
tendrían para las nuevas generaciones esos hábitos de limpieza, ese gusto por el orden
que se desea inspirar con el cuidado puesto en la instalación material de las escuelas.

Buisson, Ferdinand (dir.), Dictionnaire de pédagogie, París, Librairie


Hachette et Cie, 1887, pág. 1944.1

Si hay un objeto que nuestra memoria nos trae cuando pensamos en escuelas ese
es -seguramente- el pupitre. ¿Por qué la escolaridad necesitó que hubiera
pupitres?, ¿qué clase de objeto es, qué produce?, ¿por qué hay distintos tipos de
pupitre?, ¿es solo una cuestión de modernización de los materiales? El pupitre,
banco, escritorio es uno de esos aspectos materiales que nos da pistas acerca de
cómo la escuela se ha ido consolidando con producciones y tecnologías de
distintas épocas, y que ha logrado instalarse y perdurar.

Hacer masiva la escuela implicó regular en detalle lo cotidiano; entre ello, el uso de los
espacios, para alcanzar un ideal de orden y disciplina. Como dice el epígrafe, Buisson
señalaba la "instalación material de la escuela" como uno de los indicios para examinar
el orden y el valor de la educación impartida. El escritorio del maestro era uno de los
pilares de la calidad de la enseñanza. Sin embargo, el Diccionario dedicaba gran parte
de los argumentos sobre la mejora educativa a otro componente: el escritorio de los
alumnos.2

Los primeros pupitres fueron, por lo general, bancos móviles de dos o más plazas,
similares a los utilizados en las iglesias. No solo era parecido su formato, sino la
finalidad de su uso: lograr una adecuada disposición de los cuerpos en el espacio y
posibilitar -así- el desarrollo de un ritual y el logro de una transmisión. De hecho,
pupitre proviene del latín pulpitum, es decir: púlpito, lugar utilizado en las iglesias para
leer las Sagradas Escrituras y llevar a cabo la prédica.

El pupitre escolar fue puesto en el centro de discusiones y reflexiones de


administradores, académicos y directores de escuela. Había un acuerdo en considerarlo
un objeto que podía hacer peligrar el orden y la higiene de los alumnos. Un pupitre
confeccionado erróneamente no prevenía las posturas consideradas "nocivas",
desencadenantes de patologías como lordosis, miopía o escoliosis. Tampoco garantizaba
una posición correcta de los niños, requerida para llevar a cabo un control de los
movimientos y, a través de ellos, que la tarea se estaba realizando.

Hubo discusiones acerca de las características que debía tener: dimensiones, cantidad de
lugares, movilidad, uniformidad, materiales usados para su fabricación, entre otros
aspectos. ¿Cuáles debían ser sus dimensiones?, ¿serían fijos o móviles?, ¿uno para niñas
y otro para niños?, ¿individual o de varias plazas?, ¿graduables de acuerdo con las
distintas edades? Esas diferentes opciones dan cuenta de la preocupación que ligaba la
situación de enseñanza a disponer los cuerpos de determinado modo, y que pudieran ser
vistos.

Los métodos de enseñanza de la lectura y la escritura se sumaron a las preocupaciones


por el formato del pupitre. Se esperaba que sus dimensiones fuesen adecuadas a la talla
de los niños, para que ellos pudiesen escribir sin levantar los hombros ni bajar la cabeza
y la espalda. La distancia entre el ojo y la mesa, el ángulo óptico de la mirada, la caída
de la mano y la ubicación del libro o el cuaderno eran otras de las cuestiones a
considerar. Además, debían impedir el deslizamiento de los libros, al tiempo de brindar
cierto confort para leer y escribir.

Se decía que los de tipo móvil beneficiarían la libertad de movimiento, aunque podían
dar lugar a desplazamientos y comunicaciones "no deseados", que quedarían fuera de la
mirada del maestro. Algo parecido se sostenía cuando se comparaba el banco individual
y el de varias plazas; planteando que el primero facilitaba la vigilancia, aislaba al
alumno del resto de sus compañeros y permitía al maestro pasar por los pasillos fijados
entre cada emplazamiento. Si se utilizaba fundición de hierro para su construcción, se
obtenía como producto un mueble liviano, fácil de trasladar, aunque se ponía en duda su
resistencia frente a choques violentos y el paso de los años. La inclusión del tintero y de
las pizarras en la mesa también fue objeto de análisis de las producciones higienistas, en
tanto posible foco de infección debido a la costumbre de borrar con saliva o llevar la
pluma a la boca antes de escribir.

La máxima retomada por Ferdinand Buisson,"el banco debe adaptarse al niño y no el


niño al banco", exigía tener pupitres de diferentes tamaños. Esto era óptimo desde el
punto de vista fisiológico promulgado por los discursos higienistas, aunque
excesivamente caro desde el punto de vista de los recursos económicos de los estados.
Una de las soluciones adoptadas fue procurar la estandarización de las dimensiones, a
través de considerar las tallas promedio, pronto nominadas como normales.

Así, el pupitre formó parte de la "normalización" que intentó sujetar todo a un supuesto
parámetro común. El "lenguaje de los objetos exteriores"tendió a individualizar y a
corregir los desarrollos físicos y los hábitos de limpieza que no se ajustaban al patrón
normal, así como los comportamientos dentro del aula que no evidenciaban "el gusto
por el orden que se desea[ba] inspirar con el cuidado puesto en la instalación material de
las escuelas".

(*)Fac. de Humanidades y Ciencias. de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.

1. Agradezco a la Profesora Marcela Ginestet por la traducción del francés y a los


encargados de la Sala Americana de la Biblioteca Nacional de Maestros por permitir el
acceso a esta fuente, de gran importancia para los estudios históricos de la educación.
2. Buisson, Ferdinand (dir.), "Mobilier scolaire", Dictionnaire de pédagogie et
d'instruction primaire, 1º parte, t. II, París, Librairie Hachette et Cie, 1887, pág. 1940-
1948.

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