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Asunción recibió con regocijo popular la ascensión del doctor Francia al Poder
Supremo. Las sombras cayeron sobre el Paraguay.
No esperó el doctor Francia los cinco años que le señaló en Congreso de 1814
como plazo de duración de su gobierno. Convocado para fines de mayo de
1816 un nuevo Congreso, sus emisarios propagaron la necesidad de declarar
la perpetuidad de la Dictadura. En la capital surgieron disidencias. Las
encabezaba Mariano Antonio Molas, hasta entonces partidario de Francia,
quien sostenía que la perpetuidad en el gobierno violaba los principios
republicanos. En la sesión inaugural del 30 de mayo de 1816, el Congreso no
llegó a ningún acuerdo; cuando el 1º de junio prosiguió sus sesiones, cuatro
compañías de infantería estaban formadas frente al templo de la Merced. La
precaución era innecesaria. El diputado Manuel Ibáñez, representante por Villa
Real, ensalzando la personalidad del doctor Francia, pidió que el Congreso le
proclamase dictador perpetuo “con calidad de ser sin ejemplar”, la Asamblea,
puesta en pié, así lo hizo. Resolvió que el Congreso General se reuniera cada
vez y cuando el dictador lo tuviese por conveniente. Mientras vivió el doctor
Francia no creyó necesario convocarlo.
Francia sostuvo con gran fuerza el derecho del Paraguay a navegar libremente
por los ríos hasta el mar, sin cuyo ejercicio sería vano intentar todo comercio
con Europa. El Paraguay no era dueño de navegar sus ríos. Entorpecían su
navegación comercial miles de trabas. Los barcos eran constantemente
registrados o saqueados por bandas que acechaban los convoyes paraguayos.
Con la detención del tráfico fluvial al Sur se completó la clausura del país.
Desde entonces, invisibles e impenetrables montañas se levantaron en torno
del Paraguay. El territorio de la República fue señalado como cárcel inviolable
de todos sus habitantes. Había órdenes estrictas para impedir la salida de
ninguna persona y el solo intento se pagaba con la muerte. Los extranjeros que
se hallaban en el Paraguay, en su mayoría comerciantes tuvieron que
acompañar a los nativos en su suerte. Cuando el cónsul inglés en Buenos Aires
se interesó por la suerte de sus compatriotas, Francia le contesto que habiendo
ellos aportado por su voluntad “era natural que se acomodasen con las leyes
temporales que exigiese la situación y circunstancias políticas del país”. Si el
alejarse del país era empresa quimérica, el entrar en él era peligroso. Los
miembros de una expedición dirigida por el francés Pablo Soria, que estudió las
posibilidades de navegación del Bermejo, fueron enviados en Villa Real.
Toda correspondencia con el exterior quedó cortada. Los oficios que venían
para el dictador eran admitidos, pero no contestados, y sus portadores
quedaban prisioneros. Traer una carta para el doctor Francia se volvió empresa
suicida. Ya nadie quería hacerlo, en vista de lo cual idearon los gobernantes de
Corrientes el recurso de valerse de los indios y el dictador ordenó que éstos
fueran “severamente escarmentados”. El dictador necesitaba divulgar en el
exterior sus puntos de vista sobre los derechos territoriales del Paraguay. Así
se supo que el Paraguay reivindicaba enérgicamente sus derechos sobre todo
el Chaco, hasta el río Jaurú al Norte y hasta la isla del Atajo al Sur, y sobre la
Misiones hasta el río Uruguay. Estas reivindicaciones eran reivindicadas por
varios fuertes y se procedió a la ocupación permanente de las Misiones al Sur
del Paraná. La violación de la soberanía nacional aparejaba terrible sanción. El
mundo supo que no se violaba impunemente derechos territoriales del
Paraguay.
No era posible mantener la clausura absoluta, sin peligrar los objetivos que con
ello se perseguía. En 1823 el dictador había decidido abrir un respiradero al
país, permitiendo que en Itapúa se efectuara intercambio de productos entre
comerciantes paraguayos y brasileños. El comercio estaba sujeto a reglas
estrictas para que no se perjudicara a la economía paraguaya ni se burlase el
régimen del aislamiento. Itapúa era un sitio muy apropiado para la vigilancia.
Si el dictador rehusó trato con Buenos Aires, otra acogida dispensó al flamante
Imperio del Brasil. Proclamada la independencia de este país, el nuevo
emperador se propuso entablar relaciones oficiales con el Paraguay, alentado
por la acogida que los comerciantes brasileños encontraban en Itapúa. El 31 de
mayo de 1824 extendió cartas patentes a Antonio Manuel Correa da Cámara,
como cónsul y agente comercial del Imperio junto al Gobierno del Paraguay.
Correa da Cámara pidió autorización para llegar a Asunción, enviando sus
pasaportes. El dictador observó que en sus pasaportes no se daba al Paraguay
ni a su gobernante el tratamiento que les correspondía, de República soberana
y de Supremo Dictador. Correa da Cámara explicó que el equivocado
tratamiento en modo alguno debía ser considerado un perjuicio de los derechos
del Paraguay, y solo a la falta de uso y correspondencia entre los Gabinetes de
Río de Janeiro y Asunción. Francia quedó satisfecho con la explicación. El 27
de agosto fue solemnemente recibido por el dictador en audiencia pública, con
extraordinarios honores.
Por tercera vez, desde la frontera paraguaya, pidió permiso para llegar a
Asunción. Francia no quiso escucharle, y de nuevo le rehusó la licencia
solicitada.
Se permitieron todos los cultos y ésta fue la sola libertad admitida durante la
dictadura.
La instrucción de las primeras letras era muy extendida desde los tiempos de la
colonia; casi no había analfabetos en el país. Durante la dictadura se prestó la
misma atención a la enseñanza primaria. En 1818 se decretó la instrucción
primaria obligatoria, a expensas del Estado. se dio a la organización escolar
carácter militar.
Los niños eran llamados a las aulas al son del tambor. Se les enseñaba un
catecismo donde el dictador exponía sus ideas sobre el sistema de gobierno
del país, que llamaban “patrio reformado”, “regulados por principios sabios y
justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las
condiciones de la sociedad”. La instrucción de libros no estaba prohibida, los
que los comerciantes portugueses traían, previamente a su venta, debían ser
revisados por el dictador, que impedía la entrada de aquellos que consideraba
nocivos a su teoría política o que contenían nociones equivocadas sobre el
Paraguay.
Así mismo la música y la danza gozaron del favor del dictador, se difundió
mucho la afición a la lectura, única distracción de la sociedad paraguaya. Sólo
el doctor Francia tenía derecho a recibir diarios y gacetas del exterior; mientras
vivió el dictador, el país ignoró totalmente lo que ocurría en el mundo.
El territorio nacional estaba dividido, desde la época colonial, para los fines
administrativos, en dos grandes comandancias: la de Costa Arriba y a la de
Costa Abajo. El dictador disolvió estas comandancias y las sustituyó por veinte
delegaciones, siendo las principales las de Pilar, Villa Rica, Villa de San Pedro
y Villa Real de la Concepción; cada una estaba dividida en partidos. Creó
subdelegaciones en varios puntos fronterizos; Fuente Olimpo y Candelaria
fueron las más importantes.
Al frente de cada partido había un juez comisionado general, con facultades
judiciales, administrativas y económicas.
1.10 La vestimenta.
Traje de domingo del hombre del pueblo: chaqueta pantalón, y camisa blancos
y un sobrerito, sin calzado. Francia prohibió terminantemente el uso de los
pantalones largos y anchos que usaban los portugueses.
El temor que suscriba el dictador se hacía sentir aún fuera de las fronteras. Los
pocos paraguayos que habían logrado escapar del país no se atrevían a
desafiar su ira y preferían encerrarse en la más impenetrable mutismo. El temor
se adueñaba no solo de los paraguayos, sino aún de los extranjeros que
habían vivido bajo su dominación. M. Roger recordó en su informe que el
capitán Hervaux, francés que estuvo cautivo en el Paraguay hasta 1930, una
vez libre en Buenos Aires, jamás nombró “al Supremo” sin llevar la mano al
sombrero.
Los últimos años de la dictadura fueron más tranquilos. Desde 1830 las
medidas terroríficas se volvieron de más en más raras; el doctor Francia no se
mostraba tan uraño. En dos ocasiones recibió a delegaciones de vecinos de la
capital: una en su cumpleaños, si bien para rehusar el obsequio que le
ofrecieron, y otro cuando le pidieron el restablecimiento de las tradicionales
festividades de la Virgen de la Asunción, patrona del Paraguay.
Hubo conatos de motín hasta que se impusieron las tropas. Sólo cuatro días
después se confirmó al pueblo la noticia de la desaparición del Supremo.
Mucho después de sus funerales, que fueron solemnes, sus restos fueron
robados de la Catedral, donde reposaban, y arrojados al río para confundirse
con las aguas que tantas lágrimas habían llevado hacia el Sur.