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Navarro Marysa Y Stimpson Catharine R Sexualidad Genero Y Roles Sexuales PDF
Navarro Marysa Y Stimpson Catharine R Sexualidad Genero Y Roles Sexuales PDF
MARYSA NAVARRO
CATHARINE R. STIMPSON
C o m p il a d o r a s
Fondo de C ultura E c o n ó m ic a
Este libro ha sido patrocinado por el Comité LASA / Ford - Estudios de Género
en las Américas
D. R. © 1999, F o n d o d e C u l t u r a e c o n ó m ic a d e A r g e n t in a , S. A.
El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires
Av. Picacho Ajusco 227; 14200 México D. F.
ISBN: 950-557-339-1
Im p r e s o en A r g e n t in a
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
índice
Prefacio.................................................................................................. 7
Marysa Navarro
Catharine R. Stimpson
La relación social entre los sexos:
implicaciones metodológicas de la
historia de las mujeres*
Joan Kelly
Periodización
9 Gerda Lerner, “The Feminist: a Second Book”, en: Columbio Forum, núm.
13 (otoño 1970): 24-30.
10 Rochelle Paul Wortis, “The Acceptance of the Concept of Maternal Role by
Behavioral Scientists: its Effects on Women”, en: American Journal o f Orthopsy-
chiatry, núm. 41 (octubre 1971): 733-746.
dominio masculino y las jerarquías masculinas, “parecen ser
adaptaciones a ambientes particulares”.11
Los historiadores no podían pretender tener un conocimiento
especial sobre los roles naturales y las relaciones entre los sexos,
pero sabían en qué consistía ese orden o lo que debiera ser. La
historia simplemente tendía a confirmarlo. El Diccionario de pin
tores y grabadores de Bryan, publicado en 1904, dice que la artis
ta renacentista Propertia Rossi era: “una dama de Boloña, conoci
da como escultora y artista del tallado, pero también grababa en
cobre, y aprendió dibujo y diseño con Marco Antonio. Era nota
ble por su belleza, virtudes y talentos, y murió joven en 1530, a
consecuencia de un amor no correspondido. ¡Su última obra fue
un bajorrelieve de José y de la esposa de Putifar!”.12 Los signos de
exclamación al final del artículo son como un codazo en las costi
llas, pues implican que la “dama” (denominación que en este caso
nada tiene que ver con la clase social), hermosa y desdichada en el
amor, tenía esa única preocupación. En realidad, los historiadores
sabían por qué no había grandes artistas mujeres. De allí que éste
no fuera un problema histórico hasta que Linda Nochlin, histo
riadora del arte y feminista, lo planteó como tal al investigar los
factores institucionales que estructuran la actividad artística en
lugar de los dones naturales.13
Cuando el tema de la mujer surgió abiertamente y algunos his
toriadores como H. D. Kitto alzaron la voz para defender su so
ciedad, en este caso la griega, reapareció una vez más el orden
natural de las cosas.14 Si no se permitía que las atenienses circu
laran libremente, ¿no era porque eran demasiado delicadas para
el cansancio que daban los viajes en aquellos tiempos? Si no de
sempeñaban ningún papel en la vida política, actividad que era el
11 Kathleen Gough, “The Origin of the Family”, en: Journal ofMarriage and
tbe Family, núm. 33 (noviembre de 1971): 760-771.
12 George Bell, Diccionario de pintores y grabadores de Bryan, Londres, vol.
4 (1904): 285.
13 Linda Nochlin, “Why Have There Been no Great Women Artists?”, en: Art
News, núm. 69, vol. 9 (enero 1971): 22-39 y 67-71.
14 H. D. Kitto, The Greeks (Baltimore: Penguin Books, 1962): 219-236.
origen de la dignidad humana para los griegos, ¿no era porque el
gobierno trataba “de asuntos que indefectiblemente sólo los
hombres podían juzgar por su propia experiencia y ejecutar por
su propio esfuerzo”? Si las niñas no iban a la escuela, ¿no las ins
truía la madre en las artes de la ciudadanía femenina? (“Si deci
mos ‘trabajo doméstico’ -admite Kitto-, suena degradante, pero
si hablamos de Ciencia Doméstica, suena eminentemente respeta
ble; y hemos visto lo variada y responsable que era esta labor.”)
Pero el principal argumento de Kitto estaba reservado a la fami
lia, a su importancia religiosa y social en la sociedad ateniense. Su
razonamiento en este caso es como una frase incompleta. Tiene
razón cuando apunta que la extinción de una familia o la disper
sión de su propiedad era vista como un desastre. Pero para él, este
hecho es una causa, pues su posición es que el lugar natural de la
mujer es servir a la familia y perpetuarla criando herederos legíti
mos mediante los cuales se transmite su propiedad y sus ritos. Si
en la sociedad griega esa tarea requería que se confinaran en el
hogar y sus alrededores, esto justifica las incapacidades legales de
las esposas. En cuanto a las otras mujeres que la sociedad atenien
se exigía y reglamentaba legalmente, las concubinas no se mencio
nan, y las hetairas son “aventureras que habían dicho no a los
asuntos serios de la vida. Desde luego divertían a los hombres,
‘pero, mi querido amigo, uno no se casa con mujeres como ésas’”.
Kitto escribió su historia en 1951.
Si nuestra comprensión de la contribución griega a la vida so
cial y a la conciencia requiere ahora una adecuada representación
de la experiencia vital de las mujeres, también el ámbito sexual,
conformado por las instituciones de la familia y el Estado, es una
cuestión que en la actualidad no sólo merece ser investigada his
tóricamente sino que tiene que serlo porque es central. Considero
que ésta es la segunda gran contribución que la historia de las
mujeres ha aportado a la teoría y práctica de la historia. Hemos
hecho del sexo una categoría tan fundamental para nuestro análi
sis del orden social como lo son otras clasificaciones, por ejemplo,
la clase y la raza. Y consideramos que las relaciones entre los se
xos, al igual que la clase o la raza, están constituidas socialmente
más que naturalmente, y tienen un desarrollo propio que varía
con las diferentes organizaciones sociales. Integradas al orden so
cial y conformadas por éste, las relaciones entre los sexos deben
formar parte de cualquier estudio del mismo. Nuestro nuevo sen
tido de la periodización refleja una evaluación del cambio históri
co desde el punto de vista tanto de las mujeres como de los hom
bres. El uso del sexo como categoría social significa que hemos
ampliado la concepción del propio cambio histórico ya que la
transformación del orden social se ve ampliada al incluir los cam
bios en las relaciones entre los sexos.
En mi opinión, la idea de las relaciones sociales entre los sexos,
que es el fundamento deteste desarrollo conceptual, es novedosa
y crucial para la teoría feminista y los trabajos que inspira. La
historiadora del arte Carol Duncan, en una reflexión sobre el ar
te erótico moderno, pregunta “qué tipo de relaciones entre muje
res y hombres implica” y observa que las relaciones de domina
dores/víctimas se vuelven más pronunciadas precisamente
cuando los reclamos de igualdad de las mujeres estaban ganando
reconocimiento.15 Michelle Zimbalist Rosaldo, co-compiladora
de un volumen con trabajos de antropólogas feministas, habla de
la necesidad de que la antropología desarrolle un contexto teóri
co “dentro del cual las relaciones sociales entre los sexos puedan
ser investigadas y entendidas”.16 En efecto, la mayoría de los en
sayos de esta obra se centran en la estructura del orden sexual
-sea patriarcal, matrifocal o de otro tipo- de las sociedades estu
diadas. En lá historia del arte, la antropología, la sociología y la
historia, los estudios sobre la posición de las mujeres necesaria
mente tienden a fortalecer el carácter social y relacional de la
idea de sexo. La actividad, el poder y la evaluación cultural de
las mujeres simplemente no pueden ser analizados sino en térmi
nos relaciónales, es decir, en comparación y en contraste con la
15 Artículo no publicado sobre “La estética del poder”, que aparecerá en:
Joan Semmel (comp.), The New Eros (Nueva York: Hacker Axt Books, 1975).
Véase también Carol Duncan, “Virility and Domination in Early 20th Century
Vanguard Painting”, en: Artforum, núm. 12 (diciembre 1973): 30-39.
u Michelle Zimbalist Rosaldo y Louise Lamphere (comps.), Women, Culture
and Society (Stanford: Stanford University Press, 1974): 17.
evaluación de la actividad, poder y cultura de los hombres y en
relación con las instituciones y los desarrollos sociales que con
forman el orden sexual. Para concluir este punto, citaré a Natalie
Zemon Davis en su discurso en la Segunda Conferencia de Berks
hire sobre la Historia de las Mujeres, de octubre de 1975:
,9 Karen Sacks, “Engels Revisited”, en: Rosaldo y Lamphere (comps.), ob. cit.:
207. Véase también la Introducción de Eleanor Leacock en: F. Engels, The Origin
of the Family, Private Property, and the State (Nueva York: International Publis-
hers, 1972); también el artículo de Leacock presentado en el seminario sobre
“Las mujeres en la sociedad”, de la Universidad de Columbia, en abril de 1975.
en las distintas culturas y su demarcación también es diferente, si
se colocan las sociedades en una escala, en uno de cuyos extremos
se ubican los ejemplos en que las actividades familiares y públicas
se mezclan bastante y en el otro aquellos en que las actividades
públicas y domésticas están drásticamente diferenciadas, surgen
pautas regulares.
Cuando las actividades familiares coinciden con las públicas o
sociales, la posición de las mujeres es comparable o incluso supe
rior a la de los hombres. Esta pauta concuerda con los planteos
de Engels, porque en estos casos los medios de subsistencia y de
producción son propiedad común y la familia comunal es el pun
to focal tanto de la vida doméstica como de la social. Por consi
guiente, en las sociedades donde la producción para el intercam
bio es escasa y donde la propiedad privada y la desigualdad de
clases no están desarrolladas, las desigualdades entre los sexos
son menos evidentes. Los roles de las mujeres son tan diversos
como los de los hombres, aunque hay diferencias de sexo; la au
toridad y el poder son compartidos por las mujeres y los hom
bres en vez de estar investidos por la jerarquía masculina; la cul
tura otorga a las mujeres una alta valoración, y las mujeres y los
hombres tienen derechos sexuales comparables.
Lo máximo que se puede decir sobre la división sexual del tra
bajo en las sociedades en este extremo de la escala es que hay una
tendencia a la aproximación de madre/criatura o mujeres/criatu
ras y en los hombres, una tendencia a la caza y la guerra. Esta divi
sión natural del trabajo, si es que lo es, aún no está socialmente
determinada. Es decir, tanto los hombres como las mujeres cuidan
de las criaturas y realizan tareas domésticas, y las mujeres cazan al
igual que los hombres. La organización social del trabajo y los ri
tos y valores que surgen de ella no funcionan separando los sexos
y colocando a uno bajo la autoridad del otro. Eso sucede justa
mente en el extremo opuesto de la escala, donde el orden domés
tico y el público están claramente separados. Las mujeres siguen
siendo productoras activas a lo largo de toda la escala (y deben
continuar siéndolo hasta que la riqueza y las desigualdades so
ciales sean considerables), pero pierden gradualmente el control
sobre la propiedad, los productos y sobre ellas mismas a medida
que aumentan los excedentes, se desarrolla la propiedad privada
y la unidad familiar comunal se convierte en una unidad econó
mica privada, una familia (extendida o nuclear) representada por
un hombre. La familia misma, la esfera de las actividades de las
mujeres, está a su vez subordinada a un orden social o público
más amplio -gobernado por un Estado- que tiende a ser del do
minio de los hombres. Éstas son las pautas generales que presen
tan las sociedades históricas o civilizadas.20
A medida que avanzamos en esta dirección, es evidente que las
desigualdades sexuales están ligadas al control de la propiedad. Es
interesante observar que en varias sociedades las desigualdades de
clase se expresan en términos sexuales. Las mujeres que tienen pro
piedad en ganado, por ejemplo, pueden emplearlo (bridewealth)
para comprar esposas que les sirvan.21 Este ejemplo, en el que pare
cen confundirse sexo y clase, en realidad indica hasta qué punto
pueden ser diferentes las relaciones de clase y de sexo. Aunque la
propiedad establece una desigualdad de clase entre esas mujeres,
son sin embargo las esposas, o sea las mujeres en tanto grupo, las
que constituyen un orden que carece de propiedad, que sirve y que
está atado al trabajo doméstico, inclusive la horticultura.
¿Cómo se desarrolla el vínculo de las mujeres con el trabajo
doméstico y qué forma adopta? Este proceso es uno de los pro
blemas centrales al que se enfrentan la antropología feminista y
la historia feminista. Por definición, esta pregunta rechaza las
simples razones biológicas tradicionales para la caracterización
de mujer-como-doméstica. La privatización del cuidado de las
criaturas y del trabajo doméstico y la clasificación sexual de ese
trabajo como social no son cuestiones naturales. Por lo tanto, su
20 Sobre este punto sería útil tener más estudios específicos, como los men
cionados en la nota 1, que describan detalladamente el proceso del cambio so
cial que fomenta el control masculino de los nuevos medios de producción para
el intercambio y con la nueva riqueza, de un control del orden social o público
más amplio, así como también de la familia. Serían de utilidad estudios históri
cos sobre las sociedades civilizadas, para examinar ejemplos de los procesos
amplios de cambio social, incluyendo los de nuestra propia sociedad.
21 Es decir entre los ibo, los mbuti y los lovedu; véase Rosaldo y Lamphere,
ob. cit.: 149 ,2 1 6 .
giero que, al examinar este problema, sigamos considerando a
las relaciones de producción como el determinante fundamental
de la división sexual del trabajo y del orden sexual. Cuanto más
diferenciados estén los dominios doméstico y público, más dife
renciados estarán el trabajo y la propiedad. Hay producción pa
ra la subsistencia y producción para el intercambio. Sin embargo,
el sistema productivo de una sociedad está organizado, funciona,
como lo señaló Marx, como un proceso continuo que se repro
duce a sí mismo: es decir, a sus medios e instrumentos materiales,
su gente y las relaciones sociales entre ellos y ellas. Visto como un
proceso continuo (lo que Marx llamó reproducción), el trabajo
productivo de la sociedad incluye la procreación y la socialización
de las criaturas, las cuales deben encontrar su lugar en el orden
social.22 Sugiero que la relación entre los sexos está conformada
22 En Women’s State (Nueva York: Random House, 1973), Juliet Mitchell, so
bre la base de un ensayo anterior, usó las categorías de reproducción/producción
para escribir la historia de las mujeres. Esto equivale, a grandes rasgos, a las cate
gorías doméstico/público, si bien ella añadió la sexualidad y la socialización como
otras dos funciones ordenadas socialmente que no deben estar universalmente
vinculadas a la reproducción, aunque lo han estado bajo el capitalismo. Creo que
debemos considerar la sexualidad y la socialización en cualquier estudio del or
den sexual: ¿cuáles son las relaciones entre el amor, el sexo y el matrimonio en
una sociedad, para mujeres y hombres, heterosexuales y homosexuales? y ¿quién
socializa a los distintos grupos de criaturas, por sexo y por edad, de modo que
encuentren su lugar en el orden social, incluyendo sus lugares sexuales? También
pienso, al igual que Juliet Mitchell, que la evidencia claramente apunta a las rela
ciones entre el modo de producción dominante en una sociedad y las formas de re
producción, sexualidad y socialización. Sin embargo, surgen ciertas dificultades,
no tanto al usar este esquema, sino al emplear sus términos, especialmente cuando
se trata de sociedades precapitalistas. Ni las actividades culturales ni las políticas
tienen un lugar claramente discernible bajo la denominación de producción, como
lo tienen por ejemplo si empleamos los términos doméstico/público o simplemen
te las palabras familia y sociedad. Otra razón por la que prefiero familia/sociedad
o doméstico/público es que los términos producción/reproducción tienden a con
fundir la reproducción biológica con la social y esto oscurece el trabajo esencial
mente productivo de la familia y la relación de propiedad entre esposo y esposa.
Véase mi reseña de Rowbotham, en: Science and Society, núm. 39, vol. 4 (invier
no 1975-1976): 471-474, y el ensayo de Lise Vogel sobre Juliet Mitchell, “The
Earthly Family”, en: Radiurf America, núm. 7 (otoño 1973): 9-50.
por la manera en que se organiza este trabajo de procreación y
socialización en relación con la organización del trabajo que re
sulta en artículos para la subsistencia y/o el intercambio. En resu
men, lo que el patriarcado implica como orden social general es
que las mujeres funcionan como propiedad de los hombres en la
conservación y producción de nuevos miembros del orden social;
que estas relaciones de producción se elaboran en la organización
del parentesco y la familia; y que las demás formas de trabajo, ta
les como la producción de bienes y servicios para uso inmediato,
en general -aunque no siempre- están unidas a estas funciones
procreadoras y de socialización.23
En este esquema, las desigualdades de sexo así como las de clase
tienen raíces en las relaciones de propiedad y las formas de trabajo,
pero existen ciertas diferencias evidentes entre ambas. En el ámbito
público, o sea el orden social que surge de la organización de la ri
queza general y el trabajo de la sociedad, las desigualdades de clase
son superiores. Para las relacione;- entre los sexos, el control (o la
falta de control) de la propiedad que divide a la gente en propieta
rios y trabajadores no es significativo. Lo que sí es importante es si
las mujeres de cualquiera de las dos clases tienen las mismas rela
ciones con el trabajo y la propiedad que los hombres de su clase.
Por otra parte, en sociedades históricas caracterizadas por la
propiedad privada, donde la posesión de toda la propiedad resi
de en la casa o la familia, las desigualdades entre los sexos son
extremas y aparecen en todas las clases sociales. Lo significativo
para las relaciones domésticas es que las mujeres en una familia,
al igual que los siervos en la Europa feudal, pueden simultánea
mente tener y ser propiedad. Según una antigua descripción de
viejas leyes romanas:
and Personal Life”, en: Socialist Revolutions, núms. 13, 14, 16, 1973. Véase el
excelente artículo sobre esta forma de investigación histórica de Lawrence Stone,
en: The New York Review ofBooks, núm. 21 (14 de noviembre de 1974): 25.
El género: una categoría útil
para el análisis histórico51*
Joan W. Scott
5 Ann D. Gordon, Mari Jo Buhle y Nancy Shrom Dye, “The Problem of Wo-
mefi’s History”, en: Berenice Carroll (ed.), Liberating ’W omen’s History (Urba
na: University of Illinois Press, 1976): 89.
6 El ejemplo mejor y más sutil es el de Joan Kelly, “The Doubled Vision of
Feminist Theory”, en su Wornen, History and Theory (Chicago: University of
Chicago Press, 1984): 51-64, esp. 61.
Aunque las historiadoras feministas están preparadas para sen
tirse más cómodas con la descripción que con la teoría, como la
mayor parte de los historiadores, han buscado formulaciones teó
ricas de posible aplicación. Lo han hecho, por lo menos, por dos
razones. Primero, la proliferación de estudios concretos (case stu
dies) en la historia de mujeres parece hacer necesaria alguna pers
pectiva de síntesis que pueda explicar las continuidades y disconti
nuidades y las desigualdades persistentes, así como las experiencias
sociales radicalmente diferentes. Segundo, la discrepancia entre la
alta calidad de la producción reciente en la historia de las mujeres
y la persistencia de su status marginal en el conjunto de este cam
po (tal como puede medirse en los libros de texto, planes de estu
dios y trabajos monográficos) indica los límites de los enfoques
descriptivos que no se dirijan a conceptos dominantes de la disci
plina, o al menos que no se dirijan a esos conceptos en términos
que puedan debilitar su validez y quizás transformarlos. No ha si
do suficiente que las historiadoras de mujeres probaran que éstas
tenían una historia o que participaron en las conmociones políticas
más importantes de la civilización occidental. En el caso de la his
toria de las mujeres, la respuesta de la mayor parte de los historia
dores no feministas ha sido el reconocimiento de su existencia y
luego la marginación o el rechazo (“las mujeres han tenido una
historia aparte de la de los hombres; en consecuencia, dejemos que
las feministas hagan la historia de mujeres que no tiene por qué in
teresarnos”; o “la historia de mujeres tiene que ver con el sexo y
con la familia y debería hacerse al margen de la historia política y
económica”). En cuanto a la participación de las mujeres, en el me
jor de los casos la respuesta ha sido un mínimo interés (“mi com
prensión de la Revolución Francesa no cambia porque sepa que las
mujeres participaron en ella”). El desafío que plantean esas res
puestas es, en definitiva, de carácter teórico. Requiere el análisis no
sólo de la relación entre experiencia masculina y femenina en el
pasado, sino también de la conexión entre la Historia pasada y la
práctica histórica actual. ¿Cómo actúa el género en las relaciones
sociales humanas? ¿Cómo da significado el género a la organiza
ción y percepción del conocimiento histórico? Las respuestas de
penden del género como categoría analítica.
I
7 Para una discusión sobre el uso del género para subrayar los aspectos so
ciales de la diferencia sexual, véase Moira Gatens, “A Critique of the Sex/Gen-
der Distinction”, en: J. Alien y P. Patton (eds.), Beyond Marxistn: Interventions
after Marx (Leichhardt, N.S.W.: Intervention Publications, 1985): 143-160. Es
toy de acuerdo con su idea de que la distinción sexo/género concede autono
mía, determinación transparente al cuerpo, ignorando el hecho de que lo que
sabemos sobre el cuerpo es un conocimiento producido culturalmente.
pero no está directamente determinado por él y no es un determi
nante directo de la sexualidad.
Esos usos descriptivos del género han sido empleados a menu
do por historiadores para delinear un nuevo campo. Así cuando
los historiadores sociales empezaron a estudiar nuevas temáticas,
el género se reveló útil para temas como las mujeres, los niños, las
familias y las ideologías de género. En otras palabras, este uso del
género se refiere solamente a aquellas áreas -tanto estructurales
como ideológicas- que comprenden relaciones entre los sexos. Ya
que en un primer momento la guerra, la diplomacia y la alta polí
tica no han tenido que ver explícitamente con estas relaciones, el
género no parece tener aplicación en esos temas y por lo tanto
continúa siendo irrelevante para el pensamiento de historiadores
interesados en temas de política y de poder. El resultado es que se
favorece cierto enfoque funcionalista con raíces en la biología y
se perpetúa la idea de las esferas separadas (sexo o política, familia
o nación, mujeres u hombres) en la historia. Aunque en este caso
el género afirma que las relaciones entre los sexos son sociales, no
dice nada acerca de por qué esas relaciones están construidas co
mo lo están, cómo funcionan o cómo cambian. En su uso descrip
tivo, por lo tanto, género es un concepto asociado con el estudio
de las cosas relativas a las mujeres. El género es un tema nuevo,
un nuevo departamento de investigación histórica, pero carece de
la capacidad analítica para enfrentar (y cambiar) los paradigmas
históricos existentes.
Desde luego, algunas historiadoras se dieron cuenta de este
problema y de ahí los esfuerzos por utilizar teorías que pudieran
explicar el concepto de género e interpretar el cambio histórico.
En realidad el desafío estaba en reconciliar la teoría, formulada
en términos generales o universales, y la historia, comprometida
con el estudio de la especificidad contextual y el cambio funda
mental. El resultado ha sido extremadamente ecléctico: apropia
ciones parciales que viciaron la capacidad analítica de una teoría
particular o, lo que es peor, el empleo de sus preceptos sin con
ciencia de sus implicaciones; o bien explicaciones de cambio que,
por estar encajadas en teorías universales, ilustraban sólo temas
inmutables; o estudios maravillosamente imaginativos en los que
la teoría está tan oculta que impide que puedan servir de modelo
para otras investigaciones. Dado que con frecuencia no se han
extraído todas las implicaciones de las teorías que las historiado
ras han bosquejado, parece que vale la pena invertir algún tiem
po en hacerlo. Sólo a través de un ejercicio así podemos evaluar
la utilidad de esas teorías y, quizá, enunciar una aproximación
teórica más poderosa.
Las historiadoras feministas han empleado varios enfoques pa
ra el análisis del género, pero pueden reducirse a tres posiciones
teóricas.8 La primera, un esfuerzo totalmente feminista, intenta
explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se centra en la
tradición marxista y busca en ella un compromiso con las críticas
feministas. La tercera, compartida fundamentalmente por los
postestructuralistas franceses y los teóricos angloamericanos de
las relaciones objetales, se basa en estas distintas escuelas psicoa-
nalíticas para explicar la producción y reproducción de la identi
dad genérica del sujeto.
Las teóricas del patriarcado han dirigido su atención á la su
bordinación de las mujeres y han encontrado su explicación en la
necesidad del varón de dominar a la mujer. Mary O’Brien, en la
ingeniosa adaptación que hizo de Hegel, ha definido esta domi
nación del varón como el efecto del deseo de los hombres de
trascender su alienación de los medios de reproducción de la es
pecie. El principio de continuidad generacional restaura la pri
macía de la paternidad y oscurece tanto la función verdadera co
mo la realidad social del trabajo de las mujeres en el parto. La
fuente de la liberación de las mujeres reside en “una compren
sión adecuada del proceso de reproducción”, la apreciación de la
contradicción entre la naturaleza de la función reproductora de
las mujeres y la mistificación ideológica (que el varón hace) de la
misma.9 Para Shulamith Firestone, la reproducción era también
8 Para un enfoque algo distinto del análisis feminista, véase Linda J. Nichol-
son, Gender and History: The Limits o f Social Theory in the Age o f the Family
(Nueva York: Columbia University Press, 1986).
9 Mary O’Brien, The Politics o f Reproduction (Londres: Routledge y Kegan
Paul, 1981): 8-15, 46.
la “trampa amarga” de las mujeres. Sin embargo, según su análi
sis más materialista, la liberación se alcanzaría con transforma
ciones en la tecnología de la reproducción, que en un futuro no
demasiado lejano podría eliminar la necesidad de los cuerpos de
las mujeres como agentes reproductores de la especie.10
Si la reproducción era .a clave del patriarcado para algunas,
para otras la respuesta estaba en la sexualidad. Las atrevidas for
mulaciones de Catharine MacKinnon eran a la vez suyas y carac
terísticas de una determinada perspectiva.
14 Frederick Engels, The Origin o f the Family, Prívate Property, and the State
(1884; edición de Nueva York: International Publishers, 1972).
15 Heidi Hartmann, “Capitalism, Patriarchy, and Job Segregation by Sex”, en:
Signs 1 (primavera 1976): 168. Véase también: “The Unhappy Marriage of Mar-
xism and Feminism: Towards a More Progressive Union”, en: Capital and Class 8
(verano de 1979): 1-53; “The Family as the Locus of Gender Class, and Political
Struggle: The Example of Housework”, en: Signs 6 (primavera 1981): 366-394.
16 Para discusiones sobre feminismo marxista, véase Zillah Eisenstein, Capita-
list Patriarchy and the Case for Socialist Feminism (Nueva York: Longman,
1981); A. Kuhn, “Structures of Patriarchy and Capital in the Family”, en: A.
Kuhn y A. Wolpe (eds.), Feminism and Materialism: Wornen and Modes o f Pro-
duction (Londres: Routledge y Kegan Paul, 1978); Rosalind Coward, Patriarchal
Precedents (Londres: Routledge y Kegan Paul, 1983); Hilda Scott, Does Socialism
teoría feminista” representó un esfuerzo importante para que
brar ese círculo de problemas. Kelly planteó que los sistemas eco
nómicos y de género interactúan para producir experiencias so
ciales e históricas; que ninguno de los dos sistemas es causal,
pero que ambos “operan simultáneamente para reproducir las es
tructuras socioeconómicas y de dominación masculina de [...]
[un] orden social particular”. La sugerencia de Kelly en el sentido
de que los sistemas de género tienen un^ existencia independiente
proporcionó una apertura conceptual crucial, pero su compromi
so de permanecer dentro de un entramado marxista la llevó a
acentuar el rol causal de los factores económicos incluso en la de
terminación del sistema de género: “La relación entre los sexos
actúa de acuerdo con y a través de las estructuras socioeconómi
cas, como también las relaciones sexo/género”.17 Kelly introdujo
la idea de una “realidad social de base sexual”, pero tendió a re
calcar la naturaleza social de esa realidad más que la sexual y, con
frecuencia, “lo social”, tal como ella lo usaba, estaba concebido
en términos de relaciones económicas de producción.
Powers o f Desire..., un volumen de ensayos publicado en 1983,
es la exploración de mayor alcance sobre sexualidad por parte de
las feministas marxistas norteamericanas.18 Bajo la influencia de la
creciente atención a la sexualidad entre activistas políticas y estu
diosas de la insistencia del filósofo francés Michel Foucault en
que la sexualidad se produce en contextos históricos, y convenci
das de que la “revolución sexual” requería análisis serios, las au
toras hacen de la “política sexual” el centro de su indagación. Al
19 Ellen Ross y Rayna Rapp, “Sex and Society: A Research Note From Social
History and Anthropology”, en: Powers ofD esire..., ob. cit.: 53.
20 “Introduction”, Powers o f Desire..., ob. cit.: p. 12; y Jessica Benjamín,
“Master and Slave: the Fantasy of Erotic Domination”, en: Powers o f Desire...,
ob. cit.: 297.
Barrett y sus críticos, que le reprochan haber abandonado el aná
lisis materialista de la división sexual del trabajo bajo el capita
lismo.21 Puede verse también en la sustitución de una tentativa
inicial feminista de reconciliar el psicoanálisis y el marxismo por
la elección de una u otra de esas posiciones teóricas, por parte de
personas que al principio insistían en la posibilidad de una fu
sión.22 La dificultad de las feministas inglesas y norteamericanas
para trabajar desde el marxismo es evidente en las obras que he
mencionado. El problema con que se enfrentan es el opuesto al
que presenta la teoría patriarcal. Dentro del marxismo, el concep
to de género ha sido tratado durante mucho tiempo como el pro
ducto secundario de estructuras económicas cambiantes; el géne
ro carece de status analítico independiente.
25 Juliet Mitchell y Jacqueline Rose (eds.), Jacques Lacan and the École
Freudienne (Nueva York: Norton, 1983); Alexander, “Women, Class and Se
xual Difference”, ob. cit.
el mismo. Si, como Rigiere la teórica del cine Teresa de Lauretis,
necesitamos pensar en términos de construcción de la subjetivi
dad en contextos sociales e históricos, no hay manera de especifi
car esos contextos en los términos propuestos por Lacan. Hasta
en la tentativa de De Lauretis, la realidad social (esto es, “las [re
laciones] materiales, económicas e interpersonales que son de he
cho sociales y, en una perspectiva más amplia, históricas”) parece
hallarse afuera, separada del sujeto.26 Falta un modo de concebir
la realidad social en términos de género.
El problema del antagonismo sexual en esta teoría tiene dos
aspectos. En primer lugar, proyecta un cierto elemento de atem-
poralidad, incluso cuando se historiza bien, tal como lo ha hecho
Sally Alexander. Su lectura de Lacan la lleva a la siguiente con
clusión: “el antagonismo entre los sexos es un aspecto ineludible
de la adquisición de la identidad sexual. [...] Si el antagonismo
está siempre latente, es posible que la historia no ofrezca una re
solución final, solamente la constante remodelación y la reorga
nización de la simbolización de la diferencia y la división sexual
del trabajo”.27 Quizá mi creencia incurable en las utopías me ha
ga vacilar ante esta formulación o quizá yo no haya abandonado
la episteme de lo que Foucault llamó la Edad Clásica. Cualquiera
sea la explicación, la formulación de Alexander contribuye a fijar
la oposición binaria de varón y mujer como la única relación po
sible y como aspecto permanente de la condición humana. Perpe
túa pero no cuestiona lo que Denise Riley llama “el desagradable
aire de constancia de la polaridad sexual”. Para ella, “la natura
leza de la oposición [entre el varón y la mujer] construida históri
camente produce entre sus efectos justamente ese aire de oposi
ción invariable y monótona, hombres/mujeres”.28
■i4 Michelle Zimbalist Rosaldo, “The Uses and Abuses of Anthropology: Re-
flections on Feminism and Cross-Cultural Understanding”, en: Signs 5 (prima
vera 1980): 400.
das discursivamente en campos de fuerza sociales.35 En esos pro
cesos y estructuras hay lugar para un concepto de agencia huma
na como la tentativa (al menos parcialmente racional) de cons
truir una identidad, una vida, un entramado de relaciones, una
sociedad con ciertos límites y con un lenguaje -un lenguaje con
ceptual que a la vez establece fronteras y contiene la posibilidad
de negación, resistencia, reinterpretación y el juego de la inven
ción y de la imaginación metafórica-.
Mi definición de género tiene dos partes y varias subpartes.
Están interrelacionadas, pero deben ser distintas analíticamente.
El núcleo de la definición está en una conexión integral de dos
proposiciones: el género es un elemento constitutivo de las rela
ciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los se
xos; y el género es una forma primaria de relaciones significantes
de poder. Los cambios en la organización de las relaciones socia
les corresponden siempre a cambios en las representaciones de
poder, pero la dirección del cambio no va necesariamente en un
sentido único. Como elemento constitutivo de las relaciones so
ciales basadas en diferencias percibidas entre los sexos, el género
comprende cuatro elementos interrelacionados: primero, símbo
los culturalmente disponibles que evocan representaciones múlti
ples y a menudo contradictorias -Eva y María, por ejemplo, co
mo símbolos de la mujer en la tradición cristiana occidental-,
pero también mitos de luz y oscuridad, de purificación y contami
nación, inocencia y corrupción. Para las historiadoras, los temas
interesantes son: ¿qué representaciones simbólicas se evocan, có
mo y en qué contextos? Segundo, los conceptos normativos que
manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbo
los, en un intento de limitar y contener sus posibilidades metafóri
cas. Esos conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educacio
nales, científicas, legales y políticas, que afirman categóricamente
y sin lugar a dudas el significado de varón y mujer, masculino y
36 Para esta posición, véase Rubin, “Traffic in W omen...”, ob. cit.: 199.
37 Ibíd.: 198.
38 Biddy Martin, “Feminism, Criticism and Foucault”, en: New Germán Cri
tique 27 (otoño 1982): 3-30; Kathryn Kish Sklar, Catherine Beecher: A Study
in American Domesticity (New Haven: Yale University Press, 1973); Mary A.
Hill, Charlotte Perkins Gilman: The Making o f a Radical Feminist, 1860-1896
(Filadelfia: Temple University Press, 1980); Jacqueline Dowd Hall, Revolt
Against Chivalry: ]essie Daniel Ames and the Wornen’'s Campaign Agaittst Lyn-
ching (Nueva York: Columbia University Press, 1974).
Pero también son posibles los tratamientos colectivos, como han
demostrado Mrinalini Sinha y Lou Ratté en sus respectivos estu
dios sobre los períodos de construcción de la identidad de género
en los administradores coloniales británicos en la India y sobre
los hindúes educados en Gran Bretaña que se transformaron en
dirigentes nacionalistas y antiimperialistas.39
La primera parte de mi definición de género consta, pues, de
esos cuatro elementos y ninguno de ellos funciona sin los demás.
Sin embargo, no funcionan simultáneamente de forma que uno sea
simplemente el reflejo de los otros. De hecho, una pregunta para la
investigación histórica es saber cómo son las relaciones entre los
cuatro aspectos. El esquema que he ofrecido para el proceso de
construcción de las relaciones de género podría usarse para discu
tir la clase social, la raza, la etnicidad o, a decir verdad, cualquier
proceso social. Mi intención era clarificar y especificar hasta qué
punto necesitamos pensar en el efecto del género en las relaciones
sociales e institucionales, porque con frecuencia este pensamiento
no se lleva a cabo con precisión o sistemáticamente. La teorización
del género, sin embargo, está desarrollada en mi segunda proposi
ción: el género es una forma primaria de relaciones significantes de
poder. Quizás sería mejor decir que el género es el campo primario
en el cual o por medio del cual se articula el poder. El género no es
el único campo, pero parece haber sido una forma persistente y re
currente de facilitar la significación del poder en la tradición occi
dental, judeocristiana e islámica. Como tal, puede parecer que esta
parte de la definición pertenece a la sección normativa del argu
mento, pero sin embargo no es así, porque los conceptos de poder,
aunque puedan construirse sobre el género, no siempre tratan lite
ralmente de género. El sociólogo francés Pierre Bourdieu ha escrito
47 Rachel Weil, “The Crown Has Fallen to the Distaff: Gender and Politics in
the Age of Catharine de Medid”, en: Critícal Matrix (Princeton: Working Papers
in Women’s Studies), 1 (1985). Véase también Louis Montrose, “Shaping Fanta-
sies: Figurations of Gender and Power in Elizabethan Culture”, en: Representa-
tions 2 (primavera 1983): 61-94; y Lynn Hunt, ‘Hercules and the Radical Image
in the French Revolution”, en: Representatiom 2 (primavera 1983): 95-117.
ser hermoso”.)48 Per° Ia analogía no es siempre con respecto al
matrimonio o incluso a la heterosexualidad. En la teoría política
islámica medieval, los símbolos del poder político aludían con
mayor frecuencia al sexo entre un hombre y un muchacho, sugi
riendo no sólo formas de sexualidad aceptables, próximas a las
que la última obra de Foucault describía para la Grecia clásica,
sino también la falta de relevancia de las mujeres para cualquier
noción de política y para la vida pública.49
Para que este último comentario no sugiera que la teoría polí
tica refleja simplemente la organización social, sería importante
hacer notar que los cambios en las relaciones de género pueden
ser impulsados por consideraciones de necesidades de estado. Un
ejemplo llamativo es la explicación de Louis ele Bonald en 1816
de por qué tenía que ser derogada la legislación de divorcio de la
Revolución Francesa:
Francesa, véase Steven Hause, Womeris Suffrage and Social Politics in the Prench
Third Republic (Princeton: Princeton University Press, 1984). Para una presenta
ción extremadamente interesante de un caso reciente, véase Maxine Molyneux,
“Mobilization without Emancipation? Women’s Interests, the State and Revolu-
tion in Nicaragua”, en: Feminist Studies 11 (verano 1985): 227-254.
57Sobre el pronatalismo, véase Riley, War in the Nursery..., ob. cit.; y Jenson,
“Gender and Reproduction...”, ob. cit. Sobre el de la década de 1920, véanse los
ensayos incluidos en Stratégies des Femmes (París: Editions Tierce, 1984).
58 Para varias interpretaciones del impacto de los nuevos trabajos sobre muje
res, véase Louise A. Tilly y Joan W. Scott, Women> Work and Family (Nueva
York: Holt, Rinehart and Winston, 1978; Methuem, 1987); Thomas Dublin, Wo
men at Work: The Transformaron of Work and Community in Lowel, Massachu-
setts, 1826-1860 (Nueva York: Columbia University Press, 1979); y Edward Shf
ter, The Making ofthe Modern Family (Nueva York: Basic Books, 1975).
En cierto sentido, la historia política se ha desarrollado en el
campo del género. Es un campo que parece estable, pero su signi
ficado es discutido y fluido. Si tratamos la oposición entre varón
y mujer, no como algo sabido sino como algo problemático, como
algo definido contextualmente, repetidamente construido, enton
ces debemos preguntarnos constantemente qué es lo que está en
juego en las proclamas o debates que invocan el género para ex
plicar o justificar sus posturas, pero también cómo se invoca y
reinscribe la comprensión implícita del género. ¿Cuál es la rela
ción entre las leyes sobre las mujeres y el poder del estado? ¿Por
qué (y desde cuándo) han sido invisibles las mujeres como sujetos
históricos, si sabemos que participaron en los grandes y pequeños
acontecimientos de la historia humana? ¿Ha legitimado el género
el surgimiento de las carreras profesionales?59 Para citar el título
de un artículo reciente de la feminista francesa Luce Irigaray, ¿tie
ne sexo lo que estudia la ciencia?60 ¿Cuál es la relación entre la
política de estado y el descubrimiento del crimen de la homose
xualidad?61 ¿Cómo han incorporado el género las instituciones
sociales en sus supuestos y organizaciones? ¿Ha habido alguna
vez conceptos genuinamente igualitarios de género sobre los cua
les se proyectaron o construyeron los sistemas políticos?
La investigación sobre estos temas producirá una historia que
dará nuevas perspectivas a viejos problemas (por ejemplo, cómo
se impone la norma política o cuál es el impacto de la guerra so
bre la sociedad), redefinirá viejos problemas con nuevas coorde
nadas (al introducir, por ejemplo, consideraciones sobre la fami
lia y la sexualidad en el estudio de la economía o de la guerra),
18 Esto es una referencia a los temas que han surgido en varios casos recientes
que evalúan si el intento en algunos estados de conceder licencia por maternidad y
asegurar el puesto de trabajo constituye discriminación sexual. California Federal
Savings and Loan Assn. vs. Guerra, 758 F.2d 390 (9th cir. 1985), cert. granted 54
U. S. L. w. 3460 (U. S. Jan 13, 1986); véase también Miller-Wohl vs. Commissio-
ner of Labor, 515 F. supp. 1264 (d. Montana 1981), vacated and dismissed, 685
F.2d 1088 (9th cir. 1982). La posición adelantada en nuestro ensayo “Difference
and Dominance...” sugiere que si se prohíben esos beneficios según el Title VII, és
te es entonces anticonstitucional bajo la cláusula de igual protección.
En ninguno de los casos se elaboró claramente esta posición. La American
Civil Liberties Union alegó que las medidas que exigían compensación por em
barazo, sin una contrapartida comparable para los hombres, violaban la prohibi
ción de clasificaciones basadas en el embarazo y el sexo que forma parte de Title
VII. En Montana se había declarado ilegal que un patrón “despidiera a una mu
jer por embarazo” o “negara una licencia razonable por embarazo a una em
pleada”. Montana Maternity Leave Act § 49-2-310 (1) y (2). Según la ACLU, es
ta medida “concede a las trabajadoras embarazadas ciertos derechos que no
disfrutan otros trabajadores [...] La legislación diseñada para beneficiar a las
mujeres [...] ha perpetuado estereotipos destructivos sobre sus roles y les ha ne
gado derechos y beneficios disfrutados por los hombres. [La medida de Monta
na] no ayuda a dar empleo a mujeres embarazadas o que puedan estarlo, produ
ce resentimiento y hostilidad en el lugar de trabajo y penaliza a los hombres”.
Brief o f American Civil Liberties Union, et al. amicus curiae, Montana Supreme
Court No. 84-172, 7. La National Organization for Women alegó que la medi
da del estado de California que exige que las trabajadoras encintas reciban licen
cia de maternidad sin goce de sueldo y con seguridad de trabajo de hasta cuatro
meses violaría el Title VII. Brief of National Organization for Women, et al.,
United States Court of Appeals, 685 F.2d 1088 (9th Cir. 1982).
Cuando el Congreso aprobó la ley de discriminación por embarazo, o Preg-
nancy Discrimination Act que enmienda Title VII, 42 U.S. C. § 2000 e(k), defi
nió “por el sexo” o “basado en el sexo” como incluyendo “por embarazo, por
parto o por condiciones médicas relacionadas al mismo; y las mujeres afectadas
por embarazo, parto o condiciones médicas relacionadas al mismo deberán ser
tratadas por igual para todos los fines relacionados con el trabajo”. Con esto,
el Congreso decidió que una no tendría que ser lo mismo que un hombre para ser
tratada sin discriminación, ya que garantizó el trato sin discriminación sobre la
base de una condición que no es la misma para hombres y mujeres. Incluso uti
lizó la palabra “mujeres” en el estatuto.
Por otra parte, el Congreso adoptó esta decisión para anular la decisión de
la Corte Suprema en General Electric vs. Gilbert, 429 U. S. 125 (1976), en la
con lo impuesto: ¿qué hacer con el hecho de que la mayoría de las
mujeres están segregadas en trabajos mal remunerados en los que
no hay hombres? Al sospechar que la estructura del mercado se
vería subvertida por completo si se pone en vigor la idea de igual
valor, la doctrina de la diferencia dice que debido a que no existe
un hombre que pueda marcar la pauta para saber si el trato a las
mujeres es una desviación, no existe una discriminación sexual en
este caso, sólo una diferencia sexual. No importa el hecho de que
no haya un hombre con quien compararse porque ningún hombre
haría ese trabajo si pudiera escogerlo y como por supuesto puede
escoger, porque es hombre, no lo hace.19
aceptará sin enumerarlo aquí el catálogo extraordinario de hazañas que los de
mandantes, insisten deben llevarse a cabo en el taller, o como chofer. Puede ser
que así sea. Sin embargo, uno se entera por este expediente que no se puede ser
demasiado débil, enfermo o poco firme, o demasiado ignorante para ejecutar es
tos trabajos, con tal de ser hombre. Las querellantes a primera vista parecen te
ner mucho mejor condición física que muchos de los choferes que fueron al ta
ller, con los'años, según el testimonio de los testigos de la defensa [...] En
resumen, ellas tenían tanta capacidad como los hombres con serias carencias e
incapacidades físicas que tuvieron trabajos de taller”. Jones vs. Cassens Trans-
port, 617 F. Supp. 869, 892 (1985) (cursivas en el original).
20 Phillips vs. Martin-Marietta, 400 U. S. 542 (1971).
21 Reed vs. Reed, 404 U. S. 71 (1971) alegó que el estatuto que prohibía a
las mujeres administrar propiedades y bienes raíces constituye discriminación
sexual. Si se enseñara a leer y escribir solamente a unas pocas mujeres, como
acontecía antes, la diferencia de género no sería imaginaria, aunque la situación
social sería aún más discriminatoria de lo que es ahora. Comparar City of Los
Angeles vs. Manhart, 434 U. S. 815 (1978), por la cual la medida que exigía
que las mujeres hicieran contribuciones mayores a su plan de jubilación repre
sentaba una forma de discriminación sexual, a pesar de una supuestamente
probada diferencia sexual -la mayor longevidad promedio de las mujeres-.
de la población y se denigre a la otra, y se produzca una pobla
ción en la que todos sean lo mismo? El estándar de semejanza no
toma en cuenta que las diferencias de los hombres con respecto a
las mujeres son iguales a las de las mujeres con respecto a los
hombres. Aquí sí que hay igualdad. Sin embargo los sexos no son
iguales socialmente. El enfoque de la diferencia no considera el
hecho de que la jerarquía de poder produce diferencias reales e
imaginadas, diferencias que también son desigualdades. Lo que le
falta al enfoque de la diferencia es lo que le faltó a Aristóteles en
su noción empirista de que la igualdad significa tratar a los seme
jantes de igual manera y a los seres distintos de forma distinta, al
go que nadie ha cuestionado desde entonces. ¿Por qué deberías tú
ser igual a un hombre para obtener lo que él tiene sólo por el he
cho de serlo? ¿Por qué el ser macho da un derecho original, que
no se cuestiona sobre la base de su género, de tal forma que son
las mujeres -las mujeres que quieren cuestionar su trato desigual
en un mundo que los hombres han hecho a su imagen y semejan
za (esto es en realidad lo que Aristóteles pasó por alto)- quienes
deben demostrar que de hecho son hombres en todos los aspectos
relevantes pero desgraciadamente han sido tomadas por mujeres
sobre la base de un accidente de nacimiento?
Las mujeres que se ven beneficiadas por la neutralidad de géne
ros, y las hay, ponen en relieve las suposiciones de este enfoque.
Son en su mayoría mujeres que, al menos en el papel, han sido ca
paces de construir una biografía que se aproxima en algo a la nor
ma masculina. Son las calificadas, las víctimas menores de la dis
criminación sexual. Cuando se les niega una oportunidad de las
que tienen los hombres, parece como mucho un prejuicio sexual.
Mientras más desigual sea la sociedad, menos son las mujeres de
este tipo. Por lo tanto, mientras más desigual sea una sociedad, es
menos probable que la doctrina de la diferencia pueda hacer algo
al respecto, porque el poder desigual crea la apariencia y la reali
dad de las diferencias sexuales del mismo modo que crea sus desi
gualdades sexuales.
Los beneficios especiales de este enfoque de la diferencia no han
compensado la diferencia de ser de segunda clase. La regla de be
neficios especiales es el único lugar en la doctrina predominante de
igualdad donde puedes identificarte como mujer sin que esto signi
fique renunciar por completo a pedir un trato igualitario, pero se
le aproxima. Bajo su doble estándar, las mujeres que heredan algo
cuando sus esposos mueren han obtenido la eliminación de un pe
queño porcentaje del impuesto sobre herencias, gracias a la elo
cuencia del juez Douglas (miembro de la Suprema Corte de Justi
cia de Estados Unidos) sobre las dificultades económicas de todas
las mujeres.22 Si vamos a ser estigmatizadas como diferentes, sería
bueno que la compensación correspondiera a la disparidad. He
mos conseguido también tres años más que los hombres antes de
ser ascendidas o dadas de baja de la jerarquía militar, como com
pensación por vernos excluidas de las líneas de combate, que es
como normalmente se asciende.23 Las mujeres también nos hemos
visto excluidas de empleos en las cárceles de hombres, en los que
pueda haber contacto físico, porque podríamos ser violadas -en
este caso la Suprema Corte consideró las oportunidades de empleo
para las mujeres desde el punto de vista del violador razonable-.24
Del mismo modo, nos protegen de ciertos trabajos debido a nues
tra fertilidad. La razón es que el empleo es peligroso para la salud
y alguien que algún día podría convertirse en una persona de ver
dad y por lo tanto plantear una demanda judicial -esto es, un fe
to- podría sufrir algún daño si las mujeres, que aparentemente no
somos personas de verdad y por lo tanto no podemos hacer de
mandas judiciales por el riesgo que corre nuestra salud o por la
oportunidad de empleo perdida, tenemos empleos que ponen nues
tros cuerpos en un peligro posible.25 Excluir a las mujeres es siem-
26 El Congreso exige que la Fuerza Aérea (10 U.S.C. § 8549 [1983]) y la Mari
na (10 U.S.C. § 6015 [1983]) excluyan a las mujeres de las fuerzas de combate,
con algunas excepciones. Owens vs. Brown, 455 F. Supp. 291 (D.D.C. 1978), ya
había invalidado la anterior exclusión en las fuerzas de combate de la Marina
porque prohibía a las mujeres efectuar trabajos para los que estaban capacitadas
e inhibía la discreción de la Marina para nombrar a mujeres en barcos de comba
te. El Ejército excluye a las mujeres de sus fuerzas de combate por su política que
le permite determinar asignaciones, autorizada por el Congreso.
27 Carol Gilligan, In a Different Voice: Psychological Theory and Wornen'’s
Development (Cambridge: Harvard University Press, 1982).
no sólo se nos ha excluido de hacer lo que se considera arte, sino
que nuestros artefactos han sido excluidos de los estándares que
definen lo que es arte. Tenemos historia, pero es una historia de
lo que fue y de lo que no se permitió ser. Por eso critico lo que
hemos sido ya que necesariamente es lo que se nos ha permitido
ser, como si fuera propiedad nuestra, de las mujeres. Como si la
igualdad, a pesar de todo, ya existiera inevitablemente.
Soy muy dura con esto y lo voy a ser aún más. No creo que la
forma en que las mujeres razonan moralmente es moralidad “con
voz diferente”.28 Pienso que es moralidad en un registro más alto,
con voz femenina. Las mujeres valoramos el cuidado de los demás
porque los hombres nos han valorado según el cuidado que les
damos, y es probable que nos venga bien un poco de cuidado pa
ra nosotras mismas. Las mujeres pensamos en términos relacióna
les porque nuestra existencia es definida en relación con los hom
bres. Además, cuando no se tiene poder, no se habla de manera
diferente así como así. Mucho no hablas. Tu habla no sólo se arti
cula de manera diferente sino que es silenciada. Eliminada, desa
parecida. No sólo se te priva de un lenguaje con el cual puedas ar
ticular tus características distintivas, aunque lo sea; se te priva de
una vida desde la cual podría surgir una articulación. El no ser
oída no es únicamente una función de la falta de reconocimiento,
no es solamente que nadie sabe cómo escucharte, aunque lo sea;
es también un silencio profundo, el silencio de la que se ve impe
dida de tener algo que decir. Algunas veces esto es permanente.
Lo que digo es que el daño causado por el sexismo es real, y reifi-
car esto en diferencias es un insulto a nuestras posibilidades.
Mientras estos temas se planteen de esta forma, las demandas
de igualdad parecerán siempre pedir ambas alternativas: lo mismo
cuando somos lo mismo y diferentes cuando somos diferentes. Pe
ro esto es lo que los hombres tienen, igualdad y diferencia a la vez.
Tienen lo mismo que las mujeres cuando son como ellas y quieren
serlo, y tienen aquello que es diferente cuando lo son y quieren ser
lo, que por lo general es lo que prefieren. Igualdad y diferencia al
mismo tiempo sería sólo paridad.29 Sin embargo, bajo la supre
macía machista, aunque se nos dice que tenemos ambas alterna
tivas -por un lado el ser especial por aquello del pedestal y por
otro la igualdad de oportunidad en las carreras-, la capacidad de
ser mujer y persona al mismo tiempo, pocas son las mujeres que
se benefician de cualquiera de las dos.
35 Loving vs. Virginia, 388 U.S. 1 (1967) usó por primera vez el término
“supremacía blanca” al invalidar una ley de antimestizaje como una violación
del derecho a la igualdad de protección. Esa ley prohibía por igual el casamien
to entre la población negra y la blanca. Aunque sin ir tan lejos, en temas de de
portes los tribunales han visto algunas veces que “semejante” no significa
“igual”, que tampoco “igual” requiere “semejante”. En el contexto de desi
gualdad sexual que ha prevalecido en las oportunidades de atletismo, el permi
tir que los chicos compitan en el mismo equipo que las chicas puede disminuir la
el género de esta manera, observen otra vez que los hombres son
tan diferentes de las mujeres como éstas de ellos, pero en lo social
los sexos no tienen un poder igual. Estar en el nivel más alto de
una estructura jerárquica es ciertamente distinto de estar en el más
bajo, pero ésta es una descripción falsamente neutra ya que una je
rarquía es mucho más que eso. Si el género fuera solamente una
cuestión de diferencia, la desigualdad sexual sería un problema de
mero sexismo, de diferenciación errónea, de categorización inexac
ta de individuos. El enfoque de la diferencia piensa que es esto y
por lo tanto se preocupa de esto. Pero si el género es ante todo una
desigualdad, construida como una diferenciación socialmente rele
vante con el fin de mantenerla en su lugar, entonces las cuestiones
de desigualdad sexual son cuestiones de dominio sistemático, de
supremacía masculina, para nada abstracta y para nada un error.
Si la diferenciación en clasificaciones es en sí misma una dis
criminación, como lo es en la doctrina de la diferencia, el uso de
la ley para cambiar las desigualdades sociales basadas en grupos
se convierte en algo problemático, incluso contradictorio. Es que
el grupo cuya situación debe cambiar tiene que ser necesariamen
te identificado y delineado legalmente, pero hacerlo plantea una
tensión fundamental con la garantía contra la desigualdad san
cionada legalmente. Si la diferenciación es discriminación, la ac
ción afirmativa (opositiva) y cualquier cambio legal en la desi
gualdad social es discriminación -pero ¿no lo son también las
diferenciaciones sociales existentes que constituyen la desigual
dad?-. Con esto sólo quiero decir que, para los que igualan la di
ferenciación con la discriminación, cambiar un statu quo desi
gual es discriminación, pero permitir que exista no lo es.
^ Los estudios de Tussman y Ten Broek usaron por primera vez el término
“fit” para caracterizar la relación necesaria entre una regla de igualdad válida y
el mundo al que se refiere. J. Tussman y J. ten Broek, “The Equal Proteo-ion of
the Laws”, en: California Law Review 37 (1949): 341.
Para el enfoque de la diferencia, por lo tanto, cualquier intento
de cambiar el mundo tal cual es parece una cuestión moral que
requiere un juicio separado sobre cómo deberían ser las cosas. Es
te enfoque imagina formular la siguiente pregunta desinteresada
que puede ser contestada con neutralidad en lo que a grupos se
refiere: contra el peso de la diferencia empírica, ¿deberíamos tra
tar a algunos como los iguales de otros, incluso cuando no tengan
derecho a eso porque no cumplen con el estándar? En la medida
en que esta construcción del problema es parte de lo que el enfo
que del dominio desenmascara, no surge con este enfoque, y por
lo tanto no considera moral su propio fundamento. Si las desi
gualdades sexuales se ven como problemas de un status impuesto,
que necesitan un cambio si es que el mandato legal sobre la igual
dad significa algo, la cuestión de si las mujeres deben ser tratadas
de manera desigual se refiere simplemente a si las mujeres deben
ser tratadas como si fueran menos. Cuando se revela como una
simple cuestión de poder, no se puede aislar la pregunta sobre lo
que debería ser. La única pregunta real es saber qué es y qué no es
una cuestión de género. Si no hay diferencia que justifique tratar
a las mujeres como subhumanas, entonces eliminar eso es el ob
jetivo de la ley de igualdad. En este cambio de paradigmas, las
proposiciones de igualdad dejan de referirse a lo bueno y lo malo
para transformarse en proposiciones de poder y falta de poder,
no menos desinteresadas en sus orígenes ni más neutrales en sus
conclusiones que los problemas que abordan.
En Estados Unidos, para el movimiento de la población negra
por la igualdad llegó un momento en que la esclavitud dejó de ser
un problema de justificación para convertirse en una cuestión de
cómo acabar con esa institución. No hay duda de que existían
disparidades raciales, si no el racismo habría sido inofensivo, pero
al llegar a ese punto -al que no se ha llegado en cuestiones de se
xo- ya no importaba ninguna diferencia de grupo. Éste es el pun
to en el que las características de un grupo, incluidos los atributos
empíricos, se convierten en parte constitutiva de lo completamen
te humano y no son definidas como excepciones a lo completa
mente humano o distintas de él. Medir de manera unilateral las
diferencias de un grupo de acuerdo con un estándar impuesto por
el otro es la encarnación de estándares parciales. El momento en
que las cualidades particulares de una persona se convierten en par
te del estándar con el cual se mide la humanidad se da una vez cada
mil años.
Para resumir el planteo: considerar las cuestiones de igualdad
sexual como asuntos de clasificación razonable o irrazonable es
parte de la forma en que el dominio masculino se expresa en la
ley. Si siguen mi cambio de perspectiva que pasa del género como
diferencia al género como dominio, el género pasa de ser una dis
tinción presuntamente válida a un perjuicio presuntamente sospe
choso. El enfoque de la diferencia intenta delinear la realidad; el
enfoque de dominio busca desafiarla y cambiarla. En él, la discri
minación sexual deja de ser una cuestión de moralidad y empieza
a ser una cuestión de política.
Puedes saber si la semejanza es tu estándar de igualdad, si mi
crítica a la jerarquía parece un pedido de protección especial dis
frazado. No lo es. Prevé un cambio que haría posible por vez pri
mera la existencia de una simple igualdad de oportunidades. Defi
nir la realidad sexual como diferencia y la garantía de la igualdad
como semejanza está mal en ambos casos. El sexo, en su naturale
za, no es una bipolaridad; es un continuo. Se convierte en bipolar
dentro de la sociedad. Una vez que esto sucede, el pedir que una
sea igual a aquellos que establecieron el estándar -con relación a
los cuales una ya había sido definida como diferente socialmente-
significa solamente que la igualdad sexual está concebida de for
ma tal que nunca pueda ser alcanzada. Las que más necesitan un
trato igualitario serán las menos similares áesde el punto de vista
social a aquéllos cuya situación establece el estándar con el cual se
mide el derecho a que una sea tratada de la misma manera. Desde
el punto de vista de la doctrina, los problemas más profundos de la
desigualdad sexual no encontrarán a las mujeres “situadas de
forma similar”37 a los hombres. Las prácticas de desigualdad sexual
37Royster Guano Co. vs. Virginia, 253 U. S. 412, 415 (1920): “[Una clasifí-
cación] debe ser razonable, no arbitraria, y debe apoyarse en una base de dife
rencia que tenga una relación substancial con el objeto de la legislación, para
que todas las personas en circunstancias similares puedan ser tratadas con igual-
requerirán aún menos que los actos sean intencionalmente discri
minatorios. Sólo se requiere que se mantenga el statu quo. Como
estrategia para mantener el poder social, primero estructura la
realidad de manera desigual, después exige que el derecho de al
terarla se base en una falta de distinción de la situación; primero
estructura la percepción de modo que lo diferente equivalga a in
ferior, después requiere que la discriminación sea activada por
mentes perversas que saben que están tratando a seres iguales co
mo si fueran inferiores.
Den un poder igual a las mujeres en la vida social. Dejen que
lo que decimos importe y después podremos discutir sobre cues
tiones de moral. Saquen sus pies de nuestros cuellos y entonces
podremos escuchar en qué idioma hablamos las mujeres. Mien
tras la igualdad sexual se vea limitada por la diferencia sexual,
les guste o no, lo valoren o traten de negarlo, lo delimiten como
base del feminismo o lo ocupen como el terreno de la misoginia,
las mujeres naceremos, seremos degradadas y moriremos. Nos
conformaríamos con esa protección igualitaria de las leyes bajo
las cuales naceríamos, viviríamos y moriríamos en un país donde
la protección no fuera una mala palabra y la igualdad no fuera
un privilegio especial.
dad”. Reed vs. Reed, 404 U.S. 71, 76 (1971): “Cualquiera sea su sexo, las per
sonas incluidas en cualquiera de las clases enumeradas [...] se sitúan de manera
similar [...] Al proporcionar un trato desigual a hombres y mujeres que se en
cuentran en situaciones similares, la sección en cuestión viola la cláusula de
igualdad de protección”.
Washington vs. Davis 426 U.S. 229 (1976) y Personel Administrator of
Massachusetts vs. Feeney, 442 U.S. 256 (1979) exigen que se demuestre la in
tención de discriminar para demostrar discriminación.
Sobre roles sexuales*
Helene Z. Lopata y Barrie Thorne
* Título original en inglés: “On the Term ‘Sex Roles’”, publicado en: Signs
3, núm. 3 (primavera 1978). Traducción de Julia Constantino y Nattie Golu-
bov; revisada y corregida por Marysa Navarro.
1 Helene Znaniecki Lopata, “Review Essay: Sociology”, en: Signs 2 (1976):
165-176.
se ofreció para transcribir algunos de los argumentos en contra
de su uso.2 Son muchos:
1. La terminología de roles no se aplica enteramente al género.
El género, o sea el comportamiento aprendido diferenciado por el
sexo biológico,3 no es un rol como lo es el ser maestra, hermana o
amiga. El género, como la raza o la edad, es más profundo, menos
cambiable e impregna los roles más específicos que desempeña
mos. Así, una maestra difiere de un maestro en aspectos sociológi
cos importantes (por ejemplo, es probable que ella tenga menos sa
lario, status y credibilidad). Esta distinción ha sido reconocida
ocasionalmente al definirse el género como un “rol básico”,4 un
“rol sin foco”5 o “una difusa característica de status”.6 Pero “roles
sexuales” se usa con frecuencia de modo irreflexivo e implica su
puestos cuestionables.
2. El uso de “roles sexuales” tiende a ocultar cuestiones de po
der y desigualdad. La noción de “rol” tiende a centrar la atención
más en los individuos que en los estratos sociales, en la socializa
ción más que en la estructura social y, con eso, se dejan de lado
cuestiones históricas, económicas y políticas.7 “Roles sexuales” su
giere un tipo de conceptualización basada en la idea de separados
pero iguales, de allí quizás que “roles de raza” y “roles de clase”
* Título original en inglés: “Doing Gender”, publicado en: Gender & Society
4, núm. 2 (junio 1990). Traducción de Julia Constantino y Laura Aponte; revi
sada y corregida por Marysa Navarro.
Este artículo está basado en parte sobre un trabajo presentado en la reunión
anual de la American Sociological Association, en Chicago, septiembre de 1977.
Agradecemos a Lynda Ames, Bettina Aptheker, Steven Clayman, Judith Gerson,
the late Erving Goffman, Marilyn Lester, Judith Lorber, Robin Lloyd, Wayne
Mellinger, Beth E. Schneider, Barrie Thorne, Thomas P. Wilson y muy especial
mente a Sarah Fenstermaker Berk por sus sugerencias tan útiles y por su apoyo.
curríamos a casos clínicos singulares sobre hermafroditas1 y a in
vestigaciones antropológicas sobre “tribus extrañas y exóticas”.2
Inevitablemente, como era de esperar, en las semanas siguientes
nuestras alumnas se sentían confusas. El sexo difícilmente parecía
algo dado en el contexto de investigaciones que ilustraban el a ve
ces ambiguo, y con frecuencia conflictivo, criterio de su atribución.
Y el género parecía mucho menos algo alanzado en el contexto
de los imperativos antropológicos, psicológicos y sociales que estu
diábamos: la división del trabajo, la creación de identidades de gé
nero y la subordinación social de las mujeres por los hombres.
Además, la doctrina oficial en teorías de la socialización de género
planteaba con fuerza que mientras que el género podía alcanzarse
más o menos a los cinco años de edad, era sin lugar a dudas per
manente, invariable y estático, de manera muy parecida al sexo.
Desde 1975, la confusión se ha intensificado y se ha extendido
más allá de cada una de nuestras aulas. Por un lado, hemos apren
dido que la relación entre los procesos biológicos y culturales era
mucho más compleja y reflexiva de lo que habíamos supuesto.3
Por otro lado, descubrimos que ciertas disposiciones estructurales, por
ejemplo, las existentes entre el trabajo y la familia, en realidad pro
ducen o permiten la existencia de ciertas capacidades, como el ser
madre, que anteriormente asociábamos con la biología.4 En medio
de esto, la noción de género como algo alcanzado de manera recu
rrente en algún momento se cayó por la borda.
1 Véase John Money, Sex Errors o f the Body {Baltimore: Johns Hopkins Uni
versity Press, 1968) y “Prenatal Hormones and Postnatal Sexualization in Gen-
der Identity Differentiation”, en: J. K. Colé y R. Dienstbier (eds.), Nebraska
Symposium on Motivation, vol. 21 (Lincoln: University of Nebraska Press
1974): 221-295; John Money y A. Erhardt Anke, Man and Woman/Boy and
Girl (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1972).
2 Véase Margaret Mead, Sex and Temperament (Nueva York: Dell, 1963).
3 Véase Alice Rossi, “Gender and Parenthood”, en: American Sociological
Review 49 (1984): 1-19, esp. 10-14.
4 Véase Nancy Chodorow, The Reproduction o f Mothering: Psychoanalysis
and the Sociology o f Gender (Los Ángeles: University of California Press, 1978)
versus Shulamith Firestone, The Dialectic o f Sex: The Case for Feminist Revolu-
tion (Nueva York: William Morrow, 1970).
En este artículo nuestro objetivo es proponer una comprensión
documentada etnometodológicamente, y por lo tanto distintiva
mente sociológica, del género como un logro rutinario, metódico
y recurrente. Pensamos que el hacer género es emprendido por
mujeres y hombres, cuya competencia como miembros de la so
ciedad es rehén de su producción. Hacer género implica un com
plejo de actividades perceptivas, interactivas y micropolíticas so
cialmente guiadas que conforman actividades particulares como
expresiones de la naturaleza femenina y de la masculina.
Cuando vemos el género como un logro, una propiedad ad
quirida de conducta determinada, nuestra atención pasa del te
rreno interno al individual, se centra en lo interactivo y, en últi
mo término, en lo institucional. En un sentido, por supuesto, los
individuos son los que hacen género. Pero es un hacer situado,
realizado en presencia real o virtual de otras personas, que se su
pone que están orientadas hacia su producción. Más que una
propiedad individual, consideramos el género como un elemento
emergente de situaciones sociales: es tanto el resultado como la
razón fundamental de varios arreglos sociales y un medio de legi
timar una de las divisiones más fundamentales de la sociedad.
Para proseguir nuestro planteo, hacemos un análisis crítico de
lo que los sociólogos han querido decir con género, incluyendo
su consideración como la representación de un papel en el senti
do convencional y como una demostración en la terminología de
Goffman.5 Tanto el papel de género como la demostración de gé
nero se centran en aspectos del comportamiento del ser mujer u
hombre (en oposición, por ejemplo, a las diferencias biológicas
entre los dos). Sin embargo, para nosotros la noción de género
como rol oscurece el trabajo involucrado en la producción del gé
nero en las actividades diarias, mientras que la noción de género
como una demostración lo relega a la periferia de la interacción.
Por nuestra parte, afirmamos que las personas que participan en
la interacción organizan sus múltiples y variadas actividades pa
Demostración de género
27 Ibíd.: 69.
u Ibíd.: 71.
29 Ibíd.: 75.
30 Ibíd.: 76.
Goffman oscurece los efectos del género en una amplia gama de
actividades humanas. El género no es únicamente algo que suce
de en las grietas y resquicios de la interacción, acomodado aquí y
allá sin interferir con los asuntos serios de la vida. Si bien es
plausible sostener que las demostraciones de género, creadas co
mo expresiones convencionalizadas, son opcionales, no parece
plausible decir que tenemos la opción de ser vistos por otras per
sonas como mujeres u hombres.
Es necesario ir más allá de la noción de la demostración de gé
nero para considerar lo que está implicado en la formación del
género como una actividad continua que tiene lugar en la inte
racción diaria. En dirección a esa meta, retomamos las distincio
nes entre sexo, categoría sexual y género que presentamos ante
riormente.
Sexo
32 Ibíd.
33 Ibíd.t 126-127,131-132.
34 John Money y John G. Brennan, “Sexual Dimorphism in the Psychology of
Female Transsexuals”, en: Journal o f Nervous and Mental Disease 147(1968):
487-499; Money y Erhardt, Man and Woman/Boy and Girl, ob. cit.; John Mo
ney y Charles Ogunro, “Behavioral Sexology: Ten Cases of Genetic Male Inter-
sexuality with Impaired Prenatal and Pubertal Androgenization”, en: Archives
of Sexual Behavior 3 (1974): 181-206; John Money y Patricia Tucker, Sexual
Signatures (Boston: Little, Brown, 1975).
de “entrecruzamiento de géneros”35 y la posibilidad de más de
dos sexos.36
Más importante para nuestro planteo es lo señalado por Kessler
y McKenna37 acerca de que los genitales se ocultan convencional
mente de la inspección pública en la vida diaria y, sin embargo, a
través de nuestras rutinas sociales, continuamos observando un
mundo de dos personas naturalmente y normalmente sexuadas.
Lo que provee la base para la clasificación sexual es la suposi
ción de que los criterios esenciales existen o deberían estar ahí si
se buscan. Basándose en Garfinkel, Kessler y McKenna plantean
que varones y mujeres son acontecimientos culturales, productos
de lo que denominan “procesos de atribución de género” más
que una suma de características, conductas o incluso atributos fí
sicos. Como ejemplo, citan al niño que al ver una fotografía de
alguien vestido con traje y corbata declara: “Es un hombre por
que tiene pajarito”.38 Traducción: “Debe tener un pajarito [ca
racterística esencial] porque estoy viendo la insignia de un traje y
una corbata”. Ni la asignación inicial del sexo (al nacer, el anun
cio de que se es mujer u hombre) ni la existencia real de los crite
rios esenciales para dicha asignación (posesión de clítoris y vagina
o de pene y testículos) tienen mucho que ver, si es que algo tie
nen, con la identificación de la categoría sexual en la vida diaria.
Categoría sexual
41 Alfred Schutz, “The Problem of Rationality in the Social World”, en: Eco
nomics 10 (1943): 130-149; Garfinkel, ob. cit.: 272-277; Richard Bernstein,
“France Jails 2: An Odd Case of Espionage”, en: New York Times (11 de mayo,
1986). Bernstein relata un caso de espionaje poco común en el que un hombre
que se hacía pasar por una mujer convenció a su amante de que él/ella había pa
rido al hijo “de ambos”, el cual, pensaba el amante, “se parecía” a él.
42 Garfinkel, ob. cit.: 262-283; Thomas P. Wilson, “Conceptions of Interac-
tion and Forms of Sociological Explanation”, en: American Sociological Review
35 (1970): 697-710.
43 Garfinkel, ob. cit.: 122-128.
44 Ibíd.: 122.
era realmente una persona de ventas . No pude clasificarla/lo co
mo mujer u hombre. ¿Qué busqué yo? (1) Pelo facial: ella/él te
nía la piel suave, pero algunos hombres tienen poco pelo facial o
no tienen. (Esto varía según la raza, los indios de Estados Unidos
y los negros con frecuencia no tienen.) (2) Senos: ella/él llevaba
una camisa suelta que le caía desde los hombros. Y , como lo sa
ben para su vergüenza muchas mujeres que sufrieron la adoles
cencia en los años cincuenta, con frecuencia tienen el pecho cha
to. (3) Hombros: sus hombros eran pequeños y redondeados
para ser de hombre, anchos para ser de mujer. (4) Manos: dedos
largos y finos, nudillos un poco grandes para ser de mujer, pe
queños para ser de hombre. (5) Voz: timbre medio, inexpresiva
para ser de mujer, sin el tono exagerado que algunos homose
xuales afectan. (6) Su trato: no me dio ningún signo que me per
mitiera saber si yo era del mismo sexo que esa persona o de un
sexo diferente. Ni siquiera había signos de que sabía que su sexo
sería difícil de clasificar; yo me preguntaba al respecto, aun
cuando me esforcé por ocultar estas preguntas para no avergon
zarla/lo mientras hablábamos sobre el papel para la impresora.
Salí sin saber el sexo de la persona que me atendió y molesta por
esa pregunta no contestada (como buena hija de la cultura a la
que pertenezco). (Diane Margolis, comunicación personal.)
Género
48 Ibíd.: 147-148.
49 Carol L. Mithers, “My Life as a Man”, en: The Village Voice 171 (5 de octu
bre de 1982): lff; Jan Morris, ob. cit.
50 Garfinkel, ob. cit.: 66-75; D. Lawrence Wieder, Language and Social Reality:
The Case ofTelling the Convict Code (The Hague: Mouton, 1974): 183-214; Don
H. Zimmerman y D. Lawrence Wieder, “Ethnomethodology and the Problem of
Order: Comment on Denzin”, en: J. Denzin (ed.), Understanding Everyday Life
(Chicago: Aldine, 1970): 285-298.
visto y visible en un contexto como apropiado para el género o,
como sea el caso, inapropiado para el género, es decir, explicable.
55 Erving Goffman, “The Arrangement Between the Sexes”, en: Theory and
Society 4 (1 9 7 7 ): 301-331.
56 Ibíd.: 315.
57 Ibíd.: 316.
tructutas institucionalizadas para la expresión de la virilidad.
Ahí, esas cualidades que propiamente deben asociarse con la
masculinidad, tales como la fuerza, la resistencia y el espíritu
competitivo, son celebradas por todas las partes interesadas -los
participantes, a quienes puede verse demostrando dichas caracte
rísticas, y los espectadores, que aplauden sus demostraciones des
de la seguridad de las gradas-?8
Las prácticas de apareamiento clasificadoras entre las parejas
heterosexuales proporcionan aun más medios para crear y man
tener diferencias entre mujeres y hombres. Por ejemplo, aun
cuando el tamaño, la fuerza y la edad tienden a distribuirse nor
malmente entre mujeres y hombres (con una considerable super
posición entre ellos), el emparejamiento selectivo asegura parejas
en las que los chicos y los hombres son visiblemente más gran
des, fuertes y mayores (si no más sabios) que las chicas y las mu
jeres que son sus parejas. Así, en caso de que surjan situaciones
en las que se requiera el tamaño, la experiencia y la fuerza mayo
res de los hombres y chicos, ellos siempre estarán listos para de
mostrarlos, y las chicas y las mujeres, listas para apreciarlos.59
De manera rutinaria el género puede conformarse en una va
riedad de situaciones que, en un principio, parecen convencional
mente expresivas, tales como las que presentan a mujeres desvali
das junto a objetos pesados o neumáticos desinflados. Pero,
como lo señala Goffman, las preocupaciones pesadas, engorrosas
y precarias pueden crearse a partir de cualquier situación social,
“aunque a partir de estándares establecidos en otros medios, esto
pueda implicar algo claro, limpio y seguro”. Con estos recursos,
es claro que cualquier situación interactiva proporciona el esce
nario para describir las naturalezas sexuales esenciales. En resu
men, estas situaciones “no permiten ni la expresión de las dife
rencias naturales ni la producción de la diferencia misma”.60
58 Ibíd.: 322.
59 Ibíd.: 321; Candace West y Bonita Iritani, “Gender Politics in Mate Selec-
tion: The Male-Older Norm”. Trabajo presentado en la reunión anual de la
American Sociological Association, agosto 1985, Washington DC.
60Goffman, “The Arrangement...”, ob. cit.: 324.
Para empezar, muchas situaciones no están sexualmente clasifi
cadas con claridad, tampoco lo que se revela en ellas es evidente
mente relevante en materia de género. Sin embargo, cualquier en
cuentro social puede utilizarse para servir al objetivo de hacer
género. Así, la investigación de Fishman sobre conversaciones ca
suales descubrió una “división del trabajo” asimétrica en las pláti
cas íntimas entre heterosexuales. Las mujeres tenían que hacer más
preguntas, llenar más silencios y utilizar más comienzos que llama
ran la atención para ser escuchadas. Sus conclusiones son particu
larmente pertinentes aquí: “Dado que el trabajo interactivo está
relacionado con lo que constituye el ser una mujer, con lo que es
una mujer, la idea de que es trabajo se diluye. El trabajo no se ve
como lo que hacen las mujeres, sino como parte de lo que son”.61
Nosotras afirmaríamos que es precisamente ese trabajo lo que
ayuda a constituir la naturaleza esencial de las mujeres como
mujeres en contextos interactivos.62
Las personas tienen muchas identidades sociales que pueden ser
asumidas o desechadas, acalladas o realizadas, dependiendo de la
situación. Se puede ser amiga, cónyuge, profesional, ciudadana y
muchas otras cosas más en relación con distintas personas, o ante
la misma persona en momentos diferentes. Pero siempre somos
mujeres u hombres, a menos que cambiemós de categoría sexual.
Lo que esto significa es que nuestras demostraciones identificato-
rias proporcionarán un recurso siempre disponible para hacer gé
nero en un conjunto de circunstancias infinitamente diversas.
Algunas situaciones están organizadas para demostrar y cele
brar rutinariamente comportamientos que están convencional
mente ligados con una u otra categoría sexual. En tales ocasiones
61 Pamela Fishman, “Interaction: The Work Women Do”, en: Social Problems
25 (1978): 405.
62 Candace West y Don H. Zimmerman, “Small Insults: A Study of Interrup-
tions in Conversations Between Unacquainted Persons”, en: B. Thorne, C. Krama-
rae y N. Henley (eds.), Language, Gender and Society (Rowley, MA: Newbury
House, 1983): 109-111; pero también véase Peter Kollock, Philip Blumstein y
Pepper Schwartz, “Sex and Power in Interaction”, en: American Sociological Re
view 50 (1985): 34-46.
hombres y mujeres saben cuál es su lugar en el esquema interacti
vo de las cosas. Si un individuo identificado como miembro de
una categoría sexual adopta comportamientos generalmente aso
ciados con la otra categoría, esa rutinización se ve desafiada.
Hughes proporciona una ilustración de este dilema.
[Una] joven mujer [...] llegó a formar parte de esa profesión viril
que es la ingeniería. Se espera que el diseñador de un avión vaya
en el vuelo inaugural del primer aparato construido con su diseño.
Luego, él [sic] ofrece una comida a los ingenieros y obreros que
colaboraron en la construcción del nuevo avión. La comida es na
turalmente sólo para hombres. La joven en cuestión diseñó un
avión. Sus colegas le recomendaron que no enfrentara el riesgo del
vuelo inaugural para el cual, presumiblemente, sólo los hombres
son aptos. De hecho, lo que ellos le pedían era que fuera una dama
en vez de una ingeniera. Ella decidió ser ingeniera. Por lo tanto,
dio la fiesta y la pagó como un hombre. Después de la comida y de
la primera vuelta de brindis, se retiró como una dama.63
65 Candace West, “When the Doctor is a ‘Lady’: Power, Status and Gender
in Physician-Patient Encounters”, en: Symbolic Interaction 7: 87-106.
66 Judith Lorber, Women Physicians: Careers, Status and Power (Nueva York:
Tavistock, 1984): 52-54.
67 Patricia Bourne y Norma J. Wikier, “Commitment and the Cultural Man-
date: Women in Medicine”, en: Social Problems 25 (1978): 435-437.
68 Goffman, “The Arrangement...”, ob. cit.
del género a nivel de la interacción y en arreglos institucionales
como la división del trabajo en la sociedad? Y, tal vez lo más im
portante, ¿cómo es que la formación del género contribuye a la
subordinación de las mujeres por los hombres?
Programas de investigación
76 Ibíd.
77 Barrie Thorne, “Girls and Boys Together ... But Mostly Apart: Gender
Arrangements in Elementary Schools”, en: W. Hartup y Z. Rubin (eds.), Rela-
tionships and Development (Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum, 1986): 167-182;
Barrie Thorne y Zella Luria, “Sexuality and Gender in Children’s Daily
Worlds”, en: Social Problems 33 (1986): 176-190.
real de las tareas como en las percepciones de equidad con res
pecto a esa distribución. Aun cuando las esposas trabajen fuera
de casa, hacen la mayor parte de los quehaceres domésticos y tie
nen el cuidado de los niños y las niñas en sus manos. Además,
tanto las esposas como los maridos tienden a percibir esto como
un arreglo justo. Al tomar nota de la ineficacia de las teorías so
ciológicas y económicas convencionales para explicar esta apa
rente contradicción, Berk sostiene que algo mucho más compli
cado que los arreglos racionales para la producción de los bienes
y servicios del hogar está involucrado en esto:
79 Ibíd.: SCI.
80 Véase William R. Beer, Housekusbands: Men and Housework in Ameri
can Families (Nueva York: Praeger, 1983): 70-89.
menores, las sobrecargos femeninas serán clasificadas más rápi
damente como verdaderas mujeres que otras mujeres.81
Sexo y sexualidad
85 Ibíd.: 129.
86 Raymond, The Transsexual Empire, ob. cit.: 135, (cursivas nuestras).
es decir, medios legítimos para la organización de la vida social.
Las diferencias entre las mujeres y los hombres creadas mediante
este proceso pueden entonces ser representadas como disposicio
nes fundamentales y permanentes. Bajo esta luz, los convenios
institucionales de una sociedad pueden ser vistos como una res
puesta a las diferencias^ siendo el orden social una mera adecua
ción al orden natural. Por lo tanto, si al hacer género los hom
bres también están haciendo dominio y las mujeres deferencia,87
el orden social resultante, que supuestamente refleja las diferen
cias naturales, es un poderoso legitimador y reforzador de los
convenios jerárquicos. Observa Frye:
89 Judith Lorber, “Dismantling Noah’s Arle”, en: Sex Roles 14 (1986): 577.
La subordinación social de las mujeres y las prácticas culturales
que ayudan a mantenerla; la política del objeto sexual-elección y,
particularmente, la opresión de los y las homosexuales; la divi
sión sexual del trabajo, la formación del carácter y de la razón
en la medida en que están organizados en feminidad y masculini-
dad; el papel del cuerpo en las relaciones sociales, especialmente
las políticas del parto y la naturaleza de las estrategias de los mo
vimientos de liberación sexual.90
7 Agradezco a Laura Nader unas discusiones muy valiosas sobre este tema.
8Joan W. Scott, “Gender: A Useful Category of Historical Analysis”, en: Ame
ritan Historical Review 91, núm. 5 (diciembre, 1986): 1070. Incluido en este vo
lumen. (N. de la E.)
9 Carol B. Stack, All Our Kin: Strategies for Survival in a Black Community
(Nueva York: Routledge & Kegan Paul, 1986).
10 Carol Stack, The Cali to H om e..., ob. cit.
11 Michael Omi y Howard Winant, Racial Formation in the United States
(Nueva York: Routledge 8c Kegan Paul, 1986).
tiva de más de 20 años de investigación sobre la familia afronor-
teamericana que hago esta contribución al trabajo de Carol Gilli
gan sobre voces morales.12 Enfoco el género como una relación
social y sugiero que el género es negociado siguiendo líneas de di
ferencia que están en un estado de cambio constante.13
Aunque desde la filosofía se ha discutido la distinción que ha
ce Gilligan entre razonamiento de cuidado (ayuda) y de justicia,
y también sus métodos de interpretar y codificar los relatos de
razonamiento moral, en este trabajo no entraré en ese debate. El
presente trabajo tiene un alcance más estrecho. Esta investiga
ción no desenreda temas metodológicos en torno a Gilligan y a
sus críticos,14 ni entra en el debate sobre razonamiento moral o
las etapas de desarrollo moral. Sí cuestiona la validez de las dife
rencias universales de género.
Dilemas m orales
Clyde no sabe qué hacer con una decisión que debe tomar. Sus dos
hermanas lo están presionando para que deje Washington DC y
vuelva a casa para encargarse de sus padres. Su madre está postra
da en la cama y su padre ha perdido recientemente una pierna por
la diabetes. Una de sus hermanas tiene familia y un buen trabajo en
el norte y la otra acaba de mudarse allí para casarse. Sus hermanas
lo ven en mejores condiciones de agarrar sus cosas y volver a casa
ya que no está casado y trabaja a tiempo parcial, aunque sigue tra
tando de conseguir un mejor trabajo. ¿Qué debe hacer Clyde?
Resultados
18 Carol Gilligan, “Women’s Place in Man’s Life Cycle”, en: Harvard Edu-
cational Review 49 (1979): 4; In a Different Voice: Psyckological Tbeory and
'Women’s Development (Cambridge: Harvard University Press, 1982).
recodificadas de acuerdo con las nuevas pautas de Gilligan y sus
colegas. Gilligan tiene una categoría distinta llamada ambos, que
yo llamo “mixta” (como una mezcla cuyas partes no pueden se
pararse). Al final de cuentas, mis resultados no difieren, ya sea
que se elimine la categoría mixta o se cuente como justicia y co
mo asistencia. La presencia de la justicia como una razón (con o
sin asistencia) no es diferente para los muchachos en compara
ción con las muchachas. Asimismo, la presencia de la asistencia
como una razón (con o sin justicia) no es diferente para los mu
chachos en comparación con las muchachas (test Chi-cuadrado
de Pearson). Llegamos a las mismas conclusiones para los hom
bres y las mujeres (prueba exacta de Fisher).
La configuración de los porcentajes es virtualmente idéntica pa
ra los muchachos y las muchachas, con la justicia ligeramente más
alta que la asistencia en cada grupo. El porcentaje es también casi
el mismo para los muchachos y las muchachas que usaron ambos.
4 2 % (19) 4 3 % (18)
3 1% (14) 31% (13)
2 7 % (12) 2 6 % (11)
4 3 % (3) 3 7 ,5 % (3)
14% (1) 0
4 3 % (3) 6 2 ,5 % (5)
Prólogo
1 Véase, por ejemplo, Paula Gunn Alien, The Sacred Hoop: Recovering the
Feminine in American Indian Traditions (Boston: Beacon, 1986); Beth Brant
(ed.), A Gathering o f Spirit: Writing and Art by North American Indian Wo
men (Montpelier, V T: Sinister Wisdom Books, 1984); Gloria Anzaldúa y Cherrie
Moraga (eds.), This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Co
lor (Watertown, MA: Persephone, 1981; distribuido por Kitchen Table/Women
of Color Press, Albany, N Y); J. R. Roberts, Black Lesbians: An Annotated Bi-
bliography (Tallahassee, FL: Naiad, 1981); Barbara Smith (ed.), Home Girls: A
Black Feminist Anthology (Albany, NY: Kitchen Table/Women of Color Press,
1984). Como Lorraine Bethel y Barbara Smith lo señalaron en Conditions 5:
“The Black Women’s Issue” (1980), muchas novelas escritas por mujeres negras
describen relaciones entre mujeres. Quisiera citar aquí las obras de Arna Ata Ai-
doo, Toni Cade Bambara, Buchi Emecheta, Bessie Head, Zora Neale Hurston,
Alice Walker, Donna Allegra, Red Jordán Arobateau, Audre Lorde, Ann Alien
Shockley, entre otras que escriben directamente como lesbianas negras. Para no
velas de otras lesbianas de color, véase Elly Bulkin (ed.), Lesbian Fiction: An
Anthology (Watertown, MA: Persephone, 1981).
Para relatos sobre la experiencia lesbiana judía, véase también Evelyn Tor-
ton Beck (ed.), Nice Jewish Girls: A Lesbian Anthology (Watertown, MA: Per
sephone, 1982; distribuido por Crossing Press, Trumansburg, N Y 14886); Alice
Bloch, Lifetime Guarantee (Watertown, MA: Persephone, 1982); y Melanie Ka-
ye-Kantrowitz e Irena Klepfisz (eds.), The Tribe o f Dina: A Jewish Womeris
Anthology (Montpelier, VT: Sinister Wisdom Books, 1986).
La primera formulación que conozco sobre la heterosexualidad como insti
tución apareció en un periódico lesbiano feminista, Las furias, fundado en
1971. Para una colección de artículos de este periódico, véase Nancy Myron y
Charlotte Bunch (eds.), Lesbianism and the Women's Movement (Oakland, CA:
Diana Press, 1975; distribuido por Crossing Press, Trumansburg, N Y 14886).
Por todas estas razones, este ensayo tiene algunas partes que
hoy escribiría de manera diferente, matizaría o ampliaría. Pero
sigo pensando que las feministas heterosexuales sacarán fuerza
política para cambiar si adoptan una postura crítica contra la
ideología que exige la hereterosexualidad, y que las lesbianas no
pueden suponer que esa ideología y las instituciones fundadas
sobre ella no nos afectan. No hay nada en esa crítica que nos
exija que nos pensemos víctimas, o nos haga un lavado de cere
bro o nos deje totalmente sin poder. Coerción y compulsión son
dos condiciones en las que las mujeres hemos aprendido a reco
nocer nuestra fuerza. La idea de resistencia es un tema importan
te en este ensayo y en el estudio de las vidas de las mujeres, si sa
bemos lo que buscamos.
I
Desde un punto de vista biológico, los hombres sólo tienen una
orientación innata sexual que los impulsa hacia las mujeres,
mientras que las mujeres tienen dos orientaciones innatas, una
sexual hacia los hombres y otra reproductiva hacia sus hijos.2
2 Alice Rossi, “Children and Work in the Lives of Women” (trabajo presen
tado en la Universidad de Arizona, Tucson, febrero de 1976).
3 Doris Lessing, The Golden Notebook (Nueva York: Bantam Books [1962],
1977): 480.
El prejuicio de la heterosexualidad obligatoria, mediante el cual
la experiencia lesbiana es percibida en una escala que va desde lo
desviado hasta lo abominable, o simplemente la hace invisible,
podría ser ilustrado con muchos otros textos. El supuesto de
Rossi, que las mujeres están “sexualmente orientadas de manera
innata” hacia los hombres, o el de Lessing, que la elección lesbia
na es simplemente una consecuencia de la amargura hacia los
hombres, de ningún modo son exclusivamente de ellas. Están
muy difundidos en la literatura y en las ciencias sociales.
También me preocupan aquí otros dos temas: primero, cómo y
por qué la elección de mujeres por mujeres como compañeras apa
sionadas, parejas de vida, cotrabajadoras, amantes y familia ha si
do aplastada, invalidada, obligada a ocultarse y disfrazarse; y se
gundo, la virtual o total indiferencia con respecto a la existencia
lesbiana de una amplia gama de textos, inclusive en la nueva pro
ducción académica feminista. Es obvio que hay aquí una relación.
Creo que gran parte de la teoría y la crítica feministas han encalla
do en estas costas.
Mi impulso organizador es la convicción de que para el pensa
miento feminista no es suficiente que existan textos específicamen
te lesbianos. Cualquier teoría o creación política cultural que trate
la existencia lesbiana como un fenómeno marginal o menos natu
ral, como una mera preferencia sexual o como una imagen especu
lar de las relaciones heterosexuales u homosexuales masculinas, re
sulta profundamente debilitada, sin importar sus otros aportes. La
teoría feminista no puede seguir proclamando meramente una to
lerancia del lesbianismo como un estilo de vida alternativo o men
cionar de paso a las lesbianas. Es hora de hacer una crítica femi
nista a la orientación heterosexual obligatoria para las mujeres. En
este trabajo exploratorio trataré de demostrar las razones.
Para dar ejemplos, empezaré con una breve discusión de cua
tro libros aparecidos en los últimos años, escritos desde distintos
puntos de vista y orientaciones políticas, pero que se presentan
todos como feministas y han sido muy bien recibidos.4 Todos
Sexual Arrangements and The Human Malaise (Nueva York: Harper &C Row,
1976); Barbara Ehrenreich y Deirdre English, For Her Own Good: 150 Years
ofthe Experts3Advice to Women (Garden City, NY: Doubleday Se Co., Anchor
Press, 1978); Jean Baker Miller, Toward a New Psychology o f Women (Bos
ton: Beacon Press, 1976).
5 Podría haber elegido muchos otros libros serios recientes y de gran influen
cia, inclusive antologías, que ilustrarían el mismo punto: por ejemplo, Our Bo-
dies, Our Selves, un best-seller del Boston Women's Health Collective (Nueva
York: Simón 6c Schuster, 1976), que dedica un capítulo aparte (e inadecuado) a
las lesbianas, pero cuyo mensaje es que la heterosexualidad es la forma de vida
preferida de la mayoría de las mujeres; Berenice Carroll (ed.), Liberating Wo
men’s History: Theoretical and Critical Essays (Urbana: University of Illinois
Press, 1976) que no incluye siquiera un ensayo simbólico sobre la presencia les
biana en la historia, aunque en un ensayo de Linda Gordon, Persis Hunt et al. se
señala el uso que hacen los historiadores hombres del desvío sexual como una
categoría para desacreditar y desechar a Anna Howard Shaw, Jane Adams y
otras feministas (“Historical Phállacies: Sexism in American Historical Wri-
ting”); y Renate Bridenthal y Claudia Koonz (eds.), Becoming Visible: Women
in European History (Boston: Houghton Mifflin Co., 1977), que menciona tres
veces la homosexualidad masculina pero no ha encontrado ningún material sobre
las lesbianas. Gerda Lerner (ed.), The Female Experience: An American Docu-
mentary (Indianapolis: Bobbs-Merrill Co., 1977), contiene versiones cortas de
dos trabajos que describen la posición lesbiana/feminista en la actualidad, pero
ningún otro documento sobre la existencia lesbiana. Sin embargo Lerner señala
en su prefacio cómo la acusación de desviación ha sido usada para fragmentar a
las mujeres y desalentar su resistencia. Linda Gordon, en Women's Body, Wo-
manys Right: A Social History o f Birth Control in America (Nueva York: Viking
Press, Grossman, 1976), señala con precisión que: “No es el feminismo el que ha
producido más lesbianas. Siempre ha habido muchas lesbianas, a pesar de los altos
siguiente: ¿en un contexto diferente, en condiciones similares, las
mujeres escogerían el emparejamiento y el matrimonio heterose
xual?; en todos ellos se presume que la heterosexualidad es la
“preferencia sexual” de la “mayoría de mujeres”, implícita o ex
plícitamente. En ninguno de estos libros, que se ocupan de la ma
ternidad, de los roles sexuales, de las relaciones y las prescripcio
nes sociales para las mujeres, se examina la heterosexualidad
obligatoria como una institución que afecta fuertemente a todo
esto, ni se cuestiona aunque más no sea indirectamente la idea de
preferencia u orientación innata.
En For Her Own Good: 150 Years o f the Experts’ Advice to
Women (Para su propio bien: 150 años de consejos de expertos
para mujeres) de Barbara Ehrenreich y Deirdre English; los magní
ficos panfletos Witches, Midwives and Nurses: A History o f Wo
men Healers (Brujas, parteras y nodrizas: una historia de las cu
randeras) y Complaints and Disorders: The Sexual Politics o f
Sickness (Quejas y desórdenes: la política sexual de la enfermedad)
de las mencionadas autoras se convierten en un estudio complejo
y provocador. La tesis que presentan en este libro es que los conse
jos dados a las norteamericanas por los profesionales de la salud,
en especial sobre el sexo en el matrimonio, la maternidad y la
crianza de niños y niñas, han reflejado los dictados del mercado y
el rol que el capitalismo ha necesitado que jueguen las mujeres en
la producción y/o la reproducción. Las mujeres han sido las vícti
mas consumidoras de diversas curas, terapias y juicios normati
vos en distintos períodos (inclusive la prescripción para las muje
res de clase media de encarnar y preservar la santidad del hogar;
la romantización científica del hogar mismo). Ninguno de los
consejos de los expertos ha sido particularmente científico u
9 Véase por ejemplo Kathleen Barry, Fetnale Sexual Slavery (Englewood Cliffs,
NJ: Prentice-Hall, 1979); Mary Daly, Gyn/Ecology: The Metaethics of Radical
Feminism (Boston: Beacon, 1978); Susan Griffin, Wornan and Nature: The Roa-
ring inside Her (Nueva York: Harper & Row, 1978); Diana Russell y Nicole van
de Ven (eds.), Proceedings o f the International Tribunal o f Crimes against Wo
men (Millbrae, CA: Les Femmes, 1976); y Susan Brownmiller, Against Our Will:
Men, Women and Rape (Nueva York: Simón &C Schuster, 1975); Aegis: Magazi-
ne on Endi?ig Violence against Women (Feminist Alliance Against Rape, P.O. Box
21033, Washington, DC 20009).
[A.R., 1986: Han aparecido trabajos en los años que no pude citar en 1980.
Véase Florence Rush, The Best-kept Secret (Nueva York: McGraw-Hill, 1980);
Louise Armstrong, Kiss Daddy Goodnight: A Speakout on Incest (Nueva York:
Pocket Books, 1979); Sandra Butler, Conspiracy o f Silence: The Trauma o f In-
cest (San Francisco: New Glide, 1978); F. Delacoste y F. Newman (eds.), Fight
Back!: Feminist Resistance to Male Violence (Minneapolis: Ciéis Press, 1981);
Judy Freespirit, Daddy’s Girl: An Incest Suruivor’s Story (Langlois, OR; Diaspo-
ra Distribution, 1982); Judith Hermán, Father-Daughter Incest (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 1981); Toni McNaron y Yarrow Morgan (eds.),
Voices in the Night: Women Speaking About Incest (Minneapolis: Ciéis Press,
1982); y la muy informativa compilación de ensayos, estadísticas, listas y even
tos de Betsy Warrior, Battered Womenys Directory (formalmente titulada Wor-
kingon Wife Abuse), S° ed. (Cambridge, MA: 1982).]
ríales que ayudan a crear la realidad psicológica), encuentro que su
visión sobre las relaciones entre mujeres y hombres como una “co
laboración para mantener la locura de la historia” es totalmente
ahistórica. Con esto ella quiere decir que se perpetúan relaciones
sociales que son hostiles, explotadoras y destructivas de la vida mis
ma. Ve a las mujeres y a los hombres como socios iguales en la es
tructuración de “arreglos sexuales”, sin enterarse aparentemente de
las reiteradas luchas de las mujeres para resistir la opresión (la
nuestra y la de otros) y cambiar nuestra condición. Ella ignora es
pecíficamente la historia de las mujeres que -como brujas, femmes
seules, mujeres que se resisten al matrimonio, solteronas, viudas au
tónomas y/o lesbianas- se las han arreglado para no colaborar en
varias instancias. Ésta es precisamente la historia de la cual tienen
tanto que aprender las feministas y sobre la cual hay un silencio to
tal. Dinnerstein reconoce al final de su libro que el “separatismo fe
menino”, si bien es “en gran escala y a largo plazo fantásticamente
impráctico , tiene algo que enseñarnos: “Separadas, las mujeres en
principio podrían empezar a aprender desde cero lo que es la hu
manidad autocreadora intacta -sin desviarse por las oportunida
des de evadir esta tarea que la presencia de los hombres hasta allí
ha ofrecido-”.10 Frases como “humanidad autocreadora intacta”
enmascaran el tema del objetivo de las distintas formas de separa
tismo femenino. El hecho es que las mujeres de todas las culturas y
a través de la historia han emprendido la tarea de una existencia in
dependiente, no heterosexual, articulada hacia la mujer, hasta don
de lo permitía su contexto, a menudo en la creencia de que ellas
eran las únicas que alguna vez lo habían hecho. La han emprendido
aun cuando pocas mujeres han estado en condiciones económicas
de resistir por completo al matrimonio y aun cuando los ataques
contra las mujeres no casadas han ido desde la difamación y la bur
la hasta el genocidio deliberado, inclusive la hoguera y la tortura
para millones de viudas y solteronas durante la caza de brujas de
los siglos XV, XVI y XVn en Europa y el suttee de la India, es decir, la
práctica de inmolar a la viuda en la pira funeraria del marido.
Nancy Chodorow casi llega a reconocer la existencia lesbiana.
Como Dinnerstein, Chodorow cree que el hecho de que las muje
res, y sólo las mujeres, sean las responsables del cuidado infantil
en la división sexual del trabajo ha llevado a una organización so
cial de desigualdad de género, y que tanto los hombres como las
mujeres deben cuidar de los hijos e hijas si esa desigualdad ha de
cambiar. En una revisión desde una perspectiva psicoanalítica de la
forma en que la-crianza-por-mujeres afecta el desarrollo psicológi
co de los niños y las niñas, documenta el hecho de que los hom
bres son “emocionalmente secundarios” en las vidas de las muje
res; que las “mujeres tienen un mundo interior más rico al cual
recurrir [y que] desde el punto de vista emocional los hombres
no son tan importantes para las mujeres como éstas lo son para
ellos”.11 Esta idea extendería hasta fines del siglo X X la fijación
emocional de mujeres en mujeres que Smith-Rosenberg observó en
los siglos XVül y XIX. “Emocionalmente importante” puede referir
se por supuesto taiito a la cólera como al amor o a esa intensa
mezcla de ambos sentimientos encontrada tan a menudo en las re
laciones entre mujeres: un aspecto de lo que he llamado “la-doble-
vida-de-las-mujeres” (véase más abajo). Chodorow concluye que,
como las mujeres tienen como madres a mujeres, “la madre per
manece como un objeto (sic) interno primario para la niña, de ma
nera que las relaciones heterosexuales están bajo el modelo de una
relación no exclusiva y secundaria para ella, mientras que para el
niño recrean una relación primaria exclusiva”. Según Chodorow,
las mujeres “han aprendido a negar las limitaciones de los amantes
masculinos tanto por razones psicológicas como prácticas”.12
Pero las razones prácticas (como la quema de brujas, el control
masculino de la ley, la teología y la ciencia o la no viabilidad eco
nómica dentro de la división sexual del trabajo) son tratadas muy
superficialmente. La descripción de Chodorow apenas echa una
ojeada a las coacciones y sanciones que históricamente han forza
do o asegurado el emparejamiento de las mujeres con hombres, y
II
14 Kathleen Gough, “The Origin of the Family”, en: Rayna [Rapp] Reiter
(ed.), Toward an Anthropology o f Women (Nueva York: Monthly Review Press,
1975): 69-70.
gue, las palabras de Gough aparecen en cursiva; la elaboración
de cada categoría, entre corchetes, es mía.
Las características del poder masculino comprenden:
Éstos son algunos de los métodos mediante los cuales el poder mas
culino se manifiesta y se mantiene. Al mirar el esquema, impresiona
sin duda el hecho de que estamos confrontando no solamente el
mantenimiento de la desigualdad y la posesión de la propiedad, si
no un difundido racimo de fuerzas, que van de la brutalidad física
al control de la conciencia, lo que sugiere que una enorme contra
fuerza potencial tiene que ser reprimida.
Algunas formas de manifestación del poder masculino son
más fáciles de reconocer como factores que imponen la heterose
xualidad a las mujeres. Sin embargo, individualmente se suman
30 Ibíd.: 220.
31 Ibíd.: 221.
32 Barry, (nota 9, más arriba).
[A. R., 1986: Véase también Kathleen Barry, Charlotte Bunch y Shirley Cas-
tley (eds.), International Feminism: Networking against Female Sexual Slavery
(Nueva York: International Women’s Tribune Center, 1984).]
ro que en los hechos ha comprendido, y hoy mismo comprende,
mujeres de todas las razas y clases sociales. En el análisis teórico
derivado de su investigación, Barry relaciona todas las condicio
nes de fuerza bajo las cuales las mujeres viven sometidas a los
hombres: la prostitución, la violación marital, el incesto padre-
hija y hermano-hermana, la golpiza a esposas, la pornografía, el
precio de la novia, la venta de hijas, el purdah y la mutilación ge
nital. Considera que el paradigma de la violación -en el que la
víctima del asalto sexual es considerada responsable de su propia
victimización- conduce a la racionalización y a la aceptación de
otras formas de esclavitud, en que se presupone que la mujer ha
elegido su suerte, o que la acepta pasivamente, o que la provocó
perversamente a través de una conducta lasciva o temeraria. Por
el contrario, dice Barry:
34 Ibíd.: 103.
35 Ibíd.: 5.
36 Ibíd.: 100.
[A. R., 1986: Esta frase ha sido tomada como una declaración de que “todas
las mujeres son víctimas” pura y simplemente o de que “toda heterosexualidad es
gatoria simplifica la tarea de los alcahuetes y proxenetas de las re
des mundiales de prostitución y centros eróticos, mientras que, en
la privacidad del hogar, lleva a la hija a aceptar el incesto/viola
ción por su padre, a que la madre niegue lo que está sucediendo
y a que la esposa golpeada permanezca con un esposo abusivo.
“Ofrecer amistad o amor” es la principal táctica del alcahuete
cuyo trabajo es entregar a la fugitiva o a la confundida jovencita
al proxeneta para que la vaya entrenando. La ideología del ro
mance heterosexual, dirigida hacia ella desde la infancia a partir
de los cuentos de hadas, la televisión, el cine, la propaganda, las
canciones populares, los espectáculos matrimoniales, es una he
rramienta lista para ser tomada por el alcahuete, quien no duda
en usarla, como lo documenta ampliamente Barry. El temprano
adoctrinamiento femenino del amor como emoción puede ser en
gran medida un concepto occidental; pero una ideología más
universal es la concerniente a la primacía y la falta de control del
impulso sexual masculino. Ésta es una de las muchas perspica
cias ofrecidas por el trabajo de Barry:
igual a la esclavitud sexual”. Yo diría que todas las mujeres están afectadas, aun
que de forma diferente, por las actitudes y prácticas deshumanizantes dirigidas a
las mujeres como grupo.]
37 Ibíd.: 218.
Tenemos que preguntar, además, por qué algunas mujeres nunca, ni
siquiera por un tiempo, “se alejan de las relaciones hasta aquí pri
mordiales con sus amigas”. Y ¿por qué existe la identificación mas
culina -el compromiso social, político e intelectual con los hom
bres- entre lesbianas sexuales de toda la vida? La hipótesis de Barry
nos plantea nuevas preguntas, pero aclara la diversidad de formas
en que la heterosexualidad obligatoria se presenta. La ley del de
recho sexual masculino sobre las mujeres se origina en la mística
del irresistible y subyugante impulso sexual masculino, el pene-
con-vida-propia, que justifica, de un lado, la prostitución como
un presupuesto cultural universal, a la vez que defiende la esclavi
tud sexual dentro de la familia sobre la base de la “privacidad y la
singularidad cultural de la familia”.38 El impulso sexual masculi
no del adolescente que, como se le ha enseñado al jovencito y a la
jovencita, una vez desencadenado no puede responsabilizarse por
sí mismo o aceptar una negativa, se vuelve, según Barry, la norma
y lo racional para la conducta sexual adulta masculina; una con
dición de desarrollo sexual detenido. Las mujeres aprendemos a
aceptar como natural la inevitabilidad de este impulso, pues lo re
cibimos como un dogma. De allí la violación marital, de allí la es
posa japonesa empacando resignadamente el maletín de su esposo
para un fin de semana en los burdeles kisaeng de Taiwán, de allí
el desequilibrio de poder tanto psicológico como económico entre
esposa y esposo, empleador y trabajadora, padre e hija, profesor
y alumna. El efecto de la identificación masculina significa:
internalizar los valores del colonizador y participar activamente
en la realización de la colonización de mi yo y de mi propio sexo
[...] La identificación con el macho es el acto por el cual las muje
res colocan a los hombres por encima de las mujeres, incluidas
ellas mismas, en términos de credibilidad, status e importancia en
la mayoría de las situaciones, sin atender a las calidades compara
tivas que las mujeres puedan aportar a la situación [...] La interac
ción con las mujeres es vista como una forma menor de relacio
narse a todo nivel.39
38 Ibíd.: 140.
39 Ibíd.: 172.
Lo que m erece ser exp lorad o con detenimiento es el pensamiento
escindido que m uchas mujeres practican y del cual ninguna mujer
está ni perm anente ni totalm ente libre. A pesar de confiar en las
relaciones de mujer a mujer, en las redes de apoyo entre mujeres y
en los sistemas de valores femeninos y feministas, y valorarlos, el
adoctrinam iento en la credibilidad y el status masculinos pueden
todavía crear sinapsis de pensam iento, negación de sentimientos,
confusión de deseos con realidad y una profunda confusión se
xual e intelectual.40 C itaré un fragm ento de una carta que recibí el
día en que estaba escribiendo este pasaje: “ He tenido muy malas
relaciones con los hom bres, ah ora estoy en medio de una separa
ción muy dolorosa. E stoy tratan d o de encontrar fuerza a través
de las mujeres; sin mis am igas, no podría sobrevivir” . ¿C uántas
veces dicen las mujeres este tipo de cosas, o las piensan o las escri
ben, y cuán a m enudo se afirm a de nuevo la sinapsis?
Barry resum e sus conclusiones:
III
46 “En un mundo hostil en que se supone que las mujeres no deben sobrevi
vir salvo en relación con los hombres y al servicio de ellos, comunidades ente
ras de mujeres fueron simplemente suprimidas. La historia tiende a sepultar lo
que busca rechazar” (Blanche W. Cook, ‘“Women Alone Stir My Imagination’:
Lesbianism and the Cultural Tradition”, en: Signs: Journal o f Women in Cultu
re and Society 4, núm. 49 [verano 1979]: 710-720). El Lesbian Herstory Archi
ves en la ciudad de Nueva York es uno de los intentos de preservar los docu
mentos contemporáneos sobre la existencia lesbiana -un proyecto de enorme
valor y significado, enfrentado a la censura continua y la obliteración de rela
ciones, redes, comunidades, en otros archivos y partes de la cultura-.
te, han compartido un tipo de vida social y han hecho causa co
mún con los homosexuales hombres. Pero esto debe verse en con
traste con las diferencias tales como la falta de privilegios econó
micos y culturales de las mujeres con respecto a los hombres; las
diferencias cualitativas en las relaciones femeninas y masculinas,
por ejemplo, la prevalencia del sexo anónimo y la justificación de
la pederastía entre los homosexuales masculinos, el pronunciado
prejuicio de edad en los estándares homosexuales de atracción
sexual, etcétera. Al definir y describir la existencia lesbiana espe
ro moverme hacia la disociación de las lesbianas de los valores y
lealtades homosexuales. Considero que la experiencia lesbiana
es, como la maternidad, una experiencia profundamente de mu
jeres, con opresiones, significados y potencialidades particulares,
que no podemos comprender mientras sigamos agrupándola con
otras existencias sexualmente estigmatizadas. Así como el ser pa
dres sirve para ocultar la particular y significativa realidad del
padre que en vendad es una madre, la palabra “gay ” sirve para
borrar los contornos precisos que necesitamos discernir, que son
de un valor clave para el feminismo y para la libertad de las mu
jeres como grupo.47
En la medida en que el término “lesbiana” ha sido limitado a
sus asociaciones clínicas y a su definición patriarcal, la amistad
femenina y la camaradería han sido separadas de lo erótico, limi
tándose así el erotismo. Pero en la medida en que profundizamos
y ampliamos el espectro de lo que definimos como existencia les
biana, en la medida en que delineamos un continuo lesbiano, em
pezamos a descubrir lo erótico en términos femeninos: en aquello
que no está confinado a una única parte del cuerpo o sólo al cuer
po, en una energía no sólo difusa sino, como la describió Audre
Lorde, omnipresente en “la alegría compartida, ya sea física,
47 [A. R., 1986: Las funciones históricas y culturales compartidas por las les
bianas y los gays en las culturas pasadas y presentes están relatas en Another
Mother Tongue: Gay Words, Gay Worlds (Boston: Beacon, 1984). En la actua
lidad pienso que tenemos mucho que aprender de los aspectos únicos de la exis
tencia lesbiana y de la compleja identidad gay que compartimos con los hom
bres gays.)
emocional o psíquica”, y en el trabajo compartido; en “la alegría
que nos da fuerza que predispone a no aceptar la impotencia, o
aquellos otros estados proporcionados que me son ajenos, como
la resignación, la desesperanza, el retraimiento, la depresión, la
abnegación”.48 En otro contexto, escribiendo sobre mujeres y
trabajo, cité el pasaje autobiográfico en el que la poeta H. D.
describía cómo su amiga Bryher la había apoyado para persistir
en la experiencia visionaria que daría forma a su obra madura:
48 Audre Lorde, Uses o f the Erotic: The Erotic as Power, Out & Out Books
Pamphlet núm. 3 (Nueva York: Out 6c Out Books [476 2d Street, Brooklyn,
NY 11215], 1979).
49 Adrienne Rich, “Conditions for Work: The Common World of Women”,
en: On Lies, Secrets and Silence: 209; H. D., Tribute to Freud (Oxford: Carca-
net Press, 1971): 50-54.
50 Woolf, A Room ofO ne's Own, ob. cit.: 126.
siglos XII y XV conocidas como las Béguines que “compartían ca
sas, alquilaban sus casas entre ellas, las legaban a sus compañe
ras de cuarto [...] en casas baratas subdivididas en barrios de ar
tesanos”, que “practicaban la virtud cristiana por su cuenta,
vistiéndose y viviendo con sencillez y no asociándose con hom
bres”, que ganaban su sustento como hilanderas, reposteras, en
fermeras o dirigían colegios para jovencitas y que se las arregla
ban -hasta que la Iglesia las obligó a dispersarse- para vivir
independientes tanto del matrimonio como de las restricciones
conventuales.51 Esto nos permite relacionar a esas mujeres con las
“lesbianas” más célebres de la escuela de mujeres que vivían con
Safo en el siglo VII a.C.; con las hermandades secretas y las redes
económicas que se dice existen entre mujeres africanas; y con las
hermandades chinas de resistencia al matrimonio -comunidades
de mujeres que rechazaban el matrimonio o que si se casaban a
menudo se rehusaban a consumar su matrimonio y pronto deja
ban a sus esposds-, únicas mujeres en China a las que no se les
vendaban los pies y, según nos cuenta Agnes Smedley, recibían
con beneplácito los nacimientos de hijas y organizaban exitosas
huelgas de mujeres en las fábricas de seda.52 Esto nos permite re
lacionar y comparar distintas instancias individuales de resisten
cia al matrimonio: por ejemplo, el tipo de autonomía reclamado
por Emily Dickinson, una mujer blanca del siglo X IX y un genio,
Tampoco se puede suponer que las mujeres, como aquellas del estu
dio de Caroll Smith-Rosenberg, que se casaron y permanecieron ca
sadas, aunque viviendo en un mundo femenino profundamente
emocional y pasional, prefirieron o eligieron la heterosexualidad.
Las mujeres se casaron porque tenían que hacerlo, para sobrevivir
económicamente, para tener hijos que no sufrieran privaciones eco
nómicas u ostracismo social, para seguir siendo respetables, para
hacer lo que se espera de las mujeres, porque al venir de infancias
anormales querían sentirse normales, y porque el romance hetero
sexual ha sido representado como la gran aventura, el deber y la
realización femenina. Acaso hemos obedecido, fiel o ambivalente
mente, a la institución, pero nuestros sentimientos no han sido do
mados o contenidos por ella, y tampoco nuestra sensibilidad. No
hay estadísticas Sobre el número de lesbianas que han permaneci
do en matrimonios heterosexuales por casi toda su vida. Pero en
una carta enviada a una de las primeras publicaciones lesbianas,
Ladder, la dramaturga Lorraine Hansberry dijo esto:
56 Estoy en deuda con el libro Gay American History (nota 6, más arriba) de
Jonathan Katz por hacerme presente las cartas de Hansberry a Ladder, y con
Barbara Grier por proporcionarme las copias de páginas relevantes de Ladder,
citadas aquí con permiso de Barbara Grier. Véase también las series reeditadas
de Ladder, Jonathan Katz et al. (ed.), (Nueva York: Arno Press); y Deirdre Car-
mody, “Letters by Eleanor Roosevelt Detail Friendship with Lorena Hickok”,
en: The New York Times (octubre 2 1 , 1979).
me daría una gran paliza. Lo cual me sacudió y me hizo temblar,
pero eso era mejor que ser una cáscara llena de sufrimiento y sin
saber por qué.57
Sabes, aquella vez que tuve un ojo negro y dije que me golpeé con
el aparador, pues bien, el hijo de puta me dio, y luego me dijo que
no se lo dijera a nadie [...] Es un loco, eso es lo que es, un loco, y no
entiendo por qué vivo con él, por qué vivo con él un minuto en
esta tierra. Pero mira, dijo ella, te voy a decir algo. Me miró; su
cara era maravillosa. Dijo, maldito sea, lo quiero, por eso estoy
enganchada así toda mi vida, maldito sea, lo quiero.58
^Meridel LeSueur, The Girl (Cambridge, MA: West End Press, 1978): 10-
11. LeSueur describe, en un epílogo, cómo este libro proviene de los escritos y
de las narraciones orales de las mujeres en la Workers Alliance, que se reunían
como un grupo de escritoras durante los años treinta.
58 Ibíd.: 20.
59 Ibíd.: 53-54.
seguir regalos y atención? A mí no me importaba y a mi mamá
tampoco. Pero es la única cosa que tienes de valor. 60
Nel era aquella única persona que no había querido nada de ella,
que había aceptado todos los aspectos de ella. [...] Nel era una
de las razones por las que [Sula] había vuelto a Medallion. [...]
Los hombres [...] se habían fundido en una gran personalidad: el
mismo lenguaje de amor, los mismos entretenimientos de amor,
el mismo enfriamiento del amor. Siempre que metía sus pensa
mientos privados entre sus roces y andanzas, ellos se tapaban los
ojos. No le enseñaron sino trucos amorosos, no compartieron
nada sino preocupaciones, no dieron nada sino dinero. Desde el
principio ella había estado buscando una amiga, y le tomó algún
tiempo descubrir que un amante no era un compañero y que
nunca podría serlo -p ara una mujer-.
“Todo ese tiempo, todo ese tiempo, pensé que extrañaba a Ju-
de.” Y la pérdida le apretaba el pecho y le subía hasta la garganta.
“Éramos muchachas juntas”, dijo, como explicando algo. “Dios
mío, Sula”, exclamó, “ ¡Muchacha, muchacha, muchachamucha-
chamuchacha!” Fue una buena llorada -fuerte y larga- pero sin
fondo ni superficie. Sólo círculos y círculos de pesar.61
60 Ibíd.: 55.
61 Toni Morrison, Sula (Nueva York: Bantam Books, 1973): 103-104, 149. Es
toy en deuda con el ensayo inédito de Lorraine Bethel, ‘“This Infinitv of Conscious
The Girl y Sula son dos novelas que revelan el continuo lesbiano
en contraste con las superficiales o sensacionales escenas lesbianas
de las recientes novelas comerciales.62 Ambas nos muestran una
identificación con mujeres sin deslucirse (hasta el final de la novela
de LeSueur) al romanticismo; ambas retratan la competencia de la
compulsión heterosexual por la atención de las mujeres, la difu
sión y frustración de los vínculos femeninos que podrían, en una
forma más consciente, reintegrar el amor con el poder.
IV
Pain’: Zora Neale Hurston and the Black Female Literary Tradition”, en: Gloria
T. Hull, Patricia Bell Scott y Barbara Smith (eds.), All the 'Women Are White,
All the Blacks Are Mett, but Sorne o f Us are Brave: Black Women’s Studies
(Oíd Westbury, NY: Feminist Press, 1982).
62 Véase Maureen Brady y Judith McDaniel, “Lesbians and the Mainstream:
The Image of Lesbians in Recent Commercial Fiction”, en: Conditions, vol. 6
(1979).
cualquiera sea la etiqueta que nos pongan, parpadea sobre el es
cenario y distorsiona nuestras vidas.63
La mentira mantiene atrapadas psicológicamente a innumera
bles mujeres, tratando de hacer encajar mente, espíritu y sexuali
dad en un guión prescrito, porque no pueden mirar más allá de
los parámetros de lo aceptable. Desgasta la energía de esas muje
res a la vez que drena la energía de las lesbianas “tapadas” (cío -
se t lesbia n s) -energía que se agota en la doble vida-. La lesbiana
atrapada en el c lo se t , la mujer aprisionada en las ideas prescripti-
vas de lo n o r m a l , comparten el dolor de las opciones bloquea
das, las conexiones rotas, el acceso perdido a la autodefinición
asumida libre y enérgicamente.
La mentira tiene muchas capas. En la tradición occidental, una
capa -la romántica- afirma que las mujeres se sienten inevitable
mente, y hasta precipitada y trágicamente, atraídas hacia los
hombres; que aun cuando esa atracción sea suicida (por ejemplo,
T ristán e Iso ld a , o T h e A w a k e n in g [El despertar] de Kate Chopin)
sigue siendo un imperativo orgánico. En la tradición de las cien
cias sociales se afirma que el amor primario entre los sexos es
n o rm a l, que las mujeres n ecesita n de los hombres para ser prote
gidas desde el punto de vista social y económico, para una sexua
lidad adulta y una plenitud psicológica; que la familia constituida
heterosexualmente es la unidad social básica; que las mujeres que
no vinculan su intensidad principal a los hombres, en términos
funcionales, deben ser condenadas a una marginalidad más devas
tadora que la marginalidad como mujeres. No es de extrañar en
tonces que las lesbianas sean una población más escondida que la
homosexual masculina. La crítica negra feminista lesbiana Lorrai-
ne Bethel, en un trabajo sobre Zora Neale Hurston, subraya que
para una mujer negra -ya dos veces marginal- escoger asumir otra
“identidad odiada” es algo ciertamente problemático. Sin embargo
63 Véase Russell y Van de Ven, ob. cit.: 40: “pocas mujeres heterosexuales se
dan cuenta de su falta de libertad de opción en lo que se refiere a su sexualidad,
y pocas se dan cuenta de cómo y por qué la heterosexualidad obligatoria es
también un crimen contra ellas”.
la continuidad lesbiana ha sido una línea de vida para las mujeres
negras tanto en África como en Estados Unidos.
65 Dinnerstein, la escritora que más recientemente cita este pasaje, añade omi
nosamente: “Pero lo que tiene que ser añadido a su relato es que estas ‘mujeres
entrelazadas’ se protegen mutuamente no sólo de lo que los hombres quieren ha
cerles, sino también de lo que ellas quieren hacerse unas a otras” (Dinnerstein,
ob. cit.: 103). Sin embargo, el hecho es que la violencia de mujer-a-mujer es un
minúsculo grano en el universo de la violencia de hombre-a-mujer perpetrada y
racionalizada en todas las instituciones sociales.
66 Conversación con Blanche W. Cook, Nueva York, marzo de 1979.
el co n tin uo lesbiano, diferencias que podemos discernir hasta en el
movimiento de nuestras propias vidas. El continuo lesbiano, su
giero, necesita un delineamiento a la luz de la d o b le vida de las
mujeres, no sólo las que se autodescriben como heterosexuales
sino también las que se autodescriben como lesbianas. Necesita
mos una relación mucho más exhaustiva de las formas que ha
asumido la doble vida. Las historiadoras necesitan preguntar en
cada instancia cómo ha sido organizada la heterosexualidad en tan
to institución y cómo ha sido mantenida por intermedio de los
sueldos femeninos, el o cio forzado de las mujeres de clase media,
la g la m o u riz a ció n de la llamada liberación sexual, el retaceo de la
educación para las mujeres, la división entre a rte y cultura popu
lar, el mito de la esfera p e r s o n a l , y mucho más. Necesitamos un
pensamiento económico que entienda la institución de la hetero
sexualidad, con su doble jornada de trabajo para las mujeres y
sus divisiones sexuales del trabajo, como la relación económica
más idealizada.
La pregunta surgirá inevitablemente: ¿debemos entonces con
denar todas las relaciones heterosexuales, incluso aquellas que
son las menos opresivas? Creo que esta pregunta, aunque a menu
do sincera, es una pregunta equivocada aquí. Hemos sido enreda
das en un laberinto de falsas dicotomías que impide nuestro en
tendimiento de la institución como un todo: matrimonios b u e n o s
versus matrimonios m a lo s, ca sa m ien to p o r a m o r versus ca sa m ien
to a rre g la d o ; sexo lib era d o versus p ro stitu ció n ; co ito h e te ro s e x u a l
v ersu s v io la ció n ; L ie b e s c h m e rz versus humillación y dependencia.
Dentro de la institución hay, por supuesto, diferencias cualitativas
de experiencia, pero la ausencia de opción es la gran realidad que
no se reconoce, y sin opción las mujeres dependerán del azar o de
la suerte de una relación particular y no tendrán poder colectivo
para determinar el significado y el lugar de la sexualidad en sus
vidas. Además, a medida que nos dirigimos a la institución misma,
empezamos a percibir una historia de resistencia femenina que no
se ha entendido a sí misma de forma completa por haber sido tan
fragmentada, mal nombrada y borrada. Exige un valiente domi
nio de la política y de la economía y de la heterosexualidad, y
también de la propaganda cultural sobre ella, para ir más allá de
los casos individuales o de las diversas situaciones de grupo, y al
canzar un panorama con la complejidad necesaria para deshacer
el poder que en todas partes los hombres esgrimen sobre las muje
res, un poder que se ha transformado en el modelo para todas las
otras formas de explotación y control ilegítimo.
Epílogo
Querida Adrienne:
En una de nuestras primeras cartas, te decíamos que estábamos
encontrando los parámetros del discurso feminista de izquierda
mucho más amplio de lo que nos imaginamos. Desde entonces,
percibimos algo que creemos es una verdadera crisis en el movi
miento feminista sobre el tema del sexo, un debate cada vez más
intenso (aunque no siempre explícito) y un cuestionamiento de
premisas que se daban por sentado. Aunque al igual que 'Women
A gainst Pornography (M ujeres contra la pornografía) tenemos
miedo del nexo entre sexo y violencia, queremos entender mejor
sus fuentes en nosotras y en los hombres. En la era de Reagan, no
podemos darnos el lujo de considerar románticas viejas normas
de una sexualidad virtuosa y moral.
En tu trabajo preguntas qué elegirían las mujeres en un mundo
en el que el patriarcado y el capitalismo no fueran dominantes.
Estamos de acuerdo contigo en que la heterosexualidad es una
institución creada entre esas dos piedras de moler, pero de allí no
llegamos a la conclusión de que por lo tanto es enteramente una
creación de los hombres. Tú solamente concedes a las mujeres
agencia histórica en la medida en que existen en la continuidad
lesbiana, mientras que, para nosotras, la historia de la mujeres,
como la de los hombres, se crea de la dialéctica de la necesidad y
la elección.
Nosotras tres (una lesbiana y dos heterosexuales) nos cuestio
namos tu uso de la expresión “falsa conciencia” para la hetero
sexualidad. En general, pensamos que el modelo de falsa con
ciencia nos puede cegar ante las necesidades y los deseos que
comprenden las vidas de las poblaciones oprimidas. También
puede llevar fácilmente a negar la experiencia de las otras o de
los otros, cuando es diferente de la nuestra. Planteamos un com
plejo modelo social en el que toda vida erótica forma parte de
una continuidad que por lo tanto también incluye las relaciones
con los hombres.
Lo cual nos lleva a esta metáfora del continuum . Sabemos que
eres poeta, no historiadora, y disfrutaremos el leer más metáforas
tuyas por el resto de nuestras vidas -co n la cabeza más alta, co
mo feministas, como mujeres, por haberlas leído-. Pero la metá
fora del continuo lesbiano está abierta a toda clase de confusio
nes, algunas con consecuencias políticas extrañas. Por ejemplo,
Sharon informó que en una reunión reciente sobre aborto, sur
gieron nociones de continuum en varias ocasiones y sufrieron
transformaciones que causaron divisiones. En general, la idea de
que coexistían dos maneras de ser en un mismo continuum fue
interpretada como que las dos maneras de ser eran una misma
cosa . El sentido de variedad y gradación que tu descripción evo
ca desaparece. Lesbianismo, heterosexualidad y violación son la
misma cosa. En una de las múltiples versiones de la evolución de
la continuidad se agregó una inclinación, así:
lesbianismo
sexo sin hombres, sin penetración
sexo con hombres, penetración
violación.
Este continuum inclinado lleva a sus portavoces a la siguiente
conclusión: una estrategia adecuada y realizable para la campaña
de derecho al aborto es informar a todas las mujeres que la pene
tración heterosexual es violación, cualquiera haya sido su expe
riencia subjetiva, y todas las mujeres van a reconocer de inme
diato esta verdad y elegir la alternativa de falta de penetración.
La lucha se simplificará, centrándose en el sexo obligado y sus
consecuencias (ya que ninguna mujer esclarecida voluntariamen
te sufrirá la penetración, a menos que su objetivo sea la procrea
ción -una idea que sería extrañamente católica-).
Las portavoces de esta estrategia eran mujeres jóvenes que ha
bían trabajado mucho en el movimiento proderecho al aborto
durante dos años o más. Les falta experiencia pero tienen gran
dedicación. Por esta razón, tomamos la lectura que hacen de tu
trabajo con seriedad. Sin embargo, no pensamos que venga sola
mente de tu trabajo en sí; una fuente probable es la tendencia a
crear dicotomías en el movimiento de mujeres. La fuente de esta
tendencia es más difícil de localizar.
En este sentido, nos intrigan las insinuaciones sobre la doble
vida de las mujeres. Defines la doble vida como “la aparente
aceptación de una institución fundada en el interés masculino y
en una prerrogativa masculina”. Pero esa definición no explica
verdaderamente tus otras referencias -p o r ejemplo, a la “inten
sa mezcla” de amor y cólera en las relaciones lesbianas y al pe
ligro de idealizar lo que quiere decir “amar y actuar contra la
inclinación”- . Pensamos que estos comentarios presentan te
mas de gran importancia para las feministas en estos momen
tos; el problema de las divisiones y la cólera entre nosotras ne
cesita ser discutido y analizado. ¿Son acaso éstos los temas de
un próximo trabajo?
Nos encantaría tener una reunión contigo en los próximos me
ses. ¿Podría ser? Saludos y nuestro apoyo, en todo lo que hagas.
Cariños,
Sharon, Chris y Ann
Nueva York
19 de abril de 1981
Queridas Ann, Chris y Sharon:
Qué bueno estar de nuevo en contacto con ustedes que han si
do increíblemente pacientes, generosas y persistentes. Por sobre
todas las cosas, me importa que sepan que lo que ha postergado
mi respuesta es mi mala salud y no el deseo de retirarme de un
enfrentamiento político. [...]
Estoy de acuerdo en que “falsa conciencia” puede ser una ex
presión con la que se puede menospreciar lo que no nos gusta o
no está de acuerdo con nosotras. Pero, como traté de demostrar
con detalle, hay un verdadero sistema de propaganda heterose
xual que define a las mujeres existiendo para el uso sexual de los
hombres, definición que va más allá de “rol sexual” o “estereoti
po de género” o “imagen machista”, para incluir una amplia ga
ma de mensajes verbales y no verbales. Yo llamo a esto “control
de conciencia” . La posibilidad de que una mujer no exista se-
xualmente para los hombres -la posibilidad lesbiana- está ente
rrada, borrada, ocluida, distorsionada, mal llamada y empujada
bajo tierra. Los libros feministas -Chodorow , Dinnerstein, Eh-
renreich, English y otros- que discuto en la primera parte de mi
ensayo han contribuido a esa invalidación y borrón, y en este
sentido son parte del problema.
Mi ensayo está basado en la creencia de que todas pensamos
dentro de los límites de ciertos solipsismos -p or lo general conec
tados con privilegios, tanto raciales y culturales como económicos
y sexuales- que se presentan como si fueran “algo universal”, “co
mo son las cosas”, “todas las mujeres”, etcétera, etcétera. Tam
bién lo escribí con el convencimiento de que al tomar conciencia
de nuestros solipsismos tenemos ciertos tipos de elecciones, que
podemos y debemos reeducarnos. Yo no he dicho que las femi
nistas heterosexuales van por allí con el cerebro lavado por la fal
sa conciencia. Y las frases tales como “dormir con el enemigo”
tampoco me han parecido profundas o útiles. H om ofobia es una
palabra demasiado difusa y nueva, que está muy lejos de ayudar
nos a identificar los solipsismos sexuales del feminismo heterose
xual y hablar de ellos. En ese trabajo estoba tratando de pedir a
las feministas heterosexuales que examinaran su experiencia de
heterosexualidad críticamente y con antagonismo, para criticar la
institución de la que forman parte, para luchar contra la norma y
sus consecuencias para la libertad de las mujeres, para abrirse
más a los considerables recursos ofrecidos por la perspectiva les
biana feminista, para rehusar conformarse con el privilegio y la
solución personal de la “buena relación” individual dentro de la
institución de la heterosexualidad.
En lo referente a la “acción histórica de las mujeres”, yo que
ría sugerir, precisamente, que el modelo de víctima es insuficien
te; que hay una historia de actos y elecciones por parte de las
mujeres que realmente enfrentaron algunos aspectos de la supre
macía machista; que al igual que la supremacía machista, están
en muchas culturas diferentes [...] No es que piense que la ac
ción femenina haya sido sola y francamente lesbiana. Pero al bo
rrar la existencia lesbiana de la historia de las mujeres, de la teo
ría, de la crítica literaria [...] de los planteos feministas en lo
económico, de las ideas sobre “la familia”, una gran cantidad de
agencia femenina no está a nuestro alcance, y por lo tanto no es
utilizable. Quería demostrar que este tipo de aniquilamiento si
gue siendo aceptado en textos feministas serios. Lo que me sor
prendió en las reacciones a mi artículo, inclusive en las notas de
ustedes, es cómo se han considerado casi todos los aspectos me
nos éste, para mí, el principal. Yo estaba tomando una posición
que no era ni lesbiana separatista, en el sentido de descartar a las
mujeres heterosexuales, ni una súplica de “derechos civiles ga y ”
de [...] apertura al lesbianismo como una “opción” o un “estilo
de vida alternativa” . Decía con urgencia que la existencia lesbia
na ha sido un reclamo de la sexualidad femenina desconocido y
no formado, y de allí un patrón de resistencia, y de allí también
una especie de posición en los márgenes desde donde analizar y
enfrentar las relaciones de la heterosexualidad con la supremacía
masculina. Y esa existencia lesbiana, una vez reconocida, exige
una estructuración consciente del análisis y de la crítica feminis
ta, no solamente una o dos referencias formales.
Pienso con ustedes que la expresión continuo lesbiano puede
ser mal usada. Y lo fue en el ejemplo al que se refieren en la reu
nión sobre el aborto, aunque pienso que cualquiera que haya leído
lo que he escrito desde O f Wornan B orn en adelante sabría que
mi posición sobre el aborto y el abuso de la esterilización es mu
cho más complicada. Mi problema con la frase es que puede ser
usada, y lo es, por mujeres que no han empezado a examinar los
privilegios y solipsismos de la heterosexualidad, como una forma
segura de describir las conexiones que sienten con mujeres, sin
tener que compartir los riesgos y amenazas de la existencia les-
biana. Lo que quise delinear con complejidad se parece una vez
más a “una compra de estilo de vida”. La frase continuo lesbiano
surgió del deseo de abarcar la mayor variedad posible de expe
riencias identificadas con mujeres y con un respeto diferente para
la existencia lesbiana: las huellas y el conocimiento de mujeres cu
ya elección erótica primaria y emocional fue de mujeres. Si estu
viera escribiendo ese trabajo hoy, todavía haría esa distinción, pe
ro pondría más salvedades al continuo lesbiano. Concuerdo con
ustedes en que el “mundo femenino” (female world) no es una
idea social, tal y como está encerrada en las prescripciones de he
terosexualidad de clase media y el casamiento.
Mi ensayo podría haber tenido mayor fuerza si hubiera usado
más obras de mujeres negras, tal como me lo señalaba inevitable
mente Sula de Toni Morrison. Al leer más obras de mujeres negras
empecé a percibir, por lo general, un conjunto de valencias diferen
tes a las de las novelas escritas por mujeres blancas: una búsqueda
diferente para la heroína, una relación diferente con la sexualidad
con hombres, la lealtad femenina y la vinculación emocional [...].
Haré unos comentarios rápidos sobre los comentarios que us
tedes hicieron a las obras feministas radicales, que cité en mi pri
mera nota al pie.67 Yo también critico algunas, aunque también
las encontré extremadamente útiles. Lo que la mayoría comparte
es que toman en serio la misoginia, es decir, la hostilidad y la vio
lencia organizada, institucionalizada y normalizada contra las
mujeres. No siento que sea necesaria “una jerarquía de opresio
nes” para tomar la misoginia tan seriamente como tomamos el
racismo, el antisemitismo y el imperialismo. Tomar la misoginia
seriamente no quiere decir que veamos a las mujeres meramente
como víctimas, sin responsabilidades o posibilidades de elección;
quiere decir reconocer “la necesidad” en esa “dialéctica de necesi
dad y elección”, identificando, describiendo, rehusando desviar la
mirada. Pienso que parte del aparente reduccionismo y hasta ob
sesión de la teoría feminista radical viene de un solipsismo racial
y/o de clase, pero también del inmenso esfuerzo por tratar de sa
car a luz el odio hacia la mujer a pesar de los desmentidos. [...]
Finalmente, sobre poesía e historia. Quiero a las dos en mi vida;
necesito ver a través de las dos. Si la metáfora puede ser malinter-
En hermandad,
Adrienne
Montague, Massachusetts
Noviembre de 1981
El Falo lesbiano y el imaginario
morfológico*
Judith Butler
4 ídem: “Einzig in der engen Hohle [...] des Bachenzahnes weilt die Seele”
(“Einführung...”, ob. cit.: 148-149). “Sola en el hueco estrecho de su molar vive
el alma”; traducción de la autora.
5 Sigmund Freud, The Ego and the Id. 1923. The Standard Edition o f the
Complete Psychological Works o f Sigmund Freud. Trad. y ed. James Strachey,
vol. 19 (Londres: Hogarth, 1961) 24 vols.; 1953-1974; 1-66.
gura el argumento de Lacan en “El estadio del espejo”, Freud re
laciona la formación del yo con la idea externalizada que uno o
una se forma del propio cuerpo. De allí la afirmación de Freud:
“el ego es ante todo un ego corporal; no es meramente una enti
dad superficial, es en sí misma la proyección de una superficie”.6
¿Qué queremos decir cuando hablamos de la construcción ima
ginaria de las partes del cuerpo? ¿Es una tesis idealista o una que
afirma la indisolubilidad del cuerpo psíquico y físico? Curiosa
mente, Freud asocia el proceso de erotogeneidad con la conciencia
del dolor corporal: “Tomando ahora cualquier parte del cuerpo,
llamemos “erotogeneidad” a la actividad por la cual envía estímu
los sexualmente excitantes a la mente”.7 Aquí, sin embargo, no
queda fundamentalmente claro, incluso es imposible decidirlo, si
es una conciencia la que atribuye dolor al objeto, delineándolo,
como en el caso de la hipocondría, o si es un dolor causado por
una enfermedad orgánica que es registrado retrospectivamente
por una conciencia atenta. Sin embargo, esta ambigüedad entre
un dolor real o ideado se mantiene en la analogía con la erotoge
neidad, que parece definida como una verdadera vacilación entre
las partes del cuerpo reales e imaginadas. Si la erotogeneidad es
producida por la transmisión de una actividad corporal a través
de una idea, entonces la idea y la transmisión coinciden fenome-
nológicamente. En consecuencia, no sería posible hablar de una
parte del cuerpo que precede y da origen a una idea, pues es la
idea la que emerge simultáneamente con el cuerpo fenomenológi-
camente accesible, lo que garantiza su accesibilidad. Aunque el
lenguaje de Freud asume una causalidad temporal que hace que la
6 Freud, “On Narcissism...”, ob. cit.: 84. Freud luego pone a pie de página:
“Es decir, el yo es por último derivado de las sensaciones corporales, principal
mente de aquéllas que surgen de la superficie del cuerpo. Así puede considerar
se como una proyección mental de la superficie del cuerpo, además [...] repre
sentando las superficies del aparato mental”. Aunque Freud está dando aquí
una relación del desarrollo del yo, y afirmando que el yo se deriva de la superfi
cie proyectada del cuerpo, está estableciendo sin advertirlo las condiciones para
la articulación del cuerpo como morfología.
7 Ibídem, p. 84.
parte del cuerpo preceda a su idea , confirma sin embargo la indi
solubilidad de una parte del cuerpo y el fantasmático secciona-
miento que lo trae a la experiencia psíquica. Más tarde, en el pri
mer Seminario, Lacan leerá a Freud retomando estas líneas, y
argumentando en su discusión sobre “Los dos narcisismos” que
“el impulso libidinal está centrado en la función del Imaginario”.8
Sin embargo, ya en el ensayo sobre el narcisismo, encontramos
el comienzo de esta formulación en la discusión de la erotogenei-
dad de las partes del cuerpo. Después de presentar la hipocon
dría como una neurosis de angustia, Freud sostiene que la autoa-
tención libidinal es precisamente lo que delimita a una parte del
cuerpo como tal: “Ahora bien, el prototipo familiar (Vorbild) de
un órgano sensible al dolor, de alguna manera alterado y sin em
bargo no enfermo en el sentido ordinario del término, es el órga
no sexual en estado de excitación”.9
Aquí se supone que hay un sólo órgano genital, el sexo que es
uno, pero a medida que Freud continúa escribiendo sobre él pare
ce perder su lugar propio y proliferar en ubicaciones inesperadas.
Este ejemplo suministra en un primer momento la ocasión de de
finir la erotogeneidad mencionada con anterioridad, “esa activi
dad de una determinada área del cuerpo que consiste en transmi
tir estímulos sexualmente excitantes a la mente”. A continuación
Freud da como conocimiento aceptado “que algunas otras áreas
del cuerpo -las zonas erotógenas- pueden actuar como sustitutas
de los genitales y comportarse como ellos”.10 Aquí parecería que
“los genitales”, presumiblemente los genitales masculinos, son en
un principio ejemplo de las partes corporales delineadas por la
neurosis de angustia, pero como prototipo son ejemplo de ese
proceso mediante el cual las partes del cuerpo se vuelven episte
mológicamente accesibles mediante una investidura imaginaria.
13 Lacan, The Seminar o f Jacques Lacan, Book II..., ob. cit.: 164. Esta ima
gen de la boca amenazante recuerda la descripción que hace Freud de la boca
de Irma en “La interpretación de los sueños”. Lacan se refiere a esa boca como
“aquel algo que propiamente hablando es innombrable, la parte de atrás de esta
garganta, la forma compleja inubicable, que también la hace el objeto primitivo
par excellence, el abismo del órgano femenino del cual surge toda vida, este
abismo de la boca, en la cual todo es tragado, hasta la imagen de la muerte en
la que todo llega a su final”.
camente accesibles. Aquí podríamos entender el nexo dolor/placer
que condiciona la erotogeneidad como parcialmente constituido
por la propia idealización de la anatomía designada por el Falo.
En esta lectura, entonces, el esfuerzo textualizado de Freud por
transformar la figura del hueco molar doliente en el pene como
prototipo y luego como Falo, lleva a cabo retóricamente el proceso
mismo de investimiento e idealización narcisista que él busca do
cumentar, superando aquella ambivalencia mediante la conjura
ción de un ideal. Una podría querer leer la idealización psíquica de
las partes corporales como un esfuerzo por resolver un dolor físico
previo. Sin embargo es posible que la idealización produzca la ero
togeneidad como una escena de fracaso necesario y ambivalencia,
que pasa a impulsar un retorno a esa idealización en un vano es
fuerzo por escaparse de esa situación conflictuada. ¿En qué medi
da es esta situación conflictuada, precisamente, la impulsionalidad
repetitiva de la sexualidad? Y ¿qué significa “el no aproximarse”
en el contexto en que todo cuerpo hace precisamente eso?
Se podría también argumentar que seguir usando el término
Falo para esta función simbólica o idealizante es prefigurar y va
lorizar qué parte del cuerpo será el lugar de la erotización; esto
merece una respuesta seria. Por el contrario, insistir en la transfe-
ribilidad del Falo, en el Falo como propiedad transferible o plás
tica, es desestabilizar la distinción entre ser y tener Falo, y sugerir
que una lógica de no contradicción no se sostiene necesariamente
entre estas dos posiciones. En efecto, el tener es para Lacan una
posición simbólica que establece la posición masculina dentro de la
matriz heterosexual y que presupone una relación idealizada de
propiedad que luego es sólo aproximada parcialmente por aque
llos seres masculinos marcados que ocupan esa posición dentro
del lenguaje. Pero si esta atribución de propiedad ha sido impro
piamente atribuida, si descansa en una negación de esa transferi-
bilidad de propiedad (por ejemplo, si es una transferencia a un lu
gar no transferible o un lugar que ocasiona otras transferencias,
pero que en sí mismo no es transferido de ninguna parte) entonces
la represión de esa negación constituirá internamente aquel siste
ma y, por ello, será propuesta como el espectro prometedor de su
desestabilización. En la medida en que cualquier referencia al Falo
lesbiano parece una representación espectral de un original mascu
lino, bien podríamos cuestionar la producción espectral de aquel
origen que, hemos visto, está constituido en el texto de Freud por
una inversión y un borrón de un conjunto de sustituciones.
Parecería que esta valorización imaginaria de las partes del cuer
po se deriva de una suerte de hipocondría erotizada. La hipocon
dría es una inversión o atribución imaginaria que, según la prime
ra teorización, constituye una proyección libidii\al de la superficie
del cuerpo que a su vez establece su accesibilidad epistemológica.
Aquí la hipocondría denota algo como un bosquejo o producción
teatral del cuerpo, da contorno imaginario al mismo yo, proyec
tando un cuerpo que se vuelve la ocasión de una identificación que
en su status imaginario o proyectado es plenamente tenue.
Pero desde el inicio hay en el análisis de Freud algo evidente
mente oblicuo, pues ¿cómo es que la autopreocupación por el su
frimiento o la enfermedad corporal se convierte en la analogía
del descubrimiento erotógeno y la conjuración de las partes del
cuerpo? En El yo y el ello, el mismo Freud sugiere que imaginar
la sexualidad como enfermedad es sintomático de la presencia es
tructurante de un marco moralista de culpa. En ese texto, Freud
afirma que el narcisismo debe dar paso a los objetos y que final
mente debemos amar para no enfermarnos. En la medida en que
hay una prohibición con respecto al amor acompañada de ame
nazas de muerte imaginada, hay una gran tentación de rechazar
el querer y, por lo tanto, de aceptar esa prohibición y contraer
una enfermedad neurótica. Una vez que se instala esta prohibi
ción, las partes del cuerpo surgen como lugares de placer castiga-
bles y, por ende, de placer y dolor. En este tipo de enfermedad
neurótica, la culpa se manifiesta como dolor que cubre la super
ficie del cuerpo y puede aparecer como enfermedad física. ¿Qué
sucede si este tipo de sufrimiento corporal es, tal como Freud lo
afirma de otros tipos de dolor, análogo a la manera en que con
seguimos una idea de nuestro propio cuerpo?
Si las prohibiciones constituyen en cierto sentido morfologías
proyectadas, entonces volver a trabajar los términos de esas pro
hibiciones sugiere la posibilidad de proyecciones variables, modos
diversos de delinear y teatralizar las superficies del cuerpo que no
garantizan intercambio heterosexual y que se convierten en lugares
de transferencia de propiedades que no pertenecen propiamente
hablando a anatomía alguna. Aclararé lo que esto significa para
pensar imaginarios alternativos y el Falo lesbiano, pero primero
una nota admonitoria sobre Freud.
La patologización de las partes erotógenas en Freud exige ser
leída como un discurso producido en la culpa y, aunque las posi
bilidades imaginarias y proyectivas de la hipocondría sean útiles,
exigen ser disociadas de las metáforas de la enfermedad que satu
ra la descripción de la sexualidad. Esto es especialmente urgente
ahora que la patologización de la sexualidad en general y la des
cripción específica de la homosexualidad como el paradigma de
lo patológico como tal son sintomáticos del discurso homofóbico
sobre el SIDA.
En la medida en que Freud acepta la analogía entre erotogenei
dad y enfermedad, produce un discurso patológico acerca de la
sexualidad que permite que las figuras de enfermedad orgánica
construyan figuras de las partes erotógenas del cuerpo. Esta fusión
tiene una larga historia, sin duda, pero encuentra una de sus per
mutaciones contemporáneas en la construcción homofóbica de la
homosexualidad masculina como patológica desde siempre -un
argumento reciente de Jeff Nunokawa-, de manera que el SIDA es
explicado fantasmáticamente como la patología de la homosexua
lidad misma. No hay duda de que se trata de leer a Freud no para
buscar los momentos en que la enfermedad y la sexualidad se fu
sionan, sino más bien para esos momentos en que la fusión no se
sostiene y donde él no logra leerse a sí mismo precisamente del
modo en que él nos enseña a leer (“Comentar un texto es como
hacer un análisis”).14
Las prohibiciones, que incluyen la prohibición de la homose
xualidad, son impuestas por el dolor de la culpa y el propio Freud
sugiere este vínculo al final de su ensayo al explicar la génesis de
la conciencia y sus posibilidades de autovigilancia, como la intro-
20 Jacques Lacan, “The Mirror Stage” (1949), en: Écrits: a Selection, trad.
Alan Sheridan (Nueva York: Norton, 1977): 107. Trad. de “Le stadc du miroir”,
en: Écrits, vol. 1 (París: Seuil, 1971): 89-97.
cuerpo llega a existir. Sin embargo, sugiere que la capacidad de
proyectar una morpbe, una forma, sobre una superficie es parte
de la elaboración psíquica (y fantasmática), del centramiento y la
contención de los contornos corporales propios. Este proceso de
proyección o elaboración psíquica implica también que el senti
miento del propio cuerpo no se logra (solamente) mediante la di
ferenciación de otro (el cuerpo materno), sino que cualquier sen
sación del contorno corporal, como proyectado, se articula
mediante una autodivisión y un autoextrañamiento necesarios.
En este sentido, el estadio del espejo de Lacan puede ser entendi
do como una reescritura de la introducción de Freud al yo cor
poral en El yo y el ello, y también de la teoría del narcisismo.
Aquí la cuestión no es si la madre o la imago es lo primero, o si
son totalmente distintas una de la otra, sino, más bien, cómo dar
cuenta de la individuación mediante las dinámicas inestables de
la diferenciación e identificación sexual que tienen lugar median
te la elaboración'de los contornos corporales imaginarios.
Para Lacan, el cuerpo, o más bien la morfología, es una for
mación imaginaria,21 pero en el segundo Seminario nos entera
mos de que este percipi o producción visual, el cuerpo, puede
sostenerse en su integridad fantasmática sólo mediante su some
timiento al lenguaje y a una marcación por diferencia sexual: “el
percipi de hombre [sic] sólo puede ser sostenido dentro de una
zona de nominación” ( C’est par la nomination que l’homme fait
subsister les objets dans une certaine consistance).22 Los cuerpos
sólo llegan a ser íntegros, o sea totalidades, por la imagen espe
cular idealizante y totalizante sostenida a través del tiempo por el
nombre marcado sexualmente. Tener un nombre es estar posicio-
nado dentro de lo Simbólico, el dominio idealizado del parentes
co, un conjunto de relaciones estructuradas mediante la sanción
y el tabú que está gobernado por la ley del padre, i.e., la prohibi
ción contra el incesto. Para Lacan, los nombres que emblemati-
La conciencia ocu rre cada vez que hay una superficie tal que
puede producir lo que se llama una imagen. Esa es una defini
ción materialista.
Hay algo originalmente, inauguralmente, profundamente herido
en la relación humana con el mundo [...] eso es lo que se extrae
de la teoría del narcisismo que Freud nos ha dado, en la medida
en que este m arco introduce un indefinible, una no salida que
marca todas las relaciones, y en especial las relaciones libidinales
del sujeto.24
27 Naomi Schor, “This Essentialism Which Is Not One: Corning to Grips with
Irigaray”, en: Differences: A Journal o f Feminist Cultural Studies 1.2 (1989):
38-58.
28 Lacan, The Seminar ofjacques Lacan, Book ob. cit.: 74/88.
29 “II y suffit de comprendre le stade du miroir comme une identification au
sens plein que Panalyse donne á ce terme: á savoir, la transformation produite
chez le sujet quand il assume une image -dont la prédestination á cet effet de
phase est suffissement indiquée par l’usage, dans la théorie, du terme antique d*¡ma
g o -” (Lacan, “Le stade du miroir”, en: Écrits 1 ..., ob. cit.: 90). De la introducción
pecialmente en la psicología del yo y ciertas versiones de las rela
ciones objetales, es quizás costumbre sugerir que el yo preexiste a
sus identificaciones, una noción confirmada por la gramática que
insiste en que “un yo se identifica con un objeto fuera de sí mis
mo”. La posición lacaniana sugiere que las identificaciones no sólo
preceden al yo, sino que la relación identificatoria con la imagen
establece el yo. Además, el yo establecido mediante esta relación
identificatoria es en sí mismo una relación, en verdad, la historia
acumulativa de esas relaciones. Por lo tanto, el yo no es una sus
tancia idéntica a sí misma, sino una historia sedimentada de rela
ciones que localizan el centro del yo fuera de sí mismo, en la ima-
go externalizada que confiere y produce los contornos corporales.
En este sentido, el espejo de Lacan no refleja o representa un yo
preexistente, sino que más bien suministra el marco, las fronteras,
la delineación espacial para la elaboración proyectiva del propio
30 Lacan, The Seminar o f Jacques Lacan, Book I..., ob. cit.: 79/94.
31 Lacan, “The Mirror Stage”, en: Écrits 4. “La fonction du stade du miroir
s'avére pour nous des lors comme un cas particulier de la fonction de l’imago
qui est d'établir une relation de rorganisme á sa réalité -ou, comme on dit, de
{'Innenwelt á VUmwelt-” (Écrits 1: 93.)
32 Más tarde Lacan llega a separar el yo del sujeto, vinculando el yo con el re
gistro de ló Imaginario y el sujeto con el registro de lo Simbólico. El sujeto pertene
ce al orden simbólico y lo que constituye la estructura/lenguaje del inconsciente.
En Seminario I, escribe: “el yo es una función imaginaria, pero no debe confundir
se con el sujeto [...]. El inconsciente elude por completo ese círculo de certidum
bres mediante el cual el hombre se reconoce a sí mismo como yo. Hay algo fuera
de este campo que tiene todo el derecho a hablar como yo. Es precisamente lo
que es más mal entendido por el dominio del yo que, en análisis, viene a ser for
mulado, hablando propiamente, como Yo” (193). En Seminario II, continúa: “El
yo [...] es un objeto particular dentro de la experiencia del sujeto. Literalmente,
el yo es un objeto -un objeto que llena una cierta función que aquí llamamos la
función imaginaria”- (44). Y más adelante: “El sujeto no es nadie. Está descom
puesto, en pedazos. Y es atracado, chupado por la imagen, la engañosa y realizada
imagen, del otro, o también, por su propia imagen especular” (54).
Vale la penar señalar que la totalidad idealizada que la criatu
ra ve es una imagen en el espejo; se podría decir que ello confiere
una idealidad e integridad a su cuerpo, pero tal vez es más preci
so decir que el propio sentimiento del cuerpo es generado me
diante esta proyección de idealidad e integridad. En verdad, este
reflejo transforma un sentimiento vivo de des-unidad y pérdida
de control en un ideal de integridad y control (la puissancé) a
través del hecho de la especularización. Más adelante demostra
remos que esta idealización del cuerpo articulada en “El estadio
del espejo” vuelve a surgir inadvertidamente en el contexto de la
discusión de Lacan acerca del Falo como la idealización y simbo
lización de la anatomía. A estas alturas, tal vez baste notar que la
imago del cuerpo es conseguida a través de cierta pérdida; la de
pendencia y la impotencia libidinal as fantasmáticamente supera
da por la instalación de un límite y, en consecuencia, de un cen
tro hipostasiado que produce un yo corporal idealizado; esa
integridad y unidad se logran por el ordenamiento de una motili-
dad sin rumbo y de una sexualidad desagregada, aún no conteni
da por las fronteras de la individuación: “el objeto humano
[l’objet humain] siempre se constituye a sí mismo por la interme
diación de una primera pérdida -nada fecundo ocurre en el hom
bre [ríen de fécond n’a lieu pour l’homme] salvo por la interme
diación de una pérdida de un objeto-”.33
33 Lacan, The Seminar o f Jacques Lacan, Book II..., ob. cit.: 136/165. La iden
tificación con esta imago es llamada “anticipatoria”, término que Kojéve reserva
para la estructura del deseo (Alexandre Kojéve, Introduction to the Reading of
Hegel: Lectures on the Phenomenology o f Spirit. Assembled by Raymond Que-
neau. Trad. James H. Nichols y ed. Alan Bloom [Ithaca: Cornell University
Press, 1980]: 4). Al ser anticipatoria, la imago es una proyección hacia el futuro,
una idealización proléptica y fantasmática del control corporal que no puede
existir todavía y que en cierto sentido nunca podrá existir: “esta forma sitúa la
actuación del yo, antes de su determinación social, en una dirección ficcional
[...]” (2). La producción de identidad de ese límite -el efecto del espejo circuns
crito- establece al yo como una unidad espacial ficcional, idealizante y centrante
y a través de la misma. Esta es la inauguración del yo corporal, el acceso feno-
menológico a la morfología y a un sentimiento limitado y discreto del yo. Por
supuesto, esto constituye una méconnaissance precisamente en virtud de la incon-
Lacan subraya en su segundo Seminario que “el cuerpo frag
mentado [le corps mórcele] encuentra su unidad como si fuera en
la imagen del Otro, que es su propia imagen anticipada -una situa
ción dual en la cual se esboza una relación polar, pero no-simétri-
ca-”.34 El yo se forma en torno a la imagen especular del propio
cuerpo, pero esta imagen especial es en sí misma una anticipación,
un esbozo subjuntivo. El yo es ante todo un objeto que no puede
coincidir temporalmente con el sujeto, un ek-stasis temporal; el fu
turo temporal del yo, y su exterioridad como un percipi, establece
su alteridad para el sujeto. Pero esta alteridad está localizada am
biguamente: primero, dentro del circuito de una psique que consti
tuye/encuentra el yo como un signo errado y descentrado de sí
mismo (de allí, una alteridad interior); segundo, como un objeto
de la percepción, como otros objetos, y así a una distancia episté-
mica radical del sujeto: “El yo [...] es un objeto particular dentro
38 Ibíd.: 94-95/119.
39 Ibíd.: 95/119.
Sin embargo, curiosa y significativamente, en su ensayo “El sig
nificado del Falo”, Lacan negará que el Falo sea un órgano o un
efecto imaginario; es más bien el “significante privilegiado”.40 Ya
volveremos a mirar los nudos textuales que esa serie de negacio
nes produce en el ensayo de Lacan, pero aquí es tal vez impor
tante advertir que estos órganos narcicísticamente comprometi
dos se vuelven parte de la condición y de la estructura de todo
objeto y Otro susceptible de ser percibido.
¿Qué he tratado de explicar con el estadio del espejo? [...] La
imagen del cuerpo [del hombre] es el principio de toda unidad
que percibe en los objetos [...] todos los objetos de su mundo es
tán siempre estructurados en torno a la sombra errante de su
propio yo (c’est toujours autour de l’o m bre errante de son pro-
pre m oi que se structureront tous les objets de son m o n d e).41
40 Ibíd.: 82.
41 Ibíd.: 166/198.
42 Ibíd.: 167/199.
carácter antropom órfico y an d ro cén trico.43 Segundo, ese carácter
androcéntrico será fálico.
A estas alturas tiene sentido preguntarse por la relación entre la ■
descripción de las relaciones especulares en “ El estadio del espe
jo” -el argumento de que la m orfología precondiciona las relacio
nes epistem ológicas- y el cam bio posterior en “ El significado del
Falo”, donde se sostiene que el Falo es un significante privilegia
do. Las diferencias en el lenguaje y los objetivos de los dos ensa
yos son m arcados; el prim ero trata de relaciones epistemológicas
que no están todavía teorizadas en térm inos de significación; el
segundo parece haber surgido luego de un cam bio de los modelos
epistemológicos a los significatorios (o, más bien, de un grabado
de lo epistemológico en el dominio sim bólico de la significación).
Y, sin em bargo, hay otra diferencia aquí, una diferencia que p o
dría ser entendida com o una inversión. En el primer ensayo, los
órganos son asumidos por la relación narcisista y se convierten en
la morfología fantasm ática que, mediante la extrapolación espe
cular, genera la estructura de los objetos conocibles. En el segun
do ensayo está la introducción del Falo que funciona com o el sig
nificante privilegiado, y que delimita el dom inio de lo significable.
En un sentido lim itad o, los ó rg a n o s investidos n arcisística-
mente en “ El estadio del espejo” tienen una función paralela a la
44 Lacan, “The Mirror Stage”, ob. cit.: “le stade du tniroir est un drame dont
la poussée interne se precipite de l'insuffisance á l'anticipation -et qui pour le su-
jet, pris au leurre de Pidentification spatiale, machine les fantasmes qui se succé-
dent d’une image morcelée du corps á une forme que nous appelerons orthopé-
dique de sa totalité- et a l’armure enfin assumée d’une identité aliénante, qui va
marquer de sa structure rigide tout son développement mental” (“The Mirror
Stage”, 1: 93-94). Es interesante ver que el carácter fragmentario del cuerpo es
sobre el Falo, el cuerpo y la anatomía son descritos sólo a través de
la negación: la anatomía y, en particular, las partes anatómicas, no
[son] el Falo, sino sólo aquello que el Falo simboliza: “II est encore
bien moins Vorgane, pénis ou clitoris, qu’il symbolise”.45 En el pri
mer ensayo, entonces {¿lo llamaremos un “trozo”?), Lacan descri
be la superación del cuerpo fraccionado a través de la producción
especular y fantasmática de una totalidad morfológica; en el ensa
yo posterior, ese drama es actuado -o sintomatizado- por el movi
miento narrativo de la misma actuación teórica, lo que considera
remos brevemente como la performatividad del Falo. Pero si es
posible leer “El significado del Falo” como la sintomatización del
fantasma especular descrito en “El estadio del espejo,” también es
posible, y es útil, releer “El estadio del espejo” como ofreciendo
una teoría implícita de espejeo como práctica significativa.
Si el cuerpo está “en trozos” ante el espejo, se deduce que la
aparición en el espejo funciona como un tipo de extrapolación
sinecdocal mediante la cual esos trozos o algunas partes repre
sentan (dentro del espejo y por él) el todo; en otras palabras, la
parte sustituye al todo y por ello se vuelve un símbolo de la tota
lidad. Si esto es cierto, entonces tal vez “El estadio del espejo”
procede mediante una lógica sinecdocal que establece y mantiene
un fantasma de control. Cabe preguntar, entonces, si la construc
ción teórica del Falo es tal extrapolación sinecdocal. Al cambiar
el nombre del pene a “el Falo”, ¿se supera fantasmática y sinec-
dpcalmente el status de parte del primero mediante la inaugura
ción del segundo como “el significante privilegiado”? ¿Y este
nombre, como los nombres propios, asegura y sostiene la distin-
46 Ibíd.: 77/687.
47 Ibíd.: 79/687.
matiza el reflejo especular e idealizador de un cuerpo en trozos
descentrado ante el espejo, entonces podemos entender aquí la
reescritura fantasmática de un órgano o parte del cuerpo, el pe
ne, como el Falo, una maniobra efectuada por la negación trans-
valuadora de su sustituibilidad, su dependencia, su tamaño dimi
nuto, su control limitado y su parcialidad. El Falo surgiría así
como un síntoma y su autoridad podría establecerse sólo a través
de una inversión metaléptica de causa y efecto. En vez del su
puesto origen de la significación o de lo significable, el Falo sería
el efecto de una cadena significante sumariamente suprimida.
Pero este análisis todavía tiene que considerar por qué el cuer
po está en trozos ante el espejo y ante la ley. ¿Por qué el cuerpo
tiene que ser entregado en trozos antes de ser reflejado en el es
pejo como totalidad y centro de control? ¿Cómo llegó este cuer
po a estar en trozos y partes? Tener el sentimiento de un trozo o
una parte es tener antes un sentido de una totalidad a la cual
pertenecen. Aunque “El estadio del espejo” intenta narrar cómo
es que un cuerpo llega a tener sentido de su propia totalidad, por
la primera vez, la descripción misma de un cuerpo ante el espejo
como siendo en partes o trozos tiene como condición previa un
sentido ya establecido de una morfología total o integral. Si estar
en pedazos es no tener control, entonces el cuerpo ante el espejo
está sin el Falo, está simbólicamente castrado; y al ganar el con
trol especularizado mediante el yo constituido en el espejo, ese
cuerpo toma o llega a tener el Falo. Pero el Falo ya está en juego
en la descripción misma del cuerpo fragmentado ante el espejo;
como resultado, el Falo gobierna la descripción de su propia gé
nesis y, por lo tanto, evita una genealogía que podría conferirle
un carácter derivativo o proyectado.
Aunque Lacan afirma bastante explícitamente que el falo “no es
un efecto imaginario”,48 esa negación podría ser entendida como
constitutiva de la propia formación del Falo como un significan
te privilegiado; esa negación parece facilitar el privilegio. Como
48 Lacan, “The Meaning of the Phallus”, ob. cit.: 79. “En la doctrina freudiana,
el falo no es una fantasía, si lo que se entiende por esto es un efecto imaginario.
efecto imaginario, el Falo sería tan descentrado y tenue como el
yo; en un esfuerzo por recentrar y fijar en tierra el Falo, éste es
elevado al status de significante privilegiado y es presentado al fi
nal de una larga lista de usos impropios del término, formas en
que el término se ha ido de la mano, ha significado donde no de
bería haberlo hecho y en formas erróneas:
49 Ibíd.: 690. “Le phallus ici s'éclaire de sa fonction. Le phallus dans la doc
trine freudienne n’est pas un fantasme, s’il faut entendre par la un effet imaginai-
re. II n’est pas non plus comme tel un objet (partiel, interne, bon, mauvais, etc.)
pour autant que ce terme tend á apprécier la réalité intéressée dans une relation.
II est encore moins l’organe, pénis ou clitoris, qu’il symbolise. Et ce n’est pas
sans raison que Freud en a pris la référence au simulacre qu’il était pour les An-
ciens [...] Car le phallus est un signifiant.”
50 Gallop, ob. cit.: 126.
especular y sinecdocal del cuerpo (fálico) puede ser entendida co
mo un mecanismo compensatorio por el cual se supera la castra
ción fantasmática. Al igual que Freud, quien intentó frenar la
proliferación de partes erotógenas del cuerpo en su texto, partes
que eran también lugares de dolor, Lacan amortigua el desliza
miento del significante en una catacresis proliferativa mediante la
afirmación preventiva del Falo como significante privilegiado.
Reclamar para el Falo el status de significante privilegiado pro
duce y efectúa este privilegio. El anuncio de este significante pri
vilegiado es su actuación. Esa aserción de representación produce
y actúa el proceso mismo de significación privilegiada, cuyo pri
vilegio es potencialmente cuestionado por la propia lista de alter
nativas que desecha y cuya negación constituye y precipita aquel
Falo. En verdad, el Falo no es una parte del cuerpo (sino la tota
lidad), no es un efecto imaginario (sino el origen de todos los
efectos imaginarios). Estas negaciones son constitutivas; funcio
nan como desautorizaciones que precipitan -y que son luego bo
rradas por- la idealización del Falo.
El status paradójico de la negación que introduce e instituye al
Falo se hace claro en la propia gramática. “II est encore moins
l'organe, pénis ou clitoris, qu'il symbolise.” La frase sugiere que
el Falo, “menos todavía” que un efecto imaginario, no es un ór
gano. Aquí Lacan sugiere grados de negación: es más probable
que el Falo sea un efecto imaginario que un órgano; si es uno de
ellos, es más un efecto imaginario que un órgano. Esto no quiere
decir que no es un órgano del todo, sino que la cópula -lo que
afirma una identidad lingüística y ontológica- es el modo menos
adecuado de expresar la relación entre ellos. En la misma oración
en la que se establece la minimización de cualquier posible identi
dad entre pene y Falo, se ofrece una relación alternativa entre
ellos, a saber, la relación de simbolización. El Falo simboliza el
pene; en cuanto simboliza el pene, conserva al pene como aque
llo que simboliza y no es el pene. Ser el objeto de la simboliza
ción es precisamente no ser aquello que simboliza. En la medida
en que el Falo simboliza el pene, no es aquello que simboliza.
Cuanto más simbolización ocurra, menos conexión ontológica
hay entre símbolo y simbolizado. La simbolización supone y
produce diferencia ontológica entre aquello que simboliza -o sig
nifica- y aquello que es simbolizado -o significado-. La simboli
zación vacía aquello que es simbolizado de su conexión ontológi
ca con el símbolo mismo.
¿Pero cuál es el status de esta afirmación particular de diferen
cia ontológica, si resulta que este símbolo, el Falo, siempre toma
al pene como aquello que simboliza?51 ¿Cuál es el carácter de este
lazo mediante el cual el Falo simboliza el pene al grado de dife
renciarse del pene, allí donde el pene se vuelve el referente privile
giado que debe ser negado? Si el Falo debe negar al pene a fin de
simbolizar y significar en su forma privilegiada, entonces el Falo
está atado al pene, no por simple identidad sino por negación de
terminada. Si el Falo sólo significa en la medida en que no es el pe
ne, y el pene es calificado como aquella parte del cuerpo que él no
debe ser, entonces el Falo es fundamentalmente dependiente del
51 Lacan también repudia, con claridad, el clítoris como un órgano que po
dría ser identificado con el Falo. Pero nótese que el pene y el clítoris siempre
son simbolizados de diferente manera; el clítoris es simbolizado como envidia
del pene (no tenerlo), mientras que el pene es simbolizado como el complejo de
castración (tenerlo con el miedo de perderlo). Véase J. Lacan, “Meaning...”, ob.
cit.: 75. De allí que el Falo simboliza al clítoris como no teniendo el pene, mien
tras que el Falo simboliza al pene mediante la amenaza de castración, entendida
como un tipo de desposeimiento. Tener un pene es tener aquello que el Falo no
es, pero que, precisamente en virtud de este no ser, constituye la ocasión para
que el Falo signifique (en este sentido, el Falo requiere y reproduce la disminu
ción del pene a fin de significar -casi un tipo de dialéctica del amo y el escla
vo-). No tener pene es haberlo perdido y, por ello, ser la ocasión para que el
Falo signifique su poder de castrar; el clítoris significará como envidia del pene,
como una falta que, mediante su envidia, ejercerá el poder de desposeer. “Ser”
el falo, como se dice que son las mujeres, es ser desposeída y desposeedora. Las
mujeres son el Falo en el sentido de que reflejan su poder en ausencia. Ésta es la
función significadora de su falta. Y aquellas partes del cuerpo femenino que no
son el pene, por lo tanto tienen el Falo, y son precisamente un conjunto de ca
rencias. Esas partes del cuerpo no logran fenomenalizar precisamente porque
no pueden esgrimir propiamente el Falo. De allí, la misma descripción de cómo
el Falo simboliza (es decir, como envidia del pene o castración) recurre implíci
tamente a las partes del cuerpo marcadas diferenciadamente, lo cual implica
que el falo no simboliza el pene y el clítoris de la misma manera. Nunca se po
drá decir que el clítoris es un ejemplo de tener el Falo.
pene si ha de simbolizar. De hecho, el Falo no sería nada sin el pe
ne. Y en la medida en que el Falo necesita el pene para su propia
constitución, la identidad del Falo incluye al pene, es decir, hay
una relación de identidad entre ellos. Esto es, por supuesto, no só
lo un punto lógico, pues hemos visto que el Falo no sólo se opone
al pene en un sentido lógico, sino que está instituido mediante el
repudio de su carácter parcial, descentrado y sustituible.
La pregunta naturalmente es por qué se supone que el Falo re
quiere esa parte particular del cuerpo para simbolizar y por qué
no podría funcionar mediante la simbolización de otras partes del
cuerpo. La viabilidad del Falo lesbiano depende de este desplaza
miento. O tal vez con más precisión, la desplazabilidad del Falo,
su capacidad de simbolizar en relación con otras partes del cuer
po u otras cosas parecidas al cuerpo, abre el camino al Falo les-
biaoo, una formulación que de otra manera sería contradictoria.
Y aquí debería quedar claro que el Falo lesbiano cruza los órde
nes de tener y ser; ello ejerce a la vez la amenaza de castración (y
en ese sentido un modo de ser el Falo, como son las mujeres) y su
fre de angustia de castración (y se dice así que tiene el Falo y que
teme su pérdida).52
Sugerir que el Falo pueda simbolizar otras partes del cuerpo
distintas del pene es compatible con el esquema lacaniano. Pero
argumentar que otras partes del cuerpo o cosas parecidas al cuer
po distintas del pene son simbolizadas como teniendo el Falo es
cuestionar las trayectorias mutuamente exclusivas de la angustia
de castración y la envidia del pene.53 En efecto, si se dice que los
derado por Lacan como central para la asunción del sexo binario está fundado
sobre el poder amenazador de la amenaza, lo insoportable (insoportabilidad) de
una virilidad desmasculinizada y una feminidad falizada. Planteo que implícito
en estas dos figuras está el espectro de la abyección homosexual, que es clara
mente producida, circulada, debatida y culturalmente contingente.
54 Véase Maria Torok, “The Meaning of ‘Penis Envy’ in Women (1963)”,
trad. Nicholas Rand, en: Differences: A Journal ofFeminist Cultural Studies 4.1
(1992): 1-39. Torok sostiene que la envidia del pene en las mujeres es una
“máscara” que sintomatiza la prohibición de la masturbación y produce una
desviación de los placeres orgásmicos de la masturbación. En la medida en que
la envidia del pene es una modalidad de deseo de la que no puede obtenerse
ninguna satisfacción, enmascara ese deseo, ostensiblemente anterior a los place
res autoeróticos. Según la teoría de Torok sobre el desarrollo sexual femenino,
una teoría intensamente normativa, los placeres orgásmicos masturbatorios ex
perimentados y luego prohibidos (por la intervención de la madre) producen
primero una envidia del pene que no puede ser satisfecha y luego una renuncia
de ese deseo a fin de redescubrir y reexperimentar el orgasmo masturbatorio en
el contexto de las relaciones adultas heterosexuales. Así, Torok reduce la envi
dia del pene a una máscara y a una prohibición que da por sentado que el pla
cer sexual femenino está no sólo centrado en el autoerotismo, sino que este placer
está sobre todo no mediado por la diferencia sexual. También reduce todas las
posibilidades de identificación fantasmática transgenérica a una desviación del
nexo heterosexual masturbatorio, de forma tal que la prohibición primaria es
contra el amor a sí mismo no mediado. La propia teoría de Freud sobre el nar
cisismo plantea que el autoerotismo es siempre modelado a partir de relaciones
objetales imaginarias, y que el Otro estructura la escena masturbatoria fantas-
máticamente. En Torok somos testigos del surgimiento de la mala madre cuyo
objetivo principal es prohibir los placeres masturbatorios y que debe ser supe
rada (la madre representada, como en Lacan, como una obstrucción) a fin de
redescubrir la felicidad sexual masturbatoria con un hombre. La madre actúa
así como una prohibición que debe ser superada a fin de alcanzar la heterose
xualidad y el retorno a sí misma y a la totalidad que eso supuestamente implica
para una mujer. Esta celebración del desarrollo de la heterosexualidad trabaja
así mediante la exclusión implícita de la homosexualidad o la abreviación o la
redirección de la homosexualidad femenina como placer masturbatorio. La en
A la inversa, en la medida en que se puede decir que las mujeres
tienen el Falo y temen su pérdida (y no hay razón por la cual eso
no podría ser verdad tanto en el intercambio lesbiano como en el
heterosexual, apuntando a la posibilidad de una heterosexuali
dad implícita en el primer caso, y de homosexualidad en el se
gundo), pueden ser impulsadas por la angustia de castración.
Aunque varios teóricos han sugerido que la sexualidad lesbiana
está fuera de la economía del falogocentrismo, esa posición ha si
do refutada críticamente por la noción de que dentro de los regí
menes sexuales contemporáneos la sexualidad lesbiana es tan
construida como cualquier otra forma de sexualidad. Aquí no in
teresa si el Falo persiste en la sexualidad lesbiana como un princi
pio estructurante, sino cómo persiste, cómo es construido y qué
sucede con el status privilegiado de ese significante en esta forma
de intercambio construido. No estoy defendiendo la idea de que
la sexualidad lesbiana está solamente o principalmente estructura
da por el Falo, o que existe un monolito imposible como la sexua
lidad lesbiana, pero quiero sugerir que el Falo constituye un lugar
ambivalente de identificación y deseo, y que es significativamente
distinto de la escena de la heterosexualidad normativa con la cual
está relacionado. Si Lacan afirma que el Falo sólo opera “velado”,
entonces podemos preguntar qué tipo de velado realiza invariable
mente el Falo. Y ¿cuál es la lógica de velar y en consecuencia de la
exposición que surge dentro del intercambio sexual lesbiano en
torno a la cuestión del Falo? Es evidente que no hay una respues
ta única y que el tipo de trabajo con textura cultural que podría
vidia del pene caracterizaría una sexualidad lesbiana que estaría atascada entre el
recuerdo irrecuperable de la felicidad masturbatoria y la recuperación heterose
xual de ese placer. En otras palabras, si la envidia del pene es en parte código pa
ra el placer lesbiano, o para otras formas de placer sexual femenino que son, por
así decirlo, detenidas a lo largo de la trayectoria del desarrollo heterosexual, en
tonces el lesbianismo es envidia y, de allí, una desviación del placer e infinitamen
te insatisfactorio. En suma, no puede haber placer lesbiano para Torok, pues la
lesbiana es envidiosa, ella encarna y actúa justamente la prohibición del placer
que, parecería, sólo la unión heterosexual puede revocar. El hecho de que algunas
feministas encuentren útil este ensayo continúa sorprendiéndome y alarmándome.
aproximar una respuesta a esta pregunta sin duda tendrá que dar
se en otro lugar; en verdad, el Falo lesbiano es una ficción, pero
tal vez es teóricamente útil, pues parece haber una cuestión de
imitación, subversión y la recirculación de privilegio que una lec
tura psicoanalíticamente informada podría abordar.
Si el Falo es aquello que ha sido excomulgado de la ortodoxia
feminista sobre la sexualidad lesbiana, y la parte que falta, el sig
no de una insatisfacción inevitable que es el lesbianismo en las
construcciones homofóbicas y misóginas, entonces la entrada del
Falo en ese intercambio enfrenta dos prohibiciones convergentes:
el Falo significa la persistencia de la mentalidad straight (hetero
sexual), una identificación masculina o heterosexista y, de allí, la
denigración o traición a la especificidad lesbiana; el Falo signifi
ca la insuperabilidad de la heterosexualidad y establece al lesbia
nismo como un esfuerzo vano y/o patético de mimetizar la cosa
real. Así, el Falo entra en el discurso sexual lesbiano como una
confesión transgresora condicionada y enfrentada por dos for
mas de repudio: la feminista y la misógina. No es la cosa verda
dera (la cosa lesbiana) o no es la cosa verdadera (la cosa hetero
sexual [straight]). Lo que es develado es precisamente el deseo
repudiado, aquello que es envilecido por la lógica heterosexista,
y aquello que es defensivamente excluido mediante el esfuerzo
por circunscribir una morfología específicamente femenina para
el lesbianismo. En un sentido, lo que es develado o expuesto es
un deseo que es producido por una prohibición.
Y sin embargo, la estructura fantasmática de este deseo opera
rá como un velo precisamente en el momento en que es revelada.
Esa transfiguración fantasmática de las fronteras corporales no
sólo pondrá en evidencia la debilidad de su fundamento, sino que
resultará que depende de esa debilidad y de esa transitoriedad
hasta para significar. El Falo como significante dentro de la se
xualidad lesbiana asumirá el espectro de la vergüenza y el repudio
dado por esa teoría feminista que quisiera una morfología femeni
na en su radical diferenciación de la masculina (un binarismo que
es asegurado por la presunción heterosexual), un espectro trasmi
tido de una manera más difundida por la teoría masculinista que
desea insistir en la morfología masculina como única figura posi
ble para el cuerpo humano. Recorriendo esas divisiones, el Falo
lesbiano significa un deseo producido históricamente en la encru
cijada de estas prohibiciones y nunca totalmente libre de las exi
gencias normativas que condicionan su posibilidad, que sin em
bargo busca subvertir. En cuanto el Falo es una idealización de la
morfología, produce un efecto necesario de inadecuación que en
el contexto cultural de las relaciones lesbianas puede ser rápida
mente asimilado al sentido de una derivación inadecuada respecto
de la supuesta cosa real y, por ello, una fuente de vergüenza. Pero
precisamente porque es una idealización, a la que nadie puede
aproximarse de manera adecuada, es un fantasma transferible, y
su vínculo naturalizado con la morfología masculina puede ser
cuestionado por una reterritorialización agresiva. El que las com
plejas fantasías identificatorias informen la morfogénesis, y que
no píiedan ser totalmente previstas, sugiere que la idealización
morfológica es tanto un ingrediente necesario como impredecible
en la constitución del yo corporal y de las disposiciones del deseo.
También significa que no hay ningún esquema imaginario necesa
rio para el yo corporal, y que los conflictos culturales sobre la
idealización y la degradación de las morfologías masculinas y fe
meninas específicas se manifestarán en el sitio del Imaginario
morfológico en formas conflictivas complejas. También podría ser
que el Falo lesbiano entre en juego a través de una degradación de
la morfología femenina, una degradación imaginaria y catequiza
da de lo femenino, o puede ser a través de una ocupación castra
dora de ese tropo masculino central, abastecido por el tipo de de
safío que busca derrocar esa misma degradación de lo femenino.
Sin embargo es importante subrayar la manera en que la esta
bilidad de las morfologías masculina y femenina son cuestiona
das por la resignificación lesbiana del Falo que depende de los
entrecruzamientos de la identificación fantasmática. Si la distinti-
vidad morfológica de lo femenino depende de su purificación de
toda masculinidad, y si esto se instituye al servicio de la produc
ción de morfologías acordes con las leyes de lo Simbólico hetero
sexual, entonces esa masculinidad repudiada es supuesta por la
morfología femenina, y emergerá como un ideal imposible que
ensombrece y frustra lo femenino o como el significante menos
preciado de un orden patriarcal contra el cual se define a sí mis
mo un feminismo lesbiano específico. En cualquiera de los casos,
la relación con el Falo es constitutiva, se hace una identificación
que es inmediatamente repudiada. En efecto, es esta identifica
ción repudiada la que permite e informa la producción de una
morfología femenina distinta desde el comienzo. Es sin duda po
sible dar cuenta de la presencia estructurante de las identificacio
nes entrecruzadas en la elaboración del yo corporal y enmarcar
estas identificaciones en una dirección más allá de una lógica del
repudio por la cual una identificación es siempre y solamente tra
bajada a expensas de otra. Pues la vergüenza del Falo lesbiano su
pone que él llegará a representar la verdad del deseo lesbiano, una
verdad que será figurada como una falsedad, una imitación en va
no o una derivación de la norma heterosexual. Y la contraestrate
gia del desafío confesional supone también que lo que ha sido ex
cluido de los discursos sexuales dominantes sobre lesbianismo
constituye, por lo tanto, su verdad. Pero si la verdad es, como lo
sugiere Nietzsche, sólo una serie de errores configurados uno en
relación con el otro o, en términos lacanianos, un juego de mé-
connaissances, entonces el Falo no es sino un significante entre
otros en el curso del intercambio lesbiano, no el significante origi-
nador ni el inefable afuera. Por lo tanto, el Falo siempre operará
tanto como velo y confesión, una desviación de una erotogenei-
dad que incluye y excede al Falo, una exposición del deseo que da
testimonio de una transgresión morfológica y, por ello, de la ines
tabilidad de las fronteras imaginarias del sexo.
Conclusiones