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MUJERES Y HOMBRES

EN EL MUNDO GLOBAL
Antropología feminista en
América Latina y España

coordinadoras
CARMEN GREGORIO GIL
MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

por
VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO •CARMEN GREGORIO
GIL•MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO•ÁNGELA
GUADALUPE ALFARACHE LORENZO•ADRIANA PISCITELLI •
TERESA DEL VALLE MURGA•ANA ALCÁZAR CAMPOS •MARÍA
EUGENIA D'AUBETERRE BUZNEGO •HERMINIA GONZÁLVEZ
TORRALBO•SUSANA ROSTAGNOL•ASSUMPTA SABUCO
CANTÓ•JAHEL LÓ PEZ GUERRERO•MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA•
MARÍA CARBALLO LÓ PEZ•FERNANDO HUERTA ROJAS•GISELA
PÉ REZ SANTANA•MARIE:JOS É NADAL•RENATA EWA HRYCIUK•
PAULA SOTO VILLAGRÁN•ANA RODRÍGUEZ RUANO•AMAIA
PAVEZ LIZÁRRAGA• MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS

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editores
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siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
CEAAO DEL f>GUA 248, RaJERO DE TEAAEROS . GUA'fEMlllA 4824, C 1425 BU'
04310M€XICO, DF 8UEN)S AIRES, AAGEN11NA
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MADRO, EsPAÑA M.4DAID. ESPAÑA 08007 eAACELONA. ESPAÑA
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GN33.8
M44
201 2 Mujeres y hombres en el mundo global : antropología feminista en América Latina
y España / coordinadoras, Carmen Gregorio Gil, Martha Patricia
Castañeda Salgado ; por Virginia Maquieira D'angelo [y otros veintiuno].
- Méxic.o : Siglo XXI Editores : UNAM, Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 201 2.

355 p. - (Antropología)

ISBN: 978-607-03-0439-2

1 . Antropología feminista - América Latina - Siglo XX. 2. Antropologia


feminista - España - Siglo XX. l. Gregorio Gil, Carmen, editor Il. Castañeda
Salgado, Martha Pauicia, editor. III. Maquieira D'angelo, Virginia,
colaborador. IV. t. V. Ser.

primera edición, 201 2

©centro d e investigaciones interdisciplinarias


en ciencias y humanidades, unam

©siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-0439-2

impreso en ingramex, s.a. de c.v.


centeno 1 62-1
col. granjas esmeralda
09810, méxico, d.f.

noviembre de 201 2
PRÓLOGO

TERFSA DEL VALLE MURGA*

El prólogo me sugiere la entrada a un lugar al que hemos llegado pero del que
desconocemos lo que nos aguarda. Es la experiencia del placer de encontrarnos
bien y al tiempo sentir el latido del deseo de descubrir lo que se atisba detrás de la
cancela que caracteriza al umbral y en este caso, al umbral literario. Si las ideas que
contenga nos encaminan a traspasarlo, el prólogo habrá cumplido su propósito.
Para el primer paso me ftjo en las temáticas amplias y variadas que suscitan el
interés en ahondar en los escritos y a ello contribuyen los cuatro apartados que mar­
can el camino y en el que aparecen como elemento dominante preocupaciones y vi­
siones actuales que toman una dimensión amplia mediante análisis globalizadores,
mieqtras que otras centran su interés en el estudio minucioso de aspectos concre­
tos. El juego de conjuntar una panorámica amplia de temas y la distancia corta de
estudiar otras con detalle es uno de los atractivos de la publicación. En el abanico
la temática tiene relación con intereses actuales, unos que emergen de los proce­
sos de globalización; otros de necesidades sentidas desde la marginación de ciertas
opciones sexuales; de posicionamientos diferentes respecto de la prostitución. Los
hay vinculados a las nuevas tecnologías con sus posibilidades de ampliar prácticas
entre las que se encuentran las de comunicación y de educación generizada, las
de visibilizar lo minoritario. Hay cuestionamientos a temas tradicionales como son
el cuidado cuando se produce fuera de los escenarios habituales y protegidos de
la familia: cuestionamiento y crítica a formas de socialización que perpetúan las
desigualdades de género. Se plantean avenidas para repensar la crítica feminista y
se exploran conceptos como tensión, genealogías, sexualidad, ritualidad religiosa,
parentesco, prostitución, maternidad. Aparecen cambios en las formas de vivir el
ocio desde la juventud así como descubrir la importancia de ciertas estéticas corpo­
rales. También está la emergencia de formas de asociación para el cambio político,
lideradas por mujeres que reivindican la tierra, la pluralidad social y los derechos.
Y la ciudadanía se hace presente en la conciencia de los derechos y en la personali­
zación de las emociones.
Otra forma de acercarnos al umbral del texto es a través del descubrimiento de
ciertos hilos conductores. Uno de ellos nos encamina a la diversidad y por ello a la
riqueza acumulada a través de objetos de investigación, aproximaciones teóricas,
contextos culturales y sociales donde se han llevado a cabo los estudios. Todo ello
hace que los textos presenten distintos lenguajes y campos de interés.

*Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertstatea.


8 PRÓLOGO

Otro hilo conductor es el que propicia el acceso a los avances en el conocimiento


que se han ido dando en el campo de la crítica feminista que tiene la interdiscipli­
nariedad como un elemento constitutivo de dicho saber y el potencial para generar
cambios.
Un tercero se refiere a cómo se comunica dicho conocimiento de manera que
sea expuesto para que, al hacerse público, identifiquemos el lugar científico y el
peso que le corresponde como corrector y transformador del androcentrismo. Esto
supone un gran esfuerzo y un compromiso con el cambio social, algo que me co­
rresponde resaltar del trabajo realizado por las editoras Patricia Castañeda y Car­
men Gregorio, y que hay que sopesarlo con una mirada larga hacia el pasado donde
empezaron a diseñar los dos simposios que han generado los textos que estaban
presentes tras el umbral. Ha supuesto viajes de ida y vuelta entre el primer congreso
celebrado en Sevilla en el caluroso verano de 2006, y el que tuvo lugar en la ciudad
de México en 2007.
Para que haya avances en las disciplinas es necesario el intercambio intelectual y
para ello los congresos se erigen en lugares de exposición, intercambio, debate que
en muchos casos propicia la mejora de los textos. En nuestro caso quiero reconocer
el esfuerzo de las organizadoras para llevar a buen fin una tarea compleja, dificil en
la que el tiempo atrapa y los resultados se irán viendo a largo plazo porque el saber
no es unidireccional y por ello dificil de atrapar para medir sus resultados. Pero el
hecho de poder pasar las páginas e introducimos en su lectura es ya un primer re­
sultado. El camino que siga dependerá del interés que suscite más allá del umbral.
También hay lugar para realizar una reflexión acerca de lo que supone contar
con un conocimiento que nos abre a un abanico de datos, interpretaciones y resul­
tados. Que propicia preguntas, deseos de ir más allá, de explorar cuestiones que
sólo han quedado esbozadas; en una palabra: de pensar que la investigación cuando
está bien hecha y en el caso de las ciencias sociales enraizada en la realidad, enri­
quece y al mismo tiempo cuestiona a las personas y a las sociedades. En su propia
apertura es un conocimiento siempre inacabado para hacemos avanzar. Es algo
básico para la contemporaneidad en la que estamos inmersas e inmersos ya que
vivimos cambios importantes que hacen que el mundo se redefina de continuo. Y
hay conocimientos que nos introducen más directamente en ese proceso como son
los que generan una reflexión desde lo social donde la persona puede reconocerse
a sí misma y en las capacidades que desarrolle en la interacción grupal.

EN ASTEASU EN EL UMBRAL DEL AÑO 201 1 .


INTRODUCCI ÓN

MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO*


CARMEN GREGORIO GIL**

La antropología feminista se ha venido consolidando como un enfoque de la disci­


plina antropológica a lo largo de las tres últimas décadas. Entendemos la antropolo­
gía feminista como un enfoque crítico y cuestionador de la disciplina, que acuñan­
do teorías y prácticas feministas vindica la generación de nuevos conocimientos no
androcéntricos ni heterosexistas sobre la experiencia humana. Al mismo tiempo,
postula la importancia de la acción como referente tanto de la investigación como
de la aplicabilidad de sus resultados. Se trata, pues, de la configuración de un cam­
po de conocimiento que aporta discursos novedosos sobre temas clásicos y líneas
de reflexión sobre temas emergentes (Gregorio, 2002, 2006; Castañeda, 2006) . Con
matices propios de acuerdo con el contexto en el que se desarrolla, sus practican­
tes han hecho contribuciones importantes al conocimiento de distintas culturas de
género, arraigadas en relaciones genéricas que van más allá de la dicotomía mujer­
hombre para abarcar ámbitos cada vez más amplios de la experiencia humana. En
esa perspectiva, echan mano de un andamiaje conceptual y metodológico cada vez
más complejo e interdisciplinario, en el que se generan perspectivas de análisis ca­
paces de captar las imbricaciones del género con otros ordenadores sociales y con
procesos amplios en las distintas escalas de sus dinámicas internas (local, comunita­
ria, regional, nacional, internacional, global) .
Las reflexiones críticas hechas en distintas latitudes respecto de este campo de
estudio1 dan cuenta de una trayectoria --disímil pero compartida- en la que he­
mos transitado del reconocimiento de la relevancia de visibilizar a las mujeres tanto
en las etnografías como en las elaboraciones conceptuales, pasando por las inno­
vaciones metodológicas que lleva consigo privilegiarlas como sujetos epistémicos,
a un análisis complejo de la imbricación del género con procesos económicos, so­
ciales y políticos que no se explican suficientemente si el primero se deja de lado.
Los textos que conforman este volumen son herederos de varias generaciones de
antropólogas que han contribuido con un legado fundamental para comprender a
las sociedades contemporáneas desde una perspectiva que rehumaniza el concepto

*Universidad Nacional Autónoma de México.


**Universidad de Granada.
1 Las referencias son numerosas, más aún en el ámbito de la antropología anglosajona que en el de
habla hispana. A manera de ilustración citamos sólo algunas de las que tienen resonancia para los efectos
de este libro: Méndez (2007) , Moore ( 1 990) , Behar y Gordon ( 1 995) , Gregario (2006) , Del Valle (2002 ) ,
Castañeda (2006) , Lagarde (2002) , Visweswaran ( 1 997) , Narotzky ( 1995) , Esteban y Díez ( 1999) , Díez y
Gregario (2005) , Thuren ( 1 993) , Maquieira (200 1 ) .

[g ]
10 INTRODUCCIÓN

de cultura al volver la mirada hacia los sujetos que la crean, haciendo el viraje de co­
locar a las mujeres sólo en el ámbito de la reproducción para considerarlas también
como productoras/autoras/ creadoras de significaciones profundas que conforman
lo humano en un devenir histórico.2
Los ensayos que se reúnen en este libro pretenden ofrecer un panorama de te­
máticas y aproximaciones teórico-metodológicas que se abordan recientemente en
ámbitos académicos de filiación distinta a la anglosajona. El antecedente inmediato
de este ejercicio de diálogo entre especialistas latinoamericanas y españolas es la
realización de un primer seminario-conversatorio sostenido en 2004 en el Centro
de Investigaciones lnterdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad
Nacional Autónoma de México entre la doctora Teresa del Valle, antropóloga vasca
con un amplio reconocimiento por sus aportes a la introducción de la perspectiva
feminista a la antropología social, y un grupo de investigadoras y estudiantes que
impulsan el reconocimiento de ese campo de estudios dentro de la academia mexi­
cana, invitadas para la ocasión por Patricia Castañeda.
A partir de esa experiencia, quienes escribimos esta Introducción convocamos
en dos ocasiones a la participación en simposios celebrados en el marco de los 5211
y 5 3 º Congresos de Americanistas, celebrados en Sevilla (España, 2006) y la Ciudad
de México (México, 2009) . El propósito de ello fue responder algunas preguntas
concernientes a los puntos en común y a las particularidades que reviste la antro­
pología feminista practicada a ambos lados del océano, poniendo énfasis en las
elaboraciones teóricas, las posiciones epistemológicas, las metodologías aplicadas
y las formas de hacer etnografia que, en su conjunto, conforman el corpus de este
campo de investigación. Ello suponía abordar tanto los temas "clásicos" de la antro­
pología desde esta nueva perspectiva, como presentar pesquisas que se adentraran
en la comprensión de temas emergentes. Las transformaciones sociales, políticas
y económicas de las últimas décadas, junto con la emergencia de nuevas actoras y
actores sociales en situaciones de cambio social, nos han conducido a llevar a cabo
una revisión conceptual, así como una ampliación de campos teóricos, que contri­
buyan a la comprensión de la situación de las mujeres y los hombres en el mundo
contemporáneo.
El libro finalmente reúne a un grupo de especialistas en antropología social que
analizan los recorridos teórico-metodológicos que han realizado en su estudio de
los temas específicos a los que han dedicado su atención en los años más recientes,
así como la manera en que los resultados de su trabajo académico están contribu­
yendo a consolidar a la antropología feminista como un campo teórico reconoci­
do en el contexto actual de las disciplinas sociales. En lo que toca a la disciplina,
en sus distintas especialidades, los temas abordados constituyen una amplia gama
de reflexiones, tanto teóricas y epistemológicas como etnográficas y metodológicas
que hemos organizado en torno a cuatro ejes: genealogías, las nuevas caras de la
globalización, etnografias de experiencias emergentes y nuevas propuestas teórico­
metodológicas.

2 Castañeda, 2007.
INTRODUCCIÓN 11

Vistos en conjunto, los trabajos de investigación aquí reunidos ilustran distintas


posiciones teóricas desarrolladas dentro de la antropología feminista, así como su
carácter interdisciplinario y multimetódico. Además, reflejan el compromiso de sus
autoras y autor' con la necesaria actualización de la disciplina antropológica, así
como el interés por generar conocimientos situados que muestren la vastedad de
líneas de investigación que ofrece la perspectiva feminista a ésta y otras áreas de
conocimiento en su capacidad para el análisis y transformación de nuestro mundo
contemporáneo.
Éste es un libro innovador en el área iberoamericana porque recoge aportaciones
de especialistas que se posicionan explícitamente en la antropología feminista, por
un lado, y por otro porque presenta miradas de reconocimiento mutuo y de diálogo
entre autoras con distintas procedencias culturales, que además hacen investigación
en contextos distintos al propio. A ello se añade que se trata de antropólogas de
distintas edades que han cursado diferentes procesos de formación, reflejando con
ello que la antropología feminista en América Latina y España comprende varias ge­
neraciones de profesionales, lo que se expresa en un enriquecimiento creciente de
la especialidad en el que la renovación de ideas y procedimientos para abordar los
problemas complejos de las sociedades contemporáneas va acompañada de la com­
binación entre experiencia y juventud que tan útil es para el desarrollo científico.
En la primera parte, que hemos titulado 'Trazando genealogías" se reúnen tra­
bajos que se proponen identificar las múltiples coordenadas desde las que se gene­
ra conocimiento antropológico feminista en torno a temáticas de especial relevan­
cia en la comprensión de la desigualdad, como los derechos humanos (Maquieira) ,
las migraciones transnacionales (Gregorio) , la ritualidad católica (Castañeda) o la
sexualidad (Alfarache) , pero también sobre los propios procesos de elaboración
del conocimiento feminista (Piscitelli y Del Valle) . En consecuencia, estos trabajos
se adscriben a uno de los principios académicos -y también políticos-- que han
orientado las investigaciones feministas desde la década de 1 970: el re-conocimien­
to de una genealogía de conocimiento propia, en la que la autoría de las mujeres
es ponderada y legitimada.
Virginia Maquieira en su trabajo 'Tensiones creativas en el estudio de los dere­
chos humanos de las mujeres" se adentra en el campo del estudio antropológico de
los derechos humanos en nuestra era global. Apoyándose en la categoría "tensión
creativa" acuñada por Del Valle ( 2005) nos presenta las principales discusiones de
la antropología social en el estudio y práctica de los derechos humanos. La autora
sitúa las contribuciones de la antropología social en el contexto de los procesos
previos a la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1 948
marcados por el debate acerca de la posibilidad de defender y aplicar derechos de
carácter universal en un mundo de diferencias culturales. La tensión entre relativis-

'El reconocimiento de este enfoque, de su importancia y creatividad aún es poco recurrente entre los
antropólogos. En este libro participa un especialista que se autoadscribe a la antropología feminista, por
lo que relevamos sus aportes. Sin embargo, con fines de aligerar la lectura, en adelante nos referiremos a
las autoras, haciendo la aclaración de que mantenemos presente la inclusión de nuestro colega.
12 INTRODUCCIÓN

mo y universalismo que se dio en estos años a juicio de la autora se vio revitalizada


en la última década del siglo XX como consecuencia del interés renovado de la
disciplina por los derechos humanos y nuestro compromiso profesional con los su­
jetos de las investigaciones. En la consolidación de este campo de estudio Maquieira
destaca, por un lado, las aportaciones de la antropología feminista en su intento
de explorar los derechos a nivel de práctica social y cultural en los procesos legales
cotidianos: cómo, cuándo y por qué se tornan significativos, cómo y para quién son
aplicados, así como la capacidad de condicionamiento y(o) empoderamiento en
dichos procesos. Y por otro, su crítica al concepto de cultura subyacente al relativis­
mo cultural en sus consecuencias para la imposibilidad del conocimiento e interpe­
lación intercultural, así como la utilización de la defensa de la diferencia cultural
como legitimadora de la desigualdad de género (Maquieira, 1 998, 2000, 2006) .
Carmen Gregario traza en su trabajo una genealogía en el campo de estudio
de las migraciones transnacionales y las relaciones de género revisitando dos ejes
de discusión teórica claves desde perspectivas feministas en antropología social: la
reproducción y el cambio social. La autora re-significa estas categorías en todo su
potencial cuestionador, al tiempo que nos propone restituir el valor de la etnogra­
fia en su capacidad para mostrar de forma contextualizada los procesos mediante
los que se producen las diferenciaciones, así como la multiplicidad de significados
de las prácticas sociales. Gregario explora viejos debates desde la crítica feminis­
ta en torno a la necesidad de superar las dicotomías producción/reproducción,
mercado/hogar, público/doméstico al tiempo que problematiza sobre la noción
de género y de sistema de género aplicada al análisis del cambio producido por el
hecho migratorio.
Martha Patricia Castañeda expone un conjunto de aportaciones etnográficas
centradas en las mujeres católicas mexicanas como sujetos de los rituales; con ello
la autora se propone analizar el protagonismo del catolicismo como elemento cons­
titutivo de las culturas locales a la luz de la perspectiva de género. La autora pro­
pone un análisis de los rituales católicos como dramatizaciones de la posición/
oposición entre mujeres y hombres, en tanto que se opera una "ritualización de los
límites" (del Valle 1 99 3 ) espacio-temporales, corporales, emocionales, simbólicos,
subjetivos, imaginarios así como de las prácticas, capacidades y poderes de cada gru­
po genérico. A partir de la revisión de diferentes trabajos antropológicos que nos
muestran a las mujeres católicas como sujetos de los rituales -en el culto religioso,
en los rituales en torno al cuerpo y la sexualidad, en los rituales agrícolas, familiares
y domésticos y en los sistemas de cargos- la autora apunta a las ricas posibilidades
de desarrollo del campo de la ritualidad gracias a la novedosa óptica derivada de la
antropología feminista.
Ángela Alfarache coloca los análisis de las identidades lésbicas en el contexto de
la conformación de la antropología feminista, señalando que en ella encontraron el
andamiaje teórico y conceptual apropiado para nombrar lo que había permanecido
al margen del interés disciplinar. Para ella, el sustento básico de la investigación con
lesbianas feministas (categoría que establece la distinción conceptual y política con
las mujeres homosexuales) es la existencia de una cultura feminista contemporá-
INTRODUCCIÓN

nea, que forma parte a su vez del marco a partir del cual contribuir a la construc­
ción de los derechos humanos de las mujeres, en particular de las lesbianas. Esta
construcción tiene como un referente primordial el desmontaje de la lesbofobia,
hecho político que contribuye a la invisibilización de las lesbianas al mismo tiempo
que, al ser visibles, las expone a la violencia sexista. Por ello, centra su propuesta en
la erradicación de la lesbofobia a través de la exigencia de "visibilidad sin violencia,
con seguridad y libertad".
En cuanto al análisis de los procesos relacionados con la elaboración del conoci­
miento antropológico feminista Adriana Piscitelli nos aporta sus reflexiones sobre
algunos aspectos del pensamiento feminista brasileño considerando la circulación
y traducción que han tenido las teorías poscoloniales a partir de los textos antro­
pológicos publicados en dos importantes revistas académicas brasileñas, la Revista
Estudos Feministas y los Cuadernos Pagu. La autora destaca la especial relevancia de la
antropología en la constitución de los estudios feministas en Brasil y respecto de las
teorías poscoloniales concluye que han sido especialmente influyentes en la lectura
crítica de las definiciones de cultura nacional con raíces coloniales, formuladas en
y sobre Brasil y en el análisis de cómo los procesos de transnacionalización afectan
a las identificaciones marcadas por género, raza, clase, sexualidad y nacionalidad.
Por su parte, Teresa del Valle toma como punto de partida para su texto la re­
flexión individual (biografia intelectual) dentro del marco general de la antropolo­
gía feminista con la intención de relacionar lo que emerge en la dimensión micro
con las aportaciones de otras investigadoras, presentándonoslo como una aventura
colectiva donde la libertad e iniciativa actúen como soportes generativos y cuyos
pasos posteriores amplíen y ofrezcan inspiración y contraste. La autora selecciona
de su biografia intelectual sus denominados "ejes estructuradores del recuerdo" y
los "cronotopos genéricos", (específicos y generales) y "tira del hilo" para propo­
nérnoslos como estrategias metodológicas en la detección de la desigualdad, cons­
tructos para la elaboración de la memoria encarnada y por último exponentes de
características articuladoras de distintos niveles de análisis. Y nos invita a generar
recapitulaciones sobre el conocimiento feminista producido y abrirlo al reconoci­
miento: "es tiempo de aunar esfuerzos para insertar el conocimiento feminista en
el canon general del conocimiento"
En la segunda parte, "Las nuevas caras de la globalización ", las autoras ofrecen
profundas reflexiones en torno a problemas que afectan a las mujeres de todo el
planeta, tanto por su condición de género como por las imbricaciones de ésta con
otras condiciones sociales que agudizan la desigualdad y la exclusión propia, así
como la de los grupos y colectividades a los que pertenecen, abordando tópicos
como los "sitios de deseo o economías del placer'', las comunidades reterritorializa­
das, "las migraciones transnacionales". Un referente fundamental para compren­
der los reordenamientos relacionales que suponen las prácticas contemporáneas
analizadas en torno a la sexualidad, el matrimonio y la familia sigue siendo, como
bien lo apuntó el feminismo radical, la significación del cuerpo de las mujeres
como espacio de/para los otros, sin perder de vista que cada una de ellas hace una
interpretación particular de su posición de género, clase, raza y etnia.
INTRODUCCIÓN

Ana Alcázar indaga, a partir del trabajo de campo realizado en Cuba, en los pro­
cesos de (re) producción de las desigualdades de género, raza, clase y nacionalidad
emergentes en el mercado del turismo. El ejercicio de una etnografia situada, re­
flexiva y encamada le permite mostramos los significados racializados y generizados
del jineterismo y sus localizaciones sexuadas, "jinetero y jinetera", desdibujando los
límites establecidos entre el turismo sexual y el turismo de romance.
María Eugenia D'Aubeterre, mediante su minucioso trabajo etnográfico, des­
entraña las prácticas matrimoniales en el "campo social transnacional" emergente
entre California (Estados Unidos) y San Miguel Acuexcomac (México) . Para la
autora las prácticas de formación de uniones matrimoniales y los rituales que las
sancionan están informadas por regímenes de género locales, coaligados y dialo­
gantes, y explora cómo los y las actoras reaccionan y construyen nuevas respuestas
atenazadas por una orientación dual y definidas por la pertenencia a una comuni­
dad translocalizada. En el contexto de esta pertenencia translocalizada la fórmula
del "pedimento de la novia" da paso a la de "la fuga concertada" que comporta,
como nos muestra la autora, la celebración de un humilde ritual que sintetiza va­
riadas acciones rituales.
Herminia Gonzálvez comparte su propuesta teórica para el estudio de la organi­
zación social de los cuidados en la conformación de familias cuyos miembros están
en diferentes estados, las llamadas familias transnacionales. La autora incide en las
potencialidades de la metodología etnográfica para visibilizar prácticas y significa­
dos de género y parentesco junto con las tareas relacionadas con el cuidado, confi­
gurando con ello el "trabajo de parentesco" (Di Leonardo, 1 987) .
Susana Rostagnol en su trabajo "Sociedad y prostitución de niños, niñas y adoles­
centes ¿Qué tiene para decir el feminismo?" discute la manera en que la sociedad
procesa el fenómeno de la prostitución, silenciándolo, reproduciéndolo y colocán­
dolo en los márgenes. La autora, sin olvidar que la pobreza influye fuertemente en
la configuración de vulnerabilidades, nos propone "ir más allá" para alcanzar un
análisis más comprensivo del fenómeno que rompa con los sociocentrismos. En
este sentido la antropología social, ajuicio de la autora, "permite realizar un estudio
hermenéutico de los sentidos de la prostitución de niñas, niños y adolescentes para
encontrar los pilares culturales que hacen que la práctica perdure aunque cambie
de ropajes".
Cierra esta segunda parte el capítulo "Los cuerpos fragmentados de la globali­
zación: de la estética a la maternidad", de Asumpta Sabuco Cantó, quien analiza
los efectos de la globalización en las representaciones y aspiraciones de los cuer­
pos de las mujeres. La autora plantea cómo la exaltación de la salud y el "cuidado
personal" convertido en una lucha contra el tiempo y contra nuestra corporeidad,
afecta y condena a las mujeres. Las identificaciones que propone el mercado de la
industria cosmética, de la salud -especialmente la reproductiva-, la estética, los
gimnasios, la moda y las cadenas de cuidado corporal ahondan en la desigualdad
estructural que legitima el domino de unos frente a otras. En estas nuevas condicio­
nes, como plantea la autora, la maternidad tiene un peso ideológico que destaca su
importancia como experiencia personal, ajustándose las nuevas representaciones
Il>'TRODUCCIÓN

de la maternidad a las condiciones que impone el neoliberalismo patriarcal en el


que se asiste a una revalorización de la "naturaleza".
En la tercera parte del libro, titulada "Etnografiando experiencias emergentes",
se analizan reordenamientos sociales que ilustran procesos en los cuales mujeres
que han permanecido silenciadas o invisibilizadas se reconocen y son reconocidas
como sujetos que están influyendo en la reorientación de dinámicas locales y glo­
bales. La presencia de estas mujeres en las investigaciones actuales introduce una
vez más la discusión de los planteamientos teóricos en torno a su caracterización
como sujetos, mismos que pasan por la discusión sobre la otredad, la diversidad, la
multiculturalidad, además de introducimos a las innovaciones derivadas del acceso
a la tecnología, a partir de las cuales se puede hablar del carácter multisituado de
algunos procesos sociales.
Jahel López atrae la reflexión hacia las distintas fuentes que pueden disparar la
llamada "imaginación sociológica" para encontrarnos frente a evidencias de una
realidad cambiante que ameritan ser etnografiadas. En su trabajo, la obra de un
fotógrafo cumplió esta función para que la antropóloga reconociera a las jóvenes
indígenas como un sujeto cuya presencia en la literatura especializada es aleatoria
y marginal. En su búsqueda, se topa no sólo con sobregeneralizaciones y subrrepre­
sentación de esas mujeres, sino con una pregunta sensible: "¿por qué las jóvenes
indígenas resultan poco interesantes para quienes analizan a quienes transitan la
juventud? " Para abordar el tema, elabora una perspectiva en que la antropología
y la epistemología feminista se complementan, pasando entonces a identificar las
"diferentes diferencias" que hacen de las mujeres indígenas jóvenes un sujeto espe­
cífico para el cual la edad es un lugar de resistencia.
María Espinosa aborda otra expresión particular de la niñez y la juventud en la
Ciudad de México a partir de quienes denomina "chavalas y chavales" de la calle,
con una aproximación que desafia dos supuestos vigentes: a] que la familia es el ám­
bito relacional por excelencia para prodigar cuidados, y b] la horizontalidad en las
relaciones establecidas por personas que comparten una situación social dada, mos­
trando por el contrario la existencia de relaciones de poder entre los géneros que
conforman los dos grupos de edad abordados. Sus hallazgos desafian también la
concepción misma de "menor". Entre las expresiones de desigualdad al interior de
las bandas estudiadas destaca la distinta valoración que reciben las prácticas sexua­
les de mujeres y hombres. Sin embargo, la autora destaca también la creatividad de
las niñas para hacerse de estrategias no basadas en los mandatos de género que les
permitan sobrevivir en la calle, aun cuando sea desde la paradoja de necesitar una
pareja (hombre) que las "proteja". Ello ilustra que en el interior de las bandas se
mantienen los mecanismos que operan a favor de la producción, reproducción y
transformación de las identidades de género con orientación sexista.
El trabajo de María Carballo describe las características de la participación de las
mujeres dentro del Movimiento de los Sin Tierra, el cual ejemplifica una tendencia
experimentada en un sinnúmero de organizaciones sociales mixtas en las que las
demandas de las mujeres emergen lentamente ante la desatención o margin.álidad
de que son objeto en relación con las "grandes" demandas que enarbola el grupo
INTRODUCCIÓN

ampliado. Asimismo, es un ejemplo de la vindicación conjunta de demandas de


género y clase, en las que uno y otra se considera que forman parte de un mismo
nudo problemático que define la situación de desventaja de las mujeres. En esa
tesitura, muestra que las formas e intensidad de la participación femenina deri­
van de la combinación de actividades domésticas, familiares y reproductivas con las
exigencias que les impone la movilización social. Sin embargo, advierte la autora,
las distintas manifestaciones de participación social o política emprendidas por las
mujeres siguen siendo invisibilizadas o poco reconocidas.
Femando Huerta analiza otra forma de conformación de sujetos particulares,
determinada en su caso por la vinculación entre género y juventud, en particular en
lo que atañe a los procesos a través de los cuales los hombres jóvenes se socializan
en la violencia a través de los videojuegos. Desde su perspectiva, dicha socialización
involucra la conformación de los jugadores en grupos juramentados sustentados, a
su vez, en pactos seriales. En un sentido amplio, los procesos de conformación de
la juventud, la masculinidad y la violencia encuentran en el juego un espacio de
convergencia de sus respectivas pedagogías de género, reforzando sus contenidos
de dominación.
Abordando otra forma de tecnología, Gisela Pérez Santana estudia la presencia
de las lesbianas en el ciberespacio a partir de una caracterización que se despega de
los modelos centrados en las minorías o la marginalidad, para presentarlas como
una sociedad diferente a la dominante que, en consecuencia, habita de manera
particular ese espacio deslocalizado. Con ello, el ciberespacio queda caracteriza­
do como "un árbol de subculturas" y un ámbito propicio para las nuevas formas
de hacer política protagonizadas por movilizaciones sociales que no responden a
las convocatorias convencionales, permitiendo a la comunidad LGTB convertirse en
un "movimiento global de liberación sexual". Siendo así, la conformación de una
comunidad lesbiana virtual ofrece la visibilidad y reconocimiento que la heterorrea­
lidad niega a las lesbianas concretas, lo que permite a la autora afirmar que la pre­
sencia en la red constituye un hito para sus vidas, mismo que se puede sintetizar en
la metáfora que presenta según la cual los "armarios" se convierten en "ventanas"
para las mujeres que quieren verse y encontrarse.
Nombramos "Nuevas propuestas teórico-metodológicas" a la cuarta y última par­
te del libro. En ella reunimos trabajos que se inscriben en las tendencias contem­
poráneas de la antropología signadas por el interés en la reflexividad que se genera
cuando se rompe la dicotomía sujeto-objeto en la investigación para dar paso a
procesos dialógicos en los que se conjuga el posicionamiento de quien investiga con
la indagación en nuevos campos de estudio, mismos que generan nuevas preguntas
y requieren, por lo tanto, innovación y creatividad tanto conceptual como metodo­
lógica para interpretar realidades cambiantes como las que se viven en los contex­
tos abordados. El establecimiento de la intersubjetividad está presente también en
estos capítulos, así como la reflexividad de cada autora respecto de hechos de la
propia vida y de la experiencia profesional que intervienen en sus investigaciones.
Iniciamos con el trabajo de Marie:José Nadal, quien apunta a una revisión crítica
de la que llama "dualidad" de género a través de un doble prisma: las posturas fe-
INTRODUCCIÓN

ministas de la diversidad y las manifestaciones de las mujeres indígenas en relación


con los problemas que consideran más acuciantes y que, por lo tanto, las han hecho
organizarse y movilizarse políticamente. En su análisis, identifica tensiones entre los
modelos normativos "universalistas" y las expresiones de la diversidad de las muje­
res, enfatizando que en el caso de las indígenas estas tensiones agudizan la desigual­
dad derivada de que su particularidad cultural es tratada como fundamento de la
discriminación de que son objeto. Al revisar situaciones concretas relacionadas con
la violencia conyugal, los efectos de la crisis económica en los roles de género y las
características de las propuestas políticas de mujeres indígenas, llega a la conclusión
de que su protagonismo ejemplifica el proceso de constitución de una "práctica
política plural" en la que la ciudadanía y sus manifestaciones están íntimamente
vinculadas no sólo con el género y la etnia, sino también con la nacionalidad, la
clase, el parentesco y la religión, confluencias en la que se ubica la particularidad de
las demandas y vindicaciones de las mujeres indígenas en el contexto local-global.
Renata Ewa Hryciuk discurre en torno a un tema relevante para la investigación
antropológica feminista: las características e implicaciones de ser mujer, de hacer
etnografia feminista y de tener que desempeñar roles imprevistos a partir de las de­
mandas de sus interlocutores. Entendido el trabajo antropológico empírico como
un entretejido de relaciones sociales, la autora muestra cómo fue colocada en dis­
tintas posiciones por parte de la población local, de acuerdo con el conocimiento
más amplio que tuvieron de su persona y de su formación profesional, así como
de lo que representaba para cada integrante de la comunidad. Esas posiciones le
fueron asignadas combinando las expectativas de género con la edad y la actividad
profesional, además de estar marcadas por una exigencia de mayor o menor depen­
dencia respecto de las personas con quienes estableció las relaciones más cercanas.
Eso le permite hacer una introspección en relación con los juegos de poder que se
establecen durante el trabajo de campo.
El trabajo de Paula Soto recorre otras veredas, conducentes a elucidar la arti­
culación entre espacio, género y estatus menor de las mujeres. Muestra que los
lugares ocupados por las mujeres no sólo están determinados socialmente, sino que
también son el resultado de delicadas operaciones de simbolización derivadas de las
oposiciones que marcan en su interior a los tres elementos mencionados. Advierte
sobre la espacialización del género, así como el movimiento inverso, la impronta
del género en la delimitación y uso de los espacios, enfatizando que las identidades
de género tienen coordenadas espacio-temporales.
Ana Rodríguez Ruano aborda un tema emergente e ineludible: el de los cuida­
dos y la dependencia. Reconoce al cuidado como un trabajo que tiene la particula­
ridad de establecer interdependencia económica, emocional, psicológica, elemen­
tos todos que forman parte de la "sostenibilidad de la vida humana", mostrando
que siguen estando a cargo de las mujeres y se siguen realizando en el ámbito del
hogar. Ante este reduccionismo, apunta hacia una des-generización o una trans­
generización de los cuidados, así como a una redefinición tanto de la categoría
de quien cuida como de la de quien requiere de cuidados, además de alertamos
respecto de la presencia de personas "dependizadas" que, sin necesitar cuidados en
18 INTRODUCCIÓN

sentido estricto o apremiante, ocupan posiciones de poder y prestigio (principal­


mente asociados con su género) que les hacen centro de todo tipo de atenciones.
La reorientación propuesta por la autora supone una línea de continuidad entre
complejizar la noción de cuidados y modificar su práctica, lo cual supone cambios
sociales, identitarios, subjetivos y políticos radicales.
Por su parte, Amaya Pavez explora otra faceta de las relaciones interpersonales,
la de las emociones. Señala la importancia que revisten en la vida cotidiana, pero
también el lugar que ocupan en las nuevas socializaciones que pretenden modificar
el orden de géneros prevaleciente. La autora demuestra la vigencia de las emocio­
nes en la jerarquización entre mujeres y hombres, referida entre otras cosas a la
conformación de subjetividades en las que se les da un lugar diferenciado a partir
de la oposición razón-emoción. Sin embargo, señala también que las emociones no
sólo soportan el orden establecido, sino que juegan un papel importante en las po­
sibilidades de cambio, pues suponen necesariamente un cambio interno profundo
que, al ser colectivo, tiene repercusiones sociales. En consecuencia, nos muestra
también su vínculo con la que llama "ciudadanía cotidiana", así como la distancia
que guarda ésta respecto de la ciudadanía formal, distancia que le permite distin­
guir entre mujeres que se conforman como sujetos y aquellas que han sido con­
formadas como sujetos pasivos. Comparte con otras autoras la idea de la necesaria
transformación de estas relaciones no sólo como un ejercicio subjetivo sino como
parte de una práctica ciudadana resignificada.
Dos grandes maestras nos han acompañado en distintos momentos de la con­
formación de este libro. Agradecemos a las doctoras Teresa del Valle y Marcela
Lagarde presentarlo y epilogarlo. Sus textos enriquecen los nuestros, a la vez que
expresan el reconocimiento de quienes aquí escribimos del lugar que ocupan en
nuestra genealogía como antropólogas feministas comprometidas con la disciplina
y con la pretensión de transformación social, cultural, económica, filosófica y polí­
tica que suscribimos.

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PRIMERA PARTE
TRAZANDO GENEALOGÍAS
TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS
DE LAS MUJERES

VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO*

No puede surgir la creatividad a no ser que seamos disidentes,


en especial en un sistema construido sobre la injusticia.

NAWAL EL SAADAWI

INTRODUCCIÓN

El término tensión ha sido recurrente en el desarrollo de la antropología socio­


cultural para indicar el caudal creativo de la disciplina como consecuencia de las
aparentes fuerzas contrapuestas entre la unidad de la especie y la diversidad de sus
realizaciones culturales. Asimismo se ha resaltado la tensión entre la tarea compara­
tiva y la textura del análisis etnográfico. El antropólogo Marc Augé considera que la
antropología tiene por objeto �l estudio de la tensión entre SENTIDO y LIBERTAD. El
sentido entendido como el conjunto de las relaciones sociales pensables y la libertad
definida como el espacio dejado a la iniciativa individual. Considera que todas las
sociedades están amenazadas por el cierre del sentido y la reificación de la cultura
pero la alienación en sentido social nunca es tan restrictiva como para ahogar la
exterioridad y la individualidad (2007) .
El propósito de este texto es reflexionar sobre una investigación colectiva reali­
zada durante el periodo 2002-2005 titulada Mujeres, globalización y derechos humanos
(Maquieira, 2006) y publicada en su segunda edición corregida y aumentada en
2010. Pretendo hacer este ejercicio reflexivo a la luz de la categoría de tensión acu­
ñada por Teresa del Valle ( 2005; 2006/2007) . Este propósito a su vez me permite
situar el campo del estudio antropológico de los derechos humanos en nuestra era
global y hacerlo desde la crítica feminista. Esta interacción y movilidad a través de
las fronteras disciplinares establece de por sí elementos de tensión generadoras de
nuevos enfoques y problemas de investigación que pueden potenciar la capacidad
de la antropología feminista en el análisis y transformación del mundo contempo­
ráneo.
Teresa del Valle considera importante el estudio de la tensión para la compren­
sión de los procesos de cambio ya que permite descubrir características dinámicas y
contrapuestas y su activación en contextos específicos. El estudio intelectual y social

* Universidad Autónoma de Madrid/Vicerrectora de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.


VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO

de la tensión abarca, a su juicio, una gran complejidad y de entre posibles categorías


de tensión y a la espera de identificar otras nuevas estudia las siguientes: tensión
negativa; tensión crítica y tensión creativa.
La tensión negativa es la que se queda en la delimitación del problema y se apoya
en verlo como conflicto irremediable sin posibilidades de salida. La tensión critica
facilita la emisión de valoraciones y enjuiciamientos sobre problemas y áreas de
actuación. La tensión creativa es la que analizando las fuerzas contrapuestas, pro­
mueve salidas que tienen en cuenta fuerzas sociales generadas por grupos diver­
sos. Por ello, la autora considera que el análisis de la tensión requiere en muchos
casos atender a grupos que llevan a cabo proyectos situados en los márgenes. Las
tipologías siempre plantean problemas, no son más que instrumentos heurísticos y
normalmente no excluyentes como ocurre en esta ocasión porque como ella misma
propone la tensión crítica y la creativa conducen al cambio aunque con dinámicas
y resultados posiblemente diferentes.
Del Valle considera que la tensión puede ser un producto intelectual y también
una experiencia individual y social. La tensión se experimenta en la individualidad
y en la vida social. La persona es receptiva de distintas maneras a la tensión social
y también vive su tensión personal nutriéndose muchas veces de la tensión social.
A mi juicio las tensiones conceptuales también pueden ser producto de los acon­
teceres sociales e inciden a su vez en el modo en que se perciben los sujetos y las
posibilidades de cambiar o reproducir el orden existente. Una de las cuestiones
más relevantes del planteamiento y de los análisis teóricos y etnográficos de Teresa
del Valle sobre esta cuestión es que plantea el potencial de cambio del concepto de
tensión asociándolo a la creatividad redefiniendo así la imagen negativa que suele
ir asociada al concepto de tensión y, por lo tanto, es una iniciativa poderosa para
reflexionar y realizar procesos creativos en las dinámicas sociales, políticas, perso­
nales e intelectuales.

lA TENSI Ó N GLOBALIZACI Ó N / DERECHOS HUMANOS

Las tensiones conceptuales supusieron un primer desafio en el desarrollo de la


investigación anteriormente mencionada. Adentrarse en el campo de los estudios
de globalización fue una primera dificultad porque en la actualidad este campo
que se fragua de manera interdisciplinar y en el cual la antropología está haciendo
importantes contribuciones, ha provocado cambios significativos en el conjunto de
los saberes. Por lo tanto ha dado lugar a una ingente bibliografia caracterizada
por posiciones contrapuestas en relación con el diagnóstico, alcance y pronósti­
co del fenómeno mencionado así como con su propia conceptualización. La falta
de acuerdo sobre una definición unívoca del fenómeno no es una novedad en las
ciencias sociales sino que pone de manifiesto los distintos enfoques y debates en la
construcción de los objetos de estudio pero necesariamente conlleva una toma de
posición para delimitar el problema a investigar.
TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMA."IOS 25

De las propias definiciones u orientaciones que resultan del concepto de globali­


zación se deriva una primera tensión entre aquellos enfoques que ponen énfasi<; en
la dimensión económica y aquellos otros que resaltan su carácter multidimensional
y multifacético. La opción por esta última perspectiva no está exenta de problemas
pero tiene la virtud de ampliar el campo del análisis y permite abordar dimensio­
nes humanas, políticas, culturales, sociales e ideológicas evitando así los efectos
negativos de aislar a la economía de un diálogo fructífero con el análisis socio­
antropológico y la etnografia. Esto permitiría estar en mejores condiciones de dar
cuenta de "el drama, la responsabilidad y la posibilidad de reorientar el itinerario"
(García Canclini, 2008: 63 ) .
Desde esta perspectiva la definición de la socióloga Esther Chow fue un buen
punto de partida. Para esta autora al hablar de globalización "nos referimos al com­
plejo y multifacético proceso de expansión e interdependencia a escala mundial de
todas las dimensiones: económica, social, cultural y política. Dichos procesos hacen
posible la circulación de capitales, finanzas, producción, ideas, imágenes y orga­
nizaciones a través de las fronteras de regiones, estados-nación y culturas" (Chow,
2003: 444) . Esta definición estableció una primera delimitación conceptual que
permitió establecer una serie de características de la globalización poniendo énfasis
en la idea de proceso, es decir, de producto histórico, inacabado, cambiante y suje­
to a la acción humana en el que confluyen complejas dinámicas de transformación
económica, tecnológica, institucional, política y cultural.
Identificar y dar nombre a las corrientes de cambio complejas, resultante de la
confluencia de múltiples elementos que evolucionan con distinta intensidad y no
siempre en la misma dirección no es tarea sencilla y lejos de haberlo resuelto, sin
embargo, permite también hacer una opción metodológica a partir del análisis de
las paradojas y contradicciones del mundo que vivimos tanto en los ámbitos globales
como locales porque permite, en el marco de esa ambivalencia cultural, intentar
nuevas soluciones para integrar elementos que parecen excluirse mutuamente tan­
to desde el terreno teórico como desde la acción social.
Vinculada a esta primera tensión conceptual se generó una segunda al buscar
la relación entre globalización y derechos humanos. Según algunos autores la glo­
balización y los derechos humanos se plantean como una tensión irresoluble, el
modelo de globalización tal y como se desarrolla en la actualidad "es incompatible
con la lógica de los derechos humanos como progreso moral y como ideal emanci­
pador. " (De Lucas, 200 3 : 79) . Esta tensión correspondería en la caracterización de
Teresa del Valle mencionada anteriormente como tensión negativa en la medida
que impide salidas y, por otra parte, deja al margen del análisis como luego veremos
el sistema de derechos humanos también como un producto histórico.
Otras posiciones argumentan que la apelación a los derechos humanos se ha
incremen tado como consecuencia de la globalización a partir de la creación de
instituciones globales, de prácticas institucionales inéditas, de nuevas formas de co­
municación y de acción política que buscan la justicia a escala planetaria (Walby,
2001). Por lo tanto en la posición de Walby, la globalización no es la antítesis de los
derechos humanos, sino que es el contexto en el que se vigoriza la búsqueda de la
VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO

justicia a través del aumento de redes de conciencia social y de marcos institucio­


nales que les dan expresión práctica. De una forma similar la antropóloga Kirsten
Hastrup afirma que "la lección actual es que la cultura de los derechos humanos es
parte del momento histórico: expresa tanto una cuestión global como una reacción
frente a dichos procesos" (Hastrup, 200 l b: 1 1 ) .
Esta forma de concebir la configuración de lo global en la actualidad supone
admitir una visión de la globalización como un proceso multidimensional que no
se agota en las relaciones económicas. Proceso complejo que subraya la pertenen­
cia a un solo mundo, desigualitario, diverso y atravesado por múltiples paradojas y
contradicciones que permite explorar la paradoja de que la búsqueda y el compro­
miso de un ideal emancipatorio basado en la justicia y la igualdad entre los seres
humanos es la consecuencia de las condiciones degradantes de la globalización y
ésta al mismo tiempo incrementa las posibilidades de llevar adelante el desarrollo
de procesos emancipatorios.
Del mismo modo es necesario examinar los derechos humanos como un pro­
ducto histórico, como un sistema cambiante y como un proceso inacabado. Tam­
bién como un espacio de debate, de pactos y negociaciones que se insertan en el
marco de relaciones de poder y desigualdad y que como toda legalidad no puede
analizarse al margen de otros procesos económicos y sociales. En este sentido, los
marcos normativos, los conceptos y las prácticas de los derechos humanos emergen
así desde sus beneficios y desde sus carencias pero plantean, a su vez, la inexcusable
cuestión de su universalidad. Hastrup afirma al respecto:

"El reconocimiento del igual deseo de vivir libres de los horrores de la violencia, el hambre,
la tortura, la enfermedad y la discriminación es indicación de la humanidad compartida y, a
la vez, fundamentación y aspiración de los derechos humanos. El lenguaje de los derechos
humanos propone un mundo en el cual la aceptación resignada de un mundo globalizado es
suplementado por la ambición de universalizar lajusticia y la igualdad [ ] , plantea un modo
. . .

de imaginarlo, y así gradualmente hacerlo real [ ] y en este sentido forman parte de la com­
. . .

plejidad del mundo actual y un actor destacado de su transformación " (Hastrup, 200 l a: 2 1 ) .

D e este modo el estudio y la práctica d e los derechos humanos mantiene una


tensión critica con las realidades del mundo que vivimos y a la vez establece una ten­
sión creativa como "imaginario anticipatorio" (Del Valle, 2006) que guía las acciones
sociales transformadoras.

LA TENSI Ó N CULTURA/ DERECHOS HUMANOS

Como es sabido la antropología se incorporó tardíamente al estudio sistemático de


los derechos humanos y en gran parte se debe a la critica ejercida por la antropo­
logía cultural a las tradiciones teóricas y a los conceptos occidentales que dieron
origen al marco internacional de los derechos humanos frente a las concepciones
TENSIONES CREATNAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS

morales y de justicia de otros contextos no occidentales. Esta tensión se sustentó


en la oposición relativismo cultural/universalismo que de manera preponderante
ocupó a la antropología estadunidense en los años cuarenta del siglo XX. Estos
planteamientos salieron a la arena pública con ocasión de los procesos previos a la
redacción y posterior aprobación de la Declaración Universal de Derechos Huma­
nos aprobada por la Asamblea de Naciones Unidas en 1 948.
Desde la promulgación de la Declaración y en los dificiles y largos debates que
condujeron a su aprobación estuvo presente la tensión sobre la posibilidad de de­
fender y aplicar derechos de carácter universal en un mundo de diferencias cultu­
rales. É ste fue el motivo de la creación por parte de Naciones Unidas en 1 947 de
una comisión que con carácter consultivo llevó adelante una investigación entre
representantes del mundo académico de diversas disciplinas acerca de la viabilidad
y fundamentación de una declaración de derechos con alcance universal. Esta cir­
cunstancia motivó el Informe sobre la cuestión, escrito por el antropólogo Melville
Herskovits y posteriormente consensuado por el Comité Ejecutivo de la Asociación
Americana de Antropología (AAA ) y publicado posteriormente ( 1 947: 539-543) .
Siguiendo las ideas de Herskovits se dice que "las ideas de lo justo y lo injusto,
lo bueno y lo malo, se encuentran en todas las sociedades, aunque difieren en su
expresión entre las diferentes culturas. Aquello que se considera ser un derecho
humano en una sociedad puede ser considerado antisocial por otros pueblos o
por la misma gente de una cultura en otro periodo de la historia" ( op. cit. : 542) .
En su escrito el relativismo cultural presenta una dimensión crítica con respecto al
etnocentrismo y los peligros que conlleva especialmente en el caso occidental dadas
las relaciones y el ejercicio del poder sobre otras poblaciones del mundo. Vincula
asimismo el relativismo cultural con el relativismo moral en la medida en que de­
fiende que todo juicio valorativo es válido en el contexto y para el contexto en el
que se ha originado. A pesar del aparente consenso se alzaron voces críticas desde
la antropología con respecto al informe y las contradicciones del relativismo en la
defensa de la tolerancia y la "dignidad de cada cuerpo costumbre" en un mundo de
inj usticias. A esta contradicción se refirió Julian Steward cuando el Informe se hizo
público: "O bien lo toleramos todo o luchamos contra la intolerancia y la conquis­
ta . . " (citado en Washbum, 1 987: 940) . No obstante, no toda la antropología de la
.

época suscribió el relativismo cultural y fueron muchos los intentos de fundamentar


las bases de una naturaleza humana compartida, expresando así la tensión presente
a lo largo de la disciplina entre la unidad de la especie y la diversidad de sus con­
creciones culturales.
Los argumentos relativistas se han seguido desarrollando en la antropología has­
ta nuestros días, aunque con variaciones en sus planteamientos. Del mismo modo
que en el ámbito de la filosofia se registra una profusión de debates y falta de acuer­
do entre posiciones universalistas y relativistas pero al mismo tiempo se dan solu­
ciones más articuladoras entre ambas posiciones (Benhabib, 2002) . En el ámbito
de la antropología esta tensión entre relativismo/universalismo, entre cultura/
derechos humanos se ha revitalizado durante la última década del siglo XX como
consecuencia de un interés renovado de la disciplina por los derechos humanos y
VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO

como parte del compromiso profesional con los sujetos de las investigaciones (Na­
gengast y Tumer, 1997) . Al mismo tiempo se ha ido consolidando un nuevo campo
de estudio comprometido con el desarrollo de una antropología comparativa de los
derechos humanos y de los procesos jurídicos transnacionales que muestran nue­
vos datos, problemas de estudio y metodologías que pueden enriquecer a aquellos
otros ámbitos académicos que tradicionalmente se han ocupado de la investigación
en derechos humanos.
De este modo, la tensión antagónica entre cultura/derechos es vista bajo otra
perspectiva en los desarrollos actuales en la antropología de los derechos humanos
basados en el enfoque de la práctica. En estos estudios se defiende la necesidad de
desarrollar análisis contextuales que no suponen un compromiso con el relativismo
pero en los que la interpretación cultural y la negociación de los derechos son cues­
tiones decisivas que vinculan a los actores sociales y los ámbitos locales con los ám­
bitos internacionales. Al mismo tiempo se reconoce el papel crucial que juegan los
acuerdos internacionales y las instituciones que de ello se derivan en tre los grupos
y comunidades que luchan contra la marginación de los procesos políticos naciona­
les (Wilson , 1997; Gledhill, 1 997) . En el inten to de esclarecer la relación en tre glo­
balización , antropología, derechos humanos y género la antropóloga Ann-Belinda
Preis aboga por abordar los derechos humanos como una práctica social y cultural
explorando cómo, cuándo y por qué los derechos humanos se toman significativos
para los actores sociales en el marco del mundo contemporáneo y globalizado. Al
mismo tiempo considera importante indagar los significados que se atribuyen a los
derechos humanos en diferentes con textos históricos, políticos y socioculturales, in­
cluyendo en el análisis de manera central cómo esos significados en acción operan
en la vida cotidiana de mujeres y varones ( Preis, 1996: 306) .
Es posible afirmar que en la consolidación del campo de estudio se ha producido
un cambio en las discusiones que ya no giran , como en la segunda mitad del siglo
XX, en tomo al debate universalismo/relativismo sino que intentan explorar los
derechos al nivel de la práctica social intentando responder cómo son aplicados los
derechos y para quién en los procesos legales cotidianos (Wilson, 2003) . Al mismo
tiempo se analiza la capacidad de condicionamiento y ( o ) empoderamiento de los
procesos legales. Desde una perspectiva de género es crucial el análisis de la tensión
entre la capacidad socializadora de la legalidad para la igualdad y al mismo tiempo
en qué circunstancias los procesos legales pueden reproducir las relaciones de po­
der y desigualdad.
Otro de los aspectos cruciales en el modo de abordar la tensión antagónica entre
cultura y derechos humanos ha sido la crítica al concepto de cultura que subyace
al relativismos cultural como visión esencialista, autosostenida y homogénea y sus
consecuencias para la imposibilidad del conocimiento e interpelación intercultural
así como la utilización de la defensa de la diferencia cultural como legitimación de
la desigualdad de género ( Maquieira, 1998, 2000, 2006) . Desde un análisis proce­
sual la antropóloga Sally Merry ( 200 1 ) señala que dicha tensión irreconciliable es
el resultado de una oposición esencialista de ambos mundos que ignora las in terde­
pendencias culturales, así como la historicidad de los derechos y de las culturas. El
TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS 29

cuestionamiento de un concepto de cultura como entidad reificada y homogénea,


dotada de límites y contenidos fijos ha dado paso a análisis procesuales en los que
los actores asumen , negocian , redefinen, cuestionan y seleccionan los rasgos de
diferenciación frente a otros grupos. Al mismo tiempo que se pone en el centro del
análisis las relaciones de poder que determinan el control sobre la producción cul­
tural y por lo tanto la creación , reproducción y cambio de los rasgos culturales. Este
cuestionamiento en el que la antropología feminista ha incidido de manera notable
junto a otros enfoques críticos permite analizar cómo las formas de desigualdad y
de dominación determinan qué signos y símbolos son dominantes y cuáles no y por
qué determinadas prácticas son consensuadas y otras contestadas" ( Comas, 1 996:
1 10) .
Desde esta perspectiva critica se considera que en lugar de utilizar la cultura
como explicación y justificación de todos los comportamientos, sería más fructífero
analizar las siguientes cuestiones: l ] a qué intereses sirven las costumbres tradi­
cionales y a quiénes perjudican ; 2] por qué algunas costumbres son abandonadas
mientras que otras se mantienen o se recuperan ; 3] quién se beneficia de los cam­
bios en las prácticas culturales en contraposición a quiénes ganan en el manteni­
miento del status quo; 4] quién está influyendo en la dirección y en la dinámica
interna del cambio cultural y hasta qué punto dicho cambio conduce a una genuina
igualdad y mejora de la vida de individuos y grupos marginales y sin voz ( Zechenter,
1997: 334) .
Desde los planteamientos señalados que resuelven la tensión irreconciliable en­
tre cultura y derechos humanos hemos podido analizar los cambios significativos
que las mujeres han realizado y los que están impulsando en la expansión , rede­
finición y creación de nuevos derechos tanto en el sistema internacional como en
la legalidad de sus ámbitos nacionales, regionales y locales al mismo tiempo que
transforman sus culturas y la cultura de los derechos humanos. Ésta es una vía crea­
tiva en la que se están desarrollando importantes investigaciones en contextos muy
diferenciados.

LA TENSI ÓN INSEGURIDAD / LIBERTAD

En el transcurso de la investigación a la que he aludido al comienzo de este texto


fueron emergiendo con fuerza problemas acuciantes en relación con la inseguri­
dad que viven las mujeres. Estas realidades contrastaban con los discursos sobre la
seguridad que por entonces y como consecuencia del ataque a las Torres Gemelas
en Nueva York en septiembre de 200 1 poblaban las noticias y artículos de prensa
nacionales e internacionales así como la creciente bibliografia que trataba el tema
de la seguridad desde diversas disciplinas pero en los que no se consideraba la in­
seguridad de las mujeres. La cuestión de la seguridad/inseguridad y su vinculación
con la libertad de las mujeres se convirtió en un hilo conductor que atravesaba los
distintos casos de estudio intensivos de nuestra investigación. Algunos de los aspee-
VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO

tos de la inseguridad experimentada por las mujeres que se desprenden de nuestro


estudio se refieren a la inseguridad económica, la inseguridad de acceder al empleo
y poder permanecer en el mismo en los datos comparativos de la región latinoameri­
cana y europea; la inseguridad ante la vejez y la enfermedad en ausencia de políticas
públicas y recursos sociales que no van aparejadas con la creciente feminización del
envejecimiento; la inseguridad ante la dificultad de convertir el trabajo realizado
por las mujeres en recursos propios a lo largo del ciclo vital y en diversos contextos
etnográficos; el miedo y la inseguridad personal ante la amenaza de las agresiones
sexuales en el espacio público; el riesgo de su propia vida y la de sus hijas ( os) como
consecuencia de la violencia en el ámbito doméstico y familiar; el riesgo de ser ex­
cluidas de sus comunidades cuando se rebelan contra mandatos injustos; el miedo y
la inseguridad legal, laboral, y social ante la expresión libre de su sexualidad.
Nuestros datos y reflexiones se contrastaban y confirmaban con los datos e indi­
cadores provenientes de investigaciones e informes de organismos internacionales
y organizaciones no gubernamentales que muestran la pertinaz y dramática situa­
ción de marginación, explotación y violencia que padecen las muj eres en todas las
áreas del mundo. Una violencia oculta o silenciada por ejercerse en el ámbito de
las relaciones familiares pero también una violencia ejercida en el ámbito público
en zonas de conflicto o posconflicto bélico por parte de las fuerzas de seguridad
nacionales e internacionales encargadas paradójicamente de asegurar la paz. Esta
paradoja junto a la activación del miedo y los discursos sobre la seguridad en los
medios de comunicación , los discursos políticos y en las relaciones internacionales
que acompañaron las cruentas guerras de Irak y Afganistán marcaron una inflexión
en el recrudecimiento de una doctrina y práctica de la seguridad a nivel mundial
y estatal que se erigió en el objetivo prioritario de la paz mundial , estatal y local y
que paradójicamente se basa en conceptos y prácticas de seguridad basados en el
control y en gran medida en la agresión a las vidas humanas.
La expresión acuñada por la administración estadunidense, "la guerra contra el
terror", ejemplifica la paradoja de la guerra perpetua para el logro de la paz per­
petua, dado que el lenguaje es crucial en la representación de los acon tecimientos
y en la configuración de las reacciones an te los mismos. El lenguaje de estar en
una guerra contra el terrorismo cambió el énfasis y las prioridades en el mundo
que ocultaron y postergaron el desafio de otras necesidades acuciantes. Desde los
análisis de la investigación realizada se reflexiona sobre las consecuencias de dicho
enfoque y se aprecia que, en realidad , pueden convertirse en armas de coacción y
dominio que excluyen la participación democrática. En las aspiraciones humanas
aparece el deseo de contar con cuotas de seguridad que permitan el desarrollo inte­
gral de los seres humanos en los entornos que habitan . De ahí que la seguridad ha
de formar parte del concepto y la práctica del desarrollo centrado en las personas.
Esta aproximación al desarrollo desde la perspectiva de una seguridad humanizada
es vital en la actualidad como objetivo para contrarrestar las doctrinas de la seguri­
dad en términos belicistas.
En este sentido parece urgente redefinir una doctrina de seguridad en relación
con los Derechos Humanos basada en la integridad de la vida en un sentido amplio
TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS 31

que tenga como prioridad la lucha contra el hambre, la protección de la salud, el


acceso a la educación , la erradicación de la pobreza, y el deterioro ecológico, entre
otras, que remiten al desafio inaplazable de la redistribución de la riqueza a nivel
mundial y el consenso efectivo de un sistema multilateral que renueve el compromi­
so de la interconexión de los derechos humanos y el desarrollo humano, un sentido
compartido de responsabilidad para todos los seres humanos en todas partes del
mundo. En este cambio de paradigma "Los gobiernos desde el Norte hasta el Sur
deben expandir su pensamiento y políticas para lograr una comprensión amplia de
la seguridad más allá de la seguridad de los estados" ( Robinson: 3 1 3) .
Mary Robinson ve en los Objetivos de Desarrollo del Milenio que se han de cum­
plir en 201 5 una oportunidad para conectar la seguridad humana, los derechos
humanos y el desarrollo humano y considera que es un instrumento importante
que sirve para el empoderamiento de las organizaciones de base en todas las regio­
nes del mundo para exigir, controlar y pedir cuentas a sus gobiernos con respecto
al cumplimiento de los derechos sociales y económicos en el marco de los tratados
internacionales, junto a l a exigencia de responsabilidad de los países desarrollados
en el incremento sustancial de nuevos recursos para financiar este desarrollo ( Ro­
binson, 2005: 3 1 4) . No obstante señala la enorme disparidad que existe todavía
entre el gasto global a la ayuda al desarrollo cuya cifra está en tomo a los 60 billones
de dólares anuales, la cifra anual que los países desarrollados gastan en subsidios a
la agricultura calculados en 300 billones de dólares y el gasto militar global calcula­
do en 900 billones de dólares. En la reunión internacional de Monterrey, México,
celebrada en 2002 con el fin de acordar la financiación del desarrollo se estimó
que es n ecesario un incremento adicional de 50 o 60 billones de dólares anuales
para asegurar el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo del Milenio para el
201 5 . Datos que hacen que la autora se pregunte: ¿ "Si este gasto extra convertiría
realmente a este mundo en un mundo más seguro, no parece una buena i nversión?
( op. cit. : 315) .
Parece claro que el mundo actual carece de un programa coherente para uni­
versalizar "la libertad para vivir sin temor" según las palabras del anterior secretario
general de Naciones U nidas, Kofi Annan ( citado en ibidem) . Articular la libertad y
la seguridad es el gran reto, y la superación de esta tensión supon e la redefinición
del concepto y las prácticas de la seguridad desde una perspectiva de género que
tenga como eje la erradicación de la violencia que sufren las mujeres. El abanico de
actuaciones acerca de la seguridad para las mujeres exige la responsabilidad de los
estados y la reparación del daño infligido a través de una multiplicidad de estrate­
gias que deben llevarse a cabo en los niveles internacionales, locales, nacionales y
regionales así como la participación directa de las mujeres en la definición y el tipo
de seguridad a la que aspiran .
Este año 20 1 0 es especialmente significativo para los derechos humanos de las
mujeres. Se cumple el 15 aniversario de la Conferencia de Naciones Unidas sobre
las Mujeres, Acción para la Igualdad, el Desarrollo y la Paz celebrada en Beijing
en 1995 y cuya Plataforma de Acción supuso un hito en el análisis y la política de
género a nivel mundial al asumir que la igualdad e ntre hombres y mujeres es con-
32 VIRGINIA MAQUIEIAA D'ANGELO

dición indispensables para lograr la seguridad política, social, económica, cultural


y ecológica entre todos los pueblos y, por lo tanto, supone la necesidad de abordar
esta desigualdad con estrategias globales. Se cumple también el 10 aniversario de
la resolución 1 325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que constituyó
el primer dictamen de este organismo que reconoció las consecuencias de los con­
flictos bélicos en la vida de las mujeres y en especial la violencia sexual ejercida
sobre ellas y las niñas en las zonas de guerra y en los procesos de posconflicto. Esta
resolución declara la voluntad de perseguir los crímenes contra las mujeres, lograr
protección para ellas y las niñas en las zonas de guerra, aumentar la participación
política de las mujeres y dar prioridad a su liderazgo en la toma de decisiones de los
procesos de paz y seguridad. También en este año 20 1 0 estamos a cinco años de la
fecha prevista para la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio acor­
dados por los jefes de estado y de gobierno de todo el mundo cuya meta es mejorar
las condiciones de vida de los hombres y las mujeres más pobres del planeta.
Marcar estos hitos significativos es exigir la responsabilidad de su cumplimiento
y la rendición de cuentas en todos los ámbitos políticos. Más aún en los momentos
actuales en los que las mujeres del mundo y en especial las de los países en desa­
rrollo enfrentan los desafios de la crisis financiera y económica a escala global que
conlleva consecuencias irreparables para la seguridad alimentaria y los entornos
ecológicos. Esta brecha entre los marcos normativos y las condiciones reales de vida
de los seres humanos en contextos específicos exige también renovar un compro­
miso decidido desde la libertad de la investigación y la vida académica para esclare­
cer las razones de estas tensiones negativas en los procesos económicos, políticos y
sociales actuales y al mismo tiempo generar la creatividad necesaria para desarrollar
conocimientos alternativos y articular las voluntades de quienes quieren realmente
universalizar la seguridad humana, los derechos humanos, el desarrollo humano y
la igualdad de género.

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TRAZANDO UNA GENEALOGÍA DESDE LA CRÍTICA FEMINISTA
EN EL CAMPO DE LAS MIGRACIONES TRANSNACIONALES

CARMEN GREGORIO GIL*

Si al inicio de la década de los noventa los trabajos sobre migraciones transnaciona­


les desde perspectivas feministas realizados en el contexto español se contaban ape­
nas con los dedos de una mano, ahora, al tratar de trazar una genealogía del cono­
cimiento en este ámbito, el panorama con el que me encuentro parece haber dado
un vuelco sustancial. 1 Entre el periodo 1 991-1996 realicé un estado de la cuestión
sobre los trabajos que abordaban las relaciones entre género e inmigración como
parte de mi tesis doctoral; 2 en aquel entonces, las monografias sobre la temática
eran prácticamente inexistentes y un reducido grupo de autoras de universidades
anglosajonas, que habían trabajado sobre todo en el contexto latinoamericano y
asiático y en menor medida africano, comenzaban a destacarse por su abordaje de
las migraciones desde el enfoque de la "mujer" o del "género". Sin embargo, la ca­
tegoría género no era considerada como un principio de organización social 3 como
se planteará ya al comienzo de la década del siglo XXI en trabajos como el de Hon­
dagneu-Sotelo con el elocuente título de su conferencia "Gendering Migration: Not
for 'feminists only' -and not only in the household"- en la que refiriéndose a
los trabajos del volumen editado por la autora en el año 2003 "Gender and U .S.
Immigration : Contemporary Trends", señalará que: " Gender is one ofthefundamental
social relations anch<Yring and shaping immigration patterns, and immigration is one of the
most powerful forces disrupting and realigning everyday life" (2005: 2) . 4 Ello, a mi modo
de ver, no puede entenderse al margen de la relevancia que han ido tomando los
estudios de género y feministas en la academia y de la incidencia del "movimiento
amplio de mujeres" a nivel global . 5 A las categorias de análisis propuestas desde

*Universidad de Granada.
1 Retomar este campo de estudio después de varios años de distanciamiento fue una inquietud que
empezó a habitar en mí a partir de una conversación mantenida con Teresa del Valle en la ciudad de
Granada hace unos cinco años; ella me animó a que lo hiciese, algo que no quiero dejar de agradecérse­
lo, ya que mi reencuentro con esta problemática me ha resultado muy estimulante, abriendo, en un cam­
po que creía en términos teórico-políticos ya estéril, nuevas vías de indagación teórica y epistemológica.
2 Véase Gregorio Gil ( 1996: 1 1-50) .
3 Para un análisis crítico de las teorías dominantes de las migraciones --dependencia, modernización

y articulación-, véase Gregorio Gil ( 1 996, 1997, 1998) .


4 "El género es una de las relaciones sociales fundamentales que afirma y conforma los patrones de

inmigración y la inmigración es una de las más poderosas fuerzas de transformación y reorganización


de la vida cotidiana".
5 Maquieira ( 1 995:268-269) plantea la categoría "movimiento amplio de mujeres" como nuevo espa­
cio teórico y práctico, para referirse siguiendo a Vargas ( 1 99 1 : 195) a un movimiento cuya presencia,
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 35

enfoques feministas para restituir la agencia d e las mujeres, hemos d e añadir e l


hecho de que las mujeres en las últimas décadas vienen engrosando las fi l as d e
ciudadanas d e l mundo que atraviesan fronteras -materiales y simbólicas--- cada
vez mas fortificadas, subvirtiendo de esta forma las representaciones androcéntricas
de las migraciones internacionales como un asunto de hombres: "de trabajadores
inmigrantes y sus familias".
En el contexto español aparecen los primeros trabajos de investigación en la
década de los noventa coincidiendo con la llegada de población inmigrante no co­
munitaria6 y la configuración de este asunto como "problema", un problema socio­
político, al tiempo que área de investigación. Desde el inicio de la década de los
noventa a la actualidad la producción científica en este campo ha sido inmensa
por parte de un abanico de disciplinas . En el caso de la disciplina antropológica su
entrada en escena se ha debido fundamentalmente al lugar que ocupa en el campo
de las ciencias sociales en la teorización sobre la diversidad cultural . Con la llegada
de población inmigrante no comunitaria al territorio español, la asunción de la
existencia de un "Nosotros" y un "Otros" se erigirá en frontera diferenciadora hacia
el 'otro ' , el "inmigrante ", un "Otro" que será culturizado y como consecuencia de
ello vendrá justificada la necesidad de conocerlo ( investigarlo) y, desde la relación
de poder en la que se plantea tal conocimiento, controlarlo.7 Por ello, no sorprende
que la demanda institucional hacia la antropología social se haya concretado en
asuntos relacionados con la llamada "mediación intercultural " o en la gestión de
la diversidad cultural en diferentes ámbitos: salud, educación, vivienda, violencia,
servicios sociales, asociacionismo, mujer.8
En la producción científica en el campo de las migraciones destaca el lugar que
han ido ocupando problemáticas planteadas desde el enfoque de género o que
conectan ambos campos de estudios: las migraciones y las relaciones de género .

junto con la de otros movimientos sociales, resquebraja viejos paradigmas de la acción política y de las
ciencias sociales cuestionando la centralidad discursiva y política del sujeto unificado mujer.
6 Con esta denominación nos venimos refiriendo a la ciudadanía que reside en territorio español y

que procede de estados que no son miembros de la Unión europea, teniendo por ello un estatus legal
diferenciado. La "Ley Orgánica 7/ 1985, de l de julio, sobre Derechos y Libertades de los extranjeros
residentes en España", 1 5 años después reformada mediante la "Ley Orgánica 4/2000 de l l de enero
sobre los derechos y libertades de los extranjeros y su integración social" sometida a su vez a varias
reformas, regulará los derechos de esta ciudadanía. Es a esta "población no comunitaria" a quienes el
discurso público asigna la denominación de "inmigrante (s) ". Véase Santamaría (2002) para el análisis de
la construcción histórico-cultural de la categoría "población inmigrante no comunitaria".
7 Para un análisis critico de los procesos de construcción cultural del otro desde las instancias públi­

cas que intervienen en asuntos migratorios véase Gregorio y Franzé ( 1 999) .


" Yo misma tuve la experiencia de dirigir entre 1994-1 997, e n estos momentos en los que se comenza­
ban a plantear desde las instituciones públicas planes y proyectos de integración dirigidos a la población
inmigrante, dos proyectos de intervención social para el Área de Servicios Sociales del Ayuntamiento
de Madrid: "La Oficina Comunitaria Intercultural (OC!) . Proyecto de intervención social con la po­
blación inmigrante de Aravaca-Moncloa" y "El Proyecto de prevención e inserción de menores hijos
de inmigrantes y otras familias de los distritos de Centro y Arganzuela" y participar en el diseño del
"Plan de integración social para la población inmigrante" en el Ayuntamiento de Parla desarro llando la
"Investigación-acción con el colectivo de inmigrantes del Municipio de Parla".
CARMEN GREGORIO GIL

Así, añadido a los muchos trabajos publicados en la última década, a algunos de los
cuales me referiré más adelante, cabe mencionar la gran aceptación que han tenido
las mesas de trabajo bajo el título de "Género y migraciones" en las diferentes con­
vocatorias del "Congreso Nacional sobre inmigración " que se celebra bianualmente
en el Estado español.9
La genealogía que me propongo realizar la trazaré desde dos ejes de teorización ,
la reproducción y el cambio social, en los que la crítica feminista desde la antropo­
logía social ha sido central y que a mi juicio considero imprescindible revisitar en
su aplicabilidad al campo de los estudios migratorios. Mostrar que la reproducción
social se asienta en las desigualdades de género, así como en otras desigualdades,
y que éstas no son inmutables, sin duda, sigue formando parte de nuestra empresa
feminista. Nuestro cometido como antropólogos y antropólogas lo entiendo desde
nuestra mirada etnográfica, aunque sea un método de acercamiento que no siem­
pre responda a las demandas institucionales de las que dependen, en definitiva,
la financiación de nuestras investigaciones. El camino por el que me moveré en el
campo de los estudios migratorios, me lleva a resignificar la categoría reproducción
social en todo su potencial cuestionador y a restituir el valor de la etnografia en su
capacidad para mostrar de forma contextualizada los procesos mediante los que
se producen las diferenciaciones, así como la multiplicidad de significados de las
prácticas sociales. Me detendré en primer lugar en la utilización de la categoría re­
producción social en al campo de los estudios migratorios y en segundo lugar, abor­
daré uno de los asuntos que más parece apasionar a quienes nos hemos acercado a
este campo desde los estudios de género: El cambio en las relaciones de género, se
entiende, como consecuencia de los desplazamientos internacionales en los que las
mujeres son protagonistas.

REPRODUCCI Ó N SOCIAL Y G É NERO

Trataré de problematizar el uso de la categoría reproducción social, al observar que


en los trabajos en los que se utiliza queda reducida en su potencial cuestionador
por la dificultad que parece entrañar la superación de las dicotomías analíticas:
producción/reproducción , "mercado/ hogar" y "público/doméstico". A partir del
análisis de los trabajos sobre género y migraciones en el contexto español se obser­
van múltiples bifurcaciones que dan cuenta del debate desde el feminismo en rela­
ción con la dicotomía producción/reproducción , pero que en sus acercamien tos
teórico-metodológicos terminarán de una forma u otra reificándola. De esta forma
observo que el discurrir en la investigación parece situarse en dos vías paralelas que
no terminan de cruzarse: Por un lado, "producción" mediante la visibilización de
las mujeres inmigrantes trabajadoras en los circuitos del mercado -servicio domés-

• En las convocatorias de 2007 y 2009, no sólo fueron las mesas que más comunicaciones recibieron,
también estuvieron entre las que más participantes acogieron.
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 37

tico, trabajo sexual y en menor medida agricultura y comercio-- y por otro, "re­
producción " desde la visibilización de las mujeres como "madres transnacionales"
dentro de las denominadas "cadenas mundiales de afecto y asistencia".
En mis trabajos ( Gregorio, 1996, 1 997, 1 998) 10 planteé la necesidad de compren­
der las migraciones como "procesos generizados" ( 1 996: 6) ; pretendía disolver la
dicotomía producción/reproducción al situar en el centro las relaciones de poder
y los trabajos de las mujeres, negados y denostados en su consideración de seres
meramente reproductivos. Como señalo en un trabajo posterior,

La prioridad dada desde enfoques histórico-estructurales a la categoría clase y la compren­


sión de las migraciones laborales en tanto formas de transferencia de mano de obra al sector
cap italista de los países desarrollados (receptores) , ha hecho que la categoría género haya
estado relegada en los análisis de las migraciones. Con ello, no sólo se ha restado importan­
cia a la participación de las mujeres en las migraciones en tanto que trabajadoras con sus
proyectos propios, más allá de meras seguidoras de los hombres "productores", sino que
también se ha invisibilizado la trascendencia social y económica del trabajo "reproductivo" y
dejado al margen del análisis los significados y diferenciaciones de género y parentesco que
se m u es tran centrales en la división del trabajo y la composición de las migraciones ( Grego­

rio, 2006: 1 1 0) .

Mediante mi acercamiento etnográfico trataba de dar cuenta de los trabajos de


mujeres de carne y hueso en sus diferentes localizaciones en las estructuras de po­
der, evidenciando las implicaciones que ello tiene para las teorías de las migracio­
nes: su protagonismo en la reproducción social como trabajadoras en sentido am­
plio y su protagonismo como constructoras de redes migratorias, de parentesco, de
comunidad y ciudadanía, en definitiva como agentes sociales y políticos en la repro­
ducción y cambio social. Trataba con ello de cuestionar la dicotomía producción/
reproducción al tiempo que evidenciar la subalteridad en la que son colocadas las
mujeres en las teorías de las migraciones.
Diferentes autoras, siguiendo a Arlie Russel Hochschild, han llamado la atención
acerca de la existencia de "cadenas mundiales de afecto y asistencia" entendidas
como "una serie de vínculos personales entre gente de todo el mundo, basadas en
una labor remunerada o no remunerada de asistencia" (200 1 : 1 88) . Desde un enfo­
que transnacional con este concepto las autoras tratan de restituir el lugar que toma
la provisión de afectos y asistencia en la reproducción social en el orden global
desde planteamientos que se proponen superar el nacionalismo metodológico. 1 1

10 Tratando de despojarme de cualquier clase de narcisismo académico, la genealogía que trazo me


obliga a hacer un ejercicio autorreferencial.
11 Implica configurar el objeto y contexto de estudio a partir de las demarcaciones del territorio na­
cional, bien de forma unitaria, el contexto de llegada de la población migrante (nación o país destino)
o de forma binaria (nación de origen y destino) , problema epistemológico que la "perspectiva transna­
cional" ha convertido en una de sus señas de identidad. Desde los años ochenta la antropología social
ha ven ido encarando el problema de la des-territorialización de los sujetos y con ello la necesidad de
plantear marcos conceptuales, metodologías y técnicas de investigación que posibiliten aprehender, re-
CARMEN GREGORIO GIL

Sin embargo, a pesar del potencial teórico-político que parece tener el concepto de
cadenas mundiales de afecto y asistencia su utilización se ha dirigido a evidenciar
las desigualdades en tre las mujeres partiendo de la descripción que lleva a cabo
Hochschild, inspirada en el trabajo de Pierrete Hondagneu-Sotelo y Emestine Ávila
( 1 997) :

Estas cadenas, muchas veces conectan tres series de cuidadoras: una se encarga de los hijos
de la emigrante en el país de origen, otra cuida de los hijos de la mujer que cuida de los
hijos de la emigrante, y una tercera, la madre, emigrante, cuida de los hijos de las profe­
sionales en el primer mundo. Las mujeres más pobres crían a los hijos de las mujeres más
acomodadas mientras mujeres todavía más pobres -o más viejas, o más rurales-- cuidan
de sus hijos ( 200 1 : 195 ) .

Presentándose además, esta cuestión de las jerarquías entre las mujeres, como
un asunto característico de la globalización de finales del siglo XX y principios del
XXI, cuando ya sabemos que desde el siglo XVII, como mostró Badinter ( 1 98 1 ) , las
mujeres más pobres se han dedicado a la crianza de la prole de las clases más pu­
dientes.
Si bien , las jerarquías en la organización de los cuidados desde una mirada trans­
nacional es un asunto que no pasó inadvertido en mi trabajo etnográfico, 1 2 la opor­
tunidad de teorizar sobre la interseccionalidad de la categoría género con otras
categorías de diferenciación, debería permitimos ir más allá de la afirmación de la
opresión ejercida por "mujeres profesionales del Primer Mundo " hacia otras mu­
jeres, "las inmigrantes o las del Tercer Mundo ". Convendría explicitar el objetivo
teórico-político que nos llevaría a construir desde las Ciencias sociales estas cate­
gorías diferenciadoras, tratando de evitar esencialismos hacia "las muj eres" como
seres afectivos y asistenciales en su presunta relación con la procreación y la crianza.
Desde la etnografia feminista sugiero que tenemos mucho que aportar a la re­
visión de las categorías "mujer", "inmigrante ", "madre", "africana" "pobre " . . . en
las que encorsetamos a los sujetos con los que realizamos nuestras investigaciones,
convirtiéndolos en compendios de alteridad mediante los que legitimamos nues­
tra investigación antropológica. El debate teórico sobre la doble o triple o quín­
tuple discriminación en función de diferen tes variables y la interseccionalidad de
todas ellas para comprender mejor la experimentación y vivencia de las diferentes
formas de opresión se hará poco fructífero, si no nos permitimos interrogamos
sobre dichas categorías. Necesitamos a mi juicio operar un giro radical, que vaya
de la confirmación de su existencia a la interrogación constante sobre su construc-

presentar e interpretar estas realidades, por Jo que sugiero Ja reflexión sobre el objeto teórico-político
que subyace a este nuevo concepto de transnacionalismo que se ha impuesto como una moda en su
aplicación al campo de las migraciones internacionales.
12 Madres, suegras, hermanas, otras parientes y las denominadas despectivamente "chopas", a las que
se remunera su trabajo d� méstico o intercambia por bienes de subsistencia -<obijo, alimentación, ves­
tido--, conformarían eslabones de la cadena de reproducción social de las migran tes trabajadoras en el
servicio doméstico y de Jos hogares de clase media en Madrid (Gregorio Gil, 1996, 1 998 ) .
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 39

ción y utilización, tanto desde las prácticas de poder institucionales, económicas


y científicas, como desde las prácticas cotidianas y discursos de los y las sujetos,
convertidos en actores en nuestros óbjetos de estudio. En esta dirección es don­
de veo imprescindibles acercamientos etnográficos que contribuyan a describir
situacionalmente la organización de los cuidados en el contexto global de crisis,
tratando de contribuir con ello a la desnaturalización de la relación "mujer = ma­
dre cuidadora=trabajadora doméstica" como un hecho dado, enfatizando en los
=

procesos políticos e históricos que construyen cuerpos generizados, sexualizados,


racializados, etnizados y desterritorializados en su relación con el cuidado. Como
agudamente ha señalado Provansal

el h ec h o de que los sectores en que trabajan mayoritariamente las mujeres inmigrantes


sean el trabajo doméstico y el cuidado de niños y ancianos, induce lógicamente a orientar
gran partede los estudios en éstos mismos campos, lo que en mi opinión contribuye involun­
tariamentea la naturalización científica de lo que es visto comúnmente como especialidades
femeninas . (2008: 342) 1 5
. . .

A lo que añadiría, el peligro de que se configure un campo de estudios especí­


fico --el de la "mujer o el de las mujeres inmigrantes"- que nos ocuparía a "noso­
tras", a las investigadoras, como parece estar ocurriendo dentro del ámbito de las
migraciones en el territorio español.14
Trabajos como el de Sandra Ezquerra presentado en el ' 'V Congreso de Migra­
ciones" celebrado en Valencia (España) en 2007 constituyen a mi juicio una apor­
tación fructífera en este sentido, al mostrar a partir de su "etnografía institucional"
cómo el Estado a través de sus diferentes políticas trata de construir los cuerpos de
las trabajadoras filipinas como cuerpos dóciles, sin deseos sexuales, responsables de
procurar el bienestar a su familia y por extensión a su país. Esta autora incorpora
al estado en su análisis a partir de la identificación de sus prácticas de poder para
"racializar y feminizar a las trabajadoras migrantes filipinas" (2007: 2) .
Otro de los conceptos propuestos desde la perspectiva transnacional con la in­
tención de mostrar prácticas sociales de la población inmigrante que traspasen o
trasciendan las fronteras es el de "maternidad transnacional". No pocos estudios han
encontrado en los vínculos afectivos y en las obligaciones derivadas de la materni­
dad un campo para restituir la agencia a las mujeres migrantes como constructoras
de cadenas, redes o comunidades, en definitiva creadoras de "vida transnacional". 1 5
Encuentro que el potencial que podría tener este concepto como forma de ope­
rar una politización de la maternidad, a mi juicio queda reducido al esencializar el
hecho de ser mujer a partir de la asunción de patrones supuestamente universales

" La autora en esta dirección ha centrado su investigación con mujeres inmigrantes en aquellas
actividades en las que las mujeres son minoritarias --comercio y empresariado artesanal- (Provansal y
Miquel, 2005 ) .
14 Como h e argumentado e n otro lugar (Gregorio Gil, 2007) .
15 Entre otros véanse los trabajos de Parella ( 2007) , Parella y Calvan ti ( 2007) , Pedone ( 2006) , Golaños
et aL (2008) , Suárez (2004) .
CARMEN GREGORIO GIL

que relacionan a las mujeres con la maternidad. En vez de observar dichas prácti­
cas como intersticios en el sentido de "locus heurísticos" que plantean Provansal y
Miquel (2005) 16 que nos permitan indagar en las formas de producción de la mater­
nidad y las relaciones de poder (de género) , dichas prácticas quedan reducidas, en
no pocos trabajos, a hechos esenciales que toda mujer en tanto que madre biológica
mantiene a pesar de la distancia fisica de sus seres queridos, cayendo en relatos
culpabilizantes, victimizantes, o por el contrario, heroicos hacia las mujeres-madres
y convirtiendo las prácticas maternales en artificios metodológicos en nuestra pre­
tensión , epistemológicamente fundamentada, de superar el "nacionalismo metodo­
lógico". Es por ello que propondría situar nuestra atención en la observación de las
prácticas maternales o paternales desterritorializadas (o transnacionales tomando el
mismo término de estos enfoques) superando la noción biológica del parentesco,
para observar, cómo a partir de dichas prácticas se definen y redefinen las relaciones
de poder, así como identidades y subjetividades de género, parentesco y sexualidad
en el nuevo contexto transnacional. Que todas las mujeres inmigrantes que han
dejado hijos biológicos en su país de origen se guían en sus prácticas y sentimientos
por el vínculo amoroso madre-hijo, más que un hecho dado, sugiero que debería ser
un hecho a indagar.
En esta dirección es interesante el trabajo de Heike Wagner "Maternidad trans­
nacional y estigmatizaciones de mujeres ecuatorianas en Madrid: una investigación
más allá de estereotipos" en el que, además de recordarnos que no todas las madres
han ejercido el papel principal en la crianza y cuidado de sus hijos biológicos, tra­
ta de mostrar las múltiples formas de ser madre de las migrantes ecuatorianas en
Madrid. La autora se propone contrarrestar las imágenes estigmatizadas de las mu­
jeres madres que dejan a sus hijos en el país de origen acerca de que "su migración
destruye la familia" centrando su análisis en la renegociación de los roles de género
de estas mujeres en su cuestionamiento de la restricción de un "ser-para-otros" y un
"ser-a través-de otros" (Wagner, 2007) .
Es pertinente recordar aquí los esfuerzos de la etnografia feminista por mostrar
las múltiples formas en las que se expresa el amor maternal y las prácticas de cuidado
hacia los menores tratando de desesencializar el supuesto vínculo universal madre­
hijo que tan presente ha estado en la teoría antropológica. 17 Desde esta perspectiva
propondría enfatizar en la comprensión de la organización social de los cuidados
en todas sus dimensiones -emocionales, corporales, sociales, económicas, políticas
y éticas- como eje de nuestra existencia en el sentido de "sostenibilidad de la vida"
planteado por Carrasco ( 1 99 1 ) , tratando de comprender situacionalmente sus pro­
pias lógicas de jerarquización y tramas de significación. La naturalización de los

16 Las autoras en su propuesta para entender ciertas dinámicas sociales como "locus heurísticos" se
inspiran en Alain Tarrius ( 1989) para quien "los fenómenos y comportamientos microsociales tienen
un valor heurístico y anticipatorio de las transformaciones que actúan en el cuerpo social" ( 2005: 1 20) .
1 7 Una buena revisión de esta literatura al respecto se incluye en el trabajo de Nancy Sheper-Hughes
( 1 997) , constituyéndose además a mi juicio en una excelente etnografia para replanteamos desde el
enfoque que la autora denomina "economía política de las emociones" el tan naturalizado y moralmente
incuestionable "instinto maternal".
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 41

cuidados a partir del supuesto sentimiento de "amor de la cuidadora", como parece


subsumir Hochschild cuando plantea que "sea lo larga que sea la cadena, donde­
quiera que empiece y acabe, muchos de nosotros, si nos ftjamos en un eslabón y
otro, vemos el amor de la cuidadora por el niño como una cosa privada, individual e
independiente del contexto " (200 1 : 1 89) , desde mi perspectiva, implicaría poner en
el mismo plano todos los cuidados y en relación con ello, a las mujeres, opacando
las múltiples significaciones del cuidado y el marco de las relaciones económico­
políticas en las que tendrían lugar: a quién se cuide, por qué, a cambio de qué, si
es un trabajo pagado o reconocido, si es a mis parientes o no, qué expectativas y
demandas genera en quién cuida o en quién es cuidado , etc. Al mismo tiempo que
circunscribiría los cuidados al estrecho marco de los principios de descendencia y
afinidad (matrimonio y familia) ratificados en las prácticas políticas y el derecho. 1 8
La transferencia de amor al hijo ausente que ha quedado en el país de origen de
la mujer inmigrante, en caso de darse, no tendría porqué hacerse con el hijo de la
empleadora, o por qué no empleador, a quien cuida la empleada de hogar, como
asume Hochschild (200 1 ) al hablar de la "plusvalía del afecto" de la que se benefi­
ciarían el hijo ajeno y su madre, en tanto que empleadora de una mujer inmigrante.

EL CAMBIO EN lAS RELACIONES Y SISTEMAS DE GÉNERO

En antropología social el análisis del cambio en las relaciones y sistemas de género


constituye uno de los ejes de teorización más productivos desde el surgimiento de la
denominada "antropología del género "19 hasta la actualidad. Sin duda, contribuir a
la transformación de las desigualdades de género desde posiciones epistemológicas
feministas pasa por seguir mostrando cómo se construyen y transforman las relacio­
nes de género para desvelar y enfrentar los procesos de naturalización en tanto que
instrumentos legitimadores de la desigualdad social.
Los procesos migratorios entendidos en su dimensión cultural, como materiali­
zación de conexiones, cruces o influencias entre diferentes concepciones culturales
no podían pasar inadvertidos a una ciencia como la antropología social cuya empre­
sa, desde su surgimiento como disciplina científica, ha sido explorar la unidad hu­
mana en su diversidad. Pero ¿qué ha aportado y qué puede aportar la antropología

18
Para una critica acerca de cómo el conocimiento antropológico ha reducido el estudio de las for­
mas de cuidar y ser cuidado, véase Bonerman ( 1 997) .
19 Utilizo "antropología del género" para referirme al momento de teorización en la antropología
social e n el que se opera una desnaturalización de la noción de mujer y de género que se venía mante­
niendo desde las escuelas estructuralista y marxista. La denominación de este campo o, según se plantee,
enfoque critico dentro de la disciplina es un asunto que se ha ido definiendo y redefiniendo desde el
surgimiento de la denominada "antropología de la mujer" en los años setenta. Para el trazado de una
genealogía feminista en antropología social pueden consultarse entre otros Atkinson ( 1982) , Del Valle
(2006/2007) , Di Leonardo ( 1 991 ) , Lamphere ( 1977, 1987) , Méndez ( 2007) , Morgen ( 1 989) , Mukho­
padhyay y Higgins ( 1988) , Reiter ( 1 975) ,
42 CARMEN GREGORIO GIL

feminista al análisis de los procesos de cambio de las relaciones y representaciones


de género al depositar su mirada en los procesos migratorios?
La búsqueda de los factores que expliquen la desigualdad de género en su im­
bricación con otras diferenciaciones sociales con el objeto de desvelarlos, y con
ello, contribuir a proyectos de transformación social dirigidos a crear relaciones
igualitarias, a desestabilizar el género en la práctica y en la teoría, guía nuestros
trabajos de investigación . Sin duda, el acercamiento e tnográfico nos permite pro­
fundizar en la complejidad de relaciones, identidades y subjetividades genéricas.
Por ello, no nos ha de sorprender que un importante número de trabajos desde
estudios microsociales y localizados se propongan con tribuir a la búsqueda de las
continuidades y fisuras que conformarían los sistemas de género. El interés en este
asunto es el que me ha llevado a revisitar los trabajos sobre migraciones internacio­
nales con el objeto de desvelar, y con ello, problematizar las nociones de "género",
"relaciones de género " o "sistemas de género " en las que se apoyan a la hora de
analizar el cambio social.
Diferentes autoras, desde prop �estas analíticas diversas, hemos tratado de inda­
gar en los factores de cambio que la imbricación que dos "sistemas de género" --el
sistema de origen y el de destino"- pudiese producir. Así por ejemplo, Gregorio
( 1 996) siguiendo la definición de "sistema de estratificación de sexo" de Saltzman
( 1 989) y de "sistema de género" de Connell ( 1 988) y Thurén ( 1993) formula de la
siguiente manera sus problemas de investigación :

¿El sistema de estratificación del género de la sociedad de origen de la población migrante


incide en la composición según el género que presenta el flujo migratorio producido entre
esa sociedad y la receptora? Y ¿un proceso migratorio generizado20 puede llegar a producir
cambios dentro del sistema de relaciones de género de la sociedad de origen? ( 1 996: 6) .

Considerando la autora entre las dimensiones que contendría un "sistema de


estratificación de género" la división sexual del trabajo y las relaciones de poder,
entendido éste como posibilidad de tomar decisiones sobre la propia vida y sobre
la de los demás . En concreto, las decisiones con respecto al gasto de los ingresos,
la sexualidad y elección de pareja y el propio proceso migratorio que implica sus
movimientos y el de su parentela.
Por su parte, otra antropóloga que realizó su investigación también en la década
de los noventa, Ángeles Ramírez, planteará el hecho infrecuente , incluso inaudito,
de las migraciones de mujeres solas procedentes de Marruecos al territorio español
a comienzos de dicha década. La autora lo atribuirá a la ruptura con el "sistema
de estratificación de género " de su sociedad de origen que definirá a partir de la
"ideología islámica", considerando las siguientes dimensiones del cambio: la des­
aparición del poder normativo del modelo de mujer según la ideología islámica, el
cambio en la relación de las mujeres con el mercado de trabajo, la desaparición de

20 Traducción de la palabra inglesa genden!d, que viene a designar las relaciones o procesos en los que

el género aparece como un elemento central en su definición.


TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 43

la familia extensa como modelo de residencia, el cambio en la red de relación, el


relajamiento del control social y la conversión de las inmigrantes en mantenedoras
de las familias que dejan en origen, por encima de todos los miembros ( Ramírez,
1998: 27-28) .
Trabajos más recientes21 han partido de algunos de los presupuestos expuestos
manteniendo lo que llamaré el enfoque de "los sistemas duales de género " . Di­
cha presunción se traduce etnográficamente en la observancia de dos sistemas de
género, cada uno de ellos integrado y coherente internamente : El de la sociedad
de origen -"ideología patriarcal ecuatoriana", "estructuras de socialización de ori­
gen " (Suárez y Crespo 2007) , "relaciones de género en las zonas de origen" ( López
2007) , "entramado social de origen" ( Herrera, 2005 ) , "modelo de familia y roles de
género en Ecuador", etc. -,-y el de la sociedad de destino- "estructura de género
de la sociedad de destino" ( Suárez, Anadón y Castañón, 2007)- que en la mayor
parte de los casos se le presupone, a este último, más igualitario en términos de
género. Igualdad de género que se hace descansar fundamentalmente en la obten­
ción de ingresos fruto de la incorporación al mercado laboral de la que se "benefi­
ciarán " las mujeres inmigrantes, lo que algunas autoras han descrito como el paso
de "mantenidas a proveedoras" ( Safa, 1 998) . Ello unido a la separación fisica de sus
hogares y comunidades "sociedades de origen", entendidas como "contaminantes"
en lo tocante al género, parece sentar las bases para que las mujeres inmigrantes
puedan negociar relaciones de género más igualitarias. A la luz de estos estudios, el
desempeño de un trabajo supondrá disponer de ingreso monetario, así como salir
del espacio "doméstico", lo que permitirá a- las migran tes, al menos en teoría, adqui­
rir poder, autonomía e independencia. Por su lado, la separación de sus hogares,
en tanto que implicará la disminución del tiempo dedicado a las tareas reproducti­
vas y el menor control del esposo, la parentela y la comunidad, supondrá una mayor
disponibilidad de tiempo personal y posibilidad de decidir sobre su utilización , así
como un mayor control de las pautas reproductivas.
Así por ejemplo, Suárez, Anadón y Castañón (2007) , en su trabajo "La mujer
indígena andina ante la emigración" concluyen que "es completamente generaliza­
da la transformación de los roles tradicionales en los que el varón era el principal
proveedor doméstico y la mujer realizaba su trabajo, las más de las veces informal
y no asalariado, en el ámbito doméstico" para afirmar desde ahí que la emigración
obligadamente implicará un cambio de ideología de género:

los procesos migratorios y el impacto del capitalismo posfordista han producido de hecho
tanto la incorporación de la mujer al ámbito productivo como su presencia en el ámbito
público. Aunque hay factores que limitan esta transformación (como los nichos de empleo
en el servicio doméstico y en el trabajo sexual) lo cierto es que deberíamos encontrar con­
secuentemente un cambio en la ideología de género acorde a la nueva situación ( 2007:
2 1 83-2 184) .

21
Por ejemplo Gonzálvez (2007) , Herrera (2005 ) , López (2007) , Meñaca (2005) , Pedone (2006) ,
Suárez (2007) , Suárez y Crespo (2007) .
44 CARMEN GREGORIO GIL

Desde estas presunciones, las conclusiones a las que llegan los trabajos son tan
dispares como los contextos en donde se han llevado a cabo las investigaciones y las
experiencias particulares de las mujeres inmigrantes. Incluso, desde un punto de
vista metodológico, podríamos decir que las conclusiones son precipitadas por el
corto periodo de tiempo en el que se pretenden observar cambios estables para los
"sistemas de género " y para las identidades de género. Las pérdidas y las ganancias
se ponen en una balanza que parece bascular inclinándose hacia las ganancias,
como probaría para algunas autoras el hecho de que las migrantes se resistan más
que sus compañeros a invertir en proyectos económicos en sus sociedades de ori­
gen o a retomar ( Escrivá, 1999; Saucedo y ltzigsohn, 2006) . Otras autoras terminan
encontrando la raíz del problema del cambio en el sistema de género previo a la
inmigración que parece permanecer e impedir cambios profundos. Así por ejem­
plo, Ramírez ( 1 998) , en su trabajo, concluye que la base del modelo de relaciones
de género que prescribe la ideología islámica no parece cambiar a pesar de que las
acciones cotidianas de las mujeres nos parecen decir que sí, y ello parece deberse
a la posición de dependencia simbólica en la que se sitúan las mujeres en relación
con el hombre . Para Ramírez

las mujeres inmigrantes marroquíes se enfrentan al mundo desde su posición respecto a


un hombre, desde su vinculación con él. Sólo desde la consecución de una relación con un
hombre legitiman su inmigración frente a la familia. El fin de sus vidas como inmigrantes, y
el objetivo al que dedican sus energías es la conservación o el alcance de un proyecto de vida
compartido con un hombre. Sólo a partir de ahí tiene valor el prestigio del trabajo, o el del
dinero, o de la belleza ( 1 998: 28-29) .

La identidad de madres y esposas, más allá de los cambios y negociaciones en sus


posiciones dentro del grupo doméstico de las mujeres procedentes de República
Dominicana en Estados Unidos que estudia Patricia Pessar, parece ser una cuestión
central en la valoración de los cambios en las relaciones de género, para Pessar

la amplificación del rol de las mujeres en la producción ha hecho que mejore su estatus en la
esfera doméstica y ha incrementado su autoestima; los cambios ocasionados por su partici­
pación en el mercado de trabajo --que la autora analiza en tres niveles: autoridad dentro
del núcleo doméstico, reparto de las tareas domésticas y control del presupuesto-- aparecen
subordinados a la identidad primaria como esposas y madres e incluso en muchos casos este
estatus se ve reforzado. La emigración, para esta autora, no rompe por lo tanto el escenario
social en el que las mujeres son conceptualizadas sino que por el contrario la migración re­
fuerza las ataduras de la mujer a su grupo doméstico porque éste surge como la institución
más valorada y aparece como el campo social de mayor autonomía y equidad para la mujer
con respecto a su pareja (Pessar 1 984 y 1 986, en Gregorio 1 996: 42) .

Herrera (2005) por su parte propone en su trabajo con mujeres ecuatorianas


insertas en el servicio doméstico en el territorio español una diferenciación entre
la dimensión estructural y la cotidiana en el análisis de los cambios provocados a
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 45

partir de su emigración. En relación con la primera dimensión concluye que su in­


serción laboral las sitúa en los eslabones más bajos de la escala social y que la condi­
ción de internas crea en estas trabajadoras una relación de dependencia emocional
y psíquica que dificulta la toma de decisiones y la autonomía social y económica.
Sin embargo, en sus

vidascotidianas la forma en que las mujeres enlazan sus actividades laborales con la repro­
ducción de sus familias, ya sea en origen o en destino, ocasiona una complejidad en la que
se entremezclan procesos de subordinación de género, con procesos de empoderamiento
social, movilidad económica y desgaste emocional muy intensos que vuelven el panorama
mucho más complicado a la hora de cualificar la subordinación ( 2005: 300) .

Incluso las vidas de mujeres con trayectorias similares en lo relativo a su inmer­


sión en supuestos sistemas de género, clase o procedencia idénticos se nos muestra
en sus contradicciones y ambigüedades, cortocircuitando cualquier esquema más o
menos lineal del cambio, como muestra el trabajo de Gregorio ( 1 996, 1 998) para las
mujeres originarias de la región suroeste de República Dominicana que emigraron
a la Comunidad de Madrid a comienzos de los noventa.
Por su parte, trabajos definidos desde el enfoque transnacional nos dan cuenta
del protagonismo de las mujeres en las llamadas prácticas transnacionales -cons­
uucción de cadenas y redes migratorias y gestión de las remesas- situándolas en
una relación de poder diferencial con respecto a sus contrapartes varones ( Escrivá,
2000; Goñalons et aL , 2008; Pedone , 2006) . Las relaciones de género, entendidas
como relaciones de poder entre hombres y mujeres se incorporan a los denomi­
nados campos transnacionales -cadenas, redes, hogares, familias, comunidades,
asociaciones-. Tratando de huir del dualismo de sistemas de género adscritos a
parámetros de tradición-modernidad, entendida esta última como conquista de la
igualdad de género, el análisis se abre a una multiplicidad de sistemas de género:
"la perspectiva transnacional permite observar cómo la mujer migrante no está so­
lamente bajo la estructura de género de la sociedad de destino, sino que también
puede estarlo bajo la sociedad de origen o de otras comunidades" ( Goñalons et aL
2008: 6) .
La vía abierta bajo la consideración de más de dos sistemas o estructuras de géne­
ro termina reduciendo la categoría género a la observación de roles diferenciados
entre hombres y mujeres, contribuyendo a reificar dicotomías como social o do­
méstico, frente a político o público, reproductor frente a productor y en definitiva
hombre y mujer como categorías homogéneas. Esto lo observamos por ejemplo en
la conclusión a la que llegan Goñalons et aL ( 2008) en su trabajo de revisión teórica
titulado " Las aportaciones y los retos de la perspectiva transnacional : una lectura
de género":

Varias investigaciones, como las que hemos mencionado, muestran un resultado que se va
repitiendo y que diferencia claramente las prácticas transnacionales de hombres y mujeres.
Por un lado, lo hombres se centran más en actividades transnacionales de carácter político y
CARMEN GREGORIO GIL

económico que, de hecho, están prácticamente dominadas por ellos. Por ejemplo, la investi­
gación de Goldring ( 200 1 ) muestra cómo las organizaciones que realizan prácticas transna­
cionales están dominadas prácticamente por hombres. Por otro lado, las mujeres se centran
más en actividades relacionadas con la sociedad de destino y las prácticas transnacionales
que desarrollan se vinculan, principalmente, a la familia y el hogar ( ltzigsohm y Giorgukki­
Saucedo, 2002; Goñalons et al. , 2008: 1 2 ) .

De esta forma la observancia de prácticas transnacionales diferenciadas en hom­


bres y mujeres en vez de conuibuir al cuestionamiento de nuestros conceptos de
poder, de economía, de familia etc. nos muestra sin más, la existencia de dos tipos
de personas con roles diferentes sin ahondar en los procesos de jerarquización y
producción y reproducción de personas sexuadas y generizadas en su relación con
el poder y la economía. El campo transnacional como forma de superar el naciona­
lismo metodológico del "aquí " y "allí" se convierte en una especie de nuevo "sistema
de género " con entidad propia donde las mujeres pueden ganar independencia,
pero también ser oprimidas.

En relación con los análisis de género, también es verdad que los espacios transnacionales
pueden proporcionar una mayor posibilidad de desarrollar estrategias para superar las des­
igualdades de género. Una mujer puede aumentar su prestigio y poder controlando las ca­
denas migratorias o el poder económico de una determinada familia, aunque esto lo consiga
siendo empleada de hogar. Sin embargo, los espacios transnacionales también son portado­
res de relaciones desiguales y reproductoras de ciertos órdenes sociales. Es, por lo tanto, im­
portante no precipitarnos en concluir que el espacio transnacional es emancipador de por sí,
aunque sí que ofrece nuevos ámbitos en los que se pueda buscar espacios de emancipación
(Suárez, 2007; Goñalons et aL , 2008: 1 2 ) .

Encontrar tendencias generales acerca de una mayor independencia y autono­


mía de las mujeres como consecuencia de las migraciones constituye probablemente
más un deseo de quiénes investigamos, forzado por nuestros propios interrogantes
y métodos, que una realidad. Sin negar la relevancia que el hecho migratorio tenga
en las historias de mujeres particulares enmarcadas en un contexto de relaciones
sociales específicas, lo que me propongo cuestionar por un lado , es la generaliza­
ción desde la que se viene abordando este asunto, pero sobre todo replantearnos
la formulación de nuestras preguntas de investigación abriendo diferentes vías al
respecto del cambio social, que traten de sacamos del etnocenuismo y la linealidad
con la que a mi juicio se viene formulando esta cuestión .
Los diferentes acercamientos etnográficos muestran que las realidades, expe­
riencias y subjetividades de las mujeres son complejas y dificiles de apresar en nues­
tras categorías estructurales de género, extranjería, clase, etnia. Chocamos una y
otra vez con realidades cambiantes y con los múltiples significados que las mujeres
otorgan a hechos que tendemos a dar un significado único en nuestras investiga­
ciones como el dinero, el trabajo, el cuerpo, el poder, la sexualidad, la familia, las
tareas domésticas, el cuidado, el amor, etc. Un mayor refinamiento en nuestros
TRAZANDO UNA GENEALOGÍA 47

acercamientos etnográficos tratando de identificar desde localizaciones específicas


los significados que las actoras dan a sus prácticas me lleva necesariamente a pro­
blematizar la propia noción de "sistema de género", al tiempo que a desvelar las
asunciones etnocéntricas implícitas en la concepción del cambio a partir del hecho
migratorio. Lo que sin duda nos habla de la dificultad que tenemos para desterrar
nuestras categorías dicotómicas público/privado, mercado/ hogar, hombre/mujer
a la hora de entender los procesos de cambio social. Juego de espejos, en el que la
antropología está inmersa, que nos devuelve una y otra vez nuestra imagen termi­
nando por conocer más de nosotros ( as) mismos (as) que de los otros ( as ) . Por eso
considero necesario hacemos preguntas como ¿por qué nos preocupa el cambio de
"las mujeres inmigrantes" y de las relaciones de género de sus sociedades de origen?
¿No será que seguimos viendo a las mujeres inmigrantes como "otras" "tradiciona­
les" representadas desde la polaridad víctimas-heroínas? ¿No será que necesitamos
l egiti m ar nuestro orden social de género "civilizatorio" frente a otros órdenes con­
siderados menos igualitarios? ¿No sería más fructífero reflexionar sobre nuestras
propias lentes que hacen que veamos a las mujeres o bien como víctimas de sus
sociedades patriarcales y del capitalismo, desde modelos teóricos estructuralistas
y universalistas o bien como heroínas que rompen con sus realidades de opresión
desde presupuestos diferencialistas y postestructuralistas?

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lAS MUJERES Y IA RITUALIDAD CATÓ LICA. APORTES DE lAS
ANTROP Ó LOGAS FEMINISTAS AL ESTUDIO DEL CAMPO RELIGIOSO

MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO*

El estudio de la ritualidad ocupa un lugar central en la investigación antropológica.


A través de él es posible encontrar los sentidos profundos de la identidad de un
colectivo humano, así como las áreas de conflicto que se producen entre los ideales
normativos y las prácticas sociales cotidianas de quienes lo conforman. La antropo­
logía feminista ha hecho aportes sustantivos al tema al privilegiar su abordaje desde
la perspectiva de los sujetos que lo protagonizan, poniendo un acento especial en la
participación de las mujeres, conceptualizadas como sujetos de género a través de
cuyas experiencias es posible conocer el mundo complejo que constituye la cultura
en la que se relacionan con otros sujetos sociales.
Este artículo se centra en una presentación de los aportes etnográficos de auto­
ras feministas al estudio de las mujeres católicas mexicanas y su desempeño ritual ,
partiendo de la doble consideración de que el catolicismo ha sido poco estudiado
en tanto que elemento constitutivo de las culturas locales, 1 por un lado, y que el
análisis de éste desde la perspectiva de género es un campo de análisis en proceso
de conformación .

CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LA RITUALIDAD


DESDE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Parto de considerar a la ritualidad como un ámbito de interacción social y simbó­


lica entre sujetos que realizan actos culturales repetitivos ( los ritos) que traen a la
memoria el mito que recrean como parte de la identidad que nuclea a la colecti­
vidad a la que pertenecen. Parte sustantiva del ritual es la recreación y resolución
simbólica de los conflictos que vive dicha colectividad. Desde un punto de vista
antropológico feminista, es posible identificar múltiples rituales en los cuales, a

* Universidad Nacional Autónoma de México.


1 Suscribo esta afirmación tanto en el conocimiento que tengo del tema como en apreciaciones de
especialistas en el estudio del campo religioso en México, como es el caso de Carlos Garma (2005 ) , quien
adjudica el escaso abordaje del catolicismo a las posturas anticlericales de la academia mexicana. Comple­
mento esta apreciación desde otra perspectiva: considero que esta ausencia se debe, además, a la profun­
da naturalización que se ha gestado históricamente de la concepción religiosa católica, la cual se expresa
en el supuesto de que es parte de la cultura nacional, por lo que se da por sentado que está presente en
un conjunto de sus expresiones, sin cuestionarla.
LAS MUJERES Y LA RITUALIDAD CATÓLICA 51

través de la magnificación de las mujeres y sus haceres, se resuelve el conflicto co­


tidiano de su invisibilización o exclusión de campos sociales marcados por sesgos
androcéntricos. De esta manera, incluirlas en ellos permite compensar dicha ex­
clusión, mitigando las posibilidades de la confrontación y el cuestionamiento que
ellas puedan hacer a la hegemonía de género.
A partir de esas consideraciones básicas, algunos rituales católicos pueden ser
analizados como dramatizaciones de la posición/ oposición entre mujeres y hom­
bres, en los - cuales opera una ritualiz.ación de límites ( Del Valle, 1 993) mediante la
cual actúan simultáneamente la delimitación espacio-temporal en que se desplazan
unas y otros -por separado o en conjunto-, así como los alcances de la conexión
emocional entre los cuerpos, las corporalidades, las subjetividades, los imaginarios,
lo simbólico, las prácticas, las capacidades y los poderes de cada grupo genérico. De
la combinación de estos distintos órdenes se deriva la conformación de fronteras
simbólicas de pertenencia y exclusión .
Ahora bien , por tratarse de límites genéricos, dicha ritualización se convierte en
una práctica política que reproduce los ubi (Amorós, 1 994) de mujeres y hombres
en el mundo. En ese sentido, los rituales y la ritualidad son prácticas íntimamente
vinculadas con el poder y los poderes, particularmente con aquellos con los que
cuentan los sujetos que los llevan a cabo, de manera tal que, además de relacionar
a mujeres y hombres con los ámbitos de lo sagrado, lo divino o lo sobrenatural, esas
prácticas legitiman los podres que les rodean, naturalizándolos y convirtiéndolos en
parte de la "esencia" de los sujetos y de las instituciones: ahí radica el núcleo de su
eficacia simbólica ( Bourdieu, 1 993) .
La ritualidad, entonces, concentra y sintetiza elementos culturales tanto de or­
den simbólico como social, práctico y político, teniendo siempre como referen­
te la conforma� ión , recomposición y actualización de las identidades. En el caso
específico que interesa destacar en este artí culo, las identidades a las que aluden
las autoras que se exponen más adelante toman como referentes básicos la condi­
ción de género, la adscripción religiosa y la pertenencia de las mujeres con quienes
se realizó la indagación , sea ésta étnica, de clase o de contexto. Al ser el objetivo
mostrar a las mujeres católicas como sujetos de la ritualidad correspondiente a su
adscripción religiosa, procedo a enunciar una sucinta caracterización de ellas como
categoría social.

LAS MUJERES CATÓLICAS

Las mujeres católicas constituyen una categoría social, religiosa y política cuya ex­
periencia vital está organizada por creencias y prácticas religiosas que les asignan
un lugar de subordinación, tanto en el ámbito humano como en el divino. Se carac­
terizan por ser portadoras de una mentalidad constituida a partir de la distinción
entre cuerpo y alma, así como de una orientación moral en la que virtud y pecado
se oponen mutuam ente. Esa mentalidad se articula con relaciones y prácticas socia-
52 MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

les que tienen como referente el cuerpo, la sexualidad, la maternidad y el conjunto


de posibilidades de vida y de futuro de las mujeres, quienes se desempeñan simul­
táneamente como depositarias, reproductoras y protagonistas de normas de vida
marcadas por esta forma-de-ser-genérica-religiosa particular.
Desde la perspectiva de la antropología de la religión , el conjunto de creencias
que conforma el catolicismo se recrea constantemente a través de tres instancias: el
refrendo de los mitos, la ritualidad y la aculturación religiosa. Las mujeres católicas
son clave en las tres, pues con sus prácticas cotidianas garantizan la permanencia
de esta perspectiva religiosa, tanto en el tiempo como en la vida y la memoria de
quienes la suscriben.
A pesar de las prescripciones universales, hay distintas formas de ser católica, así
como hay distintos modelos de feminidad transmitidos por la Iglesia a lo largo de su
proceso de institucionalizaci ó n . Entre ellos destaca, sin embargo, el modelo mariano
que subraya la virginidad y la maternidad como deber ser femenino, acompañadas
de la abnegación y la fuerza de carácter para resistir las penas terrenales ( Monte­
cinos et aL , 1988; Hita, 1994) . Ahora bien, en México ese modelo se relativiza de
acuerdo con la pastoral a la que se adscriban las feligresas, encontrando así espacios
de mayor rigidez o flexibilidad, marginalidad o exclusión, que delimitan sus ámbi­
tos de participación social.
Es necesario explicitar que las mujeres no forman parte de la estructura jerár­
quica católica ni del clero. Su posición, aun tratándose de religiosas, es secundaria
y subsidiaria respecto de los hombres. Por una parte están las mortjas, mujeres con­
sagradas. Por otra están las misioneras, mujeres no consagradas pero con filiación
a alguna agrupación religiosa laica autorizada para ejercer un tipo específico de
ministerio: la propagación de la palabra divina en lugares lejanos y distintos a los
de origen. En otra posición están las catequistas, mujeres laicas que dedican una
parte de su tiempo a impartir la enseñanza doctrinaria básica a la población que
está empezando a ser incorporada a la religión, como es el caso de las niñas y niños
pequeños, o de grupos a los cuales se empieza a adoctrinar. Están también las mu­
jeres laicas que forman parte de las varias asociaciones religiosas con que cuenta la
Iglesia para salvaguardar y expandir el culto a santas, vírgenes y santos específicos.
Por último, están las mujeres creyentes/practicantes que en el ámbito familiar en­
señan a las y los infantes los fundamentos de la religión católica a través de prácticas
cotidianas como narrar episodios de la Biblia ( texto sagrado del catolicismo) , a
manera de cuentos o de lecciones de vida, las oraciones, los rituales, la asistencia
a misa y el cumplimiento de sacramentos acompañados de las respectivas fiestas.
Cualquiera que sea su posición , todas ellas llevan a cabo prácticas rituales cotidianas
y prácticas rituales que marcan el ciclo de vida, mientras que su participación en
rituales más amplios está delimitada por las posiciones que ocupen en sus grupos de
adscripción. Estas particularidades quedan claramente expresadas en los hallazgos
de las autoras que expongo a continuación .
!AS MUJERES Y IA RITUALIDAD CATÓLICA 53

LAS MUJERES CATÓLICAS COMO SUJETOS DE LOS RITUALES

Varios son los aspectos que se pueden abordar respecto de las investigaciones an­
tropológicas feministas que centran su atención en las mujeres católicas como su­
jetos de los rituales. Distingo al menos seis vertientes en las cuales agruparlos: a]
las mujeres y el culto religioso; b] los rituales en tomo al cuerpo y la sexualidad de
las mujeres; c] las mujeres como ejecutoras de rituales, particularmente agrícolas;
d] las ritualidades familiares y domésticas, e] la participación de las mujeres en los
ri tuales relacionados con los sistemas de cargos; j] el papel de las madrinas.
Como intentaré mostrar a través de esta revisión de las fuentes, la relación de las
mujeres católicas con la ritualidad constituye un campo de análisis complejo que
ofrece ricas posibilidades de desarrollo gracias a la óptica novedosa derivada de la
antropología feminista.

a] Las mujeres católicas y el culto religioso

Muchas de las referencias a las particularidades que reviste el desempeño de las mu­
jeres católicas dentro del culto religioso son parte del desarrollo de temas más am­
plios. Entre ellos, ocupa un lugar privilegiado la obra de Marcela Lagarde ( 1 990) ,
qui en dedica un capítulo a las monjas,2 mujeres religiosas por antonomasia, en su
teorización sobre los cautiverios de las mujeres.
Dentro de la organización institucional de la Iglesia católica, las monjas son mu­
jeres consagradas "destinadas a la vida religiosa" ( Lagarde, 1 990: 44 7 ) . Su situa­
ción dentro de la Iglesia y su relación con lo sagrado, dice la autora, reproducen
relaciones de poder básicas: la subordinación y la dependencia subalterna que se
establece entre los mortales y la divinidad, por un lado, y las mujeres y los hombres,
por el otro.
Varias son las diferencias sagradas que distinguen a las monjas de los hombres
dentro de la Iglesia. Una de ellas, fundamental, es que no fungen como intelec­
tuales y creadoras de doctrina; por el contrario, en ellas descansa la reproducción
en el nivel del sentido común , a través de la repetición de los principios religiosos
destinados, en particular, a mujeres e infantes. De ahí que la autora las caracterice
como "divulgadoras ideológicas de las fuentes evangélicas y teológicas" ( ibid: 454) .
En esa misma medida, su participación en los rituales católicos es, al mismo tiempo,
obligada y restringida. Obligada porque es parte de sus funciones dentro de la insti­
tución; restringida debido a que están inhabilitadas para impartir los sacramentos.
En este ámbito, se expresa con claridad uno de los elementos de su subalternidad,
el cual comparten con las mujeres laicas: desarrollar cuidados a/ de los otros, sacra­
mentales en este caso.

2 El estudio de las monjas y la vida monacal ha sido un tema importante dentro de la historiografia
mexicana, sobre todo entre especialistas en historia colonial, mismo que no abordaré en este artículo
-centrado en los aportes de las antropólogas feministas--, pero que no dejo de reconocer.
54 MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

Sin embargo, hay un proceso ritual en el que las monjas son sujetas plenas: su
propia consagración. A través de ella, las monjas se desposan con Dios, establecien­
do un pacto institucional y vital que queda plenamente sellado con el cambio de
nombre, momento en el que renuncian a su personalidad anterior para adquirir la
identidad de mujeres consagradas.
Una vez consagradas y habiendo renunciado a la maternidad propia, las monjas
actúan como madres de qu�enes les rodean; ésa es parte de su misión. Y como parte
del ser-para-otros que llevan consigo sus prácticas maternales, el acompañamiento
ritual y sacramental es esencial. Desde ese ámbito, se reinsertan en el mundo de las
mujeres, del cual pretenden haberse alejado. Y nuevamente comparten con ellas,
particularmente con las mujeres que Marcela Lagarde caracteriza como madres­
posas, responsabilidades rituales invisibilizadas por ejercerse en el ámbito de las
relaciones domésticas y familiares.
Lo que hacen las monjas forma parte de la religiosidad católica hegemónica. Sin
embargo, en el interior del catolicismo se han gestado distintas corrientes pastora­
les que han promovido formas particulares de participación de las mujeres en la
vida ritual, todas ellas inscritas en la arena de la disputa por el control del campo
religioso.3 Ejemplo de ello es la situación descrita por Mercedes Olivera (200 1 )
en relación con la llamada Teología India, que se desarrolla, de manera relevante
-aunque no exclusiva-,4 en territorio chiapaneco.5 Ahí se ha organizado la Coor­
dinadora Diocesana de Mujeres ( CODIMUJ) , en la cual coinciden religiosas feminis­
tas y mujeres indias católicas laicas que, cobijadas por la idea de la complementarie­
dad, han logrado insertarse en un nivel que les permite actuar como sujetas activas
del ritual, aun cuando siga siendo de manera subordinada: junto con sus parejas,
son ordenadas como diáconas, con lo que pueden acompañar a sus esposos en los
servicios religiosos que éstos ofrecen a la comunidad.
Rosalía Aída Hernández Castillo (200 1 : 235) relata otro proceso que ha afectado
a mujeres mames, habitantes también del estado de Chiapas. En este caso, seña­
la la autora que una de las líneas de acción de la Nueva Pastoral Social, promovi­
da por los teólogos de la liberación, es la llamada Pastoral de la Mujer, desde la
cual se "ha impulsado la mayor participación de las mujeres en el desarrollo co­
munitario y ha apoyado su formación como agentes de pastoral". Un elemento

' Una caracterización interesante de estas corrientes puede consultarse en Elio Masferrer (2004) ,
quien habla de la vigencia en México de un "pluralismo católico" dentro del cual distingue al menos 1 3
posturas que reflejan l a dialéctica entre los contenidos religiosos generales y sus acepciones regionales,
atravesadas algunas de ellas por las apropiaciones étnicas generadas a lo largo de cinco siglos de interac­
ción entre las religiones indígenas y el catolicismo.
4 Un análisis critico muy relevante de la teología indígena en el ámbito de Oaxaca es el elaborado por

Kristin Norget (2007) , en el que hace algunas indicaciones sobre sus contenidos de género.
5 Es importante señalar que numerosas poblaciones indígenas del estado de Chiapas han sido expul­
sadas y obligadas a establecerse en nuevos asentamientos como resultado de disputas político-religiosas.
En esa arena política, el enfrentamiento se ha dado entre grupos católicos tradicionalistas, protestantes
y(o) quienes han suscrito los principios de la Teología de la Liberación. En esos procesos, las mujeres se
han visto profundamente afectadas y su adhesión a organizaciones sociales y políticas como la CODIMUJ
ha sido un recurso de reparación para algunas de ellas.
lAS MUJERES YlA RITUALIDAD CATÓLICA 55

común en las obras hasta aquí mencionadas es el hecho de relacionar la partici­


pación de las mujeres en el culto religioso con el fortalecimiento de la identidad
femenina o la adquisición de elementos que tienden a modificarla. Esta última
tendencia es subrayada en los dos últimos escritos, pues al abordar el tema en el
marco de sociedades indígenas que viven intensos procesos de organización y ne­
gociación, lo mismo con el Estado que con otros grupos sociales, además de los
reordenamientos internos en términos de las relaciones entre mujeres y hombres,
han debido movilizar simultáneamente elementos de sus identidades de género y
étnicas. En relación con otros procesos sociales, el catolicismo convencional6 ha de­
bido hacerse cargo también de otros frentes internos, además de los representados
por las corrientes consideradas progresistas, como las mencionadas para el caso chia­
paneco. Ejemplo de ello es el Movimiento de Renovación Carismática el cual, sin
duda, ha reposicionado a las mujeres en el ámbito ritual, fortaleciendo la perspectiva
patriarcal al tiempo que, para�ójicamente, las dota de un nuevo protagonismo.
Elizabeth Juárez Cerdi ( 1 997) menciona algunas de las modificaciones pasto­
rales y rituales que introduce este movimiento religioso, de las cuales participan
las mujeres: la celebración de asambleas de oración que, a diferencia de la misa
convencional, son dirigidas por grupos de laicos y laicas; la sanación por obra del
Espíritu Santo, que puede ser ejercida por quienes descubren que tienen ese don
extraordinario, y la capacidad de evangelizar a través de comunicar la experiencia
de conversión vivida por la persona misma. 7
En el caso de mi propia investigación con mujeres renovadas, en sintonía con
las tendencias señaladas por Elizabeth Juárez, encontré que la participación activa
en las asambleas y las sesiones de sanación las posiciona en un plano de mayor ca­
pacidad de negociación tanto con sus parej as como con los párrocos en funciones,
pues se afirman en la realización de actividades que son sustantivas para la conser­
vación del grupo de Renovación Carismática, tanto con motivo de las reuniones
colectivas como del trabajo pastoral cotidiano que realizan al hacer visitas de sana­
ción a las casas de integrantes del grupo que requieren auxilio o acompañamiento
espiritual (Castañeda Salgado, 2007) .

b] Los rituaÚ!s católicos en t<YmO al cuerpo y la sexualidad de las mujeres

El cuerpo humano es, sin duda alguna, uno de los referentes centrales de la rituali­
dad católica, en parte porque es uno de los componentes del binomio cuerpo-alma;

6 Aplico este término para referirme a las tendencias plenamente adscritas a la pastoral dictada por
el papa, máxima autoridad de la Iglesia católica, a diferencia de las otras corrientes que han asumido
modalidades diversas de la "iglesia de/para el pueblo", o de la llamada Teología de la Prosperidad.
7 Es necesario destacar que investigaciones referidas a otros cultos cristianos, como el pentecostalis­
mo (Garma, 2004) , éste y la Iglesia bautista (Juárez Cerdi, 2006) , así como el espiritualismo ( Marcos,
1989 ) , en particular el conocido como trinitario mariano (Ortiz, 2003) , subrayan que en ellos las mu­
jeres tienen un desenvolvimiento ritual e institucional más amplio que en el catolicismo, así como un
mejor posicionamiento dentro de las jerarquías de cada uno de esos campos religiosos.
MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

en parte también porque es a través de él que Jesús, el Hijo de Dios, adquirió huma­
nidad. Desde la perspectiva de la antropología feminista, el análisis de la relación
entre cuerpo y ritualidad aborda aspectos amplios en los que se elabora un vínculo
estrecho en tre ambos términos con la identidad y el ciclo de vida, así como con los
procesos de conformación/afirmación de la persona. Por ello no es de extrañar
que las fiestas de 1 5 años y los matrimonios ocupen un lugar especial en las inda­
gaciones de especialistas en el tema por su vinculación con uno de los marcadores
torales de la moral católica: la virginidad.
Valentina Napolitano ( 199 7 ) analizó la fiesta que se ofrece en una colonia popu­
lar de la ciudad de Guadalajara Ualisco) a las jóvenes que cumplen 1 5 años, tenien­
do como trasfondo la disputa entre el catolicismo tradicional y las comunidades ecle­
siales de base. Considera que se trata de un ritual constituido por dos momentos: la
fiesta en sí misma y la misa. A través de este ritual, las chicas se ven envueltas en una
dimensión particular del aprendizaje de la identidad de género y la construcción
del cuerpo femenino. Sin embargo, la autora subraya que en su acepción no es un
ritual de pasaje en sentido estricto, pues las jóvenes "llegan a ser una mujer" con y sin
celebración ( imd: 282) . En ese sentido, la misa puede ser interpretada como un mo­
mento liminal en el que la protagonista es reconocida como una nueva "mujercita",
tanto a los ojos de Dios como a los de las personas más cercanas a ella. En esa cere­
monia, la joven se presenta y es tratada como una "novia sin esposo". De acuerdo con
esta autora, en las misas celebradas por sacerdotes que promueven las comunidades
eclesiales de base , ellos pretenden usar los símbolos tradicionales, resignificándolos.
Así, en vez de subrayar la idea de virginidad, hacen hincapié en la importancia de
participar en las tareas de evangelización propias de las comunidades, dada la entra­
da a la madurez que el momento significa en la vida de las jóvenes. Esto es posible,
según la autora, porque los 1 5 años no son un sacramento católico; en consecuencia,
su interpretación es un "campo abierto" para quienes administran el culto.
El matrimonio, en cambio, sí es uno de los siete sacramentos prescritos por la
Iglesia católica. María Eugenia D 'Aubeterre (2000) lo ha analizado con profundidad
en el contexto de una localidad rural del estado de Puebla. Como ella bien señala,
el matrimonio en contextos análogos al que estudió, suele ser un largo proceso mar­
cado por rituales específicos entre los que destacan los esponsales y las nupcias. En
este proceso se articulan prácticas religiosas católicas con elementos de la cultura
conyugal náhuatl e intervienen de manera intensa las familias de quienes se despo­
sarán, estableciendo un circuito de donaciones, prestaciones y contraprestaciones
que fortalecen los vínculos entre ambos grupos, afanados en "poner en estado" a la
pareja, es decir, en consagrar su unión.
Al igual que con la celebración de los 1 5 años, las nupcias descritas y analizadas
por María Eugenia D 'Aubeterre incluyen ceremonias domésticas, la fiesta y la ce­
lebración religiosa. En todas ellas la participación de grupos de mujeres especiali­
zadas para la ocasión en alguna de las múltiples tareas a cumplir, es determinante.
Abuelas, madres, madrinas y ahijada se convierten en personajes rituales que des­
empeñan un papel específico en el intrincado proceso de afianzar la unión conyu­
gal ante Dios y ante la comunidad.
LAS MUJERES YLA RITUALIDAD CATÓLICA 57

e] Las mujeres coTTW ejecutoras de los ritual.es

Una parte importante de la etnografia mexicana se ha ocupado de describir los


rituales comunitarios, destacando la importancia que revisten para la reproducción
del grupo social que los lleva a cabo. Desde esta perspectiva, varias fuentes destacan
la importancia de ciertos desempeños de las mujeres, como rezar, montar altares
y ofrendas, encabezar peregrinaciones, hacerse cargo de las comidas rituales. Sin
embargo, no suelen hacer suficiente hincapié en que los llevan a cabo justamente
por ser mujeres católicas.
Un caso relevante en la etnografia mexicana es el estudio de las curanderas, y de
las numerosas obras dedicadas al tema destaco el estudio de una población cuicate­
ca llevado a cabo por Ingrid Geist ( 1 997) desde el punto de vista de la antropología
simbólica, pues esta autora sí subraya que las prácticas curativas que ellas ejercen
van acompañadas de elementos rituales provenientes del catolicismo, imbricado
con la cosmovisión de antiguo cuño que define los parámetros de la enfermedad
y la limpia como recurso para restablecer el equilibrio perdido por la persona que
la padece. En una breve descripción del proceso, la autora señala que la curandera
hace la limpia ante el altar doméstico, recurriendo a invocaciones a distintos santos,
a la virgen Maria y al Espíritu Santo. Usa yerbas, veladoras y alcohol, reliquia y copal ,
elementos que en su combinación con las oraciones y el contacto corporal consti­
tuyen una práctica curativa de eficacia fisica, emocional y simbólica ( imd: 1 99-200) .
En estas prácticas curativas encontramos una intrincada vinculación entre los
conocimientos tradicionales de las mujeres y el uso del catolicismo como práctica
propiciatoria. En este sentido, permítaseme volver a mi propia experiencia de in­
vestigación , en la que encontré que las mujeres tepeyanquenses renovadas llevan a
cabo u n a recuperación revalorada y resignificada de esos conocimientos, dejados a
un lado tras décadas de medicalización de los cuerpos femeninos y masculinos, de
manera tal que las prácticas de sanación han servido de vehículo para que ellas vuel­
van a desplegarlos, legitimados ahora por su incorporación a un corpus doctrinario
hegemónico (Castañeda, 2007) .

d] Las ritualidades familiares y domésticas

Para iniciar la exposición sobre este punto, retomo una vez más la obra de Marcela
Lagarde, ahora llamando la atención sobre su teorización de las madresposas. La
autora dice al respecto: "Todas las mujeres por el solo hecho de serlo son madres y
esposas. Desde el nacimiento y aun antes, las mujeres forman parte de una historia
que las conforma como madres y esposas. La maternidad y la conyugalidad son las
esferas vitales que organizan y conforman los modos de vida femeninos, indepen­
dientemente de la edad, de la clase social, de la definición nacional, religiosa o polí­
tica de las mujeres. " (Lagarde, 1 990: 349) . Entre las innumerables responsabilidades
reproductivas que recaen sobre las madresposas, destaca su contribución a lo que
llama "la creación del consenso del sujeto al modo de vida dominante, en su esfera
MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

vital". { ibid: 3 60) . Y parte fundamental de este consenso se asegura a través de los ri­
tuales domésticos. Ejemplos de ello son las prácticas de religiosidad doméstica ejecu­
tadas por las mujeres, prácticas que se fusionan con la ritualidad. La cito en extenso:

Por la relación estrecha entre las mujeres y la inmundicia, derivada de su trabajo de cuidar
a niños y enfermos, y deshacerse de los despojos de las comidas, tienen una relación positiva
con la muerte. Ellas cuidan a qu,ienes ya no tienen esperanza, los velan en la agonía y los
ayudan a "bien morir", de acuerdo al ritual de aplicación de los Santos Ó leos: en él tocan la
campana consagrada, prenden el Cirio Pascual, y rezan para ayudar al moribundo; ponen los
altares de muertos y Todos Santos, cuidan tumbas y panteones, rezan en los velorios, cabos
de año, novenarios, misas de difuntos, rosarios.
Por su identificación con la vida, su relación con los niños, y por sus conocimientos, las
mujeres se ocupan de los nacimientos y puerperios como comadronas -médicas rituales-,
o de los rezos para ayudar a parir y a nacer. Preparan los rituales del Bautismo, Confirmación
y Primera Comunión, en los cuales son madrinas; mantienen la tradición ritual de las posa­
das, de la Navidad y del día de Reyes; para la fiesta de Corpus Christi visten a los niños de
"inditos" y llevan a bendecir los animales en la fiesta de San Francisco; van a la Misa de Gallo,
y cuando menos una vez en la vida van a la Villa a ver a la Virgen de Guadalupe, a Chalma o
a algún santuario milagroso.
Las mujeres hacen todo tipo de mandas; llevan a los niños a ofrecer flores a la Virgen en
mayo; asisten a la doctrina cuando pequeñas, y son catequistas cuando grandes. Para buscar
novio, conseguir marido, y lograr reconquistas, las mujeres ponen a San Antonio de cabeza y
le llevan 1 3 monedas los días 1 3 de cada mes, o el día del Santo; prenden veladoras y mantie­
nen los altares domésticos y en los templos, cuidan y arreglan las tumbas. Las mujeres hacen
también otros rituales religiosos no ortodoxos, en los que intervienen la fe, la oración y otras
formas de magia y adivinación ( ibid: 5 1 9-520) .

Un rubro relativamente reciente es el dedicado a describir las actividades que


realizan las mujeres en el marco de los rituales familiares y domésticos que acompa­
ñan las festividades públicas, como pueden ser el arreglo de la novia, profusamente
descrito por María Eugenia D 'Aubeterre ( 2000) o la comida ritual con la que cul­
minan las fiestas patronales o devocionales (Castañeda Salgado, 2004) . Este último
punto es referido en varias ocasiones por Soledad González Montes ( 2006) a pro­
pósito de las fiestas de tres órdenes distintos ( patronales, celebración de muertos y
bodas) que se llevan a cabo en Xalatlaco, pueblo del valle de Toluca.
En el caso de la fiesta de los muertos, señala Soledad González, son las mujeres
las encargadas de elaborar la ofrenda doméstica, ubicada debajo del altar familiar.
Trazan el camino de flores que conducirá a los muertos hasta ella, preparan los
alimentos con los que serán recibidos y, pasado el tiempo ritual de permanencia
de los muertos en la casa, se dirigen a refrendar sus vínculos con los vivos, llevando
fruta y pan a los parientes espirituales.
La misma autora dedica un ap artado de su artículo a las fiestas del ciclo de vida,
que incluyen bautizos, matrimonios y funerales, celebración de la conclusión de es­
tudios de primaria y XV años. En su análisis, las mujeres dotan de fuerza a las institu-
LAS MUJERES Y IA RITUALIDAD CATÓLICA 59
ciones familiares y religiosas gracias a que efectúan una suerte de tránsito simbólico
entre ellas y los individuos mediante sus actividades prácticas.
Por mi parte, he descrito también la manera en que las mujeres actúan como
mediadoras en las relaciones entre vivos y muertos al nombrar a cada una de las
personas a quienes se dedica la ofrenda de Todos Santos mientras colocan con un
orden estricto cada uno de los elementos que la componen (Castañeda Salgado,
2005) , así como la intrincada organización que supone la realización de las comidas
rituales en la localidad de Tepeyanco, Tlaxcala. Esta práctica ritual es toral para el
mantenimiento y transmisión del conocimiento genealógico del que son deposita­
rias las mujeres; en su ejecución , además, viene a ser una práctica pedagógica de
socialización de las jóvenes generaciones en el manejo de sus redes de parentesco.

e] La participación de /,as mujeres en /,os ritual.es relacionados con /,os sistemas de cargos

El análisis de los sistemas de cargos constituye ·un área de estudio característica de


la etnografia mexicana. Muchas de las descripciones que lo acompañan aluden a
las formas específicas en que participan mujeres y hombres, tanto en el desempe­
ño de los cargos mismos como en los rituales que les acompañan. Sin embargo,
una orientación que caracteriza a buena parte de estos estudios es el énfasis en
el sistema y los cargos mismos, junto con su índole política, dejando de lado el
análisis de las connotaciones de género que lleva consigo el que sean mujeres u
hombres quienes los detenten. Asimismo , suele dejarse de lado que este sistema
tiene lugar en el contexto de una religiosidad popular que ha logrado integrar
elementos del catolicismo con elementos de la organización social y política que
favorecen la reproducción social de innumerables comunidades indígenas y rura­
les del país. En ese sentido, los estudios a profundidad que se han elaborado desde
la óptica de la antropología feminista destacan tanto la presencia de las mujeres en
ellos, particularmente en los rituales que supone el cumplimiento del cargo, como
las posibilidades de participación social que se les abren a partir de convertirse en
sujetos activos de los cargos.
Uno de los primeros trabajos reflexivos sobre la participación de las mujeres en
el sistema de cargos es, quizás, el de Holly F. Mathews ( 1 985 ) . Frente a la distorsión
que introduce el uso del modelo doméstico/público al considerar que los cargos
pertenecen a este último ámbito y, por lo tanto , son un dominio masculino, ella
argumenta que el cargo no es asumido por un individuo sino por su grupo domés­
tico; en esa medida, tanto las mujeres como los hombres que lo encabezan tienen
"roles y responsabilidades paralelas en el ritual, y la participación de cada sexo es
crucial para el éxito del servicio" ( ibid: 286) . Basa sus consideraciones en la investi­
gación que realizó en una comunidad interétnica, zapoteca y mixteca, de los Valles
Centrales de Oaxaca.
El artículo de Holly F. Mathews es particularmente crítico del carácter andro­
céntrico de las perspectivas adoptadas por las antropólogas y antropólogos meso­
americanistas que han realizado las etnografias sobre el sistema de cargos sin ver
60 MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

a las mujeres, o describiéndolas como simples participantes periféricas encargadas


básicamente de la preparación de la comida ritual. A diferencia de esta generación
de profesionales de la antropología, la autora cita a especialistas influidas por el
feminismo que se han encargado de "rectificar esta situación " ( idem. ) , incluida ella
misma desde una posición crítica a ambas posiciones, pues la segunda, a pesar de
estudiar los roles de las mujeres en este sistema, también termina concluyendo
que la participación masculina es "más pública, formal e importante que la de las
mujeres" ( idem. ) . En sus propias palabras, su aportación al desarrollo de una óp­
tica diferente consiste en romper con el esquema binario público-privado, propo­
niendo analizar la interrelación de los roles de mujeres y hombres en un contexto
determinado.
Trabajando también con mujeres zapotecas, Lynn Stephen ( 1 998) , en cambio,
plantea la influencia de factores externos e históricos como un elemento deter­
minante para comprender cuál es el papel real de las mujeres indígenas en los
sistemas de cargos. En ese sentido , la separación de las jerarquías religiosas y civiles
impulsada por el Estado trajo consigo consecuencias negativas para las mujeres,
quienes por ello "han perdido su vínculo más formal con la política comunitaria
institucional " ( ibid. : 205 ) . Así, lejos de restringirse al análisis de los roles que les
son asignados, Lynn Stephen estudió con profundidad los vínculos entre sistemas
de cargos, sistemas rituales, política, autoridad y vinculación de quienes hubieran
patrocinado una mayordomía, mujeres u hombres, con "las entidades sagradas de
la comunidad, los santos y las vírgenes de la iglesia" ( ibid. : 2 1 2 ) . Y es precisamente
en este último rubro donde las mujeres experimentaron otra pérdida al desapare­
cer las mayordomías obligatorias y ser sustituidas por las volun tarias:

Cuando las mujeres participaban igual que los hombres en las actividades de mayordomía
que santificaban a los líderes de la comunidad y vinculaban el respeto ritual con la autori­
dad política, su asociación con las vírgenes protectoras de la comunidad era ampliamente
reconocida y validada. Aunque las mujeres siguen recibiendo respeto y títulos por su parti­
cipación en las ceremonias del ciclo de vida, el enfoque de estas actividades rituales ya no es
el de una entidad simbólica (santo o virgen) que representa a la comunidad. La asociación
anterior de las mujeres con las entidades simbólicas sagradas de la comunidad era un vínculo
directo de autoridad que también se traducía en influencia sobre las decisiones políticas de
los ancianos ( ibid: 222-223) .

Volviendo al contexto poblano, María Eugenia D 'Aubeterre (2005 ) destaca que


las mujeres de San Miguel Acuexcomac, comunidad con una notable migración
transnacional, viven un proceso de intensificación de su participación comunitaria,
sean migrantes o no. La autora documenta la irrupción creciente de las mujeres
que permanecen en el pueblo en el sistema de cargos civiles y religiosos local. Esta
eclosión ha implicado que ya no sólo sean caseras y mayordomas ( posiciones que
tradicionalmente ocupaban al ser los hombres quienes asumían el compromiso de
representación comunitaria que lleva consigo d nombramiento) , sino que ocupen
cargos como los de sacristanas y fiscalas, además de incorporarse como integrantes
!AS MUJERES YLA RITUALIDAD CATÓLICA

a distintos comités comunitarios o lleven a cabo funciones vinculadas con el go­


bierno local. Esta situación inédita, además de dar pie a la que caracteriza la autora
como una "ciudadanía práctica", apunta también a un

proceso de construcción de nuevas identidades sociales ( como sacristanas, fiscalas, cabos,


ronderas, madrinas de colado, trabajadoras migrantes) lo que supone, a la vez, la sutil de­
consuucción de los límites y asignaciones tradicionales en el espacio familiar y doméstico. Su
intrusión en la esfera de lo público pone en cuestión la preeminencia masculina, claramente
establecida en la definición de género; tal intrusión hace perder a los hombres su lugar en
primer plano ( ibid. : 203) .

Trabajos como los reseñados apuntan , además, a uno de los objetivos centrales
de la investigación antropológica feminista: detectar los espacios que se abren a
cambios sociales y políticos favorables para erradicar las condiciones de subordina­
ción de las mujeres. De esta manera, la incorporación protagónica de las mujeres
a prácticas rituales que no desempeñaban con anterioridad documenta su reposi­
cionamiento a la luz de modificaciones sociales internas y externas a sus contextos
·

vitales.

Jl El papel de las madrinas.

En general, las relaciones entre mujeres han sido poco abordadas en la antropo­
logía mexicana, a excepción de las que establecen madres e hijas y suegras con
nueras. Por ello es interesante señalar la aportación de Nicole Sault (2005) , quien
ha indagado cuáles son las particularidades de las relaciones entre comadres y ma­
drinas en un pueblo zapoteca de Oaxaca. No está de más señalar que el "comadraz­
go " es una relación social establecida a través de la coparticipación de mujeres en
rituales católicos, especialmente los relacionados con el ciclo de vida (bautizos, ma­
trimonios, defunciones, por ejemplo) , a través de los cuales se establece una forma
específica de parentesco entre ellas.
Nicole Sault parte de preguntarse cuál es la relación entre género y parentesco,
retomando las consideraciones de Jane F. Collier y SylviaJ. Yanagisako ( 1 987) , quie­
nes afirman que la construcción cultural de ambos es mutua e interdependiente.
Asimismo, alude a que, salvo las excepciones de algunas especialistas, "todavía se
analiza el compadrazgo como una relación diádica de amistad entre los hombres"
(Sault, 2005: 496) . En consecuencia, el análisis se ha hecho girar en torno a la rela­
ción padrino-compadre-ahijado. Esta orientación masculinista, considera, "puede
ser más un producto de los prejuicios androcéntricos en las teorías y modelos del
investigador que una característica de las relaciones de compadrazgo ( ibid. : 497) .
Ante ello, la autora afirma:

En muchas regiones de México, la relación de compadrazgo se establece entre dos grupos, la


familia de los padrinos y la familia de los compadres con sus hijos [ . . . ] . El modelo alternativo
MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO

que propongo consiste en examinar las relaciones de compadrazgo como un contrato entre
dos grupos que incluyen tanto a hombres como a mujeres. Los estudios sobre los zapotecos,
por ejemplo, indican que las mujeres y las niñas participan activamente y con entusiasmo en
estas relaciones sociales, y que nunca han sido "sombras mudas" relegadas a papeles sin pro­
tagonismo ( ibid. ) .

E n e l caso que ella estudia, las mujeres pueden ser madrinas junto con sus pare­
jas, cuando están casadas, o serlo solas, si se trata de niñas y jóvenes, pues se encar­
gan de acompañar ritualmente en el bautismo y en otras ceremonias. A diferencia
de los hombres, que requieren estar casados para ser padrinos, sobre las mujeres
no pesa ese requisito, sino el reconocimiento social de su responsabilidad y "de la
capacidad de la mujer para proteger fisica y espiritualmente al niño, y por eso las
curanderas y las parteras son muy apreciadas como madrinas . " ( imd. : 499) . Esta
capacidad se fortalece durante la ceremonia bautismal (debido al contacto fisico y
espiritual que se desarrolla en ella) , misma que deja consecuencias indelebles en la
relación madrina-ahijado: "es la madrina quien tiene un poder especial para pro­
tegerlo de todo mal, de las enfermedades y también de los peligros sobrenaturales
[ . . ] . La esencia fisica de la madrina se transfiere al niño durante esta ceremonia,
.

ya que lo tiene abrazado" ( imd. : 500-50 1 ) . Estas y otras cualidades conducen a que
el comadrazgo sea una relación de solidaridad entre mujeres, al punto de que, a
partir del análisis de las cualidades y aportes particulares de éstas y de los hombres
derivados de sus respectivas condiciones de género es posible pensar, siguiendo a
la autora, que el compadrazgo es un sistema de prestigio en el que las mujeres son
protagonistas centrales.

COMENTARIOS FINALES

Como se puede apreciar, las autoras citadas comparten una intencionalidad: visi­
bilizar la participación de las mujeres en la ritualidad. Ha sido mi interés cen tral
destacar aquellos aportes en los que dicha participación está significada por su
relación con aspectos particulares del catolicismo y la religiosidad permeada por
éste. Este abordaje del tema puede considerarse emergente en la antropología
mexicana.
Desde mi perspectiva, trabajos como los expuestos apuntan a desmontar una
postura esencialista presente en el enunciado de que las mujeres católicas son por­
tadoras de una cultura y una identidad judeo-<:ristianas, sin profundizar en el aná­
lisis de las implicaciones que esta aseveración lleva consigo. Al mismo tiempo, con­
tribuyen a eliminar una ceguera de género presente en la antropología mexicana
que privilegia los estudios de colectividades, poniendo poca atención a la presencia
diferenciada de mujeres y hombres en los procesos que las constituyen. Al empren­
der estudios antropológicos basados en etnografias complejas bajo la orientación
de la antropología feminista, estas autoras nos colocan ante un ámbito de la vida
!AS MUJERES Y LA RITUALIDAD CATÓLICA

social -la ritualidad- con profundas contradicciones internas que es necesario


reconocer y explorar.
No es sorprendente que sean antropólogas feministas en su mayoría quienes se
interesan por ver a las mujeres en sus prácticas rituales y a través de su adscripción
religiosa. Recuperando el pensamiento de Donna J. Haraway ( 1 995: 207) , pro­
pongo considerar que el conjunto de trabajos que he presentado en este texto
refleja ciertos "microcosmos de fuerzas en disputa" caracterizados por "múltiples
mundos cruzados", perspectiva que se aleja de las tendencias al determinismo te­
leológico que ve a las mujeres como reproductoras pasivas del catolicismo que
invade sus vidas, para invitamos a pensarlas como sujetas que, a través de la ri­
tualidad, dotan de humanidad a una explicación holística del mundo y de la vida
que, aun cuando incluye un código de ética individual y de convivencia social, es
susceptible de ir más allá del nivel individual del autocontrol y la autocensura. Esto
se ha hecho patente en la recuperación de su protagonismo e� los rituales, mismos
que, a su vez, dotan de sentido a las experiencias vitales de innumerables mujeres
mexicanas.

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IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA.
APUNTES DESDE IA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

ÁNGEIA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO*

El feminismo del siglo XX se caracteriza por los avances realizados en el plano


político-social y por los efectos que ha producido en el ámbito del conocimiento,
tanto en el propiamente teórico e institucionalizado como en el conocimiento
concretado en la vida y las experiencias de las mujeres. Dichos efectos son pro­
ducto de uno de sus rasgos fundamentales, esto es, su carácter crítico: al aplicar
la crítica tanto a las teorías como a la realidad social, las feministas han generado
gran cantidad de datos nuevos, han respondido preguntas ya planteadas y aporta­
do nuevos interrogantes. Ell o ha ocurrido, además, en todos los niveles, tanto en
el ámbito académico como en el político.
La crítica feminista ha sido ejercida de manera importante en el interior de la
antropología: primero, porque como disciplina aceptada y validada socialmente
forma parte del conjunto de conocimientos que han sido cuestionados; segundo,
por la relevancia que como disciplina ha tenido en la discusión de temas básicos
para las feministas. Contemporáneamente se ha dado, con respecto a los análisis
históricos y comparativos, la convergencia de los intereses feministas y antropoló­
gicos; de tal modo que quienes investigan han recurrido a la disciplina en sus in­
tentos de explicar las diferencias genéricas existentes, tanto en el interior de cada
·

cultura en particular como entre distintas culturas.


La antropología feminista de género --que considera al género como un princi­
pio estructurador de la vida social humana- es uno de los desarrollos más impor­
tantes de la disciplina; dicha antropología, aun compartiendo muchos de los obje­
tivos de la antropología general, se ha desarrollado como una respuesta crítica a las
deficiencias teórico-metodológicas de la disciplina y, al mismo tiempo, como una
revisión de sus supuestos a partir de una visión feminista. En este sentido señala
Maquieira ( 1 987: 9) que una de sus características más importantes es la "consoli­
dación de un corpus de conocimientos que ha replanteado y renovado contenidos,
metodologías y teorías asentadas tradicional�ente en la disciplina como verdades
consagradas".

* Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, A.C.

[ 65)
66 ÁNGEIA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA Y LAS MUJERES LESBIANAS

La homosexualidad femenina y el lesbianismo han tenido marcos teóricos pro­


pios y categorías específicas a partir del surgimiento de la antropología feminista
de género. A finales de los años sesenta la "nueva antropología de la mujer" co­
mienza la elaboración de un conjunto de teorías y categorías que hacen posible
el estudio de las mujeres lesbianas como sujetas de sus culturas y sociedades, así
como de la homosexualidad femenina, el homoerotismo y el lesbianismo como
construcciones históricas, sociales y culturales. Las antropólogas feministas han
desarrollado la crítica a los marcos teóricos y a las categorías utilizadas para anali­
zar los temas mencionados, centrándose en la pretensión de universalidad de las
mismas y estableciendo sus distintos significados culturales e históricos. Moore
( 1 99 1 : 9) señala que "la crítica feminista en antropología ha sido, y seguirá sien­
do, fundamental en la evolución teórica y metodológica de la disciplina en gene­
ral. La crítica feminista no se basa 'e n el estudio de la mujer, sino en el análisis
de las relaciones de género y del género como principio estructural de todas las
sociedades humanas".
A partir de ello, cuestionamientos claves de las antropólogas feministas son:

l] La importancia de reconocer l a impronta de género de quien investiga;


2] reconocer las interrelaciones establecidas entre las sujetas implicadas en el tra­
bajo de investigación para romper, así, con los planteamientos de la antropo­
logía clásica relativos a la neutralidad de los efectos de quien observa sobre lo
observado;
3 ] la asunción de la posición de la sujeta que investiga en el sentido de discernir su
propio bagaje cultural, sus prejuicios ( tanto respecto al tema como a las perso­
nas con las que trabaja) , y reconocer y hacer explícito que todo ello afecta tanto
al planteamiento del tema, al tratamiento, a lo que puede o no puede observar
y a sus conclusiones.

A partir de ellos se ha planteado: por un lado, la necesidad de realizar investi­


gaciones sobre las mujeres de las culturas de procedencia de quien investiga como
parte fundamental de la metodología para desestructurar y desencializar la vida de
las mujeres. Esto ha llevado a que las antropólogas lesbianas tengan una presen­
_
cia importante en áreas específicas de la disciplina La mirada etnológica significa
evidenciar y resaltar las relaciones, las instituciones, las creencias, las normas, los
valores, las costumbres, las concepciones y las formas de percepción del mundo,
de los sujetos sociales y de los particulares, como si analizáramos algo tan ajeno,
que por su desconocimiento, aparece como cognoscible. (Lagarde, 1 99 3 : 28) Por
el otro, la necesidad de realizar investigaciones de sujetas concretas y específicas;
en este sentido la presente investigación se plantea como el estudio de un grupo
de mujeres lesbianas feministas; no pretende, así, ser un estudio sobre la totalidad
de las mujeres homosexuales y, ni siquiera, sobre "las" mujeres lesbianas, sino que
tiene como sujetas de la investigación a mujeres concretas y particulares.
IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA 67

Con la introducción de cambios paradigmáticos en la disciplina, la antropología


feminista de género se separa de la visión clásica hegemónica en la disciplina según
la cual existían "sujetos investigadores" y "objetos investigados", mismos que fueron
concebidos como "el otro", y prevé la emergencia de sujetas (y sujetos) capaces
de crear conocimientos sobre ellas y . sus culturas. Aun cuando diversas corrientes
antropológicas contemporáneas han desplazado sus intereses de "los objetos de es­
tudio" propios de la disciplina, este desplazamiento en sí mismo no lleva consigo
el abandono del paradigma tradicional de "la otredad": el "otro" puede ser simple­
mente transferido del ámbito de "lo exótico" a la propia sociedad, convirtiendo en
"otros" a los pobres, las minorías, las mujeres . . . Por otro lado, hemos de reconocer
que este cambio introduce modificaciones sustanciales al obligar a quien investiga
a volver la mirada sobre su propia condición e identidad. A partir de lo anterior, el
enfoque antropológico al que me adscribo propone romper:

l) Con la dualidad "objeto investigado"/ "sujeto investigador" al plantearme yo


antropóloga, una investigación sobre mujeres pertenecientes a mi propia cultu­
ra, y considerarlas como sujetas teóricas de la historia y la cultura. Para ello ha
sido primordial transformar la relación sujeta investigada/sujeta investigadora
en una "relación dialéctica entre sujetas". (Lagarde, 1993: 59-75) . En relación
con la teoría del sujeto mujer como sujeta investigadora retomo la elaboración
de Lagarde para quien el feminismo contemporáneo, considerado como una
nueva epistemología, parte del reconocimiento de la impronta de género en
la investigadora y de la necesidad de hacerla explícita en la investigación; ello
supone para la investigadora un proceso de intemalización de la identidad que
le posibilite el "ver a las otras". Consecuente con ello, el planteamiento del fe­
minismo con respecto a la llamada "objetividad" reivindica que prevalezcan los
puntos de vista particulares pues es en ellos donde se encuentra la objetividad y
no en la anulación de las diferencias; por esto, desde el punto de vista de quien
investiga, se trata no de anular su impronta identitaria sino de resaltarla como
la marca de pertenencia al sujeto histórico.
2) La relación que la antropología hegemónica ha mantenido con "el objeto in­
vestigado", a quien considera el "otro", el ajeno, el extraño, el diferente y, en
última instancia, el desigual. Esto se ha logrado en el trabajo directo con las
mujeres, al establecer con ellas relaciones basadas en la comprensión y la em­
patía. En este sentido señala Lagarde ( ibidem. ) la necesidad de efectuar, con
respecto a las mujeres concretas con las que trabajamos, un movimiento de
aproximación-retirada, entendiendo "retirada" no como huida afectiva sino
como elaboración teórica.

Además de las investigaciones teóricas ---caracterizadas en muchos casos por la in­


terdisciplinariedad- hay que señalar la importancia que, a partir de los años setenta,
han tenido los movimientos políticos por los derechos de las personas homosexuales.
Conformados por mujeres lesbianas y hombres gays, dichos movimientos surgieron
con una conciencia de rechazo a las definiciones de homosexualidad de las socieda-
68 ÁNGELA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

des patriarcales; sus luchas se centraron en la opresión, el rechazo y la marginación


que afectaba a las personas homosexuales y en la reivindicación de sus derechos espe­
cíficos. Es importante señalar que la necesidad de encuadrar los análisis políticos de
las personas homosexuales en sus dimensiones histórica, social y cultural, ha llevado
a una fuerte interrelación entre la esfera de los movimientos políticos y la académica.
La cultura feminista es el espacio de aceptación y valorización de las mujeres, es
el espacio de visibilización y aceptación del lesbianismo y las lesbianas y es, también,
una cultura que ha creado herramientas criticas que permiten la deconstrucción
de las concepciones patriarcales sobre la condición de género y la particularidad
lésbica, al tiempo que ha construido a lo lésbico como una identidad positiva para
las mujeres. El feminismo ha cuestionado desde sus inicios la organización social de
géneros: la obligatoriedad de la heterosexualidad y la maternidad obligatoria como
ejes constructores y deberes ser del género femenino convertidos en realidades y
destinos naturales de las mujeres. Con ello ha contribuido de manera central a la
critica de la heteronormatividad que afecta tanto a las mujeres como a los hombres
y, de manera específica, a lesbianas, gays, personas bisexuales, travestis, transexuales,
y transgéneros.
Para el feminismo la critica al paradigma dominante de la sexualidad es el punto
nodal de su reflexión filosófica y de su práctica política, por considerar que el con­
trol patriarcal de la sexualidad femenina es la base de su opresión, subordinación y
discriminación. Y se ha centrado en la construcción de la autonomía de las mujeres
en todos los terrenos pero, especialmente, en el de la sexualidad por considerarlo
central en la construcción genérica de las mujeres. En este sentido, el feminismo ha
ampliado las opciqnes de vida para las mujeres pero también para los hombres gays
y las personas transexuales, transgénero y bisexuales.

LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LAS LESBIANAS

Ni la existencia de leyes nacionales, ni la prevalencia de la costumbre pueden nunca justificar


el abuso, los ataques, la tortura y por lo tanto los asesinatos a los que gays, lesbianas, bisexua­
les y personas trans están sujetas por ser como son o ser percibidos como tales. Debido al
estigma que acarrean los temas relativos a la orientación sexual y la identidad de género, la
violencia contra las personas LGTIB queda con frecuencia sin denunciar, sin documentar y
últimamente sin castigar. Raramente provoca debate público e indignación. Este vergonzoso
silencio es el rechazo último al principio fundamental de la universalidad de los derechos.

Las palabras de Louise Albour (Montero, 2007: 7) , Alta Comisionada de Nacio­


nes Unidas para los Derechos Humanos, exponen claramente los principales pro­
blemas de la construcción de los derechos humanos de las lesbianas.
El principal obstáculo para la realización plena de los derechos humanos de
las lesbianas es la lesbofobia, entendida como el mecanismo político de opresión,
IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA 69

dominación y subordinación de las lesbianas en nuestra cultura; el núcleo de la


lesbofobia es el sexismo, en el que se articulan el machismo, la misoginia y la homo­
fobia, articulación que posiciona a las lesbianas fuera del espacio de los derechos
fundamentales. Por ello, desde el feminismo se ha planteado como alternativa a la
lesbofobia la construcción de las lesbianas como sujetas de derechos.
La lesbofobia es un problema social y cultural. Afecta a las lesbianas y al genérico
de las mujeres y debe ser considerada como un delito al que debe corresponderle
una sanción jurídica. La exigencia de igualdad por parte de las lesbianas se inscribe
en los planteamientos feministas de igualdad entre mujeres y hombres. De la misma
manera que, desde el paradigma feminista, se plantea la igualdad entre mujeres y
hombres y no la igualdad con los hombres, las lesbianas plantean la exigencia de
igualdad entre las lesbianas y las personas heterosexuales y no la igualdad con las
personas heterosexuales.
En este sentido, un caso emblemático es la cuestión del matrimonio entre per­
sonas homosexuales: desde el feminismo y el movimiento LGBTITI se ha planteado
la exigencia de ampliar el derecho al matrimonio a las personas del mismo sexo, lo
cual implica la ampliación de un derecho ciudadano a todas y todos los ciudada­
nos de un país, y no la existencia de figuras legales especiales o específicas para las

personas homosexuales que, para ocultar la realidad de la discriminación, acogen


también a personas del mismo sexo: parejas de hecho, sociedades de convivencia,
y otras. Y ello porque la estrategia consiste en otorgar derechos excepcionales a las
y los diferentes que, por su propio carácter, impiden alcanzar la igualdad total de
derechos para todas y todos. En este sentido, el Decreto de Ley español que modi­
fica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio considera que,

la historia evidencia una larga trayectoria de discriminación basada en la orientación sexual,


discriminación que el legislador ha decidido remover. El establecimiento de un marco de
realización personal que permita que aquellos que libremente adoptan una opción sexual y
afectiva por personas de su mismo sexo puedan desarrollar su personalidad y sus derechos en
condiciones de igualdad se ha convertido en exigencia de los ciudadanos de nuestro tiempo,
una exigencia a la que esta ley trata de dar respuesta (Boletín Oficial del Estado, 2 de julio de
2005) .

y establece claramente que · esta modificación tiene como fundamento la propia


Constitución a partir de los principios de "igualdad efectiva de los ciudadanos en el
libre desarrollo de su personalidad"; "la preservación de la libertad en lo que a las
formas de convivencia se refiere" y "la instauración de un marco de igualdad real
en el disfrute de los derechos sin discriminación alguna por razón de sexo, opinión
o cualquier otra condición personal o social" ( imd. ) .
La lesbofobia se construye en la intersección del género y la sexualidad. Afecta
de manera principal a las lesbianas pero pende como amenaza para el resto de las
mujeres; por ello, forma parte de los hechos de violencia contra las mujeres que a
nivel internacional se han definido tanto por los hechos de violencia como por su
amenaza en la vida de las mujeres.
ÁNGELA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

El principal efecto de la lesbofobia en la vida de las mujeres es su invisibilidad


tanto en la vida privada como en la vida política, la cual es una forma de violencia
específica contra las lesbianas. Paralelamente, la visibilidad implica para las lesbia­
nas tener que enfrentar la violencia cuando se afirman positivamente en el mundo;
igualmente, la sospecha de ser lesbianas que recae sobre determinadas mujeres a par­
tir de estereotipos y prejuicios expone a las mujeres al trato machista y misógino, al
fin, violento: los insultos, las amenazas, las burlas, los chistes, la ridiculización, etcé­
tera, son comunes contra las mujeres que se autodefinen como lesbianas, contra las
mujeres homosexuales y contra las mujeres sospechosas de homosexualidad o lesbia­
nismo. Entre estas últimas, las feministas ocupan el primer lugar: es un estereotipo
considerar que todas las feministas son lesbianas, lo cual desde luego no es cierto,
aunque en esta tesis sostengo que sí es cierto lo contrario: que todas las mujeres
que se autoidentifican positivamente como lesbianas son feministas. La identificación
estereotipada entre feminista y lesbiana actúa, como se expuso más arriba, exten­
diendo el estigma a todas las feministas o a mujeres que se consideran próximas al
feminismo a muchas de las cuales, precisamente, la amenaza y la posibilidad del
contagio del estigma lésbico les impide asumirse como tales plenamente. Al mismo
tiempo, la identificación entre feministas y lesbianas tiene como base positiva el he­
cho de que tanto las feministas como las lesbianas comparten una posición crítica
constructiva sobre la condición genérica de las mujeres.
Uno de los ejes fundamentales para lograr la visibilidad de las lesbianas y que, a
su vez, es producto de la visibilidad tanto de las lesbianas como de otras personas
que integran el colectivo LGBTITI, es la legislación; desde esta perspectiva, los cam­
bios legislativos son fundamentales para la erradicación de la lesbofobia. Conjunta­
mente con los avances legislativos tendientes a lograr la igualdad real entre las per­
sonas homosexuales y las heterosexuales, son necesarias acciones concretas en otras
dos esferas para hacer realidad los derechos de las lesbianas: por un lado, políticas
de gobierno y, por el otro, acciones, programas y políticas tendientes a desestructu­
rar la lesbofobia, la discriminación y la desigualdad a nivel social y cultural. Es decir,
se necesitan cambios en todos los niveles (político, jurídico, económico, educativo,
de salud, social y cultural) que construyan una cultura ética y de valores en la que la
diferencia sea considerada una riqueza y no un des-valor de las personas.
Si la lesbofobia se produce en la intersección del género y la sexualidad serán
necesarios avances en ambas dimensiones para erradicar la lesbofobia:

l] como mujeres e s necesario lograr cambios jurídicos, económicos, políticos,


educativos, de salud, sociales y culturales para lograr la igualdad entre mujeres
y hombres y,
2] como lesbianas, son necesarios dichos cambios para lograr la igualdad entre las
lesbianas y las personas heterosexuales.

Por lo anterior, es fundamental que desde el feminismo se articule la exigencia


de los derechos humanos de las mujeres con la exigencia de los derechos especí­
ficos de las lesbianas. Esta última la ubico en dos ejes principales: 1 ] porque es en
IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA

tanto que lesbianas que algunas mujeres no tienen determinados derechos; 2] por
la violencia sexista y lesbófoba que coloca a cada lesbiana en peligro vital constante,
independientemente de su situación particular de vida.
Para ello es necesario, por un lado, ampliar los espacios para las mujeres de tal
manera que su presencia se constituya en norma y no en excepción; por el otro,
establecer todo tipo de alianzas políticas y, concretamente, alianzas entre el femi­
nismo amplio y las lesbianas, alianzas basadas en la igualdad entre las mujeres, en
el reconocimiento de las diferencias y semejanzas entre ellas y en los problemas
comunes a todas. Desde mi perspectiva tratar los derechos de las lesbianas significa
abordar lo que se consideran derechos específicos como son legislaciones concretas
que den todos los derechos ciudadanos a las lesbianas y, al mismo tiempo, analizar
los obstáculos que encuentran las lesbianas para el ejercicio de sus derechos en los
marcos legales vigentes.
La desigualdad real de las lesbianas se corresponde con la desigualdad real de
las mujeres y, de ahí, la exigencia feminista de igualdad real de todas las mujeres.
En el caso de las lesbianas planteo que el proceso de consecución de la igualdad
tiene su especificidad. Las lesbianas sufren, al menos, una doble desigualdad, discri­
minación y opresión: como mujeres y como lesbianas. Al mismo tiempo, hay leyes
federales y locales que son importantes avances para el logro de la igualdad, la erra­
dicación de la discriminación, y la ampliación de algunos derechos chiles a quienes
integran la comunidad LGBTITI. A partir de lo anterior, es posible concebir que se
amplíen determinados derechos a las personas homosexuales -que incluyen a las
lesbianas en tanto que tales-- pero seguirá habiendo lesbofobia porque las lesbia­
nas -en tanto que mujeres-- seguirán estando en posición política de desigualdad
con los hombres. La eliminación de la desigualdad de género, de la discriminación,
la erradicación de la violencia contra las mujeres y la constitución del género y de
cada mujer en sujeta de derechos, son elementos imprescindibles para lograr la
eliminación de la lesbofobia y el sexismo con sus dos columnas vertebrales: el ma­
chismo y la misoginia.
La exigibilidad de los derechos humanos de las lesbianas y el análisis de las viola­
ciones a los mismos deben hacerse desde la perspectiva feminista ya que es la única
que nos permite analizar que estas violaciones tienen una especificidad de género:
los derechos humanos de las mujeres lesbianas son violados porque las sujetas del
derecho son mujeres y lesbianas. Por lo mismo la construcción de derechos huma­
nos específicos y su defensa deben tener también un carácter de género que atien­
da a la especificidad de las violaciones. Por ejemplo, son muchos los estudios que se
han realizado por violaciones al derecho humano a no sufrir torturas ni vejaciones,
mismas que han demostrado que las mujeres, al mismo tiempo que son sometidas a
actos de tortura comunes con los hombres, son sujetas de hechos de violencia con­
siderados como tortura por los mecanismos internacionales de derechos humanos
como son las violaciones sexuales.
En el caso de las lesbianas, los análisis feministas de los derechos humanos de las
mujeres son nodales ya que visibiliza uno de los ejes fundamentales para las violacio­
nes de sus derechos humanos: la superación de la división entre los ámbitos público
72 ÁNGELA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

y privado, ya que muchas de estas violaciones ocurren en el ámbito privado, y son


invisibilizadas en la concepción tradicional de los derechos humanos que considera
como violaciones a los derechos humanos únicamente las que se producen en el
ámbito público.

Las nociones convencionales de responsabilidad del Estado pasan por alto el hecho de que
la mayoría de los gobiernos han demostrado su permanente incapacidad para intervenir
cuando se violan los derechos humanos de las mujeres -por ejemplo, en la violencia domés­
tica-; esta negligencia sistemática por parte del Estado, unida a la invocación de la santidad
de la familia y de la esfera privada, sirven para legitimar el abuso. Finalmente, los organismos
de derechos humanos pueden ocuparse en forma significativa de las violaciones a los dere­
chos humanos de las mujeres sólo si los derechos económicos, sociales y culturales se ponen
a la par de los derechos civiles y políticos (Negroni, 1 999: 229) .

Si partimos del hecho de que el Estado es el garante de los derechos humanos


de las mujeres, la inacción del Estado en garantizar estos derechos es una falta
flagrante a los compromisos internacionales contraídos por el Estado mexicano
al signar los instrumentos internacionales de los derechos humanos y de los dere­
chos humanos de las mujeres en lo particular, de manera principal la Convención
para la Eliminación la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación Contra la Mujer1 (CEDAW, por sus siglas en inglés) y la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer
(Convención de Belém do Pará) .2 Estos instrumentos internacionales establecen
que tanto la comisión como la omisión de determinadas obligaciones hacen al Esta­
do responsable de la violación de los derechos humanos de las mujeres.
En la violación de los derechos humanos de las lesbianas se da la confluencia de
la violación de sus derechos como mujeres y como lesbianas. Al respecto, es dificil
conseguir datos oficiales sobre estas violaciones precisamente por la invisibilidad
social y cultural de las lesbianas. Por ejemplo, en México, no tenemos datos acerca
de cuántas lesbianas son discriminadas en sus trabajos por ser lesbianas; la CEDAW
establece en su artículo 1 1 que "Los Estados Parte adoptarán todas las medidas
apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la esfera del em­
pleo". Se entiende que no sólo las mujeres heterosexuales son discriminadas labo­
ralmente; muchas lesbianas son discriminadas laboralmente en tanto que mujeres
y algunas los son también por ser lesbianas. Pero en este último caso, la lesbofobia
actúa como impedimento para que las mujeres lesbianas denuncien. Al respecto el
Diagnóstico sobre la situación de /,os derechos humanos en México realizado en el año 200 3

1 Adoptada y abierta a la firma y ratificación, o adhesión, por la Asamblea General en su resolución


34/ 1 80, de 18 de diciembre de 1 979.
2 Aprobada por la Asamblea General Extraordinaria de la Comisión Interamericana de Mujeres y por
la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos ( OEA) el 9 de junio de 1 994. México
la adoptó en la misma fecha y la ratificó el 1 2 de noviembre de 1 996; entró en vigor el 12 de diciembre
de 1998.
IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA 73
por la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos señala:

La preferencia sexual o de género no es, legalmente, una causal de rescisión de contratos,


pero durante las consultas realizadas para la elaboración de este Diagnóstico una queja
constante fue su utilización para hacer despidos injustificados. En algunos casos se justifi­
can los despidos con el artículo 47 de la Ley Federal del Trabajo, que incluye el ambiguo
término de "actos inmorales" cometidos por el empleado dentro del trabajo. Como es una
causalidad casi imposible de demostrar, los agraviados desisten de entablar juicios ( 2003:
1 83) .

Es de notar que el Diagnóstico no hace mención alguna de la situación de los


derechos humanos de las lesbianas en el capítulo 5 dedicado a los Derechos humanos
de las mujeres.

VISIBILIDAD SIN VIOLENCIA, CON SEGURIDAD Y LIBERTAD

Desde mi perspectiva, una de las alternativas feministas contemporáneas funda­


mentales para la erradicación de la lesbofobia se concreta en la exigencia de vi­
sibi.lidad sin vio/,encia, con segu ridad y libertad. Esta propuesta aúna, por un lado, los
planteamientos amplios feministas relativos a la violencia de género contra las mu­
jeres y, por el otro, los planteamientos específicos de las lesbianas que consideran la
visibilidad de las lesbianas como el punto nodal de su opresión.
La violencia que viven las lesbianas es, desde luego, específica y en muchas oca­
siones más dificil de reconocer y de combatir por la invisibilidad de las mujeres, por
la reclusión de la violencia en el ámbito privado y por la misma lesbofobia que con­
sidera que la violencia contra las lesbianas está justificada como forma de control y
de opresión a las mujeres por salirse de su condición genérica. Amnistía Internacio­
nal en su informe Crímenes de odio, conspiración de si/,encio. T<rrtura y malos tratos basados
en /,a identidad sexual considera que todas las formas de violencia homófoba tienen

en común la ignorancia y los prejuicios que alberga la sociedad y que se traducen


en esta violencia, en la discriminación y la represión oficiales que la propician, y en
la impunidad que la sostiene. (200 1 : 1 6)
En este último punto Radicka Coomaraswamy, relatora especial sobre la Vio­
lencia Contra las Mujeres de la Organización de Naciones Unidas ha señalado: "Si
se considera que la conducta sexual de una mujer es inapropiada con arreglo a
los cánones comunitarios, esa mujer puede ser castigada [ . . ] . En la mayoría de las
.

comunidades, la opción de la mujer en materia de actividad sexual se limita al ma­


uimonio con un hombre de la misma comunidad. La mujer que elige un camino
desaprobado por la comunidad, ya sea mantener relaciones sexuales con un hom­
bre sin estar casada, o mantener esas relaciones con personas ajenas a la comunidad
étnica, religiosa o clasista, o que expresa su sexualidad mediante formas distintas de
74 ÁNGEIA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

la heterosexualidad suele ser víctima de violencia y tratos degradantes. " (Amnistía


Internacional, 2004)
En el caso de las lesbianas, se da la interseccionalidad (Amnistía Internacional,
2004: 86) o interrelación entre el machismo, la misoginia y la lesbofobia resultando
en que la homosexualidad masculina suele estar prohibida en las leyes nacionales;
en muchos países se supone que la sexualidad de la mujer no necesita una regu­
lación legal. En numerosas sociedades, la sexualidad de las mujeres, incluidas las
lesbianas, que eligen ejercitar la autonomía sobre sus cuerpos, está controlada y
reprimida por medio de la violencia en lo que se llama esfera "privada" del hogar
y la comunidad. Esto a veces adopta la forma de abusos como la violación o pali­
zas brutales que, si son cometidos por funcionarios públicos, serían reconocidos
claramente como tortura. Pero el hecho de que estos actos los cometan ciudada­
nos particulares en lugar de agentes estatales no exime a las autoridades de su res­
ponsabilidad: puede pedírsele responsabilid ad al Estado, en virtud de las normas
internacionales de derechos humanos, cuando estos abusos persisten debido a la
complicidad, la aquiescencia o la falta de la debida diligencia de las autoridades.
(Amnistía Internacional, 200 1 : 1 7)
Los abusos y la violencia contra las lesbianas suelen ocultarse tras un velo de
silencio, miedo e indiferencia. Silencio de quienes la sufren por miedo a un mayor
maltrato en caso de denunciarla lo cual redunda en falta de denuncias; indiferen­
cia de muchas autoridades ante este tipo de violencia alegando que "son asuntos
'privados' que se salen de su jurisdicción o una consecuencia inevitable de los actos
de la propia víctima. La aquiescencia oficial propicia la violencia contra los gays,
lesbianas bisexuales y transexuales" (Amnistía Internacional, 200 1 : 1 7) .

COMENTARIOS FINALES

Las investigaciones realizadas en la academia, y que tienen como objetivo político


contribuir a la desestructuración y eliminación de la lesbofobia, son valiosos recur­
sos para las personas que son sujetas de la investigación y, al mismo tiempo, pueden
constituirse en herramientas para legislar y diseñar políticas de gobierno. En temas
como el lesbianismo las investigaciones antropológicas -por los propios intereses
disciplinarios- y la antropología feminista --con su particular construcción teórica
y metodológica-, pueden contribuir a desestructurar un conjunto de mitos cultu­
rales que, en la actualidad, sirven de base para la discriminación de las lesbianas
y la negación de sus derechos como humanas. Al respecto, son temas básicos la
violencia contra las mujeres lesbianas, las leyes sobre parejas de hecho, sociedades
de convivencia (México) y matrimonio entre personas homosexuales, las batallas
legales por la custodia de las hijas e hijos de madres lesbianas y la adopción.
Planteo hipotéticamente que en una sociedad donde la diferencia sea parte
constitutiva de la misma no serán necesarios procesos develatorios de las personas
y, por ende, primarán la diversidad individual y colectiva. Así, lo que considero un
IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA 75
problema social y político que debe afrontarse por el bien total de la sociedad -y
no sólo por el de las personas homosexuales-- son las manifestaciones del estig­
ma, de la diferencia lésbica convertida en desigualdad que permite y sanciona la
discriminación y la violencia. Y, más aún, el establecimiento -a partir de dicho
mecanismo- de la violencia y la discriminación como "naturales", "evidentes", "ló­
gicas". La apelación a la naturaleza y lo natural implica que lo que es considerado
"natural" no requiere de explicaciones sociales o políticas: es algo dado, inevitable
e incuestionable, lo cual pone en entredicho la posibilidad de construcción de una

sociedad democrática, igualitaria y justa.


La existencia de discriminación y violencia sistemáticas en numerosos espacios
sociales en contra de lesbianas y gays hace que las mismas dejen de ser un asunto
privado y se constituyan en un asunto público. Como tal, responsabilidad de todas y
todos. La lesbofobia afecta al conjunto de la sociedad en tanto que violencia contra
las mujeres y atentado a sus derechos humanos y, en lo individual, porque afecta a
las lesbianas y al conjunto de personas que se relacionan afectiva-amorosa-vitalmen­
te con ellas. La lesbofobia, así como la homofobia, afectan de manera directa, en
primerísimo lugar, a mujeres lesbianas y hombres gays y homosexuales. Pero tam­
bién de manera importante a las familias de estas mujeres y hombres en dos líneas
principales: a sus familias de origen y a las familias que fundan. Las lesbianas que
son madres enfrentan una triple estigmatización: como mujeres, como lesbianas y
como madres; se aunará una cuarta estigmatización en el caso de que las mujeres se
autoidentifiquen como lesbianas feministas.
Los estereotipos sociales y los prejuicios hacia las personas homosexuales consi­
deran que la homosexualidad es incompatible, contradictoria y excluyente, de la
maternidad y la paternidad; es por ello que existe la percepción de que las familias
lésbicas y gays no son legítimas. En el caso de las lesbianas estos estereotipos y pre­
juicios están directamente anclados en la concepción biologicista de la mate rnidad
que considera, por un lado, la necesidad de la relación erótica para la concepción;
por el otro en la ideología que sostiene que sólo las mujeres que paren son madres.
Lo anterior implica que, socialmente, en una pareja lésbica sólo se considera como
madre a la mujer que ha parido y la comadre -esto es, la mujer que no ha parido
pero que se autoidentifica como madre de la criatura- no tiene reconocimiento
social ni jurídico alguno. En los casos en que las mujeres son madres a través de
procesos de inseminación asistida o in vitro se une la estigmatización religiosa que
no considera estos métodos como legítimos.
Por último, la consideración de las relaciones lésbicas como a-normales e in­
sanas, la percepción prejuiciada de que las lesbianas son menos maternales y la
consideración de que una familia formada por dos mujeres es más inestable y po­
tencialmente peligrosa para las niñas y los niños, influye en muchos casos de di­
vorcio y custodia para mujeres que han sido madres en relaciones heterosexuales y
enfrentan procesos legales.
También las amistades de las muj e res son afectadas por la lesbofobia; sobre todo,
las femeninas porque el contagio es, en primer lugar, de mujer a mujer. Por ello, las
amistades y las relaciones más inmediatas objetivo de la lesbofobia son las mujeres
ÁNGEI.A GUADALUPE ALFARACHE LORENZO

del movimiento feminista. Así, "lesbiana" emitido como insulto, susurrado a media
voz, sugerido sutilmente, preguntado directamente, es punto de quiebre para algu­
nas mujeres feministas. La lesbofobia con sus consecuencias de aislamiento, invisibi­
lidad, silencio, miedos y violencia son los elementos centrales de la opresión de las
lesbianas. De la misma manera que la violencia de género contra las mujeres es un
atentado a sus derechos humanos y un impedimento para el goce de los mismos, la
lesbofobia implica un ate ntado a los derechos humanos de las mujeres en tanto que
lesbianas y es el principal obstáculo para que gocen de los mismos por la exclusión
del espacio de los derechos.
La violación de los derechos humanos de las lesbianas tiene como punto de par­
tida la falta de reconocimiento político, jurídico, social y cultural de la dignidad de
las lesbianas, de sus opciones sexuales y de sus elecciones vitales. La violación de
los derechos humanos de las mujeres constituye una amenaza y un impedimento
para la democracia porque implica la falta de respeto a la dignidad, la libertad y la
igualdad de las lesbianas en el país y en el mundo.

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TEORÍAS POSCOLONIALES Y LECTURAS ANTROPOLÓ GICAS SOBRE
FEMINISMOS, GÉNERO Y MERCADO DEL SEXO EN BRASIL

ADRIANA PISCITElll *

INTRODUCCI Ó N

Ella Shohat (200 1 ) afirma que las ideas viajan todo el tiempo, en direcciones múl­
tiples, observando que es interesante considerar por qué ciertas ideas de o tro lugar
son recibidas en un determinado contexto y otras no. De acuerdo con la autora, la
recepción de una idea, de un discurso, dice mucho sobre el proceso de traducción
como un espacio disputado, negociado. En este texto reflexiono sobre algunos aspec­
tos del pensamiento feminista brasileño considerando la circulación y traducción de
teorías poscoloniales. Tomo como referencia los textos antropológicos publicados
en dos importantes periódicos académicos brasileños, la Revista Estudos Feministas y
Cademos Pagu, prestando particular atención a los artículos sobre mercado del sexo.
El interés por las teorías poscoloniales se debe a que esas perspectivas son con­
sideradas particularmente fértiles para las feministas del 'Tercer Mundo". Uno de
los aspectos destacados de la crítica poscolonial es que desafia formas establecidas
de análisis cultural al criticar el proceso de producción de conocimiento científico
que reproduce la lógica de la relación colonial (Costa, 2006) . Otro de esos aspectos
es que, al iluminar las interconexiones entre producción cultural y aspectos vincu­
lados a raza, nación e imperio, contribuye para minar la c oncepción tradicional
de fronteras disciplinares (Moore-Gilbert, 1997) . La vinculación entre feminismo
y teorías poscoloniales no ha estado exenta de tensiones, 1 pero tuvo efectos im­
portantes en el pensamiento feminista porque ofreció elementos para analizar las
articulaciones entre género, raza, etnicidad y nacionalidad y para rechazar formula­
ciones del feminismo "occidental", particularmente la producción de imágenes de
"mujer del Tercer Mundo" (Mohanty, 1 99 1 ; Mufti e Shohat, 1 997) .
Propongo analizar los efectos de la circulación de teorías poscoloniales en la
producción feminista en Brasil a partir de los textos antropológicos que circulan
en esas revistas debido a la relevancia de la antropología en la constitución de los
estudios feministas en Brasil y a la influencia de las publicaciones periódicas en la
organización de ese campo de conocimiento en el país (Vessuri, 1 987; Velho, 200 1 ;
Lopes, 2002; Lopes y Piscitelli, 2005) . Los periódicos escogidos, por su antigüedad

* Universidade Estadual de Campinas.


1 Vale observar que las criticas feministas objetaron líneas de trabajo de autores que ignoran el

género y que, al operar con presupuestos homogeneizantes, aplanan la multiplicidad de experiencias y


diferencias históricas en las relaciones de poder entre países y regiones del mundo (MacKlintock, 1 992) .

[77]
78 ADRIANA PISCITEW

y relevancia, ofrecen un espacio privilegiado para reflexionar sobre la circulación y


traducción de teorías. Analizándolos, mi principal argumento es que las teorías pos­
coloniales muestran cierto impacto en la literatura antropológica feminista y que
analiza las relaciones de género en Brasil. Sin embargo, ese impacto es más visible
en la lectura crítica de las definiciones de cultura nacional, con raíces coloniales,
formuladas en y sobre el Brasil y en el análisis de cómo los procesos de transnacio­
nalización afectan identificaciones marcadas por género, raza, clase, sexualidad y
nacionalidad que en las discusiones sobre feminismos.
Este texto está dividido en cuatro secciones. En la primera, hago algunos co­
mentarios sobre la antropología en diálogo con el feminismo en el Brasil y en los
periódicos analizados. En la segunda y tercera partes considero cómo las teorías
poscoloniales se sitúan en esa producción y, particularmente, en los análisis sobre
mercado del sexo. Concluyendo, reflexiono sobre las tensiones presentes en la an­
tropología que incorpora elementos de la crítica poscolonial y versiones del debate
feminista internacional en contextos brasileños.

FEMINISMO Y ANTROPOLOG ÍA EN BRASIL

Las discusiones sobre la producción académica feminista en América Latina con­


sideran que Brasil es uno de los países de la región en los que los estudios feminis­
tas se han consolidado hace más tiempo. La producción brasileña, cuyos trabajos
pioneros datan de la década de 1 970, adquirió legitimidad en el medio académico
de manera relativamente rápida (Correa, 1 984; Goldberg, 1 989) . Esa aceptación es
atribuida a características particulares de las relaciones entre movimiento feminista
y academia en el país. El contexto en el que se desarrolló el feminismo brasileño
a partir de la década de 1 970, marcado por el peso de la dictadura militar, incidió
en que su orientación estuviese articulada al discurso dominante de las izquierdas
y fuera relativamente moderado en lo que se refiere a la confrontación entre los
sexos (Moraes, 1 996; Sarti, 200 1 ) . En el momento en que el movimiento de mujeres
adquiría visibilidad en el Brasil, en la mitad de la citada década, muchas activistas
y simpatizantes ya estaban trabajando en el ámbito académico (Correa, 1984; Heil­
born e Sorj, 1 999) .
En los años ochenta se diseminaron los centros universitarios de investigación
sobre mujer y género (Costa y Bruschini, 1 99 1 ) . En ese periodo, la temática de la
mujer fue incorporada en prestigiosos congresos de ciencias sociales y hubo un
aumento considerable de inv.estigaciones, disertaciones y tesis con orientación fe­
minista (Heilborn y Sorj, 1999; Heilborn, 1992) . Las décadas de 1 990 y 2000 fueron
palco de la consolidación y ampliación del campo de estudios, un proceso en el
que contribuyeron las agencias internacionales de financiamiento, especialmente
la Fundación Ford que apoyó diversos programas de investigaciones sobre la mujer.
Paralelamente, las agencias brasileñas de financiamiento académico comenzaron a
apoyar investigaciones en el área.
TEORÍAS POSCOLONIALFS Y LECTURAS ANTROPOLÓGICAS 79
A partir de inicios de la década de 1 990, el surgimiento de programas de estudio
con concentración en el área de género, la profusión y regularidad de los congresos
y seminarios centrados en estos estudios y la aparición de importantes periódicos
académicos son expresión de la consolidación del campo. Las revistas que conside­
ro aquí, incluidas en indexadores internacionales y situadas en niveles equivalentes
a los de las mejores publicaciones brasileñas, integran el Scielo, biblioteca electróni­
ca on-line, que incluye prestigiosos periódicos de diversos países.
En Brasil, como en otros países, la discusión feminista ha sido eminentemente
interdisciplinaria. Pero algunas disciplinas se destacaron en ciertos momentos. Los
trabajos pioneros fueron escritos en el ámbito de la sociología, centrados en las
áreas de trabajo y educación y en los aspectos jurídicos y formales considerados de­
terminantes de la condición femenina (Goldberg, 1989) . El peso de la antropología
alimentada por el feminismo pasó a sentirse a partir de finales de la década de 1970.
Los trabajos antropológicos cubrieron una diversidad de temáticas (Heilborn y
Sorj, 1999) . Para señalar algunas, cito los estudios sobre la organización del feminis­
mo en el país (Pontes, 1 986; Grossi, 1988) ; sobre relaciones familiares, incluyendo
aspectos vinculadas a la violencia conyugal (Correa, 1 98 1 , 1 982; Grossi, 1 988; Gre­
gori, 1 993) ; relaciones de trabajo (Stolcke, 1 984) ; conformación y reproducción
social de élites (Piscitelli, 1 989) ; domesticidad (Silva, 1 989) ; relaciones entre patro­
nas y empleadas domésticas (Kofes, 1 984) sexualidad, entre adultos y entre jóvenes
heterosexuales (Heilborn, 1 984) ; homosexualidades (Fry, 1 982; MacRae, 1 986) ;
aborto (Di Giovanni, 1 983) y prostitución, femenina (Bacelar, 1982; Gaspar, 1 985)
y masculina (Perlongher, 1 987) .
La popularidad de la antropología en esta área ha sido explicada considerando
que históricamente la disciplina se preocupa con temas que han sido importantes
para la discusión feminista, como familia, papeles sexuales, división del trabajo y or­
ganización del cotidiano (Heilborn y Sorj , 1 999) . Al mismo tiempo, no toda esa pro­
ducción es considerada feminista: los balances de la producción de la antropología
feminista (primero de la mujer y después del género) de la década de 1 980 trazan
una línea divisoria entre los trabajos que analizan una u otra de estas temáticas dis­
cutiendo problemas relevantes para la antropología y considerando exclusivamente
bibliografia antropológica, y los que lo hacen en un diálogo con las inquietudes y la
producción feministas (Heilborn, 1 992) .
¿Qué lugar tiene esa producción en los periódicos feministas aquí examinados?

ANTROPOLOGÍA EN LAS REVISTAS

La Revista Estudos Feministas y los Callemos PAGU nacieron en 1992 y 1993, respecti­
vamente. En un primer momento, presentaban diferencias significativas. El grupo
editorial original de la Revista Estudos Feministas estaba integrado por feministas de
diversas partes del país. La revista tenía sede y editores rotativos y su propuesta era
difundir el conocimiento más avanzado en el área de estudios feministas y servir
80 ADRIANA PISCITEW

como canal de expresión de los movimientos sociales de mujeres. Con este obje­
tivo, la revista publicaba un dossier, con textos cortos, de autoras del movimiento,
en cuanto el resto de la revista tenía un perfil más académico (Maluf, 2004; Diniz y
Filtran, 2004) .
Los Cademos PAGU, creados por un colectivo académico, siempre estuvieron vin­
culados a un centro de investigación universitario. Las secciones de debate y dos­
siers de esta revista tuvieron, desde el inicio, un perfil académico. A partir de 1999,
la Revista Estudos Feministas acabó vinculándose, por razones operacionales, al Insti­
tuto de una universidad y, paralelamente, alteró sus características originales.
En la actualidad, las dos publicaciones comparten varios aspectos. Parte de los
Consejos Consultivos está integrado por las mismas personas y en los comités edi­
toriales de las dos revistas es notable la presencia de antropólogas. Según estudios
analíticos hechos en 2004, hasta ese momento la mayor parte de las autoras que
publicaron en las dos revistas provenían de las ciencias sociales, incluyendo antro­
pología, sociología o ciencias sociales. 2
Pensar cómo los textos elaborados en una perspectiva antropológica publicados
en ambas revistas dialogan con las teorías poscoloniales exige considerar los temas
abordados y los referenciales teóricos que utilizan. Una lectura de los textos escritos
en Brasil es sugestiva en diversos sentidos. Son aproximadamente 1 30 trabajos, ma­
yoritariamente escritos por mujeres (la participación masculina es reducida) , que
posibilitan percibir concentraciones temáticas.
Parte significativa de los textos está vinculada a contextos urbanos, apenas una
porción reducida trata de estudios desarrollados en ámbitos rurales o en la floresta.
Paralelamente, la producción cultural es objeto de análisis en parte importante de
los trabajos, en los que se analiza la obra de pensadoras feministas y pensadores
sociales, literatura, incluyendo ficción y poesía y material producido por los me­
dios: radio, medios impresos (periódicos y revistas) , fotografía, televisión, cine y el
ciberespacio
Los dos temas principales tratados por los textos antropológicos en las revistas
son feminismo y sexualidad. Los artículos sobre feminismo tratan del desarrollo his­
tórico del pensamiento feminista, particularmente en Brasil, discuten influencias
teóricas del pensamiento feminista internacional, re-visi taii formulaciones antropo­
lógicas a la luz de teorías feministas y discuten la composición del campo de estu­
dios feministas y de género en Brasil, considerando la relevancia de publicaciones
feministas en la constitución de ese campo.
En lo que se refiere a la sexualidad, la creación de las revistas coincide con un
momento de expansión de esos estudios en Brasil ( Heilbom y Barbosa, 2003) . Du-

• En la Revista Estu.dos Feministas las autoras provenientes de antropología, sociología o ciencias socia­

les, eran seguidas por las que trabajan en el ámbito disciplinar de historia, letras, literatura y educación
(Diniz y Foltran, 2004 ) . En los Cadernos PAGU, en 2004 , los textos de antropólogas concentraron 32% de
la producción, seguida por historia (23% ) , sociología ( 2 1 % ) , teoría literaria y lingtiística (9% ) , filosofia
( 4% ) , educación (3% ) , psicología (2% ) . Otras áreas disciplinares concentraban apenas 1 % de la pro­
ducción -biologia, geografia, informática, periodismo, ciencia política, medicina, química.
TEORÍAS POSCOWNIALES Y LECTURAS ANTROPOLÓGICAS

rante la década de 1 990 las revistas publicaron una profusión de dossiers y artículos
sobre mujeres y derechos reproductivos, incluyendo sus nexos con el SIDA. En este
contexto, marcado por los debates internacionales sobre el control de la población
y las luchas del movimiento de mujeres por la legalización del aborto y la elección
consciente de métodos anticonceptivos, diversas antropólogas publicaron textos
sobre aborto y nuevas tecnologías de reproducción. En este marco destacaron los
trabajos sobre masculinidad.
A partir del inicio del año 2000, los temas de sexuatidad discutidos por las an­
tropólogas varían de manera notable. Conjuntamente con la emergencia de textos
dedicados a homosexualidades, a problemáticas como travestismo e intersexuali­
dad, emergen reflexiones sobre erotismo, sadomasoquismo, fetichismo y aparecen
reflexiones y resultados de estudios sobre prostitución, turismo sexual y tráfico de
seres humanos, temas que apenas se esbozaban en la década de 1 990.
Las demás áreas de concentración son diversificadas. El parentesco es re-visitado
en nuevas lecturas. Varios trabajos sobre parentesco inspirados por las discusio­
nes feministas analizan el tema en sociedades "complejas", incluyendo parentesco y
también parentalidad entre homosexuales. Entre las áreas tratadas por las antropó­
logas se destacan también el curso de vida (vejez, juventud, infancia) , violencia de
género, participación de las mujeres en la esfera política, religión y moda, el análisis
de aspectos vinculados a la formación de la nación y a nacionalidad y las nuevas
emigraciones internacionales, algo nuevo en Brasil donde hasta hace poco tiempo
las discusiones se centraban en inmigración.
Las líneas teóricas seguidas en los textos, visibles en las citaciones y en las mane­
ras de abordar los problemas de investigación, completan este cuadro posibilitando
percibir ciertas especificidades de la antropología en diálogo con el feminismo.
Como en otros países "no centrales", la antropología producida en Brasil se ali­
menta de diferentes tradiciones: francesa e inglesa y, en los últimos años, también
la antropología producida en Estados Unidos y, de manera más incipiente, en Por­
tugal y España. s El análisis de los temas tratados muestra un diálogo ecléctico con
autores clásicos de la antropología de diferentes tradiciones y con bibliografia más
reciente, "deconstructivista". En eI conjunto de las discusiones, las referencias a
feministas que trabajan el exterior se concentran en autoras que trabajan en países
anglosajones, seguidas por autoras que desarrollan trabajo académico en Francia.
Al mismo tiempo, se utiliza intensamente literatura antropológica y feminista pro­
ducida en Brasil.
Los textos no dialogan con la misma intensidad con el referencial teórico femi­
nista. Sin embargo, son pocos los artículos que no manifiestan vinculación directa
con inquietudes o con propuestas analíticas feministas. Algunos trabajos dialogan
con la antropología y sociología clásicas, pero señalando y profundizando puntos

' Eso es perceptible en textos que frecuentemente citan autores como Mauss, Lévi-Strauss, Dumont,
Bourdieu, Francoise Héritier, Mary Douglas, Joana Overing, Marilyn Strathem, Margaret Mead, Mars­
hall Sahlins, Clifford Geertz, David Schneider, Csordas y Crapanzano, Verena Stolcke, Joao Pina Cabral
y Miguel Vale de Almeida.
ADRIANA PISCITELLI

relevantes en las discusiones feministas. Otros discuten poca bibliografia feminista


y, no obstante, articulan vigorosamente género a otras diferenciaciones, raza, clase,
nacionalidad, en análisis políticos que muestran las desigualdades que afectan, so­
bre todo, a las mujeres y a los aspectos sociales marcados por la feminización.
La mayoría de los textos analiza relaciones de poder, mostrando cómo ellas tra­
zan significativas diferencias entre mujeres; cómo inciden en el lugar inferior con­
cedido a las mujeres (y lo femenino) en la conformación de campos de conocimien­
to; cómo el género interfiere de manera diferenciada en procesos de exclusión
social y también en las intervenciones médicas en los cuerpos, no sólo de mujeres,
sino también de personas con genitales considerados ambiguos. Al mismo tiempo
es necesario reconocer que, incorporando la categoría género, aproximadamente
10% del total de textos escritos por antropólogos ( as) presentan análisis relacionales
de interacciones entre hombres y mujeres o entre nociones de feminidad y mascu­
linidad, pero desvinculados de análisis políticos.
Qué relación mantiene esta producción con las teorías poscoloniales?

CRÍTICA FEMINISTA, TEO RÍAS POSCOLONIALES Y ANTROPOLOGÍA

A partir del final de la década de 1 990 las revistas difundieron, mediante traduccio­
nes y entrevistas, ideas de feministas poscoloniales. Entre 1 999 y 2006 los periódicos
publicaron entrevistas con Mary Louise Pratt y Ella Shohat, además de textos de esa
última autora, de Gayatri Spivak, Anne McK.lintock, Avtar Brah, Inderparl Grewal y
Careo Kaplan. Este conjunto de trabajos ofreció a las lectoras un mosaico significa­
tivo de ideas presentes en esas líneas de pensamiento.
Esos textos presentan nociones asociadas a lugares de encuentros entre dife­
rencias y desigualdades y afirman la relevancia de trabajar de manera relacional,
observando que las comunidades no pueden ser pensadas de manera aislada pues
todas las historias y geografias están mutuamente implicadas, no apenas en el ac­
tual mundo globalizado sino a partir del colonialismo (Costa e Diniz, 1 999; Maluf
e Costa, 200 1 ) . Esos trabajos examinan el imperialismo y el racismo imperial, como
parte crucial de la representación cultural de las sociedades imperiales (Spivak,
2002; MacK.lintock, 2003) . A estas formulaciones se adiciona la preocupación por
trabajar con la idea de interseccionalidad, que va más allá de las relaciones entre
género, raza y clase, incluyendo las estratificaciones con base en la nacionalidad y
vinculadas a los efectos del nacionalismo (Bacchetta, Campt, Grewal, Kaplan, Moa­
llem, Ferry, 200 1 ; Maluf e Costa, 2001 ) .
En estos trabajos, la idea de diferencia se amplía, con atención para las relacio­
nes entre diversas comunidades no blancas y entre diversos racismos en contextos
específicos y se toma más compleja, vista como forma discursiva que puede pos­
tular fronteras ftjas e inmutables pero también puede aparecer como relacional,
contingente y variable, sin necesariamente ser un marcador de jerarquía y opre­
sión (Shohat, 2002; Brah, 2006) . Y esos textos llaman la atención para las nego-
TEORÍAS POSCOLONIALES Y LECTURAS ANTROPOLÓGICAS

ciaciones sobre los límites del poder, explorando tensiones entre limitaciones y
agencia social desafiando posiciones fijas y relaciones lineares entre sumisión y
dominación (McKlintock, 2003) . Finalmente, esos trabajos observan la necesidad
de ampliar la definición de feminismo para incluir todo tipo de luchas por los de­
rechos de las mujeres, sin dejar de prestar seria atención a las incompatibilidades,
en términos de prioridades, entre feminismos, del Norte y del Sur (Shohat, 2002;
Costa e Diniz, 1 999) .
En la producción de autoras brasileñas publicadas en las revistas, las alusiones a
las discusiones poscoloniales aparecen con particular intensidad en las discusiones
sobre feminismos. Ese referencial teórico alimenta textos de autoras formadas en
diferentes disciplinas, que hacen sus doctorados en universidades de Estados Uni­
dos o trabajan en Brasil después de haberlos concluido (Costa, 1 994; Santos, 1995;
Azeredo, 1 998) . Son textos que muestran la inquietud suscitada por sus posiciones
como latinoamericanas en el mundo académico de Estados Unidos y por los luga­
res que ocupan en Brasil, como agentes centrales en el tránsito de teorías entre
lugares (Santos, 1995; Costa, 1998; 2003) . El referencial teórico poscolonial circula
también en textos de investigadoras extranjeras que hacen sus trabajos de campo
en Brasil (Thayer, 1 999) .
Algunos de estos textos establecen un diálogo básicamente con literatura pro­
ducida en Estados Unidos (Costa, 2002) . Otros, en uno de los movimientos más
interesantes de uso de estas teorías, reflexionan, a la luz de ellas, sobre conceptos
centrales en el pensamiento feminista brasileño y sobre los aspectos necesarios para
construir feminismos en el Tercer Mundo (Schmidt, 2Q04) . Finalmente , otros las
utilizan para trazar comparaciones entre feminismos (en Estados Unidos, Canadá e
Inglaterra y en Brasil) , con especial atención para los escritos de feministas negras
que luchan contra el racismo en Brasil (Azeredo, 1998; Caldwell, 2000) .
Un aspecto importante del trabajo de algunas autoras "en tránsito" entre Estados
Unidos y Brasil es que no siempre muestran un esfuerzo sustancial para llevar seria­
mente en cuenta con la producción vinculada a los temas que estudian en Brasil.
En este movimiento, la insistencia de referenciales creados en países del "centro"
{aunque hayan sido creadas por feministas del Tercer Mundo que trabajan en esos
países) para "mejorar" la producción realizada en Brasil incide en que la lógica
de la relación colonial parezca reproducirse. En ese esfuerzo comparativo muchas
veces se destacan las "faltas" en la producción feminista en Brasil y se llega a convo­
car abiertamente a las brasileñas a inspirarse en el trabajo de feministas en Estados
Unidos para suplirlas, tratando de las diferencias de raza, género y clase (Azeredo,
1994) . Ese movimiento provoca incomodidades en parte de las feministas "locales",
que muchas veces rechazan el lenguaje de las lecturas poscoloniales.4

' Sin embargo, es necesario observar que algunas feministas brasileñas, que también "transitan" entre
Norte y Sur, hacen uso de nociones caras a las teorías poscoloniales, como localización y transcultura­
ción, seriamente apoyadas en la producción intelectual y en la práctica de los movimientos sociales
brasileños, para discutir cómo la complejidad de los feminismos en Brasil y las lecturas transculturales
hechas por ellos aparecen aplanadas en algunas lecturas "externas" (Castro, 2001 ) .
ADRIANA PISCITELLl

En el ámbito más restricto de los textos antropológicos realizados en Brasil,


el trabajo con las perspectivas poscoloniales es relativamente escaso. En 2006,
aparece en poco menos de 1 0 % de los textos. Apenas uno de estos trabajos trata
específicamente de pensamiento feminista, examinando la relación entre teorías
creadas en los países centrales y teorías "nativas", o periféricas, en la producción
de conocimiento nuevo (Beleli, Lopez y Piscitelli, 2003) . La mayoría de los artícu­
los se concentra en dos conjuntos de textos que analizan las articulaciones entre
género y raza.
Esos artículos, publicados en la mitad de la década de 1 990 y de 2000, respectiva­
mente, fueron escritos predominantemente por mujeres, blancas y negras, que es­
tudiaron en Brasil y desarrollan actividades académicas en el país. Parte significativa
de esos trabajos está centrada en aspectos de la construcción de la nación y de sus
símbolos. Estos trabajos dialogan intensamente con la producción brasileña sobre
relaciones raciales, una vasta literatura en la que esas relaciones son consideradas
elemento constitutivo de la formación de la nación. Esa producción es confrontada
en lecturas que muestran cómo la articulación . entre raza, género y sexualidad par­
ticipa en la ordenación en los discursos constructores de la nación (Souza, 2006) ,
incluyendo aquellos sobre el mestizaje (Moutinho, 2004) y en la producción de
símbolos nacionales como la mulata y el futbol (Correa, 1 996; De Souza, 1 996) .
El segundo conjunto de textos trata de raza, género, clase y nacionalidad en
procesos de exotización en el marco de contactos transnacionales, incluyendo la
emigración de hombres y mujeres brasileños (Pon tes, 2004; Machado, 2004) . Fuera
de estos dos conjuntos de textos, algunos trabajos, con fuerte énfasis en clase social,
tratan de aspectos de la constitución de identidades negras en contextos de ascen­
sión social (Figueiredo, 2004) y de movimientos de reafricanización, marcados por
aspectos transnacionales (Pinho, 2004) .
Esos conjuntos de textos comparten el compromiso de las perspectivas posco­
loniales con el combate a la opresión como elemento que debe ocupar un lugar
central en la agenda de investigación. Comparten también la preocupación de las
feministas poscoloniales por las articulaciones entre género, raza y estratificaciones
basadas en nociones de nacionalidad. Pero la incorporación de elementos de esas
teorías muestra aspectos sugestivos.
Los usos de las teorías poscoloniales en esos textos son diversos. 5 Parte de los
artículos trabajan con conceptos importantes de esas perspectivas (hibridismo, lo­
calización, contra-discursos diaspóricos) para desafiar teorías que homogenizan la
cultura y comprender las configuraciones raciales explorando las líneas de poder
que atraviesan escenarios locales y globales, en relaciones marcadas por la transna­
cionalización. Otros textos utilizan aspectos secundarios de esas teorías para refinar
los análisis.
En estos trabajos, la crítica al proceso de producción de conocimiento científico
que trata los procesos de transformación en las sociedades "no occidentales" a par-

' Los autores citados son diversos: Said, Gilroy, Anne Stoller, Gayatri Spivak, lnderpal Grewal, Caren
Kaplan, Jacqui Alexander y, paniculannente, Stuart Hall y Anne McKlintock.
TEORÍAS POSCOLONIALES Y LECfURAS ANTROPOLÓGICAS

tir de sus relaciones con lo que se denominó "centro" (Costa, 2006) está centrada
en el conocimiento sobre relaciones raciales y mestizaje en Brasil producido por
autores "nativos" y brasilianistas. Elementos de teorías poscoloniales, de la antropo­
logía clásica y eventualmente de otras disciplinas son "aprovechados" para alimen­
tar esa perspectiva crítca. Se trata, sobre todo, de una crítica a la reelaboración del
pensamiento brasileño sobre el Brasil. Me refiero a la lectura crítica de los pensa­
dores que utilizaron el pensamiento europeo moderno para analizar las relaciones
raciales en Brasil en finales del siglo XIX y en diferentes décadas del siglo XX.
En esa crítica "conviven", citados casi de manera equivalente, representantes de
diversas tradiciones antropológicas, inglesa y francesa, antropólogos portugueses,
"feministas poscoloniales" y brasileñas, "modernos", estructuralistas y postestructu­
ralistas. Lejos de mostrar un interés por una línea teórica "pura", estos textos mez­
clan de manera ecléctica elementos creados en diversas perspectivas para atacar un
blanco comun. Los referenciales teóricos poscoloniales parecen adquirir sentido
sobre todo para desafiar las definiciones de cultura nacional, con raíces coloniales,
formuladas en y sobre Brasil y para entender cómo el proceso de transnacionaliza­
ción afecta identificaciones, marcadas por género, raza, clase, sexualidad y naciona­
lidad en contextos migratorios. Pero en algunos de estos artículos antropológicos la
perspectiva nítidamente feminista presente en los textos que utilizan referenciales
teóricos poscoloniales para discutir feminismos se diluye. Quiero decir que a pesar
de trabajar con interseccionalidades en un abordaje claramente político, en algu­
nos textos el foco no está en los efectos de las relaciones de poder sobre las mujeres
sino que se analiza cómo las posiciones diferenciadas de mujeres y hombres son
efectos del racismo.

MERCADO DEL SEXO Y TEO RÍAS POSCOLONIALES

El mercado del sexo contemporáneo es un tema de gran interés para la crítica


feminista poscolonial. Diversas autoras analizan, en esas perspectivas, el carácter
transnacional de ese mercado, su conformación en una división internacional del
trabajo en la que las mujeres del Tercer Mundo constituyen una fuerza de trabajo
extremadamente desprotegida; las nociones de exotismo enraizadas en el pasado
colonial presentes en ese proceso; la subalternidad de esas mujeres y sus posibi­
lidades de agencia y el carácter de los discursos feministas que lo analizan (Spi­
vak, 1 988; Kempadoo, 2000; 2005; McKlintock, 1 993; Kempadoo y Doezema, 1 998;
Doezema, 2001 ) . Parte de la producción sobre mercado del ' sexo publicada en las
revistas incorpora aspectos de esas lecturas.
En la R.eviSta Estudos Feministas y en Cadernos PAGU, el conjunto de trabajos sobre
mercado del sexo es escaso hasta la primera mitad de la década del 2000. Hasta ese
momento, unos pocos artículos tratan de prostitución callejera, de mujeres y de
niños y niñas "de la calle", en diferentes contextos, Porto Alegre (Fonseca, 1 996) ,
Sio Paulo (Pasini, 2000) y Campinas (Franguella, 2000) . Sumándose a ellos, un
86 ADRIANA PISCITELLI

par de artículos tratan de turismo sexual, en el Salvador (Filho, 1 996) y analizando


cómo esa problemática es tratada en los medios de comunicación (Piscitelli, 1 996) .
Siguiendo una línea presente en los textos antropológicos sobre otros temas, dia­
logan con la producción internacional sobre la problemática y, de manera parti­
cularmente intensa, con literatura brasileña sobre prostitución y sobre feminismo.
Paralelamente, hay frecuentes referencias a autores clásicos de la antropología in­
glesa y francesa.
En la década de 2000 el material sobre mercado del sexo aumenta sigr:iificativa­
mente, en textos que amplían los recortes temáticos analizados. Paralelamente a la
traducción de un texto que analiza, en una lectura feminista poscolonial, el tráfico
de personas en el marco la transnacionalización del mercado sexual (Kempadoo,
2005) comienza a circular un conjunto diversificado de trabajos.
Estos artículos discuten representaciones sociales de la prostitución y su rela­
ción con la prevención del SIDA (Guimaraes y Merchán Hamman, 2005) y analizan
sex-shops (Gregori, 2003) ; las fronteras entre comportamientos sexuales femeninos
estigmatizados situados en las fronteras de la prostitución en Cabo Verde (Dos An­
jos, 2005) y el tráfico de mujeres indígenas en México (Acharya y Stevanato, 2005) .
Al mismo tiempo, en las revistas aumentan los análisis que piensan el mercado del
sexo brasileño en un marco transnacional, tratando de turismo sexual (Piscitelli
2002; 2005; Silva e Blanchette, 2005) , de prostitución de mujeres (Pasini, 2005) y
de travestís (Peludo, 2005) .
Los textos producidos en Brasil son predominantemente de antropólogas/os.
Esos trabajos posibilitan percibir cambios en la producción sobre sexualidad en el
país. Ellos son publicados en un contexto intensamente marcado por la presión de
diferentes movimientos sociales (de homosexuales, transgéneros y de organizacio­
nes de prostitutas) y por un debate público que manifiesta una seria preocupación
por la manera en que la transnacionalización del mercado del sexo afecta al Brasil,
particularmente en lo que se refiere al turismo sexual y al tráfico internacional de
seres humanos. En este marco, estos textos abordan la discusión sobre sexualidad a
partir de nuevos ángulos. Me refiero, sobre todo, a tres puntos principales.
El primer punto es que el espíritu crítico y combativo de las perspectivas femi­
nistas que afirmaron el valor central de la libertad sexual y desarrollaron una clara
distinción analítica entre sexualidad y género (Rubio, 1 988) adquiere fuerza en la
producción antropológica brasileña asociada a la discusión sobre estos temas. El
intenso debate sobre sexualidad ( sex wars) que se desarrolló en Estados Unidos a
finales de la década de 1 980 (Friedman, 1 990) tuvo pocos ecos, en ese periodo, en
Brasil. Sin dejar de conceder cierta atención a la prostitución, el movimiento femi­
nista y la producción académica brasileñas estaban predominantemente preocupa­
dos con otros temas.
Ese debate tuvo, sin embargo, ecos indirectos ya que alimentó las discusiones
feministas sobre el tráfico de personas con fuerte peso en la formulación de Jos
acuerdos internacionales sobre tráfico de personas. Y estos acuerdos incidieron en
el debate en Brasil. El debate sobre tráfico de personas con fines de explotación se­
xual, en una discusión estimulada por articulaciones entre entidades gubernamen-
ITORÍAS POSCOLONIALES Y LECTURAS ANTROPOLÓGICAS 87

tales y no gubernamentales y de apoyo a los derechos humanos ya ha sido incorpo­


rado por el movimiento feminista. Pero esa discusión, en la que según trabajadoras
sexuales de diversas asociaciones, rarísima vez son llamadas, tiene lugar en un país
cuya definición de tráfico, a diferencia de la formulada en el Protocolo de Palermo,
lo define como migración facilitada para trabajar en la prostitución en el exterior.
En este contexto, el trabajo etnográfico con trabajadoras del sexo está vinculado a
la atención prestada al debate feminista internacional sobre prostitución.
El segundo punto a ser destacado es que estos trabajos, introduciendo aspectos
vinculados a agency y poder y trabajando con el marco analítico de las intersec­
cionalidades, tensionan algunas perspectivas feministas, particularmente las líneas
radicales que tienden a establecer relaciones lineares entre pornografía y violencia.
Y una de las principales preguntas que surgen en este debate es cómo pensar las
relaciones entre violencia, género y erotismo sin reducir estas relaciones al par víc­
tima/agresor y sin tomar a las mujeres en víctimas ( Gregori, 2003) .
El tercer punto es que las discusiones antropológicas brasileñas sobre sexualidad
de este periodo toman más complejas las relaciones entre determinaciones estruc­
turales, agencia y género. Mostrando los contextos extremamente desiguales de
las relaciones establecidas en el mercado del sexo, también prestan atención a las
negociaciones, en diversos planos, de las mujeres que trabajan en el mercado del
sexo, no sólo como prestadoras de servicios, sino también como empresarias (Pasi­
ni, 2005) . Finalmente, toman más enmarañadas las lecturas sobre las distribuciones
de características consideradas femeninas y masculinas y de las relaciones desigua­
les de poder presentes en nichos específicos del mercado del sexo, al considerar
también la presencia de hombres y transgéneros en el lado de las ofertas sexuales
(Pelucio, 2005) .
Algunos de esos trabajos incorporan referenciales teóricos poscoloniales, inclu­
yendo autoras feministas y "precursores", como Fanon, básicamente para aludir a la
naturaleza sexualizada y racializada de las relaciones desiguales entre Norte y Sur.
Varios textos no citan feministas poscoloniales y sin embargo incorporan algunas
de sus ideas a través de la lectura hecha por autoras brasileñas. Así, citando produc­
ción "nativa", algunos textos examinan la actualización de nociones imperiales que
atraviesan el comercio sexual transnacional y el juego de relativa incorporación y
manipulación de esas ideas en las tentativas de desplazarse de lugares subordinados
por parte de las personas que venden sexo. Estos artículos afirman la relevancia de
considerar la prostitución como trabajo y se oponen a la re-elaboración realizada en
el debate público brasileño de lecturas de algunas vertientes del feminismo inter­
nacional en relación con la prostitución. Los artículos rechazan la fusión entre las
nociones de prostitución y tráfico, mostrando tensiones en relación con las líneas
feministas que elaboran un discurso internacional sobre prostitución en el que toda
migración de mujeres del Tercer Mundo con el objetivo de trabajar en prostitución
es considerada tráfico de personas.
88 ADRIANA PISCITEW

CONCLUSI Ó N

Las críticas feministas poscoloniales muestran su presencia simultáneamente en la


producción feminista, en sentido amplio, y también en el ámbito más restricto de la
antropología en los textos publicados en las revistas. En la producción más amplia,
esas críticas circulan sobre todo en artículos de autoras que, a falta de un nombre
mejor, denomino de "en tránsito" por los fuertes vínculos que tienen con la acade­
mia estadunidense, que frecuentemente es su principal referencia teórica. Al con­
trario, en la produ,cción antropológica en sentido estricto, la crítica poscolonial ha
sido incorporada por autores con vínculos fuertes con la producción académica y
los movimientos sociales brasileños.
Esa incorporación tiene trazos singulares. En una mezcla ecléctica de elemen­
tos creados en diversas perspectivas, los referenciales teóricos poscoloniales parecen
adquirir sentido para desafiar las definiciones de cultura nacional, con raíces colo­
niales, formuladas en y sobre Brasil y para entender cómo el proceso de transna­
cionalización afecta identificaciones, marcadas por género, raza, clase, sexualidad y
nacionalidad en contextos de desplazamiento a través de las fronteras, incluso vincu­
lados al mercado del sexo. Esos textos trabajan con críticas feministas poscoloniales
de manera directa, o indirectamente, al incorporar ideas asociadas a ese referencial
a partir de la lectura de autoras brasileñas. Y, al hacerlo, se oponen a la re-elabo­
ración de vertientes del feminismo internacional en relación con la prostitución y
particularmente con la fusión entre la noción de prostitución y tráfico de mujeres.

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TIRANDO DEL HILO: EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA
EN ANTROPOLOGÍA

TERESA DEL VAILE MURGA*

Me inspiro para el título en un libro que recoge artículos de más de cuatro décadas
de Carmen Martín Gaite 1 y que sugería el proceso del recuerdo. En mi caso se trata
de una aproximación minimalista encaminada a descubrir y exponer procesos que
ocurren en la elaboración del conocimiento feminista. Al tratarse de un conocimien­
to generado desde marcos diversos y mediante metodologías distintas, la manera de
recogerlo tiene que contemplar la diversidad de formas, que en vez de excluir, su­
man. En el contexto anglosajón varios artículos y libros han recogido directamente
avances teóricos, metodológicos y etnográficos vistos de manera procesual. También
se inició en antropología social el proceso en el contexto español a través de ejerci­
cios académicos de memorias encaminadas a plazas universitarias (Díez, 1 995; Este­
ban, 2002; Gregorio, 2002) así como en publicaciones (Maquieira, 200 1 ; Gregorio,
2006; Del Valle, 2006/2007; Martín Casares, 2006; Méndez, 2000) . Otras más espe­
cíficas se centran en avances en el contexto vasco (Femández Rasines y Hemández
García, 1998; Del Valle y Hemández, 2003) .
En el objetivo que compartí con Patricia Castañeda en el Centro de Investiga­
ciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional
Autónoma de México, de organizar el Seminario sobre "La antropología feminista
a debate" (México, 2003) , estaba el interés por promover el intercambio entre la
construcción del conocimiento feminista en Latinoamérica y el que se produce en
Europa. Un proyecto que ha tenido su continuidad en el simposio organizado por
Patricia Castañeda y Carmen Gregorio en el Congreso de Americanistas (Sevilla, 1 7-
21 de julio de 2006) y que ha puesto de manifiesto la riqueza que ofrece el abanico
de enfoques y temáticas, que augura continuidad en la reflexión y avances en su pro­
fundización. Mi objetivo es una aproximación minimalista encaminada a descubrir y
exponer procesos que ocurren en la elaboración del conocimiento feminista.

l. GENERANDO CONOCIMIENTO

El punto de partida de este texto lo ubico en la reflexión individual dentro del mar­
co general de la antropología feminista pero con la intención de ir relacionando lo

* Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertstatea.


1 José Teruel (2000) (ed. ) , Tirando del hiln (artículos 1949-2000) , Madrid, Siruela.
94 TERESA DEL VALLE MURGA

que emerge en la dimensión micro con aportaciones de otras u otros investigadores,


al modo de una aventura colectiva donde la libertad e iniciativa actúan de soportes
generativos y los pasos posteriores amplían y ofrecen inspiración y contraste. En el
primer paso las personas interesadas reflexionan desde sus biografias intelectuales y
seleccionan aquellos procesos, conceptos que consideren adecuados proponer como
sus contribuciones al desarrollo de un campo innovador y en proceso continuo de
definición y avance. Doy importancia a la selección que realizan las individualidades
que es diferente de cuando otras personas ajenas lo hacen porque en este primer
paso se incluye la reflexión que emana desde la investigadora o investigador a la luz
de lo que valoran como singular en su proceso investigador y siempre con unas refe­
rencias más amplias en las que situarlas. En mi caso selecciono ciertos conceptos: el
de cronotopo genérico y otros que defino como ejes estructuradotes del recuerdo.2
En el segundo paso se genera una dinámica que permite avanzar en la producción
de un conocimiento que una vez elaborado, se colectiviza, sin anular la reflexión in­
dividual. En la medida que se da a conocer se producen reflexiones a un nivel más
amplio donde interviene la propia investigadora o investigador, que conociendo
otras aportaciones puede indicar dónde situaría las suyas y qué vínculos y articulacio­
nes descubre. En la medida que contenidos de este proceso se den a conocer por los
medios habituales de participación en seminarios, jornadas, congresos publicacio­
nes, estará dicha contribución abierta a que las aportaciones que partieron de una
selección individualizada se vayan situando críticamente en el contexto más amplio
de la propia disciplina, en mi caso de la antropología social y, simultáneamente, en
el marco más amplio de la crítica feminista que por sus orientaciones y contenidos
cuestiona universales, desestabiliza las prácticas sobre las que se asienta un poder
hegemónico que actúa en detrimento de las relaciones de igualdad entre mujeres y
hombres.
En el tercer .paso se plantea la inserción de nuevos conocimientos en los cánones
del saber reconocido y es básico para poder incorporarlo a dinámicas de transfor­
mación social. A pesar de los avances que se están dando en la expansión del cono­
cimiento feminista, todavía su campo de expansión es limitado y corresponde en
muchos casos a las autoras y autores que lo cultivan dar los pasos que muestren los
enlaces con el conocimiento reconocido dentro de sus disciplinas y con otras que
consideren más cercanas. Para ello es necesario generar recapitulaciones sobre lo
que se produce y abrirlo al reconocimiento de aquello que puede resultar innova­
dor en unos casos, o reformulación de contribuciones anteriores en otras, así como
facilitar dinámicas en las que los debates se den entre especialistas feministas en
las distintas disciplinas en las que una se entronca, de manera más selectiva. Debe
simultanearse con la comunicación de resultados en foros diferentes de manera que
las aportaciones feministas actúen en las distintas esferas y escenarios donde por las
características de su campo de investigación, les corresponda. No son tareas fáciles y
ya he compartido esta dificultad. Las quejas también han tenido lugar. Ahora pienso

2 En Del Valle (20 1 0b) he "tirado del hilo" a través de conceptos relacionados con el esrudio del
medio urbano.
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA 95
que es el tiempo de aunar esfuerzos para insertar el conocimiento feminista, en el
canon general del conocimiento.
Como he señalado en un artículo anterior no es fácil y " [c] ualquier persona
que habiéndose aventurado a entrar en un campo nuevo aspira a que dicho saber
sea reconocido, tiene por lo menos una tarea doble y simultánea: avanzar en la
creación del conocimiento específico que propugna y demostrar su relevancia y
articulación" respecto de disciplinas ya consolidadas. Esto es lo que acontece con
aquellas personas que desarrollamos la crítica feminista. "El punto de partida es
generalmente una disciplina concreta: antropología, historia, filosofía, pedagogía,
sociología por citar algunas, pero su desarrollo proviene de un saber que interactúa
a su vez con elaboraciones críticas de varias disciplinas. " Se trata de un enfoque de
gran actualidad que ofrece el desafio de la interdisciplinariedad, aborda realidades
sociales complejas y problemáticas y descubre aspectos inesperados.

Ello abarca: revisar lo que se ha dicho, cómo se ha dicho, qué metodología se ha utilizado
en la disciplina antropológica; reflexionar simultáneamente sobre cómo la Critica Feminista
innova a la disciplina y situar los resultados en relación a aspectos con�olidados del saber antro­
pológico. [ . . . ] Se trata una vez más de una doble tarea porque supone especialización en una
disciplina y al tiempo, ver cómo se articula con lo que se ha considerado el saber ortodoxo de
la disciplina antropológica, generando fisuras desde la práctica. Ello exige conocer un doble
lenguaje, terminologías diferentes. Tienes que convertirte en especialista de cómo percibes,
traduces, interpretas y de cómo estudias la posibilidad de construir puentes conociendo las dos
orillas. Y a pesar de lo costoso que resulta, dicho ejercicio creativo pone en interrelación no
solamente los conocimientos concretos sino distintos niveles de análisis como son lo específico
y lo general así como la articulación entre el fenómeno a analizar y el contexto de donde surge.
Supone analizar los silencios y las razones que los producen (Del Valle, 2006/2007: 36) .

Este proceso que planteo de analizar los distintos estadios de la elaboración del
conocimiento feminista a partir de las propias investigadoras e investigadores de
lo que puedan considerarse avances que sobrepasan las individualidades de donde
surgieron, tiene su aplicación en la transmisión del conocimiento al ser un ejercicio
en el que se descubren los procesos que representan las investigaciones. Al partir de
un conocimiento personalizado y situado, es más fácil transmitirlos como aprendi­
zaje dentro de los equipos de investigación así como en cursos teórico-metodológi­

cos y, especialmente, en la dirección de tesinas y tesis doctorales

II. DISTINTAS APROXIMACIONES A LOS CONCEPTOS

Cronotopos genéricos: específicos y genera/,es

Mi interés en su propuesta surge de la búsqueda de conceptos dinámicos que po­


sibiliten estudiar la naturaleza cambiante de los fenómenos sociales que incluye la
96 TERESA DEL VALLE MURGA

dificultad de abarcar la dimensión temporal. Definir el tiempo como el devenir es


lo suficientemente amplio para incluir las variedades, cambios y discontinuidades. Y
ver el espacio como un área fisicamente identificable bien por las actividades, inte­
racciones que se llevan a cabo, los significados que se le atribuyen, y las emociones
que genera, permite aprehenderlo en relación con el tiempo y aplicarlo al espacio
diverso: imaginario, creativo, literario.
Enraízo el cronotopo en Mijail Bajtín ( 1937) pero lo afronto desde la crítica fe­
minista que incorpora el análisis de los sistemas de género. Así veo los cronotopos
genéricos como nexos poderosos cargados de reflexividad y emociones que pueden
reconocerse con base en las características siguientes: actúan de síntesis de signi­
ficados más amplios, son catárticos, catalizadores, condensan creatividad y están
sujetos a modificaciones y reinterpretaciones continuas. En muchos casos son el
espacio-tiempo donde se observan las fisuras incipientes de lo que más tarde puede
erigirse en un cambio manifiesto También pueden revelar emergencias en el sen­
tido descrito en la investigación colectiva Modelos emergentes en los sistemas y relaciones
de género (Del Valle et al. , 2002a) .
En sus comienzos los veía en enclaves temporales con actividades y significados
complejos en los que se negocian identidades que también implican nuevos cuestio­
namientos de las mismas; donde pueden estar en conflicto nuevas interpretaciones
de acciones, símbolos creadores de desigualdad y simultáneamente, donde puedan
expresarse tentativas, negociaciones encaminadas a la igualdad. La convergencia
de tiempo, espacio y género proviene de su peso referencial ya que define en unos
casos y permea en otros la experiencia humana: experiencia común y simultánea­
mente diversa cuya referencia última reside en el hecho de que la especie humana
es sexuada y creadora a su vez de una gama amplísima en cuanto a lo que ello ex­
presa y significa. Los sistemas de género son relacionales y sujetos a una transforma­
ción continua que permite reflexionar a nivel de las personas (del individuo) y de
la colectividad y abrimos así a la riqueza de la variabilidad. que todo ello produce
y representa.
En cuanto a su aplicación al campo de estudio, observo los cronotopos de tres
maneras diferentes y complementarias: como estrategias metodológicas para de­
tectar la desigualdad y analizar las fisuras que llevan a la igualdad; como construc­
tos para la elaboración de la memoria encarnada y finalmente, como exponente
de características articuladoras entre distintos niveles de análisis hacia una mayor
abstracción. Las dos primeras están presentes tanto en los cronotopos genéricos
específicos como en los generales mientras que la tercera la he desarrollado con
base en el cronotopo genérico general. El camino para su elaboración es mediante
la articulación entre la teoría, metodología y etnografia así como proyección hacia
la práctica para el cambio. Como estrategia metodológica está presente tanto en los
cronotopos específicos como en los generales.
El cronotopo genérico visto como estrategia metodológica lo entiendo de una
manera versátil. Se conjugan las formas de identificacióó con las de interpretación
y el alcance que pudieran tener. Precisa de distintos pasos para aprender a verlos
en la realidad social con el fin de estudiarlos de manera específica, y a través de
EjE.\IPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA 97
su estudio, estructura y significados, poder acceder a niveles interpretativos de la
realidad donde se ubiquen. En la búsqueda de lo genérico he seleccionado varias
aproximaciones que en el fondo se guían por la importancia de la identificación de
situaciones donde se definen, se expresan las identidades, por ejemplo allí donde
se construyen las normativas y( o) los estereotipos que van a influir más tarde en las
construcciones de lo femenino y de lo masculino.
Una primera fuente de situaciones donde se producen negociaciones de identi­
dad y de alteridades la constituye la vida cotidiana, por ejemplo dentro de los pro­
cesos de socialización los espacios-tiempos donde se da el reparto de tareas dentro
del ámbito doméstico. Así sería el tiempo y el espacio cotidiano donde se elabora
la comida o se realizan tareas de cuidado para las criaturas y las personas mayores o
enfermas. Aquellos tiempos en los que se negocian posiciones para ocupar lugares
y tiempos que expresen diferencias y jerarquías, distribución de espacios propios.
Una exposición de esta primera fuente de cronotopos y su utilización la ofrece
Rocío Ochoa [2004] , que utiliza el crono topo genérico del espacio doméstico a la
hora de analizar y sopesar el impacto de políticas de igualdad promovidas desde
EMAKUNDE/lnstituto Vasco de la Mujer. Y van encaminadas a romper la separación
entre espacio privado -y espacio público, ya que dicha concepción y práctica obsta­
culiza la conciliación entre vida laboral y vida familiar. En el cronotopo genérico
doméstico se negocian, se enjuician, se valoran las asignaciones de las construccio­
nes de género. "Cuando se producen transformaciones, por ejemplo, en el mundo
familiar y laboral, se recrea una situación de reasignación de roles genéricos, ha­
ciendo inviable la adecuación entre espacios y tiempos públicos y domésticos" ( ibid. :
12) . Ochoa muestra que las políticas no consiguen el propósito articulador que
conlleva reasignaciones y negociaciones con nuevos patrones de género. Y aunque
paradójicamente las mujeres estén cada vez más presentes en el espacio público, no
han disminuido proporcionalmente sus responsabilidades en el espacio privado.
"Examinando esto desde la dimensión cronotópica, significa la necesidad de miti­
gar o acabar con una división tajante entre tiempos y espacios privados de conviven­
cia, y tiempos y espacios públicos de producción económica" ( ibid. : 6) .
Una segunda fuente identitaria aparece en el juego donde cabe distinguir distin­
tas clases: sexual, virtual, de destreza, de fuerza, de agilidad fisica y mental. En cada
uno de ellos se definen y redefinen roles y posiciones y se expresan valores donde
la referencia espacio-temporal puede pasar de ser punto de partida a diluirse de
manera que la dinámica generada expresaría el núcleo principal del concepto. Un
ejemplo de cronotopo genérico sería la confluencia donde se expresa el juego con
todo lo que abarca de asignaciones de protagonismos, escenificación de valores
vinculados a destreza, habilidades, inteligencia, fuerza fisica. Lo veo en el análisis
del futbol que realiza Carmen Díez ( 1996) donde capta las distintas posibilidades
de promover la iniciativa así como la movilidad en las relaciones que se establezcan,
por lo que resulta interesante el estudio de los procesos negociadores que acontez­
can tanto si se dan a nivel individual como grupal. En una aproximación diferente
al juego, Femando Huerta (2005) desarrolla una aproximación a la versatilidad del
cronotopo genérico específico en su estudio de salas de videojuegos en la ciudad
98 TERESA DEL VALLE MURGA

de México donde jóvenes a través de sus maneras de entender e interpretar el juego


virtual, negocian identidades alternativas y también refuerzan aquellas basadas en
los estereotipos, algunas de las cuales expresan y generan relaciones donde la vio­
lencia afecta directamente a las mujeres.
Una tercera fuente se orienta hacia los rituales donde "por obra de un disposi·
tivo con finalidad simbólica" se construyen "las identidades relativas a través de las
alteridades mediadoras" (Augé, 1996a: 88) . Se entiende por relativo la elaboración
de la identidad con base en una referencia que puede ser geográfica, social o mo­
ral. Esa relatividad se afirma a través de las alteridades que van más allá de aquello
que las define. Así la alteridad hombre-mujer es relativa a aquello que la define: el
sexo, pero no a aquello que la transciende. Por ejemplo, en un ritual orquestado
para reafirmar la identidad de una nación, esta identidad estaría por encima de
las alteridades que representa la participación de hombres, mujeres, personas de
distinta edad. Sin embargo, dentro de dicho ritual puede haber otras alteridades
funcionales como serían aquellas que sitúan a los oficiantes, principalmente varo­
nes, y a asistentes que incluyen mujeres y hombres. También las alteridades pueden
escenificar diferencias derivadas de una primera alteridad, por ejemplo, separar
las mujeres de los hombres y así relativizar la identidad compartida ( imd. : 88-89) . A
continuación presento un ejemplo de ritual donde se produce una resignificación
identitaria vinculada a la sexualidad.
Maribel Suárez Egizabal (2005) ejemplifica cómo, a través de la identificación de
cronotopos genéricos específicos presentes en los rituales, se accede al conocimien·
to de resignificaciones de identidades marginales que responden a necesidades de
las propias mujeres o de la comunidad. Lo hace en el marco del estudio de tres
barrios marginales de Bilbao para centrarse en uno de ellos, el de San Francisco, lu­
gar tradicional de prostitución y separado de otras zonas de la ciudad por barreras
simbólicas de exclusión. Allí analiza las distintas maneras de construir la identidad
a través de la alteridad mujeres y hombres y de distintos mecanismos sociales enca­
minados a redefinirlas temporalmente. Se centra en la Procesión del Nazareno que
organizada por la Cofradía del Nazareno creada en 1 947, se celebra desde 1953 el
lunes siguiente al Domingo de Ramos y cuenta con un fuerte arraigo popular. El
punto de partida y de retomo así como el recorrido tienen un fuerte sentido sim­
bólico. Parte de la iglesia de San Francisco de Asís en la céntrica calle Hurtado de
Amezaga, a poca distancia de los límites simbólicos del barrio, para recorrer lo que
serían los núcleos fuertes de su identidad excluyente y salir de nuevo para volver a la
iglesia de partida. El cronotopo seleccionado está en la calle de las Cortes en el mo­
mento en que aparecen los pasos de la Dolorosa primero y del Nazareno después y
donde el protagonismo corresponde a mujeres y a travestís que se dedican a la pros­
titución. En cuanto aparece la Dolorosa las mujeres arrojan flores desde las venta­
nas y a pie de calle. Pero el momento crítico llega cuando el paso del Nazareno se
detiene a las puertas de los distintos lugares de alterne donde ritualizan mediante
saetas y la entrega de ramos de flores, el lugar de su identidad en la comunidad. La
entrega de los ramos delante de la comunidad de la zona, de la eclesiástica y de la
de las mujeres adquiere un significado que va más allá de la muestra de fervor y res-
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA 99
peto de quienes lo hacen. Se transforma en un ritual privado, determinado: por la
zona donde se lleva a cabo, por la singularidad de quienes lo realizan y por quienes
aparecen como testigos.

La muestra personal de fervor se convierte en un ritual de sacrificio, en una ofrenda que va


a p rop ic i ar la purificación de un "espacio de pecado" a través del arrepentimiento público
de estas mujeres. Se recuerda la figura de María Magdalena, y para que el éxito del ritual sea
total, las mujeres no sólo muestran arrepentimiento sino que se someten ante el Nazareno,
q ue en estos momentos no representa sólo a la Iglesia, sino también a la figura masculina.
Año tras año se renueva el contrato de perdón entre estas mujeres y la Iglesia, que deben
ocupar su lugar en una sociedad que las consiente como pecadoras, pero no como mujeres
libres ( ibid. : 35) .

En la consideración de los cronotopos pueden integrarse los conceptos de "lu­


"
gar y "no lugar" que propone Marc Augé para estudiar los procesos de cambio,
ya que la identidad es lo que define a cada uno de ellos: presente e intensiva en
el "lugar" y por ausencia en el "no lugar". Por ello en la dinámica constitutiva del
nexo que encierra negociación de identidades puede darse la transformación (o
el paso) de un "no lugar" a un lugar antropológico. El cronotopo incorpora la ri­
queza que tiene el "lugar" para generar identidad al definirse "ante todo, como el
lugar de la 'propia casa', el lugar de la identidad compartida, el lugar común para
aquellos que, habitándolo juntos, son identificados como tales por aquellos que no
lo habitan " (Augé, 1996a: 98) . Pero también podemos encontrar en el cronotopo
la expresión del "no lugar" en cuanto que exista o se produzca una situación don­
de la identidad no sea posible. En el caso de San Francisco, el barrio ha sido un
lugar de identidad densa tanto para las personas que lo habitaban y trabajaban en
él como para las personas que desde fuera lo identificaban con la prostitución. La
experiencia y el significado de lugar variaban dependiendo de que la identificación
resultara de vivir, de trabajar en el barrio, de acudir como cliente o de verlo desde
fuera como lugar de repudio. Lo que sí está claro es que aunque a mucha gente no
le gustaba su existencia y hubieran preferido negar su existencia y despojarlo de
toda identidad, los fuertes muros simbólicos que se habían erigido para encerrarlo
como barrio marginal servían a su vez de refugio y reafirmación.
Una nueva fuente de cronotopos la encuentro en jone Miren Hernández (2007)
dirigida al estudio de la realidad generizada de la transmisión del Euskara en La­
sarte-Oria en Gipuzkoa, donde descubre cómo "la lengua habría generado en las
últimas décadas sus propios cronotopos, ligados a narrativas e imágenes de espacio
y tiempo concretos" (p. 1 34) . Indaga en la memoria encarnada que incorpora el
deseo, y lo muestra de manera excelente mediante la observación de "la existencia
de una serie de cronotopos (divisoria, límites, vacío . . . ) que actuaban negando el
desarrollo pleno de la memoria lingüística de la comunidad, y cuya separación obli­
gaba a una deconstrucción de su carácter limitador. Los elementos superadores de
la negación emergen finalmente en la relevancia y el valor que se le otorga precisa­
mente a lo vivido, a lo experimentado, a la biografia corporal" ( ibi.d.: 437) .
1 00 TERESA DEL VALLE MURGA

Hasta aquí he hablado de formas de identificar, acceder, estudiar cronotopos


específicos para pasar de ellos a niveles de abstracción más amplios. A continuación
explico la búsqueda de cronotopos generales y las capacidades interpretativas que
poseen.

I I I . LAS ENCRUCIJADAS Y OSCURIDAD COMO CRONOTOPO GEN É RICO GENERAL

Para mostrar el tercer paso en la metodología que he descrito en el planteamiento


inicial sobre la creación de conocimiento, me centro en un ejemplo de cronotopo
genérico general vinculado a experiencias y creencias de miedo. El hilo conduc­
tor arranca del miedo que experimentamos las mujeres y que está presente en mi
libro Andamios para una nueva ciudad ( 1997c) en la descripción y análisis de los
cronotopos3 (2002b) y en mi reciente estudio del derecho enfocado a la movilidad
libre y segura (Del Valle, 2010: 245-29 1 ) en el marco de la investigación dirigida
por Virginia Maquieira (20 1 0a) . Así abordo el poder coercitivo de un miedo que
afecta principalmente a las mujeres, basado principalmente en la posibilidad real
y( o) imaginaria de la agresión sexual. Y tirando del hilo, en la conexión cronotopo­
derecho humano ejemplifico la articulación del saber feminista con los cánones del
saber reconocido y con dinámicas de transformación social. El tiempo dirá si lo he
conseguido.
1
Como he señalado anteriormente, una tercera aproximación a la memoria en­
carnada mediante los cronotopos sería generalista y serviría de elemento referen­
cial de fuerzas que se interpretan como superiores y cuya actuación es dificil de
evadir. Su reconocimiento permite analizar lo que con frecuencia aparece como
destino o fuerzas incontrolables. En este sentido serían las imágenes y las prácticas
las que pueden expresar la verbalización del recuerdo ya que se erigen en la parte
no discursiva de la memoria. Al reflexionar sobre ello he descubierto lo que defino
como cronotopo genérico general.
Para Bajtín ( 1937) el cronotopo se erige en un tablado imaginario en el que se
sitúan acontecimientos, historias.

En el cronotopo artístico literario, los indicadores espaciales y temporales se fusionan en un


todo concreto cuidadosamente pensado. El tiempo, por así decirlo, se torna espeso, toma
carne, se hace artísticamente evidente; del mismo modo, el espacio se torna cargado y sen­
sible a los movimientos del tiempo, el argumento y la historia (citado en Clifford, 1995: 84) .

En el caso que analizo espacio y tiempo se impregnan de miedo y de terror. Una


aproximación a la búsqueda de lo genérico en los cronotopos se apoya en el poder
evocador de otras situaciones, acciones, personas que actúan como parte importan­
te de la memoria no discursiva. Así actúan más allá del momento ya que pueden

• Para los orígenes del desarrollo del concepto véase Del Valle (2002b) .
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA 101

recrear el pasado, actuar sobre el presente y proyectarse en el futuro. Esa capacidad


erncadora contribuye a que el cronotopo pueda servir de catalizador de realidades
o sistemas más amplios y más complejos. Por ejemplo, el peso que tienen los sím­

bolos naturales para resumir situaciones que vehiculan realidades sociales protago­
nizadas por mujeres con la naturaleza, mientras que las de los hombres se asocian
con la cultura. Esto se verá mejor cuando analice "los espacios que nos negamos"
v su relación con el cronotopo general como es el de las encrucijadas y el miedo.

Para ello me he basado en aquellas imágenes y recuerdos relacionadas con el mie­


do vinculados a tiempos y espacios, elementos imbuidos de género y de corporeidad
y que aparecen en tres expresiones discursivas de la memoria. Se trata de espacios
que tienen que ver con recorridos y puntos de encuentro como son los caminos y las
encrucijadas. Están en el exterior y abiertos a que transite cualquier tipo de personas
1· a cualquier hora del día. Son conocidos, mencionados, fácilmente discernibles. Si
pudiéramos contrastarlos con algo sería con los espacios interiores de la casa.
Se sitúan en momentos de oscuridad sobre los que se ciernen imágenes de la
personificación de fuerzas amenazantes. En la interpretación que las personas ha­
cen de este tipo de espacio temporal se da una condensación de miedos sobre
los que actúa la imaginación con imágenes de relatos anteriores oídos en distintos
momentos de la vida, unos como parte de narraciones infantiles, otros asociados a
casos que se mencionan con frecuencia por el impacto negativo que tuvieron en el
pasado. En toda esta experiencia hay una dimensión más amplia de aquellas narra­
ciones, prácticas creadoras de imágenes. Sobre el miedo permea un sentimiento
de impotencia vinculado al sentimiento individual unas veces pero que se nutre de
imágenes compartidas en colectividad, de verse a merced de fuerzas incontrolables.
Estas características están presentes en el cronotopo de la negación ya mencionado
(Hernández, 2007; en Alfarache, 2009: 62-73) cuando analiza las experiencias e
imaginarios de miedo que representa el "clóset" para muchas mujeres lesbianas
porque encierra la negación de la identidad sentida.

Los temne de Sierra Leona: cronotopo general

Me baso en la narrativa de la antropóloga Rosalind Shaw acerca de las prácticas de


adivinación entre los temne de Sierra Leona en África. Shaw explora las imágenes
de caminos y encrucijadas y su relación con la experiencia de los ataques vividos por
la población durante los tiempos de la esclavitud. En la actualidad la gente se prote­
ge mediante amuletos que llevan y que evocan el auxilio de los espíritus. Las encru­
cijadas y todo lugar donde se unen los caminos son especialmente lugares de reu­
nión de espíritus y brujas donde las fuerzas mortales que se mueven desde distintas
direcciones se fijan en un lugar a través de rutas convergentes. Los sacrificios para
librarse de las brujas y espíritus malignos se dejan en general en las encrucijadas.
Es interesante que el adivino mediante un espejo entra en las encrucijadas y en
un estado llamado "oscuridad" ( an-sum) , un estado "peligroso" en el que no está ni
en este mundo ni en el mundo de los espíritus. Y es precisamente en la "oscuridad"
1 02 TERESA DEL VALLE MURGA

y en las "encrucijadas" de los dos mundos, donde el adivino recibe los mensajes de
los espíritus.
En las prácticas adivinatorias de los temne existe un terror asociado con los ca­
minos como lugares de muerte y de desaparición y este miedo se da con tal inten­
sidad que la gente evita transitarlos y buscan el camino alternativo por el bosque.
La creencia y las acciones recuerdan y transmiten el pasado y se actualiza en el pre­
sente mediante la relación tiempo-espacio y terror, vivido todo ello en una relación
fuerte con la experiencia que canaliza las emociones con gran fuerza.

El miedo de la noche que anula el día: cronotopo específico

La feminista italiana Alessandra Bocchetti reflexiona sobre un sentimiento secreto


como es el miedo a los hombres ( 1996: 90-94) . Al hablar de la violencia sexual con­
tra las mujeres reconoce la necesidad personal que tiene de "reflexionar a partir de
un lugar de cierta identidad de mujer, un lugar en el que no sea posible el olvido".
Ese punto de partida es un "sentimiento más o menos secreto, más o menos nega­
do, que es el miedo a los hombres". En su proceso de identificar el tiempo donde
situar su miedo lo hace en el poder de la noche como resumen y evocación de todo
ello. Su experiencia de la noche es aquella donde se desvanecen los avances cotidia­
nos y se anulan las experiencias positivas.

Tendré que comenzar a contar que les tengo miedo de noche, cuando estoy en la calle sola,
y que ese sentimiento destroza lo que, de día, estaba ilusionada con haber ganado: eman­
cipación, seguridad en mí misma, control sobre mí misma; que la noche es mi viaje en el
tiempo en el que reencuentro el mismo miedo de todas las mujeres que me han precedido;
entonces me doy cuenta de lo terriblemente frágil que es todavía mi historia. Por la noche,
cuando los hombres devienen sólo hombres y las mujeres devienen sólo mujeres, se me re­
vela el último sentido, quizá el más profundo, de la relación entre los sexos que pertenece
a nuestra cultura ( 1 996: 94) .

Encuentro en esta expresión un buen eje mplo de memoria encamada donde


juega un papel muy importante el poder evocador del espacio (la calle) y del tiem­
po (la noche) . En El nombre del ángel ( 1 997) Laura Restrepo vehicula la oscuridad
con el origen del joven nacido de mujer violada: "El padre de mi hijo fue sólo una
sombra. Salió una noche de la oscuridad, sin cara ni nombre, me tumbó al suelo y
después se volvió humo" (Obiol 1 997: 1 6 Babelia) . En este texto la violación anula
la transmisión de la identidad aunque la figura del violador pueda haber quedado
fija para la mujer sufriente. Lo que queda claro, como en el texto de Bocchetti, es
la fuerza de la noche que posibilita por un lado el asalto, y la oscuridad como metá­
fora que permite la discontinuidad para que no quede rastro identitario en la gene­
ración siguiente. El texto refleja claramente un "no lugar" en el sentido que habla
Augé como espacio donde no es posible la creación de identidad, ni las relaciones,
ni la historia ( 1 996: 83) .
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA

Los espacios que nos negamos

Recojo una reflexión de la escritora Mariasun Landa que habla del miedo latente
que cada mujer transmite a la generación siguiente en una cadena inacabada. Así
dice:

Creo que me cuesta ser consciente de los espacios que me niego. Lo tengo tan asimilado - por
ejemplo pasear por la playa de noche sola- que me resulta dificil mencionarlos aquí. Recuer­
do que Simone de Beauvoir comentaba que para ser un artista como Van Gogh o cualquier
otro hombre-artista, las mujeres deberíamos tener la libertad de movimientos que los hombres
secularmente han tenido, la libertad de moverse y perderse por las calles me refiero. Me parece
que en muchos casos, esta limitación está incrustada en nuestro "estar en la vida". Una especie
de miedo atávico transmitido de abuelas a madre y a hijas, algo que en mi fuero interno, lo
denomino como "el síndrome Caperucita Roja". Creo que para una mujer cobarde, como yo,
esta limitación ha sido muy frustrante y dolorosa (citado en Del Valle l 977c: 1 98) .

Este miedo !imitador puede remontarse a la socialización tanto por parte de las
mujeres para con sus hijas como por parte de los varones respecto a ellas. Geógra­
fas feministas señalan que muchas veces las mujeres prefieren una calle para que
jueguen los menores por ser un sitio cercano y de fácil acceso en vez de un parque
lejano, aunque pudiera evaluarse como un espacio más saludable y tranquilo (Sa­
baté Martínez, Rodríguez Moya y Díaz Muñoz, 1 995: 299) . En mis observaciones en
Donostia he constatado que en muchos casos las mujeres seleccionan lugares para
los juegos de los pequeños que puedan controlar desde las ventanas de sus casas.
Gill Valentine habla también del desajuste respecto de los lugares del miedo y los
de la violencia ya que la agresión sexual ocurre con mucha mayor frecuencia en el
espacio doméstico que fuera de éste (Sabaté Martínez, Rodríguez Moya y Díaz Mu­
ñoz, ibid. ) Geógrafas feministas han hablado de una "geografia del miedo". Por ello
me parece importante ahondar en esta interiorización del miedo fuera del espacio
doméstico ya que forma parte de la socialización y de un proceso de transposición al
exterior de la violencia doméstica. En la socialización estaría el abanico amplio que
va desde experiencias propias, ajenas, imaginaciones de lo que podría ser, hasta las

crónicas de sucesos que aparecen en los distintos medios de comunicación.

Los significados de l miedo

A pesar de las diferencias que presentan los ejemplos anteriores, tienen en común
que en la evocación del espacio y del tiempo (oscuridad, la noche) se expresa la
conciencia de una situación de opresión que nos remite a relaciones asimétricas de
poder. Landa reconoce la necesidad de explorar espacios pero también incide en
la exclusión de antemano de ciertos espacios que no entran en las posibilidades de
experimentarlos, recorrerlos. El origen de todo ello lo sitúa más allá de su expe­
riencia en una transmisión ya establecida, acordada por la vivencia de la exclusión
TERESA DEL VALLE MURGA

de ciertos recorridos de manera que no entran como posibilidades placenteras a no


ser en la imaginación.
A pesar de que diferentes estudios prueban que en general los hombres jóvenes
están más expuestos a la violencia, sin embargo, las mujeres interiorizan el miedo
ya que se trata de un miedo que surge de sentirse posibles víctimas de la violencia
sexual (Sabaté Martínez, Rodríguez Moya y Díaz Muñoz, 1 995) . Y es un miedo que
se concreta en espacios y tiempos. Las mujeres "experimentan mayor aprensión
hacia lugares aislados -parques, callejones, aparcamientos, suburbano- y por lo
tanto, su ansiedad restringe sus movimientos y su uso independiente del espacio,
especialmente durante la noche" ( ibid. : 299) .
Puede decirse que una parte importante de la inspiración de los modelos que
junto con los valores nos sirven de referencia, proviene del mundo de la expe­
riencia narrada. Muchas de las evocaciones nacidas de los relatos literarios cobran
fuerza en tanto que enlazan con la experiencia o con las emociones. Sin embargo,
la negación del espacio a que alude Landa está vinculada a la transmisión de ex­
periencias que se han interiorizado como tales, no simplemente como narrativas.
De ahí que la negación del espacio como experiencia o de la posesión corporal de
la noche, es asimismo la negación de la memoria. ¿Cómo vamos a poder recordar
aquello que no hemos vivido? Me atrevo a sugerir que a mayor corporeidad de la
experiencia mayor recuerdo. La memoria en el sentido no discursivo es pasado in­
corporado, encarnado. La reconstrucción de la vivencia negada sería imaginación
pero no memoria. Luego la reducción de la memoria hay que verla desde la identi­
ficación de los espacios, de los tiempos que nos negamos que por no haber tenido
la oportunidad de vivirlos tampoco están dotados de corporeidad. La superación
del miedo asociado al cronotopos genérico del espacio solitario y oscuro, supondría
una apertura a vivencias más libres y por lo tanto más profundas de la corporeidad.
Con ello se enriquecería tanto la memoria individual como social.
En cuanto a la reflexión sobre la relación entre miedo y "no lugar" desarrollado
por Augé encuentro que el miedo se sitúa en el no lugar, en aquel donde al amparo
de la oscuridad, de la noche, se da el anonimato. Allí donde se desvanece la iden­
tidad personal para pasar a ser un mero objeto de la agresión. La experiencia del
miedo en un no lugar bien sea real o imaginario repercute en las generalizaciones
que elaboran las mujeres en las que engloban a todos los hombres en el anonimato
de "los agresores" por encima de identidades concretas, aquellas que se generan en
los lugares. Esa pérdida de identidad ha quedado magníficamente expresada en el
texto de Bocchetti al que he aludido anteriormente.
En el hilo conductor de mis investigaciones mencionadas, el miedo de las mu­
jeres tenía relación con las posibilidad de la agresión sexual, real y( o) imaginada,
y tenía en muchos casos referencias espacial � s y temporales. De ahí que se erigiera
en un cronotopo general por la densidad de significados en los que entraban ex­
periencias de miedo por el recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo mi
perspectiva se amplió cuando trabajé el derecho a la movilidad libre y segura con­
cebida como un derecho humano a la luz de la propuesta más general que sirvió de
directriz en la investigación ya mencionada (Del Valle, 2005a, 201 0a) . A dicha luz
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA

se ampliaba la importancia que tenía el miedo porque actuaba de elemento coerci­


tivo para la vida de las mujeres con independencia de la cultura, la sociedad en la
que pudiera insertarse. El miedo tomaba caracteristicas propias de las personas así
como de los imaginarios influidos por referentes culturales. Era referente unas ve­
ces, experiencia y memoria en otras y actuaba directa e indirectamente en una me­
nor movilidad o en la negación de antemano de recorrer ciertos espacios, acceder
a lugares. Y lo que para mí resultó más importante fue constatar el impacto positivo
que tenían para las mujeres los casos de movilidad libre y segura y la influencia
negativa en los contrarios. La vivencia de la movilidad libre y segura como derecho
humano aparecía mediatizada por la presencia o no de la densidad del miedo, de
ahí mi encuentro con esa articulación entre el conocimiento feminista del estudio
coercitivo del miedo y el conocimiento desarrollado en torno a los derechos huma­
nos que se reconoce como saber general.

IV. HITOS Y ENCRUCIJADAS DESDE lA MEMORIA ENCARNADA

Se trata de otro hilo conductor de mi investigación que tiene relación con la me­
moria y lo hago a través del relato autobiográfico y biográfico definiendo para ello
lo que denomino ejes estructuradores del recuerdo (Del Valle 1 995, 1997a, 1 997b,
2005b) . Responde a mi interés en diseñar una metodología que propiciara la ex­
posición libre del recuerdo a través de relatos autobiográficos individuales y grupa­
les ya que existen ambos procesos de memoria individual y colectiva (Connerton,
1989) . Me fijo en hitos, encrucijadas y articulaciones que explico muy sucintamente
para pasar a presentar nuevas elaboraciones que tanto otras investigadoras como yo
misma hemos llevado a cabo. Tiene relación con el segundo paso que he descrito
al comienzo.
Reconozco como hitos aquellas decisiones, vivencias, que al recordarlas se cons­
tituyen en una referencia significativa. Se asemejan a los mojones que aparecen
a lo largo de un camino, en este caso la vida propia y una de sus caracteristicas
principales es que destacan con nitidez en el recuerdo. Este reconocimiento pudo
darse ya cuando se produjo la experiencia, el acontecimiento digno de selección
pero también puede surgir con la reflexión y el recuerdo del pasado. En general
se reconocen los hitos cuando se toma una mirada longitudinal ya que existe una
relación entre lo acaecido antes y después. Pueden ser decisiones que la persona,
un grupo, una institución toman.
Por encrucijadas me refiero a momentos en los que la persona, el grupo, la insti­
tución tuvo que enfrentarse con una elección que ha afectado el curso de su vida, de
su dinámica organizativa, de sus relaciones de una manera significativa. Implica el
enfrentarse a distintas opciones que representan diferentes posibilidades. Nos lleva
a la reflexión acerca de los caminos que se han tomado y los que se dejaron de lado.
Lo definitorio es la sensación de duda en la que no está claro el camino a seguir. Y
ante ello las personas, los grupos, las instituciones tienen reacciones distintas.
1 06 TERESA DEL VALLE MURGA

Las articulaciones remiten a procesos de ajuste, encaje o enlace de las distintas


partes de un todo. Es un proceso dinámico, complicado y que puede ser conflictivo.
En el recuerdo del pasado comprendería la identificación de situaciones, momen­
tos asociados con los procesos de cambio sin importar que el cambio haya sido bus­
cado, deseado o por el contrario haya sido impuesto. Una especificidad incluiría los
acoplamientos, adaptaciones que se dan entre las personas en una nueva situación
como puede ser entre otras muchas, la de convivencia, el cambio de trabajo, el lu­
gar de residencia, cambios en los objetivos grupales.
Expongo a continuación cuatro maneras de aproximarse a la memoria mediante
la utilización de estos tres ejes que expanden mis consideraciones iniciales ya publi­
cadas y que se refieren tanto a la memoria individual como a la electiva.
Angela Alfarache indaga en los hitos, encrucijadas y articulaciones para la com­
prensión de las identidades lésbicas feministas en México. Encuentra que los hitos
aparecen en la percepción de las mujeres como

momentos, eventos, decisiones o vivencias que suceden "de repente " sin ser contextualizados
por ellas como procesos de vida. Las mujeres lésbicas narran como hitos "el día que descu­
brieron, supieron, les dijeron, se dieron cuenta que eran diferentes; el día que tuvieron que
confirmar dicha diferencia; el día que deciden buscar a mujeres iguales que ellas; el día que
se autonombran lesbianas; el día que "salen del clóset"; el día de su primera relación erótica
con una mujer; el día que establecen su primera relación de pareja con una mujer; el día que
conocen algún grupo feminista o alguna mujer feminista; el día que conocen o se integran
en algún grupo lésbico (Alfarache 2000: 9) .

En cuanto a las encrucijadas diferencia las que están relacionadas con el deber
ser genérico: la encrucijada heterosexualidad/homosexualidad y la encrucijada ma­
ternidad/no-maternidad y aquellas que se relacionan con la construcción de identi­
dades específicas afirmativas que comprende la encrucijada entre homosexualidad/
lesbianismo. Para analizar la encrucijada identitaria tomó como punto de partida la
afirmación de Marcela Lagarde que considera que el lesbianismo " [p] uede ser un
hecho subversivo por compulsión, sin conciencia y en este sentido no ser trastoca­
dor sino reforzador de la identidad patriarcal como identidad basada en el método
adversativo. Pero si es un hecho de construcción puede transformarse en un hecho
libertario y trastocador de la persona, su mundo y el mundo". En relación con las
articulaciones encuentra una diferencia a favor de cómo las mujeres lesbianas fe­
ministas abordan dichos procesos ya que cuentan "con las herramientas y saberes
que les proporciona la cultura feminista y que les permitiría, en principio, tipos de
articulaciones más afirmativas" ( ilnd.: 1 1 ) .
En la aproximación de Alfarache encuentro una aportación metodológica que
yo no había tenido en cuenta ya que en la consideración de cada hito y en cada
encrucijada, recoge los hechos de resistencia, subversión y transgresión, como for­
mas de reacción y enfrentamiento con el poder ( ibid. ) . Resalto que esa explicitud
surge desde el mismo objeto de estudio, lo que demuestra la articulación teórico­
metodológica e intuyo que también etnográfica.
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA

La utilización de ejes estructuradores del recuerdo para recoger e interpretar


procesos colectivos aparece en Hernández (20001 /2/3) ; Maquieira (2005) y (Del
Valle, 1997a) . Hernández y Maquieira analizan dos instituciones académicas femi­
nistas con una historia muy diferenciada como es la del Seminario de Estudios de
la Mujer/Emakumeen Ikerketarako Mintegia de la Universidad del País Vasco y
el Instituto Universitario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de
Madrid. En los dos casos está el interés por recoger el pasado feminista pero la si­
tuación de los puntos de partida difiere. El Seminario se cerró en 1 994 de manera
borrascosa y Hernández tira del hilo en el 200 1 hacia atrás a partir del momento
en que se recupera oficialmente para la Universidad del País Vasco el fondo do­
cumental del seminario, de manera que con su desaparición no quede borrada su
trayectoria ni el quehacer de las personas que lo hicieron posible.
Por el contrario, Maquieira (2005) lo hace desde la celebración del 25 aniversario
de la constitución del Instituto de la Universidad Autónoma, primero en el Estado
español. Traza su trayectoria a través de los hitos, momentos de encrucijada, articu­
laciones dentro y fuera del Instituto con otros seminarios, institutos y centros; donde
es posible apreciar la consistencia de su trayectoria y el impulso de futuro. Describe
el hito fundacional; la organización de las ! Jornadas de Investigación Interdiscipli­
naria como un hito de visibilidad colectiva; la conversión del seminario en Instituto
Universitario como un hito de institucionalización y la creación del "Premio María
Ángeles Durán" como un hito que condensa generosidad y compromiso con un
proyecto colectivo. Es evidente que a través de los hitos emergen las personas que
lo hicieron posible a lo largo de los años, acontecimientos, logros, incertidumbres
y todo ello muestra las dimensiones de la memoria que desde el presente hacia el
pasado marcan el futuro que en cuanto se menciona se hace también memoria.
En mi caso tomo el concepto de hito para analizar el proceso identitario del mo­
vimiento feminista en Euskadi entre 1 977-1 996. Con una visión amplia indago en
aquellos acontecimientos que al hacer un recorrido en el tiempo, del Movimiento
Feminista, se resaltan prioritariamente como los más sobresalientes en las distintas
fuentes consultadas: evaluación de jornadas, escritos, entrevistas con mujeres. Pue­
den considerarse hitos grupales las tres Jornadas celebradas en Leioa, Bizkaia; los
Juicios de Basauri también en Bizkaia en defensa de 1 O mujeres y un hombre acusa­
dos de realizar abortos y finalmente, la incorporación grupal de mujeres en los Alar­
des de Irun y Hondarribia, Gipuzkoa; fiestas estas últimas estudiadas ampliamente
por Margaret. Bullen y José Antonio Ejido (2003) . Quiero resaltar esta dimensión
grupal que corresponde a características propias de los movimientos sociales (Del
Valle 1997a: 75-95) .

REFLEXIONES FINALES

Desde una aproximación minimalista he expuesto algunos procesos presentes en la


elaboración del conocimiento feminista. Al tratarse de un conocimiento generado
1 08 TERESA DEL VALLE MURGA

desde marcos diversos y mediante metodologías distintas, la manera de recogerlo


tiene que prever la diversidad de formas, que en vez de excluir, suman. Me he
centrado en tres ejes estructuradores del recuerdo y en dos aproximaciones a los
cronotopos genéricos: específica y general. Los he visto en una triple vertiente:
como estrategias metodológicas para detectar la desigualdad y analizar las fisuras
que llevan a la igualdad; como constructos para la elaboración de la memoria encar­
nada y finalmente, como exponentes de características articuladoras entre distintos
niveles de análisis. También confluyen sinergias entre los ejes estructuradores del
recuerdo y los cronotopos.
A través del análisis de cronotopos específicos donde se negocian identidades y
alteridades así como en los generales que aparecen como constructos donde actúan
mandatos culturales e interpretaciones de fuerzas por encima del control de las per­
sonas y los grupos, he presentado el camino para llegar a la memoria no discursiva;
la memoria encarnada que pasa por la experiencia. Con frecuencia las negociacio­
nes de identidades a un nivel de cronotopo específico tienen que verse en relación
con la fuerza de las formulaciones más amplias, avaladas por las referencias del
tiempo en el que las creencias han permanecido vigentes. Una de ellas es la negati­
vidad con que frecuentemente se presenta la sexualidad incontrolada, vinculada al
desorden y el caos sin que aparentemente aflore la intolerancia profunda que esta
ideología encierra.
El cronotopo general del miedo a la oscuridad solitaria nos remite a premisas
que actúan a un nivel de abstracción mayor que el propio cronotopo. A pesar de
las diferencias entre el caso de los temne y el denominado "los espacios que nos
negamos", ambos tienen en común que a través de la evocación del espacio y el
tiempo (oscuridad, noche) los dos comunican la conciencia de la opresión surgida
de relaciones asimétricas: la primera de la esclavitud y la segunda de la desigualdad
de género. En el cronotopo de la negación que desarrolla Hemández también en­
cuentro características generales que pueden aplicarse a otras situaciones de aisla­
miento, segregación, como las que presenta Alfarache.
En esta relación oscuridad-miedo-opresión surgida del cronotopo genérico ge­
neral se daría el paso importante entre el conocimiento surgido desde la crítica
feminista que por su misma definición es interdisciplinar, con el marco más amplio
del saber a que he aludido al comienzo del texto; un objetivo ambicioso pero nece­
sario para hacer efectivo el poder transformador del conocimiento que debe incidir
en la reflexión y en la práctica.
El hilo conductor son los derechos humanos en la línea planteada por Pilar
Folguera (2010: 97-146) acerca del gran avance que supuso el reconocimiento de
derechos que reclamaban las mujeres y en las aportaciones de Virginia Maquieira
(20 1 0: 55-56) que los sitúa en el contexto crítico de la globalización y en las para­
dojas que la situación global presenta. Esta autora argumenta que universalidad y
derechos tienen cabida en la globalización y en un enfoque crítico de ésta. Recoge
la cita de Kirsten Hastrup de "que la cultura de los derechos humanos es parte del
momento histórico: expresa tanto una cuestión global como una reacción frente
a dichos procesos". De ahí la necesidad de generar aportaciones desde la ínter-
EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA 1 09

disciplinaridad propia de la crítica feminista y establecer sus vínculos con el nivel


general del conocimiento que he planteado para mostrar las realidades que pro­
pician y( o) coartan el ejercicio de los derechos humanos. En mi caso afirmo que
el cronotopo genérico general del miedo permite ver tanto el efecto coercitivo del
miedo y el abanico de situaciones donde se produce así como posibles estrategias
para superarlas. Y que siguiendo el planteamiento de Maquieira es posible verlo
en aproximaciones críticas que tienen en cuenta los momentos históricos de las
ideologías y prácticas culturales.

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SEGUNDA PARTE
lAS NUEVAS CARAS DE lA GLOBALIZACI Ó N
LAS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA: SUN, SEA, SEX Y SAND 1

ANA ALCÁZAR CAMPOS*

I�'TRODUCCIÓN

La finalidad de este artículo es mostrar el turismo, a partir del análisis de una rea­
lidad concreta, la cubana, como un escenario social en el que indagar acerca de la
(re) producción de las desigualdades de género, raza,2 clase, nacionalidad, desde
una perspectiva donde se articulan lo local y lo global. De esta forma, pretendo
cuestionar el establecimiento de fronteras nítidas entre turismo y turismo sexual, la
identificación automática entre turismo sexual y jineterismo, la identificación entre
prostitución y turismo, en definitiva, una serie de "a prioris" que aparecen cuando
nos acercamos a esta realidad y que la práctica cotidiana se encarga de difuminar,
en la línea de lo planteado por Cabezas (2009) , autora que habla del "uso táctico
del sexo" como una herramienta para subvertir relaciones de dominación. El pro­
pósito de este artículo es avanzar en esta línea a partir de trabajo etnográfico reali­
zado en Cuba, en dos periodos diferentes, en 2004 y 2005, y de revisiones teóricas
y etnográficas de otras autoras (es) �to en Cuba como en el contexto caribeño.
Mi indagación etnográfica me sitúa en distintos espacios donde mi condición
de turista, mujer, blanca, se pone de manifiesto, haciendo que sean más visibles
aquellos (as) que no comparten ninguna de estas características. Desde mi punto
de vista, la noción de "turista" resalta, por un lado, la temporalidad de la estancia,
en un contexto de movilidad restringida para la población cubana, y, por otro, la
vinculación con una serie de privilegios, en un espacio de carestía generalizada
para los y las cubanas. Esto se debe al hecho de que poseer dólares o ahora cuc3 no
siempre te da acceso a determinados bienes que sólo son permitidos a la población
extranjera o turistas, entre los que se encuentran medicamentos que deben ser
adquiridos en las farmacias internacionales por no cubanos, el acceso a espacios
geográficos concretos, como Los Cayos, reservados a turistas . . . 4 Además, en torno a

1 Una versión anterior de este artículo ha aparecido publicado en Alcázar Campos ( 2009) .

* Universidad de Granada.
2 En esta ocasión y en las siguientes me refiero al término raz� como algo construido culturalmente,
donde los sujetos son racializados.
' Desde noviembre de 2005 no circula el dólar en el interior de la isla. Esta moneda ha sido sustituida
por la "Moneda Libremente Convertible" o cuc que tiene el mismo valor que el dólar en el mercado y
cuya tasa de cambio en el mercado es de 0.80$: 1 cuc y de 1 cuc: 25 pesos cubanos (moneda en la que
se devengan los salarios) .
4 A partir de julio de 2008 se ha permitido, de forma oficiosa, ya que nunca fue oficial la prohibición,
el acceso a determinados bienes que, con anterioridad y mientras yo permanecía en Cuba, eran pre-
1 16 ANA ALCÁZAR CAMPOS

mí no deja de oírse la palabrajinetero o jinetera, para significar relaciones interesa­


das ubicándome, en ocasiones, en situaciones dificiles de discernir, sobre todo en la
búsqueda de la "autenticidad" que atraviesa parte de mi estancia. Me muevo en
espacios liminales, donde establecer los límites entre "lo sincero" y "lo interesado"
se toma complejo, hasta que finalmente asumo que mi extranjería forma parte in­
eludible de mí y de las relaciones que construyo en Cuba.
Todo este proceso es lo que me lleva a indagar y cuestionar el jineterismo como
un fenómeno localizado en Cuba en el que se imbrican relaciones entre sexualidad y
turismo y que condensa relaciones de dominación de género, clase y posición histó­
rico-política. Este término, desde mi punto de vista, es reapropiado por la población
para reivindicar estrategias de supervivencia de las que la sexualidad forma parte.5
A pesar de que, tal y como veremos, el término jineterismo va más allá del uso
de la sexualidad para obtener beneficios, considero que al ser presentado en su
fórmula femenina (jinetera) como el vínculo entre sexo y turismo, se produce una
generización y racialización del término. La ecuación turismo y sexualidad, tendría
implicaciones diferentes para hombres y mujeres, así como para población negra y
población blanca (Femández, 2010) .

JINETERISMO: CONEXIONES Y DESCONEXIONES CON EL TURISMO SEXUAL EN CUBA

En Cuba, la aparición del termino '�ineterismo" se relaciona con la apertura al


turismo de masas en los noventa, tras la desintegración del bloque socialista. En la
isla, debido a la identificación que se realiza desde el gobierno revolucionario entre
turismo y corrupción, una de las primeras medidas que se tomaron, tras la huida de
Batista y la subida al poder de los "barbudos" el 1 de enero de 1959, fue el cierre de
los hoteles y casinos del país. Al abrigo del desarrollo del turismo estadunidense en
la isla éste se relacionaba con la delincuencia y la prostitución (Schwartz, 1997) . Al
mismo tiempo, el hedonismo implícito en el turismo se contraponía con el ideal del
"hombre nuevo": estoico, sacrificado, que prioriza el bien común frente al interés
individual y el consumo. Tras el triunfo revolucionario permanecen en pie escasos
complejos turísticos destinados al consumo nacional, en forma de "estímulos" a los
trabajadores. Al mismo tiempo, se pusieron en marcha programas para reinsertar a
las mujeres que se dedicaban a la prostitución, muchas de ellas vinculadas al turis­
mo prerrevolucionario (Schwartz, 1997) . Se formó a estas mujeres, que se convirtie­
ron en secretarias, obreras, agricultoras . . . (Smith y Padula, 1996) .
No es hasta los años noventa, con la caída del bloque socialista, que Cuba se
vuelve a abrir al turismo de masas, al que se acompaña de la liberalización del dó-

hendas de los y las extranjeros( as) : hospedarse en hoteles, contratar líneas de telefonía móvil o adquirir
reproductores de DVD y computadoras.
• Destacar aquí que esto no es un hecho específico de Cuba ni del Caribe, no obstante, yo me circuns­
cribo a esta área geográfica por cuestiones metodológicas.
. L\S CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA 1 17

lar, lo que da lugar a crecientes desigualdades entre la población. No obstante,


la existencia de desigualdades, en un entorno que se autodenomina igualitario,
es algo que se constata casi desde el inicio de la Revolución. Estas desigualdades
'entre cubanos" dieron lugar a la aparición de la "titimanía", término que describía
las relaciones de chicas jóvenes, llamadas "titis", con hombres mayores, vinculados
con la nomenklatura, de los cuales eran amantes o, en ocasiones, esposas. Al igual
que sucederá en los noventa con el término "jinetera", aparece un neologismo para
referirse a una situación que tiene fronteras difusas con lo que comúnmente cono­
cemos como prostitución: el intercambio de sexo por dinero o bienes.
Ya en los años ochenta, se favorece el diálogo con la comunidad cubana exiliada
en Estados Unidos, cuyos miembros empiezan a visitar Cuba. Por otro lado, como
parte de la política internacionalista de la isla, estudiantes de América Latina y Áfri­
ca son becados para estudiar en Cuba. Diplomáticos, personal técnico de los paí­
ses del bloque socialista y estudiantes extranjeros eran utilizados por la población
cubana que recibía remesas del extranjero para conseguir productos tales como
ropa, desodorante, detergente, de las "diplotiendas",6 ya que éstos escaseaban en
las "bodegas" cubanas.7 Al mismo tiempo, los extranjeros eran conscientes del lugar
que ocupaban en la sociedad cubana y, tal y como ha documentado Tchak ( 1990)
para los estudiantes africanos, rentabilizaban su posición teniendo negocios dentro
de la economía informal y eligiendo parejas sexuales cubanas. Es decir, el uso de
la sexualidad como una estrategia de la economía informal para conseguir bienes
y(o) privilegios, denominado "jineterismo" en los noventa, no es algo ausente de la
sociedad cubana anterior a la caída del bloque socialista.8
Por otro lado, no podemos obviar, tal y como plantea Kempadoo ( 1999) que la
sexualidad femenina en el Caribe, durante la Colonia, no sólo se constituyó en base
de dominación sino también en lugar donde las mujeres reconfiguraban relaciones
de poder, obteniendo dinero para comprar su libertad y la de sus hijos e hijas y pa­
rejas, así como para mejorar sus condiciones de vida que, no obstante, continuaban
siendo precarias.
Cabezas (2004) redunda en que la intersección entre sexo, viaje y globalización,
que caracteriza la industria turística hoy día, no es algo nuevo en el Caribe. Así, el
turismo sexual sería un continuum de prácticas y realidades sumamente dispares
que oscilan entre el trabajo sexual y el turismo "de romance", donde intervienen
cuestiones relacionadas con el viaje, la migración, el ocio, el amor y el matrimonio
(Cabezas, 2004) y donde las asignaciones "emic" y "etic" están determinadas por
factores tales como la raza, la clase y el género.
En Cuba esta indefinición de fronteras, planteada en otros contextos por dife­
rentes autoras,9 se ejemplifica a través del uso de un neologismo: jineterismo. Tal y

6 Que en la actualidad se denominan "chopins".


; Se denomina así a las tiendas en pesos donde se reciben los productos de la cartilla de racionamien­
to o libreta.
8 Para una revisión más en profundidad véase Kummels (2005 ) .

' Pruitt y Lafo n t ( 1 995) para Jamaica, Ragsdale y Tomiko ( 1 999) para Belice, Cabezas (2004) para
República Dominicana o Piscitelli (2004) para Brasil.
1 18 ANA ALCÁZAR CAM POS

como plantean Cabezas (2004) y Fernández ( 1 999) , si bien una de sus acepciones es
el intercambio de sexo por dinero de población cubana con extranjera, el término
es mucho más amplio.
La bibliografía consultada coincide en relacionarlo con el sustantivo "jinete", en
clara referencia al acto sexual, en el que "se cabalga" al turista. En la práctica nos en­
contramos con un término que se reinterpreta por la población, creando espacios
liminales en la interacción nacionales/ extranjeros. Se trata de una categoría "emic"
que resta valor a los significados sexuales y que nos muestra, sobre todo, relaciones
de poder Estado/ ciudadanía. Se produce así, un ocultamiento del comercio sexual,
que es penalizado por el Estado, y una contestación por parte de la ciudadanía,
simbolizada en ese cabalgar al turista, a la construcción de las relaciones turista/na­
cional. Así, el jineterismo designa aspectos tan disímiles como relaciones cercanas
entre colegas profesionales cubanos y extranjeros: "jineterismo científico"; prefe­
rencias y favores de nacionales a extranjeros, que se tildan de interesadas; comercio
/venta de productos dentro del mercado negro; improvisados y espontáneos guías
de alojamiento, restaurantes y experiencias culturales, como los cultos afrocubanos
"auténticos": "jineterismo religioso";10 y, por supuesto, relaciones afectivo/sexuales
(independientemente de su duración) entre turistas y nacionales.
A partir de los noventa, se ha intentado comprender e investigar el jineterismo
siguiendo diferentes perspectivas. Desde las Ciencias Sociales, los planteamien­
tos han sido bastante heterogéneos, con una diferencia clara entre los estudios
realizados por investigadoras que viven en Cuba y aquéllos de quienes residen
en el exterior. Desde "fuera" predomina la influencia de las teorías feministas en
el abordaje del jineterismo, presentando a las jineteras como dotadas de agen­
cia, cuestionando la existencia de límites claros entre relaciones por dinero o por
amor (Cabezas, 2004) y reclamando análisis más complejos en los que se reflexio­
ne sobre el papel del Estado, de los turistas, del jineterismo masculino (Elinson,
1999) y del contexto social y económico, global y local (O'Connell Davidson, 1996;
Fernández 1996, 1999; Cabezas, 1998, 2004, 2009; Fusco, 1998; Kempadoo, 1999,
200 1 ; O'Connell, Davidson y Sánchez Taylor, 1999; Holgado, 2000; Rundle, 2001 ;
Kummels, 2005;) . Desde "dentro", las investigaciones s e abordan bien desde el
análisis de la juventud y su falta de conciencia revolucionaria, portadora de pautas
de consumo capitalistas y con pérdida de valores, marcando claramente las dife­
rencias entre la antigua y la nueva prostitución (Rodríguez Calderón, 1996; Díaz,
Caram y Fernández, 1 996; Díaz Canals y González Olmedo, 1997) ; bien como un
fenómeno patológico, de conductas desviadas, con mujeres acerca de las que se
indaga la subjetividad que las lleva a prostituirse Qiménez Fiol, 2003) . El punto de
vista de los y las investigadoras acerca de este fenómeno da lugar a lo que Haraway

10 Resulta interesante el artículo de Argyriadis (2005) donde apunta el término "jineterismo religio­
so", sosteniendo tesis parecidas a las que se van a formular más adelante, sobre todo lo relativo a la pena·
Iización de la aparición de aspectos materiales en cuestiones vinculadas con lo emocional y la flexibilidad
del término, que es resignificado por la población, utilizándolo para referirse a lo "no auténtico" en los
cultos afrocubanos.
L.\S CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA l l9

(1995) denomina "conocimiento situado", cuestionando nuestra supuesta neutra­


lidad ante las cuestiones, sociales o no, que investigamos, algo que resulta evidente
en la documentación consultada.
Por otro lado, el abordaje que desde el gobierno cubano se ha dado del jinete­
rismo, entendido en este caso como prostitución, ha pasado por diferentes fases,
con un recrudecimiento de su penalización a partir de finales de los noventa, sobre
todo derivado de las presiones internacionales. En Cuba la prostitución no es un
delito, sí el proxenetismo, pero existe una figura legal aplicable a las jineteras: el
estado de peligrosidad. É ste engloba cualquier conducta contraria a los valores so­
cialistas de la Revolución e implica el levantamiento de cartas de advertencia. Para
las jineteras la tercera detención policial, acompañada de carta de advertencia, sig­
nifica ir presas, por un periodo de uno a cuatro años, a un Centro de Reeducación,
del cual pueden salir antes por buena conducta. Al igual que en otros contextos, la
indefinición genera también indefensión y abusos por parte de la autoridad. 1 1
En el discurso oficial d e la isla, el jineterismo se presenta como u n fenómeno
feminizado e individual, derivado de comportamientos patológicos, consecuencia
de la introducción de la lógica capitalista -ya que no deriva de necesidades prima­
rias- y de familias disfuncionales, carentes de valores; subrayando, asimismo, la
inexistencia de un subsistema económico, algo que lo diferencia de la prostitución
prerrevolucionaria. Por otro lado, por parte de medios anticastristas esa considera­
ción de carencia de valores del individuo se traslada a la Revolución en su conjunto,
a la que se califica como carente de valores morales que sustituyeran a los que se

desterraron con la Revolución: los de la burguesía blanca que emigra a Miami. Las
mujeres y sus cuerpos encarnan esa pérdida de valores, individuales para los parti­
darios de la Revolución, colectivos para los detractores. En aspectos relacionados
con el control de las mujeres los extremos parecen aproximarse peligrosamente,
situando la sexualidad y los cuerpos de las mujeres cubanas en el centro del debate,
generando un saber-poder, en términos foucaultianos, sobre ellas.
En este debate, desde mi punto de vista, debe tenerse en cuenta la existencia de
ideologías de género, racializadas e histórico-políticas en las actuales representa­
ciones de las relaciones, sexuales o no, entre cubanas y turistas (Fernández 1999;
Cabezas 2004) . Esto determina varias cuestiones:

SITUACIONES SIMILARES TIENEN CONSIDERACIONES SOCIALES


DIFERENCIADAS POR RAZA

En la historia cubana es evidente la consideración de la población afrocubana como


inferior, algo que se enfatiza cuando se habla de las mujeres. Tal y como lo plantea
Vasconcelos, citado por De la Fuente (2000: 223) , "las mujeres afrocubanas eran in­
telectual y moralmente deficientes. Especialmente las 'mulatas', cuya belleza física

11
Véase Cabezas (2004) para República Dominicana.
1 20 ANA ALCÁZAR CAMPOS

supuestamente las convertía en presa fácil del apetito sexual de los hombres, pre­
ferían la prostitución por encima de una vida honrada de escasez y duro trabajo".
Este residuo atávico que se considera abolido por la Revolución en fecha tan
reciente como los años sesenta, aparece de forma evidente a raíz de la crisis econó­
mica de los noventa. En este resurgimiento del racismo juegan un papel importante
los tópicos relativos a las mulatas, plasmados en el viejo dicho colonial de que "las
mujeres blancas son para casarse, las negras para trabajar y las mulatas para hacer
el amor", unido al hecho de que es la población negra la que realiza trabajos de
menor remuneración y la que tiene un acceso limitado a la recepción de remesas
enviadas por familiares que residen en el exterior, ya que, según los estudios dispo­
nibles, la comunidad cubana en el exilio es predominantemente blanca. 12 Quienes
no reciben remesas tienen que inventar formas disímiles de conseguir dólares, mu­
chas de ellas relacionadas con el jineterismo.
En Cuba existe un mito según el cual la mayoría de las jineteras son negras o mu­
latas. 13 Esto determina, por un lado, que si las mujeres negras o mulatas son vistas en
compañía de extraajeros sea interpretado de forma diferente de si son blancas las
que van acompañadas de éstos. De esta forma tal relación es considerada "jineteo"
si existe dimorfismo racial y "romance " si hay isomorfismo (Fernández 1 999; Run­
dle, 2001 ) . Llegando incluso a hablar para las jineteras de una identidad mulata
por asociación (Fusco 1998) . Es decir, las imágenes coloniales que asocian negritud
con sexualidad comercial incontrolable, sirven para identificar como "negras" a
mujeres que en situaciones sociales diferentes serían consideradas "mestizas". Por
otro lado, la propia existencia de estas jineteras negras es usada para confirmar las
supuestas deficiencias morales de las mujeres negras y mulatas, racializando aún
más la crisis que afecta a la sociedad cubana (De la Fuente, 2000) .
En este punto también habría que tener en cuenta, varios aspectos.
En primer lugar, como consecuencia de la declaración de la abolición del racis­
mo en los sesenta, en tanto que contrario al sentir revolucionario, los datos sobre la
raza en Cuba son escasos (Fernández, 1999; De la Fuente, 2000) . Tal y como expo­
ne De la Fuente (2000) , el gobierno revolucionario identifica el racismo con grupos
sociales subordinados a los intereses imperialistas: la burguesía blanca, antinacional
y pro-yanqui que había huido del país. Así, el racismo no sólo era anticomunista o
contrarrevolucionario, era además antinacional y una peligrosa señal de "atraso"
ideológico. Dada la enorme influencia que el Estado y sus organizaciones de ma­
sas14 ejercieron en diversas áreas de la vida nacional, la mayoría de la ciudadanía se
sintió obligada a acatar este ideal y a adaptarse al nuevo ambiente. Las autoridades
revolucionarias, por su parte, aceptaron el ideal como un hecho consumado. Esto,
sin embargo, no significa que la raza desapareció de la vida cubana, sino que los

12
Según el censo de Estados Unidos de 1 990, el 83.5% de los inmigrantes cubanos que viven en el
país se identifican a sí mismos como blancos. Citado por De la Fuente (2000 : 437) .
15 Distintos estudios afirman lo contrario, dándole predominio a las mestizas (Díaz et al. 1 996) .
14 Las organizaciones de masas son aquellas que funcionan como "correa de transmisión" de la ideo­
logía socialista, en Cuba están organizadas por territorio (Comités de Defensa de la Revolución) , y de­
mográficamente (Unión de Pioneros, Federación de Mujeres Cubanas . . . ) .
!AS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA 121

debates sobre el racismo en la sociedad socialista cubana se movieron a la esfera


privada, donde las nociones de raza continuaron afectando las relaciones sociales
en diversas formas.
En segundo lugar, hacer referencia al hecho de que la catalogación racial en
Cuba es compleja y está determinada no sólo por variables fenotípicas: piel, pelo y
color de ojos, sino por la clase social. Es decir, la clase social "blanquea" u "oscure­
ce" a la persona (Stolcke, 1 992; Femández, 1 996) . Las categorías raciales son flui­
das, están influidas por la educación, la clase, el refinamiento o lo que se denomina
"la cultura". Esta "cultura" está configurada por un número de indicadores que
in c luyen la moderación , ciertas restricciones como hablar en voz baja, así como la
moderación en el vestir y tener "buenos modales". 15
Es esta flexibilidad y los valores asociados al color lo que determina las percep­
ciones acerca de la raza de las jineteras y, además, caracteriza ciertos encuentros
turista/ cubana como jineterismo. Así, la persistencia de estereotipos negativos ante
los afrocubanos y, particularmente, las concepciones hacia las afrocubanas, hace
mucho más dificil para la población cubana percibir estas relaciones con turistas
como "de romance". Coco Fusco ( 1998) plantea que, incluso afrocubanas casadas
con hombres blancos extranjeros desde hace tiempo son denominadas jineteras.
Un caso similar le ocurrió a una colega cubana, negra, que está casada con un ita­
liano hace siete años:

Hoy he estado en casa de Yaira tomando un café, hacía días que no la veía y me apetecía "darle
una vuelta", anda algo alicaída. Cuando llego, se pone a llover y nos sentamos en el vesu1mlo
de la casa, amplio como en las antiguas casas coloniales, viendo llover. En estos días hemos
coincidido con un chico español que conocimos María y yo en un bar y me dice que le da mie­
do que le abran una carta de advertencia si la ven con él y me cuenta lo sucedido a Blanca, con
su marido italiano. Blanca es una mujer negra, de unos treinta años, casada con un italiano
algo m ayo r que ella desde hace unos años pero que no puede salir del país por pertenecer al
Ministerio de Salud Pública (Minsap) . 1 6 En los inicios de su relación Blanca estaba un día ca­
minando con Bruno por la calle y llegó un momento que cada uno fue hacia un lado. Cuando
se despidieron y Bruno ya no podía ver lo que sucedía, una pareja de policías se dirigieron a
Blanca y se la llevaron a la estación de policía para levantarle una carta de advertencia. Como
estaba cerca de su cuadra, dieron aviso a los padres y a Bruno y gracias a la presencia de un
alto cargo de la policía, amigo del padre de Blanca, y de Bruno, no le abrieron un acta y la
soltaron. Yaira está convencida de que la detuvieron por ser negra y vestir ropa linda.

En definitiva en Cuba, qué es considerado turismo sexual y turismo de romance


(uúlizando la terminología de Pruitt y Lafont, 1995) depende de la intersección
entre distintas categorías, siendo una de ellas la raza; veamos a continuación otra
de ellas: el género.

15 La antropóloga Silje Lundgren (2010) utiliza esta "categoría" en su etnografia hecha en La Habana.
16
El Ministerio de Salud Pública (Minsap) estipula un plazo de cinco años, desde que se pide la sepa­
ración del Ministerio, para que sus trabajadores ( as) puedan salir del país.
1 22 ANA ALCÁZAR CAMPOS

LOS TÉRMINOS jINETERA" Y "JINETERO" TIENEN SIGNIFICACIONES


DIFERENCIADAS POR GÉNERO

Desde mi punto de vista, en Cuba tiene lugar una asociación automática del térmi­
no "jinetera" con "prostituta" y de "jinetero" con "luchador". Es decir, a la hora de
utilizar el término, se realiza una asociación automática entre mujer y relaciones
sexuales, mientras que su uso en masculino puede o no incluirlas. Ambos tienen en
común la referencia a una relación provechosa con un (a) turista. Así, el equivalente
dejinetera no esjinetero, sino "pinguero ", asociado normalmente al turismo homo­
sexual y que remarca una característica fisica asociada a la masculinidad, el pene,
pinga, en argot cubano (Hodge, 200 1 ) .
Esta asociación automática del término jinetera con relaciones sexuales implica
una corporización de los saberes de las mujeres, las cuales pareciera que tan sólo
pueden vender su cuerpo en el mercado. Esta situación aparece en la realidad, en
forma de profecía autocumplida, ya que las opciones reales de las mujeres de parti­
cipar en la economía informal, con ganancias elevadas, son menores que las de los
hombres. Mientras los hombres realizan trabajos disímiles dentro de la economía
informal, relacionándose con turistas los taxistas, vendedores de cualquier tipo de
producto, guías improvisados, "agentes" de viajes; las mujeres suelen ejercer tra­
bajos que son extensiones de sus roles tradicionales de género, que se realizan en
el con texto privado y que están caracterizados por sus bajos ingresos, ninguno en
divisa, excepto el de alquiler de habitaciones . 1 7 No obstante, poseer divisa se torna
central para asegurar la supervivencia en un contexto de escasez, donde determina­
dos productos de la vida diaria sólo se venden en esa moneda, y donde los mandatos
de género "obligan " al cuidado de la prole a las mujeres en una sociedad matrifocal
(Safa, 1 997) . En esta realidad las mujeres utilizan los saberes derivados de su rol,
de género, y de su sexo , el cuerpo, para hacer frente a la pérdida generalizada de
poder adquisitivo.
Otro aspecto relevante que se deriva de esta asociación automática a la que alu­
día es la presencia del estigma de la prostituta que, en definitiva, se dirige hacia una
mujer que se encuentra en un lugar que no es el suyo, "la calle ". El estigma se puede
relacionar con uno de los dos términos implicados en la relación : el acto sexual o el
dinero Quliano Corregido , 2002) . En Cuba, se entretejen consideraciones políticas
que desprecian lo material y el consumismo, con el que se asocia el jineterismo,
junto con consideraciones morales "heredadas", que penalizan la sexualidad de las
mujeres. Así como la intromisión de cuestiones materiales en una práctica privada
y vinculada con lo emocional, algo similar a lo planteado al hablar de ".jineterismo
religioso " (Argyriadis, 2005) .
Quizás huyendo de este estigma las jineteras se autodenominan "luchadoras"
(Elizalde, 1996; Femández Robaina, 1 998; Holgado, 2000; Valle, 2006) reapropián­
dose de un discurso masculino que da cierta legitimidad a los jineteros. É stos son
mirados con condescendencia por el resto de la sociedad, identificándolos con "Ju-

17 Véase desarrollos de este trabajo en Alcázar Campos (2008) .


LAS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA 1 23

chadores" que realizan múltiples actividades para conseguir dólares de los y las
turistas. Parece que el hecho de que muchas de ellas se basen en el engaño y to­
das sean ilegales no genera el mismo rechazo social que una mujer que "anda con
turistas". 18 Una vez más, durante mi estancia se producen situaciones que ejempli­
fican esta disparidad.

Ayer estuve hablando con Yaira y me dijo que Rebeca, la mamá de Melissa, anda preocupada
porque estos días hemos estado saliendo mucho con Jennifer, la chica inglesa y su amigo,
Peter. Parece que han tenido una discusión fuerte, en la que Rebeca ha acusado a su hija de
jinetera. Lo que me sorprende de esto no es que a Rebeca le preocupe el qué dirán , esta ciu­
dad es pequeña y ellos son una familia conocida, sino que no piense lo mismo de la relación
de su otro hijo con una extranjera.

En este uso del término no podemos dejar de ver, tal y como ha señalado Fou­
cault ( 1995) la construcción de discursos específicos sobre el sexo y la sexualidad.
Éstos son construidos por legisladores, intelectuales . . . y configuran el sexo como
un ámbito de políticas específicas. Estos discursos están permeados por la ideología
sexual dominante, según la cual los hombres cubanos basan su reputación en su
rol como amantes, conquistadores y amigos, la solidaridad masculina. Valorándose
el hecho de tener más de una mujer: la de la casa y la o las de la calle, siempre y
cuando la primera no sepa nunca de la existencia de la o las otras o pueda fingir
que no lo sabe, reclamándose que "sea discreto " en sus amoríos, pero no tanto
como para que sus amigos no los conozcan (Rosendahl, 1 997) . Por el contrario, la
sociedad valora que las mujeres cubanas sean principalmente madres y esposas, en
los últimos tiempos trabajadoras y revolucionarias, sin que en el imaginario social se
pueda pensar una mujer como alguien completo sin experimentar la maternidad.
Dentro de esta ideología la habilidad sexual masculina es un signo de virilidad
mientras que la promiscuidad femenina es concebida como una deficiencia en los
valores morales. Dando lugar a que, para el contexto Caribe se acuñen dos términos,
recientemente puestos en cuestión (Kempadoo, 2001 ) , para denominar las interac­
ciones turistas mujeres occidentales y hombres caribeños: turismo de romance (Pruitt
y Lafont, 1 995) y turistas varones occidentales y mujeres caribeñas: turismo sexual.
No obstante, debemos tener en cuenta que las relaciones sociales y, en este caso,
lo relativo a las ideologías sexuales, son reinterpretadas por la población, tomándo­
las más fluidas. En la actualidad, reinterpretando los patrones de conducta sexual
existentes, algunas mujeres, fundamentalmente jóvenes y profesionales, deciden
que les resulta más rentable "ser la otra" ya que sus parejas cubanas no les aportan
el soporte económico que necesitan, es decir, no cumplen su rol de proveedores,

" En los datos derivados de mi obseivación, si bien en determinadas clases sociales, las más pobres,
no se produce un rechazo frontal hacia el jineterismo, éste sí tiene lugar en las escasas clases medias, así
como un encubrimiento generalizado de la actividad que, normalmente, se ejerce en La Habana o en
los polos turísticos. Por el contrario, la asociación del término jinetera con prostituta sí podemos carac­
terizarla como generalizada.
1 24 ANA ALCÁZAR CAMPOS

y, siendo la amante, no tienen que cumplir con los roles de cuidado de la casa y el
marido. No obstante, esta situación se concibe como temporal, mientras aparezca
el compañero adecuado, en ocasiones, sólo un extranjero cumple las exigencias.19
En este contexto de control sexual de las mujeres la "jinetera" supone un desafio
a la ideología patriarcal y revolucionaria, que declara su abolición y que distribuye
y asigna espacios. Al hablar de "desafio" me refiero más a las cuestiones simbólicas,
que al ejercicio consciente de una oposición ni a la Revolución ni a la ideología
machista imperante. Tiene que ver más con la ejemplificación del "fracaso" eviden­
te en la tan proclamada igualdad y promoción humanista, y la preocupación del
hecho de que el jineteo constituya, en ocasiones, la alternativa menos mala que se
presenta. Este desafio es menor si se asocia con la supuesta inferioridad y "naturale­
za caliente" de la mulata, tal y como veremos a continuación .

LA EROTIZACIÓN/EXOTIZACIÓN DE LAS MUJERES CUBANAS

La historia del Caribe no ha escapado a la exotización que caracterizó los procesos


de colonización europeos. El colonialismo producía ideologías de "lo exótico" y
pocas mujeres en las colonias escapaban de la erotización. Dos estereotipos prin­
cipales de la feminidad negra han sido identificados como específicos de la región
durante la esclavitud. El primero definía a las mujeres esclavas como pasivas, opri­
midas, serviles, trabajadoras resignadas. El segundo se centraba en la sexualidad
femenina negra, donde las mujeres esclavas eran vistas como sexualmente promis­
cuas (Stolcke, 1 992; Kempadoo, 1 999) .
Las percepciones de las mujeres negras como objetos sexuales y eróticos se con­
solidan de varias formas. Una de éstas serían las descripciones románticas de las
mujeres africanas como "reinas de ébano" o "bellezas felinas", que se encuentran en
los documentos de los viajeros europeos, tratantes y dueños de plantaciones duran­
te la esclavitud y de las que después se hicieron eco el arte, la poesía y la literatura
del siglo XVIII. 20
Por otro lado, junto a la profunda influencia que el colonialismo tuvo en las
nociones de la superioridad de "lo blanco" entre los colonizados, incluyendo la
feminidad blanca, también se recrean y están presentes en las nuevas relaciones de
poder estructuradas por las luchas anticoloniales y nacionalistas por la independen­
cia política, que aparecieron en el territorio caribeño en los siglos XIX y XX (Kempa­
doo, 1 999) . Tal y como plantea Susana Montero (2003) cuando analiza el discurso
lírico del movimiento independentista cubano, las mujeres que aparecen lo hacen
bien reproduciendo el ideal romántico de feminidad, bien como "abnegadas corn-

19 Mona Rosendhal ( 1 997:69) plantea algo parecido en su etnografia sobre una localidad rural cu­
bana en los ochenta y principios de los noventa, aludiendo a "buscar un hombre con PCC " en tanto que
acrónimo de Plata, Casa y Carro, siendo también la abreviatura de: Partido Comunista Cubano.
20 Un análisis de estas representaciones es realizado por K.utzinski ( 1993) .
!AS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA 1 25

pañeras de los héroes" o "madres ejemplares", compartiendo estos arquetipos su


representación de "ser para los otros". De esta forma, quedan excluidas de este
modelo amplias capas de la población femenina de color.
En estos discursos la hipersexualización de las mulatas hace que funcionen los
estereotipos a la inversa con las mujeres blancas, los cuales se agudizan si éstas son
europeas. A continuación transcribo parte de mi diario de campo, donde man­
tengo una conversación con dos amigos cubanos acerca de la supuesta sexualidad
menos activa de las europeas.

Hoy he subido a casa de Yotuel y Melissa a tomar café y estaba Ricardo allí, nos sentamos en
l a sala, en los balances, enfrente del sempiterno ventilador y empezamos una conversación
donde nos cuenta que tiene un amigo que anda con extranjeras y que le dice que éstas son
menos calientes que las cubanas, para ver qué pienso yo como extranjera. Le digo que no sé,
que eso depende de las personas, no de dónde son y también tiene que ver con si la persona
con la que estás te gusta lo suficiente ( aludiendo de forma velada a si su amigo es un jinete­
ro) . Me dice que cree que tengo razón pero que las cubanas "tiemplan " más que las europeas
y que aquí, por el calor, todo es más ardiente.

La industria turística saca partido de esta supuesta diferencia, utilizándola como


un factor de venta. Entendida como algo que esencializa a quienes la poseen, de­
termina y afianza no sólo las desigualdades entre países, sino también formas de
racismo y sexismo ( O ' Connell Davidson y Sánchez Taylor, 1999) . En la promoción
del turismo la sexualidad caribeña se presenta como un recurso más, con una libi­
dinización de varias partes del globo, que se construyen como femeninas, las del
Tercer Mundo, que son "sitios de deseo" en "economías del placer".21 Esto está
mediatizado por la construcción de la otredad por parte de los turistas, que son
diferentes, normalmente, por cultura, idioma y raza. En esta construcción de la
otredad, los hombres y mujeres caribeños parecen estar conformados, en los ima­
ginarios de los turistas, como sujetos/ objetos racializados -sexualizados-, el hi­
persexual "semental negro" y la "caliente" mulata. No obstante lo anterior, también
desde el movimiento feminista, sobre todo aquel que está analizando los movimien­
tos transnacionales de población, se está poniendo de manifiesto que esta exotiza­
ción es reapropiada por las mujeres "de color", situándolas en un lugar de ventaja
frente a las mujeres blancas en el mercado sexual (Fusco, 1 998; Kempadoo, 200 1 ;
Piscitelli, s. d. , consulta Internet, 2008) . E n l a vida cotidiana, está corporificación de
la sensualidad consigue que algunas mujeres "de color" logren superar límites lo­
cales, raciales y de clase, que serían imposibles de atravesar si no hubiesen contado
con los recursos (materiales y simbólicos) ofrecidos por los visitantes extranjeros.
La expresión máxima de esta superación de los límites estaría en el matrimonio con
un extranjero, el cual, en el contexto cubano al menos, puede interpretarse como
una resistencia al control estatal, escapando de la isla.

21 Parafraseando el título del libro editado por Leonore Manderson y Margaret jolly ( 1 997) , Siles o/
dtsire, economies o/pleasure: sexualities in Asia and the Pacific.
ANA ALCÁZAR CAMPOS

CONCLUSIONES

En este artículo hemos tratado de aproximarnos a un "hecho soci�l ", el turismo, a


partir de un acercamiento a una realidad concreta: la del jineterismo en Cuba. Nos
interesa éste como un espacio social en el que se muestran relaciones desiguales de
género, raza, clase y posición histórico-política, cuestionando el supuesto paradig·
ma igualitarista del Estado cubano, especialmente a partir de la caída del bloque
socialista en los noventa, que condiciona la adopción de una serie de medidas de
apertura a la economía de mercado en la isla. En este artículo nos hemos referido a
una de éstas, la apertura al turismo de masas, en su interacción con la construcción
social de un discurso sobre la sexualidad.
A través del análisis de una realidad concreta, la cubana de principios del siglo
XXI , hemos visto las contradicciones en lo normativo en relación con el género, esto
es la construcción dicotómica de la sociedad, con trabajos diferenciados por gé·
nero: reproductivo/productivo; espacios: casa/calle; y consideración social: mala/
viril; al introducir un elemento distorsionador, el turismo de masas. É ste , conside·
rado por muchos años como contrario al proceso revolucionario, como símbolo del
"antes", donde Cuba era una pseudocolonia de Estados Unidos, con una economía
dependiente y una sociedad con grandes diferencias sociales, en los noventa los
"viejos fantasmas" regresan representados en los cuerpos de las mujeres. La crisis
económica las golpea doblemente, al tener que asumir tareas de cuidado y provi­
sión económica de la familia, y, junto con el deseo de salir del país y de acceder a
lugares "sólo para turistas", las lleva a implicarse en eso que ha venido a denominar­
se "jineterismo".
A partir del análisis de las lógicas que subyacen en el uso del término jinetera/
jinetero, conectándolo con los discursos vertebrados en torno al turismo sexual,
hemos visto que es necesario tener en cuenta la in teracción de dinámicas de géne­
ro, de raza, de clase e histórico-políticas que estigmatizan a las mujeres en mayor
medida que a los hombres. Esto es así tanto por la consideración social de que son
los segundos quienes deben proveer a la familia, "resolviendo " con negocios en la
economía informal , lo cual pueden hacer más fácilmente al ocupar un espacio que
les es asignado, "la calle "; como por la ideología sexual que marca como virilidad la
promiscuidad masculina y como carencia de valores la femenina. Por otro lado, las
diferentes posiciones histórico-políticas, que se manifiestan tanto en la población
cubana como en los turistas, racializa y ero tiza a las mujeres tildándolas de jineteras
si son negras o mulatas, algo que no se produce inmediatamente si son blancas o
mestizas. Al mismo tiempo, este término es reapropiado por la población femenina,
que se identifica como "luchadora", huyendo del estigma asociado a la prostitución.
Todo esto da lugar a un continuum que prevé diferentes actividades dentro del
turismo sexual, en las cuales están implicados el dinero, pero también el amor, el
matrimonio, el ocio y el deseo de migrar.
!AS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA 1 27

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GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD
RETERRITORIALIZADA: TRANSMIGRANTES DE ORIGEN
NAHUA RESIDENTES EN CALIFORNIA

MARÍA EUGENIA D'AUBETERRE BUZNEGO*

INTRODUCCI Ó N

No deben las muchachas sentarse en las piedras del tenamaz.tl e -se escucha decir
todavía en San Miguel Acuexcomac- pues tendrán la mala fortuna de no encon­
trar con quien casarse. Proverbios y malos augurios expresan la valoración del ma­
trimonio como esperado horizonte de vida para hombres y mujeres; prescriben ,
en fin, las uniones matrimoniales convenientes o, en su caso, las proscritas, en este
pueblo de raíz nahua asentado en las áridas inmediaciones de la Cordillera del
Tentzo, en el centro del estado de Puebla, México.2
Valiéndose de la economía del símbolo, tales discursos sintetizan el obligado
destino del matrimonio para hombres y mujeres en las sociedades campesinas, pilar
del sistema de parentesco y de un régimen de género (Connell, 1 98 7 , 2005) de mar­
cado predominio masculino. Régimen que se reconstruye a medida que el modelo
de familia patriarcal se debilita en el contexto del declive de la agricultura de sub­
sistencia, basada en el trabajo familiar,s y en la medida que la migración a Estados
Unidos transforma las vidas de las personas, ahora definidas por una "orientación
dual", informadas en tomo a la que acontece allá y aqu í (Vertovec, 2004) . Tal senti­
do de "bifocalidad" compromete la vida cotidiana de los que se van y de los que se
quedan y proyectos de más largo alcance. En el crisol de la expansión de los víncu­
los políticos, morales y económicos de reciprocidad y asistencia entre California y
San Miguel, la comunidad se reterritorializa.
Tal como lo ha referido Oehmichen (2005: 3 1 ) al analizar procesos análogos
entre comunidades mazahuas translocales, también esta comunidad ha dejado de
ser pensada por sus integrantes únicamente "como una unidad territorial y jurídi-

* Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.


1 Del nahua, tenamaztli, soporte de la olla formado por tres piedras puestas en círculo. Los anúguos
mexicanos creían que los que pisaban este soporte serían desafortunados en la guerra y caerían en las
manos del enemigo (Siméon, 1 994) .
2 San Miguel Acuexcomac es una Junta Auxiliar del Municipio de Tzicatlacoyan; en el 2000 contaba
con 1 164 habitantes ( INEGI , 200 1 ) . Se localiza a 30 km al sureste de la capital del estado de Puebla.
' Un estudio realizado en la región de la Cordillera del Tentzo por Rarnírez, Peña y López (200 1 :
80) e n los noventa indica que "al considerar e l ingreso global extra finca que proviene d e las acúvidades
por diferentes miembros de la unidad domésúca campesina, 97% de estas unidades domésúcas recibe
ingresos extra finca y sólo 4.3% vive exclusivamente de las acúvidades agropecuarias".

[ 1 29]
MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

ca, para concebirse, fundamentalmente, como un constructo cultural; como una


unidad de pertenencia y lealtades, [ . . . ] como una comunidad de derechos y obli­
gaciones que implican criterios de membresía". Se trata, en suma, de una forma de
integración social primaria que genera vínculos primordiales frente a otras adscrip­
ciones o pertenencias sociales y que, en este caso, reorganizada en un campo social
transnacional, cobija a los establecidos en ambos países, incluyendo a las nuevas
generaciones de jóvenes y niños (as) que han nacido o se han criado en California,
sin conocer el pueblo. Desentrañar las prácticas matrimoniales en este campo social
transnacional ( Levitt y Glick, 2004) es el objetivo de este trabajo.

BREVE PANORAMA DE lA MIGRACI Ó N TRANSNACIONAL

A finales de los setenta, una decena de hombres solos oriundos de San Miguel
Acuexcomac cruzó la frontera norte, sumados a un flujo migratorio procedente
de la Mixteca profunda, en el sur del estado de Puebla. En nuestros días, hombres
solos o acompañados, mujeres casadas y sus hijos pequeños, solteras y adolescentes
transitan , expuestos a crecientes riesgos y pagando elevados costos, un circuito
migratorio robustecido durante más de tres décadas.
En 1 98 7 estaban registrados en los censos que controlan los "Principales"4 250
'1efes de familias" que ostentaban el estatus de "ciudadanos del pueblo". Desde en­
tonces a abril de 2003 el número de "jefes de familia" residentes en San Miguel se
redujo a 1 80. Al mismo tiempo, se registraban 1 65 parejas oriundas de San Miguel
establecidas en Estados Unidos que, pese a la distancia, se mantenían como contri­
buyentes de fiestas del calendario religioso y de proyectos comunitarios de mejora
de la infraestructura del pueblo.
Estas cifras revelan no sólo el vigor de los vínculos entre ambos asentamientos,
sino, además, muestran , en particular, el aumento del la migración femenina, el
carácter familiar de estos flujos y el desdoblamiento de la comunidad en el espacio .
Este proceso h a especializado a un sector de mujeres de mayor edad o d e limitada
movilidad espacial, en la generación de subsistencias agrícolas y en la producción
de bienes simbólicos, el honor y buen nombre , la continuada adscripción de sus
hombres al sistema de cargos políticos y religiosos locales ( D 'Aubeterre, 2005) ;
mientras que e n apenas dos décadas, los más jóvenes han devenido e n piezas del
engranaje de la economía sumergida del estado de California, principalmente en
el comercio informal de frutas y alimentos en la ciudad de Los Án geles y conda-

4 Como en otros pueblos del altiplano central mexicano de raigambre indígena, la organización de la

vida ritual y política de esta comunidad descansa en un sistema de cargos. En la cima de esta estructura
jerarquizada se ubican los llamados "principales", varones que han ocupado los distintos peldaños de
este sistema a lo largo de sus trayectorias de servicios prestados al pueblo. En los últimos años se ha pro­
curado elegir estos "hombres de respeto", no sólo entre los residentes en el pueblo, sino también entre
avezados migrantes que cuenten con documentación migratoria, que puedan desplazarse sin dificultad
entre ambos países (D'Aubeterre, 2005a) .
GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA

dos aledaños. Alternadamente, ocupan empleos precarios en los servicios o en la


manufactura.
La reorganización del tejido comunitario en un campo social transnacional es
una de las manifestaciones del proceso de inserción de vastas zonas del centro de
México, de fuerte raigambre indígena y campesina, en la economía capitalista glo­
bal y de la conformación de una mano de obra transnacional ( Harvey, 1 989) . Pero
la migración no sólo tiene resonancias económicas; entre otros aspectos, trastoca
también al sistema matrimonial en su conjunto y, en paralelo, a las relaciones de gé­
nero (D'Aubeterre, 2000) . En este horizonte de globalización neoliberal, tal como
lo ha dicho Celia Amorós (2005: 323) , "la novedad consiste en que, para los varones,
ya no hay puestos de "proveedor familiar": en la medida en que el troquelado de la
masculinidad dependía de este desaparecido privilegio, se encuentra en crisis". Así,
en el contexto del agotamiento del esquema migratorio de los hombres solos, pro­
veedores a la distancia y del debilitamiento de la migración circular prevaleciente
hasta mediados de los ochenta, debido al endurecimiento de la vigilancia fronteriza
(Canales, 2001 ) , cabe preguntarse cómo se dislocan los patrones de formación de
las uniones matrimoniales entre las jóvenes generaciones y las prácticas rituales que
las sancionan en un campo social transnacional. Afirmo que la exogamia femenina
y la fuga concertada de la pareja pueden traducir para las mujeres una mayor exclu­
sión en este campo social heterogéneo.

COORDENADAS TEÓ RICAS Y ESTRATEGIAS METODOLÓ GICAS

Mediante un conjunto de prácticas económicas, políticas y culturales los transmi­


grantes (Basch et aL , 1995) crean campos sociales transnacionales ( Levitt y Glick,
2004) que conectan a los actores a través de relaciones directas o indirectas más allá
de las fronteras nacionales.5 Mantienen y reproducen a distancia su ambiente socio­
cultural de origen ( Guarnizo, 2004: 57) , gestan nuevas instituciones o reinventan
tradiciones y añejas prácticas que dan sentido y brindan certidumbre en los nuevos
nichos de asentamiento ( D 'Aubeterre, 2005a: 20) . 6 ¿Cómo se sustentan las posicio­
nes de género en estos nuevos campos sociales forjados en el contexto de la ínter-

; La noción de campo social transnacional, propuesta por Levitt y Glick (2004: 1 009) , remite a la idea
de Bourdieu de que los campos sociales son creados por los participantes involucrados en una disputa
por las posiciones dentro del mismo campo; en consecuencia, se asume que no son homogéneos ni están
libres de conflictos. El poder es una de las dimensiones que estructuran estos nuevos campos sociales
entendidos como una urdimbre de redes de relaciones sociales a través de las cuales ideas, prácticas y
recursos son desigualmente intercambiados, organizados y transformados.
6 Reconocer esta inventiva no implica subestimar el renovado papel de los estados nacionales hege­
mónicos, patente, entre otras manifestaciones, en la cobertura que brindan a la movilidad del capital
mediante acuerdos de libre comercio, políticas de inmigración y trabajo {Stephen, 2002) . Cabe insistir
en las resonancias de las políticas neoliberales en la reproducción de la situación de las mujeres como
cuidadoras y mantenedoras de las energías vitales de niños, enfermos, ancianos y dependientes en el
marco del proceso de reducción del Estado.
MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

nacionalización de la economía, de la libre circulación de capitales, de la formación


de un mercado laboral flexible, al mismo tiempo que se endurecen las políticas de
contención de los flujos migratorios de México a Estados Unidos? (Stephen, 2002) .
Es ésta una de las preguntas que han guiado mi interés durante estos años.
La noción de campo social transnacional permite reconocer que las posiciones
detentadas por hombres y mujeres de distintas categorías están influidas simultá­
neamente por un conjunto de normatividades e instituciones, muchas de las cuales
están ancladas en más de una nación . Concibo que las prácticas matrimoniales,
como veremos, son clara muestra de esta dinámica. No todos los transmigrantes
detentan las mismas posiciones, ni muestran el mismo sentido de pertenencia a
estos campos; asimismo, tal sentido de pertenencia puede variar a lo largo del ciclo
cultural de vida: en momentos críticos puede reactivarse con fines estratégicos (Le­
vitt y Glick, 2004: 1 0 1 0 ) . Por mi parte, presumo que hombres y mujeres, mayores
y menores, migran tes y no migran tes "están y pertenecen " de manera diferente a
estos campos. La clase social y la etnia son , desde luego, vectores de esa diferen­
ciación .
Asimismo, el género es una de las dimensiones que define formas dispares de
estar y pertenecer a los campos sociales transnacionales ( Levitt y Glick, 2004) . De
gran utilidad para analizar estas adscripciones es la noción de orden de género
(Connell, 1987, 2005) , concebido como una estructura tridimensional que com­
prende la división sexual del trabajo, las relaciones de poder entre hombres y mu­
jeres y, además, la dimensión de la "catexis" o de las emociones que revisten las
relaciones sociales. Tal estructura tripartita constriñe las prácticas sociales pero, a la
vez, se origina en ellas; encuentra su legitimidad en un sistema de representaciones
sobre lo masculino y lo femenino, que suprime las semejanzas naturales entre los
seres humanos y produce la diferencia sexual. Es una unidad -siempre imperfecta
y bajo construcción- de composición histórica. Igualmente útil es la noción de
"regímenes de género " para dar cuenta de la manera particular en que este orden
cobra concreción en distintas instituciones. Así, las personas cuyas vidas están mar­
cadas por una orientación dual (Vertovec, 2004) pueden participar en distintos
regímenes de género global, locales, especificados geográfica e históricamente, o
ser partícipes de diversos "patriarcados o machismos regionales", para valemos de
la acertada expresión de González (2003: 227) .
Asumo que las adscripciones y los constreñimientos que ejercen sobre las perso­
nas estos distintos regímenes de género locales fluctúan o se superponen a lo largo
del ciclo cultural de vida de las personas; por ello, ciertas encrucijadas del ciclo
cultural de vida ( Del Valle, 1 997) profusamente ritualizadas -como el inicio de
la vida en pareja-, permiten apreciar con mayor nitidez las prácticas mediante las
que se renegocia la tradición, se reclasifica el cuerpo social, se asignan recursos y
redefinen las posiciones de los actores en estos campos de vida transnacional.
Para desentrañar los ajustes y reacomodos de los principios y prácticas en mate­
ria de formación de las uniones conyugales, defino al sistema matrimonial como
"una armazón de principios que, en su accionar, informa y organiza lo admisible
y lo inadmisible en un rango de posibles jugadas en materia de formación, regula-
GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA 1 33

ción y disolución de estas uniones. Las prácticas del noviazgo, la elección del con­
sorte, las negociaciones para ultimar una alianza, las acciones rituales adecuadas
para marcar este tránsito en la vida de los individuos o de los grupos, así como las
modalidades de residencia pos-matrimonial y las formas de disolver estos vínculos,
aparecen articuladas en un sistema que organiza la interpretación del pasado y el
presente vivido (D 'Aubeterre, 2000) .
No atribuyo las transformaciones habidas en las prácticas y las relaciones de gé­
nero en el lugar de destino migratorio a un proceso de asimilación de patrones
"modernos" propios de la sociedad postindustrial estadunidense y al consecuente
abandono de una tradición campesina sepultada en el lugar de origen. Más bien
postulo que las prácticas de formación de las uniones y los rituales que los san­
cionan aparecen informadas por regímenes de género locales, pero coaligados y
dialogantes. Por eso exploro cómo los actores reaccionan y construyen nuevas res­
puestas atenazados por esta orientación dual, definidos por la pertenencia a una
comunidad translocalizada.
Acorde con esta perspectiva analizaré en las siguientes secciones las prácticas
en materia de formación de las uniones y los rituales que las acompañan, tanto en
la localidad de destino migratorio como en la localidad de origen. He seguido la
trayectoria migratoria de grupos domésticos, más que de individuos aislados. Un
trabajo de campo de larga duración me ha permitido reconstruir el curso de vida de
sus integrantes antes y después de cruzar la frontera, incluso una vez que regresan
al pueblo; también recupero la lectura que hacen sus parientes y allegados de los
avatares de los que se desplazan en el circuito migratorio. Distinguiré a los fines del
análisis entre las experiencias y las posiciones que detentan en este campo social
tres grupos de migueleñas:

l] Las nacidas en California o que cruzaron la frontera acompañando a sus pa­


dres. Sus infancias han transcurrido en un entorno urbano y han sido esco­
larizadas en instituciones educativas estadunidenses, integradas desde tiernas
edades al comercio informal apoyando a sus padres. Estas jóvenes mujeres de­
tentan un mejor estatus migratorio, sea por haber nacido en aquel país, porque
sus padres cuenten con documentación que legaliza su residencia o con un
mayor capital social y económico. Constituye este grupo la minoría de jóvenes
en edad matrimonial dado que el flujo migratorio, originado a inicios de los
ochenta, adquirió un carácter masivo 10 años después; en consecuencia, las
jóvenes nacidas en California o criadas allí, en su mayoría, no habían alcanzado
aún las edades para iniciarse a la vida conyugal cuando hice trabajo de campo
en California en los años 200 1 y 200 3 . Estas jóvenes integran la segunda gene­
ración de migrantes o la llamada generación "uno y medio", que ingresó al país
antes de cumplir 1 2 años a lo largo de la década de los noventa.7

7 Son integrantes de las llamadas mixed status Jamilies, familias de estatus migratorio mixto, defini­
das por el censo estadunidense como aquellos grupos familiares en los cuales hay por lo menos un(a)
hijo (a) que cuenta con la ciudadanía y algunos padres/madres o hennanos(as) no autorizados para
1 34 MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

2) Un segundo grupo lo integran jóvenes solteras que migraron a California a


finales de los años noventa e inicios de esta década, al concluir estudios de pri­
maria y nivel medio superior: algunas son hijas adolescentes que se reunifican
con padres o hermanos a la espera de trámites de residencia; pero otras, la ma­
yoría, son portadoras de proyectos migratorios más o menos independientes,
han ingresado al país siendo solteras e indocumentadas, casi siempre con la
finalidad de obtener un empleo y convertirse en proveedoras económicas de
sus familias de origen, residentes en San Miguel. Usualmente se establecen en
casas de parientes y amigos avecindados en el este de Los Ángeles a cambio del
pago de alojamiento y asistencia. Estos arreglos son efímeros pues su condición
de solteras en el vecino país suele ser breve.
3) Un tercer grupo se conforma por aquellas que cruzan la frontera en compañía
de sus jóvenes parejas. Comparten con las trabajadoras solteras migran tes la ex­
periencia de haber nacido y sido criadas en la localidad de origen, casi siempre
en grupos familiares con sólidas trayectorias migratorias dado que, usualmente,
padres o hermanos han migrado antes que ellas. Han crecido en familias exten­
sas, en las que tres o más generaciones comparten un mismo solar, socializadas
y maternizadas por abuelas y tías, quienes las han entrenado en el trabajo en la
parcela familiar, el cuidado de rebaños y las faenas domésticas. Eventualmente,
pueden contar con una corta experiencia migratoria, empleadas como trabaja­
doras domésticas en la ciudad de Puebla o en el Distrito Federal antes de cruzar
la frontera norte.

EL PRINCIPIO DE lA ENDOGAMIA: AGLUTINANTE DE lA PERTENENCIA COMUNITARIA

A semejanza de lo observado entre otros grupos étnicos migrantes en el territorio


mexicano (Durin, 2003: 7 1 ) , los migue leños migran tes a California se avecinan en
el este de Los Ángeles siguiendo un patrón de "asentamiento congregado", es decir,
una residencia comunitaria y compartida con miembros provenientes de la misma
localidad de origen; la proximidad procurada en los inicios se debilita por los efec­
tos del alza de las rentas y la recesión económica. Estos transmigrantes amestizados
de origen nahua sólo reconocen una adscripción grupal: "migueleños y miguele­
ñas ". Se trata de una identidad parroquial o de una pertenencia etnocomunitaria,
más que de un grupo étnico o comunidad lingüística ( Durin, 2003: 7 1 ) . Ser de "la
raza migueleña" alude a haber nacido en el terruño o, en su caso, llevar "sangre mi­
gueleña". La endogamia comunitaria es el patrón predominante que ordena, hasta
hoy, las elecciones matrimoniales.

residir en el país. Según datos del Current Population Survey de marzo de 2004, existían 460 mil familias
con estas características reportadas en el año 2000 por ese conteo. Otros prefieren llamarlas familias
binacionales ( Passel , 2004) .
GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA 1 35

En su calidad de reproductoras, las mujeres son las encargadas de anidar la si­


miente masculina, transmisoras de una adscripción no sólo a la línea paterna, sino a
la comunidad: la endogamia certifica esa inclusión. Pero la inclusión en una colec­
tividad, como afirma acertadamente Yuval-Davis ( 2004: 6 7 ) , está lejos de ser sólo un
asunto biológico; siempre existen normas y regulaciones que establecen reglas para
que los niños de ascendencia mixta puedan o no formar parte de la comunidad.
En el caso analizado, el matrimonio constituye una encrucijada que puede excluir
a las madres y los niños y niñas por ellas habidos cuando se unen con hombres que
no forman parte de su comunidad. No ocurre lo mismo en el caso de los varones:
destinados, por el solo hecho de ser hombres, a ser los herederos privilegiados del
patrimonio paterno y, por la misma razón , a tener el privilegio de la sobre represen­
tación política y ritual de esposas e hijos ( as) al desempeñarse como mayordomos,
fiscales, sacristanes, tiaxhcas, principales o autoridades civiles en la profusa jerarquía
del sistema de cargos civiles y religiosa en la que descansa la organización de la vida
política y ritual de esta comunidad reterritorializada.
Unirse con "fuereños" coloca a las mujeres en los márgenes de la comunidad. El
lamento de una madre residente en San Miguel, afligida por la pérdida de su hija
casada con fuereño, ilustra el patrón preferente:

Los varones es más fácil que regresen al pueblo, [en cambio] , con las hijas mujeres el padre
o la madre pierde la esperanza de volver a verlas si se casan por ahí [ con alguno que no sea
de la "raza migueleña"] . ¿Cuándo va a venir m ' hija? ¿Yya qué pueden hacer si el hombre no
las deja que vuelvan? ¿Qué pueden hacer? Mi yerno, ése, cada vez que quiere va a ver a sus
p ad res ¿Y m ' hija cuándo 7 (Doña Felicitas, 53 años, San Miguel Acuexcomac, 23 de marzo
.

de 2007) .

Este parecer no es exclusivo de las madres que nunca han migrado; argumen­
tos en el mismo sentido son expresados por los padres que han procreado hijos e
hijas en California. Al preguntar a una pareja de migueleños sobre el tema de las
obligaciones que conllevan los cargos políticos y religiosos, respondió don José,
categórico:

-Mi hijo no tiene por qué perder la tradición, la casa que tenemos allí [en el pueblo] , si no
la vendo, se le va a quedar a él, entonces tiene que seguir cooperando con el pueblo. Si yo lo
estoy haciendo él tiene que seguir esa tradición, yo le he platicado lo que es una mayordcr
mía, que tienes que seguir cooperando, trabajar por el pueblo . . .
-¿Y por qué lo hace usted, si ya no vive allí?
-Por la casa que está allí. Orita que van a ser 900 pesos para poner el adoquín, una parte
lo pone el gobierno, pero el 20% lo ponemos nosotros. Es lo que le digo, yo sigo cooperando,
yo nunca me he quedado sin cooperar.
-¿Y las niñas, sus hijas, cómo van a seguir ligadas a su pueblo?
-Pos ya las niñas . . . ya no. Pero si se casan con un migueleño y ella quiere trabajar por
el pueblo, pues sigue, pero si ya se casa _con uno de otro lado se salió eso . . . Ya usted ve que
allá ya ni se casan con migueleños, sino con muchachos de otros lados, menos aquí, ya sería
MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

suerte que se case con un migueleño. (Don José, 48 años, Los Ángeles, Cal . , julio de 2006. Re­
side en el este de Los Ángeles desde hace 1 7 años, padre de cuatro hijos nacidos allí y aquí.)

El régimen de género operante en este campo social transnacional, ordenando


el sistema matrimonial, reproduce, tanto en el vecino país como en la localidad de
origen, un acceso desigual a los recursos ( D 'Aubeterre, 2000) . Las jóvenes indocu­
mentadas que desafian las normas de este sistema se ven definidas por una doble
exclusión: la de la sociedad receptora más amplia que las criminaliza por su estatus
migratorio y la de su propia comunidad étnica.

"AJENARSE EN EL NORTE " : PRÁCTICAS DE FORMACI Ó N


DE LAS UNIONES EN CALIFORNIA

La fuga concertada entre los novios es la ruta seguida por los jóvenes migueleños
avecindados en California para iniciarse a la vida conyugal. También es, hoy día, el
recurso más socorrido entre los que se unen por primera vez en San Miguel. He
documentado en otros trabajos ( D'Aubeterre, 2000) que el proceso de formación
de las uniones conyugales comporta una serie de fases rituales que se reordenan
por un sin fin de circunstancias, a contracorriente de un patrón idealizado al que
pocos pueden ceñirse en la actualidad (véase Anexo I ) .
La migración a Estados Unidos ha trastocado este itinerario; proliferan ahora
arreglos acordes con la dinámica de la organización de la vida social en un espacio
social transnacional. Ritmos de vida y de trabajo asociados a esta dinámica recla­
man de la invención que desafia, en los hechos, poderes patriarcales y obliga a sor­
tear nuevos dilemas cuando aparecen otros actores y normatividades que regulan
las vidas de las familias y las personas, de manera destacada, el derecho positivo
del país de acogida, instituciones escolares o de salud, trabajadores sociales, etc.
( D 'Aubeterre, 2004) .
"Ajenarse", como designan los migueleños a la acción de unirse con una pareja
e iniciar una vida en común, pasa por un periodo de noviazgo casi siempre breve.
Hirsh (2003) ha documentado el paso de un modelo de conyugalidad basado en
el "respeto" a uno basado en la "confianza" entre migrantes oriundos del occiden­
te de México Ualisco y Michoacán ) establecidos en Atlanta. El trasfondo de esta
transición sería un creciente proceso de individuación. En tre los migueleños, por
el contrario, si bien la abierta injerencia paterna en la elección de consorte ha
desaparecido de la experiencia de las jóvenes generaciones, sigue prevaleciendo el
matrimonio a edades tempranas. Asimismo, el noviazgo, lejos de ser un periodo de
cultivo de la confianza y de una dilatada convivencia que permite el conocimiento
mutuo, sigue siendo breve, accidentado y usualmente clandestino. Las muchachas
se valen de mil argucias para ocultar a sus enamorados. Aunque no sea raro que
mantengan más de un pretendiente, de los que tienen noticias sus hermanas, pri­
mas y otras confidentes, rara vez son del conocimiento de madres o padres, siempre
GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA 1 37

burlados por la acción de la fuga. El siguiente testimonio ilustra el accionar caracte­


rístico de una fuga concertada por una joven pareja de migran tes, residentes en el
este de Los Ángeles, relatada por la prima de la protagonista:

Empezamos a buscar que llegara Sofia y no llegó. Ahí en la casa estábamos las tres, mi tía,
Sofia y yo. Ella iba a hacer los chicharrones que mis tíos salen a vender, y Sofia dice: "orita
vengo". Y ya fue a tardar. Me dice mi tía "¿ya llegó? Ya se fue a quedar, háblale al celular". Ya
le hablé a Sofia y le digo "dice tu mamá que quiere que te vengas, porque ya sabes que vas a
lavar los trastes".
[ . . . ] le estaba yo llama y llama, le digo "tía, ya apagaron el teléfono, ya no responde, ya
nomás se oye que timbra pero no, ya lo apagaron". Ya nunca contestó. Dieron las nueve, las
diez, las once, doce de la noche, y ya no volvió. Y pos . . . no durmió mi tía, sale y entra, sale
y entra a asomarse a ver si ya viene. El papá estaba enojado, "que a dónde se fue", decía. Ya
después nos estaban diciendo que la habían visto de la mano con el muchacho ese.

Pasados dos días, los padres de Erasto llamaron a los afligidos padres de Sofia
para dar cuenta del paradero de la pareja recién conformada. El trámite ritual que
re-establece el orden social perturbado por la acción de la fuga es simple. Tal como
lo he documentado al analizar la fuga concertada de los novios en el lejano San
Miguel (D 'Aubeterre, 2000) , los padres de Sofia, residentes legales en Estados Uni­
dos, esperaron la visita de una comitiva integrada por los padres del novio, sus tíos y
otras personas más o menos allegadas, que representan a esos "otros significativos",
cercanos pero lejanos en la geografia: abuelos y padrinos que residen en la loca­
lidad de origen. La pareja, contrita, confia en el perdón de los ofendidos padres.
En estas ocasiones rituales es de rigor llevar botellas de licor cerradas y otros
presentes, panes y viandas que expresan la disposición de iniciar la concertación
de una alianza matrimonial y ofrecer disculpas por el arrebato del joven que, sal­
tándose "la pedida de la novia", la hace suya doblegando la posible oposición de
los mayores. Gana, así, ventajas en esta negociación siempre dispar entre los dona­
dores y los donatarios de una mujer en un orden de género en el que la honra de
los hombres se cifra en la virginidad y el comportamiento sexual de las mujeres de
sus grupos. Es raro que el diálogo entre los concertantes, forzado por la maniobra
del robo, resulte en una negativa: tanto en San Miguel como en California he escu­
chado el consabido argumento de que, "aunque no estén conformes los papás, si ya
se fueron las muchachas, ¿qué pueden hacer? Ya ni modo que las regresen , luego
dicen los papás " ¿Ya para qué la quiero? ' "
Aunque don Justo y doña Salustia, los padres d e Sofia, n o bebieron de la botella
para mostrar su enojo, los tíos de la muchacha, invitados también para la ocasión,
hicieron el honor a los pedidores, gesto que comunica que, perdida la virginidad de
la muchacha, sólo cabía restañar la herida con un "buen acuerdo". Y lo era en este
caso. Erasto y Sofia habían compartido su infancia en San Miguel; a la vuelta de los
años se reencontraron en el este de Los Ángeles, donde ambas familias se avecinda­
ron una vez que sus padres, en cada caso, obtuvieron sendos permisos migratorios a
mediados de los ochenta, después promovieron la legalización de esposas e hijos y
MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

su paulatino traslado a California a lo largo de los años noventa. El negocio familiar


de las ventas callejeras les ha permitido adquirir casas, solicitar créditos e invertir
en bienes que afianzan esta actividad económica: ambos grupos concertantes de la
alianza detentan posiciones semejantes en esta comunidad reterritorializada.
Sofia ingresó al país cuando tenía 1 3 años, tuvo un par de pretendientes antes de
fugarse con Erasto a los 1 8 . Había truncado una errática y nada exitosa trayectoria
escolar cuando ingresó en una factoría de galletas en la localidad de Pico Rivera.
Allí, más de una treintena de jóvenes, mujeres y varones, en su mayoría solteros
oriundos de San Miguel o hijos de migueleños, obtienen ingresos que rondan el
salario mínimo, amasando, decorando o empacando galletas, cubriendo jornadas
que oscilan entre las seis u ocho horas. El espacio laboral es también espacio de
sociabilidad, de reencuentro y noviazgos brevísimos, seguidos de fugas concertadas
y embarazos a tempranas uniones.
Pero no siempre la decisión de "ajenarse", siguiendo la fórmula descrita, culmina
con un acuerdo entre los grupos involucrados. Surgen en los nuevos escenarios de
vida puntos de fricción inéditos que expresan los efectos de socializaciones emer­
gentes y de nuevas expectativas en tomo al porvenir de las hijas. Algunos padres,
lejos de resignarse al ser burlados por la acción de una fuga, acuden a intermedia­
rios ajenos a la comunidad, denuncian al ofensor, buscan su castigo y procuran
el regreso de la hija al hogar paterno. Cuando los intentos de intermediación de
los familiares y allegados de los pretendientes son rechazados cunde la sorpresa,
"¿acaso no somos todos de allí?", se preguntan sorprendidos jóvenes y viejos ante la
pretensión de quitarle la muchacha al joven y rechazar un arreglo.
He seguido la trama de estos conflictos, verdaderos dramas sociales, en el sentido
pensado por Tumer ( 1 98 7 ) , en los que, por lo general, los protagonistas son mar­
cadamente desiguales: muchachas menores de edad, nacidas en California, hijas de
migueleños, pretendidas por jóvenes migran tes, nacidos en el terruño, decididos a
buscar mujer al poco tiempo de avecindarse en el este de Los Ángeles. Desprovistos
de fortuna, con bajos niveles de escolaridad, aficionados al alcohol, ligados a gan·
gas, homologados con los "cholos", son percibidos, en fin, como yernos indeseables,
incompatibles con las expectativas que estos transmigran tes de primera generación
empiezan a forjar en tomo a sus hijas nacidas en California: se espera que, dotadas
de la ciudadanía, allí escolarizadas y con un mejor dominio de la lengua, el futuro
les depare empleos de calidad y el disfrute pleno de derechos ciudadanos.
Así, la parte ofendida, median te la denuncia legal, convierte la fuga a la usanza
característica del pueblo en el delito de estupro, generándose, entonces, una franja
de ambigüedad, siempre propicia al conflicto. Las resonancias de las acciones pena·
les emprendidas en contra de ellos trascienden las fronteras y desatan enemistades
aquí y allá. La intervención de policías, jueces, docentes y tutores de las jovencitas
obedece a lógicas y preceptos legales percibidos como ajenos y lesivos a los intereses
de la comunidad; en especial, se resiente la saña y la desmesura de sanciones pena·
les que llegan, incluso, hasta la reclusión y la deportación de estos jóvenes indocu·
mentados. El carácter ilusorio de la comunidad homogénea se muestra descamada·
mente en tales situaciones. Pero, no siempre el drama termina en ruptura. Cuando
GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA 1 39

media un embarazo, los padres de la pretendida, irremediablemente, cederán ante


la voluntad de los jóvenes.
Igualmente maniatados se encuentran los padres de las que abandonan el pue­
blo y su soltería al migrar a California como indocumentadas. Sus vidas están trenza­
das en la urdimbre de favores y deudas que dan contenido al tejido del parentesco,
soporte y, al mismo tiempo, aliento fundamental de la migración al norte de las
jóvenes solteras. Deciden migrar movidas por la ilusión de obtener mayores ingre­
sos para seguir ayudando a padres y hermanos. A este propósito altruista se suma
el deseo de ver mundo, de conocer otros lugares y reencontrarse con parientes y
amigos al otro lado.
Sus años de soltería son efimeros. Entre las que pude entrevistar, casi todas, al
rondar los 25 años ya estaban unidas y habían pasado por un primer embarazo,
transitado por varios empleos y cambiado de residencia varias veces al moverse en­
tre distintos rumbos del condado y sus periferias. Al igual que en el pueblo, los no­
viazgos son brevísimos: la soledad, la urgencia de abaratar costos de mantenimiento
o de poner fin a complicadas relaciones con los parientes que las alojan, precipitan
la formación de las uniones sin más trámites y mediaciones rituales. Una simple
llamada telefónica les permite comunicar a sus padres la decisión de ajenarse cuan­
do la elección ha recaído en algún fuereño, oriundo de otros lugares; hasta ahora,
siempre mexicanos, igualmente de origen campesino.
En San Miguel sin embargo, los padres prefieren el anuncio de que sus hijas han
emparentado con otra familia de "la raza migueleña". Se instaura, así, vía telefóni­
ca, un diálogo entre semejantes, que abre un compás de espera hasta que se fije la
fecha de casorio. Entonces, tarde o temprano los ya ajenados regresarán al pueblo,
como marca "el costumbre", donde será sacralizada la alianza y los jóvenes puestos
en estado. La mayor parte de las jóvenes parejas residentes en California y en otros
nichos laborales de estados vecinos, reportadas en las listas de las autoridades loca­
les, se encuentran colocados en una situación de liminalidad (Tumer, 1 988) , en la
condición de "amancebados".

DISCUSI ÓN FINAL: LA DESARTICULACI Ó N DEL CICLO RITUAL DE CASAMIENTO


E INVENCIONES EMERGENTES

En el Anexo I puede apreciarse de manera detallada el ciclo ritual del casamiento


vía el pedimento de una muchacha: se trata del tránsito de la pareja de un estado
de definición social, a una fase de indefinición o de liminalidad, que se abandona,
después, con la reubicación de los individuos en un nuevo "estado" (Tumer, 1 988:
101 ) .
E l análisis de este ciclo muestra, además, e l accionar d e u n proceso d e produc­
ción-reproducción de vínculos densos, deudas y compromisos de larga duración
que anudan la vida de las personas. En San Miguel siguen siendo los padres los
responsables de poner en estado a los hijos varones. Usualmente la ocasión de ca-
1 40 MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

sar a los hijos traduce la movilización de un importante capital social, material y


simbólico y paradójicamente, también , la posibilidad de potenciarlo mediante un
complejo sistema de redistribución y transacción de valor (Monaghan, 1 990) . Este
ciclo ritual, con sus pautas bien marcadas, con una narrativa conocida por todos,
transcurre en un espacio-tiempo reordenado, reclasificado, tal como se reclasifican,
al mismo tiempo, los individuos y el cuerpo social. Pedagogía en acto, el ritual actúa
sobre el cuerpo social, recolocando a los individuos y grupos en categorías sociales
definidas (D 'Aubeterre, 2000) .
Un conjunto de factores intervienen en la erosión de la ruta del pedimento de
la novia y contribuyen al trastocamiento de este ciclo ritual. Desde luego, destaca la
pérdida de circularidad de los desplazamientos, dificultados por el endurecimiento
de los controles migratorios y la criminalización de los indocumentados, lo que con­
lleva estancias más prolongadas en Estados Unidos. Disminuye, al mismo tiempo,
la urgencia de regresar al pueblo: ahora las paisanas elegibles también han cruzado
la frontera o, en todo caso, las que todavía no han migrado están más dispuestas a
hacerlo. Junto con la hipertrofia del sector terciario, la informatización de la econo­
mía, particularmente evidente en las grandes ciudades globales, atestiguamos una
expansión de los empleos precariamente remunerados en actividades productivas
que demandan trabajo intensivo de mujeres e inmigrantes pobres (Harvey, 1989;
Sassen, 2002) . Las migue leñas se han sumado a las millones de mujeres proceden­
tes del México urbano y rural, mestizo e indígena, que han colmado esos nichos
laborales.
En este horizonte, el proceso ritual del casamiento iniciado con el pedimento
de la novia constituye una fórmula casi en desuso. En nuestros, días la decisión
de ajenarse mediante el expediente de una fuga va acompañada, casi siempre, de
un proyecto migratorio compartido por la pareja. Al igual que en California, en el
pueblo los noviazgos son cortos; y cortas las edades en que las muchachas y mucha­
chos se inician a la vida marital y emprenden, juntos, el viaje al norte. La ruta de la
fuga concertada, pasado el mal trago de pedir perdón a los agraviados padres de las
muchachas y concertar un casamiento a largo plazo, comporta, en la actualidad, la
celebración de un humilde ritual que sintetiza variadas acciones rituales: purificar,
despojar de malos aires; infundir fortaleza para afrontar riesgos extraordinarios,
inaugurar la comunicación entre los aliados.
Al terminar la secundaria, Teresa ayudaba a su madre en las tareas del hogar y
en el cuidado del rebaño en el lomerío. En esos parajes conoció a Rufino, oriundo
de una ranchería vecina, de oficio albañil. Fiestas religiosas y profanas del pueblo
prohijaban sus encuentros furtivos. En menos de un año se consumó la fuga. Poco
después de que los muchachos dieron aviso de su paradero a sus mayores, Marcial
y Elodia, padres de Teresa, recibieron a la comitiva de pedidores. Otorgado el per­
dón, las comitivas del novio y de la novia se encaminaron a la cercana localidad de
Santo Domingo Huehuetlán, en búsqueda de los dones del Santo Niño, advocación
venerada en los altares de los hogares campesinos de toda la región. Doña Elodia
me relató el episodio, un año después:
GÉNERO, PRÁGnCAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALlZADA

Fuimos y los limpiamos con el Santo Niño de Huehuetlán . Los encomendamos al Santo
Niño, que los ayude, que los ilumine en su camino a donde van, que los cuide, que los pro­
teja. Porque ellos se van lejos, sus deseos es seguir ahora a donde van, que les de esa oportu­
nidad allá en el norte.
[La mamá del muchacho] también compró dos veladoras, limpió primero su hijo, luego
a m'hija. Yo también, limpio mi' hija primero y luego el muchacho, a los dos los limpiamos.
Fuimos con los huexes 8 y mi comadrita Chela Camargo, como madrina que es de mi Tere.
Agarraron su vuelo como a las cuatro de la mañana. El jueves volaron, pasó el viernes; el
sábado me habló que ya estaba en Los Ángeles: "Ay mamá -dice- ya estoy aquí". Y empezó
a llorar, le digo: "No llores hija, orita ¿qué haces?" Y sí, se oía como que media rara, le digo
"¿qué te pasa m ' hija? " Dice: "no, nada". Y entonces se empieza a reír: "La emoción mamá,
pero no me pasa nada". "Te oigo como que media rara". "No mamá, estoy requete bien, ya
estoy en Los Ángeles". "Ay qué bueno m ' hija que Dios mío te ayudó". (Doña Elodia, 53 años,
San Miguel Acuexcomac, julio de 2006.)

El ritual persigue un doble propósito: proteger a la joven pareja, peligrosamente


expuesta por su condición impura de amancebados, de los riesgos que los acechan
en el cruce de dos fronteras en su tránsito a California, la que separa la soltería de la
condición de casados y la que se erige, desafiante e imperiosa, entre los dos países.

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8 Huexes, del nahua weewéhxiwtli, weewehxiw, término con el que se alude a los consuegros.
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1 44 MARÍA EUGENA D'AUBETERRE BUZNEGO

ANEXO 1

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FUENTE: Maria Eugenia D'Aubeterre (2000 ) , El pago de la novia.


PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO: HACIA UNA REFLEXI Ó N TEÓ RICA
PARA EL ANÁLISIS DEL GÉNERO Y EL PARENTESCO EN lA MIGRACI Ó N

HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO*

El objetivo de este artículo consiste en socializar una propuesta teórica centrada


en la interseccionalidad de las categorías género y parentesco para el estudio de
la organización social de /,os cuidados de las familias y las redes sociales vinculadas a la
migración. Esta revisión, inspirada en los trabajos de Gregorio (2009a) y Del Valle,
(2010) problematiza el uso de esta categorías en el campo migratorio. En concre­
to, me interesa indagar, desde una perspectiva de género, cómo se construyen las
relaciones de género y parentesco más allá del hecho biológico de la reproducción
sexual en una situación de migración.

EL ENFOQU:E DE GÉNERO Y lA MIGRACIÓN

Para realizar el análisis sobre la familia vinculada a la migración, y la organización


social de los cuidados, reconozco el valor de la perspectiva de género en el examen
de la vida familiar en tanto que supone un giro radical en los planteamientos teó­
ricos respecto de las familias y las relaciones entre sus miembros. De esta forma,
gracias a la inclusión de la perspectiva de género el grupo doméstico dejó de ser
visto como un agregado de parientes que compartían intereses idénticos. En pa­
labras de Magdalena León "desde el género la familia no se conceptualiza como
una unidad armoniosa y consensual, sino más bien como un sistema de relaciones
de poder, donde el conflicto social puede tener una importante cuota de poder"
(1994: 36) . Este enfoque advirtió que los procesos de producción y reproducción
en relación con la unidad doméstica ponían en marcha negociaciones de poderes, 1

* Centro de Investigaciones Socioculturales (CISOC) , Universidad Alberto Hurtado.


1 El concepto de poder que utilizo es el acuñado por Foucault. Él propone apartar la mirada del po­
der como residente en el Estado, en el edificio jurídico de la soberanía y en las ideologías que conllevan
dominación. Para el autor, la sociedad actual, como cualquier otra, está atravesada por relaciones de
poder, que son múltiples, caracterizan y constituyen el cuerpo social. El poder circula entre los indivi­
duos, los constituye y los atraviesa (Foucault, 1 992: 1 39-162) . La característica del poder es que pone en
relación a los individuos o grupos, más allá de las estructuras en las que éstos se encuentran insertos. Por
ello el autor propone no hablar del poder como tal, porque sólo existe el poder que ejercen unos sobre
otros ( 1988: 14) , sino hablar de relaciones de poder. Siguiendo esta ideas, el filósofo define relación de
poder como "un modo de acción que no actúa de manera directa o inmediata sobre los otros, sino que
actúa sobre sus acciones: una acción sobre la acción, sobre acciones eventuales o actuales, presentes o
futuras" (Foucault, 1992) .
HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO

desencadenando situaciones de opresión y resistencias que modelaban el ejercicio


de la autoridad así como también los intercambios materiales y simbólicos entre
géneros y generaciones Uelin, 1 998; Jelin y Paz, 1 99 1 ; Puyana, 2007; Yanagisako,
1979) .2
Pero además de las contribuciones más conocidas respecto de la inclusión de
esta perspectiva respecto de las relaciones de poder que caracteriza la vida fami­
liar, también se produjeron aportes conceptuales sobre la redefinición del trabajo,
y una serie de avances en cuanto al trabajo doméstico. De forma que en esa inte­
rrelación entre la familia y el mercado de trabajo, la perspectiva de género subrayó
que la distribución de las tareas reproductivas en el interior del ámbito domésti­
co condicionaba y restringía las oportunidades laborales de las mujeres, mostran­
do cómo las destrezas femeninas aprendidas en el desempeño de las tareas de la
casa eran aprovechadas en la esfera de la producción industrial y de servicios, a la
vez que descalificadas y asumidas como atributos naturales (García y De Oliveira,
2006: 1 56) .
Ahora bien, en el estudio de las migraciones, la inclusión de la perspectiva de
género también ha reflejado varios desarrollos importantes. Por un lado, las in­
vestigaciones han sacado a la luz a la mujer migrante invisibilizada en disciplinas
como la sociología,s la antropología4 o la historia,5 de forma que la frase "la femi­
nización de las migraciones"6 se ha extendido cada vez más. Por otro lado, los estu­
dios migratorios han insistido que la migración es un fenómeno de género (Acker,
1990; Mahler y Pessar, 2006) que requiere herramientas teóricas y analíticas más
sofisticadas. En esta línea, se encuentran los aportes de Juliano y Provansal, res­
pecto de su énfasis en la inadecuación de la teoría con el análisis de la migración
femenina señalando "un desfase cada vez mayor entre la dinámica de la realidad
migratoria y la restitución científica que se hace de ella" ( 2008: 341 ) .

2 En palabras de Thome ( 1 982) , los cambios en la familia en las últimas décadas señalan: el cuestio­
namiento de la familia nuclear con un marido proveedor, una esposa y madre ama de casa e hijos como
la única forma legítima de familia; la consideración del género como categoría básica de análisis, lo cual
permite visibilizar estructuras subyacentes de la organización familiar (generación, sexualidad, raza y
clase) al incorporar los mecanismos de poder, conflicto y abuso en el interior de la familia; el cuestio­
namiento de la dicotomía público-privado; y la inclusión de las diferentes experiencias en las familias y
hogares de mujeres, hombres y niños(as) entre los principales aspectos
' En cuanto a los aportes realizados desde la sociología sobre género y migración consultar Grasmuck
y Pessar ( 1991 ) ; Pedraza ( 199 1 ) ; Tienda y Booth ( 1 991 ) ; Chant ( 1992) ; Hongdagneu-Sotelo ( 1992; 1994;
1999; 2003 ) ; Hondagneu-Sotelo y Cranford ( 1 999) ; Sassen (2003) ; Kibria, ( 1 994) ; Mahler ( 1995) ; Con­
stable ( 1997) ; Menjívar (2000 ) .
4 Para una mayor profundización respecto de la literatura sobre género y migración desde la antro­
pología leer los siguientes trabajos: Brettel y deBerjois ( 1992) , Gregorio ( 1997; 1998; 2009a) , Pessar
( 1 986; 1999 ) .
• En cuanto a los aportes realizados desde la historia sobre género y migración consultar e l trabajo de
Donato et aL (2006) y también Gabaccia ( 1992) .
6 Carmen Gregorio propone observar la feminización de las migraciones, más allá de cifras y de la

búsqueda de las motivaciones que mueven a las mujeres a emigrar, desde el alcance teórico y político
de sus movimientos, en tanto suponen la visibilización de un fenómeno que sí seria nuevo en la vieja
Europa: la llamada "crisis de los cuidados" (2009b: 34) .
PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO 1 47

Asimismo, una de las contribuciones más innovadoras como herramienta para


el análisis de las relaciones de género en un contexto transnacional es el concepto
"Gendered geographies of Power" (Mahler y Pessar, 200 1 ; Mahler y Pessar, 2006;
Pessar y Mahler, 2003) a través del cual las autoras defienden que el género es­
tructura todas las relaciones y las actividades humanas, no sólo para hombres y
mujeres, incluso, a través de los campos cronológicos y espaciales de la migración.
Éste se ha convertido en un modelo de potencial utilidad, sin embargo, una de las
dificultades de este trabajo es que apenas se ha puesto en práctica. Sus cuatro blo­
ques fundamentales son los siguientes: l ] las escalas geográficas, donde el género
opera, normalmente de forma simultánea, en múltiples escalas sociales, culturales
y espaciales; 2] la ubicación social que hace referencia a la posición de las personas
dentro de jerarquías de poder interconectadas y creadas a través de factores de esta­
tificación social, política, económica, geográfica, etc . ; 3 ] la agencia, la cual examina
el tipo y grado de agencia que las personas ejercen dada su ubicación social. Ésta
está influida tanto por factores extra-personales como por características individua­
les como, por ejemplo, la iniciativa. La agencia social de la que hablan estas autoras
incluye el papel que juegan los procesos cognitivos como la imaginación, así como
también la agencia sustantiva (Pessar y Mahler, 2003: 8 1 7 ) y; 4] la imaginación so­
cial o "trabajo de la mente", donde las autoras muestran aquellos casos en los cuales
las personas llevan a cabo acciones transnacionales que son objetivamente medibles
(escribir cartas, enviar remesas, etc . ) aunque viven sus vidas en espacios cognitivos
transnacionales que no se puedan observar (Pessar y Mahler, 2003: 8 1 7-8 1 8 ) .
En este punto, se sabe que la perspectiva de género restituye el lugar que ocu­
pan las mujeres en la migración y muestra a su vez que el proceso migratorio es un
proceso generizado,7 es decir, un fenómeno que se encuentra afectado en términos
de la distinción entre hombres y mujeres, masculino y femenino. Sin embargo, las
herramientas teóricas y analíticas que faltan deben servir para visibilizar otros ejes
de desigualdad social que operan en la migración , y que aunque tienen al género
como telón de fondo, permitirán sacar a la luz la división social y sexual del trabajo
y el sistema de parentesco.8
Al hilo de esta última argumentación sobre las necesidades teóricas y metodo­
lógicas en trabajos relacionados, en primer lugar, con las mujeres y el trabajo, el
poder, el parentesco; en segundo lugar, vinculadas también con las migraciones
contemporáneas, en concreto con la migración femenina, y, en tercer lugar, ante la
necesidad de unir ambas deficiencias teóricas y metodológicas, propongo la perti­
nencia de la inclusión del enfoque de género en el estudio de las familias y las redes
sociales vinculadas a la migración a partir de los cuidados. Asimismo, en el estudio
de las migraciones, la inclusión de la perspectiva de género ha reflejado varios de­
sarrollos prolíficos que dan sentido a esta propuesta de análisis y que paso a relatar.

7 El concepto_genefizado es una traducción del inglés engmdering. Para profundizar sobre el mismo
se aconseja la lectura de los trabajos de Acker ( 1990) y Einwoner et aL (2000 ) .
8 Éstos son los criterios de diferenciación social q ue tienen e n cuenta e n sus trabajos Ariz a y Oliveria

( 1 999 ) y Stacey ( 1 986) como procesos centrales en la estructuración de la desigualdad de género.


HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO

En el pasado, la antropología, en palabras de Mahler y Pessar, estuvo concentra­


da en el hogar, las familias y las redes sociales, ámbitos tradicionales de estudio de
la disciplina en estrecha relación con el parentesco y la organización social, a partir
de lo cual no es de extrañar que éstas hayan sido las unidades de análisis de los et­
nógrafos de las migraciones9 ( 2006: 33) . Con posterioridad los temas relacionados
con el parentesco, el matrimonio o la descendencia perdieron importancia dentro
de la disciplina y esto tuvo su reflejo en el ámbito de las migraciones. No obstante, a
pesar de esta situación de cierta "oscuridad" teórica relacionada con el parentesco
en la invesúgación contemporánea existen cada vez más ejemplos, en los cuales
las prácúcas, las relaciones y las ideologías de parentesco generizadas ocupan un
lugar relevante en los procesos migratorios, aunque éstos estén poco examinados
(Mahler y Pessar, 2006: 35) .
En este escenario la inclusión de este enfoque o perspecúva de género ha su­
puesto, por un lado, considerar la migración como un proceso sociocultural -y no
sólo políúco y económico- mediado por prácúcas, insútuciones e ideologías de pa­
rentesco y de género, y por otro lado, ver a los individuos unidos inexorablemente a
unidades sociales más amplias donde no sólo las transformaciones macroestructura­
les desatan presiones e incenúvos para que se produzca la migración internacional,
sino que es frecuente que los hogares y las familias sean quienes determinen qué
miembros de la unidad domésúca van a migrar, cómo van a ftjar las contribuciones
económicas al hogar, etc. (Mahler y Pessar, 2006: 33) . A conúnuación muestro el
enfoque de género aplicado a las unidades de análisis que considero son relevantes
en el estudio de la organización social de /,os cuidados en la migración.

LAS FAMILIAS VINCULADAS A LA MIGRACI Ó N

Como punto de parúda conceptual para la propuesta concreta que se plantea tengo
en cuenta dos consideraciones. En primer lugar, familia y hogar10 son conceptos
diferentes (Alberdi, l 999; Jelin, 1 998; Rivas, 2007; Yanagisako, 1979) ; "mientras que
las primeras están fundadas en relaciones de parentesco, las segundas se conforman
por grupos residenciales de personas que comparten la vivienda, un presupuesto
común y una serie de acúvidades imprescindibles para la reproducción coúdiana
y que pueden o no estar unidas por lazos de sangre" (Ariza y Oliveira, 2004: 9) . En
esta línea Jelin define familia como "una organización social un microcosmos de
relaciones de producción, de reproducción y de distribución , con una estructura de
poder y con fuertes componentes ideológicos y afecúvos que cementan esa organi-

9Como ejemplo de ello se encuentran los trabajos de Mayer ( 1 961 ) , Lomnitz ( 1 977) y Uzzell (1979) .
10
Moore señala que el hogar, en casi todos los textos de antropología, es la unidad básica que intervie­
ne en los procesos de producción, reproducción, consumo y socialización de una sociedad determinada,
y además, aunque su composición se base en vínculos de parentesco y matrimonio, no son necesariarnen·
te unidades familiares (Moore, 1 99 1 : 74) .
PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO 1 49

zación y ayudan a su persistencia y reproducción. Dentro de ella también se ubican


las bases estructurales del conflicto y la lucha, ya que al tiempo que existen tareas
e intereses colectivos o grupales, los miembros tienen deseos e intereses propios
anclados en su propia ubicación dentro de la estructura social" ( 1 998: 26) .
En segundo lugar, a lo largo de todo este trabajo considero de la mano de Rivas
que es importante ser consecuente con el uso que se hace de estos términos -fa­
milia, hogar- a la hora de presentar el material etnográfico (2007: 1 1 1 ) . Ahora
bien, se sabe que siempre han existido debates y cuestionamientos sobre lo que se
entiende por familia, 1 1 sin embargo ¿por qué no existen para el caso de la familia
transnacional? Con todo, son muchos los conceptos y pocos los debates sobre su
contenido preciso. No obstante, Suárez ( 2007) se plantea la aplicación de la cate­
goría "transnacional" para el caso de las familias migrantes preguntándose por la
pertinencia de nombrar como familia transnacional a unidades de producción y
reproducción que se encuentran dispersas.
En esta búsqueda de claridad, Ariza y Oliveira (2003: 2 1 ) han señalado que cuan­
do las investigaciones se centran en la unidad doméstica tienden a destacar los
aspectos socioestructurales y económicos de su organización social predominando
situaciones en las que adquieren relevancia las funciones económicas de la familia.
Por el contrario, cuando se enfatizan los aspectos sociosimbólicos y culturales, la
formación de los valores y la afectividad, la familia es la dimensión que sale a relucir.
No obstante, señalan las autoras, esta diferenciación analítica entre familia y uni­
dad doméstica son conceptos que necesariamente se superponen y complementan,
como se verá a continuación en el caso de las familias llamadas transnacionales y( o)
vinculadas a la migración.
Debido a mi propósito de incorporar el enfoque de género en relación con el pa­
rentesco y el estudio de la reproducción social, a partir de las prácticas de cuidado
de las familias y las redes vinculadas a la migración anuncio una propuesta concreta
sobre el concepto "familia transnacional".
Una de las definiciones de "familia transnacional" más popularizada es la de
Bryceson y Vourela. Ésta refiere a aquella cuyos miembros viven algo o la mayor
parte del tiempo separados, pero todavía se mantienen unidos y crean un senti­
miento de bienestar colectivo y unidad, un proceso al que llaman las familias a
través de las fronteras (2002: 3-7) . Ahora bien, esta enunciación corre el riesgo
de "morir de éxito"12 debido a una cierta imprecisión en tanto su amplitud y, por

11 Siguiendo a Devillard el concepto grupo doméstico, aunque puede ser una expresión útil para la
descripción, es de poca utilidad para el análisis y la comparación ( 1 987: 72) .
12 La expresión "morir de éxito" la utiliza Suárez aplicada al paradigma transnacional en su ponencia
presentada en el V Congreso sobre la Inmigración en España, celebrado en Valencia del 21 al 24 de
marzo de 2007, como su aporte en la mesa 9: Codesarrollo, transacionalismo y redes migratorias cuyas
palabras señalan "En su sentido más general, el concepto transnacional alude a procesos y prácticas
económicas políticas y socioculturales vinculados a y configurados por las lógicas de más de un Estado­
nación y que se caracteriza por el cruce constante de sus fronteras. Inicialmente se aplicó a las empresas
y corporaciones financieras [ . . . ], ha sido más dificil convencer del interés de aplicar esta categoría a las
prácticas de los seres humanos, pero una vez superados los recelos, ha alcanzado una popularidad tal
que corre peligro de morir de 'éxito' . . . "
HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO

ende, su capacidad de englobar una gran diversidad de constelaciones familiares


transnacionales (morfología y relaciones) y prácticas sociales, como por ejemplo,
las prácticas de cuidado.
En esta línea se encuentran tres definiciones sobre las que me voy a detener
debido a las diferencias que encuentro entre ellas. Por un lado, la que señala que
las familias y los hogares transnacionales son aquellos cuyos miembros centrales
están localizados en al menos dos Estados-nación (Parreñas, 200 1 : 80) . Por otro
lado, aquella que dice que la familia transnacional es "como una formación que
deriva su realidad vivida no sólo desde los vínculos materiales de bienestar entre
miembros fisicamente dispersos sino también un imaginario compartido de "per­
tenencias" los cuales trascienden periodos particulares y lugares que engloban tra­
yectorias pasadas y continuidades futuras"13 (Yeoh, Huang y Lam, 2005: 308 ) . Y por
último la mencionada por Gonzálvez, que establece que las familias transnacionales
son grupos domésticos u hogares transnacionales (con actividades de producción
y reproducción ) dentro de un sistema de parentesco, con la particularidad de que
éstas se establecen más allá de las fronteras de un Estado-nación (2007) . De las
mismas se pueden aventurar varios aspectos a destacar, entre ellas, que las familias
transnacionales: 1 ) pueden tener como miembros centrales al padre, la madre, la
abuela, el compadre, o la amiga y no depositar sobre todo en las madres la condi­
ción de transnacionalidad, para lo cual hay que indagar sobre aquellos miembros
de la unidad familiar que se consideran centrales sean o no parientes; 2) incluyen
imaginarios compartidos, es decir, aspectos subjetivos que las constituyen como fa­
milia además de los objetivos y 3) contienen prácticas productivas y reproductivas
interrelacionadas que facilitan la reproducción social.
A partir de las definiciones mencionadas se rescata que la familia transnacional
es aquella familia cuyos miembros centrales -sean o no considerados parientes-­
están en otro Estado-nación, comparten vínculos materiales (remesas) e inmateria­
les (afectos) que se materializan en prácticas que permiten la reproducción social
(productivas y reproductivas) en un contexto transnacional. De cualquier modo, una
definición de familia transnacional implica realizar una etnografia que la sustente, y
además, que lo transnacional no se base únicamente en la explicación de su estructu­
ra dispersa en diferentes Estados-nación.

LAS REDES SOCIALES VINCULADAS A LA MIGRACI Ó N

Como es sabido el origen de las teorías sobre redes sociales se concentra alrededor
de la influencia de trabajos como los de la antropóloga Elizabeth Bott ( 1 955) y el
antropólogo john Barnes ( 1 954) , entre otros. En concreto, me refiero a una época
en la que John Bames había definido el concepto de red social de la siguiente for-

is La traducción es mía.
PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO

ma: "cada persona se relaciona con un cierto número de individuos, algunos de los
cuales están en contacto directo entre sí y otros no [ . . . ] . Creo conveniente llamar
red [ network] a un campo social de este tipo. La imagen que tengo es de una serie de
puntos, algunos de los cuales están unidos por líneas. Los puntos representan a las
personas o a veces grupos, y las líneas indican cuáles son los contactos entre unos y
otros. Podemos, por supuesto, pensar que la totalidad de la vida social genera una
red de esta clase ( 1 954: 43) ".
Así mismo, Bott desarrolló un modelo pionero en el procesamiento de análisis
sobre las relaciones familiares en el contexto industrial urbano contemporáneo,
que tuvo continuidad en buena parte de la sociología y la antropología de la segun­
da mitad del siglo XX: el estudio de redes sociales (Grau, 2006: 46) . Las redes en este
trabajo también son centrales ya que están ligadas a la familia, y por lo tanto, existen
antes, durante y después de migrar, es decir, existen allí donde están los miembros
de la familia, sólo que en mayor o menor grado de intensidad. En palabras de Mar­
tínez Veiga "la red de relaciones es en gran medida un flujo que se establece entre
los individuos, sin embargo, estas relaciones -parentesco, amistad, origen común,
etc.- no se crean con el proceso migratorio sino que son anteriores a él" (Mar­
tínez Veiga, 2004: 8 1 ) . No obstante, una vez que se produce el movimiento hacia
otro país de algunos o todos los miembros de la familia, las relaciones sociales que
transitan por las redes sociales se activan o desactivan producto de este movimiento.
En consecuencia, estas redes se convierten en el eje principal de articulación de la
realidad local y transnacional ya que mediante las mismas se sostiene ese espacio
social intangible que los migrantes crean y recrean en la continúa interacción so­
cietal, el cual les otorga una suerte de ubicuidad en los lugares de origen y destino
(Ariza 2002: 58) .
Ariza habla de la ubicuidad, idea que refiere a R.K. Merton cuando éste conside­
ra que la ubicuidad del actor (entendida como localización) es uno de los elemen­
tos básicos de una "estructura de relaciones sociales", permitiendo que los vínculos
de una red se mantengan, para lo cual se hace necesario una cierta proximidad
espacio-temporal de los actores implicados porque si no dificilmente se podrían
consolidar lazos diferentes a los de parentesco ( 1 980: 4 1 ) . Además, las redes socia­
les también requieren de ciertas normas de reciprocidad e intercambio de favores,
dones, etc. para su mantenimiento. Para que se dé esa suerte de ubicuidad existen
elementos como el trabajo de cuidado, el trabajo de parentesco, las ideologías de
parentesco generizadas a partir de los cuales cobran especial relevancia las solida­
ridades, dependencias y reciprocidades que se crean y(o) reproducen por medio
de las mismas. En estas relaciones de solidaridad, dependencia y reciprocidad las
mujeres son protagonistas.
Ahora bien, en el caso de las redes sociales, en tanto transnacionales --es decir,
redes migratorias14- se encuentra la particularidad de que el intercambio y las

14 Las redes migratorias son un conjunto de relaciones interpersonales que conectan los que migran
de un lugar a otro con los que han emigrado antes y con los que se quedan en el país de origen (Martínez
Veiga, 2004: 83) .
HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO

conexiones que se dan, en muchos de los casos, generan proximidad a partir de los
nexos que produce el parentesco, la amistad o el origen común, etc., de forma que
a pesar de la distancia reproducen esa suerte de ubicuidad entre los miembros que
la conforman generando también una proximidad en el espacio transnacional. En
este escenario que señalo, lo que interesa es el contenido de lo que se intercambia
para mantener esa proximidad (Martínez Veiga, 2004) o lo que Gielis (2009) deno­
mina la "complejidad interna" de las redes sociales, reconociendo también que hay
redes que se debilitan con la distancia.
Para el caso concreto de la migración en un contexto transnacional la proxi­
midad temporal se mantiene mediante la frecuencia en la comunicación, pero la
proximidad espacial se presenta con mayor dificultad dependiendo de las posibili­
dades de gestionar viajes a los países de origen que faciliten esa presencia fisica. Por
lo tanto, para el caso de las redes sociales de la población migrante, es interesante
el papel que juega el género y el parentesco para que las redes sociales relacionadas
con el cuidado se mantengan o por el contrario se diluyan en el tiempo. Esto es
relevante porque "la estructura de las relaciones entre los actores y la posición (o
localización ) de éstos en la red tienen importantes consecuencias en la conducta,
en la percepción y en las actitudes, tanto para los individuos como unidad como
para el sistema como un todo" (Requena 1 99 1 : 4 1 ) . La posición de éstos en la red
.
vendrá marcada, entre otras cosas, por el género (representación de género, identi­
dad de género) , así como también por el parentesco (lugar que ocupan dentro de
la estructura familiar de la que forman parte) .
En concreto, esos intercambios de los que se habla están impactados por el
género y por el parentesco, en tanto que las redes no son indiferentes al género,
--como ya señalara Boyd ( 1 989) - ni tampoco al parentesco. Según Brettell y de­
Berjois (2002: 47) las mujeres son los "nodos" que conectan a las personas que mi­
gran y a las que no, y generalmente ellas lo hacen tan sutilmente y discretamente
que el significado de sus acciones es apenas reconocido incluso por ellas mismas.
Sin embargo, aunque esto pudiera ser así, es importante matizar ya que en muchos
casos a las mujeres se les asigna el papel de las responsables del contacto trans­
nacional, sin hacer un análisis que vaya más allá de pensarlas únicamente como
esos "nodos" mencionados. Una forma más de esencializar el vínculo de cuidado
madre-hijo (a) .
En esta línea argumentativa donde se destacan las conexiones o vínculos, las mu­
jeres en relación con las redes sociales han sido representadas como las encargadas
del parentesco o como las que desempeñan lo que Micaela di Leonardo ( 1 987)
llama "Trabajo de parentesco". Sin embargo, observar las redes con unas lentes
de género -y también de parentesco-- implica considerar cuestiones como por
ejemplo el acceso a los recursos sociales para hombres y para mujer migrantes (Ho,
1 993; Hondagneu-Sotelo, 1 994) y la asignación de responsabilidades familiares, y
por lo tanto, de cuidado.
PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO 1 53

REFLEXIONES FINALES: EL ANÁLISIS DE LOS CUIDADOS EN lA MIGRACI Ó N


DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉ NERO

Llegados a este punto, la perspectiva de género aplicada al análisis de las migracio­


nes desde la disciplina de la antropología tiene muchas potencialidades. Primero,
porque la etnografia aplicada al campo de la movilidad humana tiene la posibilidad
de visibilizar prácticas y significados de género y parentesco en las diferentes unida­
des de análisis (individuo, familia, redes) ; segundo, porque aplicada al ámbito del
trabajo ha sido capaz de sacar a la luz el valor social y económico que tienen las acti­
vidades realizadas en las esferas productivas y reproductivas y la interrelación entre
ambas en el espacio local y(o) transnacional; y tercero, porque ha demostrado que
las migraciones son procesos generizados, donde además, otras categorías como el
parentesco, la clase o la etnia también se construyen socialmente y se constituyen
en ejes de desigualdad social tanto de la vida local, como la vida familiar bajo con­
dición de transnacionalidad.
Mi propuesta es considerar los elementos señalados en los dos epígrafes ante­
riores, pero, para el análisis de las prácticas de cuidar y ser cuidado -recogidas
en lo que se llama trabajo de cuidado y trabajo de parentesco-. También, ver la
intersección entre género y parentesco en contextos impactados por la migración
y examinar las ideologías de parentesco generizadas anunciadas por Mahler y Pes­
sar (2006) . La inclusión de la perspectiva de género permite considerar por un
lado, la dialéctica entre las transformaciones sociales, económicas y políticas que se
suceden en los contextos y su repercusión en hombres y mujeres, y por otro lado,
las negociaciones sobre los significados y las prácticas sociales de cuidar y ser cui­
dado de hombres y mujeres traducidas en situaciones locales, de carácter diverso
(Gledhill, 1 995) . Como entiendo los cuidados en un sentido amplio, en tanto que
principio de organización social de la sociedad, y como prácticas sociales necesarias
y fundamentales para la sostenibilidad de la vida, también es importante analizarlas
durante el proceso migratorio.
En este sentido destaco la existencia de un gran número de trabajos sobre prácti­
cas sociales transnacionales donde se analizan las relaciones de género y generación
para el caso de las familias migrantes mostrando las prácticas matrimoniales trans­
nacionales (Constable, 2005; Charsley y Shaw, 2006; D 'Aubeterre, 2000; Gardner,
2006) , las prácticas maternales transnacionales (Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1 997;
Huang y Yeoh, 2005) , y las prácticas paternales transnacionales (Pribilsky, 2004;
2007) , por mencionar algunas. Sin embargo, a pesar del análisis de estas prácti­
cas sociales transnacionales, donde las tareas de cuidado son muy explícitas, no se
producen cuestionamientos sobre cómo se construye el género o el parentesco en
las mismas, sino que por el contrario parece que con el estudio de estas prácticas
se vuelven a reproducir las ideologías de parentesco generizadas ya existentes, es
decir, aquellas donde las mujeres vuelven a ocupar el lugar del "deber estar en el
hogar", "deber cumplir las funciones maternas" independientemente de que hayan
nuevas circunstancias que las rodean (acceso a un trabajo remunerado, el estatus
migratorio del que se disponga, etc.) que desencadenan situaciones potenciales
1 54 HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO

para transformar sus relaciones sociales aunque también para que éstas permanez­
can igual. Hoy por hoy, todo esto es muy significativo a estas alturas de los análisis
sobre las llamadas "familias transnacionales", ya que aunque en el discurso teórico
se pretende deconstruir las dicotomías que subyacen muchos análisis como lo pú­
blico/ privado, cultura/naturaleza, entre muchas otras, esto todavía está lejos de
lograrse.
Si bien el análisis de la perspectiva de género es cada vez más relevante en el
estudio de las llamadas "familias transnacionales", prefiero el término, familias vin­
culadas a la migración (Giménez, 2003) . Pienso que algunos de estos trabajos en su
afán por revelar el papel que juega en estas dinámicas migratorias, sobre todo el
género y en menor medida, o como consecuencia del análisis de género, el paren­
tesco, lo que hacen es reproducir estas ideologías donde siempre alguien aparece
subordinado a otro (s) , y donde la agencia sólo se ve en los casos en los que la
mujer, construida socialmente en su papel de madre, tiene que hacer lo imposible
por mantener este papel incluso en la distancia. Una agencia generizada pero que
permanece subordinada por el poder que ejerce el parentesco.
Es por ello, que centrándonos en las prácticas de cuidado se puede ofrecer una
mirada precisa y completa -holista- de la intersección entre género y parentesco,
y por lo tanto del peso de las ideologías de parentesco generizadas, donde se pue­
dan mostrar las transformaciones o las permanencias de estas relaciones, las cuales,
debido a la dificultad por desentrañarlas suponen en sí mismas un reto. Es aquí
donde la posibilidad de dilucidar el papel que juega la agencia es fundamental.
Para finalizar, considero relevante que esta propuesta se retroalimente con una
etnografia, la cual permita examinar los conceptos de trabajo de cuidado y trabajo
de parentesco, las prácticas que éstas conllevan y los significados que se les otorgan
en las relaciones entre migrantes, no migrantes, cuidadores y receptores de cuida­
do. Todo esto junto al análisis de las transformaciones económicas, demográficas y
socioculturales que se suceden entre los contextos de origen y destino.
Cuando se realiza un trabajo de carácter longitudinal con familias vinculadas a la
migración y además se incluyen en el análisis las redes de parentesco más amplias,
las familias que parecía que habían dejado de ser transnacionales --de acuerdo con
la definición más conocida de Bryceson y Vourela (2002) - porque los miembros
de la unidad familiar nuclear o monoparental se habían unido en un solo contexto,
casi siempre el de recepción, 15 vuelven a movilizarse a sus países de origen, ya sea
para hacer visitas o para permanecer durante un tiempo allí, todo ello producto de
las circunstancias cambiantes de los contextos con los que están relacionados: los
de origen y los de destino. En este punto, y viendo la diversidad de formas familia­
res vinculadas a la migración, tengo muy en cuenta en el análisis tanto las redes de
parentesco de carácter extenso, así como también la interpretación de los contextos
implicados en tanto que dinámicos y heterogéneos.

1 5 En la actualidad, debido a la situación de crisis del contexto español cada vez se están produciendo
más situaciones de retomo.
PONER WS CUIDADOS EN EL CENTRO 1 55

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SOCIEDAD Y PROSTITUCI ÓN DE NIÑ OS, NI ÑAS Y ADOLESCENTES,
¿QU É TIENE PARA DECIR EL FEMINISMO?

SUSANA ROSTAGNOL*

INTRODUCCIÓN

Este artículo se basa en una investigación sobre prostitución de niños, niñas y ado­
lescentes realizada en Montevideo y área metropolitana (Rostagnol, 2007a; Rostag·
nol y Grabino, 2008) por convenio UNICEF-RUDA. En dicha oportunidad, se optó por
investigar las situaciones menos extremas, y por lo tanto más comunes e invisibili­
zadas, porque ellas guardan mayor relación con los "imponderables de la vida co­
tidiana". A partir del análisis de los mecanismos descontinentadores y facilitadores
para el ingreso y permanencia en la situación de prostitución, se discute la manera
en que la sociedad procesa el fenómeno: silenciándolo, reproduciéndolo y colocán­
dolo en los márgenes.

EXPLOTACIÓN SEXUAL COMERCIAL DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

La Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes1 ( ESCNNA) refiere


la utilización de personas menores de 18 años de edad en actividades sexuales, eró­
ticas y( o) pornográficas, incluyendo espectáculos sexuales, para la satisfacción de
intereses y(o) deseos de una persona o grupo de personas a cambio de un pago o
promesa de pago económico, en especie o de cualquier otro tipo de regalía para la
persona menor de edad o para una tercera persona.
La ESCNNA incluye diversas actividades sexuales que conforman la prostitución,
la trata y la pomografia en sus diversas modalidades. El Compromiso de Montevi­
deo2 la caracteriza corno " ligada a una transacción retribuida en dinero o especie,
y que comprende la utilización de un niño en actividades sexuales a cambio de
remuneración o de cualquier otra retribución, y también la pomografia, el turismo
sexual, el tráfico de niñas, niños y adolescentes".

* Universidad de la República.
1 Me baso en la Reunión de seguimiento del 11 Congreso Mundial contra la Explotación Sexual Co­
mercial de Niños, Niñas y Adolescentes, América Latina y El Caribe 2004.
2 Compromiso para una estrategia contra la Explotación Sexual Comercial y otras formas de violencia sexual a la
infancia y a la adolescencia en la región de América Latina y Caribe, Montevideo, noviembre de 2001 . Consulta
gubernamental regional sobre Explotación Sexual Infantil, <WWW .derechosdelainfancia.cl/docs/imgs/
imgs_doc/ 1 40.pdf>.
SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES 1 59

En este artículo no voy a considerar la trata; sin embargo, es necesario dejar cons­
tancia del aumento de víctimas de trata entre los y las menores de edad con fines
de explotación sexual.3 Si bien tampoco voy a referirme al acoso por Internet, es
preciso mencionar la magnitud de este problema;4 así como la pornografia infantil
en diversos formatos incluyendo Internet.
Las actividades sexuales eróticas remuneradas no se restringen a las relaciones
coitales, sino que incluyen también cualquier forma de relación sexual o actividad
erótica que implique acercamiento físico-sexual entre la víctima y el explotador.
La Declaración de Estocolmo5 sigue a la Convención sobre los Derechos del
Niño6 , en cuanto a la protección estatal contra todas las formas de explotación
y abuso sexual. Define la Explotación Sexual Comercial de los niños, como "una
violación fundamental de los Derechos del niño. Ésta comprende el abuso sexual
por adultos y la remuneración en metálico o en especie al niño o niña y a una ter­
cera persona o varias. El niño es tratado como un objeto sexual y una mercancía.
La explotación sexual comercial de los niños constituye una forma de coerción y
violencia contra los niños, que puede implicar el trabajo forzoso y formas contem­
poráneas de esclavitud" (Declaración de Estocolmo, artículo 5: l) .
La Declaración evita esgrimir como excusa para la existencia de la ESCNNA las dis­
tintas situaciones de pobreza en que se encuentran amplios sectores de la infancia y
adolescencia. Es importante resaltar que asume que en el fenómeno intervienen dis­
tintos agentes de la sociedad. Se destaca, por otra parte, la relación de poder entre
el adulto y el niño previa a la relación de prostitución, que la posibilita. Asimismo,
exonera a las víctimas infantiles de toda culpa. Se trata de un enfoque no punitivo.
El III Congreso Mundial Contra la Explotación Sexual de Niñas, Niños y Adoles­
centes llevado a cabo en noviembre de 2008 en Río de Janeiro (Brasil) afirmó que no
obstante el tiempo transcurrido desde el Congreso de Estocolmo y, pese a las obliga­
ciones establecidas en el Protocolo Facultativo sobre la Venta de Niños, Prostitución
Infantil y Pornografía Infantil, "muchos estudios señalan que la explotación sexual
de niños y adolescentes aumenta con el creciente tráfico de niños para fines sexua­
les, la explotación llevada a cabo por el turismo, la proliferación de la paidofilia, so­
bre todo en Internet, así como la explotación sexual en el contexto de catástrofes, en
los conflictos armados y en áreas con alto índice de VIH/ sida" ( III Congreso Mundial
Contra de la Explotación Sexual de Niñas, Niños y Adolescentes) .

' El estudio de Azucena Soledispa Toro (2006) para Ecuador muestra Ja complejidad de Ja trata de
niños, niñas y adolescentes tanto con fines de explotación sexual comercial como para mendicidad u
otros fines. Diana González y Andrea Tuana (2007) hacen una breve referencia a Ja población menor
de 18 años en su estudio sobre Ja trata de mujeres con fines de explotación sexual. Se estima en 1 50 000
mujeres adultas latinoamericanas llevadas a Europa por traficantes (Quintanilla, 2003) .
• Un estudio realizado en Estados Unidos da cuenta que uno de cada cinco niños o niñas que entran
a Internet, reciben propuestas de extraños para mantener relaciones sexuales (UNICEF, 2006) .
5 En el año 1 996 se realiza en Estocolmo, Suecia, el Primer Congreso Mundial Contra Ja Explotación

Sexual Comercial de Niños, donde asisten representantes gubernamentales y de Ja sociedad civil de 1 19


países. Allí se elabora la Declaración y Plan de Acción para la prevención y atención de Ja ESCNNA.
• Fue adoptada por Ja Asamblea General de Naciones Unidas en 1 989.
1 60 SUSANA ROSTAGNOL

ESCNNA Y PROSTITUCIÓN

No es posible conocer la magnitud de la prostitución de niños, niñas y adolescentes


(PNNA) ya que la ilegalidad del fenómeno, asociada a su relación con el crimen or­
ganizado no permiten avanzar en estimaciones fehacientes. Sin embargo, algunos
estudios dan cuenta: UNICEF (2006) señala que existen alrededor de 1 6 000 menores
de edad en situación de prostitución en México, mientras que se estima que entre
20% y 50% de las prostitutas de Lituania tienen menos de 1 8 años. Por su parte un
estudio de la Human Rights Task Force on Cambodia calcula en cerca de dos mil las
niñas y adolescentes en situación de prostitución en dicho país.
Al elevado número hay que agregar la diversidad de situaciones. Estudios (Ros­
tagnol, 2007a; Chejter, 1 999) muestran que las niñas, niños y adolescentes en situa­
ción de prostitución conforman un grupo heterogéneo tanto en relación con sus
condiciones de vida (familia, nivel educativo, nivel socioeconómico, etc. ) , como con
las formas de entrar y permanecer en la situación de explotación sexual comercial.
Siguiendo la línea de los trabajos anteriores (Rostagnol, 2000; 2007a; Rostagnol y
Grabino, 2008) , considero que la prostitución constituye un hecho social, que tras­
ciende la particularidad del acto de comercio sexual entre personas y los aspectos
psicológicos de los directamente involucrados. Por lo tanto, se trata de un fenóme­
no revelador de "prácticas, ideas, actitudes y comportamientos que desconocen los
derechos humanos formando parte de una organización social destinada a perpe­
tuar relaciones de dominación " (Rostagnol y Grabino, 2008: 1 6 1 ) .
A partir de la afirmación de Caro le Pateman ( 1 988) de que "la prostitución es
parte del ejercicio de la ley del derecho sexual del varón, una de las maneras por
las cuales a los varones se les asegura el acceso a los cuerpos de las mujeres", hemos
planteado que en realidad "se trata del derecho sexual de quienes sustentan la mas­
culinidad hegemónica, siendo los subordinados --es decir aquellos sobre quienes
tienen un acceso asegurado- un grupo heterogéneo que incluye las múltiples ma­
nifestaciones de lo femenino en cuerpos de mujeres, de masculinidades subalter­
nas manifestadas en distintas formas de homosexualidad masculina; y en aquellos
'otros' : travestis, transexuales, transgénero e interesex" (Rostagnol, 2007a: 27) .
El sujeto subordinado desaparece en tanto que persona y su sexualidad resulta
negada; su cuerpo está al servicio de otro.

LA SITUACIÓN EN URUGUAY

En Uruguay, al igual que en otros países de la región, no existen datos oficiales que
den cuenta del número de niños, niñas y adolescentes en situación de prostitución.
En septiembre de 2005, en el marco del Seminario que tuvo lugar en Montevideo,
realizado por la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y
Cultura junto a la Oficina de OIM-Cono Sur, "el representante de Interpol para la
región destacó que no había ningún dato oficial sobre la trata y tráfico de personas
SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

en Uruguay". Ni el Ministerio del Interior ni el Poder Judicial registran casos con la


terminología internacional. El mismo informe se basa en información periodística
en ausencia de información oficial (Navarrete, 2006) . La ausencia de datos está
indicando la invisibilidad y silencio que cubre el fenómeno, y estos aspectos exigen
atención a fin de echar alguna luz que permita aproximamos a la complejidad de
la prostitución de niños, niñas y adolescentes.
A pesar de los silencios, el Estado ha conformado un Comité Nacional para la
Erradicación de la Explotación Sexual Comercial y No Comercial de la Niñez y la
Adolescencia en 2002. El trabajo de dicho comité liderado por el Instituto del Niño
y del Adolescente del Uruguay ( INAU) se plasmó en 2007 en el Plan de Erradicación
de la Explotación Sexual Comercial del Niño y Adolescente. Se trata de un plan
ambicioso, del cual apenas se han iniciado algunos tímidos pasos en el sentido de
sensibilizar a la población. Por su parte, es preciso subrayar que la Oficina Nacional
de UNICEF viene desarrollando un papel fundamental en colocar el tema en la agen­
da nacional, tanto en lo relativo a investigar la problemática7 como en acciones en
el mismo Comité y en diversas instancias.

ADOLESCENTES EN SITUACIÓN DE PROSTITUCIÓN: TRAYECTORIAS

La investigación "Historias en el silencio" realizada en el marco del convenio


UNICEF-RUDA da cuenta de la pluralidad de situaciones y condiciones de vida de los
y las adolescentes en situación de prostitución. Acá voy a referirme brevemente a
ello , pero previamente vale la pena detenernos en la relación PNNA y pobreza. Exis­
te una noción generalizada que asocia prostitución con pobreza, con lo cual una
vez más se reduce prostitución a prostitutas, la pobreza puede ser un motivo por el
cual algunas personas ingresan a la prostitución, pero obviamente no es la razón
por la que existe una demanda de prostitución. Esta noción también crea estereo­
úpos respecto a los niños, niñas y adolescentes en situación de prostitución. Sin
desconocer que la pobreza influye fuertemente en la configuración de "vulnerabi­
lidades", es necesario, "ir más allá'', romper con los sociocentrismos para alcanzar
un análisis más comprensivo del fenómeno. Existe un prejuicio generalizado que
relaciona pobreza con promiscuidad, lo cual es abviamente un desconocimiento
del otro (el pobre) , pero también es un colocar fuera todo aquello que no se quiere
reconocer como constitutivo de formas de vida que no se ajustan al deber ser.8 La
información relevada para la investigación mencionada, evidencia que adolescen­
tes mujeres y varones que viven en condiciones socioeconómicas muy vulnerables,

7 UNICEF ha realizado un estudio sobre prostitución infantil y adolescente en Uruguay ( UNICEF, 200 1 ) ,
y h a llevado a cabo junto a la Red Uruguaya de Autonomías una investigación centrada e n niños, niñas
y adolescentes en situación de prostitución, "Historias en el silencio" (Rostagnol, 2007a) , cuya segunda
parte se está desarrollando actualmente.
8 Este tema está extensamente tratado en Rostagnol (2007b) .
SUSANA ROSTAGNOL

mantienen una visión negativa sobre el ejercicio de la prostitución, incluso por


parte de quienes la ejercen o la han ejercido en algún momento. Por otra parte,
cabe mencionar la mayor dificultad en acceder a información sobre prostitución
"de lujo"; la cual, por otra parte, con frecuencia se presenta como "prostitución
encubierta".
Dicha investigación da cuenta de la multiplicidad de situaciones vividas por los y
las adolescentes, variedad que alberga desde ingresos forzados a otros que constitu­
yen estrategias de supervivencia. Estas modalidades se asocian a lo que Rostagnol y
Grabino (2008) y Rostagnol (2007a, 2006) denominan "mecanismos descontinen­
tadores" y "mecanismos facilitadores" para el ingreso y permanencia en la situación
de prostitución.
Los primeros refieren aquellos mecanismos expulsivos que no ofrecen a los ni­
ños, niñas y adolescentes la continentación necesaria. Entre ellos se encuentra el
sistema educativo (tanto la escuela como el liceo) . La mayoría de los adolescentes
en situación de prostitución contactados estaban fuera del sistema o tenían extra­
edad. Por otro lado, la familia aparece como un espacio de violencias múltiples,
que desestimula la autoestima, maltrata y abusa. Es frecuente que quienes están
en situación de prostitución hayan sido víctimas de abuso sexual intrafamiliar.9 En
este sentido, otros vínculos institucionales resultan débiles y no "sostienen" (centros
barriales, juveniles, parroquias, comités políticos, etc. )
Los facilitadores refieren aquellos mecanismos que atraen hacia la situación de
prostitución. En los casos detectados en la investigación ya mencionada, se repite
tanto la necesidad de obtener dinero (estrategias que complementan la mendici­
dad; otras se relacionan al consumo de pasta base de cocaína) , como la búsqueda
de un lugar de continentación. La convivencia con el abusador o la permanencia en
las redes, muchas veces posibilita el recibir afecto, mejora la autoestima y la calidad
de vida (alimentación, refugio, abrigo, productos de consumo, regalos) . Esto pone
en evidencia las vulnerabilidades y el estado de indefensión en que se encuentran
muchos adolescentes.
En otro orden, la corrupción en distintas instituciones estatales, la existencia de
redes delictivas organizadas y el abuso policial aparecen como algunos de los "me­
canismos de permanencia" más frecuentes (Rostagnol y Grabino, 2008) .
A través del análisis de los distintos mecanismos involucrados, la mencionada
investigación alerta que algunos niños, niñas y adolescentes "eligen " entrar y per­
manecer en la prostitución. Esto no debe tomarse como una elección ligada a la au­
tonomía y al empoderamiento, sino como una elección resultante de condiciones
de vida degradantes e indignas donde el sujeto no es considerado ni por la sociedad
ni por él o ella misma un sujeto de derecho.

9 Esto no debe tomarse como una relación causal, ya que son muchos los niños, niñas y adolescentes
que sufren abuso sexual intrafamiliar y no pasan luego a estar en situación de prostitución.
SOCIEDAD Y PROSTifUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

L\ PROSTITUCIÓN EN lA VIDA COTIDIANA: SILENCIO E INVISIBILIDAD

La prostitución es un hecho social que trasciende la particularidad del acto de co­


mercio sexual entre personas, forma parte de las prácticas sexuales de la población
masculina.
El fenómeno de la prostitución de niños, niñas y adolescentes está en un "cruce de
dimensiones donde se advierten las relaciones de dominación masculinas y adulto­
céntricas; aspectos económicos, aspectos políticos, dentro del locus de la sexualidad
entendida como construcción socio-histórico-cultural" (Rostagnol, 2007a : 1 1 ) .

El trabajo en campo realizado en el marco de "Historias en. el silencio" proporcionó indicios


de que la PNNA es una situación "bastante cotidiana y al contrario de lo que el sentido común
podría decimos, el carácter de ilegalidad que supone, no la coloca en los márgenes de la
sociedad. [ . . . ] está presente en la cotidianeidad de muchos niños, niñas y jóvenes [ . ] , en
. .

diferente escala y de diversos modos, más allá de sus vulnerabilidades individuales previas.
Está presente de manera directa en la vida cotidiana de las personas, en el entramado social,
no en los márgenes. Asumir esta premisa implica asumir nuestra cuota de responsabilidad
en la reproducción de estas situaciones que son por demás impunes" (Rostagnol, 2007a: 1 1 ) .

Sin embargo el consumo de prostitución de niños, niñas y adolescentes está ro­


deado de silencio. Los hombres que consumen no lo mencionan; lo niegan. En las
referencias a los consumidores frecuentemente aparecen adjetivos con una carga
moral negativa importante.
La noción de "campo" desarrollada por P. Bourdieu ( 1997) aplicada a este tema
permite dar cuenta de las relaciones de poder y de los procesos de producción,
reproducción y disputa en torno al capital material y simbólico asociado a la pros­
titución. También permite individualizar las intervenciones de agentes, ya que esta
noción supone la existencia de agentes interactuando según medios y fines diferen­
ciados de acuerdo con la posición que ocupan en la estructura en cuestión.
De acuerdo con ello es posible delinear el siguiente esquema10 respecto a los agen­
tes:

- Directamente involucrados. Los y las menores de 1 8 años; clientes,1 1 proxenetas;


integrantes de redes con distinto grado de compromiso; dueños de locales; traba­
jadores y trabajadoras de locales donde se explota sexual y comercialmente a ni­
ños, niñas y adolescentes; amigos y amigas dé "clientes" que conocen su práctica;
familiares de los y las menores; consumidores de pornografia por distintas vías.
- Aquellos que por su profesión o lugar en la sociedad están llamados a intervenir
de alguna manera. Legisladores, implementadores y ejecutores de programas;
integrantes de instituciones estatales (Poder Judicial, Ministerio del Interior,

10
El esquema está tomado de Rostagnol y Grabino, 2008: 1 63; y de Rostagnol 2007a.
11
Acá uso de manera genérica el término "cliente", dejando de lado la discusión conceptual en tomo
a su uso, a la vez que acordando en que todo cliente es un explotador.
SUSANA ROSTAGNOL

INAU, entre otros) ; integrantes de organismos internacionales encargados de ve­


lar por el cumplimiento de los derechos humanos; periodistas y comunicadores.
- Aquellos que por su actividad pueden entrar en contacto. Personal de salud;
integrantes de ONG que trabajan con población infantil y adolescente, con dere­
chos humanos; docentes; trabajadores del transporte, entre otros.
- Aquellos que saben del fenómeno de manera indirecta. El resto de la sociedad.

Esto coloca el fenómeno en su lugar real: constitutivo de la sociedad, formando


parte de la trama social. No es un fenómeno marginal, propio de sectores excluidos,
asociado a comportamientos desviados.
Mercedes Assorati, que fuera la coordinadora del Proyecto "Lucha contra el Trá­
fico de Personas", OIM-Argentina12 afirma que la PNNA existe porque existen los
escenarios habilitantes para ello. En e l caso de América Latina, la experta señala
que "es un paraíso para el tráfico de personas porque existen gobiernos corruptos,
instituciones débiles, analfabetismo y situaciones de violencia familiar y de género,
que crean un clima en el cual las víctimas sienten que 'no hay nada que perder' . A
esto hay que agregar la ausencia de proyectos a futuro" (Chaher, 2006) .
El silencio y la invisibilidad son condiciones de existencia de la PNN, y ésa es la
característica a partir de la cual pretendo avanzar el análisis. Desde diversas instan­
cias sociales se desarrollan estrategias de silenciamiento e invisibilidad: ausencia
de registro, 13 prensa amarillista sobre los fenómenos que en definitiva terminan
culpabilizando a la víctima por su situación de explotación, negación, 14 colocación
del fenómeno en los márgenes.
Aquí resumo algunas hipótesis sobre el silenciamiento y la invisibilización desa­
rrolladas en Rostagnol (2007a) y en Rostagnol y Grabino ( 2008)

- La estigmatización (de los niños, niñas y adolescentes) enlazada con la crimi­


nalización permite que la prostitución permanezca invisible. La invisibilidad es
condición de existencia de la práctica social. En este mundo invisible, la violen­
cia y la explotación se desarrollan impunemente. La impunidad asociada a esto,
permite que se fortalezca el reduccionismo de prostitución infantil a niños, niñas
y adolescentes en situación de prostitución. El problema no es de los menores
-aunque sean las principales víctimas-, el problema es de la sociedad que tra·
mita parte de su sexualidad por medio de estas prácticas.
- La ESCNNA constituye una "economía escondida" a igual que el tráfico (de perso­
nas, de armas, de drogas) . Su visibilidad termina con un negocio que da muchas

12
En entrevista a Página12 realizada por Sandra Chaher.
13 En Uruguay el Instituto de Niños y Adolescentes del Uruguay ( INAU ) no tiene registros, ninguna
"entrada" de menor de edad en situación de calle tiene relación con la prostitución, aunque se sabe que
en muchos casos es su medio de vida.
14 Algunas ONG dedicadas al trabajo con infancia y adolescencia con quienes entramos en contacto
durante la investigación referida, negaban que alguno de los chicos o chicas con quienes estaban en
contacto, ejercieran de manera habitual o esporádica, la prostitución. En algunos casos ellos(as) nos lo
contaron, solicitándonos no decirles nada a los educadores.
SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

ganancias, tantas que es posible "comprar" a agentes de los estados. En una esca­
la menor, algunos casos estudiados en la investigación de referencia mostraban
que la familia del menor de edad vivía del dinero proporcionado por el proxe­
neta. En otros casos aparecen coirnas pagadas que permiten pensar que algunos
funcionarios pueden llegar a obtener un sobresueldo por esta vía.
- Todo lo relacionado con la prostitución es eminentemente político, tiene que
ver con la política sexual, con relaciones de dominación a través del control de
las sexualidades. La invisibilidad permite continuar con el sistema de domina­
ción instituido.
- Los "mandatos" culturales sobre la feminidad y la masculinidad permiten que
ciertas prácticas cercanas a la prostitución pasen inadvertidas, y por lo tanto, con
frecuencia la situación de prostitución es vista corno una "cuestión de grados",
no de derechos.
- La mayoría de los "clientes" necesitan que el fenómeno se mantenga en la invi­
sibilidad.

REFLEXIONES FEMINISTAS SOBRE LA PROSTITUCIÓN DE NIÑAS,


NIÑOS Y ADOLESCENTES

La antropología busca develar los sentidos de las prácticas y representaciones, los


sentidos atribuidos --explícita pero sobre todo implícitamente- por los actores
involucrados "en sus fantasías individuales y en deseos colectivamente instigados,
orientados por la cultura de su lugar y de su época" en palabras de Segato ( 2003:
13 1 ) . La antropología feminista permite realizar un estudio hermenéutico de los
sentidos de la PNNA para encontrar los pilares culturales tan fuertes y sólidos que ha­
cen que la práctica perdure, cambie de ropajes pero mantenga los sentidos últimos.
El feminismo tradicionalmente ha entendido que la prostitución en tanto que
institución del patriarcado, es una de las formas más extremas de violencia y opre­
sión de género. Para S. Firestone ( 1 976) las prostitutas pagan con sus vidas la cons­
trucción de la virilidad que escinde lo emocional de lo sexual. K. Millet ( 1 995)
sostiene que a las mujeres prostituidas al ser convertidas exclusivamente en objeto
sexual se les niega la posibilidad de una existencia que vaya más allá de lo mera­
mente sexual, corno acto mecánico, agregarnos. K. Berry ( 1 995) ha sido una de las
primeras feministas en trabajar sobre el terna de la prostitución, sostiene que ésta es
una construcción social por oposición a la naturalización -y por lo tanto privada
y personal- con que es vista desde ciertas perspectivas, a lo cual agrega que revela
prácticas opuestas a los derechos _hurnanos, manteniendo una relación de opresión
de las mujeres. En general, la segunda ola de feminismo en los años sesenta analiza­
ba la prostitución corno la máxima expresión de la opresión y la esclavitud sexual;
Andrea Dworkin ( 1 993) es una de sus teóricas.
Sin embargo, en los años ochenta los movimientos por los derechos de las pros­
titutas postulaban la prostitución corno una forma de trabajo, libremente elegido
1 66 SUSANA ROSTAGNOL

por las mujeres. Esto deviene en que en los noventa algunas feministas hablasen del
derecho a prostituirse. Se superponen los legítimos intereses de las prostitutas a ser
reconocidas como trabajadoras con toda la dignidad correspondiente; y un tipo de
trabajo que trasciende la conceptualización de trabajo y que pone en juego otros
aspectos, especialmente la violencia simbólica intrínseca al acto mismo. En el caso
de los menores de edad, la pregunta que sobrevuela es dónde se coloca la línea
divisoria entre los menores y mayores.
Carole Pateman ( 1 988) afirma que la ley del estatus desigual entre los géneros
instaurada por la violación -como apropiación por la fuerza de todas las hembras
de la horda- es anterior al contrato entre los hombres --derivado del asesinato
del padre como acto fundacional de la cultura-. La regulación por medio del es­
tatus precede la regulación contractual. Para ella, el sistema de estatus inherente al
género continúa actuando detrás de la formalidad del contrato, "nunca desaparece
del todo y, en lo concerniente a las relaciones de género, hace que el sistema con·
tractual jamás pueda alcanzar una vigencia plena" (Pateman en Segato, 2003: 28) .
Avanzando e n el análisis feminista de la PNNA, yo diría que l a regulación a través
del estatus coexiste con la contractual. Pueden definirse claramente ambos niveles:
el contrato entre pares (proxeneta y cliente, y de manera más general, sociedad y
cliente) , y la regulación por estatus (cliente y niño, niña o adolescente prostituido,
y de manera más general sociedad y niño, niña o adolescente prostituido) . Es en­
tonces que, siguiendo a Pateman, el orden de estatus se restaura y revitaliza cíclica­
mente, la estructura derivada de las relaciones de género no permite un régimen
completamente contractual, el orden del estatus permanece subyacente.
En su trabajo sobre la violación, para el cual entrevistó violadores condenados,
Rita Segato (2003) señala que para éstos no era claro que estuvieran cometiendo
un delito en el momento de perpetrar la violación. En investigaciones realizadas
sobre violencia contra las mujeres, tanto en el sistema judicial como entre víctimas
de violencia doméstica (Rostagnol et aL , 2009) 15 ciertas prácticas como amenazas
verbales, con armas, golpes entre otros comportamientos, no eran visualizados -ni
por las mujeres víctimas, ni por jueces y otros operadores judiciales- como parte
de una situación de violencia. Estos ejemplos muestran el grado en que el sistema
de estatus permea los sentidos de prácticas cotidianas.
El orden de estatus que define las relaciones de género y generación presentes
en la organización social tiene en el control de las sexualidades un mecanismo pri­
vilegiado de reforzamiento del sistema de dominación masculina. En esta relación
de profunda asimetría, los cuerpos de las mujeres y de las muy jóvenes en especial,
están a disposición de los varones para satisfacer sus deseos sexuales. En la prosti·
tución en general y en la PNNA en particular es donde esta relación se satisface de
manera más plena. Maria das Neves Rodríguez lo dice con elocuencia,

El cuerpo de la mujer equivale, entonces, a una mercadería. Y como mercadería, tiene la pro­
piedad de satisfacer necesidades, propiciar gratificación sexual, realizar deseos y fantasías.

15 En especial Jos trabajos de Mesa y Viera; de Albornoz y Morales y el de Grabino.


SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

Sin embargo, no hay deseo o satisfacción sexual por parte de la prostituta [ . . ] . El hombre,
.

en la compra, busca la realización de sus fantasías y deseos . . . ( Rodríguez, 2003: 34) .

Carole Pateman considera la prostitución como una parte integral del capitalis­
mo patriarcal. Los hombres pueden comprar el acceso sexual a los cuerpos de las
mujeres en el mercado capitalista. El derecho patriarcal está explícitamente incor­
porado en la "libertad de contrato". Las prostitutas están totalmente disponibles a
todos los niveles del mercado para cualquier hombre que pueda pagar una y ellas
con frecuencia son proporcionadas como parte de transacciones diplomáticas, polí­
ticas y de negocios. Sin embargo, las formas públicas de esta empresa capitalista son
menos visibles de lo que podría ser. Como otras formas de empresas capitalistas, la
prostitución es vista como una empresa privada, y el contrato entre cliente y pros­
tituta es visto como un arreglo privado entre comprador y vendedora (Pateman,
1988: 1 87) .
Apenas un paso separa esa relación asimétrica donde uno recibe y la otra da, y
una relación mercantil. En su análisis sobre masculinidad y ESCNNA Salas y Calvo
señalan esta percepción del cuerpo/objeto de las mujeres: "el sexo y los cuerpos
adquieren carácter de mercancía y, por lo tanto, los hombres acceden al sexo co­
mercial desde una lógica del mercado" (Salas y Calvo, 2004: 1 63) .
La globalización neoliberal que alcanza a toda a región 1 6 conlleva una cultura
de mercado, en la cual todo es mercancía, incluso las personas, todo tiene un
precio, se vende y se compra. Obviamente esta cultura facilita la existencia de la
PNNA. El negocio del sexo se expande. La Organización Internacional del Trabajo
(OIT) ubica este rubro como "sector sexual", que incluye diversos servicios sexua­
les, entre ellos turismo sexual, fabricación y comercialización de artículos sexuales,
proxenetismo. El negocio del sexo mueve mucho dinero, la única manera que
tienen los estados de obtener una recaudación a partir de ellos, es legalizando las
prácticas. Y eso ha venido sucediendo con características específicas en distintos
países de la región.
Tanto la postura feminista que argumenta que las prostitutas son trabajadoras
como cualquier otra trabajadora; como la defensa contractual de la prostitución, se
basan en la suposición de que las mujeres son "individuos", con completa propie­
dad sobre sus personas. En este aspecto se unen los intereses tanto de prostitutas
organizadas como de los clientes y los empresarios de la industria del sexo. Esta
postura desconoce el orden del estatus.
Es preciso no confundir prostitutas adultas o niños, niñas y adolescentes prosti­
tuidos, con prostitución. Las personas merecen ser tratadas como sujetos íntegros,
dignos; pero eso no significa considerar que en la prostitución se intercambian dos
tipos de mercadería, como en una transacción comercial regular. Se entra al con­
trato de prostitución con un cliente masculino, no con un empleador. La prostituta
puede ser una empleada pagada o entrar en la clasificación de titular de empresa

16
No desconozco las otras "economías" que en muchos lados conviven con el capitalismo neoliberal,
sean estas economías tribales y campesinas, o economías solidarias del tipo del comercio justo.
1 68 SUSANA ROSfAGNOL

unipersonal. Se acerca de esta manera al "neocontractualismo de las prostitutas po­


litizadas que plantean su derecho a elegir" ( Lamas, 1 993: 1 30) . Colocar aquí el tema
de la elección -a igual que lo mencionado para el caso de los menores de edad­
encierra tanto una virtud como una trampa. La virtud es romper definitivamente
con los estereotipos de la pecadora y de la víctima, abriendo la posibilidad de una
reflexión más amplia respecto a las prostitutas y a las no prostitutas. La trampa está
en creer que se trata de una elección tomada desde la autonomía.
Hay quienes asocian el uso que las personas prostituidas hacen de sus cuerpos,
con el uso que hacen deportistas o bailarines (tanto adultos como menores de
edad) . 17 Sin embargo existe una diferencia sustantiva. T. Quintanilla plantea que
la diferencia con otros servicios es que en la prostitución "se alquila el uso directo
del cuerpo propio a persona ajena [ . . . ] . Cuando un cliente demanda los servicios
sexuales de alguien lo que busca es el ejercicio de poder sobre la otra persona; lo
sexual es sólo la forma, ya que ir con una prostituta consiste en pagar para que ella
haga lo que el cliente quiera" (Quintanilla, 2003: 74) .
Vanee ( 1 989) señala la existencia del "pacto tradicional": si las mujeres son vir­
tuosas, léase asexuadas, los hombres las protegen; en caso contrario, son castigadas
con el desprecio o consideradas prostitutas. Según Osbome ( 1 989: 1 2 1 ) la revo­
lución sexual de los sesenta junto a la segunda ola del feminismo hizo posible el
desarrollo de mayor autonomía por parte de las mujeres, con la consecuente dismi­
nución de la necesidad de protección masculina. Sin embargo, coincido con Quin­
tanilla para quien "la valoración social de la mujer sigue teniendo mayor carga en
el uso del cuerpo y su sexualidad que en el empleo de sus capacidades personales"
(Quintanilla, 2003: 74) .
Las prácticas sexuales de los varones constituyen una manera de probar y cons­
truir la virilidad (Rostagnol, 2003) . Recurrir a prostitutas (menores o mayores) o
a chicas "fáciles", no sólo es una práctica habitual, sino que puede constituir una
especie de rito de pasaje. El mito sobre lo incontrolable del deseo sexual en los
hombres habilita que en ocasiones "necesite" una prostituta. Infinidad de novelas
dan cuenta de ello, así como algunas nociones del sentido común que afirman que
la prostitución cumple justamente la función social de satisfacer la necesidad sexual
de los varones. La información derivada de las entrevistas a varones en el marco de
la investigación sobre sexualidad masculina (Rostagnol, 2003 ) , muestra que algunos
varones adultos se sienten con derecho sobre el cuerpo de una adolescente, quien
llega incluso a ser visualizada como "presa". A pesar de la creciente aceptación de la
diversidad sexual, la homofobia y la asociación de la heterosexual compulsiva con la
construcción de virilidad lleva a que algunos hombres que sienten atracción hacia
otros hombres, sólo tengan relaciones sexuales con chongos, y quieran mantener- sus
prácticas ocultas, y que con frecuencia éstos sean menores de edad.
Los mandatos sociales indican que el cuerpo de la mujer -así como el de los va­
rones niños y adolescentes-- está al servicio del deseo del varón adulto; es él quien

17 Con frecuencia se esgrimen ejemplos sobre todo de deportistas de disciplinas como gimnasia olím­
pica.
SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES 1 69

debe gozar y ella complacer. La prostitución condensa la posibilidad de satisfacer


este conjunto de imposiciones culturales.
De esta manera la prostitución de niños, niñas y adolescentes constituye una
manera contundente de reafirmación de las prácticas sexuales como mecanismo
de dominación masculina y adultocéntrica. Se rigen por el orden del estatus y se
encubren en la contractualidad y en la cultura del mercado. El silencio, la invisibi­
lidad y la correspondiente impunidad es lo que le permite permanecer, producir y
reproducir las relaciones de dominación.

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LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACI ÓN:
D E LA ESTÉTICA A LA MATERNIDAD

ASSUMPTA SABUCO CANTÓ*

INTRODUCCIÓN

El objetivo de nuestra ponencia es analizar los efectos de la globalización en las


representaciones, prácticas y aspiraciones que se están desarrollando sobre los cuer­
pos de las mujeres.
El efecto de la belleza como un ideal necesario para la realización personal ocul­
ta una mayor fragmentación que instrumentaliza el cuerpo de las mujeres como
mercancías. La buena apariencia se convierte en una obligación para obtener un
buen empleo, para acceder a matrimonios rentables y para lograr una autoestima
que se basa más en una lucha contra el tiempo, contra nuestra corporeidad, que en
un "cuidado personal". La reciente importancia de la noción de cuidados se con­

vierte, desde nuestra perspectiva, en un elemento clave para el mantenimiento de


un sistema de opresión a pesar de su carácter reivindicativo en algunos feminismos.

La exaltación de la salud al equipararse con el aspecto fisico se está convirtiendo


en un indicador social que afecta y condena a las mujeres. El aumento de produc­

tos que se ofrecen para determinadas partes del cuerpo, para ciertas edades y para
mujeres con características específicas es una tendencia altamente lucrativa. El cre­
cimiento de las operaciones estéticas y las ofertas de "viajes de salud-transformación
fisica" son una muestra evidente del grado en el que las mujeres estamos interiori­
zando esas representaciones y convirtiendo prácticas médicas, antes ocasionales y
ligadas a ciertas clases sociales, en rutinas que afectan a unas más que a otras pero
a todas por igual.
Del mismo modo son cada vez más los sesgos ideológicos que se desarrollan en
tomo a la maternidad. Por un lado, los úteros, el feto, los óvulos o incluso la leche
materna son más valorados que la experiencia femenina. Por otro, ser madre se
está reasignando como una experiencia que hay que vivir desde la "naturalidad"
de nuestros cuerpos en un claro enfrentamiento con la creciente medicalización.
Pero los nuevos mitos de la maternidad, en realidad, contribuyen a crear una fuerte
segmentación entre mujeres de los países más desarrollados y aquellos a los que se
niega el desarrollo.
Para muchas mujeres inmigrantes, el capital familiar recae fundamentalmente
en su responsabilidad y las dificultades para la reunificación con sus parejas e hijos
se incrementan desde la legislación. La posición en la que se encuentran los hom-

* Universidad de Sevilla.
ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

bres en los países de origen resulta muy problemática ya que rompe con el modelo
tradicional del "cabeza de familia". Desde una perspectiva relacional, los hombres
se están incorporando como objetos a las industrias de consumo cosmético con
diferencias que hay que señalar igual que resulta necesario analizar los contrastes
que plantean las nuevas paternidades en función de los grupos sociales. Lejos de ser
equiparables las identificaciones que propone el mercado ahondan en la desigual­
dad estructural que legitima el dominio de unos frente a otras.
La estructuración de nuestra exposición tendrá como eje los elementos comu­
nes de los que se sirve el patriarcado para crear un "nuevo" modelo de mujer en el
que los movimientos feministas se enfrentan con la consiguiente pérdida de poder.
Frente a esta situación consideramos necesario un debate en el que aunar perspec­
tivas y medidas alternativas. Las diferentes concepciones sobre la belleza, la salud y
la experiencia corporal siguen siendo uno de los focos más importantes para des­
enmascarar los intereses de unas representaciones que se imponen como únicas y
permanentes.

LOS CUERPOS GLOBALIZADOS

La belleza es el elemento más importante a través del que enjuiciamos nuestros


cuerpos y los cuerpos de los otros. "Estar guapa" es una obligación que asumimos,
con satisfacción, por las promesas que se vinculan implícitamente a los códigos es­
téticos dominantes. Creemos que el aspecto de nuestro cuerpo nos asegurará una
buena elección sexual, un trabajo mejor, una vida familiar feliz. Nos esforzamos
en no ganar peso, en cambiar nuestro vestuario en cada temporada, en aplicarnos
cremas y sustancias empleando una gran cantidad de tiempo y dinero.
Como señalaba Naomi Wolf en los años noventa, el mito de la belleza ha ido
sustituyendo a la mística de la feminidad de los años cuarenta y cincuenta cuando
ser una buena esposa y madre sometía a las mujeres. Si entonces los objetos del
hogar -y, especialmente, los electrodomésticos--- ofrecían una imagen deseable
de lo que necesitaba una mujer para ser feliz, además de un marido como supuesto
básico, en la actualidad es nuestro propio cuerpo el objeto a modelar para sentirnos
nosotras mismas, para poder competir sexualmente, para triunfar en el trabajo.
Nuestro cuerpo ha dejado de ser un elemento de goce y conocimiento para conver­
tirse en un material de transformación del que dependen muchas facetas sociales:
la pareja, la vida laboral, el prestigio.
Durante el siglo XX las revistas de moda, la publicidad y el cine convirtieron el
glamour y la elegancia en ideales estéticos. La aspiración a un ascenso social se
mantuvo ligado a la imagen de las mujeres que pertenecían a las clases sociales
más adineradas. La ropa y el cuidado externo eran una garantía para el triunfo de
muchas mujeres a través del matrimonio. Ya no se trataba de ofrecer un espíritu de
sacrificio logrando una cintura de avispa, mediante la sujeción, sino de mantener
un cuerpo deportivo y saludable.
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN 1 73

DE LOS CUERPOS REALES A LOS CUERPOS IMAGINADOS

La paulatina sustitución de los cuerpos reales por cuerpos imaginados es evidente


si atendemos a la importancia de los maniquíes que ocupan un lugar central en la
venta de ropa. Si en el pasado el prestigio estaba asociado a los trajes hechos a me­
dida, en nuestros días es la adecuación al peso y las marcas los que imprimen distin­
ción. La desproporción entre referentes masculinos y femeninos en los escaparates
refleja las mayores presiones al sexo femenino para lograr unos cánones distantes
de la realidad corporal de muchas mujeres.
La exterioridad de nuestro cuerpo alcanza cotas semejantes a las de cualquier
objeto en el mercado: se trata de "sentirse bien" y mostrar unas carnes tersas, que
requieren cada vez mayores cuidados: desde la piel, los ojos, el pelo y, en general,
las partes más visibles del cuerpo hasta las más invisibles como la sudoración o la
textura de la piel. La industria potencia el empleo masivo de extensiones para el
cabello, lentillas de colores, medias anticelulíticas, sujetadores que contornean los
senos más eficazmente que los "trucos" tradicionales -aumento mediante la intro­
ducción de papeles o algodones-- , cremas alargadoras y espesantes para las pesta­
ñas, maquillajes o pintalabios indestructibles, productos con posibilidades mágicas
para eliminar impurezas o defectos en unos minutos.
Al desarrollo de la industria cosmética se han unido las posibilidades de trans­
formación más permanente que dependen de la cirugía y de las intervenciones
médicas. Las compañías especializadas en estética ingresan una gran cantidad de
beneficios derivados de esta nueva tecnología del yo que aumenta las posibilidades
de transformación inquietantemente. Los anuncios publicitarios para la transfor­
mación corporal se apoyan en la segmentación del cuerpo, sobre todo, del cuerpo
de las mujeres. La distancia entre los cuerpos imaginados y los reales aumenta a
beneficio de los primeros.
Los cambios que posibilita la tecnología sirven también para responsabilizar a
los individuos de su propio aspecto al consolidar unos cánones estéticos y unas cos­
tumbres que benefician a ciertos sectores económicos y políticos. No es extraño que
los estados tengan como una de sus prioridades, al menos a nivel formal, el cuidado
de la salud de sus ciudadanos. No fumar, comer de manera saludable, dormir el
tiempo necesario, hacer ejercicio fisico son principios implícitos que, cada vez con
mayor frecuencia, adquieren una evidencia normativa. Al delegar la responsabili­
dad hacia los individuos --como muestran los eslogans publicitarios-- se fomenta
la creencia, el convencimiento de lo que debemos hacer con nuestro propio cuer­
po. En esta lucha por el cuidado corporal las operaciones -de nariz, de pómulos,
de nalgas- se convierten en un proceso sin límites de edad y sin aparente peligro-­
pese a las mayores demandas ante errores o problemas asociados a estas prácticas.
Resulta interesante constatar que el propio lenguaje es parte del nuevo entrama­
do ideológico de la belleza. "Nos hacemos" una reducción de vientre o "nos quita­
mos" las varices o las gafas. Las posibilidades de un cuerpo perfecto están sexuadas
ya que son las mujeres las que más acuden a estos servicios.
1 74 ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

LA FRAGMENTACIÓN ESTÉTICA COMO MECANISMO DE OPRESIÓN

El ideal de un cuerpo perfecto actúa en el imaginario colectivo como un deseo rea­


lizable que explica los enormes gastos personales, los sacrificios y las miradas subj e­
tivas hacia uno mismo que refuerzan lo que ha venido llamándose "culto al cuerpo".
El reverso de esta construcción corporal dominante, donde ser un yougurt y tener
un cuerpo danone están muy unidos, son las consecuencias desiguales que genera
el poder de la belleza en hombres y mujeres. La anorexia es su expresión más dra­
mática y la que ha fomentado una mayor cantidad de estudios feministas desde los
años setenta. El libro de Susie Orbach, Fat is a Feminist Issue, ejemplifica los nuevos
referentes y problemas que conlleva el mito de la belleza en la segunda mitad del
siglo XX y el creciente aumento de consumo en esta primera década del siglo XXI.
La ampliación creciente de los hombres a los dictados de la moda obedece a la
ampliación de mercado de las industrias del embellecimiento. Las nuevas clasifica­
ciones, como metrosexual, los problemas de vigorexia, encierran un doble sentido de
afirmación de la masculinidad, por un lado, y de transformación de la misma, con
una visión positiva hacia formas y usos ligadas a la feminidad como en el fomento
de la depilación entre los hombres.
En esta alteración de los modelos de género un factor decisivo ha sido lograr con­
vertir la belleza en un signo de salud. Esto ha posibilitado incrementar los productos
que existen en el mercado para contrarrestar las imperfecciones, eliminar defectos,
regenerar o modificar todo lo que deseemos nuestro cuerpo. Más que aceptar nues­
tras caracteristicas corporales y fisicas se trata de luchar para lograr un ideal social.
En esta "guerra" constante contra nuestro cuerpo la fragmentación permite li­
brar batallas parciales con los productos que nos suministra la poderosa industria
de la cosmética, la medicina estética, los gimnasios, las tiendas de ropa y las nuevas
cadenas para el cuidado corporal. Elementos naturales como el sol, el viento, el
frío o el calor se han transformado en enemigos a los que hay que combatir porque
perturban nuestro equilibrio. El uso cotidiano de nuestros cuerpos debe amurallar­
se frente al desgaste mediante el empleo de productos adecuados. De ahí la mayor
atención a la salud de cada uno de nuestros componentes: las manos, los ojos, las
caderas, y hasta los pies, cuentan con una gran cantidad de prótesis especializadas.
No se han desestimado los elementos estéticos que limitan el movimiento en las
mujeres como los tacones de aguja sino que en cualquier establecimiento podemos
acceder a todo tipo de ayudas para reducir sus efectos perniciosos -plantillas de
silicona, adhesivos antideslizantes, etcétera-.
Las recetas de adelgazamiento y los gimnasios, las salas de spa contra el estrés
son algunos de los complementos necesarios en este proceso de mantenimiento
corporal. El tipo de cuidados así como los elementos necesarios para ello se han ido
extendiendo con la consiguiente interiorización sobre su necesidad ya que se nos
responsabiliza de su descuido.
Asumir y gestionar el cuerpo se vuelve especialmente preocupante en aquellas
etapas donde la edad, la gestación o los cambios metabólicos imponen transforma­
ciones que hay que limitar para su reajuste a los imperativos estéticos.
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN 1 75

La proliferación de elementos con un poder regenerativo ha colapsado la lógi­


ca utilitaria del consumo para desembocar en una búsqueda incesante de nuevas
sustancias. Desde el redescubrimiento de las propiedades del aloe vera a los L-casei
defensis nuestro interior debe estar protegido, y nuestra apariencia externa protegi­
da y bella. La mayor parte de las y los consumidores ignoran el sentido específico
de los radicales libres o del oxígeno puro pero confian ciegamente en su utilidad
en los cuidados personales. Esta fe permite la invención constante de términos cuyo
poder es más real en tanto que resulta más imaginado. Esto explica que el merca­
do se encuentre saturado de una terminología científica -a veces desconcertante
como las marcas de "ADN marino" o los productos que no pertenecen claramente al
ámbito de la cosmética como los detergentes, al subrayar su carácter "natural" como
un potente reclamo publicitario.
Una naturaleza cada vez más dependiente de las industrias que, con sus cuantio­
sos beneficios, nos suministra todo lo que podamos desear o apetecer: desde rizos
"naturales" hasta eliminación de la celulitis, "con resultados visibles", cremas rea­
firmantes durante la gestación, el puerperio o dietas específicas e inyecciones con
efectos garantizados de recuperación corporal.
Esta oferta progresiva se apoya en la facilidad con la que podemos obtener estos
productos, el escaso riesgo que implican y la rapidez de sus efectos. Al minimizar el
gasto, el esfuerzo y el tiempo real que implican, la publicidad consigue consolidar
una ficción en la que desaparecen las diferencias de clase, las contradicciones entre
la vida profesional y familiar, y hasta la especificidad del cuerpo femenino igualan­
do a todas las mujeres.
Ésta es la base de una identificación colectiva que nos induce a creer que pode­
mos "ser" como las modelos que aparecen en los anuncios o en los mass 11ll!dia cuya
edad y talla fortalecen el alejamiento de la realidad.
Lo que se nos vende, por su facilidad, es en cambio un esfuerzo diario por ajus­
tarse a las codificaciones de la moda; lo inocuo de su uso está causando amplios
daños fisicos en la población que llegan a la muerte por inanición y la rapidez se
transforma en frustración cuando no logramos lo que pretendíamos. El patronaje
se ha difuminado para que, en la confusión, podamos elegir comprar la talla que
más nos guste y creer así que estamos más delgadas.
Las tiendas de ropa emplean unos espejos que alteran la imagen corporal estili­
zándola para mantener la cadena de consumo. La especialización en tallas grandes
enfatiza las nuevas jerarquías de los cuerpos. La confianza se basa en alejarnos de la
gordura. Parecer mayor, no ajustarse al peso ideal o descuidar las formas de vestir se
convierten en indicadores de pertenencia a las clases más bajas, a los grupos étnicos
minoritarios, a los sectores marginales que encuentran el estigma en su rechazo a
esta hegemonía.
La supuesta igualdad entre las mujeres que promete la belleza ha convertido la
edad en un factor social con más importancia de la que tenía hace unas décadas.
"Ser joven" es una necesidad estética que sólo algunas pueden costear. El carácter
irreversible de la cirugía se ha flexibilizado para multiplicar sus acciones hasta las
partes más íntimas del cuerpo --desde los agrandamientos, reducción o elevación
ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

de las mamas, hasta la reconsuucción de los pezones o del aparato genital- y las
mujeres sin los suficientes recursos, propios o familiares, se sienten alejadas de las
opciones que disfrutan los sectores más ricos.
Las formas de dominación se dan a través de la diferencia estética por la edad en­
tre unas, las mayores, obligadas a parecer adolescentes a través de las operaciones, el
régimen permanente y los gimnasios caros, mientras las jóvenes, obsesionadas con las
marcas, embellecen sus cuerpos sometidos a la comparación frenética de la compe­
tencia. Una competencia que altera las relaciones intra e intersexuales con una gran
incidencia en el caso de las mujeres que pertenecen a los sectores oprimidos.
A finales del siglo XX y durante esta primera década del siglo XXI, la natalidad
ha disminuido como resultado del retraso en la incorporación de los (as) jóvenes
al mercado de trabajo estable, la preferencia por aumentar el tiempo del ciclo vital
sin cargas familiares, el aplazamiento de la gestación hasta edades avanzadas y las
nuevas fórmulas de obtención de descendencia. Para muchas mujeres priorizar el
cuidado propio frente a las responsabilidades del cuidado a los otros, especialmen­
te, en lo que se conceptualiza como "cargas familiares" está vinculado al deseo de
"disfrute" y mantenimiento del propio cuerpo. En claro contraste, para otras muje­
res, para aquellas que se encuentran fuera del sistema hegemónico, tener hijos si­
gue siendo una de las maneras de realización donde el cuerpo actúa como soporte y
límite por sus características particulares. Pero, en ambos casos, las mujeres estamos
sometidas al creciente peso de la medicina occidental y de las políticas estatales que
han modificado las plataformas de planificación familiar por los nuevos modelos
de salud reproductiva, bajo la supervisión de profesionales cualificados. La estrecha
relación entre tendencias demográficas, control de la reproducción e ideologías
estatalistas ha sido un elemento recurrente en las reivindicaciones feministas ya que
es, el cuerpo de las mujeres, el objeto en el que convergen estos tres factores.

DE LOS CUIDADOS AJENOS AL CUIDADO PROPIO

Desde que se vindicaran derechos iguales para hombres y mujeres durante el siglo
XIX, la experiencia de parir, la conciencia de ser reproductoras fue uno de los argu­
mentos en los que se apoyó la paridad entre los sexos. Hubertine Auclert afirmaba
en su Programme é/,ectoral des Jemmes, en 1 885: "Si se conceden derechos por haber
matado a los hombres, deberían atribuirse más derechos por haber creado la hu­
manidad".
La búsqueda de cuidados a los otros como una forma de demostrar el aprecio,
la conformidad con la normativa que modelaba el cuerpo de las mujeres en tanto
que eran entregados a "otros (as) " fue, simultáneamente, un elemento de sumisión
y de resistencia.
La primera ola del movimiento feminista estuvo anclada en las actividades de
mujeres que luchaban por una mejora en las condiciones sociales de los más des­
protegidos. El apoyo a los esclavos en Estados Unidos movilizó la lucha por la ciu-
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN

dadanía femenina pese a los obstáculos que las reducían a ser, ante todo, madres­
esposas. En aquel momento, el orgullo de lo que se definía como específicamente
femenino tuvo, por parte de algunas asociaciones de mujeres, una traducción polí­
tica: el cuidado y la protección eran armas para el progreso de la sociedad. En esta
valoración no se recurría a los fundamentos biológicos que en nuestros días están
tan interiorizados. Hay que tener en cuenta que muchas mujeres pobres se gana­
ban el sustento mediante la lactancia a hijos o la educación de la prole de las clases
más ricas. El ama de leche y las institutrices ocupaban un puesto privilegiado entre
la servidumbre de las clases medias. Para muchas burguesas el hecho de parir no
impedía buscar a otras mujeres para que desempeñaran las funciones que ellas no
pretendían asumir por su prestigio social. De ahí que se reivindicara una diferencia
en los modos de comportamiento que separaban a hombres y mujeres pero que se
distanciara este modelo de conducta de la biología o la necesidad de ser madre para
llegar a ser una mujer completa o realizada. La reivindicación sobre "la maternidad
como una función social " estaba muy difundida e interiorizada en países europeos
como Francia, Alemania, Italia o Noruega y se implantó como un modelo mixto en
muchos de los países colonizados.
A diferencia de las leyes de beneficencia contra la pobreza o de asistencia públi­
ca, el Estado se consolidó en tomo a la adopción de medidas de seguridad social
que afectaban a la maternidad y a las mujeres en general (Bock y Thane, 1 99 1 ) . Los
temores sobre un aumento de la población se vieron enfrentados a una realidad
drásticamente opuesta: el descenso de la natalidad desde finales del siglo XIX. La
sanidad pública trató de reducir la alta mortalidad infantil difundiendo consejos
sobre el cuidado durante la gestación, aumentando las condiciones higiénicas en
todo el proceso de reproducción y aconsejando unas mejor calidad en la salud de
las mujeres. Muchas mujeres comenzaron a reclamar un salario para las madres,
incluyendo a todas las que realizaban dichas funciones. Sin embargo, la tasa de na­
talidad continuó descendiendo durante la primera guerra mundial, el periodo de
entreguerras y la segunda guerra mundial. La crisis económica y las guerras concen­
traron las políticas de planificación central, como en el caso español estudiado por
Mary Nash ( 199 1 ) imponiendo una ideología pronatalista que sobrevaloraba a las
familias numerosas mediante incentivos y propaganda. A nivel general, las ayudas
y subsidios otorgados se realizaban para favorecer los intereses estatales o los de los
esposos al potenciar la dependencia de las mujeres hacia sus maridos. La exaltación
del padre trabajador y viril que era capaz de compensar los obstáculos en pro de su
familia demuestran el carácter autoritario con el que los estados y los grupos domés­
ticos de un contexto histórico-cultural están relacionados.
El descenso en el número de hijas obedecía a las exigencias de un mercado com­
petitivo y a la transformación de unos estados que optaban por la calidad frente a la
cantidad en el número de descendientes. A diferencia de las economías donde los
hijos (as) son una mano de obra indispensable y las mujeres una fuente de alianzas a
través del matrimonio, las exigencias de los años cincuenta y sesenta determinaron
un cambio en las prioridades demográficas. Betty Friedan , como terapeuta desveló
los problemas de salud sin nombre que se derivaban de una exaltación del papel
ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

de la mujer como madre y esposa sin posibilidad de desarrollar sus propias necesi­
dades o su potencial intelectual. Su obra, La mística de la feminidad, fue un referente
para las demandas de los años sesenta más centradas en el control de la sexualidad,
el derecho al aborto, la libertad en los modos de conducta y la igualdad en el acceso
al empleo. De ahí que se cristalizara una ideología sobre la maternidad como un
aspecto "tradicional", "peligroso" que podía entrañar un fuerte retroceso respecto
a los derechos adquiridos por las mujeres o que se encaminaran las reivindicaciones
feministas hacia las obligaciones que entraña la paternidad y el reparto de las tareas
en el hogar.
En el Estado español, a partir de los setenta el modelo de pureza y castidad que
había impuesto el gobierno franquista empezó a transformarse. La adquisición de
derechos como el divorcio, el aborto y las nuevas técnicas de planificación, ligados
al feminismo, fomentaron una nueva visión de la maternidad frente a los otros paí­
ses a medida que el crecimiento económico y el cambio en los modelos de familia
se consolidaron a partir de los años noventa.
La globalización ha provocado un intenso debate en torno a los flujos migra­
torios donde las políticas públicas sanitarias y las concernientes a la reproducción
adquieren una gran relevancia. Especialmente en los países de destino es necesario
regular y normalizar la presencia de esta población que cada vez está más feminiza­
da y se caracteriza por su transnacionalidad.

FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA Y MATERNIDAD

Las nuevas investigaciones sobre procesos migratorios han roto supuestos básicos
en la bibliografia clásica. Por un lado, si éstos obviaban la vinculación existente
entre los lugares de origen y los de residencia asistimos a un interés creciente por
los lazos e interdependencias que establecen las personas migrantes entre sus gru­
pos domésticos y sus comunidades locales y el lugar en el que trabajan o ubican su
hogar (Martín, 2006; Gregorio, 2002 y 2004) .Por otro, lejos de considerar el proce­
so como un aspecto individual o colectivo en términos estatales se ha centrado el
marco de análisis en los grupos domésticos, en las familias desde las que se adoptan
estrategias o medidas de movilización. Por último, el papel de las mujeres en la di­
namización de la economía y de la política así como su relevancia en la mayor parte
de los aspectos sociales está adquiriendo un protagonismo que impide la invisibi­
lidad de los modelos tradicionales donde las mujeres se definían como "migrantes
pasivas" frente al protagonismo masculino. Esta negación de las mujeres como su­
jetos se hacía extensible a su condición de miembros de un grupo doméstico en el
que participaban -con más influencia de la reconocida hasta ahora- en la toma
de decisiones.
Al considerar a las mujeres como agentes ligados a la reproducción y a los cuida­
dos, a los trabajos domésticos y a la esfera de lo privado se legitimaba el silencio o la
invisibilidad de las mujeres migrantes. Así se consolida ideológicamente una visión
•.
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE lA GLOBALIZACIÓN 1 79

sesgada en la que los hombres son los sujetos activos de la historia y los únicos pro­
tagonistas de los cambios sociales.
Las relaciones de desigualdad y explotación entre los distintos países tienen unas
profundas raíces históricas (Bessis, 2002) que fundamentan y reproducen los dis­
cursos de superioridad de Occidente. Las mujeres están siendo utilizadas en los
discursos y en las prácticas como los signos de la decadencia o inmoralidad de los
otros pueblos. Es a ellas a las que se recurre para ilustrar la opresión, el salvajismo
o el declive económico de otros países; ellas son acusadas como responsables en los
países de destino por mantener tradiciones culturales, incluso castigadas legalmen­
te por reproducir en sus hijos e hijas lo que han aprendido de sus antepasados y lo
que les liga a su grupo de procedencia.
Las diferencias que dependen del país de origen, de la posición social, del año
y las condiciones de inserción impiden abordar una cuestión como la maternidad
en los diferentes colectivos de mujeres de un modo sistemático. Debemos tener en
cuenta que, como ha señalado Lila Abu Lughod, históricamente se han producido
intersecciones y cambios complejos en las naciones colonizadas empleando la ma­
ternidad y la crianza como argumentos para legitimar el orden establecido o para
crear aspectos de resistencia. Los mecanismos cambiantes por los que se recluta
mano de obra femenina basada en el sistema de cupos marca un gran contraste
frente a las mujeres que llegaron al Estado español en condición de reagrupamien­
to familiar. Además la ausencia de una legislación que equipare los distintos tipos
de matrimonio divide a muchos grupos domésticos sustentados por principios di­
ferentes a la monogamia. Para muchas de ellas, lograr cuidar a sus hijos mientras
se encuentran trabajando en el exterior implica un mayor sacrificio personal tanto
por el intento de aumentar las remesas recortando sus gastos personales como por
su propia autoafirmación en tanto que madres. Si tenemos en cuenta que el mayor
nicho laboral se inserta en el servicio doméstico resulta fácilmente explicable la
opción a trabajar como interna aunque conlleve una fuerte pérdida del tiempo y
del espacio personal. Las demandas para el cultivo agrícola también se han visto
transformadas por la preferencia de mano de obra femenina. Cada vez son más
numerosos los casos de menores que asumen el riesgo de la migración como una
responsabilidad familiar o debido a la desestructuración de sus núcleos originarios.
La presencia de mujeres jóvenes embarazadas que arriesgan su vida en pateras no
debe separarse del valor que se concede al "nacer en" como un elemento clave en
Ja obtención de la ciudadanía.
La propia ley de extranjería limita las posibilidades de inserción y convierte a las
mujeres inmigrantes en un conjunto dificilmente homogéneo ya que es necesario
distinguir entre categorías legales -extranjeras residentes, extranjeras en situación
irregular-, formas de trabajo -la presencia en el estado a través de cupos, las acti­
vidades vinculadas a la etnicidad como una estrategia conjunta- y de inserción so­
cioeconómica. Las mujeres que se instalaron en el estado español acogiéndose a los
derechos de agrupación familiar mantienen una posición más estable vinculada a
las condiciones de ingreso y a la mayor regularidad laboral de sus esposos mientras
que la creciente demanda de una mano de obra femenina para los sectores agríco-
1 80 ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

las y de servicios, especialmente, conlleva una menor duración en las estancias sin
tener en cuenta las condiciones familiares de los países de origen salvo para garan­
_
tizar su reclutamiento. El hecho de tener familia es un requisito para muchos de los
empresarios y de las empleadoras que se aseguran de este modo el cumplimiento
de un contrato durante un tiempo limitado.
A diferencia de las mujeres que pueden optar por una adecuación entre su for­
mación y su carrera profesional, la mayoría de las mujeres inmigrantes están em­
pleadas en sectores informales de la economía sin que sus capacidades y competen­
cias puedan desarrollarse.
El acceso a empleos fuertemente generiuulos como el trabajo doméstico muestran
que la conciliación, entendida tal y como la define la ley, adquiere una significación
distinta. Entre la variedad de actividades es importante subrayar las que se agrupan
bajo el término del cuidado, que incluyen pautas especializadas de entrenamiento,
acicalamiento, alimentación e higiene de niños, y(o) acompañamiento, atención
de ancianos que, en no pocas ocasiones, requieren de medidas y tratamientos que
entran en el ámbito de los trabajos sanitarios profesionalizados: cuidado de perso­
nas con algún grado de invalidez, dietas o medicaciones pautadas. Es indudable
que hablamos de un universo amplio de actuaciones protocolarias, que requieren
del conjunto de unas habilidades específicas, claramente profesionales cuando se
desempeñan en el ámbito público. Sin embargo, en el ámbito privado no es la
cualificación , sino el afecto (Narotzky, 1 995) , el que otorga la capacidad para des­
empeñarlas. En este ámbito el factor determinante es el vínculo que une a cuida­
doras y cuidados; un vínculo contractual en el ámbito informal en el que confluyen
aspectos cualitativos diferenciales de género. El mantenimiento de la "feminidad"
con toda su carga naturalizadora es el factor que otorga no sólo la responsabilidad
del cuidado, sino la obligatoriedad del correcto desempeño. Cariño y conocimiento
se unen mediante una relación de carácter vinculante para ubicar a las mujeres en
una posición de inferioridad respecto a los hombres. Tanto en el caso de aquellas
que alcanzan a través del matrimonio una posición social reconocida y un prestigio
como esposas, como en el de las que trabajan para otras familias, son ellas las que
deben ordenar el ámbito familiar que asumen como propio. Las familias monopa­
rentales o las mujeres solteras no escapan a este principio básico de la estructura­
ción social. Las mujeres asumen y reproducen un modelo genérico que, pese a los
cambios en la esfera laboral y doméstica, mantiene el "don de la familiaridad" en el
cuerpo femenino.
La separación de espacios y la atribución de roles dicotómicos según el sistema
de sexo-género determinó el acceso diferenciado a la ciudadanía de los hombres
y las mujeres. Al ser el ámbito de lo público el espacio de prestigio, y al correspon­
der éste a los varones, la carga simbólica de estas actividades va acompañada de su
alta valoración. Al hombre se le exige capacidad para tomar decisiones, gestionar
o mandar, ya que su función principal es la de proveer al grupo doméstico de los
recursos suficientes para la subsistencia. Un ideal que en el caso de muchas familias
separadas por la demanda de empleo femenino queda anulado para el esposo en
los países de origen.
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN

La importancia concedida a los ámbitos formalizados de educación como la es­


cuela explican que sea ahí donde se concentren la mayor parte de políticas sobre el
desarrollo y la educación de los y las menores mientras que los aspectos relativos a
la crianza y a los cuidados en el ámbito doméstico sigan siendo una tarea pendien­
te. Mientras que se desarrollan políticas de asistencia sanitaria específicas para las
mujeres migrantes, los estados potencian políticas pronatalistas que benefician a
aquellas mujeres con un reconocimiento pleno de su ciudadanía.

ECONOMÍA, NEOLIBERALISMO Y SACRALIZACIÓN MATERNAL

La proliferación de bancos de semen, técnicas de fertilización y adopciones inter­


nacionales enmarcan la maternidad y los cuidados en un contexto radicalmente
diferente al pasado. La tecnología y el dinero para acceder a dichos "bienes" no es
ajeno a los nuevos procesos de demanda laboral feminizada en el que son los traba­
jos domésticos, el cuidado de niños ( as) o ancianos los principales nichos laborales
de las mujeres inmigrantes. Los nuevos modelos afectan también al establecimiento
de vínculos entre hombres y mujeres. Las uniones de hecho, la regularización del
matrimonio homosexual y el aumento de familias monoparentales o de mujeres
solteras que asumen la maternidad con la ayuda de sus amigos y parientes o el incre­
mento de los divorcios están reformulando el sentido de las identidades familiares,
la maternidad y la crianza.
En estas nuevas condiciones la maternidad está volviendo a tener un peso ideoló­
gico que destaca su importancia como experiencia personal. Lejos de sus connota­
ciones biologicistas nuestra sociedad confia en la tecnología y en las opciones econó­
micas, legales o no, que ofrecen determinados estados para la reproducción y para el
cuidado de la descendencia. El problema es que las diferencias de clase y de posición
social entre las mujeres se agudizan. A nivel interno o externo, las posibilidades de
contratar "vientres de alquiler", de encargar hijos a mujeres que viven en países más
pobres, de vigilar a las contratadas para el cuidado o el trabajo doméstico, disponer
del capital necesario para las técnicas de reproducción ponen de manifiesto la emer­
gencia de nuevas situaciones donde la desigualdad no está resuelta.
La demanda de servicios reproductivos resulta altamente rentable para muchas
empresas del mismo modo que las instituciones, asociaciones e intermediarios en
los procesos de adopción mercantilizan "el deseo de ser padres" sin una regulación
estricta por parte de los estados. En cambio, los acuerdos interpersonales, las prác­
ticas que se alejan de la legislación ambigua en tomo a los derechos reproductivos
son criminalizados.
Las nuevas representaciones de la maternidad se ajustan a las condiciones del
neoliberalismo patriarcal: se abaratan los costes de adopción en el caso de niñas,
los óvulos no merecen la misma valoración económica que los bancos de semen,
los efectos y técnicas sobre el cuerpo de las mujeres en proceso de fertilización se
definen desde el sacrificio y no desde el riesgo. No es extraño que desde las diferen-
ASSUMPTA SABUCO CANTÓ

tes disciplinas científicas se incremente el interés por los procesos de reproducción


biológica a partir de los años setenta y ochenta, sobre todo, en la atención obstétrica
y las consecuencias de la medicalización (Paola Tabet, 1 985; Ann Oackley, 1986;
Verena Stolke, 1 98 7 ; Rayna Rapp, 2000; Marilyn Stathern, 1 992; Susana Narotzky,
1 995; Mari Luz Esteban, 2000) .
Los análisis sobre saberes femeninos del cuerpo de las mujeres, sobre los efec­
tos de la depreciación de los mismos y el énfasis en el control hospitalario de la
reproducción, la imposición de técnicas rápidas en el contexto sanitario --con el
aumento de las cesáreas o los partos programados- y las instrucciones normativas
en el proceso de parir y criar, consolidan una visión fragmentaria que prima al feto
y al bebé fren te al cuerpo materno (Davis Floyd, 1 996) .
Para algunas autoras el resultado sería una nueva consideración del cuerpo de
las mujeres gestantes y de sus relaciones con el feto. Un primer modelo estaría
marcado por el predominio de una representación de fusión madre-hijo donde
las necesidades de cuidados y atenciones derivan de los peligros que puede im­
plicar para la supervivencia del feto. El desconocimiento del proceso supone la
búsqueda preocupada e incesante de conocimientos autorizados para garantizar
el éxito reproductivo con lecturas, asistencia a conferencias, sesiones informativas
o asesoramiento médico. El segundo modelo es una representación de invasión o
parasitismo en el que las relaciones entre la mujer y su cuerpo estarían marcados
por la extrañeza y el peligro sobre la propia salud que acentúa la observancia de
cuidados para evitar estados carenciales o deterioros físicos irreversibles. El miedo
y la inseguridad ante un cuerpo escindido fomenta igualmente una búsqueda de
soluciones profesionales que incluyen los aspectos emotivos y los problemas psi­
cológicos del proceso. En ambos casos asistimos a una nueva fragmentación del
cuerpo femenino.
Para muchas mujeres de las sociedades desarrolladas y de clases medias, la forma
de resistencia a estos modelos implica una defensa a ultranza del carácter natural
de la reproducción, una constante reivindicación del poder que supone engendrar­
cuidar y una revitalización de las prácticas tradicionales como el parto en casa o sin
ayudas paliativas del dolor. Al entender que la creciente medicalización obedece a
la definición de la reproducción como enfermedad han ido aumentando las prác­
ticas alternativas a nivel individual, mediante las asociaciones de apoyo mutuo en
el parto y en la lactancia prolongada e incluso a través declaraciones institucionales
como la de Fortaleza, en 1 985, donde la OMS defendía esta concepción natural y
definía a las embarazadas como mujeres sanas.
En esta reivindicación del protagonismo de las mujeres como sujetos activos
frente a las instituciones médicas y estatales, la nueva ideología sacraliza la mater­
nidad como una de las experiencias más definidoras de lo femenino aunque se
reivindique el papel de los hombres como compañeros de "la vivencia más tras­
cendente de la humanidad". El papel de la paternidad se redefine así como pa­
reja en el ámbito de lo afectivo mediante una ideología de afinidad a través de la
descendencia. Son cada vez más los hombres -esposos o novios-- que asisten con
regularidad a las prácticas previas al parto, a las clases de respiración y motricidad,
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN

a las formas idóneas de cuidados infantiles y presiden el momento del parto como
partícipes. La exaltación de la reproducción natural justifica que mujeres entre 40
y 50 años prefieran parir en sus casas, sin mediaciones técnicas ni farmacológicas
como un rechazo explícito a la tecnología. La trascendencia del momento justifica
la grabaciones del mismo en formato digital o la acumulación de "pruebas" sobre
los cambios corporales que experimentan las madres y sus hijos.
Sin embargo, las condiciones económicas y laborales dificultan el cuidado y la
crianza pese a las prestaciones temporales que otorgan los estados tanto por mater­
nidad como por paternidad. La incompatibilidad horaria entre las jornadas labora­
les y las escolares están generando una búsqueda de tiempo o de redes, institucio­
nes específicas o empleos para la conciliación. El aumento en la esperanza de vida,
la disposición de tiempo, el afecto y el ahorro ha convertido a los padres de los y
las progenitoras en encargados de estas funciones. Pero mayoritariamente son las
mujeres de otras clases sociales, de grupos étnicos desfavorecidos o de países pobres
las contratadas para el desempeño de estas funciones. Para unas el ideal de belleza y
el de maternidad resulta alcanzable mientras que para otras se ven con la extrañeza
de lo inalcanzable sin el capital económico necesario. En ambos casos asistimos a
una revaloración de la naturaleza -pese a la artificiosidad tecnológica con la que
se construye- que invade nuestras representaciones corporales y favorece a los
intereses dominantes tanto a nivel político como económico.
Las inversiones y los beneficios monetarios, el crecimiento de profesionales de
la belleza y de la salud --especialmente la reproductiva-, el aumento de técnicas y
expertos en prácticas alternativas para nuestro cuidado así como la confluencia con
los intereses estatales pronatalistas conllevan graves riesgos: reforzar los modelos
desiguales de género, reinventar y apropiarse de la naturaleza cultural de nuestros
cuerpos y fomentar la división entre sectores sociales.
Éstas son algunas de las nuevas condiciones de sumisión a las que cedemos por
"nuestro propio bienestar" y el feminismo, que durante todo el siglo XX hizo de
nuestros cuerpos un arma de resistencia, no puede permanecer pasivo ante las ame­
nazas más compulsivas de la globalización.

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TERCERA PARTE
ETNOGRAFIANDO EXPERIENCIAS EMERGENTES
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA.
MUJERES IND Í GENAS JÓVENES EN LA ZONA METROPOLITANA
DE LA CIUDAD DE M É XICO

JAHEL LÓPEZ GUERRERO*

En ·este artículo me interesa entablar un diálogo con la antropología feminista en


particular, describiendo sus principales características, reflexionando sobre sus pos­
tulados epistemológicos y analizando la manera en que esta perspectiva dentro de
la antropología ha guiado mi propuesta de investigación sobre mujeres indígenas
jóvenes migrantes en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (en adelante
ZMCM) . 1
Para hacer una caracterización de la antropología feminista me he basado en
tres textos,2 los cuales elegí por considerar, por un lado, que proporcionan una
mirada histórica y panorámica de los debates en tomo a ella. Por otra parte porque
estos textos abordan , a través de la discusión de temas y problemas específicos, las
posibilidades interpretativas que proporcionan los marcos de la antropología femi­
nista, lo cual hace de estos trabajos un verdadero material didáctico, por lo atinado
de su argumento, la exposición del mismo y las genealogías construidas en cada
uno de ellos.
Para presentar el argumento de este trabajo me pareció interesante describir
el proceso que me llevó a trabajar el tema de las mujeres indígenas y la juventud,
algunos pasos del procedimiento metodológico que construí para la investigación ,
así como la descripción de ciertos hallazgos encontrados en el proceso. Paralela­
mente describo los textos referidos, los cuales no están sintetizados en un orden
cronológico, más bien están relatados de acuerdo con el énfasis de discusión en el
que trabajan. No es mi pretensión hacer un nuevo compendio sobre antropología
feminista, mi interés, más bien, está centrado en desentrañar qué es lo que de esta
perspectiva me ha sido útil para construir un problema de investigación, el cual
considero no podría haber sido planteado sin haber estudiado a estas y otras antro­
pólogas feministas.

* Universidad Nacional Autónoma de México.


1 La Zona Metropolitana de la Ciudad de México está conformada por las 16 delegaciones políticas
que conforman el Distrito Fedei-al y 40 municipios del Estado de México y uno del estado de Hidalgo.
2 Los trabajos revisados son el libro, ya clásico, de Henrietta L. Mooi-e (2004 [ 1 991 ] ) Antropología y
feminismo; el artículo de Carmen Gregorio Gil (2006) "Contribuciones feministas a problemas epistemo­
lógicos de la disciplina antropológica: representación y relaciones de poder", así como el artículo escrito
por Mai-tha Patricia Castañeda Salgado (2006) "La antropología feminista hoy: algunos énfasis claves".

[ 1 87]
1 88 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

ANTECEDENTES A LA FORMULACIÓN DE UNA PREGUNTA

Construir un problema de investigación en los marcos de la antropología feminista


es un verdadero desafio, si consideramos el haber sido entrenada como antropó­
loga, dentro de parámetros en los que la objetividad, entendida como neutralidad
valorativas es el eje conductor que guía y valida la construcción del conocimiento
que se precie de ser científico. Con estos derroteros epistemológicos inicié hace
10 años un proceso que ha reorientado la manera de llevar mi vida y mi forma de
ejercer la profesión antropológica. El desarrollo de un pensamiento crítico4 ha
sido el resultado del acercamiento al estudio de la teoría de género y la epistemo­
logía feminista.
Con este bagaje de conocimientos acumulados durante una década, planteé para
la tesis doctoral un problema de investigación, el cual surgió de mi experiencia en
el estudio de organizaciones colectivas, migrantes y grupos indígenas en la ciudad
de México. La primera intención del proyecto fue hacer un cruce entre estas tres
temáticas, cuya virtud atribuía a que el análisis lo haría desde una perspectiva de gé­
nero feminista. Pronto desistí de la idea, primero, al aclararme sobre mi interés por
conocer la experiencia de las mujeres indígenas que residen en la ciudad, pero que
no habían estado organizadas en una acción colectiva, problemática que abordé en
la tesis de maestría (López, 2006) .
En segundo lugar, me inquietaba en particular, la situación del sector juvenil
entre la población indígena migrante en la ciudad5, duda surgida de la recolección

' Uno de los supuestos básicos de la ciencia es que ésta debe estar libre de valores, lo cual implica un
proceso que consiste en distinguir "entre valores objetivos y valores subjetivos, también denominados
valores cognitivos o constitutivos y valores no cognitivos o contextuales. Se considera que los primeros
son los propios de la ciencia y suelen mencionarse como tales la verdad (aproximada o no) , la precisión
o adecuación empírica, la unificación o poder explicativo, la capacidad predictiva, la simplicidad o la
elegancia. Las normas, preferencias e intereses que no tienen que ver con los valores cognitivos se deno­
minan 'contextuales' [ . ] ". Desde esta visión de la ciencia, la neutralidad valorativa imprime imparcia·
. .

lidad, autonomía y neutralidad, la suma de estos elementos constituyen la objetividad del conocimiento
científico (Pérez Sedeño, 2005: 565) .
4 Por pensamiento critico entiendo un proceso en el que los paradigmas establecidos son cuestiona­
dos debido a que éstos están asociados con formas de dominación, subordinación, opresión, exclusión
y desigualdad. Las feministas han utilizado como herramienta privilegiada del pensamiento critico la
deconstrucción, forma analítica que a través de la reflexividad permite mostrar las contradicciones y
las ambigüedades de un concepto, una categoría o una teoría; el desmontaje y una nueva construcción
conceptual y teórica engloban el procedimiento deconstructivo.
5 Las personas y grupos "considerados y tratados" como indígenas están colocados en una categoría
social que los marca a partir de atributos culturales, como diferentes frente a otras personas y grupos.
Esta diferencia los coloca en la base de una jerarquía que los posiciona, a su vez, como inferiores a los
grupos que los designan como tales. Lo indígena se define en complejas e históricas relaciones de poder,
en las cuales las diferencias culturales han sido convertidas en marcadores de desigualdad social. Desde
otra perspectiva "ser o sentirse indígena" remite a una identidad política que resignifica la categoría para
demandar reconocimiento y derechos específicos. Desde un punto de vista académico, lo indígena es
una categoría analítica que ha permitido a distintas disciplinas enmarcar y caracterizar como sujeto de
investigación a actores y grupos diversos, social y culturalmente, en un continuum histórico marcado por
la desigualdad social. Caracterizar a una persona, a un grupo o a varios grupos como indígenas, propor·
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA 1 89

de datos en el trabajo de campo previo, entre los cuales, además del género, la edad
y(o) la generación constituían atributos para analizarse e interpretar la experiencia
de los grupos indígenas en contextos de migración.6 A partir de estas dos ideas ini­
cié la reelaboración de la propuesta de investigación.
Definitivamente las mujeres jóvenes indígenas residentes en la ZMCM serían des­
de entonces el foco de atención. Pero ¿quiénes debían ser el sujeto empírico de la
investigación?, ¿cuál sería el rango de edad para definirlas como jóvenes?, ¿de qué
grupo étnico en particular elegiría a las mujeres? Y, principalmente ¿qué problemá­
tica de investigación me plantearía con respecto a ellas?
La respuesta provino en primera instancia de un programa televisivo y del tra­
bajo de un fotógrafo documentalista; ambos describían a un conjunto de jóvenes
migrantes rurales, asegurando que la mayoría tenían un origen indígena. Ni en la
televisión, ni en la obra fotográfica de Federico Gama se daban muchos datos sobre
la presencia de mujeres, pero las imágenes mostraban a algunas de ellas, a quienes
decidí a partir de ese momento, convertir en las sujetas de investigación en esta
nueva propuesta, la cual fue tomando forma a partir de la revisión bibliográfica y la

investigación de campo.

ciona por un lado, un marco general para definir características comunes emanadas de un proceso de
heterodesignación de larga historia y complejo alcance, y por otra parte, posibilita ubicar a individuos o
grupos que se constituyen como actores sociales y/o sujetos políticos. Al estudiar a los grupos indígenas
en el contexto de la ciudad, específicamente en la ZMCM, se hace necesario ubicar algunas diferencias
entre los asentamientos existentes. Por un lado, están aquellos grupos denominados como pueblos ori­
ginarios, éstos se componen de población con antecedentes históricos anterior al proceso colonial, o
que durante éste sufrieron cambios en su territorio y formas de vida, sin embargo sus sucesores perviven
hasta el día de hoy, quedado dentro de la traza urbana contemporánea, pero a pesar de estos sucesos,
conservando algunas formas de organización y reconstituyendo una historia ancestral. Otro tipo de
población indígena asentada en la ciudad, son los migrantes, que han llegado a la ZMCM en diferentes
contingentes y momentos, por lo menos desde la década de 1940. Su presencia, formas de vida, de orga­
nización y la relación de éstos con el Estado, son los temas relevantes de investigación sobre estos grupos
(elaboración propia, desarrollada dentro de los avances de la tesis de doctorado) .
6 La migración es un fenómeno presente en la historia de los grupos indígenas, aun antes del pro­
ceso de conquista y colonización, pero su forma se ha transformado, consecuente con el cambio social
e histórico, diversificándose los flujos, destinos, zonas de expulsión y atracción, los tiempos y duración
de la migración, etc. Durante el siglo XX, la migración indígena se dio sobre todo de zonas rurales a
urbanas y aunque siempre el regreso es permanente y el contacto se mantiene con el lugar de origen,
la conformación de asentamientos en los lugares de destino forma parte de los procesos migratorios.
Según datos censales, actualmente uno de cada tres indígenas vive en las ciudades, a pesar de ello la per­
cepción general es que la vida indígena es prominentemente rural, y que el paso de las personas y grupos
indígenas por la ciudad tiende a la aculturación debido a un proceso de integración o asimilación a la
1ida urbana o a la marginación en ella al conservar su cultura. Desde esta perspectiva, a diferencia de
otros migrantes, los y las indígenas que migran a la ciudad conservan esta situación, aún residiendo de
manera permanente en ella, la cual suelen heredarla a sus descendientes. De esta manera "ser migrantew
se suma a la condición étnica y, en el caso de las mujeres, a la condición de género, propiciando con ello
una situación de desventaja mayor con respecto al resto de la sociedad citadina, quedando invisibilizados
e invisibilizadas de las políticas públicas por un lado, y por otro, dentro de la cultura urbana. Véase más
acerca de esta discusión en Oemichen (200 1 ) y Molina Ludy (2007) .
1 90 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

JÓVENES INDÍGENAS EN LA ZMCM

Las pistas retomadas de la televisión y más tarde corroboradas en la publicación


Mazahuachowskatopunks de Federico Gama ( 2008) fueron la guía para realizar, a
principios de 2008, un recorrido etnográfico por parques y plazas públicas, salones
de baile y estaciones del Sistema de Transporte Colectivo Metro, donde mujeres y
hombres jóvenes de origen rural suelen reunirse los fines de semana, especialmente
el día domingo para realizar actividades recreativas y de ocio. Provenientes princi­
palmente de los estados de Puebla, Veracruz, Hidalgo, Michoacán y del Estado de
México, siendo éstas de las entidades caracterizadas por contener el mayor número
de población indígena, el origen de estos jóvenes rurales era de etnias nahuas y
mazahuas oriundas de esta región central del país.
En esta etapa, verifiqué que en su mayoría los hombres estaban en la ciudad para
trabajar como albañiles,' debido al auge de la industria de la construcción en la últi­
ma década en diferentes zonas de la ciudad (Gama, 2008) . Por su parte, las mujeres
se desempeñaban principalmente en el empleo doméstico.8
En los primeros recorridos conté con información para conformar un rango de
edad:9 las mujeres entre 14 y 26 años y los hombres entre 15 y 28. Un dato también

7 Aunque no solamente pueden encontrarse trabajadores de la construcción, es cotidiano ver a mu·


chachos que son soldados en el ejército, algunos estudiantes y otros más que también participan en
labores del servicio doméstico, principalmente corno mozos, jardineros y porteros. Aunque los albañiles
conforman un grupo con características específicas físicas, la manera de vestir, las formas de interacruar.
Por el contrario, la diversificación de actividades para las mujeres es menos recurrente. Durante el traba·
jo de campo sólo hablé con una chica de 19 años, de origen rnazahua, que trabajaba corno ayudante de
ventas en un puesto ambulante en el centro de la ciudad, el puesto pertenecía a una de sus tías. Cuando
llegó a la ciudad tenía 15 años, casi por curpplir 16 y había terminado la secundaria. Al cumplir los 18,
decidió regresar a la escuela, hizo el examen único para entrar al bachillerato, deseaba ingresar a alguna
preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM ) , pero no lo logró, finalmente se
inscribió en un CONALEP (en este tipo de institución se tiene la oportunidad de estudiar una carrera téc­
nica y desde hace algún tiempo, en algunos planteles es posible, tornando unas materias extras, obtener
el certificado de bachillerato) . Estudia enfermería en un nivel técnico, cuando hizo la inscripción no se
dio cuenta de que el plantel no contaba con bachillerato y se decepcionó, pero ha continuado con los
estudios de enfermería, aunque tampoco siente vocación para dedicarse laboralmente. Se autodefinió
como "una mujer terca" y por eso terminará la carrera técnica, además de que tiene temor a "las burlas
de sus primas" que pueden menospreciarla "por habladora" por decir que ella "sí tendría una profesión
para no ser gata toda la vida"; en efecto sus primas se han dedicado a trabajar en el servicio doméstico,
aunque ella se ha negado a hacerlo, por eso "trabaja con su tía en el puesto". (Diario de campo, 7 de
marzo de 2008) . Después de este caso no volví a encontrarme con otra joven que estuviera estudiando.
8 El trabajo doméstico es un espacio laboral donde las y los indígenas encuentran posibilidades de

empleo en la ciudad, aunque no el único. Las mujeres laboran principalmente dentro de la casa y en
tareas vinculadas con la limpieza, la elaboración de alimentos y el cuidado de infantes y adultos mayores;
mientras que los hombres desempeñan trabajos alrededor de este espacio y asociados con labores de
reparación, mantenimiento y vigilancia. Más adelante advertí la participación de estas y estos jóvenes en
otros rubros del área de servicios corno cocineras/ os, rneseras/ os y ayudantes generales en restaurantes,
fondas, mercados y comercios. Aunque no siempre es posible encontrarlos en estos lugares en los que
realicé la investigación de campo porque los días y horarios en que laboran les imposibilita asistir a ellos,
pues en general están dirigidos a personas que no trabajan los fines de semana.
9 Este rango lo establecí con los datos recabados en el trabajo de campo. La edad, junto con el lugar
de procedencia y el tipo de actividad a la que se dedicaban fueron las preguntas que realizaba en las
E.'< DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

relevante es que se trata de mujeres y hombres solteros y sin hijos, 10 ellos más que
ellas viven solos o comparten la vivienda con otros muchachos en la misma situa­
ción laboral y(o) de migración. Las mujeres, por su ocupación, viven en casa de sus
empleadoras (es) durante la semana y en sus días libres están en la casa de algún
familiar o pariente, en menos casos comparten con otras chicas la vivienda. 1 1
La edad de estas mujeres y hombres m e permitió colocarlas e n primera instancia
dentro del sector joven en el país, 12 pero me preguntaba si este dato sociodemográ­
fico ¿contenía también vivencias juveniles en la experiencia de estos chicos y chicas?
Decidí enfocar la pregunta sólo en las mujeres.
En primera instancia, como antropóloga feminista, mi interés de investigación
estaba orientado a conocer específicamente la experiencia de las mujeres. Por otro
lado, resultaba notorio que en el programa de televisión y lo que había revisado
en la obra de Federico Gama, se resaltará sólo a los muchachos en las imágenes y
descripciones, aunque insisto, aparecían también algunas chicas, pero el único dato
que se daba sobre ellas era que se dedicaban al servicio doméstico. La primera pre­
gunta que me surgió fue ¿por qué en estos dos medios no describen a las mujeres?,
¿qué es lo que no resulta interesante de ellas?
La invisibilidad o la poca aparición de las mujeres provenía de la conjunción
de varias operaciones, éstas fueron surgiendo en la medida en que avanzaba en la
investigación:

- La invisibilización de las mujeres indígenas como sujetos de investigación.


- La ausencia de las mujeres en la teoría sobre juventud.
- La dificultad de articular la juventud con otros ordenadores sociales: el género y
la etnicidad, entre ellos.
- El androcentrismo que estimula la manera de observar la vida social.

conversaciones que lograba entablar. La resistencia por parte de las jóvenes a hablar conmigo siempre
estuvo presente, pero cuando lograba iniciar una plática trataba de obtener por lo menos estos datos,
por tal motivo la observación tiene gran relevancia en la recopilación de datos de campo y distintas
fuentes estadísticas.
'° En los casos que analizo para la tesis hay una madre soltera, tres mujeres casadas, dos chicas que en
el transcurso de la investigación entablaron una unión conyugal, una de ellas incluso tuvo su primer hijo
durante el transcurso del trabajo de campo.
11
La forma de residencia en la ciudad entre estos y estas jóvenes depende de varios factores, entre
ellos el sexo, los motivos que configuran la presencia en la ciudad; estudiar o trabajar y la procedencia
geográfica y étnica, que conlleva la historia migratoria de la familia y del lugar de origen. Por ejemplo,
hay estudiantes -hombres-- que tienen familiares o paisanos en la ciudad y llegan a vivir con ellos, por
lo menos en el tiempo de adaptación o si no se cuenta con recursos económicos, quienes no tienen esta
posibilidad viven en casas de huéspedes, o rentan de manera compartida, o no, viviendas sencillas y a
bajo costo, o incluso hay quienes viven con familias mestizas. Y no hay que olvidar a hombres jóvenes de­
dicados al servicio militar, quienes suelen pasar alguna temporada en la ciudad (desde fines de semana,
hasta semanas o meses) y que rentan viviendas de manera provisional de igual forma, a veces solos o de
manera compartida, o pasan las noches que están en el Distrito Federal en hoteles de paso (Diarios de
campo, 12 de abril y 21 de junio de 2009) .
12
En México se les considera jóvenes a las mujeres y hombres entre 1 4 y 29 años de edad.
JAHEL LÓPEZ GUERRERO

- La sobrerrepresentación de la experiencia masculina para explicar también a las


mujeres y a lo humano.

Considero que estos aspectos pueden verse reflejados en la siguiente cita. Dice
de ellos Federico Gama:

los jóvenes de las comunidades indígenas y rurales de los alrededores del Distrito Federal
empezaron a llegar nuevamente en gran escala para trabajar como peones albañiles [ . . . ] .
Dejaron d e ser "chundos", "oaxacos", "indios" o "paisanos" y queriendo identificarlos de
alguna manera los llamé ' mazahuacholoskatopunks, 1 3 pues ya no cabían en ninguna de esas
definiciones, ni tampoco en ninguna de las llamadas culturas [juveniles] , porque además,
sin lugar a dudas, van a la vanguardia de la moda callejera, sin los prejuicios ideológicos y
políticos de las culturas juveniles. Ellos se permiten mezclar cualquier género [cholos, skatos,
punks, darks, emos o rockers] sin importar su origen, el chiste es verse bien, sentirse o ser un
joven urbano ( 2008: 38) .

CONSTRUIR UN PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN DESDE


LA EXPERIENCIA DE LAS MUJERES

"Ser un joven urbano", afirma Gama, es el objetivo de las prácticas de este grupo,
pero ¿cuál grupo? Me preguntaba yo ¿hombres y mujeres en conjunto? Aunque por
la manera de describirlos, parecía que el grupo referido más bien se conformaba
sólo por hombres, pero entonces ¿qué ocurría a las mujeres? Tras la recolección
de información de campo y la consulta de bibliografia multivariada de libros sobre
mujeres indígenas, migrantes, juventud, juventud indígena y rural , juventud de
las mujeres, entre otros; me pregunté si estas mujeres podían ser consideradas jóve­
nes y qué tipo de jóvenes eran ellas.
La respuesta a estas preguntas no pareció fácil en un principio, pues lo primero
que ubiqué es que la experiencia juvenil no es universal con respecto a la forma
en que se vive en distintos lugares y tiempos, eso por un lado, y por otro, me encon­
tré con que la juventud como experiencia humana se había caracterizado bajo los
parámetros de la historia y de la cultura occidental, la cual se sabe, basa su organi­
zación en un orden patriarcal. De tal manera que muchos grupos, entre ellos, las
sociedades indígenas y las mujeres, en general no aparecían como sujetos específicos
dentro de la literatura sobre juventud y jóvenes.

" "No se usa este término porque los mazahuacholoskatopunks provengan únicamente de la región
Mazahua o de ese grupo étnico. En esta definición o neologismo, el término maz.ahua (palabra náhuatl
que significa "lugar de venados") se utiliza como un elemento verbo-sonoro, ya que por una parte me
permite generalizar el origen indígena y rural de estos jóvenes, y por otra, ligarlo a las culturas juveniles
urbanas. Las otras tres palabras se agregan necesariamente por las cualidadades similares de la indumen·
taria de cholos, skatos y punks" (Gama, 2008: 40) .
EN DIÁLOGO CO N LA ANfROPOLOGÍA FEMINISTA 1 93

El texto de Florinda Riquer y Ana María Tepichin (2003) Mujeres jóvenes en Mé­
xico. De la casa a la escuela del trabajo a ÚJs quehaceres del hogar fue clave en la construc­
ción de mi pregunta de investigación. En él analizan "las transiciones de escuela al
trabajo en una visión de género". Las autoras recuperan, por un lado, evidencia em­
pírica que demuestra que "un número significativo de jóvenes [ transitan] el paso de
la escuela al trabajo en edades muy tempranas [y que este trayecto] está mediado
por la unión conyugal y la formación de una familia", situación poco analizada en
la literatura especializada. También advierten que en el contexto mexicano la etapa
de lajuventud "tiene connotaciones distintas para varones y mujeres". En el caso de
estas últimas se considera que el destino de género que les corresponde por natu­
ralna es "reproducir la especie" y por lo tanto habría una serie de vivencias que las
mujeres no requieren experimentar: "la formación escolar", y yo añadiría la juven­
tud, entre tantas (pp. 496-497) . Para definir la juventud encontré una perspectiva
antropológica y me basé en ella para elaborar la problemática planteada con res­
pecto a las mujeres indígenas jóvenes migrantes. Antropológicamente lajuventud: 14

1) Se refiere a una etapa específica en el ciclo de vida.


2) Refiere a un periodo de transición que contiene procesos de tipo biológicos y
sociales.
3) Los contenidos y atributos que se le dan a estos procesos son dinámicos y cam­
bian con respecto al tiempo, el lugar y la cultura que los construyen.

Vista de este modo, por lo menos teóricamente, la juventud parecía posible para
las mujeres indígenas migrantes. El siguiente problema consistía en construir una
metodología para abordar la experiencia juvenil en estas mujeres. Lo que podía
encontrarse en la literatura especializada es que la mayoría de los estudio había
descrito las vivencias que conforman la experiencia de los varones en esta transi­
ción, caracterizando un modero ideal con un trasfondo androcéntrico y etnocéntrico,
creado en la vida social y recreado en la teoría sobre juventud. El estudio de la epis­
temología feminista me dio las claves necesarias para elaborar un cuerpo teórico y
metodológico al respecto, pues para estudiar a las mujeres indígenas como jóvenes
requería de categorías que no me proporcionaba, por sí sola, la metodología con­
vencional para estudiar la juventud. Siendo antropóloga, los marcos de la antropo­
logía feminista cubrieron finalmente mis objetivos y expectativas, aunque también
me proponía importantes retos.

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO Y GÉNERO

A mediados de la segunda mitad del siglo XX las epistemólogas feministas inicia­


ron un proceso de reflexión, por un lado sobre las consecuencias de la exclusión

" Caries Feixa { 1 998) .


1 94 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

de las mujeres del conocimiento científico y, por otro, relativo a la contribución de


las mujeres a la ciencia. Una serie de conclusiones interesantes surgieron al respec­
to, algunas de ellas situaban a las feministas en una línea paralela con otras posturas
críticas que postulaban también que la ciencia era una más de las actividades de la
vida social y, por lo tanto, estaba imbuida de valores de clase, raza, etnia y del poder
colonial e imperialista. Sin embargo las feministas, propusieron y profundizaron
sobre el análisis del género en la actividad científica, preguntándose hasta dónde
y cómo la ciencia está generizada (Harding, 1 996) . En palabras de Evelyn Fox Ke­
ller significa preguntarse "cómo la construcción de los hombres y de las mujeres
ha afectado a la construcción de la ciencia" ( 1 99 1 : 1 2 ) . Al involucrar el género en
el análisis de la actividad científica no sólo fue posible explicar la exclusión de las
mujeres de la ciencia, también considerar el replanteamiento de prácticas y teorías
en distintas áreas de conocimiento y campos disciplinarios.
Estas críticas feministas se originaron, en primera instancia, dentro de las cien·
cias naturales, pero pronto podemos encontrar problematizaciones a lo que suce­
día con la historia, la sociología, la crítica literaria o la antropología, entre otras;
en términos del involucramiento del género en la práctica y teoría en estos campos
científicos (Harding, 1 996; Blázquez, 2008) .

LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA COMO PERSPECTIVA

Podríamos ubicar a la antropología feminista en la historia de la disciplina antropo­


lógica, en el momento en que el debate de las diferencias culturales tomó un viraje
hacia las diferencias entre los sexos en distintos contextos culturales. Esto implicó la
necesidad de construir nuevos conceptos y categorías, que en suma, constituyen un
campo de estudio específico centrado en "una forma particular de la experiencia
humana: la de ser mujer" (Castañeda, 2006: 37) .
Para conformar este campo se ha requerido del impulso de varios procesos, cada
uno de ellos con implicaciones particulares; éstos se suscriben en los siguientes
postulados, resumidos por Martha Patricia Castañeda ( 2006: 37) de la siguiente
manera:

- Reconocer y visibilizar la existencia misma de las mujeres.


- Denunciar y desmontar el androcentrismo y, con ello, el sexismo, el racismo, el
clasismo, el etnocentrismo y el colonialismo.
- Desentrañar el contenido de la ' "especificidad" de las mujeres.

Cada proceso fue dándose de manera dinámica en el tiempo y en el espacio,


con resultados también activos y provocadores en el campo antropológico en parti­
cular y en el de ciencias sociales en general. Epistemológica y metodológicamente,
las antropólogas feministas reconocen a las mujeres como un sujeto cognoscente
y cognoscible. Reflexionan ampliamente sobre las relaciones de poder entre la
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA 1 95

investigadora y las mujeres que ésta desea conocer, proponiendo la intersubjetivi­


dad. 15 Teóricamente, "las antropólogas feministas están contribuyendo a redefinir
[los] conceptos de cultura, diversidad cultural y diferencia cultural" (Martha Patri­
cia Castañeda, 2006: 40) . Dos procesos han sido clave en el desmontaje teórico de
estos conceptos consustanciales al campo antropológico; éstos son la desnaturaliza­
ción y con ello la visiúilización.
Durante largo tiempo las teorías antropológicas habían definido a la cultura
como la naturaleza de vida humana, pero a través de la influencia de la teoría de gé­
nero, las antropólogas feministas rehumanizaron el concepto, al colocar a la cultura
como "un producto de las acciones, preferencias y decisiones de mujeres y hombres
que, a través de su actuar cotidiano, le imprimen dinamismo e historicidad" (Cas­
tañeda, 2006: 4 1 ) .
En este proceso tiene lugar "la desnaturalización de todo lo que atañe a muje­
res y hombres en tanto que sujetos de género", logrando así analizar cómo "cada

cultura ha elaborado un entramado de significaciones" en tomo a lo femenino y lo


masculino que "legitima [n] la desigualdad y la oculta [n] bajo múltiples velos que
terminan por hacerla aparecer como natural, histórica, lógica, intrínseca a la expe­
riencia humana" ( iúid. ) . 1 6

ALTERNATIVAS CONCEPTUALES DE LA CULTURA Y EMERGENCIA


DE NUEVOS SUJETOS DE INVESTIGACIÓN

Es así que, para adentrarse en el conocimiento de la experiencia, las antropólogas


feministas han mostrado la necesidad de considerar y explicar la especificidad de
la experiencia de las mujeres, pues ésta no ha sido considerada desde "la mirada
patriarcal y androcéntrica". La vida de las mujeres ha tenido entonces que ser visibi­
lizada, demostrada y reconocida como experiencia humana (Castañeda, 2006: 4 1 ) .
Esta discusión sobre los conceptos referidos e n el apartado anterior, la cual sinte­
tizo, no sin dificultad, ha sido reflexionada en mi propia investigación con mujeres
indígenas, 17 pues es gracias a este viraje teórico, que surgen varios actores sociales

15 Este proceso se establece "en una relación intragenérica en la que [ . ] se reconoce la especifici­
. .

dad de cada una de las mujeres interactuantes [en el proceso de investigación] supone contribuir a un
mutuo fortalecimiento de las capacidades y la autoridad tanto de las mujeres que investigan como de las
mujeres con quienes se investiga" (Catañeda, 2006: 39) .
1 6 La desnaturalización de la cultura, de la diferencia y diversidad cultural no se instala en el debate

sobre la dicotomía naturaleza<ultura, por el contrario, es una alternativa de salida a ella, imprimiendo
"prioridad a la cultura [ . . . ] sobre la biología" (Castañeda, 2006: 41 ) . Encontramos un procedimiento
de mayor complejidad, en el cual la sospecha es la herramienta para abordar los temas sobre las identi­
dades, el poder y todo aquello que esté considerado como un fenómeno o acción natural dentro de la
experiencia humana.
i ; "La mujer indígena latinoamericana no constituye una categoría homogénea como para analizar­

la como un todo, pero en general experimentan ciertas características discriminatorias, y las mujeres
indígenas poseen demandas y necesidades bastante similares. Es importante advertir las diferentes sub-
1 96 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

como sujetos emergentes para la investigación social: las mujeres y el sector juve­
nil por mencionar a quienes me interesan. Las mujeres indígenas son construidas
como sujetos de investigación en la intersección entre la perspectiva antropológica
feminista y otras miradas críticas que dudaron que la cultura fuera una entidad ho­
mogénea, concibiéndola como dinámica y como un campo de conflictos y contra­
dicciones en el cual, más que la armonía, en la cultura encontramos un entramado
de inconsistencias internas que, sin embargo, aparecen como coherentes.
Bajo esta concepción de la cultura es posible sí, ubicar patrones culturales, pero
también procesos de cambio, en los cuales los actores sociales participan desde una
posición diferenciada en términos de sexo y edad, como categorías universales de
organización social (Feixa, 1 996, consulta en línea: 20 de septiembre de 2008) .
Desafortunadamente, esto no fue previsto por largo tiempo dentro de los estudios
sobre pueblos indígenas y las investigaciones al respecto se configuraron simple­
mente sobre proyectos androcéntricos y adultocéntricos.

REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES Y ANDROCENTRISMO EN LA ANTROPOLOGÍA

En este sentido, el texto de Carmen Gregorio Gil es pertinente para ubicar los
distintos centrismos en la creación de conocimiento antropológico. Este trabajo en
particular es interesante porque recupera dos "de las aportaciones feministas más
significativas" a la antropología, "relativas a los problemas de representación de ese
'otro' encarnado en un cuerpo que deviene mujer y acerca de la 'generización ' del
conocimiento producido en interacción con otros sujetos en el procesos etnográfi­
co a lo largo del saber acumulado, fundamentalmente por las antropólogas, desde
los años treinta del pasado siglo" (2006: 23) .
El androcentrismo en la antropología, señalado por los estudios de la mujer,
problematizó, en primera instancia, "cómo desde el conocimiento antropológico
se representaba a las mujeres -a ese 'otro'- a partir del proceso de trabajo de
campo etnográfico". En este marco el androcentrismo, junto con el etnocentrismo,
el racismo y el clasismo, fue definido como "una mirada particular que contribuía
a reproducir las desigualdades de género". Podemos puntear, siguiendo a Gregorio
(p. 24) algunas formas de representación de las mujeres o de la vida de las mujeres
dentro del trabajo etnográfico y antropológico: tenía menor protagonismo que la
vida de los hombres; no se analizaba con profundidad; se le daba un papel secunda­
rio, y se devaluaban las prácticas e interpretaciones de las mujeres.
Esto ocurría por varias razones, pero suelen destacarse las siguientes:

divisiones que existen dentro de este sector, ya sean de tipo étnico-cultural, generacional, de ubicación
geográfica, de estado civil, de grado educativo, etc. De estas diferencias internas en el grupo de las
mujeres indígenas se desencadenan muchas diferencias de relaciones con el sexo opuesto y las mujeres
no indígenas, en el acceso a recursos, y espacios de poder, de comportamiento, etc." (Margarita Calcio
Montalvo y Luisa Femanda Velasco, 2005, consulta en línea: 1 1 de agosto de 2008.)
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA 1 97

l ] Las sociedades estudiadas tenían una estructura de género desigual.


2] Los antropólogos elegían y legitimaban la información de los varones y por lo
tanto se les otorgaba a ellos el papel de representantes de la cultura.

Una respuesta para dirimir los sesgos androcéntricos se orientó al método, pro­
poniendo con esto "reescribir la etnografia". Otro camino mucho más complejo
consistió en revisar los puntos de partida teóricos y los procedimientos metodológi­
cos. Las categorías de género y poder constituyeron el centro de la crítica a los pro­
blemas de representatividad. Edwin Ardener ( 1 975, en Gregorio Gil, 2006:26) pro­
pone la teoría de los "grupos silenciados", basándose en el análisis de las relaciones
de poder tanto en el grupo estudiado como en la interacción entre el investigador
y la sociedad estudiada; en ambas partes predomina un sistema de poder en el que
los que dominan acaparan la palabra o sólo permiten que los sectores dominados
se expresen dentro de "las ideologías dominantes", esto influye en definir qué es
válido para estudiarse y qué no lo es, pero también quién es apto para estudiar qué
y a quiénes.
En el camino de los lwmúres estudiando a los homúres y /,as mujeres estudiando a /,as mu­
jeres operaba aún "la búsqueda de la "objetividad", lo cual más que reducción de los
"sesgos personales" dentro de la investigación antropológica, promovía una visión
esencialista de las identidades y se olvidó la relación de poder existente también
entre las mujeres, es decir entre la investigadora y las mujeres estudiadas (Gregorio
Gil, 2006:27) .
Junto con el análisis del poder, "el género se convertirá en una categoría analí­
tica central tanto en la práctica de la etnografia como en los marcos teóricos de la
disciplina". Desdibujando desde la construcción de una epistemología feminista la
objetividad científica y la neutralidad valorativa, asumiendo que la construcción de
verdad está mediada por el género y las relaciones de poder, "por tanto, el carácter
parcial, histórico y no universal del conocimiento" (Gregorio Gil, 2006: 28) .
Gregorio propone a través de su texto "la importancia de la dialógica discursiva
en la construcción de las diferentes representaciones" sobre las mujeres y muestra
la necesidad de construir un conocimiento situado, cuya característica general es
que reconoce "los aspectos subjetivos implicados en el proceso etnográfico" (p. 29) .

PRINCIPALES TEMAS DISCUTIDOS POR LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

El libro de Henrietta Moore puede considerarse el primer estado de conocimiento


que, desde una perspectiva reflexiva y analítica intenta "demostrar que la crítica
feminista en la antropología ha sido, y seguirá siendo fundamental en la evolución
teórica y metodológica de la disciplina en general". Mediante "un modelo narrativo
histórico" la autora desarrolla su argumento a lo largo de "temas coherentes" tales
como los "debates sobre el género, asimetría sexual y dominio masculino". En el
trasfondo de estas conceptualizaciones está una discusión nodal de la antropología:
JAHEL LÓPEZ GUERRERO

la noción y el alcance de la universalidad y la posibilidad comparativa entre culturas


(2004 [ 199 1 ] : 9) .
La vinculación de la antropología feminista con el marxismo trajo a la reflexión
temas como "la propiedad, la herencia y la división sexual del trabajo". Asimismo, el
libro de Moore muestra el impacto del contexto histórico en la dinámica de trabajo
de las antropólogas feministas, por ejemplo el "capitalismo y [ . . . ] la consiguiente
transformación de las modalidades laborales y de la división sexual del trabajo" pro­
piciando la aparición de nuevas temáticas e intereses de investigación. Por último,
la mirada al "Estado" proporciona a la autora el lugar para situar las discusiones más
importantes hacia la última década del siglo XX (Moore, 2004 [ 199 1 ] : 10) .
El texto de Henrietta Moore, y su lectura de la antropología feminista, pone de
manifiesto el tema de la diferencia, consideración de orden teórico y metodológico
fundamental para el conocimiento de las mujeres indígenas. El reconocimiento de
la diferencia de género como punto de partida explicativo de relaciones históricas
y de clase, la revaloración de las diferencias culturales para entender el género en
distintos contextos culturales y la distinción de la diferencias (de género, raza, clase,
etc. ) , es exactamente el lugar donde la autora coloca la principal contribución de la
antropología feminista a la disciplina antropológica, haciendo "consciente [ . . . ] que
las mujeres son diferentes entre sí. Se trata [ . . . ] de la única disciplina de las ciencias
sociales capaz de demostrar, desde un punto de vista eminentemente comparativo,
que el significado de 'ser mujer' varía cultural e históricamente y que el género es
una realidad social que siempre debe enmarcarse en un contexto determinado"
(Moore, 2004 [ 199 1 ) :223) .

RECONOCER "DIFERENTES DIFERENCIAS " ENTRE LAS MUJERES: UN PUNTO DE PARTIDA

Moore distingue "entre el estudio de la identidad de género y su interpretación


cultural (antropología de género) , y el estudio del género en tanto que principio
de la vida social humana (antropología feminista} " (Moore, 2004 [ 1 99 1 ] : 2 1 9) . Con
esto la autora otorga a las diferencias de género el lugar particular que la antropo­
logía feminista construyó para entenderlas, no para remplazar el estudio de las di­
ferencias culturales que la antropología social había venido estudiando, sino como
una vía distinta para entender la experiencia humana desde la perspectiva de las
mujeres.
Aunque por cierto tiempo las antropólogas feministas dieron prioridad a las di­
ferencias de género y las culturales, el llamado de las mujeres de color y del Tercer
Mundo sobre "diferentes diferencias" entre las mujeres, establecidas "en complejas
intersecciones constitutivas de las relaciones de subordinación a las que se enfren­
tan mujeres concretas: respondiendo no sólo a las relaciones de género o de clase,
sino también al racismo, la lesbofobia, los efectos de la colonización, la descoloni­
zación y las migraciones trasnacionales" (Karakola, 2004: 10) , contribuyó al fortale­
cimiento de la antropología feminista como perspectiva capaz de confrontar analí-
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA 1 99

ticamente "las distintas clases de diferencias existentes en la vida humana" (Moore,


2004 [ 1 991 ] : 227) .
Al estudiar a las mujeres indígenas, la antropología feminista proporciona un
campo de posibilidades teóricas y metodológicas para entender la intersección de
estas distintas diferencias. En el caso de la investigación con mujeres indígenas jóve­
nes no he analizado de una sola vez el conjunto de las diferencias que constituyen
su identidad y que atraviesan su subjetividad. La estrategia ha sido anclarme en el
análisis del género, es decir, ubicarlas y explicar su especificidad como mujeres, des-­
de este punto: la edad, la pertenencia étnica, su situación como migrantes y la clase
van articulándose en la reflexión . Los retos han sido no perder al género como
punto de partida, no extraviarse en una u otra categoría, entrecruzar las diferencias
para entender su especificidad en un tiempo y espacio determinado.
Efectivamente, como lo apunta Moore, la diferencia de género no es indepen­
diente de las demás diferencias (Moore, 2004 [ 1 99 1 ] : 227) y en la experiencia de
estas mujeres no se presentan secuencialmente tampoco, son sintetizadas en forma
simultánea, pero lo que es cierto es que dependiendo del momento de vida, unas
diferencias pesan más que otras, pero en ningún momento pueden dej ar de ser
mujeres, de ahí la pertinencia de basarse en el género para el análisis.

UNA SEGUNDA ESTRATEGIA: MARCAR DIFERENCIAS ENTRE MUJERES Y HOMBRES

Algunas de las características del comportamiento y la indumentaria de los jóvenes


descritos por Gama pude identificarlas también en el trabajo de campo. En general
"no son jóvenes agresivos [ . . . ] sobresale su timidez y desconfianza de jóvenes rura­
les". A pesar de esto último, el fotógrafo ve en ellos un desplazamiento por la ciudad
de "seguridad y desafio" que desde su perspectiva expresan "rebeldía" y "conquis-­
ta". En general, muestran "un look de chavos banda" [cursivas del autor] : el cabello
pintado y peinado laboriosamente, tienen perforaciones en orejas, cejas, nariz y
alrededor de la boca, usan gargantillas, cadenas, rosarios y escapularios o una bu­
fanda, "generalmente usan dos camisetas: una de manga larga y una de manga corta
(todas estampadas, ya sea con texto o con gráficos de la identidad juvenil que repre­
sentan) , a veces agregan una chamara estampada o con parches" o cinturones con
estoperoles, los pantalones flojos, frecuentemente adornados y estampados [que]
junto con unos zapatos tenis o botas de tipo industrial, completan el atuendo. Cabe
resaltar, sin duda, la utilización de elementos que podrían asociarse a su origen ét­
nico: el contraste de colores brillantes, la utilización de morrales tejidos con grecas,
animales y astros, el estampado de imágenes religiosas: la Virgen de Guadalupe, un
santo o un Jesucristo (Gama, 2008: 48-54) .
Frente a la imagen de estos jóvenes, las mujeres con quienes me topé en el traba­
jo de campo no parecían lucir a primera vista un atuendo llamativo como el descri­
to por Gama sobre ellos, algunas de ellas mostraban en su indumentaria elementos
encontrados en los muchachos, pero resaltaban como un grupo específico y mayo-
200 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

ritario las chicas con un estilo, que al igual que el de los chavos, se va consuuyendo
poco a poco en el tránsito de la vida rural a la urbana, del hogar de los padres a la
casa "de los patrones", de la escuela al trabajo, de lo comunitario a lo metropolita­
no, de lo local a lo global.
En contraste con la imagen de la "mujer indígena" consuuida por la historia
oficial, el cine y el arte mexicano, asociada además, casi siempre, con la maternidad
y por lo tanto con una mujer adulta, las mujeres con quienes me topé en el trabajo
de campo contradecían por mucho dicha imagen. Las mujeres con el cabello largo
peinado en trenzas y utilizando un traje tradicional, chocaban de manera intere­
sante con la indumentaria que llevaban estas jóvenes en sus paseos por distintos
lugares de la ciudad. Vestían un atuendo singular: el largo del cabello era diferente
y nadie lo peinaba en trenza; suelto hasta los hombros es lo que "se ve bien", una
blusa o playera entallada y casi siempre con escote y los brazos descubiertos, de
colores pastel y si se puede "ser más atrevida" negra o roja, amarilla, anaranjada o
verde brillante va complementado este vestir; pantalones de mezclilla también muy
ajustados en las caderas y amplios en las pantorrillas y nada mejor que con bordados
de flores, piedras e incrustaciones al costado, en las bolsas o en el zipper, aunque
también se podían ver faldas, que según el tiempo de llegada a la ciudad, el avance
en la edad y la experiencia con los amigos y novios iba subiendo el dobladillo desde
la pantorrilla hasta la rodilla y dependiendo del gusto, en distintos niveles del mus­
lo. Una bolsa de mano que hace juego con los zapatos, el cinturón del pantalón,
aretes, anillos y a veces alguna medalla en el cuello con la imagen de una virgen, un
santo, un Jesucristo o una flor, un corazón o algún animal, conforman en resumen
el vestir de estas chicas en la ciudad.
Con el avance de la investigación y el análisis corroboré más tarde que estos atuen­
dos de mujeres y hombres jóvenes no son producto únicamente de la estancia en la
ciudad. En la actualidad en las comunidades y zonas rurales indígenas esta forma de
vestir está también presente, pero no se puede dejar de señalar que es la combina­
ción de varios factores como la migración, mayor tiempo en la escuela, los medios
de comunicación e incluso el racismo, lo que propicia en las y los jóvenes indígenas
nuevas prácticas que se van convirtiendo en atributos específicos de un sector juvenil
indígena que está creando una cultura particular en la que su cuerpo es el territorio
en el que se expresa (Arteaga, 2006, consulta en línea: 1 4 de marzo de 2008) .
En ambos casos, mujeres y-hombres se desplazan por la Alameda o San Ángel, en
la feria del metro Tacubaya, por las plazas de Pino Suárez, Observatorio, Tacuba o
Cuatro Caminos, en pareja o en grupos divididos claramente por sexo más que en
forma mixta, entre parientes o personas del mismo pueblo de origen, conocidas o
compañeros del trabajo. A veces es dificil contar el número de integrantes de estos
grupos diseminados en el entorno, pues se desplazan entre puestos de comida,
ropa, accesorios, enseres de todo tipo y, sin falta, los discos compactos pirata de
moda, que retumban en aparatos con el sonido a todo lo que da, con la música
de banda, duranguense, salsa, cumbia colombiana, mexicana, texana y de vez en
cuando algo de música pop.
Algunas y algunos sólo caminan paseando, es el mismo recorrido cada semana;
EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA 201

otros se sientan donde s e pueda: una banca, l a banqueta, una jardinera. Buena par­
te se dirige a bailar o por lo menos a escuchar música, y si el lugar lo permite tomar
una cerveza o si el dinero alcanza ponerse borrachos, hasta "ver quién aguanta más"
o hasta que se acabe el dinero que llevan, ganado durante la semana o la quincena;
ellas siguen siendo más recatadas ante el alcohol o por lo menos no a todas se les
nota si se han excedido.
Así cada domingo, si es que no es la fiesta de su pueblo, el día de las madres, una
boda, o si "la obra [donde trabajan] terminó" o "la señora se fue de vacaciones",
y tienen que regresar a su lugar de origen. Los paseos dominicales, pueden inte­
rrumpirse o terminar súbitamente por un embarazo inesperado o si han decidido
"ir a vivir con el novio", casi siempre intempestivamente. Es decir, si la adultez en su
totalidad se instala en sus vidas. No me queda aquí espacio para mostrar todas las
diferencias que encontré entre mujeres y hombres, además de que aún estoy en un
proceso de análisis; aun así tratar de hacer distinciones entre mujeres y hombres fue
una estrategia metodológica que me llevó a situar la especificidad de las mujeres y
de su experiencia.

MUJERES INDÍGENAS MIGRANTES Y EXPERIENCIA JlNENIL

A partir de la observación, la descripción de los espacios de recreación y ocio, la


creación de una relación de investigación con varias mujeres y con algunos jóvenes
y la realización de entrevistas, guiada por una metodología en la que fue necesario
articular género, edad, etnicidad, clase y raza, construí una serie de datos que me
están permitiendo dar cuenta de cómo las mujeres indígenas jóvenes migran tes en
la ZMCM experimentan una situación particular que expresa su identidad primero a
partir del género y la edad, pero en el contexto de la ciudad, de cómo la pertenen­
cia étnica y de clase influye en su manera de actuar, revalorando su identidad en as­
pectos decisivos de la vida como la maternidad, el matrimonio o las relaciones con
la familia, pero en otros haciendo un quiebre importante al tener la posibilidad de
ganar ingresos y gastarlos para sí mismas, vivir una sexualidad diferente a la de sus
madres o abuelas, crearse una imagen para sí y para ser vistas de otra manera por los
otros (generacionales, culturales y genéricos) . Estos elementos de diferenciación ,
las colocan sin duda en un lugar oprimido, pero es la edad, es decir, el que se les
permita ser jóvenes, donde ellas encuentran un lugar de resistencia.
Las vivencias experimentadas por las mujeres indígenas jóvenes en situación de
migración y recogidas por la investigación lograron ser identificadas como expe­
riencia juvenil a través de un análisis crítico sobre la manera en que se ha construi­
do a los jóvenes teóricamente. Para ello fue necesario reconstruir el contexto actual
tanto de los lugares de origen, de la ciudad como destino, de lo local y de lo global
y de la interacción entre ámbitos.
Si bien en la investigación no fue posible construir una intersubjetividad entre
la investigadora y las mujeres investigadas, tuve durante todo el proceso de investi-
202 JAHEL LÓPEZ GUERRERO

gación, que enfocarme en las mujeres para conocer su experiencia: preguntarles si


querían participar en la investigación y cuando decían que no, respetar su decisión
y su silencio, escucharlas más allá de lo que yo quería saber, aceptar cómo, hasta
dónde y de qué manera compartirían conmigo su experiencia. Fue imprescindible
estar alerta para escuchar su punto de vista sobre sí mismas y sobre el mundo que
les rodea y resaltar en todo momento en las descripciones estos pensamientos y per­
cepciones sobre lo que los demás piensan de ellas, incluyéndome a mí.
La metodología construida planteó el desafio de encontrar la especificidad de su
experiencia, a través de dilucidar su posición en la familia, las condiciones de vida,
su percepción sobre sí mismas, sobre su cuerpo y lo que les rodea, la relación con
sus antecesores y con sus iguales en términos de género y generación y sus expecta­
tivas de futuro. Fueron, todas ellas, las pistas seguidas para reconstruir sus vivencias
como jóvenes, las cuales están siendo desarrolladas en el trabajo de la tesis y que
esperan muy pronto salir a la luz.
Quiero terminar diciendo que esta investigación ha tomado forma en un vínculo
permanente con la vida misma, no sólo la propia, también la del acontecer social.
Esto, considero, debe estar plasmado necesariamente en la presentación de los re­
sultados. Sin embargo, es el aspecto que más me ha costado descifrar y describir,
aun en este documento. Como mencioné en algún momento, los aportes de la
antropología feminista han sido clave para desarrollar esta investigación, tal como
traté de plasmarlo a lo largo de este trabajo, pero el camino no siempre ha sido fá­
cil. Deconstruir toda una vida y formación es altamente complejo, aunque siempre
queda la seguridad de seguir adelante, confiando en que otro mundo es posible,
al poner a la luz a las mujeres, escucharlas y hacerlas escuchar, así como establecer
su experiencia como un conocimiento válido que no sólo hay que acumular, sino
también reconocer.

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ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACI Ó N DE CUIDADOS
ENTRE LOS NI Ñ OS Y NI ÑAS DE LA CALLE. UNA MIRADA DESDE
LA PERSPECTNA FEMINISTA

MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA*

El objetivo principal de este trabajo es presentar a partir del estudio etnográfico reali­
zado con chavales y chavalas de la calle en la ciudad de México, la banda como hogar
y cómo la misma asume entre sus funciones la de proveer afectos y cuidados a sus
miembros, características atribuidas siempre a la unidad familiar.
Mi acercamiento a esta realidad lo hago desde la disciplina antropológica y por
consiguiente, centrándome en el estudio de las prácticas y discursos de los y las
chavalas para analizarlas en su contexto y lo que ello significa, comprender e inter­
pretar desde su mirada, las construcciones y significados de sus acciones. Analizan­
do sus vidas desde una perspectiva de género que en la mayoría de los trabajos ha
permanecido olvidada porque se ha considerado como un todo dentro del universo
masculino, dejando fuera, como Espinosa (2006) plantea, la realidad de las niñas y
las relaciones de desigualdad de género al interior de las mismas.
Además, considero que a partir de su análisis no sólo sabremos más sobre sus
vidas y las relaciones entre los géneros que las atraviesan , sino también, en el caso
que nos ocupa, sobre las prácticas de provisión de cuidados, aportando una mirada
distinta que pretende verlos más allá de los prestados exclusivamente por la familia
y, por consiguiente, los basados en el parentesco. Tratando de contribuir de esta
manera tal y como sostiene Gregorio (2008: 5) a la "desnaturalización de la relación
mujer = cuidadora como un hecho dado y enfatizado por los procesos políticos e
históricos que construyen cuerpos generizados, racializados y etnizados en su rela­
ción con el cuidado y no como categorías preexistentes".
Tras este primer acercamiento al tema que nos ocupa, en el siguiente apartado
mostraré a partir del análisis de los discursos y prácticas de los chavales y chavalas,
las bandas en las que se agrupan los menores como formas de organización alter­
nativas a la familia/hogar, la manera de acceder a la misma y las expresiones que
toman los cuidados que, como se verá, aparecen atravesadas por categorías tales
como el género y la edad.
Por último, presentaré algunos avances de los resultados a los que he llegado tras
el análisis de la información. Sin embargo, antes de concluir este apartado me gus­
taría contar cómo surge mi interés por este tema, así como la forma de acercarme a
sus vidas, unas vidas dolorosas que son el fin de mi análisis.

* Universidad de Granada.
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS

En 2001 , recién terminada la licenciatura en antropología social y con escasos


años de trabajo como educadora social con mujeres víctimas de violencia de géne­
ro, decidí iniciar una experiencia de cooperación internacional con la ONG Setem 1

en uno de los distintos campos de solidaridad con los que colabora en Latinoamé­
rica y la India.
En un principio mi destino era Perú, la comunidad chayagüita y la intención era
participar en un proyecto sobre prevención de la violencia de género en la zona
del Amazonas. Esa idea me entusiasmaba ya que como buena antropóloga iría a
trabajar a una comunidad exótica con ese "otro" "otra" de la misma manera en
la que tantos "viejos antropólogos" lo habían hecho. Sin embargo, mi proyecto se
vino abajo ya que antes del verano la comunidad entró en conflicto por cuestiones
territoriales y se suspendió el campo de solidaridad. El único campo en el que aún
quedaban plazas libres era en el de México, para trabajar con menores en situación
de calle.
Fue, por lo tanto, de manera casual mi acercamiento a esos niños y niñas de vidas
desgarradoras, cuando experimenté lo doloroso que podía llegar a ser conocer la
realidad de los que se "supone" son los más "débiles" y "vulnerables" y por lo tanto,
a los que más debemos proteger, "nuestros niños y niñas".
A partir de este primer contacto, sorprendida y maravillada por su fortaleza y
por la creatividad que tienen a la hora de resolver la cotidianeidad, decidí embar­
carme en ese inacabable y duro proceso que es la tesis doctoral. Con esta finalidad
y entusiasmada por la idea, me propuse realizar en los años siguientes estancias de
investigación más prolongadas para conocer mejor la realidad de estos niños y ni­
ñas. En total fueron tres las estancias, dos de ellas como educadora en los centros de
acogida para menores que tienen Hogares Providencia IAP2 y una, la última, en San
Felipe IAP como educadora de calle en la zona poniente de la ciudad. En las dos últi­
mas estancias, además colaboré con el CIESAS3 de Distrito Federal, bajo la dirección
de la antropóloga e investigadora Elena Azaola, la cual, fundamentalmente, me
ayudó a tomar conciencia del tan necesario "distanciamiento" que necesita "todo
buen antropólogo o antropóloga", especialmente cuando se trabaja con realidades
tan complejas y dificiles.
Los métodos utilizados en la investigación han sido principalmente cualitativos
ya que considero que a partir de los mismos se puede comprender mejor la realidad
de los y las sujetos que están inmersos en ella. Sujetos que tienen una existencia
propia como resultado de un proceso histórico, cultural y social. Creo que de esta
manera es posible rescatar las "voces alternativas".
La metodología empleada ha sido la observación participante y las entrevistas en
profundidad. La observación participante la he usado con la intención de describir
y analizar aquellos aspectos relacionados con las formas en las que viven en la calle,
cómo se relacionan entre ellos y ellas, así como los roles y funciones según el género

1 SeIVicio de atención al Tercer Mundo.


' Institución de asistencia privada.
' Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
206 MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA

en el interior de la banda. Los lugares de observación han sido aquellos en los que
la institución con la que colaboraba como educadora de calle intervenía y eran va­
rios. Uno de ellos, el punto de pernocta situado a la salida del Metro Observatorio,
en el parque que se encuentra al final de los puestos que rodean la estación. Allí,
junto a la fuente, los chavales montan sólo por la noche casas con cartones y lonas
de plástico. Por la mañana deben desmontar las casitas y apilar todas sus cosas en
una de las esquinas; es un acuerdo al que llegó San Felipe con la Delegación a la
espera de darles una nueva ubicación. A este lugar acudía con dos educadores más
tres mañanas a la semana para hablar con los chavales, saber cómo les había ido en
el trabajo durante el día, platicar sobre cómo se encontraban, qué iban a hacer o si
habían tenido problemas por la noche. También jugábamos con ellos e intentába­
mos convencerlos para que acudiesen al centro de día de esa misma fundación que
se encontraba a unos cien metros del punto. El centro Matlapa, que así se llamaba,
pasó a ser otro de los lugares de observación, dos días a la semana iba para colabo­
rar con el resto de educadores en las actividades que ofrecían para los niños y niñas
y que consistía en darles el desayuno, un lugar en el que asearse y lavar sus ropas.
Además realizaban actividades de ocio como malabares, teatro o expresión plástica,
así como de formación: lectura y escritura o capacitación informática. Al centro
acudían también chicos y chicas de otros puntos de pernocta que no vivían con este
grupo, sino que lo hacían en parejas o tríos en las zonas de Tacubaya, Observatorio
y Barranca del Muerto.
El contacto continuo con los niños y niñas tanto en la calle como en el centro
me permitió con el tiempo no sólo conocerlos sino también establecer relaciones
basadas en la confianza y el respeto. Y aunque yo era una figura de autoridad
para ellos, estar sólo un periodo de tiempo determinado, no ser trabajadora sino
voluntaria y ser extranjera, me situaba en una posición privilegiada ya que no me
consideraban como una figura de control sino como alguien ajeno, interesada en
conocer sus vidas, que me preocupaba por su situación y que tenía la intención de
darla a conocer. De esta manera, con el tiempo pasé a ser el referente de algunos
niños y niñas, al menos así me lo explicitaron algunos de ellos en el día a día y en
las entrevistas.
Las entrevistas en profundidad utilizadas han sido principalmente abiertas y semi­
estructuradas. Usar este tipo de entrevistas me ha permitido sobre todo obtener
información novedosa a partir de la cual iba estructurando los temas de investiga­
ción.
Durante el periodo que realicé mi trabajo de campo me encontré con varias
limitaciones. Una primera, y quizás la más dificil de superar, fue el gran estremeci­
miento que experimenté al acercarme a su cotidianeidad y saber sobre su situación,
ver las condiciones de pobreza en las que viven y conocer los problemas que tienen
en la calle. Poner caras y voces a una realidad tan dificil; conocerlos personalmente,
escuchar cómo se sienten y crear lazos afectivos con algunos de ellos y ellas hizo que
en muchas ocasiones me planteara seriamente si continuar o no con mi trabajo.
U na segunda limitación fue ser "mujer" ya que trabajar en la calle ha supuesto intro­
ducirme en los barrios más marginales de la ciudad, barrios que se caracterizan por
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS 20 7

ser extremadamente peligrosos y a los que no podía ir sola. Esto me coartó a la hora
de moverme y también me hizo depender de mis compañeros varones. Además, en
el momento que llevé a cabo mi trabajo en la zona de Observatorio y Barranca del
Muerto eran pocas las mujeres que realizaban trabajo de calle, lo cual supuso una
dificultad añadida en los primeros acercamientos a la población porque algunos
chavos creían que por ser mujer y encontrarme sola ya estaba "disponible". Sin
embargo, con el paso del tiempo su actitud cambió llegando al final de mi última
estancia a establecer un vínculo muy cercano y una enorme complicidad con una
gran parte de ellos y ellas.

"SUBCULTURAS DE MENORES" PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS

A partir
de las prácticas observadas y los discursos de los y las menores entrevistados
se pueden distinguir, a mi parecer, cuatro formas de expresión de los cuidados que
aparecen atravesadas por categorías tales como el género y la edad.

REDES DE APOYO Y FORMAS DE ACCEDER AL GRUPO

Cuando los menores llegan a la calle por primera vez, se sienten perdidos, angus­
úados y desprotegidos, son conscientes de su vulnerabilidad por ser menores y no
saber cómo moverse en ese medio. Son niños y niñas que han abandonado sus ho­
gares por diversas causas, algunos me cuentan que lo hicieron por la violencia que
sufrían en sus hogares o porque su madre prefería a su padrastro; la calle entonces
aparece como una salida a su situación. Pasan, por lo tanto, de estar "protegidos"
por sus padres a ser ellos y ellas los que deben generar estrategias para sobrevivir en
un medio que desconocen y que está lleno de riesgos y amenazas.
Una práctica generalizada entre los menores en situación de calle es la forma­
ción de redes entre aquellos que consideran están en condiciones similares, entre
sus iguales.
Los niños y niñas entrevistados a lo largo de mi investigación señalaron, como
algo habitual en su primer día en la calle, que si se encontraban solos, sin la com­
pañía de un adulto, acudiesen a ellos o ellas otros niños de la calle para saber si se
habían salido de sus hogares. En caso de ser así, con frecuencia les ofrecían su com­
pañía así como un lugar en el que dormir. Así me lo relataba Jesús en la entrevista:

Cuando llegué a México estaba solito y llorando. De ahí, cuando me quedé llorando pues
estabaen la Central4 y ya de ahí me sacaron ¿no? Los vigilancia me dijieron: no puedes dor­
mir aquí y ya me salí fuera. Hasta las cuatro de la mañana se puede quedar uno dentro de la

• Estación.
208 MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA

Central. Y ya que me sacan y que afuera pues veo que me llega un chavito y chavas, con su
mona5 acá y empezaron a decirme: ¿tú de dónde eres? ,¿te has salido de tu casa? que no se
qué y acá. Y ya les empecé a contar: no, que soy de tal lado ¿pa dónde vas? Y yo llorando ¿no?
de niño llorando, y no pues vente ¿dónde te vas a quedar? no tengo dónde quedarme ¿no? Le
dije. Entonces ellos y ellas me llevaron a un lugar donde vivían con otros chavos.

Ante esta realidad, las redes de menores se configuran como imprescindibles


para su supervivencia, siendo una estrategia que generan a partir de la construc­
ción de su identidad6 como niños que se encuentran solos y que están en la calle.
Es decir, entre ellos se identifican al sentir que comparten situaciones de partida o
experiencias similares y por este motivo se ayudan. El intercambio que se produce
a través de las redes, como señala Lomnitz ( 1 998: 76) (citado en Juliano 2008: 1 )
"concierne principalmente a información, entrenamiento, ayuda para conseguir
un empleo, comida, préstamos de dinero, cobijo, servicios (como el cuidado de
niños) y el apoyo emocional y moral".
En el caso dejosué, uno de los niños entrevistados, la red le ofreció en un primer
momento cobijo y protección y más adelante, le aportó la información necesaria
para conseguir comida y dinero.

Cuando me salí a la calle tenía miedo, porque yo cuando llegué a calle viví . . . , llegué chiquito,
yo tenía miedo que me cortaran, que medio me fueran a violar o cualquier cosa. El primer
día que llegué a calle si ni comí porque sin saber nada, cómo andan y cómo se alojan y por
eso yo tuve mucho miedo. Conocí a un chavo que me preguntó si me había salido de mi casa
y que me llevó a donde estaba toda la banda. Y al día siguiente, cuando me levanté me enseñó
dónde podían darme tacos y cómo conseguir lana. 7

Las redes a su vez, aparecen como la puerta de entrada a las bandas. Es decir,
con frecuencia los menores que hacen uso de las mismas permanecen un tiempo
conviviendo con el grupo. Pero formar parte de una banda, así como "los elemen­
tos que la interacción aporta a los distintos sujetos, va a ser diferente en función del
género,8 incidiendo en su constitución identitaria, así como en las diversas formas,
estrategias, acceso, sentido y utilización de los distintos recursos a los cuales acce­
den los jóvenes" (Arteaga, 200 1 : 1 ) .
María, una de las chicas que entrevisté, me contaba que para ingresar y perma­
necer en las bandas a las chicas se les exigía mantener relaciones con los distintos
miembros. Señalaba además que éste fue uno de los motivos por los que ella nun-

5 Drogarse con disolvente.


6 Identidad social entendida tal y como plantea Arteaga (2001 :6) "como la constitución de un noso­
tros diferente a otros, caracterizado de manera particular, en base a diversos atributos".
, 7 Dinero.
8 Entiendo el género como una categoría de análisis que nos permite entender las desigualdades.

En este sentido Gregario (2006: 18) señala "nos posibilita el estudio de los procesos de construcción de
diferencias y jerarquizaciones sostenidos en la existencia de dos categorías diferenciadas de personas:
"hombres" y "mujeres".
ETNOGRAFlANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS

ca llegó a vivir con un grupo, me decía, porque "tienes que estar ahí y aflojarle a
quien te esté pidiendo".
El sexo, como podemos apreciar a partir del testimonio de María, aparece en
ocasiones como una práctica que se les pide e incluso a veces se les exige a las niñas
para formar parte del grupo y permanecer en él, siendo además una estrategia que
generan las mujeres para estar protegidas en la calle. El "sexo recompensado"9 que
así se le denomina, consiste en intercambiar "sexo" con alguno de los líderes de la
banda, policías, comerciantes o taxistas de la zona a cambio de protección, aunque
es un concepto más amplio ya que se realiza además por drogas, comida y compa­
ñía. Marta así me lo contaba en la entrevista: "Había chavos que me decían: ' ¡ ay! si
quieres que te cuide te tienes que aflojar y si quieres monear, igual ' . "
Es interesante observar que cuando e l intercambio s e lleva a cabo dentro del
grupo, es una relación prolongada en el tiempo o con la finalidad de protegerse y
está legitimada por todos sus miembros; sin embargo cuando se realiza fuera, no
es duradera o tiene un valor de cambio, se hace sólo por dinero, es sancionada por
los chavales y denominada por ellos mismos como "prostitución ". En relación con
cido con la finalidad de obtener recursos económicos, pero es interesante señalar
que en las entrevistas pocas chicas lo reconocían aunque sí señalaban a aquellas
que lo habían practicado, resaltando además el "poco valor" de conseguir dinero
mediante esa actividad y la estigmatización de todas aquellas niñas que la ejercían
"perdiendo su valor como mujeres".

Teresa: "Yo he tenido varios, muchos . . . (se queda pensando) puros señores que me han
llegado y que luego me decían: ' ¡Te doy tanto! contando que te vas a acostar conmigo ' . Pero
¡no! prefiero trabajar. Guadalupe sí, ella sí lo hacía, se iba con casi la mayoría de los taxistas
hasta por diez, veinte o treinta pesos. Yo pienso que eso es perder el valor de una mujer ¿no?
de no valorarte. Mira, yo siempre fui drogadicta y siempre trabajé pa' mi vicio, pa' calsarme, 1 0
pa' vestirme . . . Nunca he necesitado de irme a acostar con un cabrón para que me de una
lana. 1 1 Siempre he tenido lo mío por mí, no porque ¡ ay, ya me fui a acostar con él y me dio
tanto! Mira, la mayoría de ellas lo han hecho, yo a lo mejor nunca lo hice porque yo me
reflejaba en ellas y pensaba ¡mira cómo andan! Y uno no sabe ni qué enfermedad traen y
vaya a que me vayan a pegar una enfermedad que ni Dios padre me lo quite. Y no, mejor así
lo dejamos. Y yo veía a ellas que luego se iban y se iban con unos y con otros, y ya cuando
regresaban traían su lana pero de irse a acostar con los señores, no tanto porque lo ganaran
por su sudor. Bueno (se queda pensando y se ríe) pues sí lo ganaban con su sudor, pero con
su cuerpo ¿no? Pero no, pues yo gracias a Dios, no. "

9 Esta práctica no es exclusiva de los menores en situación de calle, también aparece como sugiere
Teodore (2004:2) "en otros contextos culturales, por ejemplo, en Cuemavaca, México, la encontramos
entre mujeres de ámbito rural, casadas y con hijos que intercambian favores sexuales por dinero, alimen­
tos o bienes de primera necesidad para sostener a la familia".
1° Calzann e .
1 1 Dinero.
2 10 MARÍA FSPINOSA SPÍNOLA

A partir del testimonio de Teresa se puede observar cómo las niñas de la calle
son estigmatizadas por su vida sexual. En este sentido Lamas (2007: 3 1 3) señala que
"la valoración desigual de algo que deberla ser común a ambos sexos -la actividad
sexual, gratuita o mercantil- es el andamiaje moral que sostiene la vida social. Con
una moral distinta para los hombres que para las mujeres se clasifica a éstas como
decentes o putas".
Esta forma que tienen los menores de percibir a las mujeres en función de su
sexualidad queda manifiesta en las dos imágenes más representativas de las mujeres
en México, me refiero a la Malinche y la Virgen de Guadalupe. Modelos opuestos
con connotaciones morales diversas que han configurado los mandatos de género.
Esta dualidad Malinche/Guadalupe y sus significados opuestos/complementarios
quedan bien reflejados en palabras de González (2002: 1 6 1 ) "Desde su semejanza
como mujeres y madres se articulan las oposiciones. Así, la Virgen de Guadalupe
es la madre espiritual de los mexicanos, depositaria de virtudes y objeto de vene­
ración, mientras que la Malinche es la madre fisica, engendradora de conflicto y
receptora de hostilidades".

LA PROTECCIÓN COMO CUIDADO

La vida en la calle está llena de amenazas y riesgos; son por lo tanto numerosas las
situaciones de violencia que los menores deben afrontar, según Lucchini ( 1 999) ;
entre las más usuales encontramos enfrentamientos con l a policía, con otras bandas
y entre los miembros del grupo. En el caso de las niñas además son constantes las
situaciones de violencia sexual a las que están expuestas por vivir en la calle, siendo
al mismo tiempo los sujetos sobre los que recaen las agresiones más violentas como
símbolo de venganza entre las bandas. En este apartado intentaré mostrar mediante
los discursos de los niños y niñas, esas situaciones de violencia y cómo ellos y ellas se
organizan para protegerse y cuidarse.
Respecto de los enfrentamientos con la policía, tanto niños como niñas expre­
saron como algo habitual ser detenidos sin causa justificada, además, como señala
Casa Alianza ( 2000) , hay constancia de haber sido golpeados, torturados y amenaza­
dos exigiéndoles dinero a cambio de no acusarlos de falsos cargos e incluso les han
obligado a tragarse las bolsas de resistol12 que utilizan para drogarse.
En el caso de la banda estudiada, los menores entrevistados me hablaban de un
cuerpo de policía que los agredían constantemente, ellos los llamaban los "lobos" y
aunque la gran mayoria me contaba que en los últimos años no eran tan violentos,
aún continuaban molestándolos.
El segundo tipo de situaciones a las que los menores deben enfren tarse son las
que se dan entre los miembros del grupo. En el caso de la banda estudiada y según
los testimonios de los y las chavales, los principales motivos por los que se originan

12 Pegamento.
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS 211

los conflictos se debe a que alguno de sus miembros no respeta las normas que entre
todos han establecido.
Los menores en la entrevista señalaron tres normas existentes: la ley del silencio
que consiste en no contar a nadie ajeno al grupo los problemas, episodios puntuales
o situaciones personales de alguno (a) de sus miembros. La ley del respeto que se basa
en respetar a las parejas (principalmente a las mujeres) de los chavos y la ley del robo
que trata de no robarse entre ellos. Tres normas que muestran la manera de regular
las relaciones entre sus miembros para evitar los conflictos, siendo además en el caso
de la "ley del respeto" una forma de garantizar el control de las niñas al considerar
que si anda con alguno de ellos, nadie más puede hacerlo, es de su posesión. Las san­
ciones acordadas en el caso de infringirlas eran dos; una golpearlos y otra, expulsarlos
del grupo. Jorge así me lo contaba al explicarme en qué consistía la ley del respeto.

Con las chavas de calle sí hay respeto, por ejemplo si yo tengo mi pareja, mi novia, hay respe­
to entre nosotros porque es Jo que tenemos acordado, aparte de que somos unos drogadictos
y alcohólicos tenemos respeto a las mujeres. Si alguien se pasa con una mujer el grupo Jo
golpea, lo corren 13 entre todos porque tiene que haber respeto entre nosotros.

Las situaciones de violencia entre las distintas bandas suelen producirse habitual­
mente por cuestiones de territorialidad, es decir, los amenazan para expulsarlos de
las zonas en las que llevan a cabo sus trabajos o actividades y en las que construyen
su identidad como grupo. También para despojarlos de sus bienes, porque los mo­
lestan o porque han golpeado a uno de sus miembros anteriormente. Estas situacio­
nes van a generar enfrentamientos continuos entre los distintos grupos, siendo en
muchas ocasiones las mujeres las más afectadas ya que son los sujetos sobre los que
se dirigen las formas de violencia más extremas y crueles como signo de venganza
entre bandas. Mario y otros chicos así me lo contaban en la entrevista al preguntar­
les por la situación más dificil que habían vivido al enfrentarse con otros grupos:

Hay muchos problemas en la calle, por ejemplo problemas con otra banda que no sea de ahí
del barrio, que son de diferentes lados. Ya nos peleamos con una banda que buscaban de
masacrar al Paya, Ja banda de la "marrana ". Pero últimamente con los que tenemos problemas
es con Jos "mugrosos", esos manchados tienen armas ¿no? A la Guadalupe la violaron. Un día
estaba el Monstruo, el Güero, uno que le decíamos el Greña y yo. Estábamos sólo cuatro, yo
estaba bien crudo14 y empiezo a escuchar ruido, yo pensé que eran caminantes pero de repente
empezaron a patear las casas, entonces entraron y me sacaron de las greñas arrastrando. ¡ Por
un cerillo! (sube el tono de voz) la neta, no estuviéramos platicando ahorita aquí, por un cerillo
que no encontraron porque si no, nos hubieran quemado vivos. Y es que a uno Je quitaron Ja
lata de activo y rociaron todos los cuartos, el activo es como la gasolina en corto, agarra fuego.
Pero no encontraron el cerillo y se fueron. De ahí se bajaron y nosotros con trabajo y pena nos
pudimos desamarrar. ¡Cámara! estábamos todos golpeados y fuimos por el resto de Ja banda.

is Expulsarlo.
1' Borracho.
212 MARÍA ESPINOSA SPÍNOL\

Cuando llegamos les contamos lo que había pasado y cada uno agarró una botella. Entonces se
paró un vocho, 15 un tipo de taxi pero un vocho y bajaron los mugrosos, ahora con metralleta.
Nos gritaron que todos pecho a tierra y empezaron a disparar. En eso que se llevaron a las puras
mujeres; a laJulia, la Maria y una chava que se llama Guadalupe y a las tres las subieron al voc ho
y se
fueron. Como a las tres horas llegaron lajuli y la Mari llorando, y dicen: ¿qué creen? ¡A la
Guadalupe se la están violando! (Se produce un silencio, dirige su mirada al suelo y en un tono
más bajo continua diciendo) . Al otro día llegó Guadalupe llorando.

Si entendemos la protección como una forma de "cuidar y ser cuidado", organi­


zarse en bandas es una manera de cuidar y proporcionar bienestar a cada uno de
los miembros que conforman el grupo y por lo tanto, de cuidarse a sí mismo. Es por
esto que uno de los motivos por los que deciden vivir en banda es, con frecuencia,
para cubrir esa necesidad de protección que se toma vital en un medio tan hostil
como es la calle. Tanto las niñas como los más pequeños son muy conscientes de
su vulnerabilidad en la calle, por lo que la edad y el género van a ser categorías que
permiten analizar las relaciones entre los miembros y por extensión , las formas de
expresión de los cuidados. Es decir, los niños y niñas más pequeños con frecuencia
van a recibir la ayuda de los mayores. Estos últimos son conscientes por lo tanto,
de su mayor "vulnerabilidad" por tener menos edad y de la necesidad de su protec­
ción. María en la entrevista me decía que como "ella era la más chiquita, pues que
la cuidaban más de la cuenta"; por ejemplo, para dormir en las casas que se habían
hecho de cartón (en cada casita dormían varios chavos) la dejaban del lado de la
pared por si entraba alguien para hacerles daño, otros chavos o la policía. Por este
motivo era siempre uno de los chavos más fuertes de la banda el que dormía al lado
de la entrada, junto a la puerta.
Al mismo tiempo, también los más pequeños son conscientes de los riesgos que
corren y de su falta de "experiencia" y con esta finalidad van a buscar la figura del
"valedor" para protegerse y para que les ayude a "moverse" en ese medio. El valedor
es una persona, normalmente uno de los líderes de la banda que les ofrece protec­
ción, información y "ayuda" a cambio de una serie de bienes y servicios.
Pero no sólo la edad, sino que también el género atraviesa sus relaciones, re­
produciéndose además la ideología patriarcal dominante al considerar que la pro­
tección en la calle la ofrecen "los hombres" por la supuesta fuerza fisica que se
les atribuye de manera "innata". Blanca, una de las chicas entrevistadas me decía
"como era la única así que estaba solita, que no tenía novio . . . los más grandes se
preocupaban por mí". Sin embargo, no todas las relaciones que se establecen entre
los menores les ofrecen bienestar y protección, las niñas de la calle son muy cons­
cientes también de los riesgos que corren dentro del grupo por el hecho de ser
"mujeres" y de las formas de dominación, subordinación y violencia16 a las que están

15 Tipo de coche, un escarabajo.


16 En este sentido Cerbino (2006: 55) sostiene que "en las relaciones de género al interior de las
pandillas se puede plantear lo que Bourdieu define como violencia simbólica, esto es "aquella forma de
violencia que viene ejercitada sobre un agente social con su complicidad" (Bourdieu, 1992: 129) . Dicho
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS 213

expuestas sobre todo "si te dejas manejar". El testimonio de Inés así lo muestra, al
mismo tiempo que nos habla de las consecuencias que tiene para las mujeres de la
banda no saber establecer límites, estando éstas relacionadas con las tareas asocia­
das tradicionalmente a las mujeres como son lavar, barrer o hacer de comer.

La mujer tiene más riesgos, porque desgraciadamente los hombres cuando se drogan ya no
miden consecuencias ¿no? si son mujer . . . la mujer sufre mucho en la calle ¿por qué? Porque
desde el primer momento en que empiezas a dejarte manejar por todos, bailaste ¿no? ¡Bai­
laste! ¡ya te jodiste ! Este, por ejemplo que venga yo y te diga: ¿sabes que María? vas a hacer
esto porque lo vas a hacer. Pero tiene una que tener cuidado [ . . . ] porque es malo, porque
si te dejas manejar por todos ellos, al rato ya te van a tener hasta peor. Y que si tú me lavaste
ahorita, me vas a volver a lavar mañana y si tú me lavas mañana, me vas a volver a lavar pasado.
Entonces te agarran y ahora tú vas a hacer todo, la comida, que si barrer. . . todo, todo.

Inés me decía que "la vida en la calle es mala"; según ella las mujeres corren más
riesgos que los chicos principalmente por los abusos que pueden sufrir, el peor de
todos, me cuenta, la violación: "ser violada por varios hombres o por la policía".
Ante estas situaciones, las niñas van a generar una serie de estrategias para pro­
tegerse como el "sexo recompensado" del que hablaba en el apartado anterior.
Otra práctica que llevan a cabo hace referencia al "modelaje de los cuerpos" y a las
formas en las que se expresan, lo que pone de manifiesto como señala Gregorio
(2006: 42) los "procesos de producción de cuerpos heterosexualizados --chicos/
chicas- y generizados -femeninos/masculinos- dicotómicamente". Es decir, las
niñas de la calle son conscientes de la configuración de "un modelo de masculini­
dad que potencia el ejercicio del poder mediante el control del cuerpo del otro, de
sus movimientos y expresiones haciendo uso de la fuerza fisica" (Gregorio, 2006:
42) . Po r lo tanto, algunas de ellas van a adoptar, es decir, van a masculinizar sus
cue rp os y comportamientos para poder sobrevivir en la calle y también para revelar­
se d e forma consciente o inconsciente ante la imagen de sumisión y subordinación
de la mujer. En relación con esta última idea Valenzuela ( 1 988) en su investigación
sobre las "cholas", señala que "la adscripción identitaria de la mujer al cholismo es
una manera de cuestionar la situación de sumisión y autoridad que se le asigna a la
mujer. Ser cholo es no dejarse" (citado en Arteaga 200 1 : 14) .

Una última estrategia que van a generar consiste en mantener una relación "es­
table" con algún chico de la banda, o como señala Susana, una de las chicas entre­
vistadas, "tener un novio que te proteja". Sobre estas dos últimas prácticas Susana
me decía lo siguiente:

En la calle hay que ser dura, hay que saber pelear, comportarse como los más machos si hace
falta. É sa es la única forma de hacerse respetar una mujer en la calle, eso o buscarse un chavo
o un novio que te proteja.

en otras palabras, Cerbino plantea que la presencia de las mujeres en las pandillas contribuye de alguna
manera a reproducir el discurso y la consecuente práctica de la masculinidad hegemónica.
214 MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA

COOPERACIÓN Y SOLIDARIDAD EN LAS ACTMDADES COTIDIANAS


Y RITUALIZADAS

Si entendemos el hogar como un lugar donde los miembros que lo componen po­
nen en común una serie de recursos que van a explotar, en el caso de los menores
de la calle, a veces, en sus formas de "autoorganizarse" comparten los escasos recur­
sos que tienen para cubrir algunas de sus necesidades. La solidaridad es, por lo tan­
to, una de las características que los define como banda. En el siguiente testimonio
Pedro nos cuenta cómo se organizan y cooperan de forma solidaria, en este caso en
una actividad cotidiana como es comer, donde cada uno aporta lo que puede, ya
sea algo material como puede ser comida o dinero, o colabora en las acciones que
requieren su preparación como "lavar" y "limpiar".

Aquí entre todos cooperamos, no más que un pesito cada quien para una comida; pues va­
mos a hacer caldo de pollo. Que uno hace la leña, que otro pues va a hacer la comida, que
el otro se va por las verduras, que el otro se va por las tortillas al mercado, que el otro va a
conseguir sal, que el otro pues . . . va por agua; cada quien se comparte cualquier cosilla. Y
ahora sí, a la grandota empezamos y ahí todos juntos convivimos. Pero cada quien puso su
parte ¿no? El que no puso dinero pone algo de su parte ¿no? que lava los trastes, que . . . que
hay que agarrar esto para hacer el pollo, que necesito lavar esto para [ . . . ] . Entre todos. Sí,
porque aquí no hay jefe ¿no?

Otro momento en el que los chicos y chicas cooperan , se organizan y ponen en


marcha el comportamiento solidario es a la hora de "drogarse". Las drogas desem­
peñan un papel muy importante en la vida de los niños y niñas de la calle, ya que
con frecuencia hacen uso de ellas con una finalidad lúdica17 interviniendo de esta
manera en las relaciones entre ellos. En este sentido Lucchini ( 1 999: 42) señala que
se lleva a cabo de forma colectiva y se relaciona con una dimensión sociocultural
puesto que es un ritual para el grupo.

LA BANDA COMO LUGAR DE ESCUCHA Y APOYO

Los niños y niñas en la calle identificaron en las entrevistas la necesidad de com­


partir sus problemas, contar lo que les pasa con quienes les pueden entender y esto
también lo buscan en el grupo. Marisa en la entrevista me contaba que para ella
la banda era "un lugar de comprensión ante problemas que comparten por vivir
en la calle". Buscan en la banda un apoyo que la sociedad les niega y que se torna
necesario en un medio tan complejo y duro como es la calle. Sin embargo, en las

17 Según la información etnográfica el consumo también se hace de forma individual, como práctica
de los niños y niñas para olvidar las vivencias negativas, para no pensar y para calmar la sensación de
hambre y frío.
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS 215

relaciones de los menores también hay problemas, no todo es afecto y compren­


sión. Marisa me hablaba en la entrevista no sólo del apoyo que se prestan cuando
se sienten mal, sino también del malestar que siente por los conflictos que tienen,
derivados principalmente de las relaciones de dominación entre ellos y ellas, que­
jándose así de la falta de solidaridad entre muchos de los chavos y chavas.

Déjame decirte que siempre, bueno cuando tenemos problemas de que llegan otros y se
quieren pasar de listos, pues ahí si hay unidad ¿no? por eso también son banda. Ya que le
están pegando, por ejemplo a Germán, pues ya llegamos y ¡qué pasó! ¿no? ¡cálmate con mi
\'aledor! o luego, luego nos liamos a �cazos, pero . . . como les he dicho a ellos, para po­
der seruna banda necesitamos apoyarnos, para estar bien necesitamos no peleamos entre
nosotros, entendemos. Por ejemplo, con Carlos pues siempre he hablado con él ¿sabes qué,
mano? pues es que estás mal en esto y en esto, ¡no! pues tienes razón hija, discúlpame y todo,
no. Germántambién; No Marisa, es que la verdad me siento así, me siento bien sacado de
onda, me siento solo; no, mano, tú no estás solo, siempre que quieras platicar aquí estoy yo.
Pues yo trato de escucharlos ¿no?

También sucede, sobre todo en el caso de los chicos, que cuando se han sen­
tido tristes y han necesitado desahogarse, han preferido no contarlo a todos los
miembros del grupo porque cuando lo han hecho, han sido sujetos de burlas. No
comportarse de la forma que se espera según los mandatos de género, por ejemplo,
que un chico llore es motivo de risas y de insultos por parte del resto; le llamaban
"llorica, marica y chillón ". Realidad que nos muestra, una vez más, la conformación
de un tipo de masculinidad basado en la fuerza no sólo fisica, sino también moral
de los hombres, siendo sancionados en el momento que manifiestan "debilidad".18

AVANCE DE RESULTADOS

Las bandas como formas de organización entre los niños y niñas de la calle se con­
figuran, tal y como plantea Juliano ( 1998: 1 7 ) como "grupos situados desde la mar­
ginalidad que, sin embargo, generan sus propias interpretaciones del mundo y que
a su vez, cuestionan la cultura o sistema dominante. A este tipo de elaboraciones
cuestionadoras por el hecho de existir se las denomina subculturas".
Los menores en situación de calle, desde su posición de marginalidad y desde su
acción cotidiana, cuestionan a mi parecer conceptos muy bien armados y naturali­
zados desde la estructura social como son el concepto de menor y el de familia 19 /
hogar, así como los roles de unos y funciones de otras. Cuestionando a su vez, un

18
Anna Berga (2003: 1 3 1 ) señala que Men contextos de grupo, los hombres deben responder a las
expectativas que derivan de su rol masculino y esto significa que expresar sentimientos de inseguridad,
miedo o tristeza, no se considera apropiado por los iguales masculinos".
" Sobre todo si lo entendemos como lugar en el que se prestan los cuidados.
216 MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA

sistema que los deja al margen y que, sin embargo, ellos y ellas conscientes de esta
situación y a partir de diversas estrategias, van a lograr permanecer en él. Sus vidas
son, por lo tanto, una lucha constante para sobrevivir en una sociedad que los re­
chaza de forma continuada.
Tal y como hemos podido ver a través de mi acercamiento a esta realidad, los
menores son agentes activos creadores de cultura puesto que generan sus propias
prácticas y una manera particular de ver el mundo, así como de moverse en él.
Los niños y niñas entrevistados a lo largo de esta investigación señalaron como
algo habitual de la vida en la calle, el establecimiento de relaciones destinadas a sa­
tisfacer una serie de cuidados y afectos que se tornan vitales en un medio tan hostil
como es la calle.
Son , a mi parecer, cuatro las expresiones que aparecen en las prácticas cotidia­
nas de los menores con la finalidad de proporcionar bienestar a sus miembros.
Una primera, las redes de apoyo, es decir las formas en las que se organizan para
intercambiar información, entrenamiento, trabajo, cobijo, dinero y apoyo emocio­
nal y moral. Redes que se configuran como imprescindibles para su supervivencia y
que en muchas ocasiones les ofrecerán la posibilidad de formar parte de la banda.
Adhesión a la misma que va a ser diferenciada según género, ya que las exigencias
a la hora de acceder y permanecer en el grupo va a ser distinta en función de si son
chicas o chicos los que quieren integrarse.
Una segunda práctica en la configuración de las relaciones para la provisión
de cuidados en este contexto de marginación y subalteridad, la encontramos al
agruparse en bandas para protegerse de una violencia que forma parte de su coti­
dianeidad. Es decir, formar parte del grupo significa "cuidarse" no sólo a ellos, sino
a todas y todos sus miembros. Afectos y cuidados que no sólo van a estar atravesados
por categorías tales como el género, sino también por la edad, donde las relaciones
de desigualdad de género, y es lo interesante, no se van a reproducir sin más. Es
decir, hacer de la calle una forma de vida y lo que ello implica, vivir en situaciones
extremas, hace que los roles y funciones diferenciados y atribuidos socialmente a
"hombres" y "mujeres" en ocasiones se difuminen o incluso se transgredan. En este
sentido considero realmente valiosas las diferentes estrategias que las niñas van a
generar para sobrevivir en la calle y por lo tanto, para protegerse. Así como a las
creadas con la finalidad de revelarse ante las distintas formas de dominación, sub­
ordinación y violencia que predominan en sus relaciones y que prácticamente las
obligan a "buscarse un hombre que las proteja". De esta manera las bandas se dibu­
jan como espacio de interacción en el que las identidades de género se producen,
reproducen y transforman.
La tercera expresión de los cuidados aparece en las diversas formas en las que
los chicos y chicas cooperan y colaboran en las actividades cotidianas y ritualizadas
para cubrir sus necesidades más básicas como son comer o drogarse. Formas de
autoorganizarse donde comparten los escasos recursos que tienen, poniendo así
en marcha el comportamiento solidario. Una última práctica la encontramos en los
significados que subyacen en el concepto "banda" al entenderla como sinónimo de
familia y como lugar de escucha y apoyo. Significados que se muestran en su forma
ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS

de relacionarse o actuar y que, a su vez, aparece reflejada en el lenguaje y expre­


siones que usan tanto niños como niñas, similares a las utilizadas en las relaciones
de parentesco. Llamar "camal o hermano" a alguno de sus miembros significa ser
algo más que amigos; como decía uno de los chicos entrevistados "somos hermanos
de corazón". Sin embargo, no todas las relaciones entre los chicos y chicas van a
generarles bienestar, también es cierto que existen problemas, conflictos, luchas y
relaciones de poder.

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SEMBRANDO LUCHAS: MUJERES LÍ DERES EN
EL MOVIMIENTO SIN TIERRA DE BRASIL

MARÍA CARBALLO LÓPEZ*

INTRODUCCIÓN: EL MOVIMIENTO SIN TIERRA ( MST) DE BRASIL

En este artículo mostraré las experiencias de algunas mujeres líderes del Movimien­
to Sin Tierra (MST) de Brasil. El nacimiento "oficial" del MST se sitúa en la celebra­
ción del I Encontro Nacional dos Trabalhadores Rurais Sem Terra, que tuvo lugar en
Cascavel (PR) , en enero de 1 984. En el Encuentro se decidió realizar el I Congreso
Nacional en enero de 1 985 en Curitiba ( PR) , donde se reunieron 1 600 delegados
de los Sin Tierra de todo el país, entre los cuales había 300 mujeres Sin Tierra (Mo­
rissawa, 200 1 : 2 1 1 ) .
El MST se considera un movimiento social de masas cuya principal base son los
campesinos sin tierra. Sus principales objetivos son la tierra, la Reforma Agraria y
una sociedad másjusta1 (Stédile y Sérgio, s.f. : 21-23) .
La ocupación de latifundios es la forma de lucha más importante y caracterís­
tica del MST. Es una acción dirigida a abrir un espacio de lucha y resistencia para
tener la posibilidad de negociación entre los Sin Tierra y el Instituto Nacional de
Colonización y Reforma Agraria ( INCRA) 2 ( Morissawa, 200 1 : 1 32 ) . Una vez han
ocupado la tierra, las/los Sin Tierra construyen un campamento con barracas de
plástico negro. A la vez, las/los militantes del Movimiento forman la estructura
organizativa del campamento, es decir, constituyen la coordinación encargada
de las negociaciones con los organismos públicos, los núcleos de base formados
por las familias acampadas y los distintos sectores de actuación para gestionar
los problemas y necesidades del campamento, como la salud, la educación o la
seguridad. Un campamento del MST no tiene una duración predeterminada. Las
familias pueden ser desalojadas en horas o pueden estar acampadas años hasta
que son asentadas.
Cuando un latifundio es expropiado, el INCRA, como órgano del gobierno fe­
deral responsable de la Reforma Agraria, distribuye las imissao de posse� entre las

* Universidad Autónoma de Barcelona.


1 En primer lugar la tierra, para cubrir sus necesidades más básicas de las personas. En segundo
lugar la Reforma Agraria, entendida en un sentido amplio (desde el acceso a la sanidad, a la educación,
etc., hasta el acceso a infraestructuras como alumbrado público, carreteras, etc . ) . En tercer lugar, una
sociedad más justa e igualitaria.
2 Creado en 1 970 (Decreto núm. 1 1 10, 9 de julio) , el INCRA es una "autarquía" federal. Una de sus
principales atribuciones es la de redistribuir las tierras obtenidas de la expropiación.
• La imissao de� es un documento con el que el Poder Ejecutivo, en este caso el INCRA, recibe del

[ 2 1 8]
SEMBRANDO LUCHAS 2 19

familias catastradas para ser asentadas en la tierra. Seguidamente, las familias asen­
tadas solicitan la subvención gubernamental para la construcción de las casas. Fi­
nalmente, las familias que forman el asentamiento constituyen la asociación y(o) la
cooperativa de producción.
Durante todas estas fases, la estructura organizativa del MST formada en el cam­
pamento se mantiene. En realidad, las líderes y dirigentes del Movimiento suelen
surgir de las ocupaciones de tierra y campamentos del MST. Es en ese momento
cuando comienzan a formar parte de las instancias deliberativas, representativas y
ejecutivas del Movimiento.
Las instancias representativas y deliberativas del MST son los foros de decisión
del Movimiento que acontecen en los encuentros estatales y nacionales. Fueron
constituidas en el periodo de 1 985 a 1 990, volviéndose espacios políticos donde se
analizan las coyunturas política y socioeconómica nacional e internacional. Tam­
bién en estos foros es donde se trazan las líneas políticas generales de actuación.
Se organizan en tres niveles: nacional, estatal y local4 (Morisawa, 200 1 ; Harnecker,
2002) .
Además de las instancias representativas y deliberativas, están las ejecutivas (se­
cretarías nacionales y estatales) y las instancias por actividad, que son los sectores
encargados de realizar las tareas concretas. Estos sectores son: frente de masa; for­
mación; educación; producción; sistema cooperativista de los asentados; finanzas;
proyectos; comunicación ; relaciones internacionales; derechos humanos; género.

L\S MUJERES EN LAS NORMAS Y ORGANIZACI Ó N DEL MOVIMIENTO

En aquel momento, las mujeres no hacían su propia marcha específica. Eso se va producien­
do con el avance del Movimiento, con el crecimiento [ . ] . Entonces van apareciendo esas
. .

otras formas organizativas dentro del propio Movimiento ( Nahia, entrevista, 2005) .5

Nahia, militante del MST del Sector de Educación del Estado de Bahía, hacía
referencia a la génesis y a la fundación del MST, a principios de los años ochenta,
cuando las mujeres formaban parte de la lucha del Movimiento como un miembro
más de la familia. Pero el papel y la participación de las militantes del Movimiento
han ido evolucionando con el tiempo.

Poder Judicial la pose de inmueble expropiado, pudiendo así destinarlo al asentamiento de familias en
el proceso de reforma agraria.
' Instancias nacionales: Congreso Nacional (quinquenal ) ; Encuentro Nacional (bianual) ; Coordina­
ción Nacional; Dirección Nacional. Instancias estatales: Encuentros Estatales (anual ) ; Coordinaciones
Estatales;Direcciones Estatales. Instancias locales: Coordinaciones Regionales; Coordinaciones de asen­
tamientos y campamentos; Núcleos de Base.
; Las traducciones del brasileño al castellano son de la autora. Los nombres de las entrevistadas son
ficticios.
2 20 MARÍA CARBALLO LÓPEZ

En las Normas Generales del MST6 se explicita la importancia de la participación


de las mujeres en el Movimiento. Según el capítulo VIII : "El Movimiento de los Sin
Tierra, debe estimular la participación de las mujeres en todos los niveles de actua­
ción , en las instancias de poder y de representación " ( MST, 1 989: 19) .
Durante los primeros años, cuando el MST debatía las normas y creó la estructura
de la organización , ya existía preocupación entre algunas mujeres del Movimiento
sobre su participación e implicación en tanto que mujeres, así como también con
la proyección y la formación de líderes femeninas dentro y fuera del Movimiento.
En esta época se preguntaban si era necesario tener un espacio específico dentro
de la secretaría nacional y(o) un sector de mujeres o cómo organizar a las mujeres
trabajadoras rurales dentro del MST en los asentamientos y campamentos.
En 1986 se creó un equipo de mujeres, que en 1 988 elaboró una circular sobre
la organización de las mujeres, en la que destacaban la implicación femenina en
las ocupaciones, campamentos y otras formas de lucha (Setor Nacional de Genero,
2004: 1 ) . El equipo de mujeres del MST destacaba la importancia de la participación
de las militantes como clase trabajadora: "Existía en este periodo un debate en la
sociedad entre el feminismo y la organización de mujeres trabajadoras. El debate
ideológico pasaba por el feminismo y el movimiento hizo la opción por la organiza­
ción de clase trabajadora" ( ibid. ) . 7
En la década de los noventa comenzó el debate sobre las relaciones de género,
tanto en la sociedad brasileña en general como dentro del Movimiento. En 1994 la
cuestión de género es presentada y debatida como tema en todos los cursos de la
Coordinación Nacional, y de allí en el resto de las instancias del MST. El impulso fue
un documento elaborado por el Sector de Proyectos provocado por la tendencia
internacional de los organismos oficiales y de las organizaciones no gubernamenta­
les (ONG) destacando la importancia sociopolítica de la dimensión de género:ª "El
objetivo era hacer un análisis de la participación de las mujeres en el Movimiento,
participación en las instancias, los perjuicios que supone la no participación9 de las
mujeres en el MST e investigar sobre las características del machismo campesino"
( ibid. : 2) .
En la elaboración de objetivos generales del 111 Congreso Nacional del MST en
1 995, se hace referencia a la necesidad de "combatir todas las formas de discrimina­
ción social y buscar la participación igualitaria de la mujer" ( MST, 1 995: 29) . En ese

6 Elaboradas entre 1986 y 1988.


7 En 1988 se aprobó la Constiwción brasileña actual. Durante la Assamblea Constituinte, hubo toda
una movilización del movimiento feminista para incluir en la nueva Constitución derechos de las mu·
jeres. "Hubo una red de participación que envolvió centenares de pequeños grupos, feministas o no,
con expresión local, regional o nacional, mujeres con liderazgos en las más diversas áreas, sindicalistas,
políticas, académicas, líderes en el movimiento de los sin-tierra, etc." (Pinto, 2003: 78) .
8 Según Martín Casares (2006: 253) "la introducción del enfoque de género en los programas de

desarrollo es un logro muy reciente, que, en buena medida, se debe al avance científico de los Estudios
de Género, y muy especialmente, a los aportes realizados desde la antropología".
9 Hacen referencia a la participación en la estructura organizativa del MST; en los debates y delibera­
ciones del Movimiento; en las luchas por la conquista de la tierra y en las asociaciones y cooperativas de
asentados/asentadas (Setor de Género, 2006: 1 6) .
SEMBRANDO LUCHAS 221

mismo año, el Programa Agrario del MST reconoce la doble jornada de trabajo de
las mujeres y que son ellas quienes sufren las peores condiciones de vida. Además,
se señala, las mujeres deben soportar una "condición generalizada de prejuicios y

discriminaciones por el machismo prevaleciente en el medio rural, que somete a la


mujer a una condición inferior" (MST, 1 995: 1 6) .
Durante 1996 se producen algunas reuniones de mujeres de la Dirección y de
la Coordinación Nacional. Las propias mujeres del Movimiento sienten la necesi­
dad de articularse para discutir su condición de militantes. En mayo de 1 996 las
militantes del MST organizaron el 1 Encuentro Nacional de las Mujeres Militantes
del MST, en Sao Paulo, con el lema "participando sin miedo de ser mujer" La gran
aportación de ese encuentro fue la decisión de no diferenciar entre clase y género,
pues las dos luchas debían ir juntas en lo que se refiere a principios. Las asistentes
al encuentro decidieron también crear un Colectivo Nacional de Género en el MST
para producir materiales y hacer una reflexión teórica sobre la cuestión de género.
A partir de 1998 aumenta la participación de mujeres en las diferentes instancias
del Movimiento. 1 0
Posiblemente es gracias al trabajo y a la implicación de numerosas mujeres en la
lucha en tomo a la desigualdad de género durante la década de los noventa, que en
el año 2000 se logra el número más alto en la historia del MST de mujeres integran­
tes de la Dirección Nacional del Movimiento, 1 0 de 24. É ste fue el año en el que el
Movimiento celebró su IV Congreso en Brasilia. Entre las conclusiones finales figu­
ra la decisión de rescatar y poner en marcha en las líneas políticas, en todas las acti­

vidades del MST y en la sociedad, la cuestión de género, entendida como referente


a las desigualdades entre hombres y mujeres (Morissawa, 200 1 : 1 66) . A finales del
año 2000 el Colectivo Nacional de Género pasa a convertirse en Sector de Género.
El aumento de mujeres en las instancias del MST no se mantiene. El número de
mujeres en la Dirección Nacional en 2002 se reduce a ocho. En 2004 sólo siete de
los 28 miembros eran mujeres.
En enero de 2004 el MST celebró los 20 años desde su fundación en Paraná. En
una reunión de mujeres se decide realizar el 111 Encuentro Nacional de Mujeres del
MST en agosto de ese mismo año. Este encuentro era una nueva tentativa de reor­
ganización como mujeres y se fomentó la participación de mujeres de diferentes
instancias del Movimiento que actuaban en los distintos Sectores. Entre otras cues­
tiones, las mujeres del MST concordaron la importancia de escribir la historia de la
participación y el protagonismo de las mujeres en el Movimiento, llevar a cabo una
elaboración teórica y trabajar la identidad de la Mujer Sin Tierra.
Desde el año 2006, todas las instancias representativas y deliberativas, así como
los responsables de los sectores del MST, están formadas por un hombre y una mu­
jer. Por lo tanto, al menos formalmente, existe la paridad de sexos. Pero lo que
falta por mostrar actualmente es si los números en los puestos de decisión de las

10 Fue en este año cuando en las instancias del MST se discute y se acuerda que cada grupo de 10 fa­
milias (Núcleos de Base) tengan dos coordinadores, un hombre y una mujer, Mcomo forma de incentivar
la participación de las mujeres en las instancias a partir de la base" (Setor Nacional de Genero, 2004: 3) .
222 MARÍA CARBALLO LÓPEZ

instancias se corresponden con una igualdad real en la toma de decisiones finales.


Debemos tener en cuenta que "la existencia de un proyecto teórico y estratégi­
co de la igualdad entre los dos sexos en el MST, no significa necesariamente que
en la práctica existan unas relaciones igualitarias entre hombres y mujeres en los
campamentos y asentamientos del Movimiento, aunque sí que hay una intención
de cambio y de incidir en la cuestión por parte de militantes y dirigentes del MST"
(Carballo, 2002: 2) - 1 1

LA CUESTI ÓN DE GÉNERO EN EL MST

Discutir género es hablar del ser humano femenino y masculino [ . . ] . Es demostrar que es
.

posible garantizar la igualdad entre hombres y mujeres, tanto en la vida social como en la
personal, respetando las diferencias. Nos preocupa establecer nuevas relaciones de poder y
no apenas un número de mujeres en el poder ( MST, 200 1 : 1 45-146) .

Por lo tanto, la cuestión de género en el MST hace referencia a las relaciones en­
tre las mujeres y los hombres. Como indicaba Mabel, 12 "el problema es la relación
hombre/mujer, que no fue detectado por el MST. Cuando creamos el MST eso ya
existía. Entonces vamos intentando cambiar cosas" (entrevista, 200 1 ) .
El concepto "género" es trabajado desde el MST como un modelo social que de­
fine cómo son las mujeres y cómo son los hombres. Las desigualdades de género
son "lucrativas" para los burgueses, porque mantener a las mujeres subordinadas
y oprimidas permite disminuir los costes de reproducción de la fuerza de trabajo,
rebajando así los salarios de la clase trabajadora (Godinho, 2003: 34) . Es la llamada
división sexual del trabajo. Según Stolcke ( 1 982: 29) , "La existencia de diferentes
esferas de actividad y de papeles sexuales diferenciados no implica necesariamen­
te subordinación o jerarquía. La cuestión es si los papeles diferenciados cumplen
funciones complementarias en beneficio de la colectividad o si son instrumentos
de la perpetuación de desigualdades sociales. Las jerarquías sexuales presuponen
desigualdades sociales. Unas y otras quedan legitimadas del modo más eficaz si son
atribuidas a hechos naturales". En realidad, la división sexual del trabajo también
beneficia a los hombres de la clase trabajadora, ya que las mujeres son las respon­
sables de todas las tareas reproductivas, aunque ellas también trabajen fuera del
hogar (Campos, 2003a: 2 1 ) .
No debemos olvidar que históricamente los movimientos sociales y sindicales,
así como las organizaciones de izquierda, han dejado en un segundo plano las lu­
chas contra las ciesigualdades específicas como pueden ser contra el machismo y
el racismo. Incluso los países socialistas y comunistas no llegaron nunca a superar
las desigualdades de género o las injusticias (Setor de Genero, 2006: 1 6-1 7) . Según

1 1 En este punto, se podria añadir toda la estructura organizativa del MST.


12 Miembro en 2001 de la Dirección Nacional del Movimiento.
SEMBRANDO LUCHAS 2 23

Molyneux (2003: 1 65-1 66) , "Mientras que el socialismo asignaba prioridad a las
relaciones de clase derivadas del sistema económico y sus relaciones de propiedad,
el feminismo enfatizaba las relaciones de género opresivas, el poder y los privilegios
masculinos materializados en la familia, la sociedad en general y la propia organiza­
ción del movimiento socialista".
Tanto la naturalización de la desigualdad de género como la división sexual del
trabajo, provocan que las mujeres tengan menos condiciones reales para participar
en la lucha de clases. Por lo tanto, para ellas es mucho más dificil implicarse en las

instancias del MST, así como asistir a los cursos de formación y capacitación. Para
poder cambiar esta situación, el primer paso es reconocer el hecho de que hay des­
igualdades en las relaciones de género en el MST. El segundo, es discutir y buscar
construir nuevas relaciones de género y garantizar que las mujeres participen del
proceso de lucha por la transformación social como protagonistas de la historia
(Campos, 2003a: 22) .
Sobre la participación de las mujeres en las tareas de coordinación y representa­
ción en el MST, Nahia indicaba: "Es real que cuando es la época del campamento las
mujeres participan más en el momento de pensar, en el momento de lucha [ . . . ] . Y
cuando es el asentamiento, ahí también es real que las mujeres se retraen. La par­
ticipación de ella se va a limitar allí, en las tareas domésticas, en las tareas con los
niños" (entrevista, 2005 ) . 13 En realidad, esta idea de que las mujeres cuando finaliza
el periodo álgido de la lucha14 regresan al hogar es generalizada.
Si nos adentramos en el estudio de estas luchas, podemos encontrar que no siem­
pre es así. Esto es posible cuando observamos con más detenimiento otras formas
de resistencias, de militancia o de entender los liderazgos diferentes a los marcados
según los esquemas androcéntricos. Ackelsberg ( 2006 [ 199 1 ] : 255) plantea que "En
muchas ocasiones, tanto los militantes revolucionarios como los estudiosos de los
movimientos sociales son incapaces de reconocer la militancia femenina cuando no
sigue líneas convencionales. Y la militancia femenina con frecuencia no lo hace".
Esta especificidad de la militancia femenina también es así en el caso del MST en
Brasil. Concretamente, sobre la participación de las mujeres Sin Tierra en las luchas
del MST, Silva (2004: 1 00) escribió:

Parece haber una cierta laguna, un lapsus, que impide la cuantificación de sus acciones,
si no, no pondriamos tanto énfasis en los discursos que constituyen su participación como
insuficiente y, por eso, un problema. En realidad, lo que parece ser pequeño es la inversión
en la construcción de esa participación como importante y significativa, lo que no remite a

una poca participación, sino a una participación diferente de aquella que se quiere y se desea

" Una diferencia importante entre el campamento y el asentamiento es que en el primero las familias
1iven en una barraca y en el segundo ya tienen sus casas y trabajan la tierra. Si obselY.IIllos detenidamen­
le, las tareas reproductivas generalmente son asumidas por las mujeres tanto en el campamento como

en el asentamiento. Durante mi estancia en el campamento Nova Canaa anoté: "La división sexual del
trabajo se observa fácil y claramente en el campamento. Los hombres que cocinan o lavan es porque su
mujer no está aquí con ellos" (Diario de campo, 2003) .
14 Ya sea una guerra o luchas puntuales, como es en este caso la lucha por la tierra.
2 24 MARÍA CARBAILO LÓPEZ

de las mujeres en el MST. Es evidente que el número de mujeres que ocupan posiciones de
líderes, así como aquellas que forman parte en negociaciones más expresivas en el Movi­
miento, es realmente pequeño, pues en el Msr esas posiciones aún tienen fuertes imágenes
de lo masculino.

Nahia continuaba su análisis insistiendo en que las mujeres del MST ocupan car­
gos en sectores con tareas más "femeninas" (según la división sexual del trabajo)
y que les permiten cuidar de sus hijos e hijas: "Ella asume otro tipo de liderazgo,
no ese tipo de liderazgo político y tal [ . . . ] es en la educación [ . . . ] . Creo que por la
propia tarea educativa que históricamente fue delegada a la mujer, pero es donde
las mujeres siempre encuentran muchos más espacios [ . . . ] . Que las mujeres dentro
del sector de educación se vuelven grandes líderes allí y de ahí ellas van para otro
sector" (entrevista, 2005) .
La idea generada sobre el retomo de las mujeres al hogar después de una etapa
intensa de lucha social de clase, pasa por tres ejes fundamentales. El primero es el
más obvio. Las mujeres son obligadas, presionadas social y culturalmente a volver
a sus tareas reproductivas. 15 El segundo eje tiene relación con las oportunidades
que ellas puedan tener de continuar en la estructura de la organización debido a
la carga de trabajo y al acceso limitado a la formación y a los puestos de responsa­
bilidad. Por último, el tercer eje es la invisibilidad de las mujeres que impide ver su
verdadera implicación y participación en esa lucha.
Las mujeres Sin Tierra están en la lucha por la tierra y por la Reforma Agraria
desde los inicios del MST, pero en muchas ocasiones han sido escamoteadas. Tal
y como escribió De Beauvoir ( 1 998 [ 1 949] : 229) , "La representación del mundo,
como el mismo mundo, es una operación de los hombres; lo describen desde su
propio punto de vista que confunden con la verdad absoluta".

SEMBRANDO LUCHAS: FUNDANDO EL MST EN CEARÁ

Nosotras primero comenzamos en las CEB, las Comunidades Eclesiales de Base.16 Organi­
zándose en todas las comunidades, viviendo la presencia de Dios, porque el sufrimiento
era demasiado. Nadie aguantaba más la masacre de los amos, la gente trabajando para ellos
(Maritxu, entrevista, 2004) .

15 Como ejemplo, lo sucedido después de la segunda guerra mundial en Europa y Estados Unidos.
Los dos bandos enfrentados recurrieron a la mano de obra femenina para fabricar armas para la guerra.
Cuando los combatientes volvieron a sus casas, las mujeres dejaron de ser necesarias para la producción
y tuvieron que regresar a sus obligaciones en los hogares.
16 Creadas en los años setenta por la Iglesia católica. "Fueron los lugares sociales donde se constituye­
ron los espacios de reflexión sobre la realidad y donde se desenvolvieron las experiencias para la organi­
zación de los trabajadores rurales contra la política agraria del gobierno militar. Son los espacios de con­
frontación y el punto de partida para la lucha organizada, y de ahí surgen las personas politizadas que
comienzan un proceso de construcción de nuevas formas de organización social" (Carballo, 2002: 1 8 ) .
SEMBRANDO LUCHAS 2 25

Maritxu explicaba que antes de ser fundado el MST en Ceará, estas mujeres "ya
habían luchado, ya existían hasta casos de fuerza; nosotras entrábamos allá en una
tierra, pero no la teníamos conseguida" (entrevista, 2004) . Mujeres y hombres de la
zona rural de Ceará durante los años ochenta se organizaron, formaron y contaban
con líderes de la CEB y de la Comisión Pastoral de la Tierra ( CPT) . 17 Alicia, Mercedes,
Francesca y Maritxu son algunas de ellas. Maritxu es una líder de su comunidad y
fue uno de los contactos que el Movimiento Sin Tierra tenía en el estado de Ceará,
pues había asistido al 1 Congreso del Movimiento. Participó en la primera ocupa­
ción del MST en Ceará que culminó en el asentamiento 25 de Maio, donde vive
desde 1989. Actualmente coordina el grupo de mujeres de su asentamiento.
Francesca continúa siendo una líder reconocida en su comunidad, debido prin­
cipalmente a su destacada implicación en la lucha por la tierra en el Asentamiento
Lagoa do Mineiro. Mercedes asumió el liderazgo a partir del asesinato de su mari­
do, degollado por pistoleros en un conflicto de tierras en 1 987. Actualmente reside
en el Asentamiento Melancia. Alicia está asentada en el Asentamiento Santana. 18 Es
una líder en su comunidad y en la lucha por la tierra con una amplia implicación
política, lo que le lleva a militar además en el Sindicato de Trabajadores Rurales y
en el Partido de los Trabajadores.En la actualidad ninguna de estas mujeres tiene
una responsabilidad específica en las instancias del MST, aunque todas ellas son un
referente para las militantes Sin Tierra y siguen en la lucha por la tierra desde sus
asentamientos. Posiblemente debido a sus edades (entre los 60 años de Alicia y los
más de 70 de Maritxu) su implicación ha variado de forma, pero no en intensidad.
Todas tienen hijas o hijos dirigentes en el Movimiento Sin Tierra.
Existen tres cuestiones básicas en la historia de la lucha por la tierra en los rela­
tos 19 de Alicia, Mercedes, Francesca y Maritxu. Está en primer lugar la participación
en la lucha por la tierra de miembros de la Iglesia católica; 20 en segundo lugar está
la profunda fe de estas mujeres según su creencia religiosa y, por último, está la con­
cienciación social generada a través de las reuniones, de la lectura,21 de la necesidad
y de la propia lucha. Estos tres puntos están conectados entre sí.

0 1 7 La Comisión Pastoral de la Tierra nació ligada a la Iglesia católica en junio de 1975, durante el
Encuentro de Pastoral de la Amazonia, convocado por la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil
(c."íBB) (CPT, <WWW. cpmac.com.br/?system=news&eid=26>, consultada el 2 de enero de 2009) .
" Los asentamientos Lagoa do Mineiro y Santana son anteriores a la fundación del MST en el estado
de Ceará.
19 Recogidos en las entrevistas realizadas durante mis trabajos de campo en Ceará.
'° El referente doctrinario del sector más progresista del clero de Brasil durante los años setenta fue la
Teología de la Liberación. "La preocupación de la Iglesia de los cincuenta era el avance del comunismo y
protestantismo, al que se le atribuía las causas del desorden social y religioso; a partir de la Teología de la
Liberación se formula un análisis de la problemática socioeconómica, que conlleva un cuestionamiento
del sistema capitalista y de su impacto en los países latinoamericanos" (Carballo López y Salcedo Vereda,
2008 : 8 ) .
2 1 El libro el Éxodo era una de las referencias de las CEB. Durante los estudios bíblicos en las comuni­
dades, se establecía una analogía entre el éxodo del pueblo hebreo y el éxodo sufrido por los trabajado­
res rurales expulsados de la tierra. A partir de lecturas sobre sus condiciones sociopolíticas, económicas
r culturales, los trabajadores rurales iniciaban el enfrentamiento contra el modelo económico de desa­
rrollo de la agricultura en Brasil.
MARÍA CARBALLO LÓPEZ

Por lo tanto, podemos constatar que la lucha por la tierra estaba aconteciendo
en el estado de Ceará antes de la llegada del MST y las mujeres tenían un papel des­
tacado dentro de ella. En realidad, el Movimiento les llevó a dar un paso más en la
concienciación iniciada en las CEB al mostrarles una solución para la injusticia que
estaban viviendo en los latifundios. Mercedes consideraba que "nos organizamos,
reconocimos nuestros derechos [ . . . ] , descubrimos que nosotras también éramos
ciudadanos igual que los caronru, igual dueño del poder. A pesar de nuestra pobre­
za" (entrevista, 2000) .
Maritxu explicaba que "la situación era precaria cuando se oyó hablar del 1 Con­
greso de los Sin Tierra en Curitiba" (entrevista, 2004) . Una religiosa le preguntó
si estaba dispuesta a ir a Curitiba representando a las trabajadoras rurales del nor­
deste. Según Maritxu, "fueron tres días o cuatro días de estudio, cómo nosotras
queríamos la tierra [ . . . ] , yo representando aquí el Ceará [ . . . ] , después que regresé
de allá, los conflictos aumentaron " (entrevista 2004) .
El aumento de los conflictos, el conocimiento de la existencia de un movimiento
social de trabajadores rurales sin tierra en Brasil y la necesidad de una mayor orga­
nización, llevó a que se pidiese ayuda directamente al MST en la lucha por la tierra
en Ceará y así fundar el Movimiento en el Estado: "ahí fue cuando los compañeros
del sur nos vinieron a ayudar" (Maritxu, entrevista 2004) . Fueron enviados a Ceará
dos hombres y una mujer. Federica fue la que finalmente se quedó allí como repre­
sentante de Ceará en la Dirección Nacional del MST desde 1989 hasta 1996.
El principal desencadenante que llevó a Federica a implicarse directamente en la
lucha por la tierra con el Sindicato de los Trabajadores Rurales y con el MST fue una
paliza que recibió su padre, agricultor en un latifundio. El dueño de la hacienda
quería expulsarlo y no podía debido a los derechos que ya había adquirido al llevar
más de cuarenta años viviendo y trabajando en ella. Todos estos acontecimientos
coincidieron en la época en que se estaba invitando a varias personas de su estado
a participar en el 1 Congreso Nacional del MST. A este congreso asistieron algunos
sindicalistas y miembros de la CPT que regresaron con la responsabilidad de llevar a
cabo una ocupación de tierra, de pasar a la acción en el estado. Federica se añadió
a esos compañeros para hacer trabajo de base entre la población de su región .
As í fu e como Federica comenzó a militar y a formarse e n e l llamado Frente de
Masas, movilizando a las personas de los barrios, de los municipios y de las comuni­
dades del interior de la región. Poco a poco fue adquiriendo otras responsabilida­
des dentro del Movimiento.
Posteriormente Federica fue seleccionada por el MST para continuar su forma­
ción durante tres meses en Cuba, en la escuela de mujeres de la Federación de las
Mujeres Cubanas. Cuando regresó a Brasil el Movimiento le asignó la tarea de ir a
ayudar en el nordeste, al estado de Ceará.
Después de organizar la primera ocupación en Ceará, lo primero que hicieron
las dirigentes del MST fue movilizar a los jóvenes de los campamentos y les enviaron
a un curso de formación de militantes a Paraíba. Así comenzó a militar en el Mo­
vimiento Bidane, representante de Ceará en la Dirección Nacional del MST desde
1 996 hasta diciembre de 2003.
SEMBRANDO LUCHAS 227

Antes de entrar en el MST Bidane participaba del trabajo de base en la Iglesia.


Ella formaba parte de la Pastoral de la juventud del Medio Popular (PJMP) y de la
Pastoral de la Tierra. En el año 1 988, con 16 años de edad, iba a las reuniones que
organizaban en el sindicato los militantes que el MST había enviado a Ceará. Bidane
comenzó a participar en los núcleos de las Sin Tierra en 1 989, lo que le decidió a
entrar en la primera ocupación y campamento del MST en el Estado. Al ser menor
de edad su padre se lo prohibió, pero al ver que era inútil, decidió acompañarla.22
Cuando pasó la primera semana en el campamento, Bidane fue designada a hacer
el curso de Frente de Masa en Paraíba. Cuando ella regresó a Ceará fue directamen­
te a ayudar a organizar la segunda ocupación del MST en el Estado.
Dolores conoció el Movimiento cuando en 1989 comenzó a organizarse en Cea­
rá, aunque en un primer momento participó apoyando al MST "como una líder de
comunidad" (entrevista 2004) . Ella formaba parte de la CEB de su municipio desde
1987 y al año siguiente comenzó a trabajar como profesora allí. También en el año
1988 participó de la creación del Partido de los Trabajadores y de una asociación
de profesores. Por lo tanto, era una militante activa en su región. Cuando en el año
1992 Dolores fue despedida como profesora por el ayuntamiento de su ciudad,
decidió implicarse como militante activa, entrar en el MST, "fue una entrada más
política, no fue una entrada tanto por la necesidad de tierra. Más por la cuestión
de la Reforma Agraria, por la cuestión de la lucha" (entrevista 2004) . Fue elegida
representante de Ceará en la Dirección Nacional del MST en enero de 2004.
Entrar en el Movimiento Sin Tierra para estas mujeres significó, según palabras
de Deiñe,23 "largué mi casa, largué mi familia, largué mi trabajo. Eso ahí, eché mo­
chila en la espalda como cualquier otro militante" (entrevista 2004) .
En la fundación y creación del MST en Ceará es fundamental el papel que juga­
ron Miretxu y Federica en 1989. Durante meses estuvieron contactando con organi­
zaciones, recurriendo a personas conocidas o recomendadas y haciendo trabajo de
base reuniendo sem terras para realizar ocupaciones.
El primero en ir a Ceará fue un militante del MST en septiembre de 1988, época
de la seca en el nordeste brasileño.24 Su primer destino fue el serta.o central, la ciu­
dad de Quixadá, una zona con grandes sequías. Bidane explicaba que existía la idea
de que "aquí podía venir quien viniese, pero no conseguiría construir el Movimiento
porque había mucha dificultad y muchos conflictos de tierra" (entrevista 2004) . Se­
gún Fernandes (2000: 1 1 6) , "la situación de miseria de los trabajadores sin-tierra y la
fuerte seca fueron los motivos que llevaron a la conclusión que, en aquel momento,
no habría condiciones de organizar la lucha en el serta.o cearense".
Fue entonces, en febrero de 1989, cuando Federica llegó a Ceará. Lo único con
lo que contaba era con los contactos que habían hecho sus compañeros durante su
estancia anterior en el Estado y con Maritxu y Tano, las dos personas que asistieron
al 1 Congreso del MST. Federica no tenía dinero, ni amigas, ni infraestructura algu-

"' El padre y la madre del Bidane viven en el Asentamiento 25 de Maio.


" Miembro de la Dirección Estatal de Ceará y de la Coordinación Nacional del MST.
2' De julio a diciembre el clima es seco y muy caluroso provocando una fuerte sequía.
MARÍA CARBALLO LÓPEZ

na. Bidane explicaba que "Federica llegó aquí, anduvo a galope de caballo de los
trabajadores, en bicicleta, andaba a pie y se quedaba cada día en un lugar y dormía
gran parte en las estaciones de autobuses" (entrevista, 2004) .
Cuando las militantes del MST organizan una ocupación de tierra lo primero que
hacen es estudiar el área, trazar las tácticas de movilización, reunir a las personas
y desarrollar debates políticos sobre Reforma Agraria (Sales, 2003: 63) . Federica
tardó cuatro meses en escoger un área a ser ocupada con posibilidades de expropia­
ción, en reunir a las organizaciones locales y en realizar el levantamiento del mapa
(mapeamento) de los municipios, haciendas y comunidades a ser movilizadas.
Fue entonces cuando fueron para Ceará otros militantes del Movimiento25 para
ayudar a realizar la primera ocupación del MST en el Estado. Cuando llegaron, Fe­
derica distribuyó a las personas para realizar trabajo de base por tres municipios:
Quixadá, Quixeramobim y Canindé.
El 25 de mayo de 1989 se produjo la primera ocupación del MST en el estado de
Ceará. Según Bidane, "cuando aconteció la ocupación, ella [Federica] regresa a la ins­
tancia [reunión de la Dirección Nacional] y dice que había ocupado un área de 23 000
hectáreas, que era la mayor área en todo el Estado de tierra, que había sido ocupada
por casi 400 familias. Eso fue la moral de ella y todo el mundo [ . . . ] . Que nadie quena
venir para este Ceará bien seco y construir el Movimiento" (entrevista, 2004) .
Cabe destacar que el mérito principal, aunque no exclusivo, de todo lo aconteci­
do esos primeros meses en Ceará fue de una mujer joven, 26 lo que produjo sorpresa
entre algunos miembros de las instancias nacionales del MST. Según Bidane uno de
ellos dijo: "Larga vida a las compañeras de Ceará" (entrevista, 2004) .
Tres cuestiones destacan en la creación y consolidación del MST en Ceará. La
primera es el trabajo de base de militantes del Movimiento que acudieron de otros
estados, en el que resalta el papel de Federica, junto a líderes de organizaciones
y movimientos sociales de Ceará. La segunda es la ocupación masiva de grandes
latifundios, tres planeados que se convirtieron en cuatro, con la victoria de los tra­
bajadores rurales al conseguir las imissiio de posse de pose y ser asentados en la tierra.
Por último, la formación de las primeras dirigentes cearenses del Movimiento y la
creación de la Coordinación Estatal, con mayoría femenina al menos hasta el año
2004, en que empieza a disminuir en número.

DEL GÉNERO AL FEMINISMO: UNA OPCI Ó N DE INVESTIGACI ÓN

En realidad, género y mujeres en el MST van unidos pues, como hemos visto, fueron
las dirigentes del MST las que comenzaron esta discusión y son las que la continúan.
Por lo tanto, considero que la categoría de género puede ser útil y necesaria en un

25 En el MST existe la llamada "brigada nacional": una brigada formada por militantes de varios esta·
dos que son enviados allí donde requieren ayuda durante un tiempo determinado.
26 Federica había cumplido 23 años en marzo.
SEMBRANDO LUCHAS 2 29

1rabajo de investigación sobre mujeres líderes en el MST, porque en el Movimiento


es utilizada para trabajar con sus militantes las relaciones entre mujeres y hombres.
Scott ( 1 996) plantea formular el género como una categoría analítica útil para
el análisis histórico y propone una definición de género con dos partes y varias
subpartes. Según Scott ( 1 996: 23) : "El núcleo de la definición reposa sobre una co­
nexión integral entre dos proposiciones: el género es un elemento constitutivo de
las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género
es una forma primaria de relaciones significantes de poder. "27
Siguiendo la definición de esta autora, me gustaría destacar que en el caso de
la recuperación de las historias de luchas de las mujeres Sin Tierra y su papel en la
fundación del MST en Ceará, es interesante pensar en el efecto del género en las
relaciones sociales e institucionales. Como indica Scott ( 1 996: 26) , "porque este
pensamiento no se ejerce con frecuencia de modo preciso o sistemático".
La segunda parte de la definición propuesta por Scott ( 1 996) es pertinente si
tenemos en cuenta que el propio MST en su definición de género, como hemos visto
anteriormente, destaca que a las militantes de la organización les "preocupa esta­
blecer nuevas relaciones de poder y no apenas un número de mujeres en el poder"
(MST, 200 1 : 1 45-1 46) . Scott ( 1 996: 26) plantea que "el género es el campo primario
dentro del cual o por medio del cual se articula el poder".28
Según Moore ( 1 99 1 : 1 8) : "La antropología feminista franquea la frontera del es­
tudio de la mujer y se adentra en el estudio del género, de la relación entre la mujer
y el varón, y del papel del género en la estructuración de las sociedades humanas,
de su historia, ideología, sistema económico y organización política. "
Pero Moore ( 1 99 1 : 2 1 9 ) aclara posteriormente que la antropología feminista
no es lo mismo que la antropología del género. Para esta autora, la antropología
feminista es "el estudio del género en tanto que principio de la vida social humana"
y la antropología del género es "el estudio de la identidad del género y su interpre­
tación cultural" (Moore, 1 99 1 : 2 1 9 ) . Moore añade que ambas comparten muchas
inquietudes, pero existen especialistas en antropología del género que realizan sus
estudios desde una perspectiva no feminista.
Según Martín Casares (2006: 35) , la distinción entre la antropología del género
y la antropología feminista es de tipo ideológico: "Hablar de antropología feminista
denota un mayor compromiso político y expone más claramente la postura ideo­
lógica del/la investigador (a) , pero no entra en contradicción con la realización de

27 La primera parte de la definición, género corno elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen los sexos, comprende cuatro elementos interrelacionados:
rimbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples; conceptos normativos que
manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos; inclusión de nociones políticas y
referencias a las instituciones y organizaciones sociales, tercer aspecto de las relaciones de género, y por
último, la identidad subjetiva.
'" Scott plantea unas preguntas al final de su artículo, de las cuales destaco dos: "¿Por qué (y desde
cuándo) han sido invisibles las mujeres corno sujetos históricos, si sabernos que participaron en los
grandes y pequeños acontecimientos de la historia humana? [ . . ] ¿Cómo han incorporado el género las
.

instituciones sociales en sus supuestos y organizaciones?w ( 1996: 35) .


MARÍA CARBALLO LÓPEZ

investigaciones feministas en el marco de una denominación más global y actual,


como sería antropología del género. "
Durante varios años he intentado entender cómo se planteó y desarrolló la mi­
litancia de las mujeres en el MST y su teorización de género y/ o feminista: en este
artículo he mostrado algunos testimonios que atañen a la participación real e im­
plicación de las mujeres en la lucha por la tierra y la fundación del MST en Ceará.
La investigación etnográfica de la experiencia de mujeres en relación con su
condición de clase es indispensable ante la persistente dificultad de que su lucha
sea reconocida. La etnografia es especialmente valiosa porque permite aportar una
nueva visión a través de las mujeres, recogiendo sus experiencias en la lucha por la
tierra y como militantes del MST.
Posiblemente exista un posicionamiento ideológico, tal y como indicaba Martín
Casares (2006) , cuando situamos nuestra investigación etnográfica dentro de la an­
tropología feminista. Concretamente, en el MST el feminismo, o feminismos, no sue­
le incorporarse en sus cursos, seminarios y reuniones. Es más, es un concepto q ue
en el Movimiento generalmente lleva consigo una carga negativa, principalmente
porque contraponen feminismo al machismo29 o lo ligan a movimientos exclusivos
de mujeres para mujeres. A pesar de ello, hay mujeres militantes dentro del MST que
reivindican un feminismo que aboga por la igualdad de género y de clase (Campos
2003b: 89) . Dolores apuntaba que "creo que aún en el Movimiento esa palabra es
fuerte. Cuando se habla de feminismo los hombres . . . a muchos no les agrada. Ha­
blan de esa historia de las nuevas relaciones de género" (entrevista, 2004) .

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29 Campos (2003b: 88) escribió que "Cuando se considera que Feminismo es lo contrario de machi�

mo se está intentando desvalorizar el movimiento organizado por mujeres para luchar por sus derechos".
SEMBRANDO LUCHAS

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Entrevistas

ALICIA, Fortaleza, 2000.


BIDANE, Fortaleza, 2003.
DEIÑE, Fortaleza, 2004.
DOLORES, Fortaleza, 2004.
FEDERICA, Natal, 2003.
FRANCESCA, Asentamiento Lagoa do Mineiro, 2004.
MABEL, Barcelona, 200 1 .
MARITXU, Asentamiento 2 5 d e Maio, 2004.
MERCEDES, Asentamiento Melancia, 2000.
NAHIA, Barcelona, 2005.
SOCIALIZACI Ó N GEN É RICA DE LOS JÓVENES EN lAS SALAS
DE LOS VIDEOJUEGOS. UNA APROXIMACI ÓN DESDE LA
ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

FERNANDO HUERTA ROJAS*

CONECTÁNDOSE

En este trabajo planteo, desde la antropología feminista, una serie de primeras re­
flexiones en relación con el proceso de socialización genérica a través del cual los
jóvenes aprenden, recrean, comparten, introyectan y proyectan las subjetividades,
identidades, sexualidades, imágenes y culturas que los definen en su condición ge­
nérica como hombres y jóvenes, a partir de las prácticas y formas como juegan los
videojuegos en las videosalas.
El juego, como posibilidad de ser y estar en el mundo, como pedagogía de la
vida, y como parte del orden social hegemónico de género, se ha constituido, histó­
ricamente, como una de las instituciones políticas, prácticas culturales y relaciones
sociales espectaculares de la conformación de la condición genérica y situación vital
de los hombres. Es decir, para éstos, el juego es un ubi1 en el que, como constructo
práctico del patriarcado, se reafirman como grupo juramentado.2

• Universidad Autónoma de Ja Ciudad de México.


1 En relación con esta categoría, Patricia Castañeda Salgado (2007: 4) señala que Celia Amorós la
define como "el Jugar que ocupa el sujeto en el mundo, Jugar construido ontológica y políticamente. En
ese sentido, no se refiere solamente al espacio concreto: involucra, sobre todo, la construcción filosófica
y política que le da sentido".
2 En relación con esta categoría, retomo lo planteado por Celia Amorós ( 1 990: 1 1-14) : "Este tipo de
grupo es un constructo práctico que responde a una situación reflexiva del grupo en relación con su
propia constitución; la situación reflexiva se produce a su vez bajo la presión de una amenaza exterior de
que el grupo se disuelva o se diluya como tal, de manera que el propio grupo es percibido como condi·
ción sine qua non del mantenimiento de la identidad, de los intereses y objetivos de todos sus miembros.
Pocas veces en la historia, los grupos juramentados se han constituido explícitamente como patriarcales
--es decir, pactando temáticamente contra las mujeres-- pero, en cualquier caso, su carácter patriarcal
entra como un presupuesto constitutivo del juramento: se exteriorice éste o no en una ceremonia o
ritual, la 'hombría' o 'la caballerosidad' son un componente esencial que hace de la 'palabra dada' un
compromiso serio y solemne [ ] . El grupo juramentado, en Ja medida en que debe su consistencia a
. . .

Ja tensión práctica de todos y cada uno de los individuos que lo componen, no puede establecerse sino
sobre Ja base de relación de 'reciprocidad mediada', como diría j.P. Sartre, es decir, del libre pacto
de fidelidad a Ja causa común de cada cual con cada cual en el que se ponen por testigos a todos los
demás (recuérdese que hasta hace relativamente poco, la mujer no podía ser testigo, entre otras cosas).
Cada uno garantiza a cada uno de los demás ante todos los otros su carácter ( 'carácter es juramento',
dice Sartre) de servidor incondicional e insobornable de la causa común, y que el grupo, por lo q u e a
él concierne, quedará inmunizado de toda posible traición, en la misma medida en que él así lo exige
tanto de los demás como de sí mismo, así como exige a Jos otros que se Jo exijan (en la fórmula de todo

[ 232]
SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES 2 33

Desde este ubi, y como grupo juramentado, los hombres acceden a los poderes
de dominio; espectacularmente juegan a asumirse como poderosos, a dominar, a
vencer y derrotar, con base en la ideología justificatoria de la competición y rivali­
dad del juego, todo aquello que represente un obstáculo. De ahí que la violencia se
considere como un atributo genérico y sociocultural, asociado, principalmente, con
los hombres, y como un constitutivo esencial de la rivalidad del juego, cuya práctica
valida su conceptualización y uso para la obtención del triunfo.
En este contexto se sitúan los videojuegos y el espacio de su juego: las video­
salas, en las que los jóvenes, como parte del proceso de sociabilidad e interacción
genérica, crean y recrean su experiencia cyborg3 y que, como jugadores y grupo

juramento personal o de grupo hay un 'Olvídeme de mí si te olvidare' ) . El juramento, pues, tiene una
esnuctura bifronte denominada por Sartre 'Fraternidad-Terror' , haz y envés del compromiso contraído
según se mire desde el punto de vista de la libertad o de la necesidad. La libertad de cada cual, en tanto
que engendrada libremente a todos los otros es la fraternidad; esta misma libertad, en cuanto se ha
negado a sí misma, bajo el control y la coacción de todos los otros, la posibilidad de que el individuo se
'vuelva otro' para el grupo es el Terror. Dicho de otro modo: es la necesidad de ser lo que libremente se
ha querido ser bajo la amenaza de ser tratado por los propios hermanos como enemigo [ . . . ] . Por otra
parte, el grupo j uram entado por una concentración excesiva de la tensión sintética de todo él, en cada
uno de los agentes prácticos que lo constituyen, encuentra un cierto alivio proyectando su unidad prác­
tica -que no es tal sino como esquema regulador de las prácticas individuales de sus miembros-- en
una unidad ontológica que no puede lograr aunque seria su desideratum. Es importante, pues, que esta
unidad ontológica no falle, que aparezca, a la vez, como dotada de estabilidad que la unidad práctica del
grupo no tiene y que sea afin u homologable a la unidad práctica deseada para cumplir satisfactoriamen­
te las funciones de mediación requeridas. Pues bien: es fácil ver que estas funciones, en el contexto de la
ideología y las estructuraciones simbólicas patriarcales, la mujer las cumple por antonomasia. "
• E n relación con e l proceso d e l a sociabilidad y l a experiencia e n los espacios virtuales, Belvy Mora

Castañeda (2003 : 1 , 2, 3 de 6) plantea que en la experiencia de construir relaciones en la Red median


dos aspectos: "por una parte, la valoración de este tipo de relaciones como vínculos de carácter ficticio,
y por otra, el desarrollo de lazos emocionales en condiciones de relativo anonimato y virtualidad. Estos
aspectos, que de ninguna manera son contradictorios, participan en la configuración de un eje emer­
gente de vivencia emocional que podría denominarse interfase ficción/realidad [ . . . ] . El universo relacio­
nal, entonces, resulta comprendido a la luz de una lectura dicotómica que separa las relaciones ficticias
(o no-reales) --<aracterizadas por el anonimato y la virtualidad de las relaciones reales-- signadas por la
materialidad de la interacción cara a cara [ . . . ] . En estas condiciones, el carácter de la ficción de las inte­
racciones es reformulado en términos que responden a las condiciones propias de la Red (anonimato,
fragmentación, 'descorporeización' , etc. ) , las cuales posibilitan juegos de f.enguaje en los que se transmi­
ten identidades y emociones que constituyen todo un universo relacional. Estos juegos de lenguaje de
la simulación, adquieren un carácter ritual que confiere a las ficciones construidas en la Red, el valor
simbólico necesario para la configuración de ese universo relacional. Como todo ritual, el de la simula­
ción cumple un importante papel en la sociabilidad virtual. Este ritual de la simulación está constituido
por actos cooperativos en los que cada uno (a) de los (as) participantes actores(actrices) acuerda con el
(la) otro (a) un guión o una pautas de relaciones enmarcadas por condiciones de anonimato/descor­
porización. En otras palabras, el ritual de simulación se erige como un enclave intersubjetivo en el cual
la exploración de cada uno (a) de los(as) participantes/actores (actrices) no es posible sin la actuación
cooperativa del (a) otro (a) para la construcción y reconstrucción de identidades diferentes, de aquellas
que se ponen en juego en las interacciones del mundo material". En este mismo sentido, retomo lo
que plantea Donna j. Haraway ( 1 995: 253-254) , en relación con lo cyborg: "un cyborg es un organismo
cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción. La
realidad social son nuestras relaciones sociales vividas, nuestra construcción política más importante, un
mundo cambiante de ficción [ . . . ] . Es imagen condensada de imaginación y realidad material, centros
ambos que, unidos, estructuran cualquier posibilidad de transformación histórica."
2 34 FERNANDO HUERTA ROJAS

juramentado juvenil, aprenden, introyectan y practican la violencia cuando, en la


inmersión del simulacro, compiten y rivalizan, de forma espectacular, en las máqui­
nas de peleas, en las de uso de armas, en las de baile, en las de deportes y en las de
manejo de vehículos.

SE INICIA LA SOCIALIZACI Ó N E INMERSI Ó N EN LOS VIDEOJUEGOS

En la socialización del juego virtual, los jóvenes se observan, se comunican y se des­


criben mediante una multiplicidad de acciones que convergen en la interacción so­
cial (hablar entre ellos y con las máquinas; moverse adecuadamente en el momento
de la pelea, en el uso preciso de las armas y la realización de disparos; en las formas
y estilos personales de bailar; en el manejo de vehículos a altas velocidades; en la
autoridad reconocida para dar indicaciones o discutir por alguna infracción a las
reglas del juego; en el diálogo de actualización sobre las novedades cotidianas ocu­
rridas del día) con las que se transmiten, de manera individual y colectiva todo lo
relacionado con las tecnologías multimedias e informáticas. Esto les permite apren­
der e intercambiar los códigos, normas y valores sociales, culturales y genéricos de
participación y ubicación espacio-temporal en la ritualidad del juego.4
En este sentido, cabe señalar que "el proceso de socialización hace posible el
encuentro entre la sociedad y la persona, la integración del individuo con la cultura
y el desarrollo de la subjetividad. Se desenvuelve en una compleja red de relacio­
nes históricas y sociales; en un conjunto de instituciones, cuyo funcionamiento y
estructura son independientes de la voluntad particular y constituyen una realidad
objetiva, exterior a la subjetividad y con un cierto carácter de inevitabilidad. Sociali­
zarse significa aprender a participar de la sociedad, de su dinámica, características y
condiciones específicas, en un momento histórico determinado" (Barreto y Puyana:
1996: 20) .

• Entiendo la ritualidad del juego como la acción comunicativa y representacional de lo social, cul­
tural, económico, político y genérico que tiene lugar en espacios y tiempos, históricamente asignados
para su realización, en los que, de manera individual y colectiva, mujeres y hombres participan, de forma
desigual y diferenciada, en procesos de socialización, interacción e inmersión definidos por las diversas
características que conforman y constituyen el juego y que, de acuerdo con la condición genérica y
situación vital particular, cada quien se ubica, se reconoce, es ubicado y reconocido en la movilidad de
las estructuras de prestigio, de acuerdo con los conocimientos, habilidades, destrezas, estéticas, estilos y
formas de juego que se poseen, así como por la performancia corporal de sus feminidades y masculinida­
des; cómo subjetiva, identitaria y sexualmente se imaginan, crean, simbolizan y proyectan las imágenes,
las representaciones y las sobrerrepresentaciones lúdicas de la experiencia de vida, significadas por el
desideratum de género. La ritualidad del juego escenifica estos procesos en lugares creados y asignados
para la objetivación y subjetivación de su realización: estadios, campos deportivos, clubes, escuelas, ca­
lles, casas, videosalas, salones de baile, auditorios musicales, dancísticos y teatrales.
La ritualidad de los videojuegos comprende los procesos de socialización, interacción e inmersión
en lugares pertenecientes al ciberespacio, en los que las identidades y subjetividades se configuran y
constituyen en el simulacro y la representación, que define y caracteriza a los juegos mediados por com­
putadora y a los mundos virtuales en los que se sitúa.
SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES 2 35

Mediante este proceso complejo y dialéctico de la socialización, los jóvenes in­


temalizan, objetivan y extemalizan cómo son y deben ser como sujetos de género,
cultura y sociedad, para lo cual, participan en interacciones dinámicas en las que
comparten e intercambian concepciones, creencias y prácticas de lo que es ser jo­
ren y lo juvenil; crean, recrean, representan y proyectan, en la inmersión y navega­

ción ciberespacial de las videosalas y los videojuegos, sus imágenes y condiciones


socioculturales de ser jóvenes, en una intersección de redes en las que establecen y
experimentan una sociabilidad virtual como grupo juramentado.
En estos espacios de sociabilidad virtual, los jóvenes establecen, entre otras cosas,
u n intercambio de conocimientos acerca de las tecnologías informáticas y multi­

medias, y de las novedades y actualidades de los videojuegos. Ponen en práctica sus


inteligencias, habilidades, destrezas, capacidades y estilos de juego en el manejo de
las consolas, lo cual define a cada quien en su calidad de videojugador y les permite
permanecer la mayor cantidad de tiempo jugando. Por ello, en la sociabilidad vir­
tual se mantienen diferentes tipos de relaciones (genéricas, sociales, personales, de
competencia y rivalidad) con otros y otras jóvenes, así como con personas menores
y mayores a su edad. Así, este escenario de la socialización se significa como un cro­
notopo de género 5 de aprendizajes de la condición juvenil y de su conformación como
grupo juramentado.
En la sociabilidad de las videosalas, los jóvenes son personificaciones de las téc­
nicas virtuales, al ser ellos mismos personajes, extensiones, vehículo y conexión con
el ciberespacio. Ahí, establecen y participan en una serie de relaciones y lazos que
marcan, orientan y dan sentido a su experiencia y vivencia virtual de la inteifase fic­
ción/realidad. Esto es, en la dimensionalidad del la Red (anonimato, reconocimien-

; Dos de las dimensiones de los videojuegos son el espacio y el tiempo. En ellas se desarrollan todas
las prácticas de socialización e interacción en las que participan las y los jóvenes. En este sentido, si en
el espacio y el tiempo se crean y recrean las construcciones culturales, así como la variabilidad espacial
de los itinerarios reflexivos, se puede considerar a las salas de los videojuegos como cronotopos genéricos,
en tanto que lugares de conjunción dinámica del espacio y el tiempo de socialización de la condición
genérica, la situación vital, de la representación y simbolización de las identidades, las subjetividades y las
sexualidades de las y los jóvenes que navegan lúdicamente en los juegos virtuales. Siguiendo lo planteado
por Teresa del Valle ( 1 997) con respecto a que el espacio social forma parte de la experiencia cotidia­
na, encierra poderosos contenidos para la interpretación social y cultural mediante categorizaciones y
acciones simbólicas con los que el espacio se limita, se jerarquiza, se valora; define a las personas que
lo ocupan, y éstas a su vez determinan su naturaleza como sistema de comunicación que contribuye al
conocimiento de los fenómenos sociales, su análisis y expresión de variabilidad, es que considero a las
1ideosalas como cronotopos genéricos. Esta autora define los cronotopos genéricos como "los puntos donde el
tiempo y el espacio imbuidos de género aparecen en una convergencia dinámica. Como nexos podere>­
sos cargados de reflexividad y emociones, pueden reconocerse con base en las características siguientes:

actúan de síntesis de significados más amplios; son catárticos, catalizadores; condensan creatividad y
están sujetos a modificaciones y reinterpretaciones continuas" ( 1 999: 1 2 ) . Plantea que los cronotopos �
niricos son enclaves temporales con actividades y significados complejos de negociación de identidades,
en los que se presentan conflictos, cuyas interpretaciones, acciones y símbolos pueden reafirmar la des­
igualdad, o convertirse en fisuras incipientes para el proceso de la igualdad que tienda al cambio social y
genérico manifiesto. Por ello, considera que los cronotopos son una estrategia metodológica de búsqueda
de núcleos poderosos, que a pesar de su complejidad, pueden incidir en las estructuras sociales como
sintetizadores y catalizadores de realidades más amplias, abiertas y democráticas.
FERNANDO HUERTA ROJAS

to, fragmentación, descurporeización, recorporeización, desterritorialización, reterri­


torialización, etc. ) , las y los jóvenes aprenden y recrean los juegos de l.engu aje de los
videojuegos con los que se comunican e interactúan en el como si de la simulación
del juego, lo cual forma parte del soporte simbólico necesario de la configuración
de su universo relacional que les permite poseer los códigos requeridos, aceptados
y validados de su participación, individual y colectiva en el ritual de la simulación.
La sociabilidad es una de las características de los ambientes de las salas de los vi­
deojuegos. Reunirse con el grupo juramentado (los amigos, la banda) forma parte
de la socialización de la condición genérica y situación vital masculinas; del reco­
nocimiento de y entre los pares; del aprendizaje de las normas, reglas y prácticas
requeridas y necesarias para la incorporación, aceptación y participación estableci­
das por el grupo. Así se llega a conocer y comprender el porqué, como hombre, se
es y se debe ser importante, se visibiliza la pertenencia al género adecuado y correcto
(Marqués, 1 997; Kimmel, 1 998) ; se pertenece, individual y colectivamente, a la co­
munidad virtual intemética del ciberespacio, al lugar antropoli>gico juvenil y el cronoto­
pos de género, donde la apropiación, el uso y la permanencia en el tiempo y espacio
de las videosalas están signadas por esta exploración de los participantes que, en el
enclave de las intersubjetividades y la configuración de identidades, se erigen en la
ritualidad de la simulación del juego.
La sociabilidad con el grupo, las amistades y los pares, reales y virtuales, com­
prenden relaciones sociales y personales que se pueden iniciar en ese momento y
hacerse duraderas o efimeras. Ello comprende el establecimiento de rivalidades y
competencias en un marco de reconocimiento de la calidad que como videojuga­
dor tiene cada quien, y que en ocasiones conducen a los golpes, a las ofensas, a las
miradas retadoras o al reconocimiento de los niveles competitivos personales. Tam­
bién sucede que cuando los rivales no se conocen y uno es el que marca la pauta del
juego y gana continuamente, se provoca en el otro una afrenta que desea vengar,
por lo que vuelve a pasar su tarjeta o echar una ficha a la máquina las veces que sean
necesarias para retomar el reto, hasta que se logra vencer al rival, y si no se logra
esto, se van con la espinita y el enojo de haber sido derrotados por un desconocido.
Al respecto, y como lo plantea Teresa del Valle ( 1 999) , los jóvenes, en los cro­
notopos de género de los juegos virtuales, socializan navegando por este ciberespa­
cio en el que el tiempo y el espacio, como puntos de convergencia dinámica, actúan
como síntesis de significados más amplios que catalizan y condensan la creatividad
de los sujetos, en la que, de forma compleja, negocian sus identidades con presen­
cias de conflictos, cuyas simbolizaciones reafirman o no las igualdades y desigualda­
des entre los iguales.
Por ello, como señala Amorós ( 1 990: 5) , la socialización genérica de los jóve­
nes en las videosalas, en tanto grupo juramentado en conformación, patenta cómo
"cada varón estructura de ese modo su pertenencia al conjunto de los varones y
realiza -es decir, da entidad práctica- a su virilidad mediante operaciones practi­
co-simbólicas con un doble referente: por una parte, la tensión referencial en que
se mueve la 'obligada participación en los atributos del tipo' , como hemos tenido
ocasión de ver; por otra, esta tensión se constituye a su vez en el desmarque con res-
SOCIALlZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES 2 37

pecto a algo en tanto que, como lo diría Sartre, es el desmarque del otro y de todos
Jos demás, y esa misma recurrencia en serie es lo que configura el topos como lugar
de todos, como ámbito transaccional, en tanto que es la tierra de nadie -luego un
espacio simbólico de indiscemibilidad- y de cualquiera".
La socialización entre los jóvenes comprende el establecimiento de una serie de
relaciones (sociales, afectivas, emocionales, escolares, sexuales, etarias, laborales,
lingüísticas, lúdicas) que forman parte de la interacción, de ahí la importancia de
éstas para ampliar y consolidar la red de las amistades masculinas requeridas por
el grupo juramentado. Esta red incluye a las jóvenes, con las que se establecen,
desde una concepción y práctica masculinas de la complementariedad, relaciones
afectivas, emocionales, escolares, sexuales, lúdicas y competitivas que resultan útiles
y necesarias para el acompañamiento y corroboración de las proezas de las formas
de juego de los jóvenes. Cabe destacar que en la interacción de estas relaciones. al­
gunos jóvenes socializan, en el reconocimiento genérico de algunas jóvenes con las
que juegan, sus capacidades, habilidades, destrezas y autoridad que poseen como
videojugadoras, lo cual las posiciona y ubica en los primeros lugares del ranking de
losjuegos virtuales.
Asimismo, la socialización e interacción de género de los jóvenes, comprende las
diferencias y desigualdades sociales, sexuales, etarias, escolares, raciales, urbanas.
Ello se expresa en el nivel y calidad de los conocimientos que se poseen sobre los
videojuegos; la posesión o no de tecnología y máquinas virtuales en el hogar; las
videosalas a las que se acude ( tanto las que se encuentran ubicadas en las plazas
comerciales como las que se encuentran en locales ad doc, así como las de las tiendas
de las esquinas) ; del reconocimiento y jerarquía ocupada en el ranking que se tenga
como videojugador; del tipo de relaciones establecidas en y con el grupo, así como
del lugar asignado en la sociabilidad e interacción de la ritualidad del juego.
De esta manera, el proceso de socialización de los jóvenes comprende diferentes
niveles y matices, los cuales mantienen una relación compleja según sea el contex­
to y realidad social en el que cada uno se proyecta.6 Uno de estos niveles es el de
la adaptación al grupo, con lo cual el joven aprende el capital cultural y simbólico
necesario para ser aceptado y reconocido como hombre y como joven, lo que a su
vez puede garantizar su permanencia. Otro de los niveles es el de la búsqueda de
una inclusión y posición en el grupo, lo cual conjunta una serie de características
contenidas en el orden dominante de género, y que define el reconocimiento de la

6 Juan Maestre Alfonso ( 1 974) plantea que en las sociedades urbanas e industrializadas, el proceso de
socialización presenta una mayor continuidad en edades y épocas comprendidas no sólo en la infancia
o la adolescencia, sino que se llega a prolongar en toda la vida de las personas, entre otras cosas por la

gran división del trabajo, la especialización de las funciones y la creciente tecnologización en todos los
ámbitos sociales, lo cual ha conducido a una mayor prolongación del proceso de aprendizaje y de la so­
cialización. Considera que en un marco dinámico de la cultura, el proceso de socialización comprende
cuatro niveles: la adopción, la inclusión, el aprendiz.aje y práctica de los papeles sociales, la aceptación de los
valores, el orden cultural, social, político y económico. Si bien su abordaje teórico-antropológico no es
desde un enfoque feminista, retomo estos planteamientos para el análisis del proceso de socialización
genérico de los jóvenes, desde una perspectiva antropológica feminista.
FERNANDO HUERTA ROJAS

diversidad de las personalidades de los jóvenes, como el ser buenos académicamen­


te y como videojugadores, o más lo uno que lo otro, o considerar alguna (s) otra(s)
habilidad ( es) , etc. Esto, a su vez, determina la forma de inclusión y la posición, de
acuerdo con la movilidad (ascendente y descendente) en la jerarquía masculina y
estructuras de prestigio del grupo, de acuerdo con la condición y calidad que se tie­
ne como videojugador. He aquí parte del proceso de c·onformación de los jóvenes
como grupo juramentado.
Un nivel más de la socialización se refiere al aprendizaje y práctica de los pape­
les genéricos asignados e impuestos socioculturalmente. En las videosalas, los jóve­
nes representan los papeles que como hombres han internalizado en la asunción
genérica y el desideratum cultural:7 la grandeza o no de sus masculinidades como
videojugadores, estudiantes, trabajadores, amigos, novios, amantes, estudiantes,
confidentes, rivales, humoristas, impertinentes, ruidosos, extravagantes, vagos, ar­
tistas, exitosos, líderes, entre otros. El último nivel es el de la aceptación de todos
los valores, normas y códigos de toda esta organización sociocultural, económica y
política en la que realizan su aprendizaje. Así, los jóvenes, en la sociabilidad de las
relaciones, la diversión y el juego, dialogan, intercambian pensamientos, estilos,
estéticas, experiencias y comportamientos que aceptan como válidos y normaks, de
acuerdo con lo determinado por la sociedad y la cultura.
En relación con lo anterior, y retomando la idea de grupo juramentado, se pue­
de afirmar que los jóvenes, en los cronotopos de género de los juegos virtuales,
establecen pactos seriales (Amorós: 1 990) 8 en proceso de identificación , creación
y proyección de imágenes (De Lauretis: 1 992 ) 9 juveniles que los caracterizan y de-

7 Al respecto, Daniel Cazés ( 1998: 86) plantea que "a partir del desideratum o mandato cultural de cada
sociedad en torno a la sexualidad, se forman y se estructuran las personas, los géneros y sus relaciO'Tll!s. Con base
en el desideratum se construyen los contenidos del deber ser hombre y del deber ser mujer, del desear ser hombre
y del desear ser mujer, del poder ser homlTre y del poder ser mujer. Sobre la misma base se definen las formas y
estructuras a que deben ceñirse las relaciO'Tll!s entre ellas y ellos. El desideratum constituye el deseo social de que
los individuos sean de una manera y no de otra; al tiempo que el desideratum es culturalmente impuesto
a los sujetos, cada sociedad logra que lo hagan suyo, como impulso y como deseo, las personas, los sujetos
genéricos y las instituciones inventadas en el desideratum mismo".
8 Celia Amorós ( 1 990: 1 1 ) plantea que "desde este punto de vista, lo que hemos llamado 'pactos

seriales' , correspondería al grado de tensión sintética menor; son los más laxos, y la misoginia que les es
correlativa, se expresa como violencia en forma de exclusión de las mujeres no especialmente represiva:
es más bien, como tuvimos ocasión de ver, un 'no tener en cuenta' constituyendo el topos de 'lo-no­
pensado' . Pero, en determinadas circunstancias -relacionadas, sobre todo, con relevos históricos del
poder patriarcal: conflictos generacionales fuertes, situaciones revolucionarias-- estos pactos pueden
perder fluidez y estrechar sus mallas: nos encontramos, entonces, ante lo que Sartre ha llamado 'el
grupo juramentado' . n
9 Teresa de Lauretis ( 1992: 93 y 96) señala que "la noción de proyección sugiere un proceso, en mar­
cha pero discontinuo, de percepción-representación-significación (quiero llamarlo 'creación de imáge­
nes' ) que ni es lingüístico (discreto, lineal, sintagmático, o arbitrario) , ni icónico (analógico, paradig­
mático, o motivado) , sino ambas cosas a la vez, o quizás ninguna de ellas. Y en ese proceso de creación,
de imágenes se ven envueltos diferentes códigos y modalidades de producción semiótica, y entre ellas, la
producción semiótica de la diferencia [ . . . ] . La noción de proyección y el puente teórico que establece
entre la percepción y la significación supone, más que una oposición, una interacción compleja y una
implicación mutua entre las esferas de la subjetividad y la sociabilidad. Podría servir de modelo, o al
SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES 2 39

finen . El juego, corno práctica cultural, relación social e institución política, está
contenido y significado por una serie de pactos seriales de y para los hombres, en
los que las mujeres, desde la exclusión/subordinación, forman parte de los objetos
que se negocian en calidad de acompañantes. Para ellos, el juego, por su condición
genérica y representación política, se ha constituido corno uno de los principales
ejes estructuradores del orden sociocultural de las identidades y subjetividades, aso­
ciados principalmente con lo masculino y con los hombres.
En la conjunción de la adaptación , la inclusión, la asunción genérica de los pape­
les y la aceptación de los valores políticos de la socialización, los jóvenes interactúan
y objetivan, consciente e inconscientemente, una serie de actos en el mateo de estos
pactos: ya sea eligiendo a una de las personajas de los juegos de pelea para, en el
combate contra sus oponentes, reales y virtuales, apropiarse de su cuerpo y sexua­
lidad simbolizadas en sus destrezas marciales y concentración de poderes morta­
les; yendo con su pareja para demostrarle, entre lucimientos y manifestaciones de
afecto, la calidad que se tiene corno videojugador; compitiendo con las jóvenes que
también juegan y han desarrollado un alto nivel corno videojugadoras; peleando
con otro joven corno una demostración de que sólo entre hombres se reconoce al
par-igual con el que vale la pena jugar. É sta es una de las formas en que los jóvenes,
ante la supuesta amenaza exterior que representan las jóvenes, refrendan los pactos
seriales y se autoconfirrnan corno grupo juramentado.
En este sentido, corno plantean Barreto y Puyana ( 1 996: 2 1 ) "la socialización es
conservadora porque a través de ella se reproducen las normas, los valores, las cos­
tumbres y las profundas experiencias ligadas a la vida emocional, se forman iden­
tificaciones y se repiten conductas. Mientras el socializador socializa, reproduce su
propia historia plasmada en él por sus padres y por las generaciones anteriores". En
el proceso de socialización, los jóvenes, al refrendar los pactos seriales y autocon­
firmarse corno grupo juramentado, perciben, representan y significan la creación
de sus imágenes. É stas están envueltas en un discurso de códigos semióticos que los
identifica y diferencia genéricamente corno hombres, y etariarnente corno jóvenes
que socializan e interactúan en los cronotopos de género, con lo cual proyectan la
complejidad iconológica y su significado de ser Hombre de juego, en el entrecru­
zamiento de las esferas de la subjetividad y la sociabilidad. Así, se conforma la expe­
riencia virtual en la cultura visual digital de las imágenes de los videojuegos, con las
cuales los jóvenes asocian aquellos atributos y mandatos genéricos masculinos con
los que se identifican, se mimetizan y se virtualizan, en la mediación y proyección
identitaria, subjetiva y sexual de su realidad social.
En esta experiencia simbólica de percepción , representación y significación de
las imágenes, la interactividad es una de las prácticas que gustan mucho a los jó­
venes, sobre todo con los videojuegos porque pueden decidir sobre la historia del
juego. Dependiendo de la ruta seguida, la estrategia tornada y la jugada realizada,

menos de concepto guía para comprender las relaciones de la creación de imágenes, la forma en que
el cine articula las imágenes con los significados, así como su papel en la mediación, la asociación o la
proyección de lo social en lo subjetivo".
FERNANDO HUERTA ROJAS

se determina el desarrollo y se completa o no la historia del juego. Aunque algunos


jóvenes señalan que en las videosalas no siempre existen videojuegos en los que
puedan incidir completamente, el hecho de tener la oportunidad de hacerlo, es
una de las formas de interactividad que les permite desplegar habilidades adqui­
ridas a través de su contacto y relación con la tecnología multimedia, como lo es
Internet.
Por ello, la codificación digital de las imágenes de los videojuegos es la condición
de posibilidad de la simulación (A. Gálvez y F. Tirado, 2006) . Los jóvenes codifican,
en el juego y manejo de las máquinas, su condición genérica y juvenil en la apro­
piación visual digitalizada de los personajes y entornos virtuales, significados por los
mandatos y atributos masculinos. Esta codificación es fluida y vertiginosa, debido
al dinamismo con que los jóvenes navegan y se desplazan en el ciberespacio de las
videosalas. Estas formas de codificación son importantes porque posibilitan la simu­
lación, que es una de las características de la virtualidad del juego.
En la acción del juego, los jóvenes interactúan en el ciberespacio de los esce­
narios de los videojuegos con representantes virtuales de sí mismos, cuya forma
iconográfica es mediada por los personajes, los vehículos, las armas y el respectivo
manejo que hacen a través de los controles de las máquinas. Este representante
virtual de sí mismos, es significado por la condición genérica y situación vital de
cada videojugador, es decir, es un sí mismo de hombre y joven, con características
potenciadas de los mandatos y atributos masculinos dominantes de género, en la
simulación del juego. Con ello, los jóvenes juegan a socializar sus identidades y
subjetividades genéricas, descifrando la informática del significado de las narra­
tivas de los videojuegos, mediante las cuales se internalizan los submundos de la
realidad vivida y configuran el estatus del cuerpo de conocimientos de las técni­
cas y tecnologías multimedias, con los que se simboliza el universo de los juegos
virtuales.
Como plantean Berger y Luckmann ( 1 986: 1 83) , "la relación del individuo con
el personal socializador se carga correlativamente de 'significación ' , vale decir que
los elementos socializadores asumen el carácter de los otros significantes vis-d-vis
del individuo que está socializándose".
Ejemplo de ello son las formas de juego y el manejo que se hacen de los videojue­
gos, cuya base se relaciona con la calidad de los conocimientos y materiales de apren­
dizaje a los que acceden (revistas especializadas de videojuegos, consulta a páginas
web de Internet, chateo cotidiano, posesión de videojuegos para computadora, en­
tre otros. ) De esta forma, se observa a los jóvenes jugar y manejar las máquinas y sus
accesorios, como son las armas, los balones, en el caso de los juegos de futbol, los
guantes electrónicos, como en el caso de los juegos de boxeo, las patinetas, los tape­
tes para bailar, los remos para el descenso en los rápidos de los ríos, los pedales para
las bicicletas, lo cual hacen, en ocasiones, en interconexión simultanea, al compartir
audífonos de ipods y teléfonos celulares.
La experiencia virtual de la cultura visual digital, articula la forma en que los
jóvenes navegan (corporal y virtualmente por el ciberespacio) de un lugar a otro de
las videosalas. Al videojugar, solos o acompañados, están navegando y sumergiéndo-
SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES

se en la mimesis10 con su personaje, peleando, disparando armas, viajando en autos,


camiones, vagonetas, motocicletas y acuamotos que transitan a grandes velocida­
des por distintos caminos y escenarios urbanos, campestres, tropicales y marinos
del mundo; boxeando contra un contrincante virtual, descendiendo por diferentes
escenarios naturales o urbanos en patinetas, skies, lanchas con remos o bicicletas.
Este proceso de la socialización e interacción genérica de los jóvenes, compren­
de, también, un proceso de enajenación de su condición masculina mediante la
seducción de las imágenes digitalizadas de los videojuegos, las cuales son una forma
de apropiación de la representación de la realidad de un mundo jerárquicamente
escenificado. Los jóvenes son seducidos por estas imágenes, mediante las cuales
aprehenden el orden genérico dominante, socializan e internalizan los contenidos
de los mandatos y atributos culturales masculinos, con los que expresan, en la prác­
tica del juego la violencia de género, el éxito, el poder del triunfo y la gloria de la
trascendencia que como videojugador les ofrecen los juegos virtuales, así como de
la disponibilidad del tiempo y del espacio para hacerlo. Es en la simulación hechice­
ra del juego donde los jóvenes representan su condición genérica mediante la apro­
piación e identificación con las imágenes digitalizadas de sus personajes favoritos.
Esta mimesis entre jugadores y personajes es la consideración de la imagen como
forma simbólica de conocimiento e identidad Qiménez, 2004) , lo cual constituye
uno de los hilos conductores de las formas del juego en que los jóvenes se inmergen

en el mundo de los juegos virtuales, configuran su experiencia cyborg y se confor­

man como grupo juramentado.


La apropiación de esas imágenes y sus representaciones, tanto las personales,
como las de los personajes de los juegos, constituyen la simulación hechicera de
la cultura visual digital de la experiencia virtual del juego. Por ello, el juego virtual
es un proceso de animación de la condición genérica de los hombres que tiene en
los videojuegos toda una cultura visual que digitaliza, en las imágenes, las subjetivi­
dades, las identidades y las sexualidades de quienes los juegan. Se trata de una ins-

'º En relación con la mimesis, retomo lo planteado por José Jiménez (2004: 68-69) , quien hace re­
ferencia al proceso de la mimesis enfocado a la invención cultural del arte, siendo éste el objeto de su
libro. El autor considera la mimesis como un proceso, más que de imitación, de representación y de
producción de imágenes, que en el caso que nos ocupa, tiene que ver con la producción de las imágenes
de las representaciones de género hegemónicas y dominantes que la sociedad produce, y los hombres
aprehendemos, intemalizamos y nos apropiamos como la forma simbólica de visualizamos e interpretar­
nos en nuestra condición y situación vital de género, históricamente determinadas. Es ahí donde centro
la atención. KEn último término, lo que mimesis expresa en su sentido más profundo es la idea de repre.
sentación, a la vez dinámica y performativa y objetiva o material, la idea de producción de imágenes. De este
modo, la categoría mimesis, que para los griegos de la época clásica servía para comprender la similitud
y el parentesco de toda una serie de actividades que hoy nosotros llamamos artes [ . . . ] independiente­
mente de sus distintos soportes y procedimientos expresivos, indica mejor que ningún otro término la
cristalización de la emancipación formal de la imagen, lo que he llamado arte [ . . . ] . A pesar de su postura
rigurosa, que le convierte en el gran adversario de sus peligros, en Platón se establece de modo explícito
esa identificación de la mimesis con la producción de imágenes, que constituye la clave de toda la cuestión,
de lo que implica la invención cultural del arte. Quiero resaltar dos aspectos: [uno] mimesis es producción
o realización (poíesis) , pero no de entidades materiales, sino de apariencias, de imágenes; [otro] , la mime­

sisno supone producir objetos reales, sino tan sólo sus imágenes [es] como una demiurgia de las imágenes".
FERNANDO HUERTA ROJAS

cripción gráfica en relación estrecha y dinámica con el espectáculo y contenido de


los videojuegos, una forma de continuidad de los avances tecnológicos digitalizados
de la animación iconográfica de los hombres y sus masculinidades: proyección de
imágenes, inmersión en la animación de la historia y narrativa del juego, represen­
tación de la condición genérica, social, cultural, política, económica y etaria que
conforman las culturas juveniles.
Esto forma parte de la experiencia inmersiva (Ryan , 2004) que viven los jóvenes
en la acción del juego. Esta experiencia comprende la certeza de los videojugado­
res para inmerger en los escenarios del juego virtual, la transposición mental y la
proyección corporal en los mundos posibles de la ficción . La experiencia inmersi­
va de los jóvenes, tiene que ver con la forma en que los videojuegos ofrecen ser un
mundo textual en el que se articula el dominio semántico ( "conjunto de significa­
dos no numerables, de límites borrosos y a veces caóticos proyectados por o leídos
en", p. 1 1 7) en el que los significados constituyen una totalidad semejante a una
red activa de relaciones que comprende diferentes cosas entrelazadas.
En este sentido, el juego virtual es la representación de la socialización genérica
de los jóvenes y de las formas de interacción de los mandatos y atributos masculinos,
que se expresan de forma contradictoria, entre la aceptación del modelo genérico
dominante, y críticas a algunos de éstos. De ahí que el juego virtual sea la recreación
del diseño vertiginoso de estilos y estéticas, de formas de jugabilidad de los videoju­
gadores, cuyas interfases navegan en y por los escenarios virtuales.
Por ello, los videojuegos, con sus contenidos, estructura, información , escena­
rios, personajes y jugabilidad, constituyen la experiencia de la vida en la pantalla.
Ésta, a su vez, conforma la experiencia de digitalización de la cultura y sus formas
de vida (Turkle, 1 997) . Desde esta perspectiva, jugar los videojuegos es una forma
de socializar, digitalmente, la condición genérica de los jóvenes y de conformar la
experiencia cyborg. Su socialización la ubican desde la pantalla y la hacen virtual al
inmergerse y proyectar las imágenes de los personajes, vehículos y escenarios que
manejan desde los controles de las máquinas.
De esta forma, digitalizan sus iconografias de hombres jóvenes que hacen na­
vegar por el ciberespacio de las salas de los videojuegos, al asumir la agonalidad
confrontativa del juego. El tiempo y el espacio están en la pantalla, constituyen el
escenario subjetivo, identitario y sexual de la digitalización cultural como los jóve­
nes socializan los mandatos de género masculinos. La experiencia del juego en la
pantalla de los videojuegos es un proceso de apropiación simulada mediante el cual
los jóvenes conjugan, compleja y contradictoriamente, el simulacro del juego con
las realidades de género que objetiva la vida de cada uno de ellos.

DESCONECTÁN DOSE DEL MUNDO DE LOS JUEGOS VIRTUALES, SIN SALIR DE ELLOS

Con base en la práctica de la socialización de género que experimentan los jóvenes


en las salas de los videojuegos, podemos ir conociendo, analizando y explicando
SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES 2 43

algunos aspectos que conforman y constituyen su condición genérica, así como el


proceso como van internalizando el conjunto de aprendizajes de los mandatos y
atributos dominantes masculinos que los va integrando como grupo juramentado.
Por ello, la socialización genérica de los jóvenes es juramentada porque el juego
es un proyecto de sí mismo, en tanto elaboración cultural definida por la propia

condición genérica dominante de los hombres, cuyo paradigma explicativo es el


HOMBRE.

Los hombres juegan a ser hombres, a divertirse como hombres, a rivalizar, triun­
far y perder como hombres, a desplegar conocimientos, habilidades, destrezas, ap­
titudes, como hombres. Como práctica cultural y relación social, el juego es una
de las expresiones del proyecto de sí mismo de los hombres por lo que son como
hombres. Por ser un proyecto de sí mismo de los hombres, en el juego, los jóvenes
despliegan, en conjunción, los mandatos y atributos de género masculinos y de ju­
ventud en prácticas sustentadas en los juegos virtuales.
En este sentido, los videojuegos, en tanto que parte de los juegos virtuales, del
ciberespacio y proyecto en sí mismo del grupo juramentado, no tienen un principio
ni fin, siempre se juegan , de ahí que la socialización e interacción de género de los
jóvenes, sean el ahí es de su existencia misma y de la experiencia cyborg. La jugabili­
dad de los videojuegos articula, en el simulacro, los signos de la vida real con los de
la vida virtual, de ahí que las mentalidades, las concepciones, las convenciones cul­
turales y los significados que tienen los jóvenes acerca de lo que son y deben ser los
hombres y los jóvenes se potencian, se dinamizan, tanto para reafirmar el modelo
genérico dominante de masculinidad como para acercar la posibilidad de cambiar
algunos de sus contenidos.

BIBLIOGRAFÍA

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HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉ SBICA

GISELA PÉREZ SANTANA*

INTRODUCCI Ó N

En las dos últimas décadas se habla de que se ha constituido un nuevo paradigma


tecnológico que denominamos informacional, y que representa una divisoria histó­
rica tan importante como la que constituyó la Revolución industrial. Mientras que
muchas personas aún no habíamos dado nuestros primeros pasos en la Red, Rhein­
hold -uno de los pioneros en los planteamientos sobre la comunidad virtual-, ya
plasmaba la irrupción de las nuevas tecnologías de la comunicación en la vida social
con estas palabras: "pronto descubrí que yo era el público el intérprete y el guionis­
ta Una subcultura crecía al otro lado del conector de mi teléfono y me incitaba
. . .

a ayudar a crear algo nuevo" ( 1 996: 1 6) . Actualmente Internet se ha convertido en


una inmensa red de información en constante crecimiento debido a que cualquier
persona con acceso a un ordenador y desde cualquier punto del planeta, puede
añadir o rehacer sus contenidos, haciendo posible acercarse a través de la navega­
ción, a múltiples pequeños mundos online a golpe (o click) de ratón.
El presente trabajo es fruto del interés por abordar las prácticas de apropiación
del espacio público de la Red, por parte de sujetos que al vivir una vida al margen
de las categorías genérico-sexuales normativas, han sido invisibilizadas y excluidas
de la vida social. Mujeres cuyas trayectorias vitales se trazan sobre caminos de des­
igualdades y discriminaciones múltiples por el hecho de ser sexual y culturalmente
"lesbianas"; pero que precisamente por ello, forjan redes y resistencias. Para ello,
nos adentramos en el ciberespacio y en los Estudios sobre la Red y la Cibercultura,
desde dónde extraer reflexiones que abarcan la reformulación cultural que el te­
rritorio virtual está generando. Un entorno donde diversos colectivos encuentran y
construyen su espacio social de encuentro, con la paradoja de situarse en un medio
de comunicación habitado que ejerce, con aspecto virtual, de ágora y zoco.

NAVEGAR/HABITAR EL CIBERESPACIO

El "territorio", como concepto antropológico, se ha entendido como el espacio


donde ocurren las relaciones socioculturales, donde se tiene en cuenta el núcleo
habitado, pero también el entorno donde la vida comunitaria transcurre (Ruiz,

* Universidad de Granada.
GISELA PÉREZ SANTANA

2004) ; entendiendo que las relaciones sociales imprimen al territorio un carácter


subjetivo, ideológico, simbólico, que lo llenan de significados. Esto explica el inte­
rés de la etnografia en la vinculación a un territorio fisico de fronteras definidas y
comunidades "cerradas", como espacios donde se tuviesen al alcance las relaciones
de todos los individuos y, por lo tanto, la comprensión de toda la actividad social
y cultural. En las últimas décadas, la generalización de la antropología urbana ha
puesto en evidencia las dificultades que para las investigaciones etnográficas supo­
nen las sociedades complejas donde los límites fisico-sociales se han difuminado.
Los Estudios de la Cibercultura, de los cuales se puede hablar según Silver (en
Rueda, 2008) de tres estadios o generaciones de estudios cuya consolidación se
produce en los años noventa, han abierto un campo de investigación con infini­
dad de líneas de trabajo como la teleducación , la simulación, la hipertextualidad,
el activismo hacker, las net-art, etc. Desde estos enfoques ciberculturales, la concep­
ción de espacio queda alejada de lo que se ha reconocido tradicionalmente con
este nombre, motivo por el cual algunos críticos hablan de una desterritorializa­
ción producida por la realidad virtual, ya que la localización geográfica y el cuer­
po material, dejan de ser elementos necesarios y determinantes de la sociabilidad,
y se elimina así la necesidad de compartir territorio fisico y comparecer cara a
cara ante nuestro interlocutor.
De ninguna manera este hecho significa que el concepto de "espacio" haya per­
dido relevancia en la interpretación de la Red, puesto que el ciberespacio es ante
todo un espacio socioculturalizado caracterizado por la maleabilidad de los conte­
nidos sociales, y por la flexibilidad de los vínculos sociales; "un ciberespacio que tan
sólo existe en tanto que hay quien lo habite/ ocupe" ( Mayans, 2002: 240) . Esta reali­
dad virtual se hace posible a través de la inmaterialidad fisica que permite un tráfico
de sociabilidades y juegos identitarios, liberados de muchas de las barreras que la
distancia o el cuerpo han impuesto tradicionalmente sobre la sociabilidad humana.
Por ello, las transformaciones históricas que se están produciendo, no se limitan
a los ámbitos tecnológico y económico, ya que en un sistema interdependiente de
relaciones sociales, afectan a la cultura, la comunicación y las instituciones políticas.
Levis expone (2005: 12) que "la red cuyos primeros nodos empezaron a funcionar en
1969 con fines exclusivamente científico-militares, sus usos derivaron pronto hacia la
comunicación interpersonal y las actividades de ocio", así como a un uso académico
por parte de las universidades. Desde hace más de 20 años, diferentes servicios tele­
máticos permiten que personas situadas en distintos lugares del mundo intercambien
mensajes de todo tipo a través de Internet. Este hecho supone un cambio radical,
debido a su utilización como herramienta para comunicación interpersonal y las acti­
vidades de ocio, que ha conllevado a que hoy en día Internet haya pasado a ocupar el
estatus de las "plazas" como espacios abiertos para el encuentro e intercambio, donde
hay cabida para todo en sus diferentes formas. Plazas sin territorio fisico, cuyos usos
van conformando su espacio simbólico a través del tiempo, y mediante las prácticas

de las (os) usuarias (os) .


Debido a este impacto en la cultura, por parte de las Tecnologías de la Infor·
mación y Comunicación (TIC) , Cibercultura surge como un concepto que engloba
HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉSBICA 2 47

todo lo que sea movimiento, evolución y cultura de los mundos-red, creada entre
quienes navegamos a través de las pantallas de nuestros ordenadores. En defini­
úva, hablamos de un nuevo territorio para la socialización, novedoso porque la
virtualidad posibilita unas estructuras de tiempo simultáneas e instantáneas, la in­
terconexión de la información, y el constante estado de flujos de sus espacios. Ca­
racterísticas según Gubern ( 1 999: 1 42) que ofrecen ventajas para la comunicación
sentimental y resultan ideales para las personas tímidas, solitarias, y quienes viven
en zonas despobladas. Puesto que además, habitar el territorio descorporeizado del
ciberespacio, supone la posibilidad de escoger quiénes queremos ser, teniendo la
opción de mostrar cómo somos, construir "nuestra" personalidad, liberar una parte
de nosotras { os) , o ser anónimas ( os) e invisibles.
La cibercultura se conforma por lo tanto, a partir de lo que Levis (2005: 27)
define como un gran baile de máscaras donde millones de personas, disfrazados
con los más diversos trajes, intercambian compañía, interpretan roles, dan rienda
suelta a identidades desconocidas o negadas, y construyen con sus fantasías, una
realidad (de ficción ) a través de la desinhibición que proporcionan el teclado y la
pantalla. Así, no es de extrañar que el uso de Internet se haya convertido en una
práctica social cada vez más presente en la cotidianeidad, pues como muestran di­
versas investigaciones que han aplicado el método antropológico al análisis de los
entornos y contextos virtuales (Mayans, 2002; Hine, 2004; Ardévol y Grau, 2005;
Gil y Vall-llovera, 2006) , Internet puede ser objeto de estudio en sí misma como
cultura y como artefacto cultural teniendo en cuenta que los entornos virtuales de
interacción, constituyen espacios idóneos para la conformación de comunidades e
identidades colectivas (Generelo, Pichardo y Galofré, 2008: 99-100) .
Pisani y Piotet (2009: 10, 14) hablan de "alquimia de las multitudes" y "webactores"
en relación con la aventura colectiva que supuso el despliegue de la web 2.0, en la
que los usuarios actuales no se contentan con navegar, sino que son los protagonistas
de Internet al proponer servicios, implicarse y generar la mayor parte del contenido
de la web. En relación a la reconceptualización a través de las innovaciones posibles
de este espacio, hablo de navegado/habitado, aunque Gubern años atrás defendie­
se (1996: 1 66-1 68) que "el ciberespacio no existe para ser habitado, sino para ser
recorrido como un espacio transitorio y efimero, donde el sujeto se desplaza con su
escenario a cuestas". Desde los flujos y conexiones que generan redes en la Red, y
teniendo en cuenta que la realidad virtual nos posiciona ante sujetos online y ofjline,
la etnografia puede servir para profundizar en las nuevas prácticas y dinámicas que
la tecnología va adquiriendo en las culturas que la alojan, y las resignificaciones que
a su vez se van produciendo en éstas. Como por ejemplo los lenguajes y códigos que
los habitantes/navegantes del ciberespacio generan y que progresivamente se van
trasladando fuera del entorno virtual, o los nuevos estilos de vida y sociabilidades
que tanto nativos digita/,es 1 -haciendo referencia a las generaciones que van nacien­
do en la era de Internet e incorporan los avances de última generación con gran

1 Véase M. Prenski (200 1 ) "Digital Natives and Digital Inmigrants", On the Horiz.on ( NCB) núm. 5, vol.
,

9, octubre, University Press, en Rueda (2008: 1 7) .


GISELA PÉREZ SANTANA

facilidad-, como inmigrantes digitales -las generaciones que nos incorporamos pro­
gresivamente a los cambios tecnológicos-- estamos construyendo.
Las nuevas formas de concebir y vivir el mundo-red producidas por la tecnología
digital están creando espacios sociales inéditos de relación caracterizados por la
deslocalización. Una de las posibilidades que ha concebido la Red y que más se ha
generalizado, ha sido el contactar con personas desconocidas a lo largo y ancho
del planeta, lo que se conoce como "relaciones mediadas por ordenador". Esta ne­
cesidad de establecer contactos online, según Rosalía Winocur ( 200 1 : 89) se puede
entender como "la recuperación ilusoria de los lazos comunitarios, en un formato
light que integre pero no amarre, que escuche pero no juzge, que brinde sentido de
pertenencia pero que no castigue ni margine a quien escoge salirse, por lo que se
presenta como manifestación explícita e implícita del deseo individual y grupal de
lograr una mayor tolerancia y reconocimiento de las diferencias". Por ello, esta au­
tora defiende que la importancia fundamental de estas redes y contactos virtuales se
basa en la proyección y validación de las necesidades de sus miembros, en muchos
casos, minorías o sujetos considerados desviados o problemáticos en sus ámbitos de
pertenencia. Para Gil y Vall-llovera ( 2006: 23) "estas voces no escuchadas pertene­
cen a quienes están sometidas a categorías como joven, mujer, inmigrantes, gente
mayor, homosexual, etc. Grupos de población que supuestamente se mueven en
los márgenes de la sociedad, aunque tal vez sean en sí mismas sociedades diferen­
tes que no participen en la definición de la sociedad dominante, que no pueden
definir objetivos ni celebrar logros, que no pueden participar de la elaboración del
pensamientos colectivo porque cuando hablan, hay quien solamente oye un ruido".

IDENTIDADES DISIDENTES ONUNE

A través de millones de World Wide Webs, Internet se ha convertido en un gigantes­


co árbol de subculturas, donde sus navegantes crean comunidades a los márgenes
de las comunidades tradicionales y sus vínculos familiares y espaciales. Subgrupos
sociales, que a partir de intereses comunes de cualquier tipo, desarrollan un vínculo
relacional y un sentido de pertenencia a través de la comunicación virtual, permi­
tiendo "todo un abanico de posibilidades de intercambio entre personas que fisi­
camente nunca llegarán a verse, pero que con un simple clic se pueden desplazar
virtualmente al otro lado del globo y entablar comunicación con otros" (Corbacho
y Pérez, 2006: 1 ) . En definitiva, el ciberespacio está constituyendo hamtaciones jmr
pias para grandes "minorías" que han quedado excluidas e invisibilizadas. Parte de
esta realidad, como ha mostrado el trabajo coordinado por Generelo, Pichardo y
Galofré,2 se ha convertido en un mecanismo de homosociabilidad, donde se hace
patente las disconformidades relativas al poder normativo y los conflictos personales

2 Véase Generelo, Jesús; Pichardo, José Ignacio y Galofré, Guillem ( 2008 ) , Adolesancia y sexualidadts
minoritarias: voces desde ÚJ exclusión, Alcalá la Real Qaén) : Alcalá Grupo Editorial.
HABITANDO EN RED: lA CIBERCULTURA LÉSBICA 249

que atraviesan cotidianamente las personas lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.


Mirando retrospectivamente, la construcción de las identidades y prácticas sexua­
les, tanto la perversión sexual, el sadomasoquismo, la pederastia, etc., como la pro­
pia heterosexualidad normativa, son según Guasch (2005: 23) "inventos psiquiátri­
cos del siglo XIX, artefactos culturales que nacen en el contexto político y económico
de la Revolución industrial". Por ello, el significado de homosexualidad nace social y
médicamente a partir de dicha categorización, pasando de ser una práctica constata­
da (García, 1 98 1 ; Lizarraga, 2003) a una patología que definía a una nueva clase de
sujetos que debían ser curados y controlados. Desde entonces, esta terminología se
ha utilizado indiferentemente para etiquetar tanto a hombres como a mujeres que
vivían --<> pretendían vivir- su sexualidad con personas de su mismo sexo, hecho
que ha supuesto situar realidades tremendamente diversas bajo un mismo código.
La estigmatización y marginalidad generada por la heteronormatividad sobre la
población homosexual, hace que al igual que ocurre con otros colectivos en exclu­
sión, se creen espacios y estrategias de resistencia a la opresión. Por ejemplo, a través
de códigos lingüísticos propios para cubrir la necesidad de relacionarse, auto-reco­
nocerse e identificarse con sus iguales, como muestran los trabajos de Pereda (2004)
y Rodríguez (2008) . En estos procesos, personales y colectivos, los Movimiento de Li­
beración Sexual han realizado una labor fundamental, tanto en su función de reivin­
dicación por el reconocimiento de derechos sexuales para su población, como en la
creación de espacios de libertad y encuentro, a los que se suman los espacios de ocio
conocidos como de "ambiente", espacios que confieren un sentido de pertenencia
y producen el fortalecimiento de la propia identidad. Se puede afirmar por lo tanto
que, Activismo, Ambiente y Annario han sido los territorios de liberación/reclusión
habitados por la población LGTB. Terrenos de resistencia y visibilización que siguen
vigentes, pero que a su vez han pasado a ocupar un estatus virtual.
Los procesos de globalización tecnológica, han jugado un papel esencial para los
movimientos sociales, puesto que la capacidad de autoorganización y las posibilida­
des de establecer una comunicación horizontal, se han diversificado con el uso de
Internet al favorecer el intercambio de información de manera rápida y económica.
Desde los movimientos sociales además de apropiarse de estas facilidades de la Red,
según afirma Castells (en Pascual, 2006: 1 63) "están surgiendo debates profundos
para encontrar formas de resistencia no violentas y que innoven, y consecuencia de
estos cambios es que la utilización de Internet como forma de protesta virtual y la
intervención mediática, sean cada vez más importantes que la ocupación fisica del
espacio". En este sentido, el ciberespacio como área motor para la acción de la co­
munidad LGTB y el cambio político que ésta promulga, ha propiciado la creación de
un verdadero movimiento global de liberación sexual, en el que el discurso de los
derechos humanos ha sido lenguaje común y vía eficiente para promover el c ambio
cultural necesario en lo que atañe a las situaciones de desprotección e injusticia
de dicha comunidad. Permitiendo de este modo, compartir estrategias, acciones y
marcos de transformación que se adapten a la diversidad de los contextos locales.
Es sabido que en la última década se ha hecho efectiva la consecución de cambios
legislativos que están siendo claves en lo que concierne a los derechos humanos
GISELA PÉREZ SANTANA

de la población LGTB. Estos logros producidos en algunos países han demostrado


repercutir a nivel internacional al instaurarse como modélicos en la lucha por la no
discriminación. Pioneros en estos avances legislativos son Holanda y Bélgica, que
reconocieron el matrimonio entre personas del mismo sexo en 200 1 y 2003 respec­
tivamente. Dos años después se haría también posible en Canadá y en España; en
2006 en Sudáfrica, y recientemente, en mayo de 201 0, Portugal también ha hecho
efectiva la ampliación de derechos. En cada uno de estos países este reconocimiento
ha constituido un hito histórico que hace justicia a una demanda social, al mismo
tiempo que se convierte en un motor que alienta, desde las esferas políticas a la so­
ciedad civil, al apoyo de iniciativas en pro del reconocimiento de los derechos huma­
nos de las identidades disidentes y de la limpieza religioso-moral de las legislaciones,
en países donde las violaciones de los derechos sexuales se hacen más patentes. Por
otro lado, según datos ofrecidos por la ILGA (Asociación Internacional de Lesbianas,
Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales) , la homosexualidad continúa siendo
ilegal en 76 países, y en cinco de ellos se procede a su castigo con pena de muerte.
Centrando ahora nuestra mirada en los países latinoamericanos, estas modifica­
ciones nos llevan a un amplio abanico de realidades que van desde países que no
han legislado la prohibición de discriminación por orientación sexual, al reconoci­
miento del matrimonio entre personas del mismo sexo. Procesos político-sociales de
consecución de derechos, con un largo camino de reivindicación por parte de los
movimientos LGBTITI. 3 Entre estos avances destaca Uruguay como el primer país lati­
noamericano que desde 2007 reconoce la Unión Civil nombrada como Unión Con­
cubinaria, para quienes acreditasen una relación de al menos cinco años -mismo
año que en Nicaragua se derogaba el artículo 204 del Código Civil que castigaba con
tres años de cárcel la sodomía, entendida por los legisladores como homosexuali­
dad-. Por otro lado, Argentina consigue en julio de 20 10, ser el primero en avalar el
matrimonio entre personas del mismo sexo, dando consecución al reconocimiento
de Unión Civil que se había producido progresivamente en las ciudades de Buenos
Aires, Río Negro y Carlos Paz (2002, 2003 y 2007 respectivamente) . Y la ciudad Méxi­
co, primera capital latinoamericana en celebrar matrimonios desde marzo de 20 10,
ejemplo que es apoyado por el estado de Quintana Roo, México en el año 20 12.
A pesar de estos cambios legislativos en algunos países y ciudades que favorecen
la igualdad y la no discriminación,4 la realidad social no ha variado tanto como

' Las siglas que se utilizaban internacionalmente hasta hace unos años eran LGTB. En España la ma­
yoría de los grupos que componen el Movimiento se continúan autodenominando así. En cambio, en el
contexto mexicano se está utilizando Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales, Travestis, Transgéneros
e Intersexuales ya que a medida que se reconoce la diversidad, se hacen visibles nuevas discriminaciones
múltiples, y el deseo de nombrarse crea nuevas categorías identitarias. Considero que aunque se nombran
y por lo tanto visibilizan, puede conllevar al error de mostrar con un mismo análisis realidades muy dife­
rentes, corno ya ha ocurrido para el caso LGTB. Siendo consciente de ello, opto por usar LGBTITI por re­
cordar la gran diversidad existente que ofrece resistencias ante la imposición de identidades normativas.
4 Algunos ejemplos son la ciudad de Buenos Aires que cuenta desde 2008 con un plan de políticas

públicas específicas para erradicar la discriminación por orientación sexual e identidad de género, y ga­
rantizar el pleno acceso a los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Mientras
que en el Distrito Federal (México) se iniciaron en 2001 políticas a favor de la población homosexual,
HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉSBICA

a veces nuestros espejismos nos hacen creer, puesto que las personas lesbianas,
gays, bisexuales y transexuales continúan sufriendo la violencia expresada en los
diferentes espacios de la vida social. Una violencia que aún se promociona desde
algunos discursos científicos y religiosos, y que prolongan la consideración de la
homosexualidad como perversión sexual con tratamientos posibles para redirigir su
desvío. Una violencia que comienza en forma de insulto con términos peyorativos
y ofensivos, que agrede, silencia, excluye e impide alcanzar la normalización, pero
que también se convierte en violencia fisica y muerte. Todo ello, debido a que el
estigma que aún prevalece sobre las expresiones sexuales alternativas, imposibili­
ta que se reconozca a las personas independientemente de sus deseos afectivos y
sexuales, relegándolos a habitar en entornos hostiles, donde su autoestima queda
dañada por la imposibilidad de establecer modelos de vida positivos.
La ausencia de espacios sociales normalizados, negados e incómodos para la
población LGBTITI, ha promovido que con el auge de Internet las identidades di­
sidentes se muestren y ocupen el ciberespacio. En un paseo por la red, podemos
encontrar desde páginas web de asociaciones y federaciones LGBTITI, con sus co­
rrespondientes materiales de sensibilización, programa de actividades, etc . ; a por­
tales de revistas y agencias de noticias sobre diversidad sexual como es el caso de
<www . enkidumagazine.com>, <http://anodis.com> y <http://deambiente.com>;
webs de contactos como <www. chueca.com>; programas de radio online como
<http://frecuenciagay.diariomadrid.eu>, y un largo etcétera. Pero la mayoría de
estos espacios, aunque mixtos, muestran la realidad de lo que se vende y visibiliza
como homosexualidad, donde el propio mundo "gay", ha dejado en un segundo
plano a las lesbianas.

NO-LUGARES LÉSBICOS

Para entender la invisibilización de las lesbianas tanto en el mundo "gay" como en


la heterorrealidad, necesitamos preguntarnos cómo ha sido construido el sujeto
lésbico y en qué maneras se manifiesta la estructura discursiva del heterosexismo
patriarcal en los cuerpos y vidas de las mujeres lesbianas. Para ello, retomamos
las formulaciones teóricas que parten del cuestionamiento de la heterosexualidad,
que el feminismo lesbiano avanzó desde la década de los setenta. Un planteamien­
to radical, que a pesar de convertirse en base conceptual tanto del Movimiento
Feminista como del de Liberación Sexual, queda posteriormente excluido de las
voces de unas y silenciado por el "orgullo" de los otros. Unos discursos que a su vez,

prohibiendo la discriminación por orientación sexual, añadiendo en 2006 la aprobación de la Ley tú


Sociedades tú Convivencia que permitía el reconocimiento legal de la unión civil entre homosexuales. En
el caso de Nicaragua, trns derogación del casúgo por sodomía, se nombra en el año 2009 a la primera
Procuradora Especial para la Diversidad Sexual, con el objeto de fiscalizar, promover y defender los
derechos de las personas gays, lesbianas, transexuales y bisexuales.
GISELA PÉREZ SANTANA

se retroalimentan en las propuestas que afloran desde la antropología feminista,


aportando con ello interrogantes que reconceptualizan la disciplina antropológica.
De esta manera, comenzando por ofrecer apuntes para cuestionar las desigualda­
des adscritas a diferencias construidas, estas apuestas evidencian el trasfondo de las
dicotomías sexo/género, naturaleza/cultura, a través de trabajos etnográficos que
lidian con los cánones que encorsetan los naturalizados marcos normativos.
La naturalización y diferenciación sexo-genérica de los cuerpos, ha ejercido de
pilar sobre el que se ha fundamentado y fortalecido el sistema patriarcal a lo largo
de nuestra historia. Una diferenciación que se justifica con la creación de una ima­
gen naturalizada de las mujeres, como seres inferiores y dependientes del hombre,
y que instaura en el parentesco la base de la organización social para el control y
protección de estas "débiles". Para Camargo y Pérez ( 2005: 20) estas "imágenes
edificadas por mitos, creencias y construcciones imaginarias, son reforzadas social­
mente hasta convertirse primero en consignas y luego en condenas". En este entra­
mado anclaje, el papel cultural asignado a la sexualidad ha sido clave puesto que
al nombrarlo como terreno exclusivamente dominado por los deseos y placeres
masculinos, se convertía en herramienta de control del destino y el cuerpo de las
mujeres. Desde la dominación masculina se reconoce el papel imprescindible de la
mujer, motivo por el que se define la capacidad reproductiva como la única habili­
dad y función de las féminas, recluyéndolas de este modo al ámbito privado y a su
vez, excluyéndolas de las tareas productivas.
Como veíamos al revisar la creación de la categoría "homosexual", las leyes
sexuales impuestas por los tabúes religiosos desde donde condenar las relaciones
desviadas, incorrectas y al margen de la sexualidad buena, normal, natural, han
demostrado con creces su eficacia --conjuntamente con la mitificación del amor-,
como una de las armas para ejercer el control de la sexualidad. Por lo tanto, las
buenas mujeres definidas desde la identidad genérica, serían quienes asumieran los
roles y tareas propias de la feminidad siendo buenas hijas, buenas esposas y buenas
madres. Fuera de esta horma quedarían quienes adoptasen patrones sexualmente
activos propios de la masculinidad, transgrediendo así la moralidad y el honor, y
pasando a convertirse en objeto de desprecio social.
Dichas prescripciones establecen los mecanismos que facilitan que desde la fa­
milia, la comunidad, y en definitiva desde la cultura, se pueda controlar con mayor
facilidad la experiencia sexual de las mujeres que la de los hombres. Es por lo tanto,
en este contexto en el que se construye la categoría "lesbiana" como disidencia ante
la opresión de las mujeres por parte de la institución de heterosexualidad obligato­
ria. Hablamos así de un sujeto que queda restringido a un espacio de castigo, al ser
nombradas como opuestas al modelo de mujer femenina y, puesto que transgreden
e incumplen sus normas y deberes de género, como una amenaza para el conjunto
de las mujeres. Este voraz discurso cultural, posiciona simbólicamente a las muje­
res lesbianas en lo que Alfarache define (2003: 1 63) como "no-lugares culturales
donde son materialmente oprimidas y no nombradas". Por lo tanto, la definición
negativamente asignada al término lesbiana, a través de su carga estigmatizadora,
ha supuesto un gran lastre para todas aquellas mujeres que compartan o deseen
HABITANDO EN RED: lA CIBERCULTURA LÉSBICA 2 53

compartir sus vidas con otras mujeres.


La construcción y evolución del lesbianismo como identidad sexual no normati­
va, hace palpables las múltiples discriminaciones de las que han sido (y son) objeto

las mujeres homosexuales. El predominio del sexismo y de la homofobia que aún


impera en nuestras sociedades, ha creado un clima en el que las lesbianas corren un
grave riesgo de sufrir violencia fisica y psicológica, considerando el silenciamiento e
invisibilidad de la vida de estas mujeres como el más generalizado de éstos, tanto en
la comunidad, como en el hogar. Un silenciamiento que se torna cotidianamente
palpable, pues cierto es que nadie debe tener la obligación de reconocerse públi­
camente como homosexual, pero cómo puede llegar a sentirse una lesbiana en su
entorno laboral, cuando reiteradamente se ridiculiza lo diferente y escucha burlas,
insultos y chistes sobre quienes son como ella; cuando no puede mostrar su afecto
en público sin sentirse observada y(o) juzgada; si en su nuevo trabajo se organiza
una comida de empresa a la que cada una de sus compañeras asistirá en compañía
de su marido; o si después de años de relación de pareja, para el entorno familiar su
compañera sigue siendo "la amiga". Igualmente, la gama de castigos no tan sutiles
es amplia y variada, pues si miramos a un pasado aún cercano en nuestro contexto
cultural, las jóvenes que revelaban su orientación sexual podían ser sometidas a di­
versos y duros tratamientos de conversión o curación para su desvíu, o por otro lado,
escoger aceptar la tradición social-familiar, y casarse para cumplir "su mandato" de
buena hija-esposa-madre. Pero en otros casos, la imposición cultural puede llegar
aún más lejos, dando cabida a que estas mujeres puedan ser obligadas a mantener
relaciones sexuales con hombres de forma reiterada y no consentida.
La negación e invisibilidad social ha perpetuado el afrontamiento de estas muje­
res ante diferentes obstáculos que van desde el reconocimiento de la propia identi­
dad, a los prejuicios y trabas sociales que se generan cuando intentan manifestarse
como homosexuales, donde bajo el manto de la incomprensión de la norma social,
las situaciones vitales de las mujeres lesbianas han estado marcadas por el conflicto
entre el deber ser genérico, y los deseos de optar por un estilo de vida como per­
sona libre y con total derecho para la deconstrucción y reconstrucción constante
de su sexualidad e identidad. Viñuales plantea (2000: 59) que "los cambios que se
producen en la conciencia de una categoría social estigmatizada, implican que el
tiempo que puede precisar una persona hasta que se adscribe a dicha categoría es
arbitrario. Para algunas personas puede ser o bien cuestión de semanas o meses, o
una decisión que nunca tomaría a lo largo de su vida, o bien que sólo asumen en
determinados ámbitos y ante determinadas personas".
Como afirma Gimeno ( 2007: 27-28) "si la heterosexualidad fuese natural o si­
quiera beneficiosa para las mujeres, no necesitaría de los enormemente complejos
mecanismos que se emplean para que las mujeres se mantengan dentro de ella a
pesar de los inconvenientes que les acarrea". Así, el ocultamiento de la realidad
lésbica se instaura como un mecanismo más de sustento de la heterorrealidad, ge­
nerando con ello el desconocimiento de estas realidades y la falta de referentes vá­
lidos. Teniendo en cuenta además, que la concepción hegemónica de la sexualidad
establece la relación coital como única natural, y por lo tanto ésta implica al falo/
2 54 GISELA PÉREZ SANTANA

pene como el actor de poder indispensable. En ausencia de éste, el acto sexual no


se concibe como tal puesto que no se enúende que sin él, sean posibles relaciones
eróúcas completas y placenteras. Todo ello, da cabida a la construcción de una
imagen idealizada de la sexualidad lesbiana que se ha converúdo en objeto del
deseo sexual masculino, como apunta el trabajo realizado por Paloma Ruiz sobre
pomografia, sexualidad lesbiana e Internet (Platero, 2008) .
Por otro lado, es importante resaltar que cuando hablamos de los territorios de
liberación/reclusión de la población LGBTITI, más concretamente del ambiente como
espacio de relación y socialización, tampoco ha conseguido ser un espacio seguro
del cual apropiarse, sino más bien ha llevado consigo un escaso senúdo de perte­
nencia por parte de las lesbianas. Este hecho deriva de la difusión de un mundo gay
consútuido como territorio para hombres, mayoritariamente jóvenes y con poder
adquisiúvo medio-alto, desde donde en definiúva se entabla la contradicción de per­
petuar las formas de discriminación, incluso dentro de un colecúvo que por sus con­
ductas culturalmente desviadas, conúnúa siendo población excluida. Y por lo tanto
supone la escasez de espacios de libertad, comprensión y seguridad offline, además
de las dificultades ante las que las lesbianas se encuentran a la hora de acercarse a
ellos, ya sea debido a las restricciones propias de los "armarios", a las condiciones
geográficas, 5 o al riesgo de eúquetación social inmediata a la que están expuestas.
Todo ello construye barreras que no todas las lesbianas están en condiciones de su­
perar, principalmente en los comienzos de su auto-idenificación, y en la búsqueda
de las primeras tomas de contacto afecúvo-sexual con otras mujeres.
El closet o armario, ha impedido la existencia visible de estas idenúdades y mo­
delos diferentes de relación de parejas, y consecuencia de esta reclusión es que
no hayan podido interiorizarse como posiúvos. No poseer estos referentes, unido
a la soledad y el aislamiento social, el miedo al rechazo, la falta de apoyo familiar
y la baja autoaceptación que ha instaurado la heterosexualidad obligatoria, puede
llevar a senúrse culpable y responsable de su propia exclusión. Asimismo, como se
ha mostrado en algunos informes realizados en Estados Unidos, derivar en "proce­
sos de destrucción personal y altos índices de suicidio, principalmente durante la
adolescencia, al ser ésta la etapa en la que comienza la autoconstrucción idenútaria.
Por ello, Llamas y Vidarte (2000: 46) considera "que el hecho de que toda lesbiana
o todo gay casi sin excepción haya pasado una temporadita viviendo en su interior,
obliga a considerar el armario como una insútución opresora, promovida y contro­
lada e insúgada por la sociedad: éste es el fondo del armario, lo que el armario es
en el fondo". Donde como si de un rito de paso se tratase, hay que pasar una tempo­
rada recluida/recluido, para "prepararse" a afrontar la salida del mismo y la "nueva
vida". Una reclusión que supone no tener ni voz, ni vida pública, y por lo tanto, no

5 Las condiciones geográficas hacen referencia a que tanto los espacios creados por el activismo lé!r
bico, como los espacios de ambiente para lesbianas, por lo general únicamente se encuentran en capitales
y grandes ciudades; además, usualmente estos espacios de ocio se dirigen a un público joven. Por lo
tanto, una mujer que viva en una zona rural, que no se sitúe entre los márgenes que la sociedad consi·
dera como "joven", o que posea una discapacidad, tendrá que soportar una suma de exclusiones en su
identidad como mujer lesbiana.
HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉSBICA 2 55

existir. Una estrategia que ha interesado al sistema heteronormativo, puesto que si


no se existe no hay reivindicación posible ni referentes válidos.
Quisiera en este punto aclarar que cuando hablamos de identificación o auto­
aceptación, no significa que sea éste un proceso obligatoriamente cumplido para
todas las lesbianas, pero sí bastante generalizado debido a las presiones del contexto
sociocultural, en el que tal y como hemos ido analizando en el repaso de la construc­
ción del sujeto lésbico, no es deseable optar por una identidad atravesada por múl­
tiples discriminaciones y constituir una vida sentimental de silencio e invisibilidad. Y
es que la existencia lesbiana, afirma Adrienne Rich ( 1 999: 1 89) , "comprende tanto
la ruptura de un tabú como el rechazo hacia un mundo de vida obligatorio, y supone
un ataque directo o indirecto a los derechos masculinos de acceso a las mujeres". Por
ello, autoras como Monique Wittig (2005: 57) desde el lesbianismo radical, con el
objetivo de liberarse de la pertenencia a la clase política "mujeres", defiende que las
lesbianas no son mujeres puesto que tal definición solamente es posible en relación
con el sistema heterosexual de pensamiento y con el hombre, mientras que el sujeto
lésbico se construye al margen de la dependencia económica y sexual de éstos.
Las tecnologías de la realidad virtual y la comunicación horizontal que éstas
permiten, dejan fuera muchas de las exclusiones que impregnan nuestras vidas,
aunque Rubio (2006: 1 26) nos recuerda que no significa que creen una cultura
libre del sexismo tradicional, puesto que por el contrario, ejercen una representa­
ción sobre el cuerpo material y reproducen las relaciones de poder entre los sexos.
En este sentido, Remedios Zafra (2007: 48) afirma que "las mujeres, exiliadas de
nuestros cuerpos y del mundo real, nos vimos obligadas a entrar en la Red como
inmigrantes, ya que lo hicimos percibiendo que aquel territorio no era nuestro,
que estaba escrito y leído en masculino -puesto que la tecnofobia de la mujer y el
analfabetismo digital femenino, tenía ya entonces mucho de mito, pero su proporción
real acentuaba el sentido de extranjería-". Pero a pesar de la brecha digital, poco
ha costado a las mujeres y al feminismo habitar la red y empoderarse en la realidad
virtual, y así, desde hace unos años se habla del ciberfeminismo como una nueva
oleada del diversificado movimiento. También las lesbianas, siempre a caballo entre
los feminismos y el movimiento LGTB, han sabido apropiarse de las posibilidades de
la comunicación virtual, construyendo Internet ya no sólo como refugio tras la más­
cara del anonimato, sino como herramienta de apertura, visibilidad y resistencia
ante la opresión. Un espacio donde opinar y expresar libremente sus sentimientos,
ventanas a un mar de opciones en el que navegar y mostrarse sin miedos.
La realidad expuesta ha llevado consigo a que en los últimos años la cultura lés­
bica haya pasado a construirse habitando el ciberespacio, de manera que las lesbia­
nas han creado sus propios espacios en la red, a través de infinidad de foros, chats,
blogs, MySpace y Webs, diseñados por y para lesbianas, que con sus respectivas re­
comendaciones de viaje (o hipervinculos) incitan a continuar construyendo la Red.
Ciberespacios en donde se torna posible encontrar información de cine, música y
literatura lésbica; series online --como es el caso de las dos primeras series lésbicas
españolas <www. appleslaserie.com> y <www . seriechicabuscachica.com>-; artícu­
los, testimonios para la reflexión, redes de contacto, información sobre derechos
GISEIA PÉREZ SANTANA

e historia del movimiento; listas de distribución, biografias de mujeres lesbianas, u


orientaciones sobre redes y espacios de ocio para mujeres, como es el caso de <.www.
alesway.com>, una web de gestión online de espacios de encuentro y ocio offiine,
iniciativa que según definen sus creadoras:

Nace en febrero de 2009 con el deseo de ofrecer nuevos espacios de ocio y crecimiento per­
sonal orientados a mujeres lesbianas y bisexuales. Cuyas actividades se desarrollan en España,
pero están abiertas a cualquier mujer lesbiana o bisexual del mundo que desee disfrutar y
compartir buenas experiencias con otras mujeres con sus mismas inquietudes. Un proyecto,
en definitiva, que surge de la propia experiencia y que intenta aportar más alternativas a una
nutrida comunidad que sigue siendo una gran desconocida.

Otro ejemplo son las bitácoras o weblogs, un fenómeno que se triplica a diario y
que en el caso de las lesbianas supone una reflexión compartida de experiencias per­
sonales, como muestra el libro ¿De otro planeta ?. . . 6 que recoge extractos de 34 blogs
escritos por lesbianas entre 2003 y 2006. Asimismo, redes sociales y comunidades vir­
tuales como la mexicana <www. lesmexico.org> y la chilena <www . montedevenus.cl>,
son algunas de las múltiples webs en las que es posible además de informarse, con­
tactar con otras mujeres a través de sus foros y canales de chats. Pero otros ejemplos
son comunidades de MSN como <www. mujerxmujer.com> que se han convertido en
revista virtual de cultura lésbica, o webs como <www. orlandocem.org> que actual­
mente se ha transformado en soporte real de reivindicación, motor de encuentro y
referente de visibilidad, pero que nació como "canal#orlando" de IRC-hispano,

un espacio chat para la comunicación de mujeres desde el armario, y que ha favorecido el en­
cuentro de cientos de mujeres a lo largo y ancho de la geografía española y latinoamericana,
sirviendo a muchas mujeres como punto de partida para aceptar su lesbianismo, encontrarse
a ellas mismas y a otras muchas como ellas, y a que sus vidas, en definitiva, hayan sido más
plenas y felices <http:/ /orlandocem.org/mujeres_lesbianas/node/8 >.

Estos ciberespacios que en palabras de Elisabethjay (2007: 797) , "podrían ser vis­
tos como guetos virtuales, para las lesbianas-feministas adquieren un significado de
fortalecimiento de identidades y libertad de expresión, a lo que se suma la posibi­
lidad de traspasar las fronteras locales". Mientras que Chandler plantea que la Red
no sólo se emplea para publicar información, sino también para construir activa­
mente identidades, hacer y responder a la pregunta ¿quién soy? (Leung, 2008: 83) .
Estos casos, por lo tanto, muestran la importante y necesaria demanda por parte de
la población lésbica, de "espacios vitales afirmativos" (Alfarache, 2003: 1 55) para la
construcción del yo y la vinculación con la comunidad, ya que la identificación ge­
nérica positiva para las lesbianas se relaciona con el encuentro con las semejantes
( ibid. : 229) . Pero como veíamos anteriormente, a todo ello se suma el hecho de que
difícilmente alguien puede adscribirse a una identidad si no se siente identificada

6 Nuria Rita Sebastián (ed. ) (2006) , ¿De otro planeta ? Miradas c.otidianas desde el universo bWg, España, Ellas.
HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉSBICA 2 57

con su etiqueta, lo que supone una mayor dificultad en la búsqueda de semejantes,


en la construcción de la propia identidad, y en definitiva, en la resolución de los
posibles conflictos identitarios.
Si nos acercamos a las posibilidades que Internet puede ofrecer a través de un
ciberespacio local-regional-global libre de restricciones sociales estigmatizadoras y
fronteras, apreciamos las posibilidades de convertirse en un recurso esencial que
incluso puede llegar a cubrir determinadas carencias y necesidades que han obliga­
do a migrar a algunas personas homosexuales (Pichardo, 2003: 293) , puesto que la
interacción online mitiga el aislamiento social al que han estado sujetas las mujeres
lesbianas. Para el caso de América Latina, tal y como afirma Elisabeth Jay (2007:
798-800) , el nivel de visibilidad que ha alcanzado la realidad lésbica sería imposible
sin la realidad virtual, ya que los testimonios han servido de estímulo para la acción
social, y para amar a pesar de la sanción social.
La realidad hoy en día para muchas lesbianas, es que los armarios no han desapa­
recido, y queda aún mucho trabajo de conciencia social para que esto suceda. Pero
habitar las redes digitales apropiándose de sus posibilidades comunicativas, está prcr
porcionando caminos alternativos de expresión, asociación y relación en un espacio
público de participación como es la Red de redes. Por lo que quizás es posible hablar
de hitos, siguiendo a Del Valle ( 1 997) , en la vida de las lesbianas que han encontrado
en la red esos espacios de aprendizaje e interacción social que buscaban. Las infran­
queables puertas de los armarios adquieren una nueva significación y se convierten
en ventanas desde donde verbalizar y compartir las propias experiencias para el be­
neficio de la comunidad. La cibercultura lésbica de nuestro territorio virtual se ha
convertido, por lo tanto, en el primer espacio habitado en el que las mujeres lesbia­
nas, sin importar el lugar del mundo del que procedan o en el que se encuentren,
pueden hablar en su propio nombre y poner caras a la invisibilidad. Un espacio en
incesante construcción donde sentirse libres para ejercer el control de sus cuerpos,
identidades y sentimientos, y continuar tejiendo sus propias redes de resistencia.

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CUARTA PARTE
NUEVAS PROPUESTAS TE Ó RICO-METODOLÓ GICAS
lAS ORGANIZACIONES DE MUJERES IND Í GENAS:
¿CÓ MO PENSAR l.A PLURALIDAD SOCIAL Y PO ÚTICA?

MARIE:JOSÉ NADAL*

El propósito de este artículo es dar cuenta del componente étnico en las sociedades
complejas contemporáneas insistiendo en la necesidad de enfoques pluridisciplina­
rios para analizar las experiencias sociales y políticas de agentes sociales marginados
por pertenecer a minorías raciales dentro de los estados-naciones. En particular,
me detendré en los esfuerzos teóricos para lograr una perspectiva respetuosa de la
diversidad destacando las diferencias sociales que existen entre las mujeres e insis­
tiendo en el papel social y político que juegan las mujeres indígenas, a pesar de la
posición subalterna en la cual están arrinconadas.
Para esto, pondré en relación a la antropología con varios enfoques posfeminis­
tas con el fin de evidenciar los aportes y los límites de estas prácticas discursivas en
su afán de redefinir los conceptos de género y de ciudadanía en un contexto inte­
lectual que, desde la mitad de los años 1 980, promueve la crítica del pensamiento
dual y de los principios modernistas de la Ilustración para evidenciar la heteroge­
neidad material e histórica de la vida de las mujeres. Además, enfocaré los estudios
Queer encabezados por Butler ( 1990, 2004) e inspirados por el deconstruccionismo
posmoderno, ya que buscan desnaturalizar el género al evidenciar las discordancias
entre sexo y género, la ambivalencia y la indeterminación de las identidades y de
las sexualidades. También analizaré el feminismo poscolonial iniciado por Mohanty
( 1997, 2008) el cual marcó una ruptura epistemológica y política con su volun­
tad de demostrar tanto las relaciones de poder que dividen a las mujeres como la
agencia de las mujeres del 'Tercer Mundo", las cuales habían sido definidas por su
pasividad frente a su condición. Caracterizando a la Mujer del Tercer mundo por
su falta de poder, su pasividad e ineficiencia en la resistencia a la dominación social
y sexual, el feminismo hegemónico ha creado un espacio diferenciado en el cual
la libertad de pensar y de actuar sería característica del Occidente. En el mismo
sentido, Moraga y Anzaldúa( l98 1 ) denunciaron que el racismo se articula con el
sexismo y marca de un modo particular a las mujeres. Por fin, el feminismo antie­
sencialista y pluralista de Mouffe (2000, 2003) analiza la variedad de las ideologías
de género sin dejar de buscar las condiciones que pueden unir a las mujeres y a los
hombres de diversas condiciones en la defensa de sus derechos ciudadanos.
Tres problemáticas vividas por mujeres indígenas mexicanas: la violencia intra­
familiar, la reconstrucción de las identidades sociales y sexuales en el desarrollo ru-

* Université du Québec a Montréal.


MARIE-:JOSÉ NADAL

ral y la militancia política, serán el escenario para reflexionar sobre la pertinencia


de algunas de estas conceptualizaciones derivadas del femin.ismo de la diversidad.
Partiremos de la idea de que, si es necesario cuestionar el esencialismo y el binaris­
mo homogeneizador del pensamiento occidental, la perspectiva antropológica de­
dicada a entender a las culturas "otras" en su diversidad ha defendido el postulado
de reconocer la unidad del género humano junto con la diversidad de las maneras
de vivir y de entender el mundo. En el caso de los estudios de género, nuestro cues­
tionamiento será: ¿Cómo pensar la dualidad dentro de la complejidad? o ¿cómo se
puede relacionar la dualidad del género con la diversidad de las mujeres?

PENSAR LA DIVERSIDAD AL CONSIDERAR LA BICATEGORIZACI Ó N SEXUAL

Desde principios de los años 1990, autoras como Nicholson ( 1990) , Fraser y Nichol­
son ( 1990) y revistas como Signs y Feminist Studies (dentro de las cuales se destacan
los artículos de Scott ( 1988) o Flax1 ( 1987) insistieron en el uso erróneo de los con­
ceptos de Mujer, de identidad femenina y de género para optar por una concep­
ción plural y compleja de las identidades sociales en la cual el género se articula
con la clase, la etnicidad, la raza, la edad, la orientación sexual y las características
personales (Christian, 1988; Bordo, 1 990) . A pesar de que sea justo considerar que
las mujeres son múltiples y que sostienen relaciones de poder entre ellas, es obvio
que una deconstrucción total del género y de la identidad de género nos llevaría a
la idea de que la mujer es una ficción, según la célebre expresión de Julia Kristeva.
Por esta razón, algunas investigadoras como Alcoff ( 1 988) proponen pensar el gé­
nero y la identidad de género como una construcción plural y cambiante, constitui­
da a partir de un conjunto de elementos que serían las condiciones económicas y
culturales, las instituciones políticas e ideológicas y la experiencia personal. Dentro
de estas relaciones, la posición de la mujer se distingue por la falta de poder. Con
esta propuesta ¿no está rehabilitada la dualidad?
Luego, si es importante luchar contra toda esencializacion de lo femenino, es
necesario resguardarse de un antiesencialismo inoperante ( Malabou, 2009) . El reto
de las ciencias sociales consiste en tomar en cuenta la bicategorización sexual (o sea
la dualidad) pensada en todas las sociedades sin caer en un pensamiento binario
homogeneizador. La antropología simbólica permitió, desde los años 1980, logros
conceptuales estudiando el género en su diversidad y su especificidad cultural.2

1 "Gender relations enter into and are constituent elements in every aspects of human experience. In turn, the
experience ofgender relations for any persons and the structure ofgender relations as social categuries are shaped úy the
interactions ofgender relations and other social relations such as class and race. Gender relations thus have no }Wd
essence: they vary both within and over time" (Flax, 1 987: 624) .
2 Tarnbien la sociologia entró en este debate: el enfoque pluridisciplinario, presentado en la com·
pilación dirigida por Daune-Richard et al. ( 1 989) , demuestra que el sexo/género puede ser definido
como una construcción simbólica de definiciones de lo masculino y de lo femenino y de valor diferen·
cial de los sexos al mismo úempo que una relación entre los sexos, la cual entra y consútuye las demás
LAS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS

Para MacCormack y Strathem ( 1 980) o Ortner y Whitehead ( 1 98 1 ) en cada cultura


el sistema simbólico otorga significados específicos a lo femenino y a lo masculino.
Sin embargo, en todos los casos, la diferencia sexual está pensada en términos de
oposiciones binarias y jerarquizadas que asocian lo masculino a lo superior. Esta
visión presenta el interés de dar a entender el carácter construido y arbitrario de
la preeminencia masculina. Sin embargo, se fue reduciendo la diversidad de las
expresiones de la dominación masculina a una serie mínima de oposiciones bi­
narias consideradas como universales (público/privado, cultura/naturaleza, puro/
impuro) , a pesar de las críticas imprescindibles de antropólogas como Strathem
( 1 980) , las cuales demostraron que las nociones de naturaleza, cultura o doméstico
no tienen el mismo significado según las culturas.
La demostración más relevante de la construcción generalizada de la diferencia­
ción sexual en términos duales pero diversificados según las sociedades se debe a
los trabajos de Héritier ( 1 996) . Partiendo del estudio de los sistemas de parentes­
co, de las representaciones de los líquidos corporales, de las representaciones de
la diferencia anatómica y fisiológica, esta destacada antropóloga establece que la
diferencia entre masculino y femenino ha sido pensada sin excepción en términos
contrarios, binarios y jerarquizados en todos los sistemas simbólicos,3 incluso en las
sociedades que admiten la ambivalencia y el entrecruzamiento entre los géneros.
Además, en el "modelo arcaico dominante" (Héritier, 2005) , la jerarquización se
hace en beneficio de lo masculino. Este "valor diferencial" de los sexos debe en­
tonces considerarse como una constante del pensamiento simbólico. No obstante
la universalidad de esta lógica binaria jerarquizada, resaltemos que con un mis­
mo "alfabeto" simbólico universal cada sociedad ha elaborado "frases" culturales
diferentes para imponer la preeminencia de lo masculino sobre lo femenino. En
resumidas cuentas, la antropología simbólica debe ayudarnos a entender cómo las
construcciones ideológicas que meten en juego el "valor diferencial" de los sexos
sirven de preámbulo a un análisis de las relaciones de sexo.
Ilustraré esta posición enfocando los estudios sobre la violencia conyugal en Mé­
xico partiendo de la idea de que, al defender una definición unívoca y universal de
la violencia contra las mujeres, los dispositivos gubernamentales dejan desprotegida
a una parte de la población indígena respecto a ciertas formas de violencia genérica
institucionalizada. Es el caso de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida
Libre de Violencia (publicada en el Diario Oficial de la Federación en febrero de 2007)
que impulsa una definición general de violencia como resultado de un proceso ins­
titucional que duró casi una década, apoyado por encuestas nacionales y estatales4

relaciones sociales que están en juego en la división sexual del trabajo intra y extradoméstico, en el
control de la sexualidad de las mujeres y en las relaciones de autoridad dentro de la sociedad, la familia
y la pareja.
' "Suppurt majeur des systemes idéowgiques, 1,e rappurt identique/differen t est a la base des systbnes qui oppo­
sent deux a deux des val,eurs abstraites ou concretes (chaud/froid, sec/humide, haut/bas, injerieur/supérieur, clair/
sombre, etc.), val,eurs contrastées que l 'on retrouve dans l,es grill,es de classement du masculin et du féminin" (Héri­
tier. 1996: 20) .
4 En particular, la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) ;
MARIE-JOSÉ NADAL

que subrayan la violencia intrafamiliar, definiéndola como una manifestación ex­


trema de las expresiones de la masculinidad en una sociedad donde las relaciones
entre los sexos toman la forma del machismo. Al definir la violencia conyugal como
una violencia esencialmente masculina, los dispositivos nacionales de lucha contra
ella se han constituido para lograr el respeto de los derechos de las mujeres y la
democratización de la familia gracias a la intervención de agentes especializados en
la transformación de las mentalidades.
No obstante la supremacía de esta concepción universalista de considerar la
modernización democrática de las prácticas sociales, las encuestas que se refieren
a las comunidades indígenas (como la Ensademi) , influidas por el enfoque posco­
lonial, ponen en evidencia las diferencias culturales y la agencia de las mujeres in­
dígenas en lo que se refiere al tratamiento de la violencia conyugal. Dentro de esta
perspectiva, González Montes y Valdés Santiago ( 2008) defienden la necesidad de
considerar la multiplicidad de las relaciones sociales intra y extra familiares que
entran en las redes de solidaridad y de reciprocidad constitutivas de las relaciones
de pareja, mientras que Raby (2010) analiza los dispositivos que aplican las fami­
lias nahuas de Guerrero para proteger a las mujeres maltratadas. A pesar de que
estos estudios hacen patentes las lógicas y dispositivos subalternos, quiero demos­
trar que al no distanciarse de la definición institucional del concepto de violencia
conyugal, no logran evidenciar todos los casos de violencia que las comunidades
indígenas tienen que solucionar, en particular cuando las mujeres son culpadas de
violencia. Relacionaré este problema con la necesidad de estudiar las definiciones
de lo masculino y lo femenino y del "valor diferencial" de los sexos para entender
la violencia de género y que los dispositivos actuales de lucha contra la violencia
intrafamiliar no se adaptan a la diversidad social y cultural de una sociedad pluriét­
nica como México.
El diario de un comisario municipal de un pueblo maya de Yucatán publicado
por Terán y Rasmussen ( 2004) me ha permitido comprobar que dos tipos de vio­
lencia son considerados tan graves que los dispositivos familiares no pueden con­
trolarlos y necesitan recurrir a los tribunales locales (Nadal, 20 10) . Son los casos de
la violencia recurrente por parte de un esposo en estado de intoxicación etílica y
el uso de la brujería por parte de la esposa. Los mayas de Yucatán se diferencian de
la sociedad global al considerar a la mujer como actriz de una forma de violencia
particularmente temida, la brujería. También se diferencian de la sociedad global
al considerar que sólo es la repetición de la violencia por parte del marido en esta­
do de ebriedad la que necesita una intervención institucional (y no familiar) para
proteger a la comunidad del desequilibrio social y sexual que tales actos producen.
Retomando el marco teórico de Héritier ( 1 977, 1 996) , estudié la relación de es­
tos dos tipos de violencia con las normas que rigen la construcción del género para
entender si la violencia masculina y la violencia femenina tienen el mismo valor.
En la simbología maya yucateca es patente la complementariedad de los géneros al

Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (Envim) o la Encuesta sobre Salud y Derechos de
las Mujeres Indígenas (Ensademi) .
LAS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS

mismo tiempo que su jerarquización (Nadal, 200 1 ) . El esposo es el jefe de familia


porque "Dios lo ha querido así" ya que lo creó con los huesos más fuertes que los de
la mujer. De su fuerza depende la sobrevivencia de la familia, ya que él produce el
maíz que su mujer transforma en alimento.5 Sin embargo, un buen jefe de familia
tiene que ejercer su autoridad con sabiduría. Esta sabiduría se encuentra en la natu­
raleza misma del hombre ya que sus huesos soldados le dan un pensamiento seguro.
En cambio, la debilidad física de la mujer proviene del hecho de que sus huesos
no están soldados para poder dar a luz. Esta falta de soldadura que va del cráneo
hasta el pubis deja que su mente pueda ser perturbada por muchos pensamientos
contradictorios, algunos buenos y muchos malos.6 También autores clásicos de la
antropología maya yucateca como Redfield y Villa Rojas ( 1 934) o Elmendorf ( 1 973)
encontraron que la masculinidad normal se caracterizaba por la falta de exaltación
y la circunspección en la relación amorosa. Entonces los actos violentos debidos al
delirio etílico del esposo están en contradicción con la definición del género mas­
culino maya. En cambio, la brujería de la esposa puede equipararse con la debilidad
"natural" de lo femenino sujeto a los malos pensamientos. Además, el género feme­
nino está construido de un modo ambivalente: valorada por su capacidad de dar
la vida, la mujer es temida por su naturaleza propensa a los excesos y por sus senti­
mientos mal controlados que pueden llevarla a tener tratos con las fuerzas ocultas.
Así, en el caso de los mayas yucatecos, la violencia del esposo es considerada como
una transgresión de las normas del género (y no como una continuación de la de­
finición de lo masculino) y la violencia femenina, por lo contrario, está relacionada
con un aspecto de la definición de la femineidad.
Por otra parte, al considerar las soluciones para volver al equilibrio social, la co­
munidad maya presentada aquí utiliza un tratamiento diferen ciado según los sexos:
el esposo violento puede enmendarse con una detención momentánea (el tiempo
que dura su locura etílica) y un castigo público. Al salir del calabozo, el marido pue­
de reintegrarse a la sociedad ya que ha logrado reparar sus faltas. Por el contrario,
una mujer culpada de violencia conyugal por brujería no va a la cárcel ni tiene un
castigo fisico. El simple hecho de denunciarla como bruja es un estigma que no
tiene reparación alguna. Así se consolida el valor diferencial de los sexos. Por esta
razón, los dispositivos de lucha contra la violencia conyugal deben tomar en cuenta
los actos de violencia femenina que dejan a las mujeres sin defensa ante el oprobio
de toda la comunidad.
Este ejemplo nos permite entender cómo se construye la dualidad dentro de la
diversidad: las definiciones de género y las relaciones entre los sexos resultan de los
sistemas de representación propios de cada grupo social, los cuales legitiman a su
manera la supremacía masculina.

5 Eso es un ejemplo de lajerarquización dentro de la complementariedad ya que la actividad agrícola


es valorada y da lugar a fiestas y a rituales religiosos así como a conocimientos políticos y esotéricos. Por
lo tanto, la actividad femenina de transformación del maíz se produce en la esfera doméstica y no da
lugar a un reconocimiento valorado por toda la comunidad.
6 Estos datos son el resultado de unas encuestas que he hecho en Yucatán con parteras de pueblos

de la zona maicera.
MARIE-JOSÉ NADAL

IDENTIDADES SEXUALES INDETERMINADAS: ¿ HASTA QU É PUNTO ?

El enfoque queer (Butler, 1990) iniciará esta reflexión. Revelando las relaciones de
dominación que han construido como anormalidades las identidades sexuales y las
sexualidades diferentes, Butler se centra en la deconstrucción de la dualidad del
género y propone inventar identidades sexuales y sociales complejas para trans­
gredir la normatividad del género. Entonces, el trabajo científico debe orientarse
hacia el estudio de la ambivalencia y de la indeterminación tanto de las identidades
como de las sexualidades. Trabajos en Cultural Studies y Q:µeer Studies han seguido el
rumbo abierto por Butler: citaremos, por ejemplo, los de Bourcier (200 1 ) y Califia
(2003) entre otros que, en su defensa de las identidades minoritarias, se han opues­
to a los universalismos hegemónicos y asimiladores insuficientes para entender la
complejidad de la realidad social. En el mismo sentido, han protagonizado la crítica
del feminismo dominante en tanto que dispositivo heterocentrado de dominación
de los demás tipos de sexualidades e identidades. Dentro del paradigma queer, el
género se vuelve un acto performativo (una perfamtance) que busca desnaturalizar
los géneros ya que las identidades son nómadas (Braidotti, 1 994 y 2002) , inter­
cambiables, basadas en la discursividad y en el comportamiento. Tanto las teorías
como los experimentos "trans" buscan sobrepasar las normas binarias de un género
naturalizado para promover identidades sexuales aceptadas según un principio de
equivalencia a pesar de sus rarezas. Luego, el género se vuelve una ficción. A partir
de esta conclusión, preguntaremos hasta qué punto estas experiencias sociales tras­
tocan los fundamentos mismos de la dualidad, ya que la antropología demuestra
que a pesar de la existencia del entresijo entre los géneros en diversas sociedades
(ya sean los casos de "tercer sexo", las experiencias socialmente aceptadas corno
el casamiento entre hombres o entre mujeres, el travestismo o las manipulaciones
genitales) , este hecho nunca ha perturbado el fundamento universal de la bica­
tegorización sexual y de la heterosexualidad en tanto que sexualidad dominante.
Además, la ambivalencia sólo ha podido ser imaginada a partir de las definiciones
previas de lo masculino y de lo femenino, es decir, sin lograr desnaturalizar el géne­
ro a pesar de que ni las definiciones de género ni los límites entre las categorías de
los sexos hayan sido pensadas en términos definitivos.
En el mismo sentido, la antropóloga Mathieu ( 1 99 1 ) abrió caminos pocos explo­
rados para demostrar que la diversidad de las identidades y de las prácticas sexuales
no ha acabado con la preeminencia masculina, por lo tanto tampoco con la duali­
dad. Basándose en el análisis transcultural de los fenómenos marginales, esta autora
ha demostrado que a pesar de la multiplicidad de las articulaciones entre sexo y
género, las cuales pueden generar sexualidades transgresoras, las experiencias mas­
culinas se revelan más aceptadas y dominantes en comparación con las prácticas
femeninas. Por ejemplo, cuando la anatomía se transforma para acordarse a una
identidad construida al nivel mental (caso de los transexuales) o a ciertas normas
culturales (en algunas sociedades no occidentales) , los hombres que adoptan un
cuerpo de mujer o actitudes relacionadas con el género femenino se benefician de
un reconocimiento mayor al de las mujeres que cambian para adoptar un cuerpo o
LAS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS

comportamientos masculinos. También, cuando la identidad personal se relaciona


fuertemente con la identidad del grupo genérico opuesto (caso de los travestis o del
"tercer sexo" inuit) , los análisis de la autora revelan la desvalorización social de las
experiencias de las mujeres.
Entonces, a pesar de que el género se constituye como un conjunto de referentes
que pueden ser contradictorios en todos estos casos, hay que considerarlo como
una relación que penetra y constituye parcialmente las demás relaciones sociales y
permite entender lajerarquización de los significados de lo masculino y de lo feme­
nino producidos por y dentro de las relaciones que hombres y mujeres socialmente
diferenciados entretejen entre sí. Entonces, la bicategorización sexual se construye
dentro de un juego de relaciones complejas entre las categorías sexuales y las cate­
gorías sociales concretas. Es un proceso inestable, por lo tanto, una deconstrucción
sin fin puede oscurecer la naturaleza misma de estas relaciones.
Quiero ampliar estas consideraciones para otro tipo de identidades, analizando
la deconstrucción/reconstrucción de las identidades de género producida en Yuca­
tán por los programas de desarrollo rural. Al principio, la creación de cooperativas
productivas de mujeres mayas retomó el modelo organizativo del ejido masculino,
lo que fue considerado como una transgresión de las normas constitutivas de la
división sexual del trabajo ya que masculinizaba a las mujeres y, al mismo tiempo,
desvirilizaba a los hombres.
Este intrincamiento de las fronteras entre los géneros creó confusión y provo­
có conflictos personales, sociales y sexuales en la comunidad (Nadal, 2001 ) . La
necesidad de volver a una conformidad social y sexual obligó a las socias y a sus
esposos a reconstruir sus identidades sociales y sexuales remodelando relaciones
diversas entre sexo y género. La estrategia más fácil consistió en tomar una posición
conformista respetando la existencia de la complementariedad jerarquizada de los
sexos promovida por las normas de la comunidad. Por ejemplo, algunos maridos
de las presidentas decían que eran ellos los que dirigían la cooperativa y sus esposas
asentían. Igualmente, los maridos afirmaban su virilidad emborrachándose y las
mujeres, por el contrario, ostentaban todos los comportamientos valorados de la
mujer decente. Por otro lado, las mismas familias retomaban el discurso ideológico
exógeno de igualdad de los sexos promovido por los representantes de la autoridad
externa (que son los promotores, los servidores públicos, los expertos del desarro­
llo rural) . Esta nueva representación de un género igualitario tiene la fragilidad
de todo lo que es ajeno a la comunidad pero, al mismo tiempo, tiene la fuerza de
pertenecer a la ideología dominante y de ser promovida por los movimientos de
mujeres indígenas. Con los años, se ha comprobado la influencia de este modelo en
las zonas rurales mexicanas, por lo tanto, las socias que consiguen la ayuda de sus es­
posos en las tareas domésticas, siguen siendo consideradas como las "que llevan los
pantalones" y las solteras que toman responsabilidades públicas, como presidentas
de unidades económicas o como representantes de organizaciones sociales, cultura­
les y políticas, siguen siendo solteras porque pocos hombres se atreven a compartir
una vida familiar con ellas.
Finalmente, considerando la amplitud de la crisis que se vive en las comunida-
MARIE-JOSÉ NADAL

des indígenas, una nueva ideología se está constituyendo privilegiando una visión
pragmática la cual preconiza que todo tipo de comportamiento es válido si permite
a las familias salir de la miseria y del hambre. Este nuevo discurso trastoca las fun­
daciones mismas del sistema de género el cual, hasta ahora, había garantizado el
equilibrio social con la existencia de dos esferas complementarias: la masculina y
la femenina. El nuevo modelo propone dos esferas entrecruzadas, en cuya parte
común los roles sexuales son intercambiables: cada individuo, independientemen­
te de su sexo, puede tener prácticas y comportamientos característicos del otro
género.7 El espacio, ciertos medios de producción, ciertas actividades económicas,
ciertas partes de la esfera pública perderían sus características masculinas y podrían
ser utilizados por las mujeres y viceversa. Por lo tanto, estos cambios no contradicen
la jerarquía de los géneros. Por ejemplo, los hombres bordadores que han brincado
la frontera entre los géneros al dedicarse a la actividad femenina por excelencia (el
bordado) presentan esta transgresión no como una falta de virilidad sino como un
signo de valentía y de realismo. Otra estrategia para adecuar el sexo con el género
consiste en transformar el nombre de la actividad. En un pueblo, los bordadores
se denominan artesanos8 y las mujeres siguen siendo bordadoras. Esta diferencia
en la denominación restablece la bicategorización sexual, la jerarquía entre los se­
xos y reconstruye las normas del género otorgando un valor simbólico superior a
cualquier tipo de trabajo masculino. En otro pueblo, entrevisté a un bordador que
hacía bordados a mano. De joven tuvo que salir de su pueblo porque lo calificaban
de homosexual. Al regresar con un título de diseñador y estilista pudo casarse por
fin y tener un hijo. Su diploma y su paternidad lo restablecieron en su cualidad de
hombre viril. La conclusión se impone: la dualidad de los géneros persiste a pesar
de la pluralidad de los comportamientos.

INTEGRAR EL COMPONENTE IND Í GENA A LA CONCEPTUALIZACI Ó N


DE LA CIUDADAN ÍA

Ya hemos dicho que el feminismo poscolonial promueve la meta política y episte­


mológica de revelar la distribución desigual del poder basada en la definición del
otro, cuyas diferencias sirven de legitimación al tratamiento discriminatorio que se
le aplica y que es avalado por razones "morales" (Spivak, 1988) . Las mujeres indíge­
nas mexicanas hacen eco de estas aseveraciones al organizarse políticamente para
cambiar sus condiciones de vida.

7 En el mismo sentido, para Collin ( 1 989) , lo masculino y lo femenino se destacan del hombre y de la
mujer para volverse categorias autónomas que los individuos de cada sexo pueden apropiarse.
8 "No hay por qué burlarse de un oficio tan noble como el de artesano. En el pueblo, los hombres

que trabajan en el bordado son artesanos. No hay que despreciarlos porque hacen un oficio muy bonito.
Nadie se burla de un artesano que hace sombreros ¿por qué burlarse de los que hacen bordados en su
máquina?" Así me contestó un comisario ejidal cuando le comenté que unos bordadores se quejaban de
que en el pueblo la gente se burlaba de ellos.
lAS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS

En efecto, su actividad política independiente se ha hecho notoria en los años


ochenta, cuando entran en lucha contra las consecuencias familiares y comunitarias
del alcoholismo de los hombres. En Chiapas, se hizo la distinción entre las buenas
costumbres y las malas, que son el consumo de bebidas alcohólicas, la doble moral
sexual, la imposibilidad para una mujer de heredar, la escolarización preferencial
de los varones, y la terquedad de los esposos en querer "los hijos que Dios manda".
A partir de 1994, con el levantamiento indígena en Chiapas y los Acuerdos de
San Andrés, una parte importante de las organizaciones indígenas (tanto mixtas
como de mujeres) ha seguido al movimiento zapatista retomando la idea de que,
en un mundo globalizado, la autonomía política es el único camino para que indí­
genas, pobres y marginadas, salgan de la opresión y de la explotación (Zermeño,
200 1 ) . La Primera Convención Estatal de Mujeres Indígenas de 1994, en Chiapas,
y el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas de 1 997, en Oaxaca (con la
presencia de 700 mujeres indígenas en torno a la comandanta Ramona) favorecie­
ron la organización política autónoma de las mujeres indígenas y la creación de la
Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (Conami) . A partir de entonces, los
discursos y la acción política de las mujeres denuncian las relaciones de violencia
que las oprimen por ser "indígenas, mujeres y pobres" y revela que son unánimes
en su defensa de una vida digna.
Al analizar sus discursos y sus acciones sobresale que las mujeres indígenas ocu­
pan un lugar específico dentro de los movimientos tanto indígenas como de mu­
jeres. En particular (Sánchez Néstor, 2003 y Nadal, 2008) , el cuerpo de la mujer
indígena se vuelve la metáfora del racismo y del sexismo; este cuerpo martirizado,
explotado, ofendido en su dignidad y en su pudor. Además, al denunciar la guerra
(real o de baja intensidad) , las organizaciones de mujeres indígenas ponen en evi­
dencia la violencia en su forma sexualizada (Hernández Castillo et aL , 1998 y 2006 ).
En el mismo sentido se quejan de la "guerra del hambre", consecuencia de la
militarización de las regiones indígenas o de los megaproyectos de desarrollo que
las despojan de los recursos naturales. También culpan los "vicios y costumbres"
(como la prostitución, las drogas y las violaciones) que son las consecuencias de la
presencia militar. Por otra parte, condenan las políticas neoliberales y la violencia
estructural de las cuales padecen en su forma económica y cultural. Además, desde
la publicación de la Ley Revolucionaria de las Mujeres, las mujeres zapatistas han
sido activas en la denuncia de la dominación masculina de sus "hermanos" indíge­
nas. Reivindican la libertad de definir los derechos a la salud, nutrición, sexuali­
dad, salud reproductiva, educación y la dignidad. El término "usos y costumbres"
se vuelve entonces el paradigma del valor diferencial de los sexos específico de
cada comunidad. Así hacen patente su posición de sujeto particular como indíge­
nas, mujeres y pobres.
A diferencia de las feministas urbanas, las militantes indígenas han negado desli­
garse de sus características de madre y de esposa para obtener la libre determinación
sobre sus cuerpos. Esta diferencia las lleva a reivindicar la interculturalidad (Rovira,
2004) cuando se alían con otras organizaciones de mujeres. "Es importante seguir
tejiendo las alianzas con los otros sectores de mujeres y que el acompañamiento
MARIE-JOSÉ NADAL

permanente potencie las capacidades de avanzar en esta lucha por el reconocimien­


to de nuestros derechos como mujeres indígenas" (Sánchez Néstor, 2003) .
En México, trabajos inspirados por el feminismo poscolonial como los de Her­
nández Castillo (200 1 , 2008) , Suárez Návaz y Hemández Castillo (2008) , insisten
en la agencia de las mujeres indígenas y ponen en evidencia las experiencias de
estos nuevos sujetos políticos y sociales para trascender el individualismo occidental
en la invención de nuevas relaciones entre hombres y mujeres. En su crítica de los
hegemonismos mestizos promueven una epistemología basada en el conocimiento
de las experiencias vividas a nivel local sin dejar de vincularlas al contexto de glo­
balización que trastoca de frente las condiciones de vida y de supervivencia de los
pueblos indígenas. En esta misma perspectiva, Mohanty (2008) pone la lucha anti­
capitalista en el centro de la unificación de diversos movimientos. Marcos y Waller
(2008) tratan de relacionarse con las "cosmovisiones" locales para tejer puentes
entre prácticas sociales y políticas diversificadas. Sin embargo, la voluntad de tomar
en cuenta los sistemas de representación indígenas necesita que se desglosen algu­
nos conceptos para romper con las ideas preconcebidas que se encuentran tanto en
ciertos escritos poscoloniales como en discursos de las organizaciones de mujeres
indígenas.9 Es el caso de la idea de reciprocidad indígena que lleva a concluir que
estas sociedades son más igualitarias que la sociedad occidental. En el mismo senti­
do se pueden criticar las generalizaciones que consisten en inferir que la presencia
de diosas en las mitologías prehispánicas significa que las sociedades indígenas con­
temporáneas comparten un pasado de igualdad entre los sexos y que la dominación
masculina hace estragos en los pueblos indígenas por la sola influencia de la colo­
nización española.10
A pesar de estas limitantes, la fuerza de la corriente poscolonial es haber logrado
conceptualizar a las mujeres indígenas como actores de la vida política local, nacio­
nal e internacional. Desde los Acuerdos de San Andrés, las organizaciones indíge­
nas promueven la construcción de un espacio político interétnico, plural, incluyen­
te y tolerante (Nadal, 2008) que no es sólo nacional sin tampoco ser sólo étnico.
Esto nos obliga a invocar la cuestión de la ciudadanía e investigar si este concepto
integra a los nuevos sujetos políticos dentro de un espacio político redefinido.
El análisis presentado por Carver et aL (2000) plantea una crítica del concepto
de ciudadanía. Resaltaré el artículo de Dietz (2000) y su crítica de la concepción
liberal de la ciudadanía; también la aportación de Pateman (2000) y su concep­
tualización de un modelo de ciudadanía sexualmente diferenciado a partir de la
experiencia privada de las mujeres; por fin, me detendré en el nuevo modelo de
ciudadanía democrática plural y radical concebido por Mouffe (2000 y 200 1 ) para
pensar el cambio social a partir de la inclusión, la igualdad y el reconocimiento
institucional de la diversidad. Rechazando las expresiones anteriores del feminis-

9 Por ejemplo en el libro citado de Marcos y Waller, no parece justo referirse solamente a los análisis

de López Austin para explicar las representaciones de los pueblos mayas actuales.
'º He analizado (Nada!, 200 1 ) cómo la presencia de las figuras femeninas que son Ixmucane o Ixquic
en el P<>Jlol Vuh no contradice la idea de la preeminencia masculina en los mayas prehispánicos.
!AS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS

mo (liberal, marxista, diferencialista) , esta investigadora afirma que la crítica de


los esencialismos y de la racionalidad del sujeto debe permitir dar cuenta de las
múltiples relaciones que caracterizan al agente social. En particular, éste puede do­
minar una relación sin dejar de ser subordinado: sus múltiples posiciones de sujeto
nunca son fijas en un sistema cerrado de diferencias. Hay que pensar la ciudadanía
a partir de la inestabilidad de las identidades; luego el feminismo contemporáneo
debe integrarse a la lucha contra las múltiples formas de opresión dentro de las
cuales la categoría Mujer ha sido constituida en la subordinación. Mouffe (200 1 y
2003) establece que en esta lucha contra toda forma de opresión se crean nuevas
relaciones sociales como resultado de las múltiples y contradictorias identidades de
los sujetos sociales. La democracia será el resultado de alianzas a partir del principio
de equivalencia, la cual no elimina las diferencias. Estas alianzas rebasan la acción
de los partidos y de la democracia representativa para lograr un cambio radical de
sociedad que la autora denomina democracia radical y plural.
Con Esteva (2005) , opino que el zapatismo dio origen a la corriente democrática
radical dentro de la vida política mexicana. En efecto, esta corriente afirma que los
hombres y las mujeres de los pueblos originarios dominados son sujetos políticos
que contribuyen a remodelar los principios políticos de las democracias modernas.
Este nuevo imaginario político es instituyente se revela con las ideas de autonomía,
de justicia social y de rebeldía, o con los lemas "Nunca más un México sin nosotros";
"Un mundo en el cual quepan muchos mundos" o "Mandar obedeciendo". Al mis­
mo tiempo, considero (Nadal, 2005) que, al definirse como indígenas, mujeres y
pobres . . . pero también como jóvenes o madres, las mujeres indígenas articulan la
defensa de sus intereses específicos con la defensa de intereses más amplios para
lograr la transformación de lo que construye a las mujeres, a las mujeres indígenas,
a los pueblos indígenas, a los pobres como categorías subordinadas y oprimidas.
En esta corriente, las mujeres ocupan un lugar específico argumentando que la
autonomía habrá que obtenerla a nivel de la comunidad, de la región, de la nación
y también personal. 1 1 Con esta última dimensión, revelan su voluntad de liberarse
del punto de vista dominante y politizan relaciones sociales que se realizan en el
ámbito personal y que no habían sido politizadas por las organizaciones masculinas.
Además, insisten en la voluntad incluyente de participar en alianzas con las demás
organizaciones de mujeres, con los hombres, 12 con las demás mujeres indígenas
del continente y del mundo. El discurso preconiza la cohesión de una comunidad
política activa en la transformación de las democracias. La Declaración final del IV
Encuentro Continental de Mujeres Indígenas afirma que las indígenas están orga­
nizadas en un "enlace fortalecido incluyente, respetuoso y tolerante con la misma
diversidad y diferencia que tenemos al interior de nuestros pueblos".

11
Para Martha Sánchez Néstor, la autonomía personal significa que es necesario salir de las identi­
dades dominadas, es decir, olvidarse del miedo, tomar decisiones, ser independiente. Conferencia en la
ENAH, en 200 1 , citada en Memoria, núm. 1 74, agosto de 2003.

12 "Nosotra� tampoco queremos dividir ni hacer otro pueblo en el interior del pueblo indígena"
(Conami) .
272 MARIE:JOSÉ NADAL

El marco teórico de Chanta} Mouffe permite entender los imaginarios políticos


radicales basados en el principio de equivalencia democrática, la cual no elimina
las diferencias. Por lo tanto, esta autora se refiere a que, en los países pluriétnicos,
el pluralismo debe tomar en cuenta que las organizaciones políticas indígenas no se
conciben como organizaciones de individuos sino como conjuntos de miembros de
comunidades. La ciudadanía ya no debe entenderse como la relación del individuo
con el Estado sino que como relación entre las diferentes identidades que confor­
man la colectividad. Luego, hay que articular la filosofia política con la antropolo­
gía. La antropología política demuestra que los principios políticos pueden tener
significados diferentes según los grupos étnicos (Neveu, 2004) . En particular, esto
puede ocurrir con los conceptos de democracia, de autoridad (Dehouve, 2006) , de
derechos humanos (Galinier, 1 997) y de dignidad. Hay que estudiar cómo las or­
ganizaciones indígenas son activas en la resemantización de algunos principios de
la filosofia política occidental, introduciendo sus propios valores y sus creencias en
el escenario político nacional. Por ejemplo, los lemas "Mandar obedeciendo", "Un
mundo en el cual quepan muchos mundos" inculcan una visión particular de la de­
mocracia: partiendo de su historia profunda y de sus experiencias de lucha, los mo­
vimientos indígenas difunden dentro de la sociedad global principios organizativos
y de toma de decisiones inspirados en la práctica de las comunidades indígenas. Por
fin, ciertas prácticas ilustran que, en los movimientos indígenas, la espiritualidad y
la religión no pueden concebirse como separadas de lo político. Sólo mencionaré
la "limpia" que se hizo en el centro histórico de Oaxaca al conmemorar las muertes
de los manifestantes de 2006; o el crucifijo en el suelo para detener a los policías
que se oponían con la fuerza a una marcha pacífica. Este símbolo religioso se vuelve
un emblema de una concepción específica de la manifestación política.
A final de cuentas, las acciones de las organizaciones indígenas (tanto mixtas
como de mujeres) ponen en evidencia las relaciones entre ciudadanía, nacionali­
dad, clase, género, parentesco y religión. Inspirándome de Neveu ( 1997) concluiré
con la idea de que la antropología política define el espacio político a partir de
grupos sociales intermediarios (tales como la comunidad o la familia) , a partir de
identidades complejas y cambiantes (mujer/hombre, indígena, migrante o campe­
sino . . . ) , rebasando la idea occidental del ciudadano en su relación con el Estado.
Este espacio político nuevo es el resultado del estallido de las comunidades y de la
nación dentro de un contexto de globalización y de integración continental.

CONCLUSIÓN

Al escenificar un diálogo ficticio entre la antropología y un movimiento amplio de


crítica de un feminismo occidental que, a partir de su posición dominante, había
invisibilizado a las mujeres diferentes por su sexualidad o su pertenencia a un grupo
étnico subalterno, he querido demostrar la importancia de investigar los sistemas
simbólicos de representación. Este trabajo intelectual ayuda a entender cómo se
!AS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS 2 73

articulan las experiencias de los pueblos indígenas con la sociedad global al inventar
sus propias modalidades para solucionar las inconformidades sociales que son la vio­
lencia conyugal o la participación de las mujeres en la economía formal y en la vida
política nacional.
En el análisis de los encuentros y desencuentros entre diferentes teorías para
entender el lugar específico que ocupan las mujeres indígenas en la esfera pública,
he podido probar que la deconstrucción de la bicategorización sexual pensada para
subvertir la normatividad genérica no resuelve entender cómo el valor diferencial
de los sexos es patente aún en las experiencias que buscan desnaturalizarlo y trans­
gredirlo. Es entonces obligatorio relacionar la dualidad con la pluralidad para dar
cuenta de la opresión de las mujeres a pesar de que puedan estar en relación de
dominación entre ellas. Es importante estudiar las diversidades culturales en lo que
se refiere a las representaciones de la bicategorización sexual tanto para entender
cómo pueden cohabitar varias definiciones de la violencia conyugal dentro de las
sociedades complejas contemporáneas, como para percibir las nuevas definiciones
de lo masculino y de lo femenino que permiten adaptar los comportamientos de los
pueblos subalternos a la modernidad.
Las mujeres indígenas se han constituido en sujeto político resistiendo al proce­
so de domesticación forzada derivado de la modernización de la economía y de la
sociedad, afrontando el racismo y el etnicismo de la sociedad global y rebelándose
contra la dominación mascuJina dentro de la sociedad global y dentro de la co­
munidad indígena. El análisis de la práctica política plural en las sociedades con­
temporáneas requiere teorizar un espacio político interétnico que tome en cuenta
componentes tales como la horizontalidad (opuesta al verticalismo de los partidos
políticos) , la articulación de lo religioso con lo político y las especificidades en la
toma de decisión por parte de grupos excluidos del poder.

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DE UNA HIJA A l.A MUJER PREPARADA. HACIENDO ANTROPOLOGÍA
FEMINISTA EN LAS COLONIAS POPUI.ARES DE M ÉXICO

RENATA EWA HRYCIUK*

La etnografia moderna es un método complejo que puede combinar la obseiva­


ción, la observación participante, el análisis de los archivos y la entrevista cualitativa
con los elementos de la historia de la vida. Los trabajos de campo son aplicados no
sólo en la etnología y antropología cultural sino también en la sociología general,
geografia social, economía o historia. En esta última destacan las historias de la vida
( oral histuries) . Un ejemplo de este método de investigación son los trabajos de Mar­
garet Power (2002, 2004) , quien estudia la historia moderna de Chile enfocando
el tema del papel de la mujer del Partido de la Derecha desde el año 1970 (inicio
del gobierno del Frente Popular bajo el liderazgo de Salvador Allende) hasta el
año 2000 (con el fin del gobierno de la junta de Augusto Pinochet) . La mayor par­
te de su material de investigación lo obtuvo mediante la observación participante
y las entrevistas hechas con las mujeres involucradas en la actividad sociopolítica
del Partido de la Derecha. Hasta los años noventa, los historiadores no tomaron
en cuenta la actividad de las adversarias de Allende, ya que, como advierte Power,
"muchos investigadores no quieren estudiar a personas con las que no concuerdan"
(Power 2004: 1 38) . Además, continúa la autora, los estudiosos consideraban que las
decisiones políticas de las mujeres estaban influidas por la Iglesia católica, por los
partidos conservadores o por sus propios maridos. En cambio, la investigación que
ella realizó mostró el poder de esas mujeres frente a la debilidad de la Izquierda
chilena y del feminismo, "por lo que quizás eran sujetos que algunos investigadores
preferian no destacar" ( op. cit. : 1 39) .
En cuanto al estado de conocimiento de la historia moderna de Chile, los traba­
jos de Margaret Power ayudaron a llenar un vacío que existía hasta ese momento.
Las historias de las conservadoras chilenas registradas por la investigadora ayuda­
ron a reexaminar la opinión que propagaba que las únicas mujeres solidarizadas y
movilizadas ante una crisis económica por los líderes-hombres para manifestarse en
las calles provenían de la clase media y alta. Sus investigaciones demostraron que las
relaciones ante la crisis sustentadas en la condición de género, tanto en la cultura
como en el sentido común, fortalecidas por lemas como la salvación de la familia y
de la nación, convencieron a la mayoria de mujeres ya que evocaban las obligacio­
nes maternales. Por lo tanto, contribuyeron a que las mujeres de diferentes estratos
sociales se unieran a las manifestaciones.

*Universidad de Varsovia.
DE UNA HIJA A lA MUJER PREPARADA 2 77

Power provenía de los WASP ( White Angkhlaxon Americans) , de una familia repu­
blicana, por lo que estaba familiarizada con el ambiente conservador de la Derecha
estadunidense. Empezó sus investigaciones sobre la Derecha chilena enfrentándose
con varias dificultades. Cuando comenzó a entrevistar a las activistas de la Derecha
ya había tenido el conocimiento y la experiencia adquiridos durante su estancia de
unos años en Chile bajo el gobierno de la junta de Pinochet. Durante estos años
fue no sólo un testigo de represiones crueles por parte de la junta sino también
participaba, de una forma activa, apoyando a la oposición democrática chilena. Gra­
cias a su observación participante conoció la realidad de la vida en Chile durante la
época de Pinochet y se declaró en favor de la oposición al régimen. Mientras tanto,
queriendo realizar su proyecto de investigación, trabajó con un grupo de personas
cuyas ideas políticas y valores eran totalmente opuestos a los de ella. Además, tenía
que fingir ante sus informantes que su visión sobre el mundo concordaba con la de
ellas. Para entender las motivaciones de las mujeres de la Derecha para involucrarse
en la actividad política, Power realizó entrevistas a profundidad relacionadas con
elementos de las historias de la vida, concediendo "la voz" a las mujeres con quienes
realizó el estudio. Durante las entrevistas --como lo señaló-- no podía expresar ho­
nestamente sus propias ideas. Estaba consciente de que, de hacerlo, no sólo habría
podido lastimar a sus interlocutoras, sino que corría el riesgo de invalidar toda su
investigación. El llamado "chisme" podría acrecentarse como una bola de nieve y
destruir una red de contactos con las futuras informadoras. Por lo tanto, siempre ex­
perimentaba las frustraciones que dicha actitud traía consigo y tuvo que enfrentarse
con varios dilemas éticos.
Aparte de la ideología política diferente --como lo subrayó la autora- su origen
y posición socio-cultural (positionality) : raza, clase, formación, influían en el carácter
y desarrollo de su estudio. El hecho de ser extranjera, una gringa, le facilitaba el
acceso a sus interlocutoras. En una sociedad heterogénea, Power fue considerada
como una mujer proveniente de la misma clase social que las mujeres de la élite
chilena. Por lo tanto, fue invitada y recibida en sus casas. Para las interlocutoras de
la clase media, el hecho de ser entrevistadas por una estadunidense era un honor
y marcaba su estatus social. Con ello, entrar en el ambiente de las activistas conser­
vadoras no era ningún obstáculo para la investigadora. Por el contrario, las inves­
tigadoras chilenas desde el inicio tenían que definir sus posturas políticas y contar
las historias de sus familias, por lo que la realización de este tipo de estudios se hizo
imposible para la mayoría de ellas.
La investigadora estadunidense no sólo aplicó la metodología de la etnografia
moderna que incluía las diferentes técnicas de investigación, sino que --como lo
señala el enfoque feminista en las ciencias sociales que acentúa la autorreflexión
en el proceso de investigación- integró a sus estudios la experiencia personal ad­
quirida durante la observación participante, incluyéndola en la presentación de las
conclusiones finales de la investigación.
El postulado posmoderno de la reflexividad ( reflexivity) está presente en diferen­
tes campos de las ciencias sociales y las humanidades. Los problemas y los dilemas
éticos con los que se enfrentó la historiadora estadunidense son "el pan de cada
RENATA EWA HRYCIUK

día" para los antropólogos casi desde la aparición de esta rama de la ciencia. En
particular, las investigadoras feministas están desde unos años atrás a la vanguardia
en cuanto a experimentar con nuevas técnicas de metodología, y sobre todo, con
formas éticas de estudio (Wolf, 1 996) .
En este artículo pretendo analizar las experiencias adquiridas durante el trabajo
de campo que realicé en la ciudad de México entre 1999 y 2006, en el que tuve
que enfrentar no sólo diferentes problemas metodológicos y éticos, sino también
dilemas personales. Por mi procedencia de una cultura diferente y por el hecho de
ser mujer fui obligada a negociar mi estatus. Además, a menudo tenía problemas
con la comunicación entre culturas diferentes. Durante mis investigaciones en la
metrópoli mexicana nunca escondía mis ideas feministas y siempre era abierta a la
entrevista recíproca. El tema de mi investigación, las experiencias de la maternidad
y de la paternidad, obligaba a mis interlocutores a auto-reflexionar. Con el tiempo,
nuestras entrevistas se convirteron en sesiones casi terapéuticas durante las cuales
actuaba como la doctora. Los dilemas éticos y los problemas provinieron de las más
inesperadas situaciones, por ejemplo, cuando me obligaron a jugar el rol de tera­
peuta de los interlocutores-hombres.

LOS TRABAJOS DE CAMPO EN LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

La antropología feminista es una de las corrientes más relevantes de la disciplina1


desde hace más de 30 años. En sus marcos, el enfoque reflexivo está muy acentua­
do y desempeña un papel importante en el estudio etnográfico. En los años 1980,
las investigadoras feministas despertaron el interés por el estatus del método del
trabajo de campo y principalmente por su situación, marcada por la posición socio­
cultural de investigador/investigadora. Además, el tema de las relaciones de poder
entre los antropólogos y las sociedades examinadas hicieron de la auto-reflexividad
una parte integral de las etnografias escritas por ellas. Actualmente, se pone más
hincapié en la experiencia del investigador/investigadora. La descripción y el aná­
lisis de la parte emocional de relaciones entre la gente amplía y aporta contenido
indispensable para la interpretación de los resultados de las investigaciones y el
entendimiento del estudio mismo (Jackson, 1990; De Laine, 2000) .
Shulamit Reinharz define los trabajos de campo feministas como "las investi­
gaciones realizadas por las feministas enfocadas a los temas de género tanto en
contextos femeninos homogéneos tradicionales y no tradicionales como en con­
textos heterogéneos tradicionales y no tradicionales. En etnografia feminista, las
investigadoras son mujeres, los lugares de trabajo de campo son a veces ambientes
femeninos y los informantes clave son típicamente mujeres" ( 1 992: 55) . Al tomar en
cuenta esta definición, los trabajos que realicé en la ciudad de México pertenecen

1 Sobre el desarrollo de esta subdisciplina véase por ejemplo E. Lewin, lntroduction, en Feminist Anthro­
powgy. A Reader, EADEM, Malden/Oxford, 2006.
DE UNA HIJA A LA MUJER PREPARADA 2 79

a los estudios feministas, a pesar de concordar con la apreciación inicial de San­

dra Harding ( 1987) , para quien en principio no había una metodología feminista
como tal. Los métodos aplicados por las antropólogas, en la mayoría de los casos,
tienen carácter ecléctico y dependen más de la pregunta de estudio que de una ma­
nera particular de ver la realidad de una sociedad. En este contexto, el feminismo
es una perspectiva de investigación tomando en cuenta el hecho de que existan
varias definiciones del feminismo y por eso varias metodologías de investigación
feministas (Reinharz, 1992) . Por lo tanto, cada situación de trabajo de campo está
marcada por la posición socio-cultural de la investigadora, su opinión individual
sobre el feminismo, su involucramiento personal y, en fin, los métodos aplicados en
el contexto socio-cultural del estudio.
El enfoque feminista en las ciencias sociales pone énfasis en conceder la pala­
bra a las mujeres y en estudiar sus experiencias. Por mi parte, decidí realizar mis
investigaciones en el ambiente heterogéneo. Opté por la perspectiva de género
en la antropología que requiere el estudio de las experiencias de las mujeres en
las relaciones con los hombres y con otras mujeres (Bell, Caplan y Karim, 1993;
Visweswaran, 1994) . Por lo tanto, di la voz tanto a las mujeres como a los hombres,
es decir, a los habitantes de Santa María Tomatlán. La inclusión de los hombres en
mis estudios era indispensable para entender los cambios ocurridos en las estrate­
gias de la maternidad de las habitantes de la metrópoli mexicana cuando la mater­
nidad -en el sentido más amplio de la palabra como, por ejemplo, las obligaciones
paternales- se convierte cada vez más en objeto de negociación en la relación de
pareja y en las familias.
Las investigadoras feministas fueron quienes empezaron a poner más atención a
los problemas relacionados con el género durante el trabajo de campo. Como ad­
vierte Diane Bell, "aparece la cuestión de género porque nosotros (los etnógrafos)
hacemos el trabajo de campo estableciendo relaciones, aprendiendo a ver, a pensar
y a ser en otra cultura, y lo hacemos como personas con una edad determinada, con
una orientación sexual, creencias, nivel educativo y una identidad étnica y de clase
particulares [ . . . ] . Lo más importante, lo hacemos como mujeres y como hombres"
( 1993: 1-2) . Hasta los años noventa eran las antropólogas quienes ponían más aten­
ción a cómo su propia presencia podría influir en la situación de investigación e in­
cluían en la etnografia elementos de sus propias biografias: edad, embarazo, hijos.
Con el tiempo, los hombres empezaron a analizar sus experiencias de la misma ma­
nera, principalmente aquellos antropólogos que aplicaron el paradigma feminista
en los estudios sobre la masculinidad. Matthew Guunann (2000) es un ejemplo de
un antropólogo que a los inicios de los noventa realizaba estudios sobre la imagen
contemporánea de hombre, incluyendo la visión de paternidad, en una de las colo­
nias populares de la ciudad de México. El antropólogo estadunidense vivió con su
esposa y su hija, de unos meses de edad, en Santo Domingo, lo cual influyó en gran
medida tanto en el desarrollo como en los resultados de su investigación.
En las descripciones de experiencias personales se pone atención principalmen­
te al proceso de adaptación al medio de estudio. Por lo tanto, para insertarse en
ese medio, el antropólogo o la antropóloga tiene que demostrar su flexibilidad, es
RENATA EWA HRYCIUK

decir, su capacidad de adaptarse a los valores y a los comportamientos que caracte­


ricen a una comunidad, incluyendo las normas peculiares de su cultura de género.
Puede tomar la posición neutral, es decir, de una extraña, una especialista, o crear
unas nuevas relaciones. Todo depende de la situación (Whitehead y Price, 1 986) .
Además, el carácter de la relación cambia con el tiempo. Por lo tanto, en dife­
rentes momentos de la vida el investigador/la investigadora puede jugar diferentes
roles. Durante mis estancias en la ciudad de México siempre trabajaba sola, es decir,
nunca era acompañada por una pareja, hijos u otros miembros de la familia. Aun­
que las interlocutoras conocieran mi situación familiar, es decir, la edad y la etapa
de mi carrera profesional, me asignaban los diferentes roles a jugar. Al principio,
era el rol de una hija inmadura, perdida en la metrópoli mexicana, es decir, una
joven que había que proteger. Con el tiempo ascendí a la posición de la persona
preparada, competente, que conocía la cultura lo suficiente para poder funcionar
sola como la especialista.

"LA HIJA " : ¿CÓMO NO HUNDIRSE?

Las circunstancias en que conocí la vida en las colonias populares de la ciudad de


México influyeron en gran medida en el éxito de mis trabajos de campo. En el oto­
ño de 1 999, llegué a México. Fuí becada por el gobierno de México para estudiar
en la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM) e iniciar los trabajos de
campo sobre la construcción cultural de la maternidad y sobre la experiencia de
ser madre en uno de los barrios de la ciudad. Me hallé en una situación política
extremadamente dificil. En esos momentos el país pasaba por cambios políticos
muy turbulentos. La huelga en la UNAM era una de sus manifestaciones. Como las
autoridades mexicanas no me permitieron el cambio de institución académica, du­
rante la mayor parte de mi estancia en México estuve aislada de la vida académica
y casi obligada a "sumergirme" en la realidad mexicana. Once meses conviví con
una familia mexicana compuesta de la madre y dos hijos adultos. También ellos se
convirtieron en algunos de mis interlocutores principales y los guías por el mundo
de uno de los barrios de Iztapalapa.
Aunque ya no fuera principiante en cuanto al trabajo de campo (antes realizaba
las investigaciones en Lituania y Polonia) y tenía preparación teórica (concluí estu­
dios latinoamericanos y conocía la lengua) , me sentía como la mayoría de los estu­
diantes de antropología que emprenden el trabajo de campo sin una experiencia
suficiente. Por lo tanto, aprenden a vivir en una nueva realidad o se "hunden". Para
mí, ese año tan turbulento en la ciudad de México resultó ser un verdadero rito de
paso, un verdadero swim ar sink mystique (Wolf, 1 996: 7) .
Durante los trabajos de campo las mujeres son consideradas, de un lado, como
personas andróginas por los "honrados" hombres, y de otro, como niños o criatu­
ras inmaduras que había que proteger. La familia mexicana inconscientemente
me asignó el rol de una hija adoptiva. Decidí aceptar este rol por un tiempo cuan-
DE UNA HIJA A lA MUJER PREPARADA

do realizaba mi trabajo. Hay que señalar que era una etapa dificil porque apenas
empezaba a familiarizarme con la realidad mexicana. Por esta razón, necesitaba el
apoyo y la seguridad. El rol de "hija" coincidía con mis esperanzas emocionales e
intereses relacionados con mi trabajo, lo que me ayudó a entrar en la comunidad
donde iba a hacer mis investigaciones. Con el tiempo, me di cuenta que negociar
este papel resultó ser prácticamente imposible. Para mis amigos mexicanos siem­
pre era una joven extranjera sin experiencia que necesitaba protección contra las
dificultades y los peligros de la vida en la ciudad de México. En esta etapa de mi
estancia en México, no era una mujer madura, investigadora, especialista. Además,
en los siguientes años durante mis estancias en la ciudad de México lo que se es­
peraba de mí, la "hija" adoptiva, familiarizada con los secretos de la familia, era la
participación en sus conflictos y tomar partido por alguna de las partes. Al final,
mi renuencia a apoyar a una parte del conflicto y no a otra causó la separación de
los viejos amigos.

"
"IA EXPERTA : LOS TRABAJOS DE CAMPO EN SANTA MARÍA TOMATLÁN

Ya durante mi primera estancia en la ciudad de México aprendí a vivir en la cultura


urbana. Adquirí el conocimiento, la experiencia y conseguí los contactos. Además,
uno de mis interlocutores se convirtió en mi amigo. El padre ]airo jugaría un papel
importante en mi segunda estancia de trabajo de campo, ahora en el terreno que
pertenece a su parroquia: Santa María Tomatlán.2
Durante mis estancias consecutivas, pero ya privadas, en la ciudad de México
entre 2000 y 2005 visitaba al padre en su nueva parroquia, la cual empezó a admi­
nistrar en el año 2000. Durante la fiesta que la mayurdomía3 organizó para el padre
Jairo, quien festejaba su quinto aniversario de administrar la parroquia, fui oficial­
mente presentada al pueblo por el padre. El párroco, agradeciendo por la fiesta,
aprovechó la ocasión y me presentó a sus fieles. Además, explicó el motivo de mi
visita. Fue un momento clave para el desarrollo de mis estudios durante mi estancia
en Santa María Tomatlán. El padrejairo era un hombre alto, bien parecido, criollo,
de 60 años. Él podría ser mi padre. Realmente desempeñó este papel de padre, pro­
tector, todo el tiempo. Me presentó como su buena vieja amiga que vino a México
desde muy lejos, es decir, de la tierra del santo papa Juan Pablo 11 para preparar
su tesis doctoral sobre la antropología de la vida familiar (experienci as de las mu-
_

2 Uno de los 16 pueblos precolombinos (pueblos originarios) existentes e.n el banio más grande de la
Ciudad de México (Iztapalapa) que hasta hoy día conserva las costumbres y la religiosidad popular.
• La mayordomía es la forma de patrocinar las ceremonias y fiestas relacionadas con el culto de los
santos de barrio y de las representaciones de la Virgen. Según el Diccionario del Español Usual en México:
"Mayurdomía es una institución característica para el catolicismo indígena y mestizo cuyo propósito es
mantener vivo el culto. Además, organizar, administrar y conservar las fiestas religiosas en los barrios de
las ciudades pertenece a estas obligaciones. El patrocinar este tipo de fiestas pueden [hacerlo] las perso­
nas consideradas como honestas" ( 1 996: 596) .
RENATA EWA HRYCIUK

jeres, maternidad, machismo, entre ellas) en Santa Maria Tomatlán, lo que puso a
pensar a las mujeres que me invitaron a tomar el tequila a su mesa y empezaron a
examinarme del conocimiento sobre México. Bromeando usaban el doble sentido
(el doble significado de palabras) para revisar mi nivel de conocimiento del idioma.
Me preguntaban sobre las ciudades visitadas por mí, el tipo de platillos preferidos o
los programas de televisión.
Durante el trabajo de campo en un lugar desconocido en cuanto a su cultura,
las investigadoras, por su género, pueden ocupar el segundo estatus. Pero lo que
ganan es autoridad y una posición privilegiada por su raza, clase social o pertenen­
cia a la cultura occidental (Warren, 1988) . Por esto, la manera como el padre me
presentó en la fiesta tuvo sus consecuencias para mis futuros trabajos. El padre Jairo
me presentó de una manera espontánea subrayando mi posición privilegiada ante
los futuros intemecultores. Pero el hecho de que era la compatriota del papa pola­
co, fallecido unas semanas antes, me ayudó reducir la distancia establecida por mi
posición de ser una antropóloga extranjera. Aunque fuera Juereña y extranjera, no
era una gringa protestante.
Por otro lado, cuando intentaba alquilar un apartamento en Tomatlán , me ofre­
cían solamente uno grande, sin muebles, incluso no equipado, al suponer que tenía
una posición privilegiada relacionada con la beca que financiaba mis investigacio­
nes, lo cual era algo que no pude aceptar. Después de dos meses de buscar un apar­
tamento y de vivir de arrimada en casa de unos amigos, me rendí y decidí alquilar
un apartamento en los alrededores de la universidad, con lo que tuve que pasar
más o menos tres horas diarias en el transporte público para llegar al lugar donde
realizaba mi trabajo de campo.
Las investigadoras enfocadas en la observación participante desde la perspec­
tiva feminista subrayan que a las extranjeras, por su otredad, se les permite pasar
las fronteras marcadas por el género. Mientras tanto, pueden sentirse presionadas
para adaptarse a los comportamientos de las mujeres característicos de esa cultura.
Además, las antropólogas extranjeras que realizan los estudios en el ambiente he­
terogéneo en cuanto al género están expuestas a ciertos peligros, por ejemplo, el
abuso sexual, las amenazas fisicas, el funcionamiento de estereotipos relacionados
con el género de la cultura en estudio. Durante los estudios en Tomatlán me sentí
protegida por la comunidad, incluso por los mismos hombres. En cambio, durante
mis viajes diarios por la ciudad estaba expuesta a la violencia verbal y fisica. En con­
secuencia, esto influyó en mi comportamiento muy reservado, pero que al mismo
tiempo expresaba mi seguridad. La falta de maquillaje, los lentes y la ropa informal
eran unos trucos para no atraer las miradas.
Las estrategias del género en las situaciones de los estudios dependen de la pe­
culiaridad del medio de investigación, de la personalidad del investigador/investi­
gadora y del carácter de los estudios que se realiza (Scaglion, 1 986) . El cambio de
imagen me dio seguridad durante mis viajes. Desde luego, esta táctica influyó en la
m anera en que los interlocutores me veían cuando realizaba mis investigaciones.
Se sumó el hecho de que en México a los estudiantes de doctorado se les llama
doctor/doctora sin todavía serlo: lo anterior junto con mi imagen seria, la de una
DE UNA HIJA A LA MUJER PREPARADA

"intelectual", influyeron en la opinión y la imagen equivocada de /,a doctora, es decir,


la terapeuta.
A veces, días enteros participaba en la vida del pueblo, en fiestas, aniversarios
eclesiásticos y familiares. Me encontraba con mis interlocutores en la calle, el mer­
cado o en el microbús. Además, hice amistades con algunas de ellas y empecé a
participar en la vida de las mujeres de la mayordomía ayudando a los preparativos
a las fiestas, sobre todo en la cocina. Aquí, el conocimiento sobre la cocina tradi­
cional mexicana que adquirí en anteriores estancias en México resultó ser muy im­
portante. También ayudaba a adornar la iglesia. Prácticamente cada fin de semana
me invitaban a las fiestas familiares. Conforme pasó el tiempo, me convertí en una
fotógrafa que registraba, por ejemplo, incontables bautizos, bodas, presentaciones,
XV años. A menudo, en casos necesarios, cuidaba a los niños, les ayudaba a hacer
sus tareas escolares, incluso informaba sobre los programas del gobierno para los
más pobres, por ejemplo, el seguro social.
Después de familiarizarme con el pueblo, empecé a entrevistar a mis interlocu­
toes principales (key informants) . Nuestras conversaciones eran una oportunidad de
autorreflexión y alivio para ellos. Asimismo, con el tiempo, como a veces sucede en
la regla de la bola de nieve, no tuve que esforzarme buscando los nuevos contac­
tos sino que las mismas habitantes de Tomatlán empezaron a buscar la ocasión de
conversar conmigo. Hay que agregar que para algunas llegué a ser una especie de
"urgencia" emocional. Ellas mismas empezaron a sacar las citas para las entrevistas
con los hombres y no sólo con sus maridos, sino con sus padres e hijos, creyendo
que ellos también necesitaban esta especie de "terapia".

SORPRESAS: ENTREVISTAS CON LOS HOMBRES

Las antropólogas feministas enfatizan el hecho de que las mujeres-investigadoras


sobrepasan las fronteras del género durante sus investigaciones mucho más fácil
porque pueden ser vistas al mismo tiempo como mujeres (desde el punto de vista
biológico) y como hombres (desde el punto de vista de los estereotipos de una
cultura determinada) . Este estatus bastante peculiar es resultado de la educación,
la independencia personal y de que ellas son las que inician las conversaciones. Por
lo tanto, en muchas culturas la investigadora-extranjera está colocada socialmente
más cerca de los hombres que de las mujeres.
Hay una opinión general respecto a que los hombres están menos acostumbra­
dos y más distanciados para hablar sobre sus experiencias íntimas y sus emociones.
Mis primeras entrevistas con ellos confirmaron esta opinión. Al principio, los inter­
locutores me coqueteaban. Lo que no disminuyó la distancia entre nosotros y no se
inclinaron a más reflexiones personales. Pero en el momento de ganar la confianza
de las mujeres, la situación de mis estudios cambió diametralmente. Empecé a en­
trevistar a los hombres que, convencidos por sus mujeres, querían ser interrogados
esperando que esto sería para ellos no sólo un alivio sino que les permitiría resolver
RENATA EWA HRYCIUK

sus problemas personales y familiares. Para ilustrar esta cuestión voy a describir bre­
vemente el contexto de mis entrevistas con tres hombres que consideraban nuestras
conversaciones como una especie de "terapia".
La entrevista con Daniel,4 un viudo de 38 años, padre de tres hijos, fue planeada
y arreglada por su suegra, doña Martha (mi interlocutora principal) . A doña Mar­
tha le inquietaba la manera en que su yerno trataba a sus propios hijos. Antes, me
confesaba que su yerno olvidaba sus obligaciones paternales. En vez de dar el dine­
ro a sus hijos, lo gastaba con "otras mujeres". Abusaba del alcohol y, en consecuen­
cia, se volvió muy agresivo. Siempre dejaba a los niños con su abuela porque estaba
seguro de que ella los cuidarla bien. Le dejaba toda la responsabilidad a la abuela.
Doña Martha usaba varios medios para recordarle sus obligaciones paternales, por
ejemplo, amenazando con que iba a quitarle la custodia legal de los niños. En esta
situación, ella misma quería adoptarlos legalmente.
Cuando llegué a la casa de la señora Martha para entrevistarlo, Daniel ya me es­
peraba "preparado" por su suegra. Al inicio, era muy reservado contándome sobre
lo dificil que era ser un emigrante de la provincia (estado de Michoacán) y acos­
tumbrarse a la vida en Tomatlán, el lugar de origen de su mujer. Cuando su esposa
falleció por las complicaciones de posparto de su tercer hijo, pasó por la depresión
y empezó a abusar de alcohol. Me contaba sobre su soledad, su indefensión y sus
intentos de dejar el vicio (hacía más de un año que participaba en las terapias de Al­
cohólicos Anónimos) . Llorando aceptó que no era un buen padre, incluso no sabía
cómo serlo. Desde la muerte de su esposa, su obligación se limitaba a mantener a
la familia. Repetía que quería aprender a demostrar los sentimientos a sus hijos, ser
un verdadero ejemplo para ellos, pero esto se encontraba fuera de su alcance. Du­
rante la entrevista subrayaba que apreciaba la gran ayuda de la familia de su mujer
(suegra, cuñadas) . Al final dijo que las obligaciones sobre los hijos es cuestión de las
mujeres. Por lo tanto, ¡ su deber es ayudarle a él !
Después de unos días volvimos a encontrarnos en la casa de la señora Martha,
pero ahora por pura casualidad. Daniel dijo que le había gustado la entrevista por­
que le hizo recordar sus encuentros en Alcohólicos Anónimos, donde tenía oportu­
nidad de hablar abiertamente sobre sus problemas. Lo más importante para él era
que yo no le echaba los sermones inspirados por su suegra. Era lo que temía.
El segundo caso fue el del señor Rodrigo. Antes de entrevistarlo hice amistad
con su esposa Lupe (mi siguiente interlocutora) . También hablé con sus hijos y sus
cuñadas. Conocí bastante bien el ambiente familiar y sus problemas antes de que
el señor Rodrigo me diera el permiso de entrevistarle. Me permitió hacerlo porque
--como me enteré más tarde- yo no era chismosa como "otras mujeres". Resulté
ser una persona seria y digna de confianza. Confesó que tenía necesidad de platicar
con alguien sobre sus problemas, y fue su mujer quien le convenció de que hablara
conmigo. La señora Lupe resultó ser una persona rica en información. Siempre
dispuesta a la conversación, además de contarme la historia de su vida, la de su fa­
milia y de su pueblo, revelaba los chismes sobre mi persona. Lupe dominaba en su

4 Los nombres de las personas entrevistadas no son reales.


DE UNA HIJA A lA MUJER PREPARADA

familia. Desde hacía mucho tiempo, intentaba convencer a su marido para que él
hablara con la doctora. La verdad esperaba que Rodrigo viera los problemas desde la
"perspectiva justa" y tomara las "decisiones justas". La señora Lupe esperaba que yo
me pusiera de su parte en el conflicto familiar convenciendo a su marido para que
él echara a su madre de la casa. Estaba segura que junto con la desaparición de la
"mala suegra" los problemas familiares se resolverían automáticamente.
Al principio, nos sentíamos muy incómodos porque los dos fuimos obligados
a la conversación por Lupe, que no soportaba la objeción. Su marido, de más de

50 años, un hombre tranquilo, callado, pero siempre sonriente, era un mecánico.


Además, era fuereño porque provenía de un barrio vecino y no era originario de
Tomatlán. El hecho de que él era quien se mudó al pueblo para vivir en la casa de
los suegros, con el tiempo heredado por Lupe, decidió su posición en la familia.
Por estar privado de tomar las decisiones relacionadas con la familia o la herencia
de su esposa, siempre se sentía "el otro" en Tomatlán. En la vecindad era visto como
el padre y el abuelo cariñoso, no violento, que trabajaba duro para mantener a su
familia. Aunque para otros era un típico mandilón.
Dos años antes de nuestra conversación, la madre de Rodrigo tenía un conflicto
con sus hijos y tuvo que mudarse a la casa de Lupe, lo que empeoró la situación de
Rodrigo en la familia extensa (las hermanas de Lupe tienen terrenos y viven cerca
de su casa) . Mi interlocutor sabía que no hubo una buena solución para esta situa­
ción. Por un lado, no podía dejar a su madre enferma y, por otro, su mujer no que­
ría tolerar a la suegra conflictiva bajo el mismo techo. El señor Rodrigo no podía
permitirse alquilar un departamento separado para su madre. Si lo hubiera hecho,
de todas maneras habría cuidado a la anciana. Por lo tanto, el conflicto no se solu­
cionaría. Mi interlocutor me contó que se sentía atrapado en las exigencias encon­
tradas de los miembros de las familias. Además, esa situación era muy estresante.
El señor Rodrigo no esperaba consejos de mi parte. Cuando volvimos a encon­
tramos, me dijo que apreciaba el hecho de que yo estaba dispuesta a sacrificar
mi tiempo y hablar con él. Me agradeció diciendo que por primera vez podía ha­
blar abiertamente con alguien sobre sus problemas y sus sentimientos. Durante la
entrevista aparentemente conseguí la confianza de mi locutor. En consecuencia,
tuvimos más oportunidades de conversaciones sobre diferentes temas, incluyendo
personales, por ejemplo, en las tardes cuando el señor Rodrigo me acompañaba a
la estación de autobuses.
La tercera entrevista que presento también fue arreglada por doña Lupe. Un día
ella me llamó y me pidió que viniera a su casa por la tarde porque "iba a tener para
mí un locutor", como lo dijo. Cuando llegué a su casa, ella me acompañó al segundo
piso recién reconstruido. Yo iba a hablar con uno de los obreros empleados allá.
Aunque antes nunca tuve la ocasión de verlo, él escuchó sobre mis entrevistas de
los miembros de la familia de doña Lupe. Nos sentamos en un costal con ladrillos
y el señor Hugo me explicó que tenía una necesidad de confesar sus problemas a
alguien. Doña Lupe le dijo que la doctora sabía escuchar. Además, la plática con ella
podría ser un gran alivio para él. Por primera vez durante mi trabajo de campo en
Tomatlán, un hombre era el que buscaba la ayuda y consolación hablando conmigo.
RENATA EWA HRYCIUK

El señor Hugo, una persona madura, era un obrero no calificado que trabajaba
como ayudante de albañil. Era un padre soltero --como él mismo se definió- que
cuidaba a dos niños. Era emigrante del estado de Guerrero. Cuando le conocí, alqui­
laba un pequeño departamento en Tomatlán. Lo que él buscaba en nuestra plática,
era encontrar lástima por su dificil situación y sus problemas. Me habló sobre la
pobreza, el analfabetismo y el estigma social que experimentó siendo un hijo fuera
del matrimonio de un cacique local en las costas del estado de Guerrero. También
me contaba sobre sus intentos de emigrar a ciudad de México y después a los Estados
Unidos para "cambiar su destino". Me confesó que vivió un shock cuando al regresar
a la ciudad de México, se enteró de que su mujer ya había tenido una nueva pareja
y se negó a cuidar a los hijos de ambos. El señor Hugo tuvo que enfrentarse con una
nueva situación, es decir, de repente se convirtió en padre soltero en una ciudad
desconocida donde no podía contar con redes de apoyo: la ayuda de las mujeres de
su familia. Tampoco tenía amigos o compadres. A pesar de lo dificil que se presentó
esta situación, nunca dejaría a sus hijos a las instituciones del DIF,5 como lo subraya­
ba. Quería que la familia se quedara intacta y que los hijos terminaran, por lo menos,
la secundaria. Ésta fue una conversación larga y conmovedora. No obstante, esta
entrevista fue una de las más emocionalmente agotadoras que realicé en Tomatlán.
La peculiaridad de esta conversación consistía en que el señor Hugo, siendo
uno de mis interlocutores-hombres, no sólo esperaba mi apoyo emocional sino que
esperaba mi ayuda para resolver sus problemas prácticos, en consecuencia, los re­
cibió. Entre los consejos que le di estuvo la información sobre el seguro popular
elaborado por el gobierno de la ciudad de México que entonces entró en vigor.
Además, encontré la información sobre las terapias psicológicas organizadas en
cada delegación.
Cada ambiente de trabajo es peculiar para el investigador y requiere un trato
distinto. Mi investigación en Santa María Tomatlán me obligó a relacionarme per­
sonalmente con mis interlocutoras e interlocutores. Mi involucramiento estuvo ba­
sado en sentimientos, emociones, empatía e intuición, lo que exigió que jugara el
rol de "terapeuta". Por lo tanto, surgieron dudas y dilemas personales.
A pesar de que se subraye que los problemas morales o éticos y los dilemas son
una parte inseparable del trabajo de campo, no se les puede prever y aparecen
ex post fadum (Fabian, 1 99 1 ) . Cuando empecé mi trabajo en el pueblo, esperaba

sentir más presión para acomodarme a los comportamientos peculiares para esta
comunidad. Estaba preparada para aceptar que estaría obligada a responder varias
preguntas sobre mi vida personal y sobre todo por qué era soltera y sin hijos. Ade­
más, esperaba que se me asignara el rol de una extranjera accesible sexualmente
( "una mujer fácil") porque era "una joven sola y lejos de la casa", como se decía. No
obstante, las fronteras del comportamiento marcadas por el género resultaron ser
bastante elásticas. Por el contrario, me asignaron el rol de un "terapeuta" y el estatus
andrógino de una experta. Lo que me facilitó el acceso a los interlocutores, tanto

5 Desarrollo Integral de la Familia ( DIF) . Es una institución gubernamental mexicana enfocada a la


ayuda social para las mujeres y los niños.
DE UNA HIJA A lA MUJER PREPARADA

con las mujeres como con los hombres.


Creo que varios factores influyeron en esta situación. Primero, era extranjera
preparada que conocía muy bien la cultura mexicana, el idioma y la realidad de la
vida en la ciudad de México. Segundo, el objeto de mis investigaciones era la ex­
periencia de ser madre/padre. Tercero, mi posición durante mi trabajo de campo
en Tomatlán establecida y legitimada por el padre ]airo. Mis interlocutoras estaban
seguras de que existía la necesidad de una ayuda psicológica para solucionar los
problemas cotidianos, lo que era resultado de su contacto con los psicólogos en las
escuelas, las parroquias, los medios de comunicación. Además, influyeron los cam­
bios de los últimos años ocurridos en Tomatlán donde las mujeres siguen siendo
responsables de sus familias. Pero por otro lado, la generación más joven de muje­
res aprovecha cada vez más las oportunidades educativas, elige una carrera profesio­
nal y el desarrollo personal. Por lo tanto, las mujeres solteras, preparadas, cada vez
ganan más respeto y aceptación por ser exitosas; en consecuencia, tienen un nuevo
estilo de vida. Lo que ha hecho cambiar la imagen de la mujer en la comunidad de
Santa María Tomatlán.

"LA HUIDA DEL LUGAR DE ACCIDENTE "

Antes de empezar el trabajo en Tomatlán, ya tenía cierto conocimiento sobre la


vida en la ciudad de México que adquirí durante mis últimas estancias en la capital
mexicana. Pero no pude prever que se me asignara el rol de "terapeuta". Al inicio,
intentaba protestar explicando detalladamente el tema y el propósito de mis investi­
gaciones. Aclaraba las diferencias que existían entre la antropología y la psicología.
La reacción de mis informadores sobre estas explicaciones era la desilusión o el
enojo. Al fin y al cabo, me rendí y acepté el papel asignado por ellos. Finalmente,
nuestros interlocutores son los que deciden sobre el desarrollo de las investiga­
ciones cuando están dispuestos a colaborar con nosotros o rechazan hacerlo. Sin
embargo, el conflicto de roles aumentó las cargas fisicas y emocionales relacionadas
con mi trabajo de campo. Cada una de las entrevistas, "terapias", causaron en mí los
sentimientos encontrados que luego se convirtieron en frustraciones. No soy ni una
psicóloga profesional, ni una terapeuta preparada, no tengo ni el conocimiento
adecuado ni la preparación suficiente para realizar las sesiones terapéuticas. Por lo
tanto, mis comentarios se basaban más en la empatía que en el conocimiento. En
varias ocasiones mis interlocutores se mostraban conmovidos, nerviosos, o incluso
lloraban. No estaba preparada para enfrentarme con este tipo de situaciones y mu­
cho menos cuando un hombre lloraba o me contaba sobre su vida personal, por
ejemplo, presumiendo sus conquistas sexuales.
De todas maneras, me sentía responsable por mis interlocutores que tanto con­
fiaron en mí confesando los detalles, muy íntimos incluso, de su propia vida. No
quería fallarles. De otro lado, lo único que podía hacer para ayudarles era escuchar­
les con atención ofreciéndoles un apoyo moral o dándoles consejos o informacio-
RENATA EWA HRYCIUK

nes. Pero cuando el problema resultó ser ya muy grave, les ayudaba a encontrar un
especialista en la materia, un psicólogo.
Nita Kumar describe la situación del trabajo de campo como "un choque valien­
te pero al mismo tiempo torpe de la sensibilidad de un (a) investigadora contra la
sensibilidad de un (a) investigado (a) ". En consecuencia, lo define como "la huida
del lugar de accidente" ( 1 992: 1 ) . La relación de la investigadora y la comunidad
donde realiza sus trabajos es siempre muy complicada. Es una situación donde dos
partes influyen recíprocamente. Las dos partes ganan o pierden.
Puedo decir que para mí la ganancia podría ser una nueva experiencia de inves­
tigación, el material que conseguí (la tercera parte de las entrevistas las realicé con
los hombres) , la falta de conflictos serios en los meses que pasé con los habitantes
de Tomatlán en situaciones muy variadas. Y no sólo esto. Además, hice amistades
con algunas de mis interlocutoras e interlocutores con quienes estoy en contacto
por correo electrónico. Asimismo, la perspectiva de realizar mis investigaciones en
el futuro en el mismo pueblo forma parte de las ventajas.
En cuanto a las pérdidas, sobre todo sentirme obligada a aceptar un rol asignado
por la comunidad, es decir, como lo llaman las feministas estadunidenses de una
manera cursi, pero adecuada, intemational shitwork (Reinharz 1 992: 58) . Además,
el gran agotamiento fisico y emocional relacionado con una larga estancia en la
metrópoli más grande de América Latina.
Los antropólogos que realizan sus trabajos de campo en la ciudad de México
ponen mucha atención a las condiciones dificiles de la vida en esta ciudad y a ex­
perimentar diariamente "formas de degradación demográfica" (García Canclini y
Mantecón, 1996) como destrucción del medio ambiente, problemas con el trans­
porte público, corrupción, laberintos de la burocracia, amenaza de violencia, entre
otros. En el caso de las antropólogas, que por su género, diferencias raciales y cul­
turales, a pesar de ser molestadas por los hombres de una forma verbal, se sentían
no sólo incómodas sino asustadas por llegar a ser molestadas sexualmente en el
espacio público.
En mi caso, lo que en el momento de entrar en la comunidad resultó ser una
ventaja era la piel blanca y los ojos verdes; por el contrario, en el espacio urbano
resultó ser un obstáculo. Durante mis viajes diarios, era lo que atraía la mirada de
los hombres. A pesar de mi comportamiento reservado y la imagen lo más natural
posible, fui expuesta a los comentarios cualitativos. Además, era destinataria de pi­
ropos poco agradables. Principalmente, durante mi primera estancia en México
experimenté las pruebas de molestarme sexualmente.

SOBRE LA RELACIONES DE PODER, OTRA VEZ

Aquí quisiera regresar a uno de los elementos del trabajo de campo más importantes
y problemáticos para las antropólogas feministas: la relación de poder entre las inves­
tigadoras y las sociedades investigadas. Diane L. Wolf ( 1996) reflexiona esta cuestión
DE UNA HIJA A LA MUJER PREPARADA 2 89

en tres diferentes dimensiones relacionadas entre sí. Primero, las ya mencionadas


diferencias surgidas de la posición de la investigadora y del investigado (clase, raza,
nacionalidad, perspectivas para la vida, procedencia ciudad/pueblo) . Segundo, la
relación de poder durante el proceso de definir el sujeto investigado, el intercambio
y la explotación desiguales en su desarrollo. Tercero, la cuestión de poder en la par­
te final del proyecto, es decir, elaborando las conclusiones y los resultados.
La asimetría de relaciones entre los investigadores y los investigados está más
marcada sobre todo en la parte de preparación (la antropóloga decide el tema y el
lugar de sus investigaciones) y en la parte final, cuando las conclusiones ya están
hechas y aparece la cuestión de la presentación. Hay que subrayar que el lugar de
trabajo de campo no depende solamente de la investigadora. También la idea de
investigación tiene que ser aceptada por un grupo. Al elegir Tomatlán, estaba cons­
ciente de las dificultades y del riesgo de ser rechazada por la comunidad. El hecho
de que concluí satisfactoriamente mi trabajo, fue -en su mayor parte- gracias a la
ayuda y la amabilidad del padre ]airo.
El segundo momento en que el investigador /investigadora tiene poder sobre
el investigado, es cuando presenta y establece los fines a que se aplican sus investi­
gaciones. Durante mi estancia en Tomatlán informé a mis interlocutores sobre el
propósito de las investigaciones, es decir, que serían la base empírica de mi tesis
doctoral. La mayoría de los interlocutores demostró un gran interés por mi pro­
yecto de investigación. Una parte de ellos no sólo quería que usara sus nombres en
las descripciones de entrevistas, sino que permitieran que incluyera las fotos de las
fiestas familiares en mi trabajo.
Durante el trabajo de campo, mis interlocutores nunca presentaron quejas o du­
das en cuanto a mi honestidad como investigadora. La cuestión de representación
aparece muy marcada en la conversación con una amiga del padre ]airo. Ella prove­
nía de la clase media y llegó a Tomatlán para participar en la fiesta de la iglesia. Ella
expresó su desconfianza en la cuestión de que los resultados de mis investigaciones
realizadas en el pueblo tan "atrasado y folclórico", como lo definió, podrían defor­
mar una "imagen falsa sobre el México". Y lo peor, promoverlo en Europa.
Hay que señalar que en el proceso de realizar el trabajo de campo la posición
dominante del investigador/investigadora ya no es tan evidente. Así lo comprueban
las descripciones de las experiencias que adquirí en la ciudad de México. Nuestros
interlocutores no son unos sujetos pasivos de estudio. Las relaciones del poder no
son ni estáticas, ni establecidas previamente, por el contrario, son dinámicas. En­
tonces, las relaciones del poder se vuelven elásticas e, incluso, impalpables para el
antropólogo/antropóloga, por lo menos al inicio de la investigación. También, hay
casos en que los interlocutores son los que dominan en la relación, es decir, toman
el control, a veces, deshaciendo el plan de investigación.
Sin duda, como antropóloga europea ocupé una posición privilegiada, fortale­
cida por el malinchismo mexicano, frente a mis interlocutores mexicanos, sobre lo
cual me advirtió un hombre cuando acababa de llegar a Tomatlán. Él me aseguró
que la gente del pueblo iba a recibirme "porque aquí somos muy malinchistas",
como lo subrayó. Lo que significa que a los mexicanos les gusta todo lo extranjero y
RENATA EWA HRYCIUK

principalmente las personas que provienen del Occidente. También sucede con la
preferencia por el color de la piel blanca, ojos y pelo claros. 6
Por lo tanto, fui invitada a las fiestas organizadas por la comunidad del pueblo,
por ejemplo, para cargar la imagen de la patrona del pueblo durante la proce­
sión en una de las fiestas. También participé en varias fiestas familiares como una
invitada de honor. El capital simbólico relacionado con mi posición aseguraba el
prestigio para mis amigos y sus familias. Consciente de las consecuencias que mi po­
sición podría traer durante mis investigaciones, intentaba comportarme de manera
apropiada para la situación con el fin de reducir la distancia entre los habitantes
de Tomatlán y mi persona. Por ejemplo, participaba en la vida cotidiana de la co­
munidad. También estaba abierta a las entrevistas recíprocas. No obstante, tenía
en cuenta que, como lo demostraron las investigadoras feministas, estas formas de
comportamiento pueden resultar problemáticas y nunca funcionan exitosamente
en las relaciones iguales entre el investigador/investigadora y el investigado (Wolf,
1996) . Aunque la posición sociocultural del poder favorece a los investigadores,
sería ilusorio creer que ellos son los que controlan realmente la situación de in­
vestigación. En cualquier grado que sea, la resistencia justificada por parte de los
investigados y la negociación de las relaciones del poder entre los antropólogos y
las sociedades estudiadas durante la investigación, influyen de manera significativa
en el desarrollo del estudio.
Durante mi trabajo de investigación en México se me asignaron ciertos roles
que, con mayor o menor intensidad, tuve que aceptar. Además, estos roles evolu­
cionaban conforme a mi edad y mi preparación. Por lo tanto, de una "niña-hija"
inmadura pasé a ser la "hija profesional" competente de cuyos éxitos había que
estar orgulloso (así me trata el padre jairo hasta hoy el día) . En la última etapa, ya
me convertí en una especialista. Este último rol asignado por la comunidad estaba
relacionado con las esperanzas que cumplí ante los ojos de mis interlocutoras. Las
habitantes de Tomatlán esperaban que nuestras conversaciones ayudaran a resol­
ver sus problemas y los de sus hombres. También aparecieron las esperanzas de los
hombres. Ya al inicio de mi estancia, uno de mis interlocutores preocupado por los
últimos cambios en el estilo de la vida de las mujeres expresó su esperanza de que
las conversaciones conmigo influirían en "quitar la promiscuidad en el pueblo y
las mujeres se darían cuenta cuáles eran sus verdaderas obligaciones". Además, se
esperaba que instruyera a las mujeres acerca de ser "una buena madre".
Los habitantes de Tomatlán a menudo buscaban por sí solos el contacto conmi­
go. Al prepararse, ellos mismos fijaban las fechc¡.s y horas de las entrevistas. Tam­
bién me invitaban a fiestas. Cuando no podía aceptar la invitación , expresaban su
descontento abiertamente. A veces, sucedía que quienes al principio estaban dis­
puestos a ser entrevistados, no llegaban al lugar donde nos habíamos citado. Esto
pasaba sobre todo cuando la entrevista se establecía en las oficinas de la parroquia.
Mientras tanto, "olvidaban " o cambiaban las fechas de citas. Raras veces pasaba que

6 El colorismo es una forma de discriminación por el color de la piel. El color de la piel define el
estatus socioeconómico. También las personas de piel clara reciben un trato diferente.
DE UNA HIJA A LA MUJER PREPARADA

alguien rechazaba la entrevista abiertamente. Tuvo que pasar bastante tiempo para
que pudiera darme cuenta de que no sólo se trataba de la diferencia cultural en
tomo a percibir el tiempo (puntualidad) o las relaciones sociales, sino que fue una
estrategia de resistencia a mi trabajo de campo, los habitantes de Tomatlán empe­
zaron a disponer de mi tiempo, lo que era muy frustrante sobre todo porque para
llegar al pueblo tardaba tres horas diarias. A veces, de tres entrevistas ftjadas para el
mismo día, ninguna se realizó. En esta situación no pude demostrar mi desconten­
to o desilusión provocados por las diferencias entre las culturas. Por el contrario,
tenía que evitar las situaciones conflictivas, ya que ellas podrían si no destruir, por
Jo menos, dificultar o atrasar mi trabajo.
El grado en el que podemos negociar nuestra posición durante el trabajo de
campo está limitado también por factores exteriores. Raras veces se habla sobre la
presión de la situación bajo la cual el antropólogo/antropóloga trabaja. Conseguir
el financiamiento para realizar el proyecto que requiere una estancia larga en un
país alejado es un proceso complicado y de largo plazo. En caso de ser exitoso, está
limitado por varios requisitos legales, sobre todo presentar los productos de investi­
gación en el tiempo previsto.
Mientras la entrevista para la gente de Tomatlán, era una curiosidad, una oca­
sión para la autorreflexión o una forma de terapia, para mí era principalmente
el trabajo perfilado para obtener el material de investigación. Además, la reali­
zación de varias temporadas de trabajo de campo en la ciudad de México estuvo
condicionada por mis obligaciones académicas, financiamiento y beca (cumplir
con los requisitos del reglamento de becas del gobierno mexicano) .7 Uno de Jos
requisitos era realizar el proyecto exitosamente. Por lo tanto, me limité a negociar
mi rol durante el trabajo en Tomatlán, es decir, fuí obligada a ser muy elástica y
estar dispuesta a llegar a los compromisos con la comunidad de Tomatlán. Lo que
terminaba con los dilemas éticos.

OBSERVACIONES FINALES

Los dilemas éticos y morales que aparecen durante el trabajo de campo nunca pue­
den ser previstos o planeados hasta al final. Por lo tanto, hay que tener en cuenta
los riesgos emocionales buscando cada vez más soluciones adecuadas para las situa­
ciones concretas que surgen durante el trabajo. ·

Concuerdo con las investigadoras feministas que no tratan la controversia o la


imprevisión relacionadas con el trabajo de campo como las dificultades durante la
observación participativa y rechazan este método de trabajo. Por el contrario, es
una ocasión para adquirir la experiencia y fortalecer a los mismos investigadores en

7 Las temporadas de trabajo de campo realizadas entre 1999 y 2000 y entre 2005 y 2006 estuvieron
inscritas en mi estancia corno becaria del gobierno mexicano en el Programa Universitario de Estudios
de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (PUEG-UNAM ) , en la ciudad de México.
RENATA EWA HR�IUK

las expectativas que de ellos tienen los demás. Además, es una oportunidad para el
desarrollo de su propia conciencia para que el estudio sea lo más ético que se pueda
tanto para el investigador como para el investigado (De Laine, 2000) .
Para que esto se vuelva posible, el antropólogo debería conseguir un conoci­
miento metodológico muy profundo, relacionado con los estudios de caso ( case
studies). El amplio conocimiento sobre la materia surgió a lo largo de las tres últimas
décadas principalmente en los Estados Unidos. Su producto era la publicación de
la literatura enfocada en la metodología de los trabajos de campo (manuales) para
preparar a los futuros antropólogos para que sepan enfrentarse con la situación
de estudio. En la introducción de uno de esos manuales titulado Fieldwork, parti­
cipation and practice: ethics and dil.emmas in qualitative research, la autora Marlene de
Laine (2000) define los propósitos del libro: su intención es atraer para analizar y
entender los fenómenos negativos que pueden tener lugar durante el trabajo de
campo. Asimismo, el libro puede ayudar a elaborar los métodos para enfrentar los
problemas prácticos y éticos a través del análisis de los casos del trabajo de campo.
Cuando salí por segunda vez a México, ya había tenido el conocimiento metodo­
lógico adquirido de la lectura de varios manuales. Aunque esto no me protegiera
para cometer faltas y no fuera capaz de prever lo que podría suceder durante mis
investigaciones en Tomatlán, me ayudó a permanecer en el "lugar de accidente" y
terminar exitosamente mi trabajo.

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ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD. APUNTES PARA
UNA REFLEXI Ó N FEMINISTA

PAULA SOTO VILLAGRÁN*

INTRODUCCI Ó N

La preocupación por el espacio y la ciudad irrumpe con fuerza en las últimas dé­
cadas para ocupar un lugar privilegiado en las ciencias sociales. Algunos factores
que desde mi perspectiva han contribuido a esta centralidad, son por un lado las
discusiones que se abren a través del debate sobre lo local y lo global, y las formas
en que se reestructuran las relaciones espacio-temporales donde la circulación ace­
lerada de mensajes que están en todas partes y en ninguna a la vez, junto con la
desterritorialización de las relaciones y los procesos de producción, plantean una
gran dificultad para definir la idea de espacio con la antigua concepción que lo
ligaba a lo estable y permanente en un mundo globalizado y a la vez fragmentado.
En la antropología, el francés Marc Augé ha sostenido la existencia de los "no lu­
gares" que se caracterizan por la circulación acelerada de personas y bienes, donde
las transacciones e interacciones se producen entre individuos anónimos, sin atri­
butos sociales. Aeropuertos y centros comerciales son ejemplos privilegiados de "no
lugares". En oposición los lugares antropológicos tienen como rasgos principales
ser identificatorios, relacionales e históricos, por ejemplo el plano de la casa, los
barrios, los altares, las plazas públicas (más que la solidez del concepto, es relevante
en tanto que contribuyó a problematizar la figura del espacio y su organización) .
Los individuos al posicionarse en este escenario sin territorios y sin grandes relatos,
obligan a retrotraer la mirada hacia la producción de sentido individual.
Por otro lado, desde una perspectiva de género las preocupaciones geográficas
y las referencias espaciales están en la base de las nuevas reconceptualizaciones
identitarias ubicando al espacio como escenario estratégico para pensar la alteri­
dad, debido al reconocimiento de los dualismos presentes y profundamente inte­
riorizados en las relaciones entre lo femenino y lo masculino, y sus consiguientes
repercusiones en la construcción del espacio (Del Valle, 1 997; Me Dowell, 2000) .
Sumado a esto y producto de una fuerte influencia del posmodemismo, el énfasis
para pensar las identidades de género se ha ido espacializando. En especial desde
la geografía feminista la metáfora de la posición es utilizada para capturar tanto la
multiplicidad como la fragmentación de las identidades de clase, edad, nacionali­
dad, etnicidad, etcétera.

* Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

[ 2 94 ]
ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD 2 95

En este contexto, a través de este trabajo me propongo desarrollar, en primer


lugar, algunos itinerarios teóricos que vinculan las categorías de género, espacio
y lugar en el contexto teórico de la antropología. En segundo lugar me pregunto
por la noción de espacio en la teorización feminista, especialmente en sus relacio­
nes con las identidades. En tercer lugar me interesa dibujar algunos horizontes y
desafios que es posible delinear desde una reflexión situada en Latinoamérica, una
lectura de algunos de los trabajos que toman el espacio como una categoría central
de análisis, pues las discusiones sobre el espacio y el lugar desde la mirada de gé­
nero son posibles de ubicar en una producción transdisciplinaria, donde buscamos
algunos ejes articuladores desde los cuales se han vinculado espacio y lugar para en­
contrar contribuciones significativas. Finalmente me propongo algunas reflexiones
que permiten cerrar la discusión puntualizando algunos aspectos que se orientan a
la relevancia de la categoría de espacio y lugar en las reflexiones de la antropología
feminista, que de alguna forma nos permiten retomar algunas dimensiones básicas
de la vida social, el tiempo y el espacio.

EL ESPACIO Y EL LUGAR EN LA REFLEXI Ó N ANTROPOLÓ GICA

Desde la antropología diferentes datos etnográficos nos entregan elementos que


muestran la existencia de comportamientos espaciales diferenciados entre hombres
y mujeres. Podemos entender esta relación entre el espacio y el comportamiento
gracias al trabajo de construcción social que se hace sobre el cuerpo y sus movimien­
tos, inscribiéndolos en el pensamiento, en el cuerpo y en la cotidianeidad de la ex­
periencia. El orden masculino establece una división del mundo que se materializa
mediante la localización de los cuerpos, y en la reglamentación de las maneras de
comportarse, posturas corporales, ritmos, que dibujan los territorios de movilidad
y desplazamiento.
La articulación específica entre el espacio, el género y el menor estatus de las
mujeres, podemos encontrarla en dif�rentes evidencias etnográficas. En primer
lugar, hace más de 20 años en los trabajos de Michelle Rosaldo y Sherry Ortner
( 1 979) . Estas autoras han aproximado la explicación que ha derivado en una visión
espacial de la diferencia sexual y que tiene que ver con la desvalorización universal
de las mujeres y su posición secundaria en las sociedades. Sostienen que las mujeres
han sido identificadas simbólicamente con la naturaleza, en oposición a la cultura
que se asocia con los hombres y lo masculino.
Culturalmente las mujeres son consideradas más cercanas a la naturaleza que
los hombres. La biología y el cuerpo de las mujeres como procreadoras con sus
respectivas funciones reproductivas y el contacto íntimo con sus hijos durante la
crianza y las tareas domésticas serán la fuente del simbolismo naturaleza-cultura. La
consecuencia inmediata será la consideración de que las mujeres están subordina­
das al poder de los hombres, ubicando sus actividades fundamentales de manera
tal que el lugar de acción femenino será el mundo doméstico y la familia; por el
PAULA SOTO VILLAGRÁN

contrario, los hombres serán dueños de la vida pública. "Aunque no todas las cultu­
ras articulen una contraposición radical entre lo público y lo doméstico en cuanto
tales, cuesta negar que lo doméstico está simplemente subsumido en lo público"
(Ortner, 1979: 1 2 1 ) .
Para estas autoras la oposición naturaleza-cultura, mujeres-hombres, doméstico­
público, son en sí mismas construcciones históricamente producidas por la activi­
dad humana y se constituirán en categorías clave para entender y explorar la situa­
ción femenina y masculina. Si bien en diferentes sistemas sociales e ideológicos se
presentan con mayor o menor fuerza, este par conceptual nos proporciona una
herramienta para conceptualizar las actividades de los sexos. El par conceptual pú­
blico-privado nos entrega un acercamiento topográfico para explorar e identificar
las fronteras de los sistemas de sexo-género, pues es una distinción que frecuente­
mente se encuentra en diferentes contextos culturales y de manera semejante. La
división sexual del trabajo es una parte integral de la división de género, debido a
que mientras la vida de los hombres ocurre fuera de la casa, la alimentación y el
cuidado de los hijos ocurre dentro de ésta.
En este tipo de sociedades existe frecuentemente una separación entre hombres
y mujeres dentro del hogar, de esta manera encontraremos referencias en que el es­
pacio privado o doméstico tiene divisiones entre derecha e izquierda, lugares feme­
ninos y masculinos, con la consiguiente mayor valoración de los espacios masculinos.
En segundo lugar, la frecuente separación que ubica a las mujeres aparte de
los hombres, espacialmente dentro de las formas de habitar de sociedades no oc­
cidentales, es descrita y analizada en la Casa Cabil de Bourdieu ( 199 1 ) . Para él, la
disposición de los espacios se puede entender a través de un conjunto de oposicio­
nes simbólicas homólogas, que se sostienen a través de la división sexual del trabajo
y la consiguiente distribución estricta de actividades para cada uno de lo sexos, de
espacios y de tiempos, instrumentos y objetos. En este sentido la mayoría de las
actividades asignadas que realizan las mujeres cabileñas, así como los objetos que
utilizan, pertenecen a la parte oscura de la casa, transporte de agua, leña para la
calefacción, cuidado del ganado. De manera que la estructura del espacio, con la
oposición entre la parte baja, oscura y nocturna de la casa, se oponen a la parte alta,
el interior y el exterior, como lo femenino a lo masculino.
Estas oposiciones al mismo tiempo establecen diferencias entre la casa y el uni­
verso. De la casa que es el universo de la mujer, el hombre está excluido, por lo
menos durante el día es sagrado y secreto, ocurre en la intimidad, oculto y oscuro.
A diferencia de esto, el hombre está afuera, en el universo exterior, en las labores
del campo, en la asamblea, a plena luz del día; la oposición que se establece entre
la casa de las mujeres y la asamblea de los hombres es una forma de marcar una
división entre vida privada y vida pública. Un conjunto de oposiciones, que constru­
yen un sistema simbólico, que se aplica a la estructura del espacio alto/bajo, luz/
sombra, seco/húmedo, abierto/ cerrado, así también a los procesos que estructuran
el tiempo noche/día, mañana/tarde, inviemo/verano. 1

1 Las oposiciones que se establecen entre el mundo exterior e interior de la casa, tienen sentido
ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD 2 97

Un universo organizado donde las diferencias sexuales están integradas en un


más amplio conjunto de oposiciones, que se apoyan mutuamente, y que simbóli­
camente organizan el cosmos, ordenan el universo, y se apoyan en el juego de las
transferencias prácticas a los movimientos del cuerpo, los comportamientos y los
actos. Matriz original de oposiciones que establecen límites, fronteras en la utili­
zación del cuerpo en determinados lugares, que en última instancia reproduce la
primacía de lo masculino.
En tercer lugar Henrietta Moore ( 1996) , en su trabajo sobre los marawett de
Kenya, establece una estrecha relación entre poder, espacio y conocimiento. Plan­
tea que el análisis sobre la organización del espacio puede ser considerado como
un sistema de comunicación o un sistema simbólico de códigos análogos al len­

guaje. En este sentido el espacio doméstico, que es su principal objeto de estudio,


es entendido como un texto, donde el movimiento y la acción pueden ser vistos e
interpretados como un texto literario. Si bien hay diferentes formas que permiten
sintetizar las relaciones entre espacio y tiempo entre los marawett, un eje importan­
tísimo para definirlas es la relación entre hombres y mujeres.
La tesis central es que el significado no es inherente a la organización del espa­
cio doméstico, por el contrario, para conocer dichas significaciones es necesario
recurrir a la acción de actores sociales. El argumento se orienta a examinar cómo
ciertas representaciones llegan a ser dominantes y como éstas son mantenidas. Así
"representaciones dominantes" e "interpretaciones dominantes" se relacionan en la
reproducción de formaciones ideológicas; la identificación de una interpretación
como más apropiada que otras, se considera como una dimensión y una funciona­
lidad del poder político.
La repetición cotidiana de actividades de la vida marawet es producida por un
conjunto de principios estructurales que sólo se manifiestan en la práctica. La villa
de Endo, al estar construida en la parte alta de una montaña, hace que los movi­
mientos diarios desde el área residencial al campo se den en un proceso permanen­
te de movimiento entre arriba y abajo. Esta división es aún más complicada por el
uso del término tai, que significa derecha y también se refiere a la idea de frente, y
de /et, que significa izquierda y también atrás. Ambos, tai y /,et, son términos de orien­
tación y dirección, y se asocian a los movimientos del Sol, explícitamente vinculado
a los hombres, en oposición a la Luna, simbólicamente asociada a las mujeres. Lo

masculino se constituye en lo permanente, mientras lo femenino en lo imperma­


nente, conformando así una de las más poderosas formas de generizar el espacio y
el tiempo en el Valle de Entlo.
La organización del espacio es el producto de prácticas representadas, dada la
naturaleza de recursos y relaciones de poder en la vida marawet, esto significa que
están siempre abiertas a la negociación y renegociación. Ésta es una visión del espa-

cuando uno de los términos de esta relación, la casa, está a su vez dividido según los mismos principios
que se oponen al otro término. Por ello es al mismo tiempo verdadero y falso que el mundo exterior, el
afuera, el día etc., se oponen a lo interior, adentro y noche como lo masculino a lo femenino, porque el
segundo término de este juego de oposiciones homólogas se divide cada vez en sí mismo y su opuesto.
298 PAULA SOTO VIUAGRÁN

cio que toma cuenta de la forma en la cual éste es constitutivo a través de prácticas
de relaciones y significados sociales.
En cuarto lugar, Shirley Ardener ( 1993) recoge un conjunto de artículos antro­
pológicos, cuyo interés central es la relación entre el género y el espacio, así como
la importancia de los arreglos espaciales en diferentes sociedades. La autora plantea
que los grupos sociales han generado sus propias reglas de uso del espacio, los lími­
tes, y las divisiones de la vida social dentro de esferas, niveles y territorios específicos
que son determinados culturalmente. Plantea que las divisiones de espacio y las
formationes espaciales están íntimamente relacionadas, pero no en un sentido de
causa y efecto sino que esta interdependencia podría ser pensada como "simultanei­
dad", así el espacio refleja la organización social.
Es importante la situación de silenciamiento en la que existen grupos en situa­
ción de "mutismo social", es decir existirían en la sociedad grupos silenciados de­
bido a que perciben y expresan de manera diferente la realidad en relación con
grupos dominantes que tienen la posibilidad de hablar y con ello de dominar; las
mujeres constituyen un ejemplo de silenciamiento, donde su forma de ver la reali­
dad y percepción del mundo no tiene manera de expresión pues no puede mate­
rializarse en los mismos términos masculinos dominantes. Estas estructuras domi­
nantes impiden cualquier expresión de modelos alternativos, de manera que los
dominados deben asumir las formas del grupo dominante. Por ello, para Shirley
Ardener hombres y mujeres tienen diferentes visiones de la realidad.
Los mapas sociales pueden revelar las relaciones estructurales que ordenan jerar­
quías en otro orden de características y sistemas de relaciones, como el parentesco,
los cuales son frecuentemente elaborados pero no necesariamente realizados en el
territorio sino por la ubicación de sujetos en el espacio de las relaciones sociales.
Los miembros de un grupo podrían ser dominantes en relación con miembros de
otro grupo, compartiendo con ellos un universo definido diferente; por ejemplo
podríamos ver la relación entre una esposa y su esposo, donde la mujer está en
situación de mutismo, pero si luego mapeamos a esa misma mujer en sus relaciones
con los hijos de manera de elaborar la figura completa del mapa familiar, ella se
encuentra en una posición dominante en relación con ellos. De esta manera los
mapas sociales son complejos cuando se agregan otras múltiples dimensiones como
la clase, la edad y otras.
En quinto lugar, Daphne Spain ( 1 992) trata explícitamente la relación entre
espacio, género y estatus, afirmando que la distribución, uso y simbolización del
espacio en una sociedad revela las construcciones de los sistemas de género. Para
Spain, son precisamente estas construcciones las que reafirman la desigualdad en­
tre hombres y mujeres, que se fundan en los sistemas de prestigio. El espacio sería
entonces un reflejo de las diferencias sociales de género.
En su libro Gendered spaces, la autora propone que las diferencias de estatus entre
hombres y mujeres crean ciertos tipos de espacios generizados que institucionalizan
la segregación espacial y refuerzan el poder y privilegio masculino. La segregación
espacial a lo largo de la historia está ligada a los espacios en los que se transmite el
conocimiento, sean éstos tecnológicos o simbólicos; también la preparación para
ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD 2 99

desarrollar tareas en el ámbito público es una de las principales explicaciones para


la inferioridad de las mujeres.
Advierte que la segregación espacial ayuda a reforzar y en muchas ocasiones a
profundizar la estratificación genérica, por ello cualquier modificación en los arre­
glos espaciales por definición altera los procesos sociales. El término "institución
espacial" define las fronteras y las barreras que existen para la adquisición del cono­
cimiento por parte de las mujeres; a través de estas instituciones se van asignando
espacios generizados.2 Así también, designa contextos fisicos concretos en donde
las actividades de hombres y mujeres ocurren. De esta manera, acciones que tienen
que ver con las relaciones familiares ocurren en el hogar, acciones asociadas con la
educación se desenvuelven en la escuela, y la participación en la fuerza de trabajo
se ubica en el lugar de trabajo. Para Spain, los espacios masculinos contienen mayor
valor porque se asocian al conocimiento en diferentes ámbitos como la teología, la
ley, la medicina, mientras los espacios femeninos, como la casa, son desvalorizados
porque llevan consigo el cuidado de los niños, un conjunto de tareas que se organi­
zan alrededor de la reproducción.

EL ESPACIO Y EL LUGAR EN LA REFLEXIÓN FEMINISTA

En los últimos 10 años dentro del feminismo se registra un viraje hacia una tenden­
cia más interpretativa: un mayor énfasis en los símbolos, significados y representa­
ciones junto a la redefinición del concepto de cultura (Geertz, 1991 ) , suscitaron
un movimiento que mostró ser especialmente seductor para las ciencias sociales
y en particular para la investigación feminista. Pero no cabe duda que será con la
influencia del postestructuralismo que la discusión de la identidad y la diferencia
adquiera nuevos y provocativos desafios espaciales. Por un lado las identidades en
general y particularmente las de género son concebidas como una construcción dis­
cursiva o juegos interpretativos" en términos de Richards (2005) , y por otro con un
fuerte énfasis geográfico al recurrir a múltiples metáforas espaciales donde el yo se
escenifica. Términos como posicionalidad, ubicación, política del lugar, comienzan
a circular para mostrar cómo el lugar, un concepto de larga tradición geográfica,
se encuentra articulado con la diferencia y la pertenencia de los sujetos. Sin embar­
go, ha sido el pensamiento feminista el que ha debido conciliar creativamente la
referencia material a las mujeres como un sujeto político y por otro la critica que
niega toda unidad categorial, en este caso "la mujer", o de otro modo, tal como
lo ha afirmado Nelly Richards, "el desafio que enfrentó el feminismo consistió en
no renunciar a las luchas colectivas movilizadas por una política de identidad que

2 La utilización del término "generizado" utilizado por Spain, se realiza en el sentido de lo planteado
por Sandra Harding ( 1 996) , para quien decir que la vida social así como la ciencia se encuentra gene­
rizada, significa que las culturas asignan un género tanto a fenómenos naturales o sociales como a las
personas.
PAUlA SOTO VIU.AGRÁN

requiere de una comunidad de referente y en saber, a la vez, ejercer una constante


vigilancia teórica y crítica sobre el peso homogeneizador de la refundamentación
de un 'nosotras' absoluto que vuelve a cerrar la diferencia sobre sí misma mediante
una nueva totalización identitaria" (Richards, 2000) .
Retomo tres perspectivas teóricas feministas para repensar las identidades en
relación con el espacio y el lugar:

l] Un punto de partida para entender la relación entre el espacio y la identidad


desde una perspectiva de género es el concepto de "política de la ubicación" de
Adrienne Rich, del cual, si bien representa una posición que se asocia al esen­
cialismo, rescato su noción de ubicación a partir del cuerpo. Para esta autora,
el cuerpo es la primera geografia, pues a partir de él se ubica a las personas:
"fui ubicada por el color y el sexo con la misma certeza con la que era ubicada
una niña negra, aunque las implicaciones de la identidad blanca estaban disfra­
zadas por el supuesto de que las personas blancas son el centro del universo . . .
ubicarme en mi cuerpo significa [ . . ] reconocer esta tez blanca, los lugares a
.

los que me ha llevado, así como los lugares a los que no me ha permitido ir"
(Rich, 1999: 37) . Esta autora explícitamente sienta las bases para un análisis
de la ubicación geográfica como papel determinante en la constitución de la
identidad de género, agregando que las opresiones son múltiples y por lo tanto
esas experiencias de ubicación también, "incluso si parto de mi propio cuerpo
es necesario señalar que desde un principio ese cuerpo tuvo más de una identi­
dad" ( itnd. } .3
Esta política de la ubicación nos sitúa en el mapa y pone en un primer plano
nuestras ubicaciones conscientes y posiciones estratégicas, en el entendido de
"fronteras históricas, geográficas, culturales, psíquicas y de la imaginación que
proporcionan el terreno de definición política y autodefinición de las feminis­
tas contemporáneas" (Mohanty, 2002) .
2] El concepto de posicionalidad de Linda Alcoff. En su propuesta teórica, "la mu­
jer" ya no sería considerada como un conjunto de atributos sino como una po­
sición específica, dejando la idea de un sujeto esencial, por el contrario emer­
giendo en un contexto histórico en movimiento desde donde puede elegir qué
hacer de esta posición, cómo delinearse y cómo transformar el contexto. Para
Alcoff, el género es " una interpretación de nuestra historia dentro de una par­
ticular constelación discursiva, una historia en la que somos sujetos de y sujetos
a la construcción social" ( 1 989: 1 5 ) . La posicionalidad incluiría dos puntos:
"primero el concepto de mujer es un término relacional identificable dentro
de un contexto (en constante movimiento) ; segundo que la posición en que se
encuentran las mujeres puede ser activamente utilizada (más que trascendida)
como un sitio para la construcción del significado, un lugar desde donde el sig­
nificado se construye, no ya simplemente el lugar donde un significado puede
ser descutnerto (el significado de la feminidad) " ( itnd. ) .

' Texto escrito el año 1 984.


ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD 30 1

D e acuerdo con lo anterior la posición d e las mujeres estaría definida por la


situación externa, relativa en una red de relaciones y elementos que incluyen
las condiciones económicas, instituciones, ideologías culturales, políticas, etc.
Me parece útil esta concepción acerca de la identidad debido a que tomar una
posición permite reconocer el momento histórico y abre la posibilidad de pen­
sar que es posible alterar ese lugar. Esta idea de identidad de género no cons­
tituirá una esencia inmutable contenida en un cuerpo de mujer o de hombre
que remite a modelos estables de identidad, sino más bien hace referencia a la
noción de identidad construida en una trama de representaciones en el conti­
nuo tiempo y espacio.
3 ] En el campo de la geografia feminista, Liz Bondi sitúa la discusión en las políti­
cas de la identidad. Esta autora afirma que el postestructuralismo se ha apoyado
fuertemente en términos espaciales de referencia, y que la reconceptualización
de la política de la identidad efectivamente espacializa nuestra comprensión de
categorías familiares de identidad como clase, nacionalidad, etnicidad y géne­
ro. "En vez de tratarse de esencias irreductibles, estas categorías se convierten
en posiciones que asumimos o que nos asignan" (Bondi, 1 996: 33) .
Siguiendo a esta autora una consecuencia de la metáfora espacial es que la
pregunta "¿quién soy?", presente en algunas versiones de la política de la iden­
tidad, se convierte en "¿dónde estoy?" De esta manera el lugar toma el papel
de referente identitario. La metáfora de la posición es utilizada para capturar
tanto la multiplicidad como la fractura interna de las identidades, mientras que
el concepto de sujeto nos recuerda que todavía operamos con narrativas de
nuestra integridad personal (Bondi, 1 996: 34) .
En esta lógica, los lugares van configurando los comportamientos y las actitu­
des, que en diferentes situaciones y ámbitos de significación social se transfor­
man en espacios con sentido, puesto que es allí donde es posible normativizar,
legitimar e incluso moralizar el comportamiento. Por esto existirá una plurali­
dad de lugares desde los cuales un actor se ubica para hablar, actuar, pensar y
vivir, proliferando los lugares en los cuales construye su identidad. Los significa­
dos sociales no se presentan como un orden coherente y unitario. Al contrario,
existen conflictos de poder y muchas veces son experimentados desigualmente
dando origen a la reproducción de normas, pero también a transgresiones e
innovaciones. Es decir, las categorías para pensar la identidad son tanto relacio­
nales como espaciales ya sea privada, doméstica, personal, social y pública.

En las propuestas de estas tres autoras, habría que alertar que el cuerpo así como
el lugar o la posición de las políticas de la identidad, deben ser miradas con cuida­
do, pues existe el riesgo de escencializar la discusión: "Si las referencias al 'lugar', la
'posición' o la ' ubicación ' apelan de manera encubierta a esencias estables y ftjas,
habremos ganado menos de lo que suponemos" (Bondi, 1 996) . Por lo tanto, las
metáforas geográficas en la política contemporánea deben ser entendidas como
concepciones del espacio que reconozcan que el cuerpo, el lugar, la posición o la
ubicación son construidos socialmente. En términos identitarios esto significa un
PAULA SOTO VILLAGRÁN

aporte de gran relevancia, pues reconoce que existen categorías tanto relacionales
como espaciales y de las acciones que allí acontecen, ya sea privadas, domésticas,
personales, sociales o públicas.

TOPOGRAFÍAS LATINOAMERICANAS

Posicionar estas discusiones en la antropología latinoamericana es complejo. En


primer lugar porque podemos afirmar que las discusiones sobre el espacio y el lugar
desde la mirada de género son posibles de ubicar en una producción deslocalizada
disciplinariamente: la sociología, arquitectura, geografia y antropología principal­
mente han hecho contribuciones significativas pero aún insuficientes. En segundo
lugar debemos tener en cuenta que el estado de los estudios de la mujer y del géne­
ro en la región, como sostiene Goldsmith (2000) , pese a la proliferación y creciente
institucionalización en buena parte de las universidades, están en una etapa de cor­
te más pragmático. Si bien han sido un gran aporte, ha faltado la reflexión teórica
sobre los procesos investigativos así como respecto de la docencia.
De lo anterior y de acuerdo con diferentes trabajos sobre el tema continúo con
un trazado introductorio para entender las vinculaciones entre género y espacio,
seguramente incompleto y subjetivo, pero que permite sugerir algunas problema­
tizaciones y desafios que están en el centro de las relaciones entre espacio urbano,
cultura y poder:

HÁB ITAT POPULAR, PARTICIPACI Ó N SOCIAL Y CIUDADAN ÍA

En esta línea de investigación han tenido lugar numerosas investigaciones realiza­


das principalmente por sociólogas y antropólogas. En principio se han orientado
a buscar antecedentes que documenten la presencia y actuación de las mujeres en
espacios locales. Pese a que el territorio no fue una de las dimensiones analíticas
principales, en diferentes países de Latinoamérica bajo contextos de reestructu­
ración económica, transición de gobiernos autoritarios a la democratización de
las sociedades, se ha llegado a establecer la articulación estrecha entre el espacio
urbano y las relaciones de género. Alejandra Massolo ( 1 992, 1994) , en México, ha
estudiado el rol protagónico de las mujeres de escasos recursos en las organizacio­
nes sociales y particularmente dentro de movimientos sociales de carácter local
que surgen de problemas concretos, como la defensa, apropiación y dominio so­
bre algún terreno; igualmente se analizan las respuestas colectivas en el proceso de
autoconstrucción de vivienda. En esta misma línea de argumentación, Teresa Val­
dés y Marisa Weinstein ( 1 993) realizan un interesante recorrido por los procesos
de asociacionismo femenino, desde los orígenes de la acción colectiva de mujeres
en Chile. El quehacer de la diversidad de organizaciones de mujeres durante este
ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

periodo comparte el anhelo de ciudadanía en el sentido de utilizar la participación


como vehículo para hacer escuchar su voz y demandar mejorías en su situación de
vida, familiar, laboral, barrial etc. Estas investigaciones en su conjunto han mostra­
do cómo las generalizaciones que se hacen de "la mujer" tanto para situarla dentro
o fuera, en lo público o en lo privado estereotipan y reducen las posibilidades de

conocer la movilidad de las mujeres en la urbe. La adscripción social y cultural a


los roles genéricos de madre-esposa-ama de casa resultó ser, paradójicamente, tan
restrictiva como permisiva, de tal suerte que el control y limitación a la inmediatez
espacial facilitaron el entrenamiento y activa participación femenina en la gestión
de los asuntos públicos cotidianos, en asociaciones vecinales y redes de solidaridad
comunitaria, demostrando capacidad de influencia, liderazgo y eficacia política
(Massolo, 1 996) .4
En ambos resultados de investigación se expresa la crítica a la dicotomía público­
privado, pues la ocupación temporal de las mujeres individual y colectivamente
de los espacios públicos a través de manifestaciones políticas, el asociacionismo, la
gestión comunal, las prácticas de participación en organizaciones sociales que se
vinculan al movimiento de mujeres, han permitido desdibujar los tajantes límites
entre ambos espacios. Las críticas a la dicotomía público/privado, han tenido am­
plias repercusiones en la teorización sobre los sistemas de género en la ciudad, es­
tableciendo nuevas significaciones y referencias simbólicas dentro de ese contexto.

LA VIDA COTIDIANA DE LAS MUJERES EN LA CIUDAD

Durante un largo periodo esta línea de trabajo se ha orientado a describir, cuanti­


ficar y visibilizar las tareas que conforman el trabajo doméstico de mujeres urbanas
y rurales; sin embargo, como sostiene Clara Salazar, en muchos de los estudios las
autoras no definen en ningún caso los ámbitos territoriales en que se concreta la
esfera del trabajo doméstico y por lo tanto en el que se desarrolla la cotidianeidad
de las mujeres (Salazar, 1993) . Por ello es necesario mirar no sólo a la academia,
sino también a la puesta en marcha de proyectos a nivel del desarrollo comunitario
que han contribuido a la construcción de conocimientos teóricos conceptuales so­
bre la problemática de las discriminaciones y las diferencias de género en el hábitat
urbano en el contexto latinoamericano. La red Mujer y Hábitat5 ha desarrollado

4 Interesante ha sido también la investigación de Tarrés (2002) , quien con tribuyó a visualizar el papel
activo de las mujeres mexicanas de clase media en organizaciones vecinales, religiosas y deportivas, con
lo cual integraba lo ideológico y la división sexual, en cuanto las mujeres mantienen el control en dife­
rentes áreas de los espacios cotidianos, considerando también las propias definiciones de las mujeres, se
les reubica a las mujeres como sujetas sociales.
5 La Red Mujer y Hábitat de América Latina adscribe a la Coalición Internacional del Hábitat (HIC)
en cuyo Consejo tiene representación desde el año1 988. Las instituciones miembros de la Red realizan
experiencias tendientes a generar propuestas que promuevan la equidad de género en el marco de las
políticas, particularmente entre los gobiernos locales. Uno de sus principales proyectos a nivel latino-
PAULA SOTO VILLAGRÁN

un notable aporte investigativo relacionado con la distribución de las mujeres en el


espacio urbano, ha planteado que este último se presenta como el resultado de una
sociedad sin diferenciación entre hombres y mujeres, los hombres son la norma y de
acuerdo con ellos se explican los funcionamientos espaciales dentro de la ciudad.
Se concluye específicamente que las mujeres se desplazan más a pie y en transporte
público que los hombres, también indican que la disociación entre sus lugares de
trabajo y el hogar implican para ellas dobles desplazamientos y hasta triples jornadas
para cumplir con sus tareas en el espacio público y en el privado, agregando que
en un día laboral, la población femenina tiene la mitad del tiempo libre respecto a
los varones, quienes trabajan dos horas menos que ellas en promedio, y en un día
no laboral, las mujeres trabajan el doble que ellos (Falú y Rainiero, 2002; Massolo,
2005) . Otra línea de investigación reciente relaciona los modos de vida periféricos
con la experiencia de género en las grandes ciudades; se afirma que los modos de
habitar menguados de las mujeres terminan siendo constitutivos de la condición e
identidad de género (Lindón, 2006) . Desde una mirada geográfica resulta altamen­
te significativo cómo la autora argumenta que una de las caracteristicas del modo de
habitar periférico resulta de la exclusión de la complejidad urbana, la que supone
una exclusión en el acceso a paisajes urbanos (exclusión visual) , a la diversidad de
otredades, a la multiplicidad de encuentros y experiencias propias de la vida urbana.
Esto evidentemente enfrenta a barreras simbólicas que terminan siendo los mecanis­
mos más sutiles pero más efectivos para demarcar el espacio urbano.

MUJERES . . . ENTRE ESPACIOS DEL MIEDO Y ESPACIOS DE LA VIOLENCIA

El incremento del temor en América Latina ha cobrado importancia como tema de


investigación y acción en las ciudades en los últimos años. Existe consenso respecto
de que dicha situación tiene componentes de género específicos, ya que los temo­
res de hombres y mujeres son claramente diferenciables. Sin embargo, es bueno
distinguir niveles diferentes en las interpretaciones que se hacen sobre el fenóme­
no. Siguiendo a Lindón (2008) el miedo es una emoción provocada por la con­
ciencia de un peligro que nos amenaza, por ello se podria decir que la violencia se
ejerce, mientras el miedo se siente. Hay diferentes estudios que documentan cómo
la relación subjetiva de las mujeres con su entorno, va modelando una concepción
de la vida urbana relacionada con el miedo. De esta forma los espacios exteriores,
las calles, se convierten en sinónimo de peligro, hostilidad, que incluso conviene
evitar; en el caso de las mujeres peruanas, por ejemplo, el miedo se localiza en
"asentamientos precarios y áreas de borde social, zonas de fractura fisica (vías de
ferrocarril, puentes, accesos a barrios) y vacíos urbanos ( terrenos baldíos y otros sin
mantenimiento ni infraestructura) .

americano es "Ciudades seguras para las mujeres", en ejecución en Chile, Perú, Bolivia, Guatemala y
México, entre otros países.
F.sPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

Las características fisico-territoriales de los espacios más riesgosos son la falta


de iluminación, el exceso de follaje, la falta de mantenimiento, las calles estrechas
y sin salidas, la avenida de circunvalación en zonas despobladas (Maccasi, 2005) .
Pero también es posible ubicar amenazas del género masculino principalmente en
las calles. Estas amenazas van desde un silbido, un piropo, un acercamiento sexual,
miradas hostiles, comportamientos corporales invasivos; cada una de ellas y todas
en conjunto, son pruebas evidentes por un lado de la demostración del dominio
masculino de la calle en el día a día, y por otro, para las mujeres, de una percepción
de amenaza y por lo tanto de sentirse no acogidas en el espacio público o la percep­
ción de ser cuerpos fuera de lugar (Soto, 2006) . Con todo, una de las principales
consecuencias en la experiencia urbana de las mujeres latinoamericanas tiene que
ver con las dificultades para disfrutar plenamente de las ciudades, especialmente
de las actividades nocturnas, de recreación y(o) de trabajo. Ello se traduce en el
empobrecimiento de las relaciones sociales y en la automarginación respecto de los
espacios de protagonismo y disfrute personal y social. (La.uh, 2007) .
Una espacialidad diferente pero vinculada con el mismo fenómeno es la vio­
lencia doméstica, aquella violencia que ocurre en la invisibilidad de las paredes
de la casa. En especial en estos últimos años los países latinoamericanos han sido
golpeados fuertemente por el fenómeno denominado "feminicidio":6 evidenciar
la intrínseca relación entre espacio/territorios y prácticas sociales es fundamental,
pues los fenómenos sociales no están fuera del espacio, ni del tiempo, ni del géne­
ro, y es necesario también mencionar ni de la raza, ni de la edad: de esta forma el
espacio simbólica y geográficamente reubica el cuerpo como un espacio de violen­
cia. Las relaciones con la pobreza, el narcotráfico, la trata de personas, la violencia
intrafamiliar, y sobre todo sus vínculos espaciales, aumentan en algunos lugares o
marcan especificidades. Quizá donde mayor trabajo investigativo se ha desarrollado
sobre estos vínculos es Ciudad Juárez (Chihuahua, México) ; sin embargo, la proble­
mática aumenta y aún no se esclarece.

MIGRACI Ó N, FRONTERAS FÍ SICAS Y SIMBÓ LICAS

Si bien la migración femenina constituye uno de los campos relativamente más con­
solidados dentro de los estudios sociodemográficos, se pueden distinguir algunas
líneas de investigación en relación con:
La trayectoria seguida en el caso de los flujos migratorios femeninos como in-

6 De acuerdo con la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, los feminicidios son crímenes de odio

contra las mujeres, crímenes misóginos acunados por una enorme tolerancia social y estatal ante la vio­
lencia genérica. Esa perversidad está alentada por la impunidad; al feminicidio contribuyen de manera
criminal el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión de autoridades encargadas de prevenir y
erradicar esos crímenes. Hay feminicidio cuando el Estado no da garantías a las mujeres y no les crea
condiciones de seguridad para sus vidas en la comunidad, en la casa y en los espacios de trabajo, de
tránsito o de esparcimiento.
3 06 PAULA SOTO VILLAGRÁN

herentes a las transformaciones más globales propias del desarrollo, hasta el es­
fuerzo por documentar la heterogeneidad de los movimientos en que se insertan
las mujeres, el impacto diferencial de estos procesos con respecto a las relacio­
nes de subordinación/autonomía femenina y el carácter procesual de la relación
migración-género en su interacción dinámica con otras variables sociales. Nuevas
dimensiones adquiere la migración femenina intrarregional que muestra una fe­
minización del fenómeno migratorio. Estudios de caso interesantes realizados en
Sudamérica, muestran cómo la migración peruana a Chile, o boliviana a Argentina,
es ampliamente dominada por mujeres que se insertan en el trabajo doméstico,
segmentando el mercado laboral y donde la estigmatización de las peruanas como
trabajadoras domésticas por parte de la población local dificulta aún más sus po­
sibilidades de acceso a otros tipos de empleo (Stefoni, 2003) . Sin embargo, como
lo menciona Ariza, "los análisis sobre migración descansan en esquemas interpre­
tativos excesivamente economicistas e instrumentales que dificultan visualizar las
interrelaciones entre la migración y otros procesos sociales relevantes. Si bien la
perspectiva de género ha logrado ampliar las dimensiones analíticas implicadas en
el estudio de la relación migración-género" (Ariza, 1 999) . Se observa cómo en este
campo se han puesto en marcha escasos estudios para indagar en la valoración de
los aspectos subjetivos, simbólicos y socioculturales de diferentes dimensiones del
proceso migratorio y su impacto sobre la condición de género.
El análisis literario de prácticas autobiográficas de mujeres es un excelente ejem­
plo de lo que nos ofrecen los escritos mestizos y bilingües de escritoras chicanas,
centroamericanas y latinas en general para pensar las fronteras y los procesos iden­
titarios. Textos como Border/,ands/La Frontera ( 1 987) , Este puente. Mi espal,da ( 1 981 ) ,
muestran historias de identidad construidas desde la dispersión, los desplazamien­
tos y experiencias multilocales o pertenencias múltiples. Despliegan una política
de la localización, donde la especificidad del yo se encuentra en conocimientos y
posiciones situadas en la intersección entre dos culturas, entre dos territorios, se
genera una escritura y una narrativa que toma la diáspora7 y lo "híbrido"8 como
lugar de producción, reconocen el lugar de la historia, la cultura y la lengua en
la construcción de la subjetividad y de la identidad, modificando las ideas sobre la
identidad como narrativas unitarias sobre la etnia, la nación y el género. El cuerpo
en este contexto se convierte en espacio de afirmación y confrontación, como un es­
pacio de memoria de cicatrices, de huellas coloniales, un espacio de inestabilidad,
ruptura y transgresión.
Por otro lado y desde una mirada más geográfica también se han iniciado algu­
nas aproximaciones que intentan vincular la imagen genérica de las ciudades fron­
terizas; por ejemplo la relación de la imagen de Tijuana con lo femenino a partir

7 La diáspora en el sentido de una historia de dispersión, mitos/memorias de la tierra natal, alinea­


ción en el país que los recibe, deseo del regreso, apoyo sostenido a la tierra natal, identidad colectiva
definida. (Clifford, 2000) .
8 "Procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separa­

da, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas" ( 1 989: 111 ) .
ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

del trabajo de investigación de Silvia López ( 1998) "Women, urban life and city
images". Reconociendo la complejidad de los escenarios actuales, y cruzando varios
campos como los estudios culturales, los estudios subalternos, los estudios queer,
la crítica literaria, hay preocupaciones por analizar el tránsito de los movimientos
sociales en espacios transnacionales como puentes para pensar las tensiones entre
cultura y poder; así aparecen estudios sobre las formas de representación cultural
y la generación de movimientos sociales en las fronteras norte y sur de México,
desde los zapatistas hasta las lecturas chicanas, que han puesto especial énfasis en
los lugares de enunciación, las marcas históricas y geoculturales de esta producción
(Belausteguiagoitia, 2005) .

PARA TERMINAR

El género en tanto que construcción simbólica de la diferencia sexual ha sido fun­


damental en la configuración de espacios específicamente para uno y otro sexo.
Hablar de espacio es plantear la necesidad humana de sociabilidad tanto de indivi­
duos como de grupos, pues entendemos que el espacio es una referencia identitaria
que permite a los sujetos construir relaciones sociales y a través de la multiplicidad
de éstas, conformar la trama social donde se juega su ubicación y movilidad en el
mapa social.
Sostengo que es en el espacio donde se actualizan e insertan las nociones cultu­
rales de género, que se concretan en actividades, prácticas, y conductas realizadas
cotidianamente , que están estrechamente ligadas con una concepción de mundo
y con la construcción subjetiva del sujeto. El género entonces se erigirá como ele­
mento que se espacializa, la metáfora de la posición (Bondi, 1996) ; para entender la
identidad de género ayuda a captar la multiplicidad de imaginarios que se constru­
yen sobre lo femenino y lo masculino y sus coordenadas espacio-temporales.
Por ello espacio-tiempo es una referencia obligada al hablar de los procesos
identitarios, vitales en la construcción de la realidad subjetiva, que se elabora en
relación dialéctica con la sociedad; en definitiva estamos en estrecha relación con
nuestras prácticas, el significado colectivo que ellas adquieren y las coordenadas
temporales y espaciales en las que se desarrollan. Los grupos y los individuos nece­
sitan permanentemente pensar su identidad y establecer elementos que simbolicen
su experiencia identitaria compartida durante el proceso identificatorio específico.
En este recorrido el tratamiento del espacio es vital.

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CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO:
ALGUNOS NUEVOS INTERROGANTES

ANA RODRÍGUEZ RUANO*

El objetivo de este trabajo será realizar una aportación reflexiva que se centrará
en los trabajos de cuidados a personas en situaciones múltiples de dependencia.
Trataré la revisión y problematización de los propios conceptos de cuidados y de­
pendencia para, una vez establecida una propuesta de definición, concluir con el
planteamiento de una serie de interrogantes que afectan de manera transversal a la
forma en que se aborda el tema.
Lo que pretende este acercamiento es realizar una reflexión, breve y acaso in­
completa, sobre las formas en que considero que se deben abordar los cuidados,
dado el estado actual de la cuestión, en cuanto a acercamientos teóricos, pero
también en cuanto a condicionantes socioeconómicos que afectan a esta realidad.
Echando una mirada a la situación actual de la llamada "atención a la dependen­
cia", deseo desvelar y rescatar interrogantes que aún aparecen sin respuesta (s) , y
proponer temas y formas de abordaje que puedan servir de guía en el camino de la
comprensión de este hecho social fundamental. Se trata por lo tanto, de un tema
que interesa no sólo en su peculiaridad en contextos más concretos, como puede
ser el americano, sino al conjunto de poblaciones que forman esto que últimamen­
te se ha tenido a bien llamar "aldea global", y aún más en el marco generalizado
de crisis en el que algunos estados se ven envueltos desde 2008. E interesa, precisa­
mente, tanto por las interrelaciones que esos cuidados generan en el interior de un
entorno particular, como por las relaciones transfronterizas y más globales que se
crean en virtud de las estrategias de cuidados que se desarrollan. 1

CUIDADOS, TRABAJOS Y ESPACIOS

Hablar de cuidados en nuestros contextos actuales supone, casi inevitablemente,


hablar de hogar, puesto que continúa siendo una actividad asignada a este ámbito.
Entiendo el hogar desde una óptica antropológica, como una unidad económica en

* Universidad de Granada.
1 Al respecto habla Arlie Russel Hochschild (200 1 ) cuando establece la existencia de las Cadenas
mundiales de afecto, para referirse a la participación, dentro de la panorámica de los cuidados, de mu­
jeres con distinta relación con las personas atendidas, y en muchas ocasiones, de diverso origen. Estas
mujeres establecen además toda un red de cuidados a distancia en sus lugares de procedencia.
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO 31 1
la cual sus miembros comparten y ponen en común recursos de todo tipo, y de este
modo se configura como un objeto de análisis central, puesto que se trata de un
espacio de reproducción intra e intergeneracional, pero también de negociación y
conflicto constante, que conforma y define en gran medida los cambios producidos
en un sistema sociocultural. Consecuentemente, mis intereses reflexivos se centran
en las formas de prestación de cuidados que se están gestionando desde los hoga­
res para dar respuesta a dichas necesidades, cada vez más tangibles y candentes
en nuestras sociedades, y por lo tanto imposibles de considerar como necesidades
postergables u omisibles.
La mirada antropológica proporciona esa visión dinámica del hogar, pero ade­
más, los aportes feministas, partiendo de la concepción constructivista y crítica de los
modelos de género, proporcionan la legitimidad argumentativa para explicitar que
el hogar encierra un enorme potencial para operar cambios en las relaciones de gé­
nero, que pueden conducir a la consecución de objetivos igualitarios, pero también
al contrario, conducir a la perpetuación de la segregación sexual, conuibuyendo a la
reproducción de las peores condiciones de los modelos de género vigentes. Además
permite ser conscientes de que las fronteras entre ese hogar y lo que ocurre fuera de
él son flexibles, dinámicas, y que precisamente el trabajo y las actividades derivados
de los cuidados atraviesan esas fronteras constantemente. Esta aportación, desarro­
llada por las revisiones a las teorías de la producción y la reproducción, implica
comprender que, situándonos en una línea imaginaria en la que el espacio privado
absoluto fuera un polo (que correspondería a lo que ocurre dentro del hogar) , y
el espacio público absoluto fuera el otro (que entenderíamos como lo que ocurre
en todo lo que es externo a ese hogar) , existen infinitos de puntos intermedios que
suponen diferentes implicaciones de uno y otro sector, pero que en todos los casos
conllevan una participación conjunta (en mayor o menor grado) de ambos polos. Y
es que lo que ocurre en lo público afecta a lo privado, pero también viceversa. En el
caso concreto que nos ocupa, las formas diferenciales de organizar el cuidado desde
la cotidianidad de cada hogar, y las interrelaciones con otros agentes cuidadores
que esas formas implican, van a revelar claves centrales para interpretar qué cambios
materiales y simbólicos se están dando en los modelos que operan en el sistema de
género vigente, y qué elementos permanecen poco alterados.
Del mismo modo que parto de que ambas esferas no son tales, sino que se trata
de un continuum de articulaciones de relaciones de poder, basadas, entre otras va­
riables, en el género, también me baso en una idea de trabajo que trasciende lo es­
trictamente económico, e incluye la producción de bienes, creados con una inten­
cionalidad y un fin determinados. En esta línea, tal y como afirma Comas ( 1995) ,
considero trabajo como un "conjunto de actividades, relaciones sociales, saberes y
representaciones que se ponen en conuibución para producir y disuibuir bienes y
servicios y para reproducir el proceso mismo por el que se crean y distribuyen tales
bienes y servicios [ . . . ] . [Implica] organización, roles y normas, gasto de energía, es­
fuerzo, uso de técnica, disuibución del tiempo, intercambios. [ . . . ] Pero trabajo no
es sólo lo que hace la gente, incluye también relaciones sociales, que se concretan
en �ontextos sociales específicos" (33, 34) .
312 ANA RODRÍGUEZ RUANO

Esta noción de trabajo implica reconocer que está formado por actividades, co­
nocimientos, reglas sociales, energía personal, tiempo pero también por relaciones
sociales; y lo que es más, el tipo de relaciones sociales en las que se enmarque una
actividad podrá delimitar en muchas ocasiones de qué tipo de trabajo se trata, e in­
cluso, si esa actividad es considerada trabajo o no. El análisis del trabajo, o más bien,
de los trabajos, en estrecha relación con las relaciones sociales en que se produce (n)
permite vislumbrar de qué formas "cristalizan tanto las divisiones técnicas del pro­
ceso productivo como las relaciones sociales que intervienen en él y que distribuyen
a los trabajadores en distintas actividades" (Comas, imd. : 18) . Permite, por lo tanto,
indagar tanto en la distribución de tareas, como en las valoraciones sociales que se
le atribuyen a éstas, y por extensión, de las personas que las desempeñan.
De este modo, llego a la atención hacia los trabajos de cuidados, como activida­
des conceptualizadas tradicionalmente como propias del denominado "trabajo do­
méstico" y del "espacio privado", nociones cargadas de connotaciones feminizadas.
Trabajo propio de la esfera reproductiva, oculto en el conjunto de la organización
social, pero sin embargo, actividad básica para que el sistema social se perpetúe, y
además en continua relación dinámica (y conflictual) con el denominado, por con­
traposición, ámbito productivo. Las formas y los cambios que se den en las maneras
de entender, prestar y recibir los cuidados, nos hablan de los códigos y normas de
funcionamiento y organización que están operando en una cultura, así como de
aquellos que han dejado de tener validez, y los que han surgido recientemente.

" "
SOBRE LO QUE IMPLICA CUIDAR

Tal y como entendemos generalmente lo que compartimos en llamar "cuidados",


podríamos decir que representan actividades básicas dentro del funcionamiento de
cualquier grupo social. A priori, seguramente se nos venga a la cabeza que implican
todas aquellas actividades que van dirigidas al mantenimiento del bienestar de las
personas consideradas socialmente como las "más débiles", por diferentes situacio­
nes y motivos (edad y estado de salud son las más conocidas) .
En la misma línea, partiendo de un sentido estricto del término, podríamos reto­
mar la definición que hace Agulló de los cuidados como las "actividades que tienen
por finalidad la satisfacción de necesidades de otra persona" (Agulló, 2002: 20) ,
añadiendo la peculiaridad de que tienen un horario variable y adaptable, y de que
engloban muchas tareas en sí.2
No obstante, como continúa la autora, los cuidados son actividades con límites
difusos, y por ello, introduce un criterio práctico para restringir y perfilar la defi­
nición: que la persona a la que vaya dirigido el servicio no pueda satisfacer las ne­
cesidades por sí misma (Agulló, imd. ) . Con base en esto, establece que las personas

2 La llamada "multitarea". Véanse trabajos de Agulló y de García Calvente, 1 999 , para profundizar
en esto.
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO

mayores, discapacitadas, enfermas crónicas y los-las menores son las principales be­
neficiarias del cuidado. Estos grupos suelen ser denominados como "población de­
pendiente", personas que no tienen capacidades para dar respuestas a sus propias
necesidades "básicas",3 y por lo general, precisan de una atención individualizada y
constante para lograr unos niveles mínimos de bienestar.
Pero si bien es necesario reconocer este punto, también creo importante dar
un paso más y hablar de la configuración de las, llamémoslas, "necesidades básicas
menos materiales". No supone dificultad alguna identificar a una persona como
dependiente cuando no puede alimentarse por sí misma, o asearse, puesto que la
dejación de estas tareas supondría el empeoramiento de la salud fisica, e incluso el
fallecimiento. Sin embargo, hay otro componente en las necesidades humanas me­
nos tangible, más difuso, y por lo tanto, más complicado de perfilar. Se trata de las
necesidades emocionales, afectivas, de carácter más psicológico y psicosocial, y que,
además, puede darse el caso de que deban ser respondidas de diferentes maneras
según la persona que las experimente.4 Existen necesidades humanas que son de
bienes y servicios, pero también existen otras de afectos y relaciones, que, desde mi
postura, son igualmente básicas en el mantenimiento de la salud del individuo.5
Éstas requieren algo más que la prestación de un servicio o una ayuda.
Desde una mirada más cercana, es en esta parte del trabajo de satisfacción de ne­
cesidades más "subjetivas" (Carrasco, 1 99 1 , 1 999) donde surgen los mayores conflic­
tos, porque en este caso, las personas cuidadoras muchas veces pueden no desear
que se las sustituya, puesto que la intimidad, y la relación que suponen esos mo­
mentos se valoran por sí mismos; y tampoco las personas receptoras desean que esos
afectos sean transferidos a otras personas. Hasta el punto de que estas actividades
pueden llegar a ser conceptualizadas por las mismas cuidadoras no como trabajo,
ni siquiera como cuidado, sino como tiempo compartido con la persona cuidada,6
una suerte de "tiempo de ocio".7
En esta línea es donde tiene sentido el surgimiento de las críticas a las dicoto­
mías sujeto cuidador-objeto cuidado. Son muchas las llamadas de atención que han
alertado del peligro que encierra este binomio, y que entre otros efectos, conlleva

' Son conocidos los debates sobre los niveles mínimos que una persona debe "cumplir" y tener para
considerar que sus necesidades están resueltas. A este respecto, ejemplos claros son las diferentes grada­
ciones de necesidades que se han elaborado desde diferentes disciplinas, así como el debate en tomo a la
actual Declaración de Derechos Humanos, que desde algunas posiciones es considerada un claro reflejo
del modelo occidental, que se pretende aplicar a todas las sociedades. Véase Sen ( 1 995) , entre otros.
4 Esta diferenciación tiene un claro componente genérico.
5 Recordemos aquí que la definición de salud elaborada por la OMS en 194 7 establecía que "la salud es
un estado completo de bienestar fisico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad y dolencia"
(texto de constitución de la Organización Mundial de la Salud) .
6 Para profundizar en este tema, véase el trabajo de Gregorio, Veinguer y Rodríguez (2007 ) .

7 E n este sentido, aparece l a importancia actual d e l a "calidad del tiempo", e n detrimento d e la


cantidad, que por exigencias sociales o por deseos personales, cada vez va siendo menor. Varias autoras
han hablado de esto (Carrasc o , 1 999; Del Valle, 2000 y Parella, 2003 ) . Algunas de ellas afirman que es
un argumento esgrimido por las madres trabajadoras que les sirve para aliviar los sentimientos de culpa
generados por la doble presencia.
ANA RODRÍGUEZ RUANO

a que los cuidados se aborden como algo esencial m ente vivenciado como negativo.
Aunque, tal y como aportan las autoras no diferencialistas, parto de la premisa de
que considerar los cuidados en sí mismos y en todo momento como actividades
positivas y enriquecedoras supone una amenaza para la integridad del análisis, tam­
bién considero igualmente simplista el otro extremo, que es el de cierta tendencia
del discurso cultural, que trata los cuidados como una actividad alienante per sé, de
la que es necesario liberar a las mujeres, para la consecución inmediata de la igual­
dad. Subyace la idea de que cuidado equivale a asfixia, y que para lograr la plena
autonomía es importante liberarse de ese "lastre".
Muchos de los abordajes analíticos sobre los cuidados están impregnados de una
concepción reduccionista de éstos, prestándoles sola o principalmente atención al
aspecto más fisico de la situación, en coherencia con esa definición estricta de cui­
dados, que si bien es enormemente operativa y ha ayudado a revelar importantes
hallazgos, en el estado actual de la situación se nos antoja algo escasa. En virtud de
ese tipo de concepciones, se suele considerar como una relación de dependencia de
dirección fija y única: la parte cuidadora sólo presta cuidados, la parte cuidada sólo
los recibe. Al respecto, Izquierdo explica que se niega una realidad fundamental de
la condición humana, y es "que todos en toda relación somos a la vez cuidadores y
objeto de cuidados, curadores y objeto de cura" (2003: 3) . La realidad de la omnipre­
sencia del cuidado se hace, por lo tanto, evidente.8 Pero no se trata de una relación
libre de las concepciones que impregnan otro tipo de relaciones sociales, y tal y
como afirman Tobío, Agulló, Gómez y Martín Palomo, "la forma de responder a la
necesidad de cuidado está ligada a ciertas estructuras de desigualdad" (2010: 141 ) .
Estas reflexiones ayudan a completar la definición de cuidados. No se trata so­
lamente de la atención y satisfacción de las necesidades básicas, por muy amplia­
mente que podamos conceptualizarlas. Además, parece que aquellas personas que
no pueden satisfacerlas por sí mismas son más de las que en un primer momento
podría parecer. Hablamos de una actividad más compleja.
Para ilustrar esa complejidad de los cuidados, rescato la definición que realiza
Pérez (2006) de la actividad de cuidar como "hacerse cargo de los cuerpos sexuados
y de las relaciones que los atraviesan ". Aunque a priori pueda parecer algo abstracta,
su contenido implica una serie de elementos que nos permite introducir nuevas
reflexiones. Para el objetivo que planteo, me centraré en algunos de los que con­
sidero sus puntos fuertes. Uno de ellos es que no identifica una parte cuidadora
que presta su atención a una parte cuidada, definiendo cuidados como actividad
( "hacerse cargo") relacional de carácter bidireccional. Habla de una relación de
doble sentido, del cuidado dado y recibido.9 Pero también nos habla de la hetero­
geneidad que implica ese cuidado, heterogeneidad que viene dada por cuestiones

8 De la forma de gestionar los afectos en las relaciones de cuidado, y la traducción política de éstos,
concretamente en la configuración de la maternidad en una ciudad de Brasil, habla Scheper-Hughes,
configurando lo que ella denomina la Economía Política de las Emociones ( Scheper- Hughes, 1997 ) .
9 Hablar d e doble sentido n o implica entender que e n todo caso l a relación d e cuidados s e da entre

dos personas, sino que entendemos que el cuidado puede ser desempeñado por múltiples personas, en
diferentes situaciones y momentos.
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO

de género, de edad, de etnia, de origen, de situación socioeconómica, etc. De las


"relaciones que atraviesan" a esos "cuerpos sexuados". Y éste es uno de los aspectos
sobre los cuales las reflexiones aún son escasas: ¿son todos los cuidados iguales?,
¿hasta qué punto los cuidados son mediatizados por esos factores diferenciadores?,
¿qué estrategias se diseñan en cada situación? Introducir esa "diferencia" en el razo­
namiento, diferencia entendida desde una postura posmoderna, va a permitir, por
un lado, plantear la necesidad de mirar hacia el sujeto, no como un ente universal e
inmutable, sino como un conjunto de características circunstanciales sobre las que
operan factores identitarios como el género, la etnia, o la pertenencia social, que
ilustran que las personas no son reducibles a modelos, o a una sola de las variables
que lo conforman. Por lo tanto, dentro de un grupo social establecido habrá mul­
titud de preconcepciones e interpretaciones experienciales, que responderán a lo
que la persona "es", pero también a lo que ha experimentado en su trayectoria vital,
y por supuesto, a sus elecciones, sus prioridades, sus gustos . . . Consecuentemente,
también nos lleva a entender la relación de cuidados como una relación dinámica,
de límites flexibles y no del todo definidos. Permite atender a la cuestión de la de­
pendencia no como si se tratara de una foto fija, sino desde una "perspectiva activa",
donde las inestabilidades y los conflictos encuentran su lugar, y también las fortale­
zas y los reconocimientos sociales. Asimismo, permite atender a las diferentes estra­
tegias que, desde esa heterogeneidad de condiciones, se ejecutan cotidianamente
ante las necesidades de atención, es decir, a esas formas diferenciales de resolver
esas situaciones desde la rutina de cada hogar. Y de nuevo, permite preguntarnos
de qué forma esa variabilidad de estrategias es afectada por el sistema social, pero
también, de qué forma afecta ella al propio sistema. Entiendo "estrategia" como
aquellas prácticas cotidianas desarrolladas por diferentes personas "encaminadas
a lograr un cambio en su posición en la familia, en el mundo del trabajo y en la
sociedad en general, así como a responder y buscar soluciones para los nuevos pro­
blemas que ello plantea" (Tobío 2005: 1 4 1 ) . Díez-Mintegui (2002) identifica dos
tipos de estrategias: adaptativas (cuando lo que buscan es simplemente organizar
y aligerar las condiciones en que desarrolla las actividades que le son asignadas) y
rupturistas (cuando lo que busca es romper esa asignación, transcender los roles
preftjados, y conseguir ese cambio en su posición) , pero aclara que dicha distinción
no ha de entenderse como una dicotomía, sino muy al contrario, como formas de
ser y estar de mujeres y hombres, y especialmente como formas de gestionar sus
emociones (en el caso en que se centra la autora) 10 frente a las realidades sociales
más o menos impuestas por los roles de género. Como tales, estas estrategias están
impregnadas de matices de una y otra clase, e incluso una misma estrategia, en prin­
cipio pensada como adaptativa, puede convertirse en rupturista, por el cambio de
las situaciones contextuales en que se produce. De este modo, podemos entender
que existen estrategias cotidianas dentro de cada hogar que, sin pretenderlo, se per­
filan como respuestas cuestionadoras del sistema, y favorecen cambios en el modelo

'º Díez-Mintegui desarrolla este trabajo en relación con estrategias emocionales, pero considero su

aportación adecuada a los objetivos de este trabajo.


ANA RODRÍGUEZ RUANO

macrosocial. 1 1 ¿Qué condicionantes hacen que esas estrategias de supervivencia,


(que incluyen estrategias de adaptación) pasen a ser formas de resistencia latente,
de acción política (cambiando su condición hacia las estrategias rupturistas) ?
Esa concepción compleja y dinámica de cuidados también posibilita la inclusión
en el análisis de la multiplicidad de dimensiones en las que es subdividido el indivi­
duo desde la configuración del imaginario cultural, y que por lo tanto, son suscep­
tibles de ser cuidadas. Por lo tanto, estamos hablando de elementos de salud fisica,
pero también psicológica, de elementos sexuales y afectivos, que son visibilizados,
y se hacen susceptibles de ser integrados en el análisis macroeconómico (Pérez,
imd. ) . A efectos más metodológicos, supone pensar que no en todo momento del
cuidado debe estar presente el afecto, sino que al contrario, existen actividades
que pueden ser transferidas a otras personas o sectores, y que ello suponga una
mejoría en la atención a la persona receptora. Ello no quita para que, como ya he
dicho, haya otros momentos en los que pueda ser preciso que exista una relación
más estrecha. Pero eso mismo también supone poner sobre el tapete el proceso de
fragmentación al que en ocasiones se somete al individuo en tanto que sujeto social,
a través del cual se identifican una serie de "áreas" personales a las que se debe dar
respuesta a través de diferentes instancias (familia, Estado, y cada vez de forma más
creciente, mercado) .
Y como vengo diciendo, no debemos entender esta relación como una de depen­
dencia unidireccional, sino todo lo contrario, es necesario cambiar el eje analítico y
hablar de interdependencia. De este modo, es cuando se reconoce que en todo mo­
mento de nuestras vidas, las personas cuidamos y estamos siendo cuidadas, incluso
en las situaciones en que tenemos nuestra salud psicofisica en plenas facultades.
Las relaciones familiares, de amistad, de pareja, de colegas, etc., implican una trans­
misión de afectos y complicidades de todo tipo, que contribuyen en gran medida
a ese mantenimiento de lo que podemos llamar "buena salud". Ello no quita para
que también se den desencuentros, contrariedades y desafectos, que son parte de
las relaciones interpersonales, pero que en esencia suponen toda una red social que
desarrolla un intercuidado que colabora en la "sostenibilidad de la vida humana"
(Carrasco, 200 1 ) . Al centrar el análisis en esa sostenibilidad de la vida, en vez de en­
focarse meramente en los trabajos de cuidados, desplazamos el eje analítico a todas
esas actividades que participan en el mantenimiento del conjunto social, y de los
individuos que la integran. Del mismo modo, hablar de interdependencia supone
entender la transversalidad de las situaciones de cuidados, y la complejidad de éstas,
poniendo en jaque, entre otras cosas, la falacia ilustrada del "individuo autónomo".
Dicha falacia hace referencia a esa idea de "ciudadanía" heredera principalmente
de la Revolución francesa, y que sigue vigente actualmente. Se basa en nociones de
universalidad, en las que la persona es un conjunto de obligaciones y derechos. Sin
embargo, al descodificar sus componentes desde un análisis de género, vemos que
aparece un "ciudadano independiente, cabeza de familia, en un Estado liberal, el

11
Para ahondar en esta cuestión, véase el trabajo de Juliano (200 1 ) sobre lo que ella denomina
"subculturas".
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO

hombre que trae un salario a casa a su familia" (Beltrán y Sánchez, 1 996: 6 1 ) . Bajo
esta dinámica, se oculta esa realidad fundamental, de que para que alguien logre
ese tipo de "autonomía", para cumplir con ese modelo de ciudadanía, debe tener
sus necesidades "básicas" (en el sentido en que venimos hablando) cubiertas por
otro alguien. Y por supuesto, ese alguien, además, ha sido tradicionalmente mujer.
Por ello, la tradicional distinción dicotómica entre público y privado es un podero­
so principio de exclusión. 12 Supone una reducción de lo que conforma la realidad
en dos esferas, que se presentan como estancas e inalterables entre sí. Es así como se
configura ese "ciudadano" por excelencia, que participa en la vida pública de forma
plena e integrada en su cotidianidad, a través principalmente del empleo, elemento
central de la configuración identitaria masculina (Alonso, 2002) .
El cuidado que se realiza en y desde los hogares es por lo tanto dirigido a perso­
nas en situación podríamos decir "estable" de dependencia por diferentes motivos.
También, se dirige a situaciones transitorias e inesperadas de dependencia (una
fractura de un miembro, una enfermedad severa, etc.) . Pero lo que es más impor­
tante, y no se ha dicho tan a menudo, es que gran parte del cuidado conceptualiza­
do dentro del trabajo llamado doméstico está dirigido a esos ciudadanos modélicos
para la Ilustración, esas personas, normalmente hombres,13 de edades medias, con
buenas condiciones psicofisicas, y que simplemente desconocen la forma de rea­
lizar las actividades orientadas a su propio mantenimiento y al mantenimiento de
otras personas. 14

ALGUNOS ( DE TANTOS ) NUEVOS INTERROGANTES

Lo que he buscado con este trabajo es realizar una revisión de la situación actual de
los cuidados, así como apuntar algunos cuestionamientos para futuros acercamien­
tos a éstos. He querido en primer lugar mostrar que los cambios en los modelos de
género no han supuesto una afectación, o al menos no en gran medida, sobre la
cotidianidad de la organización de los cuidados. Sin embargo, dichos cambios han
provocado el surgimiento de nuevas estrategias para desarrollar la atención hacia
las personas atendidas. Tampoco ha cambiado en gran medida el grado de valora­
ción social de estos trabajos, y sobre todo, la plasmación práctica y política de esa
necesaria valoración social. Y lo que es más importante, centrándonos en la concre-

12
Es a lo que hace referencia Pateman ( 1 995) cuando establece su teoría sobre el Contrato Sexual.
" Aunque, dados los cambios sociales de los últimos años, cada vez hay más mujeres jóvenes que re­
siden con sus progenitores, que se pueden incluir en este grupo de lo que podríamos llamar "población
dependizada ".
1 4 Así lo demuestra el dato para la Comunidad de Madrid de la Encuesta del CSIC sobre Mujeres y Tra­
bajo No Remunerado, del año 2000 , que revelaba que gran parte del tiempo dedicado por las mujeres al
cuidado de otras personas de su hogar lo realizaban no por circunstancias de dependencia más "típicas",
como las relacionadas con los dos primeros grupos mencionados, sino porque dichas personas cuidadas
"están ocupadas en otras actividades la mayor parte del día".
ANA RODRÍGUEZ RUANO

ción de los cuidados prestados en el hogar, aún sigue sin conocerse y reconocerse
la estrecha y fuerte vinculación existente entre el trabajo llamado reproductivo y el
productivo; en otras palabras, no se valora la relevancia del trabajo doméstico en ge­
neral, y del trabajo de cuidar en particular, en el sostenimiento y el funcionamiento
del sistema y de sus dinámicas subyacentes.
A pesar de lo dicho, actualmente nos encontramos en un punto del proceso
muy importante, puesto que la necesidad diaria en los hogares de nuevos recursos
para los cuidados ha provocado que se convierta en parte importante del discurso
y la agenda política, porque lo que pasa en los ámbitos público y privado está es­
trechamente interrelacionado, en una dirección de doble sentido. Si bien los po­
deres fácticos son a menudo "cómplices" de la perpetuación de la desigualdad por
conveniencia propia, precisamente en pro de esta conveniencia pueden "aceptar"
ser modificados, ya que la realidad social cambiante provoca nuevas necesidades y
demandas que "obligan" a su reformulación, o más bien su adaptación a las nuevas
circunstancias.
Así pues, las formas circunstanciales de organizar el cuidado desde la cotidiani­
dad de cada hogar pueden revelarnos claves centrales para interpretar qué cambios
materiales y simbólicos se están dando en las manifestaciones de los sistemas de gé­
nero vigentes, y qué elementos permanecen menos alterados. La mirada hacia esas
estrategias que de manera más o menos consciente, más o menos cuestionadora,
son desarrolladas en el seno de un modelo cultural, es la que puede desvelarnos
de qué formas el discurso hegemónico es asumido o contestado por los actores y
actoras sociales. Ahí radica el potencial de los cuidados, en su capacidad, incluso
no-consciente, de cuestionar y modificar el modelo desigualitario, y no solamente
de perpetuarlo. De ello deriva la importancia de observar esa variabilidad de formas
concretas de cuidado, tanto de los que se ponen en práctica en los hogares, como
de los que son organizados desde éstos, e incluyen a otros agentes (Estado, merca­
do, voluntariado . . . ) . Se trata de abordar la variedad de respuestas que diferentes
personas, especialmente mujeres, que representan y en las que se encarnan distin­
tas variables y realidades, acometen una tarea que socialmente se sigue designando
como "propiamente suya", y también en visualizar de qué formas los hombres van
incorporándose a estos procesos de cuidados.
Es claro que las diferentes situaciones de dependencia están imbuidas de in­
terpretaciones sociales diferentes, y de experiencias personales y relacionales que
presentan confluencias, pero también grandes divergencias. Existirán situaciones
que impliquen una dependencia más aguda, o si se quiere, palpable, y que por lo
tanto haya que desarrollar estrategias específicas para la cobertura de esa necesi­
dad. Otras situaciones de cuidados atajarán dependencias transitorias, y por último,
también hay que incluir en el análisis la atención a lo que he llamado "personas de­
pendizadas", personas con todas sus capacidades operativas para responder a situa­
ciones de cuidado propio, pero que han interiorizado y participan en un modelo
de atención por el cual son conformadas como objeto de cuidados. Paralelamente
a ello, el reconocimiento de la omnipresencia de los cuidados, revisitarnos a cada
uno-una de nosotros y nosotras como seres que durante toda su vida prestamos
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO

cuidados pero que también somos objetos de cuidados, parece una tarea imposter­
gable. Coherente con esta complejización de las situaciones de atención, también
es necesario complejizar el propio concepto de cuidados, y reconocer la multipli­
cidad de esferas fisicas, emocionales y simbólicas susceptibles de ser cuidadas. Los
cuidados a una u otra persona requieren diferentes niveles de trabajo material y de
trabajo afectivo; pero lo que es más, ambos niveles no tienen por qué estar presen­
tes en todo momento del cuidado. 15 Habrá tareas que por su especificidad y por la
relación interpersonal que impliquen requieran de ambos niveles, pero también
existen otras actividades propias del cuidado que son meramente materiales, y no
requieren la presencia de afecto para desarrollarlas convenientemente. Asimismo,
hay momentos del cuidado que se centran más en la atención afectivo-emocional,
y que no suponen la realización de ninguna tarea material (Díaz Gorfinkiel y Mar­
tínez Buján, 2007) .
Del mismo modo, el concepto de trabajo de cuidado no puede tratarse como algo
cerrado, sino como compuesto por continuos entre necesidad-actividad, que se arti­
culan en un contexto socioeconómico para dar respuesta a las diferentes situaciones
susceptibles de cuidado, es decir, el cuidado a situaciones más complejas de depen­
dencia, el cuidado mutuo dado entre personas autónomas, y por supuesto, también
el autocuidado. Atender cómo las condiciones de esos contextos socioeconómicos
afectan a esa cotidianidad de los cuidados, qué dinámicas cambian, qué factores se
ven cuestionados, es otro elemento importante, especialmente en momentos de
recesión económica.
Así, podemos plantear entre otras cuestiones, las siguientes: ¿qué está significan­
do cuidar?, ¿qué dimensiones subjetivas implican las actividades relacionadas con
los cuidados?, ¿comparten todas las situaciones de cuidados algunas peculiaridades?
Es necesario incluir en el abordaje teórico y metodológico una mayor complejidad
de factores constituyentes de la realidad que implica una relación de cuidados.
Factores que participan en una relación entre individuos, que dan respuesta a una
variedad de necesidades de todo tipo (fisicas y materiales, simbólicas, sociales . . . ) .
¿Asistimos, en virtud de nuestras concepciones sobre los cuidados, a una fragmen­
tación del sujeto, según esas áreas susceptibles de "ser cuidadas" que constituyen
al mismo? En consecuencia, ¿podemos hablar de este hecho como una realidad
transcultural, mediatizada por nuestros contextos socioeconómicos? En este senti­
do, ¿asistimos a una mercantilización de los cuidados en todas sus dimensiones, a la
vez que a una fragmentación del sujeto?, ¿qué respuestas políticas podemos aplicar
y demandar en este contexto?
Creo importante que al abordar este análisis se tenga como horizonte deseable
la redistribución social de trabajos, de modo que acompañe a la necesaria recons­
trucción de la valoración de las tareas derivadas de los cuidados, conformando así
un concepto nuevo que sea más integrador de las diferentes actividades y ocupacio­
nes. En sí misma, la búsqueda del reconocimiento de las labores tradicionalmente
femeninas, creado a través de políticas afirmativas de reconocimiento, puede ser

15 Establecer estos niveles es reduccionista, pero lo hacemos a efectos expositivos y aclaratorios.


3 20 ANA RODRÍGUEZ RUANO

una valiosa estrategia para visibilizar a las mujeres y la importancia de su papel en


la reproducción social, pero quedarse meramente en esto no producirá cambios
significativos en el funcionamiento del modelo. 16 Para ello hará falta políticas trans­
formadoras de tipo redistributivo que hagan efectiva la consecución de la igualdad,
no sólo de derechos, sino también de poder y recursos.
Por todo ello, abordar los cuidados con la idea de tratarlos como un fenóme­
no postergable o indeseable condenaría a la estrechez de miras. Supondría una
reducción que, por un lado, invisibiliza la diversidad de respuestas que se pueden
obtener; trata la dependencia en todo caso como algo definitivo, no transitorio;
reproduce la idea de que es una problemática meramente intrahogar, y de mujeres;
y niega la capacidad de seguir siendo personas activas a esas personas que sí tienen
algún tipo de dependencia (que incluso en los casos que sea irremediable, no tie­
ne por qué ser absoluta) , además de que también obvia la libertad de elección de
desarrollar cuidados que hacen algunas personas, elección que tiene el potencial
de fomentar valores que deberían ser propuestos como constituyentes del modelo
de ciudadanía alternativa, tal y como plantean las teorías diferencialistas de la ética
del cuidado.
Es ineludible por lo tanto trasladar al centro del análisis la presencia innegable
de los cuidados (dados o recibidos) a lo largo de toda la vida humana, para des-ge­
nerizarlos o trans-generizarlos, y reconocer además, que no hablamos de relaciones
estancas, sino flexibles y dinámicas. Es necesario mirar hacia la fragmentación de
las subjetividades en diferentes áreas susceptibles de ser objeto de atención y cuida­
dos, y las posibles estrategias políticas que se derivan de este hecho.

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16
Es más, de hecho puede servir precisamente para legitimar la dedicación exclusiva de las mujeres a
estos trabajos. En esta línea van las críticas a las demandas de salarios para las amas de casa.
CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO 32 1

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GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO
DE lA CIUDADANÍA COTIDIANA

AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA*

Las emociones influyen de forma decisiva en las acciones y reacciones de las per­
sonas y en la interacción social; a pesar de ello están devaluadas frente al prestigio
de la razón debido a que se les considera referencias equívocas y perturbadoras del
pensamiento. Probablemente este juicio se basa en la asociación con el cuerpo; son
tan corpóreas que se reflejan en la piel: la vergüenza, por ejemplo, sonroja el rostro,
el miedo acelera los latidos del corazón y hace sudar, la alegría brilla en los ojos. En
la cultura occidental todo aquello que recuerde al ser humano su condición animal
es invisibilizado porque se valora más la virtud de la razón y de la tecnología; en este
contexto las emociones son infravaloradas por su estrecha vinculación a la natura­
leza y al cuerpo y, por eso, afirmar que la expresión ciudadana es una expresión
emocional puede percibirse como un absurdo dado que en nuestra cultura pervive
el pensamiento de Rousseau para quien la ciudadanía se origina en la mutación de
ser naturaleza a ser social.
De forma que a través del proceso de la modernidad se construye una estructura
de conocimiento basada en la razón que niega las emociones; con la razón con la
que se interpreta y valora la realidad social, y dentro de ella, el significado de la
masculinidad y de la feminidad que se expresa en el protagonismo de hombres y
mujeres en esa sociedad.
Emoción y feminidad están culturalmente unidas; según nuestra cultura las mu­
jeres son emocionales y las emociones nublan la razón; en la asociación de esta
lógica se potencia la devaluación y la descalificación social de la mujer y de las
emociones. Por ello mostrar en público una emoción es un acto de debilidad que
se le atribuye a la mujer y es éste uno de los aspectos que moldea la expresión de
la ciudadanía cotidiana. A pesar de ello, en el intento de comprender el proceso
de construcción de las personas, mujeres y hombres, se descubre que en la base de
estas construcciones existe un poderoso entramado emocional.
Las emociones están presentes en el procesamiento de la información, en la
comunicación , en el sentido de pertenencia que tienen las personas y en la confor­
mación de las identidades; a través de la vivencia emocional se interioriza el cono­
cimiento de las pautas sociales que son centrales en el desarrollo de los valores que
modelan y ordenan la vida humana. Son ellas las que subyacen a la acción de los
individuos como sujetos sociales que actúan y deciden en el ámbito público y priva-

* Universidad del País Vasco.


GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA

do. Junto con lo anterior, las emociones muestran la coherencia entre la acción, las
expectativas y los medios para el logro de los objetivos; estimulan y dan energía para
seguir o abandonar, motivan la proximidad o la evasión, y favorecen la búsqueda de
ayuda o el enfrentamiento. Los procesos emocionales son fuertes y en su mayoría
inconscientes y sólo parcialmente susceptibles de ser conscientes, condición nece­
saria para ejercer un control voluntario sobre ellas.
Los hechos vividos dejan una huella en la persona, repletos de significados afecti­
vos que a su vez modelan los futuros comportamientos; en tanto que las emociones
sentidas se repiten, se refuerzan y se establecen en la interacción social, la persona
aprende la forma de comportarse con base en lo que siente y cómo se siente en esa
situación y con las personas que forman parte de esa relación social. De la vivencia
reiterada de una misma situación, de las personas que intervienen y las emocio­
nes asociadas que se experimentan, surgen los sentimientos " [a] diferencia de las
emociones que son reactivas, contingenciales y de intensidad situacional, caracte­
riza a los sentimientos en su estabilidad y diacronía como núcleos sustantivos del
yo" (González, 2009) ; por lo tanto los sentimientos son un vínculo afectivo que se
instaura en la identidad y en la percepción de sí mismo en torno a una situación
determinada y a las personas involucradas en dicha situación, de forma que ordena
el comportamiento adecuado.
Las emociones son precursoras de la decisión que favorece la elección de algo
en un momento específico y que permite cambiar de opinión de forma saludable
siempre y cuando exista una sincronía de la emoción sentida con el hecho. En el
caso de los sentimientos éstos se comportan como el apoyo afectivo de las vivencias;
por medio de ellos se justifican y aceptan condiciones sociales que en ausencia de
ellos no sería posible admitir, debido a que a través de ellos se consolida el vínculo
entre la persona y el espacio social, y que es corroborado con el comportamiento el
cual se normaliza y con ello se estabiliza la dinámica social. Es decir, los sentimien­
tos generan el vínculo necesario para asimilar los modelos de comportamientos
esperados que ordenan los espacios sociales en torno al prestigio y al poder.
Si bien en la base del comportamiento esperado por la sociedad y aceptado por
la persona existe un sentimiento que favorece el aprendizaje de este ordenamien­
to social, la cualidad dinámica y colectiva de la sociedad y del individuo hace que
emerjan emociones a estímulos puntuales que cuestionan el sentimiento que está en
la base de la asimilación de la norma social. Este cuestionamiento se observa en la
influencia que las nuevas socializaciones tienen principalmente en ámbitos ajenos a
la conceptualización tradicional del género; en estas nuevas socializaciones son un
elemento común el reconocimiento intelectual y emocional de la desigualdad ge­
nérica. Las mujeres empiezan a hacer lo que nunca habían hecho y siempre habían
deseado y ello supone una toma de conciencia personal que involucra la historia, las
emociones y las experiencias, esto a su vez influye en la lógica racional y lo que antes
era imposible desde la razón en este nuevo escenario resulta razonable. Es necesaria
la socialización continuada de los nuevos patrones de género, debido a que, para
que el proceso de "darse cuenta" derive en e implique la acción que lleve al cambio,
que se puede dar en cualquier momento de la vida, requiere de una experiencia y de
AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA

un soporte social y emocional que le permita contrastar las realidades de hombres y


mujeres, para propiciar un espacio de libertad para optar por un nuevo modelo de
mujer; esto significa escoger frente a sí misma y al resto de las personas que confor­
man su medio social inmediato: ser protagonista de la propia vida.
Decidir sobre el proyecto de vida propio implica elegir la ocupación, la profe­
sión, en definitiva elegir el espacio social en el cual se desarrollará la vida. Como ha
descrito la crítica feminista, los trabajos que tradicionalmente han sido de exclusi­
vidad masculina son los que permiten la emergencia, dado que son los que tienen
incluido el prestigio social de poder público; este poder aumenta cuando el tipo de
trabajo se vincula a un contexto social influyente, privilegiado, como es por ejemplo
el del ámbito político o el del ámbito empresarial. A pesar de los avances que ha ha­
bido en los últimos años, el acceso de las mujeres a estos espacios de privilegio con­
tinúa siendo restringido, y excluyente cuando se accede a ellos, pues suponen para
las mujeres una mayor tensión y gasto de energia. Esta situación implica un esfuerzo
adicional para ellas debido a que están sometidas a una validación permanente por
los pares y por los superiores que generalmente son hombres; la mujer que en estas
condiciones se enfrenta a la dificultad de sobrevivir en un espacio cultural de la
masculinidad, lo hace porque es importante para ella, para su desarrollo personal y
para alcanzar el proyecto de vida en el cual se visualiza.
Las emociones provocan un desajuste afectivo y pueden orientar al cambio y a
la toma de decisiones que difieren de la norma establecida. El aspecto colectivo es
relevante debido a que la emergencia de emociones contrarias puede ser sentida
por un colectivo, favoreciendo el surgimiento de un conflicto de intereses entre el
grupo y el orden social preestablecido, provocando de esta forma una tensión que
favorezca el cambio.
La experiencia emocional es vivida por individuos que interactúan y se comuni­
can en el espacio social organizado, y está impresa en las representaciones sociales
compartidas. Sin embargo, la emoción no es sólo una construcción social, debido
a que no es producto de un consenso alcanzado por una negociación reflexiva y
racional. Si bien las normas sociales y culturales no construyen las emociones, sí
las modelan, y las pueden exacerbar o inhibir de tal forma que existen diferencias
entre sociedades en la expresión y significado de las emociones; hay emociones que
se refuerzan y otras que se niegan o invisibilizan dependiendo de la cultura de cada
sociedad. Para Echebarría y Páez ( 1 989: 1 46) , las emociones negadas no suponen
la inexistencia de ellas, sino que cuando la emoción negada emerge en las relacio­
nes sociales, lo hace carente de expresión cultural, la emoción específica aparece
subpensada o subdesarrollada cognitivamente.

SOCIALIZACI Ó N DE LAS EMOCIONES

La socialización de las emociones favorece las diferencias individuales. Esto ocurre


en el contexto de la familia; en la diferenciación de las personas influyen más unas
GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA

emociones que otras; éstas son reforzadas en los comportamientos y en los modelos
de género, por ello importa el tipo de emoción socializada y la intensidad permitida
y estimulada socialmente. Las personas del entorno que también las expresan y la
relación de apego que se tenga con dichas personas, intervienen directamente en
la adscripción al comportamiento y a la emoción que le subyace. Por lo tanto esto
implica un aprendizaje de reglas y comportamientos mediados por la expresión
emocional.
Durante la infancia se toma conciencia de las propias emociones y de las causas
de las mismas, y se comprenden las emociones de los demás a lo largo de un proce­
so que va desde el reconocimiento de la expresión facial a inferir las emociones de
los otros considerando sus deseos, sus creencias, su experiencia o su personalidad;
todo lo anterior influye en el aprendizaje de género que, como señala Teresa del
Valle _es "diferenciado [para mujeres y hombres y] se limita en último término a la
figura del adulto más poderoso, quién marcará la relación de género y asignará una
escala de valores a lo femenino y a lo masculino" ( 1992/ 1 993: 8) .
La expresión de las emociones positivas por parte de los padres, especialmente
del adulto-autoridad, como lo denomina Teresa del Valle ( 1992/ 1 993: 8) , influye
directamente en la expresividad asertiva y positiva de las emociones en los niños
y niñas; ellos y ellas se sienten más tranquilos y seguros de sí mismos; el poder ex­
presar lo que sienten implica una aceptación del medio y de ellos mismos, que a
su vez repercute positivamente en la capacidad de percepción de los niños y de las
niñas respecto de otras personas, esto promueve el desarrollo de la empatía y de la
competencia social.
Por el contrario, una frecuencia elevada de expresiones de tristeza en los pa­
dres, especialmente en la madre, se asocia con tristeza y rabia en los niños, que
redunda en dificultades para la regulación de sus emociones y son un obstáculo
para el distanciamiento necesario de las emociones de los demás.
Las emociones tomadas en cuenta en el proceso de socialización facilitan la
comprensión del medio y el equilibrio de la identidad personal. La expresión de
las emociones permite la toma de conciencia del sentir, que se transforma en un
elemento clave en el desarrollo personal. La conciencia tiene un efecto poderoso
sobre los sentimientos negativos intensos, disminuye la sujeción a través de la ob­
jetivación de las emociones que se sienten y esto permite a las personas no estar
sometidas a los sentimientos negativos a la vez que favorece la posibilidad de regu­
larlos. "Nombrar las emociones transforma un sentimiento amorfo e incomprensi­
ble en algo definido, parte de la vida cotidiana, y se ha comprobado que tiene un
efecto de calma del sistema nervioso " (Echebarría y Páez, 1 989: 1 23)
En este proceso el desarrollo de la empatía es fundamental en la afectividad al
estar presente en todas las relaciones socio-afectivas. Félix López ( 2003: 98) dice
que la empatía evoluciona con la edad y se refuerza en la reacción afectiva vicaria
con los sentimientos del otro, de forma que la influencia vicaria puede alterarse en
la medida que aumenta la experiencia emocional, las competencias cognitivas y la
capacidad de regulación emocional.
AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA

EMOCIONES Y GÉNERO

Es una creencia compartida aseverar que las mujeres respecto de los hombres tie­
nen un conocimiento más rico de las emociones, son más expresivas de su emoción
en situaciones sociales y se sienten más afectadas o influidas por la activación emo­
tiva.
Como he señalado anteriormente, las mujeres han sido infravaloradas por su
percepción emocional, esto con base en la lógica del complemento de la mascu­
linidad y de la exclusión social para no restar protagonismo ni ser competencia a
esa misma masculinidad; si las mujeres son emotivas, sus contrarios los hombres
son racionales. Con lo cual se excluye a uno y a otro colectivo del atributo del otro;
según esto, la creencia cultural que impregna el inconsciente colectivo es que el
hombre no puede ser emotivo ni la mujer racional. De forma que lo emotivo es in­
fravalorado y lo racional es sobrevalorado social y culturalmente, y por lo tanto un
colectivo, el femenino, es devaluado frente al otro, el masculino, que se revaloriza.
Este juego en los repartos de valor lleva consigo premios de poder que se visualizan
en prestigio y estatus social. En la cultura occidental la razón tiene el sitial de honor,
mientras que la emoción está relegada a espacios de poca relevancia. Aunque en la
actualidad la división es menos drástica, lo cierto es que esta diferencia todavía per­
dura tanto en lo social como en la subjetividad de las personas y ordena al colectivo
femenino y al masculino jerárquicamente en el interior de la sociedad.
A pesar de su negación, la emoción no está ausente de la masculinidad como la
razón no lo está de la feminidad. Pero a cada dimensión de género la cultura asocia
y refuerza un tipo de emociones que facilitarán el desempeño de las funciones ads­
critas y los comportamientos que conllevan, reforzando con ellas la adscripción a la
razón para los hombres y la emoción para las mujeres.
De este modo la feminidad entrega a las mujeres la capacidad para afrontar la
maternidad y el cuidado, por lo que deben estar preparadas para la empatía, la
compasión y la contención de la afectividad surgida en las relaciones sociales ínti­
mas como son las que se generan en el cuidado. Así, la cultura consigue que el cen­
tro del sentido de vida de la mujer sean los otros y las otras. No obstante, se aprecia
un matiz importante relativo al género; para las mujeres los hombres significativos
configuran sentido independiente de la edad, en cambio las mujeres significativas
son cuidadas especialmente durante el crecimiento, ya adultas se transforman en
iguales. La feminidad exige a la mujer que invierta su vida en los otros significativos,
como son los integrantes de su familia, y para ello provee a la mujer de las capacida­
des que aseguren dicha entrega.
Por su parte, en el caso de los hombres, la exigencia cultural incorpora en la
masculinidad el refuerzo de emociones como el orgullo y el coraje, que favorecen
el liderazgo social y que a veces se desdobla en la multiplicidad de realidades co­
tidianas; este liderazgo favorece la toma de decisiones racionales y objetivas en la
base de una emocionalidad reprimida hacia la expresión de aquellas emociones de
fragilidad que actuarían en contra de las expectativas que la sociedad tiene hacia
los hombres.
GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA

La transgresión del modelo de género es sancionada culturalmente y provoca


reacciones de control que también tienen un componente emocional en el que
se sustentan: la emoción más efectiva para el control social es la culpa debido a los
efectos coercitivos que tiene en los comportamientos. La culpa se asocia al miedo,
al rechazo del grupo y a la vergüenza. Y depende del incumplimiento de las expec­
tativas asociadas a la feminidad o a la masculinidad. De forma que el hombre siente
culpa y miedo si muestra fragilidad, si no es fuerte para afrontar decisiones de re­
percusión colectiva, es decir, si no es protagonista. La culpa en las mujeres emerge
cuando ésta descuida las funciones reproductivas con fines de autorrealización per­
sonal y liderazgo social, es decir, si no es cuidadora.
En los momentos de opresión ejercidos por el sistema social, es el aspecto emo­
cional de las personas el primero en percibir el malestar e impulsar una reacción de
cuestionamiento que favorece la oportunidad de modificar las estructuras coerciti­
vas. La emoción antes que la razón descubre que un aspecto de la estructura u orga­
nización social oprime o devalúa, lo descubre a través del sentimiento de malestar,
decepción o rabia. La toma de conciencia de algo está mediada por una emoción;
la persona siente que está mal. La toma de conciencia está generada por una sensa­
ción de frustración, de abatimiento y de angustia ante un problema y la confronta­
ción que tiene con la percepción de sus potencialidades y deseos. La persona siente
algo negativo y por ello toma conciencia de que las cosas podrían ser diferentes.
Las emociones propician los cambios individuales y los sociales; cuando un cam­
bio individual se transforma en colectivo, como es el caso de las mujeres, se traduce
en que es un cambio que repercute socialmente, no sólo en el colectivo que lo pro­
tagoniza sino en el contexto amplio de la sociedad, a los otros grupos con los que
interactúa. La potencia de la emoción está en la base del impulso que le ha dado la
fuerza para transgredir y enfrentarse y es ésta la que le permite enfrentarse a lo ad­
verso, dado que la emoción proactiva fortalece la percepción de sí misma, de forma
que las mujeres se sobreponen al malestar provocado por la tensión social generada
del comportamiento transgresor y fortalecen la convicción de que es posible salir
adelante. Así, la superación del malestar y el refuerzo positivo hacia sí mismas ge­
nera emociones positivas como la sensación de alegría, de capacidad, de esperanza
que median en el comportamiento asertivo y que es experimentado por la persona
corporal, psicológica y socialmente. En este proceso de empoderamiento de las mu­
jeres ha sido preciso compartir un sentido de grupo que las involucre como seres
humanos en torno a un mismo objetivo, aunque ellas no hayan sido conscientes de
la emocionalidad que sostiene dicha consecuencia.
En el proceso del cambio individual es precisa la construcción de un correlato
social necesario para favorecer la viabilidad del cambio, sustentado en la afectividad
y emocionalidad marcados por la adherencia y que se manifiesta en la pertenencia
a una familia, a grupos o movimientos sociales. Estos espacios emocional y afec­
tivamente estables permiten validar las conductas innovadoras. La socialización y
educación igualitaria y continua para las mujeres y hombres permite a las primeras
el acceso al espacio tradicionalmente masculino, adquiriendo el conocimiento de
códigos imprescindibles para el desempeño de la vida social.
AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA

Las mujeres a pesar de arrastrar una condición supeditada han abierto espacios
para sí mismas. ¿Frente a qué objeto ha emergido el sujeto-femenino? La única
respuesta que tengo en este momento sería: frente a sí mismas se constituyen en
sujetos; en el acto de verse han tomado conciencia de la condición pasiva, se han
visto objeto y en ese reflejo han emergido con conciencia. Ésta les confiere el poder
que les permite observar el entorno, el medio y ver el ordenamiento jerárquico de
la sociedad con actores, objetos y sujetos. Este acto de introspección debe ser hecho
sin la presencia del poder del sujeto que subordina. Su presencia quiebra la emer­
gencia de sujeto mujer: frente a una relación de poder que la posiciona subordi­
nada, se activa el mecanismo cultural que llama a la "disciplina" y al sometimiento.
Observando el proceso de cambio de las mujeres en el contexto social cultural
y considerando la emergencia del cambio desde lo individual hacia lo colectivo, se
puede inferir que las mujeres son un colectivo resiliente, dado que de una posición
universalmente desfavorecida e infravalorada han podido construir para el conjunto
un espacio social de mayor libertad y autonomía. Resiliente en tanto que vencen la
coerción cultural y se sitúan en espacios de mayor poder que el asignado para ellas.
Sin embargo, con frecuencia el cambio individual es dificil especialmente cuan­
do la transgresión es percibida por la persona de mayor autoridad en la familia
como una amenaza a la seguridad de la vida cotidiana y de sí mismo. Hace un tiem­
po, para vacaciones de verano del 2008 presté unos libros a una amiga, ella eligió El
segu ndo sexo de Simone de Beauvoir. Al volver a Santiago mi amiga me comentó que
la lectura le había producido rebeldía al verse reflejada en lo que narraba el libro.
Así la perturbación que le había provocado identificarse con lo descrito le había
hecho expresar a viva voz en su casa su rabia sin importarle quien escuchara, sus
hijos o su marido. Protestaba porque le sucedía a ella lo que el libro narraba y por la
rabia que le daba darse cuenta de ello en la edad adulta. Además me comentó que
su marido le había dicho ¿por qué Amaya te presta estos libros?
Un día coincidió que llegó el marido a casa estando yo allí junto a mi madre visi­
tando a mi amiga. Sin más, el hombre se sentó a mi lado y empezó suavemente pero
en forma creciente a ofenderme, primero descalificando lo que estaba haciendo y
luego diciéndome que no servían para nada las cosas que estaba estudiando. Fue
una situación incómoda para mi madre y mi amiga que intentó suavizar el momen­
to haciendo alguna broma y desviando la atención del marido hacia otra cosa. Al
irnos mi madre me comentó lo extraña que había sido la conversación del hombre,
no entendía por qué había sido agresivo conmigo, se lo expliqué y contestó: "Ahora
entiendo."

LAS EMOCIONES E N LA VIVENCIA DE LA CIUDADAN ÍA

En ese episodio de la vida diaria destacan aspectos relevantes concernientes a la


reflexión acerca de la importancia de las emociones en la ciudadanía; me centraré
en la repercusión de ellos en la vivencia de la ciudadanía cotidiana por ser una si-
GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA

tuación de la cotidianeidad y vivida por personas en su dimensión individual en un


ámbito propio del espacio privado.
A mi amiga, la lectura del libro le provocó desagrado al identificarse con la
descripción de sujeción y subordinación de la mujer frente a los hombres y a la
sociedad; en ese momento se produce un quiebre en su autoconcepto y cuestiona
su condición de libertad. Aparece ¿la frustración, la rabia, la pena, el desconcierto,
la inseguridad? En este estado confuso de emociones y pensamientos busca a su
par, con quien se desahoga buscando ¿refugio, salidas, contención, reafirmación?
Y se encuentra ante un hombre desconcertado y perplejo al estar sometido a una
experiencia no anticipada y desconocida. La lectura es un hecho polémico que
pone en juicio verdades absolutas incuestionables, y se configura como un revul­
sivo social ante el cual percibe ¿molestia, ofensa? La reacción es la represión de
la posible transgresión de su esposa y la descalificación de esta apertura y nueva
dimensión de la feminidad. La mujer, que en un primer momento siente el males­
tar y se rebela, acalla su sentir y se somete a la norma y a la opinión del marido, a
través de la justificación de su conducta y de disminuir la ofensa y la importancia
del hecho. Entonces cabe preguntarse ¿cómo logra apaciguar su rabia al descubrir
el artefacto cultural de sometimiento?, ¿Qué hace con la conciencia de su limitada
libertad y con el deseo de ser ella misma?, ¿Cómo una persona puede ser adulta
y libre en unas situaciones y en otras no? Se desprende de esto que la vivencia de
la libertad y de la autonomía está escindida entre el discurso de la ciudadanía que
refuerza la autopercepción de las personas como sujetos de pleno derecho y libres,
y la práctica de esos derechos y de la libertad.
Siendo la ciudadanía formal el marco referencial para experimentar la ciuda­
danía cotidiana, la ciudadanía expresada en la ley no da cuenta de la coherencia y
consistencia entre los niveles sociales en los que se mueven las personas en su vida
cotidiana. En la vida cotidiana se conjugan por un lado el referente simbólico de
la ciudadanía avalado por la ciudadanía formal-legal, como señala Celia Amorós
( 1 987) , que reordena el ámbito social y lo reestructura ofreciendo los patrones de
comportamiento para las ciudadanas y los ciudadanos, al tiempo que ordena tam­
bién a todas aquellas personas que viviendo en el mismo territorio están excluidos
de la ciudadanía formal. Y por otro lado la puesta en práctica en el día a día de los
derechos que otorga la condición de ciudadano y ciudadana, y es donde se mues­
tran las diferencias que existen entre el ejercicio de la ciudadanía formal y vivir
como ciudadano/ciudadana de pleno derecho; es aquí donde se marcan las distan­
cias culturales que existen, además de otras, entre hombres y mujeres, así como las
distancias de clase: los comportamientos junto con el ejercicio de los derechos son
visiblemente diferentes y están vinculados a los modelos de prestigio de la cultura.
Si bien la ciudadanía formal no distingue entre ciudadanos y ciudadanas en el
ejercicio de los derechos, por ejemplo en el voto, en la formalización del reclamo, o
en la participación ciudadana a nivel local, en la vida cotidiana el vivir como ciudada­
no o ciudadana de pleno derecho está mediado por los modelos de comportamiento
regulados desde la cultura y asimilados por las personas en el proceso complejo de
endoculturización. Durante el proceso de aprendizaje las personas van asimilando
33 0 AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA

creencias, modelos, comportamientos, roles, situación y repartición del prestigio;


además de incorporar el sentido y ordenamiento de la sociedad se incorpora el or­
den supuesto a la propia vida plasmado en la posibilidad de trayectoria de vida con­
creta. Este aprendizaje cultural está impregnado de percepción emocional-afectiva,
que sella el conocimiento y las creencias acerca de la vida social e individual. De
forma que las personas incorporan junto al modelo, por ejemplo, de sexo-género,
un sentimiento de afinidad sustentado en una expresión emocional que consiste en
reafirmar el supuesto cultural y el aprendizaje; esto les permite la reproducción de
los modelos de género, cuando este modelo se experimenta en el ámbito público­
social, espacio consustancial a la ciudadanía, la persona hace coincidir el modelo de
sexo-género con la vivencia y expresión de la ciudadanía en su vida cotidiana.
La posibilidad de cambio en la práctica de la ciudadanía en la vida cotidiana radica
en la toma de conciencia de las emociones inconsistentes, que emergen al contrastar
la experiencia vivida y las creencias con el deseo de vivir otros comportamientos, otras
experiencias que amplíen la dimensión social personal favoreciendo la expresión de
libertad y autonomía. Las emociones en principio provocan la sensación de desajuste
y malestar que en el contexto de la reflexión y de la percepción cognitiva ayudan al
cuestionamiento, son perturbadoras de la persona y perturbadoras del orden social
preestablecido. Frente a esta situación el sistema hegemónico tanto externo como
interno actúa para reprimir la transgresión y así mantener el equilibrio.
Existe un aspecto común entre todas las mujeres en mayor o menor medida;
las mujeres no tenemos un sentimiento de propiedad asimilado del derecho que
permite vivir con legitimidad y hacer uso de los bienes sociales, una legitimidad
que impregna la actitud de los comportamientos haciéndolos fáciles y naturales.
Esa forma de acercarse a algo y cogerlo como una cuestión inherente al sujeto. La
ausencia de este derecho asimilado marca el comportamiento femenino con un
matiz de precaución, de reivindicación casi permanente y si no, de una justificación
de la situación que vive basada en la libertad de elección, pero, que indagando en
lo subyacente, permite ver el ajuste al mandato cultural. La intuición del alto costo
que significa el disentir del orden establecido, hace acomodarse a las circunstancias
antes que tomar conciencia de la coerción cultural y reprobarla.
El autoconcepto es indispensable en la potencia de ser, en él está inserta la posi­
bilidad de constituirse en sujeto que actúa; el poder constituye la propia formación
del sujeto o sujeto pasivo. Este último es el objeto, subordinado en la perspectiva
de Simone de Beauvoir (2000) : la existencia del sujeto pasivo no tiene sentido en
sí misma, sino en tanto que es precursor de la emergencia del sujeto activo, quien
tiene el derecho a decidir, por lo tanto la libertad de crear en torno y a sí mismo.
Para Beauvoir la mujer es en la sociedad el objeto, sujeto pasivo. En tanto que el
hombre es el sujeto activo. La importancia de la socialización radica en hacer esta
diferencia, haciendo que la mujer imperceptiblemente acepte un rol secundario y
el hombre uno principal. El concepto de masculinidad es más valorado que el de
feminidad, en tanto que los hombres son sujetos y las mujeres son sujetos pasivos. 1

1 Digo sujeto pasivo y n o objeto, porque al decir sujeto pasivo m e refiero a la condición de ser sujetos
GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA 33 1

Este hecho no es cuestionado, es inconsciente, puesto que va inmerso en el con­


cepto de femenino y masculino que tiene la identidad de género. De forma que las
mujeres se impregnan de un pre-autoconcepto compartido, susceptible de ser mo­
dificado si el ambiente socializador de la mujer lo favorece. Lo visible de este pre­
concepto se observa en los comportamientos humanos y de las instituciones. Los
hombres con la potencia de ser sujetos se mueven en el mundo cotidiano con de­
recho, algo parecido a cuando las personas estamos en nuestras casas, en nuestros
espacios. Al contrario sucede con las mujeres, sus movimientos son de quien está de
visita o en un lugar no propio, ocupan más espacios en los márgenes del poder o en
la búsqueda de visibilidad y de empatía por el otro, que en su caso es un otro sujeto.
¿Es posible que se pueda constituir un sujeto mirándose en otro sujeto? Parece que
ése es un gran desafio para nuestra cultura. Las mujeres todavía se reivindican en
los espacios cotidianos y en los espacios públicos, aunque no se encadenen a rejas
ni hagan huelgas de hambre.
La tensión por lo tanto ha sido desplazada no a la ciudadanía misma, sino a
las mujeres, que tienen que compatibilizar la identidad femenina según el sistema
sexo-género con la inclusión social en los espacios de poder y decisión. Esta con­
ciliación es complicada especialmente por la invisibilidad exigida a la feminidad
para formar el colectivo ciudadano. En este proceso de participación se activan los
valores de los modelos como bienes deseables, que confieren bienestar y privilegio.
Valores asociados a la masculinidad que son asimilados, compartidos por las muje­
res para el logro de la ciudadanía.
Teniendo en cuenta lo anterior» el desafio está impreso en los estereotipos socia­
les; la ciudadanía es uno de esos estereotipos y el acceso a ésta implica compartir y
desear el sentido y el modelo, que es patriarcal y androcéntrico. Así lo señala Celia
Amorós cuando se refiere a la "fe patriarcal": "como fe juramentada y sellada por
un pacto ancestral entre los varones por el que se reconocen recíprocamente como
los titulares natos del poder, del 'poder poder' al menos; se nutre de la ilusión de
pertenecer, siquiera potencialmente y en principio al grupo de los que pueden ser
elegidos" (Amorós, 1987: 1 1 7) .
Por lo tanto, mediante la ciudadanía unos pocos son sujetos sociales activos, ra­
cionales, pensantes, en menoscabo de una gran mayoría de otros a los que se niega
este privilegio. Aunque las leyes consideren ciudadanos a todos los individuos per­
tenecientes a una nación, es también parte del pacto aceptar las diferencias entre
unos y otros, especialmente aquellas de clase, de género y de etnia. La ciudadanía
práctica se limitará con base en los atributos que tenga la persona y al mayor o
menor valor social; la expresión más básica de la ciudadanía es el derecho al voto y
el derecho a la asistencia social. Si bien, las leyes no estipulan las diferencias entre

en tanto que deciden y actúan, pero estas características están situadas en espacios sociales de subordi­
nación y menor prestigio. El sujeto pasivo sirve de con traste y representación de aquello que no debe
ser ni hacer un sujeto activo o con prestigio. Por otro lado, es sujeto en tanto que se piensa a sí misma y
puede cuestionar el contexto al cual se sujeta, modificando su espacio de acción y decisión. El objeto a
mi entender, no tendría la posibilidad de reflexionar y actuar para modificar su condición .
33 2 AMAlA PAVEZ LIZÁRRAGA

ciudadanos, estos mismos se encargarán de hacer la distinción fundamentados en


un imaginario asimétrico; las relaciones sociales, las oportunidades, el prestigio del
trabajo, las remuneraciones, en fin: el poder está muy diferenciado entre Jos varia­
dos matices de la "práctica de la ciudadanía".
Una de las dificultades que tenemos como sociedad para hacer un cambio en el
cual se incorporen la amplitud de perspectivas, es que nuestra cultura, como dice
Judith Butler (200 1 ) , incluye lo abyecto en la norma. Aquello que se aspira contie­
ne el ideal deseado junto con aquello despreciado, reforzándose por la repulsión
del contraste hecho por la cognición y la afectividad. El cuestionar lo normalizado
y reivindicarse desde espacios abyectos supone increpar al poder con sus propios
criterios e invierte Ja relación de poder, posicionándose en un espacio de dominio.
Pero, en éste no se tiene una proyección ya que se está dentro de un orden de poder
que vuelve a situar en el mismo espacio desde el que se inicia la rebeldía. A pesar
de esto, aunque la norma no sea modificada, se rompe la armonía y se crea un pre­
cedente, entonces, Ja acción hace realidad y posibilidad Ja transgresión pero no es
suficiente para ser aceptado y revocar la norma.
Las mujeres son en el concepto histórico de la ciudadanía Ja dimensión de Jo
degradado, no obstante conocen la política, la conocen y han participado de ella
durante toda Ja historia desde espacios poco protagonistas pero necesarios; en la ac­
tualidad son ciudadanas de derecho, en un esfuerzo de largo tiempo durante el cual
han hecho uso del conocimiento político que poseían y se han apropiado del len­
guaje, convirtiéndose en agentes políticos. En una misma acción han realizado dos
demandas; una en el hecho concreto y otra en el desafio verbal, hecho simbólico,
cuyo resultado conjunto es una acción opositora, demandante y también censurable.
El ejercicio de la ciudadanía por las mujeres en la actualidad, debiera ser en tan­
to que ciudadanas mujeres un espacio simbólico factible de ser vivido en igualdad
con los demás ciudadanos. Pero, como señala judith Butler (200 1 ) , en la práctica
esto no sucede debido a que la existencia de una posibilidad, de una idea, no im­
plica que todo lo simbólico tenga que ser simultáneamente intangible y tangible.
Para mí, aquí radica una de las estrategias más eficaces del poder para mantener
el orden social, marginando algunas condiciones sólo a Ja expresión intangible de
los ideales, negando su posibilidad concreta, y a Ja vez, en contraste, su presencia
simbólica le permite constituir su propia existencia práctica.
La identidad femenina reflejada en el constructo conceptual y el uso de los de­
rechos ciudadanos sin limitaciones cognitivas ni afectivas es una cuestión de poder.
Aparentemente no está en revisión; la relación de poder sigue siendo asimétrica
donde el mayor poder lo sigue ejerciendo el colectivo masculino, pero, en un esce­
nario desplazado, ampliado, apareciendo espejismos de logros de ciudadanía.
El ejercicio pleno de la ciudadanía debiera tener una coherencia entre la pro­
puesta formal-legal con la consecuente práctica de los derechos que de ella se des­
prendan y esos mismos derechos vividos en la cotidianeidad de hombres y mujeres.
La percepción afectiva hacia lo público y lo colectivo debiera ser positiva, despro­
veyendo al espacio de lo público del estigma cargado de significados y sentimientos
negativos que se Je ha asignado con la supremacía de la ideología capitalista; a
GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA 333
diferencia de este discurso desintegrador de lo colectivo y de lo público potenciar
la expresión de una nueva percepción que estimule la afectividad positiva hacia
lo público porque a través de él, la singularidad y la especificidad de la diversidad
humana pueden ser posibles debido a que sólo en el espacio público es posible la
experiencia de la singularidad. En este escenario la ciudadanía debiera vivirse todos
los días de forma continua en la vida de las personas, para ello es preciso mante­
ner una coherencia entre la vida privada y la vida pública, porque la ciudadanía
debiera ser el espacio social concreto y simbólico que posibilite que las personas
manifiesten y desarrollen su individuación en concatenados actos de libertad y de
autonomía, facilitando la creación de una sociedad cuya dinámica esté basada en el
movimiento que fluye de la emergencia de la diversidad vinculada al sentido colec­
tivo y al valor de lo público como nicho del bien común.

BIBLIOGRAFÍA

Amorós, Celia ( 1 976) , "Feminismo, discursos de la diferencia, discurso de la igualdad", El


viejo topo, 10: 30-33.
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cipio de individuación ", Arbor, noviembre-diciembre, pp. 1 1 3-127.
Beauvoir, Simone de ( 2000) , El segundo sexo, Madrid, Feminismos/Cátedra.
Butler, Judith ( 2001 ) , El grito de Antígona, Barcelona, El Roure.
Del Valle, Teresa ( 1 992/ 1 993) , "Mujer y nuevas socializaciones: su relación con el poder y el
cambio", KOBIE, VI: 2-1 5.6.
Echebarría, Agustín y Darlo Páez ( 1 989) , Emociones: perspectivas psicosocia/,es, Madrid, Funda­
mentos.
Goffman, Erving ( 1970) , Estigma. La identidad detoiorada, Buenos Aires, Amorrortu.
González, Sergio (201 0) , "Identidad y significados: individuación y proyectos de vida", en
prensa.
EPÍ LOGO

MARCEIA LAGARDE Y DE LOS RÍOS*

ALGUNAS CONSIDERACIONES

Las reflexiones que me han suscitado los capítulos que conforman este libro buscan
contribuir de manera limitada y personal a los balances constantes y al trazo de las
perspectivas de la antropología feminista en América Latina y España que hacemos
individual y colectivamente quienes pensamos y analizamos el mundo, y propone­
mos alternativas desde esta perspectiva filosófica, científica, académica y política.
El libro, como se mencionó al inicio, es el resultado de un simposio sobre antro­
pología feminista celebrado de manera sucesiva en el marco del 52 y 53 Congreso
Internacional de Americanistas, en el cual se continúa el diálogo entablado por las
participantes y mantiene abierto el espacio de análisis feminista en los estudios ame­
ricanistas. En ambos momentos se revisaron los recorridos teórico-metodológicos
en las investigaciones y se mostraron las maneras en que los resultados del trabajo
académico contribuyen a consolidar la antropología feminista surgida como crítica
feminista a la antropología hegemónica androcéntrica y supremacista. Desde hace
décadas, además de ser un campo reconocido en las disciplinas sociales, es una
tendencia consciente y sostenida en la antropología y las ciencias sociales y las hu­
manidades. Para mí, aunque la antropología feminista es parte imprescindible de
la antropología, se configura como otra antropowgía.
Las coordinadoras del simposio Carmen Gregorio Gil y Martha Patricia Castañe­
da Salgado establecieron una guía temática formidable que hace comparables los
trabajos y permite a especialistas, a estudiantes y a feministas en general, conocer
la evolución y la innovación, temática y metodológica, mediante la construcción de
conocimientos de manera genealógica, descubrir las adscripciones teóricas, la ma­
nera en cada quien articula su antropología con otras disciplinas afines y los retos
empíricos que se presentan en las investigaciones.
En un arduo proceso, que abarca varias décadas, algunas de las participantes
han creado los espacios académicos universitarios en que florece la antropología
feminista. Han fundado los estudios de género y feministas en publicaciones, cá­
tedras, seminarios, diplomados, maestrías, centros e institutos de investigación y
desarrollan un fructífero diálogo local e internacional. Las maestras ejercen un li­
derazgo académico y son referentes en sus temas. Las estudiantes ahondan en ellos
y desarrollan su propia personalidad y su perfil académico. La mayoría investiga la
condición y la situación de mujeres diferentes a ellas, y en esa alteridad hay una con-

* Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, A.C.


EPÍLOGO

tinuidad con la antropología clásica occidental cuya visión hegemónica ha estado


marcada por esa definición filosófica y por el estudio de los otros. Sin embargo, lo
hacen imbuidas por concepciones feministas críticas del androcentrismo y también
del esencialismo y del colonialismo en la antropología. Hace décadas, las pioneras
se propusieron construir el sujeto mujer, desde un campo académico feminista, al
que denominaron antropología de la mujer.
En un segundo proceso de este camino, el desarrollo epistemológico y político
de ellas mismas condujo a la transformación de la antropología de la mujer en an­
tropología feminista. Se avanzó en la teorización e investigación sobre las mujeres rele­
vadas como sujetos, en su síntesis de condiciones constituyentes y en su diversidad,
de acuerdo con sus especificidades. El hacer académico de la antropología feminista
se ha sostenido y consolidado como eminentemente feminista.
Parte de este proceso ha sido la antropología de género. Se llamó así a la antropo­
logía feminista que institucionalmente no sería aceptada con esa connotación. Se
tomó entonces el nombre de una de sus teorías básicas, la de género, como apela­
tivo de la disciplina, pero su definición es feminista, cifrado en la perspectiva. De la
misma forma que sucedió con la sociología, la economía, la psicología, la filosofía de
género. Políticas públicas, gubernamentales y civiles, e instituciones internacionales
impulsadas por feministas también se llaman de género. Hay muchas designaciones
de género, como política de género, comisión, programa, plataforma, agenda de
género, punto focal de género. El género ha tenido enorme incidencia por el impul­
so exitoso de feministas académicas, activistas, políticas, funcionarias y por la fuerza
de los movimientos feministas. Con ese nombre ha habido más posibilidades de
aceptación, que si se denominaran, sencillamente, políticas feministas.
Un efecto colateral de este proceso es una tendencia en la academia y en la
política, también denominada de género, distinta de la que impulsan las feministas.
Separada del feminismo y no afín al feminismo. Mujeres y, sobre todo, hombres
adscritos a ella, eliminan la dimensión política trastocadora de la perspectiva de
género, no reconocen su génesis feminista, no participan en los movimientos y las
acciones políticas feministas, no tienen formación feminista y tampoco se asumen
como parte del feminismo. Edulcoran al género, lo desactivan y eliminan la dimen­
sión libertaria de su filosofía política y de sus diversas prácticas.
Por eso es formidable el simposio de antropología feminista que dio pie a este libro.
Los trabajos presentados aquí contienen diversos temas y el análisis de los avata­
res de una amplia gama de mujeres, mujeres diferentes a las investigadoras, de otras.
También hay algunos trabajos de investigadoras relativos a mujeres con quienes
comparten además de la identidad de género otras especificidades. Hacen antropo­
logía de lo propio, mirado como ajeno. Por la mediación de la investigación, todas
son otras. Lo mismo sucede con el antropólogo que investiga a los jóvenes de los
videojuegos; es evidente la identificación de género pero, diferencias como la edad
y la generación, entre otras, así como la mediación analítica, los coloca como otros,
también.
Las otras, los otros de la antropología feminista no son miradas a través de la al­
teridad antropológica hegemónica occidental, sobre pueblos, sociedades y culturas
EPÍWGO 337
diferentes, sino como las mujeres y los otros sujetos, diversos, de la antropología
feminista que se fundamenta en la tradición crítica frente a una antropología me­
tropolitana supremacista. La corriente progresista de la antropología clásica luego
continuada en la antropología crítica, la antropología poscolonial y la antropología
comprometida, entre otras identidades, ha contribuido a concebir con empatía a
/,os otros como evolucionados, históricos y semejantes y, con ello, a desmontar el ra­
cismo, a deslegitimar el colonialismo y otros supremacismos.
Desde la antropología feminista asumimos esa postura política crítica de la an­
tropología que ha contribuido a la elaboración de hipótesis históricas sobre los
orígenes y la evolución de procesos e instituciones y ha desarrollado teorías sobre
la cultura, la sociedad, en todas sus dimensiones. Ha ahondado sobre el cuerpo y la
sexualidad, el parentesco, la familia y las comunidades, así como en problemáticas
que van desde la pobreza, los procesos socioculturales de dimensiones políticas en
sociedades diversas y los mecanismos de aculturación, en dictaduras y en movimien­
tos de emancipación, la relación entre modos de producción, organización social y
especificidad cultural, la convivencia territorial estamentaria de personas, grupos,
comunidades e instituciones de distintas culturas, la universalidad de la condición
humana frente a la inmanencia de una naturaleza humana, las determinaciones
históricas de la violencia o de la convivencia pacífica, entre otros.
A partir de esa epistemología abarcadora, las y los antropólogos concibieron la
integralidad sociocultural y han procurado hacer estudios holísticos. Por las temáti­
cas y el enfoque, bajo la influencia del feminismo, al hacer etnografia, investigaron
a las mujeres, y también a los hombres, en su condición de género. Han teorizado
sobre la relación entre mujeres y hombres, la organización sexual de la vida social,
la economía y la cultura, los modos de vida, las maneras de vivir y la vida cotidiana.
Ha sido distintivo de la antropología el análisis histórico y simbólico de las con­
cepciones del mundo y de la vida, la construcción de lo sagrado, lo profano y lo
mundano, los mitos y los ritos, los idiomas, los lenguajes, y la creatividad, a la luz
de la presencia de las mujeres y los hombres, de los contenidos de lo femenino, lo
masculino, los sexos supernumerarios y los géneros. Las investigaciones antropoló­
gicas han interpretado esas materias como generadoras de pertenencia, prestigio,
estatus, autoridad y poder.
Por su contenido interdisciplinario y su visión histórica, y por su humanismo
incluyente, esta tradición antropológica, sin que fuera autodefinida o considerada
como antropología feminista, ha contribuido a desarrollar perspectivas no deter­
ministas y ha desarrollado una epistemología crítica y reflexiva al enfrentar al na­
turalismo, el biologicismo, el racismo y el sexismo. Es cimiento de la antropología
feminista.
En el mar androcentrista y misógino de las disciplinas sociales esa mirada antro­
pológica ha sido clave para el pensamiento y la política feminista al aportar conoci­
mientos científicos y perspectivas analíticas y filosóficas que sustentan la teorización
de género, como es evidente en la obra de Simone de Beauvoir y de Gayle Rubio,
por sólo citar a dos feministas emblemáticas cuya visión y conocimientos antropoló­
gicos son claves en su epistemología feminista y en el desarrollo de la antropología
EPÍLOGO

feminista. La llamada categoría de género, que es en realidad un campo teórico,


fue acuñada por Gayle Rubín en su artículo El tráfico de mujeres: notas solne la econo­
mía política del sexo, en referencia al emblemático tráfico de mujeres de Lévi-Strauss,
cuando las feministas iban hacia una antropología de la mujer. Tiene su antecedente
más directo en Simone de Beauvoir, antecesora y contemporánea fundante quien
realizó un esfuerzo formidable por crear una epistemología crítica, situada como
mujer moderna (aún no se identificaba como feminista) , y su clave fue recurrir
a las fuentes del pensamiento moderno y crítico más avanzado con el que ella se
identificaba y del que discrepaba al mismo tiempo. Su método consistió en decons­
truir los aspectos androcéntricos de las teorías del parentesco y la sexualidad como
orden social de Lévi-Strauss para recuperar el núcleo de esas teorías. Aplicó la crí­
tica deconstructiva a teorías y principios psicoanalíticos de Freud, marcados por el
androcentrismo y la misoginia. Realizó el mismo proceso deconstructivo de teorías
de las ciencias de la vida para eliminar el naturalismo y el determinismo biológico,
y también con el pensamiento de Marx sesgado por el androcentrismo, y aportó
caminos transformadores de ese pensamiento. Desde luego, deconstruyó la filosofia
androcéntrica, incluso la perspectiva existencialista, en la que se ubicaba, por su
agenericidad y su concepción política del amo y el esclavo, insuficiente para dar luz
a las relaciones homlne/mujer y para desentrañar a la mujer. Este ejercicio le permitió
incorporar teorías antropológicas, biológicas, psicoanalíticas y parte de la economía
política, resignificadas, para transformarlo en lo que hoy llamamos perspectiva de
género; con estos y otros componentes construyó un vasto campo teórico interdis­
ciplinario para develar los misterios sobre la mujery las mujeres.
Un propósito político de la antropología feminista contemporánea es contribuir
al conocimiento de la diversidad y desmontar la perspectiva patriarcal sobre la mujer
que, de acuerdo con Celia Amorós, nos hace idénticas. Para ello es preciso recono­
cer la diferencia entre las mujeres y sus representaciones simbólicas y fundamentar
la conciencia y el conocimiento de las mujeres concretas y diversas. Contribuir así
a las transformaciones de la subjetividad de las mujeres, a través de procesos de
autoidentidad relativa al género que eliminen estereotipos: transitar a un Yo mujer,
específica y singular, a develar un Yo abierto y flexible. Y a cambios en las mentali­
dades colectivas para promover un nosotras de género que combina la alteridad de la
traqición antropológica y la trastoca.
La antropología feminista deconstruye la alteridad esencialista al teorizar en
cada análisis y en la producción de conocimientos científicos sobre las mujeres y
otras categorías de género, como sujetos emergentes, específicos y diversos, con­
cebidos en visiones extremas, además, como cambiantes, casi a voluntad. Cada
quien, sin supremacismo, percibe a las demás como otras sólo semejantes y sólo
diferentes, y asume que, para ellas, es sólo otra mujer. Las investigadoras también
son mujeres aunque, en su mayoría, no incluyen este "dato" en su reflexión. Tam­
poco el antropólogo hace explícita su genericidad como parte de la experiencia
de investigación.
No obstante, la integración vital, subjetiva y práctica de la antropología feminista
en las vidas de antropólogas y antropólogos, en sus entornos familiares, sociales y
EPÍLOGO 339
políticos es relevante. La antropología no es sólo una profesión, un oficio, trascien­
de en las personalidades, las identidades, los modos de vida y las biografias.
Es relevante en las investigaciones la enorme importancia de la etnografia como
metodología que permite la experiencia directa y, por ende, subjetiva, de quien
investiga, a través de la cual es posible confrontar y nutrir hipótesis y teorías en
el "campo" mismo. La vindicación y la práctica de la etnografia como sustento de
nuevos saberes, busca bordar finito e ir más allá de las generalizaciones, en pos de
dar nuevos contenidos a conceptos y categorías sexuales y de género, de manera
histórica, situada y específica. Con ello se valida la experiencia vivida de las inves­
tigadoras como recurso epistemológico para dar cuenta de lo emic, caracterizado
por la manera en que las mujeres y los otros sujetos viven, nombran y relevan su
experiencia, en su especificidad. Lo ethic abarca la construcción de la mirada y la
escucha desde la filosofia, la ciencia y la política, que permite a quien investiga ha­
cer de la etnografia, la experiencia útil para elaborar conocimientos y enriquecer
teorías. Contribuye también a posicionarse equitativamente frente a las mujeres y
los hombres, o el fenómeno abordado, a través de la observación participante y el
diálogo reflexivo.
Los trabajos de este libro dan cuenta también de que género no sólo remite a
la mujer, las mujeres o lo femenino, o al hombre, los hombres o lo masculino, y
documentan la importancia de la genericidad en la comunicación y el uso de nuevas
tecnologías, la economía sexual, las migraciones, los cuidados, la construcción de
los derechos humanos, entre otros temas. Los cambios producidos en la organiza­
ción social de género por la nueva incursión de mujeres en ámbitos, actividades y
experiencias asociadas genéricamente a los hombres, tales como las migraciones,
los rituales o la reiteración de las mujeres cuidadoras.
Es evidente que, entre las participantes, hay quienes trabajan en equipo en ins­
tancias universitarias con el liderazgo académico de sus maestras, destacadas antro­
pólogas feministas. Las genealogías y los liderazgos se hacen visibles en el andamiaje
teórico metodológico, las referencias y las bibliografias. Se ven a trasluz procesos de
formación de especialistas en el mundo de las ciencias sociales y las humanidades, y
se plasma en proyectos de investigación y en la elaboración de las tesis en el amplio
espectro de la antropología feminista. Por eso los trabajos presentados en el libro
permiten aproximarse al estado del arte de los temas y las líneas de investigación
relativas a diversas mujeres cuyo tratamiento varia como parte de grupos o de tipos
de mujeres. Y, a pesar de dar cuenta de cambios de contenido de los cuidados vita­
les, por ejemplo, destaca también que, a pesar de los cambios, se actualizan como
asignación de género femenino.
Las investigaciones tratan problemáticas con énfasis en las derivadas de la condi­
ción de género, de la condición nacional o de la condición étnica, de la situación de
los países y las sociedades, de los avances y vacíos en el reconocimiento de la ciuda­
danía, marcada por las desigualdades. Un par de ellas trata problemáticas derivadas
de la lesbofobia y la condición lésbica, y sus caminos de ciudadanía, participación
y comunicación. Otros más se ocupan de problemáticas de género producto de la
desigualdad como sucede con la violencia de género, su relación con la discrimi-
34 0 EPÍLOGO

nación de género, étnica, nacional y etaria. Están presentes las alternativas que las
mujeres mismas construyen al vivir, o las que elaboran con intencionalidad política
para enfrentar las condiciones oprobiosas, tales como las prácticas sociales de cui­
dado en las bandas de las chavas que viven en la calle, la vindicación política de las
mujeres indígenas de sus identidades amalgamadas con sus derechos humanos, o el
arduo camino de la conciencia de género y feminista en mujeres luchadoras socia­
les de diversos movimientos como las sin tierra y las ciberfeministas.
Varios trabajos exploran específicamente la sexualidad erótica: las jineteras y el
turismo sexual, la prostitución de niñas, niños y adolescentes, línea de investiga­
ción nodal para la antropología. La perspectiva de género y la interseccionalidad
con otras categorías crean otra mirada y permiten análisis más complejos desde
una posición política de género. Tres trabajos se aproximan a la construcción de
género de los hombres desde la antropología feminista. En uno se trata de niños y
adolescentes en prostitución, en otro de chavos banda en relación con chavas ban­
da, y uno más, cuyos protagonistas son hombres jóvenes. En este caso, se trata de
otros hombres, por su juventud y el investigador es un hombre maduro. Fue el único
antropólogo que participó con una ponencia en el simposio, y por lo tanto con un
capítulo en esta obra. Aunque hay más antropólogos implicados en investigaciones
con perspectiva de género, tal vez no respondieron a la convocatoria por motivos
válidos, pero su escasez es un indicio de la necesidad de su incorporación.

ALGUNAS REFLEXIONES

Es interesante que el trabajo de campo realizado por varias investigadoras las desco­
loca de su entorno y, al introducirse como mujeres solas en espacios públicos, en los
que estar solas tiene un significado distinto a sus intenciones, fueron identificadas
como mujeres disponibles sexualmente o prostitutas. Alguna lo vivió como obstácu­
lo a su trabajo. Aunque fue temporal, eso muestra que una investigadora, con toda
su biografia, sus derechos, sus títulos, sus conocimientos, al moverse de territorio
y proponerse ocupar un lugar, será hetero-designada de acuerdo con la óptica de
género prevaleciente. Y será quien puede ser ahí. En la globalización, a pesar de los
discursos sobre el fluir, el reconocimiento de los derechos, la ciudadanía, los pode­
res sociales y el estatus social moderno son territorializados.
Algunas investigadoras enfrentan la reconstrucción histórica de fenómenos que
cambian enormemente o son actualizaciones de la globalización. Uno que atravie­
sa el libro es el de contenidos de la condición de género que en la modernidad
neoliberal giran en tomo a la maternidad, los cuidados en las redes de parentesco
y familiares o en espacios públicos, de madresposas y de putas, como cuerpo para
la vida y el placer de otros, como seres para sostener el desarrollo y el cuidado vital
de otros. Seres subordinados y dependientes cuya realización vital se da a través de
otros, con quienes están en desigualdad.
Sin embargo, su resignificación permite a las mujeres, de manera parcial, la vida
EPÍLOGO 34 1
en primera persona, aunque a través de actividades de género asignadas tradicional­
mente. En tanto que unas mujeres se emancipan de esos deberes, la organización
de géneros amplía sus estamentos con otras mujeres: migrantes, indígenas, negras y
mulatas, tanto en su propio país como en otro diferente, para el cuidado en la repro­
ducción de la vida cotidiana. O hace también para la satisfacción de las necesidades
vitales sexuales, afectivas, intelectuales de otros, mediadas por el cuerpo a cuerpo y la
intimidad, aunque suceda entre personas extrañas y en relaciones diversas como em­
pleadores, patrones, clientes. Ocuparse de los cuidados, las atenciones y los servicios
vitales es una oportunidad de trabajo para mujeres necesitadas de empleo, ingresos
y desarrollo, aunque estén ubicadas en nuevos estamentos de exclusión. En sus es­
fuerzos de supervivencia, transitan por fronteras territoriales, fronteras de género,
corporales, legales y fronteras culturales diversas.
Es lamentable constatar que, a pesar de la complejidad de cambios sociales de
género, hay una gran resistencia social y cultural que se manifiesta en la especializa­
ción de género de las mujeres para el cuidado, su resignificación y su actualización.
A pesar de la modernización de género de mujeres de países de alto desarrollo, con
el estudio, el trabajo, la formación o la participación social y política, y los avances
del Estado de bienestar, se sigue asignando la responsabilidad de la crianza y los cui­
dados vitales en sentido amplio, a las mujeres, aunque no lo hagan. Esa contradic­
ción recae en ellas y les genera un sinfin de necesidades no resueltas y de conflictos
personales. La solución social y del mercado es que se apoyen en las migrantes y su
trabajo. Al mismo tiempo, para las trabajadoras migrantes se resignifica la asigna­
ción de género tradicional de los cuidados vitales a las mujeres, y se convierten en
una oportunidad de desarrollo y en un trabajo en parte moderno, en parte tradi­
cional, que permite la modernización de las trabajadoras en pos de hacerse cargo
de sus vidas y de sus familias, de salir de la precariedad, obtener ingresos y tener
horizontes propios.
Se comprueba también que la maternidad y los cuidados vitales requieren ver­
daderos equipos, que aún en sociedades del siglo XXI están integrados por un con­
junto de mujeres: son gineco-grupos en red. Al parecer aún sociedades modernas
se actualizan como sociedades de crianza y cuidados femeninos y de deber ser ma­
terno. Sus familiares cuidan a la prole de las trabajadoras migrantes internas o in­
ternacionales: mamás, hermanas, abuelas, tías, comadres, y ellas a su vez se integran
en los equipos de cuidadoras de la sociedad de destino: conforman, en conjunto, la
madre de cada quien en la modernidad.
Enfrentar la reproducción social desde una perspectiva de género implicaría la
ciudadanía y los derechos para las personas cuidadoras, la socialización de los cui­
dados y cambios que conduzcan a resolver la enajenante genericidad y etnicidad pa­
triarcal y capitalista, y la separación entre la vida pública y la vida privada. Eliminar
la mutua exclusión entre el mundo de la vida y la esfera pública que incluya cam­
bios en las mujeres y los hombres tendientes a la equidad y la diversidad, incluso a
la justicia de género, en el reparto de responsabilidades sociales.
La epistemología compartida y vindicada como una posición desde la que se
investiga implica una perspectiva de género que abarca el género, la sexualidad,
34 2 EPÍLOGO

el parentesco, la situación de clase y la etnicidad de manera articulada. El cuerpo


y la subjetividad de las mujeres, de las niñas, los niños, los adolescentes y las y los
jóvenes sujetos de las investigaciones, permiten observar que son construidos con
pautas específicas nacionales, étnicas y comunitarias que, a su vez, son trastocadas
por los cambios vividos. Así los análisis articulan, desde las relaciones de poder, al
género, la generación, la edad en el marco de las familias, las relaciones de paren­
tesco, el mercado de la reproducción social, la interculturalidad derivada de las
migraciones y la ampliación estamentaria étnica de sociedades desarrolladas, todo
lo cual redunda en transformaciones identitarias no equivalentes de mujeres y hom­
bres. La localización transnacional permite observar las relaciones entre identidad
y pertenencia. Al cambiar la localización social cambia el género etario, racializado,
etnizado, nacionalizado y de clase, así como sus interseccionalidades.
La igualdad de género, idealmente universal, no se aplica para las mujeres que
no pertenecen. Ellas quedan colocadas en un estamento interseccionado de géne­
ro, extranjería y otredades: otra edad, otra raza, otra etnia, otro idioma o forma
dialectal, incluso otra religión y otra clase. Pero puede tratarse también de la misma
lengua y la misma religión. Se espera que se empoderen algunas mujeres nativas, las
nacidas en las sociedades modernas, las de algunas clases sociales y grupos naciona­
les o étnicos. Los avances en la emancipación de género tienen contenido clasista,
étnico, nacional y sólo así son vía legítima a la ciudadanía y proyecto de igualdad.
El adelanto de las mujeres en el ámbito nacional, que funciona más allá de las
ideologías, y las oportunidades de género sólo es posible para mujeres con ciertas
condiciones de clase y acceso a la cultura. En esa organización social genérica se
mantiene a las otras mujeres en una ambivalencia, con su presencia y su trabajo en
el nuevo territorio, pero sin los derechos y las oportunidades de las pertenecientes.
Se les mantiene sin ciudadanía, ajenas. Están profundamente ligadas las oriundas
ciudadanas y /,as otras, sin ciudadanía, encargadas de trabajos, actividades, y servicios
que en lo público o en lo privado dejan de hacer las oriundas. Trabajo doméstico,
cuidados de crianza, atención y compañía de niñas y niños, cuidados a personas
discapacitadas y a personas viejas.
Los cambios en lo público y lo privado no han logrado eliminar el binarismo
social de género y no han incorporado a los hombres de la propia sociedad; man-
. tienen las viejas estructuras de género. Lo sustantivo, además, es que los hombres se
preservan intocados en cuanto a sus asignaciones por género en la reproducción de
la vida social que continúa como responsabilidad de las mujeres. Ese hecho preser­
va sus poderes y su acceso a las mujeres "propias" y "ajenas", cercanas y desconoci­
das. Se expande a nivel global la sexualidad masculina enajenada en la prostitución
de mujeres, niñas, niños, homosexuales y demás categorías sexuales.
El género marca también la división intelectual del trabajo, por ejemplo, en el
simposio de antropología feminista del cual derivó esta obra. La mayoría de las auto­
ras son mujeres: los estudios de género son responsabilidad e interés de mujeres. Las
políticas de género son asunto de mujeres. Se ha fortalecido una división sexuada y
generizada intelectual, académica, simbólica y política. Al parecer a las académicas
se nos da el género. La mayoría de los trabajos citados en las bibliografías como
EPÍLOGO 343

genealogía, referentes y estado del arte, son de mujeres, porque son sobre todo in­
vestigadoras quienes aportan a la antropología feminista y a las ciencias sociales y las
humanidades feministas. Diversos planteamientos feministas a lo largo del siglo XX
se han apoyado en teorías e investigaciones antropológicas sobre la sexualidad, la or­
ganización social basada en el sexo, su lugar en las estructuras sociales y en la cultura,
como uno de los aportes centrales del pensamiento antropológico.
Un pilar de la antropología feminista es la dimensión histórica de los procesos y
el dinamismo histórico marcado por las crisis, las contradicciones y los conflictos.
Se trata de una visión constructivista de las condiciones históricas: desde la sexua­
lidad hasta la configuración personal. Otro gran aporte es desentrañar lo que es
de género y no atribuirlo a la clase o a otra condición, así como el análisis gene­
rizado de las otras categorías sociales. De gran importancia ha sido introducir la
perspectiva y la temática de género en ámbitos donde se conceptualiza desde otras
perspectivas analíticas, que invisibilizan condiciones vitales de mujeres y hombres
o dimensiones de la sociedad y la cultura marcadas por el género. La antropología
feminista se desarrolla en un mar de analfabetismo de género y de androcentrismo
presentes en corrientes contemporáneas de las ciencias sociales y las ciencias de la
vida, las humanidades, la filosofia y las artes. Todas requieren una profunda revolu­
ción epistemológica feminista.
Una clave antropológica en los trabajos del Simposio es la interdisciplina. Pro­
viene de una resignificación del saber antropológico con la interdisciplina evidente
en el recorrido de las autoras o en su particular formación interdisciplinar. La que
se da entre antropologías: social, cultural, política, simbólica y la etnología. Y la que
se da con ciencias afines entre las que prevalecen disciplinas como la sociología y
la economía, la historia, la filosofia, la ciencia política, el derecho, la psicología y la
geografia.
Una dimensión sólida de la epistemología que da cohesión a la antropología
feminista es la interseccionalidad de categorías, enfoques y teorías sobre diversas
condiciones bio-socio-culturales como sexo-género-edad, raza, clase, etnia, ciuda­
danía y legalidad, nacionalidad, discapacidad. Las maneras de ocupar, transitar y
crear espacios, y cualquier otra condición vital del sujeto. Enunciar a las mujeres
o a los hombres lleva consigo precisar cuáles, dónde, cuándo y cómo, y definir
qué les caracteriza específica, individual y colectivamente. Es preciso aplicar el mis­
mo entramado categorial para definir sociedades, Estados y culturas, así como las
diversas problemáticas que investigamos: la pobreza, la violencia, la migración, la
interculturalidad, la prostitución, las fronteras y la reterritorialización neoliberal,
la armonización de la vida personal, laboral y familiar, la democratización de la
vida social, la crítica al modelo hegemónico, la creación de alternativas como la
economía solidaria y ecológica, el ciberfeminismo, entre otros, en el marco de la
construcción de los derechos humanos.
Otra dimensión significativa es la que se deriva del sincretismo de género de las
mujeres en una situación de interkgalidad en sociedades modernas. El marco jurídi­
co cuya legalidad define al Estado nacional, rige de manera parcial e insuficiente y
está sujeto a interpretaciones y aplicaciones diversas o no es realmente vigente. Es
344 EPÍLOGO

externo a comunidades tradicionales que, frente a la discriminación, la minoridad


política y la marginación, reivindican sus normas tradicionales, las costumbres, la
tradición, la identidad étnica o religiosa, como su patrimonio cultural, como su
identidad, como lo que les es propio. En las migraciones, en el país o la ciudad
de recepción, la normatividad jurídica moderna abarca de manera más amplia la
geografía y el espectro social y llega a impactar aspectos de la vida de las migran­
tes con consecuencias importantes. Problemáticas de este tipo han sido analizadas
desde el multiculturalismo, el choque de civilizaciones, el hegemonismo cultural y
otras posturas ideológicas. Sin embargo, el análisis feminista intercultural de Seyla
Benhabib aclara el entramado vital y las encrucijadas que enfrentan mujeres con­
temporáneas, derivadas tanto de su movilidad y su residencia en comunidades ex­
tranjeras, o dentro de su país, en entornos urbanos, como la coexistencia territorial
y en la subjetividad de las mujeres, de sistemas jurídicos tradicionales y modernos,
que norman sus vidas.
En la práctica se generan soluciones mezcladas relativas al sincretismo de género
diferente para mujeres y hombres, y al sincretismo sociocultural que conlleva la
migración pero que no es exclusivo de ellas. Está presente en las mujeres contempo­
ráneas y se expresa como conflictos subjetivos y prácticos debido al sincretismo de
género que cada mujer encarna en cada momento de su vida, entre su dimensión
tradicional y su dimensión moderna.
Los sistemas tradicionales son más patriarcales y los modernos, producto de pro­
cesos democratizadores, se caracterizan por la construcción de las mujeres como su­
jetos de derechos y por establecer la igualdad entre mujeres y hombres, por lo me­
nos ante la ley o como igualdad de algunos derechos. Norman cambios profundos
sobre la intervención del Estado en la sexualidad, la maternidad y la paternidad, la
familia, los derechos y las obligaciones y la conciencia, de lo que también se ocupan
los sistemas tradicionales. Sin embargo, la normatividad ritualizada, legitimada en
la propia concepción del mundo, la sanción social y los vínculos de relación, apoyo
y pertenencia, que se establecen al consumar deberes tradicionales, están ausentes
cuando se producen fuera de ese marco cultural. Enfrentar experiencias del ciclo
vital fuera de la comunidad, la familia, las redes de parentesco y amistad conlleva
conflictos, incertidumbre y sufrimiento.
Cabe añadir que ninguno de los sistemas normativos satisface los anhelos de
igualdad y libertad, reconocimiento y pertenencia, respeto a la dignidad y a la inte­
gridad de las mujeres. Ninguno garantiza seguridad social y existencial a las muje­
res. Con todo, los hechos se perciben y se viven de manera muy diferente de acuer­
do con cada marco de referencia. En algunas ocasiones las mujeres optan por uno
o por otro, pero las más de las veces, no tienen opción. Están sujetas a la imposición
total o parcial de alguno de dichos sistemas y de su aplicación poco rigurosa. Lo
viven con conflicto debido a injusticias y pérdidas, en ocasiones graves, y ganancias
relativas y parciales.
Algunas antropólogas incluyen en su relato histórico o en el marco teórico, al
hacer el estado del arte y plantear su propia perspectiva, definiciones jurídicas del
derecho y la política internacional como parte de la problemática investigada y sus
EPÍWGO 345

transformaciones. Contienen, además, concepciones fundamentales por su solidez


conceptual, legitimidad, autoridad y legalidad. Han sido construidas en procesos
epistemológicos complejos con actoría y agencia social, incidencia en movimientos
civiles y acciones políticas, en particular feministas, para reformar las normas de la
política de género y avanzar hacia un nuevo contrato sexual de género, marcado
por la radicalidad de la igualdad entre mujeres y hombres y por el impulso al desa­
rrollo autónomo y libre de las mujeres. Eso evidencia, además, que toman en cuen­
ta la impronta que preceptos y normas jurídicas del derecho internacional tienen
en la problemática analizada. En cambio, se echa de menos el marco jurídico nacio­
nal e internacional en algunos capítulos, a pesar de que tratan temas de la relación
entre lo local y lo global, la globalización, la desterritorialización de comunidades,
familias y personas, del trabajo, las influencias ideológicas interculturales, y sobre la
confrontación entre las costumbres y las normas modernas cuyo contenido son los
derechos y la ciudadanía y los derechos humanos.
La lectura de los trabajos de este libro permite dar cuenta de problemáticas di­
versas de las mujeres y del mundo que habitan. Cambian, viven formas de discri­
minación por ser mujeres, cuando son parte de la mitad de la humanidad y de la
mitad que gesta, pare y cuida a esa y a la otra mitad. Migran de sus países y migran
de su condición de género tradicional y moderna a la manera de su país o de su
comunidad y, al instalarse en el nuevo espacio, son recolocadas en deberes de gé­
nero, sustantivos para la reproducción social y cultural, fincados en su sexualidad
procreadora y erótica, destinadas al servicio y los cuidados vitales, la atención y el
servicio sexual para el placer de los hombres, pilares del mundo patriarcal y de lo
patriarcal del mundo. En voz de Franca Basaglia, como seres para otros.
Es importante que en indagaciones futuras se aborden los conflictos internos y
los conflictos sociales que enfrentan las mujeres, para conectarlos con los conflictos
sociales en torno a los movimientos feministas y a las propuestas feministas, y para
articular la mirada académica con la que se genera en las organizaciones y redes
feministas y en los gobiernos e instituciones internacionales a favor del empodera­
miento de las mujeres y la igualdad, así como en las movilizaciones feministas tanto
locales como internacionales.
Diversas corrientes del feminismo tienen análisis y perspectivas distintas e inclu­
so opuestas y se confrontan en tomo a diversos problemas. Del abordaje filosófico
y teórico, y del tipo de análisis, depende en gran medida la postura ante ellos. En
el debate algunas dan aire a posturas conservadoras patriarcales, por ejemplo al
significar la prostitución como cualquier otro trabajo, opción laboral y estrategia
frente a la falta de otras oportunidades, asumida de manera libre por las mujeres.
La mayoría de los trabajos aquí reunidos va en el sentido de la tradición feminista
sustantiva al analizar, por ejemplo, la prostitución como componente estructural
de dicha organización social genérica, base de la cosificación de todas las mujeres y
otros sujetos. En ese sentido, puede incluirse el contraste de posturas en todos los
temas, como parte de la metodología dialógica en futuros encuentros.
La antropología feminista contiene de suyo, una perspectiva política. De ahí, el
énfasis en el análisis de las relaciones de poder, las discriminaciones y las violencias
EPÍLOGO

y también del desmontaje de los poderes de dominio y opresión, de la reparación


de los daños a las mujeres y las vías de superación de necesidades y carencias, y de
los procesos de empoderamiento de las mujeres y de otros sujetos emergentes. Su
abordaje implica, además de lo que exploramos sobre la normatividad consuetudi­
naria, ubicar nuestros temas en los anhelos sociales, la normatividad jurídica, en las
políticas de gobierno correspondientes. Más aún, incluirlas como temas de investi­
gación en sí mismas o como parte del problema de investigación.
Pensar a las mujeres como sujetos desde la perspectiva de la ciudadanía y los de­
rechos humanos, implica el conocimiento de las normas jurídicas y las políticas que
enmarcan sus vidas. Es importante hacerlo también, para fortalecer el diálogo entre
la academia y los otros movimientos feministas, en el sentido de que nuestro análisis
científico, histórico-crítico, aporte conocimientos esclarecedores y aproximaciones
complejas a los hechos de género y su articulación con otros de distinta génesis,
para contribuir a enriquecer las agendas civiles y de gobierno y las vindicaciones
políticas y contribuyan a aclarar su sentido.
Los trabajos aquí expuestos son una muestra contundente de la diferencia entre
los análisis sin enfoque de género y los que nosotras hacemos. Lo más importan­
te es que, por arte de magia aparecen las mujeres y su sola presencia modifica el
escenario de las relaciones sociales, de la problemática, de lo que ahí acontece.
Los problemas investigados al ser analizados desde la perspectiva de género tienen
otro dinamismo, otros contenidos y otras explicaciones, en parte porque se hacen
visibles las relaciones de poder de género y dan luz sobre partes oscuras u ocultas.
La perspectiva y el análisis histórico de la unidad y la diversidad humanas y su
comparación, son fundamentos filosóficos y epistemológicos de la antropología
que fundamentan a la antropología feminista. Por su sentido libertario aporta ela­
boraciones teóricas y conocimientos sobre los procesos que favorecen la heteroge­
neidad, la autonomía, la libertad y la igualdad en diversas culturas, sociedades, épo­
cas y geografias. Nuestra intención es contribuir a la construcción de alternativas
para eliminar obstáculos, preservar las condiciones que hacen posible el adelanto
de las mujeres y de otros sujetos emergentes y crear vías para ampliar y profundizar
su realización práctica.
Finalmente, imagino para nuestro quehacer una perspectiva de caleidoscopio
feminista, una sinergia epistemológica que permita articular e integrar líneas y te­
mas de investigación. Casi propondría que unas investigadoras siguieran la línea y
el énfasis temático de las otras y, de esa manera, cada una lograría una visión más
integral con el enorme pensum colocado, primero en el Simposio y ahora en este
libro, y el saber individual de cada una conjugado con los saberes de las otras.
SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR

ANA ALCÁZAR CAMPOS


Doctora en antropología social por la Universidad de Granada, actualmente es profesora de
dicha Universidad y pertenece al grupo de investigación: "Otras. Perspectivas Feministas en
Investigación Social". Sus líneas de investigación giran en tomo a las desigualdades de géne­
ro, con especial incidencia en el contexto cubano, y la interacción turismo y género. Entre
sus publicaciones destacan:
• "Mujeres y desarrollo. Análisis crítico de un proyecto de investigación aplicada al desa­
rrollo en Cuba", en La Paz. en el cumplimiento de /,os Objetivos de Desa1T0llo del Milenio (ODM),
Centro Andaluz del Libro S.A. y Fundación para la Cooperación, APY- Solidaridad en
Acción.
• "Turismo sexual, jineterismo, turismo de romance. Fronteras difusas en la interacción
con el otro en Cuba", en la revista Cauta de Antropología, Grupo de Investigación An­
tropología y Filosofia de la Universidad de Granada, España, <WWW. ugr.es/-pwlac/
G25_1 6Ana_Alcazar_Campos.html>.

ÁNGELA ALFARACHE WRENZO


Licenciada é n etnología y maestra en antropología. Doctora en antropología por la Facultad
de Filosofia y Letras, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Integrante fundado­
ra de la Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, A.C. Sus líneas de in­
vestigación giran en tomo a la antropología feminista y los derechos humanos de las mujeres:
la construcción de un nuevo paradigma, identidades de género, la construcción de las iden­
tidades lésbicas, la construcción cultural de la lesbofobia. Entre sus publicaciones destacan:
• (2003) , Identidades lisbicas y cultura feminista. Una investigación antropoWgica, México, Pla­
za y Valdés/Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades,
UNAM.
• (2008) , Desigualdad de género de las mujeres y violencia feminicida" , en Regiones,
Suplemento de Antropología, núm. 35.
• ( 2009) , "Mujeres, fronteras y violencia feminicida en México", en Dollars und triiume.
Migration, arbeit und gesch/,echt in Mexiko im 21.jahrundert, Westf"alisches Dampfboot Ver­
lag, Alemania.

MARÍA CARBALLO LÓPEZ


Doctora en antropología. Miembro fundador del grupo de trabajo e investigación del lnsti­
tut Catala de Antropología (ICA) , "Ciudadanías: Antropología Histórica de las Identidades
Políticas en el Estado Moderno". Sus líneas de investigación giran en tomo a trabajadoras
rurales, Sin Tierra, líderes, movimientos sociales, feminismo, género. Entre sus publicacio­
nes destacan:
• ( 2008) , "La lucha por la tierra y por una sociedad más justa de las militantes del Mo­
vimiento Sin Tierra en Ceará (Brasil) ", en E. Bosch, VA. Ferrer Pérez y Navarro Guz­
mán (comps. ) , Los feminismos como herramientas de cambio sociaL l. Mujeres tejiendo redes
históricas, desa1T0llos en el espacio público y estudios de las mujeres, C. Universitat de les Illes
Balears.

[ 34 7 )
SOBRE lAS AUTORAS Y EL AUTOR

• ( 2008) , "La teología de la Liberación. Interrogantes sobre lo religioso y los procesos


de cambio", en coautoría con Vereda Salcedo, Revista Periferia, núm. 8, <antropología.
uab.es/Periferia/Articles/teología_liberación.pdf>.

MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO


Doctora en antropología. Investigadora en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias
de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante
fundadora de la Red por la Vida y la Libertad de las Mujeres, A.C. Sus líneas de investigación
giran en torno al análisis feminista de la situación de mujeres indígenas y rurales en México.
Teoría, epistemología y metodología feminista. Organización social, ritualidad e identida­
des. Cuerpo y sexualidad en mujeres rurales. Entre sus publicaciones destacan:
• (2008) , Metodowgía de /.a investigaciónfeminista, Guatemala, Fundación Guatemala/CEIICH.
• ( 2010) , "En torno a la construcción del cuerpo femenino desde la concepción católica
del mundo. Un enfoque antropológico feminista", en Maya Aguiluz lbargfi.en y Pablo
Lazo Briones (coords. ) , Cmparalidades, México, CEIICH-UNAM/Universidad Iberoame­
ricana.
• (201 1 ) , Identidades. Temías y métodos para su análisis, en coordinación con Laura Loeza
Reyes, México, UNAM.

MARÍA EUGENIA D'AUBETERRE BUZNEGO


Doctora en antropología social. Profesora Investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Docente del posgrado
en sociología del mismo instituto. Sus líneas de investigación giran en torno a estudios de
género, familias rurales, migración transnacional. Entre sus publicaciones destacan:
• ( 2007) , "Aquí respetamos a nuestros maridos: migración masculina y trabajo feme­
nino en una comunidad de origen nahua del estado de Puebla", en Marina Ariza y
Alejandro Portes ( coords. ) , El país transnacional: migración mexicana y cambio social en /.a
frontera, México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.
• (2007) , "Formaciones domésticas de transmigrantes poblanos asentados en el este de
la ciudad de Los Ángeles", en R. Córdova, Ma. Cristina Núñez y David Skerrit (eds. ) , In
Good we trust: del campo mexicano al sueño americano, México, Plaza y Valdés/Universidad
Veracruzana/Conacyt.
• ( 2008) , "El ciclo histórico de las migraciones en el municipio de Pahuatlán, Puebla",
en coautoría con María Leticia Rivermar, Estudios Social.es, núm. 4, diciembre.

TERESA DEL VALLE MURGA


Doctora en antropología. Catedrática emérita de antropología social de la Universidad del
País Vasco. Premio EMAKUNDE 20 1 0 A la igualdad. Sus líneas de investigación giran en torno
a la antropología feminista, antropología política, rituales, cambio social y categorías de es­
pacio y tiempo. Es autora de 16 libros. Entre sus capítulos en libro destaca:
• (2010) , "El derecho a la movilidad libre y segura", en Virginia Maquieira (ed. ) , Mujeres,
gwbalización y derechos humanos, Cátedra.

MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA


Doctora en antropología social y cultural por la Universidad de Granada. Integrante del
grupo de investigación: "Otras. Perspectivas Feministas en Investigación Social" del Instituto
de Estudios de la Mujer de la Universidad de Granada. Sus líneas de investigación giran en
SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR 3 49

tomo a la infancia, exclusión social, violencia de género y antropología feminista. Entre sus
publicaciones destaca:
• (201 2) , "Discursos, narrativas y percepciones entre los niños y niñas de la calle en tor­
no a su huida", Revista Desacatos, núm. 40, septiembre.

HERMINIA GON ZÁLVEZ TORRALBO


Doctora en antropología social y diversidad cultural. Profesora auxiliar e investigadora del
Centro de Investigaciones Socioculturales (CISOC) de la Universidad Alberto Hurtado (Chile) .
Investigadora responsable del Proyecto Fondecyt Iniciación, núm. 1 1 1 2 1 245, "Las familias en
Chile: el trabajo de parentesco y la generación de constelaciones familiares" (201 2-20 1 4) . Sus
líneas de investigación giran en tomo a estudios de género, familia, parentesco, cuidados,
migración transnacional. Entre sus publicaciones destacan:
• ( 2007) , "Familias y hogares transnacionales: una perspectiva de género", Puntos de Vis­
ta, Cuadernos del Observatorio de las Migraciones y de la Convivencia Intercultural de
la ciudad de Madrid.
• (2009) , "Vivir transnacionalmente. Colombianos y colombianas entre el municipio de
Bello (Colombia) y la ciudad de Elche (España) ", en A. González, Lugares, procesos y
migrantes. Aspectos de la migración colmnbiana, Bruselas, P.l.B. Peter Lang.
• (201 O) , Migración colombiana, género y parentesco. La organización social de l.os cuidados, tesis
doctoral, Granada, Universidad de Granada.

CARMEN GREGORIO GIL


Doctora en antropología social. Profesora titular en el Departamento de Antropología So­
cial de la Universidad de Granada. Directora del grupo de investigación: "Otras. Perspectivas
feministas en investigación social" en el Instituto Universitario de Estudios de la Mujer de la
Universidad de Granada. Sus líneas de investigación tienen como eje central el análisis de
la construcción de la diferencia y la desigualdad (género, parentesco, sexualidad, inmigra­
ción, cultura, raza) , acercándose desde la etnografía a problemáticas como la ciudadanía y la
participación, las migraciones transnacionales, la organización de los cuidados, la violencia de
género. Entre sus publicaciones destacan:
• (201 1 ) , "Fronteras de género y cultura en el contexto de la 'Fortaleza Europa"', en Do­
lores Serrano-Niza ( coord. ) , ¿ Visibles o invisibles ? Mujeres migrantes, culturas y sociedades,
México, Plaza y Valdés, pp. 55-67.
• (201 2) , "Tensiones conceptuales en la relación 'género y migraciones' : reflexiones
desde la etnografia y la critica feminista", Paper, 97(3) : 569-590.

RENATA EWA HRK:IUK


Doctora en sociología. Profesora asistente en el Instituto de Etnología y Antropología Cul­
tural de la Universidad de Varsovia, Polonia. Sus líneas de investigación giran en tomo a
los estudios de género, antropología política (movimientos sociales) y food studies. Entre sus
publicaciones destacan:
• ( 2010) , " ( Re) constructing motherhood in contemporary Mexico: discources, ideolo­
gies and everyday practices", Polish Sociol.ogical Review, 1 ( 1 69) : 487-502.
• ( 20 1 2) , Poi.egrianie z Matkt¡ Po/Ju¡ ? Dyskursy, praktyki i reprezentacje macienynstwa we wspól­
czesnej Polsce, Warszawa: Wydawnictwa Uniwersytetu Warszawskiegv [Adiós a madre polaca ?
Discursos, prácticas y representaciones de maternidad en Pol.onia contemporánea] , compiladora
junto con ElZbieta Korolczuk, Varsovia, Universidad de Varsovia.
• (en prensa) , junto con ElZbieta Korolczuk, "At the intersection of gender and class:
SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR

social mobilization around mothers' rights in Poland", en Kerstin jacobsson y Steven


Saxonberg ( eds. ) , Beyond NGO-ization: The DeueWpment of Social Muvements in Central and
Eastern Europe, Asgate Publishing.

FERNANDO HUERTA ROJAS


Antropólogo social con estudios de maestría y doctorado en antropología. Profesor/investi­
gador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Integrante del Centro Estudios
Interdisciplinarios de Género y de la Academia de Arte y Patrimonio Cultural. Secretario de
la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres ( 20 1 0-20 1 2 ) . Sus líneas de in­
vestigación giran en torno a la conformación social de la condición genérica de los hombres.
Socialización e interacción de los jóvenes en las salas de los videojuegos. Prácticas culturales y
genéricas de los hombres en el deporte. Prácticas culturales y genéricas de los hombres en la
sexualidad, la violencia, la paternidad, la misoginia. Representaciones y expresiones estéticas
de los jóvenes en las prácticas y espacios lúdicos. Entre sus publicaciones destacan:
• ( 2005) , Homlnes ante /,a misoginia: miradas criticas, coordinador junto con Daniel Cazés
Menache, México,Plaza y Valdés/UNAM, México.
• ( 2007) , Estudios sobre /,a vio/,encia masculina, coordinador junto con Roberto Garda Salas,
México, lndesol/Hombres por la Equidad, A.C.

MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS


Doctora en antropología. Presidenta y fundadora de la Red por la Vida y la Libertad de
las Mujeres, A.C. Integrante del Grupo Asesor Internacional de la Sociedad Civil de ONU­
Mujeres. Sus líneas de investigación giran en torno a la epistemología feminista con perspec­
tiva antropológica de género. Identidades de género y diversidad multicultural. Poderíos y
libertades de las mujeres. Mujeres y derechos humanos. Es autora de 1 2 libros. Una de sus
publicaciones más recientes es:
• (201 1 ) , "Feminismo, género e igualdad", en coordinación con Amelia Valcárcel, Pen­
samiento Iberoamericano, núm. 9, 2a. época, 201 1 /2, Madrid.

JAHEL LÓPEZ GUERRERO


Licenciada en etnología y maestra en antropología social. Candidata a doctora en antro­
pología social ( UNAM) . Integrante del Programa de Investigación Feminista del Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM. Sus líneas de investi­
gación giran en torno a la participación de las mujeres indígenas en procesos organizativos,
así como las problemáticas enfrentadas por mujeres indígenas jóvenes desde su condición de
género, étnica y experiencia juvenil.

VIRGINIA MAQUIEIRA D'ÁNGELO


Doctora en antropología. Profesora titular de antropología social de la Universidad Autó­
noma de Madrid. Directora del Instituto Universitario de Estudios de la Mujer (IUEM) de la
UAM 2002-2006. Vicerrectora de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) 2007-
20 1 1 . Integrante de la Comisión Académica de la Cátedra UNESCO, Red UNITWIN de Políticas
Públicas de Igualdad (UAM-IUEM) . Sus líneas de investigación giran en torno a la teoría y
metodología de los sistemas de género; revisiones feministas de la antropología social; ciu­
dadanía, derechos humanos y globalización; género y sexualidades minoritarias. Entre sus
publicaciones destacan:
• (2007) , Mujeres en un mundo g/,obal: muvimientos y cooperación, editora junto con Gallego
SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR 35 1

Méndez M., V. Maquieira D 'Angelo y C. Bemis, Madrid, Universidad Autónoma de


Madrid, 2010.
• (2010) , Mujeres, globalización y derechos humanos, Madrid, Cátedra

MARIE:JOSÉ NADAL
Doctora en antropología. Investigadora en el Groupe de Recherche sur L'Amérique Latine
(UQAM) . Profesora/investigadora invitada en varias universidades de Francia (Paris 1, Tou­
louse-Le Mirail) y de México (UADY y UDLA) . Experta en el Grupo Internacional de Trabajo
para los Pueblos Autóctonos (GITPA) . Sus líneas de investigación son la antropología del gé­
nero, la etnicidad, la antropología del desarrollo y la antropología política. Ha escrito varios
artículos sobre las cooperativas y organizaciones de mujeres indígenas y sobre los movimien­
tos de lucha para la autonomía indígena. Entre sus libros publicados destacan :
• ( 1 994 y 1 995) , A l'om/Jre de 7.apata, vivre et mourir dans Ú! Chiapas, Montréal, É ditions de
la Pleine Lune, París, Le Félin.
• (200 1 ) , Les Mayas de l 'oubli. Genre et pouvoir: /.es limites du dével.oppemen t rural au Mexique,
Montréal, Éditions Logiques.

AMAlA PAVEZ LIZARRAGA


Doctora en antropología. Profesora en la Escuela de Enfermería de la Universidad de San­
tiago de Chile. Sus líneas de investigación giran en tomo a género y emociones, ciudadanía
y desarrollo, salud y cuidado, epistemología y metodología de la investigación cualitativa.
Entre sus publicaciones destacan:
• (2006) , "Las políticas de igualdad en el contexto de la ciudadanía", en coautoría con
Rocío Ochoa, Xjomadas de Economía Crítica, Las políticas de igualdad en el contex­
to de ciudadanía <www . ucm.es/info/ec/jec 1 0/ponencias/5 1 00choa.pdf>.
• (2009) , "La ciudadanía un derecho de mujeres y hombres: la distancia entre el discur­
so y la práctica" , KOBIE, Antropología Cultural, núm. 1 3, pp. 53-64.

GISELA PÉREZ SANTANA


Diplomada en estudios avanzados de tercer ciclo en el área de antropología. Doctoranda en
antropología. Integrante del grupo de investigación "Otras. Perspectivas feministas en inves­
tigación social" del Instituto de Estudios de la Mujer de la U niversidad de Granada. Sus líneas
de investigación son: construcción de las identidades de género y sexuales, lesbianismos,
netnografia y estudios emergentes de la cibercultura.

ADRIANA PISCITELLI
Doctora en ciencias sociales. Coordinadora asociada del Núcleo de Estudos de Genero-PAGU,
da la Universidade Estadual de Campinas, profesora del Departamento de Antropología y
del Doctorado en ciencias sociales de esa universidad, en el que coordina el área de género.
Sus líneas de investigación giran en tomo a género, memoria, parentesco, sexualidad, turis­
mo sexual, prostitución, migraciones, tráfico internacional de personas, teoría feminista y
teoría antropológica. Entre sus publicaciones destacan:
• ( 2007) , "Shifting boundaries: sex and money in the North-East of Brazil sexualities",
Londres, 10: 489-500.
• (2008) , "Genero no tráfico de pessoas" (org. en colaboración con Marcia Vasconce­
los) , Cadernos PAGU, núm. 3 1 .
• (2008) , "Looking for new worlds: Brazilian women as intemational migrants", Signs,
Chicago, 33: 784-793.
35 2 SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR

SUSANA ROSTAGNOL
Doctora en antropología. Investigadora y docente en la Universidad de la República de Uru­
guay. Integrante del Grupo Multidisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Hu­
manidades y Ciencias de la Educación. Sus líneas de investigación giran en tomo a género,
cuerpo y sexualidad, en especial temáticas relativas a prostitución, aborto, violencia contra
las mujeres, derechos sexuales. Entre sus publicaciones destacan:
• Histurias en el si/.encio: prostitución infantil y adol,escente en Montevideo y área metropolitana,

UNICEF-RUDA.
• ( 2009) , No era un gran amm, cuatro investigaciones sobre vio/.encia doméstica, Uruguay, Ins­
tituto Nacional de las Mujeres.
• (201 1 ) , Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en
Montevideo y área metropolitana, Montevideo, Naciones Unidas.

ANA R. RUANO
Diplomada en estudios avanzados en antropología social, diplomada en trabajo social y ex­
perta en género e igualdad de oportunidades. Socia y responsable de proyectos en Evidentis:
Creative Social Approach, empresa consultora especializada en innovación social. Integrante
del grupo de investigación: "Otras. Perspectivas feministas en investigación social" de la Uni­
versidad de Granada. Sus líneas de investigación giran en tomo a la diversidad funcional
y su relación con la autonomía-dependencia. Actualmente especializándose en el área de
innovación y diseño social.

ASSUMPTA SABUCO CANTÓ


Doctora en antropología. Profesora asociada del departamento de antropología social de la
Universidad de Sevilla. Asesora de la delegación de la mujer del Ayuntamiento de Sevilla. Sus
líneas de investigación giran en tomo a migración y cambios de género, redes de prostitu­
ción, violencia de género. Entre sus publicaciones destaca:
• (2005) , "Las mujeres en la globalización: el nuevo tráfico de alianzas y mercancías", artí­
culo que obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Internacional de Ensayos de Investi­
gación "Cultura y Transformaciones Sociales" de la Universidad de Caracas, Venezuela.

PAULA SOTO
Maestra y doctora en ciencias antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana
(UAM) , campus lztapalapa. Realizó una estancia de investigación posdoctoral en geografía
humana en el Departamento de Sociología de dicha Universidad. Actualmente es profesora­
investigadora titular del Departamento de Sociología de la División de Ciencias Sociales y
Humanidades en la UAM-lztapalapa, donde participa en el área de investigación "Espacio y
Sociedad" y es docente en la licenciatura en geografia humana. Su principal línea de investi­
gación es la geografia de género. Entre sus publicaciones destacan:
• (2010) , "Los giros de las geografías de género. Re-pensando las diferencias", en Daniel
Hiemaux y Alicia Lindón ( coord.) , Los giros de la geografía humana. Hurizontes y desafíos,
Barcelona, Anthropos-UAM-1, pp. 249-280
• (201 1 ) , "La ciudad pensada, la ciudad vivida, la ciudad imaginada", La Ventana, Centro
de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara, núm. 34, pp 7-38.
• (201 2) , "El miedo de las mujeres a la violencia en la ciudad de México. Una cuestión
de justicia espacial" ( 20 1 2 ) , Revista INVI, 27 ( 75) : 1 45-1 69.
ÍNDICE

PRÓLOGO
Teresa del Valle Murga 7
INTRODUCCIÓN
Martha Patricia Castañeda Salgado y Carmen Oregurio Gil 9

PRIMERA PARTE
TRAZANDO GENEALOGÍAS

TENSIONES CREATNAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS


DE LAS MUJERES
Virginia Maquieira D 'Angelo 23

TRAZANDO UNA GENEALOGÍA DESDE I.A CRÍTICA FEMINISTA EN EL CAMPO


DE LAS MIGRACIONES TRANSNACIONALES
Carmen Oregurio Gil 34

LAS MUJERES Y I.A RITUALIDAD CATÓLICA. APORTES DE LAS ANTROPÓLOGAS


FEMINISTAS AL ESTUDIO DEL CAMPO RELIGIOSO
Martha Patricia Castañeda Salgado

IDENTIDADES LÉSBICAS Y CULTURA FEMINISTA. APUNTES DESDE I.A


ANTROPOLOGÍA FEMINISTA
Ángela Guadalupe Alfarache Lorenzo

TEORÍAS POSCOLONIALES Y LECTURAS ANTROPOLÓGICAS SOBRE


FEMINISMOS, GÉNERO Y MERCADO DEL SEXO EN BRASIL
Adriana Pücitelli 77

TIRANDO DEL HILO: EJEMPLOS DE CRÍTICA FEMINISTA EN ANTROPOLOGÍA


Teresa del Valle Murga 93

SEGUNDA PARTE
l.AS NUEVAS CARAS DE lA GLOBALIZACI Ó N

LAS CUATRO S DEL TURISMO EN CUBA: SUN, SEA , SEX Y SAND


Ana Alcázar Campos
354 ÍNDICE

GÉNERO, PRÁCTICAS MATRIMONIALES Y COMUNIDAD RETERRITORIALIZADA:


TRANSMIGRANTES DE ORIGEN NAHUA RESIDENTES EN CALIFORNIA
Maria Eugenia D '.Aubetem Buznego 1 29

PONER LOS CUIDADOS EN EL CENTRO: HACIA UNA REFLEXIÓN TEÓRICA PARA


EL ANÁLISIS DEL GÉNERO Y EL PARENTESCO EN LA MIGRACIÓN
Herminia Gonzálvez Torralbo 1 45

SOCIEDAD Y PROSTITUCIÓN DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES, ¿QUÉ TIENE


PARA DECIR EL FEMINISMO?
Susana Rostagnol

LOS CUERPOS FRAGMENTADOS DE LA GLOBALIZACIÓN: DE LA ESTÉTICA


A LA MATERNIDAD
Assumpta Sabuco Cantó

TERCERA PARTE
ETNOGRAFIANDO EXPERIENCIAS EMERGENTES

EN DIÁLOGO CON LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA. MUJERES INDÍGENAS


JÓVENES EN LA ZONA METROPOLITANA DE LA CIUDAD DE MÉXICO
jahel López Guerrero 1 87

ETNOGRAFIANDO PRÁCTICAS DE PRESTACIÓN DE CUIDADOS ENTRE LOS NIÑOS


Y NIÑAS DE LA CALLE. UNA MIRADA DESDE LA PERSPECTIVA FEMINISTA
Maria Espinosa Spínola 204

SEMBRANDO LUCHAS: MUJERES LÍDERES EN EL MOVIMIENTO SIN TIERRA


DE BRASIL
Maria Carbal/o López 2 i8

SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES EN LAS SALAS DE LOS VIDEOJUEGOS.


UNA APROXIMACIÓN DESDE LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA
Fernando Huerta Rojas

HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉSBICA


Gisela Pérez Santana 2 45

CUARTA PARTE
NUEVAS PROPUESTAS TE Ó RICO-METODOLÓ GICAS

LAS ORGANIZACIONES DE MUJERES INDÍGENAS: ¿CÓMO PENSAR LA PLURALIDAD


SOCIAL Y POLÍTICA?
Marie-]osé Nadal 26 1
ÍNDICE 35 5
DE UNA HIJA A LA MUJER PREPARADA. HACIENDO ANTROPOLOGÍA FEMINISTA
EN LAS COLONIAS POPULARES DE MÉXICO
&nata Ewa Hryciuk 2 76

ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD. APUNTES PARA UNA REFLEXIÓN FEMINISTA


Pau/,a Soto Villagrán 2 94

CUIDADOS, DEPENDENCIAS Y RELACIONES DE GÉNERO: ALGUNOS NUEVOS


INTERROGANTES
Ana Rodríguez Ruano 3 1o

GÉNERO Y EMOCIONES EN EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA COTIDIANA


Amaia Pavez Lizárraga 322

EPÍLOGO
Man:e/,a Lagarde y de los Ríos 33 5
SOBRE LAS AUTORAS Y EL AUTOR 34 7

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