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Muisca: la gente y el oro en la Cordillera Oriental

Figura votiva Tumbaga. 600 d.C. – 1600 d.C. Guatavita, Cundinamarca 8 x 4,20 cm.
Desde el 600 d.C. la Cordillera Oriental fue gradualmente ocupada por diversos pueblos de la
familia lingüística chibcha, originaria de Centroamérica. Los europeos encontraron en 1536 a los
muiscas, guanes, laches, chitareros y otros grupos que mantenían relaciones económicas, rituales
y simbólicas y se reconocían como parientes cercanos. Pectorales de hombres-ave y múcuras de
cerámica indican esa visión compartida del mundo.
La vida de los chibchas estaba profundamente imbuida de preceptos religiosos. Los sacerdotes,
llamados jeques, inhalaban un alucinógeno para comunicarse con seres míticos, y reestablecían el
equilibrio del universo por medio de ofrendas de figuras de hombres, mujeres, seres asexuados y
escenas, multitud de animales y objetos cotidianos, que depositaban en ofrendatarios con formas
humanas, animales, fálicas o de bohío. Incluso durante la Colonia, los cuerpos de personajes
importantes fueron preservados como momias y colocados en cuevas profundas, envueltos en
varias capas de mantas, redes y pieles, con figuras votivas.
En los altiplanos, vertientes y valles interandinos de la Cordillera Oriental la arqueología ha trazado
15.000 años de historia. Durante diez milenios los grupos humanos se dedicaron a la caza y la
recolección. Luego, hace cerca de 5.000 años, cambiaron gradualmente su forma de subsistencia,
adoptando la agricultura y la alfarería. Desde el 600 d.C. la región fue ocupada en oleadas
sucesivas por pueblos de la familia lingüística chibcha procedentes de Centroamérica. Los
europeos, que llegaron en 1536, encontraron en territorios contiguos a los muiscas, guanes,
laches, chitareros y otros grupos. Estos se parecían por tener un origen común y hablar lenguas de
la familia lingüística chibcha. Aunque su forma de vida no fue idéntica, usaron e intercambiaron
objetos semejantes que expresaban una visión compartida del mundo, como las múcuras o jarras y
los pectorales de hombres-ave.
Las tradiciones propias de cada pueblo y el uso de diversas técnicas de manufactura,
contribuyeron a la producción de adornos y objetos de ofrenda en oro, cobre y sus aleaciones. Se
distinguen tres estilos usados por gente distinta que corresponden a ciertas áreas geográficas.
Los agricultores, artesanos, comerciantes y las demás personas del común usaron adornos
pequeños y sencillos. En las tierras frías de los altiplanos, los líderes políticos y religiosos utilizaron
adornos con decoración calada y placas colgantes.
Los caciques de las vertientes occidentales de la cordillera usaron atuendos compuestos en su
mayoría por grandes piezas laminares.
Hacia 1500 la economía estaba basada en la agricultura, la explotación de sal y esmeraldas y la
producción de hojas de coca, cerámica y orfebrería. Estos productos se intercambiaban o eran
acumulados por los caciques para sostener a la gente en épocas de crisis.
Los pueblos agrícolas calculaban la época de siembras y cosechas mediante la observación del
movimiento de los astros. En la región se construyeron alineamientos y círculos de columnas y de
bloques de piedra que sirvieron como observatorios astronómicos.
Los orfebres fundieron piezas idénticas en oro y cobre, mediante el uso de matrices de piedra que
permitían hacer los modelos de cera en serie.
El algodón y el fique eran hilados con husos impulsados por volantes de piedra grabados, y con los
hilos se fabricaban mantas, gorros, diademas, mochilas y redes. Estos eran tejidos y decorados
con pintura. En telares de madera se tejieron gran cantidad de mantas grandes y pequeñas,
sencillas y pintadas, burdas y finas. Su valor era tal que se usaron para regalar a los caciques y
para envolver los cuerpos momificados de los difuntos importantes.
Se destaca en la vitrina el rico ajuar funerario de orfebrería de un personaje enterrado en
Sogamoso, lugar de peregrinaje muisca famoso por su templo del sol. Los adornos que usaban los
caciques les conferían atributos de autoridad y saber religioso para obtener la obediencia de su
gente. Según consta en documentos de archivos coloniales de 1574, cuando los caciques
ordenaban algo a los comuneros “…les envían a llamar con sus pregoneros y les envían sus
orejeras y mantas y sombreros por señal”.
La vida de los chibchas estaba imbuida de preceptos religiosos que determinaban normas de
convivencia con la sociedad y la naturaleza. Los sacerdotes, llamados jeques, presidían los
rituales, curaban a los enfermos y por medio de las ofrendas y sacrificios reestablecían el equilibrio
del universo.
Personas, aves y felinos eran representados en bandejas para inhalar el yopo. Con este
alucinógeno los jeques alcanzaban estados alternos de conciencia durante los cuales se
comunicaban con diversos seres míticos.
Miles de figuras votivas se elaboraron en oro, cobre, tumbaga, madera, piedra y arcilla. Es posible
que sus diferentes características fueran controladas para obtener objetos cuyos significados se
relacionaran con la intención de la ofrenda en lagunas, cuevas y campos de cultivo. Las figuras
votivas forman un mundo en miniatura poblado por hombres, mujeres, seres asexuados y escenas,
más una multitud de animales y objetos cotidianos. La mayor parte de las figuras votivas se
ofrendaron en conjuntos. Los sacerdotes colocaban las piezas dentro de recipientes cerámicos de
diversas formas: humana, animal, fálica o de bohío.
Un momento particular de la vida religiosa muisca también quedó plasmado en pequeñas figuras
de ofrenda. En el llamado “sacrificio de la gavia” la víctima, un niño sagrado traído de los Llanos
Orientales, de donde sale el sol, era atada a la parte superior de un alto poste y flechada con
dardos: su sangre se recogía en vasijas y era considerada sagrada.
Los cuerpos de personajes importantes fueron preservados y colocados en cuevas profundas,
envueltos en varias capas de mantas, redes y pieles. Durante la Colonia esta costumbre continuó
oculta evadiendo la persecución religiosa. El Museo del Oro preserva una momia y su conjunto de
figuras votivas antropomorfas que datan en efecto, según el fechamiento de carbono 14, de 1800
d.C., casi al final del período colonial.

Caciques, jeques, capitanes y pregoneros

Figura votiva Tumbaga. 600 d.C. - 1600 d.C. Belén de Chinauta, Fusagasugá Cundinamarca 9,1 x
5,7 x 6,4 cm.
Los cacicazgos muiscas eran unidades políticas que abarcaban un amplio territorio; estaban
organizados alrededor de una figura central, el cacique, con su séquito de capitanes, jeques y
pregoneros.
Dentro de la sociedad muisca, cada uno de estos personajes cumplía un rol especial que mantenía
cohesionado al grupo; los grandes caciques —señores de confederaciones de muchos pueblos— y
los jeques fueron los hombres más significativos para las comunidades. Descendientes directos de
los dioses, padres de la comunidad, eran iniciados en aspectos sobrenaturales desde muy corta
edad lo que les llevaba a adquirir grandes poderes. Estos se obtenían a través de penosos rituales
de iniciación, en los cuales estos personajes, eran confinados en pequeños templos llamados
cucas, donde no tenían ningún tipo de contacto por años, con excepción a las visitas de los viejos
chamanes que les introducían en estas artes sagradas. Sus enseñanzas traían beneficios a la
comunidad y hacían de ellos hombres poderosos, capaces de dotar a los suyos de comida en
tiempos de crisis, de seguridad frente a pueblos enemigos y demás necesidades que se
presentasen.
Sin embargo, la vastedad del territorio hizo que bajo estos grandes personajes existieran
mandatarios y sacerdotes locales, junto a una especie de ‘mensajeros’ llamados pregoneros, que
se encargaban de tutelar los grupos locales, así como de recordar a la gente el poder de los
señores.
Los capitanes y sacerdotes propios de cada capitanía, cuya posición dependía, al igual que la de
los grandes señores, de su pertenencia a ciertos linajes, fueron jefes locales. Estos personajes
también recibían frecuentemente algún tipo de iniciación religiosa, eso sí, legitimada por los
caciques y jeques de mayor jerarquía.
Por su parte, los pregoneros fueron los mensajeros de los caciques; hombres a quienes éste daba
parte de su parafernalia —orejeras, mantas y diademas, entre otros objetos— para que con ellas el
pregonero pudiera demostrar el poder del cacique en aquellos lugares donde necesitaban la
presencia del señor y donde él no pudiera asistir.
Así, caciques, jeques, capitanes, sacerdotes locales y pregoneros, fueron quienes mantuvieron
unificadas las gentes, los pueblos y el territorio muisca.

Vida religiosa y ofrendas

Copa Cerámica 600 D.C. – 1600 D.C. 13,5 x 18,5 cm.


Figura votiva Oro. 600 d.C. - 1600 d.C. 8,4 x 2,5 cm.
Las ofrendas jugaron un papel fundamental dentro del sistema de prácticas religiosas de las
antiguas sociedades de la Cordillera Oriental. A través de ellas buscaron mantener el equilibrio del
mundo.
Ofrendas de oro, madera, cuentas de piedra, artefactos de concha y hueso, uñas, pelo, semen,
sangre, tabaco, coca y otras sustancias alucinógenas; bebidas, comidas, plantas y hierbas; textiles,
vasijas de cerámica, canastos, cristales de cuarzo, carbón y un gran número de esmeraldas fueron
objetos que encarnaron a través de su materia y forma, algunos de los principios básicos del
amplio sistema de oposiciones alrededor del cual se organizaba el cosmos para estas poblaciones.
Principios que tomaban vida cuando los objetos eran depositados en lugares sagrados como lagos,
ríos, cuevas, terrazas agrícolas, cimas de montañas o colinas, plantas de viviendas, templos y
tumbas. Allí acudían los jeques a depositar aquellas ofrendas que, a través de su conocimiento y
sus actos adivinatorios, en su concepto poseían las facultades que se requerían para enfrentarse a
aquellos fenómenos naturales o eventos sociales que les afectaban, y que eran consecuencia de
las alteraciones del equilibrio cósmico dual.
Objetos como los tunjos o santillos, que eran figurinas de oro y tumbaga con forma humana o
animal, o de objetos de uso personal y cotidiano, o escenas de vida, eran entregados por lo
general en parejas o grupos. Las dos figuras encarnan una pareja de opuestos, como el hombre y
la mujer.
Sin embargo, esta liberación de las fuerzas de los objetos no se conseguía solamente con la
entrega de las figuras de manos del jeque en aquellos lugares sagrados. La comunicación con el
mundo inmaterial era bastante más compleja, y de la precisión del proceso en su totalidad
dependían los beneficios que se pudiesen obtener. Ésta se llevaba a cabo en momentos
determinados por uno o varios jeques en ceremonias conformadas por rezos, cantos y bailes que
eran escogidos por estos sacerdotes según las necesidades de la ofrenda.

Ceremonia de El dorado
Distintos cronistas de la conquista española en América mencionan la leyenda de Eldorado, un
antiguo mito europeo que los conquistadores tenían presente al adentrarse en el continente: una
ciudad donde todo es de oro, un cacique que no se adorna con pectorales o narigueras, sino que
cubre su cuerpo con polvo de oro.
Los cronistas de la conquista de los muiscas, en la Cordillera Oriental de Colombia, asociaron
pronto y fácilmente esa leyenda con las ceremonias de ofrenda que estos indígenas celebraban en
las lagunas del altiplano. La descripción de Juan Rodríguez Freyle, de 1636, en su libro Conquista
y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada o El carnero, con ser muy tardía, es sin embargo la
mejor.
"Era costumbre entre estos naturales que el que había de ser sucesor y heredero del señorío o
cacicazgo de su tío, a quien heredaba, había de ayunar seis años metido en una cueva que tenían
dedicada y señalada par esto, y que en todo este tiempo no había de tener parte con mujeres, ni
comer carne, sal ni ají y otras cosas que les vedaban; y entre ellas que durante el ayuno no habían
de ver el sol, sólo de noche tenían licencia para salir de la cueva y ver la luna y estrellas y
recogerse antes que el sol los viese. Y cumplido este ayuno y ceremonias se metían en posesión
del cacicazgo o señorío, y la primera jornada que habían de hacer era ir a la gran laguna de
Guatavita a ofrecer y sacrificar al demonio (sic) que tenían por su dios y señor. La ceremonia que
en esto había era que en aquella laguna se hacía una gran balsa de juncos, aderezábanla y
adornábanla todo lo más vistoso que podían, metían en ella cuatro braseros encendidos en que
desde luego quemaban mucho moque, que es el sahumerio de estos naturales, y trementina, con
otros muchos y diversos perfumes. Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo, con ser muy
grande, y hondable de tal manera que puede navegar en ella un navío de alto bordo, la cual estaba
toda coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chagualas y coronas de oro,
con infinitos fuegos a la redonda; y luego que en la balsa comenzaba el sahumerio lo encendían en
tierra, en tal manera, que el humo impedía la luz del día."
"A este tiempo desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y lo
espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto todo de este metal.
Metíanle en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y
esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la balsa cuatro caciques, los más
principales, sus sujetos, muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y
orejeras de oro, también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento. En partiendo la balsa de
tierra comenzaban los instrumentos, cornetas, fotutos y otros instrumentos, y con esto una gran
vocería que atronaba montes y valles y duraba hasta que la balsa llegaba al medio de la laguna, de
donde, con una bandera, se hacía señal para el silencio."
"Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en el medio de la
laguna, y los demás caciques que iban con él y le acompañaban hacían lo propio, lo cual acabado
abatían la bandera, que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían levantada, y
partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y
danzas a su modo, con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba conocido por señor y
príncipe."
"De esta ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado del Dorado, que tantas vidas ha costado."
Juan Rodríguez Freyle, Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, conocido como
El carnero, 1636.

La balsa de El dorado
Balsa muisca (figura de ofrenda) Oro. 600 d.C. - 1600 d.C. Pasca, Cundinamarca 10,2 x 19,5 x
10,1 cm.

Figura votiva Oro. 600 d.C. - 1600 d.C. Pasca, Cundinamarca 8,3 x 22,6 cm.

Ofrendatario donde se halló la Balsa Muisca. 600 d.C. - 1600 d.C. Pasca, Cundinamarca.
El objeto conocido como la balsa muisca es, técnicamente hablando, una figura votiva (exvoto,
ofrenda) en forma de balsa con personajes. Constituye una pieza excepcional por cuanto
tradicionalmente se ha interpretado como la representación de la ceremonia de investidura del
cacique del pueblo de Guatavita: la ceremonia de El dorado.
Por los relatos de los cronistas españoles se sabe que, antes del contacto con Europa, cuando
moría el cacique de este pueblo muisca su sobrino que lo sucedía en la jefatura era reconocido por
su pueblo en una ceremonia que se hacia en un lago e incluía la navegación en una balsa de
maderos y la ofrenda de piezas de oro y esmeraldas que se arrojaban a la laguna. La realidad de
esta ceremonia se confirmó mediante el hallazgo de esta pieza en forma de balsa ceremonial que,
no obstante, no se encontró en la laguna de Guatavita.
Sobre el centro de la balsa se encuentra un personaje de gran importancia y tamaño destacado
que se interpreta como el cacique. Se lo ve ricamente adornado y rodeado por otros diez
personajes menores. Algunos portan poporos, los del frente llevan dos máscaras de jaguar y
maracas de chamán en sus manos, y en los muy pequeños que están al borde de la balsa puede
reconocerse a los remeros.
Esta pieza que mide 19,5 centímetros de largo por 10,1 de ancho y 10,2 de alto fue hallada, junto
con otra importante figura votiva, a principios del año 1969 por tres campesinos dentro de una
vasija de cerámica en el interior de una pequeña cueva en un páramo del municipio de Pasca, al
sur de la ciudad de Bogotá. ¿Por qué se ofrendó allí la mejor obra hasta ahora conocida de esta
cultura? Tal vez por ser este uno de los límites del territorio muisca hacia uno de los rumbos
cardinales o cosmogónicos.
Hay que decir que la Balsa Muisca era conocida por los estudiosos del mundo un siglo antes de
haber sido descubierta. Este objeto mítico fue en efecto precedido por otro semejante, de 162
gramos, la balsa hallada en la laguna de Siecha en 1856 y dada a conocer en 1883 por Liborio
Zerda en su obra El Dorado. Zerda publicó un grabado de la ofrenda de Siecha y la interpretó como
una representación de la ceremonia descrita para Guatavita. Su libro, que continuaba el interés por
los muiscas difundido por el Barón de Humboldt, impactó a los sabios colombianos y europeos de
la época. Uno de los grandes museos del mundo luchó por varios años para tenerla como el objeto
más memorable del continente americano; pero cuando la balsa de Siecha viajó —entonces
legalmente— a Alemania se perdió para el mundo en un gran incendio ocurrido al llegar su barco al
puerto de Bremen.
Cuando en Pasca corrió el rumor del hallazgo de un objeto de oro, el párroco del lugar, el padre
Jaime Hincapié Santamaría, comprendió inmediatamente su importancia como patrimonio de todos
y emprendió, incluso desde el púlpito, su defensa de la exportación ilegal y de la fundición. La
balsa muisca fue adquirida por el Museo del Oro en abril del mismo año y desde entonces se
encuentra expuesta en la sede de Bogotá. Nunca ha salido del país, ni siquiera en una de las ya
200 exposiciones temporales con las que el Museo ha dado a conocer nuestro patrimonio ante los
ojos maravillados del mundo.
Menos conocido es el recipiente cerámico que contenía este hallazgo. Tiene la forma de un
chamán sentado en posición de pensar, con la mano en la barbilla, y se aleja un poco de los
cánones más repetidos del arte cerámico muisca.
La balsa fue fundida en una sola pieza mediante la técnica de la cera perdida en un molde de
arcilla. El metal es oro de alta ley (más de 80%) con plata nativa y cobre en aleación. Es imposible
determinar la fecha precisa de su manufactura aunque muy probablemente pertenece al periodo
tardío de la cultura muisca que se ubica entre el 1.200 y el 1.500 después de Cristo. Pasca era,
con Guatavita, un pueblo de orfebres, por lo que incluso cabe la posibilidad de que esta obra
extraordinaria haya sido hecha allí.

Parque Natural Laguna del Cacique Guatavita


Uno de los atractivos de las cercanías de Bogotá es el Parque Natural Laguna del Cacique
Guatavita. El trayecto le tomará una tarde o incluso un día entero, con almuerzo típico, si usted
decide visitar también la Catedral de Sal de Zipaquirá o la mina de sal de Nemocón. Disfrutará la
geografía de la Sabana de Bogotá, un altiplano enorme que fue un lago pleistocénico, colocado
sobre la Cordillera de los Andes y bordeado de verdes montañas, de clima frío y con frecuencia
soleado... o bien lluvioso, gris y más frío, como para tomar una taza de chocolate con queso.
La más sorprendente de las montañas es esta que abriga la laguna de Guatavita. Al subir a pie por
entre la vegetación del subpáramo (ningún acceso para personas con limitaciones de movilidad o
con afecciones del corazón, así es la naturaleza) llegará a un escenario natural: un espejo de agua
de color mágico que fue el anfiteatro natural donde tenía lugar la ceremonia de Eldorado.
Y sí, sí se han hallado objetos de oro en la laguna. Los primeros conquistadores españoles
iniciaron proyectos de desagüe que luego de la Independencia siguieron los ingleses y otros tantos.
Hoy la laguna es cuidada y protegida como un lugar sagrado para los indígenas de hoy y del
pasado, como un santuario de fauna y flora y como un espacio donde al sentir la imponente belleza
de la naturaleza aprendemos a respetar y disfrutar a la vez el patrimonio natural y el cultural.
No es fácil llegar en bus, lo ideal es tomar un tour o ir de paseo en automóvil con una familia
colombiana. Se paga tarifa de ingreso.

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